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EL CONOCIMIENTO CIENTÍFICO SEGÚN KANT

El problema fundamental de la Crítica de la Razón Pura es el de determinar los


límites del conocimiento. Se trata de una tarea epistemológica, formulada
repetidamente por Kant como una metapregunta: a Kant no le interesa saber qué
conocemos de la realidad, sino cuáles son las condiciones bajo las cuales conocemos
la realidad (enfoque trascendental). La propia noción de realidad (noúmeno) es
investigada y disuelta por Kant. Este planteamiento epistemológico llevará a Kant a
situar al sujeto en el centro del proceso de conocimiento, en lo que se ha dado en llamar
el “Giro Copernicano”, que sitúa al sujeto como constructor activo de los conceptos y
juicios que expresan auténtico conocimiento científico.

Kant acumen como modelo de conocimiento verdadero el de las leyes de la


física newtoniana. El sistema del mundo descrito por Isaac Newton representa en el
siglo XVIII una cima en el conocimiento racional de la naturaleza. Es de reseñar que
Kant no cuestiona la verdad de los enunciados científicos: los toma como modelo de
toda verdad universal, y lo que la Crítica de la Razón Pura pretende dilucidar es si
podemos y cómo podemos asegurar en los juicios metafísicos un grado de verdad
igual al de las proposiciones científicas.

Sobre esta base, podemos formular ahora uno de los objetivos principales de la
CRP: ¿Es posible la metafísica como ciencia? Para responder a esta pregunta
debemos, por una parte, determinar las condiciones que hacen verdaderos los
enunciados científicos, y, por otra, definir convenientemente el concepto de metafísica,
posicionándolo frente a los modelos metafísicos propuestos por los filósofos anteriores.

Kant identifica conocimiento con “conocimiento verdadero”. Por una exigencia


de coherencia lógica, no es posible que un conocimiento sea falso. En el supuesto de
que el hombre alcance conocimiento científico sobre el mundo, tal conocimiento sólo
merecerá este calificativo si cumple con determinados criterios de racionalidad. Estos
criterios son dos: la universalidad y la necesidad, explicados ya en otro artículo. Como
vemos, la propia racionalidad humana confiere al conocimiento su carácter de “verdad”.
Un “conocimiento falso” (que incumpliera alguna de estas características), si esta
expresión tuviera algún sentido, consistiría en realidad en una operación no autorizada o
ilegítima de la razón.

Si las características del conocimiento verdadero son la universalidad y la


necesidad, cabe preguntarse ahora en qué modo se expresan estas características. Kant
responde a ello mediante una rígida estructuración de los tipos de juicios que expresan
conocimiento. Todo conocimiento se expresa en juicios, que son, recordemos, el
resultado del trabajo de la razón o facultad de juzgar (enlazar sujetos con predicados).
Los juicios son enunciados que pueden ser verdaderos o falsos. A partir de un análisis
de los juicios Kant determina su consabida doble clasificación: por un lado los juicios se
clasifican en a priori y a posteriori. Por el otro en analíticos y sintéticos.
ANALÍTICO Y SINTÉTICO

Los juicios analíticos constituyen un modelo de verdad lógica. A pesar de ser


necesarios en los momentos inciales de cualquier disciplina científica, por ejemplo, en
la definición de términos primitivos, ellos solos no son suficientes para ampliar el
campo del conocimiento, pues no contienen información empírica. Se trata de
tautologías o meros juicios aclarativos o explicativos (el predicado clarifica o explica el
contenido del sujeto, pero no lo amplía). El racionalismo, al basar su idea del
conocimiento en las ideas innatas y en conceptos voluntariamente desprovistos de
contenido empírico, usa y abusa del criterio analítico de verdad, cayendo entonces en
posiciones dogmáticas y especulativas.

