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Complejidad y Salud

Denise Najmanovich *

Fundación para el Desarrollo y la Promoción de las


Redes Sociales, Buenos Aires, Argentina

Resumen

"Si se me preguntara cuál, de entre todos los misterios,


es el que permanece por siempre impenetrable, yo respondería sin dudar:
La evidencia".Edmond Jabes.

Las concepciones modernas occidentales sobre la salud se han caracterizado por una forma
de pensar que ha limitado lo corporal a lo biológico, lo vivo a lo físico y esto a lo mecánico.
Desde luego que no todos los investigadores, médicos, sanitaristas, o prestadores de salud
han pensado de este modo pero, de un modo u otro, todos hemos sido actores y víctimas de
un sistema que tiende a la parcelación, la especialización y la estandarización. Ya en 1939
Jean Rostand nos advertía respecto a este proyecto: "En el momento actual el mecanicismo
tiene una posición extremadamente sólida, y uno apenas ve qué puede responderle cuando,
cuando en muchos de sus éxitos cotidianos, pide simplemente aplazamientos para terminar
su obra, a saber, para explicar completamente la vida sin la vida." (Rostand, J.). Ha pasado
más de medio siglo y los partidarios del mecanicismo siguen pidiéndonos postergaciones
sin darse cuenta del absurdo implícito en la pretensión de “pensar la vida sin la vida”. Por
suerte la vida misma se encarga de rebasar los cauces en las que se pretende contenerla,
aunque lamentablemente las concepciones mecánicas logran limitar nuestra mirada sobre la
salud, restringir las prácticas terapéuticas y obstaculizar muchos desarrollos fértiles.

El proceso de construcción de la imagen moderna del hombre, con su peculiar concepción


dicotómica, requirió varios siglos y se fue dando en distintos ritmos. Desde Galeno a la
Medicina Experimental, pasando por la "De Humani Corporis Fabrica" de Vesalio, fue
forjándose una concepción del ser humano, el cuerpo y la salud que dejo atrás a las
"criaturas de Dios" medievales y fue dando paso al "individuo normal" para luego
descuartizarlo en "aparatos" y "sistemas", aislarlo de su medio nutriente, y divorciarlo del
alma. El hombre moderno se separó de la comunidad, la persona del organismo, la
humanidad del cosmos. Las expresiones de este proceso fueron múltiples, pero en todos los
casos se caracterizaron por privilegiar:

 la sustancia respecto del proceso


 la materia con relación a la forma
 la estabilidad por sobre la transformación
 la simplicidad mecánica a la complejidad de la vida.
Este modo de pensar que durante varios siglos permitió el desarrollo de un mundo rico y
potente, se está tornando un chaleco de fuerza que impide seguir creciendo y producir
nuevos sentidos. Afortunadamente, en las últimas décadas del siglo XX han comenzado a
desarrollarse otros paradigmas, otras metáforas, y otros puntos de vista diferentes a la
perspectiva mecanicista que nos dan la posibilidad de ampliar, enriquecer y sofisticar el
pensamiento y la vivencia de la vida humana y la salud.

Desde la termodinámica a la antropología, de las teorías de autoorganización a la ecología,


del pensamiento del sujeto hasta la teoría del conocimiento, ha comenzado a propagarse un
nuevo enfoque que sienta las bases para un pensamiento dinámico capaz de dar cuenta del
cambio en sus múltiples dimensiones: el de la complejidad.

Los mapas conceptuales de la ciencia clásica en los que fuimos educados ya no resultan
fértiles. Para enfrentar los desafíos del mundo contemporáneo necesitamos nuevas
cartografías, y sobre todo nuevas formas de cartografiar: debemos buscar otros
instrumentos conceptuales y crear nuevas herramientas que nos permitan movernos sobre
territorios fluidos. En la contemporaneidad la complejidad se enlaza con la metáfora de la
red, con la idea de interacción, con la perspectiva de la autoorganización y la evolución de
sistemas complejos en entornos activos. Desde esta mirada, es posible romper con el
hechizo del dualismo, con la pesadilla del mundo en blanco y negro de las oposiciones
dicotómicas. El cuerpo ya no está constreñido al armazón mecánico ni a un funcionamiento
homeostático: hoy podemos pensarlo como un campo dinámico capaz de ser afectado y de
afectar. No es solamente un cuerpo físico, ni meramente una máquina fisiológica, es un
organismo vivo que evoluciona en intercambio con otros y que es capaz de dar sentido a la
experiencia de sí mismo.

De la partícula a la red, del objeto a la configuración dinámica, de la estructura a la


actividad organizativa

El pensamiento moderno en general, y la ciencia newtoniana en particular concibieron un


cosmos formado por partículas elementales aisladas (cuyos límites son absolutos e
infranqueables) cuya única forma de relación era la composición mecánica (aquella que no
altera a los componentes). Desde esta perspectiva se ha encerrado al cuerpo en una piel-
cápsula, con límites fijos y fronteras impenetrables estableciendo una distinción radical
entre el medio interno y el externo. Estas metáforas han sido la base de la construcción de
la noción de cuerpo que ha configurado nuestras experiencias y establecido límites y
posibilidades a nuestras vivencias y concepciones sobre la salud y la enfermedad.

