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Lo tuvo todo y todo lo ha perdido. Lo quiso todo y nos ha dejado sin nada. Hasta ahora,
los grandes políticos de este país habían hecho mucho con muy poco, a veces sólo con
un gesto o una palabra. Este político que ahora dice que se va, en cambio, es
exactamente el caso contrario. Teniendo en sus manos el poder más extraordinario que
nunca se haya concentrado en las manos de un partido catalán, lo ha dilapidado y
destruido, destruyendo además otras muchas cosas, empezando por su propia carrera y
la de numerosos compañeros de partido y de alianzas, siguiendo por la estructura entera
del sistema de partidos catalanes, y terminando, incluso, por las ideas y los valores de la
ideología y de la cultura política central en Cataluña que es la del catalanismo político.
Todo esto es obra de Artur Mas. Con colaboraciones numerosas y con complicidades
abundantes, con responsabilidades compartidas ampliamente en el mundo periodístico,
intelectual, artístico, deportivo, mediático y empresarial. Pero tratándose de quien quería
ser un líder, el líder supremo, el que mantenía más altas las apuestas y aseguradas las
posibilidades de negociación y de victoria, suya es la responsabilidad máxima y la
mayor de todas, y a él le corresponde responder ante sus conciudadanos, los catalanes,
con independencia de las deudas que tenga que resolver ante la justicia, y responder
exactamente por el hundimiento al que nos ha llevado con sus políticas y sus decisiones
concretas, por la derrota de dimensiones históricas a la que él y los suyos nos han
abocado a todos.
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Cataluña se ha visto confrontada, gracias a los errores del independentismo, que son los
errores de Artur Mas, a la cruda realidad de su peso, su fuerza y su dimensión
geopolítica dentro de España y dentro de Europa. Mas es responsable máximo de los
tres errores más importantes cometido por el independentismo a la hora de enfrentarse
con su proyecto. Un primer error de análisis irrealista de la correlación de fuerzas, un
segundo error de tergiversación de cara a los ciudadanos respecto a las posibilidades
reales de alcanzar los objetivos propuestos y un tercer error, el más grave, de sustitución
del método posibilista del catalanismo de probada eficacia historia por un experimento
rupturista y de confrontación con España y con el mundo entero si era necesario.
La realidad de España era mucho más sólida y seria de lo que Mas había explicado. La
economía y las empresas no tenían simpatía alguna, como Mas pretendía, con un
proyecto que fabricaba inseguridad jurídica y resultaba en una inestabilidad hostil a las
leyes del mercado. La diversidad de la sociedad catalana era incompatible con un
proyecto que no ha dudado en acogerse finalmente a una idea de identidad de carácter
etno-nacionalista, despertando en consecuencia reflejos nacionalistas de signo contrario.
La Constitución española era mucho más firme y eficaz de lo que había pensado Mas
con sus frívolas astucias para esquivar o impugnar el marco legal.
Pero todas estas responsabilidades son plurales y compartidas, y forman parte de ‘la
confabulación de los irresponsables’, que tan bien ha explicado Jordi Amat en su libro
del mismo título, y que afecta a todos los partidos y a un buen puñado de dirigentes, no
únicamente a Artur Mas. Dentro de estas irresponsabilidades encabezadas por Mas, hay
algunas decisiones pertenecen directamente a la persona que las tomó, como son las
convocatorias electorales o las disoluciones de los Parlamentos, atribuciones específicas
del presidente de la Generalitat. Y también aquí las equivocaciones de Mas son
desgraciadamente memorables: disolvió cuando no lo tenía que hacer y no lo hizo
cuando era necesario, respectivamente en 2012 y 2015, por lo que cae sobre sus
hombros la responsabilidad de entregar la llave de la estabilidad parlamentaria a la
CUP, una fuerza desestabilizadora por definición y que sólo le interesa participar en
mayorías que se dediquen a desestabilizar y vulnerar la legalidad constitucional.
Nada de positivo hay en su legado. Si la historia tiene algo de piedad de su paso por la
máxima responsabilidad política catalana, le dejará en el olvido de una nota al pie
insignificante. Si es un poco más atenta y rigurosa, le dedicará uno de los capítulos más
negativos de la historia de Cataluña, el que corresponde a quien ha dilapidado la
herencia espléndida que han recibido y solo ha dejado tras de sí una casa en ruinas.