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COMUNICACIÓN

MANUEL ARMAYONES
EL EFECTO
El efecto smartphone

SMARTPHONE
CONECTARSE CON SENTIDO
El efecto smartphone

Conectarse con sentido

Manuel Armayones
Director de la colección Manuales (Comunicación): Lluís Pastor

Diseño de la colección: Editorial UOC


Diseño de la cubierta: Natàlia Serrano

Primera edición en lengua castellana: abril 2016


Primera edición digital: mayo 2016

© Manuel Armayones, del texto

© Editorial UOC (Oberta UOC Publishing, SL), de esta edición, 2016


Rambla del Poblenou, 156,
08018 Barcelona
http://www.editorialuoc.com

Realización editorial: Fotocomposición gama, sl

ISBN: 978-84-9116-287-2

Ninguna parte de esta publicación, incluyendo el diseño general y de la cubierta, puede ser copia-
da, reproducida, almacenada o transmitida de ninguna forma ni por ningún medio, ya sea eléctrico,
químico, mecánico, óptico, de grabación, de fotocopia o por otros métodos, sin la autorización
previa por escrito de los titulares del copyright.
Autor

Manuel Armayones
Doctor en Psicología y máster en Drogodependencias por la Universidad
de Barcelona, Manuel Armayones desarrolla su labor académica como
profesor agregado de Psicología y Subdirector Docente de los Estudios
de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de
Catalunya (UOC). Como investigador del Grupo PSiNET (Psicología,
Salud e Internet) de la UOC, centra su trabajo en la salud mental y en
los efectos psicológicos del uso de las tecnologías de la información y
comunicación (TIC). Frente a la «patologización» del uso de las TIC,
la tesis principal del autor es que la educación en el uso de las nuevas
tecnologías permite que estas ofrezcan muchas más ventajas para el
usuario que inconvenientes. Los problemas derivados del uso de las TIC
deben abordarse de un modo crítico y, en los casos en que sea necesario,
hay que intervenir desde una perspectiva amplia que englobe tanto los
aspectos individuales como los sociales y culturales que puedan estar en
la base de dichos problemas.
A mi esposa Lina y a mi hija Laura,
por su amor, comprensión y eterna paciencia

A mi hijo David,
por su presencia eterna en nuestros corazones
© Editorial UOC Índice

Índice

Introducción........................................................................ 11
Referencias bibliográficas............................................ 21

Capítulo I. Entre la adicción a internet y el efecto


smartphone....................................................................... 23
Para saber más.............................................................. 39

Capítulo II. FoMO


(fear of missing out, ¡casi nada!)................................ 41
1. ¿Qué es?......................................................................... 41
2. ¿Cómo afecta?............................................................... 46
3. ¿Cómo evitarlo?............................................................ 50
Para saber más.............................................................. 63

Capítulo III. Nomofobia


(¡no es fobia a los gnomos!)...................................... 65
1. ¿Qué es?......................................................................... 65
2. ¿Cómo se manifiesta?.................................................. 66
3. ¿Cómo evitarla?............................................................ 68

Capítulo IV. La tenebrosa vibración fantasma.......... 71


1. ¿Qué es?......................................................................... 71
2. ¿Cómo se manifiesta?.................................................. 72
3. ¿Cómo evitarla?............................................................ 73
Para saber más.............................................................. 78

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© Editorial UOC El efecto smartphone

Capítulo V. Mente erráTICa........................................... 79


1. ¿Qué es?......................................................................... 79
2. ¿Cómo se manifiesta?.................................................. 80
3. ¿Cómo evitarla?............................................................ 82
Para saber más.............................................................. 85

Capítulo VI. El temido efecto Google......................... 87


1. ¿Qué es?......................................................................... 87
2. ¿Cómo nos afecta?....................................................... 87
3. ¿Cómo evitarlo?............................................................ 93
Para saber más.............................................................. 95

Capítulo VII. Hacia una conexión con sentido........ 97


Para saber más.............................................................. 111

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© Editorial UOC Introducción

Introducción

A los que años atrás decían –‌o decíamos– que las nuevas
tecnologías podían ser la solución a una gran cantidad de
problemas no les hubiera gustado oír que, además de eso,
también podían favorecer la aparición de otros de tipo psi-
cológico, social y hasta cultural con los que tendríamos que
aprender a lidiar en nuestra vida cotidiana.
Comparados con los beneficios indiscutibles de las nue-
vas tecnologías –‌a las que llamaremos TIC–, los problemas
derivados de su uso se nos antojan leves y asumibles, y así
son realmente en la inmensa mayoría de los casos y para
la inmensa mayoría de las personas. Para otras, en cambio,
es necesaria la intervención de psicólogos, de psiquiatras y
de otros profesionales de la salud mental. En este libro no
vamos a hablar ni de tratamientos ni de casos en los que
alguien pueda precisar de tratamiento especializado, pues-
to que en el mercado son muchos los libros en los que se
detallan estrategias y técnicas de intervención y en los que
se adaptan técnicas bien conocidas en psicología a un mundo
mucho menos conocido, como es el de las adicciones tecno-
lógicas.
Entonces, ¿de qué trata este libro? Pues del resto de pro-
blemas derivados del uso de las TIC, y más concretamente, del
uso de las TIC a través del omnipresente «teléfono inteligen-
te», al que llamaremos de aquí en adelante smartphone.

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© Editorial UOC El efecto smartphone

¿Y cuáles son el resto de problemas asociados? Pues aque-


llos que solemos comentar durante las sobremesas, en las
ce­nas con amigos o con compañeros de trabajo, o hasta con
desconocidos en el tren, y que tienen siempre en común
que nos generan una gran contradicción. Lo cuál nos lleva a
una paradoja en la que, por un lado, nos aferramos a nuestro
smartphone, con el que conseguimos casi ser ubicuos, mientras
que, por otro, podemos sentirnos «atrapados» –‌algo que les
ocurre a muchas personas– en una vorágine de notificaciones,
información, actividades en redes sociales y, también, de vez
en cuando alguna que otra llamada de voz.
Son pocas las reuniones de amigos y/o sobremesas en las
que no hay alguien que esté jugueteando con su smartphone o
llevando una conversación paralela online con una persona que
tanto puede estar en el piso de al lado como en Tegucigalpa.
Y si en esas sobremesas hay adolescentes, prácticamente es
seguro que esto será así. ¿Es normal esta situación? ¿Debemos
adaptarnos? ¿Es el inicio de algo mucho peor? Y como pre-
guntaría el cuñado catastrofista, ¿es el final del mundo tal y
como lo conocemos? Pues para unos sí y para otros no, como
en casi todos los temas que se debaten en una sobremesa.
No entremos aún en un debate que presumimos, y casi
aseguramos, que irá a más mientras el desarrollo del software
y del hardware siga avanzando a la velocidad que lo hace. Es
decir que la evolución de nuestros smartphones y los programas
que utilizan va a favorecer que, en breve, nos parezcan jugue-
tes las aplicaciones que ahora consideramos más avanzadas.
Como evidencia solo hay que buscar en algunos cajones
nuestros teléfonos móviles antiguos para, de paso que los
llevamos a reciclar, reírnos un rato con lo que en su momento
nos parecía «lo más de lo más» en tecnología.

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© Editorial UOC Introducción

En las sobremesas a las que nos referíamos, uno de los


temas recurrentes que suele aparecer cuando alguien recrimi-
na –‌entre divertido y alarmado, cuando no en un tono ago-
rero (la figura omnipresente del cuñado catastrofista siempre
está al acecho)– al niño, joven, o no tan joven, por estar con
el móvil en la mesa, es el del «enganche a internet». Primero
a internet a través del ordenador de sobremesa, al smartphone
ahora y a todos sus wereables (artilugios y dispositivos que
podemos llevar encima de todo tipo) en el futuro, que ya
es más bien presente. Aquí es donde comentábamos que el
«¿adónde vamos a llegar?» suele aparecer, y si alguien quiere
rizar el rizo comentará aquello de: «Pues esto no es nada, ya
verás cuando se generalice el “internet de las cosas”».
Y es que el llamado internet de las cosas va a permitir en un
futuro próximo que la inmensa mayoría de los dispositivos
electrónicos, electrodomésticos y todo aquello susceptible de
que le sea insertado un procesador esté conectado entre sí
y con nosotros. De tal manera que, como nos descuidemos,
acabaremos teniendo una estupenda red social de la que for-
marán parte nuestra nevera, la lavadora, el reproductor de
DVD y el cepillo de dientes eléctrico, cosa que, como nos
chirriará bastante (a unos más que a otros), se está pensando
que quede centralizada en un bonito robot que nos hará las
veces de interlocutor con los demás trastos de la casa. Lo cual
no deja de ser un consuelo, ya que la robótica será la vía en la
que se dotará de corporeidad a muchas de las aplicaciones de
internet que ahora conocemos y muchas otras que vendrán.
Es decir, que, por ponerlo fácil, la nevera nos podrá enviar
un mensaje por WhatsApp (o de cualquier otra manera)
informándonos de que mañana nos caducan los yogures, el
sensor de olores dice que el pescado no estaba tan fresco

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© Editorial UOC El efecto smartphone

como nos había dicho el vendedor y que, si tenemos pro-


gramada la televisión para ver el partido de la Final de la
Champions a la vez que hemos encargado varias pizzas a
través de una aplicación móvil estupenda, quizás debamos
comprar más cervezas, tres de ellas sin alcohol. Siempre
nos quedará el consuelo de poder echar la bronca a nuestro
robot doméstico que, con forma de foquita, gatito o R2D2,
nos mirará con cara de pena y sin una sola queja aguantará el
chaparrón. Los más interesados en estos temas pueden hacer
una simple búsqueda en Google con los términos: «robots
domésticos» o «internet de las cosas» y verán lo último en
el tema, que por definición será mucho más actual de lo que
podemos comentar en este texto. No dejes de hacerlo y pen-
sar sobre ello, porque ya hay quien habla del «internet de las
cosas... maliciosas», y quien lo hace no es otro que el Instituto
Tecnológico de Massachusetts (MIT), que alerta de lo fácil
que puede llegar a ser hackear este tipo de tecnología, con los
efectos directos y rotundos que podrían tener sobre nuestra
calidad de vida y seguridad.

Quien esto escribe, y lo avisa de antemano, es un optimista


irredento y un friki de la tecnología consumado. Por lo que
el sesgo ya está puesto sobre la mesa como contrapunto a la
posición de otros profesionales empeñados en ver potencia-
les trastornos, y sus consabidas terapias, en casi todo lo que
tiene que ver con nuevas tecnologías. Lo cual, sin duda, obede-
ce a las prevenciones que nos generan unas tecnologías que a
nadie se le escapa que avanzan a mayor velocidad que nuestra
capacidad de adaptarnos a ellas. Más allá de unos pocos early
adopters, término anglosajón que viene a ser algo así como «los
primeros en usarlas», que no suelen ser representativos de la

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© Editorial UOC Introducción

inmensa mayoría de la población que llega (que llegamos)


algo después.
Y es que por mucho que nos empeñemos en dar la sen-
sación de que somos «veteranos de las TIC» y aunque haya
grandes investigadores diseñando experimentos, buscando
evidencias y reflexionando en profundidad sobre el efecto de
las TIC en la sociedad, estas van demasiado rápido. Esto pro-
voca que sea realmente difícil poder seguir el ritmo con los
métodos de investigación habituales, que en muchos casos,
precisan de un tiempo que no se tiene.
Por supuesto que se avanza y se van sabiendo cosas, como
que es posible conocer muchos aspectos de la personalidad
a través de nuestro comportamiento en redes sociales o que
hay personas que acuden a los profesionales con la queja de
que se sienten enganchados a las nuevas tecnologías. Cuando
en realidad sería lo mismo que decir que somos adictos al
microondas, que también es tecnología, y no tan antigua. ¿No
debería haber también centros especializados en la adicción a
la televisión, frente a la que muchos ciudadanos pasan horas
y horas? ¿No será que tenemos muy integrado el papel de la
televisión en nuestras vidas y podríamos responder al presun-
to adicto con un: «pues apágala o lee un libro»?
Cuando hablamos de adicción a internet, en realidad
estamos hablando de determinados usos que se hacen de él
y/o de sus aplicaciones, como pueden ser los videojuegos
en línea que permiten disponer de una identidad diferente a
la del mundo físico. El propio DSM-5 (el Manual diagnóstico
y estadístico de los trastornos mentales, profusamente utilizado
en psicología y psiquiatría) considera que deben ser objeto
de estudios en profundidad, ya que este tipo de juegos per-
miten relacionarnos con otros con los que se puede entrar

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© Editorial UOC El efecto smartphone

en competencias, formar alianzas, jerarquías y básicamente


configurar un mundo virtual en el que quizás podamos cana-
lizar muchos de los deseos, ilusiones y esperanzas que no
podemos, sabemos o nos atrevemos a llevar a cabo en la vida
física (no utilizaría la palabra real porque la experiencia online
como tal está dentro de la realidad). Autores como Carbonell
(2014) consideran, con un criterio que compartimos, que es
precisamente la posibilidad de acabar sintiendo como propia,
genuina y verdadera la «falsa identidad» que nos podemos
crear en un juego como World of Warcraft lo que realmente
podría tener la consideración de adicción y, por tanto, un
problema real sobre el que intervenir. Aunque esto, obvia-
mente, depende también de la voluntad, reconocimiento del
problema y actitud del jugador, que en muchos casos no es
consciente hasta períodos muy avanzados de los problemas
que le puede generar a nivel personal, social y laboral su pro-
blema de juego online.

Comentaba antes que soy un optimista irredento por-


que, pese a los miedos, los comentarios de sobremesa y las
no­ticias en los medios, e incluso pese a las opiniones de
sesudos y, en ocasiones, tremendistas analistas sobre los pro-
blemas asociados al uso de internet y/o sobre las patologías
que nos va a provocar –‌desde problemas neurológicos hasta
la pérdida de competencias personales y profesionales–, la
verdad es que, quizás, junto con la imprenta en su momento,
internet sea el invento que más va a revolucionar la historia
de la Humanidad. Y los avances que han supuesto tecnologías
como la imprenta o el mismo internet son ya incuestionables.
Pero los estudios sobre tantos «daños» necesitan aún algunas
vueltas más.

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© Editorial UOC Introducción

Por supuesto que hay riesgos, los inherentes como los hay
en toda actividad humana. Y sí, sabemos y vemos cada día
que la red se utiliza para prácticas ilegales o, si no ilegales, al
menos poco éticas. Siempre habrá desalmados que aprove-
chándose del anonimato, de la posibilidad de localizar a otras
personas, de la candidez de algunas o de la inmadurez o situa-
ción personal de otras, utilicen internet de manera inapropia-
da: amenazando, insultando, acosando, robando, estafando o
cualquier otro tipo de delito inventado o por inventar. Contra
eso existen dos medidas que ya se aplican: legislación y edu-
cación. ¿Se eliminará así el riesgo? Sin duda no, pero seguro
que lo reduciremos, y en caso de que se detecten delitos, se
tomarán las medidas legales adecuadas.
Seamos positivos, más que nada porque la elección ya no
es entre aceptar las TIC o no aceptarlas, entre seguir avan-
zando o volver atrás; porque esto último ya no es posible,
nos guste o no. Ya no se puede estar a favor o en contra de
una tecnología que no solo ha venido para quedarse, sino que
expulsará a aquellos que no la acepten, haciéndoles perder
oportunidades de mejorar y mantener su salud, perjudican-
do la educación de sus hijos y de futuras generaciones, e
impidiendo su participación como ciudadanos, tanto a nivel
personal como laboral y social.
Desengañémonos, la alternativa ya no es posible, y si lo
es, se debe estar dispuesto a pagar un alto precio. Pensemos.
¿Estaríamos dispuestos a contratar en nuestras empresas a
alguien que fuera «anti-TIC»? ¿Que no nos quisiera facilitar
un móvil ni aceptar el de la empresa? ¿Que no aceptase hacer
ninguna gestión online ni utilizar los programas de la empresa
o hacer gestiones por internet? ¿Que nos exigiera cobrar en
un sobre de papel y no aceptase transferencias bancarias?

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© Editorial UOC El efecto smartphone

Y si entramos en el tema de los límites entre vida personal y


profesional, entre el uso personal de internet o el profesional
al que nos puede empujar nuestra organización, la cuestión
tiene también su miga. Pongamos un sencillo ejemplo. ¿Te
imaginas que abrieras una cuenta en Twitter, con tu propio
nombre y apellido, para ir contra los valores y la cultura de la
organización que te paga el sueldo cada mes? ¿Sería eso posi-
ble, pese a decir por activa y por pasiva que nuestra cuenta
es personal, por tanto de uso y alcance personal y solo para
los amigos de fuera del trabajo? Todos intuimos cuál sería la
respuesta. ¿Soluciones? Todas las que el sentido común nos
susurra al oído: abrirse una nueva cuenta y separar muy bien
la personal y la laboral, aunque también parece claro que si
hay que abrirse un doble perfil en cada una de las redes sociales
en las que se tiene presencia..., pues eso igual no vale siem-
pre la pena y es más útil dedicar nuestro tiempo a cosas más
interesantes.
Hay que ser positivo. Reiteramos. Se pueden dedicar libros
enteros a explicar buenos usos de las nuevas tecnologías,
con smartphones o sin ellos. Podemos referir grandes proyec-
tos basados en las TIC que mejoran nuestra vida, pequeños
proyectos basados en el crowdfunding, apenas de unos miles de
euros, en ámbitos tan importantes como la salud, la educa-
ción, el comercio solidario, la cooperación y la solidaridad o
cualquier otro en el que alguien pueda y quiera hacer algo por
alguien. Están, existen y mejoran nuestra sociedad día a día.
Y por supuesto, también se pueden escribir libros sobre
los riesgos y las precauciones que debemos tomar en internet,
y de hecho de estos hay más escritos y quizás hasta se vendan
más. Por descontado que hay que tomarse muy en serio las
posibles amenazas de las TIC, sus malos usos, los efectos

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© Editorial UOC Introducción

negativos que pueden tener las nuevas tecnologías sobre


nuestra salud, entendida esta en su concepto más amplio. Y
naturalmente que hay que analizar cómo las TIC pueden estar
afectando la manera en cómo nos relacionamos con nosotros
mismos, con nuestro entorno más cercano y con la sociedad
en la que vivimos. Pero una cosa es analizar, indagar e inves-
tigar y la otra es empezar a ponerse las vendas cuando no
sabemos ni siquiera si vamos a tener heridas, aunque hay que
reconocer que a los vendedores de vendas ya les está bien.
Por ejemplo: cuando alguien manifiesta tener problemas
porque cree que pasa demasiadas horas conectado, porque no
soporta el ritmo de trabajo y/o el flujo de información al que
está sometido, en algunos casos habrá que estudiar, analizar
y buscar soluciones. Estas vendrán en forma de educación,
orientación y asesoramiento, mientras que en otros casos, lo
más recomendable será indicar directamente tratamiento psi-
cológico porque el profesional establezca que hay un proble-
ma de base sobre el que proponer a la persona intervenir. No
obstante, «patologizar» internet, que en estos momentos, está
en la base de la mayoría de acciones que llevamos a cabo en
nuestras vidas, no parece lo más acertado, y no hay que olvi-
dar que a menudo hay intereses contrapuestos de todo tipo.
Como en otros ámbitos de la vida, será el trabajo continuado,
la investigación rigurosa, la reflexión acertada, el debate y el
consenso el que deberá ofrecernos las herramientas más ade-
cuadas a cada caso.
Queremos acabar esta introducción con la aportación
de los profesores Xavier Carbonell y Úrsula Oberts, de la
Universitat Ramón Llull que nos parece especialmente clari-
ficador, que en un número monográfico de la Revista Aloma
dedicado a las TIC dicen lo siguiente: «En muchas ocasiones,

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© Editorial UOC El efecto smartphone

se confunde la dependencia a una tecnología con la adicción


a una conducta, porque cada vez se dispone de menos tiempo
para adaptarse a una tecnología que evoluciona rápidamente.
Es más adecuado diferenciar las verdaderas adicciones de los
excesos y de los problemas transitorios, y es más productivo
educar para la transformación, la hiperconectividad y sugerir
“dietas digitales” o normas de cortesía que diagnosticar. Las
redes sociales en línea pueden provocar algunos excesos, pero
la adicción no sería uno de ellos, pese a la tendencia de poner
etiquetas diagnósticas a pequeños malestares» (Carbonell y
Oberst, 2015).

