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DERECHO Y DICTADURA
Granada, 2009
sumario
Nota de agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
El libro que se presenta es uno de los frutos del proyecto de investigación «España
y Portugal: Derecho y Dictadura» (SEJ-13048). Su elaboración no hubiera sido posible
sin el concurso, consejo y apoyo de los autores que, por suerte, se han implicado más de
lo que suele ser usual en este tipo de obras. La edición y redacción del libro ha sido
especialmente provechosa para establecer relaciones de lo que me atrevería a calificar
«amistad académica», que, por fortuna y casualidad, a veces, habita aquellas lejanas y
estrechas rimayas donde se encuentra la mera amistad; en todo caso, ha sido útil para ir
consolidando los lazos entre un grupo de profesores interesados en que se conozcan los
entresijos jurídicos de la dictadura franquista. No somos desde luego los únicos. Por
tanto, mi primer agradecimiento ha de ser para mis compañeros. Pablo Castillo, Daniel
García y Nazaret Fernández deberían tener un capítulo propio de agradecimientos; me
han ayudado en la organización del libro y del proyecto. Son, a mi juicio, un buen ejem-
plo del tipo de jóvenes que debería no dejar escapar la universidad española.
La Universidad y la Diputación de Almería han sido especialmente generosas con
nuestro proyecto, sin ellas, a ciencia cierta, todo hubiera sido más mucho más compli-
cado. Una mención especial merecen las personas que trabajan en el Vicerrectorado de
Investigación de la Universidad de Almería, que soportan, en más ocasiones de las
necesarias, los problemas y dificultades propios de los proyectos de esta índole…A
todos ellos, pues, ¡gracias!
Las dictaduras sentadas a la mesa
de cristal de Benjamin
Federico Fernández-Crehuet
Prof. Titular de Filosofía del Derecho
Universidad de Almería
Desde hace tiempo, la mesa de cristal, bajo la que se oculta el enano corcova-
do y experto maestro de ajedrez, empleada por Benjamin como metáfora, ha sido
arrumbada junto a todos los muebles barrocos y con molduras áureas del salón
que conformaban la salita de estar de la historia española contemporánea. El
muñeco, que representaba al materialismo histórico, pierde ahora hasta con el
más ingenuo de los diletantes, aquel que se deja vencer al inicio de la partida con
un simple jaque pastor. El materialismo histórico (al menos el de primera gene-
ración) ya no gana ni jugando a los chinos. El tiempo de la filosofía de la historia
como prognosis ha acabado. El viejo muñeco (al que muchos aún tenemos cariño
por su capacidad explicativa, aunque sea más ex post que ex ante) ha sido reempla-
zado por otro fantoche: la historia de las élites intelectuales. Los espejos, que
convertían la mesa en un objeto opaco para cualquier observador externo, se han
reemplazado por los medios de comunicación de masas o, más concretamente,
por los suplementos culturales de los periódicos. Quizá permanezca oculto aún
en algún rincón el viejo muñeco, pero eso ahora no parece importarle a nadie. Es
pertinente, no obstante, no olvidar algunas afirmaciones que se nos enseñaban en
este texto clásico: «que el pasado tiene en el presente una redención»; que «la
verdadera imagen del pasado pasa súbitamente»; que «articular el pasado históri-
camente no significa reconocerlo “tal y como propiamente ha sido”. Significa
apoderarse de un recuerdo que relampaguea en el instante de un peligro»… Allí
están para reflexionar sobre ellas.
El problema sigue siendo (y en esto Benjamin llevaba toda la razón) descu-
brir quién se sitúa bajo la mesa, oculto por el juego de los espejos. Nadie, o al
menos muy pocos, siguen defendiendo una historia impulsada por un materialis-
mo histórico. Así que, en principio, parecería que ya no son necesarios montajes
tan alambicados.
12 Federico Fernández-Crehuet
Recordemos:
«Se dice que hubo un autómata en tal forma construido que habría replicado a cada
jugada de un ajedrecista con una contraria que le aseguraba ganar la partida. Un mu-
ñeco con atuendo turco y teniendo en la boca un narguile se sentaba ante el tablero
colocado sobre una espaciosa mesa. Con un sistema de espejos se provocaba la ilusión
de que esta mesa era por todos lados transparente. Pero, en verdad, allí dentro había
sentado un enano corcovado que era un maestro en el juego del ajedrez y guiaba por
medio de unos hilos la mano del muñeco. Pueden imaginarse un equivalente de este
aparato en filosofía. Siempre debe ganar el muñeco llamado “materialismo histórico”,
pudiendo enfrentarse sin más con cualquiera si toma a la teología a su servicio, la cual,
hoy día, es pequeña y fea, y no debe dejarse ver en absoluto» 1.
1
Benjamin, W., Sobre el concepto de Historia, en Obras, Libro I/vol. 2, Abada Edito-
res, 2008, pp. 302 y ss.
las dictaduras sentadas a la mesa de cristal de benjamín 13
hecho, buena parte de sus autores estarían de acuerdo en que hoy en día el viejo
muñeco inventado por Benjamin para representar el materialismo dialéctico ha
sido sustituido por otro. No creo que estos autores defiendan el determinismo
que venimos criticando; pero lo cierto es que se ha ido creando una suerte de
escolástica en torno a ellos.
Efectivamente, una mala interpretación, tomando como excusa la perspecti-
va de estos estudios (o a veces algunos de sus pasajes menos afortunados), nos
podrían dar la falsa impresión de representarnos la historia de la dictadura espa-
ñola como una cadena de letras en negrita, tan al uso en los diarios para las sec-
ciones de actualidad o de cultura: Sánchez Mazas-Ridruejo-Laín, por ejemplo, o
entre los juristas Castán-Ruiz Jarabo— López Rodó… Me parece que con este
tipo de cadenas se está mostrando una historia un tanto trivializada o, como
Nietzsche la denominaba en su Segunda Consideración Intempestiva, una historia
monumental que muestra las hipotéticas cimas del pensamiento dejando todo el
valle en una obscuridad un tanto sospechosa. Por cierto que este tipo de historio-
grafía era, como es generalmente sabido, muy del gusto de los movimientos tota-
litarios. Además, estas cadenas tienden a justificar afirmaciones poco adecuadas:
por ejemplo, que existió una democracia en germen en la dictadura y que sólo
había que esperar a que llegara el jardinero bondadoso que la regara y abonara
para que, como por arte de magia, surgiera la democracia de la transición de in-
maculado nacimiento, o que la época franquista propició el boom económico que
hizo posible la llegada de la democracia. La democracia llegaría en seiscientos a
España, López Rodó dixit. Estas argumentaciones tan populares y sencillas se
fundamentan en una visión de la historia decimonónica, lineal, evolutiva, teleoló-
gica, con fines y metas predeterminados que son, a día de hoy, poco defendibles.
Este tipo de historia intelectual, que, a mi parecer, ocupa el lugar de aquel mate-
rialismo histórico representado por medio de un muñeco, es precisamente la que
no queremos esbozar en este volumen, pues, aunque ofrece una buena cantidad
de información, no creo que sea una clave de primera magnitud. Buena parte de
las colaboraciones de este libro apuntan en este sentido.
2.—De otro lado, se ha producido en los últimos tiempos un auge de la lite-
ratura (por llamarla de algún modo) revisionista del franquismo, enlazando con
la mejor tradición de Ricardo de la Cierva. Las ironías no deben cegarnos. Esta
literatura pro-franquista de trazo más grueso se deja complementar con otra me-
nos visible que describe las cosas como si «hubieran sido realmente así». Se trata
de aquella historiografía que renuncia a su carácter literario y toma prestada las
vestimentas de una supuesta ciencia objetiva; entonces nos topamos con las listas
de grandes hitos legislativos, las descripciones de reglamentos e instituciones, las
cronologías exactas y tajantes, en fin, la hipotética objetividad histórica.
14 Federico Fernández-Crehuet
2
«Man will von der Vergangenheit loskommen mit Recht, weil unter Ihrem Schatten
gar nicht sich leben lässt, und weil des Schreckens kein Ende ist, wenn immer nur Schuld und
Gewalt mit Schuld und Gewalt bezahlt werde soll; mit Unrecht, weil die Vergangenheit, der
man entrinnen möchte, noch höchst lebendig ist». (Con razón, se quiere escapar del pasado
porque no se puede vivir bajo su sombra, porque el horror no tiene final cuando la culpa y la
violencia se pagan con culpa y violencia; inútilmente, porque el pasado del que quisiéramos
escapar está vivo sobremanera). Adorno, T., Was bedeutet: Aufarbeitung der Vergangenheit,
en Kulturkritik und Gesellschaft II, Suhrkamp, 2003, p. 557.
las dictaduras sentadas a la mesa de cristal de benjamín 15
derecho 3. Esta explicación puede ser interesante, pero tampoco ha de ser llevada
al extremo de intentar justificar todo el silencio de los juristas a su través. Los
juristas participaron de la dictadura, fueron una de sus piezas fundamentales, un
modo de introducir racionalidad en un sistema profundamente irracional. El jue-
go de Franco (seguimos parafraseando a Adorno) no fue tan irracional como lo
presenta la razón liberal o como a veces lo representa la retrospección histórica en
un exceso de political correctness 4. El derecho fue una herramienta aparentemente
cargada de racionalidad para la consecución de fines completamente irracionales.
La racionalidad, tanto hacia dentro como hacia fuera del régimen, se constituye
en uno de las mejores cartas de presentación. De ahí que el régimen no dejara al
derecho al margen sino que lo integrara en sus actos públicos (ahí están la asis-
tencia de Franco a los congresos jurídicos y los cargos ocupados por importantes
hombres del régimen). Esta cadena de racionalidad, de la que formaba parte el
derecho, sólo se podría ver truncada por contingencias o azares irrefrenables. La
muerte de Franco, la contingencia en sí, se presenta, no en pocas ocasiones, como
el detonante del final de esta cadena de razón que pretende ser el régimen. Y todo
esto parece ser irrelevante, pasado, digno sólo de habitaciones traseras excluidas
de la mirada de los clientes, como si no fuera digno de ser mirado frontalmente.
3
«Oder sollte gar Schuld selber überhaupt nur ein Komplex sein, sollte es krankhaft
sein, mit Vergangenem sich zu belasten, während der gesunde und realistische Mensch in der
Gegenwart und ihrem praktischen Zwecken aufgeht?» (O puede que, mientras los hombres
sanos y prácticos se identifican con el presente y con sus metas prácticas, ¿la culpa en sí sea
sólo un complejo y el lastrarse con el pasado una enfermedad?). Adorno, T., Was bedeutet:
Aufarbeitung der Vergangenheit, cit, p. 557
4
Adorno, T., Aufarbeitung der Vergangenheit, cit, p. 563.
18 Federico Fernández-Crehuet
5
García Amado, J., Usos de la historia y legitimidad constitucional, en Martín Pa-
llín, J.A., y Escudero, R., (EDS.) Derecho y Memoria Histórica, Trotta, 2008, p. 55
6
«Oftmals wird man in Deutschland, unter Deutschen, der sonderbaren Äuserung
begegnen, die Deutschen seien noch nicht reif für die Demokratie», Adorno, T., cit, p. 561
las dictaduras sentadas a la mesa de cristal de benjamín 19
I
«Ya saben Uds lo que se dice a veces para justificar al verdugo: si la confesión
puede salvar la vida de cientos de hombres, alguien debe tomar la decisión, inde-
pendientemente de que le guste o no torturar a uno sólo». Cuando el 6 de marzo
de 1958, Jean-Paul Sartre redactó esta frase, la Rettungsfolter 1 le parecíó
una»hipocresía». Dos semanas antes, en Éditions de Minuit, había visto la luz, La
Question de Henri Alleg, editor del Alger Républicain, el único periódico inde-
pendiente de Argelia. Era un reportaje acerca de las prácticas empleadas en los
sótanos de tortura francesas del Norte de África; quizás lo más conmovedor era
que si bien se basaba en su experiencia personal, lo narraba, a la par, de forma
espartana. Sartre tomó su pluma y escribió sobre la tortura en la era de la civili-
zación, el siglo XX, que ya hacia su mitad había contemplado innumerables tor-
turas; aquel siglo que convirtió la tortura en frenesí, que transformó al verdugo en
una suerte de Sísifo, que, una y otra vez, ha de recurrir a ésta. Un siglo donde, por
fin, la tortura halló su fundamento: ella misma. Las últimas décadas del siglo XX,
al igual que las primeras, vieron la globalización del dolor de los torturados, los
subordinados infrahombres modernos. Tal orgía de tormento a nivel mundial
—no sólo documentada en los informes de Amnistía Internacional— apenas
trataba de la salvación de los hombres, de forzar confesiones, de destapar la ver-
dad. Aquí se trataba del dominio absoluto del hombre sobre el hombre ( Jan
Philipp Reemtsma), de mantener la sociedad unida por medio de una amenaza
corporal violenta (Adorno). Se trataba del lazo sangriento entre las personas y de
la ampliación del yo de los torturadores (Lutz Ellrich). La tortura del Siglo XX
—en Chile, en Indonesia o en el Imperio Alemán, igual da— prescinde del dere-
1
NT: se emplea la expresión alemana Rettungsfolter por la falta del equivalente en la
lengua castellana. Se podría traducir bien como tortura de salvación o como tortura de resca-
te. Como es sabido, se trata, por tanto, del eufemismo que se emplea para designar aquella
tortura que tiene supuestamente por finalidad salvar o rescatar las vidas de los inocentes.
22 Rainer Maria Kiesow
cho, no se interesa por las verdades encerradas en los cuerpos y celebra, con júbi-
lo, la fiesta del miedo.
II
Esto que parecía que se había acabado con las fiestas del tormento, con los
suplicios del castigo y con el teatro del horror. El gran relato de la historia de la
tortura —una y otra vez citado por historiadores ordinarios y a tiempo par-
cial—, la denominada narrativa de los expertos, la opinión mayoritaria de los
historiadores (y de los historiadores jurídicos) tranquilizaba a los lectores: ¡la
tortura había sido abolida! Al menos en Europa. Desde hace unos 200 años. No
hablamos de Francia, del Estado de derecho en 1958: esto fue un simple ataque
febril africano. Pasado y olvidado. Es decir: la tortura ya no existe. El laborato-
rio ha sido cerrado.
¿Qué sucedió antes en el laboratorio? Gracias a la construcción historiográ-
fica podemos mirar en su interior y observamos: la verdad. Siempre, la verdad. La
quaestio veritatis de los romanos, el arrancar la verdad de los cuerpos (eruere veri-
tatem), la tortura de la época del Principado. Aquí, hace 2000 años, ya se aprecia
la yuxtaposición primordial dentro del marco del gran relato y que se expande en
la Edad Media: acusación versus inquisición; el proceso de la demanda judicial
particular versus el juicio administrativo. Durante el proceso clásico, republicano
y acusatorio, no se buscaba la verdad ex officio. Demandante y demandado busca-
ban su propia victoria y la derrota del rival. En la época de los emperadores, se
establece un proceso oficial de instrucción que solamente en el caso del crimen
majestatis, permite arrancar la verdad no sólo de los esclavos sino, también, de los
cuerpos libres. En la Edad Media del pensamiento jurídico germánico, se con-
vierte el examen de la verdad inmediatamente en Dios, cuyo veredicto se dicta en
el proceso acusatorio y se plasma en cuerpos humanos que o flotan o se hunden.
La verdad —así se nos narra en el gran relato— es formal e irracional, porque no
se busca la verdad «verdadera», sino que cree en la revelación divina. Entonces,
comenzando por el Norte de Italia en el siglo XIII, se produce la gran revolucion.
El verdugo holla nuevamente el gabinete de la historia del derecho. Y la verdad
se transfigura en verdadera, real, racional, material —la verdad se hace verdade-
ra—. La tortura, tal y como lo formuló Hermann Kantorowicz, se convierte en
una pieza nuclear en el seno de la «técnica racional de la obtención de pruebas».
Formal-material es la pareja de opuestos determinante: el veredicto divino o la
confesión. La confesión, el reconocimiento del «verdadero» suceso, admitir aque-
llo que ocurrió, el pasado «verdadero» suprimía paulatinamente una decisión que,
en verdad, carecía de verdad, que se sentía arropada por la omnipotencia intem-
poral de Dios y que estaba establecida desde siempre; una decisión que, en puri-
dad, no es en absoluto una decisión sino un judicium dei. Se acabaron las ceremo-
el experimento de la tortura en el laboratorio de la verdad 23
nias con fuego, pruebas con agua fría, duelos, trozos de pan y crucifixión, y llegan
las preguntas agudas, las investigaciones embarazosas y las vueltas de tuerca do-
lorosas. A finales de la Edad Media, el hombre irrumpe en el orden estático divi-
no. El individuo es construido y redimensionado. El individuo comienza a asumir
responsabilidad. Debe confesar. Se le lastra con la conciencia. Y una marea de
confesiones inunda a los sacerdotes y a las iglesias. Y en el purgatorio, en ese ter-
cer lugar relatado enfáticamente por Jacques Le Goff, en ese espacio entre el in-
fierno y el paraíso, entre el mundo y el cielo, nace el ciudadano del más-allá («le
citoyen de l’au-delá»). Después de la muerte su suerte aún no está echada, y en el
purgatorio será juzgado por lo que ha hecho. En el centro de esta historia del
hombre se encuentra la confessio, la confesión. El testimonio personal, el recono-
cimiento de los actos propios, la revelación individual se convierte en el eje cental
del aparato eclesiástico y también de la justicia laica.
¿Y la tortura? Confessionem extorquere: la confesión es extraida de los cuerpos,
es arrancada de ellos. Los laboratorios para la verdadera determinación de la ver-
dad vuelven a funcionar. Confessio est regina probatorium; éste es el axioma de los
medios de prueba y la llave maestra de la verdad. Traducido al alemán por An-
dreas Gail esto quiere decir: «No [existe] prueba más fidedigna / que lo afirmado
por la propia boca».
La llave maestra es introducida en los cuerpos humanos y, aplicando el lubri-
cante del tormento, girada. Así se hace visible la absoluta y pura verdad, tal y
como ya lo sabía el gran glosador Azo en su Summa Codicis. A partir del siglo
XIII, con la llegada de la Inquisición, se requiere de incontables llaves para la
verdad. En los libros de instrucciones de la Inquisición, por ejemplo, en el famoso
libro de Bernardo Gui, se describe lo que hay que hacer para perseguir el crimen
majestatis de la herejía. En ese caso, la verdad ha de investigarse mediante la tor-
tura. La tortura es expresamente permitida, en el año 1252, por el Papa sin culpa,
Inocencio IV, en su bula de exterminio «ad exstirpanda». A partir de entonces y
durante los próximos siglos, la tortura, el medio de forzar una confesión par exe-
llence, puede extenderse hacia los usuales procedimientos penales, sobre todo, en
los cientos de miles de procesos contra la brujería y herejía. El gran relato, por
ejemplo, el descrito en Handwörterbuch zur deutschen Rechtsgeschichte, da cuenta
de una «nueva posición de la autoridad estatal frente la verdad material». La igle-
sia y el mundo fuerzan, siguiendo instrucciones exactas, la confesión «verdadera».
No cabe hablar de libre albedrío; a fin de cuentas, lo que está en juego es la ver-
dad. En el laboratorio se experimenta con cuestionarios amplios y diferenciados,
teniendo siempre presente el estado del torturado, así se puede leer en los infor-
mes y registros. Aquí no se trata de una producción de culpables —sobre esto
insistieron una y otra vez los penalistas—, sino de una producción de la verdad;
una verdad material, verdadera e indudable. Desde el siglo XIV hasta bien entra-
24 Rainer Maria Kiesow
do el siglo XVIII, la tortura no fue una maquina de guerra decisiva; el arsenal del
derecho debía, por medio de un sútil procedimiento, hacer que el cuerpo hablara,
llevarle a de-clarar la verdad. La aplicación de la tortura se encontraba inserta en
una auténtica álgebra de pruebas e indicios auténticos, directos, indirectos, legíti-
mos, ilegítimos, artificiales, manifiestos, extraordinarios, fragmentarios, ligeros,
parciales, mediados, imperiosos, necesarios, cercanos y lejanos. He aquí sólo un
breve resumen de las fuentes contemporáneas acerca de las características con las
que debían contar las pruebas. Quizá la tortura llegó a ser la asistenta de produc-
ción más elaborada que se conocía para la obtención de pruebas judiciales rele-
vantes para un juicio hasta que en el siglo XIX apareciera la revolución técnica de
la diligencia de pruebas. Según Michel Foucault, «La tortura es un juego judicial
estricto».
Y entonces se acabó. El laboratorio se cerró. A lo largo del moderno siglo
XVIII, en toda Europa. Es el cénit del gran relato, en el cual se pueden apreciar
dos hilos conductores principales en relación con la pregunta acerca de si la apa-
rición de la tortura durante el siglo XIII fue un fenómeno recibido, es decir ajeno,
propio del derecho romano o, en cambio, fue un fenómeno autóctono, por consi-
guiente local y alemán. Aquí la narración se divide. Y también se escinde en lo
que atañe a su abolición, pues se especifican dos razones que no son necesaria-
mente excluyentes, pero que siempre aparecen por separado en la historiografía:
por un lado, una razón jurídica inmanente, a saber el colapso de los medios de
prueba, la crisis del derecho de prueba durante el tardío Ancien Régime, documen-
tado por John Langbein en su libro, publicado en 1977, sobre Torture and the Law
of Proof, y, de otra parte, una razón externa a lo legal, la influencia del pensamien-
to de la Ilustración, la République des lettres de los philosophes. Y sobre todo, esto
sucedió en Prusia, incluida la casualidad de que el joven Federico II el Grande de
Prusia era uno de estos philosophes, y tres días después de subir al trono, el 3 de
junio de 1740, introduciría por medio de una orden de gabinete, el comienzo del
final de la tortura: un representante de este hilo argumental se encuentra, por
ejemplo, en Mathias Schmoeckel y su libro, publicado en el año 2000, Humanität
und Staatsräson.
III
Pues bien, probablemente sea imposible aclarar quién fue el responsable de
la abolición de la tortura. El sistema de los medios de prueba puede ser contem-
plado como un paciente agonizante del tardío Ancien Régime. Sea como fuere, en
esa época, en el siglo XVIII, la tortura ya no poseía ninguna relevancia práctica.
Por lo que sabemos apenas se aplicaba. La época de los procesos contra la brujería
en masa con sus torturas en masa se había terminado a mediados del siglo XVII.
¿Abolió, por tanto, la abolición algo ya relativamente abolido?
el experimento de la tortura en el laboratorio de la verdad 25
mapa del tiempo. El tiempo de la Ilustración, el sol radiante de las Lumiéres re-
seca los laboratorios de los verdugos. Así les gustaría entenderlo, en el marco de
las macronarrativas que informan sobre el avance del mundo y del tiempo meteo-
rológico reinante.
Al final de la historia, en la fase de la abolición de la tortura, en el gran relato
de los maestros, la verdad apenas desempeña papel alguno. En el conocido libro
de Schmoeckel, donde la tortura ha sido tematizada detalladísimamente, falta la
entrada «verdad» en el índice de materias y el sub-sub-capitulito con el título «La
pregunta por la verdad» se hace eco, sólo de forma brevísima, de los viejos relatos
de los escépticos, que son precisamente eso: antiquísimos. De este modo, la pre-
gunta por la verdad no es otra cosa que la propia tortura; la denominada, en ale-
mán, «pregunta embarazosa». La Verdad, eso es lo que cuenta. Y si se considera la
pregunta por la verdad puede llegar a atisbarse un relato que, ciertamente, no es
ningún relato de maestros sino un ensayo.
IV
La historia de la tortura es la historia de la relación entre el derecho y la ver-
dad. No es ningún relato sobre progreso, clímax y derrota. Tampoco es una histo-
ria que esté concluida, es una historia de los lugares. Los lugares de la verdad. Al
fin y al cabo, parece ocioso especular sobre si las ordalías, es decir, los juicios de
Dios, presuponen un orden formal de la verdad y sobre si la tortura ha irrumpido
materialmente en tal hecho divino. Como si, después del siglo XIII, la sociedad
europea hubiera apostatado de Dios, y la verdad secular hubiera nacido. No, Dios
habló igualmente de los cuerpos humanos torturados. De hecho, Dios estuvo
presente siempre, incluso en el siglo XVI, con sus fiestas escépticas y gargantues-
cas, tal y como nos relata Lucien Febvre en su excelente libro sobre el problema
de los infieles y el mundo religioso de Rabelais. Pero una historia del derecho
sobre los lugares de la verdad, que aún está por escribir, podría mostrar que, en las
ordalías, el locus de la verdad se hallaba en el mismísimo Dios, que en cierto
modo le hablaba a los hombres desde el más-allá y que les impuso la sentencia, el
derecho. Dios era responsable del veredicto de culpabilidad y de su concepto de
la verdad. Ahora bien, con la implantación de la tortura, con la confesión del
acusado, el mismo cuerpo, el cuerpo humano, se convirtió en lugar de la verdad.
Por ello fue posible arrancar la verdad del cuerpo. La responsabilidad por el vere-
dicto de culpabilidad la asume el reo. En su conjunto, este sistema tan sofisticado
sirve para ayudar al torturado a que no se equivoque, para que no sea declarado
inocente siendo culpable, ni juzgado siendo inocente y para hacer valer el derecho
a la verdad.
el experimento de la tortura en el laboratorio de la verdad 27
V
Pues bien, ahora, después de más de 200 años de descanso, la tortura llama
nuevamente a la puerta del derecho y anhela que la dejen pasar. La visita inespe-
rada se ha puesto para la ocasión sus mejores galas, viste con elegancia y se ha
lavado las manos con un jabón exquisito. También trae, como es de recibo, un
pequeño presente: su vieja compañera «la verdad». Y se formula una oferta fasci-
nante: la verdad debe ser la salvación. Por aquel entonces, Sartre habló de cientos
de vidas que podrían salvarse de la muerte gracias a la Rettungsfolter. ¿Pero no
bastaría con la salvación de una única vida? El caso en sencillo: El criminal se
encuentra en manos del aparato de investigación, sólo él sabe dónde se encuentra
el niño, el niño que quizá aún sigue con vida. En este caso, la «pregunta embara-
zosa», es decir, la tortura, que ya de antes comienza con la llamada «Verbalterri-
tion», es decir, la amenaza verbal, el terror de las palabras puede desvelar la verdad.
Una verdad que puede convertirse en verdad real, una verdad que se materializa
en el lugar de la vida que hay que salvar. Ninguna confesión sobre el pasado, nin-
guna inseguridad decepcionante acerca de la averiguación de un hecho pasado e
imperecedero, sino la verdad, al alcance de la mano, en forma del cuerpo con vida
de un niño.
La tortura y la verdad con sus trajes de estreno, una pareja de lo más seduc-
tora. La invitación no es para una fiesta del suplicio: no se prevé el maltrato des-
enfrenado de un cuerpo extraño. No seran ignoradas las pruebas de la teoría del
conocimiento: no se buscarán las verdades precarias de antaño, sino las verdades
realmente verificables en la presencia del presente: el salvamento de la víctima.
Aún así, el anfitrión, el derecho, no se muestra muy hospitalario. La mayoría de
los juristas que viven en la casa del derecho se acogen a una clara posición jurídi-
ca y, debido a esto, no quieren dejar entrar a la visita. Los otros, la minoría de los
juristas, también sostiene una clara situación jurídica y quieren invitar a la visita
a que entre, pero no saben imponerse, y ya se sabe que la imposición es determi-
nante en el derecho.
Los habitantes de otras casas se extrañan y se preguntan ¿Qué tipo de dere-
cho puede ser éste que, en el nombre de los derechos humanos y la dignidad de la
persona, no salva la vida de un niño? Y eso que la verdad está dispuesta a ayudar.
En la obra de Sartre A puerta cerrada, el detenido Garcin pregunta: «¿Por qué se
me ha quitado mi cepillo de dientes?» El vigilante, el mayordomo, contesta: «Ya
empezamos… la dignidad humana vuelve a manifestarse. ¡Genial!» En el actual
el experimento de la tortura en el laboratorio de la verdad 29
Brockhaus de los franceses, la encyclopaedia universalis del año 1996, se puede leer
bajo la entrada «Torture»: se permite la tortura a un bajo grado en los manuales de
la policía, esto quiere decir interrogatorios largos, luz cegadora, preguntar ince-
santemente. Esto se llama «torture acceptable». La «torture obligée» atañe al terro-
rista detenido que ha escondido una bomba mortal. Entre la tortura aceptable y
la obligatoria se crea una nueva verdad real. Dicha verdad promete algo que el
derecho había perdido desde hace mucho. Ésta promete recoger y pegar los cas-
cajos de la verdad postmoderna; promete, al menos por una vez, derrotar la inse-
guridad de la comprensión, de la interpretación, de la decisión. Promete, al menos
por una vez, esta única vez, la salvación de la violencia, del sueño de Baudelaire en
«Las flores del mal» („C’est l’Ennui!… Il rêve d’échafauds»), la pesadilla de Goya
llena de cosas desconocidas (Goya, cauchemar plein de choses inconnues»), del mal
sin sentido, confuso, aterrador y fulminante. Ante esta esperanza, una esperanza
que se dirige a la salvación de un niño, la situación jurídica y los derechos huma-
nos pierden su sentido.
…y no obstante…
VI
El derecho sin tortura y liberado de la verdad, el régimen autónomo del de-
recho moderno ha tenido como consecuencia, pese a las molestias, la salvación de
la humanidad. Esta historia evolutiva ignoraría las sutiles técnicas, limpias, táci-
tas, en su mayoría indiferentes ante el cuerpo, de las medidas disciplinarias sobre
los ciudadanos. Pero la disociación de verdad y derecho y, en consecuencia, la
desaparición de la tortura, ensancha los espacios para la interpretación. Si la ver-
dad se rompió en pedazos, entonces sólo queda un rompecabezas: las matanzas
de las guerras, las masacres en los colegios, los asesinatos de los depravados…
todos son rompecabezas que como tales carecen de final. La nueva droga de la
verdad, surgida del terrorismo y de los secuestros, la nueva tortura siempre ofre-
cerá la tentación de encontrar una solución, de salvar la víctima y de castigar al
culpable. Permanece la esperanza de que dicho experimento de la verdad se que-
de en el zaguán del derecho y que no cruce la puerta para entrar en él.
Pues, inevitablemente para el hombre, la solución del rompecabezas de la
violencia no significa el final o la condición de posibilidad del final de la violencia,
sino que sería, como mucho, una sublimación de la violencia. Las explicaciones y
los resultados constituyen también una forma de actos violentos: la limitación de
la libertad de pensamiento y de la interpretación. El poder de la interpretación
correcta —de una rectitud, de una verdad, cuya consecución la tortura siempre
espera—; a esto es a lo que hay que temer. Mientras que exista ésta y aquella opi-
nión, mientras que el rompecabezas se resista a la fraseología de la interpretación,
30 Rainer Maria Kiesow
—Nietzsche escribió una vez: «Seguimos sin saber de dónde proviene el instinto
de verdad». Así que ahora de nuevo: «Time to Think about Torture»— en el
Newsweek del 5 de noviembre de 2001. Infinite Justice, así fue el seudónimo de la
guerra contra el terrorismo. Sí, podemos salvar la vida de un niño, podemos salvar
la vida de cientos, podemos salvar el mundo. ¿Con tortura? ¡Qué hipocresía!
…y no obstante…
VII
La moral de esta historia tentiva sobre la tortura de la verdad en el seno del
derecho reza por tanto: «Llega a su corte con dificultad y urgencia; en sus brazos
el niño estaba muerto». La hipocresía, «la fría y brillante piel de serpiente» de
Heinrich Heine, está igualmente de parte del adversario radical y políticamente
correcto frente la tortura. Se renuncia a la vida individual, en nombre del bien
común, en nombre del derecho, en nombre de la crítica de la realidad. ¿Cómo se
ha de decidir? El derecho, el aclamado juez, siempre tomará una decisión, ésta o
aquella. Hay casos donde la una al igual que la otra son abismalmente equivoca-
das. He aquí la tragedia del derecho, que debe dar una respuesta también en
aquellos casos, donde las preguntas no se acabarán jamás.
Literatura
Encyclopédie, ou dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers, par une
société de gens de lettres. Mis en ordre & publié par M. Diderot; & quant á la partie ma-
thématique, par M. d’Alembert. Nouvelle édition, 33. Band, Pellet: Geneve 1778 (cit.: p.
689).
Lucien Febvre, Das Problem des Unglaubens im 16. Jahrhundert. Die Religion des
Rabelais, Klett-Cotta: Stuttgart 2002.
Claude-Joseph de Ferriére, Dictionnaire de droit et de pratique, Ganeau: Paris 1755,
2. Band (cit.: p. 647).
Michel Foucault, Überwachen und Strafen. Die Geburt des Gefängnisses, 4. Aufl.,
Suhrkamp: Frankfurt am Main 1981 (cit.: p. 55).
Johann Wolfgang Goethe, Erlkönig, in: Goethes Werke, hrsg. im Auftrage der
Großherzogin Sophie von Sachsen, I. Abtheilung, 1. Band, Hermann Böhlau: Weimar
1887, p. 167 s. (cit.: 168).
Handwörterbuch zur deutschen Rechtsgeschichte, 1. Band, Erich Schmidt Verlag:
Berlin 1971 (cit.: art. 1150).
Heinrich Heine, Die Nordsee [1825-1826], en: Werke in vier Bänden, 1. Band, Ha-
renberg: Gütersloh 1982, p. 179 ss. (cit.: Reinigung, p. 195).
Franz Helbing, Die Tortur. Geschichte der Folter im Kriminalverfahren aller Völker
und Zeiten, Langenscheidt: Gross-Lichterfelde-Ost 1910.
Hermann Kantorowicz, Studien zum altitalienischen Strafprozeß, en: Zeitschrift für
die gesamte Strafrechtswissenschaft 44 (1924), p. 97 ss. (cit.: p. 101).
John H. Langbein, Torture and the Law of Proof. Europe and England in the Ancien
Régime, The University of Chicago Press: Chicago, London 1977.
Jacques Le Goff, La naissance du purgatoire, Gallimard: Paris 1981 (cit.: p. 316).
Rolf Lieberwirth, Die Aufnahme der Folter in das mittelalterlich-deutsche Strafver-
fahren. Einleitung, en: Christian Thomasius, Über die Folter. Untersuchungen zur Geschi-
chte der Folter. Übersetzt und herausgegeben von Rolf Lieberwirth, Hermann Böhlaus
Nachfolger: Weimar 1960, p. 13 ss.
Friedrich Nietzsche, Ueber Wahrheit und Lüge im aussermoralischen Sinne (1873),
en: Nietzsche Werke. Kritische Gesamtausgabe, hrsg. von Giorgio Colli und Mazzino
Montinari, 3. Abteilung, 2. Band, de Gruyter: Berlin 1973, p. 367 ss., 375.
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Weimar, Wien 1997 (ref. cit. de Andreas Gail: p. 190).
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Verlag: Hamburg 1991.
Jean-Paul Sartre, Geschlossene Gesellschaft. Stück in einem Akt (französischer Ori-
ginaltitel: Huis clos), Rowohlt; Reinbek bei Hamburg 1986 (cit.: p. 12).
Eberhard Schmidt, Einführung in die Geschichte der deutschen Strafrechtspflege, 3.
Aufl., Vandenhoeck & Ruprecht: Göttingen 1983.
Mathias Schmoeckel, Humanität und Staatsraison. Die Abschaffung der Folter in
Europa und die Entwicklung des gemeinen Strafprozeß- und Beweisrechts seit dem ho-
hen Mittelalter, Böhlau Verlag: Köln, Weimar, Wien 2000.
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en: Robert Jacob (Hrsg.), Le juge et le jugement dans les traditions juridiques européennes.
Études d’histoire comparée, L.G.D.J.: Paris 1996, p. 15 ss.
La sombra del franquismo es alargada:
el fracaso de la llamada ley de memoria histórica
Rafael Escudero Alday
Profesor Titular de Filosofía del Derecho
Universidad Carlos III de Madrid
sumario: I. Razones para una ley de memoria histórica. II. Una declaración que no
termina de reparar. III. Una indemnización que no alcanza a todos. IV. La privatización
de las exhumaciones. V. El callejero de los horrores. VI. Una pesimista conclusión.
La cita del escritor Rafael Reig con la que se inicia este capítulo hace refe-
rencia a una información del Ministerio del Interior según la cual en España
existen 668 grupos mafiosos. Contrasta esta cifra con la de 585, que es el número
de signos de la dictadura franquista aún presentes -según un reciente catálogo
elaborado por el Gobierno español— en diversos edificios públicos.
Sirva la comparación entre estas dos cifras para poner de manifiesto dos as-
pectos que, si bien están íntimamente relacionados, merecen un análisis diferente.
Es el primero de ellos el relativo a cómo el franquismo y su ideología se resisten
a pasar a la historia. Ejemplo de ello es que España sea un lugar más que apete-
cible para los grupos mafiosos, debido entre otras razones a la cultura de la impu-
nidad, la ostentación y el rápido enriquecimiento que se ha instalado en nuestro
imaginario colectivo. El franquismo contribuyó de forma decisiva a fomentar este
tipo de «valores», junto a otros como el autoritarismo, la falta de libertad política,
la desconfianza hacia los mecanismos de participación o la jerarquización de las
relaciones personales, sociales e institucionales. Muchos de los déficits que se
34 Rafael Escudero Alday
1
Un completo análisis de los elementos y factores que actúan en los procesos de justicia
de transición puede encontrarse en Elster, J., Rendición de cuentas. La justicia transicional en
perspectiva histórica, Katz, Buenos Aires, 2006, pp. 99-160. Por otro lado, un análisis compa-
rado de los procesos llevados a cabo en los últimos tiempos en América Latina puede encon-
trarse en Chinchón, J., «Modelos de persecución penal y justicia transicional en Iberoamé-
rica», en el volumen colectivo dirigido por Margalida Capellà y David Ginard, Represión
política, justicia y preparación. La memoria histórica en perspectiva jurídica, Plural, Palma de
Mallorca, 2009, pp. 255-339.
2
Este calificativo, junto a las razones que lo motivan, se encuentra en GIL GIL, A., La
justicia de transición en España. De la amnistía a la memoria histórica, Atelier, Barcelona, 2009,
p. 22.
la sombra del franquismo es alargada 35
3
A este acuerdo no se sumó el grupo parlamentario de Esquerra Republicana de Cata-
lunya, al entender que no satisfacía las exigencias mínimas planteadas por su parte para apoyar
la Ley.
4
Un análisis detallado del texto legal se encuentra en el volumen colectivo dirigido por
Martín Pallín, J. A. y Escudero, R., Derecho y memoria histórica, Trotta, Madrid, 2008.
5
Sobre los contenidos de este derecho ciudadano a la memoria histórica véase Sauca,
J. M., «El derecho ciudadano a la memoria histórica: concepto y contenido», en el volumen
colectivo dirigido por Martín Pallín, J. A. y Escudero, R., Derecho y memoria histórica,
Trotta, Madrid, 2008, pp. 73-104.
6
Además de los que se van a analizar en el texto, hasta la fecha el Gobierno ha aproba-
do otros dos decretos: el Real Decreto 1792/2008, de 3 de noviembre, sobre concesión de la
nacionalidad española a los voluntarios integrantes de las Brigadas Internacionales (BOE
17-11-2008); y el Real Decreto 710/2009, de 17 de abril, por el que regula el procedimiento
y órgano competente para la concesión de indemnizaciones a los «ex-presos sociales», aquellos
que sufrieron medidas de internamiento por su condición de homosexuales (BOE 30-4-2009).
Toda la normativa de desarrollo de la Ley de la memoria histórica puede consultarse en la
página web habilitada al efecto por el Ministerio de Justicia: http://leymemoria.mjusticia.es/
index.html.
38 Rafael Escudero Alday
7
Por simplificar la lectura de este texto -y por coherencia con lo defendido en él- du-
rante el mismo se mantendrá la denominación «popular» de Ley de la memoria histórica.
8
Véase su artículo «Año de memoria», publicado en el diario El País, en su edición de
31 de diciembre de 2006. Una detallada crítica a la forma que este autor tiene de entender -y
apoyar- la Transición puede encontrarse en Espinosa, F., «de saturaciones y olvidos. Reflexio-
nes en torno a un pasado que no puede pasar», Hispania Nova. Revista de Historia Contempo-
ránea, n.º 7, 2007 (disponible en: http://hispanianova.rediris.es).
la sombra del franquismo es alargada 39
canismos —es decir, de políticas públicas— que sirvieran para reconstruir la «me-
moria histórica» de quienes defendieron la legalidad republicana y los derechos
humanos. El siguiente párrafo de la Exposición de Motivos es especialmente
claro: «En este sentido, la Ley sienta las bases para que los poderes públicos lleven
a cabo políticas públicas dirigidas al conocimiento de nuestra historia y al fomen-
to de la memoria democrática».
Entonces, mal que les pese a algunos, partidarios del «ya se ha dicho todo, ya
todo está estudiado, ahora sólo tenemos que pasar página para construir el futu-
ro», la opción del legislador es la contraria: sólo a través de la preservación de la
memoria y de la reconstrucción de las historias de quienes lucharon contra la
dictadura franquista y en defensa de la causa de la República —que era la de la
libertad y los derechos humanos— podremos construir de cara al futuro una me-
jor ciudadanía y una auténtica cultura de la legalidad democrática. Otra cosa bien
distinta es, por un lado, que esos mecanismos legales sean realmente efectivos y,
por otro, que exista la voluntad real de explotarlos. Claro que, por el camino, el
Gobierno y su grupo parlamentario tuvieron miedo de enfadar a parte de su in-
telectualidad y decidieron no incorporar la expresión «memoria histórica» en el
título de la Ley 9.
9
Incluso hoy siguen escuchándose voces «desde la izquierda» que insisten en descalifi-
car teórica e intelectualmente lo que denominan «la corriente de la memoria histórica». En
este sentido José María Ridao califica de «círculo vicioso» el que se ha establecido, en su
opinión, entre la literatura revisionista y la memoria histórica, sugiriendo así la necesidad de
situarse (¿de forma equidistante?) al margen de ambas. Afirma textualmente, con relación a la
memoria histórica, que se trata de «una forma de hipostasiar las propias creencias para, acto
seguido, proceder a la inquietante pretensión de alterar el presente en nombre del pasado».
Véase su trabajo «Azaña desde la izquierda», Claves de Razón Práctica, núm. 194, julio/agosto,
2009, p. 74.
10
Véanse estos argumentos en la defensa del Proyecto de Ley ante el Pleno del Con-
greso que hizo la Vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, en el
Boletín del Congreso de los Diputados de 14 de diciembre de 2006. En similar sentido se
40 Rafael Escudero Alday
ticulado términos que no son propios del discurso jurídico, sino más bien del deba-
te moral, como son los conceptos de «injusto» e «ilegítimo». Pareciera como si el
legislador pretendiera convertirse en una especie de «legislador moral», con potes-
tad para definir lo justo e injusto, es decir, lo moralmente correcto e incorrecto. Es
ésta una concepción de las funciones legislativas que se acerca peligrosamente al
llamado «positivismo ideológico», entendiendo por tal el intento del legislador de
convertir sus normas en fuente de moralidad. Cabe rechazar cualquier tipo de
aproximación en este sentido. En sociedades democráticas el legislador tiene que
establecer lo prohibido, lo obligatorio y lo permitido; mientras que son las personas
quienes —de acuerdo con sus códigos y creencias morales— valoran tales decisio-
nes legislativas desde el punto de vista de su corrección moral o justicia.
La Ley acompaña esta declaración general de ilegitimidad e injusticia con
otra declaración, esta vez de carácter individual. Su art. 4 «reconoce el derecho a
obtener una Declaración de reparación y reconocimiento personal a quienes du-
rante la Guerra Civil y la Dictadura padecieron los efectos» de las sentencias,
condenas y demás sanciones dictadas por razones políticas, ideológicas o de
creencia religiosa. Esta declaración podrá solicitarse ante el Ministerio de Justi-
cia. Podrán solicitarla: por un lado, las «personas afectadas y, en caso de que las
mismas hubieran fallecido, el cónyuge o persona ligada por análoga relación de
afectividad, sus ascendientes, sus descendientes y sus colaterales hasta el segundo
grado» (art. 4.2); por otro lado, «las instituciones públicas, previo acuerdo de su
órgano colegiado de gobierno, respecto de quienes, careciendo de cónyuge o de
los familiares mencionados en el apartado anterior, hubiesen desempeñado cargo
o actividad relevante en las mismas» (art. 4.3).
En todo caso, el art 4.4 establece con rotundidad que, si bien esta declaración
será compatible con otras fórmulas de reparación previstas en el ordenamiento
jurídico, «no constituirá título para el reconocimiento de responsabilidad patri-
monial del Estado, ni de cualquier Administración Pública, ni dará lugar a efecto,
reparación o indemnización de índole económica o profesional». La redacción
literal del precepto muestra los «motivos ocultos» del legislador a la hora de optar
por esa vía de reparación y de descartar la vía de la declaración de nulidad de las
sentencias. Motivos que remiten al elevado coste económico que supondrían las
indemnizaciones y que no se pusieron encima de la mesa durante el trámite par-
lamentario de aprobación de la Ley.
El procedimiento para la obtención de esta declaración personal ha sido de-
sarrollado mediante el Real Decreto 1791/2008, de 3 de noviembre 11. Además de
lo escasamente reparadora que supone esta declaración —que se sitúa, como ya se
ha dicho, en el ámbito moral—, hay dos aspectos de este desarrollo reglamentario
11
Publicado en el BOE de 17 de noviembre de 2008.
42 Rafael Escudero Alday
que pueden llegar a ser ofensivos para los solicitantes de la misma, es decir, para
las víctimas. En primer lugar, el art. 5 del Real Decreto impone a las víctimas la
carga de la prueba. Resulta cuando menos un sarcasmo que personas sometidas a
condenas y sanciones ilegítimas por defender los valores democráticos sean ahora
las que tengan que aportar los documentos que prueben los hechos. La violencia
de la dictadura franquista llevaba el sello del Estado, de manera que es éste —y
no las víctimas ni sus familiares— quien debe soportar el peso y el coste de estos
procedimientos de reparación 12. En segundo término, tampoco deja de tener su
«gracia» la ventanilla a la que tendrán que dirigirse a la hora de hacer efectiva su
solicitud: según el art. 3 del Real Decreto, la tramitación del procedimiento co-
rresponde a la División de Tramitación de Derechos de Gracia y Otros Derechos,
que es la competente para tramitar —además de los asuntos relativos a los títulos
nobiliarios— el perdón o la extinción de la responsabilidad penal
Poco respetuoso con el objetivo de la declaración es obligar al sujeto cuya
memoria se pretende reparar y rehabilitar a, de entrada, aportar los documentos
que prueben que fue condenado injusta e ilegítimamente por un órgano del Es-
tado y, además, entregarlos en el mismo sitio donde se tramita la gracia o exen-
ción de la responsabilidad penal. Es exigible una mayor implicación activa por
parte de los órganos del Estado en la puesta en marcha y tramitación de este
procedimiento, concebido por la Ley como el principal mecanismo rehabilitador
de la memoria y buen nombre de quienes fueron condenados por la defensa de los
valores democráticos y los derechos humanos.
No obstante, el ordenamiento jurídico español contiene mecanismos para
dotar de una mayor efectividad real a esta declaración de reparación y reconoci-
miento personal. En efecto, nada obsta a que, una vez obtenida, esta declaración
puede esgrimirse en los procesos que hubiere lugar ante los tribunales de justi-
cia 13. El propio art. 4.1 hace compatible la declaración «con el ejercicio de las
acciones a que hubiere lugar ante los tribunales de justicia». En concreto, puede
utilizarse en los recursos de revisión de las sentencias franquistas que en el futuro
se entablen ante el Tribunal Supremo, órgano competente para resolverlos según
el art. 57 de la Ley Orgánica del Poder Judicial y el art. 954 de la Ley de Enjui-
12
Un estudio acerca de la forma como el franquismo articuló jurídicamente sus meca-
nismos de represión se encuentra en aragoneses, A., «El Derecho bajo el franquismo. Trans-
formaciones del sistema jurídico español (1936-1978)», en el volumen colectivo dirigido por
Margalida capellà y David ginard, Represión política, justicia y preparación. La memoria
histórica en perspectiva jurídica, Plural, Palma de Mallorca, 2009, pp. 123-159.
13
Véase esta argumentación en escudero, R., «La declaración de ilegitimidad de los
tribunales franquistas: una vía para la nulidad de sus sentencias», en el volumen colectivo di-
rigido por martín pallín, J. A. y escudero, R., Derecho y memoria histórica, Trotta, Madrid,
2008, pp. 209-234.
la sombra del franquismo es alargada 43
14
Con la excepción de la Sentencia de 19 de febrero de 2007 por la que se revisó favo-
rablemente el caso de Ricardo Puente, militante de Izquierda Republicana -y director de
Radio Málaga en 1936- que fue juzgado dos veces por los mismos hechos: delito de rebelión
militar. Declarado primero inocente y después culpable en sendos Consejos de Guerra, el
Tribunal Supremo fundamentó la revisión en el principio non bis in idem.
15
En similar sentido se pronuncia también el magistrado Ramón sáez en su artículo:
«Anular las sentencias de la represión franquista. Una tarea de higiene pública», Jueces para la
democracia, n.º 64, 2009, pp. 61-78 (especialmente, pp. 75 y ss.).
44 Rafael Escudero Alday
propio Tribunal Supremo ha admitido que las sentencias también son hechos. Es
más, incluso en una Sentencia de la Sala de lo Penal de 13 de febrero de 1999
había llegado a admitir como «hecho nuevo» un cambio jurisprudencial operado,
en ese caso, en materia de tráfico de drogas y contrabando. Por su parte, en su
Auto 260/2000 el Tribunal Constitucional también ha admitido como «hecho
nuevo» un Dictamen del Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas en
el que se declaraba que el Estado español había vulnerados derechos civiles ga-
rantizados en el Pacto de Derechos Civiles y Políticos.
Entonces, esta declaración de reparación y reconocimiento personal sirve
para declarar de manera oficial y novedosa que la condena producida por un
órgano ilegítimo es injusta, es decir, que vulnera el art. 1.1 de la Constitución
española. Y ésta no puede permitir que bajo su amparo subsistan sentencias o
condenas que merezcan todavía hoy carácter jurídico; sentencias dictadas bajo
la más absoluta indefensión de los acusados y condenados. La declaración evi-
dencia pues la iniquidad de la sentencia condenatoria y ha de servir como base
para la anulación de la misma, cumpliendo así con el mandato constitucional
del art. 1.1.
Finalmente, la Ley incorpora también otra novedad que afectará sin duda
a estos procesos judiciales de revisión. Se trata de la derogación expresa, con-
tenida en la Disposición Derogatoria de la Ley, de las normas franquistas que
construyeron el andamiaje de la represión. Cierto es que estas normas estaban
ya tácitamente derogadas en virtud de lo establecido en el punto tercero de la
Disposición Derogatoria de la Constitución, pero no lo es menos que su ex-
presa derogación puede producir algún efecto de cara al futuro. La propia
Exposición de Motivos de la Ley señala que esta expresa derogación «priva de
vigencia jurídica a aquellas normas dictadas bajo la Dictadura manifiesta-
mente represoras y contrarias a los derechos fundamentales». Y ello con un
doble objetivo: por un lado, «proclamar su formal expulsión del ordenamien-
to jurídico» y, por otro, «impedir su invocación por cualquier autoridad admi-
nistrativa y judicial».
El juego de este doble mecanismo incorporado en la Ley —la declaración
personal más la Disposición Derogatoria— permite alcanzar la conclusión de
que en los futuros procesos de revisión el Tribunal Supremo habrá de declarar la
nulidad de la correspondiente sentencia condenatoria, cerrando así el proceso de
manera definitiva, según dispone el art. 959 de la Ley de enjuiciamiento Crimi-
nal. Sería ésta, en conclusión, una buena forma de tomarse en serio la Constitu-
ción y los valores que ésta solemnemente proclama.
la sombra del franquismo es alargada 45
16
Quedan fuera de esta indemnización los integrantes del maquis, quienes fueron fusi-
lados antes de 1968. Y también casos como el de Julián Grimau, dirigente comunista ejecu-
tado el 18 de abril de 1963 tras consejo de guerra sumarísimo que le declaró culpable del
delito de rebelión militar. Cabe recordar que Grimau fue condenado por un «tribunal» en el
que uno de sus miembros carecía del título de Licenciado en Derecho; titulación incluso re-
querida por el Código de Justicia Militar franquista. Si grave es todo lo anterior, más lo es -si
cabe- que la Sala de lo Militar del Tribunal Supremo español rechazara la revisión del caso en
su Sentencia de 30 de enero de 1990. El Tribunal Supremo «salvó» la citada infracción me-
diante la doctrina de la llamada «investidura plausible», en cuya virtud los actos de ese supues-
to «tribunal» son válidos dado que sus jueces reciben la función jurisdiccional del Estado, que
es quien la ostenta. La sentencia dice textualmente que «sus actos son válidos y eficaces mien-
tras estén realizados en el ejercicio de su función al margen del cumplimiento de los requisitos
todos que para ser funcionario se exija por la Ley». Y para ello el Tribunal Supremo recurrió
al argumento de la necesidad de garantizar «la seguridad jurídica que la sociedad requiere».
17
Según Paloma Aguilar el número de víctimas mortales fruto de la represión policial
durante la Transición asciende a un mínimo de 140 personas (sin incluir a los 70 que fueron
víctimas de operaciones policiales contra la delincuencia). Por otro lado, los grupos de extre-
46 Rafael Escudero Alday
maderecha son responsables de 68 muertes en ese mismo periodo. Véase Aguilar, P., Políticas
de la memoria y memorias de la política, Alianza Editorial, Madrid, 2008, p. 475.
18
Parece lógico que se pretenda evitar una doble indemnización por los mismos hechos.
Ahora bien, no que ya no es tan lógico es que en este caso sí y en el de la citada Ley de Soli-
daridad con las víctimas del terrorismo no. El art. 5 de esta Ley 32/1999 establece la compa-
tibilidad entre la indemnización concedida al amparo de la misma y las «pensiones, ayudas,
compensaciones y resarcimientos que se hubieran percibido, o pudieran reconocerse en el
futuro» por los mismos hechos. Por otro lado, el tenor literal del art. 10 de la Ley de la me-
moria histórica no deja claro qué sucede si primero se recibe la indemnización prevista en la
Ley y posteriormente otras entidades -como podrían ser las comunidades autónomas- esta-
blecen otra indemnización.
19
Este requisito tampoco se establece en la citada Ley 32/1999 de Solidaridad con las
víctimas del terrorismo. Si los herederos de la víctima son sus padres, nietos o hermanos,
tienen derecho a la indemnización aunque no dependieran económicamente del fallecido.
20
Negativa ha sido la respuesta a la solicitud de indemnización que han recibido algu-
nos de los familiares de las cinco víctimas mortales de la brutal operación policial de marzo
de 1976 en el desalojo de los trabajadores reunidos en asamblea en la Iglesia de San Francis-
co de Vitoria (Gasteiz). Dada la juventud de los fallecidos -entre los que había un trabajador
de 17 y otro de 19 años- no concurre en los posibles beneficiarios la circunstancia de depen-
dencia económica, con lo que se ha rechazado su solicitud de indemnización.
la sombra del franquismo es alargada 47
21
Esta confusión entre indemnización y pensión no se produce en la Ley 32/1999 de
Solidaridad con las víctimas del terrorismo. Su Exposición de Motivos afirma con claridad
que «la presente Ley no pretende mejorar o perfeccionar las ayudas o prestaciones otorgadas
al amparo de la legislación vigente, sino hacer efectivo -por razones de solidaridad- el derecho
de los damnificados a ser resarcidos o indemnizados»
22
Publicado en el BOE de 15 de noviembre de 2008.
23
Negativa ha sido la respuesta a la solicitud de indemnización efectuada por los fami-
liares de algunos de los últimos cinco ejecutados en el franquismo: acusados de ser miembros
de ETA (dos de ellos) y del FRAP (los tres restantes), y fusilados el 27 de septiembre de 1975
tras ser sometidos a la aplicación retroactiva de normas creadas ad hoc y «juzgados» por con-
sejos de guerra sin las mínimas garantías procesales y de defensa.
48 Rafael Escudero Alday
24
Además de «castigar» a los familiares de estas personas, que son los beneficiarios de
la indemnización a la que tienen derecho en su condición de víctimas, en este caso, de la ar-
bitrariedad jurídica propia del régimen franquista.
25
Por poner otro ejemplo reciente, el Parlamento alemán acaba de anunciar su voluntad
de anular las condenas a muerte de los soldados del ejército alemán acusados de «traición de
guerra» durante el régimen nazi, es decir, de haber favorecido al enemigo y perjudicado a sus
propias tropas.
26
Algunos de los cuales sí han sido «indemnizados» por la democracia: es el caso de
Melitón Manzanas, jefe de la Brigada Político-Social de Guipúzcoa, conocido torturador y
objeto de un atentado mortal de ETA en agosto de 1968. En el año 2001, y en aplicación de
la Ley de Solidaridad con las víctimas del terrorismo, recibió a título póstumo la Real Orden
la sombra del franquismo es alargada 49
Curiosa es, para terminar con este punto, la paradoja que puede producirse
de no modificarse esta cuestión. Los familiares de los últimos fusilados en el
franquismo pueden, por un lado, obtener la declaración de reparación y reconoci-
miento personal a las que les da derecho la Ley de la memoria histórica, dado que
fueron condenados por un consejo de guerra sin las mínimas garantías procesales
y de defensa, y, por otro, ver rechazada su petición de indemnización. Tendrán, sí,
el reconocimiento moral del Estado español, pero no tendrán indemnización
económica por su fallecimiento a causa de la represión y arbitrariedad franquista.
Triste y sorprendente es que el Gobierno español rechace la solicitud de indem-
nización arguyendo una sentencia de un consejo de guerra franquista, dictada sin
cumplir con los estándares mínimos que configuran el derecho a un juicio justo.
Más de treinta años después, una sentencia que desconoce los más elementales
derechos fundamentales sigue produciendo efectos jurídicos.
Otro de los temas en los que la Ley de la memoria histórica no ha sido tan
determinante como debería haberlo sido es en la cuestión de la identificación y
recuperación de los restos de las víctimas de la Guerra Civil y la represión fran-
quista que permanecen hoy todavía en paradero desconocido y/o enterrados en
fosas desperdigadas a lo largo del territorio español. El principio general que
preside esta cuestión es el de colaboración de las Administraciones públicas con
los particulares para la localización e identificación de víctimas. Que sea éste y no
otro el principio general no es gratuito. A continuación podrán comprobarse al-
gunas consecuencias del mismo.
Implica este principio general que el legislador renuncia a considerar este
tema de la identificación y recuperación de cadáveres como una cuestión de «or-
den público». Si así fuera, tendrían que ser las propias autoridades públicas las
competentes para dirigir y realizar todo el procedimiento de exhumación. Frente
a ello, el art. 11 de la Ley se limita a afirmar que «las Administraciones públicas,
en el marco de sus competencias, facilitarán a los descendientes directos de las
de Reconocimiento Civil a las Víctimas del Franquismo. A pesar de la fuerte polémica gene-
rada, el Tribunal Supremo avaló la concesión de la condecoración, rechazando así el recurso
interpuesto contra la misma por la Associaciò Catalana per a Defensa dels Drets Humans.
Posteriormente, y para evitar casos como éste, en el año 2002 se reformó la ley, estableciéndo-
se que las indemnizaciones «en ningún caso podrán ser concedidas a quienes, en su trayecto-
ria personal o profesional, hayan mostrado comportamientos contrarios a los valores repre-
sentados en la Constitución y en la presente ley y a los derechos humanos reconocidos en los
tratados internacionales».
50 Rafael Escudero Alday
27
Véase un análisis detallado de tales incumplimientos en Miguel Ángel Rodríguez
Arias, «La nueva ley de la memoria y la vulneración de los artículos 2 y 13 del Convenio
Europeo para la Protección de los Derechos Humanos en el caso de los represaliados del
franquismo», Jueces para la Democracia, n.º 63, 2008, pp. 68-85.
28
Como lo demuestran las investigaciones elaboradas al respecto por la historiografía
de la represión franquista. Véase, a modo tan solo de ejemplo y sin ánimo de exhaustividad,
los siguientes estudios: Casanova, J. (coord.), Matar, morir, sobrevivir. La violencia en la dic-
tadura de Franco, Crítica, Barcelona, 2002; Espinosa, F., La justicia de Queipo. Violencia selec-
tiva y terror franquista en la II División en 1936, Crítica, Barcelona, 2006; Núñez, M. (coorda.),
La gran represión. Los años de plomo del franquismo, Flor del viento, Barcelona, 2009.
la sombra del franquismo es alargada 51
29
Este documento fue aprobado por la Comisión de Derechos Humanos de Naciones
Unidas el 8 de febrero de 2005.
52 Rafael Escudero Alday
30
Publicado en el BOE de 24 de diciembre de 2008.
54 Rafael Escudero Alday
Los temas que se han traído a colación en las páginas precedentes ponen de
manifiesto que son dos los aspectos que contribuyen al fracaso de la llamada Ley
de la memoria histórica. En primer lugar, la vaguedad e indeterminación con la
que están redactadas muchas de sus cláusulas; sobre todo, las relativas a las auto-
ridades competentes y a las medidas concretas a adoptar. Y en segundo lugar, la
falta de voluntad política por parte del Gobierno para exprimir al máximo las
posibilidades que, a pesar de sus imperfecciones e insuficiencias, ofrece la Ley.
Responde el primero de los aspectos a una forma de hacer Derecho que en
los últimos tiempos se está extendiendo en sistemas jurídicos como el español. Se
elaboran leyes con títulos grandilocuentes y con detalladas exposiciones de moti-
vos, pero que en su interior carecen de los mecanismos adecuados para ser real-
mente efectivas. Bien porque no se les dota de la correspondiente asignación
presupuestaria —como sucede en la conocida como ley de dependencia—, bien
56 Rafael Escudero Alday
porque sus cláusulas son más bien de tipo «principialista» —como es el caso de la
Ley de la memoria histórica—, lo cierto es que se asemejan bastante a las normas
de Soft Law; es decir, normas que no imponen per se una determinada solución,
sino que buscan y requieren el acuerdo de diferentes sujetos —frecuentemente,
con opuestos intereses políticos— para que sus objetivos surtan efecto. O, lo que
viene a ser lo mismo, normas que buscan la convicción y el compromiso volunta-
rio con sus previsiones más que la imposición imperativa de las mismas. Y esto,
en contextos políticos fuertemente enfrentados puede conducir a la falta de acuer-
do y, por tanto, al fracaso de la regulación jurídica.
Sucede esto en el caso objeto de análisis en estas páginas y, especialmente, en
lo relativo a los símbolos franquistas que aún perduran en los edificios, calles y
plazas de la geografía española. En este punto, la Ley es un ejemplo claro de Soft
Law. Véase lo dispuesto en su art. 15.1: «Las Administraciones públicas, en el
ejercicio de sus competencias, tomarán las medidas oportunas para la retirada de
escudos, insignias, placas y otros objetos o menciones conmemorativas de exalta-
ción, personal o colectiva, de la sublevación militar, de la Guerra Civil o de la
represión de la Dictadura. Entre estas medidas podrá incluirse la retirada de sub-
venciones o ayudas públicas».
Llama la atención que el legislador renuncie a utilizar un lenguaje más explíci-
to. Nótese que no impone a las autoridades competentes la retirada de tales símbo-
los, sino que simplemente conmina a éstas a adoptar las «medidas oportunas». Cuá-
les sean éstas es una cuestión que deja a la interpretación de las propias autoridades,
de forma que renuncia —una vez más— a ofrecer una solución unitaria a la cues-
tión. Como ha podido comprobarse desde la entrada en vigor de la Ley, son nume-
rosas las entidades locales que se niegan a retirar los nombres de sus calles —o los
títulos honoríficos que aún conservan— a dirigentes del franquismo. Algo que re-
sulta inconcebible en países como Alemania o Italia, se asume con cierta normali-
dad en España, en cuyas calles perduran todavía nombres de personas que colabo-
raron de forma activa en el aparato de represión franquista 31.
Ante la negativa de determinados ayuntamientos a adoptar tales medidas,
caben dos posibilidades: primera, que el Gobierno ponga en marcha lo dispuesto
en el inciso final de este art. 15.1 y retire las subvenciones y ayudas públicas a
quienes se mantengan tal simbología. Ahora que tanto se habla de financiación
local, no estaría de más incluir una referencia a este tema para aquellos ayunta-
mientos que los siguen conservando. Hasta la fecha el Gobierno no ha dado
ninguna indicación en este sentido, de forma que no cabe esperar más que el
31
Y en sus instituciones. El actual Presidente del Congreso de los Diputados -el socia-
lista José Bono- se niega a retirar de sus paredes los cuadros de quienes presidieron la institu-
ción durante la dictadura franquista.
la sombra del franquismo es alargada 57
32
Publicado en el BOE de 7 de noviembre de 2008.
58 Rafael Escudero Alday
Fundación Gestora del llamado Valle de los Caídos. Según su redacción, esta
Fundación ha de incluir «entre sus objetivos honrar y rehabilitar la memoria de
todas las personas fallecidas a consecuencia de la Guerra Civil y de la represión
política que la siguió». Una simple consulta a su página web pone de manifiesto
que esta inclusión todavía no se ha producido.
33
En similar sentido se pronuncia Margalida Capellà, quien caracteriza el proceso
español bajo la siguiente rúbrica: «Ni verdad ni justicia, sólo reparación y aún a medias». Véa-
se su trabajo «Represión política y Derecho internacional: una perspectiva comparada (1936-
2006), en el volumen colectivo dirigido por Margalida Capellà y David Ginard, Represión
política, justicia y preparación. La memoria histórica en perspectiva jurídica, Plural, Palma de
Mallorca, 2009, p. 234.
la sombra del franquismo es alargada 59
extraño que hoy en España todavía no exista un relato compartido ni una historia
oficial de los crímenes de la dictadura 34.
Es la justicia el segundo de los elementos a satisfacer. Si poco se ha avanzado
en el conocimiento de los hechos, nada es lo alcanzado en términos de justicia. La
impunidad marcada por la Ley de Amnistía del año 1997 se ha mantenido incó-
lume con el paso de los tiempos. Hoy, más de treinta años después, no hay inicia-
tivas que intenten superar esa impunidad, la cual resulta ser una grave violación
del Derecho internacional. Ni legislativas ni judiciales, dándose la curiosa para-
doja de que el único juez que ha intentado llevar a cabo una causa contra los
posibles autores de las graves violaciones de los derechos humanos cometidas
bajo el franquismo se ha visto él mismo sometido a una denuncia por prevarica-
ción. Un proceso de transición en el que ni siquiera los principales responsables
de las atrocidades cometidas responden penalmente por sus hechos no merece ser
calificado como tal.
El elemento en el que más se ha avanzado es en el de la reparación a las
víctimas. Esto es algo que ya se venía haciendo desde el fin de la dictadura.
Sobre todo, a través de pensiones y reconocimiento de indemnizaciones a
personas o colectivos que sufrieron la represión en sus formas variadas. La
Ley de la memoria histórica abunda en este proceso, aun no sin algunas som-
bras como las explicadas en las páginas precedentes. No obstante, subsiste un
déficit importante: la negativa del legislador español —con el acuerdo de los
dos partidos políticos mayoritarios, PSOE y PP— a establecer un procedi-
miento para declarar la nulidad de las sentencias condenatorias. Así se hizo
en Alemania, sin que parezca que se haya producido un quebranto de la segu-
ridad jurídica.
En definitiva, todavía se está lejos de la implementación del conjunto de
políticas públicas que contribuyan a desarrollar esa memoria democrática a que
hace referencia la Ley 35. Una memoria —construida a través de relatos que gene-
34
Cabe también llamar la atención sobre un fenómeno que viene produciéndose en los
últimos tiempos y que afecta de forma grave a ese derecho a saber. Se trata de las dificultades
con las que se encuentran muchos historiadores cuando pretenden utilizar las fuentes orales
en la reconstrucción de la represión franquista. Dificultades que llevan incluso a verse some-
tidos a procesos judiciales al ser demandados por los herederos de quienes participaron en
episodios de la represión y hoy son señalados por quienes los presenciaron. El objetivo es
impedir la utilización de esas fuentes orales -de vital importancia, dada la destrucción de gran
parte de los ficheros y archivos- en la investigación de la represión, de forma que borrado el
pasado, no haya ni culpables ni delitos. Véase un análisis de estos casos y de las diferentes
respuestas judiciales en Espinosa, F., Callar al mensajero. La represión franquista, entre la liber-
tad de información y el derecho al honor, Península, Barcelona, 2009.
35
La Disposición Adicional Tercera de la Ley daba al Gobierno el plazo de un año
desde la entrada en vigor de la ley para establecer «el marco institucional que impulse las
60 Rafael Escudero Alday
1
Bartolomé Clavero, «La gran innovación. Justicia de Estado y de Derecho de
Constitución», in: Johannes-Michael Scholz (Ed.) El tercer poder. Hacia una comprensión
histórica de la justicia contemporánea en España, Frankfurt am Main, 1992, 169–188.
62 Alfons Aragoneses
2
En la mayoría de facultades se sigue impartiendo la asignatura Derecho Natural
hasta mediados de los noventa aunque, en la mayoría de los casos, con un contenido diferen-
te al impartido durante la dictadura.
3
Un exponente importante de esta aproximación al análisis del derecho es la obra más
reciente de Francisco J. Laporta. Vid. especialmente su obra El Imperio de la Ley. Una visión
actual, Madrid, Trotta, 2007. En ella se profundiza en la identificación derecho – ley inten-
tando blindar a aquél de las interferencias de la moral pero impidiendo ver, según mi modo
de ver, como estas interferencias se dan en planos jurídicos no normativos.
Continuidad y discontinuidad del pasado en la justicia del presente 63
4
Serra Cristóbal, R., La guerra de las Cortes. La revisión de la jurisprudencia del
Tribunal Supremo a través del recurso de amparo, Madrid, Tecnos, 1999.
64 Alfons Aragoneses
5
Scholz, J. M., «La compétence judiciaire. Sur l’histoire contemporaine de la justice
espagnole», Scholz, J.M., (ed.), El tercer poder. Hacia una comprensión histórica de la justicia
contemporánea en España, Frankfurt am Main, Vittorio Klostermann, 1992, 297-348.
6
Ibidem, 301.
Continuidad y discontinuidad del pasado en la justicia del presente 65
9
Clavero, B., «Codificación y Constitución: Paradigmas de un Binomio», Quaderni
Fiorentini per la storia del pensiero giuridico moderno, 18 (1989), 79-146.
10
Scholz, J.M., «La compétence judiciaire», op. cit. 327.
11
Scholz, J.M., Gerechtigkeit verwalten. Die Spanische Justiz im Übergang zur Moderne,
Frankfurt am Main, Vittorio Klostermann, 2003, 306 y ss.
Continuidad y discontinuidad del pasado en la justicia del presente 67
Toharia 12 y Johannes Michael Scholz 13, no hay que olvidar que los Jueces y
Magistrados eran reclutados mayoritariamente entre las élites terratenientes
castellanas, andaluzas y extremeñas, que eran formados y seleccionados por los
miembros más veteranos de la Judicatura, que la falta de escuela judicial hacía
que todo joven juez debiese asumir las concepciones del derecho y de la moral
de sus mayores. Estos funcionarios, para conservar su capital social, van a mos-
trar siempre adhesión a los gobernantes. Va a darse por tanto una identificación
entre los valores y principios de la élite social, política y económica y los de la
élite judicial.
No es de extrañar por tanto que el Tribunal Supremo desarrollase una ma-
nera de entender el derecho que excluía los derechos e incluía los valores cató-
licos y conservadores del momento. La Ley orgánica de los Tribunales de 1870
desvincula a los Jueces de los derechos de la Constitución y los somete a la ley.
Pero el Tribunal Supremo no se ve afectado en sus poderes creadores de derecho
por esta ley que tuvo más de un siglo de vigencia y que está considerada como
«base de la fundación de la justicia en tiempo constitucional» 14.
Pese a lo que pudiera parecer, tampoco la aprobación del código civil en
1889 varió en lo sustancial el papel del Tribunal Supremo. Se continuó desarro-
llando la cultura jurídica basada en la tópica y la doctrina legal en algunos casos
se sobrepuso a las normas del joven y despreciado código civil.
El único cambio sustancial en la función del Tribunal Supremo dentro del
sistema jurídico español se llevó a cabo durante la II República. Al introducir
la Constitución de 1931 el Tribunal de Garantías Constitucional se rompió la
posición del Supremo como máximo órgano jurisdiccional. La creación del
Tribunal de Cassació de Catalunya también introdujo límites a la función jurí-
dica pero también social del alto Tribunal.
De manera paralela, la creación de ambas instituciones fue acompañada por
una importante modificación de la composición y funcionamiento del Tribunal
Supremo, cuestión que se entendía como fundamental para cambiar el sistema
jurídico. Se reorganizó en cinco Salas, se proponen una Sala de admisión y otra
de Jurisdicción Militar. Se trata de regular la responsabilidad del Presidente y
del Fiscal del alto tribunal ante el Tribunal de Garantías Constitucionales.
Se abordó además la renovación del personal del Tribunal Supremo. Una
Ley de 8 de septiembre de 1932 permitía la jubilación forzosa de funcionarios.
12
La obra de José Juan Toharia está dedicada a la judicatura en el siglo XX pero las
conclusiones sobre el origen social y territorial de los Jueces puede extenderse al siglo XX.
Toharia, J.J., El juez español. Un análisis sociológico, Madrid, Tecnos, 1975, 64 y ss.
13
Scholz, J.M., Gerechtigkeit verwalten, op. Cit, y «La compétence judiciaire», op. cit.
14
Clavero, B., «Justicia en España. Entre historia y Constitución, historias y consti-
tuciones», Marta Lorente (ed.) De justicia de jueces a justicia de leyes: op. cit, 397-428, 424.
68 Alfons Aragoneses
Quizás por ello fue la organización de la Justicia uno de los puntos en los
que el bando vencedor de la guerra civil tenía los objetivos más claros en 1939.
El Franquismo intentó desde sus inicios reinstaurar el orden jurídico anterior a
1931. Lo hizo recuperando la institución sobre la que pivotase en gran medida
ese orden: el Tribunal Supremo. Este órgano garantizaba con seguridad el re-
greso de la vieja cultura jurídica católico liberal y la vieja e hispana forma de
entender el derecho que incluía valores morales y religiosos.
