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San Francisco de Laishí: Misión Franciscana y empresa agroindustrial entre

aborígenes tobas de Formosa


Hugo Humberto Beck
Héctor Rubén Borrini
Introducción

A principios del siglo XX el Territorio Nacional de Formosa había logrado


consolidar algunos núcleos de población en el área oriental, en particular su
capital, pero subsistían numerosos problemas en el proceso de ocupación por
parte del gobierno nacional. Los aborígenes constituían la mayoría de la población
del territorio y la frontera interior corría por entonces a lo largo del río Bermejo,
pues el avance del ejército hasta los límites septentrionales del Pilcomayo se
lograría recién en 1912 con la campaña del coronel Rostagno. Las fuerzas
militares, escasas en número y en medios, se limitaban a la protección de los
pobladores blancos del área ribereña.
La política del gobierno nacional respecto de los aborígenes chaqueños
apuntó desde entonces a evitar los conflictos armados y preservar esa mano de
obra valiosa, para lo cual debían arbitrarse los medios más adecuados para
“civilizar” a los indígenas. Una de las medidas propuestas fue la fundación de
misiones religiosas a cargo de los frailes franciscanos, instaladas en zonas
avanzadas de Chaco y Formosa, dominadas aún por tobas y wichis.
El presente trabajo plantea el momento histórico en que se concretó la
fundación de Misión Laishí y la concepción que por entonces se tenía del aborigen
y su cultura. Luego describe la organización y evolución de la misión, en particular
su faz económica, y los resultados de la misma, en el contexto de un territorio que
comenzaba a incorporarse al proceso productivo nacional.

1. Formosa a principios del siglo XX. La colonización y la cuestión aborigen


Al iniciarse el siglo XX Formosa se debatía entre los problemas suscitados
por el fracaso de la aplicación de la ley Avellaneda en cuanto al objetivo de lograr
una colonización ponderada y medianamente próspera, y la imposibilidad de
impulsar el poblamiento interior por la carencia de vías de comunicación que
permitieran sostener una relación fluida con los puertos ubicados sobre el río
Paraguay.
La aplicación de la ley de 1876 provocó en sus inicios una prosperidad
efímera, basada en algunos establecimientos extractivo-industriales situados
sobre la margen derecha del río. La crisis de 1890 y el reemplazo de la ley
Avellaneda por otras más permisivas con respecto a la enajenación de las tierras
fiscales condujeron a la formación de grandes latifundios improductivos y el
derrumbe de la incipiente actividad que se gestó en las primeras dos décadas de
Territorio.
Pasada la crisis de fin de siglo las condiciones generales del país habían
mejorado y se intentaría la continuidad del proceso de colonización mediante la
promulgación de la Ley de Tierras de 1903. Sin embargo, su aplicación inmediata
en Formosa era prácticamente imposible de implementarse dada la privatización
de las tierras próximas a las únicas vías de comunicación existentes: los ríos
Paraguay y el curso inferior del Bermejo. Incluso en algunas Memorias oficiales se
planteaba que la excluyente manera de poblar concretamente el Territorio se
hallaba ligada al regreso de los grandes latifundios al poder del Estado nacional. 1
El latifundio, consolidado en general, cubría gran parte del sector oriental,
superando las un millón trescientas mil hectáreas. Sólo quedaron como territorios
fiscales algunos intersticios espaciales como resultado de catastros no bien
realizados o expedientes sin resolución favorable, o “devoluciones” al fisco por no
haber cumplimentado, los concesionarios, con las obligaciones requeridas por las
antiguas leyes.
En ese contexto, la población total blanca pasó de 4.829 habitantes en
1895, a 17.434 en 1912. La población clasificada como urbana en este último
relevamiento ascendió a 5.317 habitantes, los que se distribuían entre la capital
(4.112), Misión Laishí (396), y algunas pequeñas concentraciones de pobladores
en el oeste formoseño, dentro de la jurisdicción de la colonia Buenaventura. 2
1
Memoria del Gobernador del Territorio Nacional de Formosa, José María Uriburu, correspondiente al año
1897. En: Instituto de Historia, Facultad de Humanidades, UNNE. Memorias del Territorio Nacional de
Formosa (1885-1899). Resistencia, UNNE, 1978.
2
El censo aclara que en “algunos Territorios, las comisiones censales han considerado que sólo correspondía
la designación de población urbana a los núcleos de más de cien habitantes; en otros el número ha sido
disminuido hasta treinta.” En el caso de Formosa se optó por el último criterio. Ver: Ministerio del Interior.
Solamente las localidades de Formosa y Misión Laishí presentaban una
población con ciertos visos de urbanidad, es decir, que podían reflejar, aunque
incipientemente, actividades productivas, comerciales y de servicios acordes con
tal jerarquía. La primera por ser capital del Territorio y asentarse en ella las
autoridades gubernamentales. El caso de Misión Laishí es totalmente diferente; se
trataba de la concentración planificada de un centro de actividad que contemplaba
el desarrollo de las tareas productivas, comerciales y educativas y cuyo fin residía
en la aculturación del aborigen.
Según el censo citado (1912), la población aborigen de Formosa se
aproximaba a los 20.000 individuos (censados), lo que representaba un 33 % del
cálculo general (censados y estimados) de toda la población no blanca residente
en los Territorios Nacionales. Aunque sea sólo una cifra aproximada, revela la
importancia del número de aborígenes en el contexto demográfico general de
Formosa, y su participación en el concierto de los indígenas argentinos.

La producción azucarera en Formosa


La Gobernación de Formosa fundamentó su economía, desde sus inicios,
en la explotación forestal, la ganadería y la industria azucarera. Esta última, hasta
entrado el siglo XX, contribuyó con el mayor número de hectáreas cultivadas y con
el mayor valor de la producción en general, dando origen a varios establecimientos
de cierta importancia dentro del contexto económico local.
Entre los de mayor importancia, debe destacarse el ingenio “Bouvier”,
instalado en una de las concesiones (80.000 hectáreas) realizadas por el Poder
Ejecutivo Nacional en la década de 1880. La pujanza del establecimiento y las
actividades que en él se realizaban dio origen a una de las poblaciones más
importantes del Chaco Argentino en la época. Esta industria canceló su actividad a
principios del siglo XX y con ella prácticamente desapareció el pueblo homónimo. 3

