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EL VINCULO MADRE - HIJO Y SU RELACION CON EL ABANDONO

Nuestro punto de partida para el desarrollo de este tema, es el planteo anterior acerca de las
necesidades básicas de los niños, tema que hemos abordado ampliamente en un texto nuestro
ya publicado.

El ser humano nace en estado de absoluta inmaduréz, requiere de cuidados especiales y


personales para poder permanecer vivo. Generalmente esto le es brindado por la misma
persona que lo tuvo alojado en su cuerpo durante los nueve meses de la gestación, su
progenitora. De ella dependerá totalmente, ya que la decodificación de los signos y señales, en
demanda de satisfacción de sus necesidades básicas, será la clave para su supervivencia. La
madre del bebé, es la primera fuente de placer y también de sufrimiento. De la calidad de sus
cuidados en los primeros tiempos de su existencia, dependerá su salud física y mental y las
perspectivas de su socialización futura.

Este asunto nos remite a un problema de índole epistemológica, la disquisición teórica acerca
de los factores determinantes de la personalidad humana: para definirla como producto de
una policausalidad genética al decir de Pichon Riviere, resultante del interjuego dinámico de
las denominadas series complementarias, tal como lo propusiera Sigmund Freud.

Los datos que hoy tenemos a nuestra disposición, relacionados con el efecto del abandono y la
privación afectiva, provienen de los estudios directos sobre niños que vivieron estas
situaciones (abandonados y luego adoptados o internados), de las historias de adolescentes y
de adultos gravemente perturbados, y por último del seguimiento de niños que han padecido
ausencia grave de afecto en sus primeros año, como el conocido caso del niño lobo de
Avignon. De las observaciones efectuadas en estas circunstancias hoy es posible obtener datos
y tener muy claro que resulta imposible formular generalizaciones. Algunos niños se vean
seriamente afectados y otros no lo estén .Pensamos que no todas las personas manejan de la
misma forma la angustia frente a la separación y esto depende de las series complementarias,
como por ejemplo la edad, factores hereditarios, el sexo, la constitución familiar, el nivel
cultural de los familiares y alguna otra cantidad de variables de las subjetividad.

Podemos observar que en cada recién nacido se presentan diferencias individuales en sus
respuestas para ser calmados, en su nivel de irritabilidad y de llanto, su estabilidad en el sueño
y los de estados de tranquilidad posible. La capacidad de contener a un bebé, es una
experiencia que condiciona la confianza de la madre en sí misma para mantener la
homeostasis infantil, determinante de su propia imagen como madre.

El embarazo, como situación de máxima intensidad del contacto entre dos seres, induce a la
madre a realizar el paso del útero al regazo. Cuando el niño llega, por mediación del deseo
entre sus padres, la mamá y su bebé se miran, generándose entre ellos un hecho particular del
investimiento. Esto significa que ella lo re-conoce como hijo, lo envuelve amorosamente y lo
incluye en su filiación, generándose el fenómeno fundante del proyecto identificatorio, de esa
identidad que acaba de nacer. La madre introduce al niño en su biografía de la cual ella es
portadora y pasa a ser así parte de sí misma pues el pequeño es su descendiente.
Recordemos un hecho frecuente en sala de partos, cuando las madres reclaman “quiero
verlo”, “dejen que lo mire”. Se trata de una necesidad básica de toda madre el mirar a su hijo y
proceder así al acto de hacerlo hijo propio. Muchas veces la conducta del equipo perinatal,
amordaza este hecho y por eso los psicólogos insisten en aconsejar que el pequeño no sea
llevado para su higiene sin que antes la mamá le fije su mirada, en tanto está aún encima de su
cuerpo de recién parida.

También hay muchas madres que se niegan a mirarlos, giran su cabeza hacia la pared, evitando
el encuentro de la mirada con el recién salido de ellas, negándose al reconocimiento de ese
niño como propio. Esta es una conducta que suele preceder al abandono, decidido ya con
anterioridad. Por eso resulta totalmente inapropiada la conducta del personal médico o
auxiliar en sala de partos, presionando a esta mujer a contactar con este niño que ella no
acepta ni reconoce como hijo.

Un niño abandonado será un niño sin pasado. El acto de reconocimiento como hijo propio al
recién nacido, está determinado por la historia de esa mujer con el padre de ese niño y con su
propia biografía, sobre todo con su situación como hija.

Es necesario esclarecer un concepto en vinculación con este tema: deseo de maternidad o de


embarazo, no es lo mismo que deseo de un hijo. Muchos embarazos se agotan en sí mismos,
como una necesidad especular con su propia madre (ser madre como su madre). Este deseo de
ser madre solo porque lo fueron con ella, resulta catastrófico para el niño, pues estas mujeres
no poseen capacidad de aceptar lo nuevo, a tal punto que el nacimiento, como proceso que
exige reconocer al recién nacido como alguien nuevo, es vivido por ellas como mortal.

Estas personas no pueden establecer una relación entre representación psíquica del niño que
esperaban y el niño real que está frente a ellas. Por eso el acto de investimiento no se
produce. El recién nacido se sitúa entonces fuera de su historia y pone en riesgo la totalidad de
su construcción identificatoria.

Este “desenvestimiento” materno, es motivo posible del abandono, causa de graves problemas
para el psiquismo futuro del niño, que le borran toda huella de memoria, dejándolo con un
agujero de nada y a expensas de su pulsión de muerte, como producto del deseo del no-deseo
de hijo, por parte de su progenitora.

