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de la semana del 27 de noviembre al 3 de diciembre de
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Cartografía del desastre. Magris, Enard, Sebald Este autor también ha publicado...
José Antonio García Simón - 03-10-2013
sociedad
del
Tamaño de texto: A | A | A La vida de las palabras. Los cuadernos de
espectáculo lengua y literatura de Mario Ortiz
“E
crítica de
22 Enero 2015
arte y
pensamiento n la Historia, hasta lo que no sucede cuenta”. La boutade de Stanislaw Jerzy
arte Lec bien podría ser el cuño de la novela histórica. Un género que, más que auscultar la Robert Walser, detrás de la fachada
letras
historia, da a luz, así sea por medio de la distorsión, a otras secuencias de la realidad y 12 Diciembre 2013
escenarios
pantallas por lo tanto socava la fijeza del pasado, rechaza su clausura —como si la sombra de los
muertos marcara nuestros pasos—. La rehabilitación de la violencia en la
lucha política. 'Bonjour terreur'. En torno
En su célebre ensayo La novela histórica (1937) —que sentara cátedra durante buena a Slavoj Zizek
parte del siglo pasado— Lukács trazó a grandes rasgos la definición del género. Este se 27 Diciembre 2012
distinguiría por apelar al relato épico para retratar la transformación de los modos de
vida de un periodo determinado, a través de personajes que representen las fuerzas Vladimir Sorokin remueve a Stalin en la
sociales en acción; y en ese sentido, la puesta en escena del conflicto trágico entre una Rusia de Putin
organización social ascendente y otra en declive (por ejemplo, el advenimiento de la 19 Junio 2012
burguesía en detrimento de la nobleza), e incluso la afirmación del progreso mediante
tal enfrentamiento —vector de una escisión no solo en la sociedad, sino también en el
individuo mismo—. apúntese a nuestro RSS
Hace algún tiempo, en un breve ensayo sobre la evolución del género publicado en la suscríbase al boletín semanal
London Review of Books —From Progress to Catastrophe— el historiador británico Escriba su correo electrónico aquí
Perry Anderson, tras un análisis de Guerra y paz, de Tolstói, insistía en un elemento Enviar
clave de su génesis que Lukács habría descuidado: el nacionalismo. La novela histórica
sería uno de los frutos del nacionalismo romántico —símbolo de la reacción europea
ante los designios imperiales de Napoleón—. De una fe en la nación, que mantiene
relaciones ambiguas con el sentido de la historia y, más específicamente, con el
progreso.
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culminante de la novela histórica en el siglo XIX, no cumple con los requisitos del
género y la causa de ello radica en su nacionalismo. Tolstói, por ejemplo, no ofrece una
tentativa real de encarnar al invasor francés, la fuerza histórica rival, y se contenta con
una caricatura cuya expresión es un Napoleón de pacotilla. Además, no existe una
verdadera diferencia entre la época en que se desarrolla la trama y aquella en la que el
autor la escribe. Rusia se ve así investida de un presente inmutable. Lo cual hace decir
a Anderson que, en sus páginas menos logradas, Guerra y paz adquiere aires de libelo
chovinista y conservador.
Este ejemplo basta para evidenciar las tensiones constitutivas del género. No es de
sorprender que hoy en día, después de un sinuoso recorrido, la novela histórica se
encuentre en un estadio en el que cada norma del canon erigido por Lukács aparezca
desviada o vaciada de contenido. De existir un denominador común en la
heterogeneidad de la producción actual sería, según el historiador inglés, el cambio de
humor: como si la historia desfilara hacia atrás: en lugar del surgimiento de la nación,
los estragos del imperio; en lugar de los sueños de progreso y de emancipación, la
espera de la catástrofe —una pesadilla de la cual no pudiéramos despertar—.
El catálogo de atrocidades del siglo pasado da cuenta de tal cambio: dos guerras
mundiales, el esperpento del totalitarismo, los campos de concentración, la amenaza
nuclear, los genocidios —todo aquello que condensa el nombre de Auschwitz—. La
magnitud del horror —posibilitada en gran medida por los avances de la tecnología
acaecidos desde la Revolución Industrial— tiende naturalmente a socavar la fe en el
progreso. Un descreimiento que, por otra parte, no es ajeno a esa característica
fundamental de las sociedades inmersas en el capitalismo tardío y señalada por Fredric
Jameson: la incapacidad de pensar dentro de una perspectiva histórica —o dicho de
otro modo: una concepción del mundo sin conciencia de la historia—.