¡Se puede decir más alto, pero difícilmente más claro!

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© Editorial UOC Introducción

Referencias bibliográficas

Carbonell, X.; Oberst, U. (2015). «Las redes sociales en línea no


son adictivas». Aloma: revista de psicologia, ciències de l’educació i de l’esport
Blanquerna, 33(2), págs. 13-19.
Carbonell, X.; (2014). «La adicción a los videojuegos en el DSM-5».
Adicciones. Abril-junio, págs. 91-95.

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© Editorial UOC Capítulo I. Entre la adicción a internet y el efecto smartphone

Capítulo I
Entre la adicción a internet y el efecto
smartphone

El debate sobre si las nuevas tecnologías son adictivas o no


es uno de los más apasionantes que se pueden mantener en una
sobremesa o en cualquier otro lugar en el que surja «el tema». Y
aunque nuestra posición coincide con la de Carbonell y Oberts
(2015) en lo relativo a la adicción a las redes sociales, creemos
necesario ofrecer una panorámica sobre otros puntos de vista.
Como casi siempre que se habla de nuevas tecnologías, las
posiciones suelen ser encontradas entre aquellos que solo ven
las bondades de internet, las TIC, los smartphones y todo aquello
que se conecte a una red wifi y aquellos otros que, o bien por
edad, o bien por posicionamiento ante la vida, o bien porque
han caído hace ya tiempo por la brecha digital (y además no les
importa en absoluto haberlo hecho) consideran que estamos
ante una pandemia de dimensiones bíblicas y que acabaremos
convirtiéndonos en una especie de humanoides.
Como siempre en estos casos, cuando las opiniones, por
lógicas, legítimas e incluso bien fundadas que sean, no dejan de
ser opiniones, debemos consultar lo que la investigación, en el
ámbito nos aclara sobre el tema. Ya adelantamos que no es tanto
como nos gustaría a todos y que las conclusiones no tienen la
consistencia necesaria para que se pueda dar un «sí» o un «no»
rotundo a la pregunta: ¿las nuevas tecnologías crean adicción?
Empecemos desde el principio. La idea de una adicción a
las nuevas tecnologías surgió en 1995 durante una reunión de

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© Editorial UOC El efecto smartphone

un grupo de expertos en el marco de los trabajos preparato-


rios del DSM-III (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos
mentales). Uno de los asistentes, el psiquiatra Ivan Goldberg,
sugirió, tras una serie de jornadas agotadoras con un eleva-
do número de correos electrónicos intercambiados entre un
grupo numeroso de investigadores y académicos, que existía
una nueva adicción: la «adicción a internet». Y no solo eso,
sino que, utilizando la misma estructura que se emplea para
describir los trastornos mentales, identificó algunos de los
síntomas que producía, como, por ejemplo, pasar más tiem-
po conectado a internet del que correspondería y consultar
continuamente el correo electrónico. También decía que los
«adictos» dedican cada vez más tiempo a internet y que empie-
zan a haber problemas familiares y sociales por su uso excesi-
vo (y sí, quizás más de un lector esté pensando: «¡Anda! ¡Pero
si eso me pasa a mí! ¿Seré entonces adicto?»).
Pues bien, siguiendo con Goldberg, al cabo de unas
pocas horas de haber enviado el correo electrónico a sus
colegas con su «descubrimiento» y propuesta de trastorno,
el psiquiatra empezó a recibir respuestas de compañeros que
explicaban que ellos mismos sufrían esa adicción y además el
mensaje fue reenviado muchas veces y compartido en listas
de correo (y menos mal que no tenían Facebook). Es decir,
que lo que empezó como una broma en la habitación de un
hotel entre expertos con muchas horas de trabajo a las espal-
das, acabó siendo poco después objeto de libros, artículos y
noticias en los medios de comunicación, y se convirtió en una
preocupación que regularmente se va actualizando con cada
nuevo dispositivo, servicio o combinación de los anteriores.
Algunos autores como Echeburúa (1999) consideran que,
efectivamente, las nuevas tecnologías pueden llevar a una

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© Editorial UOC Capítulo I. Entre la adicción a internet y el efecto smartphone

adicción, y en cambio otros autores, autora en este caso, y


por poner solo un ejemplo de la contraposición de argumen-
tos, como Matute (2003) creen que la adicción a internet no
puede considerarse en sentido estricto como tal.
Coincido con Matute, al igual que con Carbonell y Oberst,
cuando hablan de redes sociales, en que no hay criterios sufi-
cientes para hablar de adicción en este caso. Y así lo dicen
también los autores del Manual diagnóstico y estadístico de los
trastornos mentales V, abreviado como DSM-V (2013), cuando
después de años de trabajo han acabado considerando que, al
menos aún, no se puede considerar que exista una adicción a
internet, como tal, aunque sí que hablan de un posible internet
gaming disorder, que hace referencia a los juegos online multiju-
gador, que sí que consideran que deben ser objeto de mayor
investigación. Quizás en próximas ediciones del Manual diag-
nóstico y estadístico de los trastornos mentales se incluya una adicción
a internet «pura», pero en estos momentos la realidad es que
no existe como tal.
Por otra parte comparto la idea que apuntan tanto
Echeburúa como Matute de que sí que hay personas que pue-
den precisar tratamiento psicológico por el uso que hacen de
internet y que como reza el dicho gallego referente a las mei-
gas: no existirán trastornos mentales derivados del empleo
de las TIC, pero haberlos, haylos... Es decir que, por un lado,
tenemos que «oficialmente» (o al menos tan oficialmente
como pueda ser un sistema de clasificación como el DSM)
no existen, pero la realidad es que hay personas que acuden
en busca de tratamiento psicológico con la percepción de
que están perdiendo el control y se sienten «enganchados».
Así pues, ya sea una adicción, un uso abusivo o un trastorno
primario o secundario relacionado con otros problemas psi-

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© Editorial UOC El efecto smartphone

cológicos, la realidad es que hay que continuar trabajando,


investigando y ofreciendo apoyo, atención y educación en un
tema en el que aún tenemos más sombras que luces.
Tampoco se nos escapa que si la adicción a internet se
consolida como trastorno podemos estar ante una hipotética
situación de «pandemia mundial». De acuerdo es un recurso
literario algo exagerado, habida cuenta de los millones de
smartphones que existen ya en el mundo, por lo que, aunque no
afectase más que a un porcentaje pequeño, los casos se con-
tarían por millones. Y si esto fuera así, ¿cuándo cabría esperar
que tamaña epidemia llenase las consultas médicas? ¿Por qué,
si la adicción es tan «real», no se ha incluido ya en planes de
la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Comisión
Europea, los ministerios correspondientes de los diferentes
países? ¿La dependencia que se generaría sería comparable a
la que, por ejemplo, produce el tabaco o el alcohol? Y si fuera
así, ¿habría que adoptar medidas de control epidemiológico o
incluso medidas de prohibición en determinados grupos de
población?
Pues más bien parece que no, y que poco a poco, la evo-
lución del fenómeno parece dar la razón a los postulados más
equilibrados que se sitúan entre el respeto a los profesionales
que consideran que la adicción existe, e incluso tratan a per-
sonas que les piden ayuda, y a aquellos otros que piensan que
estamos ante una especie de resistencia al cambio tecnológico y
movilización de los miedos atávicos que nos provocan aquellas
cosas que van demasiado rápido y que nos exigen la adaptación
a unos cambios que nadie nos pregunta si nos apetece hacer.
Decir que en estos tiempos somos dependientes de la tec-
nología y, en particular, de la móvil no es ninguna novedad.
De hecho, es una obviedad, si tenemos en cuenta a los millo-

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© Editorial UOC Capítulo I. Entre la adicción a internet y el efecto smartphone

nes de personas que en todo el mundo utilizan el smartphone


en prácticamente todos los ámbitos de su vida: trabajo, ocio,
relaciones familiares y sociales, salud, formación, educación,
información, etc. Todos sabemos que. lo verdaderamente
difícil en estos momentos. es identificar un solo ámbito en
el que aún no hayan penetrado las nuevas tecnologías, y que
cuando esto ocurre se analiza la situación con preocupación.
Volvemos a insistir en la idea de que entre los millones
de personas que utilizan las TIC en general y los smartphones
en particular va a haber sujetos, más o menos agrupados en
colectivos, que van a desarrollar trastornos derivados del uso
que hagan de las nuevas tecnologías, aunque no necesariamente
expresen tener problemas. Y la función de los profesionales de
la salud será identificar cuánto de ese sufrimiento (porque al
final se consulta por estar sufriendo) está directamente relacio-
nado con esos dispositivos novedosos; ya sea por el tipo de uso
que hacen o por la frecuencia con que los utilizan, y cuánto está
ocultando en realidad otro tipo de trastornos o problemáticas
que sí que merecen ser abordados (problemas de autoestima,
de habilidades sociales, problemas orgánicos de base, trastor-
nos de la personalidad, trastornos depresivos y de ansiedad,
entre otros) y que pueden haber favorecido el empleo abusivo
de las nuevas tecnologías, provocando que se vean afectadas
facetas de la vida tan importantes como el trabajo, el cuidado
de la familia, las relaciones sociales fuera de las redes sociales,
la relación con la pareja.
Tenemos, por tanto, un terreno de indefinición que precisa
un trabajo de reflexión, de análisis de cada realidad individual
y de contextualización de esta en el grupo de iguales de cada
persona para poder delimitar cuándo estamos ante un pro-
blema y cuándo, sencillamente, se están usando unas tecnolo-

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© Editorial UOC El efecto smartphone

gías que nadie a estas alturas se atreve a negar que nos están
permitiendo, con sus luces y sus sombras, avanzar en muchos
ámbitos de nuestra vida.
Para concluir este apartado, podemos decir que a la pre-
gunta de si las tecnologías enganchan, o no, podemos respon-
der que en realidad quienes «se enganchan» son las personas,
que, sometidas a todo tipo de vaivenes emocionales –‌unos
derivados de una sociedad que en algunos temas avanza más
rápido que nuestra capacidad de adaptarnos a ella y otros
relacionados con el desarrollo personal, las predisposiciones
individuales, los aprendizajes y la socialización de cada uno–,
pueden hacer un uso abusivo de las nuevas tecnologías al no
poder autorregular su uso. En estos casos, son los especialis-
tas quienes deben determinar que está pasando y sobre todo
como orientar a cada persona sobre como solucionarlo.

Pero más allá de las adicciones existe otro tipo de pato-


logías, a las que llamaré psicopaTIClogías para separarlas de
los trastornos que sí que están recogidos en los sistemas de
clasificación y también para quitarles algo de hierro e incor-
porar un toque de humor. Ya que no deja de ser paradójico
incluir en el mismo saco «patológico» problemas derivados de
nuestra relación con la tecnología, como es el caso de las psi-
copaTIClogías, que vamos a comparar con otros cuadros bien
definidos y que causan a pacientes y familias un sufrimiento
genuino que no considero que deba confundirse con los «no-
trastornos» que vamos a describir en este libro.
A esos nuevos «trastornos» se les ponen nombres, lo cual,
desde mi humilde punto de vista es de lo más variopinto y se
les asocian, con cierta intención alarmista, palabras propias
de la terminología médica como «síndrome», que llaman la

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© Editorial UOC Capítulo I. Entre la adicción a internet y el efecto smartphone

atención de los medios de comunicación y provocan preocu-


pación entre los padres y entre la población en general, por
aquello de que cualquiera puede llegar a decir: «¡Anda! ¡Pero
si esto es lo que me pasa a mí!».
¿Qué es entonces lo que preocupa, ocupa y en algunos
casos hasta mortifica a padres, cuidadores, profesores y pro-
fesionales de casi todos los ámbitos relacionados con el uso y
abuso de las nuevas tecnologías? Pues no es otra cosa que el
hecho de que estamos sometidos a una vorágine de aplicacio-
nes, datos, dispositivos y novedades casi semanales, y muchas
personas no tienen las competencias y las habilidades necesa-
rias para utilizarlos de la forma más óptima, aprovechando al
máximo las maravillosas tecnologías que nos mantienen online
y combinándolas con la vida offline.
En este tema, como en tantos otros, no hay fórmulas
mágicas, ni recetas que sirvan para todos por igual. Lo que
para uno es «pura adicción», para otro puede ser un uso de lo
más normal de internet. Lo que para unos es una «pérdida de
tiempo», para otros es fuente de satisfacción y hasta de reali-
zación personal. ¿Dónde está entonces el punto de inflexión?
¿Dónde la divisoria entre lo «normal» y lo «patológico»? Como
suele ocurrir en todo lo relativo al comportamiento humano,
los límites son puramente convenciones que no pueden ni
deben ser ajenas a factores sociales y culturales. Así, por
ejemplo, a nadie se le ocurriría decir que los jóvenes empren-
dedores que están desarrollando algunas de las empresas más
importantes del sector tecnológico son «adictos» a internet,
aunque pasen conectados a la red la mayor parte del tiempo
que están despiertos. Ni tampoco lo diríamos de los cientos
de miles de personas que día a día trabajan frente a pantallas,
conectados desde sus puestos de trabajo. ¿Y por qué? ¿Quizás

29
© Editorial UOC El efecto smartphone

porque no lo hacen –‌hacemos– voluntariamente o porque


en la mayoría de tales casos no se saca otra satisfacción que
cumplir objetivos laborales y cobrar la nómina para poder
pagar las facturas a final de mes? En estos casos, el de los
emprendedores y el de los trabajadores de «cuello negro», no
hablamos de adicción a internet, en todo caso hablamos de
adicción al trabajo, aplicando unos criterios muy similares a
los que Golberg utilizó en su día.
Pero, tanto si hablamos de «adicción» a internet, utilizan-
do términos como tolerancia, dependencia, abstinencia, etc.,
porque creemos que existe y debe ser tratada, como si nos
situamos en el polo opuesto, diciendo que hablar de la adic-
ción a internet es tan absurdo como hablar de adicción a la
televisión, ya que, aunque el ciudadano medio español pasa
una media de cuatro horas frente al televisor, según los datos
de 2015 de Kantar Media (antiguo Sofres?) ¿Que diríamos si
esas cuatro horas nos las pasáramos en un chat?...pues eso...
Hasta ahora a nadie se le ha ocurrido hablar de una adicción
a la televisión. La televisión lleva con la mayoría de nosotros
toda nuestra vida. Nacimos con ella y a la mayoría nos daban
las papillas mirando la entonces incipiente programación
infantil, de forma que quien más, quien menos aún podemos
tararear alguna de las canciones de programas como el de
Barrio Sésamo, Un globo, dos globos, tres globos... (dejamos aquí la
lista porque sería apabullante y más propia de otros trabajos).
Pero, aun así, ¿cuántas veces hemos oído hablar de «adictos a
la televisión»? Lo más probable es que muchos coincidamos
en que quizás se consume demasiada televisión, en que se
debería leer más, en que por desgracia hay mucha telebasura,
y en toda una retahíla de «lugares comunes», como llamar
«caja tonta» a la tele, pero nada más. No le damos al asunto

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© Editorial UOC Capítulo I. Entre la adicción a internet y el efecto smartphone

más importancia de la que realmente tiene... Lo cual no signi-


fica que no la tenga, ya que hay muchas personas que se sien-
tan en el sofá de su casa al llegar del trabajo o tras levantarse
de la mesa y se pasan horas y horas viendo las llamadas «series
de culto». Aprovechamos para apuntar aquí que el creador
o creadora del término «series de culto» debería recibir un
Nobel de Marketing, el cual, como no existe, habría que
crearlo, ya que la expresión: «series de culto» ha conseguido
que algo que parecía tan poco «intelectual» como pasar horas
mirando la «caja tonta» sea ahora objeto de admiración, y que
en la oficina podamos explicar con orgullo que nos «cultiva-
mos» viendo un capítulo tras otro de nuestras series favoritas
en sesiones «maratonianas». ¿Qué dirían muchas de esas per-
sonas de alguien que, en lugar de consumir series de culto, se
dedicase a chatear...? ¿Que es adicto? ¿Que la diferencia es
que chatear no aporta nada y ver series de culto te cultiva?
Otra vez, y no será la última, estamos ante una pura conven-
ción social, y así muchos de los que abominaban de pasarse
horas frente a la caja tonta, ahora que tenemos «televisores
inteligentes», se pasan horas y horas viendo series considera-
das de culto. También está otro colectivo que nos corregirá
diciendo que ellos no ven tele­visión, y que ni siquiera tienen
una (parece que ahora es «in» no tener tele). Pero claro,
cuando rascas un poquito, y salvo excepciones, que como
en todo también las hay, resulta que tienen una aplicación
móvil en la tableta, en el smartphone o en ambos dispositivos
que les permite seguir puntualmente series de culto, o no tan
de culto. Y como la vista se cansa con pantallas pequeñas, se
han agenciado un monitor de 28 pulgadas, el del ordenador
u otro. Vaya, que se ve la tele sin ver la tele, solo que ahora
decidimos qué ver y cuándo, y hace unos años, con los dos

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© Editorial UOC El efecto smartphone

canales que teníamos en España, veíamos lo que «echaban». Y


si no te gustaba, a la cama a leer o ¡incluso a dormir!
De acuerdo, los tiempos cambian, evolucionan, y todo
avance e innovación en la manera de acceder a contenidos
audiovisuales tiene que ser fantástica. ¡Y muchas veces lo
es! El tema «tele» está superado. Simplemente porque está
llegando un momento en el que las líneas que separan un
ordenador y una «televisión inteligente» se están difuminan-
do tanto que realmente ya no sabemos qué es qué, y quizás
no importa demasiado saberlo. Además, otros dispositivos
como las tabletas adoptan en muchos casos estas mismas
funciones, y los que tienen buena vista, o no les importa
demasiado perderla un poco más rápido de lo que toca por
edad, utilizan también su smartphone para consumir produc-
tos televisivos.
Es probable que los pequeños cuyas primeras fotos tardan
ya apenas un segundo en subirse a Facebook desde que llegan
a este mundo y a los que pronto les dejan una tableta para que
sus padres puedan preparar la cena, o consultar ellos mismos
sus dispositivos crezcan de otra manera. ¿Es lógico no? Es
más que probable que dentro de unos años alguno de esos
niños coja este libro y se ría de las preocupaciones que sus
mayores tenemos en estos momentos.
Pero hay algo en lo que sí coincidiremos todos, y es que
mirando a nuestro alrededor, al menos algunos, tenemos la
sensación de que, más allá del debate específico sobre la adic-
ción a internet, algo está pasando cuando millones de personas
parecen no poder dejar de prestar atención a los correos elec-
trónicos, alarmas, avisos y todo tipo de musiquitas y vibracio-
nes con las que nuestros móviles nos exigen que les prestemos
atención.