En 1938 una Ley del Gobierno rebelde reinstaura en zona nacional el Tri-
bunal Supremo y en 1939 su sede es trasladada a Madrid. Será su Presidente un
prestigioso jurista representante de la vieja y tradicional escuela: don Felipe
Clemente de Diego, Catedrático de derecho civil y antiguo Consejero Nacional
en tiempos de Primo de Rivera, el cual personifica la continuidad del viejo de-
recho en el nuevo Estado español personificada.
Así las cosas, no es de extrañar que los primeros Ministros de Justicia del
nuevo régimen viniesen de las filas carlistas. Los tradicionalistas eran los mejor
indicados para reinstaurar el orden jurídico anterior a 1931 como elemento
15
De ello da buena cuenta Juan Francisco Laso Gaite quien habla de estas jubilaciones
como un intento de «republicanizar la Justicia». Laso Gaite, J.F., «Aportación a la historia del
Tribunal Supremo de España», Revista General de Legislación y Jurisprudencia, 1969. 3-72, 15.
Continuidad y discontinuidad del pasado en la justicia del presente 69
capital para la restauración del orden natural de las cosas en lo moral, lo social
y lo político. Y ello se conseguiría sin grandes reformas pero recuperando per-
sonas y discursos de la Dictadura primorriverista y de la Restauración borbóni-
ca y recuperando el papel preeminente del Tribunal Supremo.
Uno de los momentos cruciales de esta restauración es el discurso que Fe-
lipe Clemente de Diego pronunció en 1939 en la apertura del año judicial 16. En
realidad este discurso inaugura no uno sino cuarenta años, abriendo el año ju-
dicial pero también una nueva forma de entender el derecho que, en realidad,
es vieja. Este texto, de 85 páginas recoge los elementos básicos del nuevo orden
jurídico y también del nuevo orden judicial, configurándose como todo un pro-
grama del desarrollo jurídico franquista en un momento constitutivo del nuevo
orden.
De entre los contenidos del discurso del profesor Clemente de Diego seña-
laría los siguientes elementos, no solamente por su importancia en el texto sino
porque van a ser aplicados a la realidad jurídica durante las décadas siguientes.
En primer lugar la continua referencia a conceptos morales y religiosos. Se
habla de valores eternos, se subraya la importancia de La Justicia, en mayúsculas,
sobre la administración de justicia o sobre el derecho. «Es muy débil la luz de la
razón humana abandonada a sí misma. (…) La separación funesta de Moral y
Derecho dejó en los espíritus angustia» escribe el jurista 17.
En segundo lugar se da una defensa de un legalismo iusnaturalista, si se me
permite la expresión. El juez, según Clemente de Diego, debía aplicar la ley y
agotarla. Pero para ello debía tener en cuenta que «la Ley comprende, además
de su dicción, además del pensamiento en ella expresado por sus fórmulas, todo
el aparato espiritual de concepciones y de ideación que presidiera su redacción,
todo el conjunto de ideas fundamentales y de principios de que fluyeron las
declaraciones legislativas concretamente hechas en el texto legal, de tal suerte
que mientras no se agote la fecundidad de estos elementos no se entenderá
agotada la Ley misma» 18.
En tercer lugar destacaría la importancia en el discurso de la creación judi-
cial del derecho en general y de la doctrina legal en particular. Clemente de
Diego rechaza la ley como única fuente del derecho que sujeta a jueces y ma-
gistrados. Estos debían tener un papel preeminente en la aplicación y en la
creación de normas.
16
Clemente de Diego, F., Solemne discurso de apertura del año judicial, Madrid,
1939.
17
Ibidem, 64.
18
Ibidem, 19.
70 Alfons Aragoneses
19
Bastida, F.J., Jueces y Franquismo. El pensamiento político del Tribunal Supremo en la
Dictadura, Barcelona, Ariel, 1986.
20
Son casos que extraigo de la obra de Pérez Ruiz, C., La argumentación moral del
Tribunal Supremo. 1940-1975, Madrid, Tecnos, 1987.
21
Me refiero al libro Viehweg, T., Tópica y Jurisprudencia, Madrid, Taurus, 1964. El
romanista Juan Miquel descubrió el libro y se lo envía a García de Enterría quien, entusias-
mado, lo manda traducir y editar siendo un enorme éxito su publicación. Conozco este episo-
dio gracias a Johannes Michael Scholz y a Antonio Fernández de Buján.
Continuidad y discontinuidad del pasado en la justicia del presente 71
Vence la Justicia no independiente del poder político y formada por Jueces más
celosos de su «aparente apoliticismo que de su independencia», por volver a
citar a Tomás y Valiente 22.
Retomar la historia del Tribunal Supremo bajo el Franquismo es necesario
para evitar caer en un lugar recurrente de determinadas aproximaciones al de-
recho y a la justicia del Franquismo han puesto el acento en la jurisdicción ex-
traordinaria: el Tribunal de Orden Público, el Tribunal de Represión de la
Masonería y el Comunismo, el Tribunal de Responsabilidades Políticas. Sin
quitarles importancia a estos instrumentos represores me gustaría señalar que
sin un tribunal Supremo y unos Tribunales ordinarios que implementasen este
nuevo modelo jurídico no se habrían llevado a cabo las aberraciones jurídicas
del Franquismo.
Volviendo así al punto de partida, el recorrido realizado por la historia del
Tribunal Supremo nos indica que el verdadero problema de la cultura jurídica
española no está tanto en la pervivencia de las sentencias de los tribunales ex-
traordinarios del Franquismo sino en la pervivencia de trazas de esta vieja cul-
tura jurídica que se refuerza y se reproduce a lo largo de cuarenta años. Las
sentencias judiciales del Franquismo podían haber sido eliminadas por una ley
y podrán ser anuladas en el futuro si existe voluntad política para ello, pero los
comportamientos y hábitos del pasado no se eliminan únicamente con leyes.
22
Tomás y Valiente, F., Poder judicial y Tribunal Constitucional. Escritos sobre y desde
el Tribunal Constitucional, Madrid 1993, s. 66.
72 Alfons Aragoneses
23
Martín-Retortillo, L., Materiales para una Constitución, Madrid, 1984, p. 306
citado por Serra Cristóbal, R., La guerra de las Cortes. La revisión de la jurisprudencia del
Tribunal Supremo a través del recurso de amparo, op cit., 42. Curiosamente, como señala Serra
Cristóbal, Martín Retortillo y otros administrativistas cuestionaron el recurso de amparo
constitucional al considerar que el Poder Judicial podía tener encomendada esta función.
Continuidad y discontinuidad del pasado en la justicia del presente 73
24
«El Tribunal Supremo apela al poder moderador del Rey contra un fallo del Cons-
titucional», El País, 04.02.1994.
74 Alfons Aragoneses
25
«La Sala Civil del Supremo se echa atrás en su intención de apelar al Rey, El País,
08.02.1994.
26
Tomás y Valiente, F., «Juzgar, arbitrar, legislar», El País, 11.02.1994.
27
«Tomás y Valiente defiende que el Constitucional prevalezca sobre los jueces», El
País, 14.10.2004.
28
Tomás y Valiente, F., «Prólogo», Fernández Farreres, G., El recurso de amparo
según la jurisprudencia constitucional. Comentarios al Título III de la LOTC, Madrid, 1994, Mar-
cial Pons, 5-8, 5
29
En «Diario 16», 04.02.2995. Citado por Rosario Serra, La guerra de las Cortes, op.
Cit. 21.
30
Rubio y Llorente, «Supremo no hay más que uno pero no es el verdadero», Diario
16, 04.02.1995. Citado por Rosario Serra Cristóbal, op. Cit.
Continuidad y discontinuidad del pasado en la justicia del presente 75
Pero al cabo de unos años podemos comprobar que estos conflictos conti-
núan, lo que muestra lo insuficiente de la aproximación normativista de estos
autores. Recordemos el caso de la mesa de Herri Batasuna en 1998. Los 22
miembros de ese partido político son encarcelados por haber cometido apología
del terrorismo al ceder supuestamente sus espacios de propaganda electoral a
unos supuestos miembros de la organización ETA. El Supremo confirmó la
sentencia de la Audiencia Nacional pero al cabo de unos meses, en junio de
1999, el Tribunal Constitucional consideró la condena desproporcionada y li-
bera a los políticos vascos 31.
También en 1999 se da dentro de esta guerra de cortes un caso curioso. El
Tribunal Constitucional anuló una sentencia del Supremo que casaba una de la
Audiencia de Barcelona en el conocido como «caso Preysler» 32. La Sala Civil
del Supremo acató la sentencia del constitucional «por imperativo legal», expre-
sión insólita entre Magistrados del Tribunal Supremo. Se da además la circuns-
tancia de que esta expresión, «por imperativo legal», había sido objeto de un
pronunciamiento del Constitucional en los ochenta. El Constitucional, presidi-
do por Tomás y Valiente, había validado esta fórmula para el juramento de la
Constitución de los parlamentarios.
Sin ánimo de ser exhaustivo querría citar un último capítulo de este inter-
minable conflicto: el que se abre cuando la Sala de lo Civil del Tribunal Supre-
mo conoce de una demanda contra el Constitucional por la supuesta irregula-
ridad en la contratación de Letrados 33.
En definitiva debe reconocerse que los ejemplos de esta guerra de cortes son
múltiples y no han acabado: Todo lo contrario; con los años los conflictos se
agravan y se percibe un intento por parte del Tribunal Supremo de ganar peso
en el entramado jurídico-institucional español. A esto ayuda el hecho de que el
Presidente del Supremo lo sea a su vez del Consejo General del Poder Judicial.
Pero en algunos casos es el propio Supremo el que se enfrenta bien al Tribunal
Constitucional bien al Ejecutivo, como sucedió en 2002, cuando el Supremo
protestó porque en la Ley de Presupuestos Generales su partida no estaba con
la de los órganos constitucionales 34. Se han dado desde entonces otros choques
y se ha dado también un aumento de las reivindicaciones del Consejo General
31
«El Constitucional anuló la sentencia de la Mesa de HB por la desproporción de la
pena», El País, 22.07.1999
32
«El Supremo se enfrenta al Constitucional por una indemnización a Preysler», El
País, 06.11.2001
33
«La Sala Civil del Supremo en pleno verá una demanda contra 11 jueces del Cons-
titucional», El País, 01.02.2003
34
«El Supremo protesta al Ejecutivo por no darle rango de órgano constitucional», El
País, 16.10.2002.
76 Alfons Aragoneses
35
El presidente del Poder Judicial expresa su «seria preocupación» por la reforma del
estatuto catalán», El País, 03.10.2005.
36
Vid. El discurso de Javier Delgado Barrio como Presidente del Tribunal Supremo y del
Consejo General del Poder Judicial en la inauguración del año judicial 2000: Del modo de arreglar
la Justicia, Madrid, Tribunal Supremo 2000. Reivindica Delgado Barrio la trascendencia constitu-
cional de la actividad del Supremo y, en la parte final del discurso, intenta limitar y quitar peso a la
competencia del Constitucional en materia de derechos y libertades. Vid p. XXIX y ss.
37
Tomás y Valiente, F., «Prólogo» en Fernández Farreres, G., op. Cit., 6.
38
Viver Pi i Sunyer C., «Diagnóstico para una reforma», in Pérez Tremps, P., La
reforma del recurso de amparo, Valencia, 2004, 17-29, 38; Aragón Reyes, M., «Problemas del
recurso de amparo», in Pérez Tremps, P., op. Cit. 145-175, 168.I
Continuidad y discontinuidad del pasado en la justicia del presente 77
de admisión/inadmisión a trámite del alto tribunal que, entre otras razones por
la falta de transparencia de los criterios usados no es un mecanismo efectivo que
permita a los recurrentes determinar la trascendencia o intrascendencia consti-
tucional de sus casos.
Muchas han sido las soluciones propuestas pero prácticamente ninguna
apunta a la verdadera clave del problema: un sistema de selección y evaluación
de los jueces que permite la reproducción de hábitos y comportamientos de
épocas preconstitucionales. Hábitos que conserva especialmente el Tribunal
Supremo.
39
Boaventura de Sousa Santos, «The Heterogeneous State and Legal Pluralism in
Mozambique», Law & Society Review, 40 (1986), 1, 39-75.
78 Alfons Aragoneses
cer en 1939 el bando franquista, que llevará hasta el extremo la vieja cultura
jurídica tópica e impregnada de iusnaturalismo.
La Constitución de 1978 instaura un Estado de derecho pero su desarrollo
es compatible con la pervivencia de comportamientos del pasado que provocan
choques entre instituciones que, en realidad, lo son entre diferentes culturas
jurídicas.
Una interpretación puramente normativista de estos fenómenos dejará in-
tacto el núcleo del problema, a saber: un sistema de selección y formación de
Jueces en manos mayoritariamente de Magistrados conservadores y que, pese al
periodo de memorización y oposición, continúa basándose en un «learning by
doing» que deja en manos de las generaciones de jueces mayores la modulación
de las capacidades de lo jóvenes jueces. Gracias a este sistema perviven actitudes,
comportamientos y gestos del pasado en un sistema plenamente constitucional
normativamente hablando.
Resulta significativo que la única vez que se ha planteado una reforma ra-
dical de este sistema de selección y formación de jueces para equipararla a los
sistemas de otros países e incluso a los de empresas privadas las asociaciones de
jueces y partidos conservadores hayan hecho de este tema, aparentemente téc-
nico, un casus belli.
En la formación y selección de Jueces y Magistrados está, en mi opinión, el
futuro del palimpsesto jurídico hispano. De ella depende la pervivencia de com-
portamientos del pasado o su sustitución por un modelo más fiel a la concepción
que en los sistemas jurídicos de nuestro entorno se tiene de la normatividad de
la Constitución y de los derechos y libertades.
Génesis y estructura
del «nuevo» Estado (1933-1945) 1
Sebastián Martín
Profesor de Historia del Derecho
Universidad de Sevilla
1. Introducción
1
Proyectos HICOES III, ref. SEJ2007-66448-C02-01, y DER-2008-03060.
80 Sebastián Martín
tiene su propia cronología, que cada tema cuenta con una cadencia inmanente
que habría de ser revelada, en muy primer término, por la investigación cientí-
fica, esto es, por el estudio que se atiene y entrega al objeto que examina en
lugar de dedicarse a reproducir parámetros trascendentes y vacíos 2.
Como se ha indicado, otra de las prácticas historiográficas habituales es
aquella de estirpe idealista que consiste en colocarse en el terreno de los prin-
cipios abstractos en vez de en la arena de los hechos concretos. En este sentido,
no es infrecuente encontrarse con repasos de la historia política moderna y
contemporánea articulados en torno a la oposición entre modernidad y antimo-
dernidad, liberalismo u opresión. Me refiero a relatos realizados en nombre del
racionalismo que bien poco favor hacen a la razón, pues parecen inspirados en
un providencialismo invertido: reemplazan la historia de la salvación por una
historia de la inexorable y paulatina implantación del logos, a despecho siempre
de una historia de hombres que actúan en virtud de representaciones, voluntades
y estrategias concretas cuyo resultado final es cuanto poco impredecible.
Tanto epistemológicas como políticas son las consecuencias de este tipo de
reconstrucciones racionalistas: al colocarse en el ámbito de los principios abs-
tractos, tienden a minimizar, o hasta ocultar, aquello que desmiente su vigencia
o que altera su sentido, suministrando en consecuencia un cuadro sesgado, par-
cial e incompleto del pasado 3 y sustrayendo así a la razón científica toda posi-
bilidad de realización plena y desprejuiciada. Por otra parte, al considerar de
modo voluntarista, sustituyendo la realidad por el deseo, los ejemplos históricos
2
En el caso de la historia contemporánea, he tratado de hacer lo propio con el perío-
do denominado II República, el cual, desde el punto de vista jurídico, comprendió al menos
tres declinaciones que no pueden sin más subsumirse bajo una misma etiqueta. De este modo
—del modo histórico-jurídico que atiende a la estructura del Estado— no sólo cabe identifi-
car un período antirrepublicano (1934-1936) y otro extrarrepublicano (1936-1939), sino
también cabe afirmar que la II República no existió entre nosotros sino como proyecto cuajado
en una ínfima proporción. Desde esta perspectiva, como se sostendrá más adelante, se desva-
nece el equívoco de atribuir males a la lógica republicana cuando en rigor pertenecían o bien
a la tradición política excluyente que ésta trataba de rectificar o bien a las decisiones adoptadas
en la etapa antirrepublicana. Vid. para ello Sebastián Martín, «Lo Stato nella Spagna degli
anni Trenta: dalla Costituzione repubblicana alla ditattura franchista», en Guido Melis (a
cura di), Lo Stato negli anni Trenta: Istituzioni e regimi fascisti in Europa, Bologna, Il Mulino,
2008, pp. 71-90. También intento ensayar la cronología interna del derecho político español
en el primer epígrafe de «Actualidad del derecho político: antologías, reediciones e iniciativas
de recuperación de una disciplina jurídica histórica», en CIAN 11 (2008), pp. 143-216.
3
Se celebra así como arranque de una etapa de realización de la libertad individual y
de protección de todos los derechos lo que en realidad suponía la constitución de la sociedad
por una minoría sexista, racista, esclavista, colonialista y opresora. Para deshacer equívocos tan
arraigados como mitos, vid. Bartolomé Clavero, El Orden de los poderes. Historias Constitu-
yentes de la Trinidad Constitucional, Madrid, Trotta, 2007.
Génesis y estructura del «nuevo» estado 81
4
En este punto es paradigmática la concepción del fascismo sostenida por Benedetto
Croce como «paréntesis histórico». Cf. Alessandro Somma, I giuristi e l’Asse culturale Roma-
Berlino: economía e política nel diritto fascista e nacionalsocialista, Frankfurt a.M., Klostermann,
2005.
5
Ya sea ésta celebrada, como apertura a lo impredecible, o conjurada, en el permanen-
te intento de racionalizar la vida poniéndola «a salvo de la fortuna»: cf. Martha Nussbaum,
La fragilidad del bien: fortuna y ética en la tragedia y la filosofía griega, Madrid, Visor, 1995 (trad.
Antonio Ballesteros).
6
«En sí mismas las reglas están vacías, son violentas, no tienen finalidad; están hechas
para servir a esto o aquello. El gran juego de la historia es quién se adueñará de las reglas, quién
ocupará la plaza de aquellos que las utilizan, quién se disfrazará para pervertirlas, utilizarlas a
contrapelo», Michel Foucault, «Nietzsche, la genealogía, la historia» (1971), en Id., Microfí-
sica del poder, Madrid, La Piqueta, 19923, pp. 7-31, pp. 18-19. Un buen ejemplo de compren-
sión de la historia moderna —de la época «clásica», por expresarlo en sus propios términos—
como lucha de cosmovisiones (o «razas») entre sí indisolubles lo ofrece el mismo Foucault,
Hay que defender la sociedad. Curso del Collège de France (1975-1976), Madrid, Akal, 2003.
7
Friedrich Nietzsche, Aurora. Pensamientos sobre los prejuicios morales, Madrid, Bi-
blioteca Nueva, 2000 (trad. Germán Cano), p. 138, en un aforismo titulado precisamente «Del
reino de la libertad» y en una página donde también se encuentra su aforismo sobre la «Razón»:
«¿Cómo vino la razón al mundo? De un modo irracional como es obvio: por azar».
82 Sebastián Martín
8
Marta Lorente, Carlos Garriga, Cádiz, 1812. La Constitución jurisdiccional, Ma-
drid, CEPC, 2007, p. 21.
9
Precisamente en contra de la habitual confrontación abstracta entre un tenebroso
Antiguo Régimen y un liberador y éticamente impecable constitucionalismo planteaba Tomás
y Valiente una materialista «historia de hombres e intenciones, en definitiva, una historia que
lo fuera comprensiva de los intereses políticos y socioeconómicos de aquellos que desmante-
laron normativamente el Antiguo Régimen», según nos la describe Marta Lorente, «Regla-
mento provisional y administración de justicia (1833-1838)», en Johannes-Michael Scholz,
El tercer poder. Hacia una comprensión histórica de la justicia contemporánea en España, Frankfurt
a.M., Klostermann, 1992, pp. 215-295, p. 221 n. 27.
10
Para esta última lectura, cf. Dalmacio Negro, Sobre el Estado en España, Madrid,
Marcial Pons, 2007. Si el Estado se concibe como estructura integradora que canaliza de-
cisiones de orden colectivo, entonces el primer intento, frustrado por otra parte, fue el re-
publicano; si para calificar una organización política de Estado basta con que mantenga el
orden público, aun vulnerando derechos y aun siendo la cobertura institucional —excluyen-
te y revestida de principios morales o religiosos aparentemente universales— de una mino-
ría, entonces el Estado español arranca en los años 1830 y el franquismo no es más que el
corolario.
Génesis y estructura del «nuevo» estado 83
2. Génesis
La guerra civil, y con ella el montaje del nuevo Estado, re-comenzó a fines
de 1933. Exactamente, en la fecha de la victoria electoral derechista. En realidad,
para ser precisos, los orígenes de la guerra civil y del consiguiente proyecto de
Estado sostenido por una de las partes contendientes pueden situarse en tres
etapas sucesivas: un origen remoto, un origen próximo y un origen inmediato.
No debe entenderse esta mención a los orígenes, desde luego, como una refe-
rencia a causas mecanicistas que se hunden en el pasado más lejano y determi-
nan inexorablemente los acontecimientos futuros, sino más bien como la indi-
cación, a mi juicio insoslayable, de que el nacional-catolicismo como ideología
y el autoritarismo excluyente de determinados sectores sociales como práctica
no era en absoluto una novedad histórica radical, sino la expresión de una rea-
lidad que arrancó con anterioridad 11 y que venía impulsada por grupos sociales
determinados que profesaban, en sentido lato, una militancia liberal-conserva-
dora 12.
Para aclarar esta colocación histórica, además de prevenirnos frente a lec-
turas fatalistas y teleológicas, hay que reformular el concepto de guerra civil y
llevarlo más allá de su habitual definición oficialista. No se trata de la muy per-
tinente acotación del estado de guerra, mantenido en España desde 1936 hasta
1948 13, con todas las consecuencias represivas que ello implicaba. Me refiero
11
Ya Manuel Tuñón de Lara se refirió a unos «Orígenes lejanos y próximos» de la
guerra civil en Id. et. al. (eds.), La guerra civil española 50 años después, Barcelona, Labor, 19862,
pp. 7-42, arrancando sin embargo con «el desplome», sucedido entre 1900 y 1914, «de la es-
cala de valores en que se sustentaba el bloque dominante durante el siglo xix» (p. 12).
12
Cf. José Antonio González Casanova, La derecha contra el Estado. El liberalismo
autoritario en España, 1833-2008, Madrid, Milenio, 2009.
13
Lo recuerda, entre otros, Alberto Reig Tapia, La cruzada de 1936, Madrid, Alianza,
2006, p. 22, quien también distingue entre «orígenes difusos» y un «desencadenante» final (pp.
89-109), aunque partiendo del errado principio a tenor del cual «para explicar los anteceden-
tes históricos de la guerra, todo lo que sea rastrear más allá de la crisis de 1917 es incurrir en
‘crimen’ de lesa pedagogía», p. 95. A mi entender, no sobra en una explicación de la guerra el
recuerdo de que la militarización del Estado, el discurso nacional-católico, la centralidad ex-
cluyente de la propiedad y la dimensión principalmente ejecutiva del poder público venían de
un siglo atrás.
84 Sebastián Martín
más bien a la necesidad de ensayar un concepto de guerra civil que permita dar
cuenta de una situación social, no solo legal, en la que dos sectores de la sociedad
combaten mediante la violencia con el fin de apoderarse de las instituciones —o
de destruirlas— para gobernar en solitario y materializar de modo excluyente
sus pretensiones políticas 14. Resulta además indiferente a este respecto si las
manifestaciones de violencia proceden de organismos aparentemente públicos,
pero instituidos con fines de protección de una minoría privada, o bien se loca-
lizan en la misma sociedad civil mediante rebeliones y actos sediciosos. Al igual
que resulta irrelevante que junto al estado o la situación fáctica de guerra exista
un estado o situación de aparente normalidad que permita el funcionamiento
rutinario de las instituciones, pudiendo incluso sostenerse que la articulación de
tal normalidad institucional depende de esa batalla que se libra con los supues-
tos enemigos en el exterior del Estado (oficial) 15. Hago en concreto referencia
a un estado de suspensión de la política, entendida ésta no como el arte econó-
mico de gestionar intereses privados sino como el arte de canalizar pacíficamen-
te la estructura polémica de la sociedad, de regular los inevitables y enriquece-
dores antagonismos para que confluyan instantánea y transitoriamente desde el
respeto a su mutua diferencia. Y durante la guerra civil la política se halla sus-
pendida no solo porque sea la violencia el medio para imponer los propios fines,
sino también porque se plantean éstos de modo excluyente, es decir, con expre-
sa proscripción de otros proyectos sociopolíticos bajo la excusa de que no se
corresponden con la naturaleza humana o la esencia nacional, destierro cuya
consecuencia más evidente es la condena de los sectores que apoyan tales pro-
yectos a servirse de la violencia para intentar realizarlos.
La guerra civil, pues, cabe entenderla como situación histórica en la que se
ha olvidado que «ninguna armonía será abstracta superación de la diferencia, y
que ninguna diferencia resulta sostenible como abstracta negación de la
14
Evidentemente, nada tiene que ver esta lectura con la interpretación revisionista de
Ernst Nolte, La guerra civil europea, 1917-1945, México, FCE, 1994, que justifica la reacción
totalitaria frente a quienes luchaban por derechos legítimos con descarada ocultación de los
antecedentes, que se remontaban más allá de 1917, y grave postergación del alcance integrador
de los mecanismos constitucionales ensayados desde 1919, los cuales, mal que pese a algunos,
componen el antecedente de nuestros cada vez más frágiles Estados constitucionales. Aunque
esté más próximo a sus planteamientos, tampoco supera la limitación cronológica ni la con-
cepción convencional del estado de guerra —aquella que no integra la batalla del Estado li-
beral contra sus enemigos—, Enzo Traverso, A ferro e fuoco. La guerra civile europea 1914-
1945, Bologna, Il Mulino, 2007, autor que me descubre Marcial Sánchez Mosquera.
15
Vid. sobre el particular la ya famosa aportación de Giorgio Agamben, Homo sacer. Il
potere sovrano e la nuda vita, Torino, Einaudi, 20088.
Génesis y estructura del «nuevo» estado 85
El origen remoto del nuevo Estado oscila entre el andamiaje del Estado
liberal de la época moderada y su consolidación en tiempos de la Restauración 17.
16
Por expresarlo en términos de Massimo Cacciari, Geofilosofia dell’Europa, Milano,
Adelphi, 20034, p. 25.
17
«Repulsa del poder constituyente, pathos de la Administración, legitimidad histórica
del monarca (co)soberano y consiguiente presencia de una cámara de notables pendiente de
la Corona, tendencia antiparlamentaria en la legislación, sumisión administrativa de la justicia,
irrelevancia política de las corporaciones municipales, atención a los poderes estatales con
sacrificio de los derechos individuales», éstas y otras más fueron las características del por
entonces recién implantado Estado liberal: vid. Carlos Petit, «1848: tranquilidad constitu-
cional de España», Historia Constitucional 2 (2001), §17 —http://hc.rediris.es/02/Numero02.
html—.
86 Sebastián Martín
18
Lo decisivo, desde luego, para examinar el montaje del Estado liberal no son tanto
los superficiales vaivenes constitucionales (1837-1845-1856), cuanto las decisiones y normas
extraconstitucionales que lo articulaban efectivamente. En este punto, resulta esclarecedor
Bartolomé Clavero, Manual de historia constitucional de España, Madrid, Alianza, 1989. Para
algunos de los extremos aludidos, puede consultarse Francisco Cánovas Sánchez, El partido
moderado, Madrid, CEC, 1982, pp. 247-344, sobre la «base social» y los «principios ideológicos
del moderantismo»; Diego López Garrido, La guardia civil y los orígenes del Estado centralis-
ta, Madrid, Alianza, 20042, pp. 82-100 y 115-137; Alejandro Nieto, Los primeros pasos del
Estado constitucional. Historia administrativa de la Regencia de María Cristina, Barcelona, Ariel,
2006, con pertinente rectificación del título en el desarrollo: «el Estado de la regencia fue un
Estado seudoconstitucional en el que la Constitución nunca fue respetada», «el Estado liberal
fue un Estado clasista: prácticamente un Estado de propietarios tutelado por el ejército», pp. 48-68;
Carlos Seco Serrano, Militarismo y civilismo en la España contemporánea, Madrid, IEA, 1984,
pp. 71-137 y 181-253, con tesis controvertible acerca del «civilismo de la Restauración» (pp.
195-199); y el libro de obligada consulta de Manuel Ballbé, Orden público y militarismo en la
España constitucional, Madrid, Alianza, 19852, pp. 103-192.
19
«Los llamados moderados tuvieron el gobierno bajo un régimen prácticamente de
dictadura durante estos diez años (1844-1854)», Adolfo Posada, La nouvelle Constitution
espagnole, París, 1932, p. 41, cit. por Ballbé, Orden público cit. (n. 17), p. 135.
20
Como se dirá más adelante, se trata en sustancia de no comprender el franquismo
según la imagen que éste fabricó de sí mismo como ruptura con el siglo liberal y engarce con
Génesis y estructura del «nuevo» estado 87
la tradición imperial. Y se trata también de, por un lado, desmitificar el modelo decimonóni-
co, en el que las menciones a la soberanía nacional bien podían ser de tono organicista y tra-
dicional, y por otro, de hallar en consecuencia el estrecho vínculo que enlazaba tal modelo con
el franquismo. De no operar de este modo, terminamos creyendo que «en el franquismo, la
legitimación […] prescinde de tres siglos de Historia, especialmente de todo el siglo XIX que
es naturalmente el único durante el cual la vida política española estuvo organizada, aunque
con graves quiebras, sobre el principio de la soberanía nacional», Francisco Rubio Llorente,
La forma del poder. Estudios sobre la Constitución, Madrid, CEC, 1993, p. 42. En idéntico sen-
tido, vid. Joaquín Varela Suanzes, «Leyes fundamentales y democracia orgánica. Aproxima-
ción al ordenamiento jurídico-político franquista», en Federico Fernández-Crehuet, An-
tónio M. Hespanha (Hg.), Franquismus und Salazarismus: Legitimation durch Diktatur?,
Frankfurt a.M., Klostermann, 2008, pp. 197-198.
21
Basta con acudir a las autoridades para comprobarlo: «La doctrina de la igualdad
[…] ¿no llevará a condenar las distinciones de amo y sirviente […] de ricos y pobres?», «para
asegurar [la propiedad] es para lo que sirve principalmente lo que se llama gobierno», «aun
adoptados los principios más favorables al poder popular, todavía el monarca es representante
de la nación», Antonio Alcalá Galiano, Lecciones de Derecho político, Madrid, CEC, 1984,
pp. 65, 67 y 106. Al respecto puede consultarse Raquel Sánchez García, Alcalá Galiano y el
liberalismo español, Madrid, CEPC, 2005, especialmente pp. 275-296. Y si bien es cierto que
una idea de nación orgánica y católica no apareció hasta más tarde, pues para los conservado-
res nacionalismo equivalía a soberanía popular (vid. José Álvarez Junco, Mater Dolorosa. La
idea de España en el siglo XIX, Madrid, Taurus, 20059, pp. 350-381), no lo es menos que a
partir de los años cincuenta tal concepción historicista y religiosa de lo nacional comienza a
estar en la base de la legitimación del Estado: Martín, «Actualidad del derecho político» cit.
(n. 1), pp. 234-235, sobre Manuel Colmeiro, y, para una localización más general, Álvarez
Junco, ob. cit., pp. 395 y 405.
22
Antonio Rivera, Reacción y revolución en la España liberal, Madrid, Biblioteca Nue-
va, 2006, pp. 115 ss.
88 Sebastián Martín
Aun siendo vislumbrado con antelación por Donoso Cortés 23, para la agni-
ción de los enemigos contra los que se alzará en último y rotundo lugar el fran-
quismo hay que esperar algunas décadas. No se crea, sin embargo, que no circu-
laban ya en la sociedad desde los años cincuenta movimientos sociales no
inscritos del todo en la dialéctica entre el liberalismo y la reacción 24. Lo que
ocurría es que para un sector de la sociedad que pretendía universalizar sus as-
piraciones particularistas hasta el punto de autodefinirse como el pueblo o la
nación en su totalidad resultaba impensable que otros sectores, compuestos
fundamentalmente de trabajadores y mujeres y sometidos por imperativo de la
tradición al orden doméstico, pudieran gozar de cualquier tipo de libertad civil
y política. Era un punto que solo estaba en cuestión por la mala conciencia de
los partidarios del nuevo régimen, sabedores de que en última instancia resul-
taba contradictorio proclamar la libertad individual y negarla al mismo tiempo
a la mayoría de la sociedad.
Mucho más por el empuje práctico (internacional) de los sectores afectados
que por esta aparente aporía teórica, la situación se hizo de veras insostenible y
los estratos «subordinados» 25 fueron cobrando cada vez mayor dimensión polí-
tica. En España, su relevancia, antes que al reconocimiento de ciertos derechos
en la Constitución del Sexenio, que miraba mucho más a Norteamérica que a
las pasadas revoluciones europeas 26, se debió, como en tantas otras ocasiones, a
la unión contra la adversidad, encarnada esta vez por el régimen político poste-
rior. Acontecerá, en efecto, durante la Restauración, la irrupción, por una parte,
de los enemigos económicos y morales de la ortodoxia católico-liberal, y por
23
Juan Donoso Cortés, Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo, Madrid,
M. de Rivadeneyra, 1851.
24
Movimientos que empiezan a coagularse precisamente a causa de los acontecimien-
tos europeos del cuarenta y ocho: vid. Sonsoles Cabeza Sánchez-Albornoz, Los sucesos de
1848 en España, Madrid, FUE, 1981, pp. 43-46, 77-86 y 92-101, y la más documentada tesis
de Salvador Sánchez Pargo, La revolución de 1848 en España, Madrid, 1985, II, pp. 593 ss.
Como testimonio coetáneo puede verse Andrés Borrego, De la situación y de los intereses de
España en el movimiento reformador de Europa, Madrid, Imp. Francisco Andrés, 1848, para
quien los motines madrileños eran consecuencia de un sistema caracterizado por impedir la
realización del programa más progresista «por medios constitucionales», pp. 66-67.
25
Así los denomina con acierto Eduardo González Calleja, La razón de la fuerza.
Orden público, subversión y violencia política en la España de la Restauración (1875-1917), Ma-
drid, CSIC, 1998, «Cap. 4. Las primeras actitudes de rebeldía de las clases subordinadas».
26
Para la posición de los derechos en el período, cf. Carmen Serván, Laboratorio cons-
titucional en España: el individuo y el ordenamiento, 1868-1873, Madrid, CEPC, 2005, echán-
dose en falta la vinculación entre los derechos proclamados —libertad, propiedad, seguridad—
y los preteridos pese al precedente de 1848.
Génesis y estructura del «nuevo» estado 89
otra, de los enemigos de la patria 27, a lo que se suma una institución del ejérci-
to en la que se le atribuye como misión, entre otras, la de defender la patria
frente a los «enemigos exteriores é interiores» (L. 29 noviembre 1878). Anar-
quismo, sindicalismo y separatismos, así como parte de la burguesía progresista
y republicana, pasaron a constituir el bloque social contra el cual continuó ir-
guiéndose un Estado oficial en línea de continuidad respecto del entramado
institucional moderado, al que perfeccionó principalmente en su labor codifica-
dora y reglamentadora de los derechos. A partir de este momento, la situación
sustancial de guerra es ya evidente y enfrenta a fuerzas que con frecuencia re-
curren a la violencia porque les está vedada toda inserción activa en los centros
decisorios 28 y a los sectores oligárquicos que, amparándose en la supuesta inmu-
tabilidad del orden católico-liberal y en categorías darwinistas que pretenden
sustraer toda humanidad a los enemigos, ejercen asimismo una violencia des-
piadada e implacable desde la intervención punitiva y la política de orden pú-
blico, bastando recordar a este respecto las leyes para la represión del anarquis-
mo, la ley de jurisdicciones, la tristemente famosa ley de fugas o el terrorismo
caciquil y de Estado ejecutado por el Somatén 29.
Poca duda cabe de que, en efecto, nos encontramos frente a una guerra civil
algo más que larvada en la que una de las partes detenta el monopolio del Es-
tado basándose en el carácter intangible de los valores católicos, nacionales y
liberales que éste supuestamente ha de institucionalizar y defender. Solo desde
un voluntarismo anacrónico puede presentarse esta confrontación como la lucha
del Estado —que en puridad no lo es tal cuando deja de ser universal— contra
el terrorismo anarquista o sindicalista, cuando en realidad se daba entre una
minoría que manejaba los resortes del poder y otras minorías que no contaban
27
Cf. Sebastián Martín, «Criminalidad política y peligrosidad social en la España
contemporánea, 1870-1970», en Quaderni Fiorentini XXXVIII (2009), pp. 861-951, donde se
resalta que la enemistad no era privativa de anarquistas y sindicalistas, extendiéndose asimis-
mo a la burguesía progresista. Entiendo por ortodoxia católico-liberal aquella doctrina (teó-
rica y práctica) que promueve el individualismo propietario propio del liberalismo capitalista
e inmuniza su carácter disolvente apelando como fuentes de unidad a las categorías supues-
tamente cohesivas, y en nuestro caso parejas, del nacionalismo español y la religión católica.
28
Sólo si se contempla el Estado de la Restauración en contraste con el régimen mo-
derado puede sostenerse que supuso «la aceptación del adversario», esto es, sólo si se restringe
la política española a la polémica familiar entre liberales conservadores y progresistas y, en
consecuencia, se comparten las exclusiones del sistema canovista, tiene sentido pensar que éste
fue integrador: vid. como prueba Carlos Dardé, La aceptación del adversario. Política y políticos
de la Restauración 1875-1900, Madrid, Biblioteca Nueva, 2003.
29
Sobre todo ello trato en «Criminalidad política» cit. (n. 26). Vid., para el Somatén y
similares, Eduardo González Calleja y Fernando Rey Reguillo, La defensa armada contra
la revolución. Una historia de las guardias cívicas en la España del siglo XX, Madrid, CSIC,
1995.
90 Sebastián Martín
con más fuerza que la del número y el arrojo. La culminación de esta prolonga-
da antesala que terminó desembocando en la contienda no fue sino la intensi-
ficación autoritaria de la Restauración con el directorio de Primo de Rivera.
Aunque en ningún caso estuviese predestinado el futuro del país, pues, antes al
contrario, quedó bien demostrada la ineficacia de las salidas autoritarias, la dic-
tadura de Primo sí que prefiguraba en cierto modo la venida del régimen fran-
quista. Y lo hacía al menos en tres aspectos de considerable relevancia.
En primer lugar, se presagia el aciago futuro en la institución misma de una
dictadura como única solución posible frente a una situación de fractura social
provocada por agrupaciones sindicalistas y nacionalistas. En efecto, antes de
Franco, ya se habían engrasado los discursos legitimadores de la instauración de
una dictadura como reacción frente al caos, postergando o invalidando, por
tanto, cualquier respuesta preventiva que buscase las razones socioeconómicas
de la división social y actuase en consecuencia o cualquier medida integradora
que diese cabida real, esto es, constitucional, a las clases subordinadas en los
círculos donde se decidía el destino político y económico de sus vidas.
En segundo término, se anuncia también el futuro próximo en el aspecto
simbólico o cultural del régimen primorriverista: los valores fuertes de la dicta-
dura, en su lado positivo, continuaban siendo, con recobrada intensidad, los de
monarquía, religión católica, unidad de la patria, familia patriarcal, propiedad
privada y trabajo jerarquizado, y en su lado negativo, empezaron a ser, con in-
usitado vigor, los del antiseparatismo y el anticomunismo. Al igual que ocurriría
una década después —aunque ahora pueda apreciarse una envoltura vitalista y
regeneracionista que desaparecerá bajo el franquismo—, los principios del na-
cional-catolicismo, del centralismo, del corporativismo y de la democracia or-
gánica, formulados contra separatistas, sindicalistas y anarquistas, pretendieron
conformar el código axiológico con el que unificar la sociedad 30. Se trataba
entonces ya de erradicar la confrontación civil, no mediante un juego horizontal
y democrático de mediaciones mutuas, sino con imposición forzosa de las creen-
cias y los intereses de una de las partes contendientes bien mediante la elimina-
ción y exclusión de los sectores disidentes o bien a través de su integración
obligatoria en el aparato del Estado, personificación, como se ha indicado, del
orden católico-liberal 31.
30
O con el que construir la nación, como sostiene Alejandro Quiroga, Haciendo espa-
ñoles. La nacionalización de las masas en la Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), Madrid,
CEPC, 2008. Cf. asimismo Eduardo González Calleja, La España de Primo de Rivera. La
modernización autoritaria 1923-1930, Madrid, Alianza, 2005, sobre todo lo relativo al «des-
pliegue simbólico del poder primorriverista» (pp. 85, 94-110).
31
Vid. González Calleja, La España de Primo cit. (n. 29), pp. 147-153, sobre el
elocuente anteproyecto constitucional «doctrinario» preparado por el directorio.
Génesis y estructura del «nuevo» estado 91
32
Julio Gil Pecharromán, Conservadores subversivos. La derecha autoritaria alfonsina
(1913-1936), Madrid, EUDEMA, 1994.
33
Si bien la relación entre los futuros golpistas y Primo no fue siempre pacífica: cf.
Sebastián Balfour, Abrazo mortal. De la guerra colonial a la guerra civil en España y Marruecos
(1909-1939), Barcelona, Península, 2002, pp. 168-237. Pablo Gil Vico, La noche de los gene-
rales. Militares y represión en el régimen de Franco, Barcelona, Ediciones B, 2005, pp. 84-92,
rastrea la trayectoria de altos mandos militares franquistas concluyendo que «el perfil general
era el del oficial destacado en Marruecos, ligado al régimen de Primo de Rivera y afectado por
las leyes republicanas».
34
González Calleja, La España de Primo cit. (n. 29), pp. 382-388.
35
Sobre esta ley fundamental, vid. Joaquín Varela Suanzes, «La Constitución de 1931
en la Historia Constitucional. Reflexiones sobre una Constitución de vanguardia», en Id.,
Política y Constitución en España (1808-1978), Madrid, CEPC, 2007, pp. 581-597, con indi-
92 Sebastián Martín
cación de los puntos clave: «justicia constitucional», «principio democrático», derechos socia-
les, «autonomía regional» y parlamentarismo.
36
Cf. Julio Aróstegui (ed.), La República de los trabajadores. La Segunda República y el
mundo del trabajo, Madrid, Fundación Francisco Largo Caballero, 2006, en especial las con-
tribuciones de Fernando Valdés Dal-Ré, «El derecho del trabajo en la Segunda República»,
pp. 176-206, con distinción insuficiente entre un derecho laboral como ley estatal que afecta
al trabajo o como legislación que desarrolla derechos sociales de rango constitucional, y de
Santiago González Gómez, «La Ley de Contrato de Trabajo de 1931», pp. 294-310. A este
respecto, es también de obligada consulta Santos Juliá, «Objetivos políticos de la legislación
laboral», en José L. García Delgado (ed.), La Segunda República española. El primer bienio,
Madrid, Siglo XXI, 1987, pp. 27-47, quien no ve democracia ni constitucionalidad en las leyes
sociales sino descreencia republicana y estrategia corporativa desplegada por la UGT. Como
contrapunto, en el mismo volumen, vid. Aróstegui, «Largo Caballero, ministro de Trabajo»,
pp. 59-74
Génesis y estructura del «nuevo» estado 93
37
Es bien sabido que la República abandonó la fórmula tradicional de la soberanía de
la nación por la más democrática de «los poderes de todos sus órganos emanan del pueblo»
(art. 1.º , Constitución de 1931). Lo indico porque, aunque es verdad que la idea de soberanía
nacional en sus comienzos, e incluyendo severas restricciones, se equiparaba a la voluntad
mayoritaria de los ciudadanos, y por eso mismo era rechazada, una vez consolidada la idea de
nación orgánica era a ésta a la que se atribuía el poder soberano, de ahí que posteriormente el
principio de la soberanía popular se opusiese polémicamente al de soberanía nacional.
38
Tomo las referencias de una conferencia pronunciada por el autor en la Universidad
de Sevilla el seis de octubre de 2008 bajo el título «Condicionamientos históricos de un de-
recho constitucionalmente innecesario, el de libertad religiosa».
94 Sebastián Martín
fue «la pasión de lo real» 39, y no la neurosis ideológica, lo que animaba las pre-
visiones constitucionales republicanas, que por primera vez, repito, intentaban
incorporar al proceso político a sujetos individuales y colectivos políticamente
relevantes y tradicionalmente excluidos, bastante de los cuales, en un compren-
sible, pero censurable y autodestructivo, acto de desconfianza, continuaban co-
locándose con obstinación en el espacio extrainstitucional 40. Y esto es impor-
tante retenerlo, pues tiene que ver con el verdadero origen próximo: por una
parte, la República y, sobre todo, su Constitución, suministraban por primera
vez la oportunidad de integrarse en el proceso político a fuerzas que hasta el
momento se habían disciplinado, habituado y educado políticamente, por im-
perativo de las circunstancias en vigor, en la lucha contra el Estado para aspirar
a realizar sus proyectos, aunque continuaba excluyendo otras de tendencia anar-
quista y colectivista, que, en efecto, no tenían posibilidad de efectuar y materia-
lizar sus planes dentro del régimen republicano. Y por otra, conformaba un
marco para la resolución de conflictos por vía pacífica que daba cabida igual-
mente a la realización de aspiraciones conservadoras siempre y cuando fueran
respetuosas con los valores fundadores de una nueva tradición republicana y
democrática, a saber: la soberanía popular, la dignidad del trabajo, la abolición
de infundados privilegios, la igualdad tanto formal como material cual requisi-
to indispensable de la democracia y la autonomía regional. Todo lo que preten-
diese alterar este conjunto de principios, requería, por tanto, volver a convocar
unas Cortes Constituyentes.
Y llegamos así al segundo punto de interés, el que nos pone ya ante los
primeros balbuceos del verdadero origen próximo del nuevo Estado, que no es
sino la interpretación de esta reforma política como una grave alteración del
orden natural católico-liberal, como un quebranto inadmisible, una violación
intolerable de los principios consustanciales de la hispanidad operados por
principios abstractos, ideológicos y utópicos. El giro, simbólicamente cifrado en
la reacción de Edmund Burke ante la revolución y políticamente constitutivo
de la tradición conservadora, volvía a repetirse: a la acusación formulada contra
las políticas transformadoras de sembrar el terror por ceguera ideológica sucedía
39
Vid. Alain Badiou, El siglo, Buenos Aires, Manantial, 2005, pp. 35, 52-55 y 69-81,
si bien con una indiferencia ante el horror —interpretado con encomiable pretensión de evi-
tar anacronismos y concebido como coste asumido de un renacimiento heroico— que, además
de disculpar en última instancia la barbarie, desconoce el profundo anhelo de pacificación y
entendimiento mutuo que también recorre el nudo del siglo XX. Sí resulta pertinente, en
cambio, oponer a la mitología conservadora y neoliberal el hecho de que, lejos de sumido en
ideologías abstractas, el constitucionalismo de entreguerras no hacía sino canalizar jurídica-
mente una realidad bien viva y concreta.
40
Cf. Eduardo González Calleja, «Conflictividad sociolaboral y violencia colectiva
en la Segunda República», en Aróstegui (ed.), La República cit. (n. 35), pp. 76-108.
Génesis y estructura del «nuevo» estado 95
41
Vid. para esta argumentación, hoy bien difundida por el «neoliberismo», frente al
«constructivismo racionalista», Domenico Losurdo, Il revisionismo storico. Problemi e miti,
Roma-Bari, Laterza, 20025. En realidad, la historia, al tiempo que documenta las muertes que
ha justificado esta postura, demuestra su falsedad, una vez comprobado que lo que ayer era
tachado como abstracción ideológica, atentado contra la patria o acto terrorista —protección
social, descentralización del poder, igualación de sexos, secularización de la política— forma
parte de nuestra cotidianeidad política como conquistas innegociables. Por otro lado, la con-
dena conservadora a las abstracciones ideológicas es ella misma una abstracción desapegada
de la realidad, pues no se concibe la política de otro modo que diseñando proyectos, suscitados
por las circunstancias pero elaborados por la razón, a fin de transformar la realidad en sentido
positivo.
42
Reig Tapia, La cruzada de 1936 cit. (n. 12), p. 97.
43
Son palabras del sacerdote José Molina Nieto en respuesta a la ponencia de Luis
Jiménez de Asúa presentando a la Cámara el proyecto de Constitución: vid. Diario de Sesiones
de las Cortes Constituyentes, n.º 28, 27 agosto 1931, p. 651.
44
Cf. José Calvo Sotelo, Las responsabilidades políticas de la Dictadura. Un proceso
histórico, Madrid, 1933, pp. 7-22. En el otoño de 1933 afirmaba: «a nosotros nos interesa ir al
Parlamento, más que para entrar en él, para impedir que entren otros o, si queréis, los otros. Y
más que para estar en él apuntalándolo, para salir de él, derribándolo», citado por Reig Tapia,
Ideología e historia: sobre la represión franquista y la guerra civil, Madrid, Akal, 1984, p. 40.
45
Al menos cuenta con una rigurosa recuperación académica: Luis Íñigo Fernández,
La derecha liberal en la Segunda República española, Madrid, UNED, 2000.
96 Sebastián Martín
46
Mientras que para Gil Robles la aprobación del capítulo religioso implicaba la aper-
tura de «un nuevo período constituyente», para Alcalá Zamora la reforma de tales previsiones
no podía realizarse «fuera de la República», sino «aspirando a modificarla» desde dentro, evi-
tando «engrosar filas de reacción monárquica, ni filas de locura dictatorial», huyendo, en defi-
nitiva, del enfrentamiento extraconstitucional: «la guerra civil, jamás». Vid. Arturo Mori,
Crónica de las Cortes Constituyentes de la Segunda República española, Madrid, Aguilar, III, 1932-
33, pp. 35-37 y 128-130. Por otra parte, el 25 de octubre de 1932 El Debate transcribía el
discurso de clausura de Gil Robles de la asamblea de la CEDA en el que se vertían opiniones
como ésta: «La lucha está entablada entre un concepto espiritual de la vida y otro materialis-
ta y ateo, que camina hacia el comunismo bajo el amparo del Gobierno; [con la Constitución]
el Estado español queda convertido en un Estado socialista y ateo». Y ya en 1935, siendo
ministro de guerra, Gil Robles se hallaba dispuesto a colaborar con un golpe militar propues-
to por el general Fanjul y pospuesto por Franco: vid. el fragmento de sus memorias citado en
Ballbé, Orden público y militarismo cit. (n. 17), p. 384. No parece tener en cuenta estos extre-
mos sobre Gil Robles, por ejemplo, Bartolomé Bennassar, El infierno fuimos nosotros. La
guerra civil española (1936-1952...), Madrid, Taurus, 2005, p. 37.
Génesis y estructura del «nuevo» estado 97
postulados republicanos 47. Dos son los síntomas más evidentes de esta reacción
conservadora y una la clara consecuencia, que, estimada sincrónicamente, nos
coloca ya en la antesala de la guerra.
La primera prueba se refiere al desmantelamiento sistemático de toda la
obra reformadora republicana en aquello que tenía de sustantivo e integrador.
Los adelantos realizados en materia de legislación social, reforma agraria, laici-
zación del Estado y descentralización política regional e incluso municipal
fueron sencillamente laminados. Esta política revisionista tuvo además como
colofón el proyecto hipócrita de reforma constitucional —que, efectivamente,
recubría la realización por un procedimiento inválido de una nueva Constitu-
ción— presentado por Lerroux como un anhelado ajuste de la regulación jurí-
dico-política con el espíritu de la «Nación» y con la «realidad», dejando atrás
contraproducentes vaguedades utopistas 48 y rectificando los puntos sensibles de
la separación entre el Estado y la iglesia católica, el divorcio, la propiedad y la
autonomía política regional. En genuina tradición conservadora, volvía a bau-
tizarse emotiva y pomposamente con el nombre de política realista, responsable
y sensata la ignorancia más culpable de la composición política real del país, a
la que sólo podía dar expresión jurídica una normativa que reconociese reformas
drásticas en lo económico, en lo privado y en lo territorial.
La segunda evidencia de esta reacción antirrepublicana es la instauración
literal de un constante estado de excepción, la suspensión permanente de los
derechos y libertades reconocidos por la Constitución republicana y su conse-
cuente sustitución, en lo que respecta a la parte dogmática y material pero
también en relación a los poderes, por la ley de orden público de 1933 49. Tal
estado de excepción permanente comenzó con la oscilación entre los estados de
prevención y de alarma desde un temprano decreto de nueve de diciembre de
1933 hasta el famoso decreto de 7 de octubre de 1934 en que se declaró el es-
tado de guerra en todo el territorio nacional. Esto suponía en concreto el control
de lo que, según la citada ley, eran considerados actos que afectaban al orden
público, es decir: el ejercicio de las libertades de cultos, de circulación, de indus-
47
Ocupado de la historia política en el sentido más literal, y aun dando apunte del
proyecto de reforma constitucional, no aprecia la continuidad, en otro escenario, de la tradición
católico-liberal y la ruptura con el sistema republicano, Octavio Ruiz-Manjón, «La vida
política en el segundo bienio», en Santos Juliá (coord.), República y guerra en España, 1931-
1939, Madrid, Espasa, 2006, pp. 77-128, donde pueden consultarse desde las reacciones repu-
blicanas a la victoria derechista hasta la entrada de la CEDA en el gobierno que colmó el vaso
revolucionario.
48
Consulto el discurso de presentación del sedicente proyecto de reforma en el Archi-
vo del Congreso de los Diputados (Comisión de Reforma Constitucional), leg. 582-10.
49
Ballbé, Orden público y militarismo cit. (n. 17), «El estado de excepción como regla
(1933 a 1935)», pp. 363 ss.
98 Sebastián Martín
50
No es necesario acudir a historiadores conservadores para hallar consideraciones
como esta: «La revolución de octubre de 1934 mostraba […] la relativa facilidad con que la
República, manteniéndose fieles al ordenamiento constitucional sus fuerzas armadas y de
seguridad, podía sofocar los movimientos insurreccionales […] los sindicatos obreros clausu-
rados, los dirigentes socialistas encarcelados y los republicanos perseguidos […] no impidieron
en absoluto el normal funcionamiento de las instituciones republicanas», Santos Juliá, «In-
troducción», en Id. (ed.), República y guerra en España cit. (n. 46), pp. XI-XXIV, pp. XV-XVI.
51
Una «ley política flexible y socializable» era la Constitución a juicio de uno de sus
principales promotores, Jiménez de Asúa: cit. por Marta Bizcarrondo, «Reforma y revolución
en el socialismo español de la Segunda República», en García Delgado (ed.), La Segunda
República cit. (n. 35), pp. 49-58, p. 53.
52
Antony Beevor, La guerra civil española, Barcelona, Crítica, 2005, (trad. Gonzalo
Pontón), pp. 9 y 41-47, expresa al respecto opinión similar, aunque minimizando los prece-
dentes del irrealismo conservador.
100 Sebastián Martín
53
Cf. Reig Tapia, «La justificación ideológica del ‘Alzamiento’ de 1936», en García
Delgado (ed.), La II República española: bienio rectificador y Frente Popular, Madrid, Siglo XXI,
1988, pp. 211-240.
54
Julio Aróstegui, «Los componentes sociales y políticos», en Tuñón de Lara et. al.
(eds.), La guerra civil cit. (n. 10), pp. 45-122, sobre todo el epígrafe titulado: «La paradoja en
el origen: la contrarrevolución provoca la revolución».
Génesis y estructura del «nuevo» estado 101
3. Estructura
jurídica bien efectiva, y la ley general y abstracta como fuente del derecho, tam-
bién insignificante en la Edad Moderna, continuó siendo el principal instru-
mento de intervención del Estado franquista. Para comprender en sus justos
términos toda la retórica oficial de retorno a las esencias imperiales y católicas
hay, pues, que entenderla no sólo como reapropiación, o reinvención, de la tra-
dición política hispana en beneficio propio, sino lisa y llanamente como cober-
tura ideológica de unas prácticas institucionales nada premodernas —salvo por
los nombres y los títulos—, prácticas que son las que primeramente interesan a
la observación científica.
Para acometer la exposición histórico-jurídica del Estado franquista, creo
que, además del interesante acercamiento socio-político, donde poner de relie-
ve las luchas concretas entre las diversas facciones del franquismo 56, existen al
menos dos alternativas posibles: la primera de ellas consiste en la descripción
ordenada y convencional de las instituciones franquistas según venían diseñadas
por la legislación promulgada, descripción que ya ha comenzado a realizarse por
algunos sectores de la historia del derecho 57. Empleando esta suerte de exégesis
retrospectiva, que transporta la dogmática jurídica más superficial a la historia
del derecho, podría hablarse de la creación de la Junta Técnica del Estado en
octubre de 1936, detallando todas sus funciones, órganos, comisiones y compe-
tencias; podría mencionarse a continuación el organigrama que se desprende de
la administración central puesta en planta en 1938, identificando todos sus
ministerios y las competencias asignadas a cada uno de ellos, enfatizando nove-
dades como el ministerio de propaganda o el de acción sindical 58. Desde luego,
56
Javier Tusell, «La evolución política de la zona sublevada», en Santos Juliá (coord.),
República y guerra en España cit. (n. 46), pp. 363-420. Cf. asimismo la aproximación de José
Luis Orella, La formación del Estado nacional durante la Guerra Civil española, Madrid, Actas,
2001, quien acaso no aprecie todo el alcance constitutivo de la guerra y los años inmediata-
mente posteriores.
57
Vid. Juan Antonio Alejandre García, El régimen franquista. Dos estudios sobre
su soporte jurídico, Madrid, Marcial Pons, 2008; Miguel Pino Abad, «Los inicios de la Ad-
ministración central franquista», Anuario de Historia del derecho español LXXVII (2007),
pp. 377-425, y, una década antes que este último texto pero con mayor extensión y crítica, José
Manuel Ruano de la Fuente, La Administración española en guerra. Organización y fun-
cionamiento de la Administración Pública en un contexto histórico de convulsión política,
1936-1939, Sevilla, IAAP, 1997, pp. 113-149 y 225-288.
58
Es lo que prácticamente hace Pino Abad, «Los inicios» cit. (n. 56), pp. 385-403 y
418-425, acompañando las descripciones de referencias histórico-generales. En estudios de
este tipo puede percibirse la profunda carga política de las aproximaciones pretendidamente
descriptivas y asépticas: a fuerza de narrar el montaje del Estado franquista como si de una
cuestión exclusivamente legal y amoral se tratase terminan minimizándose, y hasta ocultán-
dose, no sólo las condiciones bajo las cuales estaba siendo instituido sino además las conse-
cuencias de tal institución. Véase para comprobarlo, por ejemplo, la descripción de las depu-
Génesis y estructura del «nuevo» estado 103
raciones en educación como si de un pacífico régimen selectivo se hablase (p. 395). Hasta el
proceso de cremación de los judíos admite una exposición meramente descriptiva, como quien
está registrando hechos naturales sin dimensión moral alguna. Lo que ocurre es que, a fuerza
de sustraer todo contenido social, político y ético a la instauración del Estado franquista, se
termina curiosamente adoptando su misma terminología: «llevaba tiempo siendo el verdade-
ro cabecilla de la causa nacional» (p. 378), «la prensa afín al nuevo régimen» (p. 383, tratando
aún el año 1936), «zonas sometidas por el Ejército nacional» (p. 388), «el Gobierno de Franco
recibió el incalculable apoyo prestado por diversos países, que no dudaron en reconocer la
legitimidad del nuevo Estado nacional» (p. 414, narrando como adhesión espontánea lo que
fue la unión de los totalitarismos derechistas).
59
Vid. Antonio Cazorla Sánchez, Las políticas de la victoria. La consolidación del
Nuevo Estado franquista, Madrid, Marcial Pons, 2000, pp. 46-47, con denuncia precisamente
de la «visión legalista del funcionamiento de las instituciones franquistas».
60
Vid. las instrucciones para el desenvolvimiento del art. 3 de la ley de primero de
octubre de 1936 sobre creación de la Junta Técnica del Estado, concretamente la octava. Ade-
más, en este plano podría darse ya entrada a significados juristas, abordando por ejemplo el
estudio de la comisión encargada de redactar un proyecto de ley de gobierno y administración
local, integrada, entre otros, por los famosos administrativistas Luis Jordana de Pozas, Carlos
García Oviedo o Sabino Álvarez Gendín (vid. D. 4 noviembre 1938).
104 Sebastián Martín
61
Para el grueso de las normas jurídicas citadas de ahora en adelante manejo, además
de la base histórica del BOE accesible on-line, el repertorio de Luis Gabilán Pla y Wences-
lao D. Alcahud, Legislación española desde el 18 de julio de 1936 al 1.º de octubre de 1939, San
Sebastián, 1936-39, 8 vols. Para una útil ordenación sintética, vid. José Gascón y Marín,
Derecho administrativo nacional. Resumen ordenado por materias, Madrid, C. Bermejo, 19402.
Las abreviaturas utilizadas son las siguientes: L. (ley), DL. (decreto-ley), D. (decreto), O.
(orden) y Cir. (Circular).
62
Obsérvese que el mecanismo revisionista es dispar: mientras se deroga y suprime la
obra legislativa reformista desde el 14 de abril, sólo se revisan los procedimientos y sentencias
posteriores al 18 de julio, pues, además de que otra cosa hubiese resultado materialmente in-
Génesis y estructura del «nuevo» estado 107
viable, la judicatura pasó en bloque a ser sospechosa en la medida en que operaba en zona
republicana.
63
Acaso por comprensible autorreferencialidad, ha sido la depuración del personal
educativo la más estudiada. Aparte del texto anteriormente mencionado de Juan Antonio
Alejandre, y de la buena cantidad de ellos sobre la depuración del magisterio, para nuestro
asunto jurídico pueden consultarse con desigual provecho Patricia Moral Zambrana, Elena
Martínez Barrios, Depuración política universitaria en el primer franquismo: algunos catedrá-
ticos de derecho, Universidad de Málaga, 2000; Beatriz Souto Galván, La libertad de cátedra y
los procesos de depuración del profesorado desde principios del XIX hasta la Constitución de 1978,
Madrid, Marcial Pons, 2005; Luis Enrique Otero Carvajal (coord.), La destrucción de la
ciencia en España: depuración universitaria en el franquismo, Universidad Complutense, 2006;
Jaume Claret Miranda, El atroz desmoche: la destrucción de la Universidad española por el
108 Sebastián Martín
franquismo, 1936-1945, Barcelona, Crítica, 2006, pp. 61-75, con indicación de la persistencia
de las depuraciones hasta los sesenta; y Carolina Rodríguez López, «Extirpar de raíz: la
depuración del personal docente universitario durante el franquismo. Los catedráticos de las
facultades de derecho», en Fernández-Crehuet, Hespanha (Hg.), Franquismus cit. (n. 19),
pp. 61-99. Para lo concerniente a la justicia, junto al apunte de José Ignacio Lacasta incluido
en estas páginas, resulta de indispensable lectura la excelente reconstrucción de Mónica La-
nero Táboas, Una milicia de la justicia. La política judicial del franquismo (1936-1945), Madrid,
CEC, 1996, pp. 211-258, ahora también, de forma abreviada, en «La política de personal de
la Administración de Justicia en la dictadura franquista (1936-1952)», Fernández-Crehuet,
Hespanha (Hg.), ob. cit., pp. 31-59. La depuración, de cualquier modo, se extendió a todas
las corporaciones profesionales: vid., por ejemplo, Francisco Herrera, Juan R. Cabrera,
«Expedientes de depuración de profesionales sanitarios», en José Martínez Pérez (coord.),
La medicina ante el nuevo milenio: una perspectiva histórica, Albacete, 2002, pp. 401-421; Ma-
rina Casanova Gómez, «Tribunales de depuración de funcionarios diplomáticos», en VVAA,
Justicia en guerra, Salamanca, 1990, pp. 373-380; María Pilar Salas Franco, «La depuración
de periodistas», José Miguel Delgado (coord.), Propaganda y medios de comunicación en el
primer franquismo (1936-1959), Universidad de La Rioja, 2006, pp. 141-216.
64
Por emplear el concepto acuñado por Luigi Ferrajoli para calibrar el grado de auto-
ritarismo de un modelo punitivo. Vid. su indispensable Diritto e ragione. Teoria del garantismo
penale, Roma-Bari, Laterza, 20048.
Génesis y estructura del «nuevo» estado 109
65
También en el caso de los juristas «los insurgentes supieron recompensar los servicios
prestados durante la posguerra», como sugiere la meteórica carrera del iusfilósofo Wenceslao
González Oliveros o las «prebendas» dadas a Carlos Ruiz del Castillo: vid. Claret Miran-
da, El atroz desmoche cit. (n. 62), pp. 92-93 y 178.
66
Para lo concerniente a funcionarios provinciales y municipales, apuntaba en parecida
dirección la O. 30 octubre 1937 al ofrecer las vacantes de diputaciones y ayuntamientos a
aquellos que demostrasen su afección mediante informes evacuados al efecto por la guardia
civil y el jefe local de Falange.
67
En definitiva, ya establecía como principio general el «Fuero de los Trabajadores»
que el «Estado se compromete a incorporar la juventud combatiente a los puestos de trabajo,
honor o de mando, a los que tienen derecho como españoles y que han conquistado como
héroes» (§XVI.1, D. 9 marzo 1938).
110 Sebastián Martín
asunto bien estudiado 68, basta aquí con realizar un intento de deslinde y clasi-
ficación, sobre todo a los efectos de clarificar un poco el debate abierto por las
políticas de recuperación de la memoria, ya que el pretexto conservador a tenor
del cual hubo dos bandos confrontados igual de crueles y culpables, no cum-
pliendo por tanto ni la condena ni el rescate retrospectivo de ninguno de ellos,
resulta un paralogismo que se quiera o no soslaya no sólo la recuperación de la
memoria de «los que dieron su vida por España» realizada por el régimen, sino
también, y sobre todo, la robusta vigencia del aparato represor franquista desde
el mismo comienzo de la sublevación y mucho más allá del fin oficial de la gue-
rra civil 69.
Cabe en este sentido distinguir al menos cinco planos de actuación repre-
siva por parte del bando sublevado primero, y del Estado franquista después, y
con estricta distinción del enfrentamiento militar, pues, en efecto, como indica
Francisco Espinosa, no cabe confundir «una batalla y una matanza», una con-
flagración entre dos ejércitos, aunque uno de ellos esté compuesto de milicianos,
y la ocupación asesina de pueblos y ciudades inermes por parte de militares
sublevados 70. Los dos primeros planos se colocan en el período bélico, limitan-
do éste de 1936 a 1939, y los tres últimos se ubican ya en el tracto dictatorial
hasta su misma terminación. El primero de ellos corresponde al intervalo apa-
rentemente más breve y recortado, pero subyacente en realidad a toda la repre-
sión dictatorial. Me refiero a ese nivel —el único al que en rigor, aunque con
68
Sobre el particular, entre la abundante obra disponible, destaco, para el aspecto jurí-
dico, Ignacio Berdugo Gómez de la Torre, «Derecho represivo en España durante los
períodos de guerra y posguerra (1936-1945)», en Revista de la Facultad de Derecho de la Uni-
versidad Complutense 3 (1980), pp. 97-128, Marc Carrillo, «El marco legal de la represión
en la dictadura franquista durante el período 1939-1959», en Felipe Gómez Isa, El derecho a
la memoria, Bilbao, 2006, pp. 501-527 y Carlos Jiménez Villarejo, «La destrucción del orden
republicano. (Apuntes jurídicos)», Hispania nova 7 (2007), pp. 515-544. Y desde el ámbito
historiográfico más general pueden citarse Francisco Espinosa, La columna de la muerte. El
avance del ejército franquista de Sevilla a Badajoz, Barcelona, Crítica, 20032; el balance sagaz
de Javier Rodrigo, Hasta la raíz. Violencia durante la guerra civil y la dictadura franquista,
Madrid, 2008, y la útil reconstrucción de Pablo Gil Vico, La noche de los generales cit. (n. 32),
2004, pp. 51-63 y 115-231, a la que llego gracias a la recomendación de César Hornero.
69
No se trata solo de la memoria de la barbarie, sino de mantener vivo el recuerdo de
cuáles eran —son— los condicionantes —sectarios, antidemocráticos— que terminan provo-
cando tal barbarie: Carme Molinero, «¿Memoria de la represión o memoria del franquismo?»,
en Santos Juliá (ed.), Memoria de la guerra y del franquismo, Madrid, Taurus, 2006, pp. 218-
246, quien, aun incurriendo en la confusión habitual entre liberalismo y democracia, da en la
clave del asunto de la memoria, «herramienta preciosa de los de ‘abajo’ en el mantenimiento
de una cultura y una historia propia aplastada desde el poder», p. 245.
70
Francisco Espinosa, La justicia de Queipo. Violencia selectiva y terror fascista en la II
División en 1936, Córdoba, 2000, pp. 23-24.
112 Sebastián Martín
71
Con error porque ni cuantitativamente produjo las mismas muertes —aproximada-
mente 38.000 contra 200.000,— ni tuvieron la misma condición, al responder el «terror
blanco» desde su mismo arranque a un plan premeditado de «limpieza» y constituir el «terror
rojo» un fenómeno reactivo, defensivo y vindicativo que no habría tenido lugar sin el detonan-
te del golpe. Vid. Beevor, La guerra civil cit. (n. 51), pp. 116-139. Idéntica opinión, con ba-
lance también desigual de víctimas —25.000 vs. 800— para la España sudoccidental, en Es-
pinosa, La justicia de Queipo cit. (n. 69), pp. 295-296.
72
Traverso, A ferro e a fuoco cit. (n. 13), p. 78.
73
Para estas declaraciones, y para el esclarecedor contraste con las manifestaciones de
los mandatarios republicanos, vid. Reig Tapia, Ideología e historia cit. (n. 43), pp. 132-147 y
161 ss.
Génesis y estructura del «nuevo» estado 113
74
Gil Vico, «Ideología y represión: la Causa General», Revista de Estudios Políticos
num. 108 (1998), pp. 159-189.
75
En la contribución al presente volumen de Rafael Escudero se examina la oposición
gubernamental a la anulación de las resoluciones judiciales franquistas. Entre los motivos
esgrimidos destaca el que hace referencia a una supuesta continuidad del Estado que sería
quebrada en caso de adoptar esta revisión con efectos anulatorios, en cuyo lugar se opta por
una simbólica declaración de ilegitimidad realizada a instancia de parte. Sin embargo, es
precisamente dicha continuidad estatal, cualificada además por la ruptura constitucional
—entre cuyos significados principales figura de nuevo la apertura del Estado a todas las co-
rrientes sociales—, la que habilita para rectificar actuaciones pasadas.
76
La ley de 17 de julio de 1945 aprobaba y promulgaba un nuevo código de justicia
militar, pero cinco años antes, en un gesto que habría de repetirse en múltiples ocasiones,
había sido restablecido «en todo su vigor» el código castrense «con la redacción que tenía» el
14 de abril, respetando solo las reformas hechas en el bienio conservador (L. 12 julio 1940).
114 Sebastián Martín
77
Vid., sobre ambas jurisdicciones, Manuel Álvaro Dueñas, «Por ministerio de la ley
y voluntad del Caudillo». La Jurisdicción Especial de Responsabilidades Políticas (1939-1945),
Madrid, CEPC, 2006, y el adelanto que sobre la de represión del comunismo ofrece en esta
obra Guillermo Portilla.
78
Ballbé, Orden público y militarismo cit. (n. 17), «La Dictadura de Franco. ¿Un nuevo
Estado?», pp. 397 ss., con conclusiones ilustrativas tal que ésta: «Lo que hace el esquema
institucional franquista es elevar a definitiva la construcción de una obra perfectamente con-
figurada en sus pilares fundamentales por los sistemas liberales», p. 400.
79
Para la extensión del Somatén, vid. D. 9 octubre 1945, citado por Marcial Sánchez
Mosquera, Del miedo genético a la protesta. Memoria de los disidentes del franquismo, Sevilla,
Fundación EESS de CCOO, 2008, p. 125, y para la guardia civil, cuerpo militar encargado,
entre otras cosas, de la «previsión y represión de cualquier movimiento subversivo», cf. la L.
15 marzo 1943.
Génesis y estructura del «nuevo» estado 115
talidad o espontaneidad alguna, sino que son producto de las voluntades, a veces
abominables, de sujetos concretos.
Pero, dejando a un lado consideraciones más políticas, desde nuestro enfo-
que jurídico interesa destacar que, lejos de ser ejecución de un ordenamiento
legalista, racional, previsible y sistemático, toda esta represión fue canalizada
mediante un sistema repleto de vaguedades, referencias iusnaturalistas, contra-
dicciones y solapamientos 83 que, al remitirse en última instancia a la voluntad
discrecional del poder, no hacía sino mantener viva la llama, como insuflación
última, de aquel estado de guerra primigenio, de aquella violencia cruel ejercida
contra el moral y políticamente diferente, ornamentada desde la posguerra con
dúctiles procedimientos. De ahí que, si bien no estamos ante la aniquilación
física o civil de un grupo identificado por su raza, religión o nacionalidad, lo
cierto es que el carácter flexible de las disposiciones jurídicas sustantivas y pro-
cedimentales que regulaban la represión, y la homogeneidad de las víctimas y
los represaliados en virtud de su común oposición a la inamovible identidad
católico-liberal, es decir, su calidad de grupo más o menos homogéneo, creo que
nos permiten hablar, sin demasiada licencia, de genocidio.
83
Por eso se aleja de la realidad el que la represión estuviese canalizada por una «téc-
nica metódica, implacable, puesta al servicio de unos objetivos muy precisos», Santos Julia,
Giuliana Di Febo, El franquismo, Barcelona, Paidós, 2005, p. 31. Para deshacer esta visión
viene muy bien la lectura de Gil Vico, La noche de los generales cit. (n. 32).
84
Por tomar prestado el título de Francisco Espinosa, La primavera del Frente Popular.
Los campesinos de Badajoz y el origen de la guerra civil, Barcelona, Crítica, 2007.
Génesis y estructura del «nuevo» estado 117
85
Interesa al respecto la contribución de Iván C. Ibán, «Estado-Iglesia en España
(1936-1953)», en Fernández-Crehuet, Hespanha (Hg), Franquismus cit. (n. 19), pp.