El objeto de la ciencia clásica, tanto en la física como en las ciencias sociales y en la


medicina, es una entidad cerrada y distinta, que se define aisladamente en su existencia. Sus
caracteres y propiedades se suponen independientes del entorno, al que se considera inerte.
Toda la ciencia moderna se caracterizó por concebir el mundo como un conjunto de
unidades elementales (partículas, sujetos, individuos, palabras, etc.) que merced a
relaciones estructurales rígidas podían componer objetos.

Es un grave error suponer que la modernidad ha sido anti-sistémica. Al contrario, la nota


diferencial de la ciencia y de la sociedad moderna es la estructuración de un cosmos
mecánico. El método analítico descompone los objetos hasta llegar a una supuesta partícula
elemental para luego recomponer el mundo a partir de unidades independientes acopladas
entre si merced a relaciones fijas e inalterables para constituir un sistema cerrado e
inmutable. La diferencia crucial entre estas concepciones que privilegian la mirada de la
simplicidad y el enfoque de "redes dinámicas", propio del pensamiento complejo, no se
ubica en la oposición entre el pensamiento analítico y el sistémico sino en que la
modernidad instituyó un enfoque esencialista-determinista basado en unidades-objeto fijos,
mientras que en la actualidad está en plena expansión un abordaje dinámico no-lineal que
toma el vínculo y el intercambio como punto de partida.

Las miradas de la simplicidad y de la complejidad conciben de modo diferente la naturaleza


de lo que ha de llamarse sistema, de lo que ha de concebirse como parte, y del vínculo que
las relaciona. Como claramente lo ha expresado Morin, hemos entrado en una "doble crisis:
la crisis de la idea de objeto y la crisis de la idea de elemento" (Morin, 1981). Es necesario
agregar que, además, se han vuelto problemáticas las nociones de relación y unidad. Como
si esto fuera poco, la arquitectura global del proceso de conocimiento también ha mutado
radicalmente: para poder comprender la potencia y la extensión de la noción de “redes
dinámicas” es preciso reformular y reconfigurar completamente nuestro sistema categorial
y nuestras formas de producir sentido.

En el enfoque dinámico de la complejidad los vínculos no son conexiones entre entidades


(objetos o sujetos) preexistentes, ni estructuras fijas e independientes, sino que los vínculos
emergen simultáneamente con aquello que enlazan en una dinámica de autoorganización
(Najmanovich, 2005). Lo que concebimos como sistema, partes y enlaces desde una
perspectiva dinámica no tienen existencia independiente ni previa al acto de conocer. Todo
conocimiento es una configuración actual del mundo producida en la interacción y el
intercambio.

Hace varias décadas que Edgar Morin planteó que "Se ha tratado siempre a los sistemas
como objetos, en adelante se trata de concebir a los objetos como sistemas." (Morin,
1981). Las últimas décadas del siglo XX y el comienzo del nuevo milenio han sido
prolíficas en esta tarea: con el desarrollo de la teoría de autoorganización (Atlan 1990, Von
Foerster, 1991), las concepciones de la vida como producción autopoiética (Maturana y
Varela, 1986) y los abordajes de la complejidad (Prigogine, 1987, Morin, 1981) son
algunos de los pensadores claves en este proceso.

Henry Atlan, uno de los teóricos pioneros del campo de la complejidad y la


autoorganización, sostiene que "las organizaciones vivas son fluidas y móviles. Todo
intento de inmovilizarlas, en el laboratorio o en nuestra representación, las hace caer en una
u otra de las dos formas de muerte: el cristal o el humo. (…). Las nociones opuestas de
repetición, regularidad, redundancia, por un lado, y variedad, improbabilidad, complejidad
por el otro, pudieron ser sacadas a la luz y reconocidas como ingredientes que coexisten en
esas organizaciones dinámicas. Éstas aparecieron como compromisos entre dos extremos:
un orden repetitivo perfectamente simétrico del que los cristales son los modelos físicos
más clásicos, y una variedad infinitamente compleja e imprevisible en sus detalles, como
las formas evanescentes del humo" (Atlan, 1990).
La organización, desde los enfoques dinámicos, vincula de infinitas formas lo que las
dicotomías clásicas habían escindido y petrificado (el objeto, el cuerpo, la estructura) o
evaporado (el sujeto, el significado, los vínculos no reglados). Los abordajes de la
complejidad conjugan la estabilidad y el cambio, la unidad y la diversidad, la autonomía y
el vínculo, la individuación y la configuración sistémica.