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© Editorial UOC Capítulo I. Entre la adicción a internet y el efecto smartphone

Parece como si a una velocidad endiablaba nos estuviéra-


mos quedando sin espacio en el que poder abstraernos de un
flujo de información del que acabamos siendo dependientes.
No porque desarrollemos algún tipo de trastorno psicológico,
sino porque precisamos esa información para ganarnos el
sustento y para llevar a cabo gran parte de nuestras activi-
dades diarias. Actividades que están ya mediatizadas por el
omnipresente smartphone, que se configura como el enlace de
nuestros mundos personal y laboral, educativo, social, sanita-
rio y cualquier otro en el que habitemos en nuestro día a día.
El smartphone es ese «punto de encuentro» en el que todos los
aspectos de nuestra vida convergen. Un punto de encuentro
en el podemos leer y responder los correos electrónicos y
mantenernos al tanto de las noticias de nuestro sector profe-
sional y también de nuestra vida cultural y social. En defini-
tiva, se trata de un dispositivo que nos permite organizar, ¡y
a veces desorganizar! nuestras actividades, gestionar los pro-
blemas del día a día que surjan, y que ¡hasta podemos utilizar
como linterna cuando nos quedamos a oscuras!
Pero... ¿es bueno tenerlo todo en el móvil? ¿No hace que
«dependamos» en exceso de él, de forma que si, por ejemplo,
se cae al suelo o, peor aún, al inodoro, nos puede complicar
muchísimo el día? ¿Estamos realmente preparados para aña-
dirnos, a modo de extensión física de nosotros mismos, de
«disco duro externo», un aparato con el que podemos tanto
invertir en bolsa como saber qué canción suena en la radio?
¿De verdad creemos que el smartphone no va a tener algún
tipo de efecto en nosotros? ¿En lo que hacemos, sentimos,
pensamos...? Pues por supuesto que sí, ¿o es que cualquier
aprendizaje, aptitud, habilidad o competencia nueva no tiene
un efecto sobre nosotros? ¡Pues claro que lo tiene! y a nivel

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© Editorial UOC El efecto smartphone

cerebral obviamente también, porque es en el cerebro donde


se establecen las conexiones neuronales, donde se inscriben
físicamente todas y cada una de las cosas que somos. Porque
todo aquello que está en nuestra mente, todo aquello que
pensamos, sentimos, sabemos hacer y deseamos, tiene un
correlato fisiológico (aunque no seamos capaces, quizás por
suerte, de establecerlo con precisión).
¿Qué nos pasa entonces? Desde nuestro punto de vista y
en relación con el uso de la tecnología, lo que nos ocurre es
que estamos sometidos al «efecto smartphone».
El efecto smartphone no es más que la manifestación de una
de las contradicciones que gestionamos en esta sociedad del
conocimiento en la que, por una parte, nos encantan, enamo-
ran y apasionan las nuevas tecnologías, pero, por otra parte,
nos generan un estado de desasosiego, de sensación de ame-
naza y de que algo no está funcionando bien, que a su vez, nos
genera una ambivalencia permanente a muchos de nosotros.
El efecto smartphone nos coloca continuamente entre dos
posiciones antagónicas, casi irreconciliables, pero bien cono-
cidas en el ámbito del estudio de las tecnologías y que consi-
deramos que son aplicables al fenómeno de la omnipresencia
del smartphone en nuestras vidas y de todas las posibilidades
que nos permite.
Por un lado, tendríamos las posiciones más combativas, las
de que aquellos que consideran la dependencia de este disposi-
tivo como una adicción tan real y concreta como un resfriado
(que por cierto no tiene cura, sino alivio sintomático) y, por
otro lado, están aquellos otros a los que si se les permitiera
incorporarse un chip en el cerebro para no tener que cargar
con el smartphone correrían encantados a hacerlo. Obviamente,
las descritas son posiciones caricaturescas y difícilmente

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© Editorial UOC Capítulo I. Entre la adicción a internet y el efecto smartphone

podríamos encontrar a alguien que las representase, pero a la


vez son bastante gráficas.
Así pues, en uno de los lados, el más antitecnología, ten-
dríamos como referencia el movimiento neoludita, que es
una versión moderna del movimiento ludita, de inicios del
siglo XIX en Inglaterra, que englobaba a los obreros contra-
rios a la implantación de las primeras máquinas industriales
porque consideraban que destruirían sus puestos de trabajo
(este argumento nos suena, ¿verdad?). Estos primeros luditas
cometían sabotajes destrozando las máquinas a las que culpa-
ban de su situación presente y futura.
El neoludismo presenta planteamientos similares al ludis-
mo del siglo XIX, pero en este caso referidos a las nuevas
tecnologías.
Los neoluditas creen que las nuevas tecnologías están
haciéndonos perder gran parte de los avances conseguidos
por la humanidad y contribuyen a «deshumanizarnos», obli-
gándonos a actuar de una manera muy alejada de nuestros
patrones naturales de comportamiento. Así que, como es fácil
de suponer, no son precisamente fans de los smartphones.
Para un neoludita la sociedad ideal sería una en la que
las nuevas tecnologías sencillamente no existirían, y que, en
muchos aspectos, se parecería a sociedades rurales como las
de los amish norteamericanos o, por poner un ejemplo más
cercano, como las de los pueblos de nuestros tatarabuelos.
En el otro extremo tendríamos otro grupo ideológico
que serían los transhumanistas. El transhumanismo es un
movimiento cultural y filosófico que tiene entre sus obje-
tivos contribuir a la evolución del ser humano. Los trans-
humanistas creen que las tecnologías permiten y permitirán
en el futuro mejorar capacidades humanas, tanto a nivel

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© Editorial UOC El efecto smartphone

físico, como psicológico e intelectual, como bien se explica


en Wikipedia. Y, sí aprovechemos para decir que Wikipedia
es quizás una de las manifestaciones más claras de lo que
somos capaces de hacer los humanos cuando trabajamos
juntos.
Sin dejar de estudiar los potenciales peligros de las nuevas
tecnologías, los transhumanistas consideran que el ser huma-
no evolucionará y se convertirá en un «posthumano», con
más y mejores capacidades.
Sin duda, entre la posición de los neoluditas más acérrimos
y la de los transhumanistas más recalcitrantes, hay muchos
matices que la mayoría ignoramos, ajenos en muchos casos a
los grandes debates que mantienen los expertos en historia de
la tecnología y en su evolución futura.
Muchos de nosotros, armados con nuestros teléfonos
inteligentes, «padecemos» el efecto smartphone, representado
en forma de tensión entre las energías opuestas que se origi-
nan al entrar en conflicto nuestra fascinación ante las posibi-
lidades que nos ofrecen nuestros nuevos dispositivos móviles
y los miedos, reservas y preocupaciones que pueden generar
aspectos relativos a nuestra privacidad, la sensación de ser
controlados, la servidumbre de estar siempre disponibles, etc.
Así, unas veces, cuando las tecnologías han cubierto nues-
tras necesidades personales, laborales y sociales, nos sentimos
más cerca del transhumanismo, y en cambio, cuando nuestros
hijos no nos hacen caso, cuando nos agobian en el trabajo o
cuando nos «controlan» a través del WhatsApp, nos volve-
mos «neoluditas radicales» (valga la redundancia) por unos
momentos.
El efecto smartphone no tiene una única dimensión, al igual
que no la tiene nuestra vida. Por supuesto, la inmensa mayoría

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© Editorial UOC Capítulo I. Entre la adicción a internet y el efecto smartphone

de nosotros nos situamos en un punto central, no somos ni


neoluditas, ni transhumanistas (siempre habrá excepciones,
claro está); pero difícilmente podemos medir cómo nos afecta
este fenómeno de forma general, ya que repercute de manera
diferente en los distintos ámbitos de nuestras vidas. Así, pode-
mos ser «casi neoluditas» en relación con el uso de los smart-
phones por parte de nuestros hijos adolescentes o cuando nos
«obsequian» con músicas, alertas y sonidos varios en un tren de
cercanías. Y situarnos, sin em­bargo, cerca del transhumanismo
cuando leemos noticias sobre aplicaciones que pueden ayudar
a monitorizar nuestra salud, mejorar la vida de personas con
cualquier tipo de discapa­cidad, contribuir a la investigación o
encontrar a nuestro gato.
El efecto smartphone, difícilmente, puede ser objeto de una
medición seria y rigurosa, ya que es cambiante, a veces de un
día para otro y a veces de una hora a otra. Podemos sentir-
nos desolados por la incapacidad de desconectar a las doce
de la mañana de nuestro primer día de vacaciones cuando
no nos dejan de enviar mensajes mientras conducimos hacia
nuestro destino estival. Y tres horas después podemos estar
bendiciendo tener un smartphone que nos permite orientarnos,
informar a la familia de que hemos llegado a nuestro destino
y pensar dónde vamos a cenar.
Por eso precisamente el debate estéril e insulso sobre si
la tecnología es «buena» o «mala» no por repetirse va a tener
una respuesta mejor que aquella del «depende», que tan poco
gusta oír, pero que tan adecuada es en este caso.
Las tecnologías, nuestros smartphones, no son ni buenos ni
malos, ni nos esclavizan ni nos liberan, no nos hacen peores
ni mejores ¡Ser mejores o peores personas cada día depende
de nosotros no de la tecnología!

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© Editorial UOC El efecto smartphone

Me gustaría acabar este capítulo haciendo referencia a una


frase que recientemente me ha impactado y que era el título
de un libro: «No culpes al karma de lo que te pasa por gilipo-
llas»; pues eso, tampoco deberíamos culpar a los smartphones
y a las tecnologías de todo aquello que nos pasa por sufrir el
efecto smartphone y no saber gestionarlo.

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© Editorial UOC Capítulo I. Entre la adicción a internet y el efecto smartphone

Para saber más

APA. (2013). Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM-V)


(Fifth Edition). Washington, DC: American Psychiatric Association.
Carbonell, X.; Oberst, U. (2015). «Las redes sociales en línea no
son adictivas». Aloma: revista de psicologia, ciències de l’educació i de l’esport
Blanquerna, 33(2), págs. 13-19.
Echeburúa, E. (1999). ¿Adicciones... sin drogas? Las nuevas adicciones: juego,
sexo, comida, compras, trabajo, internet. Bilbao: Desclée de Brouwer.
Matute, H. Adaptándose a Internet. Mitos y realidades sobre los aspectos psi-
cológicos. La Coruña: La Voz de Galicia; 2003

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© Editorial UOC Capítulo II. FoMO (fear of missing out, ¡casi nada!)

Capítulo II
FoMO (fear of missing out, ¡casi nada!)

1. ¿Qué es?

Fear of missing out o, abreviado, FoMO es la sensación o


miedo a «perdernos algo» de lo que está ocurriendo en la red,
y como es lógico, porque el día tiene 24 horas y no todas las
podemos dedicar a estar conectados (menos mal...), algo nos
vamos a perder; esto es un hecho objetivo. Ahora bien, el que
esto nos afecte o no ya es una decisión personal, el miedo
siempre es más opcional de lo que muchas veces creemos.
Creemos que en la presencia o no de FoMO influyen
varios aspectos que vamos a ir comentando, pero queremos
aclarar desde ya que no nos estamos refiriendo a ninguna
patología o trastorno, entendido desde el estricto punto
de vista de la psicopatología, los criterios de clasificación de
trastornos psiquiátricos al uso (básicamente nos referimos al
DSM-V) y, en definitiva, del conocimiento actual. Aun así, es
más que probable que muchas de las personas «afectadas» por
esta psicopaTIClogía sí que puedan precisar en algún momento
trabajar con un terapeuta los problemas subyacentes al miedo
a estar perdiéndose algo, así como la necesidad, en ocasiones
casi compulsiva, de entrar continuamente a las redes sociales
y la sensación de frustración al «comprobar» (muchas veces

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© Editorial UOC El efecto smartphone

sobre la base de distorsiones cognitivas) que están pasando


cosas en internet que confirman sus peores augurios. Así,
para ser claros, el FoMO no sería más que un «síntoma» de
que precisamos trabajar algunos aspectos de nuestra manera
de relacionarnos con nosotros mismos y con los demás.
Y aunque no consideremos el FoMO como una psico-
patología, es importante tener en cuenta que autores como
Gil, Oberst, Valle y Chamarro (2015) han establecido que
es un predictor clave de la ansiedad, perfilándose como un
correlato esencial del uso desadaptativo del móvil y de las
redes sociales. Como siempre, la investigación va avanzando,
pero a su vez genera nuevas preguntas, como la típica: ¿qué
aparece antes, el FoMO o la ansiedad? ¿Las personas ansiosas
tienen más tendencia a sufrir FoMO? ¿Hay alguna variable
de personalidad que pueda predecir FoMO? ¿Neuroticismo
quizás? Sin duda, los investigadores continuarán avanzando
en esta línea, pero de momento ya se ha logrado establecer
que FoMO es un correlato; es decir, que aparece ligado a sin-
tomatología ansiosa, aunque no sea en sí mismo un trastorno.
Al hablar de FoMO, hemos de considerar algunos aspec-
tos que vamos a ir desgranando teniendo en cuenta una serie
de constataciones que, en muchas ocasiones, se nos pasan
por alto.

• La información que puede interesarnos en las redes socia-


les es casi ilimitada, nuestro tiempo para consultarla es
bastante limitado.

¿Obvio verdad? Pues para algunas personas no lo parece


tanto, ya que se pasan el día entrando a consultar lo «nuevo»
que aparece en sus redes sociales. Quizás, si solo se tienen un

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© Editorial UOC Capítulo II. FoMO (fear of missing out, ¡casi nada!)

par de contactos (la palabra «amigo» es un poco pretenciosa


en el contexto de los contactos online), pueda ser fácil, pero en
estos momentos plataformas como Facebook ponen a nuestra
disposición tal cantidad de información, tan bien filtrada (de tal
manera que siempre acabamos viendo lo que antes nos ha ido
gustando), de tanta gente y tan interesante (porque hay que reco-
nocer que muchos contenidos lo son), que al final tenemos la
sensación de que siempre nos estamos perdiendo algo. Ya que,
cada vez que entramos en la red social, entramos en un espacio
nuevo, con nuevos contenidos en la parte superior, anuncios
adaptados, información nueva sobre actualizaciones, nuevas
fotos de nuestros amigos, nuevas historias, etc. Así, de alguna
manera, y por ponernos algo filosóficos y a la vez recordar la
típica pregunta de filosofía de COU, cuando nos pedían com-
parar a Heráclito y Parménides, al igual que, según Heráclito, no
te bañarás dos veces en el mismo río, podríamos decir que no
entramos dos veces en el mismo Facebook.. Porque aunque la
cuenta sea la misma (excepto si eres un hacker), los contenidos
siempre son nuevos, y lo nuevo nos gusta y nos atrae, ¿verdad?

• Facebook satisface nuestra necesidad de compararnos con


los demás, aunque nos haga sentir mal.

Sí, de acuerdo, otra perogrullada, lo reconocemos. Vamos


a ver si la explicamos con un poco de teoría de la compara-
ción social de Festinger (1954), que de haber vivido en la era
Facebook hubiera disfrutado mucho más de lo que lo pudo
hacer en su época.
Básicamente, la teoría de Festinger –‌ por cierto, muy
recomendable su lectura en Wikipedia– nos dice que hay un
impulso dentro de las personas para hacer autoevaluaciones

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© Editorial UOC El efecto smartphone

rigurosas de sí mismas. Lo de autoevaluaciones lo vemos bas-


tante claro, lo de rigurosas ya suele ser harina de otro costal,
porque ¿a quién no le gusta engañarse un poquito?
Pero, sea como sea, la idea es que las personas necesi­
tamos compararnos las unas con las otras, y que lo hace-
mos por varios motivos: para conocernos mejor, para
eliminar incertidumbres sobre nuestro nivel de adaptación
e integración, y sobre nuestra capacidad resolutiva y, en
definitiva, para explicarnos quiénes somos, ya que no colga-
mos del vacío. Y como seres sociales, estamos rodeados de
personas con las que estamos «condenados» (muchas veces
maravillosamente condenados) a convivir y con las que nos
comparamos para construir e ir modulando nuestra propia
identidad.
Festinger desarrolló una teoría compleja que otros autores
han ido haciendo avanzar después. Pero lo que nos interesa
en estos momentos, y pronto veremos por qué, son dos de
las hipótesis en las que se sustentan sus teorías. La primera es
la de que el ser humano tiene un «impulso innato para eva-
luar sus opiniones y habilidades y que la gente se evalúa a sí
misma a través de medios objetivos y sociales». Es decir que,
en primera instancia, las personas nos evaluamos «a solas»,
intentando buscar evidencias sobre aquello que pensamos de
nosotros mismos y no teniendo en cuenta, en la medida que
sea posible, opiniones ajenas.
Pero la hipótesis de Festinger que más nos interesa es la
segunda, y pensemos que estaba formulada en 1954. Esta
viene a decir que «si los medios objetivos sociales no estu-
viesen disponibles, las personas evaluarían sus opiniones y
habilidades mediante la comparación con otra gente».

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© Editorial UOC Capítulo II. FoMO (fear of missing out, ¡casi nada!)

En la época en la que Festinger formuló su teoría, la cosa


era relativamente sencilla, ya que sin los medios sociales de
hoy en día las comparaciones por pura lógica se producían
entre miembros de la comunidad cercana, y sí, también
se podían producir estas comparaciones con personas a
las que les atribuimos un «mayor nivel» (lo que él llamaba
comparaciones ascendentes) a través de la prensa, la radio
y la incipiente televisión. De tal manera que, por ejemplo,
un aspirante a boxeador podía compararse a través de los
medios con las grandes figuras del momento, analizando
los logros que aquellos habían realizado a su edad, con su
peso, forma de entrenamiento, tipo de técnica, etc. Nada,
comparado con lo que podemos hacer en estos momentos,
con unos medios tecnológicos que nos permiten seguir
prácticamente al minuto a los ídolos del momento en todas
las facetas de su vida, tanto la profesional como, y esto es
más preocupante, la íntima y personal.
Vaya, que al final FoMO también se puede explicar por
la necesidad que tenemos de compararnos con los demás
para conocernos y juzgarnos a nosotros mismos y para
buscar una respuesta en el grupo a cada pregunta que sobre
nosotros mismos nos hagamos. Así, por ejemplo, si nos
preguntamos: «¿Soy guapo?», es fácil que la respuesta que
nos demos (las de las abuelas no valen) sea del tipo: «Si me
comparo con Fulanito, entonces...». Y lo mismo respecto a
si hemos triunfado, somos felices, estamos realizados, etc.
Sí, sin duda se nos va poniendo la piel de gallina porque
sabemos que la herramienta que utilizamos para compa-
rarnos (en este caso hemos tomado Facebook, pero, por
ejemplo, para comparaciones de tipo profesional LinkedIn
y Twitter serían más apropiadas) son del todo menos obje-

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© Editorial UOC El efecto smartphone

tiva y neutrales, por el interés de muchas personas en ofre-


cer una imagen «ideal» de ellas mismas y ocultar lo menos
positivo de cada cuál.
¿Qué poco hablamos de las cosas que nos van mal en la
vida a través de Facebook, verdad? Sí, de acuerdo hay un
grupo de personas entre nuestros contactos que lo hacen,
pero es probable que o bien sea porque están en una situación
médica o social que quieren denunciar y, por tanto, utilizan la
red como plataforma reivindicativa, o bien son tan inocen-
tes que creen que se puede ser sincero en Facebook. Todos
hemos visto noticias en los medios de comunicación sobre
los efectos que para algunas personas ha tenido airear lo que
piensan sobre su puesto de trabajo, jefes o compañeros en la
red. Esto sería objeto de otro libro, pero para cerrar el tema,
un consejo: simplemente no lo hagáis.
Volvamos a la comparación social y a FoMO. ¿Es posible
que lo que nos pase es que tengamos miedo de perdernos
algo porque tenemos necesidades psicológicas por satisfa-
cer y tenemos miedo de que, si no estamos absolutamente
pendientes de las redes sociales, no las satisfagamos nunca?
Pues la respuesta parece bastante clara...según la literatura
científica: sí.

2. ¿Cómo afecta?
Veamos cómo nos afecta el FoMO, analizando el trabajo
de Przybylski, Murayama, Dehann y Gladwell (2014) en rela-
ción con los aspectos motivacionales, emocionales y compor-
tamentales de esta psicopaTIClogía.

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© Editorial UOC Capítulo II. FoMO (fear of missing out, ¡casi nada!)