Dirección General de Territorios Nacionales. Censo de Población de los Territorios Nacionales.1912 Buenos
Aires, Kraft, 1914.
3
Para mayores antecedentes sobre este ingenio azucarero puede verse: Héctor R. Borrini. Colonia Bouvier:
un ejemplo de colonización privada a fines del siglo XIX en el Territorio Nacional de Formosa. Resistencia,
IIGHI-CONICET, 1987.
Otra de las unidades productivas de azúcar más importantes del Territorio,
se ubicó en la capital, dándole a los colonos una posibilidad económica real para
su desenvolvimiento económico. El ciclo denominado “azucarero” o “fundacional”
fue hegemónico hasta las primeras décadas del siglo, cuando deviene su
decadencia y es superado por las inversiones y producción taninera.
Si bien el cultivo de la caña y la producción de azúcares y alcoholes en el
NEA no fue más que un apéndice comparado con lo que ocurría en el ámbito
nacional, fue fundamental en la consolidación de algunos núcleos poblacionales
en los primeros años de colonización y ocupación del espacio.
Las características del clima, diferenciado en una estación fría y seca de
corta duración, y otra cálida y húmeda con precipitaciones abundantes, dieron
lugar a que los primeros gobernantes y técnicos agropecuarios fundaran su
esperanza en los cultivos cañeros. Incluso algunos de ellos llegaron a señalar
como “superiores” a las condiciones ambientales del este chaqueño en
comparación con las zonas productivas de Tucumán y Salta.
Existía en abundancia mano de obra indígena, acostumbrada y probada en
la cultura azucarera del Noroeste argentino y susceptible de aceptar trabajo en
condiciones que otros grupos sociales no lo habrían hecho.
Puede afirmarse que la decisión de los Padres Franciscanos de fundar una
misión e instalar en ella un ingenio azucarero como base de la economía, fue
realizada teniendo presente las particularidades del clima, la elección de un lugar
aún fiscal y que tuviera acceso a un medio de comunicación factible (el río
Salado), y las connotaciones culturales de los destinatarios de sus desvelos: el
aborigen.

La cuestión indígena
Concluidas las campañas militares del general Roca en el sur y del ministro
Victorica en el Chaco, paulatinamente el gobierno nacional fue abandonando la faz
militar en las relaciones con los aborígenes. El cambio de orientación en la política
se manifestó, entre otras numerosas medidas, por una ley de 1898, que al
reorganizar los ministerios, sustrajo al indio de la esfera del ministerio de Guerra, y
estableció que correspondía a la cartera del Interior el “trato con los indios”,
mientras que el ministerio de Relaciones Exteriores y Culto debía ocuparse de “las
misiones religiosas entre los indios”.
Desde el punto de vista jurídico hasta las primeras décadas del siglo XX el
gobierno nacional entendió que los indios se encontraban comprendidos en la
situación de los incapaces del derecho civil y que, en consecuencia, necesitaban
de instituciones de protección y asistencia. En ese marco puede ubicarse el
decreto del presidente Roca del año 1899 por el cual dispuso que los Defensores
de Menores de los Territorios Nacionales fueran también defensores y protectores
de los indígenas, debiendo proveer por cuenta del Estado a su alimentación,
vestido y colocación como trabajadores. En consideración a esta incapacidad civil
también se dictaron normas que prohibían a los comerciantes venderles alcohol y
armas de fuego.4
Al comenzar el siglo XX se inició una etapa que puede denominarse de
sometimiento-colonización, cuyo objetivo fue el “sometimiento sin violencia”, en la
cual se evitaron los conflictos bélicos, procurando preservar una mano de obra
que se reconocía sumamente valiosa para las empresas que operaban en la
región chaqueña, pero eliminando la cultura aborigen. El problema central de si
correspondía o no asimilar al aborigen a la cultura occidental se consideró
resuelto, la discusión radicó sólo en el orden del proceso aculturativo, cuya razón
nunca se puso en duda. Esta actitud estuvo determinada por desconocimiento del
mundo indígena, por rechazo de sus valores y por la sobrevaloración de la
civilización occidental, considerada el más alto peldaño de la cultura humana.
De este modo, cada sector de la sociedad blanca realizó propuestas acerca
de cual sería el mejor método para “civilizar” al indio, generando un amplio debate
nacional que estuvo vigente durante varias décadas. Las diferentes ideas
apuntaron a proyectos tan disímiles como misiones religiosas, reducciones civiles,
reducciones militares, empleo de mano de obra aborigen en industrias y en

4
Abelardo Levaggi. El aborigen y el derecho en el pasado y en el presente. Buenos Aires, Universidad del
Museo Social Argentino, 1990; y Hugo Humberto Beck. Tratamiento legal del aborigen en Chaco y Formosa
durante el siglo XX. En: XIV Encuentro de Geohistoria Regional, Resistencia, IIGHI-Conicet, 1994. pp. 39-
51.
construcción de ferrocarriles, dispersión de grupos indígenas por distintas áreas
del país.5
En este marco, los frailes franciscanos decidieron realizar un nuevo
esfuerzo en pos de la evangelización y aculturación de tobas y wichis, partiendo
de su larga experiencia en este quehacer y proponiendo ajustes a su propio
sistema para obtener mejores frutos que en las misiones anteriores.

2. Fundación y organización de Misión Laishí


La segunda experiencia misional franciscana en nuestro país llevada a cabo entre
1854 y 1900 en el norte de Santa Fe y en el occidente chaqueño, fue un
significativo aporte a la pacificación de la frontera, aunque su acción
evangelizadora se vio dificultada por una serie de factores, entre los que pueden
mencionarse: la imposibilidad de lograr la convivencia y cooperación entre los
grupos indígenas y los blancos; la lucha por la propiedad de las tierras entre los
frailes y los colonos vecinos; la utilización de la mano de obra aborigen en las
empresas de la región o como tropa auxiliar de la frontera; la falta de apoyo
financiero oficial y la imposibilidad de consolidar una base económica propia y
duradera; la índole de los indios, especialmente su espíritu nómade y su escasa
predisposición para las tareas agrícolas; y las crecientes del río Bermejo. Por todo
ello, en 1899 el Prefecto de Misiones, fray Pedro Iturralde en una autoevaluación
demasiado crítica señalaba que:
“Los resultados de las reducciones no han correspondido ni a los
sacrificios ni a las esperanzas de los mismos (de los frailes). De 9.000 a
10.000 indios que según calculo ha habido en ellas, sólo queda poco
más de la tercera parte, porque... las misiones nunca han contado con
elementos suficientes para defenderlos de los abusos que se cometían
con ellos.”6
Para corregir algunos de los problemas antes mencionados, Iturralde
proyectó un nuevo intento evangelizador sobre bases diferentes a partir de 1900.

