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El hogar
como problema
y como solución
Una mirada genealógica de la domesticidad
a través de las políticas sociales.
Argentina 1890-1940
Título: El hogar como problema y como solución
Subtítulo: Una mirada genealógica sobre la domesticidad a través de las políticas
sociales. Argentina 1890-1940
Autora: Paula Lucía Aguilar
© de la autora
© Ediciones del CCC - Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini
Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos C.L.
Avda. Corrientes 1543 (C1042AAB) Tel: (54 - 011) 5077-8080 - Buenos Aires - Argentina
www.centrocultural.coop
www.imfc.coop/compraenlinea
ISBN 978-987-1650-85-9
CAPÍTULO I
El objeto como horizonte
Presentación
tareas y responsabilidades. Linda Kerber (1988), por su parte, estudia los usos
de las “esferas separadas” y su autonomización como categorías de análisis. Su-
giere que autoras feministas, desde la antropología y la historia, aun desde una
perspectiva crítica, terminaron muchas veces reforzando el uso dicotómico de
estas categorías en sus trabajos de los años 70 ya que, desde una lectura marxis-
ta, “permitía no solo una explicación de esta separación sino cómo sirvió a los
intereses de la clase dominante” (Kerber, 1988: 14). Más allá del derrotero de
estas categorías, los estudios sobre domesticidad conforman una línea de trabajo
consolidada y debatida en múltiples foros en EE.UU. (Helly y Reverby, 1992).
Hemos identificado en nuestro país algunos trabajos que se refieren explí-
citamente al término domesticidad aun cuando no den cuenta, como en el caso
norteamericano, de su anclaje en un periodo histórico particular14. Isabella Cos-
se (2006) describe en su trabajo sobre filiación ilegítima durante el peronismo un
“ideal de domesticidad” que consistiría en la demarcación de un “deber ser para
varones y mujeres, [que] pautaba la vida cotidiana, dibujaba contornos de un
proyecto vital, y las conductas apropiadas para las relaciones de pareja y entre pa-
dres e hijos, conectando el orden familiar con el social” (Cosse, 2006: 31). La do-
mesticidad “establecía una clara diferenciación de roles al interior de la familia”;
asimismo se refiere a “una cultura de la domesticidad” que fue paulatinamente
modernizándose y apartándose de las connotaciones negativas que conllevaba
alejarse de ciertos “criterios” que la definirían y que, según plantea, se expresan
en las películas y radioteatros del periodo estudiado por ella (1946-1955).
Una segunda utilización de la categoría domesticidad más cercana al con-
junto de preocupaciones abordadas por esta investigación la encontramos en
Jelin y Feijoó (1980), quienes, a partir de su investigación sobre unidades do-
mésticas de los sectores populares recuperan la noción de domesticidad como
un concepto complejo compuesto de diversas dimensiones que incluyen: la re-
ferencia al ámbito en el que se realizan ciertas actividades, la caracterización de
la naturaleza de las actividades que corresponden a cada ámbito y la tipificación
de los sexos implicada, con especial énfasis en la división sexual del trabajo15.
Sin embargo, la utilización de la categoría domesticidad propuesta por este
libro no se define a priori por la pertenencia a un período histórico determinado
ni por sus contenidos particulares. Por el contrario, sostenemos que es posible
estudiar formas históricamente cambiantes de domesticidad a partir de las cua-
les captar resignificaciones y/o transformaciones y líneas de continuidad de los
núcleos de valores, funciones, tareas, relaciones de poder y de los propios suje-
tos. Desde la perspectiva adoptada, tampoco es posible considerar la definición
de una “espacialidad” o “actividades” propiamente domésticas aisladas de sus
condiciones históricas de configuración. La pregunta que aquí formulamos es
justamente por el cómo de esta conformación, cómo se organiza y sedimenta la
domesticidad deseable, a partir de cierto conjunto de problematizaciones en las
que se reitera la insistencia en el hogar como núcleo de las preocupaciones.
Capítulo I El objeto como horizonte 23
para su resolución. Al mismo tiempo, registra las prácticas y las grillas de inteli-
gibilidad que hacen posible o restringen esta problematización.
Sin embargo, no es cualquier hogar aquel que emerge en los discursos ex-
pertos y reformadores (Topalov, 1994), inquietos por las condiciones de vida y
trabajo de la población. La cuestión del hogar, tal como es formulada en los
documentos analizados, tiene un claro sesgo de clase. Los hogares a construir o
reformar, aquellos que deben alcanzar los requisitos consignados para ser “ver-
daderos” hogares corresponden a la clases trabajadoras. Las epidemias, la con-
flictividad social, la necesidad de moralización de la fuerza de trabajo, así como
también las diferencias en los modos de habitar de estos sectores trabajadores
en contraposición a aquellos de las elites permiten comprender el persistente
lamento por la “ausencia de hogares” como una suerte de rarefacción:
está guiada por una búsqueda de “las verdades del pasado” consideradas como
elementos que han permanecido inalterables a lo largo del tiempo y de los que
podríamos identificar un momento originario de perfección o una definición
pura que luego sufre sucesivas distorsiones. Por el contrario, el recurso a la his-
toria así entendida anima la búsqueda de aquello que puede identificarse como
“el pasado de nuestras verdades”. Es decir, los procesos históricos y sociales en
los que aquello que se nos presenta como evidente, el hogar como ideal, se fue
moldeando, no sin tensiones y, que podríamos agregar, enuncia su singularidad
en sucesivas problematizaciones históricamente situadas.
El material empírico en el que se sostiene esta investigación está confor-
mado por un conjunto disperso y heterogéneo de documentos. Su selección fue
resultado de la búsqueda y delimitación de materiales discursivos reunidos a
partir de un interrogante inicial que le diera cuerpo a una primera etapa de
recolección, más tarde ampliada y precisada en la tarea de análisis. Debemos
considerar entonces las definiciones de discurso y documento presentes en la inda-
gación y los criterios utilizados para la conformación del corpus trabajado a lo
largo de los capítulos que siguen.
El discurso es aquí considerado en su materialidad, en términos de prác-
tica discursiva. Esta perspectiva considera el discurso imbuido en las prácticas
sociales y por tanto presta atención a sus modos de circulación y permanencia.
Consideramos entonces que es posible acceder a estas prácticas discursivas a
través de un conjunto de documentos. Estos documentos son seleccionados a
partir de la existencia de un archivo. Entendemos el archivo como aquello efec-
tivamente dicho, en este caso escrito, a lo que es posible tener acceso a través
de operaciones de selección y recorte que visibilizan unos aspectos y ocultan
otros. En este sentido, “lo efectivamente dicho” es un conjunto que “continúa
funcionando, que se transforma a través de la historia, que da la posibilidad de
aparecer a otros discursos” (Foucault, DE1 772 en Castro, 2004: 31). El archivo
es mucho más que la mera acumulación discursiva, asimilable a un depósito o
biblioteca (en sus formas institucionales). Está inmerso en relaciones de poder y
es resultado de las múltiples formas de delimitación acerca de qué se conserva,
por qué períodos, en qué condiciones18. Las preguntas y recorridos posibles es-
tán también restringidos por las formas que adopta el archivo. En este sentido,
la arqueología foucaultiana y su indagación por las condiciones de posibilidad de
emergencia de ciertos enunciados, objetos, temas, conceptos, es una forma de
trabajo concreto sobre el archivo.
Los documentos considerados para la realización de esta investigación tie-
nen un primer criterio de selección en las referencias a debates acerca de las
condiciones de vida y trabajo de la población, con especial atención a las formas
de protección y de intervención social que surgen en ellos. Luego se llevó a
cabo una primera selección a partir de las menciones directas o indirectas a
“lo doméstico”, sus habitantes y la distribución de espacios, tiempos, tareas y
Capítulo I El objeto como horizonte 27
zados para nombrar los problemas sociales, los sujetos y objetos de intervención
(“vivienda popular”, “standard de vida” o “familia obrera”). Pero también el
registro de formas específicas: airadas denuncias, lamentos, imágenes literarias,
interpelaciones morales, prescripciones prácticas, cuadros, esquemas, gráficos.
La posibilidad de identificar estas regularidades en las formas del decir, y en los
contenidos de los documentos pertinentes para la problematización construida,
en muchos casos tuvo que ver con el registro de huellas de un “intradiscurso”: ci-
tas, reformulaciones, traducciones, respuestas cruzadas, referencias geográficas.
Este trabajo (de ida y vuelta) durante este proceso permitió captar su materiali-
dad en las formas de huellas e indicios22.
A partir del trabajo documental realizado, las series construidas y las regu-
laridades delineadas sostenemos que es posible entender el hogar en términos de
un régimen de prácticas que adquiere un cierto conjunto de características que lo
habilitan como espacio de gobierno de los problemas sociales. En este sentido,
es posible inscribir el trabajo realizado en términos de una analítica del gobierno
(Dean, 1999). Esto implica identificar ciertas dimensiones relativamente autóno-
mas aun cuando se condicionan recíprocamente: a) unas formas características
de visibilidad, técnicas de registro, examen; b) unos modos distintivos de pensa-
miento, saberes, vocabularios, procedimientos técnicos para la producción de la
verdad; c) una expertise precisa, modos específicos de acción propios; y d) unas
formas de subjetivación y construcción de identidades.
Ahora bien, ¿qué se entiende por gobierno? Por gobierno entendemos
aquellos intentos de conducción de la conducta de las poblaciones a través de
diversas técnicas, discursos, prácticas, valores. El gobierno tiene por horizonte la
posibilidad de “estructurar el campo posible de acción de los otros” (Foucault,
1982), de orientar las prácticas a partir de ciertos ideales, valores, aspiraciones,
discursos, saberes. Así el gobierno “comprende la interacción entre formas de
conocimiento, estrategias de poder y modalidades de subjetivación” (Lemke,
2004: 11). Así, pensar los distintos planos posibles de gobierno hace necesario
introducir las mediaciones prácticas que permiten darle contenido e identificar
sus formas específicas e históricas. Los modos que adopta este ensamblaje se
van combinando de forma particular, estratégica e históricamente y conforman
analíticamente el “cómo” del ejercicio del poder.
Además de estos insumos teóricos, el recorrido de la investigación realizada
considera que la perspectiva de género es una clave de lectura intrínseca e ines-
cindible para el análisis de las relaciones sociales (Scott, 1995). Del mismo modo
que consideramos a las políticas sociales como constitutivas de los procesos so-
ciales en los que se desarrollan, la consideración de los cuerpos como generiza-
dos es indisociable del análisis de las relaciones sociales en las que ellos se hallan
inmersos, de su ser con otros. En este sentido, el género no sería un lente distinto
a través del cual se pueden observar algunos aspectos de la vida social sino una
dimensión nodal de las relaciones sociales y las subjetividades que en ellas se
30 Paula Lucía Aguilar / El hogar como problema y como solución
***
Notas
1 Falcón (1984) Señala que alrededor de 1887 se produce un cambio fundamental en las condi-
ciones de explotación de la mano de obra por un aumento importante de la llegada de inmi-
grantes que no encuentran ubicación en la estructura productiva, sobreoferta agravada por la
crisis económica. Al mismo tiempo, comienza la concentración de algunos talleres otrora semi
artesanales y la aplicación de técnicas “modernas” de producción (Falcón, 1984: 72-73).
2 Gran parte de los documentos seleccionados a partir del interrogante por la problematización
de lo doméstico en el debate por la Cuestión Social, fueron producidos geográficamente en la
Capital Federal y corresponden a distintas instancias del Estado Nacional en conformación.
Sólo este aspecto justifica la mención a “Argentina” como referencia en el título de este trabajo
y no obtura la posibilidad de que muchas de sus afirmaciones puedan ser matizadas a partir de
otras series documentales centradas en experiencias regionales. Allí donde éstas se establecen en
el corpus trabajado, fueron tenidas en cuenta para el análisis.
3 Proyecto Conicet Tipo I (2006-2009) Cuestión social y construcción de subjetividad: los em-
prendimientos financiados por microcréditos como política social de asistencia a la pobreza.
4 Para una lectura del concepto de feminización y los debates sobre su utilización, véase Aguilar
(2011).
Capítulo I El objeto como horizonte 33
del dispositivo pertenecen tanto a lo dicho como a lo no dicho. El dispositivo es la red que puede
establecerse entre estos elementos” (Foucault, 1985 [1977]).
17 Para una revisión crítica exhaustiva de este conjunto de trabajos, Véase Haidar y Grondona
(2012) y De Marinis (1999).
18 En términos más precisos, los límites y las formas de la decibilidad, la conservación, la reactiva-
ción y la apropiación de los discursos (Foucault, 2002: 169-172).
19 Dado que la delimitación atiende al desarrollo de cada una de las series y no de la cronología
estricta, es posible que en algunos tramos del análisis se consideren documentos posteriores a
1940.
20 Según Castel: “Retomo los testimonios de época y las elaboraciones de los historiadores cuando
tienen consenso (o, si este no es el caso, trato de indicar las divergencias), pare redesplegarlos de
otro modo, según la configuración de un espacio asertórico, el del razonamiento sociológico”
(Castel, 1997: 20).
21 Para un análisis de las peculiaridades de la circulación y los debates reformadores locales Véa-
se Zimmerman (1995), Murillo (2001), Haidar (2008), Grondona (2011) y Neiburg y Plotkin
(2004).
22 Inquietud incipientemente formulada aquí y que es parte del proceso de formación, discusión y
lecturas compartidas en el seno del GEHD (Grupo de Estudios en Historia y Discurso) radicado
en el Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini. Agradezco a Ana Grondona, Mara
Glozman, Victoria Haidar, Pilar Fiuza y Pablo Pryluka su invalorable ayuda para revisar y re-
pensar las categorías fundamentales de este trabajo. Se sumaron a esta aventura colectiva Juan
Herman, Celeste Viedma, Ramiro Coviello y Camila Sacks.
35
CAPÍTULO II
Entre el hogar y el taller
para la acción estatal y del alcance de la regulación legal aplicable a los talleres,
aun aquellos de explotación familiar. Claro está que esta forma de trabajo no es
la única que se desarrolla en el domicilio; deben considerarse también las tareas
domésticas propias del sostenimiento de la vida (trabajo doméstico no remune-
rado) y el servicio doméstico, en sus diversas formas. Sin embargo, la dificultad
en la obtención de materiales de archivo que consideren estas dos formas del
trabajo hace que su tratamiento en este capítulo sea algo breve en comparación
al resto. Esta dificultad no es menor. Nos enfrenta a la invisibilización del trabajo
doméstico3 no remunerado y el servicio doméstico ejecutados principalmente,
aunque no sólo, por mujeres y niñas en domicilios particulares.
El registro de las condiciones en las que trabajadores y trabajadoras de-
sarrollan sus tareas llega a nuestras manos a través de informes, inspecciones y
visitas4, prácticas que hacen inteligibles y por ende habilitan la puesta en cues-
tión de estas condiciones y constituyen insumos fundamentales para pensar las
características singulares que adopta la domesticidad en las primeras décadas
del siglo XX. Es en la contraposición con el trabajo, y en las propuestas para
su regulación que el hogar como tal emerge y traza sus límites materiales y sim-
bólicos con un exterior que se presume amenazador, tanto para la vida familiar
como para la sociedad toda.
El capítulo se organiza en cinco secciones. En la primera se analiza la ten-
sión planteada entre hogar y trabajo remunerado en el debate por el trabajo
extradoméstico de las mujeres5. Se examinan los argumentos esgrimidos en su
condena, las solicitudes de protección y la connotación negativa atribuida desde
distintos sectores sociales. En la segunda sección, se describe la expansión del
trabajo a domicilio, sus características y las dificultades que plantea para la de-
limitación de las fronteras (materiales y simbólicas) del hogar la superposición
espacial de las tareas propias del sostenimiento familiar con aquellas realizadas
por cuenta ajena y que corresponden al trabajo remunerado. En tercer lugar,
se abordan las distintas iniciativas y propuestas legislativas que buscan la pro-
tección de mujeres y niños, y en las que se destaca la convergencia en la mater-
nidad como legitimación privilegiada de la protección social a las trabajadoras.
Para ello, presentamos las respuestas delineadas: la legislación de protección del
trabajo de mujeres y niños (1907 y su reforma en 1924), la legislación sobre el
trabajo a domicilio por cuenta ajena, sus principales objetivos y consideracio-
nes acerca del contagio, los salarios mínimos y el consumo (1918 y 1941) y, ya
entrados los años 30, las propuestas de reformas y el establecimiento de leyes
protectoras legitimadas en el amparo de la maternidad. Por último, y a partir de
lo desplegado a lo largo del capítulo, se consideran los modos en que cada una
de estas controversias construye y sedimenta sentidos respecto de la domesticidad.
38 Paula Lucía Aguilar / El hogar como problema y como solución
El autor identifica la alarma social suscitada por esta presencia en las pri-
meras décadas del siglo XX, no en el hecho específico de que las mujeres traba-
jaran, sino en el surgimiento de lo que llama la “gran fábrica”, en contraposición
a la manufactura y los pequeños talleres diseminados por la ciudad. Sostiene
que para comprender las características de la industria argentina por enton-
ces, es necesario considerar su gran heterogeneidad: un conjunto de talleres,
manufacturas y grandes fábricas con abismos en términos de organización de
la producción11 y también en términos de concentración de mano de obra y
capital. Feijoó (1990), por su parte, afirma el carácter un tanto sobreestimado del
énfasis de los distintos trabajos de investigación histórica acerca de la inserción
laboral industrial de las mujeres, construido a partir de la proliferación de testi-
monios impresionistas y condenatorios asociados con las características del tra-
bajo industrial (fuera del hogar) e identifica esta caracterización de la inserción
femenina en el mercado de trabajo como una suerte de “espejismo” analítico12
que sobredimensiona la cuestión de la mujer trabajadora como problema social.
A partir de una revisión de las cédulas censales, Rocchi afirma que es nece-
sario considerar la alarma suscitada por el trabajo de las mujeres conjuntamente
con el proceso concreto de su incorporación como fuerza de trabajo industrial:
es decir, propone pensar las reacciones sociales suscitadas como respuesta a la
efectiva concentración de mujeres y la progresiva concentración de capital (Roc-
chi, 2000: 226). De acuerdo con su lectura en la fuerza de trabajo en aquellas
empresas que el censo de 1895 califica como industriales, y entre ellas, las con-
sideradas “grandes fábricas” (los establecimientos de más de cien obreros), la
proporción de mujeres representaba un tercio del total. En la revisión de los
pequeños talleres familiares con menos de diez trabajadores, la presencia feme-
nina es del 13%. De este modo estima que unas 6.000 mujeres trabajaban en las
grandes fábricas porteñas en 1895. Si a esta cifra se le suma las empleadas de
los talleres pequeños y medianos, la cifra asciende a 11.000 trabajadoras. Más
aún, cuando se analizan las empresas más grandes y concentradas se destaca
la actividad de las mujeres en las ramas relacionadas con la producción textil,
que llega en algunos casos al 95% de los trabajadores totales por empresa. La
inserción de las mujeres en la industria de carácter más estandarizada se debía al
paulatino proceso de concentración y tecnificación de procesos productivos por
el cual numerosas empresas y pequeños talleres se fusionaron. Este proceso se
instala y continúa in crescendo luego de la Primera Guerra Mundial, a lo largo de
la década de 1920, impulsado por una incipiente sustitución de importaciones
relacionada con el conflicto bélico desarrollado en Europa.
Más allá de las lecturas respecto de su incidencia estadística en la fuerza de
trabajo, las solicitudes para la prohibición del trabajo de las mujeres particular-
mente en las fábricas y talleres considerados insalubres fueron sostenidas tempra-
namente tanto desde organizaciones obreras y católicas como desde el incipiente
feminismo. Este reclamo aparece también como una fuerte preocupación legis-
Capítulo II Entre el Hogar y el Taller 41
¡Nuestra situación tiende a ser cada día más grave! (…) Ayer existía abundancia
de trabajo, no había por lo tanto obreros desocupados ni mandábamos a nues-
tras esposas e hijos a las fábricas, en cambio hoy son muchos los obreros que están
desocupados algunos meses del año, lo cual contribuye a que los salarios sean cada día
más reducidos (Manifiesto de la FOA, 1895 citado en Spalding, 1970: 129).
En Buenos Aires es muy común hacer volver a las obreras en los talleres, aun
simplemente para limpiar máquinas (…). Es sin embargo esencial que la mujer
permanezca dicho día en su casa, no solamente para su debido descanso, sino
también para no relajar los lazos familiares, ya tan comprometidos por la au-
sencia diaria del hogar (Laperrière, 1902 en Recalde, 1988: 195).
Cabe destacar que si bien se hallaba en los reclamos de los grupos socia-
listas y anarquistas y en la prensa, el reconocimiento estatal de la “cuestión de
la mujer trabajadora”, debió esperar hasta los primeros años del siglo XX, la
elaboración del proyecto de ley de protección de trabajo de Joaquín V. González
en 1904 y la acción legislativa de Alfredo Palacios, quien en 1906 presenta un
proyecto de regulación del trabajo de mujeres y niños, basado en la propuesta
original de Gabriela Laperrière de Coni (Falcón,1986: 49). Allí se hace evidente
cómo específicamente el trabajo denominado industrial (la fábrica o taller y sus
peligros) generaba singular alarma. Según señala Feijoó, la convivencia entre la
efectiva inserción de las mujeres en diferentes áreas del mercado de trabajo y la
magnitud de sus connotaciones adversas constituye
Esta tensión, señalada por Feijoó, está presente en los reclamos de pro-
hibición y reglamentación de sus condiciones muy tempranamente, tal como
aparece sintetizado en el periódico El Obrero y rescatado por el historiador Jose
Panettieri, que ensaya una explicación de este proceso, similar a aquella esboza-
da por Palacios:
prohibición y regulación está puesta sobre las obreras fabriles, sin considerar el
servicio doméstico o el trabajo rural. Como veremos al analizar la legislación
resultante, estas dos formas de inserción laboral son explícitamente excluidas de
su consideración.
