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De acuerdo con los ordenadores que vienen orientando el trabajo del curso,
presentaremos en esta parte conceptos que corresponden a lo que pudiéramos
considerar la primera parte de la enseñanza de Lacan. Para Lacan, la problemática de la
castración no está indisolublemente ligada a la temática del Nombre del Padre, elemento
central del Edipo, y a la conceptualización en torno al falo.
Recordemos, en principio, que Lacan considera el desarrollo del Edipo en tres tiempos.
Un primer tiempo en que el niño se coloca en una posición de ser objeto del deseo de la
madre, para lo cual se identifica con el falo imaginario de la madre y trata de ser el falo
para ella. En un segundo tiempo, la intervención del padre imaginario que priva a la madre
del niño colocado en posición de objeto fálico. En el tercer tiempo, el padre, en la medida
en que demuestre que tiene el falo, demostración que implica de manera necesaria a la
madre, obliga al niño a abandonar sus pretensiones de serlo.
Con referencia a estos tres tiempos, y para poder articular el concepto y el proceso de la
castración, de acuerdo con lo que Lacan formula esencialmente en los seminarios 4 y 5,
es preciso, en primer lugar, ubicar el deseo de la madre en tanto ella es mujer, porque la
castración, como acto y como proceso, está vinculada con la madre y con su deseo. En el
Seminario 4, afirma que lo determinante para cada sujeto es la relación de la mujer, su
madre, con su propia falta.
De acuerdo con los postulados de Lacan, la madre debe ser considerada como sujeto
correlativo a una falta, es decir, como un sujeto situado de una manera particular frente a
su propia castración. Señalemos, a este respecto, que Lacan nos ha enseñado que una
falta está siempre en el origen del deseo y es su causa. En este caso, la referencia es a la
falta de un objeto privilegiado, que es el falo. No se trata de la falta en ser, que se refiere
al deseo de el ser mismo, sino a la relación del ser con la falta.
Lacan nombra al objeto de deseo como objeto a, ahora bien, el objeto al cual se dirige el
deseo de un sujeto nunca es igual a su causa, es decir, nunca es exactamente lo que se
está buscando. En el terreno del deseo se trata de la falta de un objeto del que decimos
que está perdido, y lo esencial es que el objeto reencontrado nunca es el adecuado. La
castración es el nombre fundamental de esa falta, en tanto que el objeto descubierto por
Freud como faltante y que marca su ausencia en el inconsciente es el falo.
Con esta gráfica, Lacan se refiere a la pérdida de ese objeto privilegiado que es el falo, en
tanto este representa el valor simbólico dado a un órgano real. El valor privilegiado del
falo parece derivar de la dinámica determinada por el hecho de que ambos sexos
conciban la existencia de un único órgano genital, en el momento de culminación de la
organización genital infantil.
En el primer tiempo del Edipo, la madre encuentra en el hijo un objeto que sustituye ese
objeto perdido. Esto es así- en la medida en que la madre es un sujeto en falta. El niño no
es, en realidad, lo que a ella le falta, pero en ella reencuentra algo que toma el lugar del
objeto que le falta. En este primer tiempo del Edipo, dijimos que el padre es una presencia
velada. Pero será una presencia, de acuerdo al lugar en que la madre se ubique con
referencia a él. En este sentido podrá decirse que en esencia, los hijos son sustitutos solo
en referencia a un hombre.
En el segundo tiempo del Edipo, el padre deja de ser una figura velada e interviene,
esencialmente, reubicando el deseo de la madre. En este sentido, se anuncia como aquel
que, sin ser el falo, es portador de aquello que la madre desea. Al hacerlo, priva a la
madre del niño como objeto sustituto fálico. Lacan señala que, en este segundo tiempo, la
intervención del padre apunta más hacia la madre y que no se trata de una castración, en
la medida en que la madre ya ha sido castrada. Por ello habla de privación. Esta
intervención sobre la madre tiene incidencias sobre el hijo y su pretensión de ser el falo
para la madre.
Una síntesis parcial nos permite señalar que, para Lacan, la castración es en esencia un
corte que, si bien produce efectos estructurantes sobre el niño, recae esencialmente
sobre el vínculo imaginario de este con la madre, y que gira en todo momento en torno al
falo imaginario como objeto con el cual el niño se identifica para ser el deseo de la madre.
Es en esencia, una operación simbólica de la palabra paterna y obra por virtud de los
efectos de la Ley a la cual el padre mismo está sometido.
En la medida en que sale castrado del Edipo, el sujeto sale en falta, pero
simultáneamente sale provisto, provisto de una Ley y también de un ideal.
La Ley que instala el padre con la castración, es la Ley del Orden simbólico. Ella es una
instancia trascendente, que está más allá de cualquier personaje real, inclusive del padre.
El Orden simbólico implica un sujeto que es el sujeto de la castración y, por tanto, puede
representar la Ley porque es trascendido por ella. En este sentido, la Ley que no sólo es
un imperativo hipotético que aparecerá como la punición de un acto, sino que será un
imperativo categórico; la Ley impuesta categóricamente al sujeto implicará: si quieres ser
un hombre, serás castrado, si quieres gozar de las mujeres, debes en primer lugar
renunciar a tu madre; si quieres ser potente sexualmente, debes ser castrado por relación
a tu madre.
La castración es la aceptación de todo ser humano del límite impuesto al goce en relación
con la madre. Decir que el falo es el significante del deseo implica, que todo deseo es
sexual y que es por ello insatisfecho, porque en relación al goce incestuoso, que se
supone absoluto, toda satisfacción resulta insuficiente. El reconocimiento de la diferencia
anatómica de los sexos destrona al niño de la ilusión omnipotente de la bisexualidad y de
ser todo para la madre y le muestra que no solo su cuerpo tiene límites, sino también sus
deseos, fundamentalmente el deseo incestuoso hacia la madre como bien interdicto, de
ahora que se instaure una Ley.
Al respecto afirma Lacan: ”La posición del padre como simbólico no depende del hecho
de la gente haya reconocido más o menos la necesidad de una determinada secuencia de
acontecimientos tan distintos como un coito y un alumbramiento. La posición del Nombre
del Padre, la calificación del padre como procreador, es un asunto que se sitúa en el nivel
simbólico. Puede realizarse de acuerdo con las diversas formas culturales, pero en sí no
depende de la forma cultural, es una necesidad de la cadena significante. Por el solo
hecho de que instituyas un orden simbólico, algo corresponde o no a la función definida
por el Nombre del Padre.
El padre puede ser portador del falo, lo puede tener, en la medida en que haya accedido
el mismo a la castración. Lacan comenta que: en relación a la cuestión del tener o no
tener, es algo que, aun el varón, debe solucionarlo por medio del complejo de castración.
Esto supone que, para tenerlo, ha de haber habido un momento en el que no lo tenía. No
llamaremos a esto complejo de castración si no pusiera en primer plano, en cierto modo,
el hecho de que, para tenerlo, primero se ha de haber establecido que no se puede tener,
y en consecuencia la posibilidad de estar castrado es esencial en la asunción del hecho
de tener el falo.