5
El desarrollo de estas temáticas en Hugo Humberto Beck. Relaciones entre blancos e indios en los
territorios nacionales de Chaco y Formosa. 1885-1950. Resistencia, IIGHI-Conicet, 1994. 206 pp.
6
Archivo General de la Nación. Ministerio del Interior, 1899, Legajo 8, Expte.1413 (En adelante: A.G.N.). La
historia esta misiones en Cayetano Bruno. Historia de la Iglesia en la Argentina. Buenos Aires, Don Bosco,
ts. XI y XII; y en Ernesto J.A. Maeder. La segunda evangelización del Chaco. Las misiones franciscanas de
Propaganda Fide (1854-1900). En: Investigaciones y Ensayos, Buenos Aires, Academia Nacional de la
Historia, Nº 41. pp. 227-247.
Estas bases fueron expuestas por el propio fraile en diversos documentos
elevados a consideración del Ministerio del Interior. En uno de ellos afirmó que
para lograr sus objetivos los misioneros debían contar
“con elementos suficientes para realizar la empresa, y con garantías
para asegurar su éxito... Es indispensable asegurar estabilidad a la
misión, y conceder a los misioneros la autoridad y libertad necesarias”.
En este marco, señalaba que: “nuestro propósito es poner en práctica
un método análogo al que usaron los RR.PP. de la Compañía de Jesús
en el Paraguay: pero no como sistema permanente, sino como recurso
transitorio. Es decir, que pensamos reunir a los indios en el pueblo y
hacerlos trabajar en común, hasta que sean capaces de trabajar solos.
Cuando llegue este caso daremos a los que se distingan por su buen
comportamiento y capacidad las 100 has,... lo que servirá de
recompensa a los agraciados, y de estímulo a los demás.” 7
A partir de 1900 la tarea evangelizadora de los frailes franciscanos habría
de retomar fuerzas operando en los territorios del Chaco y de Formosa. Fueron
sus impulsores los frailes Pedro Iturralde, Gabriel Grotti y Bernabé Tambolleo, con
la anuencia del Obispo Agustín Boneo y el apoyo de los gobernadores de
Formosa, José María Uriburu y de Santa Fe, José Bernardo Iturraspe.
Ese año el presidente Julio Argentino Roca dictó tres decretos por los
cuales autorizó a los misioneros franciscanos del Colegio de San Carlos (San
Lorenzo, prov. Santa Fe) a fundar la misión de San Francisco de Asís de Laishí
(10 de abril); a los del Colegio de San Diego (Salta) a fundar la misión Nueva
Pompeya (4 de mayo) y a los del Colegio de la Merced (Corrientes) a fundar la
misión de San Francisco Solano.8
Los tres decretos contemplan situaciones y aspectos similares,
reglamentando sobre derechos y obligaciones de misioneros e indios. En el
presente trabajo sólo se analiza el correspondiente a misión Laishí. Es importante
señalar que no fue el gobierno quien fundó las misiones, sino los frailes, ya que
según la propuesta de Iturralde, el gobierno sólo debía autorizar a los misioneros

7
A.G.N. Min. Int., 1899, Leg. 8; Expte 1.413
8
Los decretos se dictaron en el marco de las disposiciones del art. 100 de la Ley de Inmigración y
Colonización de 1876 (Ley Avellaneda), que ordenaba al gobierno procurara establecer colonias aborígenes.
Argentina. Secretaría de Trabajo y Previsión. Consejo Agrario Nacional. El problema indígena en la
Argentina. Publicación Nº 22, Buenos Aires, 1945.
“a fin de dejarles completa libertad de acción y... que asuman la responsabilidad
de la obra”.9
La administración y gobierno de misión Laishí estaba a cargo de los
misioneros del colegio de San Carlos, bajo la dirección inmediata del Prefecto de
Misiones, quien debía relacionarse con el gobierno nacional por vía del Ministerio
del Interior. El Estado concedía 74.000 has en el territorio de Formosa, las que
debían ser mensuradas y divididas por el Ministerio de Agricultura. La mensura
debía contemplar la formación de dos pueblos de 200 has (en 1914 se dispuso
que fuera sólo uno), a cuyo alrededor debían delinearse 2.000 has para ejido
urbano, y a partir de allí trazarse lotes rurales de 100 has cada uno. El trazado de
calles y caminos se debía hacer teniendo en cuenta las condiciones generales de
la ubicación.
Cada familia debía recibir un solar en el pueblo, y una vez hechas las
prácticas de cultivos en terrenos del ejido (considerados como campo común y
lugar de enseñanza) y demostrada su aptitud para los trabajos, se le pondría en
posesión de un lote rural de 100 has. El fin de esta disposición era tener a los
indios reunidos el tiempo necesario para poderlos instruir más fácilmente, tanto en
lo moral como en lo material, según el proyecto de los frailes.
A los cinco años de verificada la entrega a los misioneros del terreno
medido y subdividido, si éstos lograban reunir 250 familias y entregar a sus jefes
un lote rural, el gobierno nacional otorgaría al Prefecto de las Misiones los títulos
definitivos de propiedad, libres de todo gravamen, con la siguiente condición: a los
diez años de residencia de cada familia en la misión, los padres debían otorgarle
el título de propiedad con la cláusula de que los indios no podrían enajenarla
durante los cinco primeros años desde su otorgamiento. Si, por el contrario, en el
plazo de cinco años los misioneros no conseguían reunir el número mínimo de
familias, el gobierno podía dejar sin efecto la concesión.
El área de terreno que resultare libre de división dentro del perímetro
general, así como los lotes rurales aún no entregados a los aborígenes, podía ser
aprovechados en usufructo por los misioneros para beneficio de la misma misión.

9
A.G.N. Min. Interior, 1899, Legajo 8. Expte. 1413.
Los bosques podían ser explotados, utilizando sus maderas para consumo interno
y obras de utilidad común, y su excedente, enajenado por los misioneros con
intervención del gobernador, y su importe empleado en beneficio de la misión,
dando cuenta documentada de su inversión al ministerio del Interior.
El Poder Ejecutivo Nacional estaba representado en la misión por el
Comisario Delegado Especial, dependiente del gobernador del Territorio, con
funciones militares y policiales, auxiliado por el personal necesario para vigilar que
se cumplieran las disposiciones del decreto.
El gobierno destinó la suma de 20.000 pesos para la adquisición de
semillas, vestidos, animales y útiles de labor.
El Prefecto de la Misión debía elevar al Ministerio del Interior para su
aprobación, un proyecto de reglamento general de la misión, debiendo figurar
entre sus disposiciones lo relativo a la venta de bebidas alcohólicas y de armas a
los indios, así como las medidas tendientes a evitar que pudiesen ser explotados
los indígenas de la misión cuando prestasen servicios personales fuera de ella.
El reglamento fue presentado recién al cabo de varios años de experiencia
en la misión, y aprobado por resolución ministerial del 24 de agosto de 1914. En él
se estableció que el objeto y fin de la misión era:
“Civilizar a los indios, incorporarlos a la vida social de la Nación
Argentina, someterlos a sus leyes, procurar su conversión al
catolicismo... enseñarles a trabajar, hacerlos propietarios
adjudicándoles chacras... y procurarles los medios y elementos de vida
y de trabajo”.10
Para ingresar a la misión bastaba una manifestación de voluntad y para
salir de ella se requería un permiso del Padre Superior. Desde su incorporación los
hombres eran dedicados al trabajo, las mujeres a los quehaceres domésticos y los
niños debían asistir a la escuela. Estaban prohibidos los juegos de azar, el
curanderismo, las reuniones nocturnas estrepitosas, la introducción de armas y
municiones y de bebidas alcohólicas, la propaganda de doctrinas “anárquicas” o
subversivas del orden y perturbadoras de la paz, y las contrarias a la doctrina
católica y a las instituciones del país. El adoctrinamiento sería paulatino,
10
Argentina. Secretaría de Trabajo y Previsión. Consejo Agrario Nacional. Op. Cit. 270. Aunque este
reglamento fue aprobado recién en 1914, sus disposiciones ya se venían cumpliendo en los catorce años de
vida de la misión.
tolerándose por un tiempo prudencial y mientras fuesen infieles, la constitución de
la familia, según sus usos y costumbres.
El capítulo referido al trabajo de los indios contemplaba un período de seis
meses de aprendizaje en el cual debían realizar labores de beneficio y utilidad
común. Superada esa etapa, se les daría una chacra de 25 has y se les facilitaría
en préstamo o en propiedad (según su preferencia) los bueyes, arados, rastras y
demás elementos para el cultivo de la misma. Los indios que no tuviesen trabajo
en sus chacras o que sólo trabajasen allí medio día, debían hacerlo en las tierras
que el Padre Superior les señalare, por lo cual recibirían un jornal.
Los indios no podían vender el producto de sus chacras a personas
extrañas sin autorización del Superior. La Misión les compraría sus cosechas, por
un valor justo, deduciendo los gastos de flete y de administración.
La Misión debía racionar gratuitamente a todos los indios, aún a los que
trabajaban por su cuenta y a sus familias. En retribución, los aborígenes debían
trabajar un día por semana en trabajos de utilidad común, como arreglos de calles,
caminos, alambrados, etc. Los niños y niñas debían asistir a la escuela diurna, y
los jóvenes varones fuera de edad escolar, a la escuela nocturna, y a la de
música, los que se dedicaran a ella.
No se debía emplear el castigo como sistema, sino sólo como recurso
extremo, consistiendo el mismo en privación de diversiones públicas, trabajos
públicos sin retribución, expulsión de los incorregibles, prisión en casos de delitos
o crímenes penados por las leyes del país. En este último caso, debía actuar la
Policía que el gobernador sostenía en la Misión. 11
Con los antecedentes citados, en enero de 1901 fray Iturralde, junto al
padre Celso Ghio y a cuatro peones, se trasladó a Formosa, al terreno destinado
para la Misión. Después de recorrer el campo, eligió el sitio para establecer el
pueblo, sobre la margen derecha del río Salado, en una rinconada grande, con
terreno alto y apropiado para la agricultura, campo abierto para la hacienda, y con
aguadas permanentes. Con 24 familias de indios tobas, que sumaban 90