El carácter pretendidamente moralizador del trabajo entra en contradic-
ción con las solicitudes de su prohibición, especialmente desde aquellas posicio-
nes que buscan la moralización de los sectores populares. Coexisten entonces
en la consideración acerca del trabajo extradoméstico a la vez la objeción y su
impulso como forma de prevención o remedio sólo en circunstancias acotadas.
Si bien su condena se hallaba extendida entre los distintos sectores que disputan
los diagnósticos y modos de intervención sobre los problemas sociales, al mismo
tiempo se consideraba, en algunos casos, como una opción moralizadora y reco-
mendada para ciertas mujeres de vida potencialmente “licenciosa” que podrían
encontrar en la inserción laboral en el mercado la posibilidad de acceder a un
modo de vida decente21.
El rechazo a las posiciones abolicionistas respecto del trabajo femenino re-
mitía a la salvaguarda moral: aquellas mujeres a quienes se les obturaba la vía
del trabajo en la lucha por la vida, caerían inevitablemente en la prostitución o
la total indigencia. Estos argumentos están también presentes en los primeros
debates de regulación del trabajo de mujeres y niños que cristalizan en la Ley Nº
5.291 de 1907 como en la regulación del trabajo domiciliario por cuenta ajena,
protegido por la Ley Nº10.505 de 1918, sobre las que volveremos. El peligro
era entonces que la prohibición total del trabajo de mujeres en el taller como
forma genuina de “lucha por la vida” lanzara a la prostitución sin más remedio
a aquellas que no contaban con otros medios que sus propios brazos, situación
que se agrava en ausencia de un varón en el hogar.
Al faltar el ser que con su trabajo todo proveía (…) pronto se habían visto apremiados
con toda clase de necesidades (…) pero el amor que toda madre siente por sus
hijos, ese amor que tiene poder de dar valor al corazón más abatido infundió
coraje al espíritu de la pobre señora, que animosa, recordando haber durante su niñez
aprendido a bordar con primor, antes que la miseria golpeara las puertas de su hogar buscó
trabajo y a él dedico todo su tiempo y energías (Bedogui, 1905: 23 citado en
Wainerman, 2007b: 330).
Pero la decencia no estaba sólo en riesgo en los casos que la falta de trabajo
empujara a la “mala vida”. Para aquellas que contaban con un puesto en la
fábrica o el taller, la virtud corría peligro durante el propio desempeño de sus
tareas. Salir del hogar a trabajar planteaba una amenaza, física y moral, el riesgo
de exposición del cuerpo a un potencial ultraje por parte de capataces y patro-
nes. En este último sentido, tanto Carolina Muzzilli como Gabriela Laperrière
de Coni (1866-1906) detallan en sus informes sobre las condiciones de trabajo de
las mujeres y niños las desventuras de las jóvenes a merced del abuso capataces
y encargados del registro de costuras24 y talleres:
La inspección, las confidencias de las obreras, las quejas de los padres, me han
demostrado que una gran causa de inmoralidad proviene del ascendiente y del
contacto diario del capataz con las mujeres, que se quejan del yugo de este, obli-
gadas a soportarlo porque de él dependen (Laperrière de Coni, 1902 Citada en
Recalde, 1988: 35).
las tareas de las obreras fueran de su mismo sexo, para evitar atropellos y abusos.
Desde el anarquismo se profundiza esta denuncia de la explotación sexual.
Para sus militantes la explotación económica iba de la mano de la opresión
sexual y su nefasto cruce se hacía evidente en los cuerpos mancillados de las
obreras sometidas y expuestas al yugo de patrones y capataces (Fernández
Cordero, 2011). El peligro de la “degeneración” de niñas y jóvenes está pre-
sente como uno de los argumentos fundamentales de prohibición o denuncia
del trabajo extradoméstico y en las solicitudes de reglamentación. Además
del “abandono” del hogar se sostiene que el trabajo industrial afectaba tanto
el decoro como su capacidad reproductiva presente o potencial. El cuerpo
femenino dañado por la industria se presenta como signo de la degeneración
del cuerpo social. Como veremos más adelante, esta lectura se profundiza
durante los años 20 y 30 con la extensión de las ideas eugenésicas (Miranda y
Vallejo, 2005).
Pese a la alarma suscitada, lo cierto es que el trabajo seguía sucediendo en-
tre quienes no tenían otra opción y las mujeres eran contratadas como mano de
obra tanto en su propio domicilio como en numerosas fábricas y talleres espar-
cidos por la ciudad y sus alrededores. Tal como sostiene Lobato (2000), no era
sólo el trabajo como tal, sino la combinación entre el lugar de trabajo, cúmulo
de paupérrimas condiciones y el “abandono del hogar” lo que configuraba el
centro de la controversia. La metáfora del hogar abandonado era la contracara
de la participación en el mercado de trabajo. De acuerdo con la historiadora:
El cuidado del hogar competía, con todo el peso moral que podía significar un
hogar abandonado, con el trabajo extradoméstico asalariado. Por eso el con-
cepto de necesidad fue la válvula de escape a las presiones morales y al conflicto
que significaba entrar en la fábrica o el taller (Lobato, 2000: 104).
Es utopía pensar por el momento en medios prácticos para que la mujer aban-
done el trabajo fabril y se dedique al cuidado de su interior, esposo e hijos.
Transcurrirá aún mucho tiempo antes de modificarse el estado actual y de que
vislumbre para ella esta perspectiva. Sólo sucederá cuando el salario del obrero sea
bastante elevado, para satisfacer las necesidades de su familia. Mientras falten mejoras
fundamentales, sociales y económicas, no queda otro recurso que aliviar en lo
posible su situación (Gabriela Laperrière de Coni, en Recalde, 1991: 217).
La formulación del salario del varón (en el caso que lo hubiera) como aquel
sostén principal de la familia obrera se verificaba tanto en el Código Civil bajo la
forma de la responsabilidad por el sustento familiar como en las formulaciones
del catolicismo27. Esta definición se plasma además en las técnicas de medición
del nivel de vida y gastos de los hogares. Tal como analizaremos en el capítulo
V, la figura del varón jefe de hogar cuyo salario debía cubrir las necesidades
familiares se reitera y refuerza en las categorías estadísticas a partir de las cuales
se hace inteligible el hogar, en las mediciones de las “condiciones de vida de
la familia obrera” de mediados de los años 30. Tempranamente, en un folleto
socialista titulado “A las Obreras” y paradójicamente dirigido a sus maridos,
se les solicita a estos que luchen para que su propio sueldo permita a la mujer
quedarse en casa:
para que otros miembros del núcleo familiar (niños, hermanas más jóvenes)
debieran emplearse, exponiendo a más miembros de la familia a la explotación
y por ende al consecuente desmembramiento del hogar, con graves consecuen-
cias sociales.
La teoría del desplazamiento tenía por presupuesto inquebrantable la
idea de que el salario del varón “debía cubrir la reproducción de su fuerza de
trabajo, diaria y generacional (lo cual incluía hijos y esposa)” (Nari, 2004: 222).
Vemos configurarse dos procesos simultáneos. Por un lado, la lucha contra la
explotación de mujeres y niños, que atenta contra los intereses del capital que
encuentra en ellos mano de obra de bajo costo y, al mismo tiempo, la confi-
guración de un orden doméstico que es también la posibilidad de existencia
de la disponibilidad de la fuerza de trabajo, condición de reproducción del
capital (y por tanto de la continuidad de la relación fundamental). La fuerza
de trabajo tiene un límite, la subsistencia, y allí estaría entonces el hogar para
garantizarla.
Si el salario del varón se considera como aquel en el cual recaía la ma-
nutención de la familia y el trabajo de la mujer como un mero complemento,
se refuerza también la justificación de la paga de salarios menores para ellas,
ya que sólo contribuirían al ingreso familiar como un aporte coyuntural o con
dinero destinado al ahorro o a “gastos superfluos” que una buena adminis-
tración doméstica haría rendir. Esta concepción del trabajo femenino como
complemento de los ingresos familiares principales es uno de los supuestos
sobre los que se sostenían formas de contrataciones temporales y estaciona-
les, habituales sobre todo en la rama textil y en el trabajo domiciliario por
cuenta ajena.
Se suman estos argumentos a la apreciación de que el trabajo femenino
era menos calificado, ya que las tareas realizadas serían las “propias de su
sexo”, para las cuales no se requeriría mayor calificación que lo aprendido por
la vía de la socialización temprana en las tareas domésticas28. Todos estos ele-
mentos convergen en la cristalización de la diferencia salarial en detrimento de
las trabajadoras. Aun cuando se afirme recurrentemente la naturalidad de las
capacidades femeninas para las tareas asociadas con lo doméstico, esa es una
asociación que dista de ser lineal. En su trabajo sobre “La educación técnica
de la mujer” la Dra. Cecilia Grierson parece contradecir esta supuesta natura-
lidad de los saberes femeninos. Desde el punto de vista expresado por ella, tal
como analizaremos en el capítulo IV, la mera socialización no alcanzaba para
administrar un hogar (propio o ajeno). Lejos de ser innatas o naturales, las
cualidades de administración hogareña correcta debían aprenderse.
Ella es la que tiene que velar por la higiene en cuanto al traje, alimentos, ven-
tilación, etc. Y de los mil detalles que reclaman el confort de una casa. ¿Cómo
podrá dirigirlo, si no lo conoce, cómo podrá hacer los variados trabajos si
Capítulo II Entre el Hogar y el Taller 51
nunca los realizó? Debe tener nociones sobre el cuidado de la salud y también
debe proceder en los casos de accidentes y enfermedades. Es ella de quien
depende la crianza y la educación de los hijos. ¡Cuánto conocimiento debe ad-
quirir la mujer para ser verdadera mujer! Y sin embargo, falta el convencimiento
de que deben aprenderse estas cosas cualquiera que sea la posición social que se ocupa
(Grierson, 1902: 183).
Póngase pues, por lema: “Volver a la mujer al hogar”, propendiendo, sin des-
mayar ante las infinitas dificultades que le aguardan, a una reacción contra la
tendencia fundada en el falso concepto de que el bienestar de la mujer está en
52 Paula Lucía Aguilar / El hogar como problema y como solución
las afueras de la casa y no, como siempre, en la casa misma, de donde puede
irradiar, en caridad y en multitud de obras benéficas, los sobrantes inagotables
de su sentimiento y su inteligencia” (Osvaldo Magnasco en Font, 1921: 93).
reservadas sólo para varones. La máquina, sumada a los bajos salarios que no
permiten la manutención de la familia con el solo aporte del varón, “lanza” a la
familia completa a la fábrica.
Las ventajas obtenidas por el patrón ante la incorporación de mano de obra
barata, refuerza este proceso que a su vez hace descender los salarios aun más,
desplazando mano de obra masculina. Además, se consideraba que el trabajo
extradoméstico ponía en riesgo (real o potencial) el cuerpo de las trabajadoras,
tanto a partir de la insalubridad de las tareas realizadas como de las denuncias
de abusos por parte de capataces y patrones, que dañaban su moralidad. A par-
tir de estos argumentos, la solicitud generalizada de prohibición y protección del
trabajo de las mujeres se encuentra con límites que, como veremos, se expresan
en el debate de su regulación. Por un lado, el de los industriales, que defienden
en la contratación de mujeres la disponibilidad de mano de obra de bajos sala-
rios. Por otro, el de las propias trabajadoras, cuyo sustento depende de la inser-
ción en el taller, cualesquiera fueran sus condiciones de salubridad.
Desde fines del siglo XIX el sistema de trabajo a domicilio por cuenta
ajena se conocía en Buenos Aires. También denominado sweating system, era
frecuente en Inglaterra y los Estados Unidos e imperaba en las grandes capita-
les como París, Londres y New York (Falcón, 1986; Panettieri, 1984: 65; Coffin,
1991; Boris, 1994; Unsain, 1942). Se caracteriza por los muy bajos salarios,
jornadas extensas y malas condiciones de salubridad de las tareas realizadas en
el domicilio propio o pequeños talleres domiciliarios, usualmente con la pre-
sencia de un contratista o intermediario que establecía sus propias reglas. En
tanto forma de organización del trabajo, se daba con más frecuencia entre las
Capítulo II Entre el Hogar y el Taller 55
Las grandes tiendas, los talleres militares y de la policía, las roperías y registros,
economizando local e instalaciones y costosas maquinarias, o rehuyendo a las
disposiciones legales sobre el trabajo y la higiene, encuentran una prolongación
cómoda de sus establecimientos en el trabajo a domicilio, realizado por manos
indefensas, a las que los apremios de la miseria y la pobreza, a veces vergon-
zante, hace aceptar las remuneraciones que se les ofrecen, acosándose los unos
a los otros, en competencia para obtener y conservar el trabajo, aislados como
están, desconocida por ellos la solidaridad gremial (Giménez, Comisión Inter-
parlamentaria sobre el Trabajo a Domicilio, 1917: 56).
Los diversos informes sobre las condiciones de trabajo a domicilio que han
llegado a sus manos, los unos de los inspectores del DNT, otros de reparticiones
públicas nacionales que recurren a aquella forma de labor y algunos funciona-
rios de gobiernos de las provincias” (Informe de la Comisión Interparlamenta-
ria para el Trabajo a Domicilio, 1917: 11).
La familia que trabaja por cuenta ajena, en su propio domicilio, sola o con
varias personas extrañas, que trabajan o a su servicio o en común. (…) La
investigación no se ha extendido a los intermediarios, casas que proporcionan
el trabajo y demás elementos que deben ser estudiados en una investigación
destinada a conocer todos los aspectos del trabajo a domicilio (Informe de la
Comisión Interparlamentaria para el Trabajo a Domicilio, 1917: 10).
la articulación del trabajo a domicilio por cuenta ajena con el resto del mercado
de trabajo en términos de complementación y competencia. Las oscilaciones en
la demanda y los ciclos productivos marcaban el ritmo del trabajo domiciliario y
de la rotación de brazos a lo largo del territorio41.
Decíamos antes que el trabajo a domicilio muestra con crudeza la super-
posición entre el hogar y el trabajo. Uno de los modos de trazar esta frontera,
distinguirla y por tanto habilitar la regulación estatal de esta forma de ocupación
era establecer lo más claramente posible los límites de la composición familiar
y las consecuencias del trabajo domiciliario para su sostenimiento. ¿Se trata
simplemente el trabajo realizado por una familia en su vivienda, para su pro-
pio consumo o debería ser considerado un taller? ¿Cómo distinguir los “talleres
familiares” de producción propia de los talleres que realizan tares por cuenta
ajena? ¿Cuáles son las características que los diferencian (los lazos familiares, la
cantidad de trabajadores, etc.)? Reproducimos a continuación los datos presen-
tados en el informe parlamentario donde es posible observar la construcción de
respuestas posibles a estas preguntas. Un primer criterio de distinción correspon-
de al parentesco, tal como se despliega en el cuadro siguiente:
Figura 1
Trabajo a Domicilio - Casos en los que los que trabajan son de la familia
Nº de casos
El padre solo 45 2 21
Los padres 9 2 -
Figura 2
Trabajo a Domicilio - Uso a que está destinada la habitación
Trabajan en el patio - - 72
Los locales donde sólo trabajen los miembros de una familia, bajo la autoridad
de uno de ellos, no estarán sometidos a inspección, siempre que reúnan las con-
diciones siguientes: 1º Que el trabajo no se haga con ayuda de caldera a vapor;
2º Que la industria ejercida no esté clasificada en el número de las consideradas
como peligrosas o insalubres.
La lucha por la vida y las exigencias sociales han desviado en parte a la mujer de sus
deberes dentro del hogar. La proletaria que necesita ayudar al hombre a ganar-
62 Paula Lucía Aguilar / El hogar como problema y como solución
se la vida, ya sea con trabajos a domicilio y en las industrias que se ejercen fuera,
y la gente pudiente atraída por las fiestas y las facilidades de la vida, olvidan
muchas veces ciertos deberes que debieran ser sagrados (Grierson, 1902: 181).
El trabajo realizado en la casa parece tener algo más de libre, de más digno,
de menos duro que aquel que se ejecuta entre los cuatro muros de la prisión
industrial. [Sin embargo] en muchas mujeres se despierta el anhelo de salir del
ambiente lóbrego del hogar para ir a los grandes talleres donde se gana más con
menores dificultades (Del Valle Iberlucea citado en Nari, 2004: 7).
La plaga del servicio doméstico en San Juan son las chinitas criadas en las ca-
sas. Las mujeres del pueblo dan sus hijos como se puede dar un cachorro. Las
señoras tienen cuidado más o menos cariñoso con esta muchachas, las crían y
algunas que salen buenas llegan a considerarse parte de la familia (…) El en-
trevero con los niños de la casa, en el que la chinita es natural que nunca tiene
razón, y otras consecuencias que fácilmente se adivinan, son el resultado de este
resto detestable de la esclavitud (Bialet Massé 1904: 379).
Capítulo II Entre el Hogar y el Taller 65
La mujer obrera casada gana en realidad dos salarios con los quehaceres domésticos
que realiza. Debería pagar a otra mujer si por enfermedad o exceso de trabajo
en el taller no pudiera atender su casa (Gabriela Laperrière de Coni, 1902 Ci-
tado en Recalde, 1988: 82).
Claro está que el segundo salario era una quimera. Basada en la propuesta
de las casas diseñadas por Lily Braun48 en Alemania, Gabriela Laperrière pro-
ponía la construcción de casas colectivas, donde las tareas domésticas estuvieran
socializadas entre algunas de sus habitantes, y se permitiera a las trabajadoras
aliviar su jornada. También proponía la instalación de cocinas colectivas, cerca
de las fábricas, que garantizaran el efectivo descanso a la hora del almuerzo
para los trabajadores, y su correcta nutrición. Para aliviar la faena de las obre-
ras madres, centro de la máxima preocupación, plantea la instalación de salas
cuna49, atendidas por las trabajadoras más jóvenes y las niñas acaudaladas, en
las que esta interacción tuviera fines educativos y ellas pudieran tomar contacto
con bebes y niños ejercitando al mismo tiempo sus cualidades maternales y la
posibilidad de ayudar a otros.
Capítulo II Entre el Hogar y el Taller 67
¡Actos sencillos que ligan unas a otras –madres pobres y guardianas gentiles–
con más fuerza que muchos vínculos; acto más elocuente que muchos discur-
sos, atrayendo entre sí a quienes hoy tanto cuesta acercar! Estas salas-cunas re-
presentarían para las niñas de familia una escuela de bondad e higiene. Hacen
falta en todo sentido (Gabriela Lapérriere de Coni, 1903).
Las exigencias de la vida, las dificultades que se presentan para equilibrar aún
el presupuesto más modesto, además el ideal que los padres desean para sus
hijos, hacen que, en los países que son incapaces de garantir al hombre un salario sufi-
ciente, la mujer, a pesar de sus maternidades, continúa con la actividad exterior
que tenía cuando era soltera. Entonces tiene una doble existencia que exige de
ella, para no olvidar ninguno de sus deberes una voluntad inmensa, conocimien-
tos, valor, trabajo, que merecen los más grandes elogios y la mayor admiración
(Rodríguez, 1952: 101).
mucho mayores en los primeros. Lo mismo sucedía con los remedios caseros y
la atención a la salud. Así, la presencia femenina se plantea como irremplazable
también para la economía doméstica.
Por último, al ser realizado en el interior del hogar, el trabajo doméstico
era considerado, al menos teóricamente, una opción laboral digna en caso de
pobreza para las clases acomodadas. En este sentido, se reitera la crítica a la
formación “ornamental” que las niñas de clases altas recibían ya que no les
permitía desempeñarse en los quehaceres domésticos en caso de no contar con
personal a su servicio o que un revés de la fortuna la pusiera en lugar de tener
que realizar estas tareas.
El servicio doméstico, por su parte, se presenta como una continuación de
las tareas propias del hogar y del género en un hogar ajeno. En tanto práctica,
borra la frontera entre el “adentro y el afuera” propio de la separación de casa
y trabajo, naturalizando las tareas. Se produce una invisibilización del trabajo
puertas adentro como problema social, dejando la potencial intervención re-
gulatoria por parte del Estado sólo para aquel realizado por cuenta ajena o, en
el caso de que la situación del hogar sea considerada un caso relevante para la
asistencia o el servicio social51.
En 1939 el Instituto de la Nutrición realiza una importante encuesta sobre
la alimentación fami-
liar52 que da cuenta
del trabajo doméstico.
La encuesta señala que
“la madre argentina se
ocupa preferentemen-
te de los menesteres
de la casa y de la fami-
lia (77%)” (Escudero,
1939: 13). La interpre-
tación de este dato se
considera como “tran-
quilizadora”. En tanto
“da (sic) idea del grado
de estructuración de la
familia la dedicación
Fuente: Instituto de la Nutrición, Boletín 1939
habitual de la madre”
(Escudero, 1939: 12).