Przybylski, un psicólogo de la Universidad de Essex, junto


con otros colegas de las universidades de California y de
Rochester, hace ya un tiempo que investiga el FoMO. Tanto
es así que, además de estudiar sus características, han llegado
a desarrollar una escala realmente útil (que se puede consul-
tar en el anexo de su artículo citado al final de este capítulo);
aunque los propios autores apuntan una serie de limitaciones
que seguro que resolverán ellos mismos, o bien otros investi-
gadores en el futuro.
Sus conclusiones son realmente interesantes. Nos dicen
que el FoMO es más frecuente entre jóvenes y adolescentes
(especialmente hombres) y lanzan una idea muy interesante
sobre esta psicopaTIClogía, que consideran una «fuerza impul-
sora» del uso de las redes sociales: la necesidad de saber, la
sensación de que algo está pasando y que nos lo podemos
estar perdiendo favorecen que continuemos entrando en
Facebook (aunque obviamente FoMO puede darse en cual-
quier red social).
También comentan que en las personas con bajos niveles
de satisfacción de las necesidades y de la satisfacción con
la vida se observa una mayor sensación FoMO, ya que es
probable que en este tipo de individuos aumente la nece-
sidad de intentar «contrarrestar» cómo se sienten entrando
continuamente a las redes sociales en busca de nuevos
estímulos. Es decir, y esto es muy interesante: las personas
con más necesidades sociales insatisfechas son las que más
consultan las redes sociales, y claro al escuchar esto, rápida-
mente podemos pensar: «Oye, que yo tengo mis necesidades
sociales/psicológicas y de todo tipo de lo más satisfechas y
también utilizo Facebook». ¡De acuerdo, nada que objetar!
Pero, ¿cuántas veces entras a mirar si hay algo nuevo? ¿Lo

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© Editorial UOC El efecto smartphone

consultas cada vez que tienes un instante? ¿Lo haces, como


los propios autores dicen refiriéndose al grupo con el que
trabajas, durante las clases en la universidad? ¿En los ratos
muertos en el trabajo? ¿Por qué lo haces? ¿No será el «no
sé qué-qué sé yo» del que venimos hablando a lo largo de
este modesto libro? Que cada cual se conteste a sí mismo,
porque no suele funcionar si la respuesta que damos y que
nos damos a nosotros mismos, se hace pensando en qué
pensarán los demás y en lo socialmente aceptable que puede
ser nuestra respuesta.
Pero las aportaciones de los psicólogos del equipo de
Przybylski van más allá y nos dicen también, que aquellas
personas que más puntuaban en la escala de FoMO, que ellos
mismos habían desarrollado, eran también las que al acabar
una sesión en Facebook más «sentimientos opuestos» tenían.
Es decir, y esto tampoco es el primer autor que lo dice, que
muchas personas, en lugar de sentirse bien después de haber
pasado un rato en Facebook, acaban con una sensación de
tristeza, enfado o simplemente con «sensaciones negativas».
De hecho, en un estudio de Steers, Wickham y Acitelli (2014),
se concluye que, después de salir de Facebook, nuestro estado
anímico es depresivo (ojo no confundir con la idea de que
Facebook causa depresión). Y dicen, además, que cuanto más
tiempo pasamos conectados a Facebook más «depresivo» es
nuestro estado de ánimo. Los autores señalan, además, que
es algo que les pasa más a los hombres que a las mujeres.
Pero no se quedan ahí, ya que encuentran también que hay
una relación entre estados de ánimo depresivos y el número
de veces que iniciamos sesión en Facebook. Es decir, a más
entradas a Facebook, más «depresión» (entre comillas para no
confundir con la depresión real).

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© Editorial UOC Capítulo II. FoMO (fear of missing out, ¡casi nada!)

¿No es esto en sí mismo una incongruencia? ¿Por qué


entramos en Facebook si salimos «peor de lo que estába-
mos»? Pues bien, lo más plausible es que lo hagamos empu-
jados, otra vez, por necesidades que queremos ver satisfechas
(aunque sean las de puro curioseo). Es posible que entremos
buscando algo que necesitamos, pensando que quizás ese
algo esté en Facebook..., y claro, esa necesidad de satisfacer
nuestra necesidad de comparación puede que sea más grande
que el «riesgo» a que no nos guste lo que encontremos. Y
ahora, para rematar el tema vuelve Festinger con su teoría de
la comparación social. Y sí, parece que esa necesidad de com-
pararnos de la que Festinger nos habla, puede ser más fuerte,
incluso, que la sensación negativa que nos puede provocar la
entrada y la «reentrada» en Facebook.
Es decir, que si entramos a compararnos con los otros y
vemos las maravillosas vacaciones de nuestros amigos y cono-
cidos, los estupendos restaurantes a los que van, las amantísi-
mas parejas que les lanzan loas y mensajes de amor cada fecha
señalada..., es fácil salir de Facebook con un bajón de los que
hacen antología. Sí, es una de las incongruencias de las redes
sociales. Pero como siempre no es «culpa» de las redes sociales,
que son simples conjuntos de bits, cables, los contenidos que
aportamos entre todos y mucho marketing. Si hay «culpa», y la
palabra culpa es horrorosa, pero tómese más como una licen-
cia literaria que, obviamente, como una apreciación moral, si
hay responsabilidad, es solo nuestra... Ahí es nada, pero a la vez
ahí está todo, porque con un poco de «trabajo interior», con o
sin apoyo profesional, se pueden neutralizar este tipo de com-
paraciones odiosas, cuando no absolutamente inapropiadas.
En resumen, que tenemos unas necesidades sociales, entre
las que la de compararnos con los demás es quizás la más

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© Editorial UOC El efecto smartphone

importante, e intentamos cubrirlas entrando y entrando y


volviendo a entrar en Facebook. Cuando lo hacemos, vemos
que la mayoría de personas han utilizado esta red social pre-
cisamente para posicionarse socialmente, para definirse, para
intentar comunicarnos aquello que quieren que pensemos que
son –‌que somos–: solidarios, divertidos, inteligentes, reivindi-
cativos, amigos de nuestros amigos, con un mundo interior
florido y maravilloso, y que estamos viviendo el camino de
nuestra vida de una forma única, original, sentida, distinta.
¡Qué bonito! Sí. Pero... ¡que cansado también, tanto postureo!
¿Se puede hacer algo para evitar esta situación? ¿Podemos
evitar la necesidad de entrar y entrar en Facebook (y en otras
redes sociales, pero en este capítulo la hemos tomado con la
red de redes)? ¿Podemos dejar de sentirnos menos mal tal y
como nos dicen algunos estudios? ¿Podemos conseguir que,
efectivamente, las redes sociales nos sirvan para construirnos,
crecer, realizarnos, aprender y desarrollarnos personal y pro-
fesionalmente? ¿Se puede? La respuesta vuelve a ser rotunda:
sí, se puede.

3. ¿Cómo evitarlo?

¿Es realmente FoMO un efecto secundario de las redes


sociales? ¿Un mal menor que tenemos que asumir? ¡Por
supuesto que no! Y si no lo es, ¿por qué causa malestar psi-
cológico? ¡Pues porque nosotros se lo permitimos! Y aquí ya
no entran tanto temas tecnológicos, ni relativos a redes socia-
les, sino cuestiones puramente psicológicas y de cómo nos
enfrentamos a las redes sociales en la soledad de nuestra cone-

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© Editorial UOC Capítulo II. FoMO (fear of missing out, ¡casi nada!)

xión, el tiempo que les dedicamos, el uso que hacemos de ellas


y el provecho personal que finalmente obtenemos de nuestra
inversión de contenidos. Porque todos sabemos que nuestras
vidas, nuestras experiencias, reflexiones, ideas y mensajes son
la materia prima, la gasolina que mueve cualquier red social.
¿Imaginas qué pasaría si todos decidiéramos a la vez dejar de
actualizar nuestros perfiles, dejar de entrar en cualquier red
social? Pues que simplemente desaparecerían. Así que, en
primer lugar, no perdamos de vista que los usuarios tenemos
el control, o al menos, mucho más control del que nos cree-
mos... Somos nosotros los que hacemos millonarios a mucha
gente simplemente compartiendo nuestra vida personal. Así
que, nos podemos poner tan exigentes como nos apetezca
como colectivo, ¡que para eso les hacemos ganar tanto dinero!
Y sí, se puede evitar el FoMO y continuar entrando
a Facebook sin experimentar las sensaciones que hemos
comentado, pues no son más que consecuencias de pensa-
mientos erróneos o distorsionados alrededor de la idea de
que otros son los más populares, guais, inteligentes, diver-
tidos, citados, amados y respetados y que, además, ven las
mejores puestas de sol, comen en los mejores restaurantes y
nunca, repetimos, nunca, encuentran atascos o se pelean con
la suegra. ¿Bonito, verdad? Pues casi todo es mentira. Son,
como comentábamos, ideas erróneas o, expresado técnica-
mente, sesgos cognitivos. Es decir, no es tanto la «realidad»
que leemos en el muro de los demás lo que nos afecta, sino la
interpretación, nuestro diálogo interior y los errores, descritos
en psicología desde hace muchos años, que cometemos al
procesar la información.
Psicólogos como Albert Ellis, con su terapia racional emo-
tiva (1986), y Aaron T. Beck, con su terapia cognitiva (1979),

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© Editorial UOC El efecto smartphone

fueron los que introdujeron el análisis de los errores en el


procesamiento de la información que nos llevan al sufrimien-
to psicológico y que están en la base de las creencias disfun-
cionales de las que hablaban ambos autores, aunque fue Beck
el que introdujo el término de «distorsiones cognitivas» como
herramientas para identificar las creencias disfuncionales de
cada persona.
Estas distorsiones en nuestra manera de pensar son ana-
lizadas por el profesional y contrastadas con la experiencia,
con la realidad que puede ser percibida de distintas formas en
cada momento, dependiendo de variables personales, sociales
y culturales.
El psicólogo va trabajando con el paciente este tipo de
distorsiones y juntos desarrollan nuevas maneras de mirar la
realidad, le guía en el desarrollo de pensamientos alternativos,
le enseña una nueva manera de hablarse a sí mismo. Porque,
en muchas ocasiones, el diálogo interior está bien cargado de
pensamientos distorsionados que no hacen más que molestar
y hacernos sufrir.
¿A que parece fácil? Si lo fuera, ni las terapias cognitivas ni
seguro que muchas otras serían necesarias, pero es obvio que
hay una necesidad social de psicólogos que trabajen en estos
ámbitos. No es fácil identificar las distorsiones cognitivas
porque no se presentan avisando y diciéndonos: «Oye, que
soy tu pensamiento distorsionado y vengo a darte la tarde».
No, más bien aparecen en forma de pensamientos automá-
ticos, rápidos y certeros, y si se van repitiendo, nos dejan
psicológicamente para el arrastre.
Los pensamientos automáticos son eso, automáticos, y se
introducen en la mente antes de que nos demos cuenta. En
muchas ocasiones tienen de partida una elevada carga de pre-

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© Editorial UOC Capítulo II. FoMO (fear of missing out, ¡casi nada!)

sión psicológica, y se formulan con los consabidos: «tendría


que», «yo debería», «no debo», pero en la mayoría de las ocasio-
nes también acaban siendo aprendidos de nuestro entorno...
Así, si «oímos» los pensamientos distorsionados de alguien,
de uno de esos amigos cenizos que todo lo ve negro, la pro-
babilidad de que se dé un contagio emocional es mayor (y si,
encima, lo tienes como amigo en Facebook, aún más, porque
lo «oyes a distancia»). Y, bueno, muchos de los que leemos este
texto somos adultos jóvenes, de mediana edad o incluso algo
más mayores y podemos estar más protegidos de las influen-
cias de los cenizos de turno. Pero el efecto de alguien con una
visión de la vida muy negativa puede ser psicológicamente
devastador en personas muy jóvenes o inmaduras (no siempre
la edad y la madurez guardan una relación proporcional); o en
aquellas que se encuentren en una situación emocional com-
pleja. De ahí que, para una persona joven el efecto negativo de
las redes sociales puede ser superior, básicamente porque, ade-
más de estar en plena construcción de su identidad, en pleno
proceso de explicar y explicarse «quién es», suele tomarse más
en serio lo que ve en los perfiles de los demás, sobre todo de
sus iguales –‌que en la adolescencia son el grupo con mayor
capacidad de influencia en nosotros–, sin poder contar con
las sanas dosis de incredulidad (y un pelín de cinismo) con las
que, en ocasiones, obsequia el paso de los años.
Veamos algunos ejemplos de distorsiones cognitivas. No
vamos a ser exhaustivos porque para eso ya existen estu-
pendos manuales de psicología cognitivo-conductual. Si no
se tienen ganas de consultar este tipo de libros, siempre se
puede escribir en nuestro buscador: «def: distorsión cogniti-
va», y acceder al artículo con el mismo título en Wikipedia,
donde se explica este concepto de una manera sencilla, pero

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© Editorial UOC El efecto smartphone

precisa. Pensemos un poquito en estas distorsiones cognitivas


re­lacionándolas con el FoMO, que es lo que realmente nos
ocupa.
Vamos a partir de la primera que aparece en Wikipedia
(como seguramente el lector tiene su Smarphone al lado puede
aprovechar para consultar Wikipedia). La llamada sobregene-
ralización, que sería algo así como tomar situaciones o casos
aislados y sacar una conclusión general que se aplica a todas
las demás situaciones o incluso; y esto es aún más complejo,
a nosotros mismos y acaba afectando a cómo nos vemos.
Imaginemos que un joven de dieciocho años está mirando los
perfiles en Facebook de sus amigos (de acuerdo, es más pro-
bable que utilizase otra red social como Instagram o Flickr,
pero para el ejemplo nos tomamos la licencia de pensar que
lo hace en Facebook, que hoy la hemos tomado con esa red
social) y ve que algunos han colgado fotos de un partidillo
que han ido a jugar sin avisarle. Es más, los vio después de
ese partido y nadie le comentó nada. Es decir, simple y llana-
mente se entera de lo del partido por la «prensa social», que
es Facebook. ¿Qué puede pasar? Quizás se sienta desolado
porque lo que ha ocurrido confirma lo que él ya sospechaba;
que sus amigos no lo consideran demasiado popular y que no
cuentan con él para nada; que quizás aquel comentario que
hizo en un momento determinado fue inapropiado y ahora
le castigan. Puede que acabe pensando que, efectivamente,
es un perfecto inútil, un tipo impopular, y posiblemente, a
partir de este hecho concreto, aislado y bastante irrelevante,
quizás acabe sacando conclusiones generales sobre él mismo,
la relación con sus amigos y hasta sobre su futuro y ¡el de la
humanidad! si no es capaz de parar la espiral de distorsión en
la que ha entrado.

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© Editorial UOC Capítulo II. FoMO (fear of missing out, ¡casi nada!)

Sin duda las redes sociales son causa del sufrimiento de


este chico, ¿verdad? Pues no, no lo son. ¿Qué es lo que está
haciendo sufrir a este joven? ¿No serán sus distorsiones cog-
nitivas que un buen psicólogo le ayudará a trabajar? Pues es
más que posible que sí, y que en este caso la única «culpa» de
las redes sociales sea el ser un gran amplificador de algo que
ya existía, como siempre comenta mi amiga la doctora Vall-
llovera de la UOC.
Sigamos tomando ejemplos de distorsiones cognitivas y
analizando su relación con el FoMO. Esta que viene a con-
tinuación parece interesante y de título rimbombante: pensa-
miento polarizado, o más claro aún: pensamiento dicotómico,
que como su nombre indica, no es otra cosa que la tendencia que
tenemos a considerar que las cosas, personas y situaciones
son o blancas o negras, o buenas o malas, o positivas o negati-
vas, o soportables o insoportables. Vamos, que del blanco nos
vamos al negro sin pensar que la vida está llena de matices
de grises, gris claro, gris oscuro y hasta blanco agrisado si me
apuras.
A esta tendencia a la polarización que no tiene en cuenta
que, a veces, las situaciones y las personas tenemos matices,
se le une la costumbre de usar palabras que representan esta
dicotomía y que tienen connotaciones sentenciosas, de forma
que parecen pesar más que otras. Son palabras que incorpora-
mos a nuestro discurso sin la debida reflexión. Nos referimos
a los siempre, jamás, absolutamente, todos, nunca, nada, etc.
Nuestro joven del partidillo de fútbol podría pensar que
sus amigos nunca le avisan de nada, que jamás volverá a lla-
marlos, porque está absolutamente convencido de que lo hacen
a propósito y de que no tiene nada que arreglar con ellos (con
la cursiva marcamos lo drásticas y rotundas que son estas

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© Editorial UOC El efecto smartphone

palabras cuando las utilizamos en nuestra diálogo interior de


esta forma). Vamos, que como siga polarizándose se quedará
sin amigos..., y efectivamente su predicción se cumplirá. Ergo,
podremos publicar un artículo diciendo que las redes sociales
se cargan las amistades y que ¡Facebook es a la amistad lo que
McDonald’s a la gastronomía!
¿Y qué hacemos con nuestro joven amigo? ¿Le curamos
el FoMO? O mejor (y esta es la opción que nos parece
más correcta), ¿le ayudamos a buscar alternativas a esos
pensamientos inadecuados, a esas distorsiones cognitivas y
le hacemos ver qué pruebas tiene de que «jamás le avisan»,
de que «siempre le hacen lo mismo», de que «todos se lo han
pasado bien menos él»? ¿Podríamos ayudarle a pensar qué
puede hacer? ¿Tendría que mejorar su manera de dirigirse
al grupo?
Puede que, además, esté cayendo en algún otro tipo de
distorsión cognitiva, porque sí, porque estas nunca vienen de
una en una..., y además aparecen en nuestra conciencia con
rapidez, a gran velocidad y sin dejarnos «pensar con la cabe-
za» (de hecho, a veces pensamos con casi todo menos con la
cabeza). Son lo que se llaman pensamientos automáticos, que
precisamente son eso, automáticos y están fuera de nuestro
control. Y además de tener un gran número de distorsiones
cognitivas como las que hemos visto, también puede que ten-
gamos lo que llamamos «filtro mental», que nos provoca que
solo veamos el aspecto negativo de las cosas.
Otra distorsión relacionada con la del negativismo y que
nos parece especialmente interesante es la catastrofización o
visión catastrófica, que, como su nombre indica, nos empuja
a pensar en lo peor y en que determinadas situaciones son
imposibles de tolerar, casi «mortales de necesidad», «emo-

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© Editorial UOC Capítulo II. FoMO (fear of missing out, ¡casi nada!)

cionalmente durísimas». Es lo que el estupendo psicólogo


Ramón Santandreu llama en su libro Las gafas de la felicidad
(2014) la terribilitis, que nos lleva a acabar terribilizándolo todo,
viendo como terrible la mayoría de cosas de nuestra vida. Esa
terribilitis (obviamente relacionada con los sesgos cognitivos)
nos pone un filtro delante de los ojos que hace que veamos
cosas que son, por qué no decirlo, un engorro, un problema
o un marrón como cosas terribles que no podemos sopor-
tar. Pues bien, sentaditos en la soledad de nuestra conexión,
mirando noticias, actividades, fotos y vídeos de centenares de
«amigos», es fácil que se nos dispare la terribilitis por el efecto
de pensamientos automáticos y que, con sus distorsiones
cognitivas de la manita, pasemos una mala tarde o noche.
¿Es responsabilidad de Facebook o somos nosotros los
que tenemos que tomar medidas para evitarlo? En algunos
casos puede bastar con reflexionar y analizar el valor que le
damos a los contenidos de una red social en la que no hay un
botón de «no me gusta» (aunque ahora hayan incorporado el
Reactions como sistema que permite expresar más emociones
en Facebook a través de emoticonos, sigue sin ser lo mismo),
en la que apenas nadie explica lo «malo» de la vida: que está
teniendo una separación dolorosa; que no aguanta más a sus
jefes; que le toca pasar las vacaciones en el pueblo porque a
su pareja le encanta y a él o ella le repatea las entrañas; que
otra vez se ha estropeado la lavadora; que los atascos durante
las vacaciones han sido un horror; que vaya clavada que les
han metido en el hotel durante el fin de semana en el que
además llovió... Y que conste que tampoco es cuestión de ir
hablando todo el día de lo negativo, pero nadie negará que
una imagen más real de la vida de la que somos testigos en
nuestro día a día tampoco estaría mal... Sí, de acuerdo, para

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© Editorial UOC El efecto smartphone

cosas negativas y olor a pies ya tenemos la vida real, y por


eso todos nos permitimos las ilusiones y postureos que nos
permiten las redes sociales, pero eso son solo licencias, no es
la realidad.
Toquemos ahora otro tema que también nos parece inte-
resante y muy relacionado con el FoMO. El tema del tiempo.
La cosa es sencilla... El miedo a estar perdiéndonos cosas, a
sentir que necesitamos entrar para ver si, por fin, encontra-
mos aquello que buscamos, hace que aumentemos el número
de veces que accedemos a Facebook, y eso se mide en tiempo,
y a veces, es mucho el tiempo que empleamos en ello.
Pensemos que estamos en una sociedad en la que son
tantos los eventos, acontecimientos, posibilidades y opor-
tunidades de hacer cosas nuevas cada día, que realmente es
imposible, literalmente imposible, poder estar al día de todo
lo que nos interesa. En cualquier lugar, en cualquier momen-
to, puede aparecer aquello que nos interesa. En cualquier
momento podemos acceder a datos que nos pueden justifi-
car, explicar, ayudar a entender muchas cosas sobre nosotros
mismos, a través de comentarios, de fotos, de eventos a los
que se nos invita, o a los que no se nos invita. Podemos, en
definitiva, satisfacer nuestras necesidades de compararnos,
de definirnos a nosotros mismos a través de la opinión de
los demás. Podemos contar nuestro número de «seguidores/
amigos», ver si todo el mundo coincide en que somos los
«líderes» en nuestro ámbito (puro ejercicio narcisista muy en
boga en las redes sociales). Podemos ver cuántos «me gusta»
vamos teniendo, quién osa no felicitarnos en nuestro cum-
pleaños y cuántos están de acuerdo con nuestra sesuda afir-
mación sobre cualquier cosa. Esa información nos alimenta,
nos motiva, justifica el esfuerzo que estamos haciendo... Sí,

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© Editorial UOC Capítulo II. FoMO (fear of missing out, ¡casi nada!)

quizás eso solo les pasa a algunos; nada que objetar. Son
nuevos tiempos, nuevas herramientas, y aunque en algunas
personas empieza a haber ya una sensación de empacho
tecnológico-social, tampoco se puede decir demasiado, y
menos, en determinados contextos profesionales... Todo lo
anterior es perfecto, lo malo es que nos quita mucho tiempo.
Un tiempo que no tenemos, un tiempo que si dedicáramos
a crear, producir, pensar, leer o escribir quizás nos sería de
mayor utilidad. O al menos nos haría sentir mejor. Y aquí,
más de uno se encontrará ante un pensamiento automático
que rápidamente le subirá por las meninges: ¿dice este que
para controlar el FoMO, para no perder tiempo –‌como si el
tiempo se pudiera ganar o perder–, hay que desconectarse?
¡Pues no, claro que no! Pero sí que hay que tener una higiene
de conexión propia, cada cual la que necesite. No es lo mismo
alguien que trabaja en la red, que vive de ella, que alguien para
quien internet es un instrumento más de trabajo y socializa-
ción, lo que nos pasa a la mayoría.
Sí, ya sabemos que hay expertos en gestión del tiempo que
nos recomendarían mil y un programas para filtrar informa-
ción y seleccionarla; así como para gestionar nuestro tiempo.
Pero está llegando un momento en que ni siquiera parece que
tengamos tiempo para dedicar a aprender a utilizar programas
de gestión del idem. Sí, deberíamos tomarnos la molestia de
hacerlo, de estudiarlos, de instalarlos y de cambiar nuestra
manera de filtrar y organizar la información, pero realmente
no parece que estemos en la línea de conseguirlo. Aunque,
obviamente, siempre hay maravillosas excepciones, pero que-
dan lejos del común de los internautas, y sobre todo, de los
que tampoco utilizan la red de un modo profesional, sencilla-
mente porque se dedican a otras cosas.

