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Autoridades USIL:
Fotografía:
Kenneth Quiroz Pantoja
Coordinación de Producción:
Homero Miranda Coll-C.
Impresión:
Impreso por demanda en Editorial Cordillera S.A.C.
en noviembre del 2009
Avda. Grau 1430 Barranco
Teléfono 2529025
editorialcordillera@gmail.com
www.editorialcordillerasac.com
El contenido del presente libro no puede ser reproducido por ningún medio, sin el reconocimiento de
la fuente.
PRESENTACIÓN
¿Qué es lo que quiero decir? Que sin la ayuda de los sacerdotes jesuitas y sin la
bendición del fundador de esta congregación, sinónimo de austeridad, de entrega
y amor por el prójimo, tal vez no estaría hoy difundiendo este mensaje a manera de
reflexión. No olvidemos que San Ignacio consagró vigilias, oraciones y acciones para
que los hombres convivan en paz y con la fe que mueve montañas. Muy austero
en la contemplación y el peregrinaje, contestatario frente a la injusticia humana
e innovador en cada siembra de la fe cristiana, San Ignacio de Loyola ha logrado
contagiar al mundo y a sus prosélitos con su bondad y su visión del credo católica.
Estas son palabras que nacen del corazón más que del raciocinio. Van dirigidas
también al emprendedor peruano, especialmente a los más jóvenes. Si nosotros lo
hicimos, por qué no podrían hacerlo ustedes, amigos lectores. Inténtenlo desde hoy,
pero sabiendo qué quieren hacer y hacia dónde van. El verdadero emprendimiento
–San Ignacio, reitero, fue un emprendedor y guerrero nato- es fruto de una cuestión
personal y privada, visión de futuro y esfuerzo de los agentes que impulsen nuestra
decisión, porque conlleva un proyecto de vida. Diría proyecto de vida maestra.
Como se señala más adelante en el Prólogo de este libro, cobra relieve la figura
de San Ignacio de Loyola, «quien hizo del amor una experiencia que permitiera
escuchar la voz del otro, del olvidado que espera, en medio del desierto, la cálida
palabra de un amigo». Para nosotros, esa cálida voz amical es nuestro llamado a la
solidaridad y la justicia social a través del impulso emprendedor.
Si la vida me había sometido a una dura prueba en plena adolescencia, debía ser
consecuente y alentar a no quedarme en el camino a quienes, quizá, hayan vivido
o vivan experiencias similares a la mía.
A nivel institucional y por qué no decirlo como país tenemos, pues, el imperativo
de mejorar cada día en cualquier de las ocupaciones, técnicas y profesiones que
optemos. También en los estudios, en el trabajo o en el quehacer de la empresa
propia. Cada minuto cuenta, cada semana suma, cada año tiene que lograrse los
objetivos que uno se propone.
Por nuestra parte, todavía en los umbrales del nuevo siglo XXI nos permitimos
mirar el futuro con mayor confianza y seguridad. Como lo he dicho en numerosas
PRÓLOGO
En ese ámbito, cobra relieve la modesta, pero imponente figura de San Ignacio
de Loyola, quien hizo del amor una experiencia que permitiera escuchar la voz del
otro, del olvidado que espera, en medio del desierto, la cálida palabra de un amigo.
San Ignacio aún nos interroga y exige que hagamos de nuestro planeta un lugar
más humano, donde reinen la libertad, la solidaridad y la justicia.
El hombre que –según supe más tarde- había sido célebre tanto por la historia de
su conversión como por su labor educativa, inspirando, incluso, a crear la universidad
en la que ella y yo estudiábamos y en la que lograríamos ser profesionales. Sin
embargo, con esa sola pregunta, mi hermana estaba iniciando una lección que me
conduciría a una búsqueda sobre mi propia vida.
Callé por un momento. Había visto esas iniciales tantas veces, pero nunca las
relacioné con una pregunta y menos aún con su respuesta. No podía responder lo
que no sabía y mi silencio parecía eterno.
De pronto recordé que muy cerca de donde estábamos había una placa en la
que había visto algo escrito. Me ilusioné con la idea de una biografía. Le señalé el
texto y mecánicamente repetí en voz alta la primera línea:
Era una oración de San Ignacio de Loyola que no terminé de leer. No había
resuelto su pregunta. A pesar de ello, y como si no reparase en mi falta de
conocimientos, mi hermana me brindó un nuevo presente:
Recordaba la imagen desde la primera vez que comí en la cafetería. Las paredes
consistían en vitrales adornados con el logo de la universidad, al que acompañaba
una ilustración distinta. La figura había estado frente a mí muchas veces, pero
los deberes y las distracciones de cada día habían hecho que no pasara de ser un
elemento decorativo.
