Você está na página 1de 132

Canciones de un niño triste

C861
E187c Echavarría, Rogelio, 1926 –
Canciones de un niño triste /
Medellín; Biblioteca Pública Piloto, Alcaldía de
Medellín, Secretaría de Cultura Ciudadana,
Concejo de Medellín, 2005
Fondo Editorial BPP, vol. 122
132 p.
ISBN: 958-9075-96-7

© 2005
Alcaldía de Medellín
-Secretaría de Cultura Ciudadana
Concejo de Medellín
Biblioteca Pública Piloto
de Medellín para América Latina

Asesor del proyecto:


Juan Diego Mejía,
Secretario de Cultura Ciudadana

Coordinación editorial:
Gloria Inés Palomino Londoño
Directora General BPP

Diseño: José Gabriel Baena


Judith Arango Jaramillo

Preprensa e impresión:
Servigráficas S.A.
Envigado

Biblioteca Pública Piloto


de Medellín para América Latina
Cra 64 No 50-32
Tel. 230 24 22
E-mail: comunicaciones@bibliotecapiloto.gov.co
Rogelio Echavarría

Canciones
de un niño triste
Primeros poemas / 1936-1941

Canciones
de adolescencia
“Edad sin tiempo” / 1942-1946
Secretaría de Cultura Ciudadana

La publicación de esta obra ha sido posible gracias


al convenio número 4800000457 celebrado entre
el Municipio de Medellín, la Secretaría de Cultura
Ciudadana de Medellín y la Biblioteca Pública
Piloto de Medellín en cumplimiento al Acuerdo
No. 047 de 2003 del Concejo de Medellín. Sus
750 ejemplares serán distribuidos de manera
gratuita a bibliotecas públicas, casas de la cultura
e instituciones educativas
Ángulo de la plaza principal de Santa Rosa de Osos en que aparecen
la Catedral y, a la izquierda, con balcón, la casa donde nació
Pedro Justo Berrío. A una cuadra, en la Calle de la Ronda,
nació Rogelio Echavarría, exactamente detrás de la Catedral.
Fotografía fechada hacia 1910.
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 7

Retrato del poeta impubescente


Palabras de Joe Broderick para Rogelio Echavarría
en la noche en que recibió el Premio Nacional
de Poesía “José Asunción Silva”, de la Casa
de Poesía Silva, 20 de noviembre de 2002.

Hace un par de años asistí, en la Fundación


Santillana, a la presentación de un libro editado por la
Universidad de Antioquia que recogía, con el criterio
de su prologuista Juan Gustavo Cobo Borda, una serie
de escritos –la gran mayoría muy elogiosos– sobre la
obra poética de Rogelio Echavarría. La compilación
no es excesivamente extensa. Sin embargo, el solo
número de palabras que contiene supera con creces el
volumen total de poesía publicada por el maestro
Rogelio a lo largo de sus setenta y seis años. Y eso que
comenzó a escribir poemas, como ya veremos, cuando
apenas cumplía su primera década de vida.
Aunque me causa cierto rubor, debo confesar que,
al final del acto en la Santillana, no adquirí el libro.
Uno va a los lanzamientos en espera de un regalo de la
editorial. O se disculpa de no comprar con el pretexto
de haber salido de la casa sin la billetera. Cuando María
Mercedes Carranza me propuso hace poco que
pronunciara unas palabras esta noche –propuesta que
me cogió de sorpresa, y que me honra de verdad–, le
pedí a Rogelio un poco más de información. Me
correspondió con un ejemplar justamente de aquel
8 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

libro que yo no había tenido la decencia de comprar


en su momento. Lo hojeé rápidamente y decidí que
no, que leerlo sólo sería una distracción, haciéndome
correr el riesgo de repetir lo que han dicho personas
autorizadas, tales como algunos de los poetas colegas
de Rogelio –Fernando Charry Lara, por ejemplo, y
Darío Jaramillo Agudelo y José Manuel Arango–.
Suponía que Rogelio me había escogido, en parte al
menos, por ser una persona un poco ausente de los
círculos literarios, una especie de rueda suelta quien,
por eso mismo, podría echar una mirada nueva, quizás,
distinta al menos, sobre la obra. Cerré el libro, pues,
con el firme propósito de no repasar ninguno de los
artículos, cuando me llamó Rogelio a decirme lo
mismo, que tal vez se había equivocado al entregarme
esos textos, que mejor no me dejara influenciar por lo
que habían dicho los demás.
Entonces, como a mí no me gusta obedecer, y como
a partir de esa sugerencia de Rogelio veía el libro ya
como una especie de fruta prohibida, ahí mismo me
entraron las ganas de ver qué era precisamente lo que
los verdaderos expertos y conocedores habían escrito
acerca de la vida y obra del maestro. Me picaba la
curiosidad. Y como resisto todo menos la tentación,
no demoré en bajar el pequeño tomo del estante, y al
abrirlo, en la portadilla descubrí algo que me había
pasado por alto cuando, en primera instancia, apenas
había hojeado el libro: llevaba una dedicatoria. En su
pequeña, fina, exacta letra Rogelio me había escrito lo
siguiente:
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 9

… con mucho pudor comparto este homenaje,


porque yo no soy el autor sino el “protagonista”.
Pero al ilustrísimo y ex –reverendísimo “padre”1
le debe haber tocado perdonar
pecados mayores que éste.
Rogelio

Ahí está pintado nuestro amigo Rogelio: su buen


humor, su capacidad de burlarse de su propia vanidad,
su modestia –que es real, ¡y de la que tiene el derecho de
ser muy orgulloso!– e incluso su espíritu religioso, o al
menos su profundo respeto por todo lo relacionado con
la tradición religiosa de su pueblo.
Y no hay pueblo más religioso que el en que nació y se
crió el niño que más tarde sería el poeta Rogelio
Echavarría. Santa Rosa de Osos, en los años veinte del
siglo pasado, aislado en las montañas de Antioquia, vivía
el catolicismo rancio y tradicional de una iglesia regentada
por el célebre Monseñor Miguel Ángel Builes, elocuente
y furibundo orador cuyas prédicas condenatorias se
dirigían contra todo lo que le olía a liberalismo y a masonería.
Rogelio vio la luz literalmente a la sombra de esa iglesia,
pues la casa de sus padres, en la Calle de La Ronda, estaba
situada justo frente a la puerta que daba a la sacristía de la
catedral. Y antes de haber cumplido un año de vida, por esa
puerta entraba, gateando, el pequeño Rogelio. En cuatro
patas andaba maravillado ante la inmensidad del espacio,
arrastrándose en pañales sobre el interminable piso de loza,

1
Rogelio sabía que Joe Broderick, en su juventud, había sido sacerdote católico.
10 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

navegando inocente por la nave entre las altas columnas y


bajo la imponente cúpula, envuelto en el olor de incienso y
viendo, sin todavía saber qué cosa eran, los cirios encendidos,
y los cálices de plata y el relicario de oro, y las bordadas
casullas de damasco de variados colores con las que se vestían
los curas para celebrar la misa y demás actos del culto católico.
Desde la infancia fueron aquellas las imágenes que nutrían
la fantasía de Rogelio.
Su padre, pese a ser un liberal impenitente en un
pueblo godo, mantenía buenas relaciones con la mayoría
de los clérigos. Es más: como artista y escultor, tallaba en
madera retablos para adornar los altares en un sinnúmero
de capillas. Y algunos de sus santos y vírgenes presiden,
tal vez hasta el día de hoy, las ceremonias religiosas
celebradas en algún rincón de la diócesis de Santa Rosa.
Pero la escultura no era el único oficio que practicaba.
También manejaba sus fincas, y tenía en el pueblo una
funeraria de donde, con generosidad, mandaba a sus
tumbas, sin costo alguno, a aquellos que habían muerto
sin dejar dinero suficiente para pagar su propio entierro.
Don Jesús María Echavarría Medina era un hombre
bueno, y un finquero próspero. Pero llegó el día en que
sus negocios sufrieron un grave revés, dejándolo en la
ruina. Para la misma época, su mujer –mucho más joven
que él– decidió abandonarlo. Así que, de un momento a
otro se encontraba solo, sin plata, y con la obligación de
responder por tres hijos pequeños, entre ellos nuestro
Rogelio. Éste, el mayor, tenía apenas seis años. Y no
sorprende que, a partir de allí, se haya convertido en un
niño triste, muy dado a cultivar la soledad y la reflexión.
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 11

Por fortuna, cultivaba también las letras. Tal vez como


una forma instintiva de contrarrestar esa profunda
melancolía interior que lo iba a acompañar durante el
resto de su vida. Y aquí –si me lo permiten– voy a cometer
una pequeña infidencia. Pues quiero citar algo de un libro
inédito que Rogelio, ante mi insistencia, me ha prestado,
un breve compendio de versos suyos escritos entre los
diez y los quince años, y que se llama Canciones de un
niño triste. La portada luce una fotografía del autor, un
muchacho vestido de traje oscuro para su primera
comunión y con una expresión en los ojos de… no sé
cómo describirlo… de honda tristeza, ciertamente, pero
también de serena contemplación. Es el rostro de quien
interroga a la vida, desconfiado, pero sin negarse del todo
al acto de fe. Es la cara de un muchacho que ha dejado la
inocencia atrás, de un joven que será tentado muy pronto
por el escepticismo. La foto me impresiona mucho. La
contemplé durante un largo rato antes de abrir el libro.
Finalmente, entré a leer el primer poema que allí aparece
–escrito, repito, a los diez años– titulado Así sería mi
madre. Es de un lenguaje asombrosamente rico y
elaborado para ser de un niño. Se inicia de la siguiente
manera:

Como la brisa que acaricia un lirio;


como un clavel fragante;
como arroyuelo que en su clara linfa
lleva con sus cantares un delirio;
como una vaga ninfa;
como un alma sangrante
entre luz y martirio,
Así sería mi madre…
12 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

Habla a continuación de la madre como una “paloma


blanca que arrullos y desvelos deja en el nido de sus tres
polluelos”, y termina con unas líneas desgarradoras:

Así sería mi madre: numen santo


de mágico sosiego;
manantial y lucero, senda y canto
que orienten hacia el bien a un hijo ciego
que, pobre peregrino,
maldice su destino.
De estrellas me cubriera
al desplegar su manto.
¡Así sería mi madre… si existiera!

Sin duda me faltaría pudor si fuera a seguir citando de


esta recopilación inédita que Rogelio me ha dado el
privilegio de conocer. Esperemos más bien que sea
publicada, pues sus textos, aparte de su belleza intrínseca,
constituyen una inesperada e insólita puerta de entrada a
su obra posterior. Contienen el germen de esa nostalgia,
esa soledad, esa trashumancia que informan toda la poesía
de su madurez. El solo título del segundo poema es muy
diciente: se llama Errabundo, un eco premonitorio de El
Transeúnte, nombre que más tarde adoptaría el poeta para
describir su obra, para definirse a sí mismo, y finalmente
para designar el libro en que recogería todo lo poquito
que iba a considerar digno de conservarse después de más
de medio siglo de ardua y paciente labor. Sí,
definitivamente el libro de sus poemas de niñez y primera
adolescencia –esa “edad sin tiempo”– tiene que ser
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 13

editado, pues en ellos Rogelio Echavarría revela no sólo


lo que era entonces su mundo interior, sino también su
muy temprana e ineludible vocación; había descubierto
lo que de allí en adelante iba a ser el eje de su existencia,
la principal razón de ser, tal vez, de su vida: es decir, había
comenzado a aprender esa peculiar ingeniería con la que
se trabajan las palabras para producir el misterioso efecto
que llamamos “la poesía”.
Obviamente estaba lejos aún de hallar la clave de aquel
misterio. Pero ya estaba en el camino. Se nota, por
ejemplo, en estos escritos, cómo se deleitaba el aprendiz
de poeta en la construcción de un soneto, con todas las
exigencias de la forma clásica, observando el estricto
sistema métrico, inventando las rimas, y de alguna
manera, aunque fuera a titubeos, celebrando la vida.
Rogelio empieza a dejar de ser el niño triste de la foto. Se
enamora de las chicas, y las enamora, tal vez con esos
sonetos. Es un joven inquieto en trance de descubrir que
el mundo es mucho más amplio y variado de lo que las
frías montañas de su tierra natal le habían hecho entender.
De esto se da cuenta, en gran parte, gracias al cine. El
padre Aurelio Velásquez se encarga de traer películas al
pueblo y proyectarlas en el salón de la parroquia. Y Rogelio
se convierte en su proyeccionista asistente. Muchos años
después lloraría de la emoción al ver la película Cinema
Paradiso. Ese niño italiano era él mismo. Hasta sus
pilatunas eran similares. Una vez, recuerda Rogelio, el
obispo Builes prohibió la proyección de una película
francesa llamada El Gran Vals sobre la vida de Strauss en
la que las estrellas, Fernand Gravet y Militza Korjus, se
14 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

besaban con un entusiasmo que a Monseñor le parecía


nada menos que una ocasión de pecado. En desafío de la
autoridad eclesiástica, un grupo selecto de parroquianos
fue invitado anónimamente por Rogelio para ver la cinta
a puerta cerrada. Y la sesión clandestina se hizo posible
gracias a los servicios del proyeccionista asistente, el
mismo Rogelio, quien organizó el evento a escondidas y
sin consultar con el reverendo padre Velásquez. La
rebeldía se había iniciado. Ni siquiera en aquellos tiempos
remotos era todo tan triste y recatado como uno podría
imaginarlo en Santa Rosa de Osos.
Para comienzos de los cuarenta Rogelio había salido
del pueblo; estudió primero en Medellín, luego en
Bogotá, donde se le abrían los horizontes aún más. Y
es ésta la época en que escribe su primera elegía. Sufría
un amor imposible, pues el objeto de sus afectos era la
hija de una familia adinerada, y el padre de la niña
rechazaba las pretensiones del joven Rogelio, no tanto
por su condición de pobre, sino por ser hijo de un
liberal que proclamaba abiertamente el derecho al
divorcio y cuya vida, en opinión de muchos
intransigentes católicos de la comarca, constituía todo
un escándalo. Pero lo más triste de la historia, en ese
momento, era el hecho incontestable de que su amada,
de sólo quince años, padecía una enfermedad incurable
e iba a morir.