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© Editorial UOC El efecto smartphone

No tenemos tiempo de todo. Hay que desengañarse, y


cuanto antes lo hagamos, mejor. Nuestra abuela nos diría algo
para lo que no hacen falta másteres ni doctorados: «¡Niño/a,
tú céntrate en lo tuyo y no mires lo que hacen los demás! (o
al menos no lo mires demasiado)». De acuerdo, a las abuelas
tampoco hay que hacerles caso al cien por cien. Miramos a los
demás porque viéndolos a ellos nos vemos a nosotros mis-
mos, nos evaluamos y nos pensamos, pero cada vez parece
que quizás hemos de repensar y redefinir nuestra relación con
las nuevas tecnologías, y concretamente con las redes sociales.
No llegaremos a decir aquello de: «Era tan feliz que no
necesitaba ni mirar Facebook», porque de todo se puede aca-
bar caricaturizando, y obviamente no todos los que utilizan
Facebook es porque tienen FoMO.
Consideramos que puede haber un uso más racional y
adecuado de las redes sociales, y de hecho lo hay: un uso que
no nos deja mal sabor de boca y que puede ser significativo
para todos porque nos ofrece nuevas miradas, nuevas pers-
pectivas, nos acerca a datos que de otra manera no conoce-
ríamos. Lo que preocupa es que haya personas que, aunque
les cueste reconocerlo, saben que dependen demasiado de lo
que se dice y no se dice sobre ellos en las redes sociales. Que
las utilizan de manera inadecuada para controlar, para seguir,
para cotillear, hasta para molestar, hacer daño, presionar y, en
definitiva, para no enfrentarse a sus propias limitaciones y a
su propia vida.
Facebook no es responsable de nada, somos nosotros los
que decidimos cuántas veces entramos, lo que subimos a la
red, lo que compartimos y con quién. Si tenemos necesidades
insatisfechas, deberíamos buscar vías para, o bien redefinir
nuestras necesidades, o bien preguntarnos si necesitamos

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aquello que creemos que necesitamos. Y sí, también podemos


salir de Facebook.
La cantidad de contenidos que podemos consumir en
Facebook es ilimitado. Todos lo sabemos. No sé lo que tar-
daríamos en mirar todo lo que se ha publicado en Facebook
desde sus orígenes, si eso fuera posible; dedicando unos
segundos a cada contenido, seguro que serían cientos o miles
de años... Pero nuestro tiempo es limitado (eso lo sabemos
aunque a veces no lo sentimos). Un tesoro que es igual para
todos y que cada cual debe aprender a gestionar como lo que
es: algo maravillosamente limitado, personal e intransferible.
Por supuesto que nos vamos a «perder cosas». Lo hemos
comentado antes, es imposible que no nos perdamos cosas. Si
tenemos la sensación de que nos las «perdemos» es porque las
querríamos «ganar», tener, poseer, disfrutar. Pues no, no va a
ser posible. ¿Qué podemos hacer entonces? Pues básicamen-
te priorizar, ser capaces de analizar por qué necesitamos «no
perdernos nada» (y si este análisis no lo podemos hacer solos,
hay estupendos psicólogos especializados en estos temas) y
establecer así un contrato con nosotros mismos en el que las
condiciones sean ventajosas para nuestros intereses (tontos
seríamos si encima nos engañáramos). ¿Hay alternativas a
consultar cien veces al día las redes sociales? Todos sabemos
que sí, que no es necesario hacer tal cosa, que podemos, per-
fectamente, estar al tanto de lo que pasa a nuestro alrededor
y de paso satisfacer nuestras necesidades de comparación y de
autoevaluación con mucho menos.
Las alternativas pasan por un concepto al que llamo «cone-
xión significativa». La conexión significativa no sería otra
que aquella que nos sirva para algo, que tenga un sentido,
una utilidad, que cubra una necesidad, que nos permita ser

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© Editorial UOC El efecto smartphone

cons­cientes de que estamos consiguiendo algo que de otra


manera no podríamos conseguir. Ha de ser siempre un acto
cons­ciente, de forma que reduzcamos todas las «entradas
automáticas» (esos cientos que hacemos sin pensar y que no
nos aportan nada), para usar el tiempo en actividades que nos
puedan aportar más como personas. Y, por supuesto, cada
uno ha de establecer lo que para él es una conexión significa-
tiva, faltaría más.

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© Editorial UOC Capítulo II. FoMO (fear of missing out, ¡casi nada!)

Para saber más

Beck; A.T., Rush, A.J., Shaw, B.F. y Emery, G. (1979) Cognitive therapy
of depression. New York, NY: Guilford Press.
Ellis, A.E.; Grieger, R.M. (1986). Handbook of rational-emotive therapy, Vol.
2. Springer Publishing Co. Nueva York.
Fenstiger, L. (1954). «A theory of social comparison processes». Human
relations. 7 (2), págs. 117-140.
Gil, F.; Oberst, U.; Valle, G. del; Chamarro, A. (2015). «Nuevas tec-
nologías. ¿Nuevas patologías? El smartphone y el fear of missing out». Aloma:
Revista de Psicologia, Ciències de l’Educació i de l’Esport. 33 (2), págs. 73-83.
<http://www.revistaaloma.net/index.php/aloma/article/view/277>
Steers, M; Wickham, R; Acitelli, L. (2014). Seeing Everyone Else’s
Highlight Reels: How Facebook Usage is Linked to Depressive Symptoms.
Journal of Social and Clinical Psychology. 33 (8), págs. 701-731.
Przybylski, A.K.; Murayama, K.; DeHaan, C.R.; Gladwell, V. (2013)
«Motivational, emotional, and behavioral correlates of fear of missing
out». Comput Human Behav; 29(4), págs. 1841-8. <http://www.sciencedi-
rect.com/science/article/pii/S0747563213000800>
Santandreu, R. (2014). Las gafas de la felicidad. Barcelona: Editorial
Grijalbo.

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© Editorial UOC Capítulo III. Nomofobia (¡no es fobia a los gnomos!)

Capítulo III
Nomofobia (¡no es fobia a los gnomos!)

1. ¿Qué es?

Si el diagnóstico de FoMO nos puede dejar preocupados


por el nombrecito, el de nomofobia no le va a la zaga. Y
convendremos todos en que, si es un trastorno, estamos ante
una gran epidemia, porque últimamente, se oye por doquier.
De acuerdo, quizás no haga falta movilizar a los sistemas
sanitarios ni de emergencias. Pero la verdad es que cuando
nos damos cuenta, al llevar media hora subidos en un tren
camino del trabajo o, peor aún, camino de un viaje largo, de
que nos hemos olvidado el smartphone, nos faltarían dispositi-
vos, recursos y servicios a los que acudir si tenemos en cuenta
el no sé qué-qué sé yó que nos sube a modo de escalofrío
desde la rabadilla hasta la nuca... ¿Le pasa a alguien más o solo
a un servidor? A esto le llamamos un caso agudo de nomofo-
bia, es decir, la «fobia a no tener el móvil a mano». ¿Y cuánto
es a mano? Algunos hablan ya de la «distancia de un brazo» y
a poder ser no de jugador de baloncesto. ¿Exageramos? Pues
algunos dirán que probablemente, pero hay quien se lleva el
móvil al aseo, lo lleva en la ropa de estar por casa mientras
hace las tareas diarias, lo tiene en la cocina por si le llaman y se
lo lleva al dormitorio por si también le llaman. ¿Conocemos

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© Editorial UOC El efecto smartphone

a alguien que dependa tanto de su smartphone? Quizás alguien


tenga a un amigo al que le pasa, ¿verdad? Pero esto no son
más que pequeñas anécdotas de cómo se puede manifestar la
nomofobia.

2. ¿Cómo se manifiesta?

La nomofobia tiene básicamente dos variantes. La primera


sería la fobia (nos ponemos algo más serios y consideramos
que hablamos de fobia entre comillas) a no tener el móvil
cerca o directamente encima. Y el caso más dramático sería
el de darnos cuenta de que nos hemos olvidado de cogerlo
cuando estamos en un punto sin retorno de un viaje. Aunque
también sería dramático volver a por él en una situación que
costara explicar a cualquiera, sin que nos mirase con una mez-
cla de perplejidad o conmiseración o sin que directamente
nos dijera: «Pero ¿tú estás tonto o qué te pasa?».
Pues lo que nos pasa ahora con nuestros dispositivos
superdotados, ultraplanos y cargaditos de aplicaciones es lo
mismo, o al menos parecido, a lo que nos pasaba hace ya unos
cuantos años cuando cargábamos por las oficinas abultadas
agendas –‌los más in las tenían de piel– en las que, además de
apuntar todas las citas, anotábamos reflexiones (quizás había
algo más de tiempo para hacerlas), llevábamos las tarjetas de
nuestros contactos más recientes en separadores, todos sus
números de teléfono, datos clave como nuestros números de
cuentas, papeles, tiques y facturas de casi todo lo imagina-
ble, y en algunos casos inimaginables. Vamos, que la maldita
agenda se nos quedaba por descuido encima de la mesa de

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© Editorial UOC Capítulo III. Nomofobia (¡no es fobia a los gnomos!)

nuestro salón y podíamos plantarnos en el centro de la ciudad


sin referencias de dónde era nuestra próxima reunión, cuál
era el teléfono del cliente que se retrasaba, el número de la
seguridad social de nuestra pareja para hacerle esa gestión que
íbamos a hacer aprovechando nuestro viaje a la ciudad, etc. Y
no lo llamábamos «noagendafobia».
Entonces nos quedaba el recurso de buscar una cabina
(dispositivo urbano que servía, cuando no había cola o no
estaba estropeado, para llamar e intentar teledirigir a alguien
que nos fuera suministrando los datos que precisábamos sin
smartphones cerca). Pues bien, en estos casos el escalofrío antes
mencionado, el que nos sube desde la rabadilla hasta la nuca
(al pensar que alguien pueda estar pensando en cortarnos la
cabeza justo por ahí por nuestro despiste ), era similar a lo
que llamamos ahora nomofobia, aunque hay que reconocer
que actualmente con nuestros smartphones hacemos cosas que,
obviamente, no podíamos hacer con las agendas, porque inten-
tar hacerse un selfi con ella era garantía segura de paso por la
sala de urgencias psiquiátricas del hospital más cercano.
Vamos ya con la segunda variante de la nomofobia: el sín-
drome de «quenosemeacabelabateriaantesdellegaracasa», cuyo
nombre quizás deberíamos revisar, admitimos la crítica. En
resumen, se trata de que nos da miedo no acabar teniendo
batería suficiente para todo lo que tenemos que hacer porque
entonces nuestro maravilloso smartphone pasa de ser la madre o
padre –‌a elegir– de todos los dispositivos a convertirse en una
estupenda base para tomar notas a mano en post-its.
Y a esta segunda variante de la nomofobia se le puede
asociar otra no menos ansiógena, que es la de tener batería,
pero no tener cobertura, situación que cada vez se da menos,
ya que parece que se está a punto de poder también disponer

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© Editorial UOC El efecto smartphone

de ella en trenes y aviones, donde hasta ahora no había. ¿Que


bien no?
Es decir, por un lado, tendríamos la situación de ausencia
de dispositivo, y por el otro la ausencia, o amenaza de ausen-
cia, de la batería y la cobertura. Así, la «Sagrada Trinidad
tecnológica» de aparato, batería y cobertura se resumen en
una: poder comunicarse. Y sí, el no poder hacerlo nos causa
desasosiego. Ahora y hace mil años.

3. ¿Cómo evitarla?

Obviamente, si tenemos un problema de nomofobia, o


creemos que lo tenemos, cualquier psicólogo podrá orientar
una intervención que nos ayude a superarla. Más que nada
porque no tiene entidad clínica en sí misma y sí mucho que
ver con otras dimensiones de nosotros mismos: nuestra per-
sonalidad, nuestro sistema de creencias, relaciones sociales,
consideración del trabajo en nuestras vidas, proyecto vital, etc.
Si el smartphone tiene un lugar tan preeminente en nuestra
vida que nos provoca ansiedad el solo hecho de que alguno
de los elementos de la Santísima Trinidad de las TIC, dis-
positivo, batería y cobertura, nos impida comunicarnos o
más que comunicarnos tener la sensación de que «estamos
conectados», hay que repensarse a uno mismo y analizar hasta
qué punto no necesitamos reflexionar y pensar sobre quiénes
somos y hacia dónde vamos (preguntas existencialistas sin
duda, pero que vale la pena hacerse de vez en cuando).
Sea como sea, exponernos a situaciones en las que no
llevemos el smartphone encima, o lo llevemos sin batería, o lo

68
© Editorial UOC Capítulo III. Nomofobia (¡no es fobia a los gnomos!)

llevemos a lugares en los que sabemos que no hay posibilidad


de conexión nos puede ayudar. Es más que probable que
nos demos cuenta de que ni somos tan imprescindibles, ni
tan importantes en lo nuestro, y de que el mundo se puede
permitir seguir girando sin que nosotros estemos conectados.
No es fácil, lo sabemos, y no lo es porque los entornos
laborales y personales (no contestar a tiempo un WhatsApp de
nuestra pareja nos puede acarrear también problemas) presio-
nan para que sigamos siendo una suerte de humanoides, ata-
dos con una correa corta, digital, pero también controladora.
Obligarse a salir de casa sin el móvil de vez en cuando (a
comprar, por ejemplo, con lista anotada en un papel y sin el
comodín del WhatsApp para ver si falta algo más en casa...)
puede ser muy recomendable.
También puede ser útil tomar conciencia de apagar el
móvil totalmente por las noches y, si es necesario, volver a
un sencillo despertador que por apenas unos euros nos hace
el mismo servicio que la sofisticada última versión de smart-
phones del mercado (sin tanta sutilezas en el tono de la alarma
pero igualmente efectivo).
Y si queremos aventurarnos, probemos a no tocar el
móvil por la mañana. No miremos ni el correo ni las actuali-
zaciones de las redes sociales. Sí, una verdadera dieta digital...
La agenda la podemos haber mirado la tarde anterior para
saber dónde es la reunión. Efectivamente, lo más probable
es que no pase absolutamente nada. Quizás, como mucho,
se puede haber anulado la reunión –‌qué lástima, ¿no?–, o la
pueden haber cambiado de sala, pero tampoco es nada que
nos vaya a causar un problema real (de vez en cuando hay
que obligarse a pensar en los problemas reales de la vida,
para relativizar).

69
© Editorial UOC El efecto smartphone

Si como decíamos al principio del apartado nos sentimos


tensos, hasta cerca del ataque de pánico, absolutamente deso-
lados (sí, estoy exagerando, me refiero siempre a «los otros»)
por no tener cerca el smartphone, reiteramos que hay muchos
psicólogos que pueden ayudar a definir cuál es el problema
real (ya adelantamos que no es el uso del smartphone en sí
mismo) y que existen intervenciones y terapias que pueden
ayudarnos. Quizás a algunos les baste con algunos pequeños
cambios de hábitos, con suministrar información y consejos,
con aprender a gestionar las situaciones de abstinencia. Porque
de hecho la nomofobia no sería más que un «síndrome de abs-
tinencia» ante la imposibilidad de conectarnos o, simplemente,
el miedo a no poder hacerlo. Las técnicas cognitivas, es decir,
aquellas en las que el profesional trabaja con algunas de nues-
tras ideas y creencias distorsionadas, pueden ser útiles para
algunas personas. A otras, quizás, les resulten más útiles las
aproximaciones más humanistas. Es decir, la reflexión profun-
da sobre nosotros mismos y la relación que hemos decidido
(porque es nuestra responsabilidad, nos guste o no) mantener
con las tecnologías, que no son más que mediadoras con las
relaciones que establecemos con las personas que tenemos
alrededor en los distintos ámbitos de la vida, e incluso con
nosotros mismos.
Sea como sea, la nomofobia tiene solución, aunque me
temo que no pase por llevar baterías de repuesto ni pasar al
4G, al inminente 5G o al «nG» que sea. La conexión con noso-
tros mismos es la única que no nos puede fallar, y para eso no
necesitamos dispositivos, la batería nos dura toda la vida y la
cobertura es estupenda.

70
© Editorial UOC Capítulo IV. La tenebrosa vibración fantasma

Capítulo IV
La tenebrosa vibración fantasma

1. ¿Qué es?

La vibración o llamada fantasma es la sensación de que nues­


tro smartphone vibra o suena cuando en realidad, al comprobarlo
–‌y en muchas ocasiones corremos a hacerlo–, no lo ha hecho.
¡Ahí es nada! ¡Pero tranquilos que no hace falta llamar al 112.
¡Seguro que tienen casos más importantes que atender!
Quien más quien menos ha echado mano de su smartphone
completamente seguro de que estaba sonando, vibrando, emi­
tiendo algún pitido anunciador de mensajes de cualquier tipo
o simplemente con la idea de que ¡ojalá! lo estuviera haciendo.
Nos ha pasado en el cine, en el despacho, en casa o en alguna
de esas situaciones comprometidas que todos sabemos. Es
lógico que suceda, además, cuando estamos esperando alguna
llamada importante, o cuando tenemos el smartphone «lejos» de
nosotros, por ejemplo, mientras nos duchamos (excepto para
los que les ponen una fundita).
Sea como sea, la «llamada fantasma» ni es una patología
en sí misma ni su estudio tiene ningún tipo de valor más
allá del anecdótico, en tanto que en caso de ser un pro­
blema no es otro que las molestias que puede causar, la
sensación de angustia que nos puede invadir al «notar» que

71
© Editorial UOC El efecto smartphone

nos están llamando y el desasosiego, o quizás alivio, al ver


que no es así.
En Wikipedia, los autores de la entrada sobre la llamada
o vibración fantasma en su acepción inglesa se permiten
también hablar de ringxiety, hypovibrochondria y fauxcellarm, que
como vemos son nombres que podemos traducir por ring-
ansiedad [sic] hipovibrocondria (intentando el juego con hipo­
condria) y falsa-alarma-del-móvil, que aunque tenga nombre de
medicamento no es otra cosa que lo que parece... Dichas enti­
dades no tienen tampoco ningún valor clínico y no precisan
de ningún tipo de intervención psicológica aislada, es decir,
centrada en este tipo de circunstancias.