11
Ibid.
personas, el 25 de marzo de 1901 Iturralde fundó la Misión que bautizó San
Francisco de Asís.12
La misión se localizó a corta distancia del río Paraguay, a 19 leguas
aproximadamente de la capital del territorio,
“en terrenos altos, con buenos y abundantes pastos, espléndidas
aguadas, bosques de una variedad infinita de maderas, tierra
fertilísima...”13
Para proceder gradualmente los misioneros no aceptaron en sus comienzos
a un centenar de familias que solicitó incorporarse, pues buscaron afianzar
primero la misión y obtener los recursos suficientes para la incorporación paulatina
de más aborígenes. Se propusieron contar con un núcleo de familias indígenas
bien educadas que les sirviesen de auxiliares, y de modelo y ejemplo a los que
posteriormente se incorporasen.
El gobernador de Formosa, Lucas Luna Olmos, opuesto a las misiones
religiosas, admitió, sin embargo que:
“Por su ubicación, la tierra fértil de que dispone, sus fáciles medios de
comunicación y la inteligente dirección del padre Iturralde está llamada
a prosperar y a acercarse más a los propósitos y fines de su
fundación.”14
Entre 1900 y 1907 la Misión fue dirigida por fray Iturralde y después durante
dos décadas estuvo al frente de la misma el padre Buenaventura Giuliani.

3. Evolución demográfica y económica


A cuatro años de fundada la Misión ya contaba con 55 familias aborígenes,
totalizando 250 personas. En 1908 el número de familias se había elevado a 129,
y un año más tarde llegó a 156 familias, con un total de 400 personas. A mediados
de la segunda década del siglo XX, la Misión congregaba a 259 familias tobas,
número que se mantuvo relativamente constante por varias décadas, aunque no
siempre fueron las mismas, ya que a medida que ingresaban nuevas familias,
12
Pedro Iturralde. Los indios tobas y la Misión de San Francisco del Laishí en la gobernación de Formosa.
Informe presentado al Ministerio del Interior por el Rev. P...Buenos Aires, 1909. Según el gobernador de
Formosa, Luna Olmos, la Misión agregó el nombre del célebre cacique Laischi o Laishí, indio tenorio muerto
en aquel paraje en una aventura amorosa. Lucas Luna Olmos. Expedición al Pilcomayo. Informe presentado a
S.E. el señor Ministro del Interior Doctor Rafael Castillo por el señor Gobernador del Territorio, Dr...
Buenos Aires, Imp. y Pap. Guillermo Kraft, 1905.
13
Lucas Luna Olmos. Op. Cit. p. 60
14
Ibídem
otras emigraban, constituyendo esto un serio problema para los misioneros. En un
informe del año 1943 se señala que la cantidad de aborígenes oscilaba entre 600
y 900 según la época del año.15

Estructura de la misión
Hasta mediados de 1908 la tierra concedida a la Misión no había sido
dividida formalmente en chacras y solares; sólo se habían trazado unas pocas
manzanas que servirían como base para el futuro pueblo. Allí algunas familias
indígenas tenían sus ranchos, mientras que a orillas del río Salado se habían
alambrado algunas rinconadas cuya superficie variaba entre 3 y 6 ha destinadas a
los aborígenes que las solicitaban para cultivar. La concesión de estos espacios
era sólo verbal, pues carecían de un boleto que la acreditase.
“Esto –informaba el Inspector de Tierras y Colonias Santiago Bello- los
tiene un poco desanimados, porque creen que los engañarán con
respecto a la repartición de la tierra, en cuya adquisición muestran
mucho interés, tanto de solares como de chacras, pues más de uno se
apersonó, preguntando cuándo se la haría entrega del título. Esta
desconfianza está plenamente justificada, pues sabido es lo engañado
y explotado que el indio lo es en el Chaco”16
La mensura de la colonia iniciada en septiembre de 1908 por el ingeniero
Ferraresco, sufrió serias dificultades por la anegación de los campos. A
comienzos del año siguiente se habían mensurado 250 chacras de 25 has cada
una, y se había trazado el ejido urbano y un núcleo de población, con calles de 20
metros y manzanas de una hectárea, según consta en un plano que acompaña el
Informe del padre Iturralde. Esta tarea fue completada entre mediados de 1911 y
febrero de 1912 por el ingeniero Fonticoli. 17
Para su mejor organización la colonia fue dividida en cinco secciones
denominadas: San Cayetano (I), San Antonio (II), San Isidro (III), San Francisco
Norte(IV) y San Francisco Sur (V). Se establecieron dos chacras de producción

15
Informe sobre la Misión de San francisco de Laishí correspondiente a los años 1912 y 1913, elevado al
gobernador del territorio Juan José Silva, por fray Buenaventura Giuliani. En: Rafael Gobelli. Mis memorias
y apuntes varios. Salta, Imp. Y Lib. Rafael Tula, 1916. (apéndice)
16
Informe del Inspector D. Santiago Bello, a la Dirección de Tierras y Colonias sobre la Misión de San
Francisco del Laishí. En: Pedro Iturralde. Op.Cit. p. 22
17
Cirilo Ramón Sbardella. Los Diarios de la Misión Laishí. Formosa, Centro de Estudios Brig. Pedro Ferré,
1993.
común y de enseñanza, situadas una en el centro del pueblo y otra en la sección
IV de la colonia.