Tu padre está a tu lado como queriendo reincorporarte,

escribió Rogelio,
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 15

y yo aliento en el alma de tu olfato,


que tantos jazmines hizo imaginarme.

Habla de

el remoto silencio de tus manos,


imposible la única sortija.
(Morirás sin el beso que nunca quise imaginarme).

Y termina:

Ahora comprendo por qué el aire me faltaba:


porque el tuyo era el mío …

El poema no es quizás lo más memorable de su obra,


pero, por insistencia de Aurelio Arturo, mereció un lugar en
la edición definitiva de El Transeúnte, iniciando la primera
sección de ese libro que incluye otras Elegías Prematuras. En
efecto, éstas resultaron prematuras de verdad, pues la niña
no murió. Tengo entendido que vive aún, amiga siempre
del poeta quien, siendo joven, lloró su muerte antes de tiempo
en sentidos versos de adolescente.

* * *

Todo este largo preámbulo biográfico –y que me lo


perdone Rogelio– me devuelve a lo fundamental en esta
noche de celebración: la poesía.
Alguien escribió una vez sobre Suenan Timbres de Luis
Vidales que siendo “un libro enorme de un gran poeta”
16 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

del que “todo el mundo guardó la memoria”, sin embargo


“nadie logró jamás repetir ningún verso. Y lo mismo
podría decirse” insistió el citado autor, “de la casi totalidad
de los libros de poesía que se han escrito y publicado en
Colombia, con las excepciones de siempre: Silva, Porfirio,
De Greiff, Luis Carlos López, quizá Carranza, quizás
Aurelio Arturo”2 .
Creo que la observación (que es de Fernando Garavito)
tiene mucho de cierto. Y creo, igualmente, que el caso del
libro El Transeúnte de Rogelio Echavarría va a ser incluido, el
día de mañana –si no lo está desde ya– entre “las excepciones
de siempre”. Podría estar incluido aún ahora en vida del
poeta, porque es un libro viejo, casi tan viejo como su autor.
Han existido varios escritores que han producido una sola
gran obra, y es breve: Juan Rulfo es un caso evidente; otro es
Aurelio Arturo. Ambos publicaron su obra inmortal a los
treinta años de edad aproximadamente; y luego entraron en
un largo e ininterrumpido silencio. Aurelio Arturo vivió como
anónimo funcionario público en Bogotá, y sólo se conoce
un puñado de pequeños poemas suyos después del gran
Morada al Sur que lo inmortaliza. Rogelio –cercano amigo
de Arturo y de alguna manera su heredero– escogió seguir
por un sendero literario diferente. Escribió de a poquitos,
poema tras poema, en el curso de la vida. Y cuando se le
presentaba la oportunidad, publicaba una nueva edición de
su única obra, siempre ligeramente modificada. Incorporaba
algún verso nuevo, suprimía otro anterior que ya no le
gustaba, pulía aquí, podaba allá, retocaba y reescribía, hasta

2
Fernando Garavito en su prólogo a Mal de Amores de Patricia Iriarte, Bogotá, 1992.
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 17

llegar al pequeño volumen publicado por Editorial Norma


en 1998. Son setenta poemas en total, algunos no más que
brochazos comprimidos en dos o tres renglones. Ninguno
es largo. Pero tomados en su conjunto, representan más de
cincuenta años de experiencia, de creación, de sufrimiento,
de pensamiento. En una palabra son la vida entera del maestro
Rogelio Echavarría.
No puedo hablar de ellos largamente esta noche. No
hay tiempo ni espacio para hacerlo. Un paseo despacio,
un meandro, por los poemas de Rogelio se reserva para
otra ocasión. Han sido analizados, en una primera
instancia, en el libro de la Universidad de Antioquia al
que me refería al inicio de esta charla. Merecen –y sin
duda recibirán– un tratamiento más detallado en el
futuro. Lo único que pretendo yo ahora, en esta ocasión
de reconocimiento y de júbilo, es compartir con ustedes
dos o tres de los poemas que más me han gustado, que
han quedado conmigo en forma permanente e indeleble
después de repetidas lecturas de El Transeúnte. De todos,
mi favorito es Tiempo Perdido.

¿Cómo te quejas de que pase el tiempo


si vives sofocándolo, acosándolo,
apremiando sus plazos, estrechando
su camisa, podando su almanaque?

Niño quieres ser joven y maduro


ya no aceptas ser viejo. ¿Quién entiende?
Compras para pagar después y gimes
cuando te exigen saldo al vencimiento.
18 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

Haces ayer el diario de mañana,


no vives hoy amor sino recuerdo,
en enero trabajas por diciembre
y tienes mal del siglo… venidero.

Y cuando escribes luces un quevedo


en lugar de los lentes de contacto.
Miras más lejos de la tumba y sabes
que el alma es miope y suele tropezarla.

¿Qué tiene ese poema para que me guste tanto? Si


puedo contestar a esa pregunta habré descifrado, tal vez,
el secreto de la poesía de Rogelio Echavarría. Así que voy
a intentarlo. Pues el poema me habla, directamente, y
con intimidad. Me tutea. Y me cuestiona. Cuestiona mis
actitudes, mi comportamiento. Me muestra las paradojas
de mi propia existencia. Me hace sonreír. Dice cosas que
no son obvias, aunque deberían serlo. Y tiene esa cualidad
esencial a la poesía cuando es de verdad: utiliza palabras
cotidianas en un sentido no usual. ¿Cómo puede
compararse, por ejemplo, un “quevedo” con los lentes de
contacto? ¿Por qué resulta posible, y hasta convincente?
Nos hace caer en cuenta de que “quevedo” no se refiere
únicamente al poeta español, sino también a las gafas
que usaba. Y la miopía, dice el poeta, puede ser del alma,
y no sólo de los ojos. Esa yuxtaposición de verbos y
sustantivos que normalmente no se acompañan (o que
aparentemente se contradicen) es lo que produce la
sorpresa de la poesía, lo que nos hace pensar. Y estos cuatro
cuartetos contienen, además, una bella y sencilla
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 19

musicalidad que nos entretiene el oído y nos obliga a


dejarnos regañar por el poeta, pues él está reclamando
del lector un cambio en su manera de ver la vida, de
entender el tiempo. Exige una conversión. En suma, el
poema Tiempo Perdido tiene un sabor clásico, de una
música escuchada antes, en otra época, y que nos dice lo
que ha dicho siempre la buena poesía: un algo personal,
interior, aplicable a todo ser humano en cualquier parte
del mundo, pero nunca tan aplicable como a mí, ahora,
en este momento de mi existencia.
Dado que todo lector trae a todo poema su propio
bagaje de experiencias, tanto vitales como literarias, resulta
inevitable que las preferencias de uno no sean las de otro.
Sólo puedo hablar de las mías. Hay otro para mí
inolvidable, que luce algunos versos de esos que, estoy
convencido, serán recordados, que serán citados cuando
en años venideros la gente hable de la poesía colombiana.
Me refiero a El Sueño, cuya segunda estrofa dice así:

Cuando en las noches caen las altas torres


y trabajan sonámbulos los lejanos correos
con sus manos que buscan el lugar del reposo,
te encuentro en mí, trocados los cuerpos transparentes
y plenos de nosotros mismos en carne y hueso,
te encuentro en mí y tú en tu ser me hallas,
me palpas y me acunas y me das alimento
y quiero que no mueras para no despertarme.

Nuevamente insisto: el tono íntimo de esas líneas, su


conciencia del momento, su capacidad de situarnos en
20 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

un instante irrepetible de la existencia humana, de la


nuestra, son propiedades inconfundibles de la gran poesía.
No quiero repetir esta noche lo que han dicho otros,
con sobrada razón, sobre lo innovadora que fue, en su
momento –y que en cierta forma sigue siendo– la poesía
de Rogelio Echavarría. Menos aún quiero volver, como
muchos han hecho, sobre su largo y valioso aporte al
periodismo del siglo veinte, sus años en El Espectador y
El Tiempo y su contribución con la cultura a través de sus
columnas y de sus antologías. Todo eso es cierto, y bien
sabido. Pero es su don de poeta, su persistente vocación y
su fidelidad a la poesía, son ellos, digo, los atributos que
nos han reunido aquí esta noche en la casa de Poesía Silva
para rendirle este homenaje.
Rogelio, me gustaría retomar cada uno de tus poemas,
uno por uno, saborearlos contigo, y con el público que
nos acompaña. Y lo haremos en algún momento. Seguro
que sí. Pero ahora, sólo me limito a felicitarte por tu
constancia, agradecerle a la vida por habernos dado ese
delicado talento tuyo, y felicitar a la Junta Directiva de la
Casa Silva por haber mostrado tan admirable
discernimiento al otorgarte el Premio Nacional de Poesía
que ostentas, con tu habitual timidez, pero también con
orgullo –no lo vayas a negar– en esta memorable noche
de noviembre del 2002.

Muchas gracias.
I

Primeros poemas

Canciones
de un niño triste (1)
*
1936-1941

* (Véanse las notas en la página 49)


Yo mismo soy un niño en un viejo.
Artur Lundkvist

El niño es padre del hombre;


y yo desearía que una piedad
natural uniera entre sí todos
los días de mi vida.
William Wordsworth

Quizá la palabra surgió del primer


grito de llamada del infante
cuando se ausentó su madre.
Clarita Gómez de Melo

Niño, escribía como un viejo.


¡Ojalá, ahora viejo, escribiera
con la inocencia de aquel niño!.
R.E
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 25

Confesión de boca
¿Cómo es posible que, ya septuagenario, Rogelio
Echavarría haya resuelto publicar impúdicamente este
libro con sus primeros versos, escritos entre los diez y los
quince años de su infancia? Trataré de balbucir una tímida
excusa para tan temerario riesgo.
Con innegable buena fe, algunos queridos amigos (al
otorgarme en 1999 en la Universidad de Antioquia el
“Premio Nacional de Poesía por reconocimiento a la obra
de una vida”) revelaron, poniéndome en una incómoda
pero emocionada evidencia, una muestra de aquellos
precoces escarceos líricos, aunque con leves errores y
sutiles alteraciones que sólo pueden atribuirse al mucho
tiempo en que los conservaron y resguardaron, con tan
fiel intención, en la memoria.
El autor de El Transeúnte, ya en la tercera edad, y más
por precaución que por vanidad, aceptó, halagado y
agradecido, recoger algunos de aquellos pueriles atisbos
poéticos, los primeros pasos de ese muchacho que ya en
su pueblo se sentía errabundo (título del poema que
escribió a los trece años y que vendría a ser el lema de
toda su errática y breve obra) y asumir estoicamente la
por demás sencilla tarea de pasar los manuscritos de un
cuaderno de primaria a esta edición que por estar en letras
de imprenta no pierde su carácter confidencial. Debo
advertir que lo hago sin corregir ni añadir nada, pero,
eso sí, con muchas y saludables podas.
Para atenuar este retrospectivo salto al vacío, me escudo
en lo que dice Ungaretti al referirse a la más ingenua
26 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

poesía de Leopardi: “En la experiencia íntimamente


personal de cada uno de nosotros, nuestros actos infantiles
marcan, en el recuerdo, la línea más sincera y feliz de
nuestro obrar”. Aunque los recuerdos no sean tan felices
ni lo sea la forma literaria en que los evocamos.

R.E.
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 27

Así sería mi madre (2)


Como la brisa que acaricia un lirio;
como un clavel fragante;
como arroyuelo que en su clara linfa
lleva con sus cantares un delirio;
como una vaga ninfa;
como un alma sangrante
entre luz y martirio.
Así sería mi madre…

Cándida y frágil palomita blanca


que arrullos y desvelos
deja en el nido de sus tres polluelos;
espuma que en cristales se evapora;
trino de ave canora;
ruego y fervor que arranca
del enigma consuelos;
espiga que se dora.
Así sería mi madre…

Tendrían sus miradas los destellos


de una glauca laguna
y a la vez que sus brazos, sus cabellos
formarían una cuna.
De sus hijos los pasos
retratarían las ondas
del mar de sus ojazos.
Así sería mi madre…
28 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

Caricia de ala angélica, perfume


de brezos y jazmines;
gota de fresca lluvia en sed de amores;
corolas policromas de las flores;
tibieza de candores;
murmullo de canciones
en pálidos confines.
Así sería mi madre…

Así sería mi madre: numen santo


de mágico sosiego;
manantial y lucero, senda y canto
que orienten hacia el bien a un hijo ciego
que, pobre peregrino,
maldice su destino.
De estrellas me cubriera
al desplegar su manto.
¡Así sería mi madre… si existiera!
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 29

Errabundo (3)
Cual avecilla
que busca un nido
y cual barquilla
que cruza el mar,
busco una estrella,
un ser querido,
un alma bella
que sepa amar.