147-167.
118 Sebastián Martín
86
Habría en este punto que determinar qué propiedad privada se estaba defendiendo,
pues no era la de todos los propietarios, como bien muestran jurisdicciones como la de res-
ponsabilidades políticas y sus penas confiscatorias. Buen testimonio de que durante la guerra
los ataques a la propiedad no se circunscribían a un solo bando es el decreto que prohibía
ocupaciones e incautaciones patrimoniales, pero a las autoridades franquistas (D. 9 septiembre
1939). La legitimidad de las incautaciones militares por motivo de guerra era sancionada, sin
mayor previsión para evitar arbitrariedades, por D. 27 agosto 1936.
Génesis y estructura del «nuevo» estado 119
de fuerzas: tal era la consigna, por mucho que se presentase, sobre todo a partir
de 1937, con los oropeles «del Destino y la Misión Imperiales», de la salvación
del «ser auténtico e inmortal de España», que por lo visto llevaba agonizando
«cerca de tres siglos» víctima de «los dardos venenosos y extranjeros de una
concepción atea y materialista de la vida» (D. 1 octubre 1937). Empezando por
el mismo restablecimiento de la bandera roja y gualda —«símbolo egregio de la
Nación, por encima de parcialidades y accidentes» (D. 29 agosto 1936)—, pron-
to ornamentada con la rapaz aportación del franquismo, bastantes decisiones
exhiben este propósito de abrogar la obra republicana para reinstaurar disposi-
ciones de la Restauración, del directorio, del bienio conservador e incluso de las
décadas moderadas.
En lo que concierne al ejército, además del reintegro de los militares reti-
rados entre 1931 y 1932 que hubiesen prestado servicios a «la Causa Nacional»
(DL. 8 enero 1937) y del restablecimiento del código castrense de 1890, fueron
recuperadas algunas disposiciones bochornosas como las exenciones fiscales de
1881, consagradas en el Estatuto provincial de 1925 y abolidas por la Repúbli-
ca en agosto de 1931 (D. 1 diciembre 1938). En el ámbito de la administración
municipal, para sustraerla de los males del «parlamentarismo» y la autonomía,
se restauraron las comisiones gubernamentales previstas en los regímenes mu-
nicipales de 1924 y 1935 (D. 30 septiembre 1936). Pero quizá sea el terreno de
la justicia donde más pueda observarse esta tendencia. En algunas corporaciones
profesionales fueron restablecidos los llamados tribunales de honor suprimidos
por el art. 95 de la Constitución (O. 4 marzo 1938). Una vez cesados en bloque
todos sus integrantes y anulada la disposición sobre el particular de 2 de julio
de 1936, la justicia municipal se renovó al completo acogiéndose a los criterios
previstos en la ley de 5 de agosto de 1907, a los que se añadían otros muy sig-
nificativos: la preferencia en la selección de mutilados y excombatientes y la
«adhesión al Movimiento Nacional» de los aspirantes (arts. 3.3 y 4, L. 8 mayo
1939). Toda la reforma introducida en el Tribunal Supremo entre mayo de 1931
y octubre de 1932 fue igualmente derogada, dando paso a un sistema transitorio
de nombramiento gubernamental de casi todos sus componentes (L. 27 agosto
1938) e incorporando tras la guerra a quienes fuesen presidentes o magistrados
del citado órgano a fecha de mayo de 1931 (L. 23 febrero 1940). Y en la nor-
mativa jurídico-penal también hubo regresiones emblemáticas, como el resta-
blecimiento de la pena de muerte, ya operado en el bienio conservador, bajo el
pretexto de que es «la propia realidad la que la impone y la dicta» (L. 5 julio
1938).
Podría proseguirse con los ejemplos. Además de la restauración en falso de
la forma monárquica de Estado, cabría incluso apuntar la presencia de militares
y eclesiásticos en las instituciones públicas, extremo tampoco desconocido en
120 Sebastián Martín
87
Que no era tan poderoso y omnipresente como suele pensarse: vid. Cazorla, Las
políticas de la victoria cit. (n. 58), pp. 25-43.
88
Constituciones y procesos constituyentes en España, 1808-1936 (1977), Madrid, Siglo
XXI, 200921, p. 3, con estudio preliminar de Marta Lorente.
89
En alusión velada a la «función social» del derecho. Por ese mismo decreto quedaba
constituida una más actualizada, técnica y funcional Comisión Jurídica Asesora, integrada,
entre otros, por Luis Jiménez de Asúa, Nicolás Pérez Serrano o Niceto Alcalá-Zamora y
Castillo.
90
Y también en el caso de este órgano consultivo se cumple la regularidad apuntada: a
una estructura decimonónica se le agrega, como factor novedoso, la presencia obligatoria de
dos vocales pertenecientes a Falange. Vid. Ruano de la Fuente, La Administración española
cit. (n. 56), p. 128.
Génesis y estructura del «nuevo» estado 121
91
Sobre la suerte de las nacionalistas y frentepopulistas Vizcaya y Guipúzcoa, artífices
del recortado y urgente Estatuto de 1936, que nunca fue derogado expresamente, cf. José Luis
de la Granja Sainz, El Estatuto vasco de 1936, Bilbao, IVAP, 1988, pp. 49 ss. y 113 ss. Vid.
122 Sebastián Martín
95
Tradicionalistas y Renovación Española no superaron los veintiocho diputados de
un total de cuatrocientos setenta y tres, y Falange no llegó a los cincuenta mil votos. Vid. Javier
Tusell et. al., Las elecciones del Frente Popular, vol. II, Madrid, Cuadernos para el Diálogo,
1971, pp. 51 ss. y 82. Parece, pues, que esa imagen de un treinta y seis solo de signo extremo-
so —visible, p. ej., en Bennassar, El infierno cit. (n. 45), pp. 51-52— es cuanto poco discuti-
ble. Por otro lado, según me hace ver Federico Fernández-Crehuet, tampoco la síntesis armó-
nica entre tradición y progreso que pretendía legitimar al partido único era del todo
desconocida a la cosmovisión liberal anterior, que representaba la evolución social como el
equilibrio entre las audacias de la razón y los sensatos y responsables frenos de la tradición.
Lo que ocurría es que, eliminando todo rastro de liberalismo progresista y de conservadurismo
civil y constitucional, ese equilibrio se practicaba ahora entre la reacción más trasnochada y la
revolución fascista, no obstante lo cual, continúa siendo cierto que el principio legitimador del
partido único proceda de una mentalidad anterior a la franquista.
96
Vid. sobre el particular Ignacio Fernández Sarasola, «Leyes fundamentales y
democracia orgánica. Aproximación al ordenamiento jurídico-político franquista», en Fer-
nández-Crehuet, Hespanha (Hg.), Franquismus cit. (n. 19), pp. 210-233, especialmente pp.
222 ss.
124 Sebastián Martín
100
Vid. Carolyn P. Boyd, «De la memoria oficial a la memoria histórica: la guerra civil
y la dictadura en los textos escolares desde 1939 hasta el presente», en Juliá (ed.), Memoria
de la guerra cit. (n. 68), pp. 79-99.
101
Este propósito aparece bien nítido en recomendaciones capilares como la siguiente:
«De mucha mayor necesidad ha de ser lograr que el ambiente escolar esté en su totalidad
influido y dirigido por la doctrina del Crucificado […] Es preciso que en las lecturas comen-
tadas, en la enseñanza de las Ciencias, de la Historia, de la Geografía, se aproveche cualquier
tema para deducir consecuencias morales y religiosas […] Una escuela donde no se aprende
a amar a España no tiene razón de existir. Hay que suprimirla […] La enseñanza de la His-
toria [ha de servir] como medio de cultivar el patriotismo […] Así fue en el pasado, así es en
el presente» (O. 5 marzo 1938). Por su parte, la ley de ordenación universitaria de julio de
1943, disponía en su art. 3 el acomodamiento de las enseñanzas «a las del dogma y moral
católica».
Génesis y estructura del «nuevo» estado 127
102
Es fundamental recordar aquí la cláusula de cierre del «Fuero de los Españoles»: «art.
33. El ejercicio de los derechos que se reconocen en este Fuero no podrá atentar a la unidad
espiritual nacional y social de España».
128 Sebastián Martín
Hasta donde alcanzo a conocer, aparte de la intención de adecuar aún más sus dis-
103
posiciones a las canónicas en materia matrimonial (O. 10 marzo 1941), la única revisión de
entidad a la que fue sometido el código tras la guerra fue en lo relativo a la ausencia por la ley
de 8 septiembre de 1939, norma sancionada a causa de la gran cantidad de desapariciones que
el golpe había provocado.
Génesis y estructura del «nuevo» estado 129
ductos de estas industrias y las utilidades de estas empresas» (D. 14 agosto 1936).
La conservación violenta de la propiedad privada, que volvía a poner en eviden-
cia la inclinación de cierto liberalismo por otorgar preponderancia a los derechos
patrimoniales sobre los personales, implicaba entonces una fase anterior de
depuración de los mismos propietarios que comprendía desde la confiscación
hasta las penas pecuniarias por responsabilidades políticas impuestas a los disi-
dentes. Sólo entonces se entiende correctamente la protección de la propiedad
por el franquismo declarada en el art. 30 del «Fuero de los Españoles».
A este sustrato de reconocimiento y protección selectivos de la propiedad
privada le seguía el control, salvaguarda y promoción de las iniciativas empre-
sarias y productivas a ella asociadas. Durante la contienda toda la producción
de bienes de las zonas ocupadas fue intervenida e inscrita en una multiplicidad
de comités, divididos por sectores y codirigidos por militares y por los propie-
tarios de los medios productivos 104. Se percibe aquí con toda claridad la natu-
raleza del antiindividualismo citado, consistente en el encuadramiento de la
actividad económica en órganos estatales y heterónomos que planificaban la
producción, pero dando voz a los industriales y propietarios más destacados de
cada rama productiva. Por otra parte, la actividad bancaria, sobre todo en lo que
afectaba a la política de créditos, era sometida a la supervisión y determinación
ministerial (L. 27 agosto 1938), mientras que la validez de las decisiones adop-
tadas por los consejos de administración de las empresas requería la preceptiva
aprobación administrativa (L. 24 noviembre 1938). Con lo cual, durante el en-
frentamiento hubo desde luego control militar y ordenación gubernamental de
la economía, pero en ningún caso expropiación o nacionalización, a no ser por
motivos ideológicos.
Tras el fin oficial de la conflagración, el conjunto de normas que hacía re-
ferencia directa a esta materia estaba integrado principalmente por las leyes de
protección de la industria (L. 24 octubre 1939), de ordenación y defensa de ésta
(L. 24 noviembre 1939) y de sociedades anónimas (L. 25 agosto 1939), así como
por los preceptos y declaraciones de principios contenidos en el «Fuero del
Trabajo» y en el de los «Españoles» sobre la «Empresa» y la «iniciativa privada».
Tres constantes componen el denominador común de esta masa legislativa: el
respeto a la propiedad privada y a la iniciativa empresarial como principio, solo
alterado por la tutela supletoria y auxiliar del Estado, la presencia del gobierno
—de militares y falangistas— en la fiscalización de la economía y la concepción
104
Estos comités fueron regulados con carácter general y provisorio por la ley de 27 de
agosto de 1938 sobre «Comisiones Reguladoras de la Producción», pero existían con anterio-
ridad, como muestran los casos, por ejemplo, del «Comité Nacional de la Banca Privada» (D.
20 agosto 1936) o del «Comité de las Industrias Químico-Farmacéuticas» (O. 14 diciembre
1937).
130 Sebastián Martín
105
En este mismo sentido, Cazorla Sánchez, Las políticas de la victoria cit. (n. 58), p.
72, y Juliá, Di Febo, El franquismo cit. (n. 82), p. 42.
Génesis y estructura del «nuevo» estado 131
106
«Art. 14. Las industrias del Estado y las de las Corporaciones y Organismos públicos
no podrán competir ventajosamente con las particulares en la fabricación de artículos no re-
lacionados con la defensa de la Nación» (L. 24 noviembre 1939).
132 Sebastián Martín
Vid. sobre este asunto Ramírez Jiménez, España 1936-1939 cit. (n. 92), pp. 34-35
107
y Josefa Dolores Ruiz Resa, Trabajo y franquismo, Granada, Comares, 2000, con conclusiones
compartidas —«el trabajo, como criterio de jerarquía social, condujo a la práctica imposibilidad
de alterar la estratificación» económica, p. 50— y datos —concepción institucionalista de la
empresa, vida efímera de ciertos derechos sociales…— que tomamos, como también extraemos
en los párrafos siguientes fragmentos de disposiciones del «Fuero del Trabajo», donde por otra
parte se encuentran expresiones tan elocuentes como el baile de mayúsculas de «los trabaja-
dores y las Empresas» en la declaración tercera.
Génesis y estructura del «nuevo» estado 133
Acaso la historia jurídica española lleve demasiado tiempo retirada del siglo
xx. Quizá el ingreso incipiente de una generación de juristas-historiadores
nacida bajo la democracia pueda colmar este vacío. Al centrar su enfoque en las
estructuras y transformaciones jurídicas, con todas sus consecuencias culturales,
no es flaca la aportación que esta materia pueda hacer a la historia más contem-
poránea. En principio, al lado de la historiografía política general, puede con-
108
Como acertadamente señala Sánchez Mosquera, Del miedo genético cit. (n. 78),
p. 103.
134 Sebastián Martín
ello, desde una óptica constitucional, acaso no esté tan desfasada la tarea de
deslindar el derecho del privilegio, concibiendo éste como el goce de una posi-
ción creada por un esfuerzo colectivo y descargada de la correspondiente rever-
sión de beneficios a la sociedad. También puede ser que no sea del todo inútil
separar la titularidad individual de los derechos, en todo caso intangibles, de su
goce corporativo e institucional, pues quizá en este último caso el derecho haya
terminado deviniendo poder. En fin, partiendo de estas premisas puede que se
recupere el espíritu constituyente que recorrió la Europa de la segunda posgue-
rra, y del cual nosotros extraimos, décadas más tarde, enseñanzas insustituibles.
Y una de las fundamentales es que el Estado del bienestar, a todas luces soste-
nible, y la consiguiente homogeneidad económica que produce, componen el
mejor antídoto para conjurar tanto el totalitarismo de derechas como el estali-
nista.
Una vista a la historia cultural de Falange
Española en la Segunda República
Marco Claas
Universidad de Hamburgo
1
Una de las publicaciones mas recientes sobre la historia política de la Falange es:
Peñalba, M., Falange Española. Historia de un fracaso (1933-1945), Eunsa, Pamplona, 2009.
De la extensa bibliografía sobre el tema hay que destacar las obras de Ismael Saz: Saz Campos,
I., Fascismo y franquismo, Universitat de Valencia. Servei de publicacions, Barcelona, 2004; Saz
Campos, I., Mussolini contra la II república. Hostilidad, conspiraciones, intervención (1931-1936),
Alfons el Magnànim, Valencia, 1986. Dos análisis profundos con conclusiones muy interesan-
tes sobre la composición social de la Falange en Andalucía: Parejo Fernández, J. A., Seño-
ritos, jornaleros y falangistas, Bosque de palabras, Sevilla, 2008; Parejo Fernández, J.A., La
Falange en la Sierra de Norte de Sevilla (1934-1956), Universidad de Sevilla. Servico de publi-
caciones, Sevilla, 2004. Véase también: Payne, S.G., Fascism in Spain 1923-1977, The Univer-
sity of Wisconsin Press, Wisconsin, 1999; Payne, S.G., Social composition and regional
strength of the Spanish Falange, en Ugelvik Larsen,S. Hagtvet, B., Myklebust, J.P., Who
were the fascists? Social roots of European fascism, Scandinavian University Press, Oslo, 1980, pp.
423-435; Ellwood, S. M., Prietas las filas. Historia de Falange española 1933-1983, Crítica,
Madrid, 1984.
138 Marco Claas
cia literaria, sin embargo, ya han analizado algunos extremos del ambiente es-
tético falangista 2, pero apenas se han investigado las influencias de las preocu-
paciones estéticas en la política 3. En los últimos años, autores como Roger
Griffin, Robert O. Paxton, Michael Mann y Sven Reichardt han llevado a cabo
una renovación del estudio del fascismo y de su teoría, dándole un enfoque más
cultural. Estos autores han presentado análisis sintéticos, que facilitan un mejor
entendimiento de las concomitancias entre los distintos fascismos europeos así
como de las relaciones entre arte y política 4. Sven Reichhardt, por ejemplo,
2
Carbajosa, M., Carbajosa, P., La corte literaria de José Antonio. La primera generación
cultural de la Falange, Crítica, Barcelona, 2003; Albert, M., Avantgarde und Faschismus. Spa-
nische Erzählprosa 1925-1940, Niemeyer, Tübingen, 1996; Pérez Bowie, J.A., En torno al
lenguaje poético fascista, en Sánchez-Vidal, A. (ed.), Historia crítica de la literatura española,
Vol. 7, Tomo 2: Época contemporánea, 1914-1939, Crítica, Barcelona, 1995, pp.578-580; Pérez
Bowie, J.A., Retoricismo y estereotipación, rasgos definidores de un discurso ideologizado. El
discurso de la derecha durante la Guerra Civil, en Aróstegui, J. (ed.), Historia y memoria de
la Guerra Civil. Encuentro en Castilla y Leon, T. 1: Estudios y ensayos, Junta de Castilla y León,
Consejería de Sanidad y Bienestar Social, Valladolid, 1988, pp.355-373; Pérez Bowie, J.A.,
En torno al lenguaje poético fascista. La metáfora de la guardia eterna, en Letras de Deusto,
Tomo 15, num.31, Universidad de Deusto, 1985, pp.73-96; Pérez-Ramos, B., Poesie und
Politik: Aspekte faschistischer Rhetorik im Spanischen Bürgerkrieg, en Schmigalle, G. (ed.),
Der Spanische Bürgerkrieg. Literatur und Geschichte, Vervuert, Frankfurt a. M., 1986, pp.147-180;
Scotti-Rosin, M., Die Sprache der Falange und des Salazarismus. Eine vergleichende Untersu-
chung zur politischen Lexikologie des Spanischen und des Portugiesischen, Lang, Frankfurt a. M.,
1982; Martín, E., Falange y poesía, en Historia 16, num. 30, Historia viva, Madrid, 1978,
pp.125-128; Mermall, T., Aesthetics and politics in falangist culture (1935-1945), en Bulle-
tin of Hispanic studies, num.50, Routledge, London, 1973, pp. 44-50; Mainer, J.-C., Falange y
literatura, Labor, Barcelona, 1971.
3
Una obra en ese sentido: Gallego, F., Morente, F. (eds.), Fascismo en España. Ensa-
yos sobre los orígenes sociales y culturales del franquismo, Intervención cultural/El viejo topo,
Barcelona, 2005.
4
Roger Griffin fue el primero en centrarse en la visualización y la estetización de la
política para integrarla en una definición más amplia del concepto de Fascismo. Muy conocida
es su definición: «Fascism is a political ideology whose mythic core in its various permutations
is a palingenetic form of populist ultra-nationalism.», en Roger Griffin, The Nature of Fas-
cism, Pinter, London, 1993, p.26. Véase también: Roger Griffin, Loh, W., Umland, A. (ed.),
Fascism past and present, west and east. An International Debate on Concepts and Cases in the
Comparative study of the Extreme right, Ibidem-Verlag, Stuttgart, 2006; Griffin, R., Feldman,
M. (ed.), Fascism and culture, Routledge, London, 2004; Paxton, R.O., Anatomie des Faschismus,
Deutsche Verlagsanstalt, München, 2006; Mann, M., Fascists, Cambridge University Press,
Cambridge, 2004; Reichardt, S., Neue Wege der vergleichenden Faschismusforschung, en
Mittelweg 36, HIS Verlagsgesellschaft, Hamburg, 2007, pp.9-25; Reichardt, S., Praxeologie
und Faschismus. Gewalt und Gemeinschaft als Elemente eines praxeologischen Faschismus-
begriffs, en Hörning, K.H., Reuter, J. (ed.), Doing culture. Neue Positionen zum Verhältnis
von Kultur und sozialer Praxis, transcript Verlag, Bielefeld, 2004, pp.129-153. Reichardt, S.,
Faschistische Kampfbünde. Gewalt und Gemeinschaft im italienischen Squadrismus und in der
deutschen SA, Böhlau, Köln, 2002.
Una vista a la historia cultural de Falange española en la segunda república 139
5
Reichardt, S., Praxeologie und Faschismus, p.129.
6
Primo de Rivera, J.A., Discurso de proclamación de Falange Española de las Jons,
4 de marzo 1934, en Escritos y discursos. Obras Completas (1922-1936). Edición cronológica,
Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1976, p.327-333, p.332.
7
El Fascio. Haz hispano, Reproducción facsimil, editora nacional, Madrid, 1943; F.E.,
Reproducción facsímil, editora nacional, Madrid, 1943 [1933-1934]. Arriba, Reproducción
facsímil, editora nacional, Madrid, 1942 [1935-1936]; Primo de Rivera, J.A., Escritos y dis-
cursos. Obras Completas (1922-1936) [Por la cantidad de citas aparecen las Obras Completas
como OC]; Ledesma Ramos, R., La conquista del estado, Trinidad Ledesma Ramos, Madrid,
1986 [1931]; Ledesma Ramos, R. Escritos políticos. JONS, Trinidad Ledesma Ramos, Madrid,
1985 [1933-34]; Ledesma Ramos, R. ¿Fascismo en España?, Rivadeneyra, Barcelona, 1968
[Madrid 1935]; Ledesma Ramos: Discurso a las juventudes de España, Biblioteca nueva, Ma-
drid, 2003 [1935]. Giménez Caballero, E., Genio de España, La Gaceta literaria, Madrid,
1932; Giménez Caballero, E., Casticismo, nacionalismo y vanguardia (antología 1927-1935),
recopilación de Mainer, J.-C., Fundación Santander Central Hispano, Madrid, 2005. El
diario de Alejandro Salazar está fechado supuestamente de la primavera de 1936. La trans-
cripción es de Rafael Ibañez Hernández: Ibañez Hernández, R., Estudio y acción. La falan-
ge fundacional a la luz del Diario de Alejandro Salazar (1934-1936), Barbarroja, Madrid,
1993.
140 Marco Claas
Falange y vanguardia
8
Carbajosa, M., Carbajosa, P., La corte literaria de José Antonio. La primera generación
cultural de la Falange, Crítica, Barcelona, 2003.
9
Con 18 años Ramiro Ledesma Ramos escribió la novela El sello de la muerte, véase:
Gallego, F., Ramiro Ledesma Ramos y el Fascismo Español, Síntesis, Madrid, 2005, p.24. En
su socialización literaria y política Ledesma Ramos estaba muy influido por el escritor Gimé-
nez Caballero, véase: Becarúd, J. ,López Campillo, E., Los intelectuales españoles durante la
II República, Siglo Veintiuno de España, Madrid, 1978, p.27; Saz Campos, I., Fascismo y
Franquismo, p.43. José Antonio Primo de Rivera ordenó en su testamento que todas sus piezas
literarias habrían que ser destruidas, véase: Primo de Rivera, J.A., Testamento de José An-
tonio Primo de Rivera, en OC, pp.1097-1100.
10
Id., Elecciones y parlamento. Triunfarán las derechas, en OC, pp.938-940, p.940.
11
Id., Palabras pronunciadas en Madrid en el Homenaje de Acción Española a Eugenio
Montes, celebrado en el Hotel Ritz, 19 de febrero de 1935, en La Epoca, 22 de febrero de 1935,
OC, pp. 562-563.
12
Carbajosa, M., Carbajosa, P.: La corte literaria, p.101.
13
Ibídem, pp.90-91.
Una vista a la historia cultural de Falange española en la segunda república 141
tomado en la teoría del arte. Ortega y Gasset con su Deshumanización del arte y
Guillermo de Torre con su Literaturas europeas de vanguardia habían introduci-
do el uso del término vanguardia en la literatura española 14. Fue Giménez
Caballero quien por primera vez habló de las «falanges actuales del arte» 15. Y
dos años antes de que José Antonio Primo de Rivera hubiese fundado el mo-
vimiento falangista, Ramiro Ledesma Ramos ya había hablado de las «falanges
jóvenes, desprovistas de literatura y de cara a la acción y a la eficacia
política» 16.
Los falangistas tenían un vínculo muy fuerte con la literatura y creían poseer
un lenguaje vanguardista propio de su partido: «El lenguaje de Falange es dife-
rente de los demás» 17. Gran parte de su lenguaje se basaba en la continua repe-
tición de disponer de ese «sistema poético y preciso» 18 y de un «vocabulario
inconfundible» 19; Por eso, desde su punto de vista, los otros partidos eran inin-
teligibles.
14
Según Ortega y Gasset entra la vanguardia en su lucha por la actualidad en un con-
flicto con lo convencional y tiende a entrar en competición con la realidad. Esa distancia es-
tética de la realidad causa en un «curioso efecto sociológico». Ortega y Gasset dice: «Actúa,
pues, la obra de arte como un poder social que crea dos grupos antagónicos, que separa y se-
lecta[...]». En la vanguardia los criterios comunes de la selección – «raza», «clase», «religión»
o «partido» – son sustituidas por el arte y el entendimiento del mismo, con lo cual se llega a
la bipolaridad entre élite y masa. Véase para un análisis amplio de esa problemática: Albert,
M., Avantgarde und Faschismus, pp.13-14.
15
Cirici, A.: La estética del franquismo, Gili, Barcelona, 1977, p.65.
16
Ledesma Ramos, R., La conquista del estado, num.2, 21 de marzo de 1931, p.6.
17
Primo de Rivera, J.A., Extracto del discurso pronunciado en Corrales, 16 de marzo
de 1935, en La Nación, 18 de marzo de 1935, OC, p.573.
18
Id., El ruido y el estilo, en OC, pp.976-978, p.977.
19
Id., Mientras España duerme la siesta, en haz, num.7, 19 de julio de 1935, OC,
pp.726-727, p.726.
20
Id., Discurso en Zaragoza, 26 de enero de 1936, en Arriba, num. 30, 30 de enero de
1936, OC, pp.912-914, p.913.
21
Id., Discurso pronunciado en Oviedo, 28 de enero de 1936, en Arriba, num.32, 13 de
febrero de 1936, OC, pp.918-919, p.919.
22
Id., El ruido y el estilo, en OC, pp.976-978, p.977.
142 Marco Claas
Manuel Azaña por su supuesta incapacidad para concluir los discursos con
frases brillantes. Y cuando el político conservador Calvo Sotelo, en el otoño de
1934, regresó desde su exilio en Paris, José Antonio dijo que no podría ser fa-
langista porque no entendía poemas 23. Una razón no menor para las querellas
entre Ledesma Ramos y José Antonio fueron las discusiones sobre el estilo de la
Falange. Cuando ya no era afiliado del partido, Ledesma Ramos veía «mil pe-
ligros, entre ellos, el de caer en una organización de carácter sectarista, en una
capilla político-literaria, a base de escritores epicénicos y pedantesco
protocolo» 24. José Antonio tenía otra convicción: «A los pueblos no los han
movido nunca más que los poetas, y ay de aquel que no sepa levantar, frente a
la poesía que destruye, la poesía que promete» 25. Esas pretensiones las explicó
ya de manera más clara en una cena de despedida para el poeta Eugenio Mon-
tes antes de su viaje a Alemania: «[
] nos sentimos carne y habla de un pueblo
mismo» 26.
¿Cuáles fueron las características de esa poesía prometedora? En primer
lugar, estaba marcada por una gran cantidad de adjetivos con connotación po-
sitiva. Los más centrales eran «alegre, optimista, heroico, bello, alto, fuerte, ar-
monioso, perfecto, magnífico, dulce» 27. En la Falange no se debería hablar como
en otras organizaciones, «abajo esto, abajo el otro» 28, objetivo que se veía clara-
mente en la exclamación «¡Arriba España!» 29. En segundo lugar, la crítica fue
sustituida por la afirmación. Se decía que el heroísmo no se realizaría con una
«obra de opinión», sino con una «obra de fundación» 30. En un artículo del pe-
riódico F.E. con el título ¿Que va a ser del Arte? se podía leer: «Pero ese optimis-
23
Id., España y Catalunya, en el Parlamento, 11 de diciembre de 1934, en OC, pp.514-
520, p.514; Gibson, I., En busca de José Antonio, Planeta, Barcelona, 1980, p.96.
24
Ledesma Ramos, R. ¿Fascismo en España?, p.204.
25
Primo de Rivera, J.A., Discurso de la fundación de Falange Española pronunciado
en el Teatro de la Comedia de Madrid, 29 de octubre de 1933, en OC, pp.189-195, p.195.
26
Id., Entraña y estilo, he aquí lo que compone a España, en La Nación, 25 de febrero
de 1935, OC, pp.565-566.
27
Carbajosa, M.,Carbajosa, P., La corte literaria, pp.119-121.
28
Primo de Rivera, J.A., Discurso en Cáceres, 19 de enero de 1936, en Arriba, num.29,
23 de enero de 1936, OC, pp.905-908, p.907; Id., Discurso en Zaragoza, 26 de enero de 1936,
en Arriba, num.30, 30 de enero de 1936, OC, pp.912-914, p.913; Id., Resúmen del discurso
pronunciado en el Teatro Santander, 26 de enero de 1936, en Arriba, num.30, 30 de enero de
1936, OC, pp. 915-917, p.915; Id., Entrevista, en La voz de Madrid, 14 de febrero de 1936, en
OC, pp.952-954, p.952.
29
Id., Discurso en Cáceres, 19 de enero de 1936, en Arriba, num.29, 23 de enero de
1936, OC, pp.905-908, p.907.
30
Fundación, en F.E., num.12, 26 de abril de 1934, p.1.
Una vista a la historia cultural de Falange española en la segunda república 143
[
] se tacha de asesinos a unos hombres que no hacen otra cosa que preedicar su amor
a España; lo que sucede es que predicamos y encendemos ese amor, no de una manera
blanda, suave, sino resuelta, enérgica y viril, estando dispuestos por ese amor a ofrecer
el sacrificio de nuestra sangre. 36
Con este mismo argumento, el de que los falangistas sólo obedecían a una
ley de amor, justificaba, en Marzo 1935 en la revista HAZ, el asesinato: «No
importa que el escalpelo haga sangre. Lo que importa es estar seguro de que
obedece a una ley de amor» 37.
31
F.G.M., ¿Que va a ser del Arte?, en F.E., num.12, 26 de abril de 1934, p.11.
32
Primo de Rivera, J.A., Ocasión de España, en Libertad, 22 de octubre de 1934, OC,
pp.460-461.
33
Sánchez Mazas, R., Hábito y estilo, en F.E., num.3, 18 de enero de 1934, p.6.
34
El sacrificio en el tablero, en Arriba, num.19, 14 de noviembre de 1935, p.1.
35
Sánchez Mazas, R., Nación, unidad, imperio, en Arriba, num.1, 21 de marzo de
1935, p.4; Id., Rectitud, en Arriba, num.7, 2 de mayo de 1935, p.1; Id., Brindis de R. Sánchez
Mazas, en Arriba, num.10, 23 de mayo de 1935, p.6; Primo de Rivera, J.A.: La Falange ante
las elecciones de 1936, en Arriba, num.31, 6 de febrero de 1936, OC, pp.925-934, p.927.
36
Id., Resumen del discurso pronunciado en Callosa de Segura, 22 de julio de 1934, en
La Nación, 23 de julio de 1934, OC, pp.416-417, p.417.
37
Id., España incomoda, en HAZ, 26 de marzo de 1935, OC, pp.593-594, p.594.
38
Fernández, A., La poesía del trabajo y de las milicias, en Arriba, num.9, 16 de mayo
de 1935, p.2.
144 Marco Claas
»Todo lo que es haz o falange es unión, cooperación animosa fraterna, amor. Falan-
ge Española, encendida por un amor, segura en una fe, sabrá conquistar a España para
España, con aire de milicia» 46.
»[
] sólo hablamos de nuestra fe en España» 47.
«Nuestro más firme baluarte y nuestra más envidiada gloria es la hermandad perfecta,
con la que caminamos; la seguridad absoluta, con la que creemos, y la fe ciega, con la
que obedecemos» 48.
48
Salazar, A.: Consigna, en HAZ, num. 7, 19 de julio de 1935, p.1.
49
Id., Diario, p.34.
50
Ibídem, p.38.
51
Garate, J., Mítin en Gredo, en Arriba, num.7, 2 de mayo de 1935, p.4.
52
Johannes Volmert describe las presentaciones en las concentraciones de masas en la
Alemania nazi como «misas seculares», véase: Volmert, J., Politische Rhetorik des National-
sozialismus, en Ehlich, K. (ed.), Sprache im Faschismus, Suhrkamp, Frankfurt a. M., 1989,
pp.137-158, p.158. Sobre la discusión del termino «religión política» véase: Box, Z., Las tesis
de la religión política y sus críticos: aproximación a un debate actual, en Ayer, 62, Marcial Pons,
Madrid, 2006, pp.195-230.
53
Cirici, A., La estética del franquismo, p.18; Ellwood, S.M., Spanish fascism in the
Franco era: Falange Española de las JONS 1936-1976, Macmillan, Basingstoke, 1987, p.61;
Elorza, A., El franquismo, un proyecto de religión política, en Javier Tusell, Emilio Gen-
tile, Giuiliana di Febo (ed.), Fascismo y Franquismo, Cara a cara. Una perspectiva histórica,
Biblioteca nueva, Madrid, 2004, pp.69-82, p.71; Beevor, A., La Guerra Civil Española, Crí-
tica, Barcelona, 2005, p.64.
54
Payne, S.G., Fascism in Spain, p.108.
146 Marco Claas
55
D’Ors Pérez-Peix, V., Fascismo es elevación, en F.E., num.3, 18 de enero de 1934,
p.5.
Primo de Rivera, J.A., Prieto se acerca a Falange, en Aqui estamos, Palma de Ma-
56
Comunidad y violencia
El objetivo de los falangistas era ni más ni menos que crear un nuevo modo
de ser. Así lo expresa «Hábito y estilo», el ideario político para el comportamien-
to de los afiliados, publicado dos meses y medio después de la fundación del
partido en el Teatro de Madrid. En ese reglamento se define que la nueva forma
de ser se basa en una liturgia de subordinación y en un hábito de imitación. Un
falangista es un hombre de armas y de letras, que vive en una comunidad estruc-
turada 65.
64
Primo de Rivera, J.A., Nota publicada el 19 de diciembre, en OC, p.524.
65
Rafael Sánchez Mazas, Hábito y estilo, en F.E., num.3, 18 de enero de 1934,
p.6.
148 Marco Claas
cotidiana. Las palabras más características eran servicio 66, disciplina 67 y
sacrif icio 68. Un falangista se entendía como un asceta que formaba parte
66
»[...]el deseo de poder servir a España» Primo de Rivera, J.A., Preguntas de
«Crónica»,en OC, p.129; «servicio que presta desde su sitio», Id., Crisis del liberalismo, Carta
publicada en ABC a Luca de Terna, 22 de marzo de 1933, en OC, p.162; «[...]servirán ese
espíritu de una manera alegre y deportiva», Id., Puntos iniciales, OC, pp.219-226, p.225, «La
muerte es un acto de servicio», F.E., num.5, 1 de febrero de 1934, p.6 «[...]servicio de lo
grande[...]»,Id., Alas de España, en F.E., num.7, 22 de febrero de 1934, OC, p.313; «[...] servir
a España», Id., Resúmen del discurso pronunciado en Fuensalida 20 de mayo de 1934, en La
Nación, 21 de mayo de 1934, OC, p.365; «[...] servicio de la razon de la justicia», Id., Los diez
puntos de El escorial, en OC, p.369; «[...] alistarse para servir», Id., Aqui Falange, Octavilla
que se repartia en los actos marxistas en el año 1934, OC, p.448; «[...] al servicio de un pensa-
miento, de una estructura mental», Id., Conferencia pronunciada en Zaragoza, OC, pp.557-561,
p.559; «servir[...]apretad, pues, vuestras organizaciones», Id., Discurso, en Arriba, num.4, 11
de abril de 1935, OC, pp.615-616; «[...] la mujer tiene que servir», Id., Lo feminino en la
Falange, en Arriba, num.7, 2 de mayo de 1935, OC, p.661; «entregados a la abnegación del
servicio», Id., Justificación de la violencia, en No importa, num.3, 6 de junio de 1936, p.1, OC,
pp.1003-1004; «cumplir estos servicios», Cuadro de honor, en Arriba, num.3, 4 de abril de 1935,
p.3; «servir a España», La falange por tierras de Asturias, en Arriba, num. 25, 26 de diciembre
de 1935, p.6. [La acentuación cursiva proviene del autor].
67
«[...]la vida como milicia: disciplina y peligro», Primo de Rivera, J.A., Puntos Ini-
ciales, en OC, pp.219-226, p.225; «[...]resolución fuerte y firme de imponerse una disciplina»,Id.,
Inocencia y penitencia, en F.E., num.3, 18 de enero de 1934, OC, pp.267-268, p.268; «Fe,
trabajo y disciplina...» Julio Ruiz de Alda: Unas palabras, en F.E., num.1, 7 de diciembre de
1933, p.3; «disciplina de la juventud nacional», Los nacionalsindicalistas de Salamanca y sus
jiras, en Arriba, num.4, 11 de abril de 1935; «las rutas eternas del orden, la disciplina y la es-
piritualidad», en Arriba, num.25, 26 de diciembre de 1935.
68
«[...] misión historica, sacrificio y lucha», Primo de Rivera, J.A., Sobre el concepto
de estado, 19 de abril de 1933, en OC, p.234; «mayores sacrificios», Id., Declaraciones del Jefe
de Falange, en OC, pp.276-277, p.277; «[...] podemos hacer símbolo de enseñanza o de es-
cuela de sacrificio», Id., La Falange y la F.U.E, Discurso en el Parlamento, 1 de febrero de 1934,
en OC, pp.278-284, p.284; «[...] escuela de sufrimiento y de sacrificio», La muerte es un acto
de servicio, en F.E., num.5, 1 de febrero de 1934, p.6.; «España supo ser fuerte [...] y supo
sacrificarse por lo espiritual», Primo de Rivera, J.A., Discurso pronunciado en Caceres, en
F.E., num.6, 8 de febrero de 1934, en OC, pp.290-292, p.291; «[...] los sacrificios se sobrelleven
entre todos», Id., Resúmen del discurso pronunciado en Fuensalida, 20 de mayo de 1934, en
La Nación, 21 de mayo 1934, OC, p.365; «[...] ofrecer el sacrificio de nuestra sangre.» , Id.,
Resúmen del discurso pronunciado en Callosa de Segura, 22 de julio de 1934, en La Nación,
23 de julio de 1934, OC, pp.416-417, p.417; «[...] me precedieron en el sacrificio», Id., Testa-
mento, en OC, pp.1097-1100, p.1097; «[…] de sacrificio y de triunfo», Fernández, A., La
poesía del trabajo, p.2; «[...] ha de correr al borde del sacrificio», El sacrificio en el tablero, en
Arriba, num.19, 14 de noviembre de 1935, p.1; «[...] nuestro acto es sencillamente una invi-
tación al sacrificio», La falange por tierras de Asturias, en Arriba, num.25, 26 de diciembre de
1935, p.6; «[...] con sangre de sacrificio y dolor de autenticidad», en jons, num.1, 1 de mayo
de 1933, p.74; «[...] el sacrificio de cada uno, para que la Patria exista y brille[...]quien no se
sacrifica intensamente, dice Mussolini, no es nacionalista ni patriota.», Ledesma Ramos, R.,
Voluntad de España, en JONS, agosto de 1933, num.3, p.97. «Que la sangre de mártir de
Una vista a la historia cultural de Falange española en la segunda república 149
Matías Montero sirva a nosotros también para darnos es espíritu de sacrificios y heroismo»,
Salazar, A., En la velada necrológica en recuerdo de Matías Montero, en Arriba, num.1. 21
de marzo de 1935,p.2; «[...] ni nuestros trabajos serán nunca remunerados sino con el sacrifi-
cio.», Id., El mitin de la Falange en el Cine de Madrid, en HAZ, num.5, 28 de mayo de 1935,
p.1.
69
Hermandad, en Arriba, num.8, 9 de mayo 1935, p.1; «[...] hermandad suprema de
Falange», Primo de Rivera, J.A., En memoria de José García Vara, en Arriba, num.4, 11 de
abril de 1935, pp. 644-645, p. 644. «la perfecta hermandad», Salazar, A., Consigna, HAZ,
num.7, 19 de julio de 1935, p.1.
70
Primo de Rivera, J.A., Palabras pronunciadas en Bilbao a los camaradas de la Fa-
lange, 8 de abril de 1934, en OC, p.338.
71
Bullón de Mendoza, A., de Diego, A. (ed.), Historias orales de la Guerra Civil, Ariel,
Barcelona, 2000, p.41.
72
Los nacionalsindicalistas de Salamanca y sus jiras, en Arriba, num.4, 11 de abril de
1935, p.2.
73
Sobre las visitas que recibió José Antonio véase: Primo de Rivera, J.A., Interrogación
del fiscal, en OC, pp.1045-1072.
74
F.E., num.14, 12 de julio de 1934, p.5. Sobre la redada, véase: Ledesma Ramos, R.,
¿Fascismo en España?, p.169.
75
«Entre los jefes y soldados, Alejandro Arias se popularizó con el nombre del chofer
fantasma...Pues para cumplir estos servicios transitaba por lugares que, nadie más que él,
osaba pasar. Cuando le preguntaban por su nombre, respondía: soy la Falange.», Cuadro de
honor, en Arriba, num.3, 4 de abril de 1935, p.3.
150 Marco Claas
76
Cuadro de honor, en Arriba, num. 18, 7 de noviembre de 1935, p.4.
77
Salazar, A., Consigna, en HAZ, num.13, 20 de enero de 1936, p.1. Véase también:
Arriba, num. 5, 18 de abril de 1935, p.6; Arriba, num.7, 2 de mayo de 1935, p.2; Primo de
Rivera, J.A., Una jornada memorable, en Arriba, num.10, 23 de mayo de 1935, OC, pp.690-693,
p.691.
78
Bravo Martínez, F., Historia de Falange Española de las JONS, editora nacional,
Madrid 1940, p.60.
79
Primo de Rivera, J.A., A la primera linea de Madrid, 29 de junio de 1936, en OC,
p.1015.
80
Id., Contestaciones que José Antonio dió a las preguntas que le remitió el periodista
Ramón Blardony por intermedio del enlace Agustin Pelaez, en Alicante, 16 de junio de 1936,
en OC, pp.1005-1007.
81
La muerte es un acto de servicio, en F.E., num.5, 1 de febrero de 1934, p.6.
82
Véa las fotos en F.E., num.9, 8 de marzo de 1934, p.6; Arriba, num. 6, 25 de abril de
1935, p.6; Arriba, num.10, 23 de mayo de 1935, p.10; Arriba, num.19, 14 de noviembre de
1935, p.6.
Una vista a la historia cultural de Falange española en la segunda república 151
83
Fue ese esquema de call-and-response que Gabriele D’Annunzio practicaba en sus
discursos desde los balcónes de Fiume delante de sus legionarios. Tuvo una influencia impor-
tante en la retórica de Mussolini, véase: Ballinger, P., Italian Pentecost: Receiving the word
of the Italian Faith. The development of Nationalistic Ritual at Fiume, 1919-1921, in: Bera-
mendi, J.G., Máiz, R., Nuñez Seixas, X.M. (ed.), Nationalism in Europe. Past and present.
Actas do congreso Internacional os Nacionalismos en Europa pasado y presente, T. 1, Universidade
de Santiago de Compostela, Santiago de Compostela, 1994, pp.623-648, p.623.
84
La muerte es un acto de servicio, en F.E., num.5, 2 de febrero 1934, p.6; «Un buen
militante de Falange debe confiar siempre en que los jefes no se equivocan.» Sánchez Mazas,
R., Guiones, en F.E., num.3, 18 de enero de 1934, p.1.
85
Primo de Rivera, J.A., Romanticismo, revolución, violencia, en el parlamento, 3 de
julio de 1934, en OC pp.393-397, p.396; Id., Entrevista Jay Allen, en OC, pp.1023-1025,
p.1025; Id., Declaraciones de José Antonio en el sumario incoado por el juzgado, en OC,
pp.1033-1039, p.1033.
86
Id., Discurso de la fundación de Falange Española, en OC, p.194.
87
Id., Resúmen del discurso pronunciado en Callosa de Segura, 22 de julio de 1934, en
La Nación, 23 de julio de 1934, OC, pp. 416-417, p.416; Id., Juventudes y la intemperie, en
Arriba, num.18, 7 de noviembre de 1935, OC, pp.784-788, p.786.
88
Id., España incomoda, en HAZ, 26 de marzo de 1935, OC, pp.593-594, p.594.
89
«Ya no hay soluciones pacíficas. La guerra está declarada y ha sido el gobierno. No
somos, pues, nosotros quienes han eligido la violencia. Es la ley de guerra que la impone[...],
apretad vuestras filas, aguzad vuestros métodos. Mañana cuando amenazcan más claros días,
tocarán a la Falange los laureles frescos de la primacía en esta santa cruzada de violencias.»
Id., en No importa, num.2, 6 de junio 1936, OC, pp.1003-1004, p.1003.
152 Marco Claas
«[
] ya sabéis lo que hay que hacer. No queremos destrozos de material, descargad
vuestras energías sobre algo más duro, como es la cabeza de algunos, y si es necesario
arrojar a alguien por la ventana, hacedlo, que la Jefatura y España os lo han de
agradecer» 95.
90
Payne, S.G., Fascism in Spain, p.191.
91
Giménez Caballero, E., Autos de F.E., en F.E., num.1, 7 de diciembre de 1933,
p.12.
92
F.E., num. 5, 2 de febrero de 1934, p.5.
93
Calzada, A.M., ¡En pie, España!, en F.E., num.5, 2 de febrero de 1934, p.10.
94
Consignas, en F.E.,12 de julio de 1934, p.7.
95
Salazar, A., Consigna, en HAZ, num.13, 20 de enero de 1936, p.1.
96
Sánchez Mazas, R., Hábito y estilo, en F.E., num.3, 18 de enero de 1934, p.6.
97
Id., Nación, unidad, imperio, en Arriba, num.1, 21 de marzo de 1935, p.4.
98
Martínez Tudela, A., La patria lo manda, en Arriba, num.7, 2 de mayo de 1935,
p.2.
Una vista a la historia cultural de Falange española en la segunda república 153
«Hace dos años que inicié mis trabajos en Falange. Fui sin conocerla apenas, sin saber
sus postulados ni sus principios. ¿Izquierdas? ¿Derechas? [
]. Sin embargo para mí la
Falange representaba la encarnación de la nueva juventud plena de vigor y de
energía» 106.
«La afiliación a un partido como aquél [la Falange] no viene dada mucho por unas
ideas, sino por una afinidad
uno aprende a ser falangista [
] después de haber ingresa-
do en la Falange, porque antes, en fin, yo tenía la idea esa
de los héroes, ¿no?, había
unos falangistas que se pegaban a los comunistas» 107.
99
El río de la bencina, en F.E., num.11, 19 de abril de 1934, p.4.
100
Mainer, J.-C., Prólogo, en Carbajosa, M., Carbajosa, P., La corte literaria, pp.9-12,
p.10.
101
Primo de Rivera, J.A., Carta a Francisco Bravo, 13 de marzo de 1935, en OC,
p.1143.
102
Fraser, R., Blood of Spain. The experience of civil war 1936-1939, Lane, London, 1979,
p.104.
103
Reig Tapia, A., Violencia y terror, Akal, Madrid, 1990, p.49.
104
Así lo cuenta el ex-miembro del SEU David Jato, véase: Jato Miranda, D., La re-
belión de los estudiantes, Imprenta Romero Requejo, Madrid, 1953, pp.70-71.
105
Ibid, pp.70-71.
106
Salazar, A. Diario, p.33.
107
Entrevista AGL, en Núñez Seixas, X.M., El fascismo en Galicia. El caso de Ouren-
se (1931-1936), en Historia y Fuente Oral, num.10, Barcelona, 1993, pp.143-174, p.160.
154 Marco Claas
La retórica falangista
108
Salazar, A., Diario, p.34.
Primo de Rivera, J.A., Recompensas a la Falange de Sevilla, 20 de octubre de 1935,
109
en OC, pp.765-766.
110
Arriba, num.20, 28 de noviembre de 1935, p.6.
111
Las autoridades de la República encontraron tales calendarios en varias sedes de la
Falange. Estaban en mano del juez que interrogó a José Antonio el 16 de novimebre de 1936:
Primo de Rivera, J.A., Interrogatorio de José Antonio Primo de Rivera, 16 de Noviembre
de 1936, en OC, pp.1045-1072, p.1061.
Una vista a la historia cultural de Falange española en la segunda república 155
juventudes: la que está con nosotros y la que está contra nosotros. Hemos logra-
do ya partir en dos el campo y separar España y anti-España». 112 Mónica y
Pablo Carbajosa han señalado que la separación de términos semánticamente
neutrales puestos en oposición y utilazados con el singular y el plural quedan
marcados positiva o negativamente. Según ese esquema se definía: Falange =
hermandad, familia, organización, acto, doctrina. Otros partidos = bandos, par-
cialidades, organizaciones, mítines, ideologías 113. José Antonio Pérez Bowie
habla de campos de palabras opuestas para separar la Falange de los demás
grupos, como son «civilización/barbarie» y «luz/oscuridad»: Falange = orden,
jerarquía, unidad, autoridad, disciplina. Otros partidos = horda, salvajismo,
anarquía, confusión 114. Falange = luz, aurora, estrella, claridad. Otros partidos =
sombras, oscuridad, tinieblas, cavernas 115.
Por otro lado, los falangistas afirmaban unificar posiciones opuestas. Se-
mánticamente resolvieron ese problema de la siguiente forma: «Falange es A y
B, de donde A y B son términos opuestos». 116 Por ejemplo: La Falange no es de
izquierda ni de derecha 117. Sólo en la Falange se lucha por el cielo y la tierra 118.
Sólo la Falange se preocupa por la vida y la muerte 119. Sólo la Falange une el
pasado con el futuro 120.
Además de esto los autores emplearon en abundancia el oximorón: la liber-
tad para ellos era «la libre servidumbre» 121. Un falangista debería aspirar a «una
paz bien armada». 122
En segundo lugar, la retórica falangista se basaba en metáforas arquitectó-
nicas y geométricas. Los miembros de la Falange entendían la política como una
construcción, la actuación verbal como una pieza de la misma 123. En su libro
112
F.E., num.9, 8 de marzo de 1934, p.1; Sánchez Mazas, R., Guiones, en F.E.,
num.10, 12 de abril de 1934, p.1; Redondo, O., Falange en Tordesillas, en Arriba, num.5, 18
de abril de 1935, p.3; Fernández, R., Unidad del destino en lo universal, en Arriba, num.7,
2 de mayo de 1935, p.4.
113
Carbajosa, M., Carbajosa, P., La corte literaria, p.114.
114
Pérez Bowie, J.A., Retoricismo y estereotipación, p.370.
115
Ibíd, p. 371.
116
Carbajosa, M., Carbajosa, P., La corte literaria, p.113.
117
Primo de Rivera, J.A., Discurso de la fundación,en OC, p.192.
118
Id., Discurso de proclamación de Falange Española de las jons, 4 de marzo de 1934,
en OC, pp.327-333, p.327.
119
Id., Movimiento hacia las entrañas de España, en OC, pp.331-333, p.332.
120
Id., Discurso en el Cine de Marid, 19 de mayo de 1935, en OC, pp.676-686, p.678.
121
Id., Alas de España, en F.E., num.7, 22 de febrero de 1934, OC, p.313.
122
Sánchez Mazas, R., Rectitud, en Arriba, num.7, 2 de mayo de 1935.
123
Thomas Mermall habla de la importancia de las metáforas arquitectónicas y comen-
ta que su origen se encuentra en la obra de Eugenio D’Ors. Véase: Mermall, T., Aesthetics
and politics, p.50.
156 Marco Claas
124
Giménez Caballero, E., Arte y Estado, Madrid 1935, en Id., Casticismo, naciona-
lismo, pp.189-242, p.216.
125
Ibíd, p.216.
126
Id., España y Roma IV, en F.E., num.5, 2 de febrero de 1934, p.9; véase también:
Primo de Rivera, J.A., Discurso en Córdoba, en Arriba, num.9, 16 de mayo de 1935, OC,
pp.670-671, p.670.
127
«Yo he visto de cerca a Mussolini, una tarde de octubre de 1933, en el Palacio de
Venecia, en Roma. Aquella entrevista me hizo entrever mejor el fascismo de Italia que la
lectura de muchos libros. Eran las seis y media de la tarde. No había en el Palacio de Venecia
el menor asomo de ajetreo. A la puerta, dos milicianos y un portero pacífico. Se dijera que el
penetrar en el Palacio donde trabaja Mussolini es más fácil que tener acceso a cualquier Go-
bierno Civil. Apenas enseñé al portero el oficio donde se me citaba, me hizo llegar –por anchas
escaleras silenciosas– a la antesala de Mussolini. Tres o cuatro minutos después se abrió la
puerta. Mussolini trabaja en un salón inmenso, de mármol, sin muebles apenas. Allá, en una
esquina, al otro extremo de la puerta de entrada, estaba tras de su mesa de trabajo. Se le veía
de lejos, solo en la inmensidad del salón». Id., Prólogo a «El Fascismo», octubre 1933, Primo
de Rivera, J.A., en OC, pp.183-184.
128
Id., La Falange y la F.U.E. Discurso en el Parlamento, 1 de febrero de 1934, en OC,
pp.278-284, p.282.
129
Id., Revolución, en La Nación, 28 de abril de 1934, OC, pp.363-364, p.363.
Una vista a la historia cultural de Falange española en la segunda república 157
130
Id., Resúmen del discurso pronunciado en el pueblo de Almoradiel, 22 de abril de
1934, en F.E., num.12, 26 de abril de 1934, OC, p.360.
131
Id., Discurso en el Cine de Madrid, 19 de mayo de 1935, en OC, pp.676-686,
p.678.
132
«Una España fuerte y armoniosa de arquitecturas bajo la luz solar era vivo sueño»,
Id., Como aquel doncel de sigüenza, en F.E., num.7., 22 de febrero de 1934, OC, p.314; «[...]
que quedará de la bella arquitectura de España», España es irrevocable, en OC, pp.413-415,
p.415.
133
Primo de Rivera, J.A.: Vista a la derecha, en No importa, num.3, 20 de junio de
1936, OC, pp.1008-1010, p.1010.
134
D’Ors Pérez-Peix, V., Crónicas de Italia, en F.E.,num.1,7 de diciembre de 1933,
p.11.
135
Matías Montero – presente mártir, en Arriba, num.1, 1935, p.3.
136
Sánchez Mazas, R., Rectitud, en Arriba, num.7, 2 de mayo de 1935, p.1.
137
Contienda por lo necesario, en Arriba, num.11, 30 de mayo de 1935, p.2.
138
La España que hace, en F.E., 19 de abril de 1934, num.11, p.3.
139
Sánchez Mazas, R., Rectitud, en Arriba, num.7, 2 de mayo de 1935, p.2.
158 Marco Claas
140
Primo de Rivera, J.A., Discurso en el Cine de Madrid, 19 de mayo de 1935,en OC,
pp.676-686, p.684.
141
Forges, D., Fascism, Violence and Modernity. Disasters of War: Image and Ex-
perience in Spain, en Howlett, J., Mengham, R. (ed.), The violent muse. Violence and the
artistic imagination in Europe 1910-1939, Manchester University Press, Manchester 1994,
pp.5-21; Kolb, S., Sprachpolitik unter dem italienischen Faschismus. Der Wortschatz des Fas-
chismus und seine Darstellung in den Wörterbüchern des Vetennio (1922-1943), Vögel, München,
1990, pp.61-62.
142
José Pérez-Bowie describe esa tendencia para los años 1936-1939, con lo cual es de
suponer que el cambio político de la Segunda República a la Guerra Civil implicó un cambio
en el uso de las metáforas, véase: Pérez Bowie, J.A., Retoricismo y estereotipación, p.361.
143
Giménez Caballero, E., Genio de España, p.30.
144
Salazar, A., En la sesión inaugural del consejo nacional del S.E.U, en HAZ, num.4,
30 de abril de 1935, p.8.
Una vista a la historia cultural de Falange española en la segunda república 159
145
Primo de Rivera, J.A. Discurso de proclamación de Falange Española de las JONS,
4 de marzo de 1934, en OC, pp.327-333, p.331.
146
Primo de Rivera, J.A., Palabras pronunciadas en Madrid, 7 de octubre de 1934, en
OC, p.449.
147
Id., Siete de Octubre, en Arriba, num.3, 4 de abril de 1935, en OC, p.613.
148
Salazar, A., Consigna, en HAZ, num.2, 2 de abril de 1935, p.4.
149
Id., Consigna, en HAZ, num.5, 28 de mayo de 1935, p.4.
160 Marco Claas
Con la reducción del tiempo narrado, los falangistas vinculaban en sus dis-
cursos el pasado con el futuro, ambos tiempos imaginados como gloriosos. El
presente quedaba marcado por la lucha callejera.
El culto a la muerte
Una de las piezas claves del falangismo fue el culto a los compañeros muer-
tos. Desde enero del año 1934 se publicaban en F.E., y más tarde en Arriba,
esquelas con el título «Presente» para recordar a los asesinados en las luchas
callejeras 150. En esas esquelas se destacaban los servicios a la Falange o se citaban
las afirmaciones al partido expresadas en los últimos segundos de vida antes de
morir 151.
En las reuniones del movimiento, muchas veces organizadas en salas de cine
o de teatro, los nombres de los muertos fueron bordados en letras de color de
oro en los telones 152. Parte de las reuniones consistian, como en los espectáculos
fascistas en Italia, en el llamamiento al muerto por el orador y la respuesta del
público: «¡Presente!» 153. Por el reglamento «La muerte es un acto de servicio» la
honra a los difuntos recibió una liturgia:
150
En total un 10,3% de los articulos de F.E. se dedicaban al culto a la muerte. Véase:
Desvois, J.-M., Le Contenu de F.E. hebdomadaire de la Phalange (Décembre1933-Juillet
1934), en Presse et sociéte, Centre d’Études Hispaniques, Rennes, 1979, pp.91-125, p.93.
151
Francisco de Paula Sanyol Cortes – presente, en F.E., num.3, 18 de enero de 1934,
p.6; Matías Montero – presente! F.E., num.7, 22 de febrero de 1934, p.8; Presente, en F.E.,
num.10, 12 de abril de 1934, p.6; Presente, en Arriba, num.1, 1935, p.3; Presente, en Arriba,
num.3, 4 de abril de 1935, p.3; Presente. Otro caído en aras del amor, en Arriba, num.4, 11 de
abril 1935, p.5; Presente, en Arriba, num.10, 23 de mayo de 1935, p.4.
152
Para las fotos véa: Arriba, num. 6, 25 de abril de 1935, p.6, Arriba, num.10, 23 de
mayo de 1935, p.1.
153
Ballinger, P., Italian Pentecost, p.637.
Una vista a la historia cultural de Falange española en la segunda república 161
Ya en «Hábito y estilo» se podía leer la frase: «[
] cimentar con su sangre las
primeras piedras». Lo novedoso de la oración en comparación con «Hábito y
estilo» fue su función para los entierros 157 y la exclusividad expresada en ella: el
Señor debe afirmar que sólo en la Falange se muere por España, una frase en que
se ve otra vez el carácter semi-religioso del movimiento frente a otras organiza-
ciones políticas.
Después de la muerte de Matías Montero, los falangistas empezaron a ha-
blar del joven estudiante como de un mártir 158. En ese aspecto seguían los cultos
154
La muerte es un acto de servicio, en F.E. num.5, 2 de febrero de 1934, p.6.
155
Ibídem, p.10.
156
Sánchez Mazas, R., Oración por los muertos de la Falange, en F.E., num.7, 22 de
febrero de 1934, p.9.
157
«La muerte es un acto de servicio.[...] ¡Firmes otra vez! ¡Angel Montesinos Caronell!
Todos: ¡Presente!» Primo de Rivera, J.A., En el entierro del camarada Angel Montesinos,
en La Nación, 10 de marzo de 1934, OC, p.337.
158
Tras la muerte de José Antonio, el 20 de Noviembre de 1936, se produjo un proceso
mitificador del lider falangista. Sobre la marcha funeral y el entierro del «Ausente» véase: Box,
Z., Pasión, muerte y glorificación de José Antonio Primo de Rivera, en: Historia del presente,
n.6, Asociación Historiadores del presente, Madrid, 2005, pp.191-218.
162 Marco Claas
»Poco antes de morir dijo: Sé que estoy amenazado de muerte, pero no me importa si
es para el bien de España y de la causa» 160.
»[
] José de Oyarbie, desde su lecho, sacó fuerzas antes que nada para escribir, con la-
piz, a uno de nuestros jefes: A pesar del crimen estoy cada vez más identificado con
nuestra idea; ahi va otra vez mi ferviente adhesión: ¡Viva España!» 161.
»[
] está escribiendo con rojas letras la historia de España. Por eso vivirá siempre entre
nosotros» 163.
»[
] ya no es sangre: es mito de juventud, transustanciación, luz roja de aurora
La san-
gre es la rueda que mueve la historia». 164
159
Primo de Rivera, J.A., Como aquel Doncel de Sigüenza, en F.E., num.7, 22 de
febrero 1934, OC, p.314; Primo de Rivera, J.A., Matias Montero: 9 de febrero de 1934, en
Arriba, num.1, 21 de marzo de 1935, OC, p.556.
P
ara los cultos en Italia y Alemania, véase: Reichardt, S., Faschistische Kampfbünde, pp.542-
560.
160
Matías Montero – ¡presente!, en F.E., num.7, 22 de febrero de 1934, p.8.
161
Dos heridos, en F.E., num.4, 25 de enero de 1934, pp.6-7.
162
«No olvides escribir a Raimundo detalles de la muerte de ese muchacho, para con-
tarle entre nuestros mártires» Primo de Rivera, J.A., Carta a Onésimo Redondo, 3 de julio
de 1936, en OC, p.1183.
163
Francisco de Paula Sanyol Cortes – presente, en F.E., num.3, 18 de enero de 1934,
p.6.
164
Giménez Caballero, E., Ante la temporada taurina. Se buscan cuadrillas, en F.E.,
num.7, 22 de febrero de 1934, p.15.
Una vista a la historia cultural de Falange española en la segunda república 163
«Que sola una milicia espiritual y guerrera, pero milicia de amor, de juventud y de
muerte, que luche con las estrofas de oro
con el fanatismo de la muerte sabe y puede
triunfar. Morir! Morir! [
] qué bello es saber morir así. ¿Y no es esto poesía, poesía
perfecta de la unidad de destino?» 167.
«La patria es quien borda con mano de mujer —de madre, de novia— sobre el pecho,
exactamente encima de la diana alborotada del corazón, ansioso de lucha y de sacrifi-
cio, el yugo y el haz, las flechas de nuestro emblema» 169.
165
Fernández, R., Unidad del destino en lo universal, en Arriba, num.7, 2 de mayo de
1935, p.4.
166
¡Aqui Falange! Octavilla que se repartia en los actos marxistas en el año 1934, en OC,
p.448.
167
Fernández, A., La poesía del trabajo y de las milicias, en Arriba, num.9, 16 de mayo
1935, p.2.
168
El sacrificio en el tablero, en Arriba, num.19, 14 de noviembre 1935, p.1.
169
Primo de Rivera, J.A., Sentido heroico de la milicia, en HAZ, num.6, 15 de julio
de 1935, OC, p.725. En la imágen de la mujer que ayuda al falangista vemos reflejado una
vista general a las mujeres en los primeros años de Falange: Las mujeres deberían servir al
hombre. En cuanto al «sacrificio» las mujeres fueron vistas como buenos ejemplos para los
hombres: «Nosotros sabemos hasta dónde cala la misión entrañable de la mujer, y nos guar-
daremos muy bien de tratarla nunca como tonta destinataria de piropos. Tampoco somos fe-
ministas. No entendemos que la manera de respetar a la mujer consista en sustraerla a su
magnífico destino y entregarla a funciones varoniles. A mí siempre me ha dado tristeza ver a
la mujer en ejercicios de hombre, toda afanada y desquiciada en una rivalidad donde lleva –
entre la morbosa complacencia de los competidores masculinos – todas las de perder. El ver-
dadero feminismo no debiera consistir en querer para las mujeres las funciones que hoy se
estiman superiores, sino en rodear cada vez de mayor dignidad humana y social a las funciones
femeninas.[...], la mujer casi siempre acepta una vida de sumisión, de servicio, de ofrenda
164 Marco Claas
abnegada a una tarea. La falange también es así. [...] Ved, mujeres, cómo hemos hecho virtud
capital de una virtud, la abnegación, que es, sobre todo, vuestra. Ojalá lleguemos a ser en esto
tan femeninos, que algún dia podáis de veras considerarnos ¡hombres!» Primo de Rivera,
J.A., Lo feminino en la Falange, en Arriba, num.7, 2. mayo 1935, OC, pp.659-661. Para la
Sección Femenina de Falange creada en 1934, véase: Ofer, I., Señoritas in blue: the making of
a female political elite in Franco’s Spain, Sussex Academic Press, Brighton, 2009; Richmond,
K., Las mujeres en el Fascismo Español. La Sección Femenina de la Falange, 1934-1959, Alianza,
Madrid, 2004.
170
La segunda consigna, en F.E., num.6, 8 de febrero de 1934, p.1; «Os queremos de-
volver una patria en que no vayais estropeando en astros políticos los días más hermosos de la
primavera, los domingos más alegres del año. Queremos que vayais a bailar a la orilla del río»,
Sánchez Mazas, R., Rectitud, en Arriba, num.7, 2 de mayo de 1935, p.1.
171
Fernández, A., La poesía del trabajo y de las milicias, en Arriba, num.9, 16 de mayo
de 1935, p.2.
172
Giménez Caballero, E., Octubre, en F.E., num.1, 7 de diciembre de 1933, p.8;
D’Ors Pérez-Peix, V., Crónicas de Italia, en F.E., num.3, 18 de enero de 1934, p.11. Se
publicó también un articulo con el título «Soldados desconocidos» de la revista fascista italia-
na Ottobre, en el cual se elogiaba el culto italiano al «soldado desconocido», véase: F.E., num.3,
18 de enero de 1934, p.11.
Una vista a la historia cultural de Falange española en la segunda república 165
«Hay que movilizar a España de arriba abajo, ponerla en pie de guerra. [
] unidos
hasta que el otoño otra vez nos congregue junto a las hogueras conocidas. El otoño,
que acaso traiga entre sus dulzuras la dulzura magnífica de combatir y morir por
España» 175.
»[
] amanecerá para nosotros el gran día español. El gran día, en el que los supervi-
vientes cantarán un amor de viejos camaradas» 176.
»Hoy la política consiste, justamente en entonar cantos al amanecer. [
] Llegarán los
que canten el amanecer del Imperio y le canten verdades al lucero del alba» 177.
»[
]que no está lejos el día glorioso para todos en que el sol amanezca con un haz de
flechas sobre los campos de España» 178.
173
Giménez Caballero, E., Octubre, en F.E., num.1, 7 de diciembre de 1933, p.8.
174
Alfaro, J.M., Voz de la tierra y razon de la Sangre, en F.E., num.1, 7 de diciembre
de 1933, p.9.
175
Primo de Rivera, J.A., Mientras España duerme la siesta, en HAZ, num.7, 19 de
julio de 1935, OC, pp.726-727, p.727.
176
Montero, M., Las flechas de Isabel y Fernando, en F.E., num.7, 22 de febrero de
1934, p.16.
177
Montes, E., Cantares de gesta, en F.E., num.10, 12 de abril de 1934, p.2.
178
Primo de Rivera, J.A., Discurso pronunciado en Jaén, en Arriba, num.4, 11 de abril
de 1935, OC, pp.615-616, p.616.
166 Marco Claas
«[
] cuando al fin, la imponente superficie negra, con el yugo y las flechas y los nom-
bres de los mártires cubrió el extremo del frontón vacío, nuestros camaradas no pudie-
ron menos de experimentar una sacudida. Ya clareaba el amanecer» 179.
«En aquella concentración de falangistas se vibró con intensidad tal
que cuando los
millares de brazos se levantaban al grito Arriba España, simulaban un bosque de fuer-
tes robles al través de los cuales parecía verse un hermoso amanecer» 180.
179
Primo de Rivera, J.A., Una jornada memorable, en Arriba, num.10, 23 de mayo de
1935, OC, pp.690-693, p.691.
180
Alvargonzález, E., Camisas azules, en Arriba, num.12, 6 de junio de 1935, p.2.
181
«La patria fuerte y unida, militante y justa. La que soñamos para el esfuerzo y para
la muerte los que formamos en la Falange», Primo de Rivera, J.A., ¡Alarma!, en F.E., num.7,
22 de febrero de 1934, OC, p.312; «Es ésta la politica nacional que nosotros soñamos?» , Id.,
Juventudes y la intemperie, en Arriba, num. 18, 7 de noviembre de 1935, pp.784-788, p.786;
«La gran España que sueña la Falange», Id., Testamento, en OC, pp.1097-1100, p.1098.
182
Id., Como aquel doncel de sigüenza, en F.E., num.7., 22 de febrero de 1934, OC,
p.314.
183
Id., Discurso pronunciado en el Teatro Cervantes Málaga, 21 de julio de 1935, en
OC, pp.728-733, p.728.
184
Sánchez Mazas, R., Sobre España, nación rara, en Arriba, num.4, 11 de abril de
1935, p.2; Primo de Rivera, J.A.: Ante las sombras de 1936, en Arriba, num.26, 2 de enero
de 1936, OC, pp.884-886, p.886.
185
Salazar, A., Consigna, en HAZ, num.13, 20 de enero de 1936, p.1.
Una vista a la historia cultural de Falange española en la segunda república 167
después del Octubre de 1933 186. En la frase final de ese discurso está descrita la
posición del falangista. Su sitio adecuado es el de vigilante bajo las estrellas. Allí
el falangista ya presiente el «amanecer» de la futura España.
»Nuestro sitio está al aire libre, bajo la noche clara, arma al brazo, y en lo
alto, las estrellas. Que sigan los demás con sus festinas. Nosotros fuera, en vigi-
lancia tensa, fervorosa y segura, ya presentimos el amanecer en la alegría de
nuestras entrañas» 187.
Las estrellas, aparte de cumplir con una función metafórica para expresar la
«unidad del destino en lo universal», eran metáforas de los compañeros muertos
que permanecían en vigilancia en la «guardia sobre los luceros» 188. Los falangis-
tas vivos formaban parte de la «guardia bajo las estrellas» 189. Falangistas, vivos y
muertos, seguían teniendo un vínculo fuerte. A los vivos sólo les hacía falta una
mirada hacia el cielo para asegurarse del apoyo de los difuntos:
«Nosotros, para ver pasar sus cadáveres, no tendríamos más que sentarnos a la puerta
de nuestra casa bajo las estrellas» 190.
«Esto se muere, poco falta para que muerto el moribundo nada nos impida abrir las
ventanas al cielo cubierto de estrellas, esas estrellas que conoce nuestra guardia» 191.
«Ellos están arriba, arriba, en lo alto, con su gran hermandad» 192.
186
Mainer, J.-C., Contra el Marasmo: Las revistas culturales en España (1900-1936),
en Carmona, E., Lahuerta, J.J. (eds.), Arte moderno y revistas españolas 1898-1936, Museo
Nacional Centro de Arte Reina Sofia, Madrid, 1996, pp.103-116, p.116.
187
Primo de Rivera, J.A.: Discurso de la fundación de Falange Española, en OC,
p.195.
188
Concordia, en Arriba, num.32, 13 de febrero de 1936; Cara al sol, 3 de diciembre de
1935, en OC, p.1205.
189
Véase por ejemplo: Id., Discurso de la fundación de Falange Española, en OC, p.195;
Id., Discurso de clausura del segundo consejo Nacional de la Falange, en OC, pp.799-812,
p.812.
190
Id., Vista a la derecha, en No importa, num.3, 20 de junio de 1936, OC, pp.1008-1010,
p.1010.
191
Salazar, A., Consigna, en HAZ, num.11, 7 de noviembre de 1935, p.6.
192
Hermandad, en Arriba, num.8, 9 de mayo de 1935, p.1.
193
Primo de Rivera, J.A., Discurso de clausura del segundo consejo Nacional de la
Falange, en OC, pp.799-812, p.806.
194
Id., Entrevista Luz de Madrid, 14 de agosto de 1934, en OC, pp.418-419, p.418.
168 Marco Claas
«Que dios te de su eterno descanso y a nosotros nos niegue el descanso hasta que se-
pamos ganar para España la cosecha que siembra tu muerte» 195.
«[
] queremos un paraíso dificil, erecto, implacable; un Paraíso donde no se descanse
nunca [
]» 196.
«Ninguno de nosotros puede considerarse digno aún del descanso» 197.
195
Id., Al dar sepultura al camarada Matías Montero, en La Nación, 10 de febrero de
1934, OC, p.296.
196
Id., Discurso en el Cine de Marid, 19 de mayo de 1935, en OC, pp.676-686, p.684.
197
Salazar, A., Consigna, en HAZ, num.5, 28 de mayo de 1935, p.4.
198
Ese cortometraje fue realizado por José Luis Sáenz de Heredia, un primo de José
Antonio, quien en 1941 presentó la película «Raza», basada en el guión del entonces jefe de
estado Francisco Franco. Para el texto de José Antonio véase: Primo de Rivera, J.A., Tenemos
una fe resuelta. De la entrevista cinematográfica filmada en Chamartín de la rosa. Dirigido
por José Luis Sáenz de Heredia, 12 de enero de 1935, en OC, p.534. Las imágenes se puede
ver en Hart, D. (director), La Guerra Civil española, minutos 19.21–19:59.
199
Carbajosa, M., Carbajosa, P., La corte literaria de José Antonio, p.127.
Una vista a la historia cultural de Falange española en la segunda república 169
1
Franco, F. y Cisneros. A., (ed.), Pensamiento político de Franco. 25 años de Paz, (en
adelante, PPF) Servicio Informativo Español, 1964.
2
Aguilar, P., Políticas de la memoria y memorias de la política, Alianza Editorial, p. 189.
Aguilar dedica un capítulo al análisis de la campaña propagandistica. Agradezco a Alfons
Aragoneses la recomendación insistente de este excelente libro.