2. ¿Cómo se manifiesta?

Ahora bien, hemos de tener en cuenta que la vibración


fantasma ocasiona ansiedad y desasosiego, aunque en reali­
dad, aquí es más que probable que sea nuestro nivel de ansie­
dad previo el que provoca que nuestros sentidos nos jueguen
malas pasadas.
Es verdad que la sensación de que nos ha sonado el smart­
phone o de que vibra es una sensación desagradable, pero
no pasa absolutamente nada, como es lógico y evidente. Ni
nuestro sistema nervioso está enfermando ni vamos a empe­
zar a ver unicornios de colores si alguna vez nos parece que
recibimos un WhatsApp y luego comprobamos que no es así.
Además, en más de una ocasión, por lo poco originales que
somos a veces con los tonos y notificaciones sonoras, es fácil
que el mensaje lo haya recibido la persona que tenemos al lado.

72
© Editorial UOC Capítulo IV. La tenebrosa vibración fantasma

A nadie se le ocurre pensar que la sensación de oír que nos


suena el móvil o «notar» la vibración cuando no ha sido así es
algo patológico. Son, sin más, situaciones habituales en una
sociedad que tiende a mantenernos hipervigilantes. Aunque
en realidad, y esto no gusta oírlo, nosotros mismos somos los
responsables de dejarnos mantener en ese estado.
Esa hipervigilancia continua que se mantiene sobre las
«entradas» de información a través de cualquier aplicación del
smartphone sostenida en el tiempo nos puede generar ansiedad,
desgaste emocional, cuando no directamente problemas con
la familia y compañeros de trabajo... Así que, más nos vale
no andar diciendo aquello de «¿No ha sonado mi móvil?»
demasiadas veces (cada uno sabe cuántas en su entorno),
porque la respuesta puede que no sea todo lo amable que
esperamos.

3. ¿Cómo evitarla?

El trabajo para eliminar la ansiedad o el simple cabreo que


nos genera la sensación de marras, lo podemos hacer solos o
con la ayuda de un profesional. En este último caso, la llama­
da/vibración fantasma será un dato más que tenga en cuenta
el profesional, pero no espere nadie que sea el más relevante
que vaya a ayudarnos a analizar. A no ser que el profesional
esté haciendo una tesis doctoral en temas como las teorías de
«detección de la señal» que no vienen al caso.
No obstante, pensemos que la situación no es tan grave
–‌créeme, no lo es–, y trabajemos solos por solucionar este
problema. En primer lugar, tenemos que tener en cuenta que

73
© Editorial UOC El efecto smartphone

en estos momentos, casi todas nuestras «comunicaciones» de


todo tipo, personales, laborales y de nuestra vida social, las
realizamos a través del smartphone. Por lo tanto, la probabili­
dad de que, en efecto, contacten con nosotros es realmente
alta. Todos sabemos que hoy cuando hablamos de «llamada»
ya no hacemos referencia solo a una llamada telefónica si no
a la media docena o más de formas de comunicarnos que
tenemos gracias a las diversas aplicaciones que llevamos ins­
taladas en nuestro terminal –‌el propio teléfono, WhatsApp,
Messenger de Facebook, Twitter, etc.–. Por ese motivo los
avisos de llamadas que recibimos son continuos y es realmen­
te raro pasar demasiado tiempo sin que nuestro terminal nos
informe mediante pitidos, vibraciones, de que alguien está
intentando contactar con nosotros.
Pensemos en que los ingenieros informáticos y técnicos
que trabajan en el desarrollo de cualquier aplicación que nos
pueda «llamar» o, mejor dicho, que pueda «llamar nuestra
atención» están realmente interesados en que interactuemos
todo lo posible utilizando las aplicaciones diseñadas por ellos,
ya que en la mayoría de los casos la facturación de sus empre­
sas depende del «tráfico» que generamos y de la información
que compartimos. Tanto es así, que existe una disciplina en la
que trabajan muchos psicólogos que se llama persuasión tec­
nológica (en inglés, captology) que, con epicentro en el Stanford
Persuasive Tech Lab (<http://captology.stanford.edu>), de
la Universidad de Stanford, estudia las diversas maneras en
que las máquinas, y nuestro smartphone lo es, pueden incorpo­
rar en su diseño elementos que influyan en nuestra conducta.
Es decir, que nada es casual en lo que a llamadas de aten­
ción de nuestro smartphone se refiere... Como hemos dicho, lo
ideal desde el punto de vista de los desarrolladores, aunque

74
© Editorial UOC Capítulo IV. La tenebrosa vibración fantasma

no tanto del usuario, es que a cada aviso del teléfono rápida­


mente entremos a dar alguna respuesta y que con ella gene­
remos tráfico de comunicación y transmitamos información
en tiempo real, que a su vez, busca ser también contestada,
valorada, compartida con más usuarios también a tiempo real,
haciendo así más atractivas, dinámicas y actuales las diversas
aplicaciones.
¿Verdad que no nos gustaría una aplicación o programa
que no nos permitiera una comunicación prácticamente
instantánea con nuestro interlocutor? ¿Qué pasaría con
cualquier aplicación si enviásemos el mensaje hoy y nuestro
interlocutor lo recibiera mañana? Sí, de acuerdo, es imposible,
inviable, inadecuado e incluso hace reír, pero hasta no hace
muchos años a eso se le llamaba «carta», medio de comunica­
ción que ahora son muy pocos los que lo utilizan, ¿verdad? Lo
que no sabemos en este campo es cuál es el límite de la velo­
cidad, que es el aspecto más atractivo para muchos de los que
utilizan diaria y profusamente aplicaciones de mensajería ins­
tantánea. Y si no, ¿por qué no usamos el correo electrónico
en lugar de aplicaciones como Line, WhatsApp o Messenger?
La solución intentada por la mayoría, la más sufrida y
la que antes se nos viene a la cabeza no es necesariamente la
mejor: ponerlo en modo vibración. De esta forma, como es
obvio, contrarrestamos el síndrome de la llamada fantasma,
pero, obviamente, también el de la vibración fantasma nos
puede amargar el día.
Al poner el teléfono en modo vibración será más fácil
que nos autoconvenzamos de que, en efecto, no está sonan­
do. Ahora bien, lo percibiremos vibrar aún mucho más y
no podremos distinguir, en la mayoría de los casos, por
qué lo hace, simplemente nos puede parecer que vibra..., y

75
© Editorial UOC El efecto smartphone

tampoco es cuestión de salir huyendo de la sensación de la


llamada fantasma para caer en la de la vibración fantasma,
¿verdad?
Pensemos otra cosa. Se trata de algo que aparentemente
no tiene que ver con lo que estamos hablando, pero que, si
lo analizamos un poco, veremos que está más relacionado
de lo que parece con la llamada fantasma... Según un estudio
del que se hizo eco Europa Press y que fue desarrollado en
Oracle (Michaud, 2013), consultamos nuestro teléfono inte­
ligente unas 150 veces al día. Por supuesto, por supuesto, sin
duda son cifras exageradas..., ¿o no? Porque muchas personas
están adquiriendo el hábito de utilizar el comodín del smart-
phone en cualquier situación que implique estar más de unos
minutos sin hacer nada para evitar el aburrimiento. Es algo
que está bastante extendido y normalizado, como se constata,
simplemente, mirando a nuestro alrededor, si es que nosotros
mismos no estamos jugueteando con nuestro smartphone.
Tengamos en cuenta que son muchas las personas que
se levantan con la alarma del móvil y que después de unos
pocos minutos ya están mirando los mensajes de los grupos
silenciados de WhatsApp y las actualizaciones de Twitter.
Que aprovechan el viaje al trabajo para ponerse al día con
los correos y que luego tienen el smartphone durante toda la
jornada laboral al lado para poder echar vistazos, fugaces por
supuesto   a las redes sociales o para estar pendientes de
las cosas de casa –‌hay quien teledirige a distancia a su fami­
lia, coordinando recogidas de niños, traslados a actividades
extraescolares, por ejemplo–. Y si sumamos las miradas fuga­
ces al teléfono durante la vuelta en el metro, en el tren o en el
coche, mientras estamos en un atasco. ¡Cosa que además está
prohibida! O mientras esperamos impacientes en la cola del

76
© Editorial UOC Capítulo IV. La tenebrosa vibración fantasma

supermercado a que el cliente que nos precede deje de charlar


con la cajera, entonces puede que el dato de 150 vistazos al
móvil hasta se quede corto.
Pensemos ahora, y aquí relacionamos todo lo dicho con
la «llamada fantasma», si hay razones para creer que es posi­
ble que nos llamen y no nos demos cuenta estando todo
el día con el móvil en la mano. ¡Lo raro sería lo contrario!
¿Realmente, con la intensidad del uso que hacemos del teléfo­
no móvil, creemos que es fácil que nos perdamos algún aviso?
Y si así fuera, ¿cuál sería la probabilidad de que el conte­
nido de esa llamada, entre todas las que recibimos, fuera tan
importante como para hacernos sufrir por ello?
Y si en realidad el teléfono estuviera vibrando, ¿qué pasa­
ría si no lo cogiéramos? Aquí hay que volver a tomar como
referencia, admirada y admirable, el término que mi colega
psicólogo Rafael Santandreu ha acuñado: terribilizar... El con­
cepto es muy sencillo y Santandreu lo explica muy bien en su
interesante libro Las gafas de la felicidad. La aplicación del tér­
mino a nuestras psicopaTIClogías en general y al síndrome de la
llamada fantasma en particular es bien sencilla. Consideramos
como terribles, catastróficas, desastrosas y casi dramáticas
algunas cosas que, en realidad, si las miramos fríamente, no
lo son tanto (las verdaderamente dramáticas no nos dejan ni
terribilizar, pasan sin que nos dé tiempo de pensar demasiado
en ellas).
Así pues, si la llamada fantasma nos preocupa, tenemos el
comodín de apagar el móvil. Y si después de hacerlo, aún nos
parece que sigue sonando o vibrando, en fin la cosa entonces
se complica bastante... ¡y sí que hay que plantearse pedir hora
con un buen profesional!

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© Editorial UOC El efecto smartphone

Para saber más

Michaud, D. (2013). How Many Times Do You Check Your Mobile


Phone Per Day? | Oracle Marketing Cloud. Accedido el 15 de enero de
2015 <https://blogs.oracle.com/marketingcloud/mobilephone>
Santandreu, R. (2014). Las gafas de la felicidad. Barcelona: Editorial Gri­
jalbo.

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© Editorial UOC Capítulo V. Mente erráTICa

Capítulo V
Mente erráTICa

1. ¿Qué es?

Los budistas explican una fábula que ellos llaman la del


«mono loco», que hace referencia al comportamiento de un
mono que se mueve continuamente de rama en rama, bus-
cando aquella desde la que llegue a los mejores frutos, a la
mejor luz, a la mejor combinación de ambos. En definitiva, el
mono siempre está buscando «la mejor» rama (sí, tiene carác-
ter metafórico), aquella en la que «todo esté bien» (también
metafóricamente hablando). La fábula se utiliza en psicología
occidental, en la que a nadie se le escapa que las influencias de
la cultura oriental están siendo intensas, para ejemplificar el
comportamiento de personas con una insatisfacción crónica
que se pasan la vida buscando siempre algo mejor o cuando
menos algo distinto, y no, en este caso no nos referimos a
tener siempre el último y definitivo modelo de smartphone,
aquel que lo tiene todo. Bueno, definitivo, al menos, durante
unos meses...

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© Editorial UOC El efecto smartphone

2. ¿Cómo se manifiesta?

Los insatisfechos crónicos son personas que nunca sienten


que están plenas, felices, realizadas, satisfechas. Si están casa-
das, querrían estar solteras. Si tienen un todoterreno, piensan
que igual sería mejor tener un coche pequeño. Si viven en un
piso grande en la ciudad, preferirían una casa en el campo. Y
si, en algunos casos, lo tienen todo, experimentan la sensación
de que lo material les obliga a trabajar y trabajar para mante-
ner y ampliar sus posesiones, y entonces el mono loco les dice
al oído: «¿No sería mejor trabajar menos?». Y claro, vuelta a
la insatisfacción crónica.
Parece que, al menos a primera vista, la fábula del mono
loco tiene poco que ver con el mundo digital en el que nos
movemos, ¿verdad? Pues no parece ser así. Quizás tiene más
que ver de lo que parece. En realidad, en la frenética sociedad
en la que estamos inmersos, el mono loco está más presente
que nunca y tiene un alter ego digital que, en lugar de saltar
de rama en rama, salta de web en web, o de aplicación en
aplicación, el «mono clicante» (no, «clicante» no está en el
Diccionario de la Real Academia Española; se aceptan sugerencias
de mejores términos a @armayones).
Pero ¿tan malos son los hipervínculos? Bueno, pues no.
Como es lógico, son solo eso, enlaces entre páginas. Lo que
ya no es tan bueno es nuestra incapacidad de saber cuándo
dejar de saltar de rama virtual en rama virtual.
Tenemos que pensar que en esta sociedad TIC hay teo-
rías como la del conectivismo (Siemens, 2005, 2014) que
nos dicen que en la sociedad digital aprendemos a través
de múltiples fuentes (libros, sitios web, redes sociales) y de
múltiples formatos (material escrito, archivos de audio, vídeo,

80
© Editorial UOC Capítulo V. Mente erráTICa

etc.), y como es fácil suponer, no podemos desaprovechar la


maravillosa posibilidad de pasar rápidamente de un conte-
nido a otro, de un formato a otro a través de hipervínculos.
Entonces, ¿cuál es el problema?
El problema es que la mayoría de las veces saltamos de
recurso en recurso buscando el lugar en el que tengamos
más información (la mejor «rama») sin haber concretado
demasiado el dato que estamos buscando o simplemente que
mejor satisfaga nuestro interés de búsqueda, y sin pararnos a
profundizar en los temas. Y todos sabemos que es necesario
hacer una lectura en profundidad, reflexiva, que nos permita
aprehender el sentido de un texto, extraer sus ideas fuerza y
aplicar los conocimientos que se nos ofrecen a nuestro pro-
blema o demanda.
Si no lo hacemos es fácil que ocurran varias cosas. La
menor de ellas es que acabemos teniendo una ensalada de
información que, al contrario de la ensalada vegetal, no es fácil
ni de asimilar ni de digerir; esto es, de sacarle provecho. La
segunda es que perdamos horas y horas de trabajo buscando
«lo mejor» y acabemos cayendo en la falacia del nirvana, aquella
que dice que podemos caer en un error al intentar compa-
rar cosas reales (nuestra capacidad de búsqueda de la mejor
rama) con la posibilidad de encontrar la mejor rama entre
millones de posibilidades. Voltaire lo resumió en la expresión:
«lo mejor es enemigo de lo bueno», y eso es precisamente lo
que nos pasa cuando, ante la necesidad de encontrar infor-
mación, cliqueamos y cliqueamos a través de hipervínculos sin
saber muy bien cuándo hemos llegado a nuestro destino. De
hecho, la mayoría de las veces, simplemente no lo sabemos.
Y sí, todo lo anterior nos puede llevar a una situación
de ansiedad, de saturación mental. Podemos acabar con la

81
© Editorial UOC El efecto smartphone

sensación de que hemos perdido miserablemente el tiempo


y como siempre notar la perpetua «deuda de tiempo» con la
que muchas personas perciben que viven en la sociedad TIC,
en la que, por buscar lo mejor, acabamos pasando frente a lo
bueno. ¿Exagerado? Pensemos entonces en cuando intenta-
mos comprar unas noches de hotel y vuelo y empezamos a
comparar opciones y opciones. En esos momentos, más de
uno echa de menos irse a una agencia, en la que le den solo
un par de opciones. Y es que poder elegir y comparar entre
una gran cantidad de posibilidades nos puede generar mucha
ansiedad, por no ser capaces de encontrar «la rama» que nece-
sitamos o, en este caso, la «mejor» oferta posible. ¡Pero si hay
hasta campañas publicitarias en las que se ve a un hombre al
que le crece la barba ante la pantalla en su intento de encon-
trar la oferta!

3. ¿Cómo evitarla?

Los consejos para afrontar esta tendencia a que nuestra


mente haga como el mono loco de la fábula y seamos inca-
paces de parar para poder profundizar en algo son sencillos y
están basados en el sentido común, que, como se suele decir,
es el menos común de los sentidos en estas cosas de las TIC.
Uno de los más recurrentes es no navegar sin «flotador»,
y en este caso nuestro flotador será un reloj para controlar el
tiempo que vamos a dedicar a la búsqueda de información y
una libreta para tomar notas, y ser conscientes de cómo avan-
za, o no, nuestra recogida de información. ¡Vale la pena bus-
car en Google Play alguna app sobre el método Pomodoro!

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© Editorial UOC Capítulo V. Mente erráTICa

Cuando ya tengamos los datos recogidos, nuestra libre-


ta de notas a tope y hayamos acabado de saltar de rama
en rama, debemos pararnos a registrar nuestras ideas en la
libreta. Tampoco es mala cosa empezar el redactado de nues-
tro informe lo antes posible, incorporando en él las notas
tomadas, pero también, creando mapas conceptuales, enlaces
audiovisuales y, en definitiva, empezando a crear un resultado
concreto para focalizar más y mejor nuestra atención.
¿Y qué más podemos hacer? Pues ser muy prácticos y,
mientras naveguemos, incorporar las páginas que nos inte-
resen a Favoritos (comprobando que se puedan consultar
sin conexión) y descargar y guardar algunos documentos en
nuestro ordenador/teléfono o tableta.
Ahora sí que viene el secreto, la prueba del nueve para
conseguir centrarnos... se llama: ¡levantarnos y apagar el router!
Sí, suena drástico, ¡pero funciona! Y después de hacerlo toca
leerse las webs descargadas. Como nos las hemos descargado
para su lectura sin conexión, no funcionarán los enlaces y
nos evitaremos seguir saltando de rama en rama (vamos que
le quitamos las pilas al mono...). También podremos leer, y si
es posible, mejor impresos, los documentos descargados, que
podremos subrayar, marcar y hasta, si nos apetece, hacer una
bola y tirarlos a la papelera.
De esta forma, dándonos un tiempo limitado, para asegu-
rarnos de que llegaremos a la fecha de entrega de nuestro tra-
bajo, habremos conseguido encontrar recursos interesantes
y habremos podido profundizar (ergo, centrar nuestra aten-
ción) en los pocos documentos que sean realmente relevantes
para nuestros objetivos.
La moraleja de todo esto es bien simple: el smartphone, el
portátil o la tableta con que consultamos deben ser nuestros

83
© Editorial UOC El efecto smartphone

«periféricos» y no al revés, tal como parece a veces por cómo


nos comportamos. En la red podemos encontrar información
infinita, pero nuestro tiempo, energía y paciencia son bastante
finitos, así que, cuando nuestra mente divaga, cuando nuestro
mono clicante nos lleva de una página a otra en busca de la
mejor rama, tenemos que llamarle al orden y decirle aquello
de «Hasta aquí has llegado», y tomar el control. ¡Y si hace falta
meter el mono en la jaula!

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© Editorial UOC Capítulo V. Mente erráTICa

Para saber más

Siemens, G. (2005). «Connectivism: Learning as network-creation». ASTD


Learning News, 10(1).

85
© Editorial UOC Capítulo VI. El temido efecto Google

Capítulo VI
El temido efecto Google

1. ¿Qué es?