Porque en mi vida
no tengo madre
y en mi alma anida
sólo el dolor…
Soy caminante,
viajo sin padre
y estoy errante
sin luz ni amor.
30 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

Delirio por una estrella lejana (4)


A Mercedes Vélez Sánchez

En verdad, nunca creyera


que tan lindo se soñara
en la vida,
si soñado yo no hubiera
ese canto de sirena
que embrujado me dejó.
¡Vano empeño
el de pretender ser dueño
de una estrella que el ensueño
con sus alas desplegó!
Y tan lejos se vislumbra,
recortada en la penumbra,
mi adorada,
que los gritos afiebrados
de mi cándida llamada
sólo tienen
-cuando ya los vientos vienen–
por respuesta el eco mismo
de mi voz.
Y titilando,
tan distante en el vacío
que los besos que le envío
van llorando,
porque nunca llegarán,
se columbra sobre el mundo.
Y es tan bella que las flores
que tapizan los jardines
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 31

se marchitan ante ella.


Por encima
del dosel de blanca luna,
donde el aire es rica bruma
de azahares, y en la cima
-si es que cima tiene el cielo-
columpiada por los gnomos
de los cuentos infantiles,
en tan mágicos pensiles,
ella tiene su morada.
Y una orquídea
que arrancó el viajero viento
de sus manos
me engañó porque en sus pétalos,
de sus besos dulces nidos,
unas letras me escribió.
¡Fue tan grande mi delirio
que se convirtió en martirio!
Fue tan lejos mi alegría,
que creía que era mía
la que en noches estrelladas
desde el cielo me alumbraba.
Y en las noches despertaba
mirando con vivo anhelo
hacia el cielo,
donde estaba
entre el velo de las nubes,
que esas noches semejaban
tenues alas
de querubes.
32 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

Moro (5)
Este lebrel que está a mis pies tendido
mirando en lontananza y que semeja,
junto a la puerta del hogar querido,
un león pensativo tras la reja,

tal vez piensa en un hueso que ha perdido


o en lo que pienso yo… Si en la calleja
asoma mi alba novia, el muy bandido
bate su rabo y mi alegría festeja.

Como nació sin nombre quedó “Moro”


y en verdad que es moruna su belleza;
es de la casa el máximo tesoro.

Sus ojos tiernos llenos de nobleza


me miran y comprendo que ni el oro
tiene el valor que acendra la tristeza.

El perro “Moro” de la familia


de Esther González
en Santa Rosa.
El niño es Amílcar Tobón
Lanis, hijo del fotógrafo
don Vicente Tobón,
hermano a su vez del escultor
Marco Tobón Mejía.
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 33

Colegiala
A Maruja Mejía

Por el camino del colegio, amante


siempre pensaba en ti, como si fueras
lumbre escondida que en mi vida hiciera
germinar la noción del caminante.

Si estudiaba con fe, siempre anhelante


de letras y de números, severas
tus miradas de azules primaveras
deslumbraban mi mundo principiante.

No lo supiste tú, mas tu mirada


era tan inocente y lisonjera
como si adivinara enamorada

la pasión que en mi pecho se escondía.


Un buen día sonreíste la primera…
y desde entonces dije que eras mía.
34 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

Tarde invernal
La tarde estaba fría y azulosa.
Vagaba el pensamiento por las calles
como vaga en abril la mariposa,
como la nube vaga por los valles.

Éramos novios. Nunca más hermosa


vimos, aun en sus mínimos detalles,
la plazuela y la torre… Santa Rosa
guarda toda mi infancia entre sus calles.

Al pensar todavía vagamente


en esa visión tímida y sonriente
que inspiró de mis versos la cadencia,

voy rociando mi espíritu muriente


y llorando en endechas la inclemencia
de este primer invierno adolescente.
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 35

Silencio
Te quedaste, al llamarte, muy callada
y me dijiste adiós cuando de nuevo
me despedí de ti con la mirada.

Nada dejas de mí, sólo me llevo


una pena secreta que no debo
o no puedo expresar porque es sagrada.

Ya se apaga mi voz, los surtidores


de mis lágrimas fluyen y las flores
de mi amor prematuro se desmayan.

Todo fenece al fin. Hasta las voces


que de tanto llamarte reconoces
en el silencio de la noche, callan.
36 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

Paz vesperal (6)


Dulcemente
eucaliptos y palmares
susurraban sus cantares.

Suavemente
el céfiro vespertino
ondulaba en el camino.

Lentamente
la tierra se oscurecía
y la luna aparecía.

Y el crepúsculo sangraba
igual que mi corazón
pues el sol ya se alejaba…
y sólo en mi alma quedaba
la herida de una ilusión.
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 37

Campanitas (7)
Campanas de mi pueblo,
por la mañana
no espantéis los gorriones
de mi ventana.

Componed sonatinas para que puedan


con sus pinceles de oro las ilusiones
pintar al suave embrujo de las canciones.

Por las ondas del aire remad, campanas


invisibles del alma, la caravana
de las flautas aladas cantando diana.

En el alcázar regio de unos oídos


que a distancia, entre sueños, mi voz ansían,
modulad con un hilo de voz: María…

Y traed las violetas de sus miradas


para encerrarlas presto con alegría
donde sólo ha reinado melancolía.

Campanitas queridas,
tan cristalinas,
dejad que en paz se duerman
las golondrinas.
38 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

Crepuscular (8)
Yo veía el crepúsculo, y creía
que ese era el crepúsculo….
Barba-Jacob

¿Sabes para qué son los ojos?


Para decir lo que a los labios
les está prohibido.
Por eso prefiero
el silencio de las estrellas.
Por eso no te he preguntado
si me quieres,
porque sé que los labios
mienten, los ojos no.
He regresado de un viaje infinito
a tus ojos azules.
No sé si estabas esperándome
o si te encontré en el pórtico
de tu corazón porque salías
a esperar otra visita.
No sé si me abriste
porque esperabas a otro huésped.
A pesar de la incertidumbre,
me siento feliz de haberte visto
porque “ver es poseer”
aunque sea por un instante.
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 39

Desesperación
Guardo la umbrátil forma de una pena
desde hace un siglo ya.
Sufro en el corazón la dicha ajena
como la envidia de mi adversidad.

Es porque en mí se vuelca, rencoroso,


el cáliz deletéreo del dolor,
quemando mis entrañas con venenos
que nadie conoció.

Es como si la arena del desierto


escuchara impasible mi concento
siempre en silencio, siempre, como tú!

Es como si las rejas de un convento


retuvieran el ánima del viento
siempre tan móvil, siempre, como tú!

Busco en tu pensamiento algún refugio


y me encuentro, cansado, ante tu efugio
como el niño que espanta su gorrión.

Es tan triste querer sin ser querido


como el saber que hay Dios y estar perdido
pero la fe nos muestra florecido
un tallo de ilusión

y un instante sonríe nuestra vida…


¡mas retorna tan pronto la escondida,
cruel desesperación!
40 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

Como todas mis noches… (9)


Como todas mis noches, esta noche es de insomnio.
Me hace falta el abrigo
de un calor inocente que me arrulle y me aduerma.

Como todas mis noches, esta noche es de invierno.


Viene un viento tan frío que penetra en el alma
y se escurre en las venas.

Tiene el frío de noviembre, tiene el frío de las ánimas.

Esta noche no hay nadie que me diga: Descansa…

Esta noche es más negra porque está más distante


de la noche en que vino la ilusión a buscarme,
porque llora mi vida cuando pido que cante.

Esta noche es de insomnio


como el mes de noviembre para el alma de un muerto.
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 41

Poema de adiós y resignación (10)


Dulce ilusión que de mis lares bellos
te ausentas para siempre: en tu camino
te seguirá mi sombra, es mi destino.

Y cruzando el desierto de las horas


las luces de mis lámparas consumo
sin descifrar mi enigma de amargura.

¿Por qué el influjo de tu voz me llama


y me sostiene en un azul miraje
que desvanece luego la mañana?

Pero en la soledad algo restaña


este fluir con su frescura leve.
El alma entenebrida
fulge y el yerto corazón se mueve.

Y pensando en tu sorda despedida


y en el largo camino del olvido,
me quedo pensativo
como se queda un árbol cuando llueve.
42 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

Soneto con ritornelo (11)


Guardaré mis secretos dentro del corazón
para que nadie pueda descifrar mi tristeza;
para tener inédita mi profunda extrañeza
guardaré mis secretos dentro del corazón.

Guardaré mis secretos dentro del corazón


en un sobre lacrado que no consuma el fuego;
para que nunca pueda convencerme algún ruego
guardaré mis secretos dentro del corazón.

Arderá cual rescoldo mi confidente brasa;


viviré entre mis muros como una vieja casa,
guardando mis secretos dentro del corazón.

Las cartas que me hicieron sollozar están rotas;


hasta cuando tú puedas comprender mis derrotas,
guardaré mis secretos entre mi corazón.
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 43

Al Nazareno
¡Oh Nazareno que transitas tiñendo el rudo pedregal
con sangre diva!
Los ababoles de las gotas que derramando vas, Señor,
yo los reciba
para formar en cada tarde con el rosario de esas gotas
un crepúsculo,
para gemir con tus gemidos, aunque yo soy un gusanillo
tan minúsculo.

Deja que ayude con mi fuerza al Cireneo en esta tarde


¡aunque es tan poca
la fortaleza de dos hombres para llevar lo que llevar
a un mundo toca!
44 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

Milagro de Navidad (13)


¡Fermín cieguecito
no puede jugar!
El muy pobrecito
se tiene que estar
metido en su lecho,
queriendo correr
con todos los chicos
y queriendo ver
la nieve en el techo
despacio caer.
Pero es imposible:
¡no puede salir!
No puede extasiarse
mirando a Pepín
danzar por el lago
de plata en patín
o bien ver las torres
y el alto portón
cubiertos de nieve
de blanco algodón.
¡Fermín cieguecito
no puede jugar!
Saliendo a los prados
quisiera bailar
con todas las gentes
de aqueste lugar
y oyendo a los niños
gritar ¡Navidad!
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 45

el buen Fermincito
se pone a llorar…

Al ver que los ojos


del chicuelo están
con llanto de perlas
sin luz, con afán
su anciana abuelita
le vuelve a contar
leyendas de Oriente
que lo hacen soñar.
Y en mágicos vuelos
sus ojos ya ven
las hadas del cuento,
los encantos cien
de los personajes
que en dulce vaivén
por su mente pasan
en risueño tren:
Gulliver gigante
en su Liliput;
Caperuza Roja
y el cruel Barba Azul;
la Bella Durmiente
con Alí Babá;
al buen Aladino
y el rico Simbad…

Pero hoy tiene un sueño


que es mucho mejor,
46 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

pues ve a un tierno infante


que es Dios y Señor
de todas las hadas,
de todo el primor.
Los ángeles tocan
celeste violín.
Vuelan villancicos
por todo confín.
Las estrellas bajan
su cuna a alumbrar
y tiene un espejo
-la luna- en el tul
que cubre la gruta
de blanco y azul.
-Permite, Niñito,
que yo pueda ver
más cerca tus ojos
al amanecer…-
reza el cieguecito
con angustia y fe.