El deseo de un hijo en una mujer, es el deseo con ese hombre que también lo gestó
psíquicamente con su propio deseo, lo cual implica el reconocimiento de las necesidades de
padre y de madre de ese niño, quien para poder humanizarse requiere de una vida en
triangulación.

Todas estas situaciones descriptas, explican en parte el abandono de algunos niños y también
el fracaso del 85 % de las técnicas de fertilización artificial. Se trata en este último caso de un
proceso de forzamiento de lo natural, considerando a las personas como biologías y no como
atravesados por su biografía.

Los traumatismos del encuentro entre la madre y su “recién salido” de ella, no sólo ponen en
riesgo la salud del niño, sino que seguramente son las circunstancias que subyacen a muchos
abandonos tempranos. Pero nada de esto excluye a todos los elementos de orden social,
económico y familiar que también hemos considerado.

Muchos autores se ocuparon de estos temas. En nuestro país uno de los primeros en hacerlo
fue el médico pediatra Florencio Escardó, el cual introdujo en nuestro medio la norma de
internación conjunta de la madre con su hijo, en el hospital municipal de niños Ricardo
Gutiérrez de la ciudad de Buenos Aires. Esto se extendió a todos los servicios asistenciales del
país y del continente sudamericano. Este médico se había apoyado en el marco de los estudios
de John Bowlby de la Tvistock Clinic de Londres, como también los de René Spitz, quien acuñó
el término “hospitalismo”, un particular síndrome de deterioro padecido por los niños
internados sin presencia de sus familiares.

En nuestro país también se formularon teorías al respecto, algunas de las cuales con el
transcurrir del tiempo fueron dejadas de lado por su corte reduccionista, como por ejemplo la
concepción del supuesto “instinto filicida” de Ravskosky y sus seguidores, que justificaban así
toda conducta de maltrato hacia los niños, inclusive la sucedido durante la dictadura militar
argentina de los setenta.

Las consecuencias de las dos grandes guerras mundiales, dieron lugar al desarrollo de la
investigación y las concepciones teóricas, en referencia a los niños que quedaron huérfanos.
Entre ellos los realizados por Bowlby en Inglaterra, estuvieron centrados esencialmente en los
efectos producidos en los niños por la separación con sus madres. Sus propuestas de la
“pulsión de apego” no ligada a la libido, fueron influídas por el pensamiento del alemán
Hermann (instinto filial), el inglés Balint (sentimiento oceánico) y también por las
investigaciones psicogenéticas de Piaget en Francia.

Dicha pulsión se manifiesta en cinco conductas diferentes del bebé con su mamá:

succión, llanto, abrazo, sonrisa, tendencia a ir hacia y prenderse de. Relacionando el apego y la
pérdida, este autor formuló conceptos tan importantes que modificaron la concepción sobre
los cuidados de los niños y la prevención en el campo de la salud mental. Bowlby parte de
estudios realizados en la conducta animal de los primates, intentando demostrar que el apego
del bebé humano no difiere de los lazos sociales de los animales.

Cuando estudia el comportamiento humano, la referencia a la etología animal, debería eludir


ciertas ingenuidades simplistas. Sobre todo es importante reflexionar hoy acerca de la
vinculación madre- bebé, entendiendo este hecho como la interrelación mutuamente
determinante de dos sujetos, que además representan vínculos sociales y que implican la
introducción del lenguaje hablado, inexistente en los animales.

Peso a ello no se puede dejar de reconocer el valor de estas propuestas, por haber sudo el
primero en destacar la importancia del dolor del niño pequeño ante el abandono, la muerte o
la ausencia prolongada de la madre.

En cuanto a René Spitz, descubrió la depresión anaclítica del lactante, generada como efecto
de la separación con la madre, como también el síndrome de hospitalismo, cuando el pequeño
permanece internado en un hospital o institución de minoridad. Los daños son mayores en
tanto el niño es menor y más prolongado el tiempo de separación con su madre.
Ambos autores describen las conductas comunes registradas en las separaciones breves. Estas
son:

* Reacción hostil contra la madre y resistencia en reconocería, luego de su regreso.

* Excesivas exigencias hacia la madre, buscando exclusividad, con intolerancia, celos agudos y
violentos, trastornos del temperamento.

* Muestras de alegría superficial ante todo adulto que se mueva en su órbita.

* Apático resarcimiento de toda ligadura emotiva, combinado con balanceo monótono de todo
su cuerpo y campaneo de cabeza.

Muchas veces nada de eso sucede, por un proceso de sobre adaptación forzada y mecanismo
defensivo de negación de la ausencia materna. Los cuidadores se alegran ante la aparente
“buena conducta” del niño, pero cuando sale y retorna a la casa, se produce un
desmoronamiento violento. El niño se muestra indiferente, como si no reconociera a su
madre, deja de hablar, solloza angustiado y desarrolla conductas regresivas diversas (pérdida
del control de esfínteres, vuelta a la succión, etc.).

EFECTOS DEL ABANDONO EN LOS BEBÉS

Según Françoise Doltó, el niño puede ser abandonado tanto por falta de deseo materno al no
poder hacerse cargo de él, como a causa de factores socioeconómicos, salud deteriorada o
muerte de la madre.

Hemos tenido la oportunidad de corroborar en nuestra experiencia clínica, algunas de las


formulaciones de esta psicoanalista francesa. Una de ellas se relaciona con diversas anomalías
neuromusculares y neurovegetativas, que pueden encontrar su origen en la ruptura dañina del
lazo precoz con la madre, ya sea en el curso de la vida fetal simbiótica, como en la vida de
lactante, dentro de la cual el equilibrio de la dupla madre-hijo, es esencial para su devenir
humano.