Para mayor claridad, conviene destacar ahora los supuestos básicos de la concepción
dinámica:

a) Las partes de un sistema complejo sólo son “partes” por relación a la organización
global que emerge de la interacción. Lo que será parte y lo que será sistema dependerá del
modo de interrogación e interacción que empleemos. Por ejemplo, el hígado es parte del
organismo y, simultáneamente, es el nivel sistémico en relación a sus células.

b) A ningún nivel encontramos “unidades elementales” aisladas sino patrones de


interacción en red.

c) La “Unidad Heterogénea” formada en y por la dinámica no puede explicarse por sus


componentes. El sistema emerge a partir de la dinámica interactiva de las redes tanto a
nivel interno como en los intercambios con el ambiente. Éstas pueden ser tanto sinérgicas
como inhibidoras, conservadoras o transformadoras. Ni siquiera las características y el
comportamiento de una simple molécula como la del agua puede explicarse a partir de las
propiedades del Oxígeno y el Hidrógeno que son sus componentes.

d) El sistema es abierto en una configuración activa producto de su intercambio con el


medio, que no es un contexto pasivo sino un entorno activo. Dado que el inter-cambio
afecta necesariamente a todos los que participan en él, resulta imposible en esta perspectiva
la existencia de un suceso asilado o de un ambiente neutro. Tampoco existe un “todo”
completamente terminado o definido: el sistema tiene integridad (no le falta nada) pero no
es “total” (está siempre haciéndose).

e) Las partes no son unidades totalmente definidas en sí mismas, sino que existen como
redes dinámicas.

f) El sistema surge de la interacción en múltiples dimensiones de la dinámica de redes. La


organización resultante se conserva o transforma a través de múltiples ligaduras con el
medio, del que se nutre y al que modifica, caracterizándose por poseer una “autonomía
ligada”.

g) El universo ya no es concebido como átomos (unidades elementales completamente


definidas, indivisibles, e inmutables) en el vacío, sino como una red de interacciones y, por
lo tanto, la libertad no puede concebirse como independencia.

h) Las ligaduras con el medio son la condición de posibilidad para la libertad. La


flexibilidad del sistema, su apertura regulada, le permite cambiar o mantenerse, en relación
a sus interacciones con su ambiente. Al no ser el contexto un ámbito separado e inerte sino
el lugar de los intercambios, el universo pasa a ser considerado una inmensa "red de
interacciones", en el que nada puede definirse de manera absolutamente aislada.

i) Al tratar con sistemas complejos dinámicos en un mundo entramado es imposible aislar


completamente factores o cadenas causales lineales (esta imposibilidad es tanto espacial
como temporal): “El aleteo de una mariposa en Japón puede producir un terremoto en New
York”.

k) Sólo podemos preguntarnos por las condiciones de emergencia, por los factores
coproductores que se relacionan con la aparición de la novedad que no sólo genera algo
nuevo, sino que reconfigura lo existente en tanto modifica la trama. La emergencia a
diferencia de la causalidad clásica, hace lugar al acontecimiento y al azar, rompe con la
linealidad del tiempo y da cuenta del aspecto creativo de la historia. Este modo explicativo
apunta más a la comprensión que a la predicción exacta, y reconoce que ningún análisis
puede agotar el fenómeno que es pensado desde una perspectiva compleja.

j) Al surgir la organización a partir de una dinámica de intercambio no hay jerarquías


preestablecidas. Las redes son de naturaleza heterárquica y adhocrática, puesto que toda
configuración es un resultado ad-hoc de los encuentros. En su análisis de la Batalla de las
Islas Midway que enfrentaron a norteamericanos y japoneses, Von Foerster nos legó un
maravilloso ejemplo para diferenciar la concepción jerárquica , donde sólo gobierna el
"Jefe Supremo " y la línea de mando va únicamente de arriba hacia abajo; del modelo
heterárquico, donde el poder circula sin dirección fijada a-priori. El barco insignia
estadounidense fue hundido en los primeros minutos y su flota se vio obligada por las
circunstancia a pasar de un modo de organización jerárquico a uno heterárquico. Lo que
pasó entonces fue que el encargado de cada barco, grande o pequeño, tomaba el comando
de toda la flota cuando se daba cuenta de que, dada su posición en ese momento, sabía
mejor lo que convenía hacer. El resultado fue la destrucción de la flota japonesa. Esta
modalidad organizativa no sólo ha dado grandes resultados en la estrategia militar, sino que
ha guiado buena parte de la investigación en muchas áreas, desde las neurociencias hasta la
informática. En este último caso, contribuyó a la sustitución de las computadoras gigantes
que centralizaban toda la información por una red donde la misma ésta distribuida y es más
rápida y eficientemente accesible.

El sistema organizado no es un producto fijo, sino una resultante de un proceso dinámico de


interacciones de redes que genera sus propios bordes y produce una unidad autónoma. Esta
unidad sistémica solo existe y adquiere una estabilidad relativa a través de los intercambios
permanentes con el medio ambiente en el que está embebida y del que forma parte
inextricable. El hecho mismo de que hayamos convertido la actividad organizadora en el
sustantivo "la organización" muestra cómo el discurso de la modernidad tiende a
esencializar y fosilizar toda actividad dinámica, convirtiendo en objeto lo que es un
proceso. De este modo la vida llegó a pensarse como algo independiente de los cuerpos y el
cadáver llegó a ser la referencia objetiva por antonomasia en la investigación médica.

