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Apocalipstrips.

Promethea, de Alan Moore: Magia, Revelaciones y Viñetas.

La narrativa simplifica la realidad. La dramatiza. Discrimina entre una plétora de momentos


intrascendentes, selecciona los más llamativos, les imprime una poderosa carga de emoción y,
finalmente, los ubica dentro de una cadena de causas y efectos, les confiere sentido, de una forma
tan perfecta como artificial. Los hechos adquieren sentido en la medida en que se entienden como
pasos hacia un final, una revelación.
Por eso nos encanta el motivo del fin del mundo. Por eso volvemos a él una y otra y otra vez, en
busca de ese momento que nos posibilite comprender definitivamente nuestras vidas. Gracias a las
narrativas cotidianas, podemos relajarnos y suponer que la explosión de ese edificio donde murieron
miles de personas debe ser responsabilidad de algún poder fáctico interesado en demostrar su fuerza
y conservar el dominio secreto del mundo, en lugar de ser simplemente el capricho de un loco a
quien tanto le daba dinamitar con Semtex un jardín de niños como babear frente a la pantalla de su
laptop mientras se entusiasma con animé pornográfico.
Desde luego, los comics han tratado el tema del apocalipsis muchas veces. Es un cliché del género.
No hay supervillano que no lo haya intentado. Residuos del Robur o del Capitán Nemo de Julio
Verne, los científicos locos de las historietas han amenazado al planeta miles de veces con sus
maquinarias del Juicio Final. Algunos lo hacen por dinero, paradójicamente. Después de todo, si
vuelan el planeta en pedazos no quedaría nadie que pudiera pagarles a posteriori. Otros, por
megalomanía: aspiran a convertirse en Dioses Emperadores del yermo post-apocalíptico y liderar el
culto de las cucarachas.
No basta con nuestros villanos locales. Numerosos han sido los conquistadores extraterrestres que
han pretendido destruir nuestro planeta, sólo para elevar el nivel del conflicto interno a una escala
épica. En una trilogía clásica, durante la edad dorada de los comics Marvel, el equipo creativo de
Stan Lee y Jack Kirby nos presentó a Galactus. Este enorme coloso, un dios entre insectos, quiere
destruir nuestro planeta para consumir sus recursos. Es el Devorador de Mundos. Y los Cuatro
Fantásticos luchan para detenerlo, en nombre de la humanidad. Al diablo con los alienígenas ¿para
qué necesitamos a un conquistador, si nosotros mismos podemos hacer el trabajo mucho mejor?
Quisiera detener por unos minutos el ansioso carnaval de imágenes destructivas y presentarles una
alternativa de apocalipsis que nació en los comics y que ilumina aspectos que, en medio de la
fiebre, acaso hayamos pasado por alto.
Con ustedes, Promethea, de Alan Moore.

Alan Moore: poeta, alquimista y mago.

--Alan Moore.

Durante la celebración de su cumpleaños número cuarenta, el guionista británico Alan Moore