Y cuenta abuelita
que cuando llegó
la luz matutina,
el sol alumbró
dos tenues luceros
en la nívea faz
del chiquito muerto
que no vio jamás…
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 47

Fabulilla de la oveja negra (14)


(para recitar a los niños)

volvamos niños a las fábulas


sin puntos comas ni mayúsculas
pues nunca vemos las palabras
ni los silencios cuando se habla

érase una vez una oveja


negra pero ella no lo supo
pues el agua sólo refleja
nubes errantes siempre en grupo

como ninguna se parece


a ella y nadie se lo dice
como nadie es igual a ella
no sabe que su lana es negra

y sin embargo en el rebaño


la ven con ojo desconfiado
pensando que les hace daño
con sólo estar ahí a su lado

y aunque paciendo le dan guerra


y ella paciente lo soporta
un día pensó la oveja negra
que no era bueno sufrir sola
48 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

y fue a buscar por los apriscos


otras ovejas perseguidas
y descubrió que eran los mismos
pastores los que distinguían

cuándo por el color del pelo


se podía tener blanca el alma
y entonces ella pidió al cielo
que aunque era invierno la esquilaran

un zagal dulce y compasivo


con sus vellones le dio asilo
donde todas eran tan negras
como hasta entonces su destino

pero no fue feliz tampoco


porque entre todas se extraviaba
y regresó al redil tan pronto
como cesó la noche helada
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 49

Notas
Primera parte

1) Los primeros poemas de esta sección fueron escritos en Santa Rosa


y son inéditos en libro, excepto el último (véase nota 14).
2) Este fue el primer poema escrito por Rogelio Echavarría, a los 10
años de edad, en mayo de 1936, cuando cursaba segundo año de
primaria en la escuela pública de Santa Rosa de Osos (Antioquia).
Inédito absolutamente hasta hoy.
3) Escrito en 1941. Publicado en el diario El Pueblo, de Medellín, en
enero de 1944.
4) Escrito en 1942, fue publicado por el suplemento literario de El
Colombiano, de Medellín, el 16 de marzo de 1944.
5) Publicado por El Pueblo en 1944. Los tres sonetos siguientes fueron
publicados en ese mismo año en El Obrero Católico. 1944.
6) Publicado por El Pueblo en 1944.
7) Publicado por El Pueblo en 1944.
8) Fragmento de una prosa publicada en El Pueblo en 1944.
9) Este poema, escrito en Medellín en 1942 para ser leído en un pro-
grama radial de poesía (“El palacio de cristal” del radioperiódico
“Adelante” de Hemel Ramírez en la emisora Ecos de la Montaña)
nunca se publicó.
10) Publicado en las páginas literarias de El Siglo, de Bogotá, el 23 de
febrero de 1946.
11) Escrito en Bogotá y publicado por El Siglo en su suplemento litera-
rio del 9 de marzo de 1946.
12) Escrito en 1941, cuando ingresó a un seminario de Bogotá, fue pu-
blicado en El Pueblo, de Medellín, en abril de 1944.
13) Escrito y publicado por El Pueblo en diciembre de 1945 y reprodu-
cido por La Razón, de Bogotá, el 24 de diciembre de 1946. Es la
primera vez que aparece en libro.
14) Escrito en 1946, fue publicado por primera vez en la sexta edición
de El Transeúnte (Universidad de Antioquia, 1994).
II

Edad sin tiempo

Canciones
de adolescencia (15)
*
1942-1946

* (Véanse las notas en la página 73)


¡Oh juventud, y el corazón, y Ella!
Barba-Jacob
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 55

Cuando te escribo
Cuando te escribo me desnudo
del mundo y de la carne
y sólo pienso en tu menudo
cuerpo de niebla y aire.

Como en el puerto un vagabundo,


como en el mar un barco,
así he caído yo en el mundo:
pasajero y soñando.

Cuando te escribo me desnudo


de todo lo terreno
y entonces, ya lejos del mundo,
te poseo en silencio.
56 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

Confidencia
No preguntes, amigo,
por qué vivo abismado
y como sin sentido.

Cuando yo estoy callado


alguien habla conmigo
desde el pozo del llanto.

No preguntes, amigo,
por qué soy un extraño
para con quienes vivo.

Girasol des-solado,
mi silencio es el tallo
que me enlaza al pasado.
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 57

Presencia
Vengo desde la ausencia, donde todo es oscuro,
y con tus luces buenas alumbrarme procuro.

Mis sandalias quedaron al umbral de tu puerta,


límite a la penumbra donde aguardas despierta.

Como en las noches blancas de luna eres vecina


del corazón y pesas en peso de neblina.

En la estancia que supo de mi ardida palabra


sólo habrá la ventana que el recuerdo entreabra.

El silencio es la música de las cosas divinas.


Yo por eso en silencio digo lo que adivinas.
58 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

Parábola elemental (16)


A Gladys Rarmírez Chaparro

Has cumplido quince años… ¡toma, mira esta flor!


Alba rosa en la mano de la núbil doncella,
donde duerme el rocío riela escondida estrella,
donde lucen tus ojos hay un claro temblor.

No le cuentes a nadie que sentiste dolor


al asir por el tallo la perfumada rosa:
yo también he sangrado mi pasión presurosa,
pues espina la rosa como espina el amor.

Si ya me has comprendido, no lo tomes a mal.


Sólo quiero decirte que eres casi un rosal.
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 59

Por lo distantes (17)


A Mercedes Vélez Sánchez

¿Olvidaste la orquídea feliz


que me dio tu conocimiento
y aquellos versos que te escribí
en la dulce edad de los cuentos?

Esperar una carta tuya


es esperar sin esperanza,
porque vives en el país
de la luna, que nunca habla.

Porque vives en el país


de la solemne, azul distancia,
nocturnos lotos sin raíz
guardan inmersa su fragancia.

Por lo distantes no me amas


ya y por no verme me olvidaste,
como si no fuera en la infancia
cuando la sangre principiase

y como si tu corazón,
dueño de la tierra que piso,
desdeñara el desnudo amor
que le da todo gesto mío.
60 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

Si otros ojos miras y ves


lo que viste en los tristes ojos
con que nací, con que te amé,
significa que no estoy solo

y que la generosidad
de los seres que nos rodean
podría hacernos olvidar
este amor, si pequeño fuera.

“Por lo distantes” son palabras


más allá de tiempo y distancia
que si no las hubiera oído
no las comprendería el alma.

Pero como llegan a mí


en la misma voz que amé antes,
me condenaron a vivir
de los recuerdos que olvidaste.
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 61

Todo es amor
Todo es amor: lo dicho y lo callado;
el impulso del núbil sorprendido;
la violeta escondida del olvido
y el odio, que es amor sacrificado.

La llama es un amor en sí abrasado;


la ceniza un amor ya consumido,
pero viviente amor semidormido
que esconde el germen húmedo al sembrado.

Todo es amor: la paz, la guerra, el día,


la noche, el sí que paga al bienamado
y el no, que es la perfecta egolatría.

La alegría es amor manifestado;


la nostalgia amorosa melodía
y la muerte el amor eternizado.
62 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

Invitación a morir
Arráncate los ojos,
que yo ciegos los tengo,
para que nos miremos
oscuramente claros
y comprendamos luego
que la muerte es el oro
y el pan de los avaros
y de los dadivosos.

Desciende hasta la clave


del barro humanizado
y del humano barro
sube a Dios, fragmentado
y uno –como dos alas
que hacen tan sólo un ave–.
Eterna, inmensa, el alma
de todos en Él cabe.

Escruta el infinito
de mi espíritu puro,
como enantes de un viaje
se prevé lo inseguro,
y después, igualados
en esencia, vivamos
la absoluta armonía
de lo que deseamos.
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 63

Límite
El agua de mi llanto ya no horada tu piedra
porque mi corazón sólo sangra hacia adentro
desde el día en que hilaste
–por la telefonía–
la respuesta: “Imposible”.

Sin ojos para verte,


sin el apoyo blando de tu cuerpo presente,
negada por ti misma en metal desplomado,
seca sangre inclemente del semáforo estático,
el camino hacia ti desde entonces vedado

va, simplemente, a donde no comprendes


porque no existes. Basta
una palabra para que me ames
pero son incontables las que nunca entendiste.

Si no fuera quien soy –para ti diferente–


me enorgullecería la modestia
de amar tu amor recíproco.
Pero nadie sabrá la piedad con que escribo
de verte sola, sin mí mismo explicándote, y saberte
ignorando lo que digo por haberte querido.

Ya ni mi voz te queda, caída en tierra estéril.


La guitarra calló su loca serenata,
desde lejos se ven sus silencios yacentes.
64 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

Nadie ha cambiado sino yo,


mi modo de desearte.
Tú puedes ser la misma
que logro imaginar y que en imagen tengo.

Yo, en cambio, descubrí todo lo que no había


más allá de la luz que enhebran las pestañas.
Lo que pudiste ser si conmigo engendrada
hubieras sido, humana.

Y lo que ya serás, distinta a lo que has sido:


eterna en la verdad
de no ser, nunca, mía.
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 65

Sensibilidad
Dolientes nervios que me están ciñendo
con su cordaje de metales fríos
–en el vacío de alto desaliento–
al árbol móvil de mi cuerpo vivo.

Ruidos que tocan mi asustado tímpano


y manos yertas que mi pecho auscultan,
sombras que ya sin párpados me miran,
mordaza dura que mi voz sepulta.

Sangre que corre en presurosos golpes


a través de mi cuerpo como ciego
viento en la noche que me excita y rompe
con sus cascadas de interior silencio.

Tiembla en mis manos todo lo que pienso


y vibra el corazón con lo que digo.
¿No utiliza, por ver la vida, el ciego
su transparencia corporal de vidrio?
66 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

Edad sin tiempo


La edad del tiempo nadie la conoce
y sin embargo el tiempo su edad tiene.
Cesa la eternidad en cada doce
golpes de las campanas en las sienes.

Todas las cosas húndense a su roce,


menos el corazón que Dios sostiene.
La soledad avanza el alto goce
de adivinar lo que en las horas viene.

Intemporal como una voz grabada;


salina estatua que el recuerdo erige
mirando a la ciudad abandonada,

el alma adolescente se dirige


al espejo sin luces de la nada,
edad en que hasta el goce nos aflige.
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 67

La estrella inútil (18)


La estrella inútil vive
de Dios únicamente.

Tan pequeña y lejana,


tan elevada y sola,
parece que sufriera
como un niño indefenso,

sobre los edificios


de la ciudad obrera,
que pretenden guardarla
bajo sus azoteas.

Yo la miro en la tarde
que un sol blando apacienta:
resignada y sumisa,
en su destino quieta.

Nadie de los que pasan


en los tranvías la inquiere.
Viaja en todos los trenes,
lazarillo cesante.

La estrella inútil sobre


los clubes y los bancos.
La estrella inútil muere
por consunción de olvido.
68 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

Yo la miro y la veo
sobre tantas cabezas
inútiles como ella,
y la recojo en mi alma.

La estrella inútil nada


sabe de mí. Tan sólo
mis ojos saben de ella,
pero es fría y ajena.

En la tarde de azul
intenso e infinito
(¡qué paz crepuscular
en el campo, en la aldea!)

la estrella inútil es
luz de convalecencia.
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 69

Testimonio
Por los minutos de cansancio
de los relojes atrasados.

Por las tres personas –yo, tú, él–


que pueblan todo el universo.

Por la oscuridad, que no tuvo


génesis ni tuvo creador.

Por la fresca oración que eleva


-mano vegetal- una umbela.

Por las alas sin fin vacías


de las aves del firmamento.

Por el sol que se ve en el mar


pasar de noche bajo el agua.

Por el eco que duerme tácito


en la edad de las catedrales.

Por la rima del campanario


y las palomas de la aldea.

Por el domingo del poeta


y el sábado del labrador.
70 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

Por las venas de Adán y Eva


y por las de mi hijo menor.

Por lo que le hace falta a Venus


de Milo para ser mujer

y por los brazos de mi madre,


lo primero que vi al nacer.
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 71

Nostalgia de tu casa deshabitada (19)


He pasado junto a la ventana verde-cogollo de tu casa.
Sus alas cerradas me han mirado con sus cristales
transparentes, como si estuvieras dentro contemplando
la llovizna que barniza los tejados y las calles. La puerta
está dormida sobre sus goznes, unida por la espada potente
del cerrojo como para atenuar los ecos que en el zaguán
quedan de tu niñez. La casa está sola, sola…La casa está
triste. La culebrilla del alero gotea con intermitencia…¡tu
casa llora!
Me han dicho que te fuiste a otra calle, a una fachada
con ventanas metálicas, donde la reja llega hasta la cornisa
y desde donde se ven las estrellas como desde una jaula.
Has dejado sin juventud mi viejo barrio y te has ido a
donde los cinco metros del patio son embaldosados (sin
el rosal silvestre) y el cielorraso azul lleno de geometrías.
Tu casa ha quedado sola, con una soledad muy
honda…
Esta noche paso de nuevo por la acera y me quedo
mirando la escalita de la puerta, donde tantas veces
estuviste conmigo. Recuerdo que mi cabeza sólo llegaba
hasta tus hombros. Y que una vez se nivelaron nuestros
rostros…
¿Vendrá a habitar tu casa alguna anciana solterona y
huraña o acaso una familia llena de chiquillos?
Sola está la noche, como tu alcoba encerrada en sí
misma.
En la esquina, el guarda con su encauchado negro y
brillante. En la calle –túnel de mis recuerdos– la niebla.
72 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

La misma niebla que nos envolvía en un halo de blancura


en septiembre y con la que jugueteaban tus labios como
se juega con el humo de un cigarrillo.
Estoy angustiado bajo esta noche de cenizas.
Ya no me mirarás furtivamente por el disimulado
postigo de esa ventana tallada, ni tu hermanita me llamará
con su acampanillada vocecita.
Pongo el oído contra la pared, y oigo tus pasos…¡No,
no son tus pasos: es mi corazón que viaja, como siempre,
hacia tu recuerdo!
La noche está sola. Yo, recostado en el zócalo, miro la
mortecina luz de la bombilla que nos vio muchas veces
sin que nosotros hubiéramos percibido su presencia
iluminada. Dos mariposas nocturnas revolotean en torno
a ella y se embriagan de luz ante sus estambres ígneos sin
poder penetrar en el pomo de cristal. Como yo, que no
puedo llegar hasta tu corazón.
Sola la noche.
Y mi alma se ha quedado huérfana en la sombra,
porque la bombilla se cansó de alumbrar tu casa sola y se
apagó con la nostalgia de tu mudanza.
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 73

Notas
Segunda parte

15) Todos los poemas de esta sección, excepto el último, aparecieron en


el libro Edad sin tiempo (Ediciones Teoría, Bogotá, 1948) y en sus
otras tres ediciones, pero fueron escritos también todos antes de 1946.
16) Poema escrito en Bogotá en el cumpleaños de Gladys Ramírez Cha-
parro (q.e.p.d.) y publicado en El Espectador en 1946.
17) Escrito en Santa Rosa en 1942, fue publicado por El Colombiano de
Medellín en 1948.
18) Escrito en Medellín en 1944.
19) Prosa escrita en Santa Rosa y publicada en El Espectador. Posterior-
mente fue agregada al libro Edad sin Tiempo en su edición de 1988.
III

Edad sin tiempo

Las elegías
prematuras (20)
*
1947

* (Véanse las notas en la página 85)


A Maruja Mejía,
para el cristal
de su memoria

¡Amiga, no te mueras!
Neruda
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 79

Agonía
Ahora comprendo por qué el aire me faltaba.
Subía, subía la sangre su azucena incansable
y no encontraba el corazón
que la contuviera y viviera.