Seguimos conversando del tema por poco tiempo. Algunos amigos llegaron con
las novedades del día y acabaron por distraernos. Mi hermana se ganaba la amistad
de la gente con mucha rapidez porque era rápida en sus respuestas y paciente para
hacerse entender, por lo que se volvió necesario postergar a San Ignacio para otro
momento. Sin embargo, sus preguntas me habían comprometido de tal forma que
quería saber tanto o más que ella misma acerca del tema.
A la mañana siguiente, tenía pocas clases y estaba libre desde el mediodía. Caminé
hacia la biblioteca de la universidad. Me habían hecho preguntas, preguntas ajenas, pero
que ahora se adherían a mi mente como parte de ella.
Pensé en esta vida como la mía. Ya había decidido qué estudiar, cuándo más
o menos casarme, en dónde vivir, pero no me había hecho las preguntas más
importantes: ¿cómo vivir? ¿Qué hacer al conseguir todo esto? ¿A partir de cuáles
criterios tomar mis decisiones?
Parece que todo hubiera sido fácil para San Ignacio: era noble, valiente y sabía
ganarse a las personas porque era sincero con sus decisiones; pero también era
la imagen que mi hermana me describía: un hombre mundano, entregado a la
vanidad y a la vida disipada.
Una voz se escuchaba justo en la dirección por la que mis pies estaban tomando.
Se trataba del seminarista que trabaja con el sacerdote.
Durante la homilía, el padre habló acerca de cómo Dios nos brinda un regalo
maravilloso llamado libertad, y que debemos ponerlo siempre a su servicio. En
ese momento me imaginé a San Ignacio abandonando sus pertenencias y todo
aquello que le era importante, para encontrar algo mucho mayor que sí mismo.
Veía nuevamente la figura de la placa y recordaba que era un rostro tranquilo, muy
distinto al del cortesano orgulloso y de larga cabellera que cuentan sus historias de
juventud.
- Tú, que eres joven, sabes muy bien que los amigos, nuestro
entorno y el mundo en general, nos dicen que lo más
importante es el éxito personal, vivir bien y estar siempre
cómodos. Para San Ignacio fue algo parecido. Como ser
humano tenía prestigio, riquezas y siempre había una mujer
en su mente. Eso lo hacía importante para la gente que
lo rodeaba. Sin embargo, vivir así tiene un precio, que es el
depender siempre de todo eso. Si pierdes tu riqueza, tu
prestigio o tu atractivo, lo pierdes todo. Por eso, cuando
Ignacio estaba postrado y sin poder moverse, se daba cuenta
de la fragilidad de todo eso. El servir a un rey que era tan
mortal como él y que iba a morir como él, tener un cuerpo que
podría sufrir heridas, poseer riquezas que podrían acabarse...
Ya me estaba retirando de la mesa cuando recordé todo lo que tenía que hacer
el fin de semana: había dos monografías pendientes, teníamos que preparar una
exposición y apenas había leído los títulos de mi bibliografía. Me sentía abrumado
con lo mucho que debía hacer frente a la felicidad que quería seguir sintiendo en
ese momento.
Era una profesora que me había enseñado letras durante el primer ciclo. Tenía
un buen recuerdo de ella, contando a todos los buenos profesores con que había
llevado cursos. Siempre tenía una palabra amable y preguntaba a todos cómo
estaban. Sin duda, disfrutaba de su trabajo.
- Estoy muy bien. Nada más que tengo muchos cursos este ciclo.
- Me parece muy bien que quiera avanzar. Pero debe organizarse
para poder dar el ejemplo.
- Sí, profesora.
- Hay que aprovechar el tiempo cuando no se tiene hijos.
A San Ignacio le funcionó muy bien…
Todo lo vivido desde el día de ayer me brindaba un mensaje claro: la libertad, y todo
lo maravilloso que puede ser tenerla, implica también el asumir responsabilidades
y tratar de hacer lo mejor posible, aunque eso signifique comenzar tarde o estar en
“desventajas” frente al objetivo. San Ignacio enseñó magistralmente, pero para ello
también tuvo que pasar por un largo período de aprendizaje espiritual y académico.
No vivió para sí mismo, pero su mensaje ha sobrevivido a lo largo de los años,
inspirándonos a hacer mejor las cosas. En tal sentido, antes de ir a mi casa y retomar
mis obligaciones, decidí hacer una última parada.
Caminé algunos metros en dirección a ese sitio. El día anterior había querido
refugiar mi ignorancia en una placa que nunca había terminado de leer y sobre
cuyo mensaje el hombre que inspira mi universidad depositó toda su confianza.
Dio un vuelco a su vida de aventuras y emprendió el gran proyecto de servir a otros
para la mayor gloria de Dios. Por esa razón, decidí brindarle un momento a esta
idea, esperando tomar un poco de su verdad para cuando emprendiera futuros
proyectos, para trazarme metas, por más lejanas y difíciles que parezcan: