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Julius Lester - La mujer: una fantasía del hombre Pág.

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Julius Lester
La mujer: una fantasía del hombre
Extraído de Hablan las Women’s Lib (Movimiento de Liberación de la Mujer), Ed. Kairós, 1972.

Las bases de un cambio revolucionario se dan cuando la gente se mira a sí misma y a sus
semejantes (social, económica o racionalmente) y advierte que son víctimas de la sociedad en
que viven. Los trabajadores son víctimas de los deseos de lucro de aquellos que poseen los
medios de producción. Los negros son víctimas de esto y de la fantasía de supremacía blanca. El
último grupo que acaba de reconocer su condición de víctimas es el de las mujeres, y el hecho de
que las mujeres son víctimas en prácticamente todas las sociedades empieza a penetrar en la
conciencia nacional gracias a los análisis difundidos por el Movimiento de Liberación.

Ellas empezaron a verse de un modo distinto, a considerarse víctimas y a la vez libertadoras.


Cientos de miles, tal vez millones de mujeres se miran ahora en el espejo y se saludan como
individuos (con todos los derechos y privilegios que les son inherentes); ya no lo hacen sólo para
aplicándose el cosmético adecuado - llegar a tener el rostro adecuado para la conquista del
hombre adecuado. El punto culminante de la vida femenina ha dejado de ser «su hombre».

Como las mujeres están empezando a mirarse a sí mismas de un modo distinto, los hombres se
ven forzados a mirarlas también de un modo distinto. Pero, para que ellos puedan hacerlo
seriamente, tienen que mirarse a sí mismos de un modo distinto. Deben darse cuenta de hasta
qué punto han sido víctimas de sus propias ilusiones y engaños, hasta qué punto la imagen de la
mujer en nuestra sociedad es un producto de las fantasías masculinas, cuya única vigencia
proviene del hecho de que ellas no han tenido otra alternativa que encarnar la quimera. Ahora
que las mujeres ya no quieren seguir jugando según las normas masculinas, ningún hombre que
pretenda vivir como ser humano (y no solamente como hombre) puede escapar a la penosa
confrontación consigo mismo que la nueva conciencia de las mujeres exige.

Mujer. En la mente masculina esta palabra suscita varias imágenes, todas ligadas al placer
varonil. Mujer. Suave, suplicante, amorosa, obediente y principalmente sexy. Mujer. La que sólo
vive para satisfacer el menor deseo de su hombre. El es el sol y ella la luna, que gira alrededor
de él, reflejando la luz que él irradia. ¿Cansado? Ella le prepara un baño caliente. ¿Hambriento?
Le cocinará algo delicioso. ¿Deprimido? Lo animará y le hará sentirse un HOMBRE. ¿Tiene que
hacer un viaje de negocios? Preparará su maleta con ropa limpia que habrá lavado y planchado,
o enviado a la tintorería, después de alzarla del suelo donde usted la ha tirado. ¿Quiere hablar?
Le oirá con interés. Mujer. Parecerá una diosa a la salida del sol y estará de pie en la puerta
cuando usted salga a trabajar, y estará allí esperándolo cuando usted vuelva a casa. Pero, prin-
cipalmente, ella es un animal que se volverá bestia complaciente, ansiosa, hambrienta de sexo
en cualquier momento del día y de la noche en que usted lo desee. Lo aceptará de cualquier
modo que usted se lo quiera dar, pensando sólo en el placer, las necesidades y los deseos de
usted.

Cuando un hombre encuentra a una mujer, hay en él cierta expectativa más o menos por el
estilo de las fantasías arriba mencionadas. Un hombre casi nunca busca un contacto con un ser
individualizado; está buscando la realización de un concepto. Tiene en la mente una imagen de la
mujer, de lo que es, de lo que hace y, hasta que apareció el movimiento de Liberación de las
Mujeres, le correspondía a ella plegarse tan exactamente como fuera posible a esa imagen.

En el fondo, el hombre desea encontrar un asistente -alguien que no existe por cuenta propia-
cuya función en la vida es ayudarle. Ella lo ama, respeta, obedece y principalmente sirve: en la
cocina, en el lavadero, en el hospital de la maternidad, en el cuarto de los niños y en la cama.
Existe también como experiencia estética de él, porque debe ser encantadora y bella, por sí
misma o con la ayuda de los institutos de belleza. «¿De qué otro modo se podría conseguir una
secretaria, un ama de llaves y una amante en la misma persona?», tal como dijo, halagador, el
futuro yerno de un presidente de los Estados Unidos.

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Cuando un hombre encuentra a la mujer que encaja en su esquema mental, su corazón palpita
y él dice que es el amor, y ella queda condenada por vida a quedar a su lado por medio de un
rito primitivo. El también queda condenado a ella, pero conserva su diálogo cotidiano porque su
trabajo lo pone en contacto con el mundo, con otros hombres y con mujeres.

En cuanto a ella, su condena la confina en el hogar y reduce su intercambio a las posibles


habitantes femeninas del mismo. Es difícil que una mujer casada hable con un hombre en la
ausencia de su marido, y no habla demasiado con otro hombre cuando su marido está presente.

Para el hombre, la mujer es invisible salvo en la fantasía que lleva en la cabeza. Y tiene pocas
posibilidades de darse cuenta de que vive con una fantasía, porque todo en la sociedad la
refuerza. Mira a la televisión y no le venden sólo pasta dentífrica, desodorante, automóviles y
otras cosas varias, sino también una mujer. La Eastern Airlines le vende carne femenina,
suculenta y evidentemente bien dispuesta, a la vez que trata de endosarle un pasaje a Miami.
Una botella de refresco no es sólo una botella de refresco: es también un grupo de jóvenes en
bikini que juegan al volleyball en una playa. No es posible vender una lata de cerveza en
Norteamérica sin ofrecer una «gatita». La crema de afeitar es recomendada con la voz
crepuscular de una rubia sueca que susurra: «Sáquelo todo».

La mujer como objeto sexual es la mayor fantasía masculina de nuestro tiempo. Es posible que,
con tantos artefactos modernos, la esposa en cuanto cuidadora del hogar haya perdido
importancia; puede ser también que los hombres que hacen los anuncios estén más endurecidos.
Vivimos bombardeados con imágenes sexuales femeninas. Y los analistas y comentaristas
masculinos de la sociedad tienen el coraje de decir que se trata de una «revolución sexual».
Puesto que cada vez hay más carne femenina visible en los anuncios y en las calles, cabe en
cierto sentido hablar de revolución. En realidad es una forma más evolucionada y sutil de
opresión femenina, pues el resultado es limitar aún más a la categoría del sexo el concepto ya
limitado que tiene el hombre de la mujer. La «revolución sexual» no pasa de un intento de
institucionalizar el concepto de la mujer como «gatita».

Es lo que puede verse en periódicos y revistas, El New York Times Magazine es más apreciado
por sus anuncios sexy que por sus notas. Los anuncios y las revistas de modas se interesan más
por crear una imagen de la mujer ideal que por ofrecer modelos de vestidos. Revistas como
Vogue y Harper's Bazaar, que eligen las modelos y sus poses tratando de crear una fachada de
inteligencia y cultura, no descuidan sin embargo el atractivo sexual. Emplean algunos de los
mejores fotógrafos del mundo occidental para hacer deslumbrantes fotografías de mujeres. Se
mira el Vogue tanto por las modelos cuanto por los vestidos que llevan. Jean Shrimpton, Twiggy,
Penelope Tree, Naomi Simms y otras modelos de primera plana no son apenas maniquíes, son
símbolos sexuales e imágenes de la mujer ideal. Pero el objetivo es siempre el mismo.

La fantasía de la mujer-gatita fue oficializada por Playboy, que se dedica a sostener el supuesto
de que la mujer no es ni debe ser un objeto sexual. Además de «la compañera de juegos del
mes», la revista está llena de fotografías de desnudos de mujeres, generalmente actrices en
escenas de cine. Cada tantos meses hay un Playboy viajero dedicado a la carne femenina de
Dinamarca, Israel o algún otro país. El imperio del Playboy está tan sólidamente construido sobre
el tráfico de carne femenina como la Norteamérica colonial lo estaba sobre el tráfico de carne
africana.