Los juicios sintéticos, por su parte, amplían el campo de la experiencia, pero por
sí solos no son capaces de proporcionar a ésta la necesidad y universalidad exigidas por
el criterio kantiano de verdad. Los juicios sintéticos producen un conocimiento
contingente, como Hume y el empirismo habían mostrado, desembocando de ese modo
en el escepticismo. Según Kant, este conocimiento está basado en meras
generalizaciones empíricas, y debe ser complementado de algún modo para ser aceptado
como modelo de conocimiento científico.

A PRIORI Y A POSTERIORI

La clasificación de los juicios en analíticos y sintéticos, pues, no basta para


resolver la cuestión que investiga Kant. Kant propondrá introducir una nueva distinción
entre tipos de juicio. Esta nueva clasificación utiliza como criterio la relación de un
juicio con la experiencia. Según ella, los juicios pueden clasificarse en a priori y a
posteriori.

Un juicio es a posteriori si su verdad sólo puede ser establecida después de la


experiencia. Esto es, si puede ser corroborado o falsado por ella. “La mesa es verde” es
un juicio a posteriori, pues su contenido exige ir a la experiencia para ser comprobado.

Un juicio es a priori si su verdad no depende de la experiencia, en el sentido de


que es anterior e independiente de ella. Los juicios a priori son la expresión de la Razón
Pura, es decir, de las capacidades innatas de la propia razón antes de cualquier
operación empírica.

De la combinación de los dos criterios de clasificación anteriores surge la idea


de un tipo de juicio especial que suma a su capacidad de ampliar nuestro conocimiento
(sintético) la capacidad de hacer esta ampliación a priori, esto es, como resultado de las
operaciones del entendimiento del sujeto. Los juicios sintéticos a priori son el modelo
de conocimiento buscado por Kant. En tanto sintéticos, producirán un avance en el
conocimiento. En tanto a priori, su contenido expresará necesidad y universalidad,
características que le presta la Razón pura o teórica por su propia constitución. Tales
juicios se expresan privilegiadamente en matemáticas y en la física teórica. Si fueran
identificables también en metafísica Kant podría declarar “posible” el objetivo de sacar
a este saber de su estancamiento de siglos y del descrédito en que, dice, ha caído a los
ojos de sus contemporáneos.

Pero, lamentablemente, el dictamen de Kant no será favorable. Los juicios


sintéticos a priori no pueden existir en metafísica porque en la constitución de los
conceptos metafísicos no se ha tomado en consideración la experiencia: no existe
experiencia del alma, de la libertad o de Dios, por lo cual los juicios que contienen estos
conceptos no pueden extender el campo de mi conocimiento de los mismos.

Para comprender cómo razona Kant debemos ahora ocuparnos de cómo


construye la Razón los juicios. Según Kant, todo juicio es un compuesto de materia y
forma. La materia es el contenido empírico del juicio, y la forma es el modo en que la
Razón estructura, organiza y construye el juicio. En la Sensibilidad, la materia son las
impresiones sensibles y la forma el Espacio y el Tiempo. De su síntesis surgen
intuiciones o fenómenos. En el Entendimiento, la materia son los fenómenos creados
por la Sensibilidad, y la forma las Categorías. De la síntesis entre materia y forma, es
decir, entre experiencia y categorías a priori, surgen los conceptos y de su enlace los
juicios. Las intuiciones sin conceptos son ciegas. Los conceptos sin intuiciones, vacíos.

Como decimos, la facultad de la Razón responsable de construir los conceptos es


el Entendimiento. Éste toma los fenómenos o intuiciones que le presta la Sensibilidad,
facultad que recibe las impresiones sensibles del exterior y las organiza bajo es Espacio
y el Tiempo. En la Sensibilidad se construyen, pues, los fenómenos. Y en el
Entendimiento se produce la síntesis entre éstos y las Categorías, dando lugar a los
conceptos. Las Categorías, o formas puras del entendimiento, son doce, organizadas en
cuatro grupos. Según Kant, mediante ellas puede explicarse la estructura lógica de
cualquier juicio. La tabla de las Categorías es la siguiente:

