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Denise Najmanovich *
Resumen
Las concepciones modernas occidentales sobre la salud se han caracterizado por una forma
de pensar que ha limitado lo corporal a lo biológico, lo vivo a lo físico y esto a lo mecánico.
Desde luego que no todos los investigadores, médicos, sanitaristas, o prestadores de salud
han pensado de este modo pero, de un modo u otro, todos hemos sido actores y víctimas de
un sistema que tiende a la parcelación, la especialización y la estandarización. Ya en 1939
Jean Rostand nos advertía respecto a este proyecto: "En el momento actual el mecanicismo
tiene una posición extremadamente sólida, y uno apenas ve qué puede responderle cuando,
cuando en muchos de sus éxitos cotidianos, pide simplemente aplazamientos para terminar
su obra, a saber, para explicar completamente la vida sin la vida." (Rostand, J.). Ha pasado
más de medio siglo y los partidarios del mecanicismo siguen pidiéndonos postergaciones
sin darse cuenta del absurdo implícito en la pretensión de “pensar la vida sin la vida”. Por
suerte la vida misma se encarga de rebasar los cauces en las que se pretende contenerla,
aunque lamentablemente las concepciones mecánicas logran limitar nuestra mirada sobre la
salud, restringir las prácticas terapéuticas y obstaculizar muchos desarrollos fértiles.
Los mapas conceptuales de la ciencia clásica en los que fuimos educados ya no resultan
fértiles. Para enfrentar los desafíos del mundo contemporáneo necesitamos nuevas
cartografías, y sobre todo nuevas formas de cartografiar: debemos buscar otros
instrumentos conceptuales y crear nuevas herramientas que nos permitan movernos sobre
territorios fluidos. En la contemporaneidad la complejidad se enlaza con la metáfora de la
red, con la idea de interacción, con la perspectiva de la autoorganización y la evolución de
sistemas complejos en entornos activos. Desde esta mirada, es posible romper con el
hechizo del dualismo, con la pesadilla del mundo en blanco y negro de las oposiciones
dicotómicas. El cuerpo ya no está constreñido al armazón mecánico ni a un funcionamiento
homeostático: hoy podemos pensarlo como un campo dinámico capaz de ser afectado y de
afectar. No es solamente un cuerpo físico, ni meramente una máquina fisiológica, es un
organismo vivo que evoluciona en intercambio con otros y que es capaz de dar sentido a la
experiencia de sí mismo.
Hace varias décadas que Edgar Morin planteó que "Se ha tratado siempre a los sistemas
como objetos, en adelante se trata de concebir a los objetos como sistemas." (Morin,
1981). Las últimas décadas del siglo XX y el comienzo del nuevo milenio han sido
prolíficas en esta tarea: con el desarrollo de la teoría de autoorganización (Atlan 1990, Von
Foerster, 1991), las concepciones de la vida como producción autopoiética (Maturana y
Varela, 1986) y los abordajes de la complejidad (Prigogine, 1987, Morin, 1981) son
algunos de los pensadores claves en este proceso.
Para mayor claridad, conviene destacar ahora los supuestos básicos de la concepción
dinámica:
a) Las partes de un sistema complejo sólo son “partes” por relación a la organización
global que emerge de la interacción. Lo que será parte y lo que será sistema dependerá del
modo de interrogación e interacción que empleemos. Por ejemplo, el hígado es parte del
organismo y, simultáneamente, es el nivel sistémico en relación a sus células.
e) Las partes no son unidades totalmente definidas en sí mismas, sino que existen como
redes dinámicas.
k) Sólo podemos preguntarnos por las condiciones de emergencia, por los factores
coproductores que se relacionan con la aparición de la novedad que no sólo genera algo
nuevo, sino que reconfigura lo existente en tanto modifica la trama. La emergencia a
diferencia de la causalidad clásica, hace lugar al acontecimiento y al azar, rompe con la
linealidad del tiempo y da cuenta del aspecto creativo de la historia. Este modo explicativo
apunta más a la comprensión que a la predicción exacta, y reconoce que ningún análisis
puede agotar el fenómeno que es pensado desde una perspectiva compleja.
