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CAPÍTULO 1

El arte divino de criar


a los hijos

Sean nuestros hijos como plantas crecidas en su juventud,


Nuestras hijas como esquinas labradas como las de un palacio.
(Salmo 144.12)

I
magínate a un pintor con el pincel en mano. Fíjate en él y date cuenta
cómo crea una hermosa pintura, la que cautiva y motiva a los que
la admiran. Todo lo que él hace lleva un orden y propósito, y cada
pincelada muestra más de la escena que desea crear. Ahora trata de mirar
mucho más a lo profundo del corazón de ese pintor y vas a encontrar que
él idea más que una mera pintura. De hecho, él desea decir algo y procura
expresar un profundo pensamiento que hay en su corazón. Al observarlo
mientras él crea su obra, nos parece que la pintura es muy fácil de hacer.
Los colores se mezclan para revelar una faceta tras otra de la pintura.
Hasta nos quedamos admirados, mirando el arte que fluye del corazón y
las manos del pintor. Quizá tú le harías la misma pregunta que ya él ha
escuchado muchas veces:
—¿Cómo aprendió a pintar?
Todos sabemos cuál sería su respuesta:
—Es un don, una habilidad que Dios me dio. Pero yo tuve que desarro-
llarla.
Esta introducción explica muy bien el título de este capítulo. La res-
puesta del pintor a la frecuente pregunta es una clara revelación acerca del
arte de criar a los hijos. Criar a los hijos es una habilidad que nos ha sido
dada por nuestro amante Dios, pero nosotros somos los responsables de
desarrollarla.
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Capítulo 1

Hay varias razones por las que he escogido las palabras “arte divino” para
referirme a la crianza de los hijos. La crianza de los hijos es:
• Un arte divino porque hallamos en la Biblia la revelación de los prin-
cipios divinos que, si se ponen en práctica, operan hasta formar una
hermosa alma llena del carácter de Cristo.
• Un arte divino porque estos principios adiestran a los padres, no a los hijos.
Estos principios bíblicos a veces demandan mucho rigor, pero cuanto más
los aplicamos a nuestra vida, tanto más nos hacemos competentes en los
mismos.
• Un arte divino porque la crianza de los hijos tiene que ser estudiada,
aprendida, ejercida y dominada. ¡Qué resultados se gozan al aprender
las maniobras de la disciplina cotidiana! (Véase Efesios 6.4.)
• Un arte divino porque muchos crían a sus hijos muy descuidadamente,
sin iluminación divina alguna. Para tales padres, la crianza de sus hijos
es un asunto de “más o menos”, “un poco acá, un poco allá”. Y por
supuesto, de esa misma forma son sus resultados.
• Un arte divino porque se han de sacar estos principios de lo común y
ordinario, donde muchos los han puesto, para levantarlos nuevamente
a las regiones de lo santo.
Vamos a hacer una pausa en este momento para reflexionar sobre la
definición de la palabra arte y así poder animarnos en cuanto a nuestros
hogares. La definición de la palabra arte se puede resumir así: “Destreza que
se alcanza estudiando, ejerciendo y observando. Un sistema de principios y
métodos utilizado en la creación de algo que es bello.”
¡Qué definición más hermosa para la crianza de los hijos! Otra vez, con-
sideremos al pintor y su maravillosa habilidad de expresar en el lienzo lo
que ve y siente en su corazón. Es cierto que es un talento natural que le ha
sido dado por Dios, el Creador. Probablemente hubo un momento en su vida
en el cual él se dio cuenta de su habilidad y se dijo: “¡Tengo la habilidad
de pintar!” Quizá fueron sus padres o algún maestro de la escuela los que
descubrieron su talento y se lo hicieron saber. No obstante, puede ser que este
pintor fue como muchos de nosotros; inicialmente no estaba de acuerdo con
la persona que le dijo que tenía el talento para pintar. Sin embargo, una vez
que él se dio cuenta de la realidad, empezó a ejercerse en ello, estudiando
el arte de dibujar y pintar. Luego, él fue al museo de arte para observar con
mucho interés los cuadros coleccionados allí y con mucho entusiasmo leyó
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El arte divino de criar a los hijos