Reacción lógica, se podría decir: si la historia termina por reducirse a una puesta en
escena macabra y absurda, desviarse de ella (asqueados por el torrente de sangre) se
convierte casi en un gesto de preservación. Sin embargo, ignorar o negar el pasado es
condenarse a repetirlo. De ahí que en su afán por torcer los resortes de la historia se
desvele el carácter eminentemente político de la novela histórica.
El dilema que se plantea entonces es: ¿cómo ficcionar la historia sin estetizar el horror?
A fin de ilustrar las dificultades que tal interrogante suscita baste con un repaso de tres
libros: El Danubio, del italiano Claudio Magris; Los anillos de Saturno, del alemán W.
G. Sebald, y por último Zona, del francés Mathias Enard. Esto no es una muestra de las
obras más importantes ni más representativas de la producción actual —incluso, entre
la publicación de la primera y de la última distan dos décadas—, se trata más bien de
poner en perspectiva distintos modos de escenificar la historia que, situándose al
margen del género, lo amplían con otros registros.
Mitteleuropa
Publicado en 1986, El Danubio es un libro que va del relato de viaje al ensayo y que, a
la par del curso del río, desde su nacimiento en la Selva Negra al delta en el Mar Negro,
recorre un mundo que ya no existe: Mitteleuropa, la Europa del imperio austro-
húngaro. En un continuo juego de asociaciones se enlazan descripciones de paisajes
con alusiones a obras literarias, los sucesos históricos con la anécdota personal,
reflexiones filosóficas con la suite de semblanzas de renombres de la cultura europea
(Céline, Lukács, Kafka, Canetti, Celan, etcétera) o de aquellos que el olvido ha
borrado.
El libro comienza con una propuesta del asesor del alcalde de Venecia para la
organización de una exposición sobre el tema La arquitectura del viaje: historia y
utopía de los hoteles. “La calurosa invitación que llegó hace pocos días no se dirige a
un destinatario preciso, no nombra a la persona o las personas a las que solicita con
entusiasmo”, leemos, y esta imprecisión servirá de sostén al relato, ya que nos pone
ante una interrogante que no tendrá respuesta: ¿el narrador será el autor Claudio
Magris,
Uso eminente germanista de la Universidad de Trieste, su alter ego o sencillamente
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Lo que en otras circunstancias resultaría una pregunta ociosa, aquí apunta a la paradoja
que articula semejante relato: un diario de viaje en el que la experiencia del viajero es
marginal. Por lo tanto, las reglas del juego cambian. No seremos testigos de las
aventuras y desventuras de nuestro peregrino, sino de las conmociones de ese
ensamblaje geocultural que fue la Mitteleuropa y que la última guerra mundial terminó
por sepultar.
Así pues, el auge de Prusia en detrimento de Austria hace que esta última busque en su
patio trasero la supremacía que se le va de las manos en el mundo germánico. Curioso
giro: la voluntad de potencia de una dinastía en declive (los Habsburgo) termina por
convertirse en catalizador de un multiculturalismo avant la lettre, que alcanzará el
máximo esplendor durante la Belle Époque —época en la que paradójicamente se
desarrollan los nacionalismos que darán cuenta del imperio austro-húngaro—.
El cementerio azul
Publicado en Francia en 2008, Zona fue escrito, según su autor, en una vena
anti-Magris: a la supuesta armonía austro-húngara le contrapone la mar de sangre del
Mediterráneo —o, para ser más exactos, su faceta de “cementerio azul” —.
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Sin dudas hay aires aquí de guión de Hollywood. Pero el espesor es otro. La trama está
imbricada en un recuento de las desgracias de la historia del Mediterráneo; una historia
que se extiende más allá de la cuenca para llegar al corazón mismo del continente
europeo (el Danubio de Magris): de la batalla de Lepanto a la Primera Guerra Mundial
y de los Balcanes a Troya, de las dictaduras norafricanas y del Medio Oriente a los
genocidios judíos y armenios, de las fosas comunes del Líbano a las de la Guerra Civil
Española —un fiel inventario de esa violencia que Marx apodaba partera de la
historia—. Todo ello en una sola frase puntuada tan solo por comas y rozando las
cuatrocientas páginas.