La célula, mientras está viva siempre está en actividad, intercambiando materia y energía
con su entorno en una dinámica globalmente transformadora, aún cuando conserve la
pertenencia a una misma clase: una célula cardiaca seguirá siendo una célula cardiaca
mientras viva, pero en la medida que el proceso vital es siempre el fruto de un intercambio
permanentemente con el medio, nunca será idéntica ni siquiera a sí misma (pudiendo
incluso sufrir un proceso de trasformación extrema). En la perspectiva dinámica estamos
siempre pensando en términos de "actividades organizadoras", es decir, de procesos
embebidos en un tiempo que no es abstracto y tampoco lineal sino compuesto de una
multiplicidad de ritmos. Lo que llamamos productos, u objetos, son procesos cuyo ritmo es
tal que nuestra sensibilidad no detecta el cambio y cuya dinámica conserva la similitud de
las formas.
Los seres vivos son, desde esta perspectiva, un entramado multidimensional de redes que se
autoorganizan en distintos ritmos, algunos con una dinámica de transformación más lenta, y
otras más rápida. Algunos mantienen la forma, en y a través de los cambios, y otros mutan.
La ciencia moderna sólo tenía en cuenta los procesos más estables, o en equilibrio
estacionario de modo tal que solo pudo concebir Sistemas Mecánicos Cerrados, Estructuras
y Unidades Elementales. Todos ellos eran concebidos desde un a-priori como esencias y
por tanto estaban más allá de la historia. Su reino era el de la eternidad de los modelos
ideales. Los "enfoques dinámicos complejos" proceden de un modo muy diferente,
permitiéndonos pensar en términos de configuraciones activas que nos permiten observar:
Sistemas Complejos Evolutivos, Estructuras Disipativas, Redes y Constelaciones
dinámicas, además de los sistemas más estables. Éstos últimos, ya no son concebidos como
esencias, sino que al igual que las otras configuraciones son temporales pues nacen, viven y
mueren, aunque a un ritmo más lento. En su devenir pueden atravesar períodos de gran
estabilidad, cuando su dinámica es conservadora de la forma, pueden tener mayor o menor
rigidez o consistencia y variar con amplitud y velocidades diversas.
Como podemos ver, esta forma de pensar destaca la dinámica vincular como la fuente de
donde manan tanto los elementos como las relaciones de una unidad compleja que emerge
en la propia dinámica. Ni los elementos, ni las relaciones, ni la unidad existen antes o
independientemente de la dinámica que los ha parido. No hay un "a-priori", un "modelo
ideal" un "arquetipo". Lo que encontramos son configuraciones vinculares, que por cierto
no son tampoco tales por si mismas, ni para sí mismas, ni en si mismas, sino que se forman
a partir de nuestra interacción, de nuestra forma de relacionarnos con el mundo y de
producir de sentido. Desde esta perspectiva vincular, el cuerpo no existe
independientemente de nuestras vivencias, creencias, experiencias, no flota inmaculado en
la eternidad, sino que es forjado en la historia humana que transcurre siempre en un
ambiente poblado de otros seres y entidades con los que estamos profundamente
entramados.
Por otra parte esa biología no establece sólo una anátomo-fisiología particular para cada
especie, sino que participa de un intercambio permanente de estímulos y reacciones, de
afectos y efectos, de retroalimentaciones y escapes, de azares y mecanismos, que llevan a
una organización evolutiva compleja del cuerpo embebido, atravesado, interligado con el
medio.