Y era verde el frío


que bajaba de la luna sombría.
Agua sólida ahogada
en cavernas sin eco.

Y sed en tierras duras subconscientes,


y sed en toda cosa y toda vida,
¡y sed…!

Ahora comprendo por qué algo más si no aire me faltaba


para estar en tu ambiente afiebrado.

Tu padre está a tu lado como queriendo reincorporarte,


respirando por las mismas ventanas de tu olfato
que tantos jazmines hizo imaginarme.

Pero tu consunción no es culpa mía


ni del libro que te regalé cuando en la infancia
un imposible amor…
¿o el mío quizás…?
80 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

Ahora comprendo todo el misterio de tus ojos aislados,


en verde-azul translúcidos,
tu mirada admirable, honda como las lágrimas
y tan profunda que me traspasaba
como si yo fuera un cristal…

Y el dejo de tu voz, que llegaba cansada


como si no quisiera pasar de los quince años
ni desatar las trenzas, ni ver frutas maduras,
ni decir prematuras e infinitas palabras.

Y el remoto silencio de tus manos,


imposible la única sortija.
(Morirás sin el beso que nunca quise imaginarme).

Ahora comprendo por qué el aire me faltaba:


¡porque el tuyo era el mío!
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 81

Seguro de su sombra
Desde mi oscuridad veo todo tu cuerpo
y tú, que estás iluminada, no ves mis ojos,
ni siquiera mis ojos, ensombrecidos de luz tuya.

No sé cómo duermes o recuerdas o ignoras o mueres


porque nunca tus ojos han muerto
de muerte, sombra, olvido o sueño.

En el agua del sol que humedece la primavera,


en el agua del agua que llueve,
en el agua desesperada de la sed
y en la definitiva marea que te invade,
no sabe el agua infinita de tus ojos su cauce,
desvelado en la noche y el día
lentamente esperando.

Como el papel seco en su aceite flota en la linfa pura,


el que contiene todas las verdades del mundo
se ha quedado sobre tus ojos sin entrada,
y como el puente que protege al río
de los pasos humanos, la poesía
en tu cansancio único.

Todas las cosas simultáneamente


morirán cuando cierres los ojos
y nada crecerá cuando todo lo ignores.
82 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

Y el corazón –su tacto, su oído desperfecto,


su almendra perfumada y su beso cuajado–
estará para siempre seguro de su sombra
en sus cuatro paredes sin huésped.
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 83

Donde todo te espera


Con tu sonrisa de moneda nueva
–frágil como un recuerdo–
desprevenida, pasarás la puerta
del último misterio

y entrarás al recinto donde todo te espera.


Sobre tu soledad el dedo del silencio
y la seguridad de que nada te llevas.

La llave de tu cuerpo
en el fondo del mar sin fondo yace
y seguirá dormido –sin ver la luz– tu sexo.

Tus manos ni tus pies para mí vacilantes


fueran si regresaras con vida de la muerte,
porque sólo yo sé la escala de tu viaje
de nunca a siempre.
84 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

Muerte
Si todo vano esfuerzo acumularse
pudiera y no volara la ceniza
con el viento del tiempo, ni la brisa
misma se fatigara en congelarse;

si es un reloj de limpia y tibia arena


la luna y si su sangre–clorofila
no alcanza a penetrar en la pupila
-yema de la materia– su alta vena,

la muerte es un espectro que el sol hace


y un día estará clara entre su aro
de miradas concéntricas. ¡Que pase
el día sobre el mundo como un pájaro!
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 85

Notas
Tercera parte

20) Las cuatro Elegías prematuras a Maruja Mejía fueron escritas en Bo-
gotá en 1947 y aparecen en todas las ediciones de Edad sin tiempo y
de El transeúnte desde 1948. La dedicatoria se explica porque las
elegías se incluyeron a última hora, cuando el libro estaba en prensa,
y el autor pensaba que cuando apareciera ya ella habría fallecido.
Todos los poemas de amor, fuera de los dedicados a Mercedes Vélez
y a Gladys Ramírez, fueron escritos para ella.
Epílogo 1

Homenaje a Esther

In memoriam
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 89

Esther González
90 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

“Mamá Carmelita” (Carmelita Betancourt, madre de Esther González),


con el primogénito de Rogelio, Juan Fernando Echavarría, de seis meses,
en Santa Rosa de Osos
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 91

Esther González (derecha) con la familia de Rogelio Echavarría: Su esposa


Beatriz Rojas y sus hijos Santiago, María Claudia y Juan Fernando (q.e.p.d.)
92 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

Fachada de la casa número 30-12 de la Calle del Boquerón con la Calle del
Medio, a la cual se refiere el texto “Nostalgia de tu casa deshabitada”. Se
reproduce del almanaque para el año 2003 que publicó la alcaldesa de Santa
Rosa de Osos, Blanca Cecilia Rojas Álvarez, con muestras de la arquitectura
de la población. Curiosamente, en esta misma casa vivieron sucesivamente las
dos niñas mencionadas: Mercedes Vélez y Maruja Mejía. Rogelio, unos pasos
más a la izquierda, en la casa de Esther.
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 93

Carta de Navidad (1)


Querida Esther:

Si tú no fueras la que eres, amiga comprensiva, hermana


dulce por la sangre de la amistad, que es la más pura, no
te escribiera en esta navidad bulliciosa de la capital, donde
la barahúnda iconoclasta ha acabado con el sentido místico
que nosotros, en el lejano pueblo de la Montaña,
conocimos y aún reconocemos. Pero hace falta que seas
la misma que has sido, pegada a las mismas tradiciones
familiares de hidalguía y decoro, de piedad y recato, para
que en esta Navidad de 1946, que para mí es solamente
la orgía pagana que me envuelve y me zarandea entre tantas
gentes sin ilusiones y sin ideales, pueda mi pensamiento
evocar con la limpidez de lo que se conoce, la casa
solariega, la tibieza de la lumbre familiar, el corazón
abemolado de la infancia.
Y es que la Nochebuena, cuando no somos niños,
pertenece al recuerdo. De madrugada, un olor a musgo
se esparcía por todos los rincones de la casa y muchos
caminitos de arena llevaban al sitio donde la primera
noción del pesebre alzaba su arquitectura vegetal, poblado
de muñecos de celuloide y de animalitos de barro. Desde
el 16 de diciembre en la capilla parroquial iniciaba el padre
Mejía las “jornaditas”, y todos íbamos a ver el pesebre tan
grande de la iglesia y a enterarnos del modo como había
colocado “Chucho Meque” el paso de la Virgen, San José
y el borrico. Cuando el toque del Angelus ponía su violeta
sonora sobre los tejados y sobre los corazones, nos
94 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

recogíamos con los vecinitos de La Ronda a rezar la novena


–por segunda vez el mismo día– y a cantar al son de un
pandero y de un acordeón que, como las imagencitas y
los cachivaches del pesebre, estaban todo el año guardados
en un baúl olvidado. El caminito iluminado de los
chorrillos y las luces de bengala, la pueril alegría con el
ruido que hacían las papeletas de pólvora, el
encantamiento de los globos que surcaban el aire después
de una labor febril de petróleo, candileja y chispa. Todo
esto, más el silencioso recogimiento de las diez de la noche
para imaginarnos un establo de nieve, un buey de
chocolate, los ángeles de melodía, la estrella –que era una
velita asomada a unas pestañas absurdas de cartón–, los
pastorcillos en humildad de primera comunión, los
blancos rebaños de ovejitas en patas de fósforos con un
vaho imaginario que ponía tanto calor como la dulzura
de la mirada maternal. Soldados de plomo que
enfilábamos en escuadras de heroísmo y que más tarde,
con la danza de los años, se convertirían en los tiranos
del mundo, en los que crucifican la verdad y asesinan
corderos. Quién pudiera esparcir hoy el mismo rocío de
frescor inocente sobre la fronda exuberante en la que
alternaban la orquídea, colgada en el pajizo techo, y la
mata de malvavisco cargada de diminutos panes pascuales.
El “rocío” lo traíamos en almudes desde la herrería de
don Eugenio (tu padre, el viejo alcalde) y el poder
milagroso de la fantasía infantil convertía aquel metal
espolvoreado en plateado aljófar.
Los pequeños (no sé si solo en aquel tiempo o en
aquella región) no podíamos tomar ningún licor. El
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 95

alcohol es para los que, habiendo perdido el dominio de


la felicidad desnuda, necesitan conseguirla artificialmente.
La cena se componía de la natilla (maíz, leche y
bendición), los buñuelos y la miel. Pero hasta esa plenitud
del refrigerio anual se ha perdido en la edad azarosa que
vivimos, y esta noche –según he leído en la noticia de
Medellín– no hubo con qué hacer la vianda generosa.
La misa de gallo para los mayores, los únicos que sabían
que con la llegada de los años un gallo sería el clarín de la
negación de Pedro.
Y una frazada de estrellas para nosotros, que poníamos
el universo celestial en la esperanza de la almohada de
blancas plumas que incubarían una caricia cuando el Niño
Dios, en la alta noche, colocara su “traído” de gloria bajo
los párpados cerrados aún estando abiertos y bajo el
corazón iluminado de aleluyas.
Me acuerdo, buena Esther, de la revelación del “traído”
del Niño… Papá yacía enfermo desde el mes de
noviembre y un hogar como el mío, donde se había
adentrado la orfandad tan de lleno, no tenía ninguna
otra mano que cumpliera el menester del dulce engaño.
Por eso la mañana de flautas del 25 de diciembre iluminó
el vacío de mi cama sin sorpresas… No podía otra cosa
que correr a llorar a tu casa, vecina en ese entonces pero
tan amorosa como más tarde, cuando también fue mi
alero. Y tú, solícita y conmovida, me explicaste que el
Niño a veces tardaba en llegar –¡pues tenía que visitar
tantas casas!– y me pediste que regresara contigo a
reanudar la búsqueda anhelante. Cuando levantaste la
almohada, ¡allí estaba el regalo! (que habías escondido
96 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

como una prestidigitadora en tu mano hasta el momento


de mostrarlo). Pero comprendí que me habías “engañado”,
y esa convicción me llevó a reflexionar que el Niño Dios,
como decía mi padre, no bajaba personalmente al mundo
pero tiene sus angelitos que lo representan…
Ese era el gozo nuestro, Esther, gozo sencillo y noble.
Hoy aquí, donde puedo estar esta tarde, no se ha pensado
en la Navidad sino como un motivo de holgorio, como
pretexto para bailar incansables, como disculpa para las
desviaciones. La música tiene no se qué de sacrílego, que
mancilla mis recuerdos, pero todavía un caramillo lejano,
una argentina voz canta en mi corazón, ya que mis oídos
están falseados:

“Esta noche es Nochebuena


y mañana Navidad…”

Saludos a todos y un abrazo para mamá Carmelita.


Rogelio

Bogotá, diciembre 24 de 1946.


Para Esther González Betancourt en Santa Rosa de Osos, Antioquia.

Esta carta fue escrita el mismo día para la columna “De


Rogelio” que apareció en la fecha señalada en el diario
El Espectador de Bogotá que en esa época era el gran
vespertino capitalino. Un jurado compuesto por don Luis
Cano, el director; don Eduardo Zalamea, el columnista
“Ulises”, y don José Salgar, el jefe de redacción, le
otorgó un premio en efectivo “como mejor nota del mes
en la página editorial” que había sido instituido para
estimular a sus colaboradores.
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 97

Historias 2
Esther lo cuenta así
(aquí se trata de un aire enrarecido
que bordaba en la casa aromas de un jazmín eterno
y un aterido furor de desterrada)
Usted se enamoró
Usted se enamoró
y hasta aquí puede ser una cursi historia de amor
el mechón de pelos y la amarillenta foto
que hoy miramos lejana y soñolienta
la lánguida añoranza
de pasillos jurando amor eterno etcétera
y las furtivas boleticas
que comenzaban amada dulce amor mío
(almíbar mariposa azucena corazón)
Sucede que a Usted todo se le volvió distancia
y su eterno silencio entre los libros
y su adustez de icono que espantó a los niños

Usted desde el no de su padre


no quiso hablar con nadie
y ahora yo pienso que treinta años es mucho
como para quedarse así callada
como para quedarse sin nada qué decir
Sin haberla visto la recuerdo

Usted se sentó a no mirar a sus hermanos


(aquí Esther enumera cuatro o cinco
la casada con
98 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

la viuda de
el doctor tal y así)
pero Usted no sabía que eran los hermanos
Usted vivía en un mundo sin ventanas
Usted no salió nunca más a las calles
no importaban para el caso los ásperos
olores del mercado la retreta y el altar de san Isidro

Usted abandona la mantilla en el último entrepaño


lleno de bolitas de nafta
y deja que las canas aparezcan nimbadas por la soledad
había descubierto que el aire de la casa se helaba ante
Usted
y lee no importa qué durante treinta años
ahí sentada frente al patio sin luz
(a veces el aliento de la noche la hacía caminar con la
memoria
por el camellón que conduce al cementerio)

Su piel ya no es la suya es la ceniza


la cal de la desesperanza la tenaz ala
de la ruina el patio de ladrillos
que aún pregunta por Usted

Ahora que Usted está sepultada al lado de mi abuelo


Alfredo miraba su tumba como queriendo
adivinar su soledad de desterrada de isla de molusco
sabiendo su saboreado silencio su furor
Alfredo miraba su tumba
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 99

y mientras las palabras de Esther relataban el final de la


historia
un intenso olor a jazmines fue regándose por todos los
rincones
de la cripta
Darío Jaramillo Agudelo
En el libro Tratado de retórica
(Instituto de Cultura y Bellas Artes de Cúcuta, 1977).