La «compañera de juegos del mes» revela otro aspecto de la fantasía masculina.


Generalmente, la joven elegida no es nada más que la vecina de al lado, desnuda. Juegan a ser
sexy como los niños juegan a ser adultos. Es imposible creer que la «compañera de juegos del
mes» podría realmente jugar, y bien. Son verdaderamente mujeres de plástico, carne sin
sustancia, «compañeras de juegos» para ciertos hombres que sienten terror de las mujeres, que
creen que la vagina es una trampa para osos y son incapaces de quedarse en ella más de diez
segundos. Y es significativo que la imagen de los hombres que la revista ofrece sea la de
playboys, adolescentes retardados. Playboy es la revista de los Dorian Gray del siglo XX. La
«compañera de juegos del mes» es una muñeca, ajena a toda amenaza, más apta a inspirar en
el hombre el sentimiento paterno que cualquier sano impulso sexual. Contiene así un elemento
incestuoso, pero de tal modo disimulado que nadie se siente amenazado por él. La «compañera

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de juegos del mes» ofrece al hombre la posibilidad de entregarse a toda clase de fantasías sin
soñar nunca con llevarlas a la práctica. Playboy debe ser una auténtica manifestación de la
psiquis de su creador, un señor que tiene tal vez más terror a las mujeres que cualquier otro
hombre de este país: tanto terror que tuvo que crear una revista para deshumanizarlas
totalmente. Pero resulta difícil imaginárselo haciendo algo más que beber refrescos en su gran
cama redonda.

En sus muchas ilustraciones, Playboy cultiva la fantasía masculina de la mujer-gatita y la lleva a


su pleno desarrollo. El noventa por ciento de las ilustraciones presenta a mujeres ardientes y
siempre dispuestas a hacer el amor. Esta es la más extremada fantasía masculina. Para el
hombre no habría nada mejor que dirigirse, en la calle, a cualquier mujer que le agradara y
decirle: «¡Hola! ¿Vamos a acostarnos?»; y que ella inmediatamente le arrancara toda la ropa, se
desprendiera de la suya, saltara sobre él y comenzara a exhibir múltiples orgasmos. Esta es la
suprema fantasía masculina, porque todo el problema de la seducción y la posibilidad de ser
rechazado quedan eliminados. «Vamos a acostarnos», y ya está. Playboy alimenta esta fantasía
en cada ilustración, y Playboy tiene en cada número más ilustraciones que cualquier otra revista
en venta. Esa «revolución sexual» no es más que una manera de tratar de convencer a las
mujeres de fornicar indiscriminadamente y volverse «gatitas».

De todas las revistas que trafican total o parcialmente con la carne femenina, Playboy es la que
hizo más daño a las mujeres; y a los hombres. Porque no presenta nunca a las mujeres sino
como objetos de satisfacción sexual, comete cada mes, al publicarse, un crimen contra la
humanidad. Es un instrumento de muerte. Pero Playboy es tolerado, mientras una revista que
osara imprimir fotografías e ilustraciones de los negros como seres tontos que se rascan la
cabeza lanuda y que son sirvientes de los blancos no sobreviviría a las críticas que suscitaría el
primer número.

