Escolar Documentos
Profissional Documentos
Cultura Documentos
1
Extracto de la carta pastoral: "ME LEVANTARÉ E IRÉ A MI PADRE". Retorno al Padre de todos. 1998-1999
Cardenal MARTINI, arzobispo de Milán
Bajo esta luz, la parábola del hijo pródigo "Me levantaré e iré a mi padre" expresa la exigencia de un
origen en el cual reconocerse, de una compañía en la cual sentirse amados y perdonados, de una meta
hacia la cual tender. La angustia radical de estar destinados a la muerte, casi "lanzados" hacia ella y la
nostalgia del Padre-Madre a quien gritar para que nos salve, son dos aspectos de un mismo proceso
que se cumple en nuestro corazón, aun cuando no asuma tintes dramáticos, presente también en las
pequeñas esperanzas y ansiedades de cada día. En cuanto todos estamos marcados más o menos por la
angustia, todos somos peregrinos hacia el Padre, habitados por la nostalgia de la casa materna y
paterna, en la cual reencontrarnos con la certeza de ser comprendidos y acogidos.
El Padre-Madre del cual hablamos aquí es metáfora del Otro misterioso y último, a quien nos confiamos
sin miedo, en la certeza de ser acogidos, purificados, perdonados. Este reflejo del rostro de un Padre-
Madre capaz de amarnos sin reservas ha sido vivido por muchos de nosotros en experiencias felices de
relaciones paternas y maternas. Y aún, quien ha tenido sólo en parte estas experiencias, quien ha
tenido sobre todo experiencias negativas, tiene en el corazón, quizá todavía más fuertemente, la
nostalgia del totalmente Otro a quien abandonarse.
Este Otro que se ofrece a todos como Padre-Madre en el amor, como "Tú" de misericordia y fidelidad,
es aquel que nos ha sido revelado en Jesucristo. No es una pura aspiración, un auspicio, un vano suspiro
interior: es una realidad que nos ha sido manifestada, en la cual podemos apoyarnos como en una roca
que no cede, como en unos brazos que nos estrechan, como a un corazón que palpita por nosotros.
Es ciertamente legítimo llevar al encuentro con la Palabra reveladora de Dios nuestras angustias,
debilidades y miedos, con el peso de una esperanza humana y en la expectativa de un Otro que todo
esto comporta. La revelación de Dios Padre se cruza con nuestras ansias y expectativas; pero no deriva
de ellas, está primero que ellas, tiene su verdad histórica incontestable. Providencialmente nos sale al
encuentro y da sentido a aquel retorno, a aquel redescubrimiento del Padre que es el camino de todo
hombre y mujer sobre la tierra.
2. La vida como un peregrinar hacia el Padre.
¿Cómo facilitar la percepción del Espíritu? ¿Cómo redescubrir el rostro del Padre, como rostro
verdadero y atrayente? ¿Cómo restituir a nuestra época el gusto por la referencia última, misteriosa y
amorosa, regazo originario en el cual moverse y obrar capaz de dar sentido a la vida?
Allí donde el hombre se encierra en sí mismo o pretende abrazar al mundo entero en el pequeño
horizonte de sus proyectos, triunfan la angustia, el no-sentido, la soledad. Allí donde la persona acepta
buscar y abrirse a un horizonte más grande, la figura de un Padre nos sale al encuentro y nos llama.
Estamos por lo tanto invitados a mirar la vida y la historia como un peregrinar hacia el Padre: no se vive
para la muerte, sino para la vida, y este arribo final está ligado a Alguien que nos sale al encuentro y
nos garantiza nuestro porvenir como un pacto de alianza con El. Donde nos abrimos al Otro, que nos
visita y nos hace salir de nuestros temores y de nuestros egoísmos para vivir para los otros y con ellos,
nacen pactos de paz, encuentros nuevos, diálogos antes tenidos por imposibles. La existencia es camino
hacia la tierra prometida, que nos sale al encuentro como el Misterio santo al cual nos confiamos y por
el cual nos dejamos atrapar y salvar.
Es necesario volver al Padre que nos hace libres y nos llama a la libertad, a aquella figura que nos invita
a ser nosotros mismos, a construir con responsabilidad nuestro provenir y que lo edifica con nosotros.
Se trata, en fin, de pensar al Padre según la imagen que
nos da la parábola de la misericordia: respetuoso de la
libertad del hijo menor hasta sufrir por amor y por
espera; esperanzado en el retorno del mismo hijo y feliz
por este retorno suspirado y deseado, sin con todo
haberse inmiscuido son embargo en sus decisiones;
pronto al perdón y a la vida nueva sin recriminaciones o
lamentos.
"Me levantaré e iré a mi Padre": es sobre esta decisión
de hacernos peregrinos y de ir al encuentro del abrazo del "Otro" que te recibe, donde se juega el
camino de liberación de nuestra vida y la superación de la crisis del secularismo.
Levantarse, ir hacia quiere decir no dejarse atrapar por la nostalgia de un pasado existente sólo en
nuestra mente, ni por la seducción de un presente donde permanecer anclados en nuestras pequeñas
seguridades o en el lamento de nuestros fracasos. Levantarse, ir hacia quiere decir aceptar estar
siempre en búsqueda, a la escucha del Otro, dispuestos ir hacia el encuentro que nos sorprende y
cambia, deseosos finalmente de "obedecer" de modo adulto. (Cfr. Mt 21,28-31 - la parábola de los dos
hijos). Levantarse, ir hacia quiere decir recomenzar a vivir de esperanzas, en la esperanza. "Somos unos
pobres mendigos, esta es la verdad": esta frase -atribuida a LUTERO agonizante- es no sólo la confesión
honesta del límite experimentado, sino también la declaración de un proyecto de vida que busca fuera
de sí, en el Otro, en el Padre-Madre, en el amor el sentido de la vida y de la historia. Caminamos
entonces hacia el Padre para escuchar la Palabra en la cual Él mismo nos ha revelado.