Los Juicios y las Categorías


CATEGORÍAS CATEGORÍA TIPOS DE ESTRUCTURA LÓGICA
(CLASIFICACIÓN) JUICIO DE LOS JUICIOS

Unidad Universales Todo A es B


CANTIDAD Pluralidad Particulares Algún A es B
Totalidad Singulares Sólo un A es B
Realidad Afirmativos A es B
CUALIDAD Negación Negativos A no es B
Limitación Indefinidos A es no B
Sustancia/Accidente Categóricos A es B
RELACIÓN Causa/Efecto Hipotéticos Si C es D, A es B
Acción recíproca Disyuntivos A es B o C
MODALIDAD Posibilidad Problemáticos A es posiblemente B
Existencia Asertóricos A es realmente B
Necesidad Apodícticos A es necesariamente
B

Tanto en matemáticas como en física podemos encontrar en la experiencia la


materia de los juicios. En “7+5=12” el sujeto ha debido construir empíricamente el
concepto de unidades; de lo contrario no podría construir la idea de la adición de las
mismas. En “Toda acción es igual a una reacción” sucede lo mismo. Ahora bien, en un
juicio tal como “El alma es inmortal”, la construcción del sujeto (de la idea de alma) no
ha recurrido en modo alguno a la experiencia; dicho de otro modo, el concepto no se
refiere a datos fenoménicos o sensibles, sino a una supuesta “esencia” que constituiría a
los seres humanos, y a la que se denomina “alma”. En metafísica, pues, las operaciones
del entendimiento y sus categorías se realizan, no sobre fenómenos, sino sobre
supuestas realidades subyacentes o esencias, a las que Kant llama nóumenos, y de las
cuales no puede tenerse noticia alguna, pues no pertenecen al ámbito de lo sensible. Las
operaciones de la Razón pura sobre conceptos nouménicos producen los juicios
metafísicos. Estos juicios “aparentan” ser similares a los juicios científicos, pero sólo lo
aparentan. En realidad, son construcciones en el vacío de los noúmenos, y, por lo tanto,
juicios ilegítimos, o ilusiones trascendentales, como Kant las llama.
Los juicios metafísicos no tienen cabida, según el análisis de Kant, en el ámbito
de la Razón Pura. Pero, a causa de la tendencia natural de la razón a producirlos
(metaphysica naturalis), no pueden ser eliminados del sujeto. La solución de Kant será
recuperarlos en la Razón Práctica, donde tienen una función regulativa, es decir, se
convierten en conceptos rectores de la vida moral de los hombres.

KANT, LA ÉTICA UNIVERSAL


Para Kant la crítica de la razón no se limita al ámbito del conocimiento teórico de la
realidad, sino también al ámbito practico de la moral. Considero que la universalidad es
requisito indispensable de la moralidad. Un principio moral solo puede ser legitimo si es
válido para todo ser humano. Una ley moral ha de valer para todos los hombres. Esta
universalidad solo se logra si su fundamento es la razón pues una moral basada en los
sentimientos siempre es particular, ya que los sentimientos e inclinaciones varían de un
individuo a otro y no es siempre una y la misma en todos los seres humanos.
La ética kantiana es una gran originalidad. Las éticas anteriores son materiales, la de
Kant es formal. Las éticas materiales son las que proponen un fin a alcanzar y unas
normas para lograrlo. Kant considera estas éticas que tienen tres defectos:

• Son empíricas, solo podemos proponer un fin como bueno y unas normas para
alcanzarlos tras tener experiencia de ello.
• Presentan imperativos hipotéticos, las normas propuestas solo valen si se acepta
el fin propuesto.
• Son heterónomas, la razón no se da a si misma las normas, le vienen impuestas.
La solución a las éticas materiales es proponer una ética formal, una ética vacía de
contenido, que no proponga ningún bien supremo, ni dicte normas concretas. Una ética
así no expresara lo que se debe hacer sino como se debe obrar; se centrara en la forma
de la acción, no en su contenido. No tendrá los defectos de los materiales, pues esta
ética formal:

• Es a priori en lugar de empírica.


