Você está na página 1de 3

Arequipa mestiza, caudilla y católica

Enviar por correo electrónicoEscribe un blogCompartir con TwitterCompartir con Facebook


23:24 ---

Manuel Ugarte Cornejo //

(Publicado el 17.Ago.2010) .-

Me gusta mucho Patricio Ricketts Rey de Castro cuando define a Arequipa como “una
gimnasia de la voluntad”, y como “un inveterado hábito de apostar por el sí”. En su
libroArequipacalifica de esta manera a aquel espíritu implacable de la “gente de armas tomar
que descabalgó en esta tierra para levantar la ciudad” y que no supo “de hesitaciones ni se
perdió en teorías”.

Hoy, la historia nos exige con mayor urgencia, mirar hacia el pasado, rescatar el fundamento
y los valores de la tradición, para poder enfrentar los desafíos del presente y futuro en clave
de reconciliación y esperanza. Y en esa historia antigua, pero siempre presente,
encontramos primero las palabras del cronista Pedro de Cieza de León que en el lejano
1553 contaba de Arequipa que "es tan bueno el asiento y temple desta ciudad, que se alaba
por la más sana del Perú y más apacible para vivir".

Tiempo después, otro cronista, esta vez un carmelita, Antonio Vásquez de Espinoza, (1618)
va a describir, sin ahorrar halagos, que "cuando estuve en ella me pareció lo primero y mejor
del mundo... Un pedazo de paraíso".

Sobre aquellos primeros siglos Aurelio Miró Quesada Sosa (Historia y leyenda de Mariano
Melgar) nos hará entender que “no había en Arequipa una aristocracia liviana e indolente,
sino un conjunto de familias, con un concepto austero y sencillo de la vida, hacienda exigua
y firmeza cristiana".

Arequipa, La Ciudad Blanca, La Fidelísima, La Muy Noble y Muy Leal, La Ciudad Caudillo,
La Roma del Perú, de ella dirá Jorge Basadre que “es la pistola que apunta al corazón de
Lima”. De ella Jorge Polar afirmará que por “años se ha batido bravamente para conquistar
instituciones libres para la Patria” y que “no se nace en vano al pie de un volcán”.

En unos versos, Percy Gibson, cantará: “¡Yo soy arequipeño del cogollo, valeroso, nervudo,
de meollo, volcánico, fantástico, potente, y lo mismo que yo es cualquier criollo!". Y sobre
ella Víctor Andrés Belaunde constatará que "lo cierto es que Arequipa, en su vivencia
histórica ha sido y es uno de los pueblos más religiosos de América"

Todos aquellos personajes que han descrito la historia y la identidad de nuestra ciudad han
destacado tres acentos: su carácter mestizo, caudillo y religioso. Baste mencionar a Eusebio
Quiroz Paz-Soldán cuando afirma que “la fisonomía de Arequipa y su conciencia histórica,
se asientan firmemente sobre su identidad cultural, y en el fondo de la misma podemos
reconocer objetivamente que es mestiza”.

Fue por eso que Francisco Mostajo la llamaba “crisol de mestizaje”. Y es mestiza porque “el
componente occidental y andino —explica Quiroz Paz-Soldán— se han mezclado por
contacto en diversa medida, dando forma a una expresión original, propia, que nos sirve
como elemento de reconocimiento regionalista”.

En ese sentido, Arequipa ha compartido con orgullo y singularidad el mismo origen de la


“peruanidad” de nuestra nación que tanto destacó Víctor Andrés Belaunde, y que llamó con
acierto “síntesis viviente” gestada a partir de la fe religiosa católica.

Sobre este proceso clave para entender nuestro origen e identidad (peruana y arequipeña)
también ha reflexionado el pensador Germán Doig, quien explica que el mestizaje entre la
tradición europea y la indígena “no debe entenderse sólo y primariamente a nivel étnico,
sino sobre todo en perspectiva cultural […], que se manifiesta en todos los planos del
acontecer social”. Mestizaje que “nunca ha sido cerrado y excluyente, sino abierto, invitando
a la reconciliación e integración”.

También hay que entender que esta síntesis —sigue destacando Doig Klinge— “no se trata
de una realidad totalmente acabada” sino que “en muchos aspectos es una síntesis
inconclusa aún, que manifiesta diversas contradicciones y vacíos”, y hasta sincretismos,
pero ello “no quita en nada el hecho fundamental de que lo que prima es un poderoso
dinamismo que sigue gestando una síntesis”. En la síntesis se da la unidad, no la
uniformidad.

Y es precisamente este carácter mestizo, occidental y cristiano el que, casi a cinco siglos de
su fundación, sigue marcando la vida cotidiana de los arequipeños y, por cierto, las notas
principales de su fiesta fundacional cada quince de agosto. Y en esto no podemos dejar de
mencionar al abogado Mario Rommel Arce quien nos ha recordado que la primera fiesta de
Arequipa se realizó en 1947 con un desfile cívico que incluyó la “presencia del inca […] que
alude a la Arequipa prehispánica, como otro elemento de continuidad histórica que
juntamente con la bandera española representa, por otro lado, el hispanismo de la herencia
colonial. Lo que somos en esencia, un pueblo mestizo, descendientes de collaguas y
puquinas, pero también de vascos y castellanos, que formaron un nuevo ser biológico, con
una identidad propia”.
Hasta aquí estas líneas se deben entender como un reclamo por la reconciliación con la
propia identidad, para poder hacer frente a los vaivenes de la modernidad, y hacerlo
reafirmando nuestras raíces más genuinas. Esto se le pide a Arequipa ante las fracturas
sociales, los procesos migratorios, la exclusión, el racismo y la discriminación; la ausencia
de liderazgos genuinos e integrales; las consecuencias positivas y negativas de la
reactivación económica, la vida cosmopolita y la globalización; pero también, y sobre todo,
ante el peligroso influjo de la secularización, la pérdida del sentido de trascendencia y el
agnosticismo funcional; el materialismo egoísta, el relativismo moral y las racionalizaciones
jurídicas contra la vida y la familia; frente al neoliberalismo, al consumismo y otros
reduccionismos economicistas; —parafraseando al lúcido Germán Doig Klinge—, ante ello
se le pide a Arequipa que sea ella misma, en fidelidad a su identidad católica y mestiza, y
que labre desde allí su destino.

Você também pode gostar