172 Federico Fernández-Crehuet
ñado para el «español medio» de los 60, si es que tal cosa existió. Un coffe table
book del franquismo. No es un libro para los intelectuales sino uno destinado a
formar opinión pública, ideado para construir una imagen del país. No descan-
só en los anaqueles de las bibliotecas sino en las mesas bajas de los salones. Es,
paradójicamente, un libro que se leería en el espacio privado, pero que contiene
una imagen muy concreta del espacio público, de la Administración y del siste-
ma de Derecho de la época franquista.
«Pensamiento político de Franco. 25 años de paz», su título, su primera línea,
es ya un embaucamiento. La acepción con la que aquí se emplea la palabra «pen-
samiento» no se corresponde al contenido del libro. Pensamiento es un «conjunto
de ideas» de una persona o colectividad. En este caso, no nos ha de importar el
celo normativo de la RAE. Y un conjunto requiere no de completitud y de siste-
maticidad pero sí de cierto orden. No se plasma en el libro el pensamiento polí-
tico de Franco, sino que éste es una suerte de convoluto de ideas que responde
sólo a criterios propagandísticos. «Político» es el adjetivo que califica a «pensa-
miento». Más el calificativo se diluye en un contenido tan amplio que nada se dice.
Lo «político» es todo: la «invención del derecho social», la españolidad, la Univer-
sidad, el Movimiento. Por supuesto que las dictaduras son conocidas por la hiper-
trofia de lo «político», que se extiende hasta ocupar el último espacio, el más di-
minuto espacio sináptico de la esfera social. No otra cosa es lo que predicaba Carl
Schmitt con su Teología política. Ni pensamiento ni político y, posiblemente,
tampoco «de Franco». El editor, Agustín Cisneros, por medio de un muy postmo-
derno expediente de copy and paste, re-escribe el texto, acentúa unas ideas, oculta
otras, establece un orden propio que confiere continuidad al discurso. El editor
suplanta al autor. La autoría, como sucede con las películas de cine −Derrida lo ha
explicado con el detenimiento que se merece− se comparte entre un conjunto de
personas. La mano del autor ya no reposa sobre el lienzo, ni empuña la pluma para
mancharse de tinta negra las yemas de los dedos. ¡No!, el libro, ante el que estamos
es una obra colectiva, de varias personas, unas desconocidas y otras bien conocidas
de todos. Entre las últimas, Fraga Iribarne: el prologuista, el imaginero, de la
campaña de los 25 Años de Paz 3.
PRÓLOGO
3
Tranche, R., y Sánchez-Biosca, V., NO-DO. El tiempo y la memoria, Cátedra, 2002,
pp. 421 y ss..
pensamiento político de franco 173
salta, pues, el emblema en blanco del yugo y las flechas. Los codos doblados
sitúan a las manos, medio cerradas como presas, a la altura de la cintura. La
cabeza demasiado erguida connota, a la par, orgullo poco contenido y agresividad
y disimula una papada incipiente. El pie de foto aclara el precedente y el refe-
rente del libro: «JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA, DURANTE EL DISCURSO
PRONUNCIADO EN EL ACTO FUNDACIONAL DE FALANGE ESPAÑOLA, EN EL
TEATRO DE LA COMEDIA, EN MADRID». Así, escrito todo en mayúscula, quizá
una mera cuestión tipográfica. Es posible que éste fuera el primer discurso de
propaganda del futuro «nuevo Régimen» del «nuevo Estado». En cualquier caso,
he aquí la línea de continuidad que se desea construir en la mente del lector que
abre el libro: la foto de Franco y, luego, el origen, José Antonio. Y aquel texto, el
del discurso de José Antonio, es el índice del libro, el repertorio de los tópicos
que han de legitimar el Régimen, dependiendo de las distintas constelaciones
sociales, económicas o internacionales; los temas que se recogen en este libro
están ya allí expuestos. No es casualidad que el editor de las dos «antologías»
fuera el mismo: Agustín Cisneros del Río. El origen, por tanto, Primo de Rive-
ra: «La función casi divina de gobernar» (p. 18), «la esclavitud económica» que
trajo el liberalismo (p. 19), «el movimiento de hoy, que no es de partido, sino
que es un movimiento, casi podríamos decir un antipartido» (p. 21), la diversidad
de los pueblos españoles que «se sientan armonizados en una irrevocable unidad
de destino» y «que desaparezcan los partidos políticos» (p. 22); «que no se can-
ten derechos individuales que no pueden cumplirse en casa de los famélicos»;
«el espíritu religioso, clave de los mejores arcos de nuestra historia» (p. 23). Y,
por supuesto, la violencia:
«Y queremos, por último, que si esto ha de lograrse en algún caso por la violencia, no
nos detengamos ante la violencia. Porque ¿quién ha dicho −al hablar de «todo menos
de la violencia− que la suprema jerarquía de los valores morales reside en la
amabilidad?¿Quién ha dicho que cuando insultan a nuestros sentimientos, antes que
reaccionar como hombres, estamos obligados a ser amables? Bien está, sí, la dialéctica
como primer instrumento de comunicación. Pero no hay más dialéctica admisible que
la dialéctica de los puños y de las pistolas cuando se ofende a la justicia o a la Patria»
(p. 284) 4
Esas son las imágenes y las palabras del antecedente de este libro para ce-
lebrar los 25 Años de Paz. El primer texto, el prólogo, lo firma Manuel Fraga
4
Para estas notas y para las anteriores, véase Primo de Rivera, J. A., Obras Completas,
Edición de Agustín del Río Cisneros y Enrique Conde Gargollo, Ediciones de la Vicesecre-
taría de Educación Popular de F. e.t y de la jons, Madrid, 1945. Lás páginas 19 y siguientes
corresponde al Discurso del Teatro de la Comedia.
174 Federico Fernández-Crehuet
Iribarne. El tono, desde luego, es más, muchísimo más, conciliador que el del
discurso de José Antonio. Ahora se habla «del milagro económico español», de
«transformación social», de «seguridad social. Ya no existen las referecnias a
Primo de Rivera sino a otros:
«La clave de la eficacia fundadora del Estado es un pensamiento político claro, realis-
ta, plenamente ajustando a los grandes temas de nuestro tiempo y nutrido de la savia
de la doctrina tradicional española: el pensamiento político de Francisco Franco» 5.
¿Democracia?
En un texto como el que se analiza «el libro publicado con ocasión de los
25 Años de Paz» es curioso que aparezca con tanta frecuencia el término «de-
mocracia». Incluso hay todo un apartado que se dedica a ella. «Bases de la de-
mocracia española» 6. No era de esperar que una dictadura prestara tanta atención
a un concepto que formaba parte del núcleo ideológico de la corriente a la que
supuestamente se enfrentaba, el liberalismo 7; y es que no sólo la dictadura fran-
quista se sitúa en las antípodas del comunismo o del socialismo sino que, sobre
todo, toma distancia frente al liberalismo.
El liberalismo, objeto de crítica de este libro, es el del XIX. Aquel siglo
plasmaría los principios de la Ilustración y de la Revolución Francesa 8. Un siglo
que, precisamente por ser «democrático», se opuso al «espíritu español» y que
hundió, a juicio de los franquistas, a España en el ocaso. El «liberalismo del
5
Fraga, M., Prólogo, en Franco, F., Pensamiento político. 25 años de paz, (en adelante,
PPF), p. XIV
6
El apartado IX del libro lleva este título y se extiende por casi media centena de pá-
ginas, págs. 247-296
7
«De ahí vino el sistema democrático, que es, en primer lugar, el más ruinoso sistema
de derrecho de energías»., p. 18. Sebastián Martín en este mismo volumen (Génesis y estruc-
tura del nuevo Estado 1933-1945) realiza una interesante crítica al tópico según el cual los
regímenes totalitarios se oponen al liberalismo. A su juicio, con el que coincido, el liberalismo,
sobre todo el conservador, lleva dentro de sí algunos genes ya totalitarios. En este sentido, y
esto me parece realmente interesante, hay que buscar, según este autor, más alla del siglo XX
las primeras raíces ideológicas del franquismo. Como se expone en las siguientes páginas, sin
embargo, el franquismo dibuja un liberalismo opuesto a su discurso, individualista y defensor
de la democracia representativa. Esta imagen muy posiblemente está distorsionada, pero es
subrayada una y otra vez por el discurso oficial franquista. Este maniqueismo debería de en-
trada hacernos dudar. Creo que esta imagen idealizada del liberalismo como filosofía política
y plasmada en teoría en las democracias del siglo XIX y XX es la que empleo H. Arendt para
ubicar los regímenes totalitarios en las antípodas del viejo liberalismo de cuño conservador.
8
Franco, F., Pensamiento político. 25 años de paz, (en adelante, PPF), p. 51.
pensamiento político de franco 175
9
Franco, F., PPF, p. 54.
10
Bobbio, N., La ideología del fascismo, en Ensayos sobre el fascismo, Selección de textos,
traducción e introducción de Luis Rossi, Universidad Nacional de Quilmes Editorial, p. 55 y ss.
176 Federico Fernández-Crehuet
viera creando «algo nuevo»; un nuevo concepto de «democracia» que, por mor
de su novedad, no padecería los defectos de la concepción liberal. La estrategia
de inversión queda concluida: el «Movimiento» (es decir, la dictadura franquis-
ta) es «verdaderamente democrático», más democrático que la propia democra-
cia liberal. Y ello se trata de justificar del siguiente modo:
1.—De un lado se acuña el término «verdadera democracia» que se enfren-
ta a la democracia liberal. El discurso del franquismo para el hombre medio no
se presenta contrario a la democracia, sino, más bien, hiper-democrático. La
redefinición pasa, una vez más, por una búsqueda de la esencia. La democracia
en esencia es otra cosa: la esencia de la democracia compatibiliza la libertad con
el orden. La esencia democrática se dibuja en el contraplano de lo que hasta
ahora se ha entendido por democracia, por democracia liberal. Frente a los par-
tidos políticos se proponen el sindicato, los municipios y la familia; frente al
individualismo liberal, la colectividad; frente a las elecciones, el referéndum;
frente a lo artificial del viejo sistema, lo natural; frente a la anarquía, la libertad
y el orden; frente a lo no-orgánico artificial, lo orgánico natural; frente al pasa-
do, lo futuro 11.
2.—La tesis del justo medio. Aunque la democracia orgánica se sitúa en las
antípodas de la democracia liberal y se presenta abiertamente como contraria a
ésta, se incardina en un discurso que trata de temperar los extremos. Al igual
que Aristóteles, lo justo no se sitúa enfrentado a lo injusto; lo justo se sitúa en
un topos intermedio; en este caso, los extremos son el marxismo y el liberalismo,
el justo medio: la democracia orgánica. Esta vertiente del «justo medio» posee
también un estilo propio de escritura, caracterizado por lo que se podría deno-
minar «aseveración adversativa»:
—«Queremos la libertad de opiniones, pero no al servicio del antagonismo
permanente de los partidos»
—«La política no existe sin el diálogo,[
] pero no el diálogo anárquico»
—«Nosotros no negamos la democracia, [
] ¡Ah!, pero no queremos que las
libertades se pierdan en la anarquía»
—«No hay libertad individual ni política sino dentro de un orden de segu-
ridad social»
Este tipo de lógica y de discurso para confeccionar un modelo «nuevo y
verdadero de democracia» posee un destinatario relativamente nuevo que había
ido conquistando el espacio público desde principios del siglo pasado: las masas.
En el libro de marras también hay espacio para retratarlo. Una fotografía, de las
muchas que contiene este libro, recoge el momento en que una multitud, una
masa se manifiesta en algún lugar de Madrid. El pie de foto reza: «Manifesta-
11
Franco, F., PPF, cit., p. 227.
pensamiento político de franco 177
«El nuevo Estado español ha definido sus líneas esenciales. Módulo de su articulación
es el rasgo original de una nueva forma de representatividad de la sociedad, capaz de
dar forma adecuada al respeto más exigente a la persona humana y su libertad, línea
esencial de la tradición filosófico-jurídica de Occidente, en el marco de las tendencias
reformistas y comunitarias de una sociedad técnica, en la que la presencia de las masas
ha alterado hasta su raíz los supuestos de los tiempos inmediatamente anteriores en la
política, la economía y la estructura social» 13.
12
Al respecto véase el excelente trabajo de Cotarelo, R., Iconografía del franquismo,
en Fernández-Crehuet, F. y Hespanha, A.(Eds.), Franquismus und Salazarismus. Legiti-
mation durch Diktatur?, Vittorio Klostermann, 2008, pp. 425-452.
13
Fraga, M., Prólogo, en PPF, cit., p. XIII. Subrayados mios.
14
Sobre la democracia orgánica véase el excelente trabajo de Varela Suanzes-Car-
pegna y Sarasola, I., Leyes fundamentales y democracia orgánica. Aproximación al ordena-
miento jurídico político franquista, en Fernández-Crehuet, F. y Hespanha, A. (Eds.),
Legitimation durch Diktatur, cit, pp. 197- 233.
178 Federico Fernández-Crehuet
de articular y por los que se debe expresar la voluntad del individuo. Una idea
vieja, el organicismo, que no sólo encuentra su genealogía en el XIX, sino tam-
bién en Platón o en San Agustín. El hombre es un mero miembro de ese orga-
nismo y sólo unido a los otros tiene posibilidad de expresarse como tal. Y,
también −cómo no− encontramos su formulación en Primo de Rivera:
15
Primo de Rivera, J. A., O. C., cit., p. 167.
16
La correspondencia exclusiva entre los términos movimientos totalitarios y nazismo/
estalinismo que pergeña H. Arendt me resulta un tanto artificial. Además, como ha señalado
el filósofo ruso Michail Ryklin, Arendt ha desarrollado su idea de totalitarismo principalmen-
te desde materiales de estudio alemanes, proyectando, posteriormente, sus conclusiones, de
modo un tanto mecánico, a la dictadura rusa. Ryklin, M., Prostrautra likovanija.Totalitarizm
i različie, cito por la traducción alemana de Dirk Uffelmann, Räume des Jubels, Totalitarismus
und Differenz, Suhrkamp, 2003, p.13
pensamiento político de franco 179
Arendt) 17. Los intereses de las clases, de las distintas clases sociales, ya no se han
de articular por los partidos políticos, basados en un criterio voluntario de elec-
ción, sino en instancias naturales que están dadas. La estrategia es más sutil, a
mi juicio, en el caso franquista. A diferencia de lo que sucede en el estalinismo
o en el nazismo, en el discurso que se analiza no hay una negación directa del
individuo. La razón es clara: el discurso humanista de carácter católico, que se
sitúa, a partir de mediados de los 40, como eje del discurso de legitimación de
la Dictadura. Otra cosa es que el humanismo (un tipo de humanismo) sea pre-
cisamente el discurso filosófico de referencia de las dictaduras. Ahí está el caso
de Heiddeger. No obstante, el bando de destierro del individuo se dicta irrever-
siblemente. La vuelta al topos de lo «político» sólo se le concede a determinado
individuo (al varón padre de familia y afecto al régimen) y a través de ciertos
canales de comunicación que, debido a su construcción institucional, sólo trans-
miten ciertos mensajes.
La paradoja es clara. De una parte se presenta como eje central el hombre
individual al que hay que conceder la máxima dignidad 18. De otra, en cambio,
se le niega cualquier posibilidad de participar en la esfera pública, política y
jurídica. El medio para conciliar estas dos aseveraciones contradictorias es la
creación de un sistema de representación «novedoso». Se trata de que aparente-
mente el individuo aparezca con capacidad de participación política, mas la
realidad es bien distinta. Sindicatos, Familia y Municipio, tal y como son dise-
ñados por el Régimen, no son cuerpos intermedios, que conectan al individuo
con el Estado, sino estrategias para crear homogeneidad 19. Los partidos políticos
son execrables, precisamente, por crear disparidad y heterogeneidad.
Por tanto, el individuo no puede participar por sí mismo en la vida política.
Sus intereses quedan sometidos a los de la generalidad, a los del «bien común»,
que ahora se representa en la Patria 20. La Patria, la tierra de los padres, aquella
conformada por un pasado común que, de esta suerte, coincide con la idea de
pueblo es incuestionable. La voz del hombre individual no es digna de ser es-
cuchada sino la de la Nación, la del Pueblo:
17
Una crítica a los posicionamientos de H. Arendt se puede encontrar en Zizek, S.,
Quién dijo totalitarismo, Pre-textos, Valencia, 2002.
18
«Los principios en que se inspira nuestra Revolución Nacional se basan en la noción
de «persona humana»» Franco, F., PPF, cit., p. 201
19
«Los partidos políticos son entre sí dispares, beligerantes frente a lo común, mientras
que la Familia [sic], el Municipio [sic] y los Sindicatos [sic] dentro de las modalidades propias
de cada pueblo, tienen denominadores comunes; sus fines naturales siempre y en todas partes
son los mismos» Franco, F., PPF, cit., p. 60
20
«Para nosotros, la existencia de la Patria no puede ser sacada a discusión de hombres;
hay cosas que están por encima de los derechos de los hombres» Franco, F., PPF, cit., p. 249.
180 Federico Fernández-Crehuet
«Ello permite que pueblo y Gobierno puedan dialogar a través de los cauces
naturales de comunicación «hemos de destacar a este propósito, con la labor de
las Cortes, la de la Organización Sindical» sin considerarse partes beligerantes
[…]»
La abstracción, la elevación a la generalidad, a conceptos inaprensibles del
sistema político mengua el espacio del que dispone el hombre de carne y hue-
so 21; sólo disfruta de su más estricto espacio privado, donde sufre el aislamiento.
El proceso se complementa vaciando de contenido o prohibiendo aquellas or-
ganizaciones intermedias (sindicatos, asociaciones, partidos políticos) que pu-
dieran articular, con cierta fidelidad, en la esfera pública, los intereses individua-
les. El diseño del «Movimiento» constituye un buen ejemplo.
El movimiento
21
Bobio, una vez más, lo ha expuesto brillantemente en el caso de G. Gentile. Precisa-
mente la filosofía de uno de los más importantes apologetas del fascismo italiano se funda-
mente en eliminar las diferencias, reduciéndolas a una idea general. Las diferencias son
prescindibles; nada nos dicen del Estado ético abstracto
una estrategia, por cierto, que era de
esperar, de la derecha hegeliana. Bobbio,N., Giovanni Gentile, en Ensayos sobre el fascismo, cit.,
p. 108.
22
Bobbio, N., La ideología del fascismo, en Ensayos sobre el fascismo, cit.,p.65
23
«Se equivocan los que hablan algunas veces del partido. Nosotros no tenemos partido.
Nosotros somos un movimiento, como el Tradicionalismo y la Falange no quisieron ser nun-
ca partidos, aunque para la lucha aparecieran como tales [
]»Franco, F., PPF, cit., p. 83
24
Popper, K., The Poverty of Historicism, Routdledge, 2002, p. 73.
pensamiento político de franco 181
25
Préstese atención al lenguaje empleado. No se trata de que, desde determinados plan-
teamientos teóricos o epistemológicos, se pueda diferenciar ciertas etapas o cortes históricos
que muestren cómo se han producido los hechos históricos. ¡No! Los hechos son los que
constituyen la historia, esto es, la Dictadura de Primo de Rivera o el Decreto de Unificación
del 37 producen historia.
26
Franco, F., PPF, cit., p. 68.
27
«Aquí radica, en última instancia, la diferencia sustancial entre partido y Movimien-
to, entre adscripción a un programa y la fe operante ordenada a un quehacer nacional, entre
una etiqueta política y un modo de ser y actuar» Franco, F., PPF, cit., p. 84
28
Arendt, H., The Origins of the Totalitarism, cito por la edición castellana, Los Orígenes
del totalitarismo, Ed. Alianza, 2006. Sobre la consistencia ideológica aparente del discurso
totalitario, pp. 487 y ss..
29
Fraga Iribarne adornaría la guarda de su libro El cañón giratorio con la siguiente cita
que, al parecer Mettermich le habría dicho a Donoso Cortés: «Miré Usted lo importante es
tener buenos principios, no un sistema, no un programa. Los principios tienen la misma su-
perioridad que un cañón giratorio sobre otro que sólo puede girar sobre una tronera, en una
sola dirección».
30
No es la finalidad de este trabajo discutir las sugestivas tesis de H. Arendt. Tampoco
quisiera establecer una jerarquía, atendiendo al criterio de obscenidad ética, de los distintos
movimientos dictatoriales. Pero me parece que, sin tener que establecer una ecuación de igual-
dad con el Estalinismo ni con el Nazismo, algunos de los planteamientos y categorías aren-
dtianos son extensibles a lo que ella denomina regímenes de partido único o semi-totalitario,
en los que se encuadraría, por ejemplo, el franquismo y el salazarismo.
182 Federico Fernández-Crehuet
31
»[
] porque nosotros seríamos un partido más si viniéramos a enunciar un programa
de soluciones concretas. [
] En cambio, cuando se tiene un sentido permanente ante la histo-
ria y ante la vida, ese propio sentido nos da las soluciones ante lo concreto, como el amor nos
dice en qué caso debemos reñir y en qué caso nos debemos abrazar sin un verdadero amor
tenga hecho un mínimo progre de de abrazos y riñas.» Primo de Rivera, J. A., OC., cit., p
22.
32
«El Movimiento es el crisol de las ideas. Que cela la unidad y el mantenimiento y
depuración de la doctrina y de su organización». Franco, F., PPF, cit., p. 102.
pensamiento político de franco 183
33
Franco, F., PPF, cit, p.107, y, en general, véanse las páginas que se ocupan de el Mo-
vimiento: «Concepto y fines políticos del Movimiento», pp. 89-114
34
Estos valores ( y se podría quizá hacer extensiva la aseveración a muchas normas del
franquismo) parecen ser una especie de híbrido de las normas morales, en cuanto requieren
de un acatamiento interno, y de las jurídicas, en cuanto conllevan una sanción arbitrada rela-
tivamente institucionalizada.
184 Federico Fernández-Crehuet
35
A este respecto es interesante recordar de nuevo aquí las palabras de Primo de Rive-
ra: «Pero nuestro movimiento no estaría del todo entendido si se creyera que es una manera
de pensar tan sólo; no es una manera de pensar: es una manera de ser». Primo de Rivera, J. A.,
O. C., cit., p. 24. Estas palabras recojen cristialinamente la doble naturaleza de el «Movimien-
to». No se trata sólo de un conjunto de valores, que han de funcionar como una suerte de ideal
regulativo, sino como una manera fáctica de «ser». La forma de implantar esos valores en el
actuar cotidiano es, obviamente, por medio de la coacción, por medio de la fuerza del Derecho.
Ahora bien, la virtualidad de los valores, que respaldan el movimiento, no dependen de las
sanciones que se instituyan sino de su fuerza moral. Ideas similares se encuentran, como se ha
señalado, en la concepción del derecho que se recoge en el libro que analizamos,
36
Franco, F., PPF, cit., p. 102.
pensamiento político de franco 185
Derecho
En puridad el noventa por ciento del contenido del libro analizado está
constituido por propaganda política. Existe ciertamente una buena cantidad
de páginas que se ocupan de trazar una suerte de historia muy selectiva de
cómo se llegó al Régimen franquista. En otras se esbozan muy superficialmen-
te algunos rasgos jurídicos o políticos de la Dictadura. Sorprenden, sin em-
bargo, los sectores del Derecho sobre los que se hace más hincapié: nada de
Derecho civil, nada de mercantil, poco o nada de Derecho administrativo y
nada, por supuesto, de Derecho penal, bastante Derecho político y muchísima
insistencia en lo que, generosamente, se denomina «Derecho social»; pero que,
en realidad, es mera descripción de las supuestas políticas sociales que el Ré-
gimen llevaría a cabo.
Tal vez, la razón principal de estas exclusiones y de los énfasis en algunos
sectores del Derecho resida en que éste se concibe como una herramienta de
«ordenación social» y no como un instrumento que conceda a los ciudadanos
(más adecuado sería el término súbditos) posibilidades de regular sus relaciones
entre ellos en condiciones de igualdad. El Derecho es ante todo una herramien-
ta estatal 37 y no del hombre particular. Hay dos ausencias que se deben resaltar:
la del Derecho penal y, aún más extraño, la del Derecho administrativo. La
primera no tiene nada de especial: no hay que admirarse de que el Régimen no
contemplara la existencia de un Derecho penal de autor destinado al control
social. Pero las razones por las que no se insiste en el Derecho administrativo
no son tan palmarias. Hay que recordar, por ejemplo, que Laureano López Rodó
había hecho suyas las palabras de Sánchez Agesta al calificar la Ley de Régimen
Jurídico como «verdadera Carta Magna de los Administrados». Quizá, el pro-
loguista y principal artífice de la campaña de los XXV años de paz dejó que su
visión del derecho influyera en este aspecto. Fraga incluso llegó a redactar un
proyecto de Constitución 38.
37
«La piedra de toque de la grandeza de Francisco Franco ha sido advenir a la política
española cuando el Estado había dimitido de sus augustas funciones de ordenación social
»
Fraga Iribarne, M., Prólogo, p. XI en Franco, F., PPF.
38
Además hay que enfatizar que, con el nacimiento de la Revista de Administración
Pública (por señalar una fecha concreta), la hermana menor de la Revista de Estudios Políti-
cos, comenzaba lo que se ha llamado «época dorada del Derecho Administrativo», y esto en
un doble sentido: de una parte, no es esta la sede adecuada para evaluar el predicamento de
los trabajos científicos y legislativos de los administrativistas de esta época. De otro lado,
políticamente, los adminitrativistas ocuparon puestos políticos de alto nivel; sólo hay que
pensar, en Royo Villanova en su puesto en la Embajada española en Viena o o el caso para-
digmático de López Rodó.
186 Federico Fernández-Crehuet
De esta suerte quedan trenzados Dios, Patria y Justicia en el plano del De-
recho. La Ley de Principios del Movimiento, es, como su propio nombre indica
y enfatiza, una Ley de «principios», porque juridifica valores que, a priori, han
de funcionar en el plano doctrinal o moral «el Derecho no ha de regular modos
de ser o de pensar», pero que ahora se han convertido en ley. Así la LPM:
Art. 2.»Todos los órganos y autoridades vendrán obligados a su más estricta observancia».
39
Tomás de Aquino ya había afirmado que si bien la lex humana puede estar promul-
gada por la comunidad también puede estar dictada por quien se encuentra «a cargo de la
comunidad (ab eo qui curam comunitas habet) y la dirige, eso sí, hacía el bien común. Anti-
seri, D., y Reale, G., Historia del Pensamiento Filosófico y científico, Volumen I, Herder, Bar-
celona, 2001, p. 453. Sobre la idea del bien común y su importanica para la actividad política
Franco, F., PPF., p. 78
pensamiento político de franco 187
tantes de la Revolución 40, en que por esa legalidad han muerto «los mejores»;
dicho crudamente:
La cita no pertenece a los 40, sino que data del 3 de junio de 1961: ¿22 años
de paz? Una justificación que además no sólo debe funcionar como un recuerdo
de obligado cumplimiento, la memoria de lo que un día «acaeció», sino que se
presenta como «una lección de historia que no puede olvidarse» 42. La «Cruzada»
se reactualiza, se vivifica por medio de las palabras del discurso oral que, esta
vez, al presentarlo impreso, se muestran en primer plano. Es a las clases «inte-
lectuales» y a las clases más elevadas a las que les corresponde la reivindicación
de estos ideales que, a la postre, se han convertido en Derecho. Los principios
de Derecho no sólo nacen de la Guerra sino en la Guerra:
«Como veis, todos estos puntos vienen siendo servidos por la legislación española y
por el Fuero del Trabajo promulgados en Burgos durante la Guerra Civil» 43.
40
Jose Antonio ya había defendido ideas similares: «Todo sistema político que existe en
el mundo, sin ninguna excepción, ha nacido en pugna abierta con el orden político que regía
a su advenimiento.» Primo de Rivera, J. A., Obras Completas, p. 270
41
Franco, F., PPF., cit., p. 221
42
Franco, F., PPF., cit., p. 189
43
Franco, F., PPF., cit., p. 125
44
Esta explicación genética está ahora, por cierto, muy en boga de cierto tipo de histo-
riografía. Vid Payne, S.,, El colapso de la República, La esfera de los libros, Madrid, 2006.
45
Franco, F., PPF, op. cit., p. 59
188 Federico Fernández-Crehuet
46
Hannah Arendt citando a Tocqueville: « Existe, desde luego, un gran atractivo para
las masas en los sistemas absolutistas que presentan a todos los acontecimientos de la Histo-
ria como dependientes de grandes causas primeras [la tradición, por ejemplo] enlazadas por
la cadena de la fatalidad y que, en realidad, eliminan a los hombres de la historia de la raza
humana» Arendt, H., Los Orígenes del totalitarismo, cit., p. 450.
47
El parque sindical fue diseñado por el arquitecto Muñoz Monasterio (el mismo ar-
quitecto que había construído La playa de Madrid, un conjunto de piscinas de élite, cerca de
la que se recoge en esta foto) y, posteriormente, ampliado bajo la dirección del arquitecto
Francisco Asis Cabrero.
48
Franco, F., PPF., pp. 297 y ss..
pensamiento político de franco 189
tuirlas cuando sea preciso». El adjetivo «natural» alude a que sus leyes son ajenas
a la voluntad del individuo concreto, aunque, por supuesto, pueden ser dulcifi-
cadas por el Estado, que prevé y conoce estas leyes (el clásico social engeenering
del que nos habla Popper). El «orden natural» implica la existencia de distintas
clases sociales; la existencia de trabajadores y empresarios, la existencia de la
«masa modesta» y de las elites. El «orden natural económico», refrendado por
el franquismo, no niega la existencia de clases sociales, sino que impugna y
sanciona, sin remilgos, la lucha de clases; extremo, a todas luces, bien distinto.
La finalidad de ese «orden natural económico», que, por supuesto, tiene su
paralelo en un «orden natural político», en un «orden natural cultural»
hasta
llegar a un meta-orden, es el progreso inevitable, pronosticable y atemporal:
«La lucha de clases es dañosa para la Patria, ruinosa para la producción, perjudicial
para empresarios y obreros e inadmisible en los tiempos modernos» 49
49
Franco, F., PPF, p. 288
190 Federico Fernández-Crehuet
«Y es que el argumento de fondo es otro: asumir que las masas han roto el tácito pac-
to de continuidad cultural [y política, sobre todo, añadiría yo] que había mantenido
cohesionada a Europa desde el siglo XVIII, y que los últimos veinte años han desba-
ratado
Ortega ha perdido la esperanza en la capacidad del «viejo liberalismo» para
rectificar o corregir la bajeza plebeya de las masas, su indisoluble incultura y su exas-
perante exigencia de mando» 50.
50
Gracia, J., La resistencia silenciosa. Fascismo y cultura en España, Ed. Anagrama, Bar-
celona, 2004,, p. 84
51
Franco, F., PPF., p. 293.
52
Franco, F., PPF., p. 307.
pensamiento político de franco 191
como una sanción, como una pena 53. Expuesto de otro modo, el sujeto que se
puede beneficiar de los avances y mejoras sociales no es el ciudadano individual
sino el trabajador, aquel que cumplen con su obligaciones laborales. La piscina
fotografiada al inicio del capítulo El signo social como símbolo del progreso
social de los tiempos no es una piscina pública, es la Piscina Sindical, la de los
trabajadores —hecha a imagen y semejanza de la de las elites en la «Playa de
Madrid»— que han cumplido con su jornada laboral y, por tanto, tienen derecho
al ocio. Esto muestra a las claras el valor del trabajo
La receta para inmunizar al régimen de la lucha de clases es la política so-
cial, el Estado social o los avances sociales, da igual como queramos denominar-
los. Y aquí funciona, de nuevo, la estrategia del despiste, de lo ficticio. El ene-
migo ficticio es situado de nuevo en primer plano, el verdadero escondido. La
política social se constituye en una forma de mantener a raya la tentación de los
trabajadores, de las «masas», de dejarse seducir por el marxismo. En realidad, y
éste es un argumento que ya se encuentra en los escritos de José Antonio, la
maldad del comunismo no reside en ofrecer a los desfavorecidos la conquista de
ciertas mejoras sociales, que son de justicia, sino en los modos y medios violen-
tos que se han utilizado por el comunismo. Las mejoras sociales no pueden
llegar por la violencia y la lucha de clases sino por medio de la armonía social 54.
En el caso español, los acontecimientos del 34 en Asturias pueden ser el mejor
ejemplo de este argumento. La conclusión: el propio régimen se debe convertir
en un «auténtico sucedáneo» funcional del marxismo; conclusión, por cierto, un
tanto paradójica.
Es necesario, por tanto, construir un lenguaje propio o barnizar el antiguo
comunista de tal modo que se haga creíble que el régimen se puede convertir en
un buen suplente del marxismo: «Nueva conciencia social», «revolución social»,
«justicia social», «derecho social», «Estado social», «defensa del trabajador» son
algunos de estos términos que se emplean en el libro que analizamos y que
apuntan a esta finalidad.
Uno de los nuevos términos sobre el que quisiera detenerme un momento
es el de «derecho social». Sus rasgos podrían delimitarse del siguiente modo:
53
En el caso de las penas de «redención por medio del trabajo», este valor positivo, por
depurador del trabajo, se enfatiza en la propaganda en un primer plano.
54
«Hay solamente dos sistemas para resolver los problemas sociales de los pueblos; o el
anárquico de la lucha de clases, con todas sus consecuencias, o el sistema de la armonía de
clases, de sentirse todos integrados en una misma producción y en un mismo destino». Fran-
co, F., PPF., p. 318.
192 Federico Fernández-Crehuet
1.—Novedad. Frente a los viejos derechos, como el civil, romano, penal o mercantil, el
Derecho social ha nacido a la par que el Movimiento nacional, pertenece a una época
que está caracterizada por la injusticia social.
2.—Ausencia de codificación. Si bien el derecho civil, el mercantil y el penal se en-
cuentra en códigos, hasta la gloriosa llegada de el «Fuero del Trabajo» y el «Fuero de
los Españoles» el Derecho social no se encontraba codificado. Por supuesto, la fuente
última del Derecho social serían las grandiosas encíclicas de nuestros Pontífices, «de
las que sin duda no ha de apartarse el nuevo derecho social que, más pronto o más
tarde, en el mundo se alumbre».
3.—Ausencia de regulación o pacto por medio de terceros. A juicio del autor colectivo
de este libro de propaganda y al tenor de los discursos franquistas que se nos sirven
como excerpta, el Derecho social se habría regido siempre por la «Ley de la Selva»;
esto es, por la ausencia de regulación. El franquismo aboga por salir del estado de
naturaleza y establecer «árbitros» que no dejen al buen entender de una de las partes
la resolución de los problemas sociales. La idea de armonía social, que reside tras la
visión del derecho social y la huída de la lucha de clases, rechaza la tesis de que el de-
recho tenga que resolver conflictos sociales; estos no existen. Se tiene cuidado de sus-
tituir este término por el de «problemas sociales» 55 que apunta, desde luego a una di-
ficultad temporal y fácil de vadear.
4.—El derecho social se compone, paradójicamente, no sólo derechos sino, sobre todo,
de obligaciones. El nuevo derecho social se caracteriza por estar dirigido hacia una
finalidad social: el bien común 56.
bienes: los espirituales, los nacionales y los sociales. Pero estos tres bienes no se contradicen
entre sí, sino al contrario, se unen y se compenetran. Y ésta es la gracia de nuestro Movimien-
to Nacional: haber sabido fundir estos principios espirituales, patrióticos y sociales entre los
hombres y las tierras de España. Constituimos un Movimiento político, porque una batalla
como que nosotros emprendimos por el resurgir de España necesita de unos soldados anima-
dos por una fe y una doctrina, continuar una ideario político y hasta con sus fanáticos» Fran-
co, F., PPF., p. 78
pensamiento político de franco 193
57
Véase con detalle el detallado y cuidado trabajo de Alfons Aragoneses, Nueva Espa-
ña y vieja sociedad anónima. Apuntes sobre la Ley de Sociedadades Anónimas de 1951 en
Fernández-Crehuet, F., y Hespanha, A.(Eds.), Franquismus und Salazarismus. Legitima-
tion durch Diktatur?, Vittorio Klostermann, 2008, pp. 425-452.
58
Sobre el concepto de nuevo, véase Ruiz Resa, J., Trabajo y Franquismo, Comares,
2000.
59
«La justicia social necesita ser algo real y tangible, una creación positiva de la Re-
volución Nacional» Y más abajo se añade: «No se trata de salario justo, ni de la seguridad
social, ni de la prevención aislada, ni de determinadas mejoras, ni de la ocupación perma-
nente en el trabajo; se trata de todo eso a la vez en un solo problema general y básico que
constituye la razón de ser y uno de los fines primarios y fundamentales del Estado». Fran-
co, F., PPF., p. 303
194 Federico Fernández-Crehuet
60
«A Martín Marco le preocupa el problema social. No tiene las ideas muy claras sobre
nada, pero le preocupa el problema social» . Y una líneas antes: «Las guerras deberían hacerse
para que haya menos gentes que hagan sus necesidades a gusto y pueda comer el resto un poco
mejor». Cela, La colmena, Ediciones Destino, 2006, p. 83
61
Gracia, J., La resistencia silenciosa, cit., p. 83
pensamiento político de franco 195
Siguiendo con la lógica —la lógica interna del Régimen, aquella que se
plasma en este libro— del argumento, ese conflicto, por tanto, lo habrían gana-
do la derecha conservadora que, para mantener su poder concede ciertas pre-
bendas, ahora llamadas derechos sociales, a las clases menos favorecidas. A esto
es lo que se podría denominar «etificación perversa» del poder. Pero el nexo
entre Guerra civil y Estado social es aún más intenso. El Estado social, al igual
que el Derecho en general, como se ha mostrado en páginas anteriores, nacen
(oficialmente) de la Guerra Civil, son avances que han sido conquistados y
respaldados por la sangre derramada en los campos de batalla. No son conquis-
tas sociales de las clases trabajadoras, son victorias bélicas contra el marxismo-
comunismo y cuantos otros enemigos se quieran. Esta defensa del Estado social
usque ad sanguinis effusionem lo convierte en un topos sagrado e irrefutable del
discurso de propaganda franquista, extremo que, por cierto, es predicable del
Movimiento Nacional en su totalidad 62.
A modo de conclusiones
Y hasta aquí llega nuestro análisis. Quisiera cerrarlo con las reflexiones que
surigieron de la lectura del capítulo que Paloma Aguilar dedica a la campaña de
los 25 años de paz que, como hemos apuntado, enmarcan la publicación de este
libro. Esta autora escribe:
62
«O sea, que mientras estábamos combatiendo, mientras luchábamos por la victoria,
ya nos inquietábamos por este grave problema y considerábamos que sería estéril nuestra
victoria si no establecíamos los jalones de un orden social que nos permitiera forjar aquella
Patria mejor, aquella España que había concebido José Antonio, que estaba en la mente de
todos los españoles y que cristalizaba en el Movimiento Nacional» Franco, F., PPF., p. 309 Y
aún más expeditivo: «El fuero del Trabajo se promulgó así con el mismo orden de prioridad y
con idéntico compromiso, a vida o muerte, con que se luchaba en las líneas del frente». Fran-
co, F., PPF., p. 313. Lo social se convierte, en este sentido, en una cuestión de guerra y, por
tanto, se le aplica la lógica bélica: paz o victoria. La implantación de las medidas sociales son
consideradas como un parapeto contra el marxismo que, hasta entonces, se había constituido
en el único adalid de las reformas sociales, contando, por consiguiente con el apoyo y simpatía
de las clases más desfavorecidas. El franquismo habría tratado, como queda reflejado en este
libro, de congraciarse con las «masas desfavorecidas». Quizá ahora, a la luz de todo lo explica-
do, se pueda comprender mejor por qué el Estado social, y la cuestión social en general, se
contemplan como una garantía de la paz social, como un arma para vencer en la guerra contra
el comunismo.
63
Aguilar, P., Políticas de la memoria y memorias de la política, cit., p. 108
196 Federico Fernández-Crehuet
He aquí uno de los argumentos de fondo de este excelente libro que podría
servir de conclusión (una conclusión un tanto lineal como veremos) de estas
páginas. Como esta autora apunta (y no sin cierta razón) la idea de la legitimi-
dad de origen venía justificando de ordinario el Régimen. El gobernante injus-
to, que los franquistas identifican con el gobierno de la II República, ha de ser
depuesto por el gobernante justo, aunque sea por un acto de violencia, en este
caso plenamente justificado. Como hemos apuntado en otro lugar, esta idea de
la legitimidad de origen era empleada con celo y entusiasmo por la doctrina
iusfilosófica mayoritaria, tomando los argumentos de la Segunda Escolástica
española o directamente de Tomás de Aquino 64. ¡He aquí las ventajas del ius-
naturalismo teológico! Esta legitimidad de origen, enquistada y fundamentado-
ra del golpe de Estado, se compaginaría con una legitimidad de ejercicio, que
aún hoy se admira por algunos: la obra social de el Régimen, el supuesto «boom
económico» de los 60 65, la Época de Oro del Derecho administrativo, la segu-
ridad ciudadana y, en fin, expuesto un tanto estereotipadamente, los pantanos y
las obra faraónicas.
La legitimidad de origen estaría construida por medio de un discurso de cuño
épico y de terminología grandilocuente, cercana a la empleada por los fascistas de
primera hora 66. En el libro que venimos estudiando estos dos elementos se mez-
clan a partes iguales 67. Es más que posible que Paloma Aguilar lleve razón y la
legitimidad de ejercicio constituya un elemento fundamental del discurso y las
prácticas de legitimación del franquismo en los años 60. Pero, en esta obra, como
hemos subrayado, no se eluden las referencias a muchos elementos que componen
la legitimidad de origen: se repiten las alusiones a la Cruzada, abundan los textos
de José Antonio parafreseados por Franco, menudean aquí y allí los recuerdos del
Glorioso Alzamiento. En lo que al Derecho se refiere las argumentaciones y los
enfasis siguen siendo los de siempre: el Fuero del Trabajo, el derecho social, la
64
Fernández-Crehuet, F., Revista General de Legislación y Jurisprudencia (1941-
1955)¡Una revista para Castán, por favor!, en Fernández-Crehuet, F.(ed.), Franquismo y
Revistas jurídicas. Una aproximación desde la filosofía del derecho, Comares, 2008. Véase
en concreto p. 19 y ss., donde se analiza como Eustaquio Galán empleaba ya estas ideas to-
madas del pensamiento de Bartolome Medina y Tomás de Aquino.
65
Una crítica a esta idea del boom económico de los sesenta, se pueden encontrar en
García Delgado, J. L., La economía, en García Delgado, J. L. (cord.), Franquismo: el jui-
cio de la historia, Temas de hoy, 2000, pp. 115-170.
66
Véase en este sentido el excelente trabajo de Marco Claas en este mismo volumen
67
«Es precisamente en esta década [se refiere a los años 60] cuando el régimen realiza
sus más logrados esfuerzos de legitimación a través de ceremonias en las que se funde la le-
gitimación de origen con la de ejercicio, como en los 25 años de paz.» Aguilar, P., Políticas
de la memoria y memorias de la política, cit., p. 125
pensamiento político de franco 197
ridos al trabajo de la mujer, así como en determinar las razones que llevaron al
franquismo a un cambio, si quiera relativo, de actitud ante el fenómeno laboral
femenino. Para ello, utilizaremos, con la perspectiva que nos da el trascurso de
más de setenta años, las fuentes originales, tanto legislativas como doctrinales.
Creemos que esta perspectiva estrictamente jurídica nos dará una imagen muy
aproximada de lo que el Régimen quiere que sea el papel de la mujer en el mun-
do del trabajo. El Derecho del Trabajo, mantenía la doctrina más autorizada de
la época, no sólo se concibe como un sector más del ordenamiento jurídico, sino
que se le atribuye «una misión política fundamental, no sólo hacer desaparecer
el tinglado de la lucha de clases, sino borrar todo el espíritu de odio social. El prin-
cipio político básico que trasvasa al nuevo Derecho laboral es el principio de cola-
boración y de comunidad. Y no es sólo el principio de solidaridad nacional el único
que pasa del campo del Derecho político al Derecho laboral: el concepto alemán de
comunidad y el espíritu español de hermandad trasciende desde la programática
política hasta su más concreta realización en el Derecho del Trabajo» 1. Así pues, un
estudio de la posición de la mujer en el Derecho del Trabajo nos permite deducir
cuál es su papel en el conjunto de la sociedad franquista.
El pronunciamiento militar que generó la cruenta Guerra Civil de 1936
manifestó su deseo, desde el propio momento fundacional, de acabar con los
derechos laborales, sociales, políticos y económicos que durante la II República
habían sido conquistados por la mujer española. En concreto, la Constitución
de 1931 había incorporado la igualdad de todos los españoles ante la Ley (art.
2) y la prohibición de todo tipo de privilegio por razón, entre otras circunstan-
cias, del sexo (art. 25). Se reconocía el derecho electoral de las mujeres (art. 36
y 53) y la igualdad de ambos géneros en el matrimonio (art. 43). En lo que se
refiere a nuestra disciplina, el art. 40 de la Constitución incorporaba el derecho
de todos los españoles a ejercer una profesión 2. A pesar de tales avances, se
mantuvieron algunas normas discriminatorias para la mujer 3. Especialmente, la
representación legal del marido y la posibilidad de que el marido cobrara el
salario de la mujer 4, sólo suprimida a través del Decreto de 3 de febrero de 1937.
1
Pérez Botija, E., «Importancia política del Derecho del Trabajo», R.T., n.º 21-22,
1941, pp. 41 y 42.
2
En general, sobre los derechos laborales de la mujer trabajadora durante el período
republicano, puede verse Núñez Pérez, M.C., Trabajadoras en la Segunda República, Minis-
terio de Trabajo, Madrid, 1989.
3
Cfr. Rodríguez López, S., «El papel de las mujeres trabajadoras durante la guerra«,
en Capel Martínez, R. (dir.), Cien años trabajando por la igualdad, Madrid, Instituto de la
Mujer-Fundación Largo Caballero, 2008, pp. 131-147.
4
Ruiz Franco, C., «Transformaciones, pervivencias y estados de opinión en la situación
jurídica y social de las mujeres en España (1931-1939)», Historia y Comunicación Social,
2000, n.º 5, pp. 229-254.
la mujer trabajadora en el franquismo 201
A partir de este momento, podemos afirmar que, desde el punto de vista legal,
la mujer española había alcanzado la plena mayoría de edad jurídica, aunque
sólo se aplicara a aquellas que estuvieran en territorio republicano.
Por el contrario, con el objetivo de separarse claramente del otro bando
combatiente y de manera harto solemne, una de las primeras disposiciones
aplicables específicamente en la zona dominada por los golpistas, esto es, el
Fuero del Trabajo de 10 de marzo de 1938 (BOE de 10 de marzo), proclama:
El Estado se compromete a ejercer una acción constante y eficaz en defen-
sa del trabajador, su vida y su trabajo. Limitará convenientemente la duración
de la jornada para que no sea excesiva, y otorgará al trabajo toda suerte de ga-
rantías de orden defensivo y humanitario. En especial prohibirá el trabajo noc-
turno de las mujeres y niños, regulará el trabajo a domicilio y liberar a la mujer
casada del taller y de la fábrica.
En esta declaración cargada de simbolismo se contenía buena parte del
«programa político» de los que terminarían triunfando en la contienda civil. Por
un lado, un fuerte paternalismo e intervencionismo estatal en la regulación de
las condiciones de trabajo 5. Por otro, suponía la declaración explícita de la ex-
clusión de la mujer, al menos en una primera aproximación, de «uno de los más
nobles atributos de jerarquía y de honor», en expresión del propio Fuero. De esta
manera, desde sus normas fundacionales el primer franquismo tiene un doble
objetivo: por una parte, separarse de los logros del período anterior, y, por otro,
definir su postura respecto de la mujer 6.
En cuanto al primero de los objetivos, desde el mismo año 1936 se produ-
ce la anulación de la legislación republicana, con lo que ello implicaba de resca-
te del Código Civil en su redacción de 1889 en lo referido a la desaparición de
la capacidad decisoria de la mujer en el seno de la familia y a su obligatoria
obediencia al marido, que se convertía, de nuevo, en el representante de la es-
posa (art. 1263).
Desde el punto de vista laboral, las medidas introducidas en los primeros
años no dejan duda de las dificultades que la mujer que quisiera trabajar fuera
de su casa debió encontrar. De este modo, junto a la declaración anteriormente
trascrita, se aprueba la Orden de 31 de diciembre de 1938. En ésta, de nuevo en
su Exposición de Motivos, se afirma que el objetivo básico del nuevo Estado,
una vez finalizada la guerra, será la de separar a la mujer del trabajo para que
5
Véase Babiano Mora, J., Paternalismo industrial y disciplina fabril en España (1938-
1958), CES, Madrid, 1998.
6
Véase, por su especial significación, Bosch Marín, J., «El Fuero del Trabajo y la mu-
jer», Revista Y, (abril), 1938.
202 Juan Escribano Gutiérrez
7
Una amplia justificación del retorno de la mujer al hogar, puede verse Pérez Serrano,
J., El retorno al hogar de la mujer trabajadora, Publicaciones del Patronato de la Escuela
Social, Barcelona, 1945.
8
Lafuente, I., Agrupémonos todas, Madrid, Aguilar, 2003, p. 143.
la mujer trabajadora en el franquismo 203
del marido (art. 11), el cual podía negarle la capacidad de cobrar directamente
su salario (art. 58: «Será válido el pago hecho a la mujer casada de la remunera-
ción de su trabajo, si no consta la oposición de su marido»). Hasta tal punto
suponían estas medidas una merma en la capacidad de obrar de las mujeres que,
en el proceso de elaboración de la nueva ley, se llegó a solicitar la creación de la
figura de la «media capacidad» para aplicársela a la mujer 9. En el mismo senti-
do, la Orden del Ministerio de trabajo de 27 de septiembre de 1939 prohibía el
acceso de la mujer a determinadas categorías funcionariales tales como Notarios,
Registradores, Jueces o Inspectores de Trabajo. De estas prohibiciones se salva-
ban determinadas profesiones, concebidas como más femeninas y que, además,
coincidían con las peor pagadas (como era el caso de la carrera de Magisterio).
En definitiva, la mujer fue considerada por los vencedores de la Guerra
Civil como una menor de edad que precisaba para la realización de la mayor
parte de los negocios jurídicos de la tutela de un varón. En lo que se refiere a
sus derechos laborales, se partía de que el lugar al que la mujer estaba destinada
era el cuidado del hogar y de la familia. Por ello, su relación con el mundo del
trabajo debería ser secundaria y, sobre todo, subsidiaria de dichos roles «natura-
les» a los que debía inexcusablemente atender 10. Es por ello que se limitaba
extraordinariamente la inscripción en las oficinas de empleo a las mujeres, como
establecía la orden de 17 de noviembre de 1939.
Esta normativa tan marcadamente restrictiva ocasionó que el nivel de mu-
jeres incorporadas al mundo del trabajo retribuido fuera señaladamente bajo.
Las estadísticas de la época, tomadas por los especialistas con importantes reti-
cencias, señalan que menos del 20 % de las mujeres incluidas dentro de la po-
blación activa disfrutan de un puesto de trabajo. No obstante, estas estadísticas
son interpretadas, más allá de los puros datos aportados por el Régimen, en un
doble sentido. Por una parte, no reflejan el auténtico volumen de trabajadoras
presentes en sectores precarios no computables, tales como el servicio en el
hogar familiar, el estraperlo, las labores estacionales en el campo, etc. Por otra
parte, tampoco traducen en datos la gran cantidad de mujeres que realizan en
sus domicilios trabajos remunerados.
La inexistencia de respaldo normativo al derecho al trabajo de la mujer
provocó que las mujeres se incorporaran al subempleo, visto como un comple-
mento a los ingresos del marido y no como un auténtico derecho de aquellas
mujeres que desearan trabajar. Sus condiciones de trabajo fueron, pues, signifi-
9
Cfr. Sarasúa, C. y Molinero, C., «Trabajo y niveles de vida en el franquismo. Un
Estado de la cuestión desde una perspectiva de género», en Borderías, C. (ed.), La historia
de las mujeres: perspectivas actuales, Icaria, Barcelona, 2008, p. 318.
10
Palancar, M., La mujer y el trabajo, Suplemento, n.º 5 REP, pp. 7 y ss.
204 Juan Escribano Gutiérrez
cativamente peores que las de los varones. Asimismo, expulsadas del mercado
de trabajo regulado, muchas mujeres hubieron de dedicarse a actividades propias
de la economía sumergida, incluida la prostitución 11. Para un período posterior
(década de los cincuenta), el denominado informe FOESSA, basándose en una
serie de encuestas, dedujo que los datos oficiales sobre actividad laboral de la
mujer eran sensiblemente inferiores a los que se desprendía de las encuestas en
hasta un 10 %.
Desde la perspectiva actual, la de un jurista formado en el Derecho del
Trabajo presidido por el art. 14 CE, es obligado plantear cuál fue la recepción
que dichas discriminaciones contra la mujer trabajadora tuvieron en la incipien-
te doctrina contemporánea a dichas disposiciones normativas. Para ello, habre-
mos de analizar, básicamente, los artículos doctrinales aparecidos en las dos
revistas de referencia en dicho período, esto es, la Revista de Trabajo editada por
el Ministerio de Trabajo y la Revista de Política Social, apadrinada por el Ins-
tituto de Estudios Políticos 12.
Especialmente significativa es, a este respecto, el artículo aparecido en la
última de estas revistas y que está firmado por una de las pocas mujeres que
durante todo el franquismo tendrá una cierta significación en nuestra doctrina.
Se trata de María del Palancar, cuyos artículos son firmados con el apellido de
su marido (Pérez Botija, primer catedrático del Derecho del Trabajo español),
en clara obediencia a las consignas emanadas de la Sección Femenina como
muestra de respeto hacia el esposo.
Pues bien, esta autora tendrá ocasión de publicar varios artículos donde,
desde la perspectiva de una mujer trabajadora (será miembro del consejo de
redacción de la Revista de Política Social durante buena parte del franquismo),
tratará de justificar las claras referencias restrictivas del derecho al trabajo de sus
congéneres, matizando con interpretaciones, en muchas ocasiones forzadas, las
normas de referencia de dichas restricciones 13. En primer lugar, la norma de la
que parte programáticamente dicha regulación, esto es, el Fuero del Trabajo, es
concebida como objetivo deseable a alcanzar, sin que ello implique, por el con-
11
AA.VV., El trabajo de las mujeres a través de la historia, MAS, Madrid, 1992, pp. 104;
y, especialmente, Roura, A., Mujeres para después de una guerra, Barcelona, Flor del Viento,
1998.
12
Sobre esta última, así como sobre la línea editorial, véase ampliamente Escribano
Gutiérrez, J., «La Revista de Política Social: de órgano de Falange a revista doctrinal», en
Fernández-Crehuet López, F. (ed.), Franquismo y revistas jurídicas, Comares, Granada, 2008,
pp. 111-152.
13
Palancar, M., «La mujer y el trabajo», cit; «Participación de las mujeres casadas y
de las madres de familia en la actividad económica», Revista Internacional del Trabajo, 1951,
pp. 719 y ss.; «Participación de las mujeres en la actividad económica», Revista Internacional
del Trabajo, 1958, pp. 296 y ss.
la mujer trabajadora en el franquismo 205
14
En el mismo sentido, puede verse Bou Vidal, M., «Sobre la igualdad de derechos de
la mujer», RPS, núm. 50, 1961, pp. 67 y ss.
206 Juan Escribano Gutiérrez
no se vea obligada a trabajar si así no lo quiere por estar compelida por necesi-
dades económicas. Es decir, que dicha previsión sólo viene a significar el com-
promiso del nuevo Estado en otorgar la posibilidad a la mujer el derecho a
elegir, para lo que deberán garantizarse unos ingresos suficientes al marido. En
definitiva, la única cuestión reprochable, a juicio de estas juristas, es que el Fue-
ro del Trabajo se olvidara de proclamar expresamente la no discriminación de
la mujer trabajadora, lo cual, a su juicio, sí se encontraba presente en el espíritu
de dicha norma 15.
A finales de la década de los cincuenta, son ya mayoritarios los pronuncia-
mientos doctrinales contrarios a la no equiparación, al menos parcial, de los
derechos laborales de hombres y mujeres. Como prueba de ello podríamos citar
la conclusión cuarta del capítulo VI de la Comisión VII del II Congreso Na-
cional de Trabajadores, donde se solicita la derogación de la Orden de 17 de
noviembre de 1939, que limitaba el acceso de las mujeres a las oficinas de em-
pleo. No obstante, desde esta perspectiva, estos autores se sienten en la necesidad
de matizar sus pronunciamientos a favor del derecho de la incorporación de la
mujer al trabajo. Básicamente, se trata de hacer compatible tal derecho con la
defensa de la familia.
Desde esta perspectiva, por ser significativa de las razones que llevan al
Régimen a aprobar la Ley de 1961, Margarita Pérez Botija, en su libro El tra-
bajo femenino en España, parte de la consideración de que la familia no puede
ponerse en riesgo sobre la base de un hipotético derecho al trabajo de la mujer,
nunca superior a la institución familiar. No obstante, ello no impide, a juicio de
esta autora, el constatar que la incorporación de la mujer al trabajo es un hecho
objetivo en un buen número de casos. Es tal constatación la que hace necesaria
la regulación de tal hecho. Además, en muchas ocasiones, la incorporación de la
mujer al trabajo es una necesidad de la propia familia, que de no gozar de los
ingresos de la mujer contratada por cuenta ajena, se vería peligrar 16.
Como conclusión, se puede decir que tras dos décadas negando el hecho
laboral femenino con carácter retribuido, a fines de los cincuenta la situación
deja de ser sostenible. En relación a esta afirmación, en uno de los pocos traba-
jos que desde la perspectiva histórica estudia en profundidad el trabajo femeni-
no durante el primer franquismo, Rosado Bravo afirma contundentemente que,
pese a la mención del Fuero del Trabajo, pocas son las mujeres de clase trabaja-
dora que durante los duros años del franquismo no trabajarán tanto a domicilio
15
Cfr. Salinas, C., «El trabajo de la mujer en el fuero del trabajo», Revista de Trabajo,
año XXV, n.º 2, 1963, p. 252.
16
El trabajo femenino en España, Colección Congreso, Madrid, 1961, p. 19.
la mujer trabajadora en el franquismo 207
17
Rosado Bravo, M., «Mujeres en los primeros años del Franquismo. Educación,
Trabajo y salarios (1939-1959)», en J. Cuesta Bustillo (dir.), Historia de las mujeres en España.
Siglo XX, Madrid, Instituto de la Mujer, vol. II, 2003, p. 56.
18
Sarasúa, C. y Molinero, C., «Trabajo y niveles de vida en el franquismo. Un estado
de la cuestión desde una perspectiva de género», en Borderías, C (ed.), La historia de las mu-
jeres (Perspectivas actuales), Icaria, Barcelona, 2008, pp. 309 y ss.
19
Muel-Dreyfus, F., Vichy et l’eternel fémenin, Seuil, Paris, 1998, p. 202.
20
«La familia es para nosotros la célula social indestructible: la primera de las unidades
naturales que el sistema liberal capitalista ha destruido» (De Miguel Medina, C., La perso-
nalidad religiosa de José Antonio, Almena, Madrid, 1975, p. 111.
21
Molinero, C., «Silencio e invisibilidad: la mujer durante el primer franquismo»,
Revista de Occidente, n.º 223, 1999, p. 67.
208 Juan Escribano Gutiérrez
22
Puig, J.B., «La relación patriarcal entre empresarios y productores. Exploración de
su fuerza moral en el campo de la industria textil», R.T., n.º 3, 1946.
23
Roca i Girona, J., De la pureza a la maternidad. La construcción del género feme-
nino en la posguerra española, Madrid, MEC, 1996, p. 259.
24
Incluso las reformas sobre la capacidad jurídica de las mujeres llevadas a cabo en la
década de los setenta tuvieron buen cuidado en explicitar que a través de las mismas no se
debía dañas la familia. Cfr. Ruiz Franco, M.R., «Hacia una igualdad jurídica entre los sexos:
las últimas reformas del franquismo», en Actres del Congrès «La Transició de la dictadura fran-
quista a la democràcia», Universidad Autónoma de Barcelona, 2005, pp. 102 y ss.
25
Molinero, C., «Mujer, franquismo, fascismo. La clausura forzada en un «mundo
pequeño»», Historia Social, n.º 30, 1998, p. 109.
26
Rosado Bravo, M., «Mujeres en los primeros años del Franquismo», cit., p. 48.
27
Roca i Girona, J., De la pureza a la maternidad, cit., pp. 263 y ss.
28
Fraga Iribarne, M., «El trabajo de la mujer casada», RPS, n.º 53, 1962, p. 13.
la mujer trabajadora en el franquismo 209
29
Ruiz Resa, J.D., Trabajo y franquismo, Granada, Comares, 1999, pp. 169 y ss.
30
Domingo, C., Coser y cantar, Lumen, Barcelona, 2007, p. 116.
31
Febo, G. di, «»Nuevo Estado», nacionalcatolicismo y género», », en Nielfa Cristobal,
G. (ed.), Mujeres y hombres en la España franquista: sociedad, economía, política, cultura, Institu-
to de Investigaciones Feministas y Universidad Complutense de Madrid, 2003, p. 29.
32
Domingo, C., Coser y cantar, cit., pp. 104 y ss.
210 Juan Escribano Gutiérrez
33
Delgado Capeans, R., La mujer en la vida moderna, Madrid, 1941, p. 138.
34
Bohigas, F., «Valor económico de la profesión femenina», Consigna, n.º 56, 1945,
p. 21.
35
Gallego Méndez, M.T., Mujer, Falange y franquismo, Madrid, Taurus, 1983, p.
170.
36
Aguinaga Tellería, A., «Actividad laboral de la mujer», en II Jornadas Técnicas
Sociales, Madrid, 1961, p. 20.
la mujer trabajadora en el franquismo 211
37
Gómez De Aranda y Serrano, L., ««La excedencia y la dote laboral de la mujer
trabajadora», R.P.S., n.º 86, 1970, p. 41.
38
Estas cláusulas fueron celebradas como un hallazgo que permitía cumplir el manda-
to contenido en el Fuero del Trabajo: «La orientación más gneral, más moderna y, a nuestro
juicio, la más perfecta, concede a todo el personal femenino que contraiga matrimonio en las
actividades a que las Reglamentaciones en él incluídas alcanzan, el paso a la situación de
excedencia forzosa» (Fernández-Heras, A., «Inconvenientes del trabajo de la mujer casada
fuera del hogar. Su solución en las Reglamentaciones de Trabajo», Boletín de Seguridad e
Higiene del Trabajo, año VII, n.º 1).
39
En este sentido, pueden verse a título de ejemplo las siguientes: Reglamentación de
actividades no regladas de 31 de diciembre de 1945 (20% inferior); Reglamentación Agríco-
la de 30 de noviembre de 1946 (20% inferior), Reglamentación de la Empresa Bazán de 24
de julio de 1950 (10 % inferior); Reglamentación de Hostelería de 30 de mayo de 1944 (has-
ta el 30 % inferior); Reglamentación textil algodón de 1 de abril de 1943 (20 % inferior).
40
S/A, «¿A igual trabajo, igual salario?, Revista de Trabajo, n.º 2, 1960, pp. 138 y ss.
Más ampliamente, Franken-De Leye, B., «Consideraciones acerca del principio de «a igual
trabajo, igual salario»», Revista de Trabajo, n.º 97, 1960-1, pp. 97 y ss.
41
Por ejemplo, Reglamentación de Alpargateras de 18 de marzo de 1947; Reglamenta-
ción de Cárnicas de 9 de agosto de 1948; Reglamentación de Factorias bacaladeras de 24 de
212 Juan Escribano Gutiérrez
A lo largo de toda la década de los cincuenta habían sido muchas las veces
que, desde posiciones próximas al franquismo, se había planteado la necesidad
de aflojar, siquiera parcialmente, el estrecho corsé al que la legislación de las dos
primeras décadas del Régimen había sometido a la mujer. En esta dirección, es
un tópico en la historiografía señalar el artículo de la abogada Mercedes For-
mica publicado en el diario ABC el 7 de noviembre de 1953, bajo el título de El
domicilio conyugal. En éste se denunciaba la desigualdad jurídica entre hombres
y mujeres. Este artículo fue respondido por una encuesta en el mismo diario con
el título de La capacidad jurídica de la mujer. En esta encuesta, importantes per-
sonalidades del mundo académico, cultural y jurídico apoyaban el tenor del
artículo de Mercedes Formica. Esta mujer, desde posiciones no demasiado be-
ligerantes con el Régimen 45, se considera como la inspiradora, a través de su
46
Ruiz Franco, M.R., «La situación legal: discriminación y reforma», en Nielfa Cris-
tobal, G. (ed.), Mujeres y hombres en la España franquista: sociedad, economía, política,
cultura, Instituto de Investigaciones Feministas y Universidad Complutense de Madrid, 2003,
pp. 131 y ss.
47
Cabrera Pérez, L.A., Mujer, trabajo y sociedad (1839-1983), Fundación BBVA,
Madrid, 2005, p. 189.
48
Hernainz Márquez, M., Tratado elemental de Derecho del Trabajo, IEP, Madrid,
1969, p. 505.
214 Juan Escribano Gutiérrez
sólo una ley de justicia para las mujeres que trabajan, nacida de la experiencia
de una asidua relación humana y cordial con todos los problemas que a la mujer
atañen. A pesar de ello, continúa la política, la Ley no quiere hacer al hombre y
a la mujer seres iguales.
De manera inmediata podemos apuntar varias razones de distinta índole
muy relacionadas con el momento histórico en que las mismas son aprobadas.
El año 1961 se encuentra presidido por un claro deseo del Régimen de huir
definitivamente de la imagen reaccionaria hasta ese momento dada. La situación
internacional de España había cambiado ya para esas fechas. Se había produci-
do su incorporación en la ONU en 1955 y, un año más tarde, se había produci-
do su reincorporación a la Organización Internacional del Trabajo. En concre-
to, esta incorporación pudiera ser entendida como un acicate para la
subsiguiente aprobación de la Ley de 1961. Sin embargo, no hay ninguna jus-
tificación a la hora de explicar la razón por la que el Régimen fue más receptivo
a esta petición que a la del reconocimiento de la libertad sindical 49.
En segundo lugar, el proceso de desarrollismo, unido a la necesaria huida
de mano de obra joven hacia el extranjero en el fenómeno masivo de la emigra-
ción hizo necesario dinamizar la mano de obra femenina. Efectivamente, la
inviabilidad de la autarquía y el fin del aislamiento que supuso la década de los
cincuenta culminó con el Plan de Estabilización de 1959 y el Plan de Desarro-
llo de 1963. Uno de los métodos para lograr la expansión industrial consistía en
incrementar la población laboral, y como la mano de obra masculina no daba
prácticamente más de sí, lo único que se podía hacer para ello era el recluta-
miento de las mujeres 50. Asimismo, la incorporación de la mujer al trabajo se
plantea como un acicate para aumentar el consumo 51, requisito imprescindible
para dar salida a los productos que la incipiente industria lanzaba al mercado 52.
Fue precisamente en el año 1961 cuando comienzan a verse los frutos del plan
de 1959. En esta dirección se pronuncia Fernando Herrero Tejedor en su dis-
curso de presentación de la Ley a las Cortes.
49
Martínez Quintiero, M.E. y Pando Ballesteros, M.P., «El trabajo de las mujeres
entre 1950 y 1965», en J. Cuesta Bustillo (dir.), Historia de las mujeres en España. Siglo XX,
Madrid, Instituto de la Mujer, vol. II, 2003, p. 155.
50
Cfr. Fernández Gómez, J.A., «El peonaje femenino en la industria de material
eléctrico y electrónico durante el franquismo», Sociología del Trabajo, n.º 47, 2002/03, pp. 43-
73.
51
Scalon, G.M., La polémica feminista en la España Contemporánea (1868-1974),
Madrid, Akal, 1986, 343.
52
Nogués, C., «El Plan de Desarrollo Económico y la mujer», Cuadernos para el Diá-
logo. Suplemento: la mujer, Madrid, 1970, pp. 49-51; Folguera, P., «Ley de 22-7-61. Dere-
chos políticos, profesionales y de trabajo de la mujer», en M.A. Durán, Mujeres y hombres.
La formación del pensamiento igualitario, Madrid, Castalia, 1993, p. 189 y ss.
la mujer trabajadora en el franquismo 215
53
Herrero Tejedor, F., Discurso en Derechos políticos, profesionales y de trabajo de
la mujer, Madrid, 1961, pp. 20-21.
54
Scalon, G.M., La polémica feminista en la España Contemporánea, cit., p. 348.
55
«La liberalización del Régimen franquista: la ley de 22 de julio de 1961 sobre derechos
políticos, profesionales y de trabajo de la mujer», Historia Social, n.º 31, 1998, p. 61.
56
Pando Ballesteros, M.P., «Relaciones de género, familia y trabajo en el mesofran-
quismo», Faces de Eva. Estudios sobre a mulher, n.º 5, 2001, pp. 3 y ss.
57
Salinas, C., «La mujer en el fuero», cit., p. 254.
216 Juan Escribano Gutiérrez
tiempo antes había negado su necesidad. Esta necesidad, no obstante, seguía sin
ser bien vista por Pilar Primo de Rivera, quien continuaba afirmando que si el
marido cobraba lo suficiente, el 90 % de las mujeres continuarían dichosas en
sus casas. Es decir, para la Sección Femenina nunca hubo un derecho al trabajo
de la mujer, sino una necesidad que era necesario paliar, al menos, en sus peores
efectos 58.
Desde nuestro punto de vista, tal justificación de cambio de tendencia se
hallaría en la búsqueda de un excedente de mano de obra que permitiera la
creación de un mayor ejército de reserva que hiciera posible la enorme movilidad
laboral, desde el campo a la industria, de importantes contingentes de trabaja-
dores 59, necesarios para hacer frente al programado Plan de Desarrollo. Es decir,
se trataría de un pragmatismo que denota la clara separación respecto a los
principios que inspiraron a ciertos sectores de los sublevados. Especialmente
significativa es la afirmación de Fernández Montero, miembro del cuerpo de
Estadística Sindical, que no sólo justifica la necesidad del cambio en base a este
tipo de argumentos, sino que, incluso, interpreta las restricciones anteriores
también con semejantes argumentos. En concreto, mantiene que dichas restric-
ciones estuvieron motivadas por la necesidad de facilitar la reincorporación al
trabajo de los excombatientes. Por lo que desaparecida dicha causa, ya nada
justificaría tal discriminación, a pesar de seguir manteniendo que la mujer es
inferior al hombre en múltiples aspectos, incluidos los intelectuales 60. De nuevo
se niega el pasado, incluso todas las prosopopéyicas declaraciones de principios
de la Dictadura. Además, a pesar de todas las medidas prohibitivas o desincen-
tivadoras del trabajo de la mujer, ello no impidió que un volumen importante
de mujeres siguiera trabajando retribuidamente en la economía sumergida que
supone el servicio en el hogar doméstico o las pequeñas explotaciones agrarias.
En concreto, según la Encuesta de Población activa de 1969, de cada 100
mujeres que trabajaban en la agricultura, 73 lo hacían en régimen de ayuda
familiar, es decir, en la inmensa mayoría de los casos las trabajadoras no co-
brarán salarios.
En definitiva, la Ley es el fruto de la conjunción de una serie de circuns-
tancias políticas, económicas y sociales. Desde el punto de vista de la estructura
58
Sánchez López, R., Mujer española, una sombra de destino en lo universal. Trayec-
toria histórica de la Sección Femenina de Falange (1934-1977), Universidad de Murcia,
1990, p. 42 y 45.
59
Especialmente significativo en respaldo de tal afirmación es la lectura del discurso
de defensa en Cortes de la Ley de 1961 realizado por Herrero Tejedor, vicesecretario general
del Movimiento.
60
»La mujer y su relación con la vida laboral», Boletín de Divulgación Social, n.º 118,
1956, pp. 387-388.
la mujer trabajadora en el franquismo 217
La Ley de 1961 está presidida por una contradicción: tras proclamar (art.
1) el derecho de la mujer al ejercicio de toda clase de actividad política, profe-
sional o de trabajo y de reconocer el derecho a la igualdad retributiva respecto
del hombre (art. 4.2), termina admitiendo que por Ley se pueda exigir la auto-
rización marital para el ejercicio de los derechos reconocidos en dicha Ley.
Autorización que constará por escrito y contra la que sólo se podrá actuar en
caso de abuso de derecho o mala fe. Partiendo de este contexto, Fraga Iribarne
escribía en la Revista que él mismo dirigía
«El derecho de la mujer casada a trabajar no puede negarse. Pero debe ser,
en primer lugar, un verdadero derecho, no una necesidad; las necesidades eco-
nómicas de la familia con hijos son hoy una responsabilidad social. Pero este
derecho no es ilimitado, sino condicionado por el superior interés familiar; la
función principal de la mujer es en ella, y para ella, la casa, el hogar, la prepara-
ción espiritual de todos los miembros de la familia. La libertad de su elección
supone, por ello, una adecuada formación, técnica y moral. Y supone una aten-
66
Solano, La mujer y el trabajo, cit., p. 40.
67
Sánchez López, R., Mujer española, cit., p. 47.
la mujer trabajadora en el franquismo 219
68
Fraga Iribarne, M., El trabajo de la mujer casada, RPS, n.º 53, pp. 5 y ss.
69
Scanlon, G.M., «La mujer bajo el franquismo», cit., p. 21.
70
Salinas, C., «La mujer en el fuero del trabajo», cit., p. 252.
71
Sánchez, M.L., «Monográfico sobre la mujer», Cuadernos para el dialogo, 1965,
220 Juan Escribano Gutiérrez
72
Contra tal interpretación, puede verse Gómez Aranda, «La excedencia y la dote la-
boral», cit., p. 45.
73
Esta cláusula se eliminaría en el Decreto 2310/70, de 20 de agosto, por el que se
regulan los derechos laborales de la mujer trabajadora en aplicación de la Ley de 22 de julio
de 1961.
74
Bayón Chacón y Pérez Botija, Manual de Derecho del Trabajo, 4.ª edic., II, p. 621.