• Sus imperativos son categóricos.
• Es autónoma, la razón se da a si misma la ley.
Una vez que la moral ha sido vaciada de todo contenido, la cuestión es como distinguir
las acciones moralmente buenas. Kant indica que la clave esta en el deber. Una acción
será moralmente buena si es hecha por deber. Lo que determina el valor moral de una
acción es la relación que guarda con el deber. Tres tipos de acciones:

• Las acciones contrarias al deber son acciones inmorales.


• Las acciones conformes con el deber son legales pero no morales ya que se
realizan por un motivo ajeno al deber.
• Las acciones realizadas por deber son las acciones realmente morales.
Ahora bien ¿qué es el deber para Kant? El deber consiste en el respeto a la ley practica
expresada en el imperativo categórico “Obra siempre según una máxima que puedas
querer que se convierta en ley universal”. Este imperativo es universal y formal no dice
que hacer, sino cómo actuar. De acuerdo con el imperativo categórico, para que una
acción sea moral no es lo que de hecho se haga, sino la intención con la que se hace.
La ética kantiana se engloba dentro de las éticas del deber que niegan que se pueda
justificar y fundamentar la corrección moral de una acción en sus buenas consecuencias.
En lugar de centrarse en las consecuencias, las éticas de deberes se centran en el deber.
Consideran que hay principios o normas que deben respetarse. De ahí que estas teorías
se conozcan como "éticas de principios".

Contrariamente a lo que plantean muchas teorías consecuencialistas, el filósofo alemán


Immanuel Kant (1724- 1804) afirmó que la felicidad no es siempre buena porque a
veces conduce a la arrogancia y porque un espectador razonable e imparcial no sentirá
nunca satisfacción al contemplar a una persona a quien siempre le va todo bien, pero
cuya felicidad es inmerecida ya que su voluntad no manifiesta ningún rasgo de bondad.

Según Kant, lo único absolutamente bueno, siempre y en toda situación, es a buena


voluntad. Y decir que una persona actúa por buena voluntad equivale a decir que actúa
por respeto al deber y no solo conforme al deber. Se puede actuar conforme al deber,
pero por motivos interesados, esto es, movido por inclinaciones, deseos, ventajas o
consecuencias beneficiosas. En cambio, actuar por respeto al deber es tener como único
motivo el propio deber, el deber puro.

Ahora bien ¿qué significa actuar por deber? El deber es un imperativo. Un imperativo
sin condiciones, un imperativo absoluto o categórico. Sin embargo, no nos lo impone ni
la sociedad, ni una autoridad externa, ni Dios, ni nuestras propias inclinaciones o
creencias: nos lo imponemos nosotros mismos en tanto que seres racionales. Actuar por
deber es obedecer la voz de la razón que hay en nosotros. La persona que escucha y se
guía por la razón actúa como corresponde a un ser racional, Para nosotros, humanos, la
voz de la razón se nos impone como un deber porque somos seres racionales
imperfectos. Y somos imperfectos porque estamos dotados de deseos e inclinaciones
que nos impulsan en sentido distinto al de la razón. Si fuésemos seres racionales
perfectos, dotados solamente de razón, la voz de la razón no nos parecería un deber,
sino que la seguiríamos espontáneamente.

