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Donald T

Benjamín Román Abram


El magnate inmobiliario estaba sentado en su escritorio y de manera alternativa
repasaba los planos de Lima y posaba sus ojos sobre las fotos de la misma, proporcionadas
por uno de los satélites de su corporación, cuando la voz del capitán anunció
solemnemente el próximo aterrizaje del avión privado. Se puso a observar por la
ventanilla y se dio cuenta de que habían dejado atrás la capa de nubes que se conocía en
Lima como «cielo panza de burro» y que ya podía ver las alas con su nombre, el océano
y una porción de la ciudad. No lucía ordenada y si bien había edificios, estos eran más
pequeños y menos numerosos que los de otras grandes metrópolis. Al poco tiempo se
encendió la luz que indicaba que debía colocarse el cinturón. De todas formas su azafata
personal tocó la puerta de la lujosa habitación aérea para recordárselo y, sin abrirle, le
contestó desde una cama, con tono juvenil y socarrón a pesar de su edad, que ya estaba
bien sujeto al asiento.
El descenso fue suave, como lo había sido siempre en el Aeropuerto
Internacional Jorge Chávez, aunque era raro el tráfico aéreo y en sus instalaciones no
había tiendas libres de impuestos. El personal y movimiento de pasajeros eran escasos.
***

«Donald, esta es una oportunidad de oro, la ciudad está casi desierta y sus
inmuebles en excelentes condiciones. Los que no murieron mordidos por los zombis, lo
hicieron por el ataque militar o se alejaron para olvidarse de la pesadilla. A mayor detalle,
casi nadie ha reclamado herencias o propiedades y el gobierno peruano está licitando toda
la infraestructura libre, que es la gran mayoría. Ese desorden en el que vivían lo
arreglaremos con explosivos, aplanadoras, con toda nuestra logística. Levantaremos
carreteras, hoteles, tal vez casinos y claro, usando las construcciones en buen estado,
muchos condominios».

«Donald, lo que me pides es participar en una licitación internacional en la que


si ganamos, tendremos que arriesgar miles de millones en capital para comprar un
cementerio gigantesco el cual además recibió un nuevo tipo de bomba de neutrones
limpia. Retocarla y venderla como una ciudad paraíso a los mejores postores. Es decir,
ancianos extranjeros y muy ricos para sus eventuales descansos o en sus retiros
permanentes».
«Donald, solo permíteme agregar, Lima no es el engaño de Miami, que siempre
estaba jaqueada por tormentas, huracanes y cambios bruscos de temperatura. Lima es de
clima agradable y templado todo el año. Con facilidad de comunicación por mar, aire, tal
vez tierra, y donde los nuevos habitantes no estarán escuchando de la boca del vecino los
problemas del calentamiento global, porque quienes vengan aquí solo serán los
interesados en sí mismos. Esto nos dejará mucho dinero. Te lo puedo demostrar».
«Donald, eso lo sé, nuestros beneficios netos serán de más de mil por ciento.
Salvo que nuestra compañía se vea cuestionada, por ejemplo, por una ONG, uno de esos
locos colectivos o leyes que vayan contra nuestros intereses».
«Mantienes tu gran poder de comprensión y tu olfato. De esas precauciones me
encargo yo, por algo soy un genio del mercadeo y de los contactos. Constituiríamos una
inmobiliaria-constructora solo para esto y no la vincularemos con la corporación, así no
perderá valor por algunos quejosos. Respecto a la nueva empresa, tendrá una buena
cobertura de seguro y, para mayor protección, promoveremos que se cree algo así como
el «día de la vida» en el mundo. Diremos, y será de corazón, que nuestro ejército no debió
trasladar esos nuevos químicos por el cielo de los limeños. Lamentaremos el accidente
aéreo que derivó en esa pandemia zombi y tanta gente muerta, y criticaremos con dureza
a nuestro propio gobierno. Recalcaremos que fue un gran error el bombardeo posterior,
aun teniendo el permiso de las autoridades peruanas provisionales para exterminar a
muertos y vivos de la zona, y que habría que haber estudiado otras alternativas. El broche
de oro será ofrecerles algo digno para sus muertos, relanzar Lima y asunto arreglado. Y
pienso que estoy siendo sincero, pero esa desgracia no tiene que impedir los negocios.
Algo más: China también está interesada en hacer algo semejante allí y no podemos
permitirlo, ¿o sí?».
«China, China, jamás. Nunca me ha ganado, nunca me ganará. Presenta nuestra
mejor oferta. Además, no te olvides de algo, tenemos que construir un muro que rodee la
ciudad, no queremos que cualquiera que no sean buenas personas entrara ahí».
***

