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Estaba convencido de que nadie en el mundo lo deseaba tan físicamente como yo; ni había alguien

dispuesto a viajar la distancia que yo estaba preparado para recorrer por él. Ninguno había estudiado
cada hueso de su cuerpo, tobillos, rodillas, muñecas, dedos de las manos y de los pies, nadie codiciaba
cada pliegue de sus músculos, ninguno se lo llevaba a la cama cada noche y al verlo por la mañana
tumbado en su cielo junto a la piscina le sonreía y cuando una sonrisa se aproximaba a sus labios
pensaba: ¿sabes ya que anoche me corrí en tu boca?

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