75
Alonso Olea, M., «La Ley de 24 de julio de 1961 sobre derechos políticos, profesio-
nales, RAP, n.º 36, 1961.
la mujer trabajadora en el franquismo 221
de 1944) fueron definidos por García Oviedo como «una disposición autónoma
que brota de la voluntad del jefe de la empresa a la que se adhieren los trabaja-
dores que se incorporan a ella en virtud del reconocimiento del carácter insti-
tucional de la empresa y como obligación nacida del propio contrato de
trabajo» 76. En definitiva, se trata de normas de regulación de las condiciones de
trabajo que, partiendo de la voluntad unilateral de empresario, cubrían los es-
pacios no abarcados por las teóricamente inexistentes manifestaciones paccio-
nadas de origen colectivo y, que, en este caso concreto, permitían valorar de
manera distinta el trabajo de los hombres y las mujeres. Utilizando dichas fa-
cultades, los reglamentos de Régimen interior de algunas importantes empresas
prohibían el acceso de las trabajadoras a determinados puestos de trabajo en los
que se ejercía un especial grado de responsabilidad 77.
En un sentido semejante, el art. 4 del Decreto 258/62, de 1 de febrero, de-
claraba la inaplicación de las normas tendentes a la igualación salarial entre
hombres y mujeres a aquellos trabajos considerados como estrictamente feme-
ninos. Esta cláusula tiene especial significación si tenemos en cuenta que la
mayor parte de las trabajadoras estarán adscritas a este tipo de trabajo.
Asimismo, la aprobación de la Ley de 24 de abril de 1958 de Convenios
colectivos sindicales no supuso la eliminación de estas Reglamentaciones. Es
más, conforme el art. 4 de dicha norma, se establecía la sumisión jerárquica de
los primeros respecto de estas últimas por lo que, en principio, se mantendrían
en vigor en los términos anteriormente explicitados en tanto no se vayan
adaptando a la nueva normativa 78. Además, los nuevos instrumentos regula-
dores proseguían el curso marcado por las Reglamentaciones de Trabajo. A
título de ejemplo, se puede citar el convenio colectivo de la rama textil por ser
el sector económico con mayor porcentaje de participación de la mujer. Según
tal convenio colectivo de 22 de diciembre de 1961 (BOE 31 de marzo de
1962), se mantiene una doble escala salarial heredera de las anteriores Regla-
mentaciones del sector (art. 152) 79. Esta situación trascenderá incluso al pro-
pio franquismo, como demuestran las recurrentes sentencias que durante toda
76
Curso de Derecho del Trabajo, Madrid, p. 310.
77
Borderías Móndejas, C., «Un nuevo enfoque metodológico para el estudio de la
discriminación sexual en el mercado de trabajo», en El trabajo de las mujeres, Instituto de la
Mujer, Madrid, 1988, p. 30. Esta autora cita el caso de la Compañía Telefónica cuyo Regla-
mento de Régimen Interior establecía que los puestos de jefatura serían desempeñados exclu-
sivamente por hombres.
78
En el año 1963 todavía no se había llevado a cabo tal adaptación.
79
Igual ocurriría en otros convenios colectivos de sectores en los que la mujer está
especialmente representada, como el Convenio colectivo de la Industria de hilatura de 20 de
julio de 1962 (BOE de 8 de octubre), o el Convenio Colectivo del sector sedero de 14 de mayo
de 1962 (BOE de 4 de julio).
222 Juan Escribano Gutiérrez
la década de los 80 y 90 han sido dictadas contra las dobles escalas salariales
por razón de género.
Es más, muchos convenios colectivos sindicales aprobados con posterioridad
a 1961 contenían importantes diferencias salariales entre hombres y mujeres,
utilizando como subterfugio la configuración de una clasificación profesional
feminizada para así pagar unos salarios inferiores.
La Ley de 1961 fue seguida de una serie de disposiciones que avanzaban en
el camino iniciado por la misma. El Decreto de 21 de abril de 1966 permitía a
la mujer litigar ante las Magistraturas de Trabajo sin necesidad de un permiso
del marido; la Ley de 28 de diciembre de 1966 les permitía el acceso a la carre-
ra judicial; el principio de salario igual a igual trabajo fue ratifica el 27 de octu-
bre de 1967. Sin embargo, como anteriormente avanzamos, se mantuvieron
instituciones tan claramente discriminatorias como la excedencia, si bien ahora
voluntaria, y la dote laboral de la mujer trabajadora. Además, en la práctica se
siguió manteniendo la discriminación contra la mujer trabajadora. De este modo,
en las postrimerías del franquismo (abril de 1970), la Organización Sindical, a
través de la CANS para el Trabajo de la mujer, hizo públicas una serie de rei-
vindicaciones que denotan lo despacio que transitaba el franquismo en esta
dirección. En concreto, entre sus reivindicaciones se encontraba la urgencia del
pleno desarrollo de la Ley de 22 de julio de 1961 sobre derechos políticos, pro-
fesionales y de trabajo de la mujer, en las siguientes cuestiones:
— Necesidad de procurar la igualdad de salario de la mujer respecto al
varón a trabajos de valor igual.
— Que se brinde a la mujer en todos los medios de trabajo la oportunidad
de ocupar puestos de igual importancia que los ocupados por los hombres.
— Que no se apruebe ningún convenio colectivo ni Reglamentación labo-
ral cuando en ella exista alguna discriminación respecto de la mujer.
— Crear una normativa integral que permita la conciliación de la vida la-
boral y familiar de la mujer trabajadora.
— Que se solucionen los problemas interpretativos generados por las nor-
mas de principios de los sesenta en temas como la determinación de la cuantía
de la dote de las mujeres que opten por la excedencia voluntaria.
Esta reivindicación terminó dando lugar a la última norma de desarrollo de
la Ley de 1961, esto es, el Decreto 2310/70, de 20 de agosto, por el que se re-
gulan los derechos laborales de la mujer trabajadora. En dicho cuerpo norma-
tivo siguen apareciendo las mismas contradicciones que en todas las demás
disposiciones que durante el franquismo se dictaron en relación a la mujer tra-
bajadora. Por una parte, se da un paso adelante tanto en la terminología utiliza-
da (apreciable desde su exposición de Motivos) como en la incorporación de
unos nuevos derechos dirigidos hacia la equiparación de la mujer trabajadora
la mujer trabajadora en el franquismo 223
80
Carbajo Vázquez, J., «Mujeres, trabajo y salarios. Jornada, promoción y capacidad
adquisitiva de las españolas (1965-1975)», cit., pp. 255 y ss.
224 Juan Escribano Gutiérrez
Valiente Fernández, C., «La liberalización del Régimen franquista» cit., p. 61.
81
Suárez González, F., Menores y mujeres ante el contrato de trabajo, IEP, Madrid,
82
1967, p. 157.
83
«La Ley de 24 de julio de 1961 sobre derechos políticos, profesionales», cit., p. 345.
84
Alonso Olea, M., «La Ley de 24 de julio de 1961», cit., p. 348.
85
Suárez González, F., Menores y mujeres ante el contrato de trabajo, cit., p. 159.
86
Bayón Chacón y Pérez Botija, Manual de Derecho del Trabajo, cit., p. 340.
la mujer trabajadora en el franquismo 225
87
Solano, La mujer y el trabajo, cit., p. 45.
88
Criticada por atentar a la declaración II del Fuero del Trabajo y, en concreto, por
atentar contra la unidad del matrimonio en Mapelli, «La excedencia forzosa de las azafatas
en caso de matrimonio», R.T., n.º 50, 1962, pp. 25 y ss.
226 Juan Escribano Gutiérrez
creado de ésta como ser necesitado, por su desvalimiento, de una especial pro-
tección. La Exposición de Motivos, con el estilo propio de las normas franquis-
tas, comienza afirmando que «el alto concepto que en general al español mere-
ce la mujer y la atención que de manera especial debe ser puesta en evitar que
un trabajo nocivo pueda perjudicar su naturaleza, aconsejan revisar nuestra le-
gislación positiva, procurando adaptarla, recogiendo los progresos de la técnica».
El inicio de la Exposición de Motivos de este Decreto no puede ser más explí-
cito respecto a la actitud que el legislador franquista tiene respecto a la mujer y,
concretamente, respecto de la mujer trabajadora. Creemos que merece la pena
desglosar las que, a nuestro juicio, son las conclusiones más significativas que en
relación al mismo podemos extraer:
90
Véase, Bou Vidal, M., Contrato de trabajo de las mujeres, Librería Bosch, Barcelo-
na, 1962, pp. 70 y ss.
91
Gómez de Aranda, L., «La excedencia y la dote laboral de la mujer trabajadora», cit.,
p. 5.
92
Véase, ampliamente, Falcón O’Neill, L., Los derechos laborales de la mujer, Mon-
tecorvo, Madrid, 1965, pp. 75 y ss.
93
Maravall, J.M., «Aspectos del empleo femenino en España», Revista Española de
la Opinión Pública, n.º 19, 1970, p. 111.
94
Palancar, M., «Las profesiones femeninas en las reglamentaciones españolas de
trabajo», en AA.VV., Estudios dedicados al profesor García Oviedo, vol. II, Derecho Laboral,
Sevilla, 1954.
95
Sobre los trabajos típicamente femeninos durante el franquismo, puede verse Díaz
Sánchez, P., «Trabajo y género en la España franquista», en Mujeres y hombres en la España
franquista: sociedad, economía, política, cultura, Instituto de Investigaciones Feministas y
Universidad Complutense de Madrid, 2003, pp. 221 y ss.; y García Villegas, «Profesiones
femeninas de servicio social. Guía de orientación vocacional y profesional», Revista de Tra-
bajo, 1952 (septiembre).
228 Juan Escribano Gutiérrez
trabajo «femenino» hubiera de ser realizado por un hombre, éste tendría derecho
a un aumento de la retribución prevista para el caso en que hubiera sido desa-
rrollado por las mujeres 96. En concreto, según la Resolución de la Dirección
General de Trabajo de 2 de abril de 1954 (BOE de 29 de abril), se acordaba que
el salario que debe percibir el personal masculino que ocupe categorías que, por
estar desempeñadas normalmente por trabajadoras, la Reglamentación Nacional
de Trabajo del sector correspondiente de la industria textil sólo recoge la retri-
bución del femenino, sería el de éste incrementado en un 30%.
Junto a los trabajos exclusivos y excluidos, durante todo el franquismo per-
vivieron trabajos «tradicionalmente» realizados por hombres y por mujeres y que,
dada la rígida separación de todas las esferas sociales y educativas 97, se manten-
drán durante todo el franquismo. Esta circunstancia también perjudicará signi-
ficativamente a las mujeres trabajadoras. En concreto, la creación del Instituto
Nacional de Industria supuso la implementación de un considerable volumen
de empleo de alta calidad, estable y con remuneraciones superiores a la media,
pero, sin embargo, ello no benefició a la mujer trabajadora, que tradicionalmen-
te había sido excluida del trabajo industrial. Por el contrario, los trabajos típi-
camente femeninos, como las industrias de consumo, calzado, confección, etc.,
quedaron en manos de capital privado.
Junto a las normas que hasta ahora hemos analizado, durante el franquismo
también son detectables disposiciones normativas que procuran una protección
de las trabajadoras. Así, por ejemplo, conforme al art. 6 de la Ley de Jornada
máxima, los recargos por horas extraordinarias serían de entre un 25 % y un 40
% para el varón, y de un 50 % en todo caso para la mujer. Como es lógico, esta
medida estaba basada en la necesidad de evitar un esfuerzo adicional de la mu-
jer respecto a su jornada de trabajo ordinaria. Asimismo, la jornada máxima en
los trabajos realizados en grupo se reduce para las mujeres a siete horas y me-
dia 98. En cuanto al descanso semanal, el Decreto de 25 de enero de 1941 exigía
autorización administrativa para el empleo de mujeres durante el domingo.
96
Bayón Chacón y Pérez Botija, Manual de Derecho del Trabajo, Madrid, 2.ª edición,
vol. II, p. 327.
97
La Ley de 17 de julio de 1945 sobre enseñanza primaria establecía en su art. 11 que
«la educación femenina preparará especialmente para la vida del hogar, artesanía e industria
doméstica». Véase, más ampliamente, Rosado Bravo, M., «Mujeres en los primeros años del
Franquismo», cit., pp. 14-81.
98
Decreto de 24 de julio de 1947.
la mujer trabajadora en el franquismo 229
99
Orden de 9 de marzo de 1946.
100
Hernández de Pablo, S.E., «La situación actual en España de la estabilidad en el
empleo de la mujer trabajadora«, RPS, n.º 70, 1966, pp. 119 y ss.
101
Pérez Botija, M., El trabajo femenino en España, cit., p. 23-24.
230 Juan Escribano Gutiérrez
ésta una fecha intermedia) por este orden, los servicios, las industrias fabriles y
la agricultura-ganadería. Siendo, además, actividades específicas las predomi-
nantes en cada uno de tales sectores. De este modo, los trabajos más precarios
y peor pagados siguieron siendo desempeñados en exclusiva por las mujeres. A
título de ejemplo, las mujeres de la limpieza durante la década de los sesenta
pasaron de cobrar un sueldo inferior al mínimo legal a cobrar —tras la aproba-
ción del Decreto de 17 de enero de 1963 que equiparaba este mínimo legal para
hombres y mujeres— estrictamente el mínimo.
Dentro del sector servicios adquirieron una significación especial las deno-
minadas chicas de servir, es decir, las trabajadoras del servicio doméstico 102. La
importancia de las chicas de servir tiene tal simbolismo que trasciende el marco
de las relaciones laborales para tener cabida, incluso, en el cine de la época. Así,
por ejemplo, Fernando Fernán Gómez sintetiza de manera magistral la posición
de estas trabajadoras en la sociedad franquista en El mundo sigue de 1963. En
esta obra se evidencia la dura situación de la clase trabajadora de las grandes
ciudades y, en especial, de la mujer de esta clase. En esta obra maestra, que en
ocasiones recuerda a Surcos (Nieves Conde, 1951), se contrapone la dispar suer-
te de dos hermanas que optan por vidas moralmente muy distintas. Las dife-
rencias sociales tan marcadas y el pragmatismo de unos trabajadores con escasa
conciencia de clase jalonan todo el metraje de la película. Es significativo, a este
respecto, cómo la familia de origen de las dos hermanas protagonistas termina
aceptando la vida licenciosa de su exitosa hija y, sin embargo, reprocha, a la que
ha hecho de su dignidad su único patrimonio, que se «ponga a servir», aunque
ello sea para alimentar a sus cuatro hijos. En un tono bien diferente, debemos
recordar el título de una exitosa película de la misma época: Las que tenemos que
servir 103.
Por chicas de servir se entienden aquellas mujeres que prestan servicios
domésticos a una familia a cambio de una remuneración precisa y periódica y
que viven bajo su mismo techo 104. Por tanto, de esta definición emanan las dos
características básicas de esta peculiar relación de trabajo. Por una parte, se
trata de una prestación de trabajo por cuenta ajena y remunerada. En segundo
lugar, se produce un hecho atípico y muy caracterizador de esta prestación, dado
que se produce una convivencia con el empleador: «Es la nota de vivir en el
mismo hogar lo que da carácter específico a la posición social de las «tatas», lo
que hace que sus vínculos con los señores no se agoten en el mero contrato de
102
Cfr. Meléndez, L., El servicio doméstico en España, Madrid, CNM, 1962; y Váz-
quez, J.M., El servicio doméstico en España, Madrid, Ministerio de Trabajo, 1960.
103
Jose M.ª Forqué (1967). Basada en la obra de Alfonso Paso.
104
García-Pelayo, M., «Esquema de una sociología de las chicas de servir», RPS,
la mujer trabajadora en el franquismo 231
te personales: pero estas condiciones no se dan en los hogares para las emplea-
das que viven en ellos» 111
Esta afirmación se ve reafirmada por las propias palabras del Subsecretario
del Ministerio de Trabajo, Estebán Pérez González, al afirmar que las relaciones
entre amo y criado son tan íntimas y familiares que no pueden ser las del em-
presario y obrero, y menos las de capital y trabajo 112.
En cuanto a su régimen jurídico, hasta el año 1985 las actividades de los
trabajadores de servicio doméstico estuvieron sometidas a las disposiciones de
la jurisdicción civil, es decir, al anacrónico art. 1584 CC 113. Sin embargo, se le
fue extendiendo, con enorme lentitud, parte del sistema de la Seguridad Social.
En primer lugar, fueron integrados en la Ley de 14 de diciembre de 1942, por
la que se crea el Seguro Obligatorio de enfermedad, en cuyo art. 7 se mencio-
naba expresamente al servicio doméstico. En segundo lugar, se extendieron al
personal del servicio doméstico los beneficios de los Subsidios y Seguros socia-
les que disfrutaban los demás trabajadores (Ley de 19 de julio de 1944 —BOE
de 21 de julio—), por el que se les incluía en los subsidios familiar, de enferme-
dad y de vejez. En tercer lugar, se creó el Montepío Nacional del Servicio Do-
méstico (Decreto 385/1959, de 17 de marzo —BOE de 24 de marzo—), aunque
las prestaciones que creaba eran inferiores a las del Régimen General del Segu-
ro de Enfermedad (período de carencia hasta 6 meses, abono sólo del 50% del
precio de las medicinas, no cobertura sanitaria a familiares, etc.) 114, volviéndose
a la situación creada por la República ya en 1934. De este Montepío se excluía
a las mujeres casadas, si bien en determinados casos se les extendía el mismo
(viudez, incapacidad del marido, etc.) a través de la Orden de 20 de julio de
1960.
Finalmente, en 1969 se creó el Régimen Especial de la Seguridad Social
para el servicio doméstico (Decreto 2346/69, BOE 15 de octubre), gestionado
por el Ministerio de Trabajo a través de una Mutualidad Nacional, en desarro-
llo del art. 10.2 h) de la Ley de Seguridad Social por el que se creaba este Ré-
gimen especial. De esta manera, el sector quedó integrado en el sistema de se-
guridad social, si bien con prestaciones inferiores.
111
Durán, M.A., El trabajo de la mujer en España, Madrid, Tecnos, 1972, p. 144. Esta
situación es reflejada también en el cine por ¡Cómo está el servicio! (Mariano Ozores, 1968;
basada en la obra de Alfonso Paso).
112
«Aspecto social del servicio doméstico», RT, n.º 11-12, 1944, p. 124.
113
Actualmente en curso de reforma en el Parlamento.
114
En su Exposición de Motivos dejaba a las claras la concepción que aún tenía este
tipo de trabajo: «El ambiente cristiano de la sociedad española mantiene afortunadamente
para el servicio doméstico su carácter tradicional como prolongación de la Familia».
la mujer trabajadora en el franquismo 233
presente desde la década de los cincuenta. En este contexto, se plantea cuál fue
el grado de participación de las mujeres trabajadoras en el sindicalismo no ofi-
cial y en la convocatoria de huelgas.
El estudio de la participación de las mujeres en este contexto debe partir,
ineludiblemente, del clásico sobre la materia de Giuliana di Febo. Esta autora
mantenía que la participación de la mujer en los movimientos de resistencia
respondía a la propia realidad de la que partía en el Régimen 115. Es decir, sus
movilizaciones estarán preferentemente relacionadas con el ámbito de la repro-
ducción social, tales como las movilizaciones de las mujeres de los presos polí-
ticos en solidaridad con sus esposos o como las protestas de las amas de casa en
demanda de mejores condiciones de vida en los barrios obreros 116. Por contra,
las movilizaciones laborales habían sido mucho más marginales 117.
Las razones que podemos aventurar en relación a esta escasa presencia
pueden estructurarse como sigue:
a) La situación de la mujer, como hemos expresado anteriormente, de clara
subordinación social, hace muy difícil la apertura de espacios de participación
social.
b) La ideología del movimiento obrero no difería excesivamente en lo que
respecta al papel a asignar a la mujer de la mantenida por el propio Régimen 118.
Ello a pesar de que organizaciones sindicales y políticas de izquierda fueron las
primeras en reivindicar los derechos de las mujeres 119.
115
Febo, G. di, Resistencia y movimiento de mujeres en España 1936-1976, Icaria,
Barcelona, 1984.
116
Cfr. Cabrero Blanco, C., Mujeres contra el franquismo (Asturias 1937-1952). Vida
cotidiana, represión y resistencia, Ed. KRK, Oviedo, 2006, pp. 429 y ss; y Molinero, C.,
«Historia, mujeres, franquismo. Una posible agenda de investigación en el ámbito político»,
en Memoria e historia del franquismo, Ed. de la Universidad de Castilla-La Mancha, Cuenca,
2005, p. 179.
117
Romeu, F., El silencio roto. Mujeres contra el franquismo, Oviedo, 1994.
118
Aresti, N., Médicos, donjuanes y mujeres modernas. Los ideales de feminidad y
masculinidad en el primer tercio del siglo XX, Bilbao, Servicio Editorial Universidad del País
Vasco, 2001, pp. 230-231: «El énfasis en la urgencia de que las mujeres, sobre todo las ma-
dres, abandonasen el mercado de trabajo y permanecieran en el hogar, así como la defensa de
un salario familiar capaz de garantizar la supervivencia de todos los miembros de la familia,
fueron señas de identidad del discurso de los representantes de la medicina social. Estas ideas
encajaban armoniosamente con la demanda socialista en favor de un hogar obrero digno y
gobernado por el cabeza de familia. Aquellos eran momentos claves para la construcción de
una identidad masculina obrera basada en la capacidad de sostener a la mujer y a los hijos».
119
Muñoz Ruiz, M.C., «Género, masculinidad y nuevo movimiento obrero bajo el
franquismo», en Del hogar a la huelga. Trabajo, género y movimiento obrero durante el
franquismo, Catarata, Madrid, 2007, p. 246.
la mujer trabajadora en el franquismo 235
120
«Espacios femeninos de lucha: «Rebeldías cotidianas» y otras formas de resistencia
de las mujeres en la Asturias del primer franquismo», en V Encuentro de Investigadores del
franquismo, Albacete, 13-15 de noviembre de 2003.
121
Borderías, C., «Los eslabones perdidos del sindicalismo democrático: la militancia
femenina en las CCOO de Cataluña durante el franquismo», Historia Contemporánea, n.º 26,
2003-1, pp. 161-206.
122
Babiano Mora, J., «Trabajo, mujeres y militancia laboral bajo el franquismo», en Del
hogar a la huelga. Trabajo, género y movimiento obrero durante el franquismo, Catarata, Madrid,
2007, p. 46.
236 Juan Escribano Gutiérrez
V. Conclusiones
Varo, N., «Entre el ser y el estar. Las mujeres en las Comisiones Obreras de Barce-
123
lona durante los años sesenta y setenta», XIII Coloquio Internacional de la Asociación Espa-
ñola de Investigación de Historia de las Mujeres, Barcelona, 2006.
124
Cabrera Pérez, L.A., Mujer, trabajo y sociedad (1939-1983), Fundación BBVA,
Madrid, 2005, p. 199.
la mujer trabajadora en el franquismo 237
mismo, por lo que nos encontramos con la paradoja de que el trabajo realizado
por una parte de población española no tendría el respaldo normativo básico.
La década de los cincuenta mantendrá una tendencia semejante a la anterior
en el plano puramente teórico. Sin embargo, los importantes acontecimientos
políticos de la que es testigo esta etapa no podían dejar al margen la regulación
del derecho del trabajo de la mujer. Por ello, a finales de la década se produce la
reforma del Código Civil en relación a algunos aspectos de la capacidad de la
mujer, y en el año 1961 se aprueba la norma más importante de regulación de
esta cuestión.
La norma de 1961 está presidida por la resistencia de ciertos sectores más
fieles al proyecto falangista; en especial, es significativo el amago de dimisión
protagonizado por la presidenta de la Sección Femenina. Sin embargo, el Régi-
men termina manifestando, una vez más, su enorme capacidad pragmática. La
norma se caracteriza por un reconocimiento muy genérico del derecho a acceder
a un empleo y de la igualdad entre los géneros. Pero, como se encarga de expre-
sar el Régimen, al no ser una ley feminista mantiene algunos de las más signifi-
cativas restricciones del derecho al trabajo de la mujer, en especial la posibilidad
de que el marido impida el ejercicio de dicho derecho. Se suprimía, no obstan-
te, la dote obligatoria como mecanismo de extinción del contrato de trabajo. La
norma fue completada durante toda la década hasta su último desarrollo en el
año 1970.
La aprobación de esta norma no supuso, sin embargo, un significativo in-
cremento de los derechos de la mujer trabajadora, ni tampoco un aumento de
su presencia en el mercado de trabajo. Con ella se conseguía, por una parte,
ofrecer cobertura a una realidad a la que el franquismo no había podido hacer
frente a pesar de sus grandilocuentes declaraciones. Por otro lado, se conseguía
no acabar con uno de los pilares del sistema, que residía en la superioridad na-
tural del varón sobre la mujer, en especial en el seno de la familia.
El trabajo de la mujer siguió siendo de inferior categoría al del hombre. En
ningún momento se procuró un aumento de su cualificación profesional para
evitar esta circunstancia. Además, al margen, en ocasiones, de la propia norma-
tiva aplicable, se mantuvieron los denominados trabajos típicamente femeninos,
mucho peor retribuidos. Su realización por varones se concebía como una hu-
millación, por lo que, si no había otra posibilidad, debía compensárseles econó-
micamente por su realización.
La anomia anterior a la Ley de 1961 se siguió manteniendo en algunos
sectores profesionales exclusivos de las mujeres. Uno de los más significativos
238 Juan Escribano Gutiérrez
fue el de las empleadas del hogar o chicas del servicio en despectiva denomina-
ción de la época 125.
En fin, la escasa presencia de las trabajadoras en sectores profesionales
cualificados, su discriminación dentro y fuera de la empresa, produjo que la
presencia de la mujer en los movimientos de resistencia al Régimen, en especial,
las organizaciones sindicales, fuera muy restringida.
El franquismo se caracterizó, en definitiva, por una fuerte segregación sexual
en el mercado de trabajo. Tanto en un sentido horizontal —con distintas ocu-
paciones como típicas de ambos géneros— como vertical donde los hombres
ocupaban sistemáticamente niveles jerárquicamente superiores a los desempe-
ñados por las mujeres 126. Además, esta segregación no estuvo relacionada con el
marco jurídico-laboral de referencia, existiendo tanto antes como después del
año 1961.
No podíamos finalizar estas conclusiones sin advertir que la discriminación
por razón de género en el trabajo sobrevivió al franquismo y, ello, además, a
través de algunos mecanismos ya presentes durante la Dictadura. La aprobación
de la reciente Ley de Igualdad Integral de Derechos entre hombres y mujeres
casi treinta años después de la muerte del dictador, es indicativo de lo complejo
que es la aplicación efectiva de estos derechos básicos.
125
Ruiz Resa, J.D., «Franquismo y trabajo: el nacionalsindicalismo y los derechos de
los trabajadores», en Fernández-Crehuet López, F. y Hespaha, A.M. (eds.), Franquismus und
Salazarismus: Legitimation durch Diktatur?, Vittorio Klostermann, Frankfurt, 2008, p. 258.
126
Cfr. Borderías, C. (ed.), «Introducción», en La historia de las mujeres: perspectivas
actuales, Icaria, Barcelona, 2008, pp. 9 y ss.
Militarismo en la educación franquista:
las disposiciones de guerra (1936-1939)
Eugenia Relaño Pastor
Profesora Habilitada Titular
Universidad Complutense, Madrid
I. Introducción
1
Esto no quiere decir que las políticas educativas fueran realmente efectivas. La ines-
tabilidad política de los gobiernos del periodo dificultaron la puesta en práctica. Es muy lla-
mativo que durante los primeros treinta y seis años del Ministerio de Instrucción Pública se
sucedieran cuarenta y cuatro ministros a una media de diez meses en el cargo, vid. Álvarez
Lázaro, P. (coord..) 100 años de educación en España, Ministerio de Educación. Madrid,
2001.
240 Eugenia Relaño Pastor
2
Vid. Nuñez, C. E. «Educación y desarrollo económico» en Revista de Educación, núm.
318, 1999, pp. 9-33.
3
Seria muy fácil referir manifestaciones de militares rebeldes acerca del carácter pru-
siano del ejército español, que duraría hasta bien entrada la época democrática actual. Un buen
catálogo en Blanco Escolá, C. General Mola. El ególatra que provocó la Guerra Civil, Madrid,
2002.
militarismo en la educación franquista 241
4
Vid. el capítulo de Tusell en Payne, S. y Tusell, J., (dirs.) La guerra civil. Una nueva
visión del conflicto que dividió a España, Temas de Hoy, Madrid, 1996.
5
Mayordomo, A. (coord..), Estudios sobre la política educativa franquista durante el
franquismo, Universitat de Valencia, Valencia, 1999, p. 7.
6
Prácticamente hasta mayo de 1975, con la reforma de la legislación matrimonial.
Valga como ejemplo, ya terminada la guerra, la Orden 27 septiembre 1939, que dispuso que
en el Ministerio de Trabajo no podían desempeñar la categoría de jefes de Administración
«los funcionarios femeninos», ni ocupar éstos los cargos de Delegados e Inspectores provin-
ciales de Trabajo.
242 Eugenia Relaño Pastor
7
No ha sido posible encontrar ningún nombramiento de Franco como Jefe del Estado,
más allá de su auto proclamación y la aclamación que en ese sentido le otorgó cierta prensa
periódica los primeros días de octubre de 1936.
8
Por Decreto 24 julio 1936 se constituyó en Burgos la Junta de Defensa Nacional que
asumió todos los poderes del Estado y su representación ante el extranjero. La Junta quedó
integrada por un General de división Presidente, otros generales y dos coroneles de Estado
Mayor. Los Decretos de la Junta se promulgaban autorizados con la firma de su Presidente,
en el Boletín Oficial de la Junta de Defensa Nacional de España. El Decreto de 29 septiembre
1936, en cumplimiento de un «acuerdo de la Junta de Defensa», nombró Jefe del Gobierno
del Estado Español al Excmo. Sr. General de división D. Francisco Franco Bahamonde, que
asumía «todos los poderes del nuevo Estado», le nombraba Generalísimo de las fuerzas nacio-
nales de tierra, mar y aire y le confirió el cargo de General en Jefe de los Ejércitos de opera-
ciones; se dispuso también que se hiciera comunicación de ello a los Gobiernos extranjeros.
9
La distribución en Departamentos ministeriales se hizo por Ley de 29 diciembre 1938,
y por la de 8 agosto se acentuó la intervención del Jefe del Estado como Jefe de Gobierno. Ya
la Ley 1 octubre 1936 dio estructura al nuevo Estado respondiendo a las de autoridad, unidad,
rapidez y austeridad. Creó la Junta Técnica del Estado, compuesta, entre las habituales, de la
sección de Cultura y Enseñanza, el cargo de Gobernador general, y una Secretaría de Rela-
ciones exteriores con sección de Prensa y Propaganda. En realidad la Ley de 1 de octubre 1936
creaba el cargo de «Presidente de la Junta» encargado de presidir sus reuniones y de someter
sus dictámenes a la aprobación del Jefe del Estado. El régimen administrativo de la Junta era
244 Eugenia Relaño Pastor
12
Pemartin, J. «Qué es «lo nuevo». Consideraciones del momento español actual, Tip. Ál-
varez y Zambrano, Sevilla, 1937, pp. 178-179.
13
Ibid. pp. 35-36.
14
Por Orden 21 marzo 1937 se crea la Junta Nacional de Censura Cinematográfica;
otra de 10 diciembre 1937 creó en Salamanca la Junta Superior de Censura Cinematográfica
y organizó la Comisión y Junta Superior de Censura Cinematográfica la de 2 noviembre 1938.
El Decreto de 23 diciembre 1936 declaró ilícita la producción y el comercio de obras porno-
gráficas y literatura socialista, comunista o disolvente. La Orden de 24 agosto 1939 prohíbe
la asistencia de menores de catorce años a sesiones ordinarias cinematográficas. La Orden 27
abril 1939 reserva al Estado la facultad de emplear y difundir las armas de España, lemas,
consignas y nombres del Estado y Movimiento, representación o figuras de episodios o luga-
246 Eugenia Relaño Pastor
alusión, por la actualidad del asunto, la Orden de 4 abril 1940 (asimismo termi-
nada la guerra) que determinó acotar y cercar de modo provisional los lugares
donde constara de manera cierta que yacían restos de «personas asesinadas por
los rojos, no identificados o reclamados por sus familiares». Por otro lado, la
profusión legislativa en materia religiosa fue tal que llegó a extremos que hoy
pueden resultarnos chocantes. Así, por ejemplo, la Orden de 9 de abril de 1937
sobre la devoción a la Virgen María encomendaba al maestro, entre otros, a
practicar en el Mes de María (art. 2) ante la imagen de la Virgen que debía
colocarse bien visible en la Escuela (art. 1) y a realizar con los niños una bre-
ve innovación a la Virgen para «impetrar de Ella el feliz término de la guerra
(art. 4)».
Lo que aquí más interesa es señalar la prontitud con que se dictaron dispo-
siciones sobre enseñanza preceptiva de la religión en las escuelas primarias,
normales e Institutos de segunda enseñanza (4 y 21 de septiembre y 1 de no-
viembre de 1936). La religión figura como «disciplina fundamental» en la en-
señanza media con la Ley de 20 de septiembre de 1938; aunque no fue hasta la
Orden de 30 de marzo de 1939, cuando se dispuso instalar en las aulas y salas
de trabajo de Institutos y Universidades el «Santo Crucifijo».
La doctrina de la iglesia católica se plegaba tan perfectamente al militaris-
mo autoritario que no hizo falta apenas esfuerzo intelectual alguno para trasla-
dar éste a la enseñanza de aquélla, y de la enseñanza religiosa y de la religión a
todo tipo de actividad docente. En 1938, el Ministro Sainz Rodríguez hablaba
del catolicismo como «la única posibilidad de poseer una clave para entender la
historia de nuestra civilización y de nuestro pueblo y una norma para que pue-
da marchar nuestra nación por las rutas del porvenir» 19. El maestro, decía Ibáñez
Martín (Ministro de Educación Nacional de 1939-1951), «deberá ser ante todo,
el caballero cristiano por excelencia, al maestro le corresponde despertar la fe en
el niño, y el maestro junto al párroco, ha de realizar no sólo la función docente
sino también, un apostolado espiritual y religioso» 20. El maestro se convertía en
un «catequista auxiliar» en unidad de acción y espíritu con el párroco.
Al propósito de lograr una educación católica desde la escuela primaria a la
Universidad hay que sumar el objetivo de hacer de la educación un instrumen-
to al servicio de la misión histórica de forjar un sólido, firme y unitario «espíri-
tu nacional». La preparación para los deberes del «Nuevo Estado» exigía de los
ciudadanos una sólida formación patriótica y, por ello, fue otro centro funda-
no del general franco durante la Guerra Civil» Anales de la Universidad de Alicante. Facultad
de Derecho», vol. 5, 1990, pp. 155-174.
19
Sainz Rodríguez, P. La Escuela y el Estado Nuevo, Hijos de Santiago Rodríguez,
Burgos, 1938, p.11
20
Discurso del Ministro de Educación Nacional, en Escuela Española, n.º 41, 1943, p. 98.
248 Eugenia Relaño Pastor
21
Mayordomo, A. (coord.) Estudios, op. cit. pp. 16-17.
22
La Iglesia tenía el papel de orientador de la enseñanza y gozaba de una presencia
institucional en todos los niveles de enseñanza, pero no obtuvo subvención estatal para todos
sus centros en condiciones de igualdad con los centros públicos. Pío XI había afirmado en la
encíclica Divini Illius Magistri que el Estado debía garantizar el derecho inalienable y prima-
rio de la familia en materia de enseñanza.
23
Era fundamento de la educación el cumplimento del cuarto mandamiento de la ley
mosaica: la sumisión de los criados a los amos, de los obreros a los patronos, de los discípulos
a los maestros y de los ciudadanos a los gobernantes. Esta sujeción, de carácter jerárquico y de
alcance disciplinario, suponía, según la doctrina de la iglesia y conforme a las prácticas cas-
trenses, que los criados debían prestar a los amos respeto y reverencia (San Pablo, 1.ª Timoteo
VI, 1), a obedecerles siempre; los obreros tenían prohibido por la ley de Dios promover huel-
militarismo en la educación franquista 249
gas sediciosas y no juntarse con hombres malvados (sindicalistas); y los discípulos eran deu-
dores de reverencia y obediencia, de docilidad y gratitud a los maestros, y éstos quedaban
apoderados para reprender y corregir a los díscolos o simplemente desobedientes. En cuanto
a los deberes civiles, los ciudadanos quedaban sujetos a un estatuto análogo, y sólo reconocía
la iglesia el deber de ejercer el voto en los comicios públicos «allí donde exista la calamidad
del voto popular inorgánico». Todo el párrafo está tomado literalmente de Incio García, V.
Compendio de cultura religiosa - Conforme al cuestionario oficial - del curso 6.º [de bachillerato] -
BOE 26 agosto 1936, Madrid 1940.
24
Orden de 27 de junio de 1939, B.O.E. 7 de julio 1939.
25
García Hoz, V. Pedagogía de la lucha ascética, 4 ed. Rialp, 1963, pp. 424-426
26
Esteban, L. «Evolución de los objetivos de formación de profesores. Concreción de
un caso: Objetivos de formación magisterial durante el periodo bélico (1936-1939) en La
investigación pedagógica y la formación de profesores, Instituto S. José de Calasanz, Madrid, 1980,
pp. 75-97.
250 Eugenia Relaño Pastor
mismo año los aprueba. El llamado «ensayo pedagógico», como es calificado por
el legislador, se completa en la Orden de 1 de marzo de 1939, que autorizaba la
publicación y el uso en las escuelas de una serie de libros aprobados por la Co-
misión. Otra Orden, de 20 de enero de 1939, estableció la obligatoriedad de los
Cuadernos de preparación de lecciones que eran unos de los instrumentos didácti-
cos más usados en la España de la época.
Por último, otro de los elementos de la vida bajo el nacional-catolicismo,
pilar de su doctrina, será la diferenciación de sexo o género. La sociedad fran-
quista acepta, teoriza y argumenta la discriminación negativa hacia las mujeres
por pertenecer al sexo femenino. El falangismo y el catolicismo coincidieron en
exaltar la maternidad como la misión suprema, de la característica biológica se
infiere la obligación cultural de la maternidad, obligación enseñada desde las
aulas. Como se ha recuperado de textos de 1940, «el problema de la educación
femenina exige un planteamiento nuevo (
) se impone una vuelta a la sana tra-
dición que veía en la mujer la hija, la esposa y la madre y no la intelectual pe-
dantesca que intenta en vano igualar al varón en los dominios de la ciencia (
)» 27.
Por lo tanto, la educación descansará en dos principios: la separación de sexos
(en la temprana Orden de 21 de septiembre de 1936 y en la Circular de 5 de
marzo de 1938) se prohíben la coeducación y se instaura la feminización de la
enseñanza. Esto último implica la elaboración de un currículum y de unas prác-
ticas educativas dirigidas a la educación diferenciada, basada más en la sensibi-
lidad que en el intelecto y potenciando los valores femeninos. La mujer «erudi-
ta», es decir, preocupada por su desarrollo cultural y profesional, fue
considerada poco femenina. En palabras de Pilar Primo de Rivera (1938):
«(
) pasó la modernísima niña del Instituto de Escuela, joven intelectual
pasó la mu-
jer vacía, que por no saber, ni supo conocerse, ni supo ser mujer
se impone una edu-
cación práctica, dirigida a formar nuevas esposas, madres y amas de casa (
) mucho
más provechoso y práctico que saber demostrar que los tres ángulos de un triángulo
valen dos rectos es para la mujer guisar un plato de patatas de seis maneras distintas.
Aquel teorema no ha de resolver en la vida ninguna dificultad; en cambio, la prepara-
ción de estos modestos manjares puede contribuir a aumentar la estima de su esposo,
la gratitud de sus hijos y la paz de su hogar» 28.
29
La Orden 19 agosto 1936 dispuso que la enseñanza primaria comenzaría el 1 de
septiembre atenta a conveniencias nacionales, exaltando el patriotismo de la España nueva.
La de 20 agosto 1938 publicó las normas para la provisión de escuelas. Las de 4, 21 septiem-
bre y 10 noviembre 1936 fueron dictadas sobre enseñanza preceptiva de religión en Escuelas
primarias y Normales. Por Orden 16 diciembre 1938 se aprobaron los programas para Escue-
las primarias nacionales. La de 11 abril 1938 encargó al Instituto de España la redacción de
textos para Escuelas primarias (el Decreto 8 diciembre 1937 estableció que las Reales Acade-
mias formaran un Cuerpo único o total con el nombre de Instituto de España). La Orden 8
octubre 1938 se refiere al estímulo en los niños de la afición a la lectura. Por Orden de 1 de
marzo de 1939 se aprobó la relación de libros para Escuelas nacionales. Las Escuelas primarias
estaban clasificadas en la Orden 15 diciembre 1938: de párvulos, ambulantes y de temporada,
rurales, de orientación marítima, urbanas, maternales; quedaban subdivididas las rurales y
urbanas en unitarias y graduadas, de niños y niñas, y las graduadas en completas e incomple-
tas. Por Orden 20 enero 1939 se dictan normas para el servicio de Inspección de Primera
enseñanza.
30
Por Orden 26 octubre 1938 se determinó la forma del Libro de calificación escolar
en los Institutos, y las reglas para ingreso, escolaridad y matrículas. La Orden de 7 diciembre
252 Eugenia Relaño Pastor
«23. Es misión esencialmente del Estado, mediante una disciplina rigurosa de la educación,
conseguir un espíritu nacional fuerte y unido e instalar en el alma de las futuras generaciones
la alegría y el orgullo de la Patria. Todos los hombres recibirán una educación premilitar que
les prepare para el honor de incorporarse al Ejército nacional y popular de España.
24. La cultura se organizará en forma que no malogre ningún talento por falta de medios
económicos. Todos los que lo merezcan tendrán fácil acceso incluso a los estudios superiores.
25. Nuestro Movimiento incorpora el sentido católico —de gloriosa tradición y predominan-
te en España— a la reconstrucción nacional.
La Iglesia y el Estado concordaran sus facultades respectivas, sin que se admita intromisión
o actividad alguna que menoscabe la dignidad del Estado o la integridad nacional.»
35
Vid. la Ley de creación del CSIC.
36
La primera disposición que hemos podido encontrar es del 17 de noviembre de 1936,
cuando se determinó que no fueran prorrogados los nombramientos de Auxiliares temporales
universitarios. Un año antes había sido dictada la Instrucción de 9 de noviembre de 1936
sobre Escuelas Náuticas (enseguida, la Orden de 13 de noviembre de ese mismo año).
256 Eugenia Relaño Pastor
37
La Ley de 23 de septiembre de 1939 encomendó la Asociación de Estudiantes, con
carácter único, al Sindicato Español Universitario.
38
La Orden 12 julio 1939 eximió de examen de ingreso en Universidades a Oficiales
provisionales del Ejército (Nacional). La Orden 20 agosto 1939 exceptuó de examen de ingre-
so en la Universidad a los que hubieran prestado servicio en las filas del Ejército o Milicias o
hubieran sufrido persecución, vejámenes o encarcelamiento en la zona marxista por motivos
políticos o religiosos. Sustituyó al examen de Estado del Bachillerato para tales alumnos por
un examen de reválida en acto único. La Orden 3 octubre 1939 autorizó la acumulación de
Cátedras. La de 19 octubre 1939 dictó normas para el curso 1939-1940 en Universidades en
forma de cursos abreviados. La de 29 julio 1939 concedió un plazo extraordinario para rendir
cuentas los Patronatos universitarios respecto de los años 1936-1939. La Orden de 20 octubre
1939 designó una Comisión del Patronato económico central y de la Mutualidad del Profe-
sorado universitario (El Decreto de 11 noviembre 1939 se dedicó a la reorganización de Pa-
tronatos universitarios). Una Ley de 10 de febrero de 1940 reorganizó la Junta constructora
de la Ciudad Universitaria de Madrid, que quedó bajo el patronato del Jefe del Estado.
39
Atribuido a Permartín, cit. De la Cierva, R. La historia se confiesa, España 1930-1976,
V, Barcelona, 1976, p. 237.
militarismo en la educación franquista 257
40
La Orden de 24 marzo 1939 aprobó los Estatutos del Instituto de España como
«Senado de nuestra cultura», y el Decreto de 26 Abril 1939 (terminada la guerra) dispuso que
se procediera por el Instituto de España a la instauración y patrocinio de nuevas comisiones,
seminarios, laboratorios o instituciones docentes de carácter científico, comenzando por un
Centro de estudios filosóficos y matemáticos, un Seminario para estudios pedagógicos, otro
de psicología aplicada y orientación profesional, otro de exploraciones y estudios geográficos,
otro de biológicos y naturales, una Sociedad y Museo de Ciencias Naturales, un Centro de
altos estudios de química física y mecánica, y un Centro destinado a la formación de la enci-
clopedia hispánica.
41
La Orden 10 junio 1939 habilitó a los miembros del Instituto de España que se en-
contraran en las zonas últimamente liberadas, para prestar promesa escrita de juramento, que
había de verificarse dentro del plazo de cuatro meses.
42
En cumplimiento de esa Orden de 22 de abril de 1938, se constituyó el Servicio de
Defensa del Patrimonio Artístico Nacional, con una oficina central, Comisaría general y
Comisarías de zona. La Orden de 13 octubre 1938 constituía el Patronato provincial para el
fomento de Bibliotecas, Archivos y Museos Arqueológicos; derogaba lo relativo a las Juntas
de Patronato del Decreto de 12 noviembre 1931.
43
Por Orden de 8 de marzo de 1940, la Junta Nacional de Teatros pasó a llamarse
Consejo Nacional de Teatros; conservaba su carácter consultivo respecto de la Comisaría
General; y ésta la gestión directa de los teatros nacionales.
258 Eugenia Relaño Pastor
44
El Decreto 13 octubre 1938 creó los Patronatos provinciales para el fomento de Bi-
bliotecas, Archivos y Museos.
45
Por Decreto de 10 febrero 1940 se reglamentó el funcionamiento del Consejo Supe-
rior de Investigaciones Científicas.
46
Vid. Fusi, J. P. et at. Franquismo. El juicio de la historia. Temas de Hoy, Madrid,
2000.
militarismo en la educación franquista 259
47
La singularidad de las carreras Diplomática y Consular, «por la delicada misión a
cumplir y las circunstancias extraordinarias, no sólo en el territorio nacional, sino en el extran-
jero», motivaron que fueran dictadas disposiciones de reorganización de esas carreras y la
creación de Tribunales especiales de depuración. Pero lo mismo ocurrió con el personal do-
cente, como veremos. Los funcionarios de Corporaciones o empresas concesionarias de ser-
vicios públicos se equipararon a los de la Administración pública a efectos de su depuración.
48
Por ejemplo, se reservó nada menos que el 80% de vacantes en las categorías inferio-
res para anunciarlas a concurso u oposición restringida para mutilados, ex combatientes, ex
cautivos y familiares de víctimas de guerra (solamente del lado nacional): Ley 25 agosto 1939.
Un Decreto de 12 de marzo de 1937 había reservado el 50% de las vacantes en escalafones de
funcionarios a los que, reuniendo las condiciones generales de aptitud, mediante el sistema de
oposiciones o concursos reglamentarios, hubieran prestado servicio en frentes de combate
durante un período no inferior a tres meses.
49
Por Orden 3 agosto 1936 se interesó de todos los Jefes de dependencias que los ser-
vicios se llevasen con la mayor celeridad posible. Por Decreto 8 septiembre 1936 se dispuso,
para normalizar la situación de los funcionarios públicos a quienes el Movimiento Nacional
había sorprendido, con causa justificada, fuera de su residencia oficial, y que no pudieran re-
integrarse a ella, que se presentaran a la Autoridad o Centro de su respectivo orden de la
provincia en que se encontraran o a la Autoridad local más similar a su función, quienes abri-
rían un registro de presentación de personal y remitirían una relación a la Junta de Defensa.
La Orden 26 octubre 1936 señalaba plazos para la incorporación de funcionarios y la de 4
noviembre 1936 establecía el abono de sueldos en caso de presentación de los funcionarios.
Mucho más tarde, terminada la guerra, el Decreto 25 agosto 1939 otorgó derecho a los sueldos
no percibidos «a los funcionarios separados del servicio por el Gobierno rojo por desafección
a dicho régimen».
260 Eugenia Relaño Pastor
los maestros afines a las ideas republicanas) y, por el otro, implantar la Escuela
del Nacional-catolicismo a través del curriculum. Esta doble tarea implicaba a
dos agentes: el maestro o docente, transmisor de los mensajes, y el inspector que
fiscalizaba y vigilaba el funcionamiento del sistema. Por tanto, la Inspección era
el organismo encargado de velar por la pureza ideológica del Régimen.
El Bando de 28 de julio de 1936 de la Junta de Defensa Nacional exigía de
todos los ciudadanos el cumplimiento estricto de las leyes y, días después, por
Orden del 19 de agosto, el Gobierno manifestó que todos los organismos ofi-
ciales cumpliesen sus funciones de manera estricta, considerado que uno de los
ámbitos donde debía hacerse más evidente era el de la «Escuela de Instrucción
Primaria, que como piedra fundamental del Estado, debe contribuir no solo a
la formación del niño [
] sino a la españolización de las juventudes del porvenir,
que desgraciadamente, en los últimos años, han sido frecuentemente orientadas
en sentido inverso a las conveniencias nacionales». Por ello se pedía a los Alcal-
des que informaran al Rectorado respectivo acerca de «la conducta observada
por los Maestros» y si «(
) éstos habían demostrado en el ejercicio de su cargo,
ideario perturbador de las conciencias infantiles, así en el aspecto patriótico
como en el moral», en cuyo caso «debían sustituirse con urgencia por oponerse
a «la sana y patriótica actitud del Ejército y pueblo español que siente a España
grande y única». A partir de aquí, recién iniciada la guerra, se puso en marcha
uno de los episodios más oscuros de esa época: la depuración de un sinfín de
ciudadanos con la finalidad de eliminar todo rasgo de oposición.
El 28 de agosto de 1936 se dicta la Orden sobre informe por los Goberna-
dores de la conducta política y moral del profesorado y personal docente. En las
Ordenes de 4 de septiembre de 1936 se dictaba «la incautación y destrucción»
de toda obra de matiz marxista o comunista por «su labor funesta para la edu-
cación de la niñez». Dado que era un caso de salud pública se ordenó hacerlas
desaparecer. Por Orden Circular de 15 de septiembre del mismo año se dieron
instrucciones a los Rectorados para que clasificasen los informes recibidos de
los Alcaldes en tres grupos según los informes fuesen «totalmente desfavorables»
(suspensión); o hicieran referencia a «una conducta dudosa» (también suspen-
sión) o fuesen favorables. Y por la Orden de 30 de septiembre sobre la depura-
ción del personal de Instrucción Pública se instó a no tolerar que las autoridades
y responsables dejaran de cumplir con su deber porque el fin era que «la purifi-
cación nacional tiene que ser totalizada».
Por Decreto de 8 de noviembre de 1936 se fijó los criterios que regirían la
depuración, necesaria y vital antes afrontar las reformas educativas. En la Ex-
posición de motivos se decía: «(
) hacer una revisión total y profunda en el
personal de Instrucción Pública, trámite previo a una reorganización radical y
definitiva de la enseñanza, extirpando así e raíz las falsas doctrinas que con sus
262 Eugenia Relaño Pastor
apóstoles han sido los principales factores de la trágica situación a que fue lle-
vada nuestra Patria». Se formularon las Comisiones revisoras de ese personal. Y
se dictaron dos Ordenes más para fijar las bases del proceso depurativo: en la
Orden de 10 de noviembre 1936 se reguló el funcionamiento de las Comisiones
facultándolas para recabar informes del Alcalde, del Comandante del Puesto de
la Guardia civil, el cura párroco, y un padre de familia bien reputado. Así se
recogía una amplia información del maestro: la política, la religiosa, la moral y
profesional; también se determinaron las sanciones y se reguló la selección del
personal docente. Las propuestas de las Comisiones podían ser: confirmación,
traslado o separación definitiva del funcionario 50. Más tarde, una Orden de 17
de febrero de 1937 añadió a las sanciones posibles del profesorado las de sus-
pensión de empleo y sueldo de un mes a dos años; la de jubilación forzosa, si se
tenía al menos veinte años de servicios, y la de inhabilitación para cargos direc-
tivos y de confianza 51. No fueron los tribunales 52 de justicia, sino órganos ad-
ministrativos del nuevo Estado que mientras transcurría la guerra enjuiciaban
con carácter retroactivo el comportamiento político, religioso, moral y profesio-
nal de los maestros de la República; eran órganos encargados de la misión sa-
grada de purgar y la depuración fue una forma terrible de «represión legal» sobre
la población civil.
Un año después de crearse las Comisiones depuradoras, el Presidente de la
Cultura y Enseñanza, reconoció que en esa fecha se habían visto afectados más
de 50.000 maestros, lo cual supuso un problema imprevisto: la dificultad de
hallar una solución a la falta de maestros para regir las escuelas del bando na-
cional.
Las Comisiones depuradoras en el Ministerio de Educación Nacional fue-
ron reguladas por la Orden de 20 julio de 1938. Con la Ley para la depuración
de funcionarios públicos de 10 de febrero 1939 llega la regulación más acabada
de la depuración de personal en las zonas liberadas. Con esta Ley se quiso li-
quidar de manera radical con la «subversión roja» porque en el caso del Magis-
terio sus miembros habían sido envenenados, y en tal estado, no podían ayudar
a la reconstrucción de la patria. Presentó la depuración en su doble vertiente:
50
También la Orden de 7 de diciembre de 1936 en la que se fijaron los objetivos del
Régimen en el ámbito de la Enseñanza. El propósito del Gobierno era garantizar a todos los
españoles que no se volvería «a tolerar, ni menos a proteger y subvencionar, a los envenenado-
res del alma popular, primeros responsables de todos los crímenes y destrucciones que sobre-
cogen al mundo y han sembrado de duelo la mayoría de los hogares honrados de España».
51
La Orden 30 agosto 1937 reguló el traslado de maestros sancionados con cambio de
escuela; la de 22 enero 1938 estableció las reglas del reingreso de maestros excedentes e in-
dultados.
52
Mayordomo, A. op. cit. p. 114.
militarismo en la educación franquista 263
53
M. Zavala, I. Clandestinidad y libertinaje erudito en los albores del siglo XVIII, Barce-
lona, 1978, p. 306-7, pero se toma la referencia de Moll, J. De la imprenta al lector. Estudios
sobre el libro español de los siglos XVI al XVIII, Madrid, 1994, p. 9.
54
Por Orden de 19 agosto 1938 se fijó la plantilla y la retribución del personal de pe-
riódicos, y por Orden 17 enero 1940 fueron fijadas las plantillas mínimas de Redacción para
las empresas periodísticas de Madrid y Barcelona, así como las retribuciones del personal.
militarismo en la educación franquista 265
VIII. Conclusión
Durante los años de guerra se levantaron los pilares de lo que sería la polí-
tica educativa franquista durante la Dictadura. Todas las fuerzas se aglutinaron
en torno al Movimiento Nacional para consolidar un sistema educativo de
«nueva savia espiritual» caracterizado por llevar a cabo una política educativa
sectaria, totalitaria y dogmática; por la práctica de un férreo control ideológico
y por la depuración de todos los profesionales de la educación sospechosos. En
este periodo la fiscalización de la Escuela fue rigurosa e intensa; y justificada
por los principios patrióticos, los dogmas religiosos y las referencias a la tradi-
ción, tenía dos finalidades básicas: por un lado, vigilar el elemento neurálgico
del sistema educativo, el docente y, por el otro, controlar que se inculcaran en el
alumno los principios del «nuevo espíritu» a fin de modelar la personalidad en
sintonía con el Nacional-catolicismo.
El estado de la enseñanza de la primera época determinó el modelo y fun-
cionamiento de la política educativa franquista posterior que no fue otra cosa
más que variaciones del patrón que se definió estos primeros años, en sintonía
con los intereses y objetivos de cada momento. La política educativa y las direc-
trices de actuación de la Inspección de Enseñanza seguirán, en lo esencial, las
266 Eugenia Relaño Pastor
Bibliografía
Moll, J. De la imprenta al lector. Estudios Payne, S. y Tusell, J., (dirs.) La guerra ci-
sobre el libro español de los siglos XVI al vil. Una nueva visión del conflicto que
XVIII, Madrid, 1994. dividió a España, Temas de Hoy, Ma-
Montesinos, N., «Notas sobre las re- drid, 1996.
laciones entre la Iglesia y el Gobierno Pemartin, J., «Qué es «lo nuevo». Conside-
del general franco durante la Guerra raciones del momento español actual. Se-
Civil» Anales de la Universidad de Ali- villa, Tip. Álvarez y Zambrano, 1937.
cante. Facultad de Derecho», vol. 5, 1990, Sainz Rodríguez, Pedro, La Escuela y el
pp. 155-174. Estado Nuevo, Burgos, Hijos de Santia-
Nuñez, C. E., «Educación y desarrollo go Rodríguez, 1938.
económico», Revista de Educación, núm.
318, 1999, pp. 9-33.
ENSANCHANDO EL CAMPO.
LA POLÍTICA DE COLONIZACIÓN DEL FRANQUISMO
(1936-1975) 1
Miguel Ángel del Arco Blanco
Universidad de Granada
«¡Pobres campesinos, pobres españoles! ¡Sois lo único sano, lo único puro de la Patria!
Dais el oro y la vida, lo dais todo por España. Las grandes industrias creadas por el
marxismo en la ciudad, podrán venir abajo, pero siempre quedará el campo, que pro-
duce oro y seguiréis como siempre siendo, los campesinos, los que salvéis a España
como lo hicieron vuestros abuelos con su trabajo, y vuestras hermanas hilarán otra vez
como en los mejores tiempos de la Patria el hilo de España; de nuevo sonarán los ba-
tanes con su golpe rudo, que nos traerán el recuerdo del campo español, donde vierte
el sudor, como el soldado la sangre, para la riqueza y grandeza de España» 2.
2
Amanecer, 2 de noviembre de 1937, citado en Alares López, G., Colonos, peritos y
mayorales. Intervención estatal y transformación agraria en Valmuel y Puigmoreno (Teruel, 1951-
1971), Teruel, Instituto Estudios Turolenses, 2008, p. 31.
3
El Norte de Castilla, «¡Campesinos, contra la ciudad!», 14/11/1936.
4
El Norte de Castilla, «La España de los pueblos», 23/7/1936.
5
El Norte de Castilla, «Vivero de España», 20/10/1936.
6
Respectivamente: D. 9 de marzo de 1938 (BOE 10/3/1938) y D. 255 del 19 de abril
de 1937 (BOE 20/4/1937)
7
Punto 17 del D. número 255 de Unificación de Partidos, del 19 de abril de 1937.
8
Punto 17 del D. número 255 de Unificación de Partidos, del 19 de abril de 1937.
9
Punto 13. Naredo, J.M. y González de Molina, M., «Reforma Agraria y desarro-
llo económico en la Andalucía del siglo XX», en González de Molina, M. (ed.) La historia
de Andalucía a debate. II. El campo andaluz. Barcelona, Diputación Provincial de Granada-
Anthropos, 2002, pp. 108-113.
10
Puntos 18 y 19, FT, Título V, 4 y FT, Título XII, 2.
Ensanchando el campo. La política de colonización del franquismo 271
llegado el momento de redimir «de la miseria en que viven a las masas humanas
que hoy se extenúan en arañar suelos estériles» 11.
En el momento de la victoria, España y, con ella, el campo, se habían salva-
do. Por delante, el franquismo prometía al mundo rural y a sus gentes el lugar
que les correspondía, «ensanchando el campo», haciéndolo más productivo y
llevando el agua a sus tierras. ¿Lo consiguió? Trataremos de ofrecer una respues-
ta en este trabajo.
Para el franquismo, la Guerra Civil fue el momento de los hechos: era en-
tonces cuando empieza a desplegar su programa político y a construirse como
Estado. No podía permanecer impasible ante uno de los temas más controver-
tidos de la II República: la reforma agraria. Y no lo hizo: en los primeros meses
de la contienda da marcha atrás a la reforma republicana y, de forma espontánea,
las autoridades locales y regionales rebeldes devuelven las tierras expropiadas
por el Instituto de Reforma Agraria (IRA), e incluso castigan a los colonos
asentados. Después, en febrero de 1938, el «Nuevo Estado» da forma legal a un
proceso que, como un auténtico «ajuste de cuentas», venía produciéndose en los
campos controlados por los rebeldes. En efecto, mediante la Ley de Recuperación
Agrícola y la creación de diversos organismos (Servicio Nacional de Reforma Social
de la Tierra, Servicio de Recuperación Agrícola) 12, oficializa el fin de la reforma
agraria republicana y anuncia la llegada de su particular «reforma agraria». Mos-
trando un respeto absoluto a la propiedad, expresaba la voluntad de realizar una
reforma agraria de carácter técnico: parcelaciones, concentración parcelaria,
creación de patrimonios familiares, mejoras, transformación al regadío
13 Pero
además, como señalamos, el régimen se apresuraría a dar marcha atrás en todas
las actuaciones que, desde 1932, había desarrollado el IRA y a terminar con las
ocupaciones de la Guerra Civil. La «contrarrevolución agraria» estaba en mar-
11
Punto 19.
12
D. 22 de febrero de 1938 (BOE 24/2/1938), Ley de 3 de mayo de 1938 (BOE
6/5/1938).
13
Monclús, F. J., Oyón, J. L., Políticas y técnicas en la ordenación del espacio rural, Histo-
ria y evolución de la colonización agraria en España, Vol. 1. Madrid, Ministerio para las Admi-
nistraciones Públicas, Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación y Ministerio de Obras
Públicas y Transportes, 1988, p. 128.
272 Miguel Ángel del Arco Blanco
14
Barciela, C., «Los costes del franquismo en el sector agrario: la ruptura del proceso
de transformaciones», en Garrabou, R.; Barciela, C.; Jiménez Blanco, J.I., Historia agra-
ria de la España Contemporánea. 3. El fin de la agricultura tradicional (1900-1960). Barcelona,
Crítica, 1986, p. 400.
15
Barciela, C., López, M. I., Melgarejo, J. y Miranda, J. A., La España de Franco
(1939-1975). Economía. Madrid, Síntesis, 2001, p. 98.
16
Sorní Mañés, J., «Aproximación a un estudio de la contrarreforma agraria en Espa-
ña». Agricultura y Sociedad, n.º 6, 1977, pp. 181-214.
17
D. 18 de octubre de 1939 (BOE 27/10/1939).
18
Fernández Clemente, E., «La política hidráulica de Joaquín Costa», en Pérez
Picazo, M.T. y Lemeunier, G. (eds.), Agua y modo de producción. Barcelona, Crítica, 1990, pp.
69-98.
Ensanchando el campo. La política de colonización del franquismo 273
A finales de 1939 casi todo estaba listo para cumplir las promesas de la
política colonizadora. El franquismo repudiaría la democracia por ser un tiem-
po de charlatanería, de discusiones políticas y de corrupción antiespañola.
Ahora llegaba el tiempo de los hechos, de las realizaciones, de «ensanchar el
campo» de la «Nueva España» 19. Pero los años 40 siguieron siendo los años de
las palabras: los resultados de la política colonizadora fueron decepcionantes,
pese a los esfuerzos de la propaganda franquista de expandir los ecos de justicia
y progreso en los campos españoles.
Los vítores de la propaganda colonizadora resonaban, desde el principio,
en las páginas del Boletín Oficial del Estado. Al borde de 1940, con alto es-
píritu, convencidos de haber salvado a España, los hombres del recién armado
INC determinaron los criterios y procedimientos básicos de la prometida y
revolucionaria «reforma agraria» franquista. Así, en diciembre de 1939 se
promulga la Ley de Bases para la colonización de grandes zonas 20. la «primera ley
revolucionaria» de la Reforma Agraria del régimen, como Zorrilla Dorronso-
ro la llamó alguna vez 21.
El régimen no podía olvidar el impacto que la idea de reparto de la reforma
agraria republicana había tenido en las clases sociales agrarias. Quizá por ello la
exposición de motivos de la Ley de 26 de diciembre de 1939 es una justificación
y una lucha dialéctica contra ella: frente a la errónea idea republicana, se expone
la bondad, coherencia y justicia del proyecto de reforma agraria del Nuevo Es-
tado. La idea republicana, basada en la modificación de las estructuras de la
propiedad, queda «enterrada» por la propaganda colonizadora del régimen.
Ahora, se manifestaba abiertamente la apuesta por una reforma agraria de ca-
rácter técnico, siguiendo el ejemplo americano. Zorrilla Dorronsoro identifica-
rá la reforma franquista con las transformaciones y resultados obtenidos en
California; en cambio, relacionará la reforma agraria republicana con la mejica-
na. Los resultados en ambas áreas americanas, marcaban la diferencia entre los
dos modelos de reforma agraria: « ¡Qué ejemplo más brillante, qué contradicción
19
El franquismo siempre vendería los hechos, identificados en muchos casos con las
grandes obras públicas, como la plasmación de su «buena política». Velasco Murviedro, C.,
«El ingenierismo como directriz básica de la política económica durante la autarquía (1936-
1951)». Información Comercial Española, 606, 1984, pp. 97-106.
20
Ley de 26 de diciembre de 1939 (BOE 25/1/1940).
21
Zorrilla Dorronsoro, Á., «Política de colonización del Nuevo Estado. Conferen-
cia dada ante el II Consejo Sindical de la Falange, el día 18 de junio de 1941». Madrid, INC,
1941, p. 21.
274 Miguel Ángel del Arco Blanco
más violenta entre dos transformaciones! Los mejicanos, con su Reforma Agra-
ria […] sólo han conseguido ese tipo humano, simpático, pero miserable, del
ranchero. Los Estados Unidos han hecho, en cambio, de los agricultores de
California […] esos labradores fuertes, esos cultivadores modelo» 22.
Por fin llegaban nuevos tiempos. Tiempos en que el Estado no negaría el
agua a los campesinos. Ahora, «el clamor de los combatientes y del pueblo y
la sangre derramada por los ideales de la nueva revolución» pondrían fin a los
obstáculos, y con la colaboración de los diferentes intereses llevaría a cabo «con
ritmo acelerado, la colonización de grandes zonas regables de inmensas exten-
siones de marismas y la realización de otros trabajos de alto interés nacional
en secano». Ellos traerían como consecuencia «un ingente aumento de pro-
ductividad del suelo español», y en fin, «la creación de miles de lotes familia-
res» desde los cuales el «campesino libre» sostendría y defendería la libertad
de la Patria, colaborando en su engrandecimiento 23. Se crearía así una capa
social conservadora, seleccionada convenientemente por los filtros del Insti-
tuto, en regiones de latifundio con una importante tradición de protesta jor-
nalera 24.
La colonización franquista estaba en marcha. Nada nuevo. Bebía del baga-
je teórico-práctico desarrollado en etapas anteriores, como la Ley de Obras de
Puesta en Regadío republicana; pero también lo hacía de la política agraria de
la «bonifica integrale», desarrollada por el fascismo italiano de Mussolini 25.
Pero en los 40 los éxitos fueron muy limitados. Tras declarar una zona de
«alto interés nacional», el INC delegaba la labor colonizadora en la iniciativa
privada. Pese a reconocer el derecho de expropiación, la aversión a cualquier eco
republicano paralizará al régimen: así, el Instituto sólo adquirirá las tierras que
22
Zorrilla Dorronsoro, Á., «Política de colonización del Nuevo Estado…» Op. Cit.,
pp. 6-7.
23
Todas estas proclamas exaltadas, en la Ley de Bases para la Colonización de las Gran-
des Zonas (Ley de 26 de diciembre de 1939, BOE 25/1/1940).
24
Sancho Hazak, R., «Las políticas socioestructurales en la modernización del mun-
do rural». Gómez Benito, C. y González, J.J. (Eds.), Agricultura y sociedad en la España
contemporánea. Madrid, CIS-MAPA, 1997, p. 845.
25
Por «bonifica integrale» se entiende una acción programada de saneamiento hidráu-
lico combinada con una variedad de otras obras (de riego, hidrogeológicas, civiles, etc.), y con
unas actividades coordinadas de transformación urbanística. Desarrolla en Italia por el régimen
fascista desde el comienzo de los años veinte hasta su caída, tuvo una «gran resonancia a nivel
propagandístico, aunque la consistencia territorial fue muy limitada». Cazzola, F., «Bonifica
y técnicas de control de las aguas en la historia agraria italiana (siglos XV-XX). Una cronolo-
gía esencial», en Garrabou, R. y Naredo, J. M. (Eds.), El agua en los sistemas agrarios. Una
perspectiva histórica. Madrid, Fundación Argentaria – Visor, 1999, pp. 55-56.
Ensanchando el campo. La política de colonización del franquismo 275
Según la propia Memoria del INC, entre 1939 y 1951 el Instituto controló
16.580 Has., de las cuales sólo 9.668 fueron regadas. ¿Y los colonos? Las cifras
fueron despreciables: en esos años, se instalaron 25.215 colonos con sus respec-
tivas familias (un promedio de 1940 colonos por año). Pero en realidad, de esta
cifra, 9.138 colonos lo eran en virtud de colonizaciones anteriores (Ley de Co-
lonización Interior de 1907 [1706], Ley de Parcelaciones de 1927 [7017], Ley
de Reforma Agraria de 1932 [415], y arrendatarios convertidos en propietarios).
El INC transformó en colonos a sólo 1.759 campesinos (135 campesinos al
año). Además, a finales de 1951, de esos 25.212 «colonos», 23.497 estaban ins-
talados en tierras de secano, y sólo una exigua minoría estaba en tierras de re-
gadío 32. Mientras tanto, la propaganda del régimen seguía evidenciando la di-
cotomía existente entre palabras y hechos.
También tendría algo de resonancia en la propaganda franquista una medida
colonizadora mucho más modesta pero, paradójicamente, con más resultados
efectivos: las colonizaciones de interés local. Fue puesta en marcha por sendas
leyes de 1940 y 1946 33. Consistían en una serie de ayudas a los agricultores para
la realización de ciertas mejoras en el campo: «abastecimiento de agua para con-
sumo humano, creación de pequeños regadíos, huertas familiares, construcción de
viviendas» 34. Pese a ser obras de gran interés agrario, no eran una colonización
agraria, o al menos lo que el propio régimen entendía por tal. Estas medidas vol-
vían a evidenciar que el franquismo estaba más atento a potenciar la moderniza-
ción agraria que a dar respuesta a los problemas sociales planteados en el campo 35.
Además, las ayudas se convirtieron en un elemento de control político: sólo serían
concedidas a los agricultores que militasen en los sindicatos del régimen.
Paradójicamente, las medidas más modestas del INC en esta década fueron
las que obtuvieron más repercusión. Así, la política de colonización local se
saldó con cierto éxito, incluso durante la posguerra. El «goteo» de las ayudas y
las reformas acometidas por los propios propietarios dejó en evidencia a las
altisonantes proclamas del INC y, en zonas como Almería, supusieron el cimien-
to de un desarrollo agrario sin precedentes 36. A un coste muy bajo, se transfor-
32
Barciela, C. «La colonización agraria en España, 1939-1951», en Pérez Picazo,
M.T. y Lemeunier, G. (eds.), Agua y modo… op. cit., pp. 108-109.
33
Ley de 25 de noviembre de 1940 (BOE 10/12/1940). La Ley de 27 de abril de 1946
(BOE 28/4/1946) ampliaba tanto las obras a las que se concedían las ayudas como los bene-
ficiarios de las mismas.
34
Barciela, C., «La colonización agraria…», op. cit., pp. 111-112.
35
Barciela, C. y López Ortiz, M. I., «La política de colonización del franquismo…»
Op. Cit., p. 356.
36
Castellana Prieto, C ,»El Instituto Nacional de Colonización en Almería», en
Rivera Menéndez, J. y Gutiérrez Navas, M,. Sociedad y política almeriense durante el régimen
de Franco. Almería, IEA-UNED, 2003.
Ensanchando el campo. La política de colonización del franquismo 277
maron al regadío 58.626 Has, frente a las menos de 10.000 que el INC logró
poner en explotación con todo su aparato burocrático, sus grandes Planes de
Colonización y su propaganda 37.
37
Barciela, C., «La colonización agraria en España…» Op. Cit., pp. 113-115. Provin-
cias como Valencia y Murcia, respectivamente, estuvieron a la cabeza de los subsidios estatales
concedidos para colonizaciones de interés local entre 1939 y 1965. López Ortiz, M. I., «En-
tre la tradición y el cambio: la respuesta de la Región de Murcia a la crisis de la agricultura
tradicional». Historia Agraria. Revista de agricultura e historia rural, n.º 19, 1999, p. 77.
38
Villanueva, A. y Leal, J., La planificación del regadío... Op. Cit., pp. 22-23.
39
Díaz Pines y Fernández Pacheco, O., Instituto Nacional de Colonización. Madrid,
Publicaciones Españolas, 1963, p. 27.
40
Tal es el caso, por ejemplo, de Ángel Zorrilla Dorronsoro, que en 1940 formaba par-
te del Consejo Directivo de la CNCA. Castillo, J. J., Propietarios muy pobres. Sobre la subor-
dinación política del pequeño campesino. La Confederación Nacional Católica Agraria (1917-1942).
Madrid, Ministerio de Agricultura, 1979, pp. 418-419.
278 Miguel Ángel del Arco Blanco
«Son algo más que humanos: yo diría que son cristianos, pues Jesucristo no buscó sus
colaboradores en el Sanedrín; los eligió entre hombres modestos sin afanes de política
personal, llenos de fe y de gran valía para el apostolado, y al dispersarlos para predicar
sus doctrinas, les dio como único consejo que sólo se detuvieran en las casas donde
fueran bien acogidos y en ellas predicasen; y que en aquellas puertas donde les negaran
el pan y el reposo no se detuviesen y siguieran adelante» 42.
41
OM 23 de diciembre de 1941 (BOE 27/12/1941), por la que se aprueba el Regla-
mento del INC. Sufre numerosas modificaciones posteriores. Baste citar las Órdenes Minis-
teriales que modifican el Reglamento: 21 de marzo de 1942 (BOE 30/3/1942), 21 de diciem-
bre de 1942 (BOE 24/12/1942), 27 de julio de 1944 (BOE 28/7/1944), 7 de marzo de 1945
(BOE 10/3/1945), 22 de enero de 1946 (BOE 27/1/1946), 26 marzo 1949 (BOE 31/3/1949),
15 de enero de 1953 (BOE 25/1/1953), 22 de diciembre de 1955 (BOE 5/1/1956), y 8 de
septiembre de 1956 (BOE 20/9/1956).
42
González de Andrés, C., «El Instituto Nacional de Colonización». Madrid, INC,
1945, pp. 15, 22-23.
