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'O
MINISTERIO DE EDUC/ÍCIOM M/íCIONaL
SECCION bE PUBLICACIONES
EDITORIAL C E N T R O S. A.
PERTENECEN LOS DERECHOS DE ESTA
OBRA AL GOBIERNO DE COLOMBIA
En íres partes se encuentra dividido este volumen: tra-
https://archive.org/details/laciudadcreyenteOOmosq
1
magno episodio de la conquista y de
la colonización españolas en estos paí-
ses de las indias Occidentales, no pue-
de ser juzgado a la simple luz de las
interpretaciones económicas, porque la historia de Espa-
ña se muestra como una apretada urdimbre de sucesos
espirituales en que el cálculo fenece y se quiebra el fallo
profético de los deterministas, para dar paso al predominio
de impulsos más levantados.
Bien miradas las causas que corrieron como antece-
dentes de aquellas hazañas portentosas, España deja bro-
tar claro, sin que sea fácil ponerle tintes turbios que la
atenúen, la monarquía invencible de una porfiada religio-
sidad. La crítica ilustrada de los últimos tiempos se ha ido
rindiendo, mal de su grado, al hecho primordial de que la
acción avasalladora de la Península en los días más glo-
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en las décadas del XVI y XVll, fué, más que una tierra
de católicos, —
como sagazmente afirma el autor de Los He-
terodoxos — un país de teólogos, dándole al vocablo su
,
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Y tal jornada
tan alto principio en
Nos muestra de vuestro santo celo,
el fin
Y anuncia al mundo para más consuelo
Un monarca, un imperio y una espada».
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La opinión de los
Conquisfádores
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(1) Fernández de Oviedo: Historia general y natura! de las Indias. Libro XVII;
capítulo 25.
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(2) Fernández de Oviedo: Historia de las Indias. Tomo 11.— página 382.
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El criferio de
Jos ecJesiásficos.
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La legislación
de Indias
(1) Solórzano Pereira: Política Indiana. —Libro lo. capítulo VIH.-- párrafo
XVII.
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axioma que las lenguas son cuerpos vivos, como los ár-
boles, que nacen, crecen, florecen, fructifican, ciecaen y mue-
ren, guardando su figura y dejando caer el follaje. Lo in-
dispensable es que retengan su forma, su sintaxis, su ín-
dole, pero el caudal y las hojas tienen que reemplazarse
con tanta más priesa y necesidad tanto mayor, cuanto más
premiosas son las exigencias del comercio espiritual y ma-
terial y la pujanza superior de algunos pueblos» (1)
Para apuntar algo, una breve muestra que sea del
castellano de estos siglos y de estas comarcas, apunta no-
blemente el señor Suárez, basta a cada uno buscar en la
memoria aquellas palabras que oyó en sus niñeces y que
resisten a la ausencia, a la vejez y a la demencia mis-
A ma. Pero advierte celosamente que el castellano trasplan-
tado a América entró en un periodo de conservación, en
que apenas pudo aumentar su caudal con los nombres pro-
pios del nuevo continente, contribución que le brindaron
no sólo los naturales de estas tierras, sino los dolientes
africanos traídos para las faenas de las minas, y quienes
añadieron al aporte del indígena los ayes y lamentos de
I
la ergástula, los dejos añorantes de sus costas incendia-
das. Esa fusión, que fue significando la unidad imperial de
la lengua castellana, vino a trocarse, en el camino de los
tiempos y con la emancipación de las colonias, en el más
vigoroso de los antemurales que están impidiendo el bas-
tardo señorío de pueblos imperialistas y ambiciosos.
El mismo egregio humanista que hace un momento
nombramos aclara en un símil peregrino el carácter que tu-
vo aquella penetración lingüística al asentar que los ele-
(1) Luciano Pulgar: El Sueño de la Hormiga.
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que un solo labio y una sola lengua son los que sirven
para producir las palabras civilizadoras que corren por los
Andes y las pampas (1)
La tarea espiritual de la Península quedó cumplida
con esfuerzo por rescatar para el imperio idiomático a
el
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La frasfusión
de religión
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España en ¡nüias
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y en la execución y cumplimiento de su
descargo y obligaciones; y no sé si pon-
ga en duda poder hallar quién lo igua-
le' •.