¿Y cuál es la voz de la razón? ¿Cuál es el deber que la razón nos impone, que nos
imponemos en tanto que seres racionales? Según Kant, la razón prescribe la ley según la
cual han de vivir los seres racionales: la ley moral. Y esta ley moral, que se dirige a los
mismos seres racionales que la dictan, ha de ser tan formal- tan universal y racional,
diríamos- que no contenga referencia alguna a circunstancias particulares- a deseos o
inclinaciones, por ejemplo. Es como si la razón dijera: "Actúa solo según una máxima
(norma o regla) tal que puedas al mismo tiempo querer que se convierta en ley
universal". Kant denomina a este imperativo de la razón, del cual ofrece hasta cuatro
formulaciones distintas, "imperativo categórico". Otra formulación interesante es la
siguiente: "Actúa de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la
persona de cualquier otro, siempre y al mismo tiempo como fin, nunca simplemente
como medio". Actuar correctamente nos obliga a no tratar a las personas- incluso a uno
mismo- sólo como medios, sino como fines en sí mismas: las personas merecen respeto.

La ley moral expresada en el imperativo categórico se concreta en normas morales que


constituyen nuestras obligaciones o deberes. Para conocer cuáles son esas normas, es
decir, para saber si una determinada norma es compatible con la ley moral hay que
comprobar si es universalizable: si se puede pensar o querer que sea ley universal, es
decir, que todos la cumplan. Una norma es moral si y solo si es universalizable. Cabe
afirmar, por tanto, que para Kant la corrección moral de una acción, o la obligación
moral de realizarla, se justifica solo por la existencia de principios y normas morales
que deben respetarse. A su vez, el fundamento de las normas morales reside en la
exigencia de universalizabilidad de la razón.

Kant propone dos criterios para comprobar la universalizabilidad de una norma. El


'primero es el criterio de auto contradicción: hay normas que es imposible pensar que
sean leyes universales, ya que si todo el mundo las cumpliera no se podrían realizar. Si
para salir de un apuro económico pido prestado dinero prometiendo devolverlo aun a
sabiendas de que no lo hará, la norma que justifica mi acción ("hay que hacer promesas
falsas") sería irrealizable al universalizarse. Si todo el que se encontrara en un apuro
prometiera algo con la intención de no cumplirlo, las promesas se harían imposibles,
porque nadie creería lo que se le promete. En un mundo en que todas las promesas
hechas en un momento difícil fuesen falsas, sería lógicamente imposible hacer en un
momento difícil una promesa, porque al saber que era falsa todos sabrían que no era una
promesa.

El segundo es el criterio de la inaceptabilidad: hay normas que es imposible querer que


sean leyes universales, ya que si todo el mundo las cumpliera resultarían inaceptables
para los seres racionales. Si una persona renuncia a ayudar a otra que está en
dificultades. Aun pudiendo ayudarla, la norma que justifica su acción ("no hay que
ayudar a nadie si no se obtiene beneficio, aunque no cause inconveniente") sería
inaceptable al universalizarse. Esta norma no podría ser querida por un ser racional,
dado que es racional pensar que puede haber muchos casos en que se necesitará la
ayuda de otras personas.
Kant divide los deberes que emanan de las normas morales en deberes estrictos o
perfectos (no admiten ser limitados por otros deberes) y deberes meritorios o
imperfectos (admiten ser limitados por otros deberes) y en deberes hacia uno mismo y
deberes hacia los demás. Esto da cuatro clases: deberes perfectos hacia uno mismo
(conservar la propia vida), deberes perfectos hacia los demás (no mentir, no hacer
promesas falsas, cumplir las promesas), deberes imperfectos hacia uno mismo (cultivar
los propios talentos) y deberes imperfectos hacia los demás (contribuir a su felicidad,
ser generoso).

Kant supone que las normas morales al ser universalizables no admiten excepciones.
Eso significa, en primer lugar, que obligan a todo ser racional y, por tanto, nadie es
excepcional y, en segundo lugar, significa que han de cumplirse en toda circunstancia so
excepción, sean cuales sean las consecuencias: nada cambia si, en un caso determinado,
tendría mejores consecuencias no decir la verdad.