43
Bernández Sobreira, A. y Cabo Villaverde, M,. «Ciencia y dictadura: la inves-
tigación agronómica en Galicia durante el primer franquismo (1936-1950)». Noticiario de
Historia Agraria, 12, 1996, pp. 119-139.
Ensanchando el campo. La política de colonización del franquismo 279
«[Se pretendía] rescatar hombres socialmente útiles para el destino común de la Na-
ción; unir los hombres del campo a la tierra que absorbe sus desvelos, vincular al labra-
dor con su solar, proporcionándole una vida individual y social digna y progresiva» 46.
44
Nieto, A,. «De la República a la Democracia: la Administración española del fran-
quismo». Revista Española de Derecho Administrativo, 11, 1976, pp. 567-583.
45
Algunos discursos de Cavestany, centrados en lo técnico y en la preocupación moder-
nizadora del campo español, son buena prueba de ello. Ver Cavestany y de Anduaga, R., Una
política agraria, Madrid, Ministerio de Agricultura, 1958. Alejandro Torrejón y Montero sería
nombrado Director General del INC a los primeros días del nombramiento de Cavestany como
Ministro de Agricultura (D. 27 de julio de 1951, BOE 30/7/1951). Sobre la relación de Torrejón
con Cavestany: Villanueva, A. y Leal, J., La planificación del regadío... Op. Cit., pp. 25.
46
Martínez Borque, Á., «El hombre y la colonización», Serie Estudios INC, vol. III, 14,
Madrid, INC, 1945, citado en: Alares López, G., Colonos, peritos y mayorales, op. cit., p. 39.
47
Alares López, G, Colonos, peritos y mayorales, op. cit., pp. 40-41.
280 Miguel Ángel del Arco Blanco
48
Acosta Bono, G., «De los trabajos forzados a la autoconstrucción. La otra cara de la
colonización agraria», en Pueblos de colonización durante el franquismo: la arquitectura en la
modernización del territorio rural. Junta de Andalucía, Sevilla, 2008, p. 124.
49
Acosta Bono, G., (et alii), El canal de los presos (1942-1960). Trabajos forzados: de la
represión política a la explotación económica. Crítica, Barcelona, 2004.
Ensanchando el campo. La política de colonización del franquismo 281
Tras casi una década de exaltadas palabras los resultados eran casi nulos.
Era preciso relanzar la colonización. Así, en abril de 1949 vio la luz la Ley sobre
Colonización y Distribución de la Propiedad en las Zonas Regables. Se daba una
salida a los proyectos colonizadores del franquismo, en punto muerto a los ojos
de los propios burócratas del régimen. Así, en el preámbulo de la ley se recono-
cía que la colonización se desarrollaba «a un ritmo mucho más lento del preciso»
y que «el esfuerzo y la iniciativa privada no son suficientes por sí solas al fin
perseguido» 50.
Por supuesto, la nueva ley seguía descartando la idea de reparto, pero apli-
caba el modelo seguido en los regadíos del oeste de Estados Unidos otorgando
la iniciativa, por fin, a la intervención del Estado mediante el INC 51. Además
de poder ofrecer mayor número de auxilios a la colonización, por fin se recono-
cía la capacidad de expropiación del Instituto. Así, la ley de 1949 ratificaba el
concepto de expropiación por interés social. No obstante, el respeto a la propiedad
se garantizaba tanto por las numerosas garantías a los propietarios como por la
calificación de tierras exceptuadas (al margen de la actuación del INC) en reserva,
(se permitía conservar la propiedad con la condición de iniciar la transformación
al regadío) y tierras en exceso (adquiridas por el Instituto mediante compra o
expropiación, donde se asentarían los colonos).
Las parcelas entregadas a los colonos seguirán el patrón de la «tradicional
institución, olvidada a través de las luchas políticas pasadas y revalorizada por
nuestro Movimiento, del Patrimonio Familiar». La ley se aplicará fundamental-
mente en las grandes zonas regables declaradas de interés nacional para su
transformación en regadío por parte del Estado. Será el caso, por ejemplo, de la
zona del Campo de Dalías en Almería, uno de los focos del milagro almeriense
en la época desarrollista 52.
En conclusión, la nueva Ley de Colonización de las Grandes Zonas pone
los medios para desarrollar, de una forma más seria y eficaz, la colonización y
transformación en las grandes zonas regables. Su promulgación, y por supuesto,
50
Ley de 21 de abril de 1949 (BOE 22/4/1949).
51
Barciela, C. y López Ortiz, M. I., «La política de colonización del franquismo…»
Op. Cit., p. 336, y Mangas Navas, J. M., Políticas administrativa y económica de la colonización
agraria…Op. Cit, p. 120-122.
52
El inicio de esta transformación vendrá determinado por el D. 13 de abril de 1951
(BOE 4/5/1951), por el que se declaran de utilidad pública y de urgencia los trabajos que
realice el INC para el alumbramiento de aguas subterráneas para el riego del «Campo de
Dalías» (Almería).
282 Miguel Ángel del Arco Blanco
La ley de 1949 abre las puertas de una nueva época colonizadora. Más ca-
racterizada, desde luego, por los éxitos: 1951-1971 es el periodo de la expansión
colonizadora 54.
Al comienzo de todo ese camino está el nombramiento, en 1951, de Rafael
Casvestany como Ministro de Agricultura. Apuesta por una política liberaliza-
dora de precios, incentivando la producción y la modernización agraria. Además,
abandona explícitamente la hasta entonces demagógica idea de una «reforma
agraria». Su reforma agraria es la de la técnica, la de la producción, la de la ca-
pacitación del agricultor: «muchos creen que repartiendo la tierra entre los
campesinos, a través de una reforma agraria de viejo estilo, es donde se encuen-
tra la panacea de una vida rural perfecta», pero hay que desechar y olvidar esas
viejas utopías; en efecto, «es necesario una reforma agraria, sí, pero profunda-
mente transformadora del medio rural, que lleve al campo toda la técnica y todo
el capital que necesita, que estimule y favorezca el proceso industrial, que ali-
mente a la agricultura de productos manufacturados y que absorba en activida-
des industriales y terciarias el exceso de población que el campo no puede
sostener» 55.
53
Bosque Maurel, J., «Del INC al IRYDA: Análisis de los resultados obtenidos por la
política de colonización posterior a la Guerra Civil». Agricultura y Sociedad, n.º 32, 1984, p. 174.
54
Barciela, C., «La colonización agraria en España…» Op. Cit., p. 119.
55
Cavestany y de Anduaga, R., «Menos agricultores y mejor agricultura», Conferen-
cia pronunciada el día 18 de octubre de 1955, en Una política…, p. 339.
Ensanchando el campo. La política de colonización del franquismo 283
56
Villanueva, A.y Leal, J., La planificación del regadío... Op. Cit., pp. 25-26.
57
Barciela, C. y López Ortiz, M. I., «La política de colonización del franquismo…»
Op. Cit., p. 350.
58
Villanueva, A.y Leal, J., La planificación del regadío… op. cit., pp. 38-40.
59
Mangas Navas, J. M., Políticas administrativa y económica…Op. Cit, pp. 199-200.
60
BOE 23/7/71.
61
Pérez Velasco, J. N., Funcionarios de organismos autónomos. Madrid, Boletín Oficial
del Estado, 1979, pp. 269-270.
284 Miguel Ángel del Arco Blanco
62
Mangas Navas, J. M.,, Políticas administrativa y económica… Op. Cit, pp. 205-211.
63
Bosque Maurel, J., «Del INC al IRYDA…», Op. Cit., p. 180-181.
64
Según Bosque Maurel, la «reforma tecnológica» del franquismo fue discutida por
el Banco Mundial o la FAO, exponiendo que el elevado costo de las obras hidráulicas se co-
rrespondía con una rentabilidad general discutible, muy matizada según las propias regiones.
En definitiva, las ventajas sociales fueron muy limitadas, al ser el capital invertido muy grande
y el número de personas directamente beneficiadas limitado («Del INC al IRYDA…», Op.
Cit., p. 186).
65
Mata Olmo, R., «Transformación en regadío y evolución de la gran explotación agra-
ria: el ejemplo de la Depresión del Guadalquivir». Agricultura y Sociedad, n.º 32, 1984, p. 214.
66
Melgarejo, J., «De la política hidráulica a la planificación hidrológica. Un siglo de
intervención del Estado», en Barciela, C. y Melgarejo, J. (eds.), El agua… op. cit., p. 302;
Martínez de Pisón, Eduardo, «Consecuencias ecológicas de las obras hidráulicas y de la
transformación en regadío». Agricultura y Sociedad, n.º 32, 1984, pp. 259-273.
Ensanchando el campo. La política de colonización del franquismo 285
67
Cruz Villalón, J., Ojeda Rivera, J. F. y Zoido Naranjo, F., «Explotación familiar
y estrategias campesinas en los nuevos regadíos béticos». Agricultura y Sociedad, n.º 17, 1980,
pp. 11-69.
68
Abad, C. y Naredo, J. M., «Sobre la «modernización» de la agricultura española
(1940-1995): de la agricultura tradicional a la capitalización agraria y la dependencia asisten-
cial». Gómez Benito, C. y González, J. J., (Eds.) Agricultura y sociedad…, op. cit., pp. 249-316.
Buen ejemplo de ello será el fenómeno de la «agricultura a tiempo parcial»: Arnalte Alegre,
E,. «Agricultura a tiempo parcial y transformación del campesinado». Agricultura y Sociedad,
17, 1980, pp. 203-225.
69
Sánchez Picón, A., «Los regadíos andaluces durante los siglos XIX y XX. Ideas para
un esquema», en González de Molina, M., Historia de Andalucía… op. cit., pp. 263-264.
70
Bernal, A. M., «Riegos: los latifundios del franquismo inicial (1939-1950)», en
García Delgado, J. L., El primer franquismo. Madrid, Siglo XXI, 130-134.
286 Miguel Ángel del Arco Blanco
incrementó su regadío en 662 Has. entre 1916 y 1984. Los latifundistas habían
hecho girar la Historia: amenazados por la II República, acabaron con ella y
construyeron un Estado que, a bajo coste o nulo, regase sus tierras multiplican-
do su valor y productividad.
Similares conclusiones obtenemos para el resto de España 71. Según algunos
trabajos, ni las cifras de familias asentadas por la colonización ni los lotes de
tierra recibidos son significativos, sobre todo si se tienen en cuenta los costes de
creación del regadío. Había otros beneficiarios. De hecho, «los mayores benefi-
ciarios fueron los medianos y grandes propietarios». Hay excepciones, tales como
el Campo de Dalías o los Llanos de Carchuna, donde, al menos económicamen-
te, la colonización se desarrolló más favorablemente. Pero en general, los terra-
tenientes revalorizaron sus tierras y disminuyeron los riesgos de explotación,
llegando a controlar las agroindustrias 72. En aquellos días se justificó la recon-
versión en regadío de los latifundios como una vía de aliviar el paro y frenar la
emigración; pero los años sesenta y setenta demostraron que los latifundios
regados no fueron una excepción en la dinámica de la emigración 73.
Estos resultados no deben sorprendernos. Las proclamas falangistas de
reparto de la época republicana fueron borradas rápidamente de los textos jurí-
dicos y oficiales del franquismo. No hubo reforma agraria de carácter social pues,
en realidad, el régimen nunca abrigó la intención real de llevarla a cabo. Sí hubo,
hay que reconocerlo, una reforma tecnológica a la que la política de colonización
contribuyó de forma decisiva. Pero fue una política supeditada siempre a los
intereses de las clases medias-altas y altas 74. Al fin y al cabo, los latifundistas
siempre estuvieron de lado de Franco. Pero la colonización también beneficiaría
a los medianos propietarios que, en 1936 se unieron a la sublevación, y que
también en muchas ocasiones recibirían el agua en sus explotaciones.
Los campesinos sin tierra, los jornaleros o braceros, como vencidos, poco
podían esperar de unas promesas del franquismo que nunca fueron dirigidas a
ellos. Entre 1939-1951 se instalaron menos de un 0,2% de campesinos sin tie-
rra 75. En los 36 años de actuación del INC se consiguió un número de asenta-
71
Para un balance: Gómez Benito, C., «Una revisión y una reflexión sobre la política
de colonización agraria en la España de Franco». Historia del Presente, 3, 2004, pp. 65-86.
También: Gómez Benito, C (Dir.), La colonización agraria en España y Aragón, 1939 -1975.
Huesca, Ayuntamiento de Alberuela de Tubo, 2003.
72
Bosque Maurel, J., «Del INC al IRYDA…», Op. Cit., p. 186-188.
73
Bernal, Antonio Miguel, «Agua para los latifundios andaluces», Pérez Picazo, M.
T. y Lemeunier, G. (eds.), Agua y modo… op. cit., pp. 307-309.
74
Ortega Cantero, N., Política agraria y dominación del espacio. Madrid, Ayuso, 1978,
p. 252.
75
Paniagua Mazorra, Á., «La polémica del alcance social de la colonización agraria
en España entre 1939-1951». Estudios Geográficos, n.º 196, 1989, pp. 472-475.
Ensanchando el campo. La política de colonización del franquismo 287
76
Ortega Cantero, N.,, Política agraria… Op. Cit., p. 239
77
Así lo avalan los estudios más recientes: González Madrid, D.-A.. «Coaliciones de
sangre en el poder político local. Castilla-La Mancha, 1939-1945». Ayer, 73, 2009, pp. 215-
244; y Del Arco Blanco, M. Á,. ««Hombres nuevos»: el personal político del primer fran-
quismo en el mundo rural del sureste español (1936-1951)». Ayer, 65, 2007, pp. 237-267.
LA REPRESENTACIÓN DEL DERECHO Y DEL PODER
EN EL CINE ESPAÑOL DEL FRANQUISMO
DE LA DÉCADA DE LOS CUARENTA
Juan Antonio Gómez García
Prof. Titular de Filosofía jurídica
Facultad de Derecho, UNED
1955. Este período estuvo marcado, en líneas generales, por la fragilidad estruc-
tural de la industria cinematográfica española, acorde con las condiciones de
depauperación material imperante entonces en el país.
Asimismo, el propio régimen franquista experimentó una evolución políti-
ca durante el citado período que se aprecia con nitidez a través de la evolución
que también experimentó el cine español de entonces: de un momento de inicial
legitimación y estabilización del nuevo régimen expresado en filmes como Sin
novedad en El Alcázar (Augusto Genina, 1940) o Raza ( José Luis Sáenz de
Heredia, 1942), pasando por una coyuntura de aislamiento a mediados de la
década con motivo de la derrota en la Segunda Guerra Mundial de los regíme-
nes nazi alemán y fascista italiano, donde de un cine de legitimación se pasa
paulatinamente (vid. sobre todo el cine colonial de exaltación patriótica), a un
cine de resistencia ejemplificado fundamentalmente por un cine fuertemente
moralista de corte religioso nacional-católico y por un cine historicista que
pretendió recuperar grandes símbolos patrióticos caros para el régimen. De la
propaganda a la resistencia, pues, como los dos polos radicales que encuadran
todo cine político del tipo que sea y que, en la España de estos años, resulta
paradigmáticamente ostensible.
Se trata, pues, de un abanico temporal claramente delimitado, con unas
características muy peculiares que lo hacen singularmente interesante para ser
abordado desde la perspectiva de los estudios de Derecho y Cine. Además de
estudiar este aspecto concreto, hasta ahora no estudiado, de las relaciones entre
Cine, Derecho y Política en esta época de nuestro país, su consideración nos va
a permitir comprender (y esto es lo más importante) de una forma privilegiada
las relaciones entre el Cine, el Derecho y la Política en los tiempos de una dic-
tadura.
1
Así por ejemplo, de las grandes potencialidades comunicativas del Cine tomaron
conciencia inmediatamente, como he dicho, los grandes regímenes totalitarios del siglo XX,
los cuales se preocuparon por crear y desarrollar industrias cinematográficas fuertes para pro-
piciar la difusión de sus idearios. Asimismo, sin ir más lejos, la identidad cultural de los Esta-
dos Unidos de América se ha forjado, en gran medida, sobre su poderosa industria cinemato-
gráfica, y la propia Iglesia católica tampoco ha sido ajena a esta idea: la encíclica del papa Pío
XI, Vigilanti Cura (1936), así lo atestigua.
2
El negocio del cinematógrafo mueve una gran cantidad de recursos, hasta el punto de
que es, tal vez, la industria del ocio que ha tenido mayor incidencia económica desde su fun-
dación.
3
Recuérdese el famoso tópico, lanzado por Ricciotto Canudo en su famoso Manifiesto
de las Siete Artes, de que el cine es el Séptimo Arte, como compendio y culminación de todas las
demás (Vid. Romaguera I Ramió, J., Alsina Thevenet, H., Textos y Manifiestos del Cine,
Cátedra, Madrid, 1989, pp. 15-18).
4
Allí ha surgido el Law and Film Movement (también llamado Law and Cinema Mo-
vement), en el contexto de los denominados Cultural Legal Studies. Autores como John Denvir
(Legal Reelism. Movies and Legal Texts, University of Illinois Press, Urbana, 1996), Paul Berg-
man y Michael Asimow (Reel Justice. The Courtroom Goes to the Movies, Andrews and McMe-
el, Kansas City, 1996), Norman Rosenberg («Hollywood on Trials: Courts and Films. 1930-
1960», en Law and History Review, n.º 12, 1994, pp. 341-367), etc…, constituyen buenos
ejemplos. En el ámbito hispano-parlante se vienen desarrollando estudios de este tipo desde
hace algún tiempo, en el marco académico de lo que Benjamín Rivaya y Pablo de Cima han
denominado como Sociología del Derecho en el Cine y como Pedagogía del Derecho (Rivaya, B.,
292 Juan Antonio Gómez García
Cima, P. de, Derecho y Cine en 100 películas. Una guía básica, Tirant lo Blanch, Valencia, 2004,
p. 95). Resultado de ello es la contemplación en varios planes de estudio de diversas universi-
dades españolas, de la asignatura Derecho y Cine, y la constante celebración de cursos y semi-
narios de distinta índole sobre esta temática durante los últimos años; la colección de mono-
grafías de la editorial Tirant lo Blanch, titulada Derecho y Cine, y dirigida por el profesor Javier
de Lucas; la institucionalización de estos estudios en el proyecto de investigación en cuyo
marco se ubica este artículo, y cuyos integrantes vienen realizando diversos trabajos desde hace
algunos años; el foro de estudio y discusión constituido bajo el nombre Fundación Cine y De-
recho en Internet (www.cineyderecho.org); y diversos trabajos publicados por distintos autores,
como por ejemplo: VV.AA., Abogados de cine. Leyes y juicios en la pantalla, Ilustre Colegio de
Abogados, Castalia, Madrid, 1996; el número monográfico de la revista de cine Nosferatu, n.º
32, enero 2000; San Miguel Pérez, E., Historia, Derecho y Cine, Ed. Centro de Estudios
Ramón Areces, Madrid, 2003; Soto Nieto, F., Fernández, F.J., Imágenes y Justicia. El Dere-
cho a través del cine, La Ley, Madrid, 2004; Romero, E. G., Otros abogados y otros juicios en el
cine español, Laertes, Barcelona, 2006; Rivaya García, B., Presno Llinera, M. Á., Una in-
troducción cinematográfica al Derecho, Tirant lo Blanch, Valencia, 2006; y mis trabajos: Valores
jurídicos y derechos humanos en el Cine y Derecho y Cine, ambos publicados en Madrid por la
Universidad Nacional de Educación a Distancia, en 2002 y 2006 respectivamente.
5
Empleo aquí el término Derecho en el sentido más amplio y más abierto que quepa
establecerse, con el propósito de que esta aproximación a lo jurídico resulte lo más abarcado-
ra e integradora posible, para poder contemplar así las más diversas concepciones sobre lo
jurídico.
la representación del derecho y del poder en el cine español del franquismo… 293
6
González Oliveros, W., Humanismo frente a comunismo. El primer libro anticomunista
publicado en el mundo obra de un pensador español, Imprenta Luis Calderón, Valladolid, 1937, p. 7.
7
Cit. por FUSI, J.P., Franco (autoritarismo y poder personal), Ed. El País, Madrid, 1985,
p. 99.
la representación del derecho y del poder en el cine español del franquismo… 295
8
Especialmente relevante en este aspecto fue la pretensión del régimen de eliminar
cualquier sospecha de provisionalidad y desorden internos (en él se conjugaban diversos gru-
pos y tendencias, en muchos casos, difícil de conciliar en la práctica: la variante hispana del
fascismo encarnada por Falange Española y de las JONS, la corriente tradicionalista heredera
del carlismo anti-liberal, la tendencia católica ultraconservadora representada por diversas
formaciones democristianas, los sucesores de los grupos republicanos de derechas —singular-
mente la CEDA de Gil Robles— y los tres grandes poderes fácticos que se alinearon con
Franco: el Capital —formado por la aristocracia terrateniente y la escasa burguesía industrial
y financiera—, el Ejército y la Iglesia-) con la inmediata promulgación de diversas medidas
políticas e institucionales que permitiesen clarificar las relaciones de poder entre las fuerzas
vencedoras. Los primeros decretos que establecían los estatutos de FET y de las JONS (Fa-
lange Española Tradicionalista) unificaban definitivamente a las clásicas familias falangista y
tradicionalista en lo que se conocería como Movimiento, una suerte de partido único que ac-
tuaría como referencia política, social y cultural de primer orden en la construcción del nuevo
régimen. Junto a esto, la implantación de la unidad sindical mediante un modelo de sindica-
lismo burocratizado altamente corporativo y verticalista resolvía en la práctica cualquier
atisbo de lucha de clases y aunaba en un solo órgano a empresarios y trabajadores en aras de la
consecución de los fines del régimen en el plano socio-económico.
9
Ya durante la contienda, como señala Román Gubern, el cine jugó un papel esencial
en la guerra ideológica junto con la radio y la fotografía de reportaje (Cfr. Gubern, R., La
guerra de España en la pantalla., Filmoteca Española, Madrid, 1986, p. 11). Fue el bando re-
296 Juan Antonio Gómez García
publicano el que hizo un uso más intenso y frecuente del cine desde el principio. Bien avan-
zada la conflagración (ya a primeros de abril de 1938), tras un periodo de improvisación y
tanteos, el bando rebelde crea en Burgos una estructura cinematográfica centralizada, cuya
estructura se expone más adelante.
10
Cit. en: Taibo I, P. I., Un cine para un Imperio. Películas en la España de Franco, Oberón,
Madrid, 2002, p. 23.
11
La Orden de 23 de abril de 1941, promulgada por el Ministerio de Industria y Comer-
cio, prohibió la exhibición de películas en cualquier idioma distinto al castellano, y, consecuen-
temente, la obligatoriedad del doblaje. Con el propósito de controlar lo que se decía en los
diálogos, sin embargo fueron la distribución y la exhibición de las industrias cinematográficas
foráneas (sobre todo la estadounidense) las que se impusieron en el mercado en la práctica.
la representación del derecho y del poder en el cine español del franquismo… 297
12
Ello era consecuencia del contexto económico general de dura precariedad en que
estaba sumida la sociedad española de la posguerra. Nada más terminar la conflagración, la
industria del cine que sobrevivió, se limitó simplemente al reestreno de antiguos éxitos ante-
riores a la contienda (incluso republicanos, aunque neutrales para el nuevo régimen como
Morena Clara —Florián Rey, 1936— y La verbena de la Paloma —Benito Perojo, 1934—) y a
la recuperación de proyectos interrumpidos. Prácticamente, la única posibilidad de negocio
para las productoras estribaba en los rendimientos que podían obtener por las licencias de
importación y por los créditos y premios sindicales que otorgaba el régimen a las producciones
más afectas a su ideología.
13
Ya durante la contienda, las autoridades franquistas dictaron numerosas disposiciones
que reprimían determinadas manifestaciones culturales, incluido el cine. En marzo de 1937
se instauró oficialmente la censura y, a partir de ahí, hubo frecuentes confiscaciones de publi-
caciones, carteles, discos y películas en las ciudades ocupadas por el bando insurrecto. Recién
298 Juan Antonio Gómez García
15
Cfr. Fanés, F., El cas CIFESA: Vint anys de cine espanyol (1932-1951), Filmoteca de la
Generalitat Valenciana, Valencia, 1989, pp. 135-143; y Monterde, J.E., «El cine de la autarquía»
(1939-1950)», en VV.AA., Historia del cine español, Cátedra, Madrid, 1995, p. 190.
300 Juan Antonio Gómez García
16
Una exposición pormenorizada de los planteamientos y efectos de esta política para
el cine nacional puede verse en: Monterde, J.E., op. cit., pp. 197-199.
17
Inicialmente contemplaban dos primeros premios y cuatro segundos, dotados respec-
tivamente con 400.000 y 250.000 pesetas, de los cuales un 20% debía destinarse al equipo
técnico-artístico de la película, de ahí su carácter sindical. Los filmes premiados eran, claro
está, los de corte más claramente oficialista.
la representación del derecho y del poder en el cine español del franquismo… 301
18
Creada por Vicente Casanova en la década anterior, contaba en su nómina con nom-
bres de la talla de Florián Rey, Fernando Delgado, Eusebio Fernández Ardavín, Antonio
Calvache, Ignacio F. Iquino, Luis Marquina, Edgar Neville, Alfredo Mayo, Amparo Rivelles,
Manuel Luna, Rafael Durán y un largo etcétera.
19
Tan solo cabe reseñar un premio concedido en el Festival de Venecia a Marianela
(Benito Perojo, 1941) y dos menciones de honor un año después en ese mismo certamen a
Goyescas (Benito Perojo, 1942) y La aldea maldita (Benito Perojo, 1942). Por otra parte, se
llevaron a cabo varias co-producciones con Italia durante el período fascista y con Portugal
durante la segunda posguerra mundial.
302 Juan Antonio Gómez García
20
Cit. en Primer Plano, núm. 4, 10-XI-1940; reproducido por Monterde, J.E., op. cit.,
p. 213.
21
Los datos sobre la totalidad de las películas producidas en este período, clasificadas
por géneros, puede verse en: Monterde, J.E., op. cit., p. 230.
la representación del derecho y del poder en el cine español del franquismo… 303
22
Aun cuando el nuevo régimen instituido tras la guerra llevó a cabo una implacable
actividad dirigida a presentar cinematográficamente los principales episodios históricos que
servían de justificación y legitimación del levantamiento franquista en el treinta y seis, y en
último término de los principios fundamentales del nuevo régimen, hubo un cine que, sin
dejar de perder su naturaleza eminentemente militante, planteó puntos de vista que no se
acomodaban por completo a las estrechas exigencias de la autarquía imperante. Tres ejemplos
significativos en la inmediata posguerra, acaso porque se estaban forjando todavía los defini-
tivos perfiles que tendría el franquismo durante la década posterior, especialmente durante el
lustro siguiente, y el establishment no estaba aún perfectamente constituido, fueron: Frente de
Madrid (Edgar Neville, 1939), donde se nos muestra al final del metraje a dos combatientes
de distintos bandos que acaban abrazados antes de morir durante la guerra; El crucero Baleares
(Enrique del Campo, 1941), retirada el mismo día de su estreno a causa de una reclamación
de las autoridades navales; y Rojo y negro (Carlos Arévalo, 1940), que narra la historia de amor
de dos jóvenes de distinto bando bélico, desde un imaginario y una retórica claramente fas-
cistas. La deslavazada película de Arévalo fue prohibida en su totalidad por la censura.
23
Esta norma fue derogada por el general Franco el 11 de septiembre de 1945, acaso
persuadido por la inminente derrota de la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial al
pensar que tales ritualismos no serían muy bien vistos por los vencedores.
304 Juan Antonio Gómez García
24
El documento Sobre la guerra de España, de 1 de julio de 1937, hecho público por el
Episcopado español, constituyó toda una declaración de principios e intenciones al respecto.
Poco después publicó el Documento colectivo del Episcopado español, con el que se explicitaba
internacionalmente este apoyo y se pretendía aunar a todo el catolicismo mundial con respec-
to a la guerra. El mismo 1 de abril de 1939, cuando se dio a conocer el último parte de guerra
por parte del bando nacional, el Papa Pío XII envió un telegrama a Franco con la siguiente
redacción: «Agradecemos deseada victoria católica. Hacemos votos porque este queridísimo
país emprenda con nuevo vigor sus antiguas cristianas tradiciones». Poco más de mes y medio
después, el 20 de mayo, el dictador hacía entrega al Cardenal Primado de España, Isidro Gomá,
de su espada como símbolo de la «victoria sobre la República». El 9 de noviembre de 1939 se
restableció la financiación estatal del culto y del clero católicos, abolida por la República. Tras
la muerte de Gomá en 1940, su sucesor, Enrique Plà y Deniel afirmó que la guerra había sido
una «cruzada necesaria». Y finalmente, hasta el Concordato de agosto de 1953 entre España
y la Santa Sede donde se declaraba expresamente la confesionalidad católica del Estado espa-
ñol y su unidad católica con el Vaticano y se reconocía al caudillo el derecho de presentación
de obispos, existieron acuerdos entre el régimen franquista y el Vaticano en 1941, 1946 y 1950
sobre designación de obispos, de nombramientos eclesiásticos y sobre el mantenimiento de
los seminarios y universidades dependientes de la Iglesia.
25
No obstante, un filósofo católico tomista tan destacado en la Europa de entonces
como Maritain censuró el alzamiento nacional; igualmente otros como Bernanos, Mounier,
Mauriac o How.
la representación del derecho y del poder en el cine español del franquismo… 305
26
Muertos José Antonio Primo de Rivera y Alfonso Carlos, Franco personificaba en el
bando nacional todas las aspiraciones de sus diversas tendencias y, como tal, se le designó como
cabeza y jefe del Movimiento, y como pieza maestra en la conformación de la Nueva España.
El tradicionalista Francisco Elías de Tejada escribió sobre Franco: «El Caudillo es indepen-
diente en sus decisiones, supremo en sus juicios, indiscutible en sus órdenes»; el máximo poder
del Estado, en definitiva (Elías de Tejada Spínola, F., La figura del Caudillo. Contribución al
Derecho Público Nacionalsindicalista, Tipografía Andaluza, Sevilla, 1939, p. 37).
27
Por su audacia, es particularmente reseñable el argumento que esgrimió Elías de
Tejada, quien justificó el alzamiento del treinta y seis en la propia Constitución de 1931,
puesto que la situación que se dio a partir de las elecciones de febrero de 1936 iba manifies-
tamente en contra de la voluntad popular. Así pues, la acción de los rebeldes estaba plenamen-
te amparada por la Constitución y además les asistía el principio jurídico de la legítima de-
fensa. De esta forma el levantamiento no sólo era legítimo, sino también legal (Vid. Elías de
Tejada, F., «Recensión de Academie Royale des Sciences Morales et Politiques d´Espagne: Le
mouvement national devant le Droit et la Justice, juin de 1938, 32 pp. Santander, s.a.», en
Revista de la Facultad de Derecho de Madrid, enero-marzo 1940, pp. 57-59; Cit. por Rivaya, B.,
Filosofía del Derecho y primer franquismo (1937-1945), Centro de Estudios Políticos y Cons-
titucionales, Madrid, 1998, pp. 90-91).
306 Juan Antonio Gómez García
28
González Oliveros, W., Falange y Requeté, orgánicamente solidarios, Imprenta Ca-
tólica de Francisco G. Vicente, Valladolid, 1937, p. 110.
29
Otros filmes de cruzada fueron, por ejemplo: Escuadrilla (Antonio Román, 1941),
Boda en el infierno (Antonio Román, 1942), El santuario no se rinde (Arturo Ruiz Castillo, 1949)
y Servicio en la mar (Suárez de Lezo, 1950).
la representación del derecho y del poder en el cine español del franquismo… 307
30
Poco antes del intento de voladura de El Alcázar, tras advertir al Coronel Moscardó
del ataque y solicitarle la rendición, un mando militar republicano, en un gesto de cierta hu-
manidad, afirma displicentemente mientras mira hacia el edificio: «Lo lamento por las muje-
res y los niños que están allí dentro…, aunque no por los hombres….»
308 Juan Antonio Gómez García
31
Corts Grau, J., «Motivos de la España eterna», en Revista de Estudios Políticos, núm.
9, mayo-junio de 1943, p. 9.
32
Legaz y Lacambra, L., Introducción a la teoría del Estado nacionalsindicalista, Bosch,
Barcelona, 1940, p. 126.
E
norme peso tuvo también en esta concepción funcional-organicista de lo social la visión
nacional-católica corporativista, cuyas bases teóricas se encuentran en las encíclicas de León
XIII Rerum Novarum (15 de mayo de 1891) y de Pío XI Quadragessimo Anno (15 de mayo de
1931). En España el corporativismo tenía, en la época de la preguerra (recuérdese el intento
la representación del derecho y del poder en el cine español del franquismo… 309
de dictadura falangista de Primo de Rivera, donde jugó un notable papel impulsor) y durante
la confrontación, un auge doctrinal importante: amén de las formulaciones teóricas como por
ejemplo las de Sancho Izquierdo y González Oliveros, inspiró en sus concepciones de lo social
a grupos como la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, la CEDA, la Acción Po-
pular, Renovación Española, etc… Esqueleto conceptual de la llamada doctrina social de la
Iglesia, esta concepción era, en esencia, una transposición actualizada de la Civitas Dei agus-
tiniana y concebía la sociedad como una comunidad de intereses nacionales y de necesidades
sociales, formada por diversos órganos (originados en la naturaleza humana y, por tanto, ne-
cesarios) con unas funciones determinadas en cuya cabeza se halla su representación pública,
distinta de esos órganos sociales, que actúa en aras de la armonía social. Artificios como la
democracia liberal fundada sobre la representación política de los partidos y los parlamentos
constituían, pues, elementos perturbadores de la auténtica tendencia natural de las sociedades
y, en consecuencia, debían ser desterrados. Los órganos del Estado serían, pues, corporaciones,
y las clases sociales (elemento necesario en razón de la natural estratificación social de las
sociedades) estarían en armonía, en paz social, debiendo desaparecer así toda forma de reso-
lución de conflictos sociales que partieran de tal presupuesto. El corporativismo no censuraba
la iniciativa y la propiedad privadas, siempre y cuando, movidas por un sentido caritativo de
su acción, contribuyesen al bien común y a la justicia social.
L
a diferencia entre la concepción nacional-sindicalista y la corporativista estribaba, siempre
según determinados teóricos del falangismo (para los corporativistas el fascismo nacional-sin-
dicalista no era otra cosa que un tipo concreto de corporativismo) en la forma de entender la
politicidad del Estado en la sociedad: si los corporativistas católicos eran partidarios de la mini-
mización del Estado (como representación de la autoridad e impositor de límites a la acción),
reduciendo su papel a lo estrictamente necesario, otorgando mayor importancia política a lo
social, los falangistas consideraban que este corporativismo no era otra cosa que una especie de
fascismo de cariz no totalitario. He aquí el punto clave de disensión: el nacionalsindicalismo
falangista preconizaba un modo de armonización social entre las distintas clases sobre la base de
la existencia de la organización racional planificada de un sindicato vertical nacional, indepen-
diente del Estado (aunque el Estado se sirviese de aquél), y no sobre la base de estructuras
corporativas, de naturaleza más tradicionalista, basadas en modelos pre-modernos.
310 Juan Antonio Gómez García
Por otra parte, patriarcado y matrimonio son presentados como las institu-
ciones sociales y jurídicas fundamentales: «Ahora que España necesita de los
españoles, el matrimonio es un acto de patriotismo», dice uno de los soldados
protagonistas a su pretendida para justificar su petición de matrimonio; asimis-
mo, una pareja de novios se une en matrimonio ante el sacerdote que entra al
edificio poco antes de la gran ofensiva republicana para dar su bendición a los
allí presentes, cuando el soldado contrayente se encuentra agonizando en un
camastro por las heridas de la contienda (in articolo mortis) en un ambiente de
una solemnidad cuasi-mística para reforzar el carácter sagrado del vínculo con-
yugal. El matrimonio patriarcal como único medio legítimo de procreación y de
unión entre personas (jóvenes) de distinto sexo.
Sin novedad en El Alcázar fue una co-producción italo-española auspiciada
por Mussolini y Franco, que se integró dentro de una serie de películas rodadas
en Italia 33, concebidas como medio de propaganda fascista para el Duce. El
propio director, el militante fascista Augusto Genina, dejó claros en su momen-
to los principios fundamentales que quería ilustrar: «Patria, familia y religión
operan el milagro de Sin novedad en El Alcázar. ¡Ójala que las nuevas genera-
ciones españolas comprendan que en este trinomio se basan la prosperidad, el
porvenir y la grandeza de sus destinos futuros!» 34. El filme constituye un inte-
resante fresco ideológico sobre lo que fue el régimen de Franco durante sus
primeros balbuceos en el poder.
Junto al término Imperio (más abajo se examinará su manifestación especí-
fica en el cine de la época: el cine colonial de exaltación patriótica) el de Raza
constituye un concepto fundamental, cuasi-sagrado, para el primer franquismo.
Este término impregnó entonces toda la actividad política, social y cultural del
régimen. En el cine tuvo su más señalada expresión en el filme, escrito por el
propio general Franco bajo el pseudónimo de Jaime de Andrade, titulado Raza,
y dirigido en 1942 por José Luis Sáenz de Heredia.
Esta gran superproducción española patrocinada por el Consejo de la Hispanidad
es el gran símbolo del cine franquista de esta década. El filme surge en un mo-
mento en que la voluntad decidida del régimen fue la de crear una cinemato-
grafía nacional ajustada a sus intereses estimulando así la aparición de un géne-
ro cinematográfico nuevo, adaptado a sus exigencias políticas, de manera que
Raza pretende erigirse en el auténtico modelo de este cine durante estos años;
como dice Román Gubern, «Raza se convirtió en la mayor epopeya oficialista
33
Los interiores de Sin novedad en El Alcázar se rodaron en los estudios Cinecittà
(creados por lo demás por Mussolini para la realización de su programa propagandístico ci-
nematográfico) y los exteriores en el mismo Alcázar toledano.
34
Declaraciones tomadas de la revista cinematográfica Primer Plano, núm. 3, 1940.
la representación del derecho y del poder en el cine español del franquismo… 311
35
Gubern, R., «Raza», en Pérez Perucha, J. (ed.), Antología crítica del cine español,
1906-1995. Flor en la sombra, Cátedra, Madrid, 1997, p. 140.
36
Sancho Izquierdo, M.; Prieto Castro, L.; Muñoz Casayús, A.: Corporatismo.
Los movimientos nacionales contemporáneos. Causas y realizaciones, Imperio, Zaragoza, Granada,
1937, p. 164.
312 Juan Antonio Gómez García
Años más tarde, ya en la década de los veinte, la viuda del patriarca se mues-
tra como el personaje continuador de aquel ideario, cuando España se encuen-
tra ya en pleno proceso de degeneración patriótica con la progresiva implantación
social de la democracia liberal burguesa. Frases del tipo: «Es cierto que el dine-
ro produce satisfacciones, pero la felicidad reside en otras cosas», o bien: «Los
militares no suelen disponer de posición [de dinero, se entiende], pero tienen
otro bienestar íntimo, el de su cumplimiento del deber y el servicio a la patria»
contribuyen a mantener viva la herencia axiológica de su difunto esposo frente
a la imparable ascensión política de la burguesía liberal. En definitiva, «si la
patria peligrase —afirma orgullosa frente a un burgués en un acto social—,
peligraría todo».
La recreación de la Guerra civil es una sucesión de tópicos franquistas de
la época para justificar las acciones de los rebeldes: un grupo de milicianos ase-
sina vilmente a una comunidad de religiosos (entre los que se encuentra Jaime,
uno de los hermanos Churruca) y profana su monasterio, se denuncia el estra-
perlo como práctica en la zona republicana (en Barcelona concretamente), los
políticos republicanos aparecen como sujetos malévolos y esquinados, etc
Fi-
nalmente, Pedro, el político de la familia, experimentará al final una especie de
conversión cuasi-mística que le hará contemplar la luz de la verdad defendida
por los nacionales y que simboliza la imposibilidad de negarse a la evidencia de
su ideario y de su triunfo: «Aún sin armas ganarán siempre la batalla contra los
hombres huecos —proclama extasiado justo en el momento de su conversión—.
¡Son ellos, los que sienten en el fondo de su espíritu la semilla superior de la
Raza, los elegidos para la empresa de devolver a España a su destino!, ¡Ellos, y
no vosotros, materialistas sordos, llevarán sus banderas hasta el altar del Triun-
fo!; ¡para ellos fatalmente ha de llegar el día feliz de la Victoria!».
Tras toda esta grandilocuencia, se asiste a la apoteosis final cuando vemos
al bando vencedor desfilando por Madrid: «¡Qué bonito es todo! ¿Cómo se
llama esto?», pregunta el hijo pequeño de la hembra de la familia Churruca a su
madre: ¡Esto se llama Raza, hijo mío!», responde emocionada, concluyendo así
la epopeya del clan familiar.
Destacable en especial resulta el personaje de José (encarnado por Alfredo
Mayo, auténtico actor-fetiche del régimen durante sus primeros años), trasunto
del propio caudillo, y símbolo y reflejo de todos sus ideales personales, familia-
res y de su ideología 37. El hecho de que la historia de España esté contada a
través de esta saga familiar no es en absoluto baladí, ya que obedeció al intento
del dictador (conociendo la biografía de Franco) de dotarse de una genealogía
ilustre, acorde con sus valores. He aquí, pues, una decidida voluntad de auto-
37
Vid. Gubern, R., ‘Raza’, un ensueño del general Franco, Ed. 99, Madrid, 1977.
la representación del derecho y del poder en el cine español del franquismo… 313
38
Recuérdese el episodio inicial de Raza, donde tales elementos ideológicos aparecen a
propósito de la pérdida de Cuba.
39
Castro de Paz, J.L., «Conflictos y continuidades. Los turbios años cuarenta
(1939.1950)», en Castro de Paz, J.L., Pérez Perucha, J., Zunzunegui, S. (Dirs.), La nue-
va memoria. Historia (s) del cine español (1939-2000), Vía Láctea editorial, A Coruña, 2005,
pp. 39-40.
la representación del derecho y del poder en el cine español del franquismo… 315
40
Vid. los Estatutos de FET y de las JONS, cuyos artículos 47 y 49 otorgaban esta
autoridad a Franco (Decreto de 31 de julio de 1939). En toda esta fundamentación del Esta-
do jugó un papel muy notable nuevamente Luis Legaz y Lacambra (Vid. su obra: Introducción
a la teoría del Estado nacionalsindicalista, op. cit.).
316 Juan Antonio Gómez García
a la resistencia del pueblo agotado por el castigo del invasor, «¡es preferible
morir a soportar la esclavitud!».
Por otra parte, el filme es, visto entre líneas, un producto lógico de la vieja
mentalidad tradicionalista hispánica que entendía que el principio del fin del
Imperio español había tenido lugar en 1812, al final de la Guerra de la Inde-
pendencia, donde el proceso liberal-constitucional de Cádiz constituía el punto
de inflexión fundamental de la decadencia del Imperio; proceso que se exten-
dería paulatinamente hasta la victoria del Frente Popular, momento en que la
crisis del Imperio se mostró más aguda e insoportable y que legitimaría, entre
otras razones, el alzamiento nacional 41.
En definitiva, Agustina de Aragón no es otra cosa que la actualización, diez
años después, de la cruzada franquista por España presentada en filmes como
Raza y Sin novedad en El Alcázar, pero ahora bajo un prisma romántico-histo-
ricista, más adecuado a los perfiles ideológicos y políticos que había adoptado
el régimen a finales de los cuarenta y a la coyuntura en que estaba envuelto
entonces, como un régimen ya consolidado once años después de la cruenta toma
del poder del país.
Cfr. por ejemplo, González Oliveros, W., Falange y Requeté, op. cit., pp. 35 y sigs.
41
Sobre la naturaleza genérica y las características del cine jurídico, vid. mi trabajo: «El
42
Derecho y los géneros cinematográficos: panorama general», en Gómez García, J.A. (Editor),
Derecho y Cine. El Derecho visto por los géneros cinematográficos, Tirant lo Blanch, Valencia, 2008,
pp. 11-36.
la representación del derecho y del poder en el cine español del franquismo… 319
43
Tal vez el otro gran ejemplo de cine de juicios hispano de la época sea Audiencia pú-
blica (Florián Rey, 1946), pero la aparición del dato jurídico no es tan importante como en El
clavo y su calidad cinematográfica es mucho menor.
320 Juan Antonio Gómez García
co (los hechos narrados se ubican durante la segunda mitad del siglo XIX)
donde religión, ley y justicia son distintas caras de la misma moneda.
La presentación de la sala de vistas donde se celebra el juicio a la protago-
nista se inicia con la asimilación visual, a través de una simbolista sobreimpresión
en la pantalla, de la balanza de la justicia, la ley y un crucifijo, de acuerdo con la
concepción jurídica de la época propia del régimen, la concepción iusnaturalis-
ta del Derecho de inspiración neo-escolástica. Es la noción de orden como ex-
presión de lo natural en tanto creación divina lo que articula toda esta concep-
ción. El orden es, dice el tradicionalista Sancho Izquierdo: «
un conjunto de
relaciones que deben mantener los seres con sujeción a un principio superior
que los determina» 44. Ese principio superior, para el iusnaturalismo franquista
nacional-católico se manifiesta en los principios de autoridad, ley y patria, del
cual se deriva el Derecho como un orden natural, universal y eterno, con unidad
u organicidad natural, de carácter imperativo, racional e inviolable por su propia
fuerza ética. Todo esto se encuentra perfectamente explicitado en el Derecho
positivo vigente, legitimado ab initio por la justicia y la necesidad del alzamien-
to del treinta y seis. Ley natural de inspiración divina, ley positiva y justicia se
muestran, pues, íntimamente ligados en lo que viene a ser, en el caso de la se-
cuencia comentada del filme, una de las representaciones cinematográficas más
hermosas y eficaces del iusnaturalismo católico.
Muestra de esto es la actitud adoptada por el juez al condenar a la protago-
nista a muerte en su sentencia y, posteriormente, reclamar el indulto y la con-
mutación de la pena. Ello constituye un buen aprovechamiento dramático de la
tesis clásica iuspositivista (el Derecho positivo aquí es directamente Derecho
natural) que entiende la función judicial como un aséptico proceso intelectual
meramente lógico-subsuntivo, cuasi-automático, sin la menor interferencia
valorativa, o de otro tipo, en la actividad decisoria: «Ha decidido la ley, no el
hombre», sentencia el secretario judicial a la protagonista, mientras espera la
ejecución de la sentencia en su celda. He aquí un buen indicio para comprender
mejor la mentalidad jurídica subyacente al régimen franquista, porque, como
afirma también el secretario cuando el juez solicita el indulto para la condenada:
«El indulto es también ley de Dios», en clara identificación entre ley divina y
ley positiva, y por tanto, de Dios como principal fuente del Derecho.
Finalmente, la película es un raro ejemplo de inmediatez y frescura en el
modo en que aparece retratado el juzgado del que es titular el protagonista. Se
muestra como un lugar desordenado y lleno de farragosos expedientes que se
amontonan por doquier, pero amable y cálido por el ambiente que se respira
44
Sancho Izquierdo, M., Tratado elemental de Filosofía del Derecho y Principios de
Derecho Natural, Librería General, Zaragoza, s.a. (1943), p. 61.
la representación del derecho y del poder en el cine español del franquismo… 321
entre los que allí trabajan, los cuales tienen una sensibilidad artística que tras-
ciende su condición de meros funcionarios judiciales: uno de ellos es poeta y
dramaturgo, y realiza afirmaciones del tipo «en este mundo [aludiendo al mun-
do del Derecho] no nos comprendería nadie», y «el juzgado no es mi sitio».
Asimismo, el secretario judicial alude en una escena concreta a la necesidad de
organizar la documentación jurídica por materias, y durante el curso de la ins-
trucción del proceso se muestran directamente en pantalla los papeles (autos,
providencias judiciales, etc
) como recurso narrativo, para que los lea el espec-
tador, de tal modo que los propios documentos jurídicos originales adquieren
un protagonismo narrativo inusitado en el cine jurídico, poco común en un cine
donde siempre se suele transmitir los contenidos jurídicos de forma indirecta, a
través de la narración y de los personajes, y no mostrando directamente los
documentos.
un peso esencial conformando los modos de vida, los valores, e incluso, en el caso
de esta película, el propio desarrollo narrativo y dramático del filme: es una pro-
cesión invocando a Dios lo que determina una buena cosecha de trigo y la vuelta
a los auténticos valores morales representados por lo rural, y la película está filma-
da estéticamente según los modelos iconográficos y de representación religiosos
imperantes (me remito, por ejemplo, a la escena final, donde se recoge explícita-
mente la parábola evangélica del hijo pródigo para justificar moralmente la vuel-
ta de la esposa al hogar). Todo, incluso lo jurídico, está profundamente sometido
a esta rígida cosmovisión nacional-católica.
En este sentido, resulta concluyente el retrato que muestra la película de la
protagonista, la quintaesencia hispánica de una mujer melodramática: una des-
venturada que, por mor de sus circunstancias y de los acontecimientos sociales y
personales en que se ve envuelta (de marcado tinte folletinesco), se ve abocada a
la marginalidad social y que finalmente, tras un sacrificio extremo, se ve redimida
de su culpa y de su error anterior (incluso de su feminidad), a través del perdón
(nada menos que bíblico) de su esposo 45. Una mujer que, política y jurídicamente,
tiene una presencia no mucho más relevante que cualquier elemento decorativo.
Cierta, remota y muy edulcorada crítica social pudiera adivinarse en Huella
de luz (Rafael Gil, 1944), donde, en un registro que remite lejanamente a Char-
les Chaplin y a Frank Capra, se narra la historia de un modesto oficinista que
vive una historia de amor con una joven burguesa tras pasar unos días, gracias a
la generosidad de su jefe, en un balneario de lujo gallego haciéndose pasar por
un caprichoso multimillonario burgués. Las diferencias sociales son presentadas
aquí, sin embargo, de manera excesivamente amable y paternalista, y actúan sólo
como resortes dramáticos sin llegar a poner en tela de juicio seriamente las di-
ferencias sociales entre la embrionaria y pudiente alta burguesía capitalista que
empezaba a surgir en el seno del régimen a la sombra del férreo poder del cau-
dillo y las depauperadas clases populares de la posguerra. En el fondo, en tono
de comedia, no deja de ser puro y simple cine escapista.
45
¿No les recuerda a la típica heroína de las películas de Lars von Trier? Curiosa con-
comitancia…
324 Juan Antonio Gómez García
cine donde este elemento era el protagonista central. Es un cine que presenta el
código religioso nacional-católico como base ético-religiosa sobre la que se
estructura el sistema de valores de la sociedad franquista. Los protagonistas de
estas películas suelen ser clérigos (especialmente misioneros) que representan el
mencionado código axiológico y que actúan como modelos de conducta moral
y de integridad religiosa. Son filmes que se produjeron sobre todo durante los
últimos años de la década de los cuarenta, tras la Segunda Guerra Mundial, en
un contexto ideológico en el que se quiere resaltar el papel ejemplarizante de la
religión católica frente a los nuevos tiempos que comienzan a imponerse y que
pueden resultar profundamente amenazantes para la cosmovisión socio-política
del régimen franquista. Asimismo, con este cine (volvemos a la misma idea
embrionaria) el régimen se pretende distanciar simbólicamente de los regímenes
nazi alemán y fascista italiano, incidiendo en la religión católica como su ele-
mento político y moral genuinamente diferenciador: el régimen español no
tenía nada que ver con el fascismo, sino que era un régimen democrático; en con-
creto el más puro y excelso: la democracia de la doctrina católica, un régimen anti-
comunista sostenido por el discurso del Sumo Pontífice (entonces Pío XII) y
peculiar frente al mundo por la evolución histórica e idiosincrasia particular de
España. Se trataba de una democracia orgánica regida por los principios de liber-
tad y de autoridad bajo el tamiz del sentido católico de la política, y no una de-
mocracia representativa, al modo liberal, cuyo principio es el sufragio universal.
Proliferaron así filmes que narraban vidas de santos, o que tenían como eje
temático central la visión nacional-católica de la sociedad y del individuo. Ejem-
plos al respecto son Misión blanca ( Juan de Orduña, 1946), La fe (Rafael Gil,
1947), La mies es mucha ( José Luis Sáenz de Heredia, 1948) y Balarrasa ( José
Antonio Nieves Conde, 1950). De todas ellas, esta última es la más interesante
tanto estética como temáticamente.
Balarrasa ( José Antonio Nieves Conde, 1950) fue la primera producción de
Aspa Films, productora que se caracterizaría por realizar estos filmes de temáti-
ca religiosa tan al gusto del régimen. Cuenta la historia de Balarrasa, un legio-
nario vividor y pendenciero, que tras una refriega bélica ocurrida en el frente
durante la Guerra civil en la que muere un compañero, adquiere un insoportable
sentimiento de culpa, decide dejar el ejército y entrar en el Seminario para or-
denarse sacerdote. Antes de consagrarse definitivamente, visita a su familia y
deberá resolver la convulsa situación en que ésta vive a causa de los turbios
asuntos en que se ven envueltos sus hermanos. Tras ordenarse sacerdote después,
viaja a Alaska de misionero y fallece en la oscuridad de la noche y bajo una
tormenta de nieve, solo ante Dios, en éxtasis místico.
En el trailer del estreno de la película aparece sobre-impresionado en la
pantalla el siguiente rótulo: «Balarrasa ataca con valentía los problemas de la
la representación del derecho y del poder en el cine español del franquismo… 325
VII. Epílogo
46
En cierta medida, el notable filme de Nieves Conde anticipa la problemática existen-
cial que pocos años más tarde retratará mucho más crudamente Juan Antonio Bardem en
Muerte de un ciclista (1955) y fuera de España, cineastas como Michelangelo Antonioni o
Ingmar Bergman. Asimismo, toda la parte de la película en que se narra la historia de la acción
benefactora del protagonista y que acaba salvando a su familia de la degeneración absoluta y
redimiéndola a los ojos del régimen y del espectador, está contada en un registro estético al
más puro cine negro, lo que la hace especialmente interesante por la cantidad de líneas de
fuerza cinematográficas que confluyen en ella.
326 Juan Antonio Gómez García
que acudía a las salas, los registros narrativos más comunes; los vehículos a tra-
vés de los cuales el régimen se afanó en ofrecer una visión cuasi-paradisíaca de
la realidad española, donde los súbditos habrían de sentirse privilegiados por
formar parte de ella.
Esta visión idílica del país comenzará a ponerse en tela de juicio a partir de
los primeros años de los cincuenta en filmes como por ejemplo Surcos ( José
Antonio Nieves Conde, 1951), Cielo negro (Manuel Mur Oti, 1951), El Judas
(Ignacio F. Iquino, 1952), Bienvenido Mr. Marshall (Luis García Berlanga, 1953),
La laguna negra (Rafael Gil, 1953), etc…; y, sobre todo, por las famosas Conver-
saciones de Salamanca de junio de 1955, donde, más de una década después de la
llegada de Franco al poder, los cineastas mostrarán expresamente su malestar
con los esquemas anteriores y vindicarán un cine mucho más realista.
ORÍGENES DE LA LEY DE 1 DE MARZO DE 1940
Y CRITERIOS PENALES Y PROCESALES ADOPTADOS
POR EL TRIBUNAL ESPECIAL PARA LA REPRESIÓN
DE LA MASONERÍA Y EL COMUNISMO
Guillermo Portilla Contreras.
Catedrático de Derecho Penal.
Universidad de Jaén
ABREVIATURAS
(Art.) Artículo. (BOE) Boletín oficial del Estado. (Cit.) Citado. (Cfr.) Confrontar. (Cp) Códi-
go penal. (DNSD) Delegación Nacional de servicios documentales. Secretaría-Corresponden-
cia. Secretaría General. (DNSD) Exp. Delegación Nacional de Servicios Documentales: Secre-
taría general. Expedientes personales y de asuntos. 1937-1977. (PSD) Presidencia. Ser. docs.
inventario provisional. (TERMC) Tribunal Especial de Represión de la Masonería y el Comu-
nismo. (Vid.) Ver.
I. Introducción
1
Este Tribunal, tras el de Responsabilidades Políticas, fue el primero con naturaleza
penal de los Tribunales de excepción que impuso penas privativas de libertad durante los
primeros años de la dictadura.
328 Guillermo Portilla Contreras
2
Alvaro Dueñas, M. Por ministerio de la ley y voluntad del caudillo. La Jurisdicción Es-
pecial de Responsabilidades Políticas (1939-1945). Centro de Estudios Constitucionales. Madrid.
2006, pp. 251-252.
3
Cfr. DNSD, 238.
4
La ley portuguesa contra la masonería, de 21 de mayo de 1935, se elabora bajo el
gobierno de Salazar y está inspirada en la precedente ley italiana de 12 de enero de 1925
contra las sociedades secretas. En esa ley se sancionaba cualquier omisión relativa a la infor-
mación que debía entregarse a los gobernadores civiles sobre los estatutos o la lista de afiliados
de las sociedades secretas, así como se castigaba a los funcionarios públicos que vulneraran la
prohibición expresa de pertenencia a tales sociedades. Cfr. Ferrer Benimeli, J.A. La Maso-
nería. Alianza. Madrid, 2001, pp. 124-125.
orígenes de la ley de 1 de marzo de 1940 y criterios penales y procesales … 329
ocupación con temor no infundado de que las filtraciones de esta gentuza esterilicen
en gran parte el esfuerzo realizado por nuestro Ejército. Por esto, una disposición
oficial merecería el aplauso cerrado de todos los buenos patriotas y abriría ancho cam-
po, consolidando, las esperanzas que todos tenemos depositadas en nuestro Generalí-
simo. Espero de ti hagas al General alguna indicación a este respecto y celebraré que
su criterio sobre la oportunidad sea coincidente con el que yo expreso. Deseo ver al
Generalísimo tan pronto pueda recibirme y te agradeceré que cuando esto pueda ser
me avises por teléfono con algún día de anticipación para trasladarme a esa. Saludos
cariñosos y un abrazo para ti de tu antiguo amigo que te quiere».
«El comentario más extendido estos días es sobre la masonería, asegurándose que los
alemanes han descubierto todo el fichero de las sectas españolas que dependían de
Praga y que allí fue donde se encontró la de Gerardo Salvador Merino. Con este mo-
tivo se está extendiendo el rumor de que ha sido encontrada una ficha masónica de
Don Ramón Serrano Súñer, haciéndose comentarios sangrientos. Se habla de que un
grupo de generales han firmado una denuncia contra el Sr. Serrano Súñer y presenta-
da al Tribunal de Represión de la Masonería, en la que se le acusa de delito de alta
traición. Otros comentaristas aseguran que Don Ramón Serrano Súñer será enviado,
ni ya a Italia, como anteriormente se decía, sino a Portugal, atribuyendo a esto la es-
tancia de D, Nicolás Franco en Madrid. Desde lo de la hermana de Carmen de Icaza,
los comentaristas se dedican a presentar al Sr. Serrano Súñer como un enamoradísimo,
atribuyéndole relaciones íntimas con otras damas. Se insiste en que el Sr, Serrano
Súñer es el que defiende a Gerardo Salvador Merino, queriendo relacionar esto en que
ambos pertenecen a la secta».
5
En DNSD. Exp.97, p. 14.
6
Cfr. DNSD. Exp. 97, folio 15.
orígenes de la ley de 1 de marzo de 1940 y criterios penales y procesales … 331
«recuperar cuanta documentación relacionada con las sectas y sus actividades en Espa-
ña, estuviese en poder de particulares, autoridades y organismos oficiales, guardándola
cuidadosamente en lugar alejado de todo peligro, y en el que pudiera ordenarse y cla-
sificarse para llegar a constituir un Archivo que nos permitiera conocer, desenmascarar
y sancionar a los enemigos de la patria» 9.
7
Según Álvaro Dueñas, no se trataba de una ley cualquiera, ni de una disposición
represiva más, fue un instrumento represivo y de «legitimación ideológica del Estado franquis-
ta, en la medida en que los «delitos» que reprime encierran la clave de la «destrucción material
y espiritual de la Patria y por tanto la justificación de la sublevación militar y la «Cruzada».
Cfr. Por ministerio…cit, pp. 97-98.
8
Cfr. DNSD Exp. 97. Firma la carta Marcelino de Ulibarri del siguiente modo: en
Salamanca a 25 de agosto de 1938. III año triunfal. Exmo Señor: el delegado nacional.
9
Cfr. DNSD. Exp. 97.
332 Guillermo Portilla Contreras
10
En ese momento, aún quedaban por recuperar la documentación perteneciente a las
Logias «Zurbano» de Logroño; «Fermín Galán» de Barbastro; «Adelante n.º 25» de Toledo
y la mayor parte de las Logias existentes en las regiones gallegas y asturiana.
orígenes de la ley de 1 de marzo de 1940 y criterios penales y procesales … 333
jerina. A tal fin, solicitó un informe a este último en los primeros instantes de
su actuación en la Delegación de Asuntos Especiales, un dictamen que llegó a
asumir como propio, juzgándolo de gran interés, hasta el punto que ese informe
se adjunta a la carta que fue remitida al General Franco 11. Se trata de un Dic-
tamen sobre la Masonería fechado en Salamanca el 8 de agosto de 1938 12. La
Ponencia en realidad respondía a las diversas preguntas formuladas por Mar-
celino de Ulibarri en torno a la necesidad de legislar sobre la masonería; si
la condición de masón por sí misma debía ser constitutiva de infracción penal
y otros aspectos relativos a la unidad de jurisdicción, de procedimiento y de
sanción.
En el Informe elaborado, Tejerina se decanta por la creación de un mode-
lo de Derecho penal de autor en el que lo esencial no sea el hecho cometido sino
la condición del sujeto y, en consecuencia, la tipicidad deja de tener valor frente
al concepto ontológico. De este modo, a la interrogante de si la masonería es o
no un delito responde:
«…si así lo fuera, dice, habría que «pensar en instruir sumarios y no expedientes, nom-
brar jueces competentes y sancionar penalmente a los responsables del delito de maso-
nería». Sin embargo, «si por el contrario, no es delito, bien están los expedientes para
determinar posibles hechos conexos con la masonería que constituyan delitos, haciendo
la debida separación de masones delincuentes y masones no delincuentes; a los primeros
se les instruiría sumario y se les condenaría conforme a sus actividades criminales a penas
propiamente dichas, y a los segundos se les declararía simplemente individuos peligrosos
sujetos a vigilancia, imponiéndoles sanciones de tipo gubernativo».
11
La necesidad de legitimación, el deseo de otorgarle una forma legal a la represión, se
individualizó en la Ley de represión de la masonería y el comunismo de 1 de marzo de 1940.
Cfr. Miguel Jaramillo Guerreira, A. «Documentación masónica para la represión de la
masonería», en La masonería española entre Europa y América II. VI Symposium Internacional
de Historia de la Masonería Española. Zaragoza, 1-3 de julio de 1993, p. 817.
12
Cfr. (DNSD Exp. 97, folio 13,). Lejos estaba Jiménez de Asúa de imaginar cuando
redactó el prólogo de «Teoría de los delitos de omisión» de Isaías Sánchez Tejerina, que aquel
«amigo» sería el ideólogo de la Ley de 1 de marzo de 1940 y del TERMC que lo condenó a
treinta años y un día. En aquel prólogo llegó a decir: «Sánchez Tejerina y yo pertenecemos a
la misma generación. La amistad nos une y la comunidad de estudios nos hermana». Cfr. Op. cit.
Madrid Reus, 1918, p. XII.
334 Guillermo Portilla Contreras
«la masonería va muy bien del brazo del protestantismo y de la teosofía. En países
donde se practican estas doctrinas religiosas la masonería no es delito, ni puede serlo,
por no atacar principios fundamentales, religiosos, políticos y sociales de la Nación».
Por tal motivo, concluye que el problema no puede resolverse en un plano universalis-
ta sino nacional. A su juicio en España el hecho de ser masón «constituye un estado
delincuente», justificándolo en que «la actividad meramente masónica va contra lo
substancial de nuestra Patria. Es el mismo caso de la herejía, castigada en España en
tiempos pasados para defender su unidad política, social y religiosa. En resumen: la
masonería es en España delito porque va contra los propios fundamentos de su misma
existencia».
(«es inútil andar a la búsqueda de la tipicidad», dice) ante «el Derecho penal extraor-
dinario, que ha hecho surgir la gran tragedia española engendrada por la masonería, de
acuerdo con el Frente Popular, Frente antifascista, Socorro Rojo, etc». Por eso reitera
que «es estúpido o perverso plantearnos ciertos problemas de juricidad en estos mo-
mentos. Así pues, y prescindiendo de otras actividades criminales comprobadas docu-
mentalmente, la masonería es delito en España, en un doble sentido; por sí misma y por su
actuación 13».
Una vez resuelto que el masón era delincuente por ser masón y no por he-
chos posteriores, sólo le preocupa a sánchez tejerina la parte procesal del
asunto. Es decir, la unidad de jurisdicción, de procedimiento, de penalidad. Su
propuesta por lo que se refiere a la Jurisdicción se basaba en la existencia de un
único poder, «naturalmente, delegado del Jefe del Estado y Generalísimo, quien
los asume todos». Pensaba en un sistema integrado por tres o cuatro jueces
asignando a cada uno de ellos una región o varias. Respecto a la elección de los
jueces, ésta debía realizarse «entre hombres togados, de costumbres austeras, de
principios católicos firmes, tanto teóricos como prácticos, esto es, en su conoci-
miento y en su vida familiar y social, de más de treinta años y limpios de ambi-
ciones políticas, mejor casados que solteros». El modelo de procedimiento que
propugnaba se caracterizaba por la incoación de sumarios, instruido con arreglo
a las normas de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, «modificadas, si fuera pre-
ciso, en algún punto para dar más atribuciones a los jueces. Claro que las prue-
bas documentales deberán estar centralizadas absolutamente en las oficinas del
13
El subrayado es mío.
orígenes de la ley de 1 de marzo de 1940 y criterios penales y procesales … 335
14
Dictamen firmado en Salamanca el 8 de agosto de 1938, III año triunfal, Sánchez
Tejerina, Catedrático de Derecho penal. A su vez remitido por el Delegado Nacional, Marce-
lino de Ulibarri, al General Franco.
15
Cfr. González Quintana, A. «Fuentes para el estudio de la represión franquista en
el Archivo Histórico Nacional, sección «Guerra Civil»». Espacio, Tiempo y Forma, Serie V, H.ª
Contemporánea, t. 7, 1994, p. 499.
336 Guillermo Portilla Contreras
16
BOE núm. 158 (1940).
17
Memoria de 31 de diciembre de 1941.
orígenes de la ley de 1 de marzo de 1940 y criterios penales y procesales … 337
18
Algo que pretendo demostrar en un libro sobre el TERMC que se publicará próxi-
mamente.
19
Cfr. Artículo 12 de la Ley de 1 de marzo de 1940. El Tribunal Especial estaría pre-
sidido por una persona designada por el Jefe del Estado, un general, un jerarca de Falange y
dos letrados.
20
Aunque la sede se fijó en Madrid, en junio de 1940 comenzó a funcionar en Salaman-
ca una oficina provisional, dentro de la Delegación de Asuntos Especiales pero independien-
te de ella. Este Archivo permaneció en Salamanca incluso después de comenzar a trabajar el
Tribunal en Madrid. A partir de 1944 pasó, dice Jaramillo, a estar directamente bajo la depen-
dencia del Delegado de los Servicios documentales y se integró de hecho en la Sección Espe-
cial. Cfr. Jaramillo, Documentación masónica… cit. p.834.
21
La Secretaría reconoció la labor imprescindible que realizó Marcelino de Ulibarri al
mantener que es «el que ha hecho posible el funcionamiento de ese Tribunal, el que ha faci-
litado el ingente arsenal de datos, todos fidedignos, que permite proceder con plena seguridad
en la dificultosísima especialidad de que este Organismo conoce». Cfr. Informe de la Secreta-
ría del Tribunal. Memoria de 31 de diciembre de 1941. En opinión de Quintana, el otorgar
nuevamente la presidencia de este Tribunal a Marcelino Ulibarri «pretendía garantizar una
perfecta armonía entre la Delegación de Asuntos Especiales, Recuperación de Documentos y
Tribunal Especial para la represión de la Masonería y el comunismo». Cfr. Quintana, Fuen-
tes…cit, p. 500.
orígenes de la ley de 1 de marzo de 1940 y criterios penales y procesales … 341
22
Cfr. Memoria del TERMC de 1.º de abril de 1941.
23
Cfr. Memoria del TERMC de 1.º de abril de 1941 y Acta de constitución del TERMC.
24
Informe de la Secretaría del Tribunal. Memoria de 31 de diciembre de 1941.
25
Informe de la Secretaría del Tribunal. Memoria de 31 de diciembre de 1941.
26
Memoria Informe de la Fiscalía n.º 2, de 31 de diciembre de 1941.
342 Guillermo Portilla Contreras
se en secreto pero las resoluciones tenían que ser públicas 27. En ese sentido se
afirma que:
»si lo que se busca es la ejemplaridad, qué ejemplaridad se logra si la sen-
tencia no se divulga. Los nombres de los masones deben publicarse cuando la
condena sea firme. Que todo el mundo sepa que lo son. El secreto que lo guar-
den ellos que son los interesados en guardarlos. Nosotros no, no tenemos nada
que ocultar. La Iglesia católica siempre ha sido enemiga del secreto. La oscuri-
dad y la sombra son las aliadas sempiternas del pecado mortal. El delincuente
siempre buscó el misterio, el masón, superdelincuente, basa en el misterio toda
su política. El cincuenta por ciento de este Tribunal estriba en que se sepa. La
parte dispositiva de las sentencias debería publicarse al día siguiente de dictadas,
en todos los periódicos de España».
Además, la Fiscalía, en su intento de generar apoyos en pro de la publicidad,
recuperó el sentido preventivo general de las condenas a favor de la publicidad
de las mismas. La tesis esgrimida era que si bien se conocía la condena en re-
beldía de los dirigentes masones y comunistas por el ciudadano medio debido
a la publicación de estas sentencias en el BOE, no ocurría lo mismo con las
auténticas condenas a privación de libertad y de derechos de los masones y
comunistas de base.
»Y, claro está, si uno de los fines principales de las penas es la ejemplaridad, cuando la
pena no se conoce, no puede haber ejemplo. Da lugar esta falta de difusión de las
condenas a los comentarios más peregrinos de la gente de la calle; se atribuye la cuali-
dad de masón a gente que no lo es y se niega tal cualidad al convicto y confeso conde-
nado por el Tribunal. Esto no sucedería si se aplicaran también en el Boletín Oficial
del Estado o (aún mejor) en los periódicos de más difusión, la parte dispositiva de las
Sentencias. El Derecho penal, sobre todo, es de carácter público, y fuera de las senten-
cias que afectan a delitos privados, se publican todas. El establecer una excepción con
las sentencias del Tribunal antimasónico obedece, sin duda, a la índole especial de los
delitos que sancionamos. A los masones hay que combatirlos con sus propias armas,
dicen algunos: el mismo secreto que ellos guardan debemos guardar nosotros. No
suscribe el Fiscal esta opinión, cree al contrario que sería una sabia norma de conduc-
ta la de actuar siempre de manera totalmente opuesta a como ellos actúan. Si la maso-
nería, inspirada en el mal, opta por el secreto, nosotros, inspirados en el bien, debemos
optar por la difusión. Y es precisamente a esta difusión a lo que más temen los maso-
nes; quizás, para muchos, bastará este como único castigo. En el siglo pasado, en Fran-
cia, según cuenta el padre Hillaire, el sólo anuncio de la publicación de la lista de
masones, hizo que muchos se borraran de las Logias. Si ahora, en España se publica-
sen las listas de los masones convictos y confesos ante el tribunal, desenmascarándoles
y arrebatándoles el antifaz, se resentiría más la «Augusta Orden» que con las condenas,
sin hacerse públicas, de muchos de sus miembros. Sería esta una sabia medida social
para que nadie luego se llevara a engaño. El Estado se dirige a los ciudadanos y les
dice: Fulano, Mengano y Zutano son masones; ya lo sabéis; si queréis luego vosotros
seguir tratándoles y convivir con ellos, ya sabéis a qué ateneros» 28.
Hasta tal punto llegó a criticarse el secretismo del Tribunal que en la Me-
moria de la Fiscalía n.º 1, de 1942, ante el aluvión de censuras por el ocultismo
practicado, se expuso la conveniencia de ampliar las facultades del Tribunal
Especial para conocer y castigar todos los delitos conexos al de masonería; espe-
cialmente debía tener competencia para juzgar todas las campañas difamatorias
que se dirijan contra el propio Tribunal especial o cualquiera de las personas que
con carácter oficial intervienen en los procedimientos 29.
Otra característica del Derecho penal de excepción propia de la Ley de 1.º
de marzo de 1940 y del TERMC fue la infracción continua del principio de
irretroactividad de la ley penal desfavorable. En ese sentido, se sancionaba a
aquellos masones que lo eran años antes de la publicación de la ley que engen-
dra el delito. No obstante, el Tribunal se empeñó en aclarar que no se castigaban
comportamientos retroactivos a la entrada en vigor de la ley sino conductas
omisivas basadas en la ausencia de retractación. A pesar de esta excusa, a oídos
del TERMC llegaba el comentario insistente de que su actuación era antijurí-
dica. Frente a esta denuncia la Fiscalía respondió así:
«La ley de masonería, afirman, como todas las leyes penales, debe regir solo para el
futuro; no debe tener efecto retroactivo en lo que perjudica al reo: ¿por qué se castiga
un delito pretérito, un delito anterior a la ley? Nullun crimen, nulia pena sine lege. Cuan-
do Fernando de los Rios y Martinez Barrio se iniciaron como masones, no había
ninguna ley que castigara la masonería. Así argumentaban a diario multitud de perso-
nas desconocedoras en absoluto de la actuación del Tribunal y aún quizás del mismo
texto de la ley. Si las sentencias se hicieran públicas se convencerían de que no se cas-
tiga ningún delito perpetrado antes de la promulgación de la ley. El delito típico que
con la ley creó es un delito posterior a su promulgación, Existe, no por haber sido
28
Cfr. Memoria de Fiscalía, n.º 2, de 31 de diciembre de 1942.
29
No puede olvidarse, indicaba la Fiscalía, que «es precisamente la difamación una de
las armas que maneja la masonería y debe por ello acudirse con energía y eficiencia a reprimir
cualesquiera maniobra que puedan intentar en tal sentido».Cfr. Memoria e Informe de la
Fiscalía numero uno de 31 de diciembre de 1942.
