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Filosofía y el origen del pensamiento

5. El periodo socrático1

5.1. La sofística

Los primeros filósofos griegos se habían ocupado principalmente


del objeto y habían tratado de determinar el principio último de todas
las cosas. Sin embargo, el resultado natural de algunas doctrinas, como
las de Heráclito y Parménides, no podía ser sino una actitud escéptica
respecto a la validez de la percepción sensible. Los sistemas de filosofía
propuestos hasta entonces se excluían los unos a los otros;
ciertamente, en las opuestas teorías había su parte de verdad, pero aún
no había surgido ningún filósofo de talla bastante para conciliar las
antítesis en una síntesis superior, de la que quedaran excluidos los
errores y en la que se hiciese justicia a la verdad contenida en las
doctrinas rivales.

El resultado: una cierta desconfianza para con las cosmologías.


Si se quería progresar de veras, estaba haciendo falta volver los ojos
hacia el sujeto como tema de meditación.

Otro fenómeno contribuyó a dirigir la atención hacia el sujeto: la


creciente reflexión de la civilización y la cultura, reflexión facilitada
sobre todo por las amplias relaciones que tenían los griegos con otros
pueblos. No sólo conocían las civilizaciones Persia, Babilonia y Egipto,
sino que habían entrado también en contacto con pueblos que se
hallaban en fases mucho más primitivas, como los escitas y los
tracios. Se preguntaban los griegos: “Las distintas maneras de vivir,
nacionales y locales, los códigos religiosos y éticos, ¿son o no puras
convenciones?”. “La cultura helénica, en cuanto diferente de las
culturas no helénicas o ‘bárbaras’, ¿era cuestión de νόμος, mero
producto humano y, por ende, mutable, algo existente por imposición

1
Este texto en su totalidad está extraído del volumen I de “Historia de la filosofía. Grecia y Roma”, de
Frederick Copleston.
de la ley, o dependía de la Naturaleza, era algo connatural a los
griegos?”

Así pues, la sofística se diferenció de la anterior filosofía griega por


el objeto del que se ocupaba, a saber, el hombre, su civilización y sus
costumbres: trataba del microcosmos más bien que del macrocosmos.
El hombre empezaba a adquirir conciencia de sí.

“Muchos son los misterios que hay en el universo,


pero no hay mayor misterio que el hombre”2

Antígona, Sófocles.

La sofística se diferenció también de la filosofía griega precedente


en cuanto al método. Aunque el método de la vieja filosofía no excluyó
en modo alguno la observación empírica, sin embargo era
característicamente deductivo: una vez que el filósofo había establecido
su principio general del mundo, su último principio constitutivo, no le
quedaba otra cosa por hacer sino explicar conforme a aquella teoría los
fenómenos concretos. En cambio los sofistas procuraban reunir primero
un gran acervo de observaciones sobre hechos particulares: eran
enciclopedistas o ‘polymathai’; luego, de aquellos datos que habían
acumulado, sacaban conclusiones, en parte teóricas y en parte
prácticas. Así, del arsenal de datos que lograran reunir acerca de las
diferencias entre las opiniones y las creencias, podían sacar la
conclusión de que es imposible saber nada con certeza. Este método es
el empírico inductivo.

Se debe tener presente, con todo, que las conclusiones prácticas de


los sofistas no pretendían establecer normas objetivas, basadas en una
verdad necesaria. Esto señala otra diferencia entre la sofística y la
filosofía griega precedente, sus diversas finalidades. La vieja filosofía
buscaba la verdad objetiva: los cosmólogos querían descubrir, en
efecto, la verdad objetiva acerca del mundo, eran desinteresados

2
Sófocles, Antígona. 332 y sig.
buscadores de la verdad. A los sofistas no era la verdad objetiva lo que
les interesaba principalmente: sus fines eran prácticos, no
especulativos.

Por eso los sofistas se convirtieron en instrumentos de la


instrucción y de la educación en las ciudades griegas y trataron de
enseñar el arte de vivir y de gobernar.

En Grecia, después de las guerras contra los persas, se intensificó


la vida política, y esto ocurrió más que en ningún otro sitio en Atenas.
El ciudadano libre podía tener siempre alguna participación en la vida
política, y si quería desenvolverse en ella de un modo provechosos y
digno necesitaba, claro está, poseer cierta cultura. La educación
antigua era ya insuficiente para quien deseara abrirse camino hacia los
cargos públicos. Lo que ahora se requería era seguir unos cursos de
enseñanza, y los sofistas los daban en las ciudades. Eran profesores
itinerantes, que iban de ciudad en ciudad, con lo que reunían un
valioso caudal de noticias y experiencias; y su programa de enseñanzas
era bastante variado: gramática, interpretación de los poetas, filosofía
de los mitos y de la religión, etc. Pero sobre todo profesaban la
enseñanza del arte retórica, que era absolutamente imprescindible
para la vida política. En la ciudad-estado griega, y en Atenas más que
en las restantes, era imposible abrirse camino como hombre público si
no se sabía hablar con elocuencia.

No había en esto, de suyo, nada malo, pero la obvia consecuencia


de que el arte de la retórica podría emplearse en poner en circulación
un concepto de la política no precisamente desinteresado o que fuese,
en definitiva, perjudicial para la ciudad o forjado tan sólo para favorecer
en su carrera al político, contribuyó a dar a los sofistas mala
reputación. Era fácil que en la práctica, esto equivaliese al arte de
enseñar a los hombres cómo conseguir que la causa injusta pareciese
justa. Semejante proceder difería mucho, evidentemente, de la actitud
de afanosa búsqueda de la verdad que había caracterizado a los
antiguos filósofos, y por aquí se explica el trato que recibieron los
sofistas en manos de Platón.