Cuando una madre gestante pierde a un ser querido cercano, este choque puede hacerle
olvidar temporariamente su hijo en el vientre y verse así afectado el vínculo simbiótico vital.
No se trata de una hostilidad consciente de la madre con el feto, sino de un olvido casi
antinatural, ya que cualquier mujer sabe lo que significa la presencia del hijo dentro de su
cuerpo y lo inverosímil que resulta pensar el olvidarlo.

Se trata de un traumatismo poderoso en el psiquismo de la embarazada, que sacude hasta el


sentido mismo de su vida. La experiencia muestra que la mayoría de esos niños fallecen por
aborto, parto prematuro o patologías en el proceso del nacimiento. Es posible que sean
además una causa determinante de la denominada “muerte súbita del lactante ” y hasta del
autismo infantil.

Los aportes antropológicos también nos han ofrecido elementos para la comprensión de todos
estos hechos. En nuestras culturas andinas aborígenes, los que saben (los “yatiris”), describen
un fenómeno llamado “mulla-phulla” (mal del susto), que se produce en la mujer encinta,
cuando observa el cadáver de un ser amado. Se dice que entonces el niño nacerá con pérdida
del alma, razón que lo deja a expensas de cualquier mal y podrá ser raquítico o morir de grave
diarrea a los pocos meses o dentro del primer año.

Recordemos que el saber popular recomienda mantener alejadas a las embarazadas de la


visión de la muerte, no asustarlas y hablarles de graves desgracias. Podremos coincidir o no
con todos estos conceptos, pero para nosotros se convalidan por la coincidencia con lo que
nos aporta el psicoanálisis acerca del funcionamiento psíquico.

Uno de nosotros tuvo en su vida profesional la dolorosa experiencia de entrevistar a mujeres


que parieron o permanecieron embarazadas, en los campos de concentración de la última
dictadura militar argentina de los años setenta. Ellas que estando engrilladas, encapuchadas y
sometidas a vejaciones y torturas constantes, jamás olvidaron al ser que gestaban en sus
doloridos cuerpos. Es mas, mantenían diálogos íntimos constantes con sus hijos gestándose,
en un vínculo particular y muy profundo. Lo curioso es que muchas de ellas habían tenido
problemas previos de fertilidad y con esta gestación no tuvieron ningún tipo de problemas y
sus partos fueron totalmente normales. Ellas eran engañadas y soportaban todo con la
esperanza de que luego del parto las enviarían a casa con sus niños o a ellos con sus abuelos.
Sabemos dolorosamente de la cruel realidad que padecieron, la mayoría fueron arrojadas al
mar y sus hijos entregados en adopción a sus propios asesinos y verdugos.

Este episodio, extraído de nuestra dolorosa historia reciente, es un ejemplo conocido por
todos que nos permite corroborar que cuando un embarazo contiene al hijo como producto
del deseo mancomunado de dos que se aman, no hay traumatismo ni violencia exterior que lo
pueda hacer poner en peligro .La fuerza del deseo materno es la metodología más eficaz de
sostén, retención y continencia del niño.

Por lo contrario, cuando esto no es así, es en vano que las enfermeras y parteras de los
hospitales, obliguen a las puérperas a poner al niño al pecho, las culpabilicen o las acusen. Esto
sólo dará lugar a situaciones desgarradoras. Ese niño carecerá de investimiento materno,
quedando en un vacío relacional, sin ser reconocido como hijo y seguramente luego será
abandonado o maltratado de mil maneras.

Cuando un niño es abandonado por una madre que muere en el parto, se produce la ruptura
del primer vinculo humanizador. Tardará bastante tiempo en establecerlo con otras personas,
las que tomarán el lugar de la madre fallecida. Lo doloroso es que la familia culpabiliza al niño
por la muerte de la madre. Nadie lo dice, pero existe un marco de actitudes y sentimientos
percibidos por el pequeño: amargas palabras rodean la cuna y llantos y sollozos ahogados a su
alrededor, constituyen el triste escenario que enmarca el comienzo de esta vida. Françoise
Doltó dice que si la madre había elegido antes del parto a una persona que la sustituyera en la
función maternal, designándola con nombre y apellido (madrina), el niño poseerá mayor
posibilidad de recuperación ante este traumatismo precoz. De lo contrario quedará en un
blanco relacional, sin que pueda restablecer vínculo humanizador, descodificador de
necesidades e inscribirse en un proyecto identificatorio.

Cuando una madre abandona a un niño durante la lactancia, este siente que ella se lleva el
pecho que lo nutria, que el pecho ha partido con ella. De tal forma que la boca relacional, el
lenguaje del bebé, su nariz, sus labios, la audición, los bronquios y la lengua, pierden la voz, el
olor y el estilo táctil materno. Se suprime el vínculo en el cuerpo del niño de esa única adulta
que hacía de mediadora entre él y la existencia humana.

Este proceso es un destete feroz y deshumanizador, donde la mamada deja de ser el placer
conocido y reconocido de él-ella / ella-él. El narcisismo de este lactante queda profundamente
herido, frustrado, fragilizado hacia el futuro. Esta herida narcisista puede ser leída desde dos
vertientes:

* Como una amputación de una zona erógena que se ha marchado con la madre (olfato y
deglución), lo cual hiere y altera la imagen corporal .

* Como la pérdida de la relación intrapsíquica, que ya existía entre la madre y el bebé.