La piel no sólo nos separa de los otros, es por ella, a través de ella, en ella que sentimos el
contacto tibio del aliento de un ser querido, el frío de la nieve, la caricia de un amigo, los
besos de un amante. Frontera porosa, permeable, vital en permanente recambio. El cuerpo
no es sólo el territorio propio sino también lugar de encuentro. El modelo mecánico
condena al ser humano a ser un autómata. Sin embargo, hoy no es preciso resignarse a
suponer que el hombre está hecho de barro y soplo divino, como sostiene la versión bíblica,
ni tampoco es preciso aceptar que es meramente un conjunto de átomos regidos por leyes
eternas que siguen la música del diablillo de Laplace. Nuestro cuerpo se gesta en la
biología, se desarrolla en el intercambio permanente de materia y energía con su medio
ambiente, se forja en los encuentros afectivos con nuestros congéneres y otros seres, crece
en un mundo de sentido, adquiere los hábitos de los juegos relacionales de nuestra peculiar
cultura.
Ahora bien, la filosofía de la escisión arrancó de cuajo a la razón del vientre vivo que la
gestó. La concepción mecánica de cuerpo se limitó a las funciones biológicas y no pudo
incluir ni a los afectos o a las emociones, ni a nuestra capacidad de imaginar y dar sentido.
El sujeto moderno fue un sujeto abstracto, pura razón incorpórea: una abstracción lógica. El
cuerpo humano fue un autómata mecánico. El hombre y la mujer máquinas animadas por
un fantasma (la mente incorpórea). Se trata entonces de tomar en serio el desafío de generar
nuevos modos de pensar los diversos paisajes vitales en los pueda habitar un sujeto
encarnado, profundamente enraizado en su cultura, atravesado por múltiples encuentros (y
desencuentros), altamente interactivo, sensible y emotivo, en permanente formación y
transformación co-evolutiva con otros sujetos y con el medioambiente.
Es en esta evolución que seres cada vez más complejos fueron manifestando nuevas y
sorprendentes propiedades: de la irritabilidad del paramecio, a los deseos, la imaginación y
la producción de sentidos humanos pasando por las sensaciones y emociones de los
mamíferos. Las huellas de esta evolución no son en absoluto lineales, ni el camino
recorrido tiene su cima en nuestra especie, pero aún así nuestra humanidad se inscribe allí.
La vida va a contramano de la lógica clásica: sólo los sistemas que logran cambiar y
mantenerse simultáneamente están vivos. Vivir implica flujo, transformación, inter-cambio
regulado entre un ser vivo capaz de especificar su forma de estar en el mundo y su entorno.
En términos de la teoría autopoiética de Maturana y Varela "los seres vivos se caracterizan
porque, literalmente, se producen continuamente a sí mismos, lo que indicamos al llamar a
la organización que los define, organización autopoiética" (Maturana, H. y Varela, F.,
1986). El organismo humano como un todo cumple con las características de una
organización compleja autopoiética y autorregulada. No es un mecanismo que puede
especificarse desde el exterior según leyes causales, es un sistema autónomo
autoorganizado producto de una multiplicidad de intercambios que han generado una
"unidad heterogénea" emergente con una legalidad propia.
Ahora bien, los seres vivos son sistemas autónomos pero no independientes, esto quiere
decir que su autonomía sólo existe en y por las relaciones de intercambio, es una
"autonomía ligada" que configura un cuerpo que lejos de ser un mecanismo aislado es un
nodo cambiante en la gigantesca y vibrante trama de la vida. En la dinámica
autoorganizadora no hay posibilidad para que se formen compartimentos estancos. Desde
las perspectivas de la complejidad no pueden existir una barrera infranqueable entre lo
propio y lo ajeno, el cuerpo y la mente, el individuo y la sociedad o los seres humanos y su
medio ambiente. La salud, por tanto, no puede regirse por parámetros ligados a un
arquetipo fijo y universal (el "hombre sano") ya sea este concebido como un "modelo ideal"
o un "normal estadístico" (el Frankenstein de los "seguros de salud y de vida" o de la
"medicina basada en la evidencia").
Pasar desde una concepción del hombre como un "individuo" con un cuerpo mecánico y
una mente desencarnada, para el cual la salud se relaciona con proteger permanentemente
sus fronteras para preservar el equilibrio interno, a una perspectiva capaz de hacer lugar a la
complejidad de la vida y la multidimensionalidad de la experiencia humana implica un
desafío mayúsculo. En la actualidad, estamos atravesando un período de transición en el
cual si bien es cierto que muchos "declaman" estar abiertos a un punto de vista que supone
a la "Salud como bienestar físico, psicológico y social" , son muy pocos los que han
desarrollado enfoques específicos que hagan de esta mirada de la salud algo más que un
mero slogan.