Con todo, según Kant, el valor moral de una acción no es sólo la conformidad con las
normas morales que constituyen el deber. Una acción conforme al deber es simplemente
una acción correcta. Su valor moral depende del motivo por el cual ha sido realizada. Y
el único motivo que otorga valor moral a una acción es realizarla por respeto al deber.
El tendero que no pide un precio excesivo al comprador inexperto actúa honradamente,
de conformidad con el deber, pero dado que el motivo de esta acción podría ser o la
inclinación- querer aumentar la clientela, por ejemplo- o el deber- querer cumplir el
deber-, solo tendrá valor moral, si su motivo ha sido este último. En definitiva, lo único
que da valor moral a una acción es la intención: actuar por respeto al deber. Esto es la
buena voluntad.

Esta teoría también tiene ventajas e inconvenientes. De la ética kantiana se han


destacado algunas características que la puedan hacer convincente. En primer lugar, la
preeminencia de que goza la razón, al convertirse en el fundamento último de la moral.
En segundo lugar, que las acciones correctas dependan de normas morales parece captar
el carácter de obligatoriedad- y no de deseo, aunque racional- que tiene la moral. En
tercer lugar, el carácter universal de las normas morales, que hace que nadie pueda
considerarse una excepción, introduce el carácter de imparcialidad que tiene la moral. Y
finalmente, que el auténtico valor moral resuda en la intención, ya que parece más digno
de valor moral decir la verdad porque es un deber, que hacerlo por inclinación egoísta.

Los críticos han objetado a Kant el carácter absolutista de su teoría, es decir, que no
atienda a las circunstancias particulares de cada caso y, por tanto, que los deberes
morales no tengan nunca en cuenta las consecuencias de las acciones. Si el deber obliga
a no mentir, las consecuencias de que una persona que esconde en la buhardilla a una
familia judía diga la verdad a una patrulla nazi pueden ser tan perjudiciales que
parecería una inmoralidad confesar la verdad.

Otra objeción es que la teoría kantiana no parece que pueda resolver el problema del
conflicto de normas. Si algunos deberes, como los deberes perfectos, no admiten ser
limitados por otros deberes, y esto significa que se han de cumplir en toda circunstancia,
muchos dilemas pueden resultar irresolubles. Si por cumplir una promesa no se puede
salvar una vida, se incumple este deber. La alternativa es salvar una vida, pero
incumplir la promesa. Se haga lo que se haga parece que algún deber no se puede
cumplir.
Por último, los objetores consideran que la universalizabilidad no es el fundamento
adecuado de las normas morales. Por una parte, no parece necesaria, porque puede
haber normas morales que no sean universalizables (amar a los enemigos). Por otra
parte, la universalizabilidad no es suficiente, porque hay normas universalizables que no
son morales (poner una flor en el balcón) e incluso que son un deber moral no cumplir
(ser cruel: una persona racional a quien no importara vivir en un mundo cruel y padecer
la crueldad de los demás podría universalizarla).

KANT Y LA ÉTICA DE LA DIGNIDAD HUMANA

. Kant y el problema de la dignidad humana

Kant ha abordado explícitamente el concepto de dignidad humana y, más allá de las


controversias, su interpretación sigue siendo relevante en la actualidad. Desde el planteo
ético-filosófico kantiano, es posible dar una respuesta tanto al problema de la
fundamentación de la noción de dignidad humana, como también a las cuestiones
vinculadas con la demarcación de la atribución de dicha dignidad y las condiciones de
aplicación situacional e histórica de la misma. Kant ha aportado buenas razones para la
solución de cada una de estas cuestiones.

1.1 Fundamentación de la dignidad humana

Como es sabido, Kant distingue claramente entre "valor" y "dignidad". Concibe la


"dignidad" como un valor intrínseco de la persona moral, la cual no admite
equivalentes. La dignidad no debe ser confundida con ninguna cosa, con
ninguna mercancía, dado que no se trata de nada útil ni intercambiable o provechoso.
Lo que puede ser reemplazado y sustituido no posee dignidad, sino precio. Cuando a
una persona se le pone precio se la trata como a una mercancía. "Persona es el sujeto
cuyas acciones son imputables (...) Una cosa es algo que no es susceptible de
imputación" (Kant, I. 1989, 30). De ahí que la ética, según Kant, llegue sólo hasta "los
límites de los deberes recíprocos de los hombres" (Kant, I. 1989, 371).