Esta herida es irreparable y sólo puede encontrar alivio por palabras de personas en “acuerdo
” con sus padres: hermanos mayores, abuelos, madrinas, padrinos.

En el abandono de lactantes hay un elemento de relación de sujeto a sujeto, donde sólo la


palabra puede restablecer (de manera simbólica) la cohesión interna del niño. Aunque aún les
cueste creer a ciertos muchos, los niños muy pequeños comprenden las palabras, cuando se
formulen para decirles algo concerniente a ellos.

Una consecuencia habitual a esta muerte simbólica mutiladora por el abandono materno, es el
retraso y defectos del lenguaje. Ante la adopción, la calidad de vínculos afectivos ofrecidos por
sus padres adoptantes, es lo único que podrá sacarlo de esta aterradora soledad psíquica, que
suele ser la causa de la invalidez del lenguaje y también del amurallamiento psicótico.

René Spitz describe al “síndrome del hospitalismo” y Françoise Doltó habla del “hospitalismo
burgués”, producido en niños cuyas madres los dejan en manos de niñeras o nanas que
cambian sucesivamente, por lo general personas frustradas que suelen criarlos sin palabras
dirigidas a ellos, que no sean referidas a sus necesidades fisiológicas, sin estima por los padres
del niño, con rencores y hostilidades sociales, lo que cual es percibido por el chiquito. Por
supuesto que no pude ser generalizado y que esta psicoanalista francesa desarrolló sus
conceptos muy lejos de la realidad latinoamericana.

Cuando revisamos algunos textos acerca del abandono, en todos se reitera el concepto acerca
de que un niño no debe sufrir y que por ello debe ser pasado a otros brazos maternos, en el
marco de una adopción. Pasará así a experimentar el encuentro con otro regazo, uno no
conocido. Por su parte la madre adoptiva se encuentra con un niño que no conoce, que no ha
gestado ni parido, que no ha pasado de su útero a su regazo, sino que ha llegado de otro
regazo hacia el suyo. El pequeño ser debe realizar un esfuerzo enorme de readaptación a un
nuevo olor, una voz nueva, una diferente forma de sostenerlo y acunarlo, ritmos corporales y
tonos cardíacos distintos.

Por eso es de fundamental importancia el asegurarle al niño, la certeza de que no volverá a ser
víctima de otro abandono (posiblemente aterrador). Para ellos y por ello es esencial la
intervención de la justicia y organismos de minoridad, con estudios especializados que
busquen hacer la mejor selección de padres para ese niño desamparado, cuyo futuro tenemos
en las manos. Para asegurarnos esto es que la reforma de la ley de adopción argentina,
propone 60 días luego del parto, como período mínimo requerido para luego entregar al niño
en adopción. Esto se debe a que luego del nacimiento la madre padece de un cuadro
confusional que altera sus ideas y perturba la toma de decisiones tan importantes como la
entrega de su niño.

Por esa misma razón se elimina el trámite de entrega directa del niño por medio de acta
notarial, que se hace en esta etapa con riesgos del arrepentimiento y con todo lo que eso
significa para el menor en riesgo. En virtud de esto es que sería importante disuadir las
aspiraciones de los adoptantes a un bebé “recién parido”, lo cual está al servicio de negar la
realidad del niño no gestado

. Los aspirantes suelen decir “queremos que sea lo más chiquito posible, si es posible de horas,
para hacerlo a nuestra manera. Estas afirmaciones dan cuenta de la necesidad del trabajo
psicológico previo, de la elaboración de temas que alteran el proceso de la adopción, centrado
en reconocer que el niño adoptado no está en lugar del no tenido biológicamente, pero
además poder ser reconocido y aceptado en su especial situación de niño adoptado y no
concebido.

EL NIÑO ABANDONADO INSTITUCIONALIZADO

El niño internado por abandono posee una carita de viejito triste, de resignado a su pena y
soledad. Uno de nosotros recuerda cuando ingresó por primera vez a un instituto de menores
y cada niño le preguntaba: “Doña ¿Usted es la jueza que me sacará. ¿Cuándo me voy?”.

Sea cual fuere la política en materia de institucionalización, nada ni nadie podrá sustituir el
calor, la intimidad y la relación continuada y sostenedora de la madre y la familia .Todo niño
necesita saber que es sujeto de satisfacción y orgullo para su madre y ésta a su vez verá en él
la continuidad de su vida, que le permite elaborar la finitud de la vida. Lo mismo sucede con el
padre. La crianza de un niño no sigue reglas fijas, sino que es producto de una relación viva,
que se mide en términos del goce que todos obtienen de la convivencia. Esto sólo es posible si
la relación es continua.
Algunos autores opinan que es mejor un mal hogar que la más brillante institución.
Desgraciadamente ciertos jueces piensan lo contrario y ante el menor riesgo, no les tiembla la
mano para firmar el envío a establecimientos asilares. Otros por suerte siguen esforzándose
para agotar todas las instancias familiares y comunitarias del menor, antes que internarlo.

Bowlby clasifica las causas del fracaso del núcleo familiar para el cuidado del niño, de esta
forma:

1.- Núcleo natural del hogar jamás establecido.

2.- Núcleo natural de hogar que permanece intacto pero que no actúa en

forma eficaz.

3.-Núcleo natural deshecho, por causas diversas, calamidades sociales, naturales y familiares.