344 Guillermo Portilla Contreras
masón antes de la ley, sino en no retractarse en el plazo que la Ley prescribe. Y por
lo que afecta a los retractados ya previene el artículo 9 que «si facilitan datos falsos u
ocultasen otros» se estará en el caso de los no retractados, esto es la retractación
será nula. Nada más jurídico, pues, que las condenas de los masones no retractados o
las de los retractados falsamente. Por lo que respecta a los retractadotes veraces, no se
les impone ni se les puede imponer ningún «castigo», ninguna «sanción» que tenga
carácter de tal: Pero el Estado puede y debe tomar sus medidas. Y así como el Estado
establece los requisitos que se necesitan para participar de las funciones públicas, pue-
de establecer como uno de sus requisitos el no haber sido nunca masón. Por eso,
aún algunos retractados veraces, se les ha excluido de las funciones públicas, no por la
vía del castigo, sino de garantía de un Estado antimasónico que no quiere confiar sus
augustas funciones a los que pertenecieron a una secta enemiga de él. Este es el senti-
do y el alcance de las Sentencias que aplican el art. 8 de la ley. La inhabilitación para
cargos públicos no es una sanción, es una medida de gobierno. El Estado respeta y da
comercio en su seno, en calidad de «gobernado» al masón retractado verazmente que
ha cumplido escrupulosamente las leyes vigentes; pero no se confía en él, para ele-
varle a la cualidad de gobernante. Es la misma medida precautoria que un Estado
antimasónico puede tomar» 30.
En resumen, la tesis defendida por el Tribunal era que lo que la ley sancio-
naba en el supuesto de masones que habían adquirido tal condición en una fecha
anterior a la publicación de ésta, no era el delito de masonería en sí, sino el
delito «sui generis» por omisión, de no haberse retractado. Por lo tanto, «el
arrepentimiento que se podría alegar es, pues, únicamente el arrepentimiento
de no haberse retractado, es por ese motivo por el que se les condena no por
haber sido masones» 31. Como ironía no está nada mal. ¿De qué tenían que re-
tractarse si hasta 1940 la condición de masón no constituía delito?
Al margen de las características excepcionales de la ley y del propio TER-
MC que los definen como paradigma del Derecho Penal de autor, por lo demás,
el procedimiento seguido era el siguiente: se iniciaba con la apertura del suma-
rio por los jueces instructores 32, las diligencias se ejecutaban con la aportación
30
Cfr. Memoria-Informe de la Fiscalía numero dos de 31 de diciembre de 1942.
31
Cfr. Memoria-Informe de la Fiscalía numero dos de 31 de diciembre de 1942.
32
Bastante interesante resulta el resumen realizado por Jaramillo de los documentos
contenidos en cada sumario del Tribunal: 1.Carpeta resumen con el nombre del encausado, el
número y fechas de las actuaciones más importantes. 2. Oficio de remisión del expediente y
certificado de antecedentes del encausado.3. Informe del Vocal ponente, en su caso.4. Provi-
dencia del Tribunal y del Juzgado para elevar el expediente a sumario.5. Providencias solici-
tando informes sobre el encausado a la Dirección General de Seguridad (antecedentes y
búsqueda), jefe de Policía de su lugar de residencia (datos actualizados sobre el personaje),
Dirección General De prisiones (por si está preso). Si el encartado no aparecía, se elevaba al
Tribunal propuesta de archivo, previo pase al fiscal, de tal forma que el juzgado remitía a la
Secretaría General el sumario, quien tras la providencia del Tribunal resolviendo el archivo
orígenes de la ley de 1 de marzo de 1940 y criterios penales y procesales … 345
provisional, lo mandaba al servicio de ejecutorias, para que lo llevara a cabo.6. Exhorto diri-
gido al juez del lugar de residencia del acusado, para que le reciba declaración de su filiación
y actividades masónicas.7. Declaración del acusado.8. Auto acordando el procesamiento. 9.
Exhorto al juez de su lugar de residencia para que le comunique el procesamiento, le reciba
declaración indagatoria y le pregunte si desea comparecer personalmente a la vista. 10. auto
declarando terminado el sumario. 11. Dictamen con las conclusiones del fiscal, del cual el juez
daba traslado al interesado, quién solí contestarlas por escrito, aunque podía hacerlo verbal-
mente.12. Abjuración, retractación y descargo del encartado. 13. tras esto el fiscal solicitaba la
celebración de la vista, para lo cual el juez enviaba el sumario al Tribunal y este fijaba la fecha.
Acta de la sentencia del Tribunal.14. Sentencia.15. Publicación y notificación. Cfr. Jaramillo,
Documentación…cit, pp. 836-837.
33
Informe de la Secretaría del Tribunal. Memoria de 31 de diciembre de 1941.
34
Sobre el volumen de trabajo del Tribunal, relata la Secretaría que hubo semanas de
tres o cuatro sesiones, lo suficientemente prolongadas para verse en cada sesión de 17 a 20 o
más procesos, dictándose seguidamente las sentencias, realizándose notificaciones en plazos
legales. Todo ello unido a las sesiones dedicas al examen de expedientes por incoar, incidencias,
recursos, preparación de labor, traslado de presos, y busca y remisión de encartados y ausentes,
etc. Cfr. Informe de la Secretaría del Tribunal. Memoria de 31 de diciembre de 1941.
346 Guillermo Portilla Contreras
35
En el segundo año de funcionamiento del Tribunal, los datos del trabajo realizado
por la Fiscalía, teniendo en cuenta la precariedad en la que se desenvolvía, ya que además del
Fiscal, solo colaboraban un funcionario técnico, un teniente fiscal y un auxiliar mecanógrafo,
eran importantes. A pesar de todo, el número de los asuntos en los que calificó o emitió dic-
támenes la Fiscalía número uno se eleva a 1872, habiendo informado in voce en 660 vistas
celebradas por el Tribunal en procesos con encartados presentes, y en otros 309 vistas celebra-
das con los reos declarados en rebeldía; en total son pues 969 las Vistas celebradas por delitos
de Masonería, a las que han de añadirse otras 20 Vistas celebradas en sumarios tramitados por
delitos de comunismo, y el estudio e informes escritos evacuados para solicitar el sobresei-
miento, -provisional o definitivo- en 162 procesos de Masonería y 75 procesos de Comunismo,
aparte de otros dictámenes sobre cuestiones de competencia y diversas incidencias. Por razo-
nes de tipo exclusivamente económico, debido a que solo dos Juzgados Instructores comen-
zaron el año 1942, y tres desde el mes de septiembre de ese mismo año, con ubicación en
Madrid, los procesos se tramitaron siguiendo un orden geográfico, para que los desplazamien-
tos del personal de Juzgados y Fiscalías no aumentaran excesivamente. Así, el Juzgado Espe-
cial número uno, con intervención de la Fiscalía, se trasladó en 1942 a las poblaciones de La
Línea de la Concepción, Algeciras, Huelva, Cádiz y Sevilla, tramitando numerosos sumarios
referentes a los afiliados a las diversas Logias. También ha tramitado procesos de afiliados a
las Logias de Madrid y de otras ciudades respecto de las cuales no precisaba el desplazamien-
to del Juez Instructor por existir elementos de prueba suficientes contra los encartados, en los
Archivos de la Delegación del Estado para la Recuperación de documentos de Salamanca,
Sección Especial. Se añade en la Memoria que especialmente las Logias de Asturias y Galicia
ya que sobre éstas se habían tramitado procedimientos por la Jurisdicción Militar durante la
Guerra de Liberación. Cfr. Memoria e Informe de la Fiscalía numero uno de 31 de diciembre
de 1942.
36
Memoria de la Fiscalía, n.º 1. Documento de 5 de enero de 1942. Con cierta sorna,
uno de los argumentos empleados para justificar la benignidad de las sanciones fue el trans-
curso del tiempo, pues «son muchos los que han pasado a comparecer ante el Tribunal de
Dios».
orígenes de la ley de 1 de marzo de 1940 y criterios penales y procesales … 347
Una característica de los primeros juicios del TERMC fue juzgar en rebeldía a
personajes que habían alcanzado un alto grado dentro de la masonería o un cargo
político importante en partidos de izquierda. Para todos ellos se solicitó la máxima
pena al interpretar que se daba la circunstancia agravante de la cualificación alcan-
zada dentro de la Organización. Más tarde, a raíz de la sentencia de 16 de septiem-
bre de 1941 37, contra julio álvarez del vayo, comienzan las condenas por delito
conjunto de masonería y comunismo. Se suele condenar como autor de un delito
consumado de masonería y comunismo con la concurrencia de solas circunstancias
agravantes a la pena de treinta años de reclusión mayor, con sus accesorias.
Uno de los casos más sorprendentes juzgados por el TERMC fue el de
Andrés Nin Pérez 38. En el Sumario aparece como situación del inculpado: fa-
llecido, posteriormente tachado, y a continuación en ignorado paradero a 17 de
noviembre de 1942 39. Cuando ya se conocía su muerte fue juzgado y condenado
a la pena de 20 años como autor de los delitos consumados de masonería sin
circunstancias y comunismo con la circunstancia agravatoria del artículo 6.º, p.
2.º, relativa a las «diversas actividades de agitación a que se dedicó el procesado».
Las razones de tal condena obedecen, en opinión del Tribunal, a que en fecha
anterior al Gobierno del General Primo de Rivera, «marchó a Rusia, donde
obtuvo del gobierno ruso un elevado cargo y, a su regreso a España, se dedicó a
hacer intensa propaganda marxista. Durante el dominio rojo colaboró con sus
dirigentes, desempeñando entre otros cargos, el de Consejero de la Generalidad
Catalana. Autor de saqueos y asesinatos, fue fundador del Bloque Obrero Cam-
pesino, más tarde afiliado al POUM y colaborador con la FAI».
Acerca del resto de masones imputados, la Memoria de 31 de diciembre de
1941, explica las razones de las sanciones en esos primeros meses de puesta en
marcha del TERMC 40, ofreciendo la justificación de la condena impuesta: la
pena de 20 años se aplicó a las personas en las que recaía las agravantes del ar-
tículo 6.º 41, en el supuesto de los condenados a 12 años y un día eran masones
37
Sumario 79/208.En el fundamento jurídico expone que en ese complejo delito de
masonería y comunismo, del artículo 4.º de la ley de 1940, destaca más el delito comunista
por los graves hechos en los que culmina, que el delito de masonería.
38
Sentencia de 17 de febrero de 1943, Sumario 1063/3870. Tribunal Saliquet, Oliveros,
Borbón, Pradera. Fecha de incoación el 14 de julio de 1942 y de conclusión el 2 de enero de
1943.
39
Fecha del auto de procesamiento y prisión provisional 2 de enero de 1943: en rebeldía.
40
En ese periodo se condenó a ciento nueve masones, de los que ochenta y uno sufrie-
ron una condena de doce años y un día de reclusión, nueve, la de veinte años y un día de
reclusión mayor, otros nueve, la de inhabilitación para cargos públicos, y, por último, diez
fueron condenados a seis años y un día de prisión mayor.
41
Lo que ocurre en la Sentencia de 4 de noviembre de 1941. Sumario 93/272 contra
Salvador Sama de Sarriera. Tribunal: Saliquet, G. Oliveros, Rada. Tras una crítica a la trai-
348 Guillermo Portilla Contreras
ción a sus tradiciones de quien ostentaba el título de Marqúes de Marianao, el Tribunal indi-
ca que ingresó en la masonería en 1932, en la Logia La Unión n.º 88 de Madrid. Con nombre
«Byron», llegó a obtener el grado tercero de Maestro Masón. Formó parte de la Gran Decisión
Ejecutiva de la Gran Logia Española y en 1934 se le exaltó al grado tercero. No consta su baja
y presentó fuera de plazo declaración de retractación. «En el aspecto político siguió una trayec-
toria análoga a la reflejada del masónico, con complacencias, en el procesado injustificables, dada
su tradición, antecedentes y fortuna, hacia el Frente Popular». Es delito masónico pues ingresó
en la secta, alcanzó altos grados y desempeñó comisiones, sin que a ello pueda oponerse una baja
real y efectiva ni una estimable declaración, ya que esta se produjo fuera del plazo. Concurren
las agravantes de las mencionadas en el artículo 6.º de la ley aludida especialmente la de haber
pertenecido a la Gran Comisión Ejecutiva de la Gran Logia Española, puesto que revela una
especial confianza de la secta. Se impone la mayor de las penas prescritas en el art.5.º de la ley
de 1 de marzo de 1940, la pena de veinte años y un día de reclusión mayor.
42
Respecto a supuestos de retractación insuficiente por insincera para producir los be-
neficios que la ley le otorgaba, es muy instructiva la Sentencia de 15 de octubre de 1941, Su-
mario 88/158, contra Fernando Pastor López. En torno a la falsedad de la Retractación, el
Informe del vocal ponente del Tribunal, en 10 de julio de 1941, consideró que «
contra lo que
él afirma en el punto 4.º de su retractación está la realidad demostrada con los escritos de su
puño y letra que obran en su expediente masónico y que literalmente se transcriben en el
certificado de la Sección especial. Los trabajos antes citados demuestran su celo masónico y
revela asiduidad lo cual tampoco compagina con lo que declara en el punto 7.º de que sólo
asistió a una parte de las reuniones semanales de la Logia. La solicitud de ingreso a la Logia
suscrita por el expedientado en la que consta la Declaración de principios de la masonería»,
refuta el alegato que hace en el punto 9.º y su juramento al ser iniciado aceptando la exco-
munión de la Iglesia Católica destruyen la disculpa que también expone de que creyó que la
masonería era compatible con las creencias religiosas». Tras negar la eficiencia de tal Declara-
ción se le impuso la pena del art.5 en grado mínimo, 12 años y un día de reclusión menor.
Otro ejemplo de retractación ineficaz, según la versión ofrecida por el Tribunal, se recoge en
la Sentencia de 22 de octubre de 1941. Causa 97 contra Francisco Quintero Breva, An-
tonio Garrido Ligero; Jose Banda Garcia; German Mora Sanchez; Nicolas Espada
Montero; Jose Palenzuela Gil; Jose Lucas Perez; Juan Maldonado Gallo.
43
En la sentencia de 10 de octubre de 1941, sumario 17/, dictada contra Antonio Roig
Romami, integrado en el partido Izquierda Republicana Catalana desde 1931 y agente de
primera en la policía de la Generalidad, se considera que la declaración-retractación se realiza
fuera del plazo legal y en ella se omiten los más importantes extremos de los que la ley se
preceptúa. En este caso, se considera que los hechos «dan lugar al delito de masonería, ya que
ingresó en la masonería y no consta su baja o alejamiento reales y efectivos
por otra parte, no
puede beneficiarle una retractación realizada a destiempo y con omisión de los puntos mas
esenciales, de los prevenidos en el artículo 7.º de la ley y orden complementaria de 30 de
marzo de 1940». Por esta razón, se le aplica la pena de reclusión menor del art.5.º en grado
mínimo.
44
De hecho, se reconoce que más del ochenta por ciento de los masones no pasaron del
grado tercero. Memoria Informe de la Ficalía n.º 2, de 31 de diciembre de 1941.
orígenes de la ley de 1 de marzo de 1940 y criterios penales y procesales … 349
45
Sumario 22/48, contra Emilio Store Alicia. Tribunal: Saliquet, G Oliveros, Pradera.
46
Sumario.268/518, contra Jaime Font Calvo. Tribunal: Saliquet, Pradera, Rada.
47
Memoria Informe de la Fiscalía n.º 2, de 31 de diciembre de 1941.
48
Tribunal: Saliquet, Oliveros, Rada, Pradera.
49
Memoria Informe de la Fiscalía n.º 2, de 31 de diciembre de 1941.
350 Guillermo Portilla Contreras
de toda la masonería ya que tras unos inicios nada sospechosos de su giro final,
«evolucionó marcadamente hacia el campo opuesto a sus anteriores actuaciones
y atacó duramente a sus antiguos correligionarios, y en esta posición trabajó en
la preparación del Alzamiento, y ya a partir del mismo fue asiduo colaborador
Del Glorioso General Mola, hizo estimables campañas en prensa, radio, publi-
caciones, algunas concretamente contra la masonería, discursos, etc.».
En otros supuestos se dictaba una sentencia absolutoria por falta del ele-
mento subjetivo: cuando la finalidad del ingreso en la masonería era la búsque-
da de trabajo y no otro interés anticlerical, político o económico 52. Esta es la
solución propuesta en la Sentencia de ocho de octubre de 1949 53, contra rosen-
do porto vidal, que quedó fuera de la definición de masón, y, por tanto, ex-
cluido de la penalidad del art.5.º de la ley de 1.º de marzo. El Tribunal lo defi-
ne como persona de escasa cultura y falto de peligrosidad, que emigró a EEUU
en busca de trabajo y para conseguirlo ingresó en la Logia Internacional n.º 22
de Nueva York con el nombre de Salomón, alcanzando el grado 3.º de Maestro
Masón. Considerando que «aunque desempeñó cargos a su regreso de América
del Norte no aparece consumado el delito masónico que define el artículo 4.º
de la ley de 1940, ya que la finalidad del ingreso fue la busca de trabajo y ya que,
también, a los intentos de un alejamiento efectivo ha seguido una retractación
sincera, como se ha estimado, no obstante defectos de redacción, perfectamen-
te explicables ante la ausencia de cultura que en el procesado se observa». En
otras ocasiones, a masones, que lo eran con anterioridad a la ley de 1.º de mar-
zo, y que presentaron la Declaración-Retractación declarada veraz, no se le
aplicaban penas privativas de libertad sino las de derechos propias del artículo
8.º de la ley en su relación con el artículo 7.º 54. Es decir, si bien faltaba un hecho
en la misma o peor situación que yo con respecto a la masonería, ya que yo, por ejemplo, estoy
ante este Tribunal y en cambio en mi misma profesión de periodista, con la agravante de no
haber hecho pública rectificación del pasado y siendo masón, grado tal, de la logia tal, se sus-
tenta incólume en un prestigio falso y presumiendo de ser válido de la más alta figura nacional
otro compañero al que sin duda no alcanza la sanción». Galarza dice que, a continuación, el
Tribunal le ordenó que manifestara el nombre del aludido. Contestando el Sr. Pérez Madrigal:
«Se trata de D. Victor Ruiz Albeniz, El Tebib Arrumi».
52
Falta también el elemento intencional en la Sentencia 22 de Octubre de 1941, Su-
mario 97/253, contra Juan Minchon Benitez. Tribunal: Saliquet, G. Oliveros, Pradera,
General Rada.
53
Sumario 64/48.
54
Sobre la aplicación de las sanciones privativas de derechos, ofrece una explicación la
Sentencia de 11 de noviembre de 1957, Sumario 433-57 del Juzgado n.º 2 correspondiente
al 52.876, contra Pedro Iglesias Estevez. Tribunal: Cánovas, López Ortiz, Rodríguez
Rodríguez, Ros Lizana. «Los hechos relatados no determinan aquella función especial de este
tribunal que señala el artículo 13 de la ley, en su relación con los tres, cuatro, cinco y nueve de
la misma y que precisamente ha de versar sobre la aplicabilidad de las penas de reclusión que
352 Guillermo Portilla Contreras
el último citado preceptúa. Tales hechos dan lugar a una hipótesis legal de distinta valoración
y sanción, según los artículos 7 y 8 de la misma ley e igualmente de atribuida competencia a
este tribunal conforme al art. 12. a la aplicación del art.8 antes mencionado se llega mediante
la consideración de que no dándose excusas absolutorias, el encartado ha presentado declara-
ción-retracción que se ha estimado sincera. Entre las medidas de diversa índole y tipo que los
mencionados arts 12 y 8 entregan a las facultades sancionadoras del Tribunal, se aplican las
de inhabilitación y separación como más adecuada a la índole y características de los hechos
y condiciones personales del encartado».
55
Sumario 6/19, contra Arturo Taracido Veira. Tribunal: Saliquet, G. Oliveros,
Pradera.
56
Sumario. 8.904 y 9605. Se trata de un caso en el que obtuvo el grado tercero de
Maestro masón y abjuró públicamente, sin presentar la DR. Según el Tribunal era «De mar-
cada ideología izquierdista. Militó en el Partido socialista francés y organizó envió de víveres
que el Frente Popular francés mandaba a los rojos». No concurre ninguna circunstancia
agravante por eso se impone la menor de las penas del art. 5 en grado mínimo. Se le condena
a 12 años y un día. Ahora bien, «dada la naturaleza y nacionalidad extranjeras del procesado
se sugiere respetuosamente al Gobierno la conveniencia de su expulsión».
orígenes de la ley de 1 de marzo de 1940 y criterios penales y procesales … 353
61
Tribunal: Saliquet, Oliveros, Borbón, Pradera.
62
Cfr. Memoria que eleva la Secretaría General del Tribunal. 1942.
63
Como ejemplos de altos grados dentro de la masonería sancionados con la pena de
treinta años. Cfr. S. 18 de junio de 1945, Sumario 799-44 Juzgado n .º 3 correspondiente al
11.216 del Tribunal contra Jaime Valls Segura. Tribunal: Canovas, Oliveros, Solans. Llegó
a alcanzar el grado 19 y luego el 30 en 1923. Desempeñó los cargos de Maestro de Ceremo-
nias y Primer Experto. Se le sanciona por delito de masonería por alcanzar el grado 30, con
las circunstancias agravantes del artículo 6.º, a la pena de 30 años de reclusión mayor; S. 18 de
junio de 1945, Sumario 796-44 Juzgado n.º 3 correspondiente al 11.191 del Tribunal contra
Juan Manuel Iniesta Sancha. Tribunal: Canovas, Oliveros, Solans. Alcanzó el grado 33, des-
empeñó los cargos de Secretario de la Logia Renovación y fue también Orador. Comete el
delito de masonería por alcanzar el grado 33, con la circunstancia agravante del artículo 6.º ,
alto grado alcanzado; S. 23 de junio de 1945, Sumario 777-44 Juzgado n.º 3 correspondiente
al 11.102 del Tribunal contra Ceferino Gonzalez Castroverde. Tribunal: Canovas, Oli-
veros, Solans. Desempeñó los cargos de Primer vigilante, Gran Consejero del Grande Orien-
te. Delito de masonería por ingresar en la secta, con la circunstancia agravante del artículo
6.º, alto grado alcanzado. De todas formas hay excepciones, por ejemplo, la S. 23 de junio de
1945, Sumario 531-44, Juzgado n.º 3 correspondiente al 10.014 del Tribunal, contra José
Fernández Murias. Tribunal: Canovas, Oliveros, Solans: A un masón que alcanzó el grado 3.º
de Maestro Masón y ocupó los cargos de Guardatemplo, Gran Consejero, se le aplicó un
delito de masonería por ingresar en la secta, no retractarse, con la circunstancia agravante del
art. 6. Sin embargo, no se impuso la pena de treinta años sino la mayor de las penas del art.5
en grado mínimo: 20 años de reclusión mayor.
orígenes de la ley de 1 de marzo de 1940 y criterios penales y procesales … 355
64
Que en opinión del Tribunal eran «tan pobres de fondo como ampulosas de forma,
pero siempre irreligiosas, o cuando menos influenciados por una nebulosa moral humana y
racionalista».Cfr. Memoria que eleva la Secretaría General del Tribunal. 1942.
65
La Sentencia de 19 de enero de 1942, Sumario 323, contra Daniel Sanchiz Aviles,
sostuvo que no existía delito masónico pues si bien «ingresó en la secta y asistió a pocas re-
uniones, inmediatamente se apartó de la misma, desplegó una actuación política patriótica y
religiosa totalmente opuesta a los postulados masónicos, abjuró de sus errores ante la Iglesia
durante la república. Todo esto prueba que la ruptura del encartado con la secta es todo lo real,
efectiva y explícita». Se dicta sentencia absolutoria.
66
En torno a las irradiaciones lo que más interesaba eran los motivos religiosos o polí-
ticos que las determinaban.
67
En la Sentencia de 12 de enero de 1942, se asume que la plancha de quite demuestra
que el sujeto ha dejado de ser un masón y, por consiguiente, se dicta una sentencia absolutoria.
Aunque ingresó en la Logia Liberación de Barcelona, en la que alcanzó el grado tercero,
Maestro masón en condiciones de ser elegido Gran Maestre Nacional. En 1930, dejó de co-
tizar y se reconcilió con la Iglesia. Comenta el Tribunal que «el Movimiento le sorprendió en
zona roja que abandonó inmediatamente. Prestó servicios en pro de la causa reputándole como
adherido a personas de tanta significación como el Gobernador del Banco de España y un
Ayudante del Cuartel General de S.E., del mismo modo lo garantiza el Excmo. Sr. Embajador
de Alemania que lo presenta como adherido al Partido Nacional-Socialista y persona de
confianza de la Embajada».
68
Se estudiaron básicamente las bajas sin planchas de quite. Cfr. Memoria que eleva la
Secretaría General del Tribunal. 1942. En la Sentencia de 4 de febrero de 1942, Sumario
197/481, contra Manuel Blasco Garzon se considera que la baja por falta de asistencia y
pago es de aquellas que no tiene virtualidad suficiente para poder reputar al encartado baja en
la secta.
69
Cfr. Memoria que eleva la Secretaría General del Tribunal. 1942.
356 Guillermo Portilla Contreras
73
Informe de la Secretaría del Tribunal. Memoria de 31 de diciembre de 1941.
74
Informe de la Secretaría del Tribunal. Memoria de 31 de diciembre de 1941.
75
Sumario 22/46 del Juzgado Especial, n.º 2, correspondiente al 16.548 del Tribunal.
76
Informe de los Juzgados número 1 y 2. Memoria de 1942.
77
Informe de los Juzgados número 1 y 2. Memoria de 1942. Existieron distintas formas
de llevar a cabo la abjuración: Unos se confesaron con sacerdotes no delegados y presentaban
solo certificaciones particulares, más bien de antecedentes religiosos, que los Juzgados apenas
si valoran porque en la práctica simultaneaban la Logia y la Iglesia; otros fueron absueltos por
Párrocos acogidos al Privilegio Cuarto de la Bula de la Santa Cruzada, sin constancia en el
Archivo Diocesano: y finalmente, se cita en el informe, algunos facilitan certificados en los
cuales la fecha del acto no se halla determinada sino por vagas formas adverbiales, que no
permiten señalar el día.
358 Guillermo Portilla Contreras
78
Cfr. Sentencia de 11 de Diciembre de 1942, Sumario. 1098/4284. Este profesor
compareció espontáneamente ante el Rector de la Universidad «exponiéndole cuales habían
sido sus relaciones con la secta, extremo que tampoco ocultó en su expediente de Depuración
habiendo sido admitido sin sanción e inclusive designado para formar parte de una de las
Comisiones de restablecimiento de los servicios de enseñanza de Cataluña y habiendo también
actuado en el año 1937 en servicios oficiales de propaganda». El Tribunal valora que «su con-
ducta religiosa y su actuación pública reparó en parte el mal causado». Por tal motivo no se
impone una pena privativa de libertad sino inhabilitación absoluta perpetua.
79
Cfr. Memoria que eleva la Secretaría General del Tribunal. 1942.
orígenes de la ley de 1 de marzo de 1940 y criterios penales y procesales … 359
80
En declaración de 18 de febrero de 1942, en Málaga, delata a masones de Granada, y
comunica al Tribunal que no presentó la declaración retractación por creer que no lo tenía que
hacer por haber ya manifestado su condición de masón ante el juzgado de Responsabilidades
Políticas, y haber dirigido un escrito al Arzobispo de Granada alrededor del mes de septiembre
de 1936, abjurando de sus errores masónicos
».Como contestación al pliego de cargos, en Má-
laga, a 19 de febrero de 1942, al tercer cargo contesta que: «el declarante presentó ante el Exc.
Arzobispo de Granada su retractación, ingresando nuevamente en el seno de la iglesia católica;
que la retractación ordenada por la ley de después la hizo así mismo, encargándose de presen-
tarla al Gobierno Civil de Granada, D. Ricardo Ruiz Rodríguez, amigo del declarante y Cami-
sa Vieja de la Falange Granadina, y este Sr quedó en el encargo, puesto que yo por mi calidad
de viajante, no paraba casi nada en Granada, extrañándome por tanto el cargo que no hiciese la
retractación». En el expediente se contiene un telegrama fechado el 27 de febrero de 1942 en el
que se dice José Lopera Vaquero Natural de Granada de 41 años de edad abjuró de la masonería
el 10 de septiembre de 1936 pero sin formalidades canónicas. Ingresó en las Milicias Nacionales
de Granada y posteriormente en FET y de las JONS por lo que se le ordenó prestar servicios en
la Censura de Correos de Málaga en 1938.
81
Tribunal: Saliquet, Oliveros, Borbon, Pradera. No obstante, se hace constar que la
pena impuesta es notoriamente excesiva teniendo en cuenta «la concurrencia de cinco circuns-
tancias favorables al procesado como son, la buena conducta política y privada del mismo el
escaso grado obtenido en la secta pues no pasó del primero de Aprendiz Masón, el aparta-
miento de la misma iniciado por su baja en el 1934 debido a su campaña antimasónica, la
abjuración canónica de sus errores verificada con anterioridad al Glorioso Movimiento Na-
cional y por último los servicios prestados durante este en los frentes de batalla». Se sugiere
la conmutación por la inhabilitación y separación.
82
Cfr. Memoria que eleva la Secretaría General del Tribunal. 1942.
360 Guillermo Portilla Contreras
«Es el arrepentimiento una cosa tan sutil que resulta en la práctica muy difícil de co-
nocer. Para los efectos de la aplicación de la Ley, al Estado no le importa el arrepenti-
miento, ni tienen los Estados jurisdicción sobre las conciencias, si tienen los tribunales
de la tierra que hacer ningún pronunciamiento sobre materias que afecten solamente
al santuario de la intimidad. El arrepentimiento no se puede imponer por la coacción
como se imponen diez años de presidio
si se quiere se arrepiente uno, si no se quiere,
no, aunque se impongan al pecador todas las leyes del mundo. Ahora bien, si las razo-
nes que tiene el Estado para excluir de las funciones públicas a determinados sujetos,
es porque no se fía de ellos por conocer su pasado, si ese pasado se ha borrado total-
mente con lágrimas o con sangre, desaparecen los motivos de la desconfianza y la
consiguiente razón para la exclusión de las funciones públicas que impone el Estado
(no como castigo, sino como precaución) a los masones que no le constan que estén
arrepentidos. Esta es la razón porque se absuelve libremente a los masones arrepenti-
dos antes de la promulgación de la ley. En efecto, el artículo 4.º dice que son masones
a efectos de la ley aquellos que habiendo ingresado no han «roto explícitamente con la
secta», y el Tribunal estima que ha existido esa «rotura explícita» cuando ha tenido
lugar un arrepentimiento perfectamente exteriorizado con ciertos hechos, cuales
son, yr gr. Las abjuraciones solemnes ante las Autoridades Eclesiásticas antes de dicha
promulgación de la Ley».
83
Tribunal: Presidente. G. Oliveros. Vocales: Pradera, Rada.
orígenes de la ley de 1 de marzo de 1940 y criterios penales y procesales … 361
que por cierto masón que estuvo en la cárcel con los demás y que ahora se cons-
tituye en confidente nuestro, se nos ha dicho: todos los masones forman en la
cárcel un grupo, haciendo «rancho aparte» de los demás presos: solo excluyen
de su trato a dos de los condenados como masones: a Francisco Ferrari Bi-
lloch y a Tomás de Benito Lania. El sumario contra Ferrari correspondió a
esta Fiscalía. Era persona sobradamente conocida en los medios periodísticos y
literarios. Escribió dos libros (uno de ellos antes de la guerra) combatiendo la
secta, al parecer, sinceramente; pero resultó masón no retractado e incurrió
después, en algunas contradicciones, y por eso se le condenó. El otro, Tomás
no
correspondió a esta Fiscalía, pero, al parecer tenía una historia parecida a la de
Ferrari; fue «fusilado» por los rojos, que le dejaron gravemente herido y se refu-
gió en la Embajada de Noruega, donde hizo unos ejercicios espirituales con el
padre Romané De la Compañía de Jesús. Antes de la promulgación de la
ley y en periodo rojo. Después este se retractó, y aunque había abjurado en el
fuero interno ante el Padre Romané en 1937 en zona roja, por no haberse re-
tractado e incurrir también en contradicciones, fue igualmente condenado, pero
el hecho de que el confidente del Tribunal que vienen de la cárcel diga que esos
dos, precisamente esos dos, son mirados por los demás con desconfianza, es por
sí solo bien elocuente; ¿no podrán ser los dos citados, entre todos los masones
condenados, los únicos realmente arrepentidos?».
Por otro lado, el recurso a la absolución por la presencia de la excusa abso-
lutoria prevista en el artículo 10, apartado a), de la ley se empleó en bastantes
ocasiones. Por ejemplo, se absolvió a Antonio Carballo Fernández en la
Sentencia de cinco de noviembre de 1941 84, pues cuando estalla el Movimiento
Nacional empuñó las armas y combatió por las calles de la Coruña a los elemen-
tos del Frente Popular. El Tribunal se apoya en que «ha desempeñado funciones
de soldado y burocráticas que han revelado su patriotismo y afección al régi-
men
desde la iniciación del Glorioso Alzamiento, sirvió como voluntario en el
Ejercito con la conducta ejemplar a juicio de sus jefes y si bien es cierto que
prolongó esta situación, mas de un año fue debido a imposiciones de tipo oficial,
que si le alejaron del ejercito no fueron obstáculo para que siguiera desempe-
ñando delicadas misiones con todo celo y patriotismo. Esto unido a lo estimable
de su retractación hace ineficaz el delito por virtud de lo dispuesto en los artí-
culos 8.º, 9.º y 12.º de la Ley y en consecuencia es procedente la absolución del
procesado». Igualmente se otorga la libre absolución conforme al artículo 12, ya
que se da la excusa absolutoria del art. 10 de la ley, en un supuesto en el que el
inculpado «sirvió de voluntario en los frentes de guerra desde el momento en
84
Sumario 45/92, contra Antonio Carballo Fernandez. Tribunal Saliquet, G. Oli-
veros, Rada.
362 Guillermo Portilla Contreras
que le fue posible durante más de un año; primeramente en las milicias y después
en el ejército nacional» 85.
Siguiendo con los principios adoptados en este primer periodo de funcio-
namiento del Tribunal, el fallo en un gran número de supuestos iba acompaña-
do de propuestas de conmutación de la pena que se elevan al Gobierno con la
sentencia misma 86. En bastantes ocasiones el Tribunal apreció que los preceptos
eran excesivamente severos, elevando entonces al Consejo de Ministros peticio-
nes de indulto o conmutación de la pena, amparadas en el artículo 2 del Código
penal común, alegando falta de malicia y escaso daño social 87. Un ejemplo de
solicitud de conmutación por favorecer a implicados en el Movimiento Nacio-
nal y religiosas, lo encontramos en el expediente de Juan Porras Serrano,
Sentencia de 5 de junio de 1942, Sumario. 293/942. Este ya había sido conde-
nado por la Jurisdicción militar e hizo favores de carácter facultativo a personas
afiliadas al Movimiento Nacional, amparando a religiosas afectas a los hospita-
85
Este es el caso de la Sentencia de 12 de junio de 1943, Sumario 926/ 3105 contra
José Manuel Gomis Iborra. Tribunal: Saliquet, Oliveros, Borbón, Pradera. Se comenta en la
sentencia que era de antecedentes derechistas, que trabajó en las elecciones de 1936 contra los
socialistas y durante el dominio rojo fue preso y llevado a fusilar salvándolo un antiguo chofer
militante de la FAI. Además, presentó Declaración Retractación, facilitó nombres de afiliados
a la masonería y llegó a ser Teniente provisional de Estado Mayor.
86
Resalta la Secretaría del Tribunal que era justo consignar «que en estas ocasiones, y en
otras de análoga significación, el más alto Organismo Nacional, resolvió las peticiones con rapi-
dez ejemplar normalmente en el primer Consejo de Ministros siguiente a la elevación del testi-
monio de sentencia-y para satisfacción del Tribunal, siempre mereció la propuesta la aquiescen-
cia completa del Consejo de Ministros».Cfr. Informe de la Secretaría del Tribunal. Memoria de
31 de diciembre de 1941. Un ejemplo de solicitud del indulto lo encontramos en la Sentencia
de 19 de noviembre de 1941, Sumario 31/ contra Francisco Cordero García. En esta sen-
tencia se le condena como autor de un delito consumado sin circunstancias modificativas a la
pena de 12 años y un día pero, a su vez, se solicita el indulto pues la conducta del procesado y
sus familiares revela falta de malicia, además «avitualló a los submarinos y barcos de guerra
alemanes que arribaron a dicha población, mereciendo la confianza de los cónsules italiano y
alemán y un hijo del procesado actuó como Voluntario en la campaña y fue Alférez».
87
Cfr. Sentencia de 21 de octubre de 1941.Sumario 52/141, contra Jesus Royo Lajus-
ticia. El Tribunal evalúa la conducta del procesado como un delito masónico de los arts 1.º
y 4.º de la ley de 1940, por cuanto ingresó en la secta, alcanzó el grado 3.º y ni consta su baja,
ni presentó retractación. No son de estimar circunstancias modificativas de la responsabilidad
criminal por lo que se impone la penalidad del art,5.º de 12 años y un día de reclusión menor
y en su grado mínimo, habida cuenta de la escasa actividad masónica del procesado. No obs-
tante, se considera que su actividad masónica y peligrosidad son realmente escasas. Motivo
por el que se estima que la pena es notoriamente excesiva, «debido al escaso grado de malicia,
mediatizado que estaba por el Director de su compañía teatral; a esto se añade la consideración
de su breve e ineficaz actuación masónica y la falta de peligrosidad del encartado». Por todo
ello, se solicita al Gobierno un indulto referido a la pena principal, rebajándola hasta tres años
de prisión menor y sin que afecte a las accesorias.
orígenes de la ley de 1 de marzo de 1940 y criterios penales y procesales … 363
88
En el expediente de Juan Porras se contiene la Declaración retractación de 21 de
marzo de 1940. Además, el informe de Sor María del Rosario en el que se comenta las ayudas
prestadas por el médico. Informe de Carmelitas, banqueros, ópticos, etc, Pliego de descargos,
listado de nombres de masones a los que delata, uno de ellos, al farmacéutico Laza. Informe
del Obispado de Málaga, Manrique Moreno Arrevola, de 26 de marzo de 1942, « conocedor
de que su nombre estaba incluido en las listas masónicas y para evitar el escándalo público que
pudiera ocasionar, hizo ad cautelam solemne abjuración de la secta masónica el día 26 de abril
de 1940, cesando desde la predicha fecha la excomunión en que pudiera podido haber incu-
rrido y reintegrado al seno de la Santa Iglesia Católica Asimismo certifico, que según informes
auténticos y autorizados Don Juan Porrras Serrano observa desde que hizo la retractación de
sus errores fielmente sus deberes cristianos y observa una conducta ejemplar». Otro informe
favorable del Párroco de la Iglesia Sta Ana de Archidona, que bendijo su matrimonio; Infor-
me favorable de Horacio Oliva; Informe del capellán de la prisión provincial con informe
sobre apoyos de monjas y curas.
89
Cfr. Memoria e Informe de la Fiscalía numero uno de 31 de diciembre de 1942.
90
Ver Sentencia de 9 de octubre de 1942, Sumario 1002/3690 contra Julian Benlloch
Cambrill. Fue Director de orquesta y en su expediente aparece el modelo clásico de abjura-
ción «teniendo ante mí los Santos Evangelios
el 10 de abril de 1942, Obispado de Madrid-
Alcalá. Se cuenta además con el informe favorable de varios personajes, entre otros: los de
Álvarez Quintero, Moreno Torroba, diversos médicos, compositores, hermanos de cofradía,
Redactor del Alcazar, etc.
91
Tribunal: Saliquet, González Oliveros, General Borbón.
364 Guillermo Portilla Contreras
92
Cfr. Memoria e Informe de la Fiscalía numero uno de 31 de diciembre de 1942.
orígenes de la ley de 1 de marzo de 1940 y criterios penales y procesales … 365
recurso ante el Consejo de Ministros presidido por Franco 93. Ahora bien este
sistema carecía de toda regulación procesal, siendo suficiente con que la presen-
tación se efectuara dentro del plazo y la súplica tienda a la tramitación en re-
curso. Si se cumplían tales requisitos, la Presidencia elevaba lo actuado, a la del
Gobierno 94. El fundamento del recurso generalmente se basaba en el error de
hecho fundado «en discrepancias con los hechos probados o quebrantamiento
de forma, casi siempre atribuibles a la no intervención de Letrado en su
defensa» 95. No obstante, también de forma excepcional se recurrió la incorrecta
interpretación jurídica del Tribunal.
De no existir propuesta de conmutación o de no interponerse el recurso
dentro del periodo establecido 96, se remitía lo actuado a la sección de ejecutorias,
93
En el sumario 120/311, Sentencia de 12 de noviembre de 1941, contra Jose Mateos
Garcia. Se contiene una carta del procesado y de su hijo solicitando al Consejo de Ministros
conmutación de la pena. Posteriormente, la decisión del Consejo de Ministros fue la de con-
mutación por la de seis años y un día de confinamiento, manteniendo las accesorias.
94
Informe de la Secretaría del Tribunal. Memoria de 31 de diciembre de 1941.
95
Informe de la Secretaría del Tribunal. Memoria de 31 de diciembre de 1941.
96
Sí interpuso el recurso, el dos de febrero de 1942, Tuñón de Lara, contra la sentencia
de enero de 1942, que lo condena a treinta años. Le escribe al Presidente del TERMC para
indicarle que «haciendo uso del derecho que le concede la ley, entabla el adjunto recurso con-
tra la sentencia dictada con fecha veinte y siete de enero de año en curso y Suplica a V.E. se
digne darle trámite, elevándolo con el correspondiente sumario al Exmo Señor Presidente del
Consejo de Ministros a los efectos que en justicia procedan. Gracia que espera merecer de V.E.
Dios salve a España y guarde muchos la vida de V. Prisión Provincial de Madrid». El Recurso
dirigido al Consejo de Ministros decía lo siguiente: «Que contra sentencia del Tribunal ERMC
que me fue comunicada el veintisiete de enero del presente año y por la que se me condena a
la pena de treinta años de reclusión mayor, interpongo recurso al amparo del art. 12 de la ley
de 1.º de marzo de 1940 y por los motivos que dicha ley admite: Quebrantamiento de forma:
al no haberse requerido en los autos a los testigos de descargo Excmo Sr, Don Ramón Serra-
no Súñer
(Citados anteriormente. Esto es mío). Notoria injusticia. Porque no acusándose al
exponente de actividades masónicas con posterioridad a mayo de 1934, en virtud de la ley de
1.º de marzo de 1940, está exento de delito. Por todo lo expuesto a V.E. Suplica se digne
admitir el presente recurso y, en su vista y previo al examen del sumario número 198 del Juz-
gado n.º 2, dicte resolución anulando la sentencia. A su vez, la Prisión central de Burgos
emite un comunicado el 23 de noviembre de 1943 al jefe de servicios de ejecutorias por las
que reconoce haber recibido la comunicación de la conmutación de la pena por la de veinte
años de reclusión y accesorias. Otro recurso se expone en el expediente de Jose Lopera Va-
quero, Sumario 316/425, en el que aparece un documento de 9 de marzo de 1942, se trata de
un recurso al Consejo de Ministros por dos motivos: Error de hecho: Por cuanto a una retrac-
tación efectuada ante una autoridad tan importante como el Ilmo Sr Obispo de Granada no
se le ha dado validez, máxime cuando esa retractación está hecha con anterioridad de tres años,
es decir, cuando no existía ley que lo ordenara, por tal razón es de más valor y sinceridad que
la hecha en cumplimiento de un mandato, sin que pierda su eficacia legal por el solo hecho de
no estar notificada como dispone la Orden de la Presidencia del Consejo de Ministros de 3.º
de marzo de 1940. Injusticia notoria. La hay en que resulta condenatoria la sentencia, no te-
366 Guillermo Portilla Contreras
aneja a la Secretaría, por iniciativa de la Presidencia del Tribunal 97. Una vez que
la sentencia era firme, la ejecutoria se remitía al Juzgado de procedencia para
que con intervención Fiscal y Vigilancia del Tribunal, se le diera cumplimiento.
Además, el Tribunal se interesaba directamente en que la pena pecuniaria, que
compete a los Tribunales de Responsabilidades Políticas, fuera efectiva y a tal
fin comunicaban inmediatamente los procesamientos a dicha jurisdicción. Pos-
teriormente, cuando el Servicio de ejecutorias comenzó a funcionar el 23 de
abril de 1942 se enviaba la parte dispositiva de cada Sentencia o auto recaído a
las siguientes autoridades: 1. Presidente del Tribunal Nacional de Responsabili-
dades Políticas para la fijación de la responsabilidad civil 98 2. Juez Municipal, para
su anotación en el Registro de penados y archivo en el legajo correspondiente. 3.
Jefe provincial de F.E.T y de las J.O.N.S y Gobernador Civil de la provincia de
residencia del encartado. 4. Autoridad a quien corresponda hacer efectiva las san-
ciones de inhabilitación y separación señaladas en el artículo octavo de la ley. 5. Se
enviaba una ficha al Registro Central de Penados y Rebeldes.
Pero si tú me olvidas
quedaré muerto sin que nadie lo sepa 3
1
«Los héroes son los activistas políticos, los obreros, los estudiantes, nadie hablará del
pobre chorizo al que detenían y trataban de colocar un delito ajeno y lo machacaban igualmen-
te; nadie reclamará a los ladrones que sufrieron como el que más el sistema policial, judicial y
penitenciario franquista, seguramente lo sufrieron más, porque el trato que recibían no era es-
candaloso como el de los presos políticos, no levantaban protestas internacionales, no provocaban
huelgas ni manifestaciones, no tenían abogados prestigiosos que supieran arrancar mínimas
garantías procesales […] algún día se sacarán los embalses y saldrán a la superficie los roba ga-
llinas que una noche entraron en una comisaría o en un cuartelillo y no salieron vivos ni nadie
los reclamó» en Rosa, I., El vano ayer, Barcelona, Seix-Barral, 2004, p. 162-163.
2
«[…] Insoportablemente libres, dice la voz. Detrás del paisaje cercado, en la curva,
junto a los matorrales, justo en ese hueco tuve el sueño de los cadáveres. Algo muy sencillo.
Un montón de fiambres en el atardecer. Pero entonces uno de ellos dijo: no te asustes, soy el
libro de los gitanos, voy a revelarte dos cosas antes de seguir por la línea. Te lo resumo: la li-
bertad y la pobreza eran una bandera. La bandera de quienes cayeron en la curva». Bolaño,
R., Gitanos, en La Universidad desconocida, ed.Anagrama, 2007, p. 315.
3
González, Á., Muerte en el olvido, en Áspero Mundo (1956). Antología poética,
Alianza, 2003, p. 40.
368 Daniel J. García López & Pablo J. Castillo Ortiz
Morir en vida, allí dónde habita el olvido, donde los silencios esconden el
temor a la vida y la visión de la muerte cercana se entiende como un mal menor;
el valle no de los caídos, sino de los avasallados. Para evitar morir, para vivir, es
necesario recordar y es lo que pretenden estas líneas.
La finalidad de las siguientes páginas no es mostrar cómo fue, caso por caso,
la represión jurídica y social a la que se vieron sometidos los gitanos residentes
en el territorio nacional, sino, un objetivo más modesto, reivindicar la memoria
colectiva de quienes fueron excluidos —abandonados— de la historia, de los
que fueron privados de nombre. Se hace necesario rastrear las huellas antes de
que sean borradas.
Los olvidados no pertenecieron a un bando u otro 4, pues siempre fueron
olvidados, vencidos, ya sea por la tierra depositada sobre los cuerpos —vivos o
inertes— por los vencedores, ya sea por la elección y descarte que conlleva el
acto de recordar. Los olvidados también padecieron el Estado que se asentó
sobre una sociedad asolada por la violencia, un Estado cuyo Leitmotiv fue la
estética del miedo. Terror, miseria y silencio han sido los tres factores que desde
su llegada a España han incidido sobre el pueblo que estas líneas pretenden
revivir.
El dolor y el horror infligidos como terapia para curar el silencio que hizo
verosímil el engaño 5, para evitar susurros que intranquilizaran a la población. El
franquismo les negó su capacidad de recordar. Hay que evitar que sus experien-
cias desaparezcan con sus vidas. Decía Serrano Súñer, el 12 de abril de 1940:
«no queremos un Estado sin pueblo; nosotros dirigimos al pueblo, pero quere-
mos llevarle organizado jerárquicamente a su estado nacional; hacerlo partícipe
en su destino y en su responsabilidad para que se sienta autor de esta gran tarea
pública que tenemos encomendada 6». Dirigían al pueblo, es cierto, pero no a este
4
Aunque es cierto que algunos gitanos estuvieron afiliados a partidos y sindicatos. Por
ejemplo, Francisco Moreno Fernández, alias el Maestro Gitano, o Manuel Montoya Vargas,
ambos condenados a muerte por su colaboración con la República. El primero perteneció a
UGT y fue fusilado el 12 de enero de 1940. El segundo estuvo afiliado al Partido Comunista
y a UGT, condenado a muerte murió en la enfermería de la Prisión Central de Burgos el 10
de junio de 1941. Una reciente investigación auspiciada por la Asociación de Mujeres Gitanas
ROMI ha sacado a la luz decenas de expedientes de gitanos durante la Guerra Civil y el pri-
mer franquismo, además de un amplio repertorio de testimonios orales. Rodríguez Padilla,
E. (Ed.), El pueblo gitano en la guerra civil y la posguerra. Andalucía oriental, Asociación de
Mujeres Gitanas ROMI, Granada, 2009.
5
Nunez Diaz-Balart, M., El dolor como terapia. La médula común de los campos de
concentración nazis y franquistas. Ayer, n.º 57, 2005, p. 86.
6
Discurso en Sevilla el 12 de abril de 1940. Reproducido por Ángel Alcázar de Velas-
co: Serrano Súñer en la Falange, editorial Patria, Barcelona, 1941, p. 102-103.
la represión silenciosa del pueblo olvidado 369
pueblo, pues quedó fuera, aislado, marginado a las periferias de las urbes 7. Un
pueblo nómada en una sociedad sedentaria, un pueblo con una identidad férrea
que ha logrado siglo tras siglo reponerse de los ataques que ha sufrido desde
todos los flancos. Quizá este es el motivo por el cual no se reivindica la memo-
ria colectiva del pueblo gitano: hay una continuidad represiva desde el siglo XV
hasta hoy en día 8. Esto ha producido que en el imaginario colectivo se vea como
natural que recaiga sobre el gitano todo el peso de la violencia del derecho.
Los gitanos llegaron a Europa procedentes de la India aunque durante los
siglos del oscurantismo medieval se les creía provenir de Egipto, de ahí el propio
término gitano como corrupción del vocablo «egipciano». No se tardó en redac-
tar leyes que iban directamente contra el pueblo gitano. Así, desde el año 1499
se inició una fase de asimilación forzosa consistente en sancionar a los gitanos
por sus hábitos, vestimentas, trashumancia, oficios o cultura. Este período de
persecución jurídica acabaría, en principio, en el año 1783 con una pragmática
de Carlos III por la cual se declaraba la igualdad a aquellos gitanos que tuvieran
la condición administrativa de vecinos y trabajasen en aquellos oficios homolo-
gados, abandonando, por ello, su cultura y su lengua 9. De lo contrario, serían
marcados como animales con un hierro candente en su espalda, una forma de
hacer visible al reincidente el cual habría, en su caso, de ser condenado a la pena
capital 10.
La limpieza de sangre —como eliminación física o jurídica— fue un método
usado por casi todas las legislaciones europeas hasta finales del siglo XVIII. Tras
un período de tolerancia, el auge de los fascismos en la primera mitad del siglo
XX supuso la vuelta a las prácticas anteriores, pero recrudecidas con los nuevos
medios de terror. La idea de determinados seres humanos como piojos que in-
fectan la sangre o la raza; insectos que hay que fumigar, como fue el caso de los
judíos pero también de los gitanos. El origen de lo que Sloterdijk ha llamado el
atmoterrorismo 11, la higiene social de los parásitos del pueblo. Más de 6 millones
de judíos fueron asesinados durante la barbarie nazi, más de 500.000 gitanos
7
Durante el nazismo fueron reunidos, para facilitar su control, en los llamados campos
de habitación antes de ser enviados a diferentes campos de concentración. Graham, R. El
otro holocausto, en I tchatchipen, n.º 12, 1995, p. 22.
8
Un interesante estudio, en forma de tesis doctoral, es el ofrecido por Martínez
Dhier, A., La condición social y jurídica de los gitanos en la legislación histórica española: a partir
de la pragmática de los Reyes Católicos de 1499, Universidad de Granada, 2007.
9
Vargas Gonzalez, A., La legislación sobre gitanos en la España de los Borbones, en I
tchatchipen, n.º 23, 1998, p. 36.
10
Grupo de Estudios Presencia Gitana, Los gitanos ante la Ley y la Administración, Edi-
torial Presencia Gitana, Madrid, 1991, p. 23.
11
Sloterdijk, P., Temblores de aire. En las fuentes del terror, Pre-textos, Valencia, 2003,
p. 39 y siguientes.
370 Daniel J. García López & Pablo J. Castillo Ortiz
padecieron la misma suerte 12. Y sin embargo, sigue latente ese racismo de aver-
sión, en términos de Kovel 13, sobre la población romaní. El sentimiento de
cercanía y compasión sobre determinadas minorías que a lo largo de la historia,
y especialmente durante la II Guerra Mundial, han padecido los horrores de la
crueldad del ser humano, no se ha producido con el pueblo gitano. Hoy día
seguimos excluyéndolos 14, continuamos relegándolos a las afueras de las ciuda-
des y de la razón, apartándolos del recuerdo, mas, como apunta Benjamín Prado,
«no hay mayor distancia que mirar para otro lado, y el futuro puede ser cualquier
cosa menos una disculpa 15». Hay que denunciar las injusticias que les ha im-
puesto la construcción nacional de la mayoría y, así también, poder identificar
las condiciones por las que esa construcción nacional de la mayoría dejaría de
ser injusta 16 porque, ya lo señaló Girondo, «el telón, al cerrarse, simula un telón
entrabierto 17». Un telón de silencios y olvidos, de memoria amnésica —volun-
tariamente amnésica, como si nos hubiésemos inyectado nosotros mismo el
virus— y ausencia, que, como el protagonista del relato kafkiano de Ante la Ley,
deja entrever una ficción de un más allá inviolable. Hay que negar el cómodo
olvido plasmado en la res iudicata de la verdad procesal. Nadie puede existir sin
los demás.
En las siguientes páginas queremos hacer nuestra modesta aportación al
estudio, aún hoy claramente insuficiente, de esta cuestión. Para ello, nos ocupa-
remos de algunos de los que —consideramos— más significativos elementos en
este ámbito, tales como la represión efectuada mediante las normas de peligro-
12
Los experimentos a los que fueron sometidos la población gitana (Artfremde) iban
desde las inyecciones de agua salada, el uso de gas mostaza o la utilización del caladium como
medio de esterilización. A modo de ejemplo, en el campo de concentración de Auschwitz se
registró la entrada de 20.933 gitanos lo que no quiere decir que fuera la cifra de internados
pues ésta fue mayor. Ver Kenrick, D., y Puxon, G., Gitanos bajo la cruz gamada, Editorial
Presencia Gitana, Madrid, 1997, p. 152, 160 y siguientes. También Muñoz Conde, F., La
esterilización de los asociales en el nacionalsocialismo, Revista Electrónica de Ciencia Penal y
Criminología, 04-05, 2002.
13
Kovel, J., White racism: a psychohistory, Columbia University Press, 1984.
14
«Marginar en la escritura de la historia a los que ya han sido marginados por la pro-
pia historia, más allá de ser un mero juego de palabras, constituye la realidad vivida por muchas
culturas y grupos sociales, de entre los cuales destacan los gitanos». Doncel Sánchez, C.,
Voces con cadenas: práctica silenciadoras en la historia de los gitanos, en Castillo y Oliver (co-
ords) Las figuras del desorden, Siglo XXI, 2006, comunicación, p. 3.
15
Prado, B., La distancia es mirar para otro lado, en VV.AA. Memoria del futuro, Ed.
Visor libros, Madrid, 2006, p. 197.
16
Kymlicka, W., La política vernácula. Nacionalismo, multiculturalismo y ciudadanía,
Ed.Paidós, Barcelona, 2003, p. 49.
17
Girondo, O., Café-concierto, en Veinte poemas para ser leídos en el tranvía, Obras
Completas, ed.Losada, Buenos Aires, 1996, 7.º ed., p. 39.
la represión silenciosa del pueblo olvidado 371
sidad social (II), la marginación social impulsada desde el derecho (III), la situa-
ción de la familia y la mujer gitanas (IV) y la situación económica y laboral del
colectivo (V), para finalizar ofreciendo unas breves consideraciones finales (VI).
»¿A quién le preocupaba en aquel momento la suerte que podían haber corrido unos miles de
marginados sociales, delincuentes habituales, homosexuales, vagos y maleantes? Pero no deja
de ser un escándalo que sesenta años después aún siga siendo políticamente desconocido (o si-
lenciado), tanto por los penalistas, como por los historiadores»
Los prejuicios sobre los gitanos se encuentran ya en los primeros textos que
hablan sobre este pueblo. Se entendía que su color oscuro se debía a su inferio-
ridad y maldad innata. Su lengua, una forma de engañar a las personas. Un
pueblo creado por la mezcla de judíos con cristianos vagabundos 18, descendien-
tes de Caín, caníbales y brujos. Cervantes comenzaba su novela La Gitanilla
plasmando la visión general de la sociedad hacia el pueblo gitano 19.
Este prejuicio, que subsiste desgraciadamente en la actualidad, fue motivo
para considerar a los gitanos como sujetos peligrosos directamente vinculados
con el delito 20. Así, en 1734 el alcalde mayor de Guadalajara señalaba que «sólo
la fama de estos hombres es bastante razón en que se afianza la prueba de no
deber gozar de la inmunidad [
] está manifiesta contra ellos una voz común de sus
malos hechos, con que se asegura el partido en cualquiera opinión. Y no débil-
mente se puede decir, sino con sobrada autoridad, que verificado el ser gitano, sin
necesitar de prueba de actos específicos, está precisa la declaración contra ellos 21».
La presunción de inocencia brillaba por su ausencia, porque «todo payo es bueno
18
Kenrick, D., y Puxon, G., Gitanos bajo la cruz gamada, Editorial Presencia Gitana,
Madrid, 1997, p. 14.
19
»Parece que los gitanos y gitanas solamente nacieron en el mundo para ser ladrones:
nacen de padres ladrones, críanse con ladrones, estudian para ladrones, y, finalmente, salen con
ser ladrones corrientes y molientes a todo ruedo, y la gana de hurtar y el hurtar son en ellos
como accidentes inseparables, que no se quitan sino con la muerte.» Cervantes, M., La Gi-
tanilla, en Novelas Ejemplares I, ed. Cátedra, Madrid, 1997, p. 61
20
También se decía: «Gitanos, quincalleros, hojalateros y gente de baraña no pagan
contribución ni dan producto a España»
21
Citado en Los gitanos ante la ley y la administración, Equipo de estudio presencia gi-
tana, Editorial Presencia Gitana, Madrid, 1991, p. 10 y 11.
372 Daniel J. García López & Pablo J. Castillo Ortiz
cumentos que tengan, confrontar sus señas particulares, observar sus trajes,
averiguar su modo de vivir y cuanto conduzca a formar una idea exacta de sus
movimientos y ocupaciones, indagando el punto a que se dirigen en sus viajes y
el objeto de ellos»(art.4) y «como esta clase de gente no tiene por lo general
residencia fija, se traslada con mucha frecuencia de un punto a otro en que sean
desconocidos, conviene tomar de ellos todas las noticias necesarias para impedir
que cometan robos de caballerías o de otra especie» (art.5).
Si ponemos en relación los artículos transcritos con el artículo 2 de la Ley de
Vagos y Maleantes, que señalaba las conductas que constituían el estado de peli-
groso en su vertiente pre-delictual, se aprecia que entre las susodichas se encuen-
tran «los vagos habituales 30 [
] los que no justifiquen, cuando fuera requeridos
legítimamente a ello por las autoridades, la posesión o procedencia del dinero o
efectos que se hallaren en su poder o hubiera entregado a otro; mendigos profe-
sionales y los que vivan de la mendicidad ajena o exploten a menores de edad,
enfermos mentales o lisiados; los que exploten juegos prohibidos o cooperen con
los explotadores a sabiendas de esta actividad ilícita [
] los que ocultasen su ver-
dadero nombre, disimularen su personalidad o falsearen su domicilio mediante
requerimiento legítimo, y los que tuvieren o usaren documentos de identidad
falsos u ocultasen los propios [
] los que por su actividad frecuenten lugares o
tengan modos de vivir habituales que hagan recaer sobre ellos indicios de sustraer
a la lícita circulación divisas, mercancías y otros artículos intervenidos o de comer-
cio, o faciliten o ayuden la especulación de los mismos [
]».
A estas conductas constitutivas del estado de peligrosidad hay que añadir
las nuevas introducidas, vulnerando el principio de legalidad 31, por el Reglamen-
to de la Ley de Vagos y Maleantes de 3 de mayo de 1935 entre las que se en-
cuentran (art.1.g)) «todas aquellas personas que por su forma de vida habitual,
dedicada a actividades inmorales, demuestren un estado de peligrosidad por
sumisión hasta la médula de los huesos». Sánchez, E., Camina o revienta, Almuzara, Córdo-
ba, 4ed., 2004, p. 48 y 49.
30
Señalaba Enrico Ferri al respecto que «el carácter principal de la vagancia no es, como
se cree generalmente, la ociosidad, sino mejor la falta de domicilio —que, sin embargo, tiende
a desaparecer como atributo a la vagancia— y la falta de subsistencias […] La vagancia, como
todo fenómeno de patología social, tiene sus factores antropológicos debilidad biológica,
neurastenia, psicastenia, que repugnan irresistiblemente todo trabajo metódico; —físicos—
particularmente en los climas en que por exceso de calor, la vida, la alimentación y el sueño
son muy fáciles, —y sociales— las condiciones de trabajo, garantizadas más o menos al hom-
bre sano y adulto» en Ferri, E., Los hombres y las cárceles, traducción de Francisco Lombardía,
Editorial Atlante, Barcelona, 1910, p. 59.
31
El propio artículo 1 de la Ley de Vagos y Maleantes señalaba que «quedan sometidos
a las prescripciones de la presente ley las personas de ambos sexos, mayores de dieciocho años,
que se anuncian en los artículos 2 y 3 de la misma».
la represión silenciosa del pueblo olvidado 375
32
Citado por San Román, T., Vecinos gitanos, Akal, Madrid, 1976, p. 64.
33
El artículo 1 de la Carta del Lavoro italiana, proclamada por el Gran Consejo del
fascismo el 21 de abril de 1927, señalaba que «la nación italiana es un organismo que tiene
unos fines, una vida y unos medios de acción superiores en potencia y duración a los de los
diferentes individuos y grupos de individuos que lo componen. Es una unidad moral, política
y económica que se realiza íntegramente en el Estado fascista».
34
«El derecho de trabajar es una consecuencia del deber impuesto al hombre por Dios,
para el cumplimiento de sus fines individuales y la prosperidad y grandeza de la Patria» De-
claración I.3 del Fuero del Trabajo. «El trabajo, como deber social, será exigido inexcusable-
mente, en cualquiera de sus formas, a todos los españoles no impedidos estimándolo tributo
obligado al patrimonio nacional» Declaración I.5 del Fuero del Trabajo. «Todos los españoles
tienen derecho al trabajo y el deber de ocuparse en alguna actividad socialmente útil» art.24
del Fuero de los Españoles.
35
Preámbulo del Fuero del Trabajo
376 Daniel J. García López & Pablo J. Castillo Ortiz
36
Elías Díaz señala en relación a la Alemania nazi: «puede darse el caso de individuos
o grupos (por ejemplo, los hebreos) que carezcan por completo de ese espíritu y que, por
consiguiente, en modo alguno serán considerados miembros de la Volksgemeinschaft; al contra-
rio, son enemigos del pueblo que hay que expulsar o eliminar. E igualmente se hará así con
quienes disienten y se opongan a ese totalitarismo político y a esa mítica interpretación de la
Volksgemeinschaft: se les considerará (una vez más) como antialemanes, traidores y enemigos
del pueblo alemán, con un concepto de alemanidad definido y mantenido por la fuerza por los
ideólogos y grandes jerarcas del Führerstaat». Díaz E., Estado de Derecho y sociedad democráti-
ca, ed.Taurus, Madrid, 9.º ed.1998, p. 94.
37
Ver Ruiz Resa, J., Franquismo y trabajo: el nacionalsindicalismo y los derechos de
los trabajadores, en Fernández-Crehuet López, F. y Hespanha, M., Legitimation durch
Diktatur?, ed.Vittorio Klostermann Verlag, Frankfurt am Main, 2008, p. 235 y siguientes.
38
Redondo, O., El Estado nacional, Ediciones Fe, 1939, p. 146. Citado por Ruiz Resa,
J., loc..cit.
39
Como relata Agamben: «hasta los nazis se sirvieron, en referencia a la condición ju-
rídica de los judíos después de las leyes raciales, de un término que se refiere a la dignidad:
entwürdigen. El judío es el hombre que ha sido privado de toda Würde, de toda dignidad:
simplemente hombre, y precisamente por ello, no-hombre» en Agamben, G., Lo que queda de
Auschwitz. El archivo y el testigo, Pre-Textos, Valencia, 2.º .ed., 2005, p. 70.
40
«La Nación española considera como timbre de honor el acatamiento a la Ley de
Dios, según la doctrina de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, única verdadera y
fe inseparable de la conciencia nacional, que inspirará su legislación» Principio II de la Ley de
Principios del Movimiento Nacional, de 17 de mayo de 1958.
41
San Román, T., Vecinos gitanos, Akal, Madrid, 1976, p. 42 y 45.
la represión silenciosa del pueblo olvidado 377
42
Terradillos Basoco, J.,op.cit.p. 62.
43
Cobo del Rosal, M. y Quintaner Diez, M., Instituciones de Derecho penal español,
CESEJ, Madrid, 2004, p. 53 y 57.
44
Grupo de Estudios Presencia Gitana, Los gitanos ante la Ley y la Administración, Edi-
torial Presencia Gitana, Madrid, 1991, p. 25.
378 Daniel J. García López & Pablo J. Castillo Ortiz
45
Sánchez, E., Camina o revienta, Almuzara, Córdoba, 4ed., 2004.
46
San Román, T., Vecinos gitanos, op.cit. p. 182-183.
47
San Román, T., Vecinos gitanos, op.cit.p. 184.
48
Rodrigo, J., Internamiento y trabajo forzoso: los campos de concentración de Fran-
co, en Hispania Nova: Revista de Historia Contemporánea, n.º 6, 2006, Separata, p. 23.
49
Terradillos Basoco, J.,op.cit.p. 144.
la represión silenciosa del pueblo olvidado 379
exterior del sistema social aceptado por la mayoría, por participar tan sólo de
forma precaria en los procesos de producción, se encuentran privados de obtener
los bienes materiales y culturales que ofrece la vida moderna; por hallarse asi-
mismo ausentes de los centros de decisión, no determinan tampoco las reglas
que rigen los comportamientos sociales 50». Ello conlleva la criminalización y no
la búsqueda de causas de criminalidad, identificándose gitano y delincuente pues
«la justicia criminal encuentra con preferencia su clientela entre los marginados,
sobre los que se ceba la violencia policial 51».
50
Barbero Santos, M., Marginación social y Derecho represivo, Bosch, Barcelona, 1980,
p. 132.
51
Íbidem
52
Gamoneda, A., Descripción de la mentira, 1977.
53
«En el caso de los gitanos se han dado fenómenos de silenciación tendentes a lograr
una especie de muerte social y de conciencia de este grupo.[…] Han pasado por prácticas de
invisibilización y exotización […] victimización, al subrayar sus connotaciones de pueblo
errante, insujeto o sin destino; esencialización de reales o supuestos valores gitanos en torno
a la familia patriarcal, la raza, el clan o la mujer. Incluso en nuestros días, en el marco de vi-
siones que proyectan progreso, se les presenta como anclados en tradiciones. Cuando se pien-
sa en términos utilitarios o productivos, el gitano se muestra como improductivo». Mantecon,
T., Proscritos y proscripciones: una historia en perspectiva, en Castillo y Oliver (coords) Las
figuras del desorden, Siglo XXI, 2006, p. 232-233
380 Daniel J. García López & Pablo J. Castillo Ortiz
54
San Román, T., Gitanos de Madrid y Barcelona. Ensayo sobre aculturación y etnicidad,
Publicaciones de Antropología cultural, Barcelona, 1990, p. 25.
55
Recogido en Abella, R., La vida cotidiana en España bajo el régimen de Franco, Edi-
torial Argos Vergara, Barcelona, 1985, p. 34.
56
Gracia García, J., La España de Franco (1939-1975). Cultura y vida cotidiana, Ed.
Síntesis, Madrid, 2001, p. 18.
57
Ruiz Carnicer, M.A., La ley de la victoria, en La España de Franco (1939-1975).
Cultura y vida cotidiana, Ed. Síntesis, Madrid, 2001, p. 52.
58
San Román, T., Gitanos de Madrid y Barcelona. Ensayo sobre aculturación y etnicidad,
Publicaciones de Antropología cultural, Barcelona, 1990, p. 9 y 10.
59
Ramírez Heredia, J., Contra corriente: los gitanos luchan por su supervivencia, en Otras
culturas, otras formas de vida, Universidad de Deusto, Bilbao, 2000, p.21. San Román, T., Gi-
tanos de Madrid y Barcelona, Publicaciones de Antropología Cultural, Barcelona, 1990, p. 59.
la represión silenciosa del pueblo olvidado 381
año 1950 en el 17,5%, en 1960 el 9,21% y pronosticando para 1970 el fin del
analfabetismo en España 60. La educación franquista, basada en el nacionalismo
(«Una escuela donde no se aprenda a amar a España, no tiene razón de ser 61»), inte-
grismo religioso católico, orden, jerarquía, elitismo, anti-intelectualismo y auto-
ridad 62, consideraba a los sujetos como pertenecientes a una u otra raza, provo-
cando un tratamiento escolar discriminatorio ya que se entendía superior la raza
blanca 63. Razas inferiores, mendigos y vagabundos como principales delincuen-
tes juveniles por su falta de práctica religiosa, abandono moral y, sobre todo, por
la influencia de «esa filosofía de la náusea 64 y de la angustia que conocemos con
el nombre de existencialismo 65». Aunque en la España franquista no se dieran
las prácticas eugenésicas de la Alemania nazi, dada su aversión hacia el aborto
y la esterilización por influencia de la Iglesia, sí que se produjo un nuevo tipo
de eugenesia basada en el control social y moral en la pediatría, la higiene racial,
la selección profesional o la idea de la hispanidad 66. La educación no se quedó
atrás, se trataba de formar a «gentes de orden», útiles y no contagiosos para la
sociedad 67.
Como sabemos, la sociedad «victoriosa» no sólo alzó la mano al paso del
«Generalísimo» sino que colaboró activamente para la eliminación de la disi-
dencia. Animados por el Estado, los vecinos auxiliaron en la persecución, repre-
sión, castigo y exterminio de los asociales, antipatriotas, traidores, izquierdistas
y todo aquel que no aceptara activamente el nuevo Estado 68. Denuncias —mu-
chas anónimas— que podían conllevar la ejecución del sujeto y evitar que el
delator fuera denunciado, puesto que también eran enemigos de Franco los que
60
Estadística sobre la enseñanza española, en Revista de Educación, n.º 75, 1961, p. 309.
61
Citado por Moreno Sáez, F., Educación y cultura en el franquismo, en Sevilla Ca-
lero (Ed.), El franquismo: visiones y balances, Publicaciones de la Universidad de Alicante,
1999, p. 174.
62
Cámara Villar, G., Nacional-catolicismo y escuela: la socialización política del franquis-
mo, Hesperia, Jaén, 1984, p. 33 y 34.
63
García Hoz, V., Ambiente, raza y nación en el proceso educativo, en Revista de
Educación, n.º 79-80, 1962, p. 239 y siguientes.
64
En alusión a la obra de J.P. Sartre.
65
Piquer y Jover, J.J., Volumen y caracteres de la delincuencia juvenil, en Revista de
Educación, n.º 76, 1961, p. 403 y siguientes.
66
Polo Blanco, A., El silencio de la pedagogía al comienzo del régimen de Franco, en
Historia Actual Online, 2006, p. 90.
67
Polo Blanco, A., op.cit., p. 93 y 94.
68
Cobo Romero, F., Represión y persecución de minorías y disidentes en las dictaduras
fascistas europeas del período de entreguerras. Los apoyos sociales y la colaboración de ciudadanos
comunes. La Alemania nazi y la España franquista, en Pobreza, marginación, delincuencia y
políticas sociales bajo el franquismo, Conxita Mir, Carme Agustí, Joseph Gelonch (ed), Uni-
versitat de Lleida, 2005, p. 41.
382 Daniel J. García López & Pablo J. Castillo Ortiz
69
Vega Sombría, S., Las manifestaciones de la violencia franquista, en Hispania Nova:
Revista de Historia contemporánea, n.º 7, 2007, Separata, p. 24.
70
Incluso las autoridades crearon modelos de denuncias para agilizar los trámites. Ver
el capítulo La utilidad del terror, en Cazorla Sánchez, A., Las políticas de la victoria. La
consolidación del Nuevo Estado franquista (1938-1953), Marcial Pons, Madrid, 2000, p. 102 y
siguientes.
71
Foucault, M., Vigilar y castigar, Ed.Siglo XXI, Madrid, 1994, p. 215.
72
Cenarro, A., Beneficencia y asistencia sociales la España franquista: el Auxilio social y las
políticas del régimen, en Pobreza, marginación, delincuencia y políticas sociales bajo el fran-
quismo, Conxita Mir, Carme Agustí, Joseph Gelonch (ed), Universitat de Lleida, 2005,
p. 109.
73
Eiroa San Francisco, M., Represión, restricción, manipulación: estrategias para la
ordenación de la sociedad y del Estado, en Hispania Nova: Revista de Historia contemporánea,
n.º 6, 2006, separata, p. 23
74
Que bajaban a los poblados gitanos a enseñarles a leer y a decirles que fueran a
misa.