(1953-) sorprendió a sus amigos y familiares anunciando que se había convertido en mago. El
hombre hablaba en serio. Hoy dice que era eso o enfrentar una aburrida crisis de la edad madura.
Para ese entonces, Moore ya se lo había ganado todo. Era reconocido como el mejor escritor en el
campo del cómic mainstream norteamericano. Cambió la faceta de la historieta estadounidense,
impulsando el ingreso de escritores y dibujantes europeos para revitalizar una industria gastada,
agónica, profundizando sus tramas. Abrió el medio al público adulto. Había escrito Watchmen, la
mejor novela gráfica de todos los tiempos, única en recibir el Premio Hugo en 1988, dentro de la
categoría Otras Formas y única también en aparecer dentro de la selección de cien mayores novelas
de todos los tiempos, según la revista TIME.
Y entonces, Moore se decide a perder la cabeza.
Desde luego, para un artista obsesionado con el significado y la estructura como es Moore, su
transformación resulta ser un acto completamente consciente, producto de una intensa exploración
espiritual y personal. Vamos a sintetizar aquí en forma muy amplia las bases del paradigma mágico
de Alan Moore para dar una mayor comprensión a su obra posterior.
Para el autor inglés, los fenómenos que tradicionalmente se asocian a la alta magia ceremonial son
irreales. No es posible convocar en la materialidad concreta la presencia del arcángel Miguel,
armado con su espada de fuego, ni transformar el plomo en oro. Pero la irrealidad de estos
fenómenos no implica forzosamente su inexistencia. La magia opera en el plano de lo simbólico, de
lo metafórico. Es decir, su espacio natural es la imaginación humana. “El único lugar donde
podemos afirmar que los dioses existen realmente es en la mente humana” declara uno de los
personajes de Alan Moore en su obra más personal, From Hell. Por tanto, la magia es algo así como
una tecnología del lenguaje y del imaginario, que tiene por objeto percibir la realidad de una
perspectiva más holística, más amplia y trascendental. Si todos los fenómenos imaginarios son
aceptados como fenómenos reales, es posible considerar que los entes de ficción son reales, que las
religiones tienes un espacio de posibilidad en la imaginación humana y que, al menos como una
imagen, como una macrometáfora, Dios existe. Y todos los otros dioses.
Moore concibe al ser humano como una criatura aún cercana, en términos simbólicos, a los anfibios
desde los cuales provenimos, antes del mono. Coexistimos tanto en la tierra simbólica como en el
agua: tanto en un plano material como en un plano mental, imaginario, que el mago inglés llama
Idea-Espacio. Este plano es muy similar al que Platón describiera en los primeros años de la
filosofía occidental.
Al mismo tiempo que un misticismo muy particular, la concepción mágica de Alan Moore es una
estética. Porque el arte es el medio a través del cual el mago trae a la materialidad las imágenes que
obtiene desde el Idea-Espacio. El arte realiza en términos concretos aquello que sólo existía como
concepto y ese acto de materialización unifica al hombre con el dios. Eso es la magia.
Promethea, publicada por el propio Moore y dibujada por J.H. Williams III, en treinta y dos
números, entre los años 1999 y 2005, a través del sello America's Best Comics, es la serie de comics
dentro de la cual el autor británico expresa sus ideas sobre la magia en forma más directa. Es, en ese
sentido, quizás el único trabajo de Alan Moore que roza la categoría de panfleto, por sobre la
historia o la caracterización.
Moore es una especie de delicado arquitecto de apocalipsis. Ya en Watchmen había tratado en forma
más directa la posibilidad del fin del mundo, dentro del marco de la Guerra Fría. Ante la
eventualidad de una guerra atómica que pudiera destruir el planeta, era una mejor solución cortar la
tensión, el nudo gordiano, desencadenando un absurdo fin del mundo desde una fuente exterior,
unificando las fuerzas en conflicto. Una solución absurda, digna del cómic de superhéroes, para un
problema real. En From Hell nos muestra la lenta deconstrucción (autopsia, sería un término más
adecuado) del siglo XIX y de la Inglaterra Victoriana de la mano de William Gulll, mago,
francmasón, médico de la reina Victoria y, en secreto, Jack El Destripador. Es otro fin del mundo, el
apocalipsis sangriento o trabajo de parto de un siglo XX marcado por la violencia y la carnicería.
Pero el fin del mundo que Promethea trae de la mano es, sin duda, el mejor que Moore haya podido
concebir, el más original, porque implica una cierta propuesta ante la realidad. Dado que para
nuestro autor, el arte es una expresión material, concreta, de ideas poderosas que afectan a nuestra
vida cotidiana en niveles que a menudo no podemos percibir, es también una declaración sobre
nuestro mundo. Vamos a conocerla.

Promethea, la imaginación al poder.

Promethea es la historia del personaje homónimo, que, dentro del mundo ficcional, es también un
personaje recurrente dentro de la historia cultural de occidente. Promethea ha aparecido en poesía
del período isabelino, en tiras cómicas de los años veinte, en la propaganda de la Primera Guerra
Mundial, en el campo de batalla, en revistas pulps y en comics del tono de la Mujer Maravilla. No
obstante, Promethea no es sólo un personaje de ficción dentro de la ficción. Está viva. Es un ser
viviente dentro de la Inmateria, nombre que Moore da a su Idea-Espacio dentro de la serie. Y no es
cualquier ser inmaterial. Promethea puede incluso traspasar los límites de la Inmateria para
encarnarse en un ser humano, dentro de nuestro mundo.
Cada una de las encarnaciones culturales de Promethea corresponde a la vida de un hombre o mujer
humanos (Promethea puede encarnarse en cualquier ser humano, mientras resulte empático hacia el
personaje). Sin embargo, la historia del personaje tiene una raíz común, un mito originario:
Promethea, bautizada así por el titán griego que robó el fuego de los dioses, era la hija de un antiguo
mago neoplatónico en la Alejandría de principios de la era cristiana. Cuando los ortodoxos
creyentes asesinaron a su padre, la niña huyó al desierto, donde fue rescatada por Thoth-Hermes,
dios de su padre y de las historias.
Y el padre de Promethea juró que su hija traería consigo el fin del mundo.
A lo largo de la serie, seguimos las peripecias de Sophie Bangs, última encarnación de Promethea.
Una joven estudiante de arte que parece ser quien va a traer consigo el fin del mundo prometido por
el padre mítico como maldición contra la incomprensiva humanidad. Sophie aprende magia, tiene
sexo espiritual con un hechicero cincuenta años mayor que ella, viaja a los nueve sephiroth de la
Cábala hebrea y paso a paso, mientras se fascina con la trascendencia simbólica y espiritual de la
Imaginación y la Fantasía, también crece su horror. De hecho, tras enterarse de la maldición de
Promethea, se aparta del mundo para no llevar consigo la destrucción.
Pero es inevitable. Al final de la serie, pese a todas las advertencias, todos los esfuerzos y defensas
de la humanidad, el mundo acaba. Y es Promethea, la chispa divina, quien desencadena el
apocalipsis, la revelación.