Evolución de las construcciones


En principio las construcciones fueron provisorias con el objetivo de cubrir
las necesidades elementales de los frailes, empleados y primeras familias
aborígenes. Hacia 1908 el edificio de la misión cubría una superficie de 675 m2, y
se componía principalmente de capilla, dormitorios, piezas para almacén y tienda,
cocina y galpones; todo en la misma manzana, cercada con tejido de alambre. Era
de estanteo con techos de palmas, y ya se pensaba reemplazarlo por un edificio
de ladrillos.
El edificio de la escuela medía 15m por 6m construido de madera dura, con
techos y paredes de cinc, revestido interiormente con machimbre de pinotea, y
rodeado por un corredor. Dividido en tres partes, dos de las cuales eran ocupadas
por el Inspector de chacras, quedando la tercera parte, de 5 x 8 m, para salón de
clases de la escuela diurna y nocturna.
En una manzana contigua, ubicada al norte de la capilla, se levantaron
construcciones también de estanteo destinadas, una a la carnicería y otras tres
para vivienda de un sargento y de dos agentes de policía; más dos piezas y una
cocina para el empleado de la Misión y su familia. Existía también un edificio para
maquinarias, de 24m por 26 m, construido con tablas y techo de cinc y corredores
en los cuatro costados. Un pozo, calzado con madera, surtía de agua a la misión.
Poseía una bomba y una pileta de ladrillo con capacidad para 500 litros. El
aserradero, ubicado a 500 metros de la misión, era un edificio de costados
descubiertos y techos de cinc.18
Otro salón de 20 x 5 del mismo material y rodeado de corredor, fue dividido
en habitaciones de 5 x 4 y destinado a posada para transeúntes. Para depósito de
maíz y mercaderías los misioneros construyeron un gran galpón de 20 x 10, con
piso y paredes de madera y techo de cinc. A todo esto se sumaba un galpón en el
puerto de Herradura.

18
Informe del Inspector Santiago Bello... cit. y Cirilo Sbardella. Op. Cit.
En 1912, en una visita realizada a la misión el Prefecto Rafael Gobelli
observó que:
“Mientras los Padres han introducido en Laishí todos estos progresos,
poco o nada se han preocupado de sus propias comodidades; pues, la
casa y la capilla no valen nada. Son unos galpones con paredes y
techos de palma, mal construidos y muy poco higiénicos”. 19
En 1917 comenzó la construcción del nuevo edificio de la casa de los
Padres, habilitada al año siguiente. Contaba de dos plantas y un subsuelo. La
planta alta, dividida en dos habitaciones de 25 m2 cada una, y la baja, en un
ambiente para escritorio y uno para biblioteca y farmacia. Las paredes eran de
ladrillo asentado en barro, revocadas y blanqueadas, techo de cinc y tejuelas, piso
de mosaico. El mismo año se construyó la cocina y un comedor para empleados.
Finalmente, en 1924 se levantó la nueva capilla de material, que existe todavía. 20

Producción agropecuaria y forestal


La explotación maderera fue al comienzo la fuente más importante de
ingresos. A partir de 1905 comenzaron a cortar maderas de modo permanente, de
acuerdo con el decreto de fundación y a pagar sueldos a los indios. En 1904 los
misioneros adquirieron un aserradero instalado en la orilla izquierda del río Salado,
el que fue reactivado en 1907. Se hallaba distante 500 metros de la misión y se
comunicaba con la misma a través de un puente construido por los misioneros. En
1909 Constaba de un motor completo de 17 caballos de fuerza y otro de cinco,
con sierras de carro automático y otras circulares, torno mecánico, máquina
esmeril para afilar, máquina de tejer alambre, una fragua portátil, dos yunques de
herrero, soldadores y una diversidad de útiles y herramientas, trabajadas por 20
hombres, de los cuales 16 eran aborígenes jóvenes formados en la Misión. Ese
año se produjeron 60 toneladas, en trozos de urunday, lapacho y quebracho; 300
postes de urunday para el teléfono que se instalaba hacia Aquino; 1.800
durmientes de quebracho y urunday; 20.000 varillas y 100 postes para alambrado.
Los alambrados se tendían para cercar las chacras de los colonos aborígenes y
para la hacienda común.
19
Rafael Gobelli. Memorias de mi Prefectura y apuntes sobre el Chaco. Salta, Imp.y Lib. Tula y Sanmillán,
1912. p. 23.
20
Cirilo Ramón Sbardella. Op. Cit. p. 18
La actividad agrícola constituyó el centro de la preocupación de los
misioneros, pues a través de ella se procuró la inserción de los aborígenes al
mundo del trabajo y su paulatina aculturación, al tiempo que constituyó la principal
fuente de ingresos y de alimentación. Tal como estaba proyectado, las tareas se
iniciaron en las chacras de instrucción. En los campos de la sección IV, bajo la
dirección de un maestro práctico, aprendían los indios recién llegados a la Misión,
mientras en la chacra del pueblo se instruía especialmente a los niños que
concurrían a la escuela.
A todo individuo desde los 14 años aproximadamente y después de haberlo
instruido en el trabajo, la misión le entregaba una chacra de 25 has y todas las
herramientas para cultivarla, cuidando de que la labrara a su debido tiempo. Con
este fin un maestro inspector de chacras bien preparado y competente las recorría
diariamente; y lo mismo hacía el sargento con algunos vigilantes para conservar el
orden y evitar la holgazanería y el juego. Con el tiempo se procuró otorgarles
mayor libertad e independencia para que trabajaran espontáneamente en sus
campos. En tiempos de cosecha, cada colono indio recibía aborígenes de la
misión a quienes pagaba por la recolección de la misma. Los misioneros
promovieron la siembra de maíz, algodón, caña de azúcar (“el cultivo más
ventajoso y simpático para los indios”, según fray Giuliani), lino, tártago, maní,
alfalfa, que se sumaron a las sementeras de porotos, mandioca, batata, zapallos,
sandía, melones y las plantaciones de naranjos, duraznos, viña y café porotillo,
que cada colono tenía en su chacra particular. El maíz, el algodón y la caña de
azúcar constituían los cultivos obligatorios, pero este último era el más agradable
según el gusto de los nativos.
A pesar de los contratiempos provocados frecuentemente por las sequías y
por las mangas de langostas, la producción fue en aumento. En 1912 se
produjeron 441 toneladas de maíz con un promedio algo superior a una tonelada
por hectárea, 1.250 tn de caña de azúcar (obtenidas de una superficie de 85 has),
y se sembraron 130 has de algodón, entre los cultivos más importantes. La
impresión que en tal sentido causaba la Misión a quien la visitaba era agradable.
Ese año, el Inspector de Sucursales del Banco Hipotecario Nacional, Luis
Rodríguez, anotó que
“La Misión Laishí hace progresos visibles y la producción de sus
cultivos aumenta considerablemente, superando este año a los
anteriores. La producción era destinada hasta hace poco, al consumo
del establecimiento. Hoy, su producción principal, que es el maíz, es
vendido ventajosamente en plaza, con relación al que se introduce de
otros puntos del litoral”.21
En el mismo sentido, en septiembre de 1913 el inspector del ministerio de
Agricultura, ingeniero Pedro Canelo, afirmó que en Formosa:
“Solamente hay un establecimiento que merezca el nombre de colonia:
la Misión Lahisí, que cuenta con 174 familias indígenas colonos,
provistos respectivamente de su vivienda, más el equipo de labor, los
cuales se dedican a la explotación del suelo, bajo la inmediata dirección
del R.P.F.B. Ventura Guiliani”.22
Esta situación permitió al padre Giuliani definir con orgullo a la misión como
“el centro agrícola más grande y más importante del Territorio”. 23
Igual que la agricultura, la ganadería también cumplió la doble función de
explotación lucrativa y de enseñanza práctica. Hacia 1908 la Misión contaba con
600 vacunos de cría, 200 bueyes y doce equinos. 24 Por su parte, hacia 1913
algunos aborígenes poseían ya entre 15 y 20 vacas.
“Los animales vacunos, que los más laboriosos alcanzan a comprar, se
crían y aumentan rápidamente, ya en los potreros próximos a sus
chacras, ya en el campo con la hacienda de la Misión, y de ellos
carnean para su gasto, o hacen bueyes o venden a la carnicería de la
Misión a precio de plaza”, informaba a principios de 1914, fray Giuliani.
Los cerdos eran criados sólo para la venta, puesto que los tobas no
consumían su carne por costumbres ancestrales. Las mujeres aborígenes criaban
animales de granja, que vendían –junto con los huevos, choclos, batatas, etc.- al
almacén de la misión.
Los misioneros lograron instalar un molino de viento, un tanque australiano
y un bebedero de cemento. Entre las dificultades limitantes de la actividad
ganadera se cuentan las epidemias de fiebre aftosa (durante 1913 murieron por