75
San Román, T., Gitanos de Madrid y Barcelona. Ensayo sobre aculturación y etnicidad,
Publicaciones de Antropología cultural, Barcelona, 1990, p. 132.
la represión silenciosa del pueblo olvidado 383
»La Ley de 28 de junio de 1932 constituye una de las agresiones mas alevosas de la República
contra los sentimientos católicos de los españoles y al instituir el matrimonio civil como el único
posible legalmente en España, desconociendo el aspecto religioso intrínseco de la institución
»
Ley de 12 de marzo de 1938. Derogación de la ley sobre matrimonio civil.
78
Decreto de la Generalitat de Cataluya, 25 de diciembre de 1936. También para el
conjunto de la República se aprobará una ley despenalizadora del aborto, siendo Ministra de
Sanidad Federica Montseny.
79
Kathleen Richmond nos da noticia de un significativo discurso de Pilar Primo de
Rivera: «Las mujeres debían ser atraídas por medio de las enseñanzas de la SF «a la labor
diaria, al hijo, a la cocina, al ajuar, a la huerta»». v. Richmond, K. Las mujeres en el fascismo es-
pañol. Sección Femenina de La Falange, 1934-1959. Alianza Editorial. Madrid.
la represión silenciosa del pueblo olvidado 385
«[
] like many other Spanish people through the time, the Gitanos have chosen to
emphasize the «decency» (decencia) of their women as the sign of their superiority
over those who live around them. In this sense, they are not very different from su-
pporters of Francoist regime in the 1940s, 1950s and 1960s» 84.
80
Pues «…por la bendición de Dios no sólo había tocado a España una raza espléndida
de mujeres, sino que la mujer hispana no era igual o parecida a la de nación alguna…». Sevi-
llano, F., Rojos, la representación del enemigo en la Guerra Civil. Alianza Editorial, Madrid,
2007, p. 107.
81
Rafael Abella enfatiza sobre un pasaje de la revista «Y», editado por la Sección Fe-
menina: «Tú no naciste para luchar; la lucha es condición del hombre y tu misión excelsa de
mujer está en el hogar donde la familia tiene el sello que tú le imprimes. Trabajarás, sí; el
Nacional-Sindicalismo no admite socialmente a los seres ociosos, pero trabajarás racionalmen-
te, mientras seas soltera, en tareas propias de tu condición de mujer. Después, cuando la vida
te lleve a cumplir tu misión de madre, el trabajo será únicamente el de tu hogar, harto difícil
y trascendente porque tú formarás espiritualmente a tus hijos, que vale tanto como formar
espiritualmente a la nación…» v. Abella, R. La vida cotidiana en España bajo el régimen de
Franco, Ed.Argos vergara, 1985
82
Ferrándiz A. y Verdú V. Revista «Palabra» de marzo de 1972. Recogido en «No-
viazgo y matrimonio en la burguesía española», Cuadernos para el Diálogo, Madrid, 1975.
83
Wang, K. (coord). Mujeres gitanas ante el futuro, Equipo de Estudios «Presencia Gi-
tana», Presencia Gitana, Madrid, 1990, pag. 48.
84
v. Paloma Gay y Blasco, P. Gypsies in Madrid, Ed. Berg. Oxford, 1999.
386 Daniel J. García López & Pablo J. Castillo Ortiz
85
Pues «…una de las áreas de más urgente y prioritaria actuación es la de la promoción
de la mujer gitana, cuya subordinación, inferioridad y descuido se aprecia ya en los mas ele-
mentales datos demográficos». v. Gamella Mora J. F., La población gitana en Andalucía, Ed.
Junta de Andalucía.
86
v. Paloma Gay y Blasco, P. Gypsies in Madrid, Ed. Berg, Oxford, 1999.
87
Ambos, adulterio y amancebamiento, despenalizados en 1978.
88
v. San Román, T., Kinship, Marriage, Law and Leadership in Two Urban Gypsy Sett-
lements in Spain, en Gypsies, Tinkers and Other Travellers, AAVV, Macmillan Press, Londres,
1979.
la represión silenciosa del pueblo olvidado 387
fuera de la sociedad, sino estar dentro de ella ocupando una posición particular,
la de «marginación», que no por ello deja de ser funcional.
Y aunque los solapamientos, siempre junto a variaciones, se dan también en
otros muchos rasgos definidores de ambos modelos familiares, matrimoniales y
sexuales —violación e incesto, por ejemplo, como ocurre por otra parte de forma
casi universal, están igualmente prohibidos—, no todo son coincidencias. Ale-
jémonos ahora un poco de la concreta situación de la mujer y observemos qué
efectos tenía la legislación franquista sobre el conjunto de la familia gitana.
A la hora de hablar de la separación, por ejemplo, comenzamos a apreciar
la existencia de divergencias acusadas entre los usos de muchos gitanos y la le-
gislación del Régimen. A este respecto, la posición de la Dictadura fue siempre
nítida. El antedicho Fuero de los Españoles, en su artículo 22.1, establecía que
«el matrimonio será uno e indisoluble»; no hubo más salvedad a este precepto que,
para el matrimonio canónico, el par de excepciones contempladas en el CIC.
Pero ocurre que entre los gitanos la separación y aún las segundas nupcias son
una práctica tolerada. Entramos así de lleno, mediante este desajuste, en el denso
capítulo de las discriminaciones indirectas; en el ámbito donde la omisión, por su
contexto, se llena de significado e implicaciones, de funcionalidad excluyente, y
donde la falta de previsión, en definitiva, pierde su pretendida inocencia.
La Ley de 23 de Septiembre de 1939 relativa al divorcio deroga la republi-
cana Ley de Divorcio de 1932, a la que la exposición de motivos de aquella
considera «radicalmente opuesta al profundo sentido religioso de la sociedad españo-
la». En sus Disposiciones Transitorias primera y segunda dicha Ley, incluso,
establecía la nulidad de las sentencias firmes de divorcio dictadas por los tribu-
nales civiles respecto de matrimonios canónicos durante la vigencia de la ley de
divorcio de la II República. En la práctica esto significaba que centenares de
hombres y mujeres quedaban así, repentinamente, nuevamente casados, ex lege.
Además, los matrimonios subsiguientes celebrados tras divorciarse bajo la ley
anterior quienes contrajeron canónicamente, se entienden disueltos a simple
instancia de parte.
Resultante de ello no será sino el ahondamiento en la situación de irregu-
laridad jurídica —documental— de las familias gitanas. Debe trazarse un mar-
co general de la situación. Por un lado, no era ya infrecuente que los gitanos, por
diversos motivos, carecieran de documentación básica, tal como partidas de
nacimiento; por otro, el matrimonio por el rito gitano era desconocido a nivel
legislativo —muchos gitanos se casaban por este rito sin «formalizar» luego su
situación por los cauces legalmente exigidos 89—; y para finalizar, y aún en caso
89
Situación a la que aún hoy nos enfrentamos, si bien la conversión al evangelismo de
muchos gitanos introduce un factor de complejidad.
388 Daniel J. García López & Pablo J. Castillo Ortiz
90
San Román, T., Vecinos Gitanos, Akal, Madrid, 1979, p. 43.
91
Equipo GIEMS; Gitanos al encuentro de la ciudad: del chalaneo al peonaje, Ed. Cuader-
nos para el diálogo, 1976, Madrid, p. 26.
92
San Román, T. Entre la marginación y el racismo. Reflexiones sobre la vida de los gitanos.
Compilación de Teresa San Román, Alianza Editorial, 1986, Madrid, p. 232.
93
Aunque Teresa San Román matiza: «Gypsies do not attach much importante to the sepa-
ration of a married couple (providing there are no young children)».
94
De momento, respecto de la filiación, merece la pena considerar los efectos que pu-
diera tener la Disposición Transitoria Cuarta de la Ley de 23 de Septiembre de 1939, la cual
establece literalmente que «La patria potestad de los hijos nacidos de las segundas o ulteriores
uniones civiles corresponderá, en el caso de disolución de ésta, al que por mutuo acuerdo
determinen sus propios padres y, a falta de acuerdo, al que el Juez designe».
la represión silenciosa del pueblo olvidado 389
98
Véase «Gaceta» número 73 de 14 de Marzo de 1934, Referencia: 1934/41060.
99
Los énfasis son míos.
100
La circular matiza esta definición, por un lado ampliándola para incluir la inversión
«de modo estéril y dañoso» de las riquezas dentro del concepto de «la más escandalosa e in-
moral vagancia», y, por otro lado, para advertir frente a la inclusión de las situaciones de paro
forzoso derivado de «la actual y notoria crisis económica» dentro del tipo.
392 Daniel J. García López & Pablo J. Castillo Ortiz
glo 103. Sin duda, como decíamos, este periodo pudo dar una excelente ocasión
para utilizar a pleno rendimiento tan flexibles conceptos.
Junto a las anchas vías de la «mendicidad» y la «vagancia», hubo también
caminos secundarios que conducían directamente de la esfera económica a la
penitenciaria. Un ejemplo es la venta ambulante, ejercida tradicionalmente por
el pueblo gitano 104, que con tanta frecuencia sería perseguida 105, ejemplo de
cómo requisitos burocráticos y legales «menores» pudieron tener una incidencia
social relativamente importante.
Siguiendo en esta línea, es ejemplo paradigmático el artículo 6 del Regla-
mento de la Guardia Civil, que establece requisitos particulares para el ejercicio
de ciertas actividades económicas, mencionando expresamente a los gitanos:
«Está mandado que los gitanos y chalanes lleven, a más de la Cédula personal, la Patente de
Hacienda que los autorice para ejercer la industria de tratantes en caballerías. Por cada una
de éstas llevarán una guía con la clase, procedencia, edad, hierro y señas, la cual se entregará
al comprador. Las anotaciones que en este documento se hagan por cambios y ventas serán
autorizadas por los Alcaldes de los pueblos o por un Inspector de Orden público en las capita-
les, y para el ganado mular, por los Veterinarios municipales. Los que no vayan provistos de
estos documentos o que de su examen o comprobación resulte que no están en regla, serán de-
tenidos por la Guardia Civil y puestos a disposición de la Autoridad competente, como in-
fractores de la Ley.»
exploratorio de sus condiciones de vida. Junta de Andalucía. Consejería de trabajo y asuntos so-
ciales, Sevilla, 1996.
103
En este sentido, a propósito del «paternalismo» del franquismo, Álvaro Soto Carmo-
na nos advierte que «la decisión de emigrar a la ciudad, pese a tener en ocasiones altos costos
individuales, no fue compensada con incentivos «paternalistas», ya que no existió una estrate-
gia en tal sentido». v. Soto Carmona, A. Rupturas y continuidades en las relaciones laborales del
primer franquismo, 1938-1958, en Barciela C., Ed. Autarquía y mercado negro. El fracaso
económico del primer franquismo. 1939-1959, Ed. Crítica, 2003.
104
Tal como nos informa Juan Francisco Gamella: «La tradición de la venta ambulante
realizada por gitanos es muy antigua y admite muy diversas formas. (…) El sentido comercial
de tantos gitanos y gitanas es un elemento del patrimonio cultural de la minoría que casi
nunca se ha tenido en cuenta». Gamella Mora, J. F. Oficios gitanos tradicionales en Andalucía
(1837-1959). Revista «Gitanos. Pensamiento y cultura» N.º 32-33, Ed. Fundación Secreta-
riado Gitano, Madrid, 2005, p.72.
105
«One reason is that many Gipsy women sell goods without a document called a «patente de
ventas», which entitles a person to sell in certain places in the municipalities». v. San Roman T.,
Kinship, marriage, law and leadership en Gypsies, tinkers and other travellers, VVAA. Macmillan
Press, Londres, 1979.
394 Daniel J. García López & Pablo J. Castillo Ortiz
se realizarían junto al duro trabajo agrario, el útil comercio por los pueblos y
otras tareas que, por muy tradicionales que hayan sido entre los gitanos, no han
pasado al imaginario colectivo de la sociedad paya.
La falta de previsión franquista y, en general, los errores históricos acumu-
lados han llegado hasta nuestros días en forma de paro y marginalidad, dibu-
jando el circuito cerrado por el cual el estereotipo, la discriminación y la miseria
se perpetúan a si mismas. El franquismo, por acción u omisión, pavimentó el
camino hacia la difícil realidad presente. Las lista de tareas pendientes presenta
una extensión monumental.
El engarce entre ámbito laboral y ámbito penitenciario, por su parte, ha
jugado un importante papel en este proceso, y no parece que haya sido del
todo sometido a revisión —ni científica ni políticamente— en los últimos
treinta años. Lejos de nuestro propósito queda entrar a valorar su naturaleza,
si conceptos como vagancia o mendicidad constituyen un intento de discipli-
nar a un sector de la mano de obra, o por el contrario se construyen como
simples categorías punitivas fabricadas «ad hoc»; nos conformamos con haber
propuesto la idea y haber hecho una primera descripción, si quiera preelimi-
nar, que la explique y justifique, a la espera de investigaciones posteriores per-
mitan arrojar más luz sobre esta cuestión.
da, y emergía a la realidad con toda su carga de dolor. Por más que el derecho
no lo manifestara expresamente —o tal vez, precisamente gracias a ello—, la
maquinaria punitiva de la dictadura se ensañó con el pueblo gitano.
Sin duda, llevará tiempo y requerirá un particular esfuerzo comprender de
qué manera todo esto ocurría. Pero aquí reside, a nuestro juicio, el desafío y la
tarea que se presentan ante la ciencia y la teoría del derecho actuales para poder
arrojar luz sobre esta cuestión. Es necesario explicitar el proceso que lleva desde
la publicación de una Ley u Orden en la que ni siquiera se menciona a los gita-
nos como tales, hasta la ejecución sistemática de sanciones jurídicas contra ellos,
incluidas penas de prisión, en virtud de esa misma norma jurídica. Esto es, ha-
cer visible aquello que se encuentra implícito en la norma jurídica y que permi-
te una represión que se encuentra, como un tabú, prefigurada pero no expresada
en ella. En este sentido, hemos de lamentar que, pasados ya treinta años desde
el final de la dictadura, nadie se haya tomado aún la molestia —hasta donde
tenemos noticia— de emprender un análisis riguroso y sistemático de la juris-
prudencia, particularmente criminal, ateniente a colectivos específicos como el
gitano. Por más dificultades que una tarea de estas características pueda entrañar,
difícilmente sin ella podrá entenderse en qué consistió de facto la represión
franquista sobre el pueblo gitano.
Por otra parte, no faltan motivos para emprender una labor de estas carac-
terísticas, que no encuentra su fundamento sólo en una necesaria operación de
justicia histórica sino, sobre todo, en una necesidad de nuestro tiempo: la de
rediseñar los engranajes de la justicia para borrar de ellos cualquier mecanismo
«perverso» que, de nuevo, dé lugar a la miseria y la marginación de forma sutil
pero sistematizada. Merece la pena que nos detengamos aquí, por un momento,
en el análisis que hace Jürgen Habermas respecto a la cuestión de la memoria
histórica en Alemania. Dice el filósofo de Dusseldorf que «[Los descendientes]
quieren obtener claridad sobre la matriz cultural de una herencia muy pesada, a fin
de saber de qué responden colectivamente, y dado el caso, qué elementos de aquellas
tradiciones que constituyeron entonces un fatal trasfondo motivacional todavía son
operantes y qué hace falta revisar» 106.
Si esto es así, con más razón ha de llevarse a cabo semejante cuestionamien-
to crítico en el caso del análisis sociojurídico de la relación entre el derecho
franquista y el colectivo gitano. Al fin y al cabo, aquí la cuestión pierde parte de
la inasibilidad que es propia de una reflexión en los términos propuestos por
Habermas, por cuanto en el ámbito del derecho positivo los mecanismos que
106
Habermas, J., La constelación posnacional. Ensayos políticos, Ed. Paidos, Barcelona,
1998. P.48-49.
396 Daniel J. García López & Pablo J. Castillo Ortiz
* Guarda copias, y las esconde, de todos esos sumarios, que ven la luz con
la entrada de las tropas franquistas y sirven para el fusilamiento de decenas de
personas presuntamente implicadas en esos crímenes.
franquista como fascismo y así sus miembros fueron desde entonces calificados
en tanto que fascistas.
Tras este paréntesis, se ha de señalar que todos esos testigos del orden fac-
cioso que se manifiestan en el expediente y conocían al juez depurado, amén de
la fuga —bajo fuego cruzado— al bando franquista, fueron motivo suficiente
para las autoridades militares franquistas que lo dilucidaron en el Consejo de
Guerra que absolvió al completo al Juez Sáez en 1941. Pero no lo fue para los
responsables administrativos de la depuración que no levantan la nota desfavo-
rable del Juez Sáez hasta 1953.
Los cargos que los órganos depuradores del Ministerio de Justicia aducen
en su contra, se apoyan en los testigos desfavorables: en los que destacan su
carácter vehemente y de poco fiar, unos días republicano y otros fascista dicen,
su buena relación con las autoridades republicanas vascas y su ascendiente con
ellas, etc. Y, por encima de todo, y así se ve en las resoluciones decisivas, se toma
como prueba en contrario ese nombramiento con ese sueldo —estupendo para
la época— de doce mil pesetas anuales por el desenvolvimiento del oficio de
Juez ordinario de Bilbao.
Téngase presente, como se deduce del propio expediente, que doce mil
pesetas anuales daban para mucho esos años. Pues el Juez Sáez enviaba todos
los meses quinientas pesetas para que viviera toda su numerosa familia y la
criada, y que una buena pensión completa en el centro mismo de Bilbao costa-
ba entre 6,50 y 8 pesetas mensuales a cada huésped alojado 1.
Finalmente, se ha de precisar que son de particular interés en la criba de
este expediente: a) los detallistas informes de la policía (Dirección General de
Seguridad a través del Gobierno Civil de Bilbao) b) más que ningún otro do-
cumento, la sentencia del Consejo de Guerra de 21 de diciembre de 1941 y c)
los documentos depuradores de los jueces de instrucción especiales y del Juez
Instructor Depurador de los funcionarios de la Administración de Justicia que
desembocan en la sanción correspondiente.
1
Un futbolista de Primera División (y ya eran los tiempos de Ricardo Zamora, Lán-
gara y Vergara) podía ganar en vísperas de la guerra civil unas quinientas pesetas al mes. Los
había que ganaban más, pero también quienes ingresaban menos. Y 50.000 pesetas era la
cifra que podía pagarse por un buen fichaje esos años en los que el fútbol ya constituía una
amplia emoción semanal de las multitudes españolas. Monreal, Félix, «50.000 pesetas y un
portero», Diario de Noticias de Navarra, 21.3.09.
402 José Ignacio Lacasta Zabalza
Una de las cuestiones que más choca en el examen de tan abigarrado expe-
diente es la del estilo empleado y el lenguaje. Muchas no son expresiones actua-
les, lo cual se complica todavía más con el uso de tecnicismos o pretendidos
tecnicismos propios del peculiar idioma jurídico o forense.
Hace ya muchos años, tuve la honra de presentar en el Aula Magna de la
Facultad de Derecho de Zaragoza al Fiscal del Tribunal Supremo J.V. Chamo-
rro. Miembro de la ya extinguida, clandestina y antifranquista organización
Jueces para la Democracia, pronunció una interesante conferencia en la que hacía
ver la inadecuación del lenguaje jurídico esclerotizado a la realidad cotidiana.
Chamorro, buen lector de los clásicos castellanos y especialista en la obra de
Antonio Machado, criticaba las expresiones del procedimiento tales como
«únanse las piezas a los autos», y decía que —para un espectador imparcial—
más que en un juzgado pareciera que transcurría el relato en un garaje de auto-
móviles 2.
El Juez Sáez no es ajeno a ese mal uso del castellano salpicado por términos
procesales. Así, el seis de agosto de 1940, por orden del Presidente de la Au-
diencia de Lugo y en cumplimiento de los pesados trámites de su depuración,
presta declaración jurada ante Don Francisco Díaz Sanjurjo, Juez municipal en
funciones de Instrucción de Ribadeo, donde entonces reside Sáez. En uno de
los momentos, Díaz Sanjurjo exalta el mérito de Sáez al elaborar los sumarios,
durante su actividad en Bilbao, por el asalto a la cárcel de la misma villa y sus
posteriores repugnantes asesinatos de retaguardia (con resultado de muerte para
doscientas quince personas), al mantener sus acusaciones contra ciento y pico
procesados por delito de sedición, asesinato terrorista con fin de odio y vengan-
za, robo a mano armada y abandono de destino frente al enemigo «por los en-
cargados de la vigilancia y defensa de las Prisiones». A varios imputados se les
decretó prisión sin fianza, pero después fueron liberados por un Batallón de la
CNT. Díaz Sanjurjo admira la conducta valerosa del Juez Sáez en la dirección
Chamorro recordó —lo que tiene alguna relación con estos hechos— que él mismo
2
era hijo de un carabinero leal a la República (como lo fue la gran mayoría de ese Cuerpo).
Pero, más que nada, criticó el tradicional desajuste establecido entre justicia y realidad social
con un chiste que, aunque viejo, no deja de tener su busilis y cierta actualidad. Se trata de dos
gitanos (imagen de la agudeza en el imaginario popular español) que van escoltados por la
Guardia Civil y, convenientemente esposados, se dirigen a un edificio cuyo frontispicio reza
“Palacio de Justicia”. Como tal edificio es absolutamente cochambroso, un gitano le dice al
otro que tiene mucho miedo: “Porque como esto tenga de Justicia lo que tiene de Palacio,
estamos perdidos”.
la desdicha de cobrar un buen sueldo 403
de tal instrucción, pero se le escapa un comentario crítico del mal estilo de Sáez
expresado en sus escritos:
«
salvo algunos latiguillos de mal gusto»
Y, efectivamente, frente al estilo sobrio, sin requilorios, de Díaz Sanjurjo, el
conjunto del expediente está dominado por la fealdad lingüística de las archi-
sabidas piezas que se unen a sus autos de modo imperativo («únanse, etc.»). Pero
hay más, porque el Juez Sáez, católico a machamartillo, se queja de la falta de
bautismo de su hija residente en zona roja asturiana, hasta que recibe el sacra-
mento que le parece salvífico. O la hostilidad que le profesan los miembros as-
turianos del Frente Popular (que se la tienen jurada) se le antoja una acrimonia,
expresión de una retórica que más que culta deviene ciertamente latiniparla
rebuscada. En todo caso, está mal empleada esa acrimonia, que según el Diccio-
nario es «desabrimiento en el trato», para retratar la conducta de quienes pro-
bablemente quieren conducirlo al paredón o a los infames estrados de algún
Tribunal Popular.
Hay que dejar ya de lado las atractivas cuestiones estilísticas que tanto ex-
plican nuestra historia social española, si bien, examinado el conjunto del expe-
diente, da la impresión que en los años treinta y cuarenta se escribía —también
con una cuidada letra, como la del implacable juez depurador Luis Vaca— bas-
tante mejor que hoy.
En realidad, la suerte final del juez está ya decidida con lo que afirman dos
informes del año 1940. El 29 de julio de ese año, el Comandante del Puesto de
la Guardia Civil de Oviedo, Sr. D. José Domínguez, dice de la fase de la vida
profesional del Juez Sáez en la que tuvo jurisdicción en Pola de Siero:
«que dicho Señor durante su permanencia en esta siempre demostró su idea
derechista y simpatizante del Glorioso Movimiento Nacional manteniendo con
valentía su posición ideológica y retitud (sic) de procedimiento, con motivo de
su cargo en contra de presiones de que fue objeto por el Frente Popular con
anterioridad a la iniciación de aquel; con motivo de haberse decretado su prisión
por las autoridades marxistas tuvo que abandonar esta villa marchando hasta
Bilbao, ignorándose en esta la actuación que el mismo en aquella pudo haber
tenido, considerándoleafecto al nuevo estado».
Este informe ya nos dice dos cosas relevantes para la resolución del caso: a)
que el juez es de toda confianza franquista, tanto por su actuación en vísperas
del golpe de Estado de Franco como en 1940 b) que se desconoce su actuación
en Bilbao.
Pero el Delegado de Información e Investigación de Falange Española de
Pola de Siero, en documento de 31 de julio de 1940, si bien deja claro que el
juez «es persona de derechas» y temerosa de la persecución del Frente Popular
en Asturias, afirma:
404 José Ignacio Lacasta Zabalza
«juez que fue nombrado por el gobierno de euzkadi» y «las distintas per-
sonas que han informado se han limitado a decir que por el hecho de ser
nombrado por el gobierno vasco, era de su completa adhesión».
Ya que Sáez:
«Es desconocido por los Abogados y procuradoresque permanecieron en
esta capital durante el período rojo-separatista, por estar todos ellos encarcela-
dosu ocultos».
Hay también muchos testimonios en pro del Juez Sáez durante su presencia
en Bilbao, no siendo el menor de ellos el del Alcalde de Bilbao de 11 de sep-
tiembre de 1940, quien considera a Sáez «persona sensata y camisa vieja» y
sobre su conducta «más que otra cosa sirvió de enlace a las derechas».
Pero lo que va a flotar entre toda esa maraña de documentos para la Junta
Técnica del Estado (Comisión de Justicia) primero y los jueces depuradores del
Ministerio de Justicia después, es la versión ya apuntada tempranamente un 16
de septiembre de 1937 por el vicesecretario segundo de la Audiencia de Bilbao
D. Martín Robador Ortiz. Encargado de pagar las nóminas —y sus atrasos— al
Juez Sáez, que luego cobraría directamente en hacienda. Que la diferencia de
sueldo de diez mil —el sueldo normal de un juez de esa categoría— a doce mil
pesetas:
«se la satisfacía este Gobierno Vasco y cuya diferencia de nominilla efectuó
el declarante por orden expresa de dicho Gobierno de Euzkadi».
El Juez Sáez no le daba ninguna seguridad cognitiva a este vicesecretario,
pues parecía ostentar «vara alta con el Gobierno de Euzkadi», con coche oficial
—que luego le sirvió para fugarse— y una falta de solidez en sus ideas «porque
unas veces manifestaba que era republicano y otras de extrema derecha»:
«siendo por tanto ambiguo y dudoso el concepto que del mismo puede
formarse».
No obstante, el Juez de Instrucción Decano de Bilbao testifica a favor de
Sáez el 17 de septiembre de 1937 y recuerda su comportamiento valeroso ante
los crímenes de la cárcel bilbaína así como la invitación de Sáez a oír misa y
comulgar con otros compañeros a la Iglesia de Begoña el día de la Fiesta de la
Raza.
Mucho más creíble resulta la afinidad de Sáez con el Gobierno Vasco, por
la siguiente cuestión religiosa, ideológica y política, muy reflejada en el informe
del Gobernador Civil de Vizcaya de 13 de octubre de 1937:
«Es criterio del policía informante, que al llegar a esta Villa el Sr. Sáez y
dada la carencia de elementos de que disponía el llamado Gobierno de Euzka-
di, para desempeñar el cargo de Juez, entabló amistad con el Consejero de
Justicia y Cultura de dicho Gobierno, Jesús M.ª Leizaola por mediación del
Secretario General Sr. Arechalde, y le propusieron dicho cargo, aceptándolo por
406 José Ignacio Lacasta Zabalza
3
Beevor, A., La guerra civil española, Crítica, Barcelona, 2008, pp. 327-350.
la desdicha de cobrar un buen sueldo 407
todo lo cual tenía su complemento siniestro. Que fue el asesinato por pena de
muerte, la reclusión carcelaria y los trabajos forzados impuestos a muchos miles
de personas que fueron desafectos al golpe de Estado del 18 de julio de 1936 4.
De este modo el Consejo de Guerra reunido en Bilbao el dieciséis de diciembre
de 1941, presidido por el General Natalio López Bravo, compuesto por coro-
neles y tenientes coroneles iletrados de las armas de Caballería, Infantería,
Artillería e Ingenieros, así como por el teniente coronel del Cuerpo Jurídico José
de Olives Feliu, mediante procedimiento sumarísimo, dicta sentencia el veinti-
nueve de diciembre de ese mismo año 1941. Del dieciséis al veintinueve del
mismo mes del mismo año no hay tiempo para la práctica de las pruebas, ejer-
cicio del principio de contradicción entre las partes, práctica de la defensa del
acusado, etc., pues para eso se define ese proceso como sumarísimo.
Es el proceso sumarísimo 12.733:
«seguido contra el procesado, Juez de 1.ª instancia Don Jesús Sáez Jime-
nez, por supuesto delito dimanante de aceptación de cargo público durante la
rebelión marxista».
Acusación que el Consejo de Guerra resuelve con una frase que se repite
durante toda la sentencia:
«Se vio obligado a aceptar».
Y recoge todos los antecedentes facciosos y derechistas del Juez desde su
primer destino. Es «elemento desafecto a la causa roja y contrario al marxismo».
Tiene la enemiga del Frente Popular antes y después del 18 de julio de 1936.
Que en Bilbao ha tratado siempre de ayudar al fascismo emergente, con la
guarda de sumarios que luego «han servido para descubrir, perseguir y sancionar
delitos cometidos por los marxistas». Y su cargo de Fiscal militar le sirvió para
pasarse a la zona franquista «por el frente de guerra».
Visto lo visto, el Consejo de Guerra dicta sentencia absolutoria con todos
los pronunciamientos favorables y considera que:
«los hechos expuestos y que se estiman probados, no pueden en forma al-
guna ser constitutivos del delito de rebelión militar cometida por los marxistas
que se opusieron al Glorioso Movimiento Nacional y, antes al contrario, revelan
adhesión y apoyo a este último en la esfera particular y oficial en que pudo des-
envolverse el procesado por la fuerza de las circunstancias que le rodearon».
4
Para un estudio del papel del ejército en la represión política franquista, Lacasta-
Zabalza, J. I., «El Estado novo portugués y el régimen franquista: dos dictaduras disímiles»,
en Fernández-Crehuet, F. (Herausgegeben), Franquismus und Salazarismus, Legitimation
durch Diktatur?, Vittorio Klostermann, Frankfurt am Main, 2008, pp. 529-558.
408 José Ignacio Lacasta Zabalza
5
Una rápida y aguda semblanza de Luis Jiménez de Asúa está escrita en el libro de
Gimbernat Ordeig, E., Ensayos penales, Tecnos, Madrid, 1999, pp. 15-17.
6
Donde el PNV no controla toda la fuerza militar, pues aproximadamente la mitad del
ejército republicano –además de las tropas vascas- está en manos de las milicias sindicales y
comunistas (con predominio de la CNT y UGT). El PNV tenía una diferencia estratégica
en ese terreno con la CNT que se manifestó a lo crudo con el incendio de Irún. El PNV era
partidario de conservar las ciudades y no de una política de tierra quemada (contradicción
con la milicia anarquista que también tuvo lugar en la defensa de San Sebastián). En cuanto
a la organización interna, el PNV mantenía en la medida de lo posible la legislación y el orden.
Manuel Irujo impulsó una política contraria a los <<paseos>> y favorable a facilitar la huí-
da a Francia de los simpatizantes franquistas (de hecho, el Juez Sáez exilió a Francia a su
familia a través de esas facilidades). Situación compleja, muy bien descrita por Antony Beevor
en La guerra civil española, pp. 327-350
la desdicha de cobrar un buen sueldo 409
Sección que es quien confirma las admisiones y sanciones, a las que dan siempre
su conformidad el director general y el Ministro 7.
En efecto, es precisamente Romualdo Hernández Serrano quien suscribe el
28 de abril de 1942 esta acción depuradora tras su correspondiente informe, don-
de reprocha al Juez Sáez su amistad con los nacionalistas vascos, y da por bueno
el testimonio del vicesecretario de la Audiencia de Bilbao Sr. Robador Ortiz (que
anteriormente ya se ha comentado). No duda de su filiación derechista, pero sí de
su carácter ambiguo y también —a través de otros testimonios— «abierto y atre-
vido», además de su verbosidad. Aunque Hernández Serrano, que aplica sus dotes
de fiscal, ve otra nueva contradicción. El juez depurado dice que tiene que salir
perseguido de Pola de Siero por el Frente Popular y, sin embargo, exhibe un sal-
voconducto o permiso de salida de 22 de julio de 1936.
El Juez Sáez no tiene ya nada que hacer, pues la casuística depuradora ya
ha introducido entre sus motivos sancionadores de la actuación en zona repu-
blicana el «ascenso a puesto o percepción de sueldo de mayor categoría» 8. El
Instructor cree probada la diferencia de dos mil pesetas, así como el cobro de
dos pagas extraordinarias por la amistad de Sáez con los nacionalistas vascos.
En consecuencia, propone que se proceda a la:
«imposición de sanción, si bien para graduarla deben tenerse en cuenta los
buenos antecedentes del Sr. Sáez, y el no haber intervenido en procedimientos
contra personas afectas a la Causa Nacional».
Sanción de traslado forzoso y prohibición de solicitar cargos vacantes du-
rante dos años que Saturnino López Peces corrobora en Madrid, un 12 de mayo
de 1942.
Sanción y nota desfavorable en el expediente del Juez Sáez que permane-
cerán hasta que cambie la legislación diez años más tarde y, en virtud del artí-
culo 2 del Decreto de 5 de septiembre de 1952, el Presidente del Tribunal Su-
premo y de la Inspección de Tribunales, José Castán Tobeñas, ordene el 27 de
enero de 1953 que se cancele la nota desfavorable y se le retire el castigo.
Hay un elemental criterio ético que es ponerse en el lugar del Juez Sáez,
comprender que salvar la vida es una obligación y saber que en esas circunstan-
7
Lanero Táboas, M., Una milicia de la justicia. La política judicial del franquismo (1936-
1945), Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1996, pp. 230-247.
8
Ibidem, p. 245.
410 José Ignacio Lacasta Zabalza
cias era una operación harto difícil; no minimizar, al revés de lo que hacen las
autoridades depuradoras franquistas, las circunstancias de fuerza y coacción
derivadas de una guerra (cosa que sí entiende hasta el Consejo de Guerra que
lo absuelve), aunque todo ello no ha de excusar algunos aspectos inexcusables.
Crítica que se va a realizar aquí desde el modelo o paradigma de juez de un
Estado de derecho democrático; independientemente de la ideología que pro-
fesase en público y en privado.
El Juez Sáez es y no lo es el de un Estado democrático de Derecho. No lo
es, cuando se confirma en el expediente su afiliación o cotización de carácter
secreto a Falange Española. Primero, porque los jueces republicanos tenían pro-
hibida la pertenencia a los partidos políticos (aspecto éste muy mal visto entre
los propios jueces). Segundo, porque Falange no era una organización cualquie-
ra, sino que en vísperas del golpe del 18 de julio, ya había intervenido en varias
acciones terroristas al seguir la dialéctica «de los puños y las pistolas» (en frase
archiconocida de su fundador).
Cuando el Juez Sáez actúa contra los asesinos repugnantes de los presos de
derechas desvalidos de la cárcel de Bilbao, se hace merecedor del aplauso moral.
Por ser crímenes de retaguardia, contra gente desarmada y prevaliéndose de la
fuerza. Además, ese tipo de acciones descontroladas —como las matanzas de
curas y monjas— hicieron un enorme daño al prestigio de la República españo-
la. Es positivo, pues, que recayera sobre esos delincuentes toda la legislación
penal republicana. Pero no es nada positivo que guardase los sumarios y los
pusiera en manos franquistas, cuyo principio de legalidad era inexistente y cuya
arbitrariedad —con la que también simpatizaba el Juez Sáez— era palmaria. En
unas circunstancias en las que pertenecer a un partido político de izquierdas o
a un sindicato podía costar —y costaba frecuentemente— la vida. ¿Cuántas
penas capitales impusieron los Consejos de Guerra, a través de la mascarada de
la acusación de rebelión o auxilio a la misma, a personas inocentes por el mero
hecho de tener unas ideas o ser fieles a la Constitución de 1931? Todavía no se
sabe históricamente del todo, pero sí hay información fehaciente acerca de de-
cenas de miles de las mismas.
Esto no es obstáculo para considerar claramente paranoica la actuación de
las autoridades depuradoras franquistas en contra del Juez Sáez quien, además,
es uno de los suyos. En cuanto a la benignidad del Consejo de Guerra contra el
Sr. Sáez, la profesora Mónica Landero ha estudiado que se trataba de un carac-
terística general de esa acción represiva militar contra jueces y fiscales. Primero,
por ser considerada una profesión «de orden» donde abundan las personas de
derechas. Y segundo por mantener en el puesto a unos funcionarios especiali-
zados, muy necesarios para la configuración del nuevo Estado franquista.
la desdicha de cobrar un buen sueldo 411
9
Hay quien dice —el profesor Juan Antonio García Amado entre otros— que el
reconocimiento de la Constitución de 1931 como antecedente legítimo de la de 1978 (lo
cual es una obviedad, pues una y otra tienen un mapa autonómico y normativo –con sus
Tribunales Constitucionales o de Garantías- bastante parecido), quiebra el famoso consenso
alcanzado entre izquierda y derecha durante la transición. Es una posición habitual entre
ciertos sectores de la derecha española, quienes aceptan el actual régimen democrático a
condición de no poderse hablar del legítimo texto de 1931 ni de la dictadura franquista.
Lo cual, amén de faltar a la realidad del proceso constitucional español sucedido en la
historia y a la experiencia vital de quienes conocimos el franquismo, no hace sino dividir
permanentemente a nuestra sociedad. De cierto que es chocante la postura de García
Amado, quien se reclama del positivismo jurídico y niega el carácter de norma jurídica a una
norma jurídica (la Constitución de 1931 y su kelseniano Tribunal de Garantías). Choca, pero
se entiende en el contexto del miedo cerval del conservadurismo español a la reconstrucción
del pasado político real e inmediato. Una derecha civilizada, a lo francés por ejemplo, no
tendría el menor inconveniente en afirmar la legitimidad del texto –con todas las críticas que
se quieran- de 1931, así como rechazar por deleznable y antiestética la dictadura de Fran-
co. Para una síntesis de esas tópicas posiciones ubicadas entre la derecha española que
acepta la actual democracia, el artículo de García Amado, J. A., «Usos de la historia y legi-
timidad constitucional», en Martín Pallín, J.A. y Escudero Alday, R. (editores), Derecho
y memoria histórica, Trotta, Madrid, 2008, pp. 47-71.
10
Aguilar Fernández, P., Políticas de la memoria y memorias de la política, Alianza,
Madrid, 2008, p. 51.
412 José Ignacio Lacasta Zabalza
I. Introducción
1. Justificación
El régimen de facto del general Gustavo Rojas Pinilla, que comenzó en junio
de 1953 con un golpe de Estado y finalizó con el traspaso del poder a una Junta
Militar (1957-1958), es la única dictadura que registra la historia oficial de Co-
lombia. Sin embargo, estuvo precedida de dos gobiernos que, debido a la abierta
y criminal arbitrariedad cometida por poderes surgidos de elecciones formalmen-
te democráticos, han sido considerados por algunos especialistas en Derecho
Constitucional como dictaduras civiles o dictaduras constitucionales 2.
Fueron las administraciones de Mariano Ospina y Laureano Gómez (1946-
1953), quienes, no obstante, en la Ciencia e Historia Política y Jurídica suelen
ser considerados generalmente como ex presidentes de la República, sin más
aclaraciones. Pero, sus jefaturas de Estado guardaron marcadas proximidades
1
Doctora en Derecho e Investigadora de la Universidad Pública de Navarra-UPNA
2
También se habla de monarquías plebiscitarias ver, López, A. y Restrepo, C., El
presidencialismo excesivo. La superstición codificada, Universidad Externado de Colombia, Bo-
gotá, 1986, p. 12; Restrepo, C., El síndrome del presidencialismo en Colombia, Universidad
Externado de Colombia, Bogotá, Temas de Derecho Público No. 16, 1989, pp. 18-19.
414 Melba Luz Calle Meza
6
Tusell, J. El régimen de Franco, 1936-1975: política y relaciones exteriores, Universidad
Nacional de Educación a Distancia, UNED, 1993, pp. 447-458, 279-307, 535-546; 547-560,
515-534.
7
Delgado, A., op. cit.
8
Cuando aquí se menciona la cultura colombiana o española se emplea el término en
sentido objetivo o morfodinámico. Es decir, la cultura entendida como un sistema de actuar y
pensar que no es invariable ni tampoco inmutable sino que está en constante transformación.
Un sistema que es resultado de la concatenación de contenidos culturales subjetivos, sociales
y materiales, en tanto que una tal conexión da lugar a un equilibrio dinámico de las formas.
Según esta concepción, la cultura no se entiende de un modo unitario. Se habla en plural de
las culturas como realidades cuyos contenidos varían en el curso del tiempo, ya sea por los
propios procesos internos de transformación como por el contacto con otras culturas (en
muchos casos conflictivo). La cultura objetiva designa así no una entidad global única sino un
conjunto de sedimentos o «placas» de tamaños diversos que están implicados en la corriente
subjetiva social de la que llegan a ser pautas impersonales que nos vienen dadas al igual que
las montañas o los bosques. Esta idea de cultura, en cuanto unidad, sí es una idea efectiva
capaz de determinar lo que tienen de común formaciones tan heterogéneas como ideologías
vinculadas a instituciones artísticas o tecnológicas (por ejemplo, las armas) lenguas gramati-
calizadas, instituciones sociales, etc. Lo más característico de la (s) cultura (s) humana (s) es
su dimensión normativa e histórica. Alcances que, junto a su influencia acumulativa y selecti-
va a lo largo de las generaciones, constituyen su rasgo específico. Ya que el entorno cultural,
social y material de los hombres transforma la acción de unas generaciones sobre las que le
siguen. En consecuencia, aquí no se usa la voz cultura en su significación subjetiva, sinónimo
de educación. Y, tampoco, en el sentido ontológico propio del megarismo cultural y referido
al supuesto proceso de conformación de la identidad de un pueblo que, en el curso continuo
de sus generaciones, habría logrado mantener la misma y esencial cultura y se reconocería
como el mismo pueblo a través de la conservación histórica de su cultura, que se convierte así
en patrimonio de la vida de ese pueblo. Véase Bueno, G., El mito de la cultura. Ensayo de una
filosofía materialista de la cultura, Prensa Ibérica, Barcelona, 1996. No sobra advertir que no se
comparten aquí las deducciones políticas sobre la idea de cultura del filósofo español.
416 Melba Luz Calle Meza
2. Presentación
El tema de este trabajo hace parte de la historia política y jurídica del siglo
XX sobre la que ha existido en Colombia un pacto de silencio. Maniobra que
ha sido tácita en algunas cuestiones pero francamente cínica en aspectos tan
graves como lo es la asunción de responsabilidades en el desencadenamiento de
la guerra civil y en los crímenes cometidos contra la vida y la libertad de los
colombianos. Algo similar a lo ocurrido en España con los delitos perpetrados
con el golpe de Estado de Franco, durante la guerra civil y en el posterior régi-
men dictatorial.
El enfoque elegido no se ajusta a la versión de la historia oficial y, sin em-
bargo, no es una cuestión ni rebuscada ni artificial porque existen suficientes
datos objetivos que confirman la interrelación entre la dictadura franquista y los
gobiernos colombianos de la época. Una de esas evidencias está dada por la
placa e inscripción, que aún se conservan en la ciudad española de Sitges, me-
diante la cual se conmemora el bipartidista y excluyente Pacto que el máximo
representante del franquismo colombiano, el ex presidente Laureano Gómez,
redactó y suscribió en 1957 con el jefe del liberalismo, el liberal de derechas
Alberto Lleras. Acuerdo que, sumado a la Declaración de Benidorm de 1956,
constituyó el presupuesto básico del texto constitucional plebiscitado en 1957.
Norma suprema que sirvió de célebre sostén, durante casi toda la segunda mitad
del siglo XX colombiano, a ese antidemocrático y antipluralista régimen políti-
co conocido con el elocuente nombre de «Frente Nacional» y que constituyó,
por absurdo que parezca, la positivación constitucional del franquismo colom-
biano.
las dictaduras en colombia y su sello franquista 417
9
Este artículo se sustenta, en buena medida, en la tesis doctoral de Calle, M., Consti-
tución y guerra. Una revisión del sistema de derechos fundamentales de Colombia en el siglo XX,
URL http://www.tesisenred.net/TDR-1028108-090259.
las dictaduras en colombia y su sello franquista 419
10
Molina, G., Las ideas liberales en Colombia 1915-1934, Vol. I, Tercer Mundo, Bogo-
tá, 1998, pp. 273-274.
11
Tirado, Á., Aspectos políticos del primer gobierno de Alfonso López Pumarejo 1934-1938,
Procultura/Instituto Colombiano de Cultura [Bogotá], 1981, pp. 343-356.
420 Melba Luz Calle Meza
12
López, D., Teoría impura del Derecho. La transformación de la cultura jurídica latinoa-
mericana, Legis, Bogotá, 2004, pp. 327-328.
13
Ibídem, p. 24.
14
López, A., Obras Selectas, II Parte, Jorge Mario Eastman (comp.), Cámara de Repre-
sentantes-Colección Pensadores Políticos colombianos, Bogotá, 1980, pp. 87-119.
15
López, A., «Mensaje al Congreso en la instalación de sus sesiones ordinarias de 1936», cit.
las dictaduras en colombia y su sello franquista 421
«…es preciso recordar que falangismo, militares de ultraderecha y clero habían venido
lanzando amenazas análogas contra la república española, y que el 18 de julio de 1936
se produjo una insurrección, con el apoyo de Hitler y Mussolini. Y que, en Colombia,
16
Véase, Tirado, Á., op. cit., p. 356.
17
«Manifiesto Episcopal de 17 de marzo de 1935», en Conferencias Episcopales de Co-
lombia, t. I (1908-1953), Secretariado Permanente del Episcopado, Bogotá, 1956, p. 398.
18
Ibídem.
19
Ibídem.
422 Melba Luz Calle Meza
desde entonces, aquella oposición repitió y practicó un estribillo tenebroso: <la acción
intrépida, el atentado personal, la república invivible›» 20.
«¿no se observa una impresionante analogía entre la tragedia política que vive España
y la que apenas se inicia entre nosotros como fruto de la política liberal?» 24.
20
Citado en escuela superior de administración pública- ESAP, Reformas del
Estado y de la Administración Pública en el siglo XX. Cien años de pensamiento político y adminis-
trativo en Colombia, ESAP, Bogotá, 1998, p. 27.
21
Henderson, J., Las ideas de Laureano Gómez, Tercer Mundo, Bogotá, 1985, pp. 139-140.
22
El Siglo, 17/07/1937.
23
«Paralelo entre Colombia y España», sección «Alusiones», El Siglo, 28/04/1936.
24
Ibídem.
las dictaduras en colombia y su sello franquista 423
«España estuvo dominada por la revolución comunista más completamente que por
los moros. Lenin iba a tener razón, porque la península caía, instante tras instante, en
las fauces del comunismo. Entonces ocurrió uno de los momentos cruciales de la his-
toria humana. El paladín que se creyera exánime, …, se incorporó. Por los cauces ex-
tintos de la energía española volvió a correr sangre impetuosa; sobre el suelo que pare-
cía maldito para la eternidad, reapareció, después de tantos años y lustros de
vergüenza, la purificadora llama del heroísmo… El milagro, en que ya no se creía, hizo
su aparición, y un ejército, transportado por los aires, por primera vez en la historia del
mundo, empezaba ahora, por el contrario extremo, la faena prodigiosa de la reconquis-
ta …el correr arrollador del torrente revolucionario estaba detenido. Bendecimos a
Dios porque nos permitió presenciar esta época de transformación imprevista y por-
que sintetizando cuanto día a día sentimos al conocer el soberbio, indomeñado empu-
je de los que dieron un grito que arranca de lo más férvido de nuestros entusiasmos:
¡arriba España, católica e imperial!» 26
25
Laureano Gómez, «Decadencia y grandeza de España», Revista Colombiana, Vol. IX,
No. 105, febrero 1 de 1938, pp. 260-262.
26
Ibídem.
424 Melba Luz Calle Meza
iglesias y conventos y los incendiaban y asesinaron a los mejores hijos del territorio
(…). El señor Presidente, sin embargo, hizo un férvido elogio de la admirable Repú-
blica española…¿no es eso …aprobar … los asesinatos y disimularlos y encubrirlos,
como se disimulan y se encubren entre nosotros?. 27
«Bogotá, es alta, fría y húmeda; (…) como en ninguna otra ciudad que haya visto en
América del Sur se siente en Bogotá el peso de España, sombrío y opresivo. Todo
cuanto es oficial lleva el sello made in spain. (…) frente a la oficina de correos había
afiches del Partido Conservador. Uno de ellos decía:<campesinos, el ejército lucha por
vuestro bienestar. El crimen degrada al hombre y luego su conciencia le impide vivir.
El trabajo lo eleva hacia Dios. Cooperad con la policía y los militares. Ellos sólo nece-
sitan vuestras informaciones. Es vuestro deber abandonar la guerrilla, trabajar, saber
cuál es vuestro lugar y escuchar al cura>, ¡que mentiras tan viejas!, como si trataran de
vender el puente de Brooklin.» 29
27
Laureano Gómez, «Contra la reelección presidencial de López Pumarejo», Obras
selectas, Primera Parte, Tomo XV, Cámara de Representantes, Bogotá, 1981, pp. 592-619.
28
Citado por Rojas, G., «Protagonismo de la Iglesia en el experimento totalitario en
Boyacá: 1946-1950», en el Vol. Col. dirigido por Javier Guerrero Barón, Iglesia, movimien-
tos y partidos: Política y violencia en la historia de Colombia, Universidad Pedagógica de Colom-
bia, Tunja, 1997, pp. 228-246; Pécaut, D., Orden y Violencia, Evolución socio-política de Colom-
bia entre 1930 y 1953, Norma, Bogotá, 2001, p. 229 y 230 nota 7.
29
Burroughs, W., Yonqui, Ediciones Júcar, Madrid, 1980, p. 53
las dictaduras en colombia y su sello franquista 425
lica, provocaron las ideas modernizadoras de la sociedad, del Estado y del De-
recho que intentaron llevarse a cabo en los años treinta y cuarenta del siglo XX.
Reformas que se inspiraron directamente en la II República Española hasta el
punto que dicha etapa se llamó en Colombia República Liberal, la que final-
mente también fue derrocada como la II República. Pero en Colombia los
medios que finalmente triunfaron en la criminal empresa no fueron los mismos
que en España porque en el país latinoamericano los dos golpes de Estado que
se intentaron en contra del gobierno de López Pumarejo fueron debelados. Pese
a todo, La República Liberal fue abatida porque el Presidente López Pumarejo
no pudo terminar el segundo período de gobierno para el que había sido demo-
cráticamente elegido. Y ello se debió a los implacables ataques de Laureano
Gómez quien se atrevió a hacer un llamamiento al asesinato de López en el seno
del propio Parlamento. Gómez insistió en el paralelo entre Colombia y España,
pues afirmó que si la II República había presionado hasta provocar la guerra,
que finalmente había salvado a España, en Colombia tendría que pasar algo
similar:
«esa República española, se armó, compró elementos militares hasta el extremo, expul-
só de las filas del ejército y de las filas de la guardia civil a todos los elementos que
pudieran ser sospechosos; …sin embargo, cuando la presión aumentó vino la guerra y
con la guerra la salvación de España» 30.
Y justificó su incitación con apoyo en las tesis sobre la guerra justa del teólogo jesui-
31
ta Francisco Suárez. Así, la guerra que debía declararse a López sería lícita siempre que «la
sociedad manifestara…la voluntad de resistencia», con «advertencia pública y previa declara-
ción de la guerra»., Ibídem.
426 Melba Luz Calle Meza
32
Lee, V, La danza de los millones. Régimen militar y revolución social en Colombia (1930-
1956), El Áncora, Bogotá, 1981, pp. 103-120.-
428 Melba Luz Calle Meza
reclutó en Boyacá, una provincia caracterizada por el control que ejercía la Igle-
sia católica y el conservatismo a ultranza, a grupos de campesinos conocidos
como «chulavitas» por el nombre de la población de origen, la vereda La Chu-
lavita. Estos grupos fueron dotados de armamento oficial y cometieron muchos
abusos: los chulavitas iban por los pueblos persiguiendo y eliminando campesi-
nos liberales quienes, a su vez, tomaban represalias en contra de otros campesi-
nos conservadores.
Esta dramática situación en cuyo origen estuvo muy comprometido el pro-
pio gobierno, le sirvió, no obstante, de excusa a Ospina para anunciar, a comien-
zos de 1949, la mano dura. Primero declaró a los guerrilleros liberales fuera de
la ley, los consideró bandoleros y empezó a tomar fuertes medidas represivas.
Con todo, hubo nuevas elecciones y el Parlamento, de mayoría liberal, preparó
un paquete de medidas para detener al Presidente Ospina en julio de 1949. En
especial hizo una reforma constitucional para adelantar las elecciones presiden-
ciales El país se dispuso para las elecciones pero a los liberales no se les permi-
tió participar en una séptima parte del territorio nacional. Y, a medida que se
acercaban los comicios, la represión se agudizó. Grupos conservadores respal-
dados por soldados recorrían los campos para obligar a los campesinos a entre-
gar sus certificados de registro e inscribirse como conservadores. A continuación
se les obligaba a abjurar del Partido Liberal a cambio de un salvo conducto con
la foto de Laureano Gómez, redactado en los siguientes términos:
«el suscrito Presidente del Directorio Conservador, certifica que el señor (…) portador
de la cédula no. (…) expedida en (…) ha jurado que no pertenecer al Partido Liberal.
En consecuencia su vida, sus bienes y su familia deberán ser respetados». 33
En estos meses hubo varias masacres en distintos puntos del territorio na-
cional y en algunos pueblos las víctimas se contaban por cientos. Amparado en
estas graves circunstancias, el Presidente propuso una reforma constitucional
para suspender la Constitución por cuatro años y, por ende, cesar las funciones
del Parlamento hasta unas nuevas elecciones. Esa propuesta nunca sería adop-
tada pero Ospina no tuvo necesidad de ella porque decidió convertirse en «dic-
tador constitucional».
33
«Las víctimas del abaleo en Cali, sepultadas hoy», El Espectador, 24/110/1949
las dictaduras en colombia y su sello franquista 429
de 1886. Según esta disposición el Presidente, así como otros altos dignatarios,
podía ser denunciado por delitos cometidos en el ejercicio de sus funciones o
por delitos comunes. Y el Senado quedaba facultado para destituir a los acusa-
dos.
Pero, cuando los senadores liberales llegaron al Parlamento para iniciar el
proceso acusatorio las tropas del ejército les impidieron entrar a la sede. De esta
forma, Ospina, convertido en dictador, comenzó a ejercer mediante la expedición
de múltiples decretos. El primero declaró turbado el orden público y en estado
de excepción todo el país.
Con todo, el ministro de gobierno, sin embargo, solicitó el concepto previo
del Consejo de Estado exigido en la Constitución para la declaratoria del esta-
do de sitio. (Art. 7.º, Acto Legislativo no. 10 de 1914). Y el Consejo de Estado
rindió concepto desfavorable adoptado por mayoría. Este pronunciamiento se
considera un documento jurídico trascendental cuyo punto de partida consistió
en la reafirmación del carácter extraordinario del estado de excepción, «subor-
dinado al fin preciso de restablecer el orden público.» Además, según el Conse-
jo de Estado, la forma en que había funcionado hasta ese momento el gobierno
conservador y la manera como se habían manejado los actos delictivos cometi-
dos por los propios funcionarios locales había dado lugar a la grave situación
que se alegaba para decretar el estado de excepción. Tampoco obraban datos
suficientes sobre un estado de conmoción interna de la naturaleza exigida por
la Constitución 34.
El Presidente Ospina hizo caso omiso de la resolución del alto tribunal y
desplegó una auténtica cascada de medidas arbitrarias. Según el gobierno, el
estado de sitio se dictaba (Decreto 03518 de 9 de noviembre de 1949) porque
para el mantenimiento del orden se requería de facultades excepcionales porque
las medidas ya tomadas no habían dado resultado.
De esta manera se derogó la legislación vigente, se expidieron códigos y se
intervino arbitrariamente en todos los ámbitos 35. El conjunto de medidas que
se tomaron fue el siguiente:
• Suspensión las sesiones ordinarias del Congreso Nacional. Mediante un
gran despliegue de las fuerza armadas se impidió el acceso de los repre-
sentantes del pueblo al Capitolio Nacional. También se cerraron las
Asambleas Departamentales y los Consejos Municipales.
• Censura de la prensa y de la radio: se encargó a las autoridades locales y
34
Véase, «El concepto del Consejo de Estado sobre estado de sitio ha sido siempre
acatado» en El Espectador, 26/10/1949
35
Tascón, T., Derecho Constitucional colombiano: comentarios a la Constitución nacional,
Minerva, Bogotá, 1934, pp. 260-261; Henderson, J., Cuando Colombia se desangró. Una his-
toria de la Violencia en metrópoli y provincia, El Áncora, Bogotá, 1984, pp. 168-169.
430 Melba Luz Calle Meza
Así se inició una ola represiva sin precedentes, surgieron los presos políticos,
los consejos de guerra, la persecución de los sospechosos de ser simpatizantes
del comunismo. Se sucedieron el eclipse de las libertades y derechos esenciales,
el cierre de radiodifusoras, el licenciamiento de los trabajadores no simpatizan-
tes con el gobierno, etc. 37.
En este escenario se celebraron elecciones presidenciales y fue elegido el
único candidato que se presentó ya que los liberales no participaron. Fue el jefe
del conservatismo, el mencionado ideólogo y máximo representante del fran-
quismo colombiano, Laureano Gómez, con el cual se inició el segundo período
dictatorial que se repasará en el siguiente apartado.
36
Semana. Una revista de hechos y gentes de Colombia y del mundo, Volumen VII, No. 158,
29/10/1949.
37
Lee, V., op. cit., p. 138.
las dictaduras en colombia y su sello franquista 431
38
Varela, J., Política y Constitución en España.1808-1978, CEPC, Madrid, 2007, Pró-
logo de Francisco Rubio Llorente, pp. 550-555
432 Melba Luz Calle Meza
pues ésta era la única religión de los colombianos y, por lo tanto, debía influir
en la organización del Estado y de la sociedad:
«(…) la característica del judío es que no tiene patria (…) es iluso pretender que un judío,
aún después de muchas generaciones se asimile; ¡no se asimila! (…) la enseñanza de la
historia es que cuando el fenómeno se presenta no hay sino dos soluciones: o la entrega
de la nación o la expulsión de los judíos. El judaísmo que es un sistema de dominación
universal (…) necesita una política…entonces apareció en el mundo la doctrina comu-
nista. «el comunismo es una creación judaica… Judíos fueron los promotores (…); sus
filósofos, sus expositores; no hay en la fundación de la teoría comunista influencia de
39
Gómez, L. Obras selectas, cit., pp. 695-709.
40
Darío Echandía del sector lopista era masón y también Eduardo Santos quien tenía
su propio grupo político dentro del Partido Liberal «los santistas». Por otra parte, Alfonso
Romero Aguirre, quien fue el defensor de la francmasonería en el Senado, fue aliado del pro-
pio Gómez cuando este apoyó al anti-lopista Carlos Arango en su candidatura presidencial.
Éstas eran pruebas suficientes del desacuerdo político entre los masones colombianos, véase,
Williford, T, Laureano Gómez y los masones, 1936-1942, Planeta, Bogotá, 2005, pp. 62-70
434 Melba Luz Calle Meza
inteligencia que provenga de otra parte; todo nació de allí. (…) como tiene grandes ha-
lagos para los proletarios y los desposeídos, quitándoles la fe en cosas sublimes, se las
concreta a cosas materiales…entonces el judaísmo… Obtiene la dominación (…) la
masonería es una creación típicamente judaica. (…). En un libro, que se llama «la verdad
israelita»…se dice: «el espíritu de la masonería es el espíritu del judaísmo en sus creen-
cias más fundamentales (…) ¿para qué ha creado el judaísmo la masonería? ¡para influir
de una manera decisiva en la marcha del mundo! (…) ¿simplemente influencia política,
por el apetito de dominación? No. El judaísmo significa una oposición radical… al cato-
licismo; (…) es una tenacidad anticatólica y anticristiana (…). La masonería es la opo-
sición y el combate implacable (…) contra el catolicismo.» 41
«basó su acción política en las teorías cristianas expuestas por Santo Tomás de Aquino y
San Agustín, revitalizadas a finales del siglo XIX por el Papa León XII y la escuela neo-
tomista con la cual se intentó dar a la religión católica una recuperación mundial. …
propugnaba por la conservación de la tradición católica colombiana impuesta desde la
época de la colonia. Según él, un Estado sólido requería que los funcionarios se compro-
metieran en los principios del catolicismo: la justicia, la jerarquía y la moralidad.» 42
«dejémonos de sofismas, sin religión no hay justicia, sin ésta la sociedad civilizada es
imposible». 43
Ibídem.
41
45
El punto de partida del Proyecto y uno de los postulados más esclarecedores del
pensamiento antidemocrático de Gómez era el relacionado con el sufragio universal, la causa
principal, según el, de todos los males de Colombia: «la entrega completa de la organización
del Estado a la influencia directa o muy inmediata del sufragio universal estaba en la raíz
cierta de todas las desgracias sufridas por Colombia a lo largo de su vida independiente».
[porque el sufragio] «convertido en mito» [y] «bebido de la impura fuente rousseauniana,
trató de implantar como supremo criterio de la ética política la mitad más uno de los miembros
de las corporaciones nacidas de ese sufragio», véase, GÓMEZ, L., Los efectos de la reforma de
1953, Imprenta Nacional/Presidencia de la República, Bogotá, 1953.
436 Melba Luz Calle Meza
«por las aldeas y poblaciones de Colombia, comenzaron a verse, por primera vez, caras
hostiles, gentes extrañas importadas a sueldo del gobierno, las cuales, amaestradas por
instructores traídos especialmente de España, se dedicaban a recorrer los valles y mon-
tañas y dondequiera que llegaban la emprendían contra los ciudadanos de filiación
liberal, a quienes ultrajaban, requisaban, y decomisaban sus cédulas para inhabilitarlos
electoralmente. Era la falange en acción. Después siguieron las depredaciones (…) la
policía, fusil al hombro, entró a los campos, (…) con el ánimo de ejercer venganzas,
sembrar el terror y arrasar poblados; en fin, exterminio desorbitado de vidas y hacien-
das. Así caían asesinados honrados y pacíficos campesinos, humildes labriegos que no
habían cometido <otro delito>, (…), que el de profesar ideas contrarias a las de los que
eran dueños de la fuerza. (…) me tocó presenciar cómo a las ciudades llegaban hom-
bres mutilados, mujeres violadas, niños flagelados y heridos. Vi a un hombre a quien
le cercenaron la lengua (…) <para que no vuelvas a gritar vivas al Partido Liberal>(…);
a otros les amputaban las piernas (…). Y supe de campesinos a quienes mantenían
sujetados mientras que otros policías y civiles conservadores, por turnos rigurosos,
violaban a sus esposas y a sus hijas. También supe del incendio de la ciudad de Rione-
gro, por tratarse de (…) la meca del liberalismo antioqueño. Era el desarrollo de un
preconcebido plan de exterminio. (…) se fusilaban mujeres, ancianos y niños a plena
luz pública. Los agentes oficiales se posesionaban de las fincas de dueños liberales.
Mataban a sus propietarios, requisaban sus guarnieles y disponían del dinero, (…). Era
un zafarrancho de pillaje y orgía de sangre lo que cometían. (…) y todo se cometía en
el falso nombre de Dios, con escapularios en el bolsillo (…) los principales actores del
sangriento drama eran policías secundados por civiles conservadores. Si me detuviera
a contarle los más atroces crímenes que cometió la policía a nombre del gobierno y de
Partido Conservador, me haría interminable. (…) de la cárcel de Salgar se sacaron más
de cien presos políticos y liberales y fueron asesinados y sus cadáveres rodaron por
despeñaderos y vertientes. (…). En Las Vargas, paraje netamente liberal del municipio
de Betulia, el capitán de la policía, Arturo Velásquez, se sació en la matanza horrorosa
de campesinos. A pesar de los numerosos denuncios comprobados que existen contra
este tristemente célebre funcionario de policía, aún continúa en su puesto, matando y
cometiendo toda clase de atropellos.» 46
Laureano Gómez había postulado «la revolución del orden». Sus temas polí-
ticos centrales fueron la reforma constitucional inspirada en los regímenes de
Franco y Oliveira Salazar, la vuelta al principio regeneracionista de «Cristo y
Bolívar» y un devastador ataque en contra del caciquismo que recordaba el em-
prendido por el dictador Miguel Primo de Rivera en la España de los años 20.
Dicha revolución suponía una relación axiomática entre anarquía y movilización.
El orden sería restaurado una vez se desmovilizara el pueblo cuya movilización se
había desatado anárquicamente desde 1948 cuando comenzó el desmantelamien-
to de las organizaciones populares e instituciones de la República Liberal.
46
Citado por Guzmán G., Fals, O., Umaña, E., La Violencia en Colombia, Tomo I,
Tercer Mundo, Bogotá, 1962 , pp. 93-94.
las dictaduras en colombia y su sello franquista 437
47
Apolinar Díaz Callejas, «El gobierno de Uribe es hambre y desempleo. Contrastes
y semejanzas históricas», La Fogata Digital, http://www.lafogata.org/003latino/latino4/co_
hambre.htm, última consulta, 24/06/09.
48
Esa noche los tanques del ejército se apostaron enfrente y dirigieron sus cañones
contra la residencia de Laureano Gómez, véase, Vázquez, A., op. cit., pp. 301-302.
49
Lee, V., op. cit., p. 152-164.
438 Melba Luz Calle Meza
«(…) como liberales, hemos recibido la transformación política lograda ayer con una
satisfacción que no intentamos ocultar. Era evidente para todos que la situación creada
por los partidarios del gobierno totalitario no podía continuar. (…) y el ejército, que ha
sido siempre la máxima expresión de la democracia en Colombia, cumplió el sábado
una función esencialmente democrática, reprimiendo una aventura diseñada para eli-
minar el último vestigio de gobierno representativo».
50
Silvia Galvis, «¿Gustavo Rojas Pinilla, el “Segundo Libertador”»?, La Fogata Digital,
http://www.lafogata.org/003latino/latino10/co1.htm cit., última consulta, 14/06/09
51
presidencia de la república de colombia, «Gral. Gustavo Rojas Pinilla 1953-
1957», http://www.presidencia.gov.co/prensa_new/historia/14, última consulta, 14/06/09
las dictaduras en colombia y su sello franquista 439
«Colombianos: ante la tremenda crisis política del país (…) las fuerzas armadas de la
república con la exclusiva orientación de encauzar al país por las vías de la unidad (…)
todo según los cánones primordiales de Cristo nuestro Señor y de Bolívar, han deter-
minado hacerse cargo del gobierno del país (…)» 56.
Sin embargo, detrás de la toma del poder de Rojas también estuvieron los
intereses de las clases pudientes que se habían enfrentado con Laureano Gómez
y, particularmente, los aspiraciones políticas de Mariano Ospina. Además, los
objetivos democráticos de dicho derrocamiento dejaron mucho que desear
puesto que se consintió en instaurar una dictadura militar que formalmente poco
o nada mejoraba respecto del régimen de Gómez. Sin embargo, el argumento
de la guerra civil como justificación del golpe fue hábil en este único sentido: el
acto de fuerza fue legitimado a posteriori por el amplio apoyo que recibió de
todos los estamentos sociales incluidas las clases populares. El entusiasmo po-
pular se debió al excelente manejo mediático dado al golpe que fue divulgado
como la caída del régimen de Gómez y el fin de La Violencia. Pero el movi-
miento que llevó a Rojas al poder no tuvo origen popular sino que fue fraguado
por las clases dirigentes con apoyo de los sectores estudiantiles de Bogotá y sólo
después de que el hecho estuvo consumado los sectores populares entraron en
escena. Por lo demás, la legitimación de la dictadura gracias a las promesas de
paz duró muy poco por cuanto al año siguiente, en 1954, ya el régimen de Rojas
había reiniciado la guerra.
Con el mandato de Rojas, el Partido Liberal anunció su regreso a la activi-
dad política y el Dictador ofreció todas las garantías para los líderes liberales en
55
Oquist, P., Violence, Conflict and Politics in Colombia, AP, New York, 1980, pp. 6-11;
Pecaut, D., op. cit., pp. 551
56
Citado por Vázquez, A., op. cit., p. 296.
las dictaduras en colombia y su sello franquista 441
57
AA. VV., Colombia nunca más. Crímenes de lesa humanidad, Vol. 1, Proyecto Nunca
Más, Bogotá, 2000, p. 121.
442 Melba Luz Calle Meza
denunció que dicha ilegalización afectaba a todos los demócratas porque era una
medida de persecución ideológica que tipificaba el delito de opinión. Finalmen-
te la medida fue aprobada por mayoría de 36 votos contra 19. Esta prohibición
constitucional de un partido y de unas ideas políticas era el preámbulo de una
agresión masiva en contra de las regiones agrarias de influencia comunista que
se llevó a cabo durante la dictadura de Rojas.
NÚMERO DE
AÑO
MUERTOS
1953 8.650
1954 900
1955 1.013
1956 11.136
Total de muertes durante el período 1951-1956: 21.699 59
jas se separó del mando, designó a una junta militar integrada por cinco gene-
rales conservadores de su confianza y viajó a España 60.
En resumen, la proximidad de las dictadura civil de Laureano Gómez y
militar de Rojas Pinilla con la dictadura de Francisco Franco es manifiesta en
dos aspectos principales:
A) La Junta Militar
60
Valencia, H., op. cit., p. 161; Palacios, M., Entre la legitimidad y la violencia. Co-
lombia 1875-1994, Norma, Bogotá, pp. 216-217
61
Palacios, M., op. cit., p. 218.
444 Melba Luz Calle Meza
62
La oposición a Rojas se había denominado Frente Civil bajo pero al fin de la misma
se decidió denominar al sistema Frente Nacional para tranquilizar a las Fuerzas Armadas,
véase, Pizarro, E.,, «Comienza el Frente Nacional. Diciembre 1 de 1957. Paz de partidos.»,
ttp://www.colombialink.com/01_INDEX/index_historia/07_otros_hechos_historicos/0280_
frente_nacional.html, última consulta, 24/06/09.
63
En el Plebiscito de 1957 y en las dos legislaturas posteriores a las elecciones parla-
mentarias de 1958 se plasmó constitucionalmente el régimen según el cual hasta 1974 la
Presidencia se alternaría entre el Partido Liberal y el Conservador. Y todos los puestos minis-
teriales, legislativos y judiciales, deberían repartirse equitativamente entre ellos. Con la refor-
ma constitucional de 1968 se desmontó parcialmente dicho sistema, se reinstituyó el voto de
la mayoría simple en el Congreso, se permitió la participación electoral de todos los partidos
y se eliminó la paridad en el Legislativo, a nivel municipal y departamental en 1970 y a nivel
nacional en 1974, aunque la paridad en el gabinete y los puestos públicos se extendió hasta
1978, véase Hartlyn, J., La política del Régimen de Coalición. La experiencia del Frente Nacional
en Colombia, Tercer Mundo, Bogotá, 1993, p. 22.
las dictaduras en colombia y su sello franquista 445
»En nombre de Dios, fuente suprema de toda autoridad, y con el fin de afianzar la
unidad nacional, una de cuyas bases es el reconocimiento hecho por los partidos polí-
ticos de que la Religión Católica, Apostólica y Romana es la de la Nación, y que como
tal, los poderes públicos la protegerán y harán que sea respetada como esencial ele-
mento del orden social y para asegurar los bienes de la justicia, la libertad y la paz, el
pueblo colombiano, en plebiscito nacional decreta» 64.
Sin embargo, en el segundo inciso del artículo 4.º se enunciaba como «ob-
jeto» formal de esta reforma constitucional que «los dos partidos políticos, el
conservador y el liberal», tuvieran «conjuntamente la responsabilidad del Go-
bierno». Por esta razón se establecía que, en adelante, «la designación de los
funcionarios y empleados» se haría «de manera tal que las distintas esferas de la
rama ejecutiva» reflejaran «la composición política del Congreso». Aunque se
dejaba una puerta bien abierta para la intervención del estamento militar en el
gobierno, puesto que se preveía igualmente que «los miembros de las Fuerzas
Armadas» pudieran ser «llamados a desempeñar cargos en la Administración
Pública» 65. Disposición que se tradujo en la práctica en la institucionalización
del Ministro de Guerra en cabeza de un militar.
Asimismo, se ratificaba la Constitución Política de 1886 con las reformas
introducidas hasta el Acto Legislativo número 1 de 1947. Al parecer, así se
dejaban sin vigencia —de forma tácita puesto que no se hacía ninguna mención
a los mismos— los actos de reforma constitucional expedidos con posterioridad
a 1947 por la Asamblea Nacional Constituyente ANAC, institución que había
sido formada por Laureano Gómez y que, presidida por Mariano Ospina, había
convalidado la dictadura de Rojas.
Pero, ala Constitución de 1886 se le hicieron otra serie de modificaciones
de siniestra trascendencia democrática. De una parte, se introdujo una limitación
severa del funcionamiento de los mecanismos de la democracia representativa
mayoritaria en el país. En el artículo 2 se consagró una prohibición indirecta al
ejercicio del derecho al sufragio universal puesto que, según ésta disposición, en
el futuro los colombianos sólo podrían votar para elegir a candidatos de los
partidos Liberal y Conservador a las corporaciones públicas:
«Artículo 2.º. En las elecciones populares que se efectúen para elegir corporaciones
públicas hasta el año de 1968 inclusive, los puestos correspondientes a cada circuns-
cripción electoral se adjudicarán por mitad a los partidos tradicionales, el conservador
y el liberal. (
)»
64
Los artículos de esta reforma constitucional que se reproducen aquí son tomados de
la recopilación de textos hecha por Uribe, D., en Las constituciones de Colombia, Vol. III, cit.,
p. 1301.
65
Ibídem.
446 Melba Luz Calle Meza
«Artículo 4.º. Los ministros del Despacho serán de libre nombramiento y remoción
del Presidente de la República, quien, sin embargo, estará obligado a dar participación
en el ministerio a los partidos políticos en la misma proporción en que estén represen-
tados en las Cámaras Legislativas. (
)»
«Artículo 13. En adelante las reformas constitucionales sólo podrán hacerse por el
Congreso, en la forma establecida por el artículo 218 de la Constitución.»
66
La expresión «candado constitucional» es recordada por Sarabia, A., Reformas polí-
ticas en Colombia. Del Plebiscito de 1957 al Referendo de 2003, Norma, Bogotá, 2003, p. 31.
Epílogo
una reflexión iusfilosófica sobre la historia comparada
de colombia y españa
1
Véase Alfonso López Michelsen, «No fue un período de paz. Una revisión del Fren-
te Nacional, El Tiempo, 05/06/04.