Adiós a Esther
Seguramente no hay persona en Santa Rosa de Osos
–o que haya vivido un tiempo allí– que no conozca a
Esther González, una mujer de tan excepcionales
condiciones personales que de no haber dedicado su
discreta y sacrificada vida al trabajo por el bien de los
suyos y al consuelo de los dolientes, se hubiera destacado
en círculos más amplios que los domésticos, ya que su
inteligencia despierta y cultivada –hasta donde los límites
de la cultura parroquial lo permiten– y la cristiana alegría
de su trato hacían de ella uno de esos seres que muy de
vez en cuando pone Dios en medio de una comunidad
como demostración de que los valores espirituales son la
mayor riqueza, de que la resignación sigue siendo el
heroísmo de los pobres.
Quien escribe estas breves palabras –que sólo tienen
el sentido de comunicar a los numerosos amigos de Esther
en Medellín, Bogotá y en Cali la triste noticia de su
100 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

muerte– tuvo el privilegio de contar desde niño con su


calor de madre y de hermana, y a su estímulo debe el
impulso vital que, desde cuando ella manejaba las cajas
tipográficas de “El Adalid” de la diócesis de Monseñor
Builes, lo llevó a ser un aficionado de las letras y un
periodista profesional.
¿Cómo describir, así, un dolor tan hondo, y sobre todo,
tan íntimo? Renuncio a ello, no sólo porque “las penas
tienen su pudor” sino porque, lo confieso a mis amigos,
que sí lo comprenden, desde cuando escribí en mi
columna de “El Espectador” aquella “Carta de Navidad”
en 1946 hasta ahora – en 32 años de continuo ejercicio
periodístico– nunca me había visto tan impotente para
expresar lo que significa una ausencia. Pero no me
perdonaría que el ser a quien tanto debo se fuera para
siempre sin el adiós de quien hasta ahora tuvo la pueril
certeza de que ella era la única lectora incondicional e
indulgente de todas mis palabras.
Este es, pues, el primer papel con mi firma que ella no
guardará nunca y que yo, para que no me ahogue en el
pecho, lanzo al aire anónimo de una página social. Sus
labios, que sabían más de oraciones que de alimentos,
me enseñaron a rezar. Hoy, Dios escucha las silenciosas
plegarias de quienes agradecemos al cielo el don de haberla
tenido entre nosotros.
R.E.
Nota publicada por El Tiempo de Bogotá y por
El Colombiano de Medellín en 1979, con motivo del
fallecimiento de Esther González en Santa Rosa de Osos.
Rogelio quiere agregar ahora –pues entonces no le
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 101

parecía pertinente pero aquí sí lo es– que Esther fue la


primera persona que leyó su primer poema (que aparece
en este libro por primera vez) escrito a mano, en un
cuaderno de escuela, el día de la madre en mayo de 1936.
También fue la primera vez que Rogelio vio a una persona
derramar una furtiva lágrima al leer un poema suyo.

Del mejor compañero


Querido Rogelio:

Un amargo día fue para mí este martes 13. Porque tu


nota del periódico me trajo la mala noticia de la muerte
de Esther. Cómo he sufrido por ti, mi buen Rogelio, y
qué tan exactamente mido el alcance de tu dolor. Estoy
seguro de que entre tus amigos del montón, nadie como
yo interpreta tan a cabalidad el sentimiento contenido
de tu nota de hoy. Bien sabes que yo aprendí a entender
y a admirar al niño huérfano, de alma grande forjada en
adversidades valerosa y maravillosamente superadas, con
la lectura de tu Carta de Navidad del 46, texto para mí
borroneado a momentos por las lágrimas. ¿Recuerdas?
Hace ya tantos años… Y si lo recuerdas, fácilmente
adivinarás que también las lágrimas, ahora, enturbian lo
que en estas líneas trato de decirte.
Así como al través de la Carta de Navidad aprendí a
admirarte, en la misma oportunidad intuí a Esther y
comprendí todos los valores que para ti ella representaba.
Descubrí en ti un afecto filial, un vínculo con el pasado,
un amor a lo que tiene de inefable importancia la propia
102 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

niñez. Pero ya sabemos que esto que tan firmemente nos


liga a la vida, inexorablemente un día se va. Como
adolorida e inevitablemente, se fue.
Desde la Navidad del 46, Esther fue para mí un
mito, representativo de todo lo bueno y todo lo grande
en que todavía podemos creer. Y como la vida no es
tan mala como se dice, porque de cuando en cuando
nos depara amables momentos, alguna vez, en tu casa
de Bogotá, conocí a Esther, dialogué con ella y esa
ocasión afortunada me llevó a la gratísima conclusión
de que la persona real era superior al mito, a la imagen
que yo arbitrariamente había identificado y guardado
con el mismo cariño con que acojo y conservo cuanto
de ti viene. Menos tu admirada y gloriosa poesía,
porque de sobra sabes que yo soy desastrosamente
prosaico. Y en esta prosa descarnada y que ya no puedo
superar, ahora sólo he querido llegar a ti para decirte
que comprendo más que muchos la realidad de un
dolor que comparto en la proporción que tú, dentro
del justo egoísmo de tu inmensa pena, quieras
concederme. Te abraza más estrechamente que nunca,
Felipe

Esta fue una nota privada que Felipe González Toledo,


compañero de redacción en El Tiempo, escribió en una
cuartilla y discreta y silenciosamente la pasó al escritorio
de Rogelio. Inédita, desde luego, hasta hoy.
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 103

Del hermano de Esther


Recordado Rogelio:

Nuestro afectuoso saludo para todos y que Dios los


conserve sin novedad. En primer lugar en nombre de
Amparo, de los niños y el mío propio, te agradecemos
infinito la nota cariñosa sobre la inolvidable Esther; esa
nota salió reproducida en El Colombiano, y así todos los
amigos se dieron cuenta de la muerte de ella; que Dios te
pague esta fineza tan a tiempo, tan oportuna y afectuosa.
Te diré que el novenario de rosarios estuvo muy
concurrido y todos los días no faltaron las visitas. Hay
que destacar la presencia a todas horas de Teresita Restrepo
y Lucila Balbín y de Nelli Agudelo, vecinas inmejorables,
que no hay con qué pagarles. La última noche del
novenario hubo misa solemne en la casa y el padre
Restrepo hizo un elogio de las virtudes de Esther: su buen
trato, ameno y charlatán; su resignación en la enfermedad,
su constante trabajo para la ayuda del hogar, y pidió que
todos estuviéramos preparados, pues el Evangelio del día
era sobre la muerte.
Esta casa quedó vacía, desolada, triste. El buen Dios
nos la llevó, pero su recuerdo queda grabado en el alma
y su imagen preside los actos del hogar. Aun no creo
que esté muerta, pero la realidad así lo dice; la fe me
grita que Esther desde el cielo nos protege. Cómo se
alegraría desde la eternidad al verse retratada y recorrer
el mundo en una nota social escrita por un hermano
que tanto la amaba. Todos tus papeles que Esther
104 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

conserva con afecto entrañable los guardaremos con amor


y todo lo que nos envíes lo guardaremos como si Esther
estuviera viva aún.
Para Betty, la inmejorable, que Dios le pague la venida,
su cariño para Esther y todos nosotros y que ese cariño
de ustedes no se extinga nunca, pues hoy más que nunca
nos hace falta.
Alfonso
Carta privada, y por lo tanto inédita, escrita por el único
hermano entonces sobreviviente, pero hoy fallecido, de
Esther González. Escrita el 19 de noviembre de 1979 en
Santa Rosa de Osos.

“Celebremos a Rogelio”
… Si él, (Rogelio Echavarría) accediera, sería también el
momento de hacerle la celebración pública de sus cuarenta
años de edad sin tiempo (1). Sería el momento de llevarlo
al Paraninfo de la Universidad de Antioquia, su alma
mater, y que él leyera sus versos y que se le hiciera allí
mismo un homenaje a esa obra poética suya –breve, sólida,
perdurable, perfecta, como las miniaturas de Tobón
Mejía– y que Belisario Betancur dijera sus palabras,
seguramente evocando los cuarentas, cuando ambos eran
periodistas en Medellín
(Entonces, Rogelio, si esto sucede, mientras el Señor

(1)
Título de su primer libro.
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 105

Presidente hable, yo, atrás, en la última fila, estaré


recordando el día que fuimos juntos a Santa Rosa, y en la
casa de Alfonso González esculcamos una caja con los
recortes de tus primeros poemas publicados; y estaré
recordando lo que decías entonces, hablando de Merino,
de Eddy Torres –tu primer anónimo crítico–. Y estaré
recordando a Esther González, deseando que resucite,
ella que fue importante en mi vida y esencial en la tuya,
para que te vea allí, celebrado por todos).
Entre tanto, mientras llega el día del Paraninfo, ese
homenaje que valdría un millón de veces más si Esther
viviera, todos podemos celebrar a Rogelio, leyendo sus
versos en la intimidad.
Darío Jaramillo Agudelo.
Fragmento de la nota que con el mismo título fue
publicada por el suplemento literario del Diario del
Caribe de Barranquilla el 26 de junio de 1983 y en el de
El Mundo de Medellín el 30 de julio del mismo año.

… Y después, en el Homenaje
No quiero terminar sin invocar la memoria de dos seres
que se fueron de este mundo antes de esta noche, pero de
cuya presencia aquí tengo absoluta certeza. Los nombraré
porque yo también los conocí y los quise, y ahora, esta
noche, más que nunca, desearía poder verlos. El primero
es Aurelio Arturo, uno de los grandes poetas de nuestra
Colombia; Aurelio Arturo reconoció siempre la fina
106 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

belleza de los poemas de Rogelio, fue su amigo entrañable,


y su alma gemela en discreción y recato. La otra persona
que nos acompaña esta noche sin que la podamos ver, es
Esther González. Yo sé que Esther fue esencial en la
adolescencia de Rogelio y su recuerdo es una llama de
amor puro que ilumina a Rogelio y que a mí también me
alumbra. Ellos, Aurelio y Esther, están esta noche aquí.
Rogelio: bajo la presencia tutelar de Esther y de Aurelio,
el recinto máximo de la Universidad que hoy reconoce
tu obra, te agradezco, y conmigo todos los que se han
acompañado con El Transeúnte, los momentos de asombro
y poesía que nos has regalado.
Darío Jaramillo Agudelo
Fragmento final de las palabras de Darío en el homenaje
que, atendiendo a su petición, ofreció a Rogelio la
Universidad de Antioquia, en sus “martes del Paraninfo”
en noviembre de 1983. Allí fue leído este mensaje:
“Señorita Luz Elena Zabala, directora de Extensión
Cultural, Universidad de Antioquia. Su amable invitación
en nombre de la Universidad de Antioquia para rendir
homenaje al maestro Rogelio Echavarría en el cálido
recinto de su Paraninfo, presidido por la magistral
pintura de Cano, es algo doblemente honroso. Por
motivos ajenos a mi voluntad, me es imposible
acompañarlos aunque bien saben que espiritualmente
estoy presente con ustedes. Con mi nota de
agradecimiento reciba un cordial saludo extensivo al
maestro Echavarría. Belisario Betancur, Presidente.”
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 107

Pero… ¿quién era Esther?