21
Luis D. Rodríguez. La Argentina de 1912. Buenos Aires, Compañía Sudamericana de Billetes de Banco,
1912, p. 445.
22
Boletín del Ministerio de Agricultura, Nº 2 y 3, ago-set. 1913
23
Fray Buenaventura Giuliani. Op. Cit.
24
Informe del Inspector Santiago Bello. Cit.
esta causa el 50% de los terneros chicos y el 2% de los animales grandes), y el
cuatrerismo practicado por los pobladores de los campos fiscales que rodeaban a
la Misión, en su mayor parte paraguayos.25

Actividad Industrial
En pocos años los misioneros lograron instalar un complejo industrial en el
cual procesaron toda la materia prima proveniente de la explotación forestal, de la
agricultura y de la ganadería, al tiempo que fabricaban sus propios medios de
movilidad, de transporte, sus maquinarias y herramientas, y la mayor parte de los
elementos empleados en la construcción de edificios y viviendas; en un claro afán
de autoabastecerse.
Además del aserradero antes descripto, funcionaron una carpintería y una
herrería donde se fabricaron muebles y medios de transporte y útiles de labranza,
especialmente carros, cachapés, alzaprimas, sulkis, canoas, carretillas, arados,
rastras, palas, azadas, hachas, machetes, etc.
Desde los primeros tiempos fueron fabricados ladrillos en hornos instalados
cerca del río Salado bajo la dirección del Hermano Miguel Amundarain; y también
construyeron hornos para la fabricación de carbón vegetal. En 1907 instalaron una
desgranadora de maíz, otras cuatro en 1910, y en 1913 otras quince. Al año
siguiente la fábrica produjo por primera vez el llamado “maíz pisado” o locro, en
forma mecanizada. Construyeron además una máquina para triturar la mandioca.
Los cueros vacunos eran trabajados en una curtiembre propia.
Desde 1912 la misión contó con luz eléctrica con la adquisición de una
pequeña dínamo de 110 voltios, que funcionó movida por los motores del taller.
Poseían una desmotadora de algodón, primero manual y desde 1916
accionada por energía eléctrica. En la misión también se producía tabaco en hoja
y se fabricaban cigarrillos, tarea ésta encomendada principalmente a las mujeres
aborígenes, quienes además, procesaron las hojas de ibirá para extraer sus fibras;
trabajaron el caraguatá; y manejaron un taller de costuras para prendas de vestir
de mujeres, hombres y niños.

25
Fray Buenaventura Giuliani. Op. Cit.
Un capítulo especial merece la producción de azucar. La caña de azúcar
era procesada en el ingenio propio, produciendo miel y azúcar, que luego eran
comercializados. En 1911 los misioneros adquirieron maquinarias procedentes de
Alemania y años más tarde incorporaron otras más. Fray Miguel trabajó
personalmente en la instalación de los equipos y en la dirección del ingenio. La
construcción del ingenio, bastante modesta, se había realizado con madera y cinc.
La falta de capital suficiente condicionó la compra de maquinarias viejas y
defectuosas que provocaban el desperdicio del 25% del jugo. Estas consistían
hacia 1914 en un pequeño trapiche de dos cilindros superpuestos, de defectuosa
molienda, tres motores, uno de ellos a petróleo, de 25, 7.5, y 30 HP; 12
cristalizadores, dos centrífugas, dos calderas y dos grúas. El capital invertido
ascendía a 94.000 $ m/n. En 1913 produjo 74 tn de azúcar y 60 de melaza. 26
En 1916 la misión incorporó un nuevo trapiche, que pesaba 14 toneladas, y
se terminó de construir un nuevo edificio para taller y maquinarias bajo la dirección
del ingeniero Mousnier, renovación técnica que le permitió al ingenio moler hasta
24 tn de caña por día, producción que se elevó algún tiempo después a 40 tn cada
doce horas. Aunque no alcanzó la altura de las grandes fábricas (sus rendimientos
no superaron los 35 kg. de azúcar de 1ª y 10 kg. de 3ª cada 1.000 kg. de caña), la
producción del establecimiento fue en aumento, y en 1919 alcanzó la cifra de 29 tn
de azúcar, de las cuales 12 eran de primera calidad. 27 La calidad era buena, pues
obtuvo medalla de plata por azúcar de segunda en la muestra de producción
regional realizada en Resistencia en 1916, y medalla de oro y diploma de honor en
la Exposición Industrial Argentina del año 1924. 28
Una mención especial merece el trato brindado a los aborígenes en este
ingenio, pues constituyó la única excepción a la sistemática explotación a que
fueron sometidos los mismos en todas las demás empresas que operaron en la
región chaqueña. Para estudiar las condiciones de vida y de trabajo de la misión,
el Departamento Nacional del Trabajo envió al inspector José Elías Niklison, quien