Para comprender este proceso dinámico es necesario realizar un pequeño rodeo


epistemológico puesto que la concepción del conocimiento en la que todos nos hemos
formado es un obstáculo fundamental para el pleno desarrollo del pensamiento dinámico.
Las diversas epistemologías de la modernidad, ya sean empiristas o racionalistas, ya sea
que partan de una postura atomista o estructuralista, conciben el conocimiento como
representación: una imagen del mundo reflejada en el interior de un sujeto abstracto. En los
abordajes de la complejidad, el conocimiento es concebido como un proceso de interacción
de los sujetos con el mundo, que nunca es individual sino social y mediado por nuestra
biología, por la cultura y por la tecnología. En este intercambio corpóreo y simbólico
emergen en nuestra experiencia sistemas que parecen estables pues cambian tan lentamente
para nuestra sensibilidad que ni siquiera lo notamos y tendemos a considerarlos inmutables
(los objetos más estables). Otros sistemas lo hacen más rápidamente y aceptamos que
evolucionan. Entre éstos muchos conservan rasgos similares de modo tal que decimos que
son los mismos (las personas son un excelente ejemplo de esta clase). Finalmente existen
sistemas que cambian de una manera en que ya no podemos seguir concibiéndolos como lo
hacíamos hasta entonces y decimos que han mutado o se han transformado (por ejemplo
cuando una célula en lugar de conservar la organización o perderla completamente como
ocurre con la muerte, se transforma en célula cancerosa).

La célula, mientras está viva siempre está en actividad, intercambiando materia y energía
con su entorno en una dinámica globalmente transformadora, aún cuando conserve la
pertenencia a una misma clase: una célula cardiaca seguirá siendo una célula cardiaca
mientras viva, pero en la medida que el proceso vital es siempre el fruto de un intercambio
permanentemente con el medio, nunca será idéntica ni siquiera a sí misma (pudiendo
incluso sufrir un proceso de trasformación extrema). En la perspectiva dinámica estamos
siempre pensando en términos de "actividades organizadoras", es decir, de procesos
embebidos en un tiempo que no es abstracto y tampoco lineal sino compuesto de una
multiplicidad de ritmos. Lo que llamamos productos, u objetos, son procesos cuyo ritmo es
tal que nuestra sensibilidad no detecta el cambio y cuya dinámica conserva la similitud de
las formas.

Los seres vivos son, desde esta perspectiva, un entramado multidimensional de redes que se
autoorganizan en distintos ritmos, algunos con una dinámica de transformación más lenta, y
otras más rápida. Algunos mantienen la forma, en y a través de los cambios, y otros mutan.
La ciencia moderna sólo tenía en cuenta los procesos más estables, o en equilibrio
estacionario de modo tal que solo pudo concebir Sistemas Mecánicos Cerrados, Estructuras
y Unidades Elementales. Todos ellos eran concebidos desde un a-priori como esencias y
por tanto estaban más allá de la historia. Su reino era el de la eternidad de los modelos
ideales. Los "enfoques dinámicos complejos" proceden de un modo muy diferente,
permitiéndonos pensar en términos de configuraciones activas que nos permiten observar:
Sistemas Complejos Evolutivos, Estructuras Disipativas, Redes y Constelaciones
dinámicas, además de los sistemas más estables. Éstos últimos, ya no son concebidos como
esencias, sino que al igual que las otras configuraciones son temporales pues nacen, viven y
mueren, aunque a un ritmo más lento. En su devenir pueden atravesar períodos de gran
estabilidad, cuando su dinámica es conservadora de la forma, pueden tener mayor o menor
rigidez o consistencia y variar con amplitud y velocidades diversas.

En su teoría de la organización, Morin desarrolló a fondo una noción de sistema abierto y


dinámico que es a la vez más y menos que la suma de sus partes. En la "unidad
heterogénea" formada por una dinámica de interacciones, la noción de organización, la
concepción de sistema y la idea de parte han cambiado de naturaleza. Podemos decir que es
preciso dar de ellas una nueva definición, o mejor aún que ha mutado radicalmente el modo
de establecer límites.

Para el modelo de pensamiento que hemos heredado el concepto de límite se establece


según oposiciones insalvables entre términos completamente puros en sí mismos y a la vez
radicalmente independientes: lo propio y lo ajeno, el yo y el otro, adentro y afuera. Desde
esta mirada dicotómica, el límite es siempre fijo y separa drásticamente un exterior y un
interior. A estos límites insalvables los he llamado "límites-limitantes" y son los únicos
reconocidos como legítimos por la lógica clásica. Los principios de identidad, no-
contradicción y tercero excluido, forjaron un modo de definición que establecía límites
infranqueables y elementos aislados. Sin embargo esta no es la única lógica de la que
disponemos hoy en día y sus límites no son los únicos que somos capaces de concebir y
vivenciar: las fronteras entre países son transitables, la membrana celular es permeable, la
piel es porosa, el lenguaje no es unívoco. En el enfoque de redes no se establecen las
distinciones de modo abstracto sino que éstas emergen, se sostienen y cambian a partir de
los intercambios en la red. Ya no estamos hablando de barreras insuperables, sino de bordes
permeables y mutables producidos en una dinámica, que va formando límites a los que he
denominado "límites habilitantes" (Najmanovich, 2005). Estos límites no son fijos, ni
rígidos, no pertenecen al universo de lo claro y distinto: son interfaces mediadoras, sistemas
de intercambio y en intercambio, se caracterizan por una permeabilidad diferencial que
establece una alta interconexión entre un adentro y un afuera que surge y se mantiene -o
transforma- en la dinámica vincular auto-organizadora.