Pregunta José Luis Garcés: –En la presentación que Darío
Jaramillo Agudelo hace de la edición de El Transeúnte del
Fondo Cultural Cafetero invoca él la presencia de un
personaje que para mí se convirtió en una especie de
incógnita y que no hallé en ninguno de sus poemas. Habla
de Esther González. ¿Quién es o quién fue? ¿Qué papel
representa en la vida de Rogelio?
Rogelio Echavarría: –Esther González no figura,
realmente, en ninguno de mis poemas pero está en mi
vida, es decir, está en todos. Ella fue una especie de
hermana mayor para mí, desde mi infancia. Amiga de
mi madre, seguramente me tuvo en sus brazos recién
nacido…
Cuando mi hogar (el de mis padres) se desintegró,
estando yo de unos seis años, mi padre se fue a vivir a
otra ciudad, a Yarumal. Yo me quedé solo en Santa Rosa,
pues allí nací y allí estudiaba, y entonces me dejó alojado
en un hotel. Un día entré a mi cuarto y encontré que se
habían llevado mis cosas. Pregunté qué pasaba y me
dijeron: –Esther González se llevó todo para su casa, ¡dijo
que cómo iba a vivir usted en un hotel!
En la casa de Esther era donde yo leía los periódicos
de Medellín (El Colombiano y La Defensa) y de Bogotá,
más tarde, El Siglo –ya se ve que, como casi todos en
Santa Rosa, eran conservadores– y el fabuloso suplemento
en colores, con las inolvidables tiras cómicas de La Prensa
de Barranquilla. Mamá Carmelita, la madre de Esther,
coleccionaba toda clase de recortes de prensa y de
108 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

suplementos que eran un gran estímulo para mi futura


profesión periodística. Precisamente en un libro que estoy
preparando reproduzco mi Carta a Esther escrita en la
Navidad de 1946 y la nota que escribí para El Tiempo
cuando ella murió. Es una simple nota social, pero
complementa tristemente aquella carta…
–¿Cuál es la imagen física que Rogelio Echavarría
guarda de Esther González? Sus primeros recuerdos de
ella…
–Era alta y delgada, con esa figura magra que caracteriza
a la mujer soltera antioqueña (ella siempre fue soltera)… y
precisamente entre mis primeros recuerdos está ella
recibiendo la visita de su novio en su casa. Su primer amor,
que fue el único. En los pueblos antioqueños, las mujeres
tenían casi siempre un solo amor en su vida, y si no se casaban
con él se quedaban solteras para siempre. Especialmente
cuando el hombre era rechazado por sus padres. Ella se quedó,
pues, como decían antes, “para vestir santos”… pero el que
vino a vestir santos fui yo, que entré a trabajar con ellos en El
Tiempo.

Los parientes de Esther

Cuando murieron los padres de Esther, ella se dedicó


totalmente a sus hermanos, yo incluido. Heroína anónima
de la pobreza, como lo dije en su nota necrológica. Era la
única persona que guardaba todos los recortes de lo que
yo escribía en Medellín y en Bogotá. Cuando falleció dije
más o menos en una nota: esta es la primera que no va a
guardar…
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 109

–¿Cómo reaccionó el poeta ante la muerte de Esther?


–No, no escribí ningún poema… no pude, me sentía
totalmente abandonado e impotente. No pude, a pesar
de que su muerte fue, como su vida, heroica. Yo siempre
que podía iba a visitarla a Santa Rosa y, siempre sana y
animosa, también ella venía a veces a Bogotá. De pronto
no volvió…
Cuando llegó el grado de mi hija le mandé los pasajes
pero no apareció. Me fui a ver qué le había sucedido,
pero me tranquilizó: había estado sólo “un poco mal”. Yo
sospeché mucho más, pues un día que la llevé a dar un
paseo se iba desmayando. Ya de regreso a Bogotá me
avisaron que realmente estaba muy enferma, y cuando
arreglaba para irme a verla me anunciaron su muerte.
¡Tenía un cáncer en el pecho hacía años y no le había
contado ni a su médico! Ella fue, sí, una santa. Pero la
santidad es, a veces, una bobada que después tenemos
que llorar…
Fragmento de la entrevista que el escritor cordobés José
Luis Garcés González le hizo a Rogelio, y publicó en su
revista El Túnel, órgano del grupo literario de tal nombre
en Montería, en 1988.
Epílogo 2

- Estímulos iniciales -

(Fragmentos)
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 113

Rogelio, boy scout lírico


Rogelio Echavarría es casi un niño. Tal vez tenga 16 años.
Y ha resuelto echarse a la calle con el morral a la espalda
de su equipo de boy–scout lírico… (Pero sufra usted,
querido Rogelio, las consecuencias de esta aventura en
que se cuela y en que deja comprometido el resto de su
vida…)
Rogelio ha publicado algunos versos. Por lo tanto, ya
está fichado, catalogado y clasificado por sus
conciudadanos. Es un caso juzgado y un hombre al agua
en este revuelto mar del brutal materialismo de los días
presentes. Ya no existe para él tabla de salvación. Mucho
es lo que tiene que nadar si desea salvarse y lograr, en el
remoto horizonte, una playa desolada en donde asilar un
glorioso naufragio de fama y de renombre.
Este muchacho, sin tiempo ni oportunidades, ha
encontrado su forma de expresión poética, que acusa un
temperamento altamente sensitivo y que sabe
complementar con el milagro de la intuición
desconcertante el vacío de lo que le falta…
… En los registros olímpicos y por propia voluntad
y mano propia, queda inscrito un nuevo nombre de
aspirante a mirtos y laureles y sí que también a miserias
y desengaños glorificadores. Rogelio Echavarría es
promesa y, seguramente, una de aquellas promesas que
se cumplen.

Alberto Mosquera (en el suplemento literario de El


Colombiano de Medellín el 26 de marzo de 1944).
114 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

Una temprana experiencia

Rogelio Echavarría es apenas un niño, un niño emotivo,


con ambiciones frente a la vida del espíritu, con las alas
abiertas en trance de cruzar el espacio de todas las emociones
vitales; cada una de sus tristes experiencias va teniendo eco
en la inspiración que revela el discurso afectivo de su
vida…Sus Poemas del amor imposible (inéditos hasta ahora)
denotan una altísima capacidad lírica en el autor y revelan
su trayectoria emocional… Este joven caballero andante de
la poesía ha tenido, necesariamente, inmensos vacíos y la
vida está en mora de un pago que con los días acrecerá más
la angustia de su autor. Y el vacío, la decepción, la íntima
noción de la pena, el dolor, la incomprensión, la soledad
interior, han ido labrando en el alma de este adolescente un
profundo sentido de la vida, le han dado una temprana
experiencia de lo que el tiempo avaro no ofrece a muchos
mimados de la suerte y la fortuna… La orfandad ha sido un
cáliz amargo de la vida de este novel poeta… él ha sentido el
vacío de un amor incomparable… Podemos afirmar que
este primer folleto de Echavarría lo revela como un
consagrado del ritmo; que en él hay inspiración y tiene sentido
de la forma nueva… Como es demasiado joven, bien puede
captar con el andar de los días mejores motivos de inspiración
que la vida le ofrezca y encontrar fuerzas aún mayores que lo
lleven a terminar una obra lírica de verdadera eficacia y de
inmenso valor.

Carlos Betancur Arias (en el suplemento literario


de El Colombiano el 2 de septiembre de 1944).
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 115

Ediciones frustradas
Corría el año de 1942 y era el que estas líneas escribe
administrador del diario El Pueblo (de Medellín). Un día
se presentó a la oficina el doctor Hernando Cuartas
Marulanda a intrigar para que le diera algún oficio a un
jovencito venido de Santa Rosa de Osos, tímido él, con
mirada un tanto triste y de color cetrino… No había
vacante pero ante la insistencia y ruegos del abogado, el
suscrito que suscribe le “abrió un campito”, como suele
decirse, y el muchacho empezó a trabajar en la sección
de despachos de correo. En esta misma pobre oficina y
sobre arrumes de periódicos viejos, dormía; la comida
buscaba por ahí en el café vecino de don Emiliano o en
cualquier otra parte.
De pocas palabras el muchacho y como con una honda
tristeza que se le salía por los ojos, como un buen
trabajador se ganó mis simpatías.
Cierto día, tímidamente, me mostró un cuaderno de
versos de su cosecha. Sin ser yo un Neruda ni un Borges,
los encontré bonitos, bien medidos y emotivos. Le
propuse que los publicáramos y él aceptó. Pero como no
teníamos dinero para hacer la edición, yo resolví conseguir
algunos avisos para la financiación. Encargué la
publicación a la Tipografía Marden, el muchacho corrigió
sus versos y yo los avisos. Pero cuando ya íbamos a sacar
a la venta los libros, el jovencito poeta, con un orgullo
plausible, me rogó que desistiéramos de dar a luz su primer
libro de versos. ¿La causa? Le parecía denigrante y feo
que una cosa salida tan del alma, fuera a manos de los
116 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

lectores con avisos de Robustina, Confortativo Salomón


y Ratil. Él era pobre pero tenía su orgullo.
Me conmovieron sus argumentos, me solidaricé con
él, retiramos la edición y la destruimos sin dejar siquiera
para nosotros un solo ejemplar.

Bernardo Jaramillo Correa (en su columna


“Humoradas” que con la firma de Berjaco publicó en
el diario El Mundo de Medellín el 12 de noviembre de
1979.

Aclaraciones de Rogelio a la nota de “Berjaco”:

1º No estuve nunca en despacho de correos, pues yo ya


era periodista profesional, había trabajado como reportero
en el radioperiódico “Adelante”, de Hemel Ramírez, y en
tal carácter entré al diario que dirigía Manuel Mosquera
Garcés, quien escribió precisamente el prólogo para mi
frustrado libro. La confusión de mi querido amigo,
explicable por los años transcurridos, tal vez consiste en
que yo también era corrector de pruebas y las mesas para
este oficio quedaban al lado del despacho de correos. Lo
que sí es cierto es que algunas noches dormí sobre arrumes
de periódico, en un cuarto de archivo, pero no porque
no tuviera donde dormir (vivía a dos cuadras, en el Hotel
Internacional de la calle Boyacá con Carabobo) sino
porque estaba herido de un pié y no me podía calzar, y
además mi trabajo era hasta la madrugada…
2º Ese primer folleto con los versos de infancia y algunos
de pubertad se iba a llamar “Primer invierno adolescente”.
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 117

Muchos de estos son los que constituyen el primer libro que


publicó, ya en Bogotá, el doctor Abel Naranjo Villegas,
director de las Ediciones Teoría y copropietario, con su
hermano Rafael, de la Librería Siglo XX, donde toda la
edición se quemó el 9 de abril de 1948. Los pocos ejemplares
que se salvaron fueron los que el editor le había enviado –no
más de diez– al autor, y que fueron tan bien recibidos por los
amigos como puede verse por los fragmentos de algunas de
sus notas que se ven enseguida.

Una anécdota
En el libro 150 caricaturas del dibujante y periodista bogotano
Hernando Córdoba Plazas aparece esta anécdota:
“Fue en 1945 cuando conocí a Rogelio Echavarría, pocos
días después de que llegara a Bogotá procedente de
Antioquia, su tierra natal, y por suerte fui fiel testigo del
instante en que recibía un premonitorio bautizo como
poeta y periodista. Esta escena tuvo lugar en El Siglo, que
en esa época era el gran periódico conservador, dirigido
personalmente por el famoso político y orador, jefe de
ese partido y futuro presidente Laureano Gómez. Este
hecho inolvidable ocurrió cuando me encontraba con mi
hermano Gonzalo en la oficina de corrección de pruebas,
de la cual era titular con Rafael Barreto Álvarez.
De repente irrumpió allí Alvaro Gómez Hurtado, quien
era el editor del diario, llevando del brazo a un jovencito,
y dijo: “–Les presento a Rogelio Echavarría, quien desde
hoy colaborará con ustedes como corrector. Rogelio es
118 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

redactor y comentarista en la sección de Alusiones” (en


la cual se comentaban los hechos culturales más
importantes del día). Y después de una breve pausa
añadió: “–Además, tiene otra cualidad excepcional: que
este niño nació poeta.” H.C.P.

Nota de Rogelio: Todos los poemas míos que aparecen


en este libro como publicados en El Siglo, lo fueron por
el doctor Gómez Hurtado, quien no sólo me mostró en
ello su generosidad sino que se los dio a conocer a su
ilustre padre, el doctor Laureano, quien me criticó algunos
versos “por modernos” y por el uso de palabras “no
poéticas”, pero también gocé de su valioso estímulo.

Un auténtico poeta
Rogelio Echavarría es un joven poeta que apenas si ha
publicado dos o tres poemas, pero estas pocas
producciones lo colocan entre las voces de una generación
desvinculada en su totalidad de la revolución
piedracielista. Su voz, poseedora de un vocabulario
poético muy personal, es la expresión de un lirismo
hondamente acendrado y de una visión de la existencia
que suavemente sumerge en un territorio de nostalgia
revelándonos los matices de un espíritu disconforme,
atento a las más claras emociones de su corazón. Su tono
elegíaco, dueño de una leve violencia, tiene una
penumbrosa sencillez que parece que no quisiera revelarse
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 119

del todo. El llanto surge como un elemento sustancial en


muchos de sus versos, demostrándose una vez más aquel
axioma poético de que la poesía se puede poner a llorar en
cualquier parte. Lo imposible, lo inalcanzable, lo que huye
inexorablemente de nuestras manos conmueve las fibras
más íntimas de su poesía. Del claro fondo de sus poemas
vemos surgir, rodeados por una niebla de tristeza, rostros
de mujeres cuyos perfiles románticos son inconfundibles
por la dolorosa expresión de su belleza abolida. Su canción
es la voz de una limpia adolescencia sobre la cual se han
abierto ya muchas interrogaciones.
Su poesía es de una gran calidad estética, (por lo cual) es
fácil comprender que nos encontramos ante un magnífico
temperamento poético, ante una admirable sensibilidad capaz
de entregarnos una obra definitiva y perdurable, porque los
poemas que hasta ahora conocemos son clarísimos signos de
un verdadero y auténtico poeta.
Fernando Arbeláez (en el suplemento literario del
diario El Liberal de Bogotá, el 29 de febrero de 1948).