Playboy hizo surgir centenares de imitaciones, todas más o menos flojas. Una revista, sin
embargo, que da una imagen más elaborada de la mujer gatita, es Evergreen Review. Al
contrario de Playboy, ER no empezó con la explotación de la carne femenina, sino como una
publicación literaria underground. Editó regularmente obras de escritores que, sin ella, hubieran
tardado mucho más en encontrar lectores. Autores como Ginsberg, Kerouac, Burroughs, Genet, y
muchos otros. Publicó, también de modo regular, y sin hacer alarde de ello, más escritos de
negros que cualquier otra revista nacional. ER tenía la reputación de ser una revista de
vanguardia y llevó esa reputación al terreno erótico. Todo ello surgió de la batalla de la Grove
Press contra la censura, que tuvo por resultado la publicación de El amante de Lady Chatterley y
los Trópicos de Miller en los comienzos de la década del 60. Luego, la erótica se estandarizó en
las páginas y portada de la Evergreen Review. En general, ER trató el sexo con buen gusto y
arte, pero, como en Playboy, ésta fue la única imagen de las mujeres que la revista ofreció. Soy
colaborador de ER desde septiembre de 1969, y sólo dos números, desde esa fecha hasta junio
de 1970, no llevaron en la portada la fotografía de un desnudo femenino. En el mismo período,
sólo tres números no incluyeron una carpeta de desnudos fotográficos; generalmente fotografías
de una pareja, heterosexual u homosexual (femenina) haciendo el amor. Aquí el sexo se situaba
en un alto grado de voyeurismo, pero aunque presentado con gran belleza - más arte que
pornografía - el hecho es que la revista sólo se interesó por la mujer como ser sexual. Las notas
eran ilustradas, en lo posible, con desnudos femeninos; muchas analizaban el sexo en conexión
con el teatro, el cine o problemas terapéuticos, siempre desde el punto de vista masculino.
Mientras la intención de Playboy es la abierta explotación, la de Evergreen es intelectualmente
seria. Esto, por supuesto, no es disculpa para los muchos anuncios de literatura erótica, ni para
la impresión general de que se trata de una revista sexual de alta calidad.

En el otro extremo del espectro, sin embargo, se hallan las mujeres que, infectadas por el
«insecto del amor» comunista se han vuelto sexualmente muy activas. Los hombres se ven
obligados a luchar contra ellas y hasta a ponerlas en camisas de fuerza. Esta es la imagen de las
mujeres constantemente ofrecida por las novelas pornográficas. Las mujeres de la pornografía lo
quieren y lo aprecian. Lo quieren por delante, por el costado y por detrás. Les gusta gustar de
ello. Les gusta. Les gusta. Más que eso, lo ansían. En la pornografía, las mujeres nunca están
cansadas o hartas. Ninguna mujer en una novela pornográfica, sencillamente, no quiere dormir
con alguien. Estas mujeres en ningún caso dicen no. Y porque no lo hacen, no son seres

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humanos. Son fantasías.

Es evidente que a los hombres no les gusta tratar con mujeres que son seres humanos,
mujeres que pueden querer hablar, oír música, ser ellas mismas, o sencillamente que las dejen
en paz. Los hombres no quieren tener en consideración lo que la mujer puede sentir o pensar.
Quieren sólo fornicar.

Otro aspecto de la fantasía masculina: el «problema» del orgasmo femenino deja de existir.
Para el hombre, el orgasmo es sencillo. En realidad, demasiado sencillo, ya que la mayor parte
de los hombres tienen eyaculaciones precoces. Para la mujer es más complejo, y la posibilidad
de múltiples orgasmos complica todavía más las cosas para los hombres. En la fantasía
masculina, las mujeres empiezan a tener orgasmos casi en seguida. Las de Henry Miller ululan
como elefantes. Las de Norman Mailer muerden y arañan, gritan y patean. Para el hombre, el
orgasmo femenino es un viaje al ego masculino. Si se produce, ello significa que él es bueno,
como un Volkswagen que hace 60 km. con 4 litros de gasolina. El sexo como lenguaje, como
medio de expresar amor y cariño, es ajeno a la literatura erótica escrita por los hombres.

ER publica también, en todos los números, ilustraciones y, pese a lo que en general se cree,
menos del diez por ciento de ellas se refieren a mujeres y relaciones heterosexuales. Estas son
tratadas con el mismo espíritu de Playboy, o ejemplifican el síndrome miedo-odio. Una ilustración
reciente muestra a una mujer con un yelmo de Vikingo y pectorales puntiagudos, que corre hacia
un hombre. El cuadro siguiente los muestra abrazados. Y el último muestra al hombre tendido en
el suelo, muerto, los dos pectorales enterrados en su pecho, mientras la mujer con los pechos
desnudos lo mira desde arriba asustada. El mensaje es claro: las mujeres matan. Especialmente
cuando lo tienen a uno entre sus brazos.