El Censo de 1947 modifica la medición del trabajo femenino, y con ello, la
tasa de actividad, al restar aquellas que se consideraba “los quehaceres propios
del hogar”, aunque se realizaran para terceros. Es decir, se excluye una forma de
servicio doméstico que se cumple en el propio domicilio (lavar, planchar) y no de
manera directa en el de los empleadores. A partir de dicha medición, se produce
70 Paula Lucía Aguilar / El hogar como problema y como solución
En este último censo se han considerado tal, a toda persona mayor de catorce
años de edad que desempeñara una actividad económicamente retribuida y
se ha excluido, por lo tanto, a las mujeres que atienden los quehaceres propios del
hogar, a los estudiantes y a los que no tienen ocupación, es decir a los rentistas,
jubilados, pensionistas, etc. La diferencia en el concepto de ocupado entre este
y los censos anteriores, se produce especialmente con referencia a las mujeres
ocupadas, ya que en 1895 y en 1914 se han registrado ciertos oficios (costureras,
lavanderas) en Nº tan grande, que, evidentemente, denotan que ha faltado precisión
en las declaraciones o que, muchas censadas denunciaron como su profesión habitual,
actividades que formaban parte de su trabajo de carácter doméstico o que realizadas en
algunos casos para terceros, sólo revestían el carácter de una ayuda ocasional, pero no
eran la fuente de los recursos familiares. Además, desde 1895 a la fecha, viene des-
cendiendo en forma pronunciada la proporción de personas correspondientes
al grupo de servicios domésticos, compuesto en su casi totalidad por mujeres,
como consecuencia de las nuevas formas que va adquiriendo el trabajo feme-
nino, que se orienta, con preferencia, hacia actividades que anteriormente
eran desempeñadas principalmente por hombres (Censo 1947: LXXXIX).
El estado carece hoy de intervención eficaz en ellos, que su acción debe limitar-
se al simple papel de espectador, a ofrecer sus buenos oficios como árbitros o a
restringir las garantías constitucionales para reprimir o garantizar los excesos
(DS Diario Sesiones 1907: 792).
Mujeres y niños eran considerados por los sectores obreros como los miem-
bros más indefensos del proletariado y, por ende, presa fácil de abusos y de la
más profunda explotación. Si bien existía un cierto acuerdo en este diagnóstico,
algunas voces se alzaban para indicar los límites de la autoridad estatal para
inmiscuirse en las relaciones laborales en general y sobre el trabajo de mujeres
y niños en particular, en tanto esta intervención afectaba la potestad familiar.
La postura del catolicismo social respecto de la no intromisión del Estado
en la esfera de las familias era contundente y complementaba aquella sostenida
por el liberalismo en lo que hace a la no intromisión estatal en asuntos privados:
Legislación necesaria no sólo en interés del obrero, sino sobre todo en interés de
la sociedad, que al fin y al cabo ha de recibir mayores beneficios de la acción de
un hombre robusto, sano, instruido, afectuoso con los suyos, para lo cual nece-
sita luz, ventilación, comodidad y seguridad en el taller, descanso conveniente,
instrucción adecuada: ha de recibir digo, mayores beneficios la sociedad de un
miembro en tales condiciones, que los que podría proporcionarle un hombre
decrépito, enfermo y moralmente abrumado por la falta de esa preparación y
de esas condiciones que fortifican los músculos y levantan el espíritu hacia los
grandes anhelos, que hacen verdaderamente deseable y digna la vida humana
(DS, 1907: 809).
Los trabajos ganaderos y agrícolas sobre todo la mujer y el niño, lo mismo que el
obrero adulto, no necesitan más protección ni más garantías de trabajo, de salubridad,
de higiene que las que proporciona la vida sana de la naturaleza a todos los que se
dedican a esta clase de labores y porque entiende que, en realidad, la cuestión
obrera es absolutamente extemporánea en nuestras campañas (DS, 1907: 794).
Estas cuestiones del trabajo no levantan presión sino aquí, dentro del circulo
de fierro de nuestros centros urbanos donde únicamente necesitan la tarea del
legislador que les dé válvulas de escape, para evitar violentos estallidos (DS,
1907: 795).
Los beneficios de ella no han llegado en absoluto a trasponer los dinteles de estas fá-
bricas, y si en algunos casos aislados han penetrado, es en una forma mínima y
deficiente. Puedo afirmar que la casi totalidad de los artículos de esta ley que
tienen atinencia con las obreras y menores no son conocidos por los patronos
ni las obreras, y si lo son, nadie se ha preocupado de ponerlos en práctica, y
esto no puede responder a otra razón que a la falta total de vigilancia para su
cumplimiento y a no estar suficientemente difundida (Storni, 1909: 210).
Comprendemos hasta que punto tienen razón los que osan llevar una mano sa-
crílega sobre los grandes principios de la libertad, para reclamar en nombre de
la humanidad que se reglamente el trabajo a domicilio como se ha hecho para
la grande industria y que el inspector del trabajo no se encuentre impotente en
el umbral del domicilio privado, en el umbral del taller familiar transformado
en verdadera prisión para mujeres y niños (Pérez, 1913: 76-77).
Estas disposiciones deben ser dictadas no solo para amparar la vida y la salud
de los trabajadores sino para defender la salud pública. Muchos de los objetos que
salen confeccionados o fabricados en esos talleres privados llevan los microbios
de enfermedades terribles, como la tuberculosis (Del valle Iberlucea, DS Sena-
dores 1918: 275).
El hecho real es que en su comienzo las leyes sobre trabajo a domicilio revis-
tieron el carácter de leyes sanitarias en beneficio del consumidor (…) se pensaba en
los contagios en razón de la mala vivienda en que la labor se cumplía (Unsain,
1942: 12).
Este contagio no era sólo un riesgo para los trabajadores sino que también
ponía en peligro a los consumidores de los productos allí confeccionados.
Capítulo II Entre el Hogar y el Taller 79
Ahora bien, de acuerdo con los balances acerca de su aplicación, los re-
sultados de la regulación fueron magros (Nari, 2004). Muchos de los talleres
se mudaron fuera del alcance jurisdiccional de la legislación (Capital Federal y
territorios nacionales) o se ampararon en su carácter de “taller familiar” para
diferenciarse de la ley cuyo alcance estaba definido por “todas las personas sin
distinción de sexo, que ejecutan a domicilio, habitual o profesionalmente, un
trabajo u oficio manual por cuenta ajena” (Ley Nº 10505, Art. 1). Esta circuns-
tancia nos lleva a considerar la distinción entre familia y trabajo tal como fue-
ra sostenida en el debate parlamentario. Los límites del alcance de la ley son,
en este caso, también los límites de la protección estatal de los trabajadores y
sus familias y la base de la delimitación entre el hogar y el taller:
Mientras sea un grupo familiar el que trabaja a domicilio, no debe ser ins-
peccionado por el derecho que tiene el obrero a conservar la inmunidad de
su domicilio contra la intromisión del poder de policía del Estado, cuando
no encierra un peligro para la salud de la colectividad; y no le exigen sacrifi-
cios económicos que pocos podrán satisfacer, y cuando se los exige, es porque
concurren circunstancias graves que lo justifican plenamente (DS Senadores,
1918: 264).
Senador Zabala: Porque creo que esta ley es tiránica, suprime el hogar y tan luego
el hogar del pobre, porque el del rico está amparado por otros medios. Sabemos
perfectamente lo que significa una ley que permita a un hombre, que no es
siempre elegido entre los más morales, su entrada a un hogar desamparado a
ciertas horas del día o de la noche (DS, 1918: 278).
Porque aquí se prestigia al operario, siempre que sea de fábrica, que esté en
gremio, pero se olvida a una clase social que es numerosísima y que no hay ningún
hombre de cepa criolla que viva en sociedad argentina o haya vivido en ella,
que no conozca innumerables casos de señoras pobres, muchas de ellas de apellidos
80 Paula Lucía Aguilar / El hogar como problema y como solución
coloniales, que cosa en las horas que le dejan libres sus quehaceres domésticos
ayudadas por criadas, criadas doblemente como sirvientas y como hijas, y son
en ese caso, repito, las que cosen esos objetos de comercio, caen dentro de esta
ley por ese hecho (DS, 1918: 278).
En esta disputa por las fronteras del hogar doméstico se incluye el debate
sobre el secreto profesional y el deber del médico de denunciar los casos de
contagio allí donde tuviera noticia de ello. También se señala una diferencia de
clase: hay hogares ricos en los que “no se trabaja” y hogares donde sí se lo hace.
Para el médico, estos últimos adoptan el carácter de talleres. Nuevamente, la
distinción esta en juego.
Ahora, si trabaja con dos o más personas extrañas a la familia, comienza a ser
tallerista, trabaje en su propia vivienda o en otro local, es decir, que no es el
local sino el número de personas, su composición y calidad, lo que diferencia al
tallerista comprendido en la ley y el trabajo de familia (DS, 1941: 92-93).
Si bien los debates por los principios y criterios que habilitan la intromisión
estatal en el hogar continúan, comienzan a delimitarse criterios objetivos y prác-
ticos que permitan la aplicación de la ley. La presencia de extraños (parientes,
inquilinos, aprendices) por fuera del núcleo familiar es un punto sobre el que vol-
veremos al trabajar sobre las respuestas al problema de la vivienda popular, en el
capítulo III. La disparidad de salarios entre trabajadores a domicilio y los del ta-
ller se plantea en ambas leyes (10.505 y 12.713) como una clave de diagnóstico e
intervención fundamental. A continuación, nos detendremos sobre la figura del
salario mínimo, inaugurada en nuestra legislación a partir de la problematiza-
ción del trabajo a domicilio, y una de sus formas de intervención fundamentales,
pues en su formulación va delimitando el alcance de la figura del asalariado y el
sostenimiento económico de su familia.
Y confirmando esta tesis, decía el ministro del trabajo Mr. Henry Chéron, en
la cámara de diputados de Francia: “Si la obrera a domicilio es mal pagada, es
cierto que ella tendría un alojamiento muy estrecho, un alojamiento mal venti-
lado, con mala luz, que ella tendrá un taller insalubre. Por consiguiente, sobre
este primer punto, es indiscutible que el problema de la higiene se confunde
con el del salario (Comisión Interparlamentaria Sobre trabajo a Domicilio:
1917: 41).
Capítulo II Entre el Hogar y el Taller 83
La capacidad media del obrero como criterio único y general para fijar un salario
mínimo, no es una cuestión fácil de establecer y que exigirá verdaderos exámenes persona-
les de competencia. Este criterio conducirá además a fijar tantos salarios mínimos
como obreros de capacidad distinta existan dentro de un mismo gremio.
legal de los salarios, fijados por las corporaciones obreras de acuerdo con el
precio de los artículos de primera necesidad” estaba en el “Programa Míni-
mo” del Partido Socialista de 1895. Asimismo, y en relación con el trabajo a
domicilio, Bialet Massé (1986 [1904]) en un capítulo de su informe titulado
“El derecho a la Vida” se refería a la necesidad de pagar un jornal mínimo y
básico para cubrir las necesidades de un obrero “frugal”, dentro de lo que “la
decencia social admite” Bialet Massé (1986 [1904]: 487). Sin embargo, esta
frugalidad debe ser la de un habitante de una sociedad civilizada e incluía su
posibilidad de leer, escuchar música, ahorrar para la vejez: “No se puede tratar
el jornal como una compra de mercadería; hay que tener en cuenta que el que
trabaja es hombre y el hombre debe reproducirse y llenar los fines de la vida”
(Bialet Massé 1986[1904]: 539).
Se destaca como una temprana mención al tema su desarrollo en el pri-
mer Congreso Americano de Ciencias Sociales, que tuvo lugar en Tucumán
en 1916. Por unanimidad fue aprobada la conclusión presentada por el Dr.
Unsain en la Sección de Trabajo, Previsión y Asistencia Social en la que se
formulaba un voto solicitando “la incorporación a la legislación argentina de
una ley de trabajo a domicilio sobre la base de la fijación del salario mínimo”
(Unsain, 1942: 21). La fijación del salario mínimo también había sido parte
de las propuestas de la comisión interparlamentaria de estudio del trabajo a
domicilio. En dicho informe se sitúan como antecedentes de la propuesta tanto
a Charles Gide como a lo establecido por la encíclica papal Rerum Novarum de
1891, documento fundamental del catolicismo social y de amplia repercusión
local a través de los Círculos Católicos de Obreros. Se retoma de ese texto la
noción de un salario vital o salario Justo:
Debe comprender una cantidad suficiente para llenar las necesidades de orden
físico y moral del individuo; en una palabra debe permitirle vivir. (…) que sea
capaz de hacer subsistir al obrero sobre el honor” (...)
Si el obrero percibe un salario lo suficientemente amplio para sustentarse a sí
mismo, a su mujer y a sus hijos, dado que sea prudente, se inclinará fácilmente
al ahorro y hará lo que parece aconsejar la misma naturaleza: reducir gastos,
al objeto de que quede algo con que ir constituyendo un pequeño patrimonio
(Encíclica Rerum Novarum, 1891).
El salario para el hombre o la mujer debe ser determinado por una investigación
práctica sobre el costo de los alimentos, de los vestidos y sobre la salud fisiológica, de
acuerdo con los hábitos y costumbres nacionales, debe constituir, en una palabra,
un “living wage” un salario de vida (Webb, 1902 citado en Informe Comisión
Parlamentaria sobre Trabajo a Domicilio, 1917: 47 ).
Ante todo, al trabajador hay que fijarle una remuneración que alcance a
cubrir el sustento suyo y el de su familia (cf. Casticonnubii). Es justo, desde
luego, que el resto de la familia contribuya también al sostenimiento común
de todos, como puede verse especialmente en las familias de campesinos, así
como también en las de muchos artesanos y pequeños comerciantes; pero no
86 Paula Lucía Aguilar / El hogar como problema y como solución
Es necesario aumentar la capacidad de consumo y que esta sea más o menos parecida en
todo el país. El salario mínimo es una cuestión legítima que nace del concepto de
que el trabajo no es una mercancía, principio que no lo ha consagrado, como
equivocadamente se ha dicho en esta Asamblea, el tratado de Versalles, sino la
encíclica de Rerum Novarum, con mucha anterioridad (Unsain (h) en Junta sobre
la Desocupación, 1939: 219).
Junto a las etiquetas que llaman la atención del consumidor sobre las “ocasio-
nes”, sobre los “precios que no admiten competencia”, sobre los “reclames de
la casa” podía colocarse otra con todos los dolores, con todas las tristezas, con todas
las miserias que sufren los humildes productores (Pérez, 1913: 37).
casas recomendadas por la liga que contaría a estos efectos con inspectoras que
visitaran los talleres, y examinaran sus condiciones higiénicas, las horas de tra-
bajo y la frecuencia de niños en ellos. De este modo, los artículos no provistos del
“Label” quedarían “descalificados a los ojos del público, que debía abstenerse
de comprarlos” (I Congreso Femenino Internacional, 1910). Relatando la expe-
riencia europea, informaban:
Estas inspectoras llevan unas estampillas especiales, que los patrones de las fá-
bricas recomendadas, quedan autorizados a pegar en sus artículos. Esta estam-
pilla significa, así, que el objeto que la lleva ha sido elaborado en condiciones
humanitarias. Las iniciativas de todas estas instituciones deben corresponder en
nuestro país como en los otros, a la mujer, a fin de dar una aplicación práctica
y positiva a su sentimiento inicial, que sin esto se convierte en sentimentalismo
vacío (I Congreso Femenino Internacional, 1911: 449).
Pero, así como las fábricas por razones de higiene y seguridad, deben someterse
y se someten a las reglas impuestas y a la inspección permanente de la autori-
dad, los locales privados, donde se trabaja por cuenta ajena, también han de
someterse al contralor y ser calificados y descalificados en beneficio de los propios
productores y de los consumidores, tan expuestos a contraer enfermedades por causas
de la insalubridad del ambiente y del contagio (Saccone, en Unsain, 1942: 51).
Como dice el eminente M. de Mun: “el lujo popular pesa duramente sobre el
dolor y la miseria del pueblo. Él es una carga a la vez insoportable para aquellos
que lo fomentan que vienen a ser sus primeras víctimas”.
En este punto, la educación del consumidor era una práctica que se destaca-
ba en las propuestas circulantes, retomando las experiencias de Estados Unidos,
Inglaterra y Francia, entre otros. A través de exposiciones de la producción del
trabajo domiciliario se mostraban tanto los productos como las condiciones en las
que la tarea había sido realizada. La idea era impactar la conciencia de los consu-
midores y evitar el agravamiento de las condiciones de producción. En su racconto
de las acciones privadas para la regulación del trabajo a domicilio, Pérez (1913)
señala que estas exposiciones con “el poder de los hechos que se palpan han sido
la más eficaz demostración de sus desgracias”. Estaban organizadas tanto por
sindicatos como por las asociaciones de compradores. Así el movimiento cobra
fuerza y en 1908 tiene lugar en Ginebra la Primera Conferencia Internacional
de las Ligas Sociales de Compradores. De acuerdo con un análisis de la época,
la acción de estas ligas estaba limitada y no alcanzaba para neutralizar el mal:
Sr. del Valle Iberlucea – ¿Pero qué es lo que está en discusión, señor Presidente?
¿La ley o el socialismo?
Sr. García– ¡Massachusetts señor Senador! Es curioso que me encuentre impedido
de hacer argumento para las especialidades de mi pueblo, para quien será esta
ley, y el señor Senador por la Capital puede sin mi protesta, y con la abnegación
y paciencia nuestra, hacer lectura durante horas enteras, repitiendo los libros
conocidos de autores que parece citarse con más éxito cuando más arrevesados
sean sus nombres, y escritos para pueblos con otras leyes, otras costumbres y
otra naturaleza (DS, Ley 10.505, 1918).
En esta sección hemos recorrido los puntos principales del debate sobre el
trabajo a domicilio. La dificultad para establecer la escisión entre el trabajo y
el hogar, la necesidad de proteger a las trabajadoras que allí se desempeñaban
y el sustento de las respuestas consideradas en la protección de la maternidad
refuerzan los argumentos en pos del salario mínimo y familiar, como un modo
de resguardar a las mujeres (y niños) del mercado de trabajo. A continuación,
nos detenemos en las propuestas desarrolladas en los años 30 que profundizan
estos aspectos.
Quiere decir, que en las clases más humildes, interviene, también, la volun-
tad, pero movida por causas económicas y morales. A mayor inconciencia de la
masa paupérrima, corresponde mayor natalidad. Entonces las mujeres paren
sin miedo: pero cuando el hombre tiene conciencia de su responsabilidad no llama a la
vida, sino con mucha cautela, a otros seres humanos, en un régimen económico
que no ofrece suficientes garantías. El proceso es más complicado de lo que pa-
rece a primera vista, y en él intervienen, como ya lo dije, instintos, inquietudes,
sentimientos e ideas (Palacios, 1939: 72).
Para aquellos que planteaban una modificación de las pautas de vida de las
clases populares, la concentración de casos [de nacimientos ilegítimos] en la
Capital Federal y en maternidades específicas era real y se vinculaba a una vida
urbana peligrosa, donde los lazos familiares tendían a aflojarse y diluirse entre
vicios y enfermedades (Di Liscia, 2002: 224).
privado, aunque con muy limitado alcance. Establece la prohibición del trabajo
femenino en las industrias y comercios durante los treinta días anteriores al par-
to y los cuarenta y cinco que siguen, y el pago de un subsidio equivalente a un sa-
lario y la cobertura del servicio médico. La licencia no contemplaba el cobro del
salario. El pago del subsidio se financiaba con los aportes de cada trabajadora
comprendida entre los 15 y los 45 años de edad, a los que se sumaba un aporte
realizado por los patrones y otro por el estado. Las cuotas se abonarían trimes-
tralmente y su valor equivalía a una jornada de trabajo (Ramacciotti, 2005). En
1937 incorpora a las obreras y empleadas del estado. Para ellas la licencia es
mayor: seis semanas antes del parto y seis después con salario íntegro. Unos años
más tarde se sanciona la Ley Nº 12.339 que exceptúa a las obreras con salarios
muy bajos de la contribución para la licencia (Palacios, 1939)..
El interés por la protección de la maternidad se institucionaliza al crearse
en diciembre de 1936 a partir de la Ley Nº 12.341 la Dirección de Materni-
dad e Infancia bajo la dependencia del DNH68. Su objetivo era “propender al
perfeccionamiento de las generaciones futuras y amparando a la mujer en su
condición de madre o futura madre” (Nari, 2004: 190). Su incumbencia era de
acción nacional y debía vigilar el funcionamiento de todas las instituciones salvo
aquellas que estuvieran bajo la Sociedad de Beneficencia69. En 1938 se establece
la Ley Nº 12.383 que plantea la prohibición de cesantía en caso de matrimonio,
la medida es celebrada tanto por sectores socialistas (era una iniciativa de Pa-
lacios) como por la Iglesia Católica, que veía en ella un llamado al orden en el
sentido de reforzar la institución matrimonial. Las propuestas de sobre el salario
familiar formaban parte de este conjunto de iniciativas (Lida, 2013).
En 1940, se realiza en Buenos Aires el Primer congreso de la Población con-
vocado por el Museo Social Argentino, con el auspicio del Ministerio de Agricul-
tura y al que asistió un amplio abanico de intelectuales, entre los que se encontra-
ba hasta el Presidente de la Nación. En el contexto de las dificultades económicas
de los años previos y como complemento de las reuniones sostenidas por la Junta
Nacional para combatir la desocupación en 1939, se debaten las formas de supe-
rar la crisis. Como resolución ante el diagnóstico de la desnatalización y el peligro
de despoblación (Bunge, 1940) sumado a los riesgos para la salud del mundo
urbano y la protección de madres y niños, circulan en una serie de posiciones que
abogan una “vuelta al campo”, al medio rural, como modo de resolución.