26
José Elías Nicklison. La Misión de San Francisco de Laishí. En: Boletín del Departamento Nacional del
Trabajo Nº 34-35, mayo 1916, Buenos Aires, Imp. y Enc. de la Policía, 1916. Pp. 71-100
27
Emilio Schleh. La industria azcarera en su primer centenario, 1821-1921. Consideraciones sobre su
desarrollo y estado actual. Buenos Aires, Ferrari, 1921. p.161
28
Archivo Histórico de Formosa. Memoria del gobernador de Formosa, año 1926.
pudo constatar la existencia de un sistema protector del nativo. El pago de salarios
se realizaba por medio de vales, pero con un sentido distinto al de las demás
empresas, ya que tendía a proteger al indígena de los abusos de que podía ser
víctima por parte de los mercaderes ambulantes. Esto se complementaba con la
entrega de instrumentos de labranza de buena calidad a precio de costo. Los
jornales se abonaban sobre anotaciones llevadas a cabo por los propios indígenas
y, según Niklison:
“en ningún centro de trabajo del Chaco y Formosa se recompensa el
esfuerzo indígena como en San Francisco de Laishí, a lo que es
necesario agregar que en ninguna parte como allí la proveeduría no
significa el robo del obrero, sino una función administrativa y comercial
honesta”.29
Se trató siempre de armonizar el modo de vida de los tobas con los
horarios de trabajo. La labor del ingenio, único que exigía una jornada de sol a sol,
se realizaba por turnos semanales bastante variados y sin mayor prisa. El trabajo
fabril se complementaba con el corte de caña en chacras de la misión o en la de
otros colonos y con el transporte del producto por medio de carros. También para
el agricultor la situación se presentaba con condiciones favorables. Cuando Las
Palmas del Chaco Austral ofrecía 4,25$ por tn de caña con un pesaje que
suscitaba la desconfianza de los agricultores, en la misión se abonaban 5$ por tn.
A pesar del deficiente estado del ingenio, de los salarios relativamente elevados,
las rentas obtenidas por la actividad azucarera constituían las más importantes de
la misión.30
La fabricación del azúcar cesó en el año 1946, dado que la producción era
muy costosa y no alcanzaba a cubrir los gastos que ocasionaba. 31

Comunicaciones, transportes y comercio


El transporte se realizaba por las vías fluvial y terrestre. Los vaporcitos y
chatas de la Misión navegaban los ríos Salado, Paraguay y, eventualmente el
Paraná. Transportaban cargas y pasajeros, haciendo escala en Herradura, Aquino,
Formosa, Villafranca, y en ocasiones atracaban en los puertos de Corrientes y
29
José Elías Niklison. Op. Cit. p. 82
30
Ibídem
31
Cirilo Ramón Sbardella. Op. Cit. p. 22
Barranqueras. Esta navegación requería la extracción periódica de raigones y
camalotes del lecho del Salado. Próximo al Curupay, sobre la margen izquierda
del río Salado, a cuatro Km de la laguna Herradura, lugar donde al Salado nunca
le falta agua para la entrada de embarcaciones, los misioneros construyeron un
galpón de chapas de cinc, de 16 x 5 x 5, para depositar los productos que se
llevaban desde la misión y se traían hacia ella, durante la época de bajante del
Salado.
Al principio sólo existían las huellas del ganado o de los carros. En 1911
comenzó la construcción de un nuevo camino hasta el pueblo de Formosa, al
norte y al este del Salado, al cual se accedía desde la misión por un puente sobre
el Salado de 27 metros de largo, 5 de ancho y 7 de alto, construido todo de
urunday y quebracho, por el Hermano Miguel Amundarain. Fue calificado por el
gobernador Luna Olmos como el mejor de todo el territorio formoseño. Por este
camino eran transportados los productos en largas caravanas de carros hasta
Herradura, cuando el Salado estaba bajo, y allí embarcados hacia Formosa y otros
puntos. A su vez un terraplén de 7 metros de ancho y 0,40 metros de altura,
recorría todas las secciones de la colonia en una extensión de ocho km. El primer
automóvil que circuló en el territorio de Formosa fue un Ford adquirido por la
Misión en 1917.
La misión realizaba un constante comercio de provisión de víveres con los
pobladores de estancias y fortines. La capital del territorio era el principal destino
de la producción consistente en maíz, poroto, miel de caña, melaza, azúcar,
madera, algodón desmotado, afrecho, alfalfa, semillas de tártago y de algodón.
Otros centros de consumo de los productos de la misión eran Barranqueras,
Buenos Aires, Corrientes y Alberdi (Paraguay). De estos lugares procedían
también los elementos comprados por los misioneros. En la Misión, la
organización comercial se basaba en un sistema de monopolio, ya que la misma
compraba la producción a cada agricultor, previa fijación de un precio uniforme y la
enviaba para su venta a la plaza de Formosa, principalmente. Del mismo modo
procedían los misioneros con productos tales como cueros de animales salvajes,
plumas de avestruz y cera. Incluso la producción que no se vendía fuera de la
misión era adquirida por ésta a los aborígenes para el racionamiento de los
mismos, que se les otorgaba gratuitamente. La ración se componía de 400 gr de
carne, 1 Kg de maíz, 30 gr de yerba y dos galletas por persona y por día; 500 gr
de azúcar y 100 gr de tabaco, por familia cada semana; sal en la cantidad
solicitada, remedios para los enfermos y ropas.

Servicios
La misión constituyó por largos años una población de avanzada sobre el
“desierto”, por lo cual cumplió funciones propias de los pueblos. Fue sede de una
oficina de correos, fundada en 1910 y a cargo del propio padre Iturralde, en
carácter “ad honorem”. La correspondencia era traída y llevada por un chasque a
caballo desde la localidad de Aquino cada ocho días, servicio que también estaba
a cargo de la misión, con un movimiento medio de correspondencia de 300 a 500
piezas mensuales, en 1913, y que se hizo mucho más intenso hacia 1920.
Autorizados en 1903 por la Dirección General de Correos y Telégrafos, los
misioneros construyeron una línea telefónica, bajo la dirección del Hno.
Amundarain, que en 1908 llegó hasta Herradura, y en 1910 unió Laishí con
Colonia Aquino (65 Km). El servicio se prestaba gratis para el público y para el
gobierno, poniendo además de la línea, los aparatos, el edificio y los muebles, lo
mismo que para el correo. La Misión cumplió además la función de posta, pues allí
recalaban viajeros, soldados, ganaderos, comerciantes y personal policial o militar
para pernoctar o adquirir provisiones, utilizando muchos de ellos los vaporcitos de
la misión para continuar su viaje.

Educación y evangelización
Además de la enseñanza práctica de las labores agropecuarias e
industriales, los misioneros estuvieron al frente de las escuelas de la Misión.
Desde 1903 funcionó en forma ininterrumpida una escuela diurna, y
esporádicamente una nocturna, donde se impartía clases a los trabajadores y a
los niños que no podían concurrir de día. Hacia 1905 funcionaban dos escuelas
diurnas, una de varones, atendida por Pedro Fernández, maestro diplomado en
España; y otra de niñas conducida por Lucía C. de Pizarro, persona competente
que, además de las primeras letras, enseñaba a las niñas a coser a mano y a
máquina32.
La asistencia de los niños al establecimiento escolar siempre fue escasa,
entre otros motivos por la dispersión de la población en las diversas secciones de
la colonia, lo que los obligaba a recorrer a pie distancias de hasta 10 Km
diariamente. La creación de escuelas en cada sección, solicitada por fray Giuliani,
no se concretó. Durante los meses de marzo y de abril la concurrencia era aún
menor porque los niños estaban afectados a la cosecha de maíz y de algodón. Al
promediar la segunda década del siglo XX sólo asistían entre 25 y 30 niños
varones, sobre un total de 77, y no asistían las niñas. El inspector Niklison pudo
observar que:
“En materia de enseñanza no se ha hecho nada digno hasta ahora en
San Francisco de Laishí. Los alumnos de la escuela examinados por
mí, leían con dificultad y ninguno tenía la más leve noción de las ideas
de ciudadanía y de patria. Interrogados respecto de su nacionalidad, me
respondieron: somos paisanos. Las chicas tobas no reciben ninguna
instrucción, no obstante que el reglamento dispone el funcionamiento
de escuelas de mujeres”.33
El sistema de enseñanza consistía en dos horas diarias de primeras
letras y cálculos, y luego dibujo y música que eran las actividades que más
agradaban a niños y adultos. La notable banda de música que se logró
constituir, compuesta por más de treinta aborígenes, realizó giras por la
capital del territorio y por el interior del mismo. En 1913 la banda tocó en
Buenos Aires (donde fueron recibidos por el vicepresidente de la nación a
cargo del P.E.), San Lorenzo, Rosario, Corrientes y en otros diez pueblos del
interior del país.
Para ayudar en la tarea educadora, el padre Giuliani logró que en
1934 fueran a Laishí las Hermanas Franciscanas Educadoras del Colegio de
Santa Clara. Estas religiosas ocuparon el edificio ya construido para colegio
y convento, bajo la dirección de la reverenda Sor María Loreta Hutter. En el
colegio ampararon a niñas indígenas pupilas que cursaban hasta 4º grado,