En la perspectiva dinámica, el límite es emergente y dinámico: habilita y constriñe


simultáneamente, separa y une al mismo tiempo. Es por, a través, y en los intercambios,
que las cosas existen como tales: los límites no son absolutos, las propiedades no son
esenciales, los destinos no son eternos: los sistemas autoorganizados nacen y viven en la
red de intercambios, no existen antes o independientemente de los movimientos que les dan
origen. Es la dinámica de interacciones la que va configurando los propios límites de modo
tal que se hace posible distinguir una unidad global dotada de autonomía. Maturana y
Varela han desarrollado una concepción de la vida como organización autopoiética, es decir
autoproducida por el metabolismo celular. "Este metabolismo celular produce componentes
todos los cuales integran la red de transformaciones que los produjo, y algunos de los
cuales conforman un borde, un límite para esta red de transformaciones. Ahora bien, este
borde membranoso no es un producto del metabolismo celular (…) Esta membrana no sólo
limita la extensión de la red de transformación que produjo sus componentes integrantes,
sino que participa en ella. (…) (…) por un lado podemos ver una red de transformaciones
dinámicas que produce sus propios componentes y que es la condición de posibilidad de un
borde, y por otro podemos ver un borde que es la condición de posibilidad para el operar de
la red de transformaciones que la produjo como una unidad. La característica más peculiar
del sistema autopoiético es que se levanta por sus propios cordones, y se constituye como
distinto del medio circundante por medio de su propia dinámica, de tal manera que ambas
cosas son inseparables." (Maturana y Varela, 1990)

Como podemos ver, esta forma de pensar destaca la dinámica vincular como la fuente de
donde manan tanto los elementos como las relaciones de una unidad compleja que emerge
en la propia dinámica. Ni los elementos, ni las relaciones, ni la unidad existen antes o
independientemente de la dinámica que los ha parido. No hay un "a-priori", un "modelo
ideal" un "arquetipo". Lo que encontramos son configuraciones vinculares, que por cierto
no son tampoco tales por si mismas, ni para sí mismas, ni en si mismas, sino que se forman
a partir de nuestra interacción, de nuestra forma de relacionarnos con el mundo y de
producir de sentido. Desde esta perspectiva vincular, el cuerpo no existe
independientemente de nuestras vivencias, creencias, experiencias, no flota inmaculado en
la eternidad, sino que es forjado en la historia humana que transcurre siempre en un
ambiente poblado de otros seres y entidades con los que estamos profundamente
entramados.

El cuerpo es la indispensable condición de posibilidad de nuestro ser en el mundo, de


nuestra humanidad, de nuestra animalidad, de nuestra organización social. La corporalidad
es el territorio de nuestra autonomía, pero de ninguna manera implica esto una
independencia absoluta. Se trata de una autonomía altamente ligada, de una autonomía en
la relación. Desde la perspectiva vincular el cuerpo no puede ser pensado como un
recipiente que nos contiene, ni una muralla que nos aísla, es lo que se forma-deforma-
transforma y conforma en el entramado de la vida. El cuerpo es su propia historia. Historia
que lo condiciona tanto en sus posibilidades como en sus imposibilidades, puesto que toda
forma tiene un linaje de transformaciones posibles. Somos como somos en la medida en
que somos cuerpo, aunque, desde luego que no somos meramente seres corporales. Nuestra
biología forma parte de nuestro peculiar estar en el mundo, pero la propia vida no está
definida de una vez para siempre. En el interjuego de la trama corporal-vital
evolucionamos, nos transformamos, cambiamos.

Por otra parte esa biología no establece sólo una anátomo-fisiología particular para cada
especie, sino que participa de un intercambio permanente de estímulos y reacciones, de
afectos y efectos, de retroalimentaciones y escapes, de azares y mecanismos, que llevan a
una organización evolutiva compleja del cuerpo embebido, atravesado, interligado con el
medio.

La piel no sólo nos separa de los otros, es por ella, a través de ella, en ella que sentimos el
contacto tibio del aliento de un ser querido, el frío de la nieve, la caricia de un amigo, los
besos de un amante. Frontera porosa, permeable, vital en permanente recambio. El cuerpo
no es sólo el territorio propio sino también lugar de encuentro. El modelo mecánico
condena al ser humano a ser un autómata. Sin embargo, hoy no es preciso resignarse a
suponer que el hombre está hecho de barro y soplo divino, como sostiene la versión bíblica,
ni tampoco es preciso aceptar que es meramente un conjunto de átomos regidos por leyes
eternas que siguen la música del diablillo de Laplace. Nuestro cuerpo se gesta en la
biología, se desarrolla en el intercambio permanente de materia y energía con su medio
ambiente, se forja en los encuentros afectivos con nuestros congéneres y otros seres, crece
en un mundo de sentido, adquiere los hábitos de los juegos relacionales de nuestra peculiar
cultura.

