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Nacimos para la libertad. Después, lentamente, la historia nos enseña a descubrir que los
verdugos y tiranos se creen inmortales desde sus pedestales de engaños, porque el egoísmo
les inunda en todo. Se les ha inculcado una inflada soberbia a lo largo de todas sus pasiones,
primitivo engreimiento, salvaje mendicidad de una rabia cruel que inunda todo su dolor. Dolor
cuyas fisuras son grietas de violencia, grietas de odio que van carcomiendo una nación de la
muerte y, no de la vida. El aprendizaje y la experiencia del dolor permanece en esa herencia
de sufrimientos, siempre ahí a la mano, disponible en lo inmediato de la historia, como el
deber amaestrado, anestesiado y domesticado de la costumbre donde lo “normal” es abrir más
la herida, hacer sangrar al enfermo y lamentarse del difunto.
Cuando las leyes se imponen por la tiranía del miedo y la cobardía, se utiliza la violencia como
medio para secuestrar la libertad, para abusar únicamente por miedo a perder o fracasar.
Para que la libertad se haga evidente, es necesario el diálogo, el consenso que desencadena
una apertura hacia el plural nuestro, y no al nosotros corporativo e institucional separado del
territorio de quienes lo habitan. El ciego prejuicio del egoísmo cree tener la razón, por eso se
defiende con mentiras y medias verdades para mostrar una árida historicidad en función de su
propio beneficio.
Esa pared compacta, dura, ciega, sorda y enceguecida por falsas sombras que rebotan en el
espejo distorsionado de su propia naturaleza narcisista habla de lo que ha sido la promesa de
democracia en América Latina, en especial de México. La mentira siempre rebota contra sí
misma. Para ser verdadera la libertad, las palabras y los actos deberían revelar y enfrentarse
con propia naturaleza. No con justificadas simulaciones en honor a la mentira. La libertad se
apoya en sí misa, no esclaviza a nadie a base de amenazas y viles cobardías a través de la
violencia. No hay peor pusilanimidad tan vulgar que vacilar hacia el odio, la violencia, el terror,
el miedo y las armas. Es el acto supremo de cualquier cobarde. Las cenizas de la historia no
pueden incendiarse más cuando la evidencia de ha hecho un pacto-ciego. La libertad no
invierte la imagen de sí misma ni hace del exterminio su crudo reino de justificaciones.