Cualquiera de estas familias es fuente potencial de incontinencia hogareña y motivo posible de


institucionalización del niño. Aunque el juez de menores tome la decisión de buscar una familia
o vecino cercano, para hacerse cargo del niño, es frecuente que estas personas no estén en
condiciones económicas ni morales de asumirlo. También es frecuente que se nieguen o lo
hagan temporariamente, trayéndolo de regreso al juzgado, ante las dificultades que se les
presentan para manejar los problemas de conducta del chico.

Lamentablemente los criterios políticos en materia de minoridad, no siempre son uniformes y


hay quienes opinan que lo esencial pasa por armar más a los “defensores del orden” en los
institutos, en tanto otros intentan generar la continencia infantil intermedia dentro de micro
instituciones, como los pequeños hogares, hogares transitorios u hogares comunitarios.

Se hace necesario recordar que un niño internado presenta diversos signos que dan cuenta de
un verdadero síndrome del abandono, con síntomas diversos, sujetos a las variables
individuales:

Durante el primer año de vida se observa:

> falta de atención

> adelgazamiento

> palidez
> relativa quietud

> falta de respuesta ante la sonrisa

> inapetencia

> insuficiente aumento de peso y de talla

> sueño intranquilo

> estados febriles continuos

> succión continua del pulgar

> retraso en el lenguaje

> retrasos motores: no se sienta, no gatea, no se para, no usa cuchara, etc.

Todo esto va agravándose a medida que transcurre el tiempo, generalizándose y


extendiéndose al área conductual social, somática o mental afectiva. La internación en
macroinstituciones, repercute en toda la identidad del niño, lo obliga adecuarse a un nuevo
régimen de vida que trastoca bruscamente sus aspiraciones de reparar el abandono. Estos
niños pierden paulatinamente la posibilidad de trasmitir sus emociones y expresiones
cariñosas y de a poco también pierden la conciencia de lo que les pertenece, se van
acostumbrando al trabajo con el sistema de premio - castigo, como única fuente de
gratificación afectiva.

El reconocimiento de lo singular, de lo propio, queda subsumido en lo macro institucional, lo


cual genera sentimientos prohibidos de rivalidad y competencia, que en el marco de la familia
se establecen naturalmente entre hermanos, por el amor a los padres. La institucionalización
es homosexual, lo que se coarta el proceso espontáneo de las identificaciones de género,
constituyéndose en una fuente de todo tipo de patologías sexuales posibles

Todo lo aludido no hace más que reforzar la idea de realizar tareas preventivas para fortalecer
los vínculos y lazos familiares, como unidad de grupo, para prevenir el abandono. Cuando esto
fracasa o no es posible, los pequeños hogares o los hogares protegidos, con familias que ya
tengan sus propios hijos, es una de las mejores opciones hasta el momento actual.

Con adecuada selección, capacitación permanente y seguimientos de estas familias, se pueden


llegar a obtener muy buenos resultados, para la continencia de los niños abandonados o sin
familia.

SECUELAS POR EL ABANDONO DEL PADRE


Nos parece oportuno transcribir unas palabras del psicoanalista francés Christian Olivier,
cuando dice que “los psicoanalistas hacen acopio de imaginación: para concebir un padre
imaginario, un padre simbólico o un padre real (a condición de tener la precaución de decir
que el real no existe), pero toda esta abundancia de significantes en torno al padre, sólo
esconde que el significado Padre está vacío “. Esta cita, de un dramatismo especial, se
encuentra también en otro autor, Guy Corneau, quien afirma que una gran mayoría de
hombres actuales, son hijos del silencio paterno hereditario, que se trasmite de generación en
generación, que niega el deseo de todo joven de ser reconocido y confirmado por su padre.

Los padres de hoy han obrado como en una especie de ley del silencio, huyendo hacia el
trabajo, la producción y el consumo, refugiados en automóviles veloces con teléfonos celulares
y en la lectura del periódico o sus largas horas frente ordenador y el al televisor. Los medios de
comunicación han logrado adictos que mataron la palabra con los hijos, a tal punto que los
hombres de hoy tienen escasas oportunidades de vivir y actualizar su potencial masculino en
continuo y libre intercambio indentificatorio con el padre. Los niños y muchachos
abandonados, padecen de un vacío de padre.

El mito cristiano ya enunciaba el silencio del padre y el sentimiento de abandono del hijo,
reclamándole presencia. Es el modelo cultural de los dos últimos milenios está marcado por la
ausencia del Padre (Dios) y las últimas palabras del hijo desde la cruz, fueron “¿Padre, donde
estás, porqué me haz abandonado?.

El padre presente, es el primer Otro que el niño reconoce fuera del vientre materno. Se
introduce como factor de “cuña” o separador entre la madre y el niño, convirtiéndose en el
tercero, en esta historia de amor familiar. Su sola presencia favorece la diferenciación. El padre
encarna un principio de realidad y de orden en la familia.

El deseo de la pareja de integrarse independientemente del hijo, es lo que separa realmente al


niño de la madre, rompiendo la simbiosis que favorecerá su crecimiento normal y garantizará
su salud mental. El silencio del padre determina la fragilidad de la identidad sexual del hijo, ya
que la personalidad se forma gracias a un proceso de identificación, proceso psicológico
mediante el cual un sujeto asimila un aspecto, propiedad o atributo de otro.

Un padre violento ebrio o silencioso, desagrada al hijo a tal punto de negarse a identificarse
con lo masculino .Los factores de la conducta paterna que generan frustración y afectan la
identidad del niño o del joven, tienen que ver además, con ausencia prolongada (por estar
preso, enfermo o separado de la madre). También con algunos padres que permanentemente
amenazan a los hijos con el abandono, con suicidarse, con asesinarlo, con no quererlos más y
ejercen variadas formas verbales de “violencia prometida ” como metodología errónea de
disciplinarlos o someterlos.