Tal vez toda la fantasía masculina de la mujer-gatita tenga sus raíces en la realidad de la
mujer-amenaza, que corresponde bastante a las reacciones masculinas frente a las mujeres. En
el fondo, los hombres temen mirar a las féminas como seres humanos. De ahí las manipulaciones
para transformarlas en esclavas domésticas o esclavas de la cama por un lado, y por el otro los
ataques que llevan a cabo contra ellas. Una reciente ilustración de Playboy muestra a una mujer
semisumergida en un terreno pantanoso. Su marido está acostado en el pasto, al borde del
pantano, y le sonríe. El texto que acompaña la ilustración es el siguiente: «No puede ser arena
movediza, querida; ¡caíste ahí hace más de una hora!» Mucho odio a las mujeres aparece sin
disfraz en miles de chistes y caricaturas que las desmerecen. Forman parte de la rutina cómica,
las bromas sobre esposa y suegra están en la TV a diario.

Las llamadas «malas palabras» del inglés son otro ejemplo del complejo miedo-odio hacia las
mujeres. El inglés era antes rico en maldiciones. Hoy se han reducido mucho y casi todas son
anti-femeninas: Perra. Bastardo. Hijo de perra. Mother fucker. Esta última expresiones la más
curiosa; proviene de la esclavitud y originariamente se refería a los propietarios blancos de las
plantaciones que imponían relaciones sexuales a las mujeres negras. No es una casualidad que
en la sociedad contemporánea no se pueda blasfemar sin difamar a las mujeres, como no lo era
que en la Inglaterra isabelina se imprecara en el nombre de Dios. «Por los párpados de Dios» era
una maldición común en la época isabelina, lo que revela cierta imaginación y rebuscamiento.

La mujer contemporánea se ha vuelto víctima de las fantasías sexuales masculinas y de ciertas


inadecuaciones humanas básicas, todo ello bajo la bandera de la «revolución sexual». La
«revolución sexual» es una perversa esclavitud. En varios niveles, las vidas de los hombres se
han construido sobre la base de que las mujeres fuesen sacrificadas, y este procedimiento sigue
desarrollándose, corrompiendo esta vez una de las más bellas causas que dos personas pueden
compartir: el amor físico.

La Liberación de las Mujeres creó la posibilidad de nuevos modos de ser y nuevas especies de
relaciones en las que un hombre y una mujer se unan y se amen, algo que los dos rara vez han
hecho, aunque se les dijo lo contrario. No puede haber amor entre el amo y el esclavo, aunque
pueden sentir afecto el uno por el otro. El amor sólo puede existir entre iguales.

Los hombres tardarán en enfrentar el desafío de la Liberación de las Mujeres, porque quiere

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decir que tendrán que cambiar, y cambiar fundamentalmente. Lo cual es penoso. Pero el
esfuerzo por ser humano es penoso y, en última instancia, quiéranlo o no, los hombres tendrán
que enfrentarlo. Para un hombre, ser humano significa en última instancia reconocer y dar
expresión a lo femenino que hay en él, y por primera vez volverse un ser total. Esto no puede
empezar a producirse mientras los hombres no se hayan destruido a sí mismos tal como hoy
existen, no hayan matado sus egos destructivos que buscan satisfacción a través de la conquista
de tierras y pueblos, a través del derramamiento de sangre, y a través de la deshumanización de
las mujeres.

Hay algunos críticos del movimiento de Liberación de las Mujeres que sostienen que ellas
deberían eliminar su movimiento «hasta después de la revolución». ¿Acaso no se eliminaron las
mujeres a sí mismas durante todo el curso de la historia humana? La lucha contra el sexismo y el
racismo, y la lucha por la liberación de las mujeres y la liberación de los negros son la
'revolución. Se está llevando a cabo ahora, no en las montañas, sino en las cocinas, en las salas
y en los dormitorios. Está claro que las mujeres ya no se adaptarán a las definiciones y fantasías
masculinas. Si los hombres continúan en sus trece, es cosa que les atañe, pero habrán elegido
mal. Cabe esperar que se darán cuenta de que pueden ahora volverse seres humanos mucho
mejores debido al discernimiento de los nuevos puntos de vista de las mujeres, que se están
recreando a sí mismas y desafiando a los hombres a hacer lo mismo. Forma parte de la
revolución crear un ser humano mejor.

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