Los partidarios incondicionales de la tradición miraban con


malos ojos a los sofistas, mientras que los jóvenes se declaraban de
parte de ellos con todo entusiasmo. Debido a que los sofistas
realizaban su tarea culturizante por medio de la educación de los
jóvenes y dando lecciones públicas en las ciudades; mas, como eran
profesores que iban de población en población y hombres de gran
experiencia, vino a ser corriente la idea de que, reuniendo a los jóvenes,
se los arrebataban a sus familias y desprestigiaban ante ellos los
criterios tradicionales hasta dar al traste con el código de las
costumbres y con las creencias religiosas.

Pero lo que más atrajo su atención fueron sus tendencias


escépticas, sobre todo porque no ponían nada realmente nuevo ni
sólido en lugar de las viejas convicciones que procuraban echar abajo. A
esto podría añadirse el detalle de que exigían, sobre todo porque no
ponían nada realmente nuevo ni sólido en lugar de las viejas
convicciones que procuraban echar abajo. A esto podría añadirse el
detalle de que exigían una remuneración, un salario, por las
enseñanzas que impartían. Esta práctica, aunque legítima de suyo,
difería de la que distinguió a los filósofos antiguos y desentonaba de la
opinión griega. A Platón le parecía abominable, y Jenofonte sostiene que
“lo sofistas no hablan ni escriben sino para engañar, por enriquecerse, y
no son útiles para nadie”3.

Recapitulando, la sofística no se hizo acreedora de una condena


radical. Volviendo la atención de los pensadores hacia el hombre
mismo, hacia el sujeto pensante y volente, sirvió de transición a la
fase del pensamiento de Aristóteles y Platón. Proporcionando un
método de educación y de instrucción, desempeñó un papel necesario
en la vida política de Grecia y, a la vez, sus tendencias panhelenísticas

3
Jenofónte, Cinegética, 13, 8.
fueron un factor que ciertamente sale en defensa de su crédito. Hasta
sus mismas propensiones al escepticismo y al relativismo, que eran,
después de todo, consecuencias en gran parte del fracaso de la antigua
filosofía y también de una mayor experiencia de la vida humana,
contribuyeron por lo menos a que se plantearan nuevos problemas,
aunque la sofística fuese, de por sí, incapaz de darles solución.

La influencia de la sofística en el drama griego la encontramos


en el himno a la perfección humana que se entona en la Antígona de
Sófocles.

Los sofistas más antiguos se granjearon general respeto y


estimación, y, como los historiadores lo han puesto de relieve, no era
raro que les escogiera como “embajadores” de sus respectivas ciudades,
cosa difícilmente compatible con que fuesen o se les tuviese por meros
charlatanes. Sólo más tarde adquirió el término “sofista” una acepción
peyorativa, como en las obras de Platón; y en tiempos posteriores
parece que recuperó un sentido honroso.

5.2. Algunos de los sofistas: Protágoras

Protágoras nació –según la mayoría de los autores- hacia el año


481 a. J.C. en Abdera, Tracia, y parece que fue a Atenas a mediados del
siglo. Gozó del favor de Pericles, y se cuenta que este hombre de Estado
le encargó que redactase una constitución para la colonia de Turios.
Diógenes Laercio refiere que Protágoras fue acusado de impiedad por
causa de su libro sobre los dioses, pero que huyó de la Ciudad antes del
juicio y naufragó en la ruta de Sicilia, mientras su libro era quemado en
la plaza pública.

La tesis tesis más conocida de Protágoras es la que se lee en un


fragmento de su obra Sobre la verdad:
“El hombre es la medida de todas las cosas, de las
que son en cuanto que son y de las que no son en
cuanto que no son.”4

Ha habido muchas controversias en torno a la interpretación de


esta célebre frase. Hay quienes opinan que en ella Protágoras no
quiere significar por “hombre” el hombre individual, sino la especie
humana. En tal caso, el sentido de la frase no sería que “lo que a ti te
parece verdad es verdad para ti, y lo que a mí me parece verdad lo es
para mí”, sino más bien, que la comunidad, o el grupo, o la especie
humana entera es el criterio y la norma de la verdad. Las
discusiones han girado también en torno a la cuestión de si por “las
cosas” han de entenderse tan sólo los objetos de la percepción sensible,
o se han de incluir los valores.

* * *

No hay motivos para achacar a los grandes sofistas la intención de


dar al traste con la religión y la moral, de hecho, los grandes sofistas
ayudaron a que se concibiese una “ley natural” y tendieron a ampliar
las miras del ciudadano griego corriente; fueron, en la Hélade, una
fuerza educadora. Poniendo en cuestión lo absoluto de los
fundamentos de las instituciones tradicionales, las creencias y las
costumbres, la sofística fomentaba cierta actitud relativista, aunque
su mal más profundo no consistía tanto en el hecho de que plantease
problemas, cuanto en el de que no podía ofrecer ninguna solución de
los mismos que satisficiese al entendimiento.

Contra este relativismo reaccionaron Platón y Sócrates,


esforzándose por sentar con firmeza las bases del conocimiento
verdadero y de los juicios éticos.

4
Protágoras, Sobre la verdad. Frag. 1.

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