Todo rechazo, falta de atención y desapego del padre frente a las demandas de respuesta de
necesidades afectivas, dañan el proceso de identificación y ligan patológicamente a los hijos
con las madres .Algunos padres culpabilizan al niño, los hace responsables de muertes o
enfermedades de los progenitores (”tu madre murió para darte la vida”, “tu padre se infartó
por los disgustos que le distes”).
Todas estas conductas descriptas son formas violentas de silencio de la función paterna, que
dejan abandonado al hijo en sus necesidades, cubiertas por una forma inadecuada de función
paternal.

Desde el comienzo de la vida el padre ejerce una acción modificante sobre el medio ambiente
que rodea al recién nacido. Aunque la madre es la primer fuente de placer y sufrimiento para
el bebé, de ella surgirá el primer signo de la presencia del padre o de su ausencia como tal. La
elección de dichos signos dependerá de la calidad de la relación entre los padres. Gracias al
padre real y su función simbólica, que un niño puede constituir sus normas de vida, sus límites
de convivencia social y la renuncia a su simbiosis materna, base y garantía de su constitución
como sujeto ético. Es la garantía de su salud mental y el antídoto esencial para cualquier forma
de alienación.

El trabajo de uno de nosotros en temas de salud mental comunitaria en la ciudad de Medellín


(Colombia), ofreció un ejemplo vivido de las consecuencias del abandono paterno, del silencio
del padre. Factores de orden económico produjeron migraciones internas hacia la zona
mediterránea antioqueña, de familias de la costa caribeña que trabajaban en los bananeros.
Alojados en las márgenes de las montañas (zona de deslizamientos territoriales), en zonas
volcánicas estériles, pasaron a conformar la población marginal de la región.

Los jefes de familia sin trabajo, alcoholizados y quebrados, dejaban a sus mujeres solas con los
hijos (madre:”la cucha”), cargando ellas con la responsabilidad de la crianza en caseríos
miserables de latas y sin recursos. Estos críos sin padre buscaron primero e la barra de amigos
y luego en la banda liderada por “el chacho”, los elementos identificatorios precarios que les
permitieran ser. Comenzaron a transgredir y luego a delinquir, en busca de darle a “la cucha”
regalos y dinero, todo lo que el padre le hubiese dado imaginariamente, si estuviera presente.

Invadidos por modelos televisivos de violencia de las series norteamericanas, buscan allí sus
modelos paternos imaginarios, identificándose con esos superhéroes, vaqueros, vengadores
sin ley, parapoliciales, justicieros y “terminatores”. Actuando como esos seres ideales, los
jóvenes comienzan una carrera irremediablemente terminada con la muerte prematura, como
forma eficaz de estar más cerca del modelo paterno imaginario.

Los mafiosos del narcotráfico nos tardaron en usar hábilmente a estos jóvenes (de 8 a 18
años), entrenándolos en el uso de armas para encomendarles “pequeñas tareas” muy bien
pagadas, que les permiten comprarse grandes motos y electrodomésticos para “la cucha”.
Ellos son los dolorosamente conocidos como sicarios, niños entrenados para matar por
encargo. El sicario afirma que “Dios (Padre) no existe ” y sólo cree en la virgen, María
Auxiliadora, quien como su propia madre, “la cucha”, es sagrada e intocable y da la vida por
ella, lo mismo que “la vieja” del tanguero argentino. Esta sociedad sin ley del padre, carece de
ética social, convive con el homicidio cotidiano (30 por día), que es el la primera causa de
mortalidad del adulto e Medellín. Todo esto ha pasado a conformar lo que los sociólogos
denominan la cultura de la muerte.

El trabajo pericial en la justicia de menores, nos demostró también que en la provincia de


Buenos Aires actualmente existen los mismos males. Los jefes de familia agobiados por la falta
de trabajo, la frustración en sus sueños de cambio social bastardeados por los políticos y la
falta de recursos para alimentar a la familia, los sumen en el vaho del olvido del alcohol y el
inevitable silencio de su función paterna frente a los hijos, a su vez motor de la vagancia, el
delito, el alcohol y la droga, como vanos intentos por llenar el vacío y el silencio de la función
del padre.

Todas estas situaciones de riesgo se entremezclan con una promiscuidad creciente y la


imposibilidad de la mujer en acceder al uso adecuado de anticonceptivos para evitar mas
gestaciones no deseadas que las puedan llevar al aborto, a la muerte o al abandono de sus
hijos así concebidos.

LA PERSPECTIVA MÉDICA

Entre el cono urbano bonaerense y la Capital Federal, existe abismo profundo. El problema de
los chicos abandonados, hecho frecuente en estas zonas de poblaciones con necesidades
básicas insatisfechas, nos plantea la situación de los niños distróficos: consumidos por su
carencia biológica, afectiva y social.

En los lugares de miseria extrema de la provincia, como por ejemplo la villa miseria “La Cava ”
(San Isidro), donde hemos trabajado, estas situaciones son cotidianas. Ante ello con frecuencia
nos preguntamos cómo y porqué sobreviven estos menores, los cuales siempre parecen tener
más fuerza que la que uno supone .

En estas circunstancias la realidad hospitalaria aparece como disgregada de la realidad social y


que los desempeñamos dentro de las instituciones de salud, parecemos seres extraterrestres,
con un lenguaje y un estilo de vida en luchas continuas por el poder , totalmente alejados de lo
que le pasa a la gente por fuera del muro del “cronocomio” azulejado denominado hospital
público.

