Acerca de los procesos propios de la adolescencia, es quizá uno de los hechos mas conocidos y notorios el del reordenamiento de sus identificaciones. El corolario de este reordenamiento será lo que algunos suelen llamar: “el logro de un carácter y personalidad adultos”, todo esto como resultado del proceso conocido como identificación. Este proceso que esta en constante devenir es fundante y estructurante del yo, mediante esta identificación, un individuo se hace semejante a otro en uno o varios aspectos, basado en la integración en la persona de la imagen de otra. Este proceso que ha operado desde el nacimiento del sujeto y que le ha permitido diferenciar y diferenciarse así mismo como una entidad separada del entorno hasta lograr hacia los seis años de edad el reconocimiento de cierta estabilidad, individualidad y autoconocimiento, va a enfrentar una seria crisis con la llegada de la pubertad y el comienzo de la adolescencia, pues tendrá que enfrentar una metamorfosis “un cambio de piel” que le llevara de la infancia a la adultez y esto no es cualquier cosa pues en este cambio el adolescente se esta jugando hasta cierto punto la autonomía de sus propios ideales; ya volveremos sobre este punto. Piera Aulagnier, psicoanalista de origen italiano radicada en Francia desarrollo una teoría de la identificación que da muchas luces sobre este proceso y que hoy en día no puede ser pasada por alto. Hablaremos para comenzar de algunas del yo, para tener acceso al tipo de identificación que llamara simbólica. Nos hemos referido precisamente a las vicisitudes del yo, pues como Piera Aulagnier, psicoanalista de origen italiano, radicada en Francia lo señala: “Comprender la problemática de la identificación (...) solo atañe al trabajo psíquico del yo”, ya sea en el sentido de un primer yo que es hablado (pensado) por Otro, y que le impone sus ideales ya pre-investidos como enunciados identificables, ya sea como un yo más evolucionado que ha tenido que hacer suyos esos pensamientos, en el papel de enunciante de los mismos. Piera define como proyecto identificatorio: “la autoconstrucción continua del Yo por el Yo”, como un proceso que va a permitir al individuo 1 Aulagnier, Piera. “Los destinos del placer”. Buenos Aires, paidós, 1994,p28 2 Castoriadis – Aulagnier, Piera. “La violencia de la interpretación” . Buenos Aires, Amorrortu, 1975,p167 proyectarse en el tiempo y fundar una dimensión histórica; con la particularidad de que en un primer momento, este yo es proyectado e historizado por Otro, siendo finalmente ese primer yo, un constructor-construido por el deseo de la madre. Con enunciado identificatorio, Piera se refiere al conjunto de enunciados maternos que historizan al niño en función del deseo de la madre y que se vehiculizan a través de la formulación de dichos enunciados o de la falta de estos; Por lo tanto no hay madre que no emita enunciados identificatorios. En la primera dialéctica del proceso identificatorio, el sujeto esta alienado completamente al deseo y a la imagen del Otro, toma a este deseo materno como causa de su propio deseo, el niño será entonces deseo de eso que desea la madre; sujeto y objeto parcial se confunden en una misma entidad fantaseada. En un segundo tiempo, la dialéctica identificatoria va adquirir una nueva orientación reestructurante a partir de lo que Lacan postula como el estadio del espejo y que será precursor de un yo en el terreno de lo imaginario, los efectos de este encuentro le darán al sujeto la posibilidad de : Reconocer la imagen reflejada como propia, diferenciarse a si mismo del entorno, descubrir que solo es ese de la imagen y nada más, y libidinizar a esta imagen. Así mismo resulta de vital importancia la presencia de la mirada de la madre en el espejo, justo en el momento en que el niño desvía la mirada, pues de este modo reinserta el placer experimentado, en un registro relacional que va a hacer de esa imagen (provocadora de su propio placer y del de la madre ) el “vehículo de lo que se denomina libido de objeto y el imán de lo que se denomina libido racista”. La madre es valorizada (investida) en función de ser la única que puede tomar como objeto de su deseo a este yo del sujeto, quien necesariamente quedara en este momento enganchado al “plus” de placer narcisista que le otorga el ser sujeto de goce para el Otro. El objeto parcial sigue existiendo ya no completamente alienado e indiferenciado en la imagen del Otro, pero si mediatizado por el deseo de la madre, la cual va a falicizar, a otorgar o no, este estatus a lo diferentes objetos propios de cada etapa del desarrollo pregenital. Este objeto viene a cubrir para el niño el espacio de la demanda de la madre, eso que la madre quiere, eso que ella desea y a la cual buscara adecuarse. Aulagnier, Piera. “Un interprete en busca de sentido”. México, S.XXI,1994,p.185 El momento de Edipo vendrá a señalar otro