Por un lado, el medio rural se presenta como saludable (con aire, luz y sol)
en contraposición con el ambiente urbano e industrial70. En segundo lugar, el
proceso de urbanización ha ido trasladando la población del campo a la ciudad
por lo que el “despoblamiento” de la campaña se evidencia como una realidad
palpable. En los discursos inaugurales se mencionaba la importancia de mejorar
la salud y las condiciones de vida de las áreas rurales para apoyar así “la consoli-
dación de la familia rural y su retención en el campo” (Amadeo, 1940: 352). En
el mismo año, la sanción de la Ley Agraria 12.636 fue analizada por dos médicos,
98 Paula Lucía Aguilar / El hogar como problema y como solución
Que, consecuente con esto, anhela que en el futuro se dé preferencia a los hom-
bres en todos los puestos del trabajo, público o privado, a fin de que las mujeres
no se estimulen por el obrerismo ni la empleomanía, y sólo puedan competir
con aquellos en el ejercicio de las profesiones liberales o en los casos en que
ellas resultaran el único sostén de la familia (y no fuera posible un subsidio del
Estado), o cuando carezcan de la capacidad de concebir y hayan dejado de
representar un valor genético para la Nación o cuando por su caracterización
el trabajo sea específicamente femenino o se trate de mujer soltera, indigente,
sin familia y sin otro amparo económico (Actas del Congreso de la Población,
1940: 171-172).
querían volver a sus casas” (Nari, 2004: 216). Los argumentos en pos de la do-
mesticidad de las mujeres se reiteran casi como a principios del siglo: excepcio-
nalidad, desplazamiento de la mano de obra masculina, necesidad del espíritu
hogareño, higiene y maternalismo, la necesidad de la protección de al trabajo y
el sostén del hogar bajo el matrimonio legítimo contra el carácter disolvente de
la denatalidad y la urbanización.
en este tipo de tareas) no deben dejar físicamente la vivienda para obtener ingre-
sos por su trabajo, las malas condiciones, las ilimitadas jornadas, los bajos sala-
rios y trabajo a destajo constituyen un panorama tan o más negativo que el del
taller. Es más, muchas de ellas llegan a desear “salir del lóbrego hogar” rumbo
al taller o la fábrica. Por otra parte, el trabajo a domicilio por cuenta ajena no
permite cumplir con las tareas domésticas, ni el cuidado de los niños, por lo que
el hogar se presenta como abandonado. He aquí la paradoja del trabajo domi-
ciliario: puede abandonarse el hogar aun sin salir de él. La cuestión del trabajo
domiciliario visibiliza la contraposición entre el domicilio como lugar de trabajo
o como hogar (espacio de intimidad y cuidado familiar). Aceptar el trabajo do-
miciliario es contrario a la perspectiva de extender el hogar como modo de vida
de los sectores populares, pero coincide con el interés de la nueva industria en el
abaratamiento del salario y la disgregación de los trabajadores.
Cabe destacar que en el relevamiento documental realizado, estamos mi-
rando el hogar a través de las descripciones de inspecciones e informes produci-
dos para la acción legislativa y que intervienen en el debate acerca de la regula-
ción de estas formas de trabajo que se presentan, para las mujeres, contrapuestas
al hogar. El trabajo domiciliario supone un problema a su posibilidad de regu-
lación. Tal como se describe a lo largo del capítulo, la inviolabilidad del domi-
cilio y la libertad de trabajo, en tanto principios constitucionales, establecen un
límite para la posibilidad de intervención pública. Una excepción la constituye
la política de prevención del contagio de pestes y enfermedades. La defensa de
la salud de la población ante la amenaza de contagios permitía la intromisión en
los domicilios. La circulación de los objetos (mercaderías, ropas) entre distintos
sectores sociales estaba marcada por la amenaza de contagio. Es en la política
sanitaria donde se presenta la posibilidad de intervención y regulación del tra-
bajo domiciliario. Claro que el alcance reducido de la legislación (sólo aplicable
en Capital Federal y territorios nacionales) limitaba las acciones e impulsaba la
aparición de talleres fuera de los límites de su jurisdicción.
Si el riego de contagio fue el principal argumento de la regulación del tra-
bajo a domicilio, este se complementaba con la defensa de la maternidad (real
o potencial) de las trabajadoras y la protección de la salud de los niños. Es en
este punto, la defensa de la maternidad y los niños como garantía del futuro de
la patria, donde distintas posiciones liberales, socialistas, católicas convergen.
Se sancionan así las primeras leyes de defensa de trabajadores (parciales y de
limitada aplicación) pero que marcan el inicio de la regulación laboral. Se es-
tablecen horarios, actividades, licencias. Surge también un régimen de salario
mínimo. Más adelante, hacia los años 30, la protección a madres y niños se
refuerza a partir de la creación de las cajas de maternidad y la modificación de
las leyes sancionadas con anterioridad. Las protecciones laborales se conjugan
en su inicio con la consolidación del ámbito doméstico como un lugar fuera del
alcance del trabajo, y por ende, de la explotación directa. Al mismo tiempo, lo
Capítulo II Entre el Hogar y el Taller 101
que allí, dentro del hogar sucede, se plantea como indispensable para la nación.
El salario familiar, aquel que pudiera cubrir las necesidades del trabajador y su
familia tiene entre sus supuestos fundamentales ambos aspectos, la supervivencia
del trabajador y el trazado de la frontera de lo doméstico.
En la trama de discursos trabajada, el hogar ideal se objetiva como un es-
pacio material y simbólico que se espera escindido y a resguardo del trabajo asa-
lariado. Habitado por una familia, preferentemente sin extraños y administrado
por mujeres (niñas, jóvenes, maduras) ocupadas de los quehaceres domésticos
y el cuidado de los niños. Sostenido por un trabajador asalariado, cuyo ingreso
permita evitar el trabajo de otros miembros de la familia. Velado para la mirada
estatal, se espera sin embargo de su acción múltiples efectos sobre sus habitantes
presentes y futuros. Quizá sea esa misma opacidad y la tenacidad de la diversi-
dad de las formas de vida y trabajo, caóticas, confusas, entremezcladas, las que
refuerza la insistencia reformadora. Pero las fronteras del hogar no son sólo de
orden simbólico. La superposición del lugar de trabajo y la vivienda que obtura
la conformación del hogar es también espacial, y en esta superposición se juega
la asociación entre las condiciones físicas y morales de las clases trabajadoras.
Si esta confusión debe ser desarmada, la consideración de las topografías que la
componen es fundamental. Sobre ello trata el siguiente capítulo.
Notas
1 Los resaltados en cursiva de las citas textuales son todos propios, salvo expresa indicación.
2 Las formas de protección consideradas en este capítulo son aquellas llevadas adelante por insti-
tuciones estatales y las iniciativas legislativas de regulación del trabajo. Cabe destacar la existen-
cia de numerosas otras formas de protección desarrolladas por asociaciones de socorros mutuos,
organizaciones obreras, asociaciones religiosas y laicas, iniciativas filantrópicas, etc. Estas inicia-
tivas se superponen y complementan con aquellas organizadas por la Sociedad de Beneficencia
y reciben financiamiento estatal parcial o total, según el caso. Para un detalle de las organizacio-
nes actuantes entre 1890 y 1940 véase Coni (1927), Guy (2010), Pita (2009). Sobre instituciones
e iniciativas religiosas: Auza, (1984), Ghio (2007), Passanate (1987). Esta dispersión institucional
y presupuestaria es señalada en la Conferencia Nacional de Asistencia Social desarrollada en
1933 en Krmpotic (2002).
3 En el último congreso de Historia de las Mujeres, se debatió metodológicamente cómo proceder
para subsanar esta dificultad. Algunas de las investigadoras presentes habían detectado la posi-
bilidad de visibilizar las figuras del servicio doméstico a través de los archivos judiciales y ciertos
expedientes de la Sociedad de Beneficencia. (Intercambio personal 21/09/2012) Agradezco a
Inés Perez y Cecilia Allemandy esta referencia.
4 Sobre las formas de inteligibilidad estatal de lo doméstico, trataremos en el Capítulo V “Cono-
cer para Gobernar”.
5 Al que la historiografía también se refiere como “cuestión de la mujer obrera / trabajadora”.
6 De acuerdo con Lobato (Suriano, 2000: 247), algunos conflictos laborales habían hecho visible el
trabajo de mujeres como cuestión. Menciona las huelgas de empleadas domésticas en 1888, una
huelga de modistas ocurrida en Rosario en 1889 y la huelga de 1903 en la fábrica de alpargatas
102 Paula Lucía Aguilar / El hogar como problema y como solución
y Enrique Del Valle Iberlucea en la Cámara de Senadores. Al promediar la década del 30, el
Partido Socialista ganó un considerable Nº de bancas en el Congreso Nacional, alcanzando en
1932 2 senadores y 43 diputados, que luego fueron 42 en 1935, y 25 en 1937 (www.psa.org.ar).
14 Para una descripción detallada de las ocupaciones femeninas durante el siglo XIX previas a la
consolidación del Estado Nacional, Véase Donna Guy (1981) y Asunción Lavrin (1995).
15 Según señala Lobato el COI (Comité internacional Obrero) reclamó en 1890 la prohibición del
trabajo de las mujeres, reclamo que permaneció largo tiempo dentro de las demandas de las
organizaciones obreras conjuntamente con la retribución salarial bajo la idea de “igual salario
por igual trabajo” (Lobato, 2007: 210-211).
16 Bialet Massé (1904) en su informe sobre el estado de la Clase Obrera discute estos argumentos
respecto de la “necesariedad” del empleo de mujeres y niños que conlleva el avance de la má-
quina. Discute también (muy vehementemente) la paga menor a las mujeres por trabajos que
insumen el mismo esfuerzo (Bialet Massé, 1986 [1904]).
17 Para un riguroso análisis de este punto, Véase Fernandez Cordero (2011).
18 Podemos nombrar entre otras la acción de los círculos católicos de obreros. Mas tarde, el esta-
blecimiento del Hogar y Asociación de Domésticas (1891), la Liga de Protección de las Jóvenes
(1901) y la Liga de Damas Católicas (1911). Para la década del 20 la Liga patriótica tenía sus
secciones femeninas. A partir de la fundación de la Accion Católica en 1931 las actividades
se centralizan. Para 1922 y bajo el impulso de Moseñor De Andrea se crea la Federación de
Asociaciones de Empleadas Católicas. Para un análisis detallado de esta acción, véase McGee
(2005), Lida (2013), Acha y Halperín (2000) y Auza (1984). Para un detalle del trabajo en las
instituciones de beneficencia católicas Véase Pascucci (2007).
19 Un “interior” (hogar) que, según entendemos, era relativo porque había miles de mujeres tra-
bajando en sus domicilios. Es claro que los argumentos se construyen sobre el trabajo fabril
extradoméstico como antagonista.
20 Es interesante señalar que el Código Civil fue modificado recién en 1926, por lo que se conside-
raba a las mujeres bajo la tutela legal del padre o de su marido, en el caso de las casadas. Asun-
ción Lavrin (1995) destaca que aunque en términos legales debían pedir autorización escrita a
sus padres o maridos para poder trabajar, esto no se daba en la práctica con mucha frecuencia.
21 El periplo entre la falta de medios de subsistencia y la caída en la prostitución es un tópico de
la literatura de la época. Para un trabajo exhaustivo sobre el vínculo entre trabajo y decencia,
véase Guy (1994).
22 El ingeniero Bialet Massé relata en su informe el caso de una dama tucumana de alcurnia que
había podido subsistir en la decencia gracias a sus habilidades de bordado y costura (Bialet
Massé, 1904). En el debate de la ley de trabajo a domicilio, un legislador conservador presenta
como uno de sus argumentos principales contrarios a la norma que las señoras se negarán a ser
registradas como obreras para guardar la discreción de su condición social. Volveremos sobre
este punto, al tratar el debate parlamentario y las negativas a la regulación.
23 Sobre la capacitación en tareas “hogareñas” y su relación con los distintos sectores sociales, ver
el capítulo IV “El hogar como quehacer”.
24 En la pieza de teatro de Florencio Sánchez (2000 [1904]) La pobre gente, Zulma, la hija mayor
de la casa, se niega a ir sola a buscar costuras para el pequeño taller domiciliario que sostienen
con su madre debido a las condiciones “particulares” que el encargado pone para entregarle
trabajos de costura. Aparece implícito en el texto una situación de acoso hacia la muchacha y
una crítica a la actitud del padre de familia quien insiste en que tome el trabajo pese a las cir-
cunstancias, lo que deriva en un conflicto familiar.
25 “El instinto maternal de la mujer la lleva a proteger a sus hijos, y si sale alguna vez de su hogar,
para trabajar fuera de la casa, muchas veces en perjuicio de la atención de sus mismos hijos,
lo hace impulsada por razones de necesidad elemental, por lo que me parece gravísimo poner
trabas al trabajo de a mujer” (Congreso de la Población, 1940: 172-173).
26 Esto se hace evidente en las primeras mediciones del poder adquisitivo del salario realizadas por
104 Paula Lucía Aguilar / El hogar como problema y como solución
Alejandro Bunge. Trabajamos sobre este tema en el capítulo V “Conocer para gobernar”.
27 Como veremos al tratar el salario mínimo, la encíclica de 1891 Rerum Novarum sobre la situación
de los obreros estipula claramente los alcances del salario como protección familiar.
28 Excede el objetivo de este trabajo analizar el tema de las calificaciones para la inserción laboral.
Se sugiere consultar los trabajos de Pascucci (2007), Nari (2002) y Lobato (2007), donde retoman
a partir de entrevistas con costureras y testimonios este aspecto de la actividad y señalan que “sa-
ber coser” no era suficiente para las exigencias de los talleres en cuanto a tiempos y demandas
de productividad.
29 “La Mujer”, encuesta feminista argentina. Se reproduce aquí una versión reducida de la lista de
participantes con sus opiniones. Doctores: Magnasco, Drago, Zeballos, Palacios, Carlés, Saave-
dra Lamas, Zubiaur, Del Valle Iberlucea, Araya, entre otros. De las Doctoras Rawson de Delle-
piane, Moreau, Lanteri, Lopez Luisi, Storni, y otras. Partidos: Radical, Demócrata Progresista,
Socialista, Conservador, Unitario. Para un detallado análisis de la idea de diferencia sexual en
las respuestas a la encuesta, Véase Nari (1995).
30 Cabe destacar que esta aceptación del trabajo de las mujeres en profesiones liberales no es tan
contradictoria con la construcción de una domesticidad popular en los términos en que la ve-
nimos describiendo, en tanto no se pone en juego en su ejercicio ni la moral ni la reproducción:
llegan a estos sectores los adelantos técnicos que permiten aliviar algunos quehaceres y suelen
contar con servicio doméstico.
31 Wainerman y Navarro (1979) plantean que el trabajo no aparece como emancipador en las
primeras décadas del siglo. De acuerdo con los documentos relevados, encontramos que no
el trabajo en sí mismo pero sí la necesidad de cierta independencia económica de las mujeres
aparece tematizada. Por otra parte, los derechos al trabajo son reclamados por aquellas profesio-
nales que son impedidas de ejercer aquello para lo que se prepararon, no para todas. Entendían
que existía una contradicción si la misma sociedad que les había permitido educarse les negaba
el ejercicio de la profesión. (Nari, en Suriano, 2000; 291). Algunas profesiones y empleos de
este tipo no se consideran contradictorios con la maternidad, en particular los ejercidos por las
mujeres de la burguesía.
32 Para un análisis detallado de las formas de producción domiciliaria de calzados véase Kabat
(2005). Para el caso de la industria de la confección, Nari (2002) y Pascucci (2007).
33 Según inspecciones realizadas por el DNT a sesenta casas de confecciones de indumentaria
visitadas: de 1066 personas ocupadas en talleres, 731 eran mujeres de 14 a 18 años. El personal
fuera del taller alcanzaba la cifra de 9972, integrada por 7661 mujeres mayores, 2307 mujeres
menores de 18 años y solamente 4 varones que no alcanzaban la mayoría de edad (Panettieri,
1984: 67).
34 El DNT consideraba el trabajo en hogares de asistencia social y profesionales y escuelas de artes
y oficios como trabajo a domicilio. Esto consta en el informe de la Comisión Interparlamentaria
sobre trabajo a domicilio presentado en 1917. Para una detallada descripción de las tareas en
el costurero central de la Sociedad de Beneficencia véase Pascucci, 2007y 2003. También se
menciona la explotación al interior de los hogares en el informe de Carolina Muzzilli (1916)
especialmente en “El día de la niña obrera”.
35 Ver en Florencio Sánchez La pobre gente (2000 [1904]) y El Desalojo (1910) repetidas escenas donde
los habitantes de otras piezas del conventillo vienen a trabajar a la pieza de la familia protagonis-
ta, que cuenta con un par de máquinas de coser. La escena de trabajo domiciliario por cuenta
ajena y las tareas domésticas aparecen superpuestas en las Aguafuertes de Roberto Arlt (1986
[1933]). En la famoso cita de “La muchacha del atado” describe “luego, el trabajo de ir a buscar
costuras; las mañanas y las tardes inclinadas sobre la Neumann o la Singer haciendo pasar todos
los días metros y metros de tela y terminando a las cuatro de la tarde, para cambiarse, ponerse
el vestido de percal, preparar el paquete y salir; salir cargadas y volver con lo mismo, con otro
bulto que hay que pasarlo a máquina. (…) La madre siempre lava ropa; la ropa de los hijos, la
ropa del padre” (Arlt, 1986 [1933]). Armus (2007b) en su libro sobre la tuberculosis retoma los
relatos de estas trabajadoras.
Capítulo II Entre el Hogar y el Taller 105
36 Bialet Massé solicita en su informe que “quede absolutamente prohibido a los patrones imponer
multas a los empleados y obreros bajo cualquier pretexto o denominación” (Bialet Massé, 1986:
647 [1904]), las multas también eran contenido habitual de los reclamos obreros: Kabat (2005)
y Pascucci (2007) señalan las derogación de las multas como petición fundamental de las huelgas
ocurridas entre 1919 y 1930.
37 De acuerdo con lo que señala Pascucci (2007), la relación entre trabajadores y talleristas es
ambigua y contradictoria estableciendo y rompiendo alianzas con los trabajadores según la
coyuntura. Si bien en relación a los obreros actúan como patrones, cometiendo abusos e incum-
pliendo la legislación, en frente de los patrones son trabajadores a domicilio. Esta ambigüedad
se traslada al texto de la ley.
38 “La retribución a veces incalificable con que se remunera el trabajo a domicilio de la mujer, so-
bre todo la costura, se ver mermada además por los gastos de hilo, agujas, tranvía, combustible
para planchar y la adquisición de una máquina –con frecuencia pagada en cuotas y por contrato
desventajoso– carga pesada para un mezquino salario y que todavía, si en la época en que la
soporta, enferma o le falta costura, la obligará a privarse de lo más necesario para cumplir con
su compromiso” (BDNT Nº 19, 1911 citado en Pascucci 2007: 120).
39 Los objetivos de la Comisión destacan que fuera conformada “para estudiar la forma en que se
cumple el trabajo a domicilio, los salarios que ganan estos obreros y aconsejar al Congreso la
legislación a dictarse para asegurarles una remuneración justiciera y suficiente y condiciones de
duración de labor e higiene que garanticen su salud y moralidad. (…) La comisión cree necesa-
rio y urgente la sanción de una ley reglamentaria del trabajo a domicilio que venga a amparar
a numerosos obreros, en su inmensa mayoría mujeres, condenados a jornadas largas de labor y
a percibir salarios miserables, verdaderos salarios de “hambre”. Como ha sucedido y sucede en
otros países la legislación protectora de los obreros de las fábricas no alcanza a los empleados
en las industrias a domicilio” (Informe de la Comisión Interparlamentaria para el Estudio del
Trabajo a domicilio, 1917: 12).
40 Según señala el informe, en la mayoría de los casos las personas que trabajan en el domicilio no
han obtenido órdenes suficientes para trabajar todos los días hábiles del mes ni todas las horas
dedicadas habitualmente al trabajo cada día.
41 Respecto a las características y dinámica del mercado de trabajo en las primeras décadas del
siglo XX, véase Grondona (2011).
42 En El Capital, Karl Marx Define lo define así: “Esta explotación es más desvergonzada en la
llamada industria domiciliaria que en la manufactura, porque con la disgregación de los obreros
disminuye su capacidad de resistencia; porque toda una serie de parásitos rapaces se interpone
entre el verdadero patrón y el obrero; porque el trabajo hecho a domicilio tiene que competir en
todas partes y en el mismo ramo de la producción de la industria maquinizada o por lo menos
con la manufacturera; porque la pobreza lo priva al obrero de las condiciones de trabajo más
imprescindibles de espacio, luz, ventilación, etc.; porque se acrecienta la inestabilidad de la
ocupación y, finalmente, porque en esos últimos refugios de los obreros convertidos en “super-
numerarios” por la gran industria y la agricultura, la competencia entre los obreros alcanza su
nivel máximo” (Marx, 1996: 562 ).
43 Volveremos sobre este aspecto en el capítulo III “Topografías domésticas” al analizar las posi-
ciones higienistas sobre la vivienda.