El mundo jurídico y el mundo médico que se ocupan de menores, son mundos atravesados por
la tristeza. En Pediatría se clasifica tres estadios del niño distrófico.

Primero:

Es el de las infecciones repetidas, como producto del abandono afectivo. Al permanecer


internados genera un círculo vicioso de re-infecciones y sus contagios a corto plazo llevan al
derrumbe total de la salud del menor. Lo curioso es que estos chicos se infectan en el hospital,
pero no en sus casas aunque vivan en precarias villas miserias.

El hospital, por lo general no está preparado para albergar a un niño que posee un código de
comunicación con su madre y la familia. Sólo tratarán de imponerle los códigos hospitalarios
de la apepsia, con normas ritualizadas de gente con gorros, guantes y delantales blancos, que
ponen en evidencia la profunda distancia entre el niño y el personal de salud.
La tecnología ha avasallado el intento de humanizar la medicina que venimos proponiendo
desde hace más de tres décadas en nuestro trabajo en estos temas- Ante la excusa de
cuidarnos del SIDA no nos debemos olvidar de la tuberculosis, la lepra y otros males
pandémicos que azotaron previamente a la humanidad. En un hospital de hoy un niño que
padece de meningitis tuberculosa, es un niño con una enfermedad generada por carencia
biológica, psicológica y social. Este tipo de patología la padece los niños pobres y abandonados
.Quizá por eso se habla poco de ello.

Veamos un ejemplo que nos permita comprender con claridad estos temas que desarrollamos:
en una maternidad del conglomerado urbano bonaerense, permanece en terapia intensiva un
niño abandonado. El equipo trabaja bien técnicamente, logrando aislar al neumococo causante
de la neumonía que lo aqueja. Se lo medica con antibióticos específicos, por lo tanto la
infección pulmonar cede, pero el niño no se recupera. Aparece otro foco de infección o re-
infección en el riñón y se genera una grave infección urinaria. Se cambian los antibióticos pero
el niño hace una sepsis generalizada y fallece.

Esto nos demuestra una preocupación médica centrada en la infección, pero no se pudo
atender las necesidades afectivas del lactante, a quien lo vence la muerte , por carecer de
defensas psicológicas que estimulen su pulsión de vida.

Cuando suceden estas cosas, nos decimos siempre que el personal está sobrecargado de
trabajo, que están mal remunerados, que están estresados corriendo de un trabajo a otro para
poder sobrevivir y otras explicaciones justificadoras. Sin embargo, el derrumbe afectivo y la
profunda depresión que sobreviene cuando muere un niño, dan cuenta de la falta de recurso y
de información al respecto en los equipos de salud pediátrica. Este tema los hemos
desarrollado a profundidad e el libro que publicamos juntos.

Es frecuente que ante graves infecciones hospitalarias en salas de puerperio, los niños que
están internados conjuntamente con sus madres, no se infecten y se recuperen pronto. Esto
contrasta con los niños internados solos, los que se contagian rápidamente y presentan
cuadros graves y hasta mortales. Pasteur ya decía que ” lo que importa es el terreno y no los
gérmenes”. Lástima que sus discípulos hicieron todo lo contrario, jerarquizando las bacterias
por sobre la persona del paciente.

A pesar de que varias generaciones de médicos occidentales ya han comprendido y aceptado


que ” no hay enfermedades sino enfermos”, sin embargo les cuesta entender a muchos de
ellos que a pesar de decir que” se debe considerar a los factores emocionales “, sólo se quedan
en la frase hecha.

En la rutina hospitalaria todo está normatizado. Esto tiene sus ventajas, pero su mal uso trae
aparejado grandes inconvenientes. Los niños entran en una maquinaria que transita
distribuyendo medicamentos, aplicando técnicas, higienizando cuerpos a horario pero con la
subjetividad ignorada.

Escardó decía cincuenta años atrás, que los grandes centros hospitalarios son como lugares
elefantiásicos. Lo que en realidad se necesita son pequeños hospitales, cercanos a todos, en
cada barrio, en cada ciudad o pueblo, para asistir los problemas que son el 90 % de las
consultas, como las diarreas infantiles, los procesos bronco-pulmonares y los problemas de
piel. Esto constituyó la filosofía esencial del documento de los años setenta de Alma Ata en
Atención Primaria de la Salud

Segundo:

Este estadio en la distrofia del niño internado - abandonado, es la detención de la maduración.


Se para el proceso de crecimiento y desarrollo, produciéndose un retroceso de los logros
alcanzados: no aumenta de peso ni de talla, no aumenta la circunferencia cefálica y la torácica.
El pequeño muestra además una marcada indiferencia y ausencia de respuesta a los estímulos
externos. Esta etapa se entremezcla con la anterior, alternándose infecciones con retrasos
madurativos.

Tercero:

Es el período del desequilibrio psíquico, cuando el tiempo de internación ha superado varios


meses. Este deterioro se pone de manifiesto por una disminución de la percepción ausencia de
expresión facial , falta de iniciativa y desaparición de respuesta a estímulos externos. El
pequeño permanece en la cama , adelgazándose , desnutrido, sin moverse. Parece más muerto
que vivo. A su lado la soledad, la falta del amor materno o de otro familiar. Nadie que lo
acaricie, le hable, le acompañe y le infunda deseo de vivir.