¿Cómo puede el espíritu viviente de la Imaginación humana traer consigo el apocalipsis?

Revelaciones y viñetas.

Alan Moore escribe Promethea en torno a simbolismos de la tradición mágica. Según la iconografia
del Tarot, el arcano mayor XX es llamado el Juicio.
El Juicio implica la resurrección de los muertos. En la baraja Thoth, de Aleister Crowley –uno de
los personajes históricos más caros para Moore, referido una veintena de veces en la serie--, el
Juicio es llamado el Aeon, o Eón, un cambio de era, de ciclo. Como hemos visto recientemente, este
concepto de “cambio de ciclo” es uno de los más manidos cuando se habla de fines del mundo, pero
la óptica del autor inglés resulta muy original a ese respecto.
Para Alan Moore, el concepto de “juicio” guarda relación con la capacidad de evaluar situaciones y
enfrentar realidades, a partir de un criterio estético. En ese sentido, su concepto de juicio coincide
en algunos niveles con las ideas estéticas del filósofo alemán Immanuel Kant, expuestas
precisamente en su Crítica del Juicio. Juzgamos la realidad y nos enfrentamos a ella a partir de
criterios modelados por la información de la cual disponemos dentro del paradigma en que nos
desenvolvemos. Lo que antes era inaceptable, se ha vuelto cotidiano. Si antaño un travesti caminaba
por la calle y era visto como un fenómeno, una monstruosidad, hoy en día es una realidad
perfectamente aceptable y empática.
Conforme avanzan los años, los modelos informáticos cambian y se expanden a mayor y mayor
velocidad. La información se triplica, cuadruplica, decuplica. En los últimos años hemos visto más
avances que en toda la historia de la humanidad. Un nuevo universo de información e ideas surge
para transformar la vida material y cotidiana a través del arte, la cultura, la ciencia. Nuestros
hábitos, costumbres y tradiciones serán juzgados a partir de la información y paraigma que la
historia, cada vez más vertiginosa, genere sobre sí misma, en muy poco tiempo, arrojando luz del
futuro sobre lo que hoy está en tinieblas.

Por otra parte, el mundo ficcional de la serie llega a su fin. Promethea da fin al mundo a través de la
Revelación, el Apocalipsis: la heroína abre las puertas de la percepción a toda la especie humana y
abre la Inmateria a la conciencia. La humanidad descubre repentinamente que todo cuanto ha
imaginado, soñado o concebido en algún momento es real.
En primer término, la materialización de las fantasías y sueños humanos resulta ser bastante caótica.
Imagina lobos flotando por el espacio áereo norteamericano, mientras diablillos armados con látigos
y púas de metal cabalgan sobre oficinistas vestidas con ropas de cuero y los niños juegan con sátiros
y ninfas en medio de las calles y figuras salidas de cuadros cubistas danzan en medio de las plazas
públicas. En medio de este caótico espectáculo, la aparición de cuatro jinetes resulta bastante
vulgar.
--La Imaginación se hace realidad, en forma tan espontánea como dantesca, en Promethea número 30 (2005)

De pronto, Promethea comienza a hablarte a ti, al lector.