“En agosto de 1992, cuando la canícula se acercaba a su fin, emprendí un viaje a pie a
través del condado de Suffolk, al este de Inglaterra, con la esperanza de poder huir del
vacío que se estaba propagando en mí”, se lee en Los anillos de Saturno. Luego, con el
recuerdo de esa excursión, persiste “el horror paralizante que varias veces me asaltó
contemplando las huellas de la destrucción que, incluso en esa apartada comarca,
retrocedían
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un pasado remoto. He aquí quizás el motivo por el que, justo en el mismo
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inmovilidad absoluta”.
Dos años más tarde, Sebald empieza a relatar ese periplo. En este caso, la indistinción
entre el autor y el narrador pretende servir de garantía de veracidad de los hechos
acontecidos —y las fotos que ilustran el relato cumplen el propósito de recalcar su
tenor documental—. Es así que, gracias a una escritura de inusitada elegancia, de
metáforas y analogías que se desbordan copiosamente y de oraciones laberínticas de
varias páginas, seguimos al hilo los escritos raros de Thomas Browne, la lección de
anatomía inmortalizada por Rembrandt, la vida de Joseph Conrad y su descenso al
infierno del imperialismo belga en el Congo, los restaurantes de platos infames en los
que nuestro viajero cae una y otra vez, la extinción en vías del arenque, la batalla naval
de Southwold en 1672, la visita a un museo de la marina o al escritor Michael
Hamburger, las memorias de Chateaubriand, la purificación étnica en los Balcanes
durante la Segunda Guerra Mundial, las vidas tortuosas de los poetas Fitzgerald y
Swinburne, una maqueta del templo de Jerusalén, la guerra del opio en la China del
siglo XIX, el paisaje asolado de la costa inglesa o incluso el desarrollo de la
sericicultura.
La parálisis que marca el comienzo del relato es síntoma de una vida condenada: “Pero
cuanto más me acercaba a las ruinas tanto más se desvanecía la idea de una isla
misteriosa de los muertos y me figuraba estar entre los restos de nuestra propia
civilización perdida en una catástrofe venidera”.
Apocalypse Now
Este breve repaso permite evidenciar algunas características que estas obras poseen en
común. La primera es que ninguna es precisamente una novela histórica. No hay una
puesta en escena de la transformación del modo de vida de un periodo determinado ni
de dinámicas en pugna —ni siquiera aspiran al retrato de época. (La única con cierta
fibra épica es Zona, pero no hurga los resortes del conflicto en que se injerta, es decir,
la implosión de Yugoslavia). Son textos cuya obsesión es la historia, pero que eluden la
exploración de un momento histórico en especial: al descenso en las profundidades
anteponen la travesía —el ejemplo contrario sería Las benévolas, de Jonathan Littell—.
A este modo de encarar la historia no es ajeno el hecho de que, página tras página,
transpire la duda: ¿qué hacer con los campos de concentración? Incluso Zona, que
escenifica la guerra de los Balcanes, se detiene en el umbral de las alambradas. A la
hora de tocar esta experiencia se la aborda por la tangente, se echa mano de la
narración ajena. El campo es el agujero negro de esta literatura, constituye su límite
infranqueable.
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Cartografía del desastre. Magris, Enard, Sebald | FronteraD http://www.fronterad.com/?q=cartografia-desastre-magris-enard...
[...] Solo quien ha estado en Mauthausen o en Auschwitz puede intentar explicar aquel
horror radical”. Quizás sea esta imposibilidad lo que determina el recorrido que se hace
de la historia —en buque y no en batiscafo—.
Esta dilatación del espacio se acompaña de una contracción del espesor histórico del
relato o, en otros términos, de una prioridad de la geografía (Magris, Enard) o de la
biología (la pulsión de destrucción en Sebald) sobre la historia. Inversión que tiene
como ventaja la asociación de sucesos disímiles, o diacrónicos, bajo un mismo
conjunto, induciendo así otro acercamiento al pasado —quizás otro entendimiento—.
Pero justamente las luces que promete se revelan tenues, y aquí radica el escollo de tal
estrategia.
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Cartografía del desastre. Magris, Enard, Sebald | FronteraD http://www.fronterad.com/?q=cartografia-desastre-magris-enard...
José García Simón (La Habana, 1976) es escritor y reside en Ginebra. Ha publicado la
novela En el aire (Albatros, 2011). En FronteraD ha publicado La rehabilitación de la
violencia en la lucha política. 'Bonjour terreur'. En torno a Slavoj Zizek y Vladimir
Sorokin remueve a Stalin en la Rusia de Putin
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