Ahora bien, la filosofía de la escisión arrancó de cuajo a la razón del vientre vivo que la
gestó. La concepción mecánica de cuerpo se limitó a las funciones biológicas y no pudo
incluir ni a los afectos o a las emociones, ni a nuestra capacidad de imaginar y dar sentido.
El sujeto moderno fue un sujeto abstracto, pura razón incorpórea: una abstracción lógica. El
cuerpo humano fue un autómata mecánico. El hombre y la mujer máquinas animadas por
un fantasma (la mente incorpórea). Se trata entonces de tomar en serio el desafío de generar
nuevos modos de pensar los diversos paisajes vitales en los pueda habitar un sujeto
encarnado, profundamente enraizado en su cultura, atravesado por múltiples encuentros (y
desencuentros), altamente interactivo, sensible y emotivo, en permanente formación y
transformación co-evolutiva con otros sujetos y con el medioambiente.

Es en esta evolución que seres cada vez más complejos fueron manifestando nuevas y
sorprendentes propiedades: de la irritabilidad del paramecio, a los deseos, la imaginación y
la producción de sentidos humanos pasando por las sensaciones y emociones de los
mamíferos. Las huellas de esta evolución no son en absoluto lineales, ni el camino
recorrido tiene su cima en nuestra especie, pero aún así nuestra humanidad se inscribe allí.

Dinámica de la Salud: Configuraciones de lo Posible en un Mundo Vincular


Para entrar al reino de la complejidad es necesario, buscar puntos de vista diferentes al de la
perspectiva de la ciencia clásica que privilegiaba la simplicidad y forjar otras formas de
interacción, de producción de sentido y de experiencias que nos permitan pensar la salud
como una problemática del vivir humano como "sujetos entramados" en lugar de concebirla
como un desperfecto mecánico.

El estilo cognitivo de la simplicidad se ha expresado en el campo de la salud este


pensamiento como una concepción mecánica de la vida o, a lo sumo, ha sido capaz de
presentar una perspectiva dinámica conservadora ligada al concepto de homeostasis. El
modelo de atención fue estructurado tomando como foco al "cuerpo máquina" y al
“individuo incluido dentro de una epidemiología estadística". Al concebirse el cuerpo como
un sistema cerrado, compuesto de subsistemas (los diversos "aparatos" estudiados de forma
separada) se fue aislando a las personas de sus entornos afectivos, emocionales, cognitivos,
relacionales y culturales. Al mismo tiempo que se facilitó la especialización que llevó al
desarrollo de concepciones y prácticas desacopladas entre sí.

El desafío de los enfoques de la complejidad es el de restituir la vitalidad a la vida sin


necesidad de recurrir al “elan vital” del vitalismo. Las perspectivas conceptuales que se
abren con los modelos de autoorganización nos permiten saltar de la oposición
"mecanicismo-vitalismo" y explorar los territorios al "otro lado del espejo". La salud, desde
una perspectiva de la complejidad, no puede pensarse si no es en referencia al itinerario que
la misma vida fija, a los valores que el hombre construye, a las prácticas culturales que le
dan sentido, a las configuraciones de acciones colectivas que le dan vida.

La vida va a contramano de la lógica clásica: sólo los sistemas que logran cambiar y
mantenerse simultáneamente están vivos. Vivir implica flujo, transformación, inter-cambio
regulado entre un ser vivo capaz de especificar su forma de estar en el mundo y su entorno.
En términos de la teoría autopoiética de Maturana y Varela "los seres vivos se caracterizan
porque, literalmente, se producen continuamente a sí mismos, lo que indicamos al llamar a
la organización que los define, organización autopoiética" (Maturana, H. y Varela, F.,
1986). El organismo humano como un todo cumple con las características de una
organización compleja autopoiética y autorregulada. No es un mecanismo que puede
especificarse desde el exterior según leyes causales, es un sistema autónomo
autoorganizado producto de una multiplicidad de intercambios que han generado una
"unidad heterogénea" emergente con una legalidad propia.

Ahora bien, los seres vivos son sistemas autónomos pero no independientes, esto quiere
decir que su autonomía sólo existe en y por las relaciones de intercambio, es una
"autonomía ligada" que configura un cuerpo que lejos de ser un mecanismo aislado es un
nodo cambiante en la gigantesca y vibrante trama de la vida. En la dinámica
autoorganizadora no hay posibilidad para que se formen compartimentos estancos. Desde
las perspectivas de la complejidad no pueden existir una barrera infranqueable entre lo
propio y lo ajeno, el cuerpo y la mente, el individuo y la sociedad o los seres humanos y su
medio ambiente. La salud, por tanto, no puede regirse por parámetros ligados a un
arquetipo fijo y universal (el "hombre sano") ya sea este concebido como un "modelo ideal"
o un "normal estadístico" (el Frankenstein de los "seguros de salud y de vida" o de la
"medicina basada en la evidencia").