El efecto Google y su primo hermano el síndrome de la


mente errática, del que hemos hablado en el capítulo ante-
rior, son atractivos hasta en el nombre. Además, como todo
lo que lleva la palabra «efecto» y/o «síndrome», dan mucho
juego, porque enseguida, algunos más rápidamente que otros,
nos hacen pensar en consecuencias patomalológicas en gene-
ral, dado que afectan a cosas tan importantes como nuestra
memoria (el efecto Google) y nuestra capacidad de atención
(el síndrome de la mente errática). Casi nada, ¿verdad? El caso
es que creemos que son realmente nocivos y debemos hacer
algo rápidamente o la civilización tal y como la conocemos
en estos momentos desaparecerá... Bueno, quizás no tanto,
¡de acuerdo!

2. ¿Cómo nos afecta?

La verdad es que viendo algunos titulares en los medios de


comunicación parece que algo muy malo se nos viene enci-

87
© Editorial UOC El efecto smartphone

ma y que nuestro sistema nervioso no lo resistirá, porque el


efecto Google lo «ataca directamente», haciendo que cada vez
seamos menos capaces de recordar las cosas sin tener nuestra
memoria delegada (o sea, con Google cerca) y que acordar-
nos de los números de móvil de nuestros familiares sea una
tarea casi imposible. ¡Con lo importante que es memorizar
cuantos más números de teléfono mejor!
Y, por su lado, el síndrome de la mente errática nos hace
dar vueltas y vueltas por los resultados de nuestras búsquedas
en Google, sin acabar de encontrar la mejor respuesta posible
a la cuestión que le hemos planteado al buscador de busca-
dores. Porque siempre puede haber una mejor, algo que nos
estamos perdiendo y que quizás, solo quizás, esté a unos clics
de distancia... ¿Será el siguiente? ¿Dos más allá? ¿Cambio la
palabra con la que busco? ¿Me quedo con lo que he encon-
trado? ¿Será suficiente? Y claro, mientras pensamos en todo
esto, vamos saltando de web en web, hasta que al final acaba-
mos quedándonos con lo que en el tiempo que hemos tenido
hemos podido encontrar.
Algunas personas con las que hablas del efecto Google y
el síndrome de la mente errática, mientras tomas un café, lo
tienen claro: ¡nos están secando el cerebro! Pero no es exac-
tamente así como lo describen autores como Nicholas Carr,
que en su libro Superficiales. Qué está haciendo internet con nuestras
mentes (2011) refiere distintos experimentos en los que equipos
de científicos determinan que internet, en general, constituye
«sistemas de interrupción que dividen nuestra atención». Así
que, parece que habrá que hacer algo al respecto, basándonos
en la perogrullada de siempre, la de que internet se confi-
gurará como un sistema de interrupción que divide nuestra
atención sí, y solo sí, nosotros se lo permitimos. Parece que

88
© Editorial UOC Capítulo VI. El temido efecto Google

está llegando el momento de pensar seriamente en ello y de


reivindicar un: «¡A ver quién manda aquí!».
Pero desde luego parece que el hecho de que, en cualquier
momento, podamos preguntar cosas al doctor Google sobre
nuestra salud o al Google fontanero, carpintero, agente de
viajes, periodista, etc., hace que nuestra memoria se esté
viendo afectada, básicamente, porque cada vez necesitamos
menos traspasar información desde la memoria a corto plazo
a la de largo plazo, un proceso que, según los expertos, se
produce gracias a un trabajo continuo que, como es lógico,
se basa en ser capaces de centrar la atención en el material que
estamos leyendo, estudiando y reflexionando.
¿Y qué tiene que ver Google con esto? Pues, básicamente,
que el tipo de saltos que vamos dando de enlace en enlace
y de web en web y la forma como leemos cuando estamos
conectados –‌muy distinta a como lo hacemos cuando tene-
mos delante material escrito o como mínimo sin que esté
trufado de enlaces que nos invitan a hacer clic, o de men-
sajes emergentes que nos dicen que tenemos una cita, un
nuevo mail, que nos han citado en Twitter o etiquetado en
Facebook– vienen favorecidos por los sistemas de notifica-
ción de Google, de las propias redes sociales o de todos a la
vez (al final, con tantos emergentes, muchas veces ya no sabes
quién te notifica qué).
Así, según Nicholas Carr (2011), estamos en un período
en que, cada vez, es más difícil poder concentrarse en lo que
estamos haciendo, pues vamos dando saltos de tarea en tarea
y de contenido en contenido, y por tanto el trabajo necesario
para llevar contenidos y conocimientos desde la memoria
a corto plazo hasta el almacén definitivo de la memoria a
largo plazo se ve cortocircuitado, en un entorno en el que

89
© Editorial UOC El efecto smartphone

la atención se acaba dispersando, y cada vez, nos cuesta más


leer un texto en profundidad, lo cual, sin duda, constituye
un problema. De hecho, tanto es así, que el propio Nicholas
Carr comenta en su libro las dificultades que tuvo para poder
acabarlo, precisamente, por lo difícil que le resultaba mante-
ner la concentración y no verse tentado/interrumpido por
mil y un dispositivos y notificaciones varias. La verdad, y sin
conocer la situación específica de Nicholas Carr, considero
que lo que le ocurrió no está alejado de lo que le pasa a la
mayoría de profesionales que han de combinar tareas automá-
ticas, repetitivas, de gestión o rutinarias, que no precisan de
demasiada concentración, con otras que sí que la requieren,
como puede ser escribir un libro o preparar una conferencia
o una presentación. Desde la psicología se ofrecen distintas
estrategias para el abordaje de estas cuestiones, tan lógicas
y simples como organizar bien el tiempo, aclarar prioridades y,
si es necesario, apagar todos los dispositivos cuando tenemos
que concentrarnos en algo concreto.
¿Qué dice la literatura científica sobre lo que está pasando?
Pues al parecer lo que está realmente cambiando es nuestra
manera de organizar cómo almacenamos la información que
nos interesa, no solo en nuestro cerebro, sino utilizando el de
otras personas (sí, aquello de preguntar siempre a aquel de casa
que sabe dónde está todo) y también empleando a Google
como «memoria externa». Este concepto no es nuevo. De
hecho, se refiere al concepto de «memoria transitiva», que
hace ya más de treinta años fue acuñado por Daniel M.
Wegner (1995), un psicólogo de la Universidad de Harvard
que decía precisamente que cuando es necesario utilizamos
el cerebro de los demás para almacenar cosas que nos intere-
san... Sí, del tipo: «¡Oye, recuérdame que...!», o «Tú que sabes

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© Editorial UOC Capítulo VI. El temido efecto Google

tanto de todo esto dime...», o «¿Cuál era el teléfono de tu her-


mano?». Lo que Wegner nos dice es que, aunque no recorda-
mos un dato concreto (el teléfono del hermano, dónde están
los papeles que buscamos por casa), lo que sí recordamos es
dónde buscarlo o a quién preguntárselo.
Pues bien, Betsy Sparrow, otra profesora de la Universidad
de Harvard, en un artículo firmado también por Wegner, nos
viene a decir que Google se está convirtiendo en una exten-
sión de nuestra memoria, un gran disco duro compartido al
que sabemos que podemos acudir siempre que lo necesite-
mos para encontrar casi cualquier dato que nos interese en un
momento determinado (Sparrow, Liu y Wegner, 2011).
Lo que hizo Sparrow fue tomar a más de un centenar de
estudiantes y pedirles que recordaran una serie de datos. A un
grupo de ellos les dijo que tendrían a su disposición un ordena-
dor para consultar los datos en caso de necesidad, mientras que
al otro grupo le dijo que no podrían contar con ningún tipo de
ayuda. Lo que observó fue que el primer grupo de estudiantes
tenía una tasa de retención menor que el segundo, que no tenía
ninguna manera de acceder a los datos si los olvidaba. Vaya,
que la cosa es bastante simple: si nos dicen que tendremos
acceso a Google, nos esforzamos menos en memorizar infor-
mación, y lo que sí que memorizamos es cómo encontrarla,
y sin embargo, si sabemos que no vamos a tener acceso a
Google, no nos queda otra que hacer un mayor esfuerzo.
En estos momentos a nadie se le escapa que Google es el
gran repositorio al que por su simplicidad, sencillez, rapidez
y eficacia acudimos la mayoría de las veces para googlear todo
aquello que necesitamos, desde el teléfono de nuestro restau-
rante favorito al nombre del actor que aparece en la peli que
estamos viendo un domingo por la tarde, datos relativos a

91
© Editorial UOC El efecto smartphone

una noticia que nos interesa o cualquier curiosidad que nos


asalte y que se pueda resolver con un golpe de clic, ¡a veces
dos si hacemos también clic en Wikipedia!
Veamos qué tenemos entonces... Efectivamente, al final el
efecto Google no es otra cosa que un cambio en la manera
en que archivamos la información o, más concretamente, en
la manera de memorizar la información. ¿Para qué vamos a
hacer el esfuerzo de aprendernos todo aquello que sabemos
que en cualquier momento podemos recuperar? ¿No es más
lógico que invirtamos nuestra capacidad de memoria en
recordar aquellas cosas que sabemos que, por el motivo que
sea, no vamos a introducir nunca en un ordenador? Pues esto
es lo que parece que está pasando. ¿Es necesariamente nega-
tivo? Bueno, eso ya depende de con quién hablemos. Por un
lado, están los que consideran que toda la información que es
realmente relevante deberíamos «llevarla» en nuestro cerebro,
y, por el otro, están los más prácticos, que dicen: «Pero si lo
tengo apuntado en el ordenador y en tres libretas, ¿para qué
demonios quiero recordar mi número de la seguridad social?».
Lo que es cierto es que día a día manejamos más y más
datos y que, por mucho que queramos, no va a ser posible
estirar la mano más que la manga, en el sentido de que por
mucho que queramos, por ejemplo, hacer un esfuerzo y
recordar los teléfonos móviles de los contactos que guarda-
mos en nuestros smartphones, como estos cada vez son más,
es evidente que de poco nos va a servir nuestro intento de
memorizarlos.

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© Editorial UOC Capítulo VI. El temido efecto Google

3. ¿Cómo evitarlo?

La primera cuestión para avanzar en una respuesta al


cómo evitarlo sería: ¿lo podemos evitar? No entramos en
si debemos evitarlo, porque en estos temas las tertulias de
sobremesa, pero también las que se dan entre expertos, sue-
len polarizarse entre dos posiciones que vamos a caricaturizar
un poco: por un lado, tendríamos a aquellos que consideran
que el efecto Google nos seca literalmente el cerebro, o al
menos nos quema la poca sustancia gris que se supone que
nos queda. Por otro, están los defensores de que, ya que esto
de las TIC es imparable, podríamos conectar nuestro cerebro
a internet y ahorrarnos teclear nada. Sí, son posiciones cari-
caturizadas, pero prueba a sacar el tema en una sobremesa y
verás todos los matices entre ambas visiones.
Cuando algunos autores comentan que internet, y en con-
creto el efecto Google, nos cambia, la respuesta no puede ser
otra que: ¡por supuesto! Cualquier actividad –‌aprender músi-
ca, leer, hacer ejercicio, pensar–, cualquier cosa que hagamos,
pensemos o sintamos tiene, necesariamente, un correlato a
nivel cerebral. Si utilizamos Google como «disco duro exter-
no», si hacemos casi una simbiosis con este tipo de herra-
mientas, es lógico que se produzcan cambios en nosotros
y que algunas capacidades, competencias, habilidades sean
sustituidas por otras. Ahora bien, y aquí viene el debate que
dejamos para los lectores y que podemos seguir en el blog
Psicología 2.0 y mHealth (<http://www.investigacionyciencia.
es/blogs/psicologia-y-neurociencia/68/posts>), ¿qué debe-
ríamos conservar y qué nos podemos permitir perder?
¿Vale la pena recordar la lista de los reyes godos que
podemos encontrar en Wikipedia haciendo un clic? ¿Resolver

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© Editorial UOC El efecto smartphone

raíces cuadradas? ¿Hacer análisis sintácticos? Posiblemente,


los profesores de matemáticas, historia y lengua estarían de
acuerdo en que, aunque hacer raíces cuadradas o recordar los
afluentes del Guadalquivir son cosas interesantes, en realidad,
lo que no podemos perder son las habilidades que hay que
poner en juego para dar las respuestas correctas, así como
nuestra capacidad de atención y disciplina, un nivel de razo-
namiento elevado, etc.
La pregunta siguiente es: ¿podemos lograr que tareas
memorísticas como las de aprenderse la lista de los reyes
godos o los afluentes de los ríos o tareas que implican un nivel
de abstracción y razonamiento mayor, como algunas opera-
ciones matemáticas o de análisis sintácticos, dejen de ocupar
memoria en nuestro cerebro y que el trabajo de reflexión,
razonamiento, disciplina, atención y memorización pase a
enfocarse a otro tipo de contenidos o tareas? ¿Programación
informática? ¿Diseño de planes estratégicos? ¿Cualquier otra
tarea para la cual las TIC puedan librarnos de las acciones
más concretas y repetitivas y dejarnos espacio para tareas más
complejas? El debate está abierto y es posible que no se llegue
a cerrar jamás, pero de momento, mi modesta conclusión es
que hay que seguir investigando sobre los pros y contras de
tener en nuestro ordenador u smartphone mucha de la infor-
mación que antes debíamos almacenar en nuestro cerebro (y
de acuerdo también en libretas con batería infinita), pero que,
lejos de ser un problema, es un recurso de gran ayuda, ya que
nos permite dedicar nuestros esfuerzos intelectuales a otro
tipo de retos, muchos de los cuales aún no podemos imaginar,
o quizás sí, si no perdemos el tiempo intentando memorizar
números de móvil.

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© Editorial UOC Capítulo VI. El temido efecto Google

Para saber más

Carr, N. (2011). Superficiales. ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes?
Madrid: Editorial Taurus.
Sparrow, B.; Liu, J.; Wegner, D.M. (2011). «Google effects on memory:
cognitive consequences of having information at our fingertips». Science
(New York, N.Y.), 333(6043), págs. 776-8. doi:10.1126/science.1207745
Wegner, D.M. (1995). «A Computer Network Model of Human
Transactive Memory». Social Cognition, 13(3), págs. 319-339. doi:10.1521/
soco.1995.13.3.319

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© Editorial UOC Capítulo VII. Hacia una conexión con sentido

Capítulo VII
Hacia una conexión con sentido

Los titulares de algunos medios de comunicación, las


opiniones de amigos y conocidos en sobremesas varias, en el
bar o junto a la fotocopiadora de la empresa en relación con
las nuevas tecnologías dejan poco lugar a dudas: ¡la amenaza
está ahí! Se manifiesta en forma de avisos, alarmas, alertas y
notificaciones a través de nuestros smartphones. ¡Nos está ace­
chando! ¡Las TIC siempre están dispuestas a engancharnos, a
hacernos adictos o a hacernos perder el tiempo!
Analizando someramente este tipo de discursos encontra­
mos algunos puntos en común. Uno es la apelación a la pato­
logía en sí misma, en su vertiente más clínica y médica. En algu­
nos momentos, los comentarios nos dan a entender que nos
acechan epidemias y tantas patologías diferentes que salimos
a más de media docena por cabeza. También nos recuerdan
que nuestros hijos e hijas están en peligro y que «hay que hacer
algo», y hay que hacerlo pronto, ya que la adicción está servida
y los servicios de urgencias de los principales hospitales pueden
colapsarse en cualquier momento –‌porque por supuesto se
necesitará intervención ultraespecializada– con cientos de miles
de jóvenes acompañados, o no, por sus padres reclamando un
tratamiento para la gran pandemia mundial que las nuevas tec­
nologías a caballo de potentes smartphones provocarán en todos
nosotros y, sobre todo, en los más vulnerables.
Esta primera estrategia se ve reforzada por varias tácticas
complementarias. Una de ellas es tomar el todo por las par­

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© Editorial UOC El efecto smartphone

tes o lo que los expertos en falacias llaman generalización


precipitada. Es decir, si una determinada persona refiere ser
adicta a internet, o así se consigna en algún informe, porque
lo cree, lo piensa y lo siente, dicha persona y las personas que
le atienden deducen que esa es la prueba evidente, irrefutable
e incontestable de que la patología existe. Queremos señalar
que no estamos diciendo que en casos así no se precise una
evaluación completa o una intervención adecuada de pro­
fesionales. Lo que queremos es llamar la atención sobre el
hecho de que estamos ante un fenómeno que todavía requie­
re de trabajo científico serio, continuado y riguroso.
Otra estrategia es echar mano de estudios y aplicarnos
un buen «sesgo de confirmación» que no es otra cosa que
aceptar las pruebas, datos y argumentos que apoyan nuestras
ideas previas y mostrarnos escépticos, e incluso agresivos,
con aquellos que nos quitan la razón, ya que, cómo no, siem­
pre serán opiniones interesadas (y por supuesto las nuestras
¡jamás!). Es decir, si consideramos que la adicción a internet/
smartphones/redes sociales es tan real como el calor en el vera­
no y el frío en el invierno (¡al menos antes de que empiecen a
notarse los efectos del cambio climático!), tenderemos a fijar­
nos en aquellos estudios que de una manera u otra afirmen
que así es. Y, obviamente, haremos lo mismo si consideramos
que la adicción a internet/smartphones/redes sociales no es
real, sino un signo que debe ser interpretado en un contexto
personal mucho más amplio.
Aquí cada cual es libre de defender lo que quiera, y yo
mismo puedo estar siendo objeto de mi propio «sesgo de con­
firmación», al igual que cualquier lector. Para evitar que suce­
da esto, solo podemos dejar de lado las opiniones y basarnos
en estudios empíricos serios, en los que tendremos que tener

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© Editorial UOC Capítulo VII. Hacia una conexión con sentido

en cuenta tanto el tipo de diseño experimental como quién y


como se financian.
Ya hemos comentado en otros apartados que, sin llegar a
ser un enfrentamiento teórico, sí que hay grandes diferencias
entre los puntos de vista de grandes psicólogos. Así, desde
una mirada estrictamente clínica, podemos encontrarnos con
un listado de «síntomas» (pasar más tiempo ante internet del
deseado, tener la sensación de estar perdiéndome algo si no
me conecto, tener problemas con la familia, que me repro­
cha el tiempo que paso conectado, etc.) que, analizados en
un contexto clínico sanitario, sin lugar a dudas, van a arrojar
datos que nos permitan, basándonos en solventes y complejos
análisis estadísticos, afirmar que el fenómeno existe. Además,
es fácil también, que esas mismas personas que afirman estar
«enganchadas» prefieran identificar a internet como la fuente
de sus problemas que reflexionar en profundidad sobre otros
problemas, condiciones, situaciones de su día a día, que proba­
blemente tengan también que ver con lo que les está pasando.
Es decir, en un sentido estricto, no sería erróneo afirmar que
la dependencia existe y que solo es cuestión de tiempo que
así se considere oficialmente, pero también es lógico pensar
que la explicación es demasiado sencilla como para resolver
la situación, ¿verdad? Si solo fuera eso, pues prescindiendo
de la conexión a internet, tirando el módem por la ventana,
comprándonos un móvil de primera generación (es decir, sin
conexión a internet y que solo sirve para hablar por teléfono)
sería más que suficiente. Quizás, a la persona le costaría un
poco al principio desengancharse, pero, o bien, en régimen de
ingreso, o bien con un seguimiento muy cercano del profesio­
nal, lo conseguiría, porque al fin y al cabo, no hay evidencias
de que internet cause lesiones neuropsicológicas permanentes

99
© Editorial UOC El efecto smartphone

que nos dejen en un estado de salud tan malo como, por ejem­
plo, nos puede dejar el uso continuado de cocaína o heroína.
Si hablamos de los cambios a nivel cerebral, la pregunta suele
ser: ¿internet provoca cambios a nivel cerebral? Y a partir de ahí,
siguiendo con el juego de falacias, podemos acabar argumen­
tando que si provoca cambios a nivel cerebral es que es «malo».
Por supuesto que el uso continuado de internet provoca
cambios a nivel cerebral, pero la pregunta sería: ¿hay algo que
no produzca cambios a nivel cerebral? ¿No se producen cam­
bios en el cerebro de una persona que toque el violín varias
horas al día? ¿O que aprenda y hable varias lenguas? ¿O que
arregle relojes? ¿Acaso estas actividades no aumentarán las
conexiones sinápticas? ¿No habrá zonas que se especialicen
más en, por ejemplo, una persona que baile como los ángeles?
Por tanto: ¿son también este tipo de «alteraciones cerebrales»
negativas? Pues en mi modesta opinión, no lo son.
Por supuesto que hay alteraciones cerebrales positivas si
alguien aprende a tocar el piano, a escribir a muchísima velo­
cidad en un teclado o a bailar. Y por supuesto que hay altera­
ciones cerebrales negativas si alguien se pasa doce horas al día
conectado a una red social, consume drogas o simplemente
no se levanta del sofá. Pero las alteraciones cerebrales no son
más que el reflejo de lo que nosotros decidimos hacer con
nuestro órgano más desconocido.
Así que, podemos tomar dos caminos: uno sería dejarnos
llevar por la corriente y considerar que cualquier nueva tec­
nología es potencialmente generadora de nuevas adicciones y
objeto de intervención y tratamiento; el otro es dejarnos de
cuentos y tomar el control de nuestras vidas, conectándonos
cuando nos haga falta y presionando el botón off de cualquier
aparato electrónico cuando no nos sirva o no nos aporte nada.

