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Antonio González
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años cuarenta, en Naturaleza, historia, Dios. Allí Zubiri sostiene una tesis atrevida
sobre la filosofía ilustrada de la historia. Según Zubiri, la filosofía de la historia
desarrollada entre Herder y Hegel se habría aproximado a su objeto con un
presupuesto no criticado, e ingenuamente utilizado en su conceptuación del devenir
histórico. La modernidad habría conceptuado la historia mediante categorías, no
suficientemente explicitadas, que en el fondo son de origen aristotélico. En
concreto, la filosofía ilustrada habría pensado la historia como el desenvolvimiento
de unas potencias que el género humano ya poseería desde el comienzo de los
tiempos. Ya se trata de las potencialidades de la naturaleza humana, de la materia,
o del Espíritu, en todos los casos, la modernidad habría pensado la historia como el
paso de unas potencias al acto. Lo que sucedería en la historia sería aquello que la
naturaleza, la materia o el espíritu ya tenía en potencia al comienzo de los tiempos,
y que simplemente se limitaría ha pasar a acto durante los procesos históricos[3].
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anteriores han logrado trabajosamente: el progreso científico o moral no está
nunca asegurado.
Ahora bien, la idea de posibilidad, por sí sola, no explica por qué las
posibilidades se comportan, dentro de una línea histórica determinada, de una
manera que podemos llamar “acumulativa”. Biológicamente somos iguales que el
hombre de Cro-Magnon. Tenemos sus mismas potencias, si se quiere hablar así.
Pero tenemos, por ejemplo, muchos de nosotros, la posibilidad de volar. Esta
posibilidad requiere no sólo toda la historia de la aviación desde el primer vuelo de
los hermanos Wright hace un siglo hasta nosotros. Requiere todas las novedades
técnicas de las diversas revoluciones industriales, las cuales requieren a su vez un
desarrollo científico y técnico anterior. Sin todos esos procesos de apropiación de
posibilidades, no podríamos volar. Las posibilidades apropiadas a lo largo de la
historia de algún modo perviven, están presentes, son actuales en nosotros. Y esto
quiere decir entonces que el proceso de posibilitación va decantando algo más
permanente en nosotros, que son nuestras capacidades. Estamos capacitados para
volar. La historia como proceso de posibilitación implica un proceso de capacitación
en virtud del cual las posibilidades apropiadas se van haciendo presentes y
conformando nuestra realidad actual. Si solamente tuviéramos la categoría de
posibilidad, no podríamos entender por qué las posibilidades se incorporan a
nuestra propia realidad. Por eso Heidegger, que no fue más allá de las
posibilidades, quedó siempre amenazado por la disolución hermenéutica de su
planteamiento. Solamente anclando las posibilidades en un proceso real de
capacitación podemos entender la presencia real del pasado histórico en nuestro
presente, a la vez que captar su ineludible diversidad[6].
2. Realidad histórica
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ahora vemos cómo se incorpora de un modo connatural en la línea de pensamiento
que partiendo de Heidegger, llega a Zubiri y de éste a Ellacuría. Es un camino que
conduce desde el acontecer histórico a la realidad histórica. En la obra de Ellacuría,
la realidad histórica aparece como aquella forma de realidad que abarca a todas las
formas de realidad anteriores, desde la materia y la vida, hasta el individuo y la
sociedad. Este enfoque le ha valido a Ellacuría diversas críticas. A veces se ha
sugerido que Ellacuría transforma la filosofía de Zubiri en un cierto hegelianismo,
donde toda la realidad quedaría de alguna manera absorbida por el espíritu
objetivo, de tal manera que la autonomía, la libertad, y la originalidad del individuo
se perderían definitivamente en los procesos más decisivos de la historia. La
sustantividad del ser humano, su irreductible individualidad, sería integrada como
simple nota de una sustantividad de orden superior, como es la de la realidad
histórica. Con frecuencia se insiste en que, para Zubiri, la historia no tiene ninguna
sustantividad, sino solamente los individuos que participan en ella.
Es necesario matizar estas críticas. En primer lugar, hay que decir que las
afirmaciones de Ellacuría sobre la historia como realidad no son extrañas a Zubiri
mismo. En el curso sobre Estructura dinámica de la realidad, que era uno de los
favoritos de Ellacuría, Zubiri afirma que
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sistemas de capacidades que la humanidad recibe de los procesos de apropiación
de posibilidades.
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de hablar de la “realidad histórica”, ni en el hecho de que el la unidad de lo real
tenga un carácter histórico. Éstas son tesis que se derivan directamente de la
filosofía de Zubiri, y que Zubiri afirma explícitamente. La cuestión del presunto
“hegelianismo” de Ellacuría se resuelve atendiendo al modo concreto en que se
puede pensar la pertenencia del individuo al cosmos, a la realidad o a la historia. Y,
en este punto, Ellacuría nunca ha negado el carácter personal de la realidad
humana, y el modo peculiar de instauración en la realidad que le corresponden. La
diferencia con Zubiri, en este punto, parece estar solamente en el énfasis, o en
desarrollos concretos, y no en cuestiones de fondo[11].
3. Sociedad mundial
Ciertamente, la sociología teórica todavía hoy trabaja con la idea clásica de una
unidad de lo social en términos de vínculos de sentido, o vínculos lingüísticos.