suceso clave en este proceso identificatorio, pues es el momento en que el niño enfrascado todavía en la dialéctica identificatoria pregenital, privilegiara y ofrecerá su pene al deseo de la madre. Objeto que a pesar de estar inserto en la lógica de la etapa fálica para el niño y en el orden genital para la madre, coincide ahora, sin embargo con el objeto de placer por excelencia para ambos. Este suceso confrontara a la madre con sus propias fantasías edípicas, las cuales en la medida en que se encuentren reprimidas y sublimadas en el terreno de la genitalidad y de la ley, la llevaran a pronunciar una doble prohibición (que opera como una doble protección), por un lado dirigida a su hijo, en el sentido de tomarla a ella como objeto de su placer, pero también a ella misma al asumir que su deseo esta comprometido con el padre y que ese hijo es producto de la reunión de ambos deseos (obviamente, esa potencialidad de reprimirse y sublimar de la madre debe de haber estado presente aunque no de forma tan patente, incluso desde antes de que el niño naciera). Así finalmente queda descubierta para el niño la falta en el Otro, por esa sujeción de la madre al deseo del padre y por la existencia de un orden universal en el cual están sujetos e incluidos todos. El yo ha llegado, o ha sido llevado hasta este punto del proceso gracias a un “engaño”, se creyó ser ese origen y causa del deseo de la madre y ahora se encuentra confrontado a una prohibición, que tiene efecto a posteriori sobre toda la serie de emblemas identificatorios, descubre que yo no es, ni ha sido lo que creyó que era, incluso descubre que el no podía ser en ese lugar, puesto que la prohibición actual también era en ese entonces y será a futuro. La realidad no le ha enseñado nada, pero le ha obligado a aprender, debiendo por tanto imponerse lo que Piera llama un “tiempo para comprender”, para que el niño comprenda que tiene que dejar de creer eso que con su narcisismo él creyó que era, que el no es quien creyó que los demás creían que él era; que él no es el dueño del deseo de la madre. Tiempo de resignarse a vivir de aquí adelante con una interminable colección de espejos rotos como memoria, tiempo de reprimir lo que estos espejos rotos resulte intolerable. Ahora el niño tendrá que hacer suyos esos enunciados identificatorios, ahora él es el único que podrá responder a una demanda de identificación, una demanda que no puede quedar sin respuesta. Este “tiempo para comprender”, es el umbral que divide a la identificación pregenital y a la identificación postedípica, al reinado del principio de placer y al de realidad y a la relación de este yo con la temporalidad. Con la identificación al proyecto surge un yo completo (con la instauración del superyo) y un nuevo tiempo en la dialéctica del proyecto identificatorio. Hablando con propiedad solamente este tercer tiempo entraña una lógica dialéctica, pues los otros tiempos, obedecen a una lógica circular, en donde el placer se halla atrapado en un circuito cerrado, en donde a pesar de la temporalidad, en la fantasía este placer se volverá a reencontrar exactamente igual en un futuro, en donde finalmente yo es siempre igual a yo y solo a yo. El tercer tiempo ya esta inserto en una temporalidad en la que operan las leyes de la realidad y en donde yo es igual a yo, pero también a no-yo, pues yo siempre estará transformándose conforme a sus ideales. Así este tercer momento implica la dialectización del segundo tiempo, en donde parte de la función simbólica reside en la capacidad que tenga el sujeto para identificarse (reconocer como el mismo), en el devenir. Este acceso a lo simbólico implica la inserción del leguaje en esta lógica en donde la palabra es siempre igual al objeto que designa, pero este objeto no siempre el mismo, la palabra simboliza la función. Anteriormente, las palabras eran tomadas por el niño a manera de emblemas identificatorios investidos solo por discurso de la madre, eran cosas, no funciones, la cosa nombrada estaba atrapada, soldada (igual que la libido) a la palabra que la designaba, en esta lógica los lugares del parentesco permanecían fijos. Ahora, en cambio, con la declinación del complejo de Edipo y la disolución de la coincidencia entre el Otro y la madre, el niño accederá a la posibilidad de catectizar un futuro no definido y adscrito al deseo exclusivo de otro yo. En este momento el yo debe poder hacer efectivo su derecho de pertenencia a ese orden universal al cual los padres están también adscritos e identificarse con una serie de emblemas sociales que aunque privilegiados por los mismos padres, dependen del discurso del conjunto y que fungirán como un nuevo punto referencial, al cual el yo esperara y que fungirán como un nuevo punto referencial, al cual el yo esperara adecuarse. Insertarse en un orden universal implica también una configuración relacional simbólica