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Respuestas a las oraciones de cada uno

Levi Kempton

Arizona, EE.

Ilustración por Allen Garns

Estaba terminando mi misión en la Misión Illinois Chicago Sur cuando recibí un permiso especial
para visitar un área en la que había servido antes y cenar con la familia Tremillo. Había servido
en su barrio todo un año y me había encariñado con ellos.

Durante la cena, el hermano Tremillo me alentó a compartir al menos un mensaje de felicidad


de camino a casa. Él dijo que el Señor pondría a alguien en mi vuelo que necesitaría mi ayuda. Le
prometí que lo haría.

Desde ese momento hasta el momento en que salí de Chicago, estuve orando tambien para
recibir confirmación de que el Señor aceptaría mi sacrificio de servir una misión.

Tres semanas después, abordé el avión que me llevaría a casa. Mientras me acercaba a mi
asiento, la persona en el asiento de al lado me miró. “¡No puede ser!”, dijo ella. “¡No puedo
creerlo!”.

Mi primer pensamiento fue: “¡Fantástico, odia a los mormones!”. Cuando me senté, me dijo que
se llamaba Kelly y que era una conversa reciente. Me expresó lo feliz que estaba de que un
misionero se sentara a su lado. Kelly me dijo que la última persona al lado de quien se había
sentado era antimormona y poco amable en la manera en que expresaba su opinión de la nueva
religión de Kelly. Estaba consternada y tenía preguntas. Había estado orando para recibir
respuestas y consuelo.
Ofrecí una oración en mi corazón y le testifiqué de la veracidad del Evangelio y del amor de Dios
por Sus hijos, incluida ella. Le hablé del consejo que había recibido del hermano Tremillo. Le dije
que Dios había preparado ese momento especial solo por ella.

Con lágrimas en los ojos, Kelly me dio las gracias. También dijo: “Puedo ver que fuiste un buen
misionero y que el Señor acepta tu sacrificio”. En ese momento, sentí el profundo amor de Dios
por mí. Entonces yo me puse a llorar. Con lágrimas en los ojos, le di las gracias a Kelly y le dije
que ella había sido la respuesta a mi oración. Le respondí unas cuantas preguntas más e
intercambiamos direcciones de correo electrónico.

Nuestro vuelo aterrizó y nos despedimos mientras ella se dirigía a su próximo vuelo. Siempre
estaré agradecido que el Padre Celestial estuvo dispuesto a bendecirnos de una manera tan
tierna.

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