44 Esta práctica de exposición y comercialización de las labores y trabajos realizados por alumnas
e internas era una costumbre que se extendía a las escuelas profesionales de mujeres, las niñas
asiladas en el Patronato de la Infancia y otras instituciones educativas confesionales.
45 Nos referimos principalmente a las Leyes 5291 y 10505 y sus modificatorias.
46 Trabajaremos sobre varios de estos textos en el capítulo IV “El hogar como quehacer”. Allí, las
indicaciones sobre el “Buen Gobierno del hogar” interpelan tanto a las patronas como a sus
empleadas.
47 Comprendió los Censos Nacionales de 1869, 1895, 1914 y los Censos de la Capital 1904 y 1910.
106 Paula Lucía Aguilar / El hogar como problema y como solución
48 Lily Braun 1865-1916 propone unas casas colectivas cuyas cocinas compartidas socializarían al
menos en parte las tareas. Sin embargo, el proyecto no se lleva a cabo por disidencias políticas
con Clara Zetkin.
49 Esta propuesta de las salas cuna es reivindicada por Alfredo Palacios años mas tarde al reclamar
por el cumplimiento de las condiciones que permitieran la lactancia en el lugar de trabajo. “En
esas salas, las obreras madres podrán depositar a sus niños y amamantarlos en las horas deter-
minadas por los reglamentos de las fábricas. Algunas naciones europeas las han establecido ya,
y ellas constituyen, por cierto, un evidente progreso en la legislación social” (Palacios, 1939: 12).
50 Esta opción es una tematización usual de los libros escolares: el padre viudo a cargo del hogar
no puede hacer frente a las tareas domésticas. La hija mayor, con ayuda de la maestra, se hace
cargo de las actividades usuales de su madre y reconstruye el hogar perdido. (Susanita, libro de
lectura s/f. Para un análisis de las representaciones de genero en los libros escolares, Véase
Wainerman y Raijman (1987).
51 Retomaremos este punto, en el capítulo VI “Conocer para gobernar”.
52 Agradezco a Clara Bressano esta referencia.
53 Falcón (1984) describe el rechazo recibido por este proyecto desde sectores obreros y empresa-
rios. Tampoco prosperaron las iniciativas de Códigos de trabajo presentadas en 1921 y 1933.
54 La ley fue sancionada el 14 de octubre de 1907 y dispone que el trabajo de los menores de 10
años de edad no puede ser objeto de contrato. Tampoco puede serlo el de los mayores de 10
años que, comprendidos en la edad de la ley escolar, no hayan completado su instrucción obli-
gatoria. Establecía que las mujeres podían dejar de concurrir al trabajo 30 días antes y después
del parto, que sus empleadores debían reservarles el puesto y que se les permitiera amamantar
a sus niños 15 minutos cada dos horas (Lobato 2007, 2008; Mercado, 1988) La ley no establecía
la obligatoriedad de la licencia pre y post parto, ni el establecimiento de remuneración alguna,
ni el establecimiento de salas-cunas que permitieran la alimentación de los lactantes, y su radio
de acción se limitaba a la Capital Federal y los territorios nacionales.
55 El inspector Pablo Storni relata en su informe cómo se enviaba a los niños a entregar los encar-
gos y retirar el trabajo para evitar el cumplimiento de este requerimiento legal. Siendo menores,
el dueño del registro no asentaba este trabajo en las planillas, obviando la regulación. “Los pa-
tronos alegan que ellos se entienden con personas mayores de edad y que los menores no tienen
por qué figurar en su registro. Es fácil notar que de esa manera se elude el cumplimiento de la
ley” (Storni, 1909: 209).
56 La Convención fue ratificada por Argentina en 1933. Para un detalle de las leyes que debieron
adecuarse a la Convención, véase Palacios (1939).
57 Incorpora entonces licencias para embarazadas antes y después del parto, la prohibición del
trabajo femenino hasta seis semanas después de haberse producido y autorizaba a retirarse seis
semanas antes con certificado médico. Prohibía el despido por embarazo y regulaba un permiso
de 15 minutos cada tres horas para amamantar. y que todas las fábricas que tuvieran más de
cincuenta obreras debían habilitar salas cunas para los menores de dos años. No se contemplaba
el pago de salario o remuneración alguna durante el período de descanso sea este obligatorio u
optativo (Lobato, 1998; Nari, 2004). Modifica la edad mínima para el trabajo, estableciendo los
12 años como edad mínima de contratación por cuenta ajena, incluso en los trabajos rurales. La
jornada de trabajo tenía máximos de 8 horas o 48 semanales para mayores de 18, y los menores
no más de 6 hs o 36 por semana. La prohibición del trabajo nocturno no se aplica explícitamen-
te a los servicios domésticos, nuevamente excluidos del amparo legal.
58 El Senador Paguna así lo expresaba: “Estamos discutiendo si una ley se trata de un lado o del
otro del riachuelo, cuando en el mundo se están dando leyes internacionales. Se señala la con-
tradicción de no poder pensar una ley para todo el territorio cuando los países están pensando
en la internacionalización de la legislación laboral” (DS Senadores, 1924).
59 Ley 10.505 “Art. 10 - Queda absolutamente prohibida la confección, restauración, adorno, lim-
pieza. arreglo u otras manipulaciones de calzado, sombreros, ropas, tejidos, flores, elaboración o
Capítulo II Entre el Hogar y el Taller 107
CAPÍTULO III
Topografías domésticas
1. Aquí y allá
que los propios sectores populares fueron modelando” (Armus y Hardoy, 1990:
157). En esta compleja trama, la vivienda urbana es también parte del “flujo de
servicios habitacionales proporcionados en un cierto periodo de tiempo en una
configuración y medio ambiente urbanos determinados” (Yujnosky, 1974: 327)
que no dependen de la unidad física individual, sino de todo el conjunto de ac-
tividades urbanas, con sus características y distribución espacial3. Así entendido
lo urbano, la vivienda no puede pensarse por fuera de su trama.
En este contexto, la “vivienda popular” o “habitación obrera”4 es tempra-
namente puesta en cuestión en el debate por la cuestión social. Las primeras se-
ñales de alarma acerca de las condiciones de habitación se plantean en términos
médicos a partir de la evaluación de las consecuencias para la salud pública que
tenían las pobres condiciones de higiene y hacinamiento de los trabajadores.
Desde una perspectiva económica, también se señala el impacto de los altos cos-
tos del alquiler en el presupuesto de las familias obreras (Patroni, 1898), situación
que se hacía aún más onerosa en tiempos de crisis y de alta demanda.
Asimismo, la concentración de población en condiciones de vida paupé-
rrimas, sus reclamos y el potencial espacio de organización política que los
concurridos patios de las casas colectivas promovían, hacían temer a sectores de
la élite dirigente acerca de las consecuencias para la estabilidad social y el orden
que la “cuestión de la vivienda” podría conllevar. Estos temores se amplificaron
a medida que la conflictividad social se hacía presente en huelgas y protestas
(Spalding, 1970). Así, se entendía que las malas condiciones de la vivienda po-
pular tendrían consecuencias para la salud física y moral de la población que allí
habitaba conformando, además, un foco de disrupción social. Esta asociación
entre condiciones de vida y disrupción del orden se sostiene durante todo el
período, con leves variaciones en su formulación.
La consideración de la vivienda popular como problema social plantea una
serie de puntos en controversia. ¿Cuáles eran las formas más adecuadas (y posi-
bles) de atender el problema de la vivienda popular? ¿Qué tipología arquitectó-
nica era la más apropiada? ¿De dónde provendría su financiamiento? ¿Quiénes
debían ser sus destinatarios? En las respuestas a estas preguntas se construye la
trama del debate.
A grandes rasgos podría decirse que mientras que sectores conservadores
y católicos sociales proponían la casa unifamiliar en propiedad como ideal mo-
delo a seguir, legisladores socialistas destacaban las ventajas de las casas colecti-
vas, más acordes, según sugerían, a la circulación de una fuerza de trabajo que
describían como “móvil” e inestable y con dificultades para adquirir vivienda
en propiedad por sus bajos salarios, situación que empeoraba en épocas de
crisis y paro forzoso. Con todo, admitían la posibilidad de una combinación de
ambas, de acuerdo con la situación puntual de sus habitantes. El debate tiene
un marcado énfasis urbano. Si bien algunas iniciativas sobre la tierra rural son
propuestas5, la falta de discusión acerca de las viviendas rurales en los distintos
Capítulo III Topografías domésticas 113
2. De miasmas y microbios
Por egoísmo, las gentes acomodadas de las poblaciones, deben cuidar del modo
de vivir de los pobres, porque la salubridad de una ciudad es un resultado de
muchos factores y no un producto de la acción individual o colectiva aplicada a
una sola sección, a una calle, a un barrio (Wilde, 1885: 266-269).
publica en La Semana Médica un texto titulado “La ciudad del Porvenir” (Ar-
mus, 2007). Su utopía permite, por contraposición, recuperar los principales
problemas sociales a los ojos del higienismo8.
Por otra parte, los loteos eran blancos de la crítica como fruto de la especu-
lación, oportunidad para la usura y la renta construida sobre la expectativa de
mejora de las condiciones de vida de los sectores más postergados. Estas críticas
son parte además de la controversia por el destino del ahorro popular. ¿Por qué
entregarlo en cómodas cuotas a usureros y no considerar la opción cooperativa?
El ahorro, sus posibilidades concretas y el destino de esos fondos es parte funda-
mental de la disputa por las políticas de vivienda.
La opción por la “casita” de los suburbios y su contraposición con el ha-
cinamiento en los conventillos va bosquejando distintas orientaciones para la
intervención sobre la vivienda popular como problema social. En la crítica al
conventillo y las opciones posibles para su remplazo o reforma, se definen líneas
de argumentación que es posible rastrear a lo largo de todo el periodo: la higiene
como factor fundamental, su ubicación geográfica (el centro, los barrios) el régi-
men de propiedad más adecuado para los trabajadores y sus familias (alquiler o
propiedad) y las características de su disposición (individual o colectiva). Estas se
ponen en juego en las primeras iniciativas legislativas al respecto.
Casas Baratas por los altos costos de las viviendas construidas por la cooperativa
en un lugar lejano como Ramos Mejía:
Sr. Repetto –Nuestras viviendas han sido planeadas pensando, tal vez demasia-
do, en aquellos hogares confortables, cerrados, íntimos que forman el orgullo de
los grandes países civilizados del mundo. Hemos hecho casitas donde la familia
puede refugiarse y sentirse dueña de su propio ambiente, tranquilo y digno;
casitas donde no puede penetrar, donde no se concibe la existencia del intruso
inquilino. No hemos hecho casitas que constan de una serie de piezas y que
pueden independizarse las unas de las otras para alquilarse: hemos hecho casi-
tas con una entrada propia, con un hall propio, donde las habitaciones dan casi
todas sobre el hall y están dotadas de aberturas opuestas. Son casitas de familia.
Casitas donde el alquiler no puede aliviarse subalquilando una o más piezas
(Repetto, DSD 1915, citado en Ballent, 1989).
Siendo uno de los medios más eficaces y humanitarios para poner al obrero a
salvo de la anarquía y de otras ideas perturbadoras del orden social, el hacerle
propietario y la posesión de una casa que consulte las reglas de moralidad e
higiene, la propiedad más necesaria y beneficiosa para él (Cafferata, 1915 en
Liernur, 1984).
Sin que haya todavía iniciativa privada, apenas con un esbozo de acción coo-
perativa, casi sin ninguna acción municipal, se quiere constituir una comisión
nacional, con el propósito de edificar ella misma casas en todo el país (Debate
Parlamentario CNCB, citado en Gutierrez y Gutman, 1988).
¿Qué otra cosa decir del que gana como empleado $ 120 mensuales? ¿Qué casa
barata se le ha de dar? He tenido a mi vista un ejemplo: un empleado argenti-
no, padre de familia con esposa y once hijos menores, con ese sueldo, ocupando
tres piezas de un conventillo. ¿Es que no debería regalársele una casa? Pues
tiene que ir al sorteo (Congreso de la Habitación, 1920: 197).
Todos los componentes de una familia, para ser computados como tales, están
obligados a efectuar aportes a la misma. Exceptúese: a) Los de uno u otro sexo que
no tengan dieciséis años cumplidos o que excedan de los setenta. b) La madre
de familia, cualesquiera que fuera la edad de sus hijos. c) Todos aquellos que
tuvieran algún impedimento físico que no les permitiera trabajar. d) La desocu-
pación forzosa (CNCB, 1940: SN).
procediéndose luego al sorteo de las casas restantes entre los demás solicitantes,
y adjudicándoseles a los que resultaren favorecidos en el mismo (CNCB, 1940).
Constataremos también que, para muchos de los necesitados, no les hace frío ni
calor el ofrecerle mejor vivienda y más barata; los cuales cuando abunden locales tendrán
Capítulo III Topografías domésticas 133
que ser desalojados, malgrado ellos, inconscientes del valor de una vivienda higiénica, no
aceptan dejar la pocilga, y quizá la nueva la convertirían; pretextando que son le-
janas las casas o que no pueden afrontar gastos de traslación, o que están al lado
del trabajo; pero es la verdad que disponiendo de $ 500 o 600 mensuales en
común, cuatro personas, sólo invierten $ 30 en la pieza, para aplicar lo demás
que restan a la buena vivienda, en teatro, juego o bebidas. Son los menos, pero son
muchos. Es también esta, obra de educación social. No es una tutela, sino una enseñanza
(CNCB, 1940: SN).
Proporcionar al obrero y su familia una vivienda sana y desde el punto de vista físico
y moral, al alcance de los recursos económicos más modestos, asegurando así la mejor
educación de las generaciones futuras y extirpando eficazmente la plaga social
del conventillo (Pastoral sobre Paz Social, 1919).
En este sentido, es del nivel estatal municipal de quien se esperan las accio-
nes más contundentes en pos de solucionar el problema. Es de suponer que las
recomendaciones se refieren sobre todo a la Capital, territorio del diagnóstico
y de las acciones de la CNCB; aunque no está explícito, pocas municipalidades
del país hubieran podido sostener la agenda impuesta por las recomendaciones
del Congreso:
138 Paula Lucía Aguilar / El hogar como problema y como solución
Que las municipalidades argentinas deben tener una intervención decisiva en la so-
lución del problema de la vivienda, siguiendo una política social que conduzca a
la mayor edificación posible; a la fijación del tipo más deseable de viviendas, desde el
punto de vista de la economía, de la higiene y de la moral; a la eliminación de to-
das las trabas de índole fiscal que encarecen el alquiler o dificultan la adquisición
de pequeñas casas en propiedad; y al establecimiento de un control permanente
sobre las condiciones de vida de los inquilinos en relación con la higiene de las
propiedades dadas en arrendamiento (Congreso de la Habitación, 1920: 497).
Que la política social de las municipalidades de los centros urbanos debe ser
contraria al mantenimiento de los grandes inquilinatos conocidos con el nom-
bre de conventillos, en razón de que estos atentan contra el salario, la salud y la
moralidad de los hogares obreros. El Estado debe proceder a la eliminación de todo
conventillo o inquilinato que por razones de higiene o seguridad públicas son
inhabitables; y la ley prohibirá en lo sucesivo la habilitación de nuevos conven-
tillos (Congreso de la Habitación, 1920: 498).
Como vemos, el conventillo aún se presenta como sinónimo de todos los pro-
blemas de la habitación que atentan, según se señala, contra los hogares obreros.
La asociación entre política social y vivienda se reitera en la comisión especial que
a tal fin se organiza en la Conferencia Nacional de Asistencia Social, en 1933.
Es muy interesante, ya en los años 30, destacar el rol que las conclusiones de
la Comisión reconocen a la propaganda en la prensa y en la radio como ayudas
para la formación de un “sentido común” estímulo y acción.
presentadas advertía respecto de las barriadas “de carácter exclusivo” (de casas
de un solo sector social).
Para 1939, en vísperas del inicio de la Segunda Guerra Mundial, los hori-
zontes del debate se amplían hasta abarcar “las Américas”. A partir del impulso
del Panamericanismo, se organiza en Buenos Aires el Congreso Panamericano
de Vivienda Popular (En adelante CPVP). Los debates allí desplegados son fun-
damentales para analizar el modo en que la “vivienda ideal” para los sectores po-
pulares va definiendo sus límites hacia finales del período estudiado. La vivienda
se plantea en su inauguración como un problema social que atraviesa las fronte-
ras y alcanza la humanidad toda. Una vez más, como ya lo hiciera en el Congreso
de la Habitación, es el diputado católico Juan Cafferata quien abre el congreso y
en sus palabras, da cuenta de la magnitud de un debate que atraviesa fronteras:
Capítulo III Topografías domésticas 141
Sin viviendas sanas, no hay hogar, sin hogar, no hay familia y sin familia,
no hay nación: el CPVP, a partir de estos “postulados fatalmente encadenados”
condensa los debates ocurridos a lo largo del periodo. El libro que compila los
trabajos y conclusiones de las distintas comisiones supera las 700 páginas de
apretada tipografía. Sus conclusiones combinan aspectos de la vivienda popular
de un modo más general y universalizable que las iniciativas anteriores. Quizá la
necesidad de establecer consensos básicos para el contexto de distintos países y
geografías deriva en esta característica.
Esto se pone de manifiesto por ejemplo, en la afirmación que nos sirve de
epígrafe, donde se afirma que se deja librado a cada país (esto es, en el marco de
sus tradiciones y formas propias) la definición de “vivienda popular”. Sin em-
bargo, se reafirman los valores que cada definición nacional debiera contener:
la asociación entre viviendas, hogar y nación. También surgen como problemas a
tratar con mayor énfasis las distintas formas de distribución de la tierra y la vi-
vienda rural. Un aspecto fundamental del desarrollo del CPVP es la aceptación
de la intervención estatal. En varias de las ponencias presentadas se valora de
sobremanera el antecedente de la articulación entre instancias públicas y priva-
das del New Deal norteamericano.
Un eje fundamental en la consideración del Congreso es la relación entre
vivienda y salario:
Pero como también las condiciones sanitarias normales pueden ser alteradas
por la forma en que utilizan la vivienda sus propios moradores, es de aconsejar
su vigilancia sanitaria y la educación para la vivienda por intermedio de los
agentes del servicio social (CPVP, 1940: 714).
Se desprende que entre las familias libradas a sus propios recursos, única-
mente el 16,2% ocupan tres y más cuartos. Escudero concluye que debe reorien-
tarse la protección por la vivienda a las familias de menores recursos36 (crítica
también presente en los distintos debates trabajados en la sección anterior).
Considerado una perspectiva integral, la vivienda popular es mucho más
que la construcción un tema arquitectónico o económico, es “vigilar y prote-
ger la formación espiritual y biológica de las capas sociales más modestas de la
población” que luego conformarán los sectores medios, los cuales, según señala
Escudero, en todos los países civilizados son aquellos sobre los que se sostiene el
progreso. Para los objetivos de vigilancia y protección de las capas sociales modes-
tas, la casa colectiva presentaba una complejidad particular promoviendo aquella
confusión que se buscaba ordenar.
(…) las casas colectivas, por ser tales, dan origen a una multitud con exigencias
y psicología propias; crea lugares de recreación para niños y jóvenes, de edades
y sexos diferentes y donde la promiscuidad sin ningún control ni vigilancia crea
problemas particulares. Exige servicios sociales en relación con el descanso, re-
creación, sociabilidad y ayuda. Debe contemplar la posibilidad de la formación
de núcleos sociales con orientación movediza y fácilmente influenciable por
causas ajenas a ella misma: de orden político, moral, religioso (…) (Escudero,
1940: 127-128).
El estudio realizado por el DNT en 1937 bajo dirección de José Figuerola rea-
firma los resultados del estudio de Escudero, en la constatación de que “la mayoría
de las familias” no dispone más que de una sola pieza, de dimensiones compren-
didas entre 16 y 20 metros cuadrados, la construcción es de material, disponen de
patio en la casa, pero no tienen jardín, terraza ni azotea y además la pieza no tiene
otra ventilación que la proporcionada por la puerta de acceso, o de una banderola
sobre la misma. Reproducimos a continuación los resultados del informe:
Capítulo III Topografías domésticas 147
La alarma por las familias que habitan en una sola habitación se basa en
razones higiénicas y morales: el hacinamiento, pero también la promiscuidad.
Es interesante ver como en las tabulaciones de los datos del estudio del DNT se
pone especial énfasis en el sexo de los hijos. La separación de padres e hijos y
de hijos por sexo se planteaba cómo una necesidad del hogar bien constituido.
Tal como señala el cuadro reproducido, los casos con “hijos de ambos sexos” se
concentran en las casas de dos y tres piezas, mientras que el caso de “todos los
hijos varones” sigue teniendo su mayor frecuencia en las habitaciones de una
pieza. Con todo, se entiende a partir de los datos la insistencia sobre la necesidad
de reordenar el espacio doméstico, de ampliar el número de habitaciones, de
garantizar las condiciones de vida de los trabajadores.
148 Paula Lucía Aguilar / El hogar como problema y como solución
Notas
1 Cabe aclarar que la distinción entre condiciones de vida y condiciones de trabajo como orga-
nización de los problemas en los que se expresa la cuestión social es analítica en tanto el nivel
de salarios y precios, etc., determina las condiciones de vida que en sociedades capitalistas no
puede ser pensada por fuera de la relación estructurante del mercado de trabajo. El registro
cualitativo y cuantitativo de estas condiciones a través de los presupuestos familiares será con-
siderado en el capítulo V “Conocer para gobernar”. A los efectos de este capítulo, podemos
citara a Scobie quien señala que “La vivienda –aun más que las condiciones de trabajo, el costo
de vida o los jornales– fue un indicador de las condiciones de vida de los grupos populares que
residían en el centro de la ciudad” (Scobie, 1986 [1977]: 187).