Las concepciones dinámicas no se detienen en el pensamiento de la corporalidad, y nos dan


la oportunidad de concebir la salud como una relación del hombre con el que está
embebido. No es el cuerpo el que enferma sino el ser humano. Más aún, la persona humana
dotada de emoción y conciencia, afectiva y capaz de conocer, imaginativa y social,
inconciente y entramada, es la que enferma o sana, la que vive o muere. Y esta "persona
humana" no pertenece al campo de la biología solamente, sino que adviene y deviene
"sujeto", porque no nace como tal, sino que se hace en y por los intercambios sociales en
los que participa y en cuyo ambiente está embebida. Si aceptamos que existen tantas formas
de ser "personas" como culturas humanas, si convenimos en que no existe una "naturaleza
humana" ni un "estructura psíquica" abstracta ni universal, no podemos aceptar la
existencia de parámetros o criterios de salud fijos y eternos.

Si la vida es flujo y tensiones activas en co-evolución con el ambiente (humano, animal y


cósmico), y no un mecanismo estático y regular, los criterios respecto a qué es normal y
qué es patológico así como las metáforas que estructuran las prácticas médicas dominantes
resultan en el mejor de los casos pobres y limitadas (aunque puedan ser local y
puntualmente eficaces) y en el peor peligrosas y iatrogénicas.

Pasar desde una concepción del hombre como un "individuo" con un cuerpo mecánico y
una mente desencarnada, para el cual la salud se relaciona con proteger permanentemente
sus fronteras para preservar el equilibrio interno, a una perspectiva capaz de hacer lugar a la
complejidad de la vida y la multidimensionalidad de la experiencia humana implica un
desafío mayúsculo. En la actualidad, estamos atravesando un período de transición en el
cual si bien es cierto que muchos "declaman" estar abiertos a un punto de vista que supone
a la "Salud como bienestar físico, psicológico y social" , son muy pocos los que han
desarrollado enfoques específicos que hagan de esta mirada de la salud algo más que un
mero slogan.

Una de las mayores dificultades para lograr una verdadera transformación se relaciona con
que los marcos teóricos no han sido nunca, pese a las protestas positivistas, ideas "puras"
refrendadas por "hechos independientes", sino productos de la actividad humana cuya
forma/contenido está ligada de manera no lineal, pero no por ello menos firme, a las
prácticas de las comunidades humanas. El "modelo médico hegemónico" de la modernidad
no es sólo una teoría: es una práctica institucional. No se trata meramente de concepciones
intelectuales, sino de un “imaginario encarnado” en los médicos y sus formas de
organización hospitalaria, sus sistemas de educación y validación, sus relaciones con las
áreas de investigación y las empresas de "salud" (aunque lo correcto sería decir de
"mercancías sanitarias": medicamentos, sistemas de diagnóstico, arquitectura hospitalaria,
etc.).

El desafío para aquellos que quieran hacer lugar a la complejidad en el campo de la salud es
un desafío a la vez teórico y pragmático, social e individual, político y ético. Desde el punto
de vista epistemológico requiere, además, una precaución particular, puesto que la salida
del universo de la simplicidad implica adentrarse en los territorios de la diversidad, y por lo
tanto renunciar a la ilusión de crear una concepción universal de la salud diametralmente
diferente al mecanicista. Desde nuestra perspectiva, esto sería como despertarse del sueño
dogmático para caer en los brazos una alucinación. Podemos decir de la “salud” lo mismo
que San Agustín decía del tiempo: sabemos lo que es hasta que nos lo preguntan. Y,
puestos frente a la cuestión, existen multiplicidad de respuestas valiosas, pertinentes,
fértiles y también ridículas, pobres, malintencionadas e incluso perversas entre las cuales
deberemos seleccionar con sumo cuidado la que resulte adecuada según el objetivo, las
expectativas, los valores y necesidades contextuales que crearon la pregunta.

Algunos de los itinerarios posibles en la construcción de nuevas formas de vivir-pensar-