32
Informe del padre Iturralde, elevado al gobernador de Formosa. En: Lucas Luna Olmos. Op. Cit.
33
José Elías Niklison. Op. Cit. p. 81
además de aprender labores y trabajos manuales. En 1939 se instaló
también un internado para niños varones.
La actividad religiosa era la propia de todas las misiones, que incluía el rezo
de la misa dominical matutina, la catequesis vespertina, rezo del rosario y retreta
ejecutada por la banda musical integrada por niños y mayores. El número de
indios bautizados siempre fue escaso, pues los misioneros fueron partidarios de
no otorgarles el sacramento hasta que no estuviesen totalmente convencidos de la
doctrina católica y la aceptaran libremente. En 1922 había en Laishí 2.480
cristianos, que eran sus pobladores blancos, 1.900 indios neófitos y 2.000 indios
infieles, atendidos por sólo tres religiosos. 34 Laishí fue erigido como viceparroquia
en 1921 y elecado a la categoría de parroquia en 1943, extendiéndose su acción
pastoral por todo el departamento homónimo y parte del departamento Formosa,
con capillas en varios pueblos.
Epílogo
A pesar de los innegables progresos realizados durante las tres primeras
décadas de vida de la misión, sobrevino luego un estancamiento y hasta un
retroceso en diversos aspectos. No se logró nunca el objetivo de que los
aborígenes adquirieran autonomía en sus chacras. Al promediar el siglo XX las
tierras adjudicadas a la misión eran todas fiscales, aún no había aborígenes
propietarios, y los que poseían una chacra en concesión, sólo trabajaban una
mínima parte de ella. La chacra de enseñanza y experimentación, mejor cuidada y
vigilada, donde los jóvenes trabajaban por un salario, solía salvar la provisión del
año. Un Informe del Comisario Provincial de las Misiones afirmaba que el sistema
colectivista había fracasado porque el indio no relacionaba las ideas de esfuerzo y
resultado en común,
“quiere su ración diaria y su salario. Sin más aspiraciones ni teorías. Las tentativas
de obligarle a aceptar normas de ahorro y previsión, no han servido más que para
interminables disgustos, por su egoísmo casi infantil y su ignorancia y
desconfianzas nativas”.35
34
Informe del Rev. P. Pedro Iturralde al Exmo. y Rvmo.Señor Nuncio Apostólico Monseñor Dr. Don Felipe
Cortesi, sobre el servicio religioso en las Gobernaciones del Chaco y Formosa. Corrientes, Imprenta Colegio
Argentino, 1934.
35
Argentina. Secretaría de Trabajo y Previsión. Consejo Agrario Nacional. Op. Cit pp. 288-290
La tarea misional de los padres franciscanos concluyó apenas traspuesta la
mitad del siglo XX, por obra del tiempo que todo lo cambia e impone nuevas
formas en el andar político y socioeconómico. Por entonces la ruta nacional Nº 11
atrvesaba Misión Laishí volviéndola inapropiada para los fines que fuera fundada.
Pocos años después, Laishí era un pueblo criollo, y la misión se convirtió en la
parroquia local para los colonos blancos, mientras los indígenas fueron
instalándose en tierras periféricas.
Conclusiones
A los veinte años de haberse creado el Territorio Nacional de Formosa, el
desarrollo económico y demográfico-espacial del mismo desembocaba en una
crisis o transición que obligaba a las autoridades a buscar nuevas alternativas de
colonización y poblamiento.
La inmigración en gran escala no se había producido y era prácticamente
imposible que arraigara al haberse transferido las tierras susceptibles de ocuparse
a favor de grandes propietarios. La mayoría de los ingresantes al Territorio
provenían del Paraguay y en general se dedicaban al comercio, al trabajo
artesanal y servicios varios.
Por su parte, la población aborigen superaba en número a la población
blanca. Su única fuente de trabajo masivo que la integraba temporalmente al
circuito comercial, eran la zafra azucarera y el trabajo en los ingenios.
En ese momento tan particular surge el proyecto, de crear una Misión que
contemple una integración basada en el trabajo del campo y de la industria y en la
educación civil y religiosa del aborígen. Preocupados por darle una base
económica sustentable y autárquica, los frailes franciscanos convirtieron al
territorio de la misión en una empresa agroindustrial, que al mismo tiempo sirviera
de escuela de oficios. Su accionar se enmarcó en una política paternalista y
protectora, para evitar la explotación de la que eran objeto los aborígenes en las
empresas privadas que operaban en Chaco, Formosa, Salta y Jujuy. A través de la
enseñanza de las técnicas agrícolas, del manejo de maquinarias, y del acceso a la
propiedad de las tierras, se pretendió independizar al aborígen e integrarlo a la
sociedad nacional.
Ahora bien, se trataba de proteger al indio, pero no lo que el indio hacía, es
decir, su sociedad y su cultura. Desde la óptica de los misioneros –coincidente con
la visión predominante del blanco sobre el indio- eran positivos aquellos rasgos de
la cultura toba que no retardaban su asimilación a la cultura nacional, y era
negativo aquel que dificultaba el proceso. Cuanto más incompatible con el modo
de vivir y sentir del hombre blanco era ese rasgo, más negativo aparecía y era
más clara la necesidad de eliminarlo. Las críticas que los misioneros hicieron
sobre la forma de ser y actuar de los aborígenes, obedecieron a la incomprensión
de la cultura aborigen, y a que el criterio valorativo para apreciar esos rasgos
culturales provenían de juicio éticos elaborados por la civilización occidental y no
de los pueblos aborígenes.
La imposibilidad de convertir a una cultura cazadora-recolectora en una sociedad
productora-capitalista en pocas décadas, quedó de manifiesto al no lograr arraigar
al aborigen en su chacra y convertirlo en productor agrario independiente; más allá
de la innegable importancia económica y demográfica alcanzada por la Misión
durante el corto tiempo de su existencia, y del real mejoramiento en las
condiciones de salud y vivienda de la población toba que vivió en ella.

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