libros que exponían sobre el arte de pintar. Entonces en cuanto el artista


aprendiz tuvo la oportunidad de observar a un pintor de experiencia no se
apartó de su lado, sino que se fijó bien en cómo el artista dibujaba y le hacía
un montón de preguntas acerca del tema.
Aquí vemos una excelente analogía para el tema del arte de criar a los
hijos. Y de igual modo es el procedimiento para aprovechar los siguientes
capítulos. ¡Se precisa tener el espíritu de un aprendiz!
Dios te ha dado la habilidad de criar a tus hijos. Tal vez dudes acerca de
estas palabras del mismo modo que lo hizo el joven pintor. Pero, ten paciencia
mientras se te explica. Entiendo que todos tenemos que ver con los efectos
de la caída del hombre en el Huerto de Edén. No obstante, nosotros debemos
recordar que estamos mirando esa habilidad a través de los lentes del anuncio
y del testimonio de “una salvación tan grande” (Hebreos 2.3).
Vamos a razonar por un momento. Tomando en cuenta lo que sabes acerca
de nuestro gran Dios, ¿acaso piensas que él nos daría hijos sin proveernos
de lo necesario para criarlos? En toda su creación vemos que él ha dado a
cada animal el instinto y la habilidad de protegerse y de entrenar a sus crías.
¿Y qué de nosotros?
Sí, yo entiendo y estoy de acuerdo que a causa del pecado, el hombre es un
ser caído. Allí en el Huerto de Edén ocurrió una separación con Dios. Por esto,
pecar y fracasar es lo normal para los descendientes de Adán. “Pero Dios, que es
rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó,” (Efesios 2.4) “mues-
tra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por
nosotros” (Romanos 5.8). ¡El hombre puede ser salvo! ¡Gloria a Dios! De la
misma forma que existe una salvación, presentada a nosotros en la Santa Biblia
(que provee la vía para ser salvo, redimido, justificado y santificado), también
existe un camino para el hombre que quiera criar a sus hijos en la piedad.
Puede ser que tú creas que tu hogar necesita mucho de una completa
renovación. ¡Dios puede hacerlo! ¡Él se ocupa de este negocio! Tal transfor-
mación en tu hogar podría comenzar en tu propio corazón al Dios cambiarlo
por medio del proceso llamado “el nuevo nacimiento”.
Por otro lado, tal vez hayas olvidado la realidad de la gracia de Dios
que está en Jesucristo, nuestro Salvador. Dios tiene las soluciones para las
necesidades de tu hogar. Si nosotros nos ponemos en una posición de desear
recibir sus bendiciones, lo demás sucederá naturalmente.
Si tú eres hijo de Dios, limpiado por la sangre de Cristo y separado para
Dios, entonces él ya te ha dado la habilidad de criar a tus hijos en la “dis-

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Capítulo 1

ciplina y amonestación del Señor” (Efesios 6.4). Esta habilidad está en ti,
aunque tal vez esté dormida y precise de un despertar. ¿Vas a permitirme
ser como el maestro que se te acerca y junto con el Padre Celestial decirte:
“Existe en ti la habilidad”? ¡Sí, existe la habilidad en ti! ¡Yo sé que está
ahí! Solamente hace falta estimularla y motivarla. Tú tienes que levantarte y
desarrollar esa habilidad latente de la misma forma que el pintor se esforzó
en desarrollar lo que ya podía hacer. Enfoca tu corazón en tus preciosos
hijos y empieza a estudiar, a observar y a aprender cómo puedes criarlos
para la gloria de Dios. Ya hemos visto el deseo del corazón de Dios para con
nuestros hijos según lo que fue dicho por el profeta Malaquías. Dios busca
una descendencia para sí (véase Malaquías 2.15). Este es el gran anhelo de
su corazón y uno de los principales temas de la revelación de las Sagradas
Escrituras. Dios busca una descendencia piadosa para sí mismo. El Señor
está muy interesado en tus hijos. No puedes extraviarte si te enfocas en algo
que está muy cercano al corazón de Dios.
Según mi entendimiento, nosotros somos colaboradores con Dios en
la crianza de nuestros hijos, sean ellos jóvenes o sean muy pequeños. ¡No
estamos solos! El Maestro puede guiarnos en esta enorme tarea. Tampoco
estamos sin un manual de instrucciones; tenemos la Biblia. ¡Qué expectativa
tan emocionante trabajar juntos con el glorioso, omnipotente y omnisciente
Dios del cielo en la crianza de nuestros hijos!
¿Estás prestando atención? Tú tienes la habilidad. Abre tu corazón y
créelo. Moja tus pies a la orilla del agua para ver si las aguas del Río Jordán
se van a dividir (véase Josué 3.15). ¡Se van a dividir! ¡Estoy seguro!

Oración
Padre Celestial, nos acercamos a ti en el nombre del Señor Jesucristo.
Tú sabes que muchos de los lectores de este libro se sienten impotentes al
momento de leer estas palabras. ¡Tenemos dudas, Señor, tenemos dudas!
Perdónanos, por favor, y ayúdanos en nuestra incredulidad. Padre, acep-
tamos tu Palabra como verdadera y fidedigna y escogemos creer en las
numerosas promesas escritas acerca de nuestros hijos. Ven a nuestro lado,
Señor, mientras leemos las páginas de este libro. Nosotros deseamos que
tú seas nuestro Maestro, Consolador y Guía. Confesamos que estamos ne-
cesitados de tu ayuda divina, porque no sabemos cómo llevar a cabo todo
esto. En el nombre de Jesucristo, amén.

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