Donald fue recibido en el aeropuerto por Samuel Mariátegui, su gerente general


en Perú. Luego de unos minutos subieron a una camioneta Hummer azul y se alejaron por
el carril libre de la avenida Elmer Fauccet, lo precedían y seguían vehículos idénticos,
parte de su seguridad que vino en el avión y parte que ya lo esperaba en Lima. En el otro
carril estaban acumulados zombis y humanos muertos a la espera de que su empresa se
hiciera cargo de ellos. Para ser precisos, el ofrecimiento era identificarlos y, en caso de
haber parientes en el resto del país, informarles para que asistieran a la sepultura y
realizaran las gestiones legales que correspondiesen. Por un momento pensó que si no
hubiese pasado varios años del desastre zombi, los desvestiría para vender la ropa en otros
mercados o cortaría sus cabellos para la gigantesca industria de las pelucas postizas.
Incluso fantaseó con establecer tiendas especializadas en tonos sutiles, con variedades de
pelucas negras y rubias. Por supuesto que antes tendría que crear una compañía solo para
teñirlas y sonrió ante su fértil imaginación y facilidad para los negocios.
—Así que los chinos, chilenos y franceses quisieron ganarnos, fue brillante
ofrecer esa mejoría sobre las bases del concurso y además darse el lujo de pedirle a los
peruanos exoneraciones tributarias, pero si localizamos a familiares, ellos pedirán sus
herencias ¿Cree que lo podrá hacer en dos años? —preguntó Samuel Mariátegui,
—Samuel, no me defraudes. Sepultarlos en algunas hondonadas, claro que sí,
pero de lo demás, no tengo ninguna intención, ¿qué más da?, tenemos la buena pro y ellos
ya han muerto.
—Señor Donald, nos demandarán por incumplimiento de contrato.

—¿No lo adivinas? Diré que los cuerpos estarán ahí solo mientras avanzamos
con el proyecto, que mi intención era cumplir, pero cuando esto llegue a su final,
simplemente liquido la compañía.
—¿Liquidación, señor Trump?
—Liquidación, cierre, quiebra, ya veremos, Samuel, pero vendemos a esos
viejitos el último centímetro cuadrado y esta empresa desaparece. No te preocupes, como
mi gerente te harás rico. No como yo, pero lo suficiente para que puedas jugar golf el
resto de tu vida.
—Señor Donald, un tema que está circulando es que podría haber zombis
sobrevivientes.
—Samuel, tú eres quien vive aquí y supongo que sientes miedo. Tienes mi
palabra de honor de que no volverán a la vida por segunda vez. Cuando fui presidente de
los Estados Unidos me cercioré de que el químico zombi fuera efectivo, pero también
neutralizable con solo una bomba. El problema fue ese tonto general que envió un avión
por la zona equivocada del mundo cuando tenía que dejar caer la bomba en China.
Felizmente, igual ganamos la guerra. Recuerda, la marca Trump es un sinónimo de
calidad.

Donald John Trump, empresario acaudalado, egocéntrico, sagaz y polémico, nació el 14 de junio
de 1946 en Nueva York. Tomando como punto de partida la exitosa empresa inmobiliaria de su padre,
logró abrir su propio camino en el mundo de los bienes raíces, expandiéndose luego a otros rubros. El
rascacielos Trump Tower fue inaugurado en 1982 en Nueva York. Continuó poniéndole su apellido a sus
proyectos posteriores, convirtiendo a este en una marca. Luego de sus agresivos discursos hacia sus
adversarios políticos, y contra todo pronóstico, fue elegido como el presidente número cuarenta y cinco
de Estados Unidos.

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