cuidar la salud que están a la orden del día en la agenda contemporánea nos brindan un
marco general de pensamiento que lejos de dar respuestas unívocas son herramientas
poderosas para pensar y producir sentido en los contextos específicos. En particular resulta
provocador pensar los problemas de la salud como parte de la cuestión general de la
"convivencialidad", en la medida que concebimos al ser vivo como un nodo en la trama
evolutiva de la vida. Desde esta mirada, la salud no puede ser nunca una cuestión
meramente individual, sino que está siempre en la intersección entre el hombre/mujer, su
sociedad y su medio ambiente. Por otra parte, el ser humano como "unidad heterogénea" no
es meramente un mecanismo biológico, es un ser consciente e inconsciente, afectivo,
emocional, socializado que vive en una cultura determinada con historias, producciones de
sentido y expectativas específicas. Esto nos lleva a sostener que un enfoque complejo sólo
será posible a partir de equipos interdisciplinarios en interacción permanente con las
comunidades a las que "ayudaran" a darse y poner en marcha sus planes de salud. Desde
esta perspectiva, que no monopoliza el saber sobre la salud en los profesionales médicos,
sino que la entiende como un proyecto de vida de un grupo humano, la responsabilidad en
la planificación, puesta en práctica y evaluación pertenece a la comunidad en su conjunto.
Esta propuesta no diluye la exigencia de una ética médica sino que la contextualiza y la
concibe en la interacción de todos los actores sociales; a la vez que exige del "enfermo" no
una actitud "paciente" ni pasiva, sino una participación activa en el cuidado de su salud. De
igual manera, ni los conocimientos técnicos, ni los diagnósticos o quirúrgicos, son
infravalorados, sino que entran a formar parte de un espacio dinámico de intercambio y
colaboración, en el cual la perspectiva se orienta en consonancia con las exigencias del
entorno.
Los modelos multidimensionales no pueden sostenerse en el marco de las instituciones
actuales, con una rígida organización jerárquica y una división del trabajo, el saber y la
responsabilidad fundada en un modelo mecanicista y en sistemas de salud burocratizados y
plagados de intencionalidad lucrativa, rentabilidad y/o eficacia administrativo-económica.
Sin embargo, en muchos lugares se van desarrollando cada vez mas modalidades
"informales" de trabajo que superan los inconvenientes técnicos y van dando lugar a nuevos
modos de abordaje. Al igual que en aquellas zonas dejadas "de la mano de DIOS
DINERO", se van tejiendo redes -que por necesidad y/o decisión- intentan nuevos caminos
para enfrentar la problemática cada vez más acuciante de la salud. Así han ido
desarrollándose equipos heterárquicos, en donde el poder de acción y decisión no está
depositado en una cabeza, vanguardia o dirección -como sucede en las organizaciones
jerárquicas-, sino que circula y se adapta a las necesidades y posibilidades contextuales.

El debate sobre los diversos modelos de atención, la responsabilidad y el rol del estado, la
interacción entre la esfera pública y privada, el lugar de las mal llamadas “terapias
alternativas”, la conformación de equipos interdisciplinarios, la relación médico- paciente,
está a la orden del día. Los sistemas centralizados y fuertemente burocratizados han
estallado en casi todo el mundo, sin embargo la búsqueda de soluciones globales,
definitivas y universales atenta contra la resolución del problema, sólo una aproximación
comunitaria local con amplia participación de todos los actores sociales pueden aspirar a
construir itinerarios fecundos en el camino de un abordaje complejo de la salud.

Bibliografía

- Atlan, H. "Entre el cristal y el humo", Ed. Debate, (1979), Madrid,1990.


- Maturana, H. y Varela, F. “El árbol del conocimiento”, Editorial Universitaria, Santiago,
1986.
- Morin, E. “El método”. Vol I, Cátedra, Madrid, 1981.
- Najmanovich, D. “El lenguaje de los vínculos de la independencia absoluta a la autonomía
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- Najmanovich, D “El juego de los vínculos. Subjetividad y lazo social: figuras en
mutación”, Biblos, Buenos Aires, 2005.
- Najmanovich, D y Lennie, V. “Pasos hacia un pensamiento complejo en salud”, trabajo
presentado en el Primer Seminario Bienal de Implicaciones Filosóficas de las Ciencias de la
Complejidad. La Habana, Enero 2001.
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- Prigogine, I. ”La estructura de lo complejo”, Alianza, Madrid, 1987.
- Rostand, J. 1939 “La Vie et ses Problèmes”, París: Flammarion.
- Von Foerster H. "Las semillas de la cibernética" Gedisa, Barcelona 1991.

Resumen
En esta presentación trabajo intentaremos mostrar cómo el pensamiento polarizado o
dicotómico es un obstáculo fundamental para la construcción de nuevos abordajes de la
salud y de las formas complejas de aproximación al ser humano que sufre. Luego
avanzaremos en la propuesta de construir un abordaje que sea capaz de contener la
dinámica de la vida y que permita religar aquello que la simplicidad escindió: el cuerpo y la
mente, el individuo y la sociedad, lo público y lo privado, el hombre y la naturaleza.
Consideramos que la salud debe pensarse en referencia al itinerario que la misma vida fija,
a los valores que el hombre construye, a las prácticas culturales que le dan sentido. El
desafío que enfrentamos es a la vez teórico y pragmático, social e individual, político y
ético. Salir del universo de la simplicidad implica adentrarse en los territorios de la
diversidad y nos lleva a considerar que el "arte dialógico" es fundamental para el desarrollo
de nuevas perspectivas y prácticas de salud que van mucho más allá del saber-hacer
médico. La salud pertenece al ámbito comunitario en su conjunto y desde la complejidad no
debe admitirse su clausura en un "coto privado" de expertos.

Curriculum del Autor


- Epistemóloga.
- Doctora por la PUC-San Pablo. Master en Metodología de la Investigación Científica.
Bioquímica UBA.
- Profesora de Epistemología del doctorado de Arquitectura, UBA.
- Profesora Titular de “Epistemología de las Ciencias Sociales” y de “Epistemología de la
Psicología Social”, Universidad CAECE.
- Profesora invitada en numerosas universidades del país y de Brasil, Chile, Uruguay, y
México.
- Asesora Académica de FUNDARED (Fundación para el Desarrollo y la Promoción de
las Redes Sociales).
- Trabaja en temáticas relacionadas con el enfoque de la complejidad, los nuevos
paradigmas, y las redes.

Publicación: Septiembre de 2007

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