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Incluso cuando algunos sociólogos hablan de una sociedad mundial, lo hacer en
virtud de la posibilidad actual de entender o de llegar a entender el sentido de
cualquier acontecimiento, por extraña que sea la cultura en la que tiene lugar[15].
No es ésta la perspectiva de Zubiri. Para Zubiri, la unidad social consiste en la
unidad de un sistema de habitudes. Por eso mismo, la vinculación estructural tiene
lugar en el terreno de los comportamientos recíprocamente sistematizados, y no en
el campo del sentido. Los sentidos pueden ser y seguir siendo enormemente
heterogéneos entre sí, incluso hasta el punto de impedir la comprensión. Y, sin
embargo, los comportamientos humanos pueden constituir, y de hecho constituyen,
una unidad sistemática, en la medida en que unos están estructuralmente
determinados por los otros. De hecho, los vínculos económicos o ecológicos dan
lugar a determinaciones en las que no todos los participantes en las mismas tienen
necesariamente que compartir sentidos mutuamente accesibles. Basta la
determinación práctica y habitudinal de unos por otros. Justamente por ello es
posible hablar de sociedad mundial sin que necesariamente exista algo así como
una cultura mundial.
4. Civilización de la pobreza
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universalidad está minada por su base”[17]. Obviamente, no se trata en Zubiri de
una universalidad abstracta, sino de una universalidad mediada por el hecho de que
la vida moral siempre tiene lugar en el contexto de la “moral concreta” de una
determinada sociedad. Ahora bien, a partir de aquí, Ellacuría se pregunta por la
moralidad de una “moral concreta”, como es la forma de vida occidental. Tal
pregunta, obviamente, es posible solamente en la medida en que el ser humano
nunca queda integrado, como vimos, en una determinada configuración social e
histórica. En elc aso de la moral concreta de Occidente, fácilmente advertimos que
no es una forma de vida universalizable. Como los expertos suelen repetirnos, si
todos los habitantes del planeta adoptaran el modo de vida universal, la catástrofe
ecológica sería completa. Se necesitarían dos planetas como el nuestro para
sostener universalmente nuestro modo de vida[18]. Algo que no deja de ser
contradictorio con la pretensión, propia de Occidente, y derivada de la filosofía
ilustrada de la historia, según la cual nuestro estilo de vida tendría que ser
necesariamente adoptado por todos los miembros de la especie humana. Ahora
bien, si este modo de vida no es universalizable, quiere decir que no es moral. Y,
por tanto, debería de ser cambiado. Éste es justamente el sentido de la propuesta
de Ellacuría de una “civilización de la pobreza”: la búsqueda, universal, de formas
de vida que posibiliten una vida digna para todos los miembros de nuestra especie,
y que sean sostenibles en el contexto de los límites ecológicos de nuestro planeta.
5. Universalismo radical
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radicalidad primera, de tal modo que la comunidad concreta de comunicación
constituye un punto de partida incuestionable. Y, obviamente, cuestionar la forma
de vida occidental sería cuestionar las “condiciones de posibilidad” de tal comunidad
de comunicación. De ahí que sea preferible poner antes en tela de juicio las
aspiraciones de crecimiento de otros países, y no las formas de vida ya
consolidadas que hacen posible la existencia de instituciones donde es posible, con
todos los límites que se quiera, un diálogo democrático libre de coacciones.
[3] Cf. X. Zubiri, Naturaleza, Historia, Dios, Madrid, 1987, pp. 362-382.
[4] Véase por ejemplo M. Heidegger, Sein und Zeit, Tübingen, 1986, p. 166.
También en Über den Humanismus, Frankfurt a. M., 1947, pp. 7-8.
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[5] Sobre el concepto de “naturaleza” en Zubiri puede verse Sobre la esencia,
Madrid, 1962, pp. 83-85.
[6] Sobre este tema puede verse D. Gracia, “La historia como problema
metafísico”, en Realitas III-IV, Madrid, 1979, pp. 79-149.
[11] Lo que sí puede ser objeto de crítica es el hecho de que Ellacuría no haya
determinado estrictamente en qué sentido hay o no integración de los individuos
en la realidad histórica. Sobre este problema, que en Ellacuría parece quedar
abierto, puede verse H. Samour, Voluntad de liberación. La filosofía de Ignacio
Ellacuría, Granada, 2003, pp. 144-148.
[13] Es algo que trataré de mostrar en una futura publicación sobre la relación
entre el pensamiento de Heidegger y el de Zubiri.
[14] Cf. X. Zubiri, Sobre el hombre, Madrid, 1986, p. 219; cf. también en su
obra sobre El problema filosófico de la historia de las religiones, Madrid, 1993, p.
75.
[15] Cf. N. Luhmann, Soziologische Aufklärung, vol. 2, Opladen, 1975, pp. 60-
63.
[16] Cf. mi trabajo sobre los “Desafíos presentes a la filosofía social y política”,
en I. Murillo (ed.), Filosofía práctica y persona humana, Salamanca, 2004, pp.
381-390.
[19] Cf. K. O. Apel, "La pragmática transcendental y los problemas éticos Norte-
Sur", en E. Dussel (ed.), Debate en torno a la ética del discurso de Apel, México,
1994, pp. 37-54.
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