--El Velo cae: Promethea nos hace conscientes de nuestra realidad: leemos una tira cómica. Tanto el dibujante como el autor
aparecen en ella, mirando hacia nosotros. (Promethea, número 30, 2005)

Y todos los personajes de la serie y la versión dibujada del dibujante de la serie y el propio Alan
Moore miran hacia ti y son conscientes de su propia condición de personajes dentro de un cómic,
entendido como un medio de acceder a tu conciencia.
Porque en el momento en que los personajes de una ficción cobran conciencia, deben hacerlo como
entidades de ficción. El arte, sostiene Moore, es un medio de conducir a la conciencia hasta el plano
de las Ideas. El fin del mundo que Alan Moore relata en Promethea es una estrategia narrativa para
acceder a tu conciencia y abrir tu mundo como lector hacia las posibilidades de la imaginación, en
mixtura con la realidad material.
Es así como se realiza el siguiente arcano mayor, el arcano XXI, El Mundo, que en el Tarot de
Crowley se llama El Universo.
En el centro del arcano mayor podemos ver a una mujer que danza en medio del espacio, envuelta
por una serpiente en espiral. Moore interpreta esta danza como el juego creativo entre la materia y
el espíritu, la danza que da origen a la conciencia y a la totalidad de la creación, replicada en cada
uno de nosotros de modo similar a las cadenas de espiral en doble hélice de nuestro ADN original,
que a su vez coinciden con el caduceo del dios Hermes...ya siguen la lógica ¿verdad?
Magia, la comprensión de la realidad en cuanto correspondencia, metáfora, materialización de los
deseos, los sueños, las ideas.
Promethea nos habla, nos dice que somos todos los personajes de esta historia, de todas las
historias, sentados junto a ella, conciencia e imaginación en diálogo, en un único momento del
tiempo. Y es un encuentro real, en la medida en que, al leer, estamos enfocando nuestra conciencia
en un punto determinado del continuo, del mismo modo en que tú lo estás haciendo ahora que me
lees, estimado/a lector/a. Nos explica que somos una maravillosa casualidad del espacio-tiempo, un
accidente cuántico consciente de sí mismo, capaz de generar otros objetos, dioses, máquinas, seres
vivos. Nuestra toma de conciencia se hace más profunda en cuanto comprendemos que
comprendemos: nos iluminamos con el reconocimiento, propio de la cibernética y lingüística
contemporánea, de que no podemos concebir la realidad sin el filtro del lenguaje, de la simbólica y
de la conciencia. Todo es imaginario, hasta cierto punto. Y nuestra danza con la imaginación es
infinita, constante. Un eterno regocijo.
La serie concluye con el mundo tras la Revelación. El Apocalipsis no termina con el mundo. Todos
los seres humanos tuvieron la experiencia de la iluminación, pero eso no significa que todos la
hayan comprendido de la misma forma. “No es que dejen de haber preguntas y decisiones que
tomar después del Apocalipsis” dice Sophie Bangs, después de terminar el mundo “¿Acaso
pensamos que partiríamos todos al cielo y no habría más problemas o enfermedades o terremotos.
No. Todos despertamos, el día después de que el mundo terminó y aún tuvimos que procurarnos
comida y un techo bajo el cual guarecernos...”
“La vida sigue”
Aún hay violadores, ladrones, asesinos, pero quizás suficientes personas alcanzaron la verdadera
comprensión. Con eso pareciera bastar. Por otra parte, los modos de vida de los personajes de ese
mundo ficticio han cambiado, se han enriquecido. Puedes aproximarte a la iglesia de tus padres si
quieres, o adorar a antiguos dioses de cultos antaño muertos. Puedes amar a tu pareja y mantener un
trío con una fantasía mental. Puedes dejar de estar solo y amar a una antigua ninfa de los bosques.
Los niños, iluminados, pueden fundar una neo-iglesia trascendental. La locura puede comprenderse
como una superación de la realidad y todo está abierto para ser adorado, comprendido, amado como
un instante de gloria y de belleza infinitamente contenido en un susurro de luz dentro de la
inmensidad del universo.
No sé ustedes, pero es un fin del mundo considerablemente más interesante para mí que cualquier
lluvia de fuego o cataclismo predicho por los mayas, por algún profeta, vidente o charlatán
contactado por los extraterrestres. O, quizás sin descalificarlos -después de todo, es posible que
Moore también esté actuando en calidad de chamán o de iluminado- me resulte más atractiva esa
locura que las otras.
“Así termina el mundo” dice uno de los personajes, parafraseando a T.S. Eliot “Ni con una
explosión, ni con un susurro. Termina con un “¡Ahhhhh! ¡Entendí!”
Jano Moore
La Granja, Santiago de Chile,
06 de diciembre de 2012, 21: 12 p.m (¡Es en serio!)

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