Seguro de sí mismo
Rogelio Echavarría trabaja en El Espectador. Aquí ha
podido respirar esta atmósfera en que combaten
incesantemente, cediendo posiciones para recobrarlas
enseguida, el escepticismo y la esperanza, la amargura y
la alegría; y ha seguido haciendo versos, lentamente, sin
mucha prisa, midiendo las palabras y procurando
120 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

colmarlas de emociones y pasiones. Así ha podido darnos


su primera obra –un breve librito editado por Espiral–,
en la que reúne quince poemas, de diferente calidad pero
de igual intensidad y calor. Algunos me llegan con su
puro mensaje y eso me basta. Prefiero, desde luego, los
últimos, más francamente humanos, más libres y
despojados de preocupaciones formales. Edad sin tiempo
es el comienzo de la obra de un poeta, y de un poeta que
puede estar seguro de sí mismo. ¿Para qué anotar
predilecciones impuestas por la fuerza de la admiración
y para qué señalar influencias inevitables y no siempre
nocivas? Rogelio seguirá haciendo poemas, seguirá
elaborando versos, un poco aislado todavía del mundo
de los demás, un poco demasiado perteneciente al de sus
sueños, pero siempre podrá mirar sin rubor y antes con
sencilla y espontánea satisfacción su primera obra, que
saludo con la más amistosa cordialidad.

Eduardo Zalamea Borda (en su columna “La Ciudad


y el Mundo” de El Espectador en abril de 1948)

Una poesía elemental


Aquí, en el ambiente de estos poemas iniciales de Edad
sin tiempo está vivo y palpitante el clima germinal de la
poesía. Una poderosa corriente de lucidez y de misterio
va bañando, como una luz inefable, el ámbito en donde
discurre y esparce sus prodigios esenciales la expresión,
entre trémula e intimista, de este nuevo poeta… Su labor
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 121

poética recoge con fidelidad todos aquellos ingredientes


esenciales que, en su manifestación primitiva, le
comunican al poema su misterioso carácter de hecho
elemental, su categoría de valor perdurable e
imperecedero. La elementalidad en la poesía es sin duda
alguna uno de sus sellos de pureza que mejor la definen,
por cuanto la presentan en su más alto grado original, de
fuerza germinal y magnificencia creadora. Y es
precisamente en esta virtud de tan subida calidad en
donde, con mayor fundamento, radica la significación
de la expresión poética de Rogelio Echavarría.
El poeta, siempre fiel y obediente a su destino, ha
ido recogiendo en palabras trémulas de ternura y de
fina desolación, las imágenes que en su espíritu y en
su alma han dejado los primeros contactos con el eterno
problema (sentimental). Una corriente de dulce
melancolía, de sosegada nostalgia que casi se identifica
con el silencio que es enigma y misterio, cruza en todas
las direcciones el territorio de estos poemas. La órbita
dentro de la cual se mueven es el ámbito de la
sensibilidad sacudida por las ráfagas hechizantes del
amor, del primer amor acaso.
Edad sin tiempo sitúa ya al autor, a su corta edad
cronológica, entre los más logrados líricos de la última
generación poética de Colombia.

José Constante Bolaño


(en el suplemento literario de El Tiempo, 1948)
122 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

A pesar del tiempo


Cuando Rogelio Echavarría publicó por primera vez Edad
sin tiempo, en 1948, contaba con 22 años y una mirada
nueva para hacer de la palabra un ademán amoroso, un
gesto silencioso. Ya en este libro inicial se adivinaba lo
que iba a ser una constante en toda su posterior poesía: el
tono asordinado, la ausencia de cualquier énfasis, la
elaboración poética de un mundo cotidiano.
Uno se asoma a esta obra germinal de Rogelio
Echavarría y luego de leerla corrobora su título. Se trata
de una edad sin tiempo, pues no tiene una temporalidad
demarcada la buena poesía. A este libro no lo han corroído
las aguas del tiempo, ese silencioso crítico que barrena
aquello que no logra transgredir la cronología.
Poemas como Nostalgia de tu casa deshabitada
pertenecen a una vertiente de la poesía colombiana que
desde una sencilla andadura del lenguaje, desde una
manera de encarar la poesía con palabras del uso corriente
(pienso en Aurelio Arturo) logran crear una atmósfera
mágica, evocadora.
Los poemas de amor incluidos en Edad sin tiempo,
como el citado poema que establece una conversación con
la amada a través de su casa deshabitada, están entre los más
bellos que se hayan escrito en la poesía colombiana.
Edad sin tiempo es un libro que inauguró, en la poesía
de Echavarría, una vereda para cruzar El transeúnte.

Juan Manuel Roca


(en el Magazín Dominical de El Espectador en 1990)
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 123

Educación sentimental
El transeúnte es un texto clásico en la poesía
latinoamericana de la llamada Generación del Medio
Siglo. Rogelio Echavarría, su autor, es uno de los siete
poetas que conformaron el célebre grupo Mito, nucleado
en torno a la revista homónima, y de quien puede
afirmarse que su discreción es sólo comparable a la
profundidad de su obra. Poeta de producción
deliberadamente escasa –como Silva, como Aurelio
Arturo, como Charry Lara– ha sabido neutralizar la
pomposidad retórica de muchos de sus contemporáneos
y de ahí que la aparición de un libro suyo sea motivo de
regocijo entre sus lectores.
Es lo que ocurre con Edad sin tiempo, esperada reedición
de los poemas que anteceden a la fiesta que produjo la
publicación de El transeúnte en 1964 y que reúne textos
escritos entre 1941 y 1947. El amor, la mitigada pregunta
existencial, las dudas del adolescente, son algunos de los topoi
que configuran la prehistoria poética de Echavarría y que,
del expresivo título de Edad sin tiempo, saltan al mundo más
definido y literariamente adulto de El transeúnte. Es como si
se entronizara al adolescente en una cronología sin límites,
atemporal en sus sueños y apetencias, obnubilado por una
“edad en que hasta el gozo nos aflige”.
A Edad sin tiempo, pues, cabe considerarla como la
educación sentimental del futuro tránsfuga, del hombre
errante de nuestras ciudades.
R.H. Moreno Durán (en la revista Quimera
latinoamericana Nº 9, Bogotá, marzo/abril de 1991).
124 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

Y al final, el comienzo
– ... ¿Y conociste en la redacción de El Tiempo a Rogelio
Echavarría?– me preguntó Alonso Aristizábal.
–¿Y cómo es él?
– Un señor de unos cincuenta años, que usa gafas y
gabardina. Su escritorio es el primero que uno se
encuentra cuando entra a la redacción de El Tiempo.
Yo quedé desconcertado. Entonces, de inmediato,
busqué el télex y como pude, conmovido, apenado, casi
temblando, redacté un mensaje donde entre otras cosas
le decía a Rogelio que no tenía palabras, que no me
perdonaba el hecho de haber estado junto a él tantos días
sin saber que él era el autor de El Transeúnte. Mejor dicho,
sin siquiera darme cuenta que había tenido ante mis ojos
durante esos días sin saberlo a uno de los mayores poetas
vivos de Colombia.
Después pasó el tiempo y entre nosotros se fue tejiendo
poco a poco una de las amistades más bellas que la vida
haya podido depararme. La misma que me ha permitido
aprender muchas cosas, si es que esas cosas pueden
aprenderse. Me ha permitido, por ejemplo, aprender de
la vida, de sus vueltas, de sus revueltas. Aprender del mejor
periodismo, ese que la premura de hoy ya no deja
practicar. Me ha permitido aprender de la poesía. Poetas
olvidados que ya casi nadie lee y poetas nuevos que él,
como el mejor antólogo de poesía colombiana que es,
me ha ido mostrando. Me ha permitido darme cuenta de
que “el fin del mundo ocurre siempre y cada día, si lo
adviertes”. Comprender que al fin y al cabo, como dice
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 125

el mismo Rogelio, todos los poetas son el mismo poeta.


Al mismo tiempo, esa amistad me ha dejado asomar a
él, e ir poco a poco conociendo casi toda su obra, hasta la
que él ya tenía olvidada…
También me ha permitido esta amistad ir conociendo
noche a noche, pedazo a pedazo, muchas cosas de su vida:
las casas de sus novias ya casi olvidadas, con alguna
excepción. Los viejos compañeros de oficio… y de farra.
El niño abandonado en un hotel de Santa Rosa y después
al cuidado maternal de Esther González. O antes, cuando
con su padre, Rogelio se vio obligado a abandonar su
pueblo natal para irse a Yarumal, donde aprendió a tocar
el trombón para poder sobrevivir. Tal vez por eso Gabriel
García Márquez le dedicó su libro Cien años de soledad
con estas palabras: “Para Rogelio, en memoria del viejo
trombón…”. Las entrañables cartas de Esther, sobre todo
en diciembre, cuando en la fría navidad bogotana no había
regalos, ni pesebres, ni alumbrados. Los fríos hoteles
baratos de Bogotá. Las pensiones de Medellín. Mercedes
Vélez y Maruja Luna. Y ese viejo hermoso y valiente que le
dio la vida –
al que todos llamaban Jesús Humilde–, que supo enfrentar
con la mayor de las enterezas el hecho de ser pobre y liberal
y carpintero en un pueblo de godos y de ricos y además
logró rehacer su vida y la de su hijo, abandonado en medio
de las peores humillaciones y penurias, como el más
valiente y callado de los hombres.
Todo eso lo fui sabiendo poco a poco, y sin quererlo
me fue convirtiendo en una especie de hermano menor,
de biógrafo particular suyo, y mi orgullo mayor sería serlo,
126 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

pero ya no puedo, porque sé que conozco demasiadas


cosas…y aquí habría que decir como el viejo Don
Quijote: es mejor no meneallo…
Finalmente supe la historia definitiva… En su más
temprana juventud, Rogelio amó locamente a una
mujer…Y como en casi todos los amores de esta clase, en
pueblos católicos y atrasados como el Santa Rosa de esa
época, todo se volvió la historia de un amor imposible.
Imposible por muchas cosas, es cierto, aunque también
y al fin correspondido. Pero los amantes fueron separados
de un modo despiadado. Rogelio, tratando de olvidar, se
fue a estudiar a Medellín y luego a Bogotá. Allá, mientras
se dedicaba al duro y mal pagado oficio del periodismo,
se enteró de que ella estaba muriendo. Padecía de una
enfermedad incurable para la época y según las noticias
llegadas del pueblo no tenía salvación posible. Entonces
Rogelio escribió sus Elegías Prematuras. Toda escritura es
un duelo y el amor lo convirtió a él también en escritor…
Rogelio: alguien dijo que en nuestro comienzo se
encuentra nuestro final. Voy a arrebatarte por un
momento tus palabras de aquella noche de lluvia y de
tangos en que recordabas tu infancia, para decirte a vos y
a los amigos que esta noche hayan venido a verte, que
cuando escribiste esos poemas errabundos ya eras un
transeúnte.

Juan José Hoyos. Fragmento del texto pronunciado en


la presentación del libro El Transeúnte paso a paso que
la Universidad de Antioquia publicó para celebrar la
entrega de su premio nacional de poesía “por
reconocimiento a la obra de una vida” en el Paraninfo
de San Ignacio, en Medellín, a Rogelio Echavarría.
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 127

Planicie de Santa Rosa de Osos.


128 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste
Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste 129

Contenido
Retrato del poeta impubescente 7

I Primeros poemas
Canciones de un niño triste
1936-1941 21
Confesión de boca 25
Así sería mi madre 27
Errabundo 29
Delirio por una estrella lejana 30
Moro 32
Colegiala 33
Tarde invernal 34
Silencio 35
Paz vesperal 36
Campanitas 37
Crepuscular 38
Desesperación 39
Como todas mis noches… 40
Poema de adiós y resignación 41
Soneto con ritornelo 42
Al Nazareno 43
Milagro de Navidad 44
Fabulilla de la oveja negra 47

II Edad sin tiempo


Canciones de adolescencia
1942-1946 51
Cuando te escribo 55
Confidencia 56
Presencia 57
Parábola elemental 58
Por lo distantes 59
Todo es amor 61
Invitación a morir 62
Límite 63
Sensibilidad 65
130 Rogelio Echavarría / Canciones de un niño triste

Edad sin tiempo 66


La estrella inútil 67
Testimonio 69
Nostalgia de tu casa deshabitada 71

III Edad sin tiempo


Las elegías prematuras
1947 75
Agonía 79
Seguro de su sombra 81
Donde todo te espera 83
Muerte 84

Epílogo 1
Homenaje a Esther 87
Carta de Navidad 93
Historias 2 97
Adiós a Esther 99
Del mejor compañero 101
Del hermano de Esther 103
“Celebremos a Rogelio” 104
… Y después, en el Homenaje 105
Pero… ¿quién era Esther? 107

Epílogo 2
- Estímulos iniciales - 111
Rogelio, boy scout lírico 113
Una temprana experiencia 114
Ediciones frustradas
Calle 25AA-Sur No 48-100 - Envigado

Você também pode gostar