En cuanto ser dotado de razón y voluntad libre, el ser humano es un fin en sí mismo,
que, a su vez, puede proponerse fines. Es un ser capaz de hacerse preguntas morales, de
discernir entre lo justo y lo injusto, de distinguir entre acciones morales e inmorales, y
de obrar según principios morales, es decir, de obrar de forma responsable. Los seres
moralmente imputables son fines en sí mismos, esto es, son seres autónomos y merecen
un respeto incondicionado. El valor de la persona no remite al mercado ni a
apreciaciones meramente subjetivas (de conveniencia, de utilidad, etcétera), sino que
proviene de la dignidad que le es inherente a los seres racionales libres y autónomos.

En consecuencia, la autonomía moral es el concepto central con que Kant caracteriza al


ser humano y constituye el fundamento de la dignidad humana: "La autonomía, es,
pues, el fundamento de la dignidad de la naturaleza humana y de toda naturaleza
racional" (Kant, I. 1996, 49). Esta caracterización moral marca una diferencia entre los
animales y los seres humanos, y, a la vez, deja abierto un espacio para el respeto a otros
seres que pudieran ser moralmente imputables.
1.2 Sujetos de la dignidad humana

La dignidad es una atribución propia de todo ser humano, no en tanto que individuo de
la especie humana, sino en tanto que miembro de la comunidad de seres morales. La
dignidad es una instancia moral que distingue al ser humano de los animales "y lo
ennoblece ante todas las demás criaturas. Nuestra obligación con nosotros mismos es no
negar la dignidad de la humanidad en nuestra propia persona" (Kant, I.1964: a 119). En
tal sentido, en la medida que niego o lesiono la dignidad del otro afecto también a la
humanidad en mi persona, esto es mi propia dignidad moral como ser humano.

El respeto absoluto e incondicionado que debemos a los seres autónomos, moralmente


imputables, no puede ser afectado por instancias arbitrarias, circunstancias contingentes
o relaciones de poder. De ahí que la dignidad humana pertenece a todo hombre, por el
sólo hecho de pertenecer a la especie humana. Ahora bien, el fundamento de la dignidad
humana radica en la autonomía y la capacidad moral de los seres humanos, no en su
especificidad genética: esta es sólo un criterio1 de demarcación entre seres moralmente
imputables y seres no imputables desde el punto de vista moral.

1.3 Consecuencias prácticas que se desprenden del concepto de dignidad humana

El reconocimiento de todo ser personal, y particularmente de todos los seres humanos


como personas, tiene como consecuencia fundamental que cada uno debe ser
tratado siempre al mismo tiempo como fin y nunca sólo como medio. De esta
comprensión deriva Kant el imperativo categórico: "Obra del tal modo que uses la
humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo
tiempo como un fin y nunca solamente como medio" (Kant, I.1996, 44s.). Siempre que
se objetiva al otro y se lo instrumentaliza -es decir, se lo utiliza sólo y exclusivamente
para los fines propios-, se lesiona su dignidad como persona.