2 Susana Murillo (2001) sugiere que las profundas consecuencias subjetivas que para los inmi-
grantes tenía el desarraigo, agravadas por las malas condiciones de vida locales, como aspecto
no siempre considerado al analizar los procesos inmigratorios en nuestro país y fundamental
para comprender su desarrollo.
3 “En la cuantía y calidad de los servicios habitacionales influyen tanto las unidades edificio-vi-
vienda y el terreno, el equipamiento y servicios complementarios, como la localización relativa,
la accesibilidad a las familias, al empleo, a los servicios educacionales, a los centros de compras,
150 Paula Lucía Aguilar / El hogar como problema y como solución
que dependen de las distancias geográficas y servicios de transporte. Por otra parte, los servicios
habitacionales varían con la calidad del medio ambiente urbano (…) en las diferentes escalas,
desde la unidad individual y el barrio hasta todo el conjunto urbano o metropolitano” (Yujnovs-
ky, 1974: 328).
4 Lecuona (2001) realiza un interesante análisis de los modos de nombrar la vivienda para sec-
tores populares a lo largo de la primera mitad del siglo XX. Si bien señala que los términos
se refieren a un conjunto de problemas similares, el uso de las distintas expresiones se asocia
con distintos momentos históricos y tendencias del debate: vivienda obrera, vivienda de los
trabajadores, vivienda higiénica, vivienda popular, vivienda económica, casas baratas, vivienda
de interés social. A los efectos de este trabajo, respetaremos las denominaciones presentes en el
corpus documental, utilizando como genérica la expresión “vivienda popular”.
5 El presidente Yrigoyen dicta en 1917 la ley 10241 “Ley del Hogar” (homestead) que busca distri-
buir parcelas pequeñas entre arrendatarios.
6 Sobre la asociación entre policías y médicos durante las epidemias, véase Galeano (2009). Los
inspectores municipales y la resistencia a su presencia aparecen claramente en el debate sobre el
trabajo a domicilio trabajado en el capítulo II.
7 Caponi (2002) sugiere en su análisis del discurso higienista que la higiene “post pasteuriana”
se aloja en técnicas ya instaladas por los médicos higienistas previas y que habían mostrado o
intentado mostrar correlación entre la desigualdad en las condiciones de vida y la mortalidad.
Establece así una complementariedad entre “un discurso científico referido a los microbios y las
estrategias higienistas de limpieza, saneamiento y moralización” (Caponi, 2002: 1667).
8 Según señala Armus (2007), la propia trayectoria de médicos como Emilio Coni da cuenta de
la evolución de los debates en torno a la higiene “En 1880 obstinado promotor de la expansión
de las redes de agua potable y en 1920 un incansable organizador de instituciones de asistencia,
prevención, moralización y bonificación social” (Armus, 2007: 72).
9 Utilizo para el título de esta sección aquel del célebre libro de Scobie Del centro a los barrios. Go-
relik (1994), por su parte, aclara que la “unidad barrio” es mucho más que simplemente casas
aisladas, fruto de la desconcentración urbana de principios de siglo y que implica formas de
la socialidad y el fomento que se fueron consolidando más tarde. Véase el artículo de Ricardo
Gonzalez en Armus (1990).
10 En el caso de Buenos Aires: Flores, Belgrano, Villa Urquiza, Nuñez, entre otros.
11 Yujnovsky (1974) destaca en términos de mercado y nivel de vivienda la existencia de dos perio-
dos identificables a) el período que se extiende entre 1880 y 1900 (las fecha son aproximadas) la
expansión hasta 1890 crisis y recuperación, que corresponde con el predominio del conventillo
y b) El periodo que va desde principios de siglo hasta 1914, que se caracteriza por la expansión
del tranvía eléctrico y el desarrollo del financiamiento en cuotas mensuales en el mercado de
tierras que permiten el asentamiento periférico y la reducción del conventillo. En una periodi-
zación centrada en la configuración de la vivienda moderna, Liernur, por su parte, identifica
tres fases del proceso: un primer momento de “critica higiénico biológica” de la habitación
popular, un segundo momento donde el eje del debate público se centra en la “crítica moral”
entre 1890-1915, y por último, una etapa de “definición tipológica” entre 1915-1943 a partir del
surgimiento de la Ley de Casas Baratas (9677) (Liernur, 1984: 113).
12 Señala medidas que “buscaron controlar la expansión urbana, darle forma al mercado y “go-
bernar” la sociabilidad. En 1898, la demarcación de los límites de la ciudad (Boulevard de
circunvalación); en 1898-1904, el diseño de un plano público de extensión del territorio y dispo-
sición de un sistema de parques perimetrales”. Luego de esta demarcación se dio la expansión
de la ciudad. Agradezco a Ivana Socoloff por esta referencia.
13 De acuerdo con Torrado, “Este tipo de vivienda que obligaba a los usuarios a pasar mucho
–
tiempo en espacios públicos (‘en la calle’ según los moralistas)– promovía una cultura del habitar
doméstico que no identificaba las nociones de ‘familia’ y ‘vivienda’ al menos en las formas en
que las mismas se asumían en la clase media y alta” (Torrado, 2003: 380).
Capítulo III Topografías domésticas 151
14 Liernur señala en su texto sobre la casa autoconstruida que para comprender las estrategias de
habitación que se fueron configurando es necesario tener en cuenta no solo las grandes políticas
explicitas del Estado sino prestar atención a prácticas tangenciales, a las que remiten las diversas
opciones de vivienda y que permiten comprender la coincidencia de los “intereses generales de
los sectores dirigentes y las necesidades inmediatas de los sectores populares” (Liernur, 1984:
108). Consideramos que esta mirada excede el marco de esta investigación.
15 Sobre el proceso de electrificación , véase Liernur y Silvestri (1993).
16 Cravino (2009) señala, citando a Sánchez (2006), que más que una “propuesta de renovación
tipológica de la habitación obrera, los proyectos de Buschiazzo proponían una mejora de la
calidad constructiva y de los servicios sanitarios de los ya clásicos conventillos y una reducción
de las áreas comunes, de acuerdo con lo aconsejado por Guillermo Rawson”.
17 En el debate de la Ley de Casas Baratas, los diputados socialistas cuestionarán el uso del dinero
obtenido a partir del juego (Cravino 2009).
18 Según plantea un folleto institucional “un edificio de siete plantas: sótano, planta baja, entrepiso
y cuatro pisos altos, integrado por 32 departamentos de 2 y 3 ambientes. Con ella, se vislumbra
una nueva orientación en la construcción que procura la reducción de los costos de la vivienda
obrera, con lugares en común, y almacén en planta baja. Además, junto con la mencionada
obra, la Cooperativa dio comienzo a su servicio de consumo que comprendía: distribución de
alimentos, tienda, mercería, zapatería, librería, carbón y sastrería. En 1932, se inaugura un com-
plejo habitacional que se desarrollará en tres etapas. Integrado por la Tercera Vivienda Colectiva
(1932), ubicada en Álvarez Thomas 1320-1330; la Cuarta Vivienda Colectiva (1940), en Giri-
borne 1325 y la Sexta Vivienda Colectiva (1944), en Elcano 3665, su superficie cubierta es de
aproximadamente 13.000 m², cuenta con 187 departamentos y, además, con locales comerciales.
19 La organización en torno a los problemas de vivienda tuvo algunos antecedentes: en 1893 se
intentó formar una Liga contra los Alquileres sin mayor trascendencia. En 1905, la FORA,
la UGT y el Partido Socialista redactaron un manifiesto que proyectaba la conformación de
una liga contra la carestía de la vida que no llegó a concretarse. Al año siguiente un grupo de
estudios sociales de orientación anarquista conforma la Liga contra Alquileres e Impuestos. La
conformaron grupos de todas las tendencias, gremios, partidos políticos y asociaciones indepen-
dientes (Spalding, 1970: 450-451).
20 Las demandas incluían la rebaja de un 30 % en los alquileres, la mejora en las condiciones
higiénicas, a abolición de las garantías salvo el pago de un mes por adelantado y el compromiso
de no desalojar cuando no mediase la falta de pago de una o más mensualidades. De acuerdo
con los datos que señala Spalding, en Buenos Aires participaron unos 2000 conventillos y casas
de departamentos, sumados a unos 300 en Rosario y Bahía Blanca. Tomando como referencia
una población de 60 personas por conventillo, este historiador calcula que la participación en los
momentos de apogeo fue de casi el 10% de la población de la ciudad de Buenos Aires (alrededor
de 120.000 personas).
21 El diagnóstico de Quesada fue publicado en el Boletín del Departamento Nacional del Trabajo:
1) Falta de proporción o de progresión correlativa entre el aumento de población y de edifica-
ción, 2) la valorización de la propiedad inmueble que exigió mayor renta en relación al mayor
capital que ella representa, 3) el encarecimiento de la mano de obra y de los salarios así como
el de los materiales de construcción, siendo uno de los factores de este encarecimiento la dismi-
nución de la jornada de trabajo, 4) el aumento de los impuestos territoriales y municipales, 5) la
aglomeración de la población obrera en barrios centrales de la ciudad con el objeto de encon-
trarse cerca de sus lugares de trabajo y con el fin de evitar gastos de traslación, 6) la costumbre
del subarrendamiento que permite a los inquilinos principales la sublocación de conventillos y
casas de muchas piezas. BDNT Nº 5, 30 de junio de 1908, citado en Suriano, 1984: 230.
22 Se destacan la ley belga de 1889, la ley inglesa Housing of Working Class Act, de 1890, y la
francesa des Habitations à Bon Marché, del 30 de noviembre de 1894 (también llamada Ley
Siegfried), la ley chilena de Habitaciones Obreras, del 20 de febrero de 1906, y la española de
Casas Baratas, del 12 de junio de 1912, así como los Congresos europeos relativos a la temática
152 Paula Lucía Aguilar / El hogar como problema y como solución
(Congresos de Casas Baratas: 1889 en París, 1894 en Amberes, 1895 en Burdeos, 1897 en Bru-
selas, 1900 en París, 1902 en Dusserdorf, 1905 en Lieja, 1907 en Londres, 1910 en Viena y 1913
en La Haya); el inicio de la Primera Guerra Mundial determinará el fin de estos eventos, cuya
regularidad no había podido mantenerse). Un antecedente local lo constituye la Ley Garzón
Maceda, aprobada por la legislatura cordobesa en octubre de 1907.
23 Requisitos: 1. Cédula de Identidad expedida por la Policía de la Capital Federal. 2 Para las
personas de estado civil casadas, Libreta del Registro Civil. 3 Certificado de sueldo o jornal del
Jefe de familia y de cada una de las personas que hagan aportes a la misma. 4 La solicitud de
inscripción deberá llenarla el Jefe de la familia. 5 Para el caso de incluirse entre las personas de-
nunciadas para habitar la vivienda parientes o personas vinculadas a la familia, deberá exhibirse
la documentación personal de las mismas y acreditarse, en su caso, el parentesco.
24 Que es posible pensar como otra forma de separar “hogar” del “trabajo”.
25 Esta línea argumental coincide con la insistencia para evitar la presencia de “extraños a la fami-
lia”. En la legislación laboral sobre trabajo a domicilio tratada en el capítulo II. La sublocación
de piezas era una práctica habitual en familias de bajos recursos.
26 Según señala Ballent (1990), la expresión Paz Social proviene de la Escuela de la Paz Social
formada alrededor de la Figura de Frederic Le Play, conservador francés impulsor de la investi-
gación por medio de monografías familiares, método que centra su análisis sobre la unidad de
la familia obrera y que sirvió de inspiración a Alejandro Bunge para sus iniciativas de medición
de las condiciones de vida de la familia obrera (Gonzalez Bollo, 1999). Precisamente en 1919
reitera la publicación del texto “El Decálogo y la Ciencia Económica” de su maestro Emilio
Lamarca que reivindica la figura del francés. Volveremos sobre este punto en el Capítulo V
“Conocer para gobernar”.
27 Propuesta que se reitera a lo largo del periodo. Eje de la Conferencia Nacional de Asistencia
Social de 1933.
28 Véase Ballent (1990: 207).
29 Unión Popular Católica ha construido viviendas en la cantidad y del valor que indican los
números que transcribo: Mansión Obispo Abel Bazán y Bustos (Flores), 86 departamentos y 4
locales para negocios, tres pisos y planta baja; 44 departamentos de 3 habitaciones; 36 depar-
tamentos de 4 habitaciones; 6 departamentos de 5 habitaciones. Barrio Arzobispo Mariano A.
Espinosa (Barracas), 64 casas individuales y un local para negocio; 60 casas de 4 habitaciones;
4 casas de 5 habitaciones. Barrio B. Nicolás Mihanovich: Calles Escalada. Chascomús y José E.
Rodó; 20 casas chalets; 8 casas chalets de 5 habitaciones a la calle; 12 casas chalets de 5 habita-
ciones interiores. Barrio en Martínez F. C. C. A.: Calles: Rawson. Paraná y Pirovano; 24 casas
chalets; 20 casas chalets de 4 habitaciones; 4 casas chalets de 5 habitaciones.
30 Según las actas del Congreso se adhirieron a la convocatoria unos 117 gobiernos, entidades
gubernamentales y “otras reparticiones públicas” además de los adherentes particulares cuyo
Nº asciende a 284. (Actas, 1920) Entre los nombres ilustres (muchos son miembros del Museo
Social), se destacan de la comisión organizadora el ingeniero Felipe Meyer Arana y el doctor
Alejandro Ruzo; el secretario general, ingeniero Tomás Amadeo; los secretarios, doctor Ale-
jandro Unsain, doctor Horacio Marcó, doctor Emilio Pellet Lastra, doctor Atilio Dell’Oro
Mainí y Casimiro Prieto Costa; los vocales, doctor Gregorio Aráoz Alfaro, Enrique Marcó del
Pont, arquitecto Alejandro Bustillo, Carlos A. Tornquist, doctor Enrique Uriburu, Eduardo A.
Tornquist, Horacio Stegmann, doctor Raúl Gonnet, el ingeniero Alejandro J. E. Bunge, y
el Ingeniero Juan Ochoa, entre otros.
31 Señala Cafferata: “Buenos Aires, tiene entre otros, el problema del conventillo; Córdoba y las
ciudades del interior tienen el problema del rancho” (…) Levantemos ahora la vista al horizonte
y señalemos al homónimo del conventillo, al rancho, y las rancherías, en el interior. Hacia ellos
hay que ir con mano firme, para derribarlos; sin renunciar por eso al sistema legendario de su
construcción, el barro pisado y el adobe, con la cabriada y la teja; pero hagámoslo, una casita,
blanca en cal, con piezas independientes, con agua a mano, y pozo aséptico, y el ciudadano del
Capítulo III Topografías domésticas 153
interior recibirá el apoyo de esta obra y sus beneficios que tanto lo merece ya que tanto ha sido
postergado u olvidado” (Congreso de la habitación, Actas 1920: 199).
32 En el capítulo V, “Conocer para gobernar”, analizaremos cómo a partir de los años 40 se men-
ciona en la serie de “Investigaciones Sociales” llevadas a cabo por el DNT, la figura del Nivel de
Vida y el Stándard de vida.
33 Volveremos sobre este punto en el capítulo V, “Conocer para Gobernar”, al trabajar sobre la
encuesta social y los modos en que visitadoras y asistentes sociales observan y registran el espacio
doméstico en pos de su rencauzamiento en la “normalidad”.
34 EE.UU., Bolivia y México. En el caso de EE.UU.se publica una declaración extensa donde se
relativiza la importancia de la vivienda individual, considerando que colectivas o individuales,
lo importante es la higiene.
35 De un modo muy similar a las “encuestas de presupuestos familiares” realizadas en la Francia
del siglo XIX, advierte Escudero: “Creemos que las 600 familias que forman el capital de nues-
tra investigación han sido fieles, no han modificado sus hábitos y cada monografía representa la
realidad vivida” (Escudero, 1939: 135). Volveremos sobre este punto en el Capítulo V.
36 “Examinada en su conjunto, resulta lo siguiente: en el 79 % de todos los casos ha sido destinada
a familias con presupuestos mensuales superiores a $ 250, grupo familiar que siempre recibe
más de $ 2 por día y por persona, lo que le permite vivir con holgura. En cambio, el grupo
familiar más necesitado que recibe hasta un peso diario por integrante de la familia, sólo goza
de la protección por la vivienda en el 26 %. El resto está abandonado a sus fuerzas”.
155
CAPÍTULO IV
El hogar como quehacer1
el pan y, al mismo tiempo, rechazados por las señoritas de alta sociedad quienes
preferirían dedicarse al lujo y los paseos o no consideraban que los quehaceres
domésticos, en tanto actividades manuales, fueran tareas a su altura. Los hoga-
res rurales, por su parte, se encuentran en paupérrimas condiciones, fruto, según
señalan sus observadores, de la ignorancia de sus habitantes y de la avaricia de
los dueños de los campos.
Estos diagnósticos, dramáticos y urgentes, cuyas versiones se multiplican
desde distintos sectores reformistas, laicos y religiosos, señalan una ausencia y
una preocupación. La ausencia de aquellas cualidades que permiten definir un
hogar como tal, y la preocupación por los efectos sociales que dicha falta de
hogar pudiera acarrear. Tal como mencionáramos en los capítulos anteriores al
analizar los debates sobre el trabajo a domicilio y el problema de la vivienda, no
cualquier modo de habitar podía considerarse un hogar, con las características
materiales y los efectos morales y económicos que le son atribuidos. ¿En qué
consiste entonces esto que se predica ausente?
Si el hogar no se constituye naturalmente como “refugio y santuario” con-
tenedor de la familia y ámbito de reposo, entonces habrá que trabajar sobre él
para conformarlo. La caracterización del hogar ideal, aquel que promete cali-
dez, arraigo, higiene, racional economía, previsión, buenos ciudadanos y rectas
costumbres; aquel espacio primero de educación de los hijos y reposo del traba-
jador al final de su jornada, contrapone a la declamación de su carácter natural
y ancestral, la consideración del hogar mismo como un quehacer nunca del todo
realizado3, en perpetua constitución. Como veremos a continuación, el hogar no
prexiste a las prácticas que lo constituyen.
Este capítulo analiza la configuración de la domesticidad que emerge en
los discursos que prescriben el conjunto de tareas consideradas como necesarias
para la conformación, reforma y buen gobierno de los hogares, los saberes invo-
lucrados en su ejecución y los sujetos responsables de llevarlas a cabo. Es sobre
todo en las primeras décadas del siglo XX en las que el gobierno del hogar se
postula como un desafío de complejidad creciente, para el que los conocimientos
adquiridos a través de la mera experiencia personal y la tradición no serían ya
suficientes4 y de cuya correcta ejecución se derivan profundas consecuencias
para la sociedad toda.
Un despliegue pormenorizado de las tareas entendidas como necesarias
para alcanzar el hogar ideal puede leerse en los textos que circulan bajo el rótulo
de Economía o Ciencia Doméstica5. Esta disciplina se define a sí misma como el
conjunto sistemático de todo aquello que es necesario conocer para el “buen
gobierno de los hogares”. Sus textos prescriben la realización de una serie de
quehaceres basados en fundamentos científicos, morales y económicos cuya eje-
cución tiene por objetivo la construcción (o reforma) de hogares a resguardo
de las enfermedades y contagios, moralmente inobjetables y con posibilidades
de alcanzar el progreso económico, fundado en el trabajo, el ahorro y la buena
Capítulo IV El hogar como quehacer 157
La mujer debe entrar cada vez más preparada para dirigir su casa porque la
civilización y el progreso crean necesidades en proporciones muy superiores a los recur-
sos con que se las puede atender, y las aplicaciones científicas de toda especie
demandan también conocimientos antes innecesarios pero hoy indispensables
(Bassi, 1920: XII).
La tarea del ama de casa se vuelve, por eso, cada día más importante y a la vez
más difícil, sobre todo en las ciudades, en las que predominan las complicaciones
de la vida moderna, las necesidades que crea la civilización, los deberes socia-
les, los peligros de la adulteración de alimentos, los contagios de enfermedades,
las astucias del comercio de mala fe y las exigencias de la moda; a todo lo cual
debe hacer frente la madre de familia, evitando las privaciones ridículas y la
bancarrota del hogar (Barrantes, 1923: 15).
De acuerdo con Nari (2000), podemos afirmar que la novedad de esta dis-
ciplina no radica en la existencia de un discurso sobre el hogar9, sus formas y
tareas, sino en la integración de todo un conjunto de saberes y expertise, con afa-
nes de profesionalización, que promueve respecto de este una serie de prácticas
cotidianas científicamente fundadas y de cuyo cumplimiento se derivan conse-
cuencias que se extienden desde el hogar al conjunto de la sociedad.