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© Editorial UOC Capítulo VII. Hacia una conexión con sentido

No vamos a entrar aquí en los factores sociales y culturales


que promocionan y mantienen la adopción, cuanto más rápi­
da mejor, de las últimas novedades en tecnología. A nadie se
le escapa que estamos ante un mercado de miles de millones
de euros y que cualquier resistencia puede ser vista como disi­
dencia. Tampoco entraremos en las estrategias de marketing
de todo tipo que se diseñan precisamente para hacernos per­
manecer más tiempo conectados, para que hagamos la «con­
versión» desde interesados en un producto a compradores
del mismo, y aquí vendría a colación el fenómeno conocido
de que buscamos viajes a Lanzarote en una web cualquiera
y luego nos aparecen ofertas de viajes a Lanzarote hasta en
la página de la Agencia Tributaria (bueno, en esa página no,
pero a este paso es una cuestión de tiempo), que es lo que
los publicistas llaman retargeting y que no es más que, dicho en
palabras llanas, no dejarte en paz hasta que compres, porque
como has mostrado interés en cualquier producto, pero has
salido de la web, blog o red social sin comprarlo, este te per­
seguirá para ver si en algún momento te decides a comprar.
Sin duda, este tipo de técnicas, y es solo una entre las dece­
nas que se utilizan en marketing, contribuyen a hacer pensar
que la tecnología engancha, a que aparezca miedo, prevención
y respeto hacia internet. Y claro, aparece un lógico sentimien­
to de ser víctima de algo. Y como estamos en un mundo en el
que casi todo lo que nos afecta, nos hace sufrir, nos molesta
o nos inquieta se acaba medicalizando (dicho esto con todo el
respeto a los médicos que se niegan a entrar en este juego de
patologizar la vida misma), la adicción está servida.
Pensemos en la incongruencia social que supone estar
preocupados por la adicción a las nuevas tecnologías, mientras
que al mismo tiempo, se promueve, fomenta, apoya y premia

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© Editorial UOC El efecto smartphone

a empresas cuyo objetivo es que permanezcamos más tiempo


conectados. Estas empresas, como es lógico, hacen su traba­
jo, ganan dinero y, en definitiva, hacen lo que se supone que
una empresa tiene que hacer. No tienen la culpa si nosotros
no abundamos en la educación de los jóvenes y el trabajo de
sensibilización sobre los riesgos de las tecnologías; y ahora
no me refiero a las «adicciones», sino a otros peligros mucho
más visibles, como pueden ser el sedentarismo, los hábitos
alimenticios poco adecuados al comer frente al ordenador, sin
ser apenas consciente de lo que se ingiere, consultar el móvil
mientras se conduce y la fea costumbre de ir por la calle
poniendo mensajes de WhatsApp, con el riesgo consiguiente,
de que nos atropellen en cualquier esquina.
Muchas personas creen –‌creemos, lo reconozco– que ya
no podríamos vivir sin nuestro smartphone. Podríamos, no lo
dudemos. Perderíamos muchos de los beneficios que nos
ofrece y viviríamos peor, pero también nos libraríamos de
buena parte de su tiranía. ¿Vale la pena? Pues probablemente
para muchas personas no. ¿Pasará? Pues a no ser que haya
un ataque cibernético mundial que reviente todas las posibi­
lidades de conectarnos, posiblemente no pasará. Por tanto, el
dilema ya no es smartphone sí o smartphone no, sino cómo y para
qué usamos nuestro teléfono inteligente.
No hay recetas generales para esto. Como en tantas cosas
importantes de la vida, las soluciones son individuales, pero
sí podemos dar algunos consejos o, al menos, plantear algu­
nas cuestiones que nos permitan reflexionar (y si escribimos
nuestras reflexiones a mano, con todos los tachones que hagan
falta, mucho mejor). De todas formas, estaría bien que antes
pensáramos en el abecé de algo tan alejado de los contenidos
de este libro como la inversión en bolsa. ¿Cuál es uno de los

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© Editorial UOC Capítulo VII. Hacia una conexión con sentido

primeros consejos que se dan a los potenciales inversores?


Pues sí, la diversificación de la cartera de valores. ¿Y no es eso
aplicable a otras cosas en la vida como el círculo social en el
que nos movemos, nuestros intereses, competencias y demás?
¿No es positivo diversificar en casi todo?
Una vez, una psicóloga, la doctora Mercedes Torres, de
la Universidad de Barcelona, me comentó que había tenido
un caso en el que vivió una situación curiosa. Los padres de un
chico enganchado a los juegos de rol masivos en internet
llevaron a su consulta al joven de diecinueve años después de
que se hubiera pasado un fin de semana entero, en el que ellos
habían acudido a visitar a un familiar, enganchado al ordena­
dor. Al volver se lo encontraron rodeado de varias cajas de
pizza vacías, latas de refrescos, sin afeitar, sucio y con los ojos
enrojecidos por la falta de sueño.
El chico, al verse presionado por los padres, acudió a la
consulta y en una de las sesiones le dijo a la psicóloga: «A
ver, ¿a usted qué le pasa? ¿No es adicta a nada?». La respuesta
de la psicóloga fue: «Sí, a muchísimas cosas, y ese es tu pro­
blema que tú solo eres adicto a una». Efectivamente, ella le
comentó que era «adicta» a un buen vino, a una cena con los
amigos, a internet, a los libros, a pasear, a ver buenas películas,
a muchas cosas, y que era «dependiente» de todas esas cosas
porque de ellas dependía sentirse bien consigo misma y con
los demás, y que, por eso mismo, por esa diversificación de
aficiones, en realidad no era adicta a nada.
¿Qué nos está pasando en estos momentos? Pues que la
mayoría de cosas que nos pueden interesar: leer noticias, escu­
char buena radio, leer libros, ver vídeos y nuestras series favo­
ritas, de culto claro, saber qué están haciendo nuestros amigos,
y también los enemigos, hacer gestiones domésticas, contestar

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© Editorial UOC El efecto smartphone

mensajes «urgentes» del trabajo, gestionar nuestra agenda, etc.


–‌es que, si seguimos, no acabamos– lo podemos hacer a través
de un único aparato: el smartphone, que día a día, se va a ir adap­
tando más a nuestras exigencias y eliminando las desventajas
que ahora podamos ver en él, como, por ejemplo, la pantalla
pequeña y la necesidad de recargarlo a menudo. Y así, los smart-
phones van a tener cada vez una mejor usabilidad, se verán mejor,
responderán antes, serán flexibles, transparentes si es necesario
para que podamos llevarlos pegados a la nariz sin tropezarnos, y
lo que haga falta, porque la del smartphone es una de las industrias
más florecientes, y sin duda, satisface casi todas nuestras necesi­
dades, tanto las que tenemos, como las que creemos tener.
El problema, por tanto, no está en el smartphone, ya que
somos nosotros los que exigimos a los fabricantes más y
mejores aparatos y quienes empezamos a pensar en el próximo
terminal pocos meses después de haber adquirido el último.
La situación problemática, la que puede afectar a nuestra
relación con la tecnología, es que, al igual que el chico que
era adicto solo a una cosa (a un videojuego online y masivo),
en estos momentos nosotros centramos toda nuestra aten­
ción en un solo dispositivo, el smartphone, de forma que, si no
podemos ser adictos a él en tanto que aparato (sería como
decir que somos adictos al microondas), sí lo somos a todo
lo que nos proporciona.
Cada uno de nosotros debería preguntarse cuál es su tasa
real de conexiones con sentido y valorar hasta qué punto
muchas de las cosas que hace con su smartphone son necesarias;
la mayoría son superfluas y nos hacen perder tiempo (no del
trabajo, sino de otros aspectos de la vida, muchas veces, más
importantes). Tenemos que pensar, nosotros mismos y/o con
la ayuda de un psicólogo, hasta dónde queremos llegar.

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© Editorial UOC Capítulo VII. Hacia una conexión con sentido

¿Y qué es una conexión con sentido? Pues aquella que nos


aporta valor como personas, que satisface una necesidad que
probablemente no podría ser satisfecha de otra manera, o al
menos, no de una manera tan sencilla, limpia, rápida y fácil
como las que nos permite un smartphone. ¿De verdad tenemos
que leer en él —‌y quien dice en él dice en la tableta o en el
portátil? ¿De verdad no es mejor en muchos casos continuar
disfrutando de las hojas de papel? ¿Hay que optar entre una
u otra opción? Pues no, no hay que hacerlo, pese a que en
muchos casos el «debate» se plantee de la siguiente forma:
¿papel o ebook?
Analicemos un caso hipotético. Es posible que muchos
profesionales por su trabajo necesiten, o crean que necesitan,
llevar encima dosieres, artículos, materiales didácticos, hojas
de cálculo, mapas conceptuales, etc. (un montón de docu­
mentos que luego no se miran en muchas ocasiones), que
real­mente sería impensable poder llevar en papel. La idea de
que ahora cualquiera de nosotros podemos trabajar desde
cualquier parte lleva implícita la de que en nuestra mochila
debe cabernos todo aquello que vamos a necesitar, y esto
implica muchas veces acceder a informes y documentos de
muchas páginas. ¿No es más lógico y práctico seleccionar solo
aquellos documentos que sí que vamos a necesitar? De acuer­
do, con las prisas que llevamos todos, es más fácil meterlo
todo en la mochila y luego ya veremos, pero eso nos puede
llevar, en muchos casos, a pérdidas de tiempo, de rendimiento
de nuestro dispositivo, de memoria (la del smartphone) y sobre
todo de vista.
¿Qué sería, por tanto, una conectividad con sentido? Pues
empezar a diversificar las cosas que hacemos con el smart­phone,
y siempre que sea posible realizar actividades sin él. Tomar

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© Editorial UOC El efecto smartphone

notas del trabajo en papel, en lugar de con aplicaciones, llevar


con nosotros un diario, utilizar el smartphone solo para mirar
si nos llega un mensaje importante que estemos esperando
y contestar nada más ese, sin pretender vaciar el buzón de
entrada. Utilizarlo para hablar cuando no haya otro remedio.
Valorar si es necesario que tengamos conectadas las redes
sociales al smartphone y que nos estén llegando actualizaciones
de estado y noticias cada pocos segundos. Ver si es necesario
estar en tantos grupos de WhatsApp, sobre todo en aquellos
en los que no hemos sido nosotros los que hemos pedido
entrar (todos sabemos que cualquiera nos puede incorporar
a un grupo sin que le hayamos autorizado a ello, pero que si
salimos tenemos que pasar por el trago de que todo el mundo
se entere de que hemos «abandonado» el grupo, con la conno­
tación tan negativa que tiene el verbo abandonar).
Conectividad con sentido, volvemos a repetir, es que
en­contremos verdadero valor en las actividades y tiempo que
le dedicamos a nuestro smartphone. Conectividad con sentido
es cuando gracias al smartphone podemos coordinarnos con
nuestra pareja o amigos para hacernos cargo de los niños;
acabar de concretar por WhatsApp dónde nos encontramos
con compañeros; leer camino del trabajo un documento que
necesitaremos media hora después; llamar a un compañero
que ha tenido un accidente para ver cómo está y decirle que
vamos a visitarle; gestionar nuestra agenda para eliminar cual­
quier actividad que no nos aporte nada (aquellas reuniones
inútiles a las que a todos nos convocan de vez en cuando);
leer los medios de comunicación cuando estamos pendientes
de una noticia que nos interesa; oír un buen debate o repor­
taje en la radio, sea en directo o no, de aquellos que sabemos
que no tendremos tiempo de escuchar tranquilos en casa...

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© Editorial UOC Capítulo VII. Hacia una conexión con sentido

Ese tipo de conectividad aporta significado a nuestra vida,


nos enseña, nos permite cuidar de los nuestros, nos hace
pensar, nos ayuda a resolver problemas personales o laborales
que son importantes para poder seguir adelante. En definiti­
va, nos ayuda; así, sin más.
¿Cuál es el reto? Pues pararse a pensar, ser conscientes
en cada momento, de cuándo realmente el smartphone se con­
vierte en un agujero de tiempo perdido, en cuándo realmente
necesitamos estar conectados y cuándo lo que hacemos es
desperdiciar un tiempo que es más breve de lo que muchas
veces pensamos.
Sherry Turkle en su libro Alone Together (2012) apunta que
cada vez esperamos menos de las personas y más de las tec­
nologías: que nos acompañen, que nos cuiden, que nos hagan
sentir valiosos, valorados; en definitiva, que nos permitan
sentirnos realizados. De acuerdo, una cola en el supermerca­
do, de aquellas que se prevén que van a ser largas, porque un
cliente que va delante de nosotros quiere comentar cada pro­
ducto con la cajera y otro ha comprado como si esperase para
mañana el Armagedón, puede ser más llevadera si miramos lo
último en Twitter, Facebook o jugamos al Candy Crash, pero,
¿realmente este tipo de uso nos aporta algo más que mirar las
musarañas digitales propias y de otros? Obviamente, algunos
dirán que sí, y nadie tiene por qué hacerle cambiar de opinión;
pero en ocasiones también puede ser muy positivo pararse
un poco y aprovechar esos pequeños momentos para des­
conectarse de nuestros dispositivos poniéndonos en modo
observación y dejándonos llevar.
De lo contrario, puede que seamos de aquellos que apro­
vechamos esos ratos de cola para retuitear y decir que es una
lástima que el mundo se esté deshumanizando tanto, que

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© Editorial UOC El efecto smartphone

debemos tratar de que la comunicación entre las personas sea


más fluida, para que seamos más humanos y nos centremos
en lo que de verdad importa... Pero seguro que lo que más
importa en la vida no es escribir más tuits que nadie, retui­
tearlos o impresionar a los vecinos que tenemos en Facebook
–‌a los que luego evitamos en el supermercado para no tener
que pararnos a hablar– con nuestros maravillosos viajes, pre­
ciosos hijos, sensibilidad extrema y una vida interior tan rica
que parece exigir al mundo que de una vez sea reconocida.
No, no tenemos recetas, porque no las hay. Desconfía de
las soluciones que no ponen el foco en la persona y de todos
los que encuentran explicaciones simples a problemas com­
plejos. La única receta que se puede aplicar es la de ser cons­
cientes y críticos para saber cuando sí, y cuando no, conviene
estar pegado al smartphone. El hecho de que podamos hacer
todo con él no significa que debamos hacerlo, y si lo hacemos,
tenemos que estar preparados para sufrir las psicopaTIClogías
que hemos comentado en este libro. Y aunque, la mayoría de
ellas no existen, nos preocupan y generan páginas y páginas
en los medios de comunicación, señal inequívoca de que el
tema es de interés para muchas personas.
Pero, bueno, no todo es simplemente exigirnos a nosotros
mismos ser conscientes de que no diversificar y hacerlo todo
con el smartphone nos pone en una situación de soledad acom­
pañada, algo parecido a lo que comenta la profesora Turkle.
¿En algunas ocasiones apetece evadirse en las redes sociales?
¿Perder el tiempo con la convicción de que el tiempo ni se
gana ni se pierde? ¿Dejarnos llevar en nuestra soledad acom­
pañada? Pues sí, a todos nos ha pasado, y en sí mismo, no es
nada malo. Pero como decíamos antes, no olvidemos diver­
sificar. ¿Es adecuado estar así la mayoría de las horas del día?

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© Editorial UOC Capítulo VII. Hacia una conexión con sentido

Pues, bueno, no hace falta ser muy listo para darse cuenta de
que no es la mejor manera de aprovecharnos del regalo que
supone estar vivos, en el aquí y el ahora; pero como decíamos,
allá cada cual con su libertad.
El smartphone no deja de tener un papel de «apéndice de
nuestro yo», como dicen algunos, pero a mí me gusta más la
expresión «comodín tecnológico», ya que nos permite pedir el
«comodín del público», como en aquel concurso tan famoso
de televisión, para cualquier cosa. Es como si pudiéramos
pedir ayuda para solventar cualquier situación que no nos
guste: una compañía, la sensación de no saber algo, un no
saber cómo llegar, una situación social que nos molesta, una
exposición a las miradas de los otros y evitar conversaciones
que no nos apetecen. ¿Qué pasa si decidimos ir por la vida
sin comodín? ¿O utilizándolo de una manera muy contro­
lada, solo cuando es realmente necesario? ¿No nos pasa en
ocasiones que nos armamos de valor y nos enfrentamos a
situaciones que no son tan complicadas como pensábamos
y luego nos damos cuenta de que no había para tanto? Pues
eso, quizás, ir en tren cruzando miradas y palabras con otros
viajeros no sea tan mala idea. Quizás, a veces, nos refugiamos
en el smartphone, en la red, huyendo de un mundo que perci­
bimos como frío, dominado por la tecnología, individualista,
feroz con el débil, implacable con aquellos que se salen de las
normas o que tienen las suyas propias.
Y a ese mundo frío, individualista, feroz, rápido..., ¿no
estaremos contribuyendo todos nosotros de alguna manera?
Eso cuesta planteárselo, pero pensemos en un momento en
esas personas que vemos cada día, o que nos ven a nosotros,
amarradas al smartphone, levantando apenas la cabeza para
mirar o ser miradas, procurándose una especie de autolimita­

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© Editorial UOC El efecto smartphone

ción sensorial con los auriculares (y si te pones gafas de sol y


gorra, ya bordas la limitación sensorial).
Quizás algunos vamos así por la vida, mirando una panta­
lla o haciendo ver que la miramos, con miedo muchas veces
a entablar la más mínima interacción, y en muchas ocasiones,
asustándonos cuando alguien intenta acercarse a nosotros:
«¿Qué querrá? ¿Qué me pedirá? ¿Me robará el smartphone?».
Pues bien, cuando vemos a estas personas o somos vistos
por ellas en aeropuertos de todo el mundo, en supermercados
de todas partes donde no haya que estar demasiado atento a
que el otro nos quite el turno, la comida, el dinero o incluso
la vida, nosotros somos ese mundo frío, impersonal y aislado
que criticamos en cada sobremesa. Y así, más que avanzar,
nos vamos quedando paralizados en la rutilante contempla­
ción de nosotros mismos a través de nuestro reflejo en los
perfiles de los demás.
Y de eso trata la vida, de avanzar, de continuar adelante en
nuestro viaje, pero teniendo muy claro quiénes somos, hacia
dónde vamos y por qué lo hacemos. Dirijamos el viaje con las
tecnologías como aliadas. La tecnología nos puede hacer más
capaces, hacernos llegar más lejos, orientarnos cuando nos
desviamos, pero al final, cada uno debe reivindicar su propio
camino decidiendo cuándo hace caso y cuándo no de los
cantos de sirena. ¡O al menos del trino del pajarito de Twitter!
Usemos la tecnología con sentido, y eso también quiere decir
apagar el smartphone cuando no sea necesario que esté encen­
dido. Pero eso sí, en esto del «sentido», cada uno tiene que
saber cuál es el suyo.

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© Editorial UOC Capítulo VII. Hacia una conexión con sentido

Para saber más

Turkle, S. (2012). Alone Together: Why We Expect More from Technology and
Less from Each Other. New York: Basic books.

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