En los últimos tiempos se han puesto en crisis todos los logros, sumidos en normatizaciones
cerradas por temor a los juicios de mala praxis, suprimen todo cambio que no sea la letra
escrita (muerta) de las normas hospitalarias. Con el estricto cumplimiento de éstas, se logra
que el niño quede encajonado - estructurado dentro de un sistema, del cual tampoco el
médico puede salir. Son aquellos que afirman “los padres interfieren”. Esta postura de
exclusión y descalificación a los padres del niño, es producto de sus problemas subjetivos,
reforzados por el continuo contacto con la muerte infantil, sin posibilidad de espacios
terapéuticos para elaborarlas, pertrechados en una omnipotencia que las escuelas
universitarias de medicina se encargan bien de estimular.

Aunque las enfermeras supongan que ocupan un rol maternal, cada turno posee un código
diferente y el niño termina replegándose sobre sí mismo, porque no lo comprenden ni
comprende a cada mujer, llegando con frecuencia cuadros de autismo.

En nuestros desarrollos sobre el tema de la intimidad madre bebé, desde comienzos de los
años setenta y en nuestros los últimos trabajos publicados, destacamos la importancia del
contacto piel a piel entre ellos, que es sustento además del concepto de la ternura.
Esto pone de manifiesto las necesidades del feto y las del recién nacido. Basándonos en las
ideas de interogestación y exterogestación desarrolladas por Florencio Escardo, sabemos que
el contacto útero piel del ser que se desarrolla en el útero, es una fuente de estímulos que
luego será necesaria y esencial al producirse el nacimiento. La madre que contiene en un su
regazo al hijo pequeño, que lo acaricia, lo arrulla, lo besa y le habla al oído, le está brindando
amor, pero además una fuente de estímulos para los filetes nerviosos y los capilares
sanguíneos. Esta fuente de estimulación es la que garantiza la iniciación de la respiración
pulmonar en el recién salido el cuerpo materno, calmando su primera necesidad: la de
oxígeno.

En nuestro trabajo con parejas que esperan hijos, este tema es desarrollado ampliamente,
porque es necesario darles el conocimiento acerca de las razones integrales del
comportamiento amoroso entre la madre y el bebé, que garantizan no solo su estabilidad
psíquica y su futura salud mental, sino patologías graves como la muerte súbita el lactante,
precisamente como consecuencia de la falta de estimulación para respirar.

Todo esto anteriormente lo habían desarrollado ampliamente Desmond Morris, en su obra


acerca del “contacto íntimo”, donde sientas las bases de la calidad del amor de la madre como
fuente de la calidad del amor adulto .Por su parte José Luis Restrepo en su conocido texto
acerca del derecho humano a la ternura, diferencia la calidad del uso del tacto, entre el
contacto y el agarre, que implica el primero reconocimiento del otro como diferente en ato el
segundo es intento de poseerlo para sí.

Esta cualidad de lo contactable, es muy importante por la calidad del vinculo a establecerse
entre la madre y su niño. No basta con tocar sino como, porqué, para quien y quien lo hace, en
relación con sus deseos inconscientes. Es poco serio a nuestro criterio, el intentar sustituir el
natural y espontáneo contacto amoroso del embeleso entre la mamá y su niño, con diseños
conductistas como proponen algunos autores.

En los últimos años Catherine Doltó, hija menor de la doctora Françoise Doltó, luego de pasar
por la el teatro, incursionó en la pediatría y desarrolló conceptos relacionados al contacto bajo
el nombre de Haptomanía (de hapto: contacto). Se basó en una psicoterapia de la afectividad,
creada por Franz Veldman. Ella pretende darle calidad de ciencia a esta estrategia
metodológica y hasta inclusive propone situarle como superadora del Psicoanálisis, al que
tanto enriquecieran los aportes de su madre, uno de los aportes más brillantes en el tema de
la infancia y adolescencia.

Los niños pequeños son quienes más dramáticamente pasan por los tres estados descriptos,
pues son más dependientes de la función materna y paterna. Los investigadores Ciondon y
Sanders realizaron en los años setenta una interesante observación: los niños recién nacidos
respondían al lenguaje materno (sea cual fuera el lenguaje original), de manera rítmica y
sincronizada en la acción, porque la madre lo contiene en su cuerpo, habla con ritmos propios
que el niño percibe, con una cierta cadencia que queda inscripta en la memorial corporal. Se
trata de una inscripción corporal que se pierde por el abandono matero.

Este lenguaje que se ha hecho carne en el cuerpo, al desprenderse del útero y luego del regazo
de la madre al abandonarlo, lo instala como permaneciendo en el vacío, sin poder de
discriminación. La ausencia de otro único regazo maternal, que le brinde nuevos códigos de
ritmos sincronizados (por la institucionalización), será fatal para el desarrollo de ese niño. Por
esto reforzamos nuestra recomendación conjunta, de médico pediatra y psicóloga, a las
madres adoptantes, para que establezcan un acordonamiento afectivo con sus niños, para que
el recién llegado a sus vidas.

Frente al inmenso dolor del abandono, felizmente existe lo impredecible en el devenir del
sujeto y si bien hay probabilidades pero no certezas, el psiquismo humano tiene el poder de la
metabolización, renegociación y transformación reparadora. El Yo es su propio biógrafo y si se
apuntalan y fortalecen sus contornos, con medidas de diverso orden (como la adopción bien
abordada), es posible que pese a tanto padecimiento y a todas sus consecuencias, podamos
sumergirnos en un baño de esperanza.

(*) Disertación docente en el Seminario de Especialización en materia de Adopciones. Consejo


Nacional del Menor y la Familia. Año 1995

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