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Arias líe Ugartc
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Arias de Ugartc
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(1) Vicente Restrepo: Vida del ¡lustre arzobispo Hernando Arias de Ugarte.
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Anas de Ugarte
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Señor:
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No bien habían
concluido las sesiones del concilio
provincial, cuando recibe la bula y la real cédula que lo
promovían al arzobispado de Charcas. Aunque pronto a la
obediencia y sumiso a las disposiciones pontificias, no de-
jó de lamentar el señor Arias de Ugarte el abandono
de la sede en que había soñado fenecer, para lo cual ha-
bía hecho levantar su tumba en ia capilla de la Trinidad.
Arregla con diligencia los asuntos eclesiásticos y en la ma-
drugada del treinta de abril de 1625 besa los umbrales de
la Catedral y abandona para siempre a la feligresía santa-
fereña.
El cinco de septiembre, tras un viaje penoso y pro-
longado, en que tuvo que atravesar casi medio continen-
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Arias de Ugarte
(1) Comunicación citada por Vicente Restrepo: Ob. cit., pág. 124.
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(1) Esta Ley figura como la 16, parte 2'', tratado cuarto de la Recopilación
Granadina.
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(1) Uno de sus hermanos, muy ilustre por cierto, llevaba igual nombre.
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(1) Miguel Antonio Caro: Noticias biográficas sobre Julio Arboleda. - Tomo
111 de sus Obras Completas. - Páginus 484-85.
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(1) AAariano Ospina Rodríguez: Ojeada sobre los catorce meses de la ad-
ministración López.
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(1) Es menester consignar que pocos jugaron papel tan decisivo como tres
eclesiásticos que tomaron asiento en las deliberaciones del congreso, y que se
perfilaran por su rencor injusto a los jesuítas: fueron ellos los presbíteros Azue-
ro y Alaix y el sonado canónigo Saavedra, el mismo que ocho años antes, al
llegar los jesuítas, se había pronunciado en su loor desde la cátedra de la igle-
sia de San Carlos.
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con el propósito de
que, a la vista de semejantes refor-
mas y de males que por fuerza traerían, reaccionaran
los
los pueblos en la busca de un sistema constitucional más
acorde con el espíritu nativo, más cercano a sus necesi-
dades imperiosas, más cónsono con sus verdaderos inte-
reses.
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lésforo Paúl.
Numerosos bogotanos, amigos muchos de la infancia,
instaron a los superiores jesuítas para que provocaran la
venida del afamado religioso, cuyo crédito saltaba las fron-
teras, y cuya consagración a las tareas docentes y el buen
suceso de sus predicaciones apostólicas andaban en boca
de todos.
La rebelión del general Mosquera seguía camino triun-
fante.Militar aguerrido y experto, sabía sacar fuerzas de
su misma debilidad. Ni el desmedro que le atraían en lo
moral sus contradiccciones, ni la injusticia de la causa que
tomó como pretexto, ni el convencimiento general de que
la república estaba gobernada por un magistrado sin se-
gundo, por la laboriosidad y honradez que mostraba, por
el respeto inalterable a las prescripciones de la ley y por
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DECRETO:
Artículo lo. —
La Compañía de Jesús que no ha podido
establecerse sin la ley de incorporación, será disuelta por
la autoridad y ocupados los bienes que ha adquirido sin
tener personería.
Articulo 2o. — Como medida de alta policía se le hará
salir del país inmediatamente, extrañando a sus miembros
como infractores de la ley y enemigos del gobierno de los
Estados Unidos.
Artículo 3o. — El jefe municipal del distrito federal que-
da encargado de la ejecución de este decreto.
Dado en Bogotá, a 26 de julio de 1861.
Tomás C. de Mosquera.
Andrés Cerón, secretario de gobierno.— Trujíllo, se-
cretario de hacienda. — El secretario de relaciones exterio-
res, encargado del despacho de guerra, José M. Rojas
Garrido .