A partir del análisis documental realizado, hemos podido identificar dos
experiencias importantes para entender las formas peculiares que adoptó la
inscripción de la Economía Doméstica en los debates e intervenciones sobre la
cuestión social en nuestro país: el desarrollo de la Economía Doméstica europea
162 Paula Lucía Aguilar / El hogar como problema y como solución
para tener en cuenta. Según señala Grierson, “este es el país donde se ha escrito
más sobre la enseñanza práctica y técnica y sus escuelas del hogar sirven de mo-
delo y han sido copiadas en diversas partes” (Grierson, 1902: 48). El desarrollo
de un amplio movimiento católico que participó del gobierno a partir de 1886
tiene relación con el despliegue de estrategias de contención de la conflictividad
social a partir de iniciativas educativas de los sectores obreros, especialmente
de educación técnica y educación doméstica. Asimismo, la preocupación por
el “éxodo” hacia las zonas urbanas impulsó un fuerte movimiento de patrones
y clérigos para la organización de las granjeras y campesinas, en cuyas manos
se veía la solución al problema16 (Gubin, 1996). La necesidad de instruir a las
niñas en los quehaceres llamó la atención del gobierno luego de un informe
realizado por el director de educación primaria belga A. Germain, titulado “De
l´enseignemente des Travaux du Menage” a partir del cual se expande la enseñanza
de la costura, corte y confección y la cocina. Este informe es destacado local-
mente por Grierson (1902) y Zubiaur, en un capítulo de su libro sobre la edu-
cación técnica titulado “la enseñanza de los trabajos domésticos en las escuelas
primarias de niñas y en las escuelas normales de maestras” (Zubiaur, 1900: 350).
En la experiencia belga (tanto rural como urbana), las mujeres y jóvenes eran el
centro de la expectativa de la “recuperación de la vida rural” y “la regeneración
de la familia” (Gubin, 1991).
las materias tratadas por los manuales (higiene, educación, medicina, cuidados
del hogar) que también inscribían, a su modo, la Economía Doméstica entre los
saberes necesarios y legitimados científicamente para la mejora de las condicio-
nes de vida de la población. Es decir, para una reforma social que comenzara
en el hogar.
Para principios del siglo XX se contaban con varios manuales de edición
local, en idioma español: Lectura de economía doméstica de Lucía Aïn y Cipriano
Torrejón (del que se conoce una temprana edición en 1887) El Hogar modelo, de
Amelia Palma (1902), prologado por Cecilia Grierson y el Vademécum del hogar,
de Aurora del Castaño (1903), que cuenta con varias páginas de avales del cam-
po científico médico y educativo, a los cuales se suma la edición en español del
texto norteamericano de Appleton Economía e higiene doméstica que sumaba ya
cinco ediciones para 1903. En los años 20 podemos mencionar Gobierno, higiene
y administración del hogar, de Ángel Bassi, antes citado, y el libro Para mi hogar,
de Barrantes (1923), este último, desarrollado por un frigorífico y compañía de
carnes enlatadas, y distribuido en comercios del ramo. En el nivel primario,
podemos destacar el texto Economía Doméstica al alcance de las niñas, de Emilia
Salzá, educadora y figura destacada de la organización del Primer Congreso
Femenino Internacional de 1910, entre otros.
En el marco de esta búsqueda de experiencias modernas, probadas y a
la vez adaptables a las condiciones locales, se sucedían los viajes de enviados
para observar las usanzas en los países europeos. La Economía Doméstica se
consideraba parte sustancial de la educación técnica o profesional de mujeres.
En 1899, en el contexto del debate sobre esta rama de la educación femenina, el
Ministerio de Instrucción Pública encomienda a Cecilia Grierson (1859-1934),
primera médica argentina, la realización de un viaje visitando las experiencias
desarrolladas en distintos países europeos. El resultado de este viaje se plasma en
el extenso informe “La Educación Técnica de la Mujer”, publicado en 1902 y en
el que se examinan las peculiaridades de cada una de las experiencias visitadas
y la factibilidad de su desarrollo en Argentina. Sobre el desarrollo local de las
Ciencias Domésticas hasta ese momento, la Dra. Grierson afirmaba:
El estudio de las ciencias domésticas ha costado encaminarlo por una vía ver-
daderamente científica; por una parte a causa de la falta de preparación especial de
las profesoras del ramo, la idea errónea de que es un ramo de poca importancia y
poco saber y la carencia de textos sobre la materia, que sólo existen en inglés, idioma
que no todas las profesoras poseen. Por otra parte las alumnas vienen con una
ignorancia crasa de todo lo que se relacione con las ciencias naturales y aun
con la naturaleza misma, puesto que muchas parecen haber vivido en otro
mundo, tan poco han observado en su alrededor (Grierson, 1902: 164).
166 Paula Lucía Aguilar / El hogar como problema y como solución
Importa pues que surjan pioneers, apóstoles tanto en los servicios públicos como
en las agrupaciones privadas, que se den cuenta de los progresos ya cumplidos
en los países más adelantados desde este punto de vista, que se inspiren en sus
programas y sus métodos, que los adapten a su propio país mejorándolos cuanto sea
posible (Amadeo, 1947 [1928]: 11).
Señalados los progresos de los países centrales por estos expertos viajeros,
la tarea de apostolado era asignada (una vez más) a maestras, profesoras e in-
tegrantes de organizaciones de distinto tipo. Como veremos más adelante, la
suerte de estas propuestas fue dispar en sus efectos concretos, más cercanos a
la incorporación de algunos saberes domésticos y contenidos morales a las ta-
reas de educación oficial y de Asistencia Social que al despliegue científico de
la economía doméstica como disciplina universitaria existente en el caso nor-
teamericano, o al desarrollo de la enseñanza masiva de los preceptos hogareños
impulsada tanto en el campo como en las ciudades, como modo de moralización
de las clases trabajadoras característica del modelo desarrollado en Bélgica.
extensión en los países de origen. Por otra parte, en ambos casos, existen antece-
dentes de experiencias iniciadas de modo privado, por organizaciones filantrópi-
cas y educativas, tanto laicas como religiosas que luego fueron paulatinamente in-
corporadas a distintos niveles del sistema educativo de cada uno de los países; en
el caso de EE.UU., incluso el universitario. Estas experiencias muestran posibles
caminos para la educación local, en un momento en el que se comienza a discutir
la enseñanza profesional. Por otra parte, para los sectores más conservadores, las
crónicas de las experiencias de difusión y enseñanza de la Economía Doméstica
en Bélgica brindan apoyo para la formulación del vínculo entre la religión y la
capacitación de las jóvenes para el trabajo, cosa que ya sucedía en congregacio-
nes y talleres bajo la categoría de “aprendiz”. Asimismo, tanto en Bélgica como
en EE.UU., la extensión de los saberes y la reforma de hogares contemplan tanto
los hogares urbanos como rurales, propuesta seductora para un país eminente-
mente agrícola como el nuestro. Sin embargo, para desazón de sus impulsores, en
tiempos de latifundio y dadas las características inestables del mercado de trabajo
golondrina y de la sobrexplotación, lejos estaban las habitantes de los puestos de
estancia y ranchadas nómades de la posibilidad de construcción de la alegre gran-
jera que mantenía su huerta y jardín y con ello garantizaba el arraigo y la moral
de su familia. Pese a las condiciones adversas, se desarrollaron algunas experien-
cias de capacitación para las mujeres del campo (Gutierrez, 2007). El énfasis en
la mujer como agente de moralización es compartido en todas las propuestas.
2. Dueñas y esclavas
Alguien debe gobernar, disponer lo que sea menester todos los días acerca del
orden y de la limpieza, de los alimentos y del vestido, de la crianza y la educa-
ción de los hijos, de los grandes y los pequeños quehaceres domésticos, y esta
persona no puede ser sino la esposa, porque de las dos que constituyen el matrimo-
nio es la que queda en casa, es la que por su condición de madre puede velar
mejor por sus hijos, la que por su condición de mujer tiene aptitudes naturales para
esa especie de atenciones y trabajos (Bassi, 1920: 6).
Más aún, si los hombres quisieran dedicarse a ello, tarea que sus responsa-
bilidades de proveedor de recursos impedirían, comprobarían que sus aptitudes
y su constitución física y mental son prácticamente nulas para las tareas hoga-
reñas. El espacio de despliegue de la masculinidad aparece entonces definido
como el “vasto mundo” por contraposición a los límites estrechos25 del hogar, y
sus fundamentales pequeñeces:
Y no puede ser el esposo, porque este tiene que atender el empleo, negocio o
industria que proporciona los recursos necesarios para el sostén de la familia, y
porque aunque no tuviese la obligación o la necesidad de aportar estos recursos
y quisiese remplazar a la mujer en los quehaceres de la casa no serviría ni para
170 Paula Lucía Aguilar / El hogar como problema y como solución
amamantar y cuidar de los niños, ni para correr con el cuidado de las ropas ni con el aseo
y arreglo de las habitaciones, ni con la preparación de las comidas, ni con otras menu-
dencias, por cuanto su constitución física y mental responde a otro orden de cosas:
al trabajo material, a las especulaciones intelectuales, a la lucha y la acción en
el gran campo de actividades que le proporciona el mundo entero y no a las
pequeñeces del círculo doméstico (Bassi, 1920: 7).
Las aptitudes para el gobierno del hogar se plantean como parte de la na-
turaleza femenina. Sin embargo, al mismo tiempo se afirma lo insuficiente de su
instrucción para cumplir sus naturales deberes. O al menos, un desfasaje entre
sus conocimientos y las nuevas exigencias del medio que le impiden desarrollarlo
adecuadamente. El avance del progreso y las transformaciones en curso hacen
que para presidir los destinos de la casa sea necesario algo más que disposición
“natural” y buena voluntad. Ese “algo más” puede adquirirse por medio de la
Economía Doméstica:
Y bien, si a la esposa corresponde presidir los destinos de la casa, ella está obli-
gada a poseer los conocimientos técnico prácticos que hacen falta para el mejor des-
empeño de su digna, santa y noble misión. Debe poseer los relativos a esta nueva
ciencia, que podríamos llamar la ciencia del hogar (Bassi, 1920: 7).
Siendo la mujer el sol del sistema doméstico de ella debe fluir la fuerza que haga
girar armónicamente esa inmensa constelación de pequeños y grandes detalles so-
bre los cuales gravita la vida del hogar, sin desatender ni aun el que parezca más in-
significante, porque estos son los que las más de las veces interrumpen la perfecta
marcha que constituye una casa (Palma, 1903: 27-28).
Hacer del hogar el centro de atracción y de placer del esposo y de los hijos es
una cosa no difícil para una mujer que haga empeños en ese sentido, que sea
amorosa y culta, activa y laboriosa, prolija y económica, en fin, que atienda con el
mismo esmero lo relativo a su persona, a la de su esposo y de sus hijos que lo
concerniente a todos los quehaceres y gobierno de la casa, sin malos humores
frecuentes, veleidades o caprichos, abandonos o derroche. Podrá decirse con justicia de
172 Paula Lucía Aguilar / El hogar como problema y como solución
la mujer capaz de eso, que es el ángel del hogar feliz; y se podrá agregar que
si sabe criar y educar a sus chicos y tener contento o satisfecho a su esposo, y
hacer de la casa un nido de felicidad, es porque conoce y practica los preceptos
de nuestra ciencia, lo que demuestra a todas luces su importancia indiscutible
(Bassi, 1920: 4).
El gobierno material y moral del hogar se presenta como una tarea propia
de las mujeres, orientadas por la virtud y los saberes técnicos de la Economía
Doméstica. El conjunto de sus prácticas cotidianas tienen una meta trascen-
dente: hacer del hogar el espacio de reposo de los sentidos y regulación de las
pasiones que evite la huida de los hombres hacia los vicios:
¡Qué gloria podrá igualarse a la de la esposa o madre, que sin más fuerza que
la poderosísima dulzura, sin otra cadena que la abnegación y ternura amarra
el esposo y el hijo al hogar, convirtiéndolo en jaula dorada donde ellos cantan
dichosos! (Palma, 1903: 48).
Capítulo IV El hogar como quehacer 173
Sin embargo, desde las perspectivas más conservadoras, este inusual es-
pacio de poder e influencia de la mujer en el hogar, a partir de las responsabi-
lidades por su gobierno, no debiera derivar en rivalidad con la jerarquía de la
jefatura de familia.
No son las cadenas de las leyes sino las de las costumbres las que moldean
manos femeninas en el seno del hogar. Sin embargo, son varias las voces que se
alzan para denunciar la falta de instrucción necesaria en los quehaceres de aque-
llas que destinadas a llevarlos a cabo, sobre todo las mujeres de sectores obreros
y aquellas que habitan en las zonas rurales.
A continuación trabajaremos sobre los tres diagnósticos que analizan esta
supuesta deficiente formación de las mujeres para el ejercicio de sus roles, las
potenciales consecuencias que esto supone y las propuestas para conjurarlos. El
primero, desarrollado por Cecilia Grierson en su ya mencionado informe sobre
la Educación técnica de la mujer en 1902. El segundo, a partir de una confe-
rencia realizada en 1921 por Alejandro Bunge ante una concurrida platea de
señoritas donde las invitaba a construir su propio “sentido económico” en pos
del engrandecimiento de la economía nacional; y el tercero recupera los argu-
mentos de Tomás Amadeo y su propuesta de la Escuela del Hogar Agrícola de
la que se espera la “Redención por la mujer” en 1928. Se trata de tres posiciones
significativas que ponen en discusión la articulación entre sujetos y los saberes
imprescindibles para el gobierno del hogar.
Estas tres posiciones nos permiten comprender cuáles son las características
subjetivas que el gobierno del hogar requeriría y que se plantea necesario con-
formar. Tres interpelaciones que unen la capacitación de las mujeres y su vínculo
con el espacio doméstico, realizadas en tres momentos históricos diferentes: el
trabajo de Grierson, en tiempos de debate sobre el trabajo de las mujeres y los
inicios de la educación técnica y profesional (1902). La conferencia de Alejan-
dro Bunge, en tiempos de la primera posguerra en la que algunas mujeres ya
cumplían tareas específicas en el mercado de trabajo (docencia, enfermería, co-
mercio). Por último, el balance de Tomás Amadeo sobre la enseñanza agrícola
del hogar que atraviesa con sus empeños reformadores (y conservadores) todo el
período considerado en esta investigación: surgido como proyecto a principios
de la década de 1910, sigue reclamando por su puesta en funcionamiento en las
sucesivas ediciones de su libro.
174 Paula Lucía Aguilar / El hogar como problema y como solución
2.2 ¡Cuánto conocimiento debe adquirir la mujer para ser verdadera mujer!
Así en la escuela común debe adquirir una idea práctica de la manera de rea-
lizar la cocina, la costura simple, zurcido, remiendo, renovación y transfor-
mación de ropa, corte y confección, nociones de lavado y planchado y demás
quehaceres generales de una casa (Grierson, 1902: 186).
Tenemos que confesar que esta mezcla de lujo y miseria, constituye uno de
nuestros dominantes efectos nacionales. Debemos esforzarnos por entrar en
176 Paula Lucía Aguilar / El hogar como problema y como solución
Esa falta de amor al trabajo manual y ese falso orgullo constituyen nuestra des-
gracia nacional. Cuántas conozco que por no aparentar que necesitan trabajar
lo hacen a escondidas, llevando una vida azarosa y prefieren más bien recibir
una limosna que ganarse la subsistencia con el trabajo de sus manos (Grierson,
1902: 66).
El sesgo de clase está de todos modos presente en su discurso. Son las mu-
jeres de alta posición quienes deberían predicar con el ejemplo de incorporar la
enseñanza doméstica a sus tareas caritativas como modo de impulsar una forma
de autovalía de los pobres, que al mismo tiempo tenga efectos moralizadores.
Por otra parte, son las más humildes las que deberían detenerse a aprender a
zurcir y emparchar y olvidar el bordado en oro, poco útil.
Toca a nuestro highlife dar el ejemplo que siempre debe venir de lo alto y tener
presente nuestras filantrópicas damas, que por la limosna solo se ayuda a medias;
mientras la caridad es completa, enseñando a los pobres a bastarse a sí mismos
dándoles hábitos que los eleven moral e individualmente (Grierson, 1902: 190).
Entre los trabajos manuales, los quehaceres domésticos tienen un lugar pri-
vilegiado. La educación doméstica prepara a las mujeres para sus deberes al
tiempo que va moldeando una figura fundamental: el ama de casa. Es ella quien
tendrá la responsabilidad de construir ese hogar del que se indica la ausencia y
convertir la casa en refugio y santuario.
Capítulo IV El hogar como quehacer 177
Para Bunge, era necesario que el sentido económico fuera aquel que orien-
tara el gobierno del hogar de modo eficiente y para ello el papel de la mujer
constituía un pilar fundamental. Ella era la encargada de construir y mantener
el orden doméstico, que Bunge evalúa deficiente. Nuevamente, la condena al
lujo aparece como una tematización de la forma en que se administraban los
hogares. Esta dificultad en la administración estaba asociada, según señala Bun-
ge, a la fertilidad y abundancia de recursos de nuestro país y las facilidades de
obtenerlos.
“Es necesario movilizar a las mujeres para esta grande obra reden-
tora y patriótica. Es ella, en la familia del hombre del campo, un
elemento fundamental de la producción, por la grande variedad de
trabajos, principales o auxiliares que puede realizar y por la influen-
cia que su habilidad en el manejo de la casa puede ejercer sobre los
resultados económicos del conjunto. En el orden moral, es el centro
de afección y de concentración de la familia y de ella depende que
se encuentre o no agradable el hogar” (Amadeo, 1947 [1928]: 34).
Capítulo IV El hogar como quehacer 181
Tal como mencionaba la cita de Amadeo con la que iniciamos este ca-
pítulo, el hogar se hallaba ausente en las formas de habitar que observaba en
las áreas rurales. En su libro “La redención por la mujer” describe sus ideas y
trayectoria sobre la educación del hogar agrícola. En él postulaba la necesidad
de expandir la educación Doméstica, con características específicas: una escuela
del hogar Agrícola, que promoviera la configuración de hogares que evitaran el
éxodo rural hacia las ciudades. Ese éxodo no solo se verificaría en los sectores
humildes sino también en aquellos acomodados:
Son muchas las madres que no tienen condiciones para constituirse en el en-
canto del hogar, y las hijas, cuando no son iguales a las madres, tratan de ser
niñas como las del pueblo o estudiar para maestras, lo que facilitará su emigra-
ción del campo. En esta tendencia femenina está quizá el secreto de nuestra
macrocefalia urbana, en antítesis con el desierto vecino, pues el hombre es venci-
do, al fin, cuando sus recursos le permiten esa emigración que tan gravemente
conspira contra la tradición rural, necesaria en nuestro país, y que sólo puede
crearse y consolidarse en base al hogar agrícola (Amadeo, 1947 [1928]: 20).
Para que la mujer pueda cumplir bien con su grande misión, no basta que sea
buena e instruida ni que tenga una grande voluntad y espíritu de acción. Es
indispensable que tenga una educación social y una competencia técnica sin lo
cual todos sus otros méritos se estrellarán contra su propia ignorancia en esas
materias (Amadeo, 1947 [1928]: 32).
Por ello, considera que es más efectivo lograr la “redención” por la mujer
en las áreas rurales. A través de las maestras que se acercarían a los hogares para
reclutar las niñas y jóvenes, potenciales asistentes a “la escuela del hogar agríco-
la” como de las señoras citadinas que toman conciencia de los vínculos entre el
campo y colaboran en la misión.
Capítulo IV El hogar como quehacer 183
¡Cuanta transformación! Aquella casa negra de tres meses atrás, era una blanca
y limpia vivienda, con huerta ya trazada, con algunas plantitas que le quitaron
el aspecto triste y le dieron la alegría de lo que vive, se embellece y perfecciona.
Y así transformados miles de hogares campesinos, por la benéfica acción del
Hogar Agrícola, en poco tiempo nuestros campos se tornarían mas poblados,
más alegres, más productivos y posiblemente mejores; porque la influencia de
la mujer es innegable en cada hogar, que siempre tiene el sello de la que es su
dueña (Amadeo, 1947 [1928]: 36).
Tal como destacábamos en los discursos que pugnan por la formación del
“sentido económico” o el “analfabetismo económico”, la Economía Doméstica
contiene una serie de técnicas para la adecuada administración de los recursos
y la satisfacción de necesidades. La regulación de los recursos y su utilización es
parte fundamental del gobierno del hogar. Según señala Liernur al analizar la
importancia del carácter económico de la unidad Doméstica:
El pobre de las ciudades es más pobre que el campesino, porque tiene más
necesidades, debiendo por lo mismo practicar con más diligencia el ahorro.
En el campo el ama de casa realiza su economía solo con su trabajo, pues sus
necesidades son sencillas y ella puede hacer todo lo que consume la familia. En
la ciudad no basta el trabajo sino que son necesarias también la instrucción y
la habilidad. Gran parte de la economía depende en la ciudad de la viveza con
que se practican las compras (Barrantes, 1923: 292).
El ama de casa debe ser la depositaria del dinero destinado a sufragar los gastos
de la familia, es decir, si ella por su buen proceder e inteligencia fuera capaz de
manejarlo con acierto, pues así como en este caso la mujer es el guardián más
celoso de los intereses domésticos, así también la mujer que carece de hábitos
de orden y economía es capaz de hacer desaparecer en poco tiempo la mayor
fortuna; en ese caso tendría derecho el esposo de despojarla de una facultad,
que acarrearía la ruina de la familia. (…) Pero este último caso, felizmente es
poco común, pues la generalidad de las amas de casa desempeña con acierto su
cometido; por lo tanto es razonable que la mujer administre el dinero destinado
a los gastos de la familia (Del Castaño, 1903: 192).