Una de las mayores dificultades para lograr una verdadera transformación se relaciona con
que los marcos teóricos no han sido nunca, pese a las protestas positivistas, ideas "puras"
refrendadas por "hechos independientes", sino productos de la actividad humana cuya
forma/contenido está ligada de manera no lineal, pero no por ello menos firme, a las
prácticas de las comunidades humanas. El "modelo médico hegemónico" de la modernidad
no es sólo una teoría: es una práctica institucional. No se trata meramente de concepciones
intelectuales, sino de un “imaginario encarnado” en los médicos y sus formas de
organización hospitalaria, sus sistemas de educación y validación, sus relaciones con las
áreas de investigación y las empresas de "salud" (aunque lo correcto sería decir de
"mercancías sanitarias": medicamentos, sistemas de diagnóstico, arquitectura hospitalaria,
etc.).
El desafío para aquellos que quieran hacer lugar a la complejidad en el campo de la salud es
un desafío a la vez teórico y pragmático, social e individual, político y ético. Desde el punto
de vista epistemológico requiere, además, una precaución particular, puesto que la salida
del universo de la simplicidad implica adentrarse en los territorios de la diversidad, y por lo
tanto renunciar a la ilusión de crear una concepción universal de la salud diametralmente
diferente al mecanicista. Desde nuestra perspectiva, esto sería como despertarse del sueño
dogmático para caer en los brazos una alucinación. Podemos decir de la “salud” lo mismo
que San Agustín decía del tiempo: sabemos lo que es hasta que nos lo preguntan. Y,
puestos frente a la cuestión, existen multiplicidad de respuestas valiosas, pertinentes,
fértiles y también ridículas, pobres, malintencionadas e incluso perversas entre las cuales
deberemos seleccionar con sumo cuidado la que resulte adecuada según el objetivo, las
expectativas, los valores y necesidades contextuales que crearon la pregunta.
El debate sobre los diversos modelos de atención, la responsabilidad y el rol del estado, la
interacción entre la esfera pública y privada, el lugar de las mal llamadas “terapias
alternativas”, la conformación de equipos interdisciplinarios, la relación médico- paciente,
está a la orden del día. Los sistemas centralizados y fuertemente burocratizados han
estallado en casi todo el mundo, sin embargo la búsqueda de soluciones globales,
definitivas y universales atenta contra la resolución del problema, sólo una aproximación
comunitaria local con amplia participación de todos los actores sociales pueden aspirar a
construir itinerarios fecundos en el camino de un abordaje complejo de la salud.
Bibliografía
Resumen
En esta presentación trabajo intentaremos mostrar cómo el pensamiento polarizado o
dicotómico es un obstáculo fundamental para la construcción de nuevos abordajes de la
salud y de las formas complejas de aproximación al ser humano que sufre. Luego
avanzaremos en la propuesta de construir un abordaje que sea capaz de contener la
dinámica de la vida y que permita religar aquello que la simplicidad escindió: el cuerpo y la
mente, el individuo y la sociedad, lo público y lo privado, el hombre y la naturaleza.
Consideramos que la salud debe pensarse en referencia al itinerario que la misma vida fija,
a los valores que el hombre construye, a las prácticas culturales que le dan sentido. El
desafío que enfrentamos es a la vez teórico y pragmático, social e individual, político y
ético. Salir del universo de la simplicidad implica adentrarse en los territorios de la
diversidad y nos lleva a considerar que el "arte dialógico" es fundamental para el desarrollo
de nuevas perspectivas y prácticas de salud que van mucho más allá del saber-hacer
médico. La salud pertenece al ámbito comunitario en su conjunto y desde la complejidad no
debe admitirse su clausura en un "coto privado" de expertos.