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«Cuando León XIII, nuestro amado Pontífice, decía
en febrero de 1887, — desató los lazos con que Pío IX ha-
bía unido nuestra vida a la diócesis de Panamá, y la fijó
hasta la muerte en esta antigua metrópoli, sentimos como
romperse el corazón con ese dolor que solo cabe en cora-
zón de padre cuando para siempre se le arrancan a sus
hijos. Tan grande fue la filial docilidad de los que allá
fueron nuestros, tan eficaz su generosa cooperación a cuan-
to por su bien procuramos hacer, tal su empeño por me-
jorar las condiciones de su noble carácter, y tan íntima la
persuasión que ellos y Nos teníamos de que sólo la muer-
te nos separarla, que llegamos a sentirnos santamente or-
gullosos del rebaño que nos había dado el Cíelo, a la ca
beza del cual habíamos jurado vivir y morir .
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Las obras escogidas fueron las siguientes: para las escuelas elementa-
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les el catecismo del padre Gaspar Astete, adicionado por el ilustrisimo señor
Mosquera, el pequeño curso de historia sagrada compuesto por don Federico
Justo Knecht, cuya traducción al castellano habia hecho Vicente Ortiz y Esco-
lano; para las escuelas superiores la «Exposición demostrada de la doctrina
cristiana», de que era autor el doctor Juan Buenaventura Ortiz y la historia sa-
grada de don José Joaquín Ortiz; para los institutos de educación secundaria
el «Curso abreviado de Religión», por el R. P. Schouppe, traducido por Manuel
Pérez Villamil.
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Bernardo Herrera Restrepo
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Cómo
procediera para granjearse el aprecio y el res-
peto de los seminaristas es cosa que nos descubre un dis-
cípulo afamado, que en todo instante guardó como oro en
paño el recuerdo tutelar de su maestro: «Sabía el señor
Herrera ganarse el cariño de todos sus discípulos. Reser-
vado con ellos en apariencia, a ninguno daba en el trato
muestra cstensible de simpatía o afecto. Pero sino le mos-
traba el amor con palabras, se lo dejaba conocer por opor-
tunísimos servicios. Al principio el alumno le miraba con
temor, después advertía que cuantos bienes iba recibiendo
en el Colegio salían de su mano; era admitido en el apo-
sento rectoral, no con zalamerías peligrosas, sino con fran-
ca afabilidad; empezaba a saber por boca de sus condis-
cípulos que la rica librería y aún el bolsillo del señor Rec-
tor estaban a disposición de los seminaristas; llegaba el
día en que el señor Herrera hacía un sacrificio por servir-
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(1) Rafael María Carrasquilla: El Uino. señor doctor Bernardo Herrera Res-
trepo, obispo de Medellin.
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Y uno
de los númenes de la mística española, fray
Francisco de Osuna, no les brinda mejores términos ni los
censura con adjetivos más benévolos: obispotes llenos de
buenos bocados, y de puerros y especias no han vergüen-
za de gastar el mantenimiento de los pobres en usos de
soberbia y luxuria...el día de la muerte hará en ellos gran
gira el demonio tal los llama en su
, «Abecedario espiri-
tual» .
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Iglesia.
Don Juan
Bautista de Toro escribía en estilo natu-
ral, sencillo
y armonioso, —
dice a este respecto el señor
Caro. —
Su erudición sagrada y profana ni va mezclada al
texto en impertinentes interpelaciones, como entonces se
usaba, (y de tal vicio dan ejemplo alguna de las aproba-
ciones que preceden a la obra), sino que brillan separa-
damente, en discretas notas marginales, que fundan la doc-
trina sin oscurecer ni embarazar la exposición». (1)
Y Gómez
Restrepo asienta en su obra sobre la literatura
colombiana: En medio de
la corrupción espantosa a que ha-
bía llegado la literatura devota del siglo XVIII, cuyos pre-
dicadores macarrónicos inmortalizó Fray Gerundio de Cam-
pazas, Toro parece un prodigio en sencillez y naturalidad,
aun cuando a veces prodiga las citas y las enumeraciones^ .(2)
Queda, pues, el doctor Toro en la memoria de los
bogotanos como valiente y afortunado moralista y como
atinado censor de las costumbres de su pueblo; al lado de
Las Casas por su amor a los indígenas y por sus acer-
bas críticas contra todo asomo de hostilidad o de extor-
sión, y como ejemplar deslumbrante por la fluidez y pu-
reza de su prosa, en época como la suya, tan ampollada
de calamidades literarias. Fuera de esta obra, la capital
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La ciudad creyente.
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