en la red familiar, en donde tratándose de lugares como funciones, el sujeto puede tener la posibilidad de investirlos como posibles dentro de una proyección de su yo en el orden temporal; la identificación al proyecto será entonces la construcción de una imagen ideal que el yo se propone a si mismo, utilizando estos nuevos referentes que dada su dimensión universal le ofrecen puntos certeza. Para explicar la dinámica de esta dialéctica del tercer tiempo, el factor motor que da sentido a este movimiento, Piera habla de una condición: “Entre el Yo y su proyecto debe persistir un intervalo: lo que el Yo piensa se debe presentar alguna carencia, siempre presente, en relación con lo que anhela llegar a ser. Entre el Yo futuro y el Yo actual debe persistir una diferencia una x que represente lo que debería añadirse al Yo para que ambos coincidan.” La x debe faltar siempre como representante de la castración y fundamento de la esperanza narcisista de un autoencuentro con la imagen representada en el futuro, el yo se ha convertido así en un cazador de imágenes, de su propia imagen; La cual en una mayor o menor medida se vera, a veces avalada y en otras ocasiones desmentida por la mirada de los otros. Considero que toda esta propuesta de Piera acerca de los procesos de identificación es de gran utilidad para la compresión del proceso adolescente así como para su clínica. Esto por supuesto con relación a la búsqueda de nuevos referentes identificatorios y la puesta en duda de los anteriores, ya que si bien esto es característico en mayor o menor grado de cada momento evolutivo es de en este periodo de la adolescencia que el yo enfrenta su primera gran crisis desde el complejo de edipo, y pondrán a prueba su capacidad de resignar lo pasado y su capacidad de hacer nuevas inversiones libidinales. Desde la óptica anterior, que el proceso de identificación llegue a buen termino durante la adolescencia no tiene que ver tanto con que el sujeto logre una aparente estabilidad emocional, sino más bien con que en este proceso se haya identificado con el proyecto, es decir que durante la crisis adolescente la angustia por la perdida de la identidad infantil no haya llegado al grado en que el sujeto adopte una falsa salida, en la cual, en lugar de poner en cuestionamiento todos los enunciados identificatorios que sobre su yo presente y futuro se ha hecho, termine abdicando de una vez por todas por aquellos ideales que responden a las demandas de los ideales de los padres, en vez de a los suyos propios. En esta falsa salida, que no pocas veces se ve en la clínica, el adolescente privilegia los postulados paternos sobre los propios. Enunciados que en algunos casos ni siquiera se cree con el derecho a formular. Es así que en algunos casos el sujeto identificado con un ideal paterno buscara repetir en un futuro, el paraíso perdido de su niñez, bajo la premisa de que nada cambie y que el al rendir tributo al ideal pueda encontrarse con aquella imagen sin falta que respondiera a la del niño maravilloso que antaño fue. El precio que tiene que pagar por pretender ser el sostén de esta imagen, será su anulación como sujeto deseante y su alineación al deseo del otro. Piera define al yo en una frase magistral destacada por su exactitud y su sencillez como un “saber del yo sobre yo”. Solamente hay que contextualizar al yo en una etapa de su proceso identificatorio para saber que es lo que el yo puede saber sobre el yo, sobre su modo de funcionamiento, su tipo de investiduras, su concepción espacio – temporal, sus fantasías, etc. Por eso al hablar de una fijación o regresión a cierta etapa, nos remite a hablar de distintos tipos de identificación, que responden a diferentes tipos de demandas. Si por ejemplo en un estadio pregenital, existen fisuras en el andamiaje formado por el discurso de la madre, si no le ha proporcionado al yo del niño, los elementos necesarios de ligazón para que pueda traducir sus afectos, esto lo podría llevar a búsquedas indiscriminadas. En cambio si se han aprendido a nombrar estos efectos y se accedido a la identificación simbólica, la ligazón por medio de la palabra que en un inicio fue fija va a poder tener flexibilidad, en un mundo estructurado por un lenguaje simbólico los efectos van a poder tener la esperanza de encontrar satisfacción en otros objetos. El yo en este nivel debe ser que nunca será perfecto, pero que puede SER y puede DESEAR SER.
BIBLIOGRAFÍA Aulagnier, Piera. “Los destinos del placer”. Buenos Aires, paidós, 1994,p28
Castoriadis – Aulagnier, Piera. “ La violencia de la interpretación”. Buenos Aires,
Amorortu, 1975,p171.
Castoriadis – Aulagnier, Piera. “La violencia de la interpretación” . Buenos Aires,
Amorrortu, 1975,p167
Aulagnier, Piera. “Un interprete en busca de sentido”. México, S.XXI,1994,p.185
Castoriadis – Aulagnier, Piera. “ La violencia de la interpretación”. Buenos Aires,