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Nuestra relación con Dios nace de la certeza de que Él nos ama, y para nosotros el
camino principal para acercarnos a ese amor es el Corazón de Jesús: Un corazón que
nos muestra cómo Dios nos ama hasta dar su propia vida; un corazón del que brota
vida verdadera para todos; un corazón presente en los corazones heridos y frágiles de
los niños y jóvenes. La espiritualidad Corazonista es una “espiritualidad de la
compasión”, pues parte de la misericordia de Dios por nosotros y nos lleva a ser
misericordiosos con los demás. Es también una “espiritualidad de la comunión”, pues
el amor de Jesús genera comunidad fraterna a su alrededor.
En buena parte del Occidente cristiano, en los últimos siglos, ante ese proceso varias
veces secular de emancipación de la sociedad civil respecto al dominio y control de
las Iglesias, éstas no han cesado de anatematizar la política como algo negativo,
pecaminoso, como un ámbito propio de intereses mezquinos, sucios. Para muchas
personas de formación cristiana tradicional, la política es algo malo, nada noble,
demasiado rastrero, o más todavía: algo pecaminoso.
Pero los tiempos han cambiado, ahora se valora muy positivamente la política como
una dimensión esencial, imprescindible para la comunidad humana, estimulando a los
cristianos a participar en ella. La política, para el cristianismo de inspiración
liberadora, a nivel mundial, ya no sería “algo pecaminoso de lo que hay que huir”,
sino, más perspicazmente mirado, “algo que, precisamente porque está en pecado,
necesita del compromiso de los cristianos para ser liberado de ese pecado”. En vez de
una actitud de ignorancia o de huida, el cristianismo liberador actual guarda hacia lo
político una relación positiva.
Los cristianos inspirados por esta corriente posconciliar liberadora se han abierto sin
resistencias a la valoración positiva de lo político, valoración que el personalista
Enmanuel Mounier expresaba con una frase que se hizo célebre: “Todo es político,
aunque lo político no lo es todo”. Desmond Tutu, el famoso arzobispo de Ciudad del
Cabo, en Sudáfrica, uno de los líderes de la participación de los cristianos en la lucha
política contra el apartheid, inspirado por la TL –que en Sudáfrica prefieren llamar
teología “contextual”–, hizo célebre también su posición: “No sé qué Biblia leen los
que dicen que la espiritualidad no tiene que ver nada con la política”. La evaluación
positiva del compromiso político y la aceptación convencida de la necesidad de su
mediación, forman parte del patrimonio cristiano progresista actual, hace ya unas
décadas, y pese a todos los retrocesos. Afortunadamente, pues, los tiempos han
cambiado.
Por parte de la sociedad civil se ha dado en los últimos años una transformación
cultural semejante, y convergente. Hasta hace pocas décadas, en ambientes laicos se
notaba un rechazo espontáneo, a veces apenas disimulado, hacia todo lo que sonara a
“espiritualidad”, vinculada como estaba la palabra, inevitablemente, al monopolio de
la misma que el cristianismo proclamaba detentar. Pero un sin fin de factores ha
producido también un cambio de actitud. La antropología, la psicología, las ciencias
sociales han ido conociendo cada vez mejor el ser humano, y han ido revaluando el
reconocimiento de su dimensión “espiritual”. Por todas partes está creciendo un uso
notablemente laico y profano de esta palabra, espiritualidad, a pesar de su pesada
historia y del mal recuerdo que lleva impreso en su propia cara, por el dualismo anti-
mundano, anti-material y anti-corporal al que su raíz etimológica hace referencia
explícita inevitable. La palabra estaba ya consagrada, y no es fácil encontrar una nueva
que resulte satisfactoria. En esta situación, lo que ha ocurrido, de hecho, es que se ha
preferido cambiar el significado, más que cambiar el significante, una palabra con
tanto peso histórico y de sustitución tan difícil. Son infinidad los círculos profanos,
laicos, arreligiosos, ateos incluso, que hoy día hablan de espiritualidad, no sólo con
toda naturalidad, sino con convencimiento y queriendo marcar pauta. Obviamente, no
están hablando de aquella “espiritualidad espiritualista”, dualista, religiosa,
eclesiástica, sino de un nuevo significado de espiritualidad, que por cierto, ha dado
origen a conceptuaciones de la misma bien interesantes.
Bibliografía
La «Verdad» ha sido el problema de los problemas en todas las épocas. La verdad vive
en la experiencia. La verdad en su aspecto externo es sinceridad, veracidad e
integridad. La verdad en su aspecto interno y espiritual es la visión de Dios, la
realización de Dios y la manifestación de Dios. Eso que respira eternamente es la
Verdad. Incitador del alma es el grito de nuestros videntes Upanishádicos: Satyam eva
jayate nanritam: "Sólo la Verdad triunfa, y no la falsedad". Bienaventurada es la India
por tener este como su lema, su aliento de vida, su extenso mensaje de divinidad
universal.
Por último, tengo un secreto abierto para los que quieran emprender la vida espiritual.
El secreto abierto es este: pueden cambiar su vida. No necesitan esperar años, ni
siquiera meses para este cambio. Este se inicia en el momento en que uno bucea en el
mar de la espiritualidad. ¡Intenten vivir la vida de la disciplina espiritual por un día,
¡un solo día! Están llamados al triunfo.
Las cuatro leyes de la espiritualidad
Dicen que existe un breve momento en la vida en el que te sientes más perdido que
nunca y que ese es el momento de un encuentro. Un encuentro contigo mismo, con
tus abismos, con tus miedos, con tu alma.
Dicen que si este texto llega a tus manos, no es por casualidad, sino porque hay algo
que necesitas comprender. Estas son las cuatro leyes de la espiritualidad de la
filosofía hindú…
Nadie llega a nuestra vida por casualidad. Todas las personas que nos rodean están
ahí por algo, incluso las personas tóxicas. En cada intercambio y en cada momento,
todos nos aportamos algo.
Todo, absolutamente todo, suma en la vida. Esta es la razón por la que debemos
tener una buena predisposición hacia los demás y no desestimar ningún aprendizaje.
Nada de lo que acontece en nuestras vidas podría haber sido de otra forma. Desde
que pasó lo que pasó ya es lo único que podía haber pasado. Lo que nos sucede es lo
que nos tiene que suceder, lo adecuado en cada momento y a través de lo cual tenemos
que extraer un significado concreto.
Cada cambio genera situaciones impredecibles, por esto, debemos aceptar que lo que
sucede ya lo ha hecho y no hay otras posibilidades. Lo hecho, hecho está. Cada uno
de nuestros comportamientos generará en nuestro entorno una cadena secuencial de
acontecimientos que marcan nuestro camino.
No nos amarguemos con lo que podíamos haber hecho y no hicimos, cada cosa tiene
su momento y lleva su tiempo asumir los aprendizajes necesarios. Como dicen, no
puedes hacer una maratón si antes no caminaste y no puedes caminar si antes no
gateaste. En definitiva, no podemos evitar dar los pasos necesarios en la vida.
Solemos estar atados a un sinfín de historias y emociones. Decir adiós duele, pero
cuando algo termina mantenerlo a nuestro lado es un ejercicio de masoquismo que
generará un gran malestar y múltiples dependencias e inseguridades.