Desde la perspectiva kantiana, las caracterizaciones contingentes de los individuos de la


especie y de la comunidad humana no afectan, en tanto que tales, la pertenencia a la
comunidad de seres morales. En tal sentido, un ejemplo actual de dicha comprensión,
podría ser el siguiente: algunos criterios a los que se suele apelar para excluir a los
embriones de la protección de la dignidad humana remiten a características tales como
la forma humana, la capacidad de sentir dolor y la capacidad de interacción social.
Desde la perspectiva kantiana, dichos criterios no serían sostenibles porque refieren a
características contingentes, los cuales, por principio, no afectan la dimensión moral
(por lo demás, dichas características pueden hallarse también en los seres humanos
nacidos: hay individuos adultos de la especie humana cuya figura no es considerada
"normal"; hay otros que no pueden sentir dolor por un tiempo más o menos prolongado
o han perdido la capacidad de comunicarse e interactuar de forma temporal o
permanente, etcétera). Entiendo que, desde una perspectiva kantiana, estas
características no lesionan la dignidad moral de la persona humana y, por consiguiente,
a quienes son afectados por dichas contingencias no se les puede ni debe negar el
estatus de seres dignos ni, menos aún, dejar de considerar su humanidad en tanto que
seres morales.

Expresado de otra forma: La dignidad humana no puede ni debe ser asignada


arbitrariamente; se trata de una característica propia de todo ser perteneciente a la
especie humana en tanto que miembro de una comunidad de seres morales. Cuando se
afirma que todos los miembros de la especie son seres que merecen dignidad, se está
indicando asimismo que cualquier determinación externa con la que se pretenda excluir
a determinadas personas de la comunidad moral, y por ende, de la dignidad (por
ejemplo, la forma, el nacimiento o la capacidad de comunicarse o de sentir dolor), debe
ser considerada arbitraria, puesto que son criterios empíricos, no morales.

En síntesis, desde la perspectiva de la ética kantiana, puede sostenerse lo siguiente: por


un lado, la dignidad humana es una cuestión fundamentalmente moral: radica en la
autonomía. El fundamento de la dignidad humana no remite a la constitución ontológica
o a la especificidad genética (ésta posibilita sólo la demarcación entre los seres que
pertenecen y los que no pertenecen a la comunidad moral), sino a la autonomía como
capacidad moral y autofinalidad. En consecuencia, todos los miembros de la especie
humana poseen, por principio, la misma dignidad.

Aportes y límites de la interpretación kantiana

Kant ha hecho un aporte clave a la conceptualización de la dignidad humana: ha


definido, en un sentido negativo, lo que debe ser omitido siempre que se haga referencia
a la dignidad humana, a saber: el instrumentalizar y ser instrumentalizado, el tratar a los
otros seres humanos sólo como medio u objetivarlos hasta convertirlos en una cosa o en
una mercancía. La exigencia de tratar a los demás siempre al mismo tiempo como fin y
nunca sólo como medio, que es la clave de la comprensión kantiana de la dignidad
humana, es una idea que sigue teniendo relevancia filosófica y práctica hasta nuestros
días.

También la idea de que el fundamento del respeto absoluto que se les debe a las
personas radica en la moralidad, esto es: proviene de la pertenencia de las mismas a la
comunidad de seres morales.

Sin embargo, hay diversas cuestiones que tendrían que ser repensadas toda vez que se
acude al pensamiento kantiano para dar respuesta a la idea de dignidad humana, a saber:
en la actualidad -y más allá de los aportes realizados por su concepción negativa de la
dignidad humana, en el sentido de la no-instrumentalización de las personas- surgen
interpretaciones que exigen hacer también consideraciones positivas respecto del
concepto de dignidad humana, las cuales quedan ejemplificadas cuando se habla, por
ejemplo, de exigencias relacionadas con una "vida digna" o una "muerte digna".

Deberían examinarse exhaustivamente además las propuestas que consideran obsoleta -


por abstracta y metafísica- la noción de dignidad humana, la cual no lograría aprehender
el valor de las personas concretas, y también aquellas que sugieren suplirla por la
noción de derechos.

Finalmente, parece difícil -si no imposible- tematizar adecuadamente la noción de


dignidad humana en un sentido moral si se ignora o desconoce -tal como es el caso en el
marco de la ética kantiana, según la ética del discurso el papel fundamental que
desempeñan el lenguaje y la intersubjetividad en el ámbito de la ética.

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