Figura 1
Confección de Presupuestos Familiares sugeridos
Figura 2
Libro Diario doméstico
El único ingreso que figura aquí es el jornal del esposo, quien además tiene
un monto separado para sus gastos personales43. Los gastos más importantes
son los destinados a la alimentación y el alquiler (en este caso semanal). El pago
en mensualidades de un terreno nos presenta la expectativa de abandonar la
pieza de conventillo que figura en el rubro habitación. Estos gastos diarios son
luego incluidos en una planilla de resumen mensual o libro “mayor” que agru-
pa los rubros y permite evaluar el egreso del mes agregado por cada uno de
ellos. Cabe destacar que los presupuestos incluyen un renglón específico para la
beneficencia. Según Bassi, “no puede faltar ni en el presupuesto más humilde.
Si el que tiene salud y trabajo es pobre, con toda seguridad habrá otros que
lo son mucho más y que están necesitados de socorros urgentes” (Bassi, 1920:
21). Esta referencia a la beneficencia como una actividad que deben sostener
ricos y pobres por igual se repite en los manuales consultados. Tanto Aurora del
Castaño (1903) como Amelia Palma (1909), autoras de manuales de Economía
Doméstica, aconsejan que esta beneficencia debe tener ciertos recaudos: asistir
a pobres reales y cuando se pueda “tener los propios pobres” (aquellos de los que
se esté seguro que necesitan nuestra ayuda y se les ofrece con cierta regularidad).
Capítulo IV El hogar como quehacer 189
Figura 3
Libro Mayor doméstico
Desde una perspectiva que considere las técnicas de gobierno en los térmi-
nos planteados en el capítulo I, la confección de estas planillas de registro puede
leerse como la construcción de una orientación de conducta hacia la reflexividad
de las prácticas económicas, es decir, la constricción de una pauta que ingrese
la evaluación de los gastos, el cálculo, en la rutina cotidiana. Así, quien lleva un
registro minucioso:
[La contabilidad] hace pensar sobre el asunto y así incita a economizar, a formar el
hábito del ahorro, cuyo hábito constituye una de las más apreciables conquistas
190 Paula Lucía Aguilar / El hogar como problema y como solución
que pueden hacerse, puesto que por medio del trabajo y del ahorro no es difícil
labrarse un bienestar financiero, tal vez una fortuna y con esto, llevar días más
felices y placenteros que cuando asedia la estrechez, la pobreza o la miseria por
todos lados (Bassi, 1920: 18).
Cuando hay orden en los gastos, tanto las familias ricas como las pobres pueden
considerarse prósperas con tal de que estas tengan trabajo remunerado. Las familias
de obreros dedicadas al trabajo manual están en condición favorable cuando
tienen ocupación conveniente y estable y un salario suficiente para mejorar gradual-
mente su estado (Barrantes, 1923: 39).
vida estará llena de sin sabores, su hoy será inseguro, su mañana un pavoroso
fantasma amenazante de privaciones. (Palma, 1903: 98).
Las mujeres trabajadoras, vigilantes, económicas, modestas son las que impulsan enér-
gicamente a sus hogares hacia el progreso moral y material; ellas saben mejor que
Capítulo IV El hogar como quehacer 193
los hombres, en qué y cómo deben ser empleados en la casa el dinero y tiempo;
esas mujeres son verdaderos ministros de hacienda de la familia (Bassi, 1920: 100).
“Ella [el ama de casa] debe por medio del orden establecer el
equilibrio ente las entradas y los gastos, evitar el despilfarro del
tiempo, que se traduce en abandono y ruina de las cosas o en
sobrecargo malsano de trabajo cuando se necesitan con urgencia
los objetos descuidados o perdidos” (Barrantes, 1923: 31).
“Hay que penetrar los secretos de una casa metódica para darse
cuenta de las innumerables atenciones que hay que tener presen-
te” (Del Castaño, 1903: 2).
194 Paula Lucía Aguilar / El hogar como problema y como solución
Fuente:
Salzá, 1902: 21
Capítulo IV El hogar como quehacer 195
Tal como sucedía con las indicaciones sobre el registro y la contabilidad do-
méstica, esta distribución del tiempo (con mínimas variaciones) es un tópico rei-
terado en las prescripciones de la economía doméstica48. Su consideración como
parte de una serie de discursos que confluyen en la construcción de un orden
doméstico particular nos permite examinar tanto aquellas tareas que se espera
sean realizadas en el hogar por el ama de casa en una jornada promedio, como
su ordenamiento cronológico preciso. Es decir, nos introduce en la dimensión
temporal del orden doméstico. ¿Por qué es importante considerar el tiempo? En-
tendemos que dar cuenta del ordenamiento de las tareas en el tiempo así como la
distribución de los cuerpos y objetos en el espacio permite hacer visible el modo
concreto en que las conductas son orientadas (o se espera que puedan serlo).
La “distribución del día” arriba expuesta, además de los quehaceres do-
mésticos y el orden en el que deben realizarse, incluye los tiempos de levantarse
y acostarse, aquel dedicado a la vida social y al descanso. El listado incluye las
prácticas de registro (las cuentas y gastos realizados en el día) y de inspección
y vigilancia sobre alimentos y habitaciones así como también observaciones de
corte moral (nótese que las conversaciones y lecturas deben tener un “carácter
útil y recreativo”). Alcanzar el orden doméstico es un cometido que incluye un
uso del tiempo específico, una distribución ordenada de las tareas dentro y fuera
del hogar y la vigilancia indispensable para comprobar que todo se encuentra en
su sitio y fue realizado a su debido tiempo. Una vez cumplido el ciclo, se puede fi-
nalmente reposar, lo suficiente para recomenzar al día siguiente. Se trata de cons-
truir cotidianamente la regularidad de la costumbre, allí donde la ley no llega.
tanto no puede ser perdido ni malgastado, sino porque además en ese tiempo
cotidiano dedicado al hogar deben incluirse gran variedad de quehaceres a dis-
tribuir del modo más eficaz posible, respetando su regularidad y ritmo específi-
co. La construcción de la regularidad cotidiana combina las tareas diarias con
aquellas semanales, mensuales y hasta anuales, que se plantean como indispen-
sables para el buen gobierno del hogar.
Fuente:
Salzá, 1902: 27
Es muy importante que en la familia cada cosa se haga a su hora; que haya hora
más o menos fija para levantarse y para el aseo personal, para el desayuno, para
las comidas, para acostarse, para cada trabajo y para tal o cual recreo o dis-
tracción; porque de esta manera se establece el orden y se economiza tiempo, y
las personas encargadas de los correspondientes servicios saben con seguridad
cuándo pueden o deben hacerlos y se habitúan a proceder de inmediato sin
vacilar (Bassi, 1920: 9).
Esta repetición, bajo la forma del ejercicio, base de los hábitos y costum-
bres, es propia de una gestión del tiempo que podemos identificar como disci-
plinario (Foucault, 1977). El tiempo regular de las disciplinas establece ritmos,
construye hábitos, ordena cuerpos, permite la convivencia ordenada de muchos.
La Economía Doméstica prescribe una regularidad temporal del hogar que bus-
ca acompasarse, equipararse a aquella de otros dispositivos de gobierno, com-
plementándolos:
Ocupando con utilidad y orden todas las horas del día se economiza tiempo y se
evita el aglomerar tareas que no podrían cumplirse después; así es que no sólo
se señalarán los trabajos que deban ejecutarse cada día sino los de cada semana
mes y año (Del Castaño, 1903: 9).
198 Paula Lucía Aguilar / El hogar como problema y como solución
Debe concluirse todo trabajo antes de iniciarse otro, pues la costumbre de abandonar
lo que se está haciendo para emprender otra cosa, ejerce una influencia per-
niciosa en el orden moral e intelectual. Constituye un excelente hábito el de
concluir toda tarea antes de empezar otra, siendo uno de los más importantes
factores del carácter (Salzá, 1909: 24).
Una buena ama de casa sabe distraerse sin perder el tiempo, aprovechando los ratos
perdidos para moralizar y divertir a sus hijos refiriéndoles una anécdota edu-
cativa al calor del hogar, al mismo tiempo que hace una media o la remienda.
Debe tenerse un especial cuidado en aprovechar todos los minutos que nos dejen
libres nuestras ocupaciones, no sólo por el provecho material que de ello saca-
mos, sino también, porque nuestro espíritu apartado del ocio, huye del vicio y
se fortifica en el bien (Del Castaño, 1903: 11).
El tiempo ganado es aquel ocupado, laborioso que aleja del vicio y fortifica
la virtud. Mientras se extraen cada vez más instantes de cada uno de los días, se
construye otra dimensión de la temporalidad doméstica: aquella que permite pos-
tergar lo inmediato y transformar el futuro en algo relativamente previsible. Esta
característica, íntimamente relacionada con la prudencia que describíamos en re-
lación con el ahorro surge también en las descripciones sobre el uso del tiempo y la
organización de las tareas domésticas. Está claro que el gobierno de la infinidad de
detalles que requiere el hogar, y su repetición permanente no sería, así descripto,
compatible con el trabajo extradoméstico.
Capítulo IV El hogar como quehacer 199
El orden en el espacio exige que haya un lugar para cada cosa y que cada cosa esté en
su lugar. Especialmente los pobres deben aplicarse esta máxima, porque no dis-
ponen de suficiente local y no pueden perder tiempo buscando las cosas cuando
olvidan el sitio donde las han dejado (Bassi, 1920).
Además de fijar un lugar para cada cosa hay que luchar en el sentido de que
cada cosa se conserve siempre en un lugar, porque las cosas en su puesto ocu-
pan menos espacio y ayudan a conservar el orden de todo (Bassi, 1920: 11).
Según se describe en estos textos, nada bueno surge del desorden. Es más
“el desaseo molesta, repugna”. La limpieza es “compañera de la belleza y con-
vida al orden”. La belleza y el orden que provienen del aseo y la limpieza no son
privativos de ricos o de pobres. Estos preceptos, en tanto garantizan la salud de
la población son dirigidos a unos y a otros por igual. Se reitera en este sentido la
condena al lujo innecesario y a la posesión de objetos ornamentados en exceso,
que dificultan las tareas de limpieza y acumulan polvo, y por ende, microbios.
Estos objetos ornamentales, que se encuentran habitualmente en las habitacio-
nes de las casas pudientes, contradicen los preceptos básicos de la “lavabilidad”
total que postula la higiene. Superficies porosas, cortinas que impiden el ingreso
de aire y luz, alfombras difíciles de lavar y sacudir, maderas labradas donde el
polvo se acumula, ponen en tensión las ideas de lo lujoso y lo saludable. Así se
afirma que “La higiene es el lujo del obrero” (Liernur, 1997: 26) y que “hasta
el más pobre rancho de la campaña cuando se lo ve aseado agrada” mientras
que el “más hermoso aposento deja de lucir si está sucio” (Bassi, 1920: 141).
Austeridad y salud se combinan en el discurso de la Economía Doméstica en
desmedro de lo suntuoso, difícil de limpiar.
Se configura a través de las múltiples condenas al lujo y alabanzas a la
utilidad y la belleza a ser alcanzadas por medio de la limpieza y el orden lo que
Liernur (1997) identifica como “aristocracia de la sencillez”. Esta articulación
de lo útil y lo simple con lo moralmente virtuoso también se verifica en las
descripciones condenatorias de ciertos consumos, expectativas y afanes que no
se condicen con el sector social al que se pertenece. Así como se previene el
endeudamiento y el derroche, también se advierte sobre la inutilidad de tener
más objetos (sobre todo mobiliario) que el que efectivamente se utiliza, crean-
do confusión y dificultades para cumplir con las necesarias tareas de limpieza
del hogar. Asimismo, se postula que quien alquila no debería comprar más
muebles de los que es capaz de transportar de una morada a otra. Al leer este
consejo recordamos la amplia movilidad de los sectores trabajadores dentro
de la ciudad y hacia las afueras, y también las tristes escenas de los objetos
202 Paula Lucía Aguilar / El hogar como problema y como solución
Solamente el ama de casa puede combatir eficazmente esa plaga; pues ella le-
gisla en el comedor. Por su incuria o su debilidad en combatir el alcoholismo sus
hijos se vician desde niños y su esposo se atrofia incapacitándose para el trabajo,
embruteciéndose y perdiendo su sentido moral; por lo cual martiriza a su propia
compañera. Cuando ella es holgazana y desordenada, cuando deja sucio el ho-
gar o incomoda a su esposo con sus impertinencias, quejas o reproches, este bus-
ca el garito o la taberna en que contrae el alcoholismo (Barrantes, 1923: 128).
Una vez más, se interpela a las mujeres en tanto “ama de casa” como mo-
deradora y modeladora de las costumbres de los miembros del hogar y respon-
sable (directa o indirecta) del gobierno de su conducta.
Tiene que ser su más celoso y activo guardián, su administrador mas recto y
severo; desde que te levantes hasta que te acuestas, todas tus horas, tus minutos,
tendrán que ser absorbidos por tus deberes; estarás obligada a ver y oír todo,
y sobre el hecho u objeto más importante como sobre el mas nimio, ejercer estricta
planificación (Palma, 1903).
Para la primera debe dar el ejemplo en todo: en las acciones, en las palabras, en
los deseos, en los modales, a fin de que la más sana moral que nos enseña a ser
buenos reine en todo el hogar, y sea el ama de casa el espejo donde se miren
todos los que la habiten y rodeen; debiendo tratar que el gobierno interior
sujete y amolde los hábitos y leyes del país que habita (…) La segunda debe
ser económica, cuidadosa, teniendo siempre en cuenta que nunca los gastos
han de superar los ingresos, sino al contrario, que debe guardarse algo para el
mañana, en el que pueden sobrevenir desgracias, necesidades extraordinarias,
enfermedades, etc. (Salzá, 1909).
5. Enseñar el hogar
debieran superar los maestros y maestras. Para 1912, los Planes de Estudios y los
programas de las Escuelas Profesionales de la Nación dentro de las cuales se in-
cluyen las Escuelas Profesionales de Artes y Oficios de mujeres se modifican “de
acuerdo con las indicaciones sugeridas por la práctica”. Según consta en el plan
de estudios, en ese momento se encontraban funcionando 5 escuelas profesio-
nales de mujeres en la ciudad de Buenos Aires, mientras que las ciudades de La
Plata, Córdoba, Tucumán, Concepción del Uruguay y Salta también contaban
con su propia escuela profesional. De acuerdo con las memorias del Ministerio
de Justicia e Instrucción de 1920, se habían sumado instituciones de similares
características en La Rioja y Santiago del Estero59.
De acuerdo con el reglamento disponible, el requisito de ingreso era tener
13 años de edad y haber cursado tercer grado de las escuelas comunes de la Na-
ción. La enseñanza estaba distribuida en talleres de diferentes oficios, ordenados
en tramos de menor a mayor complejidad. Los talleres tenían una duración de 2
a 4 años según la especialidad: bordado en blanco y a máquina, encajes, flores y
frutas artificiales, lencería fina, bordado en oro, planchado, guantería, bordado
de fantasía y estilo, corte y confección en general, corsés, acartonado y encua-
dernación de libros, cocina, dibujo y pintura decorativa, tejidos en telar, joyería,
fotografía y telegrafía. La carga horaria se dividía entre los trabajos de taller (15
horas semanales) y clases o materias complementarias: Dibujo (aplicado a cada
una de las especialidades según el caso), Ejercicios físicos, Economía Domésti-
ca60 e Instrucción primaria complementaria (para aquellas que no contaran con
el 5º grado de primaria aprobado).
Es interesante la relación con el trabajo de las alumnas graduadas que surge
de estos reglamentos. Se establece que es parte de las funciones de la directora
“encargarse de buscar trabajo a las alumnas que egresen de las Escuela, hacién-
dose asesorar para ello con el Departamento Nacional de Trabajo” (Ministerio
de Justicia e Instrucción Pública, 1930: 19). Además, se espera que el producto
de las labores realizadas en la escuela sea vendido a particulares en distintas
ferias y exposiciones escolares a precio que permita cubrir, al menos, el costo
de los materiales y colaborar con el financiamiento de la escuela. También se
contempla la posibilidad de realizar trabajos por encargo mientras no obstaculi-
cen el desarrollo de las clases61. El beneficio de estas tareas se repartiría según el
reglamento entre la escuela y las alumnas que tendrían su propia libreta para el
registro de estas sumas que les serían entregadas al terminar el curso.
El texto de Bassi Gobierno, administración e higiene del hogar. Curso de Ciencia
Doméstica, profusamente citado a lo largo de este capítulo, publicado en 1914 y
con una segunda edición en 1920, también está destinado a la enseñanza media
(el liceo de señoritas anexo a la Universidad Nacional de la Plata). Fue nombra-
do en 1894 director de la escuela mixta en Esquina, Corrientes, categorizada
como Escuela Experimental, categoría que habilitaba a construir un plan in-
novador de estudios. Así Bassi desarrolló la asignatura Economía e Higiene del
Capítulo IV El hogar como quehacer 209
hogar, específica para las niñas (Caldo, 2009b: 80). En 1910 toma la cátedra de
Ciencia Doméstica en el liceo de Señoritas anexo a la Universidad de la Plata.
En el texto destaca el valor de la educación Doméstica y el riesgo de sus excesos.
Es preciso que las niñas incorporen sus saberes de modo equilibrado, sin que la
insistencia en su necesidad las haga rechazarlos por completo. Otro texto fruto
de un programa escolar es el manual de 1935 acorde al programa Economía
Doméstica, correspondiente al Liceo Vocacional Sarmiento, dependiente de la
Universidad de Tucumán.
Para completar la serie, el programa de Labores y Economía Doméstica co-
rrespondiente al quinto año de las escuelas normales y el Instituto de Profesora-
do en Lenguas Vivas de 1946 nos presenta, tres décadas después, los argumentos
sobre la necesidad de su existencia, ya que
La enseñanza de las jóvenes no puede ser encarada con el mismo criterio que
la de los jóvenes en razón de la alta y específica función que les compete dentro
de la sociedad, como mujeres, como esposas y como madres, a la vez que como
administradoras no sólo de los bienes espirituales sino materiales de la familia
(Programa de Economía Doméstica, 1946).
De acuerdo con este programa, las clases incluyen corte y labores (bási-
camente costura incluyendo dos piezas sencillas y una de ajuar de bebé). La
presencia de la Economía Doméstica es menor, sólo una hora por semana. Se-
gún señala el programa, este se propone como una actualización de los saberes
domésticos a partir de los “modernos principios de la dietética” sobre los cuales
“las maestras no están lo suficientemente preparadas frente al grado”. Los con-
tenidos del programa no se distinguen de aquellos descriptos anteriormente62,
vigentes para escuelas primarias y de enseñanza media. También se hacen evi-
dentes las referencias a los saberes domésticos en la formación e instrucciones a
las visitadoras de higiene y asistentes sociales, de quienes se espera que enseñen.
Con el objeto de poder detectar aquello que sucede en el seno del hogar y
prevenir las anomalías es preciso construir las herramientas que rompan con su
velo y logren “penetrar puertas adentro”. Sobre algunas de estas herramientas
(cuantitativas y cualitativas) tratará el próximo capítulo.
Notas
1 Una versión parcial de este capítulo será publicado en el libro compilado por Inés Pérez y Ma-
rinês Ribeiro Dos Santos Gênero, consumo e espaço doméstico (Argentina E Brasil no século XX), en
evaluación por la editorial de la Universidad Federal de Paraná (UFPR)
2 “¿Es menester romper los lazos más sagrados del cariño para enviar al hijo a la fábrica, al taller,
donde dejan jirones de carne y de alma y de donde ha de traer unos míseros centavos que ayu-
den malamente a subvenir a las necesidades apremiantes de la casa?” (Muzzili, 1919: 54).
3 Tal como lo señalara el título del clásico trabajo de Strasser (2000) Never Done.
4 “Lo que la joven puede aprender por sí misma no basta; lo que ella de por sí sepa o descubra no
basta; es preciso un campo más ancho donde pueda aprender cosas nuevas, utilizando los con-
sejos ajenos y adquiriendo experiencia de los demás para aplicarla juiciosamente a las propias
necesidades” (Appleton, 1912: 1).
5 Este conjunto sistematizado de saberes es denominado en idioma castellano casi indistintamente
como Economía Doméstica, Artes del hogar, Ciencia del Hogar o Ciencia Doméstica (Liernur,
1997; Nari, 2004). De la revisión documental no emergen distinciones específicas entre estas
denominaciones para el periodo que aquí trabajamos. Una excepción a esta observación la
constituye el trabajo de la Dra. Cecilia Grierson (1902) quien hace una distinción entre “Eco-
nomía Doméstica” como conjunto de tareas eminentemente prácticas y manuales y “Ciencia
Doméstica” como disciplina de un nivel de complejidad mayor fundada en el conocimiento
científico. Barrantes (1923) por su parte, diferencia la “Economía Política” de la “Economía
Doméstica” planteando que esta última construye bienestar, y por lo tanto inscribe su propuesta
para el gobierno del hogar en lo que denomina “Ciencias del bienestar”. En lo que a la clasifi-
cación del archivo ser refiere, los catálogos de las bibliotecas en las que se realizó la indagación
para este trabajo, clasifican estos textos bajo la etiqueta de “Economía Doméstica” (Biblioteca
Nacional y Biblioteca del Congreso de la Nación) o “Educación Doméstica” “Economía Do-
méstica” y “Enseñanza Doméstica” (Biblioteca del Maestro). La historiadora Paula Caldo remi-
te a una disquisición en la revista “El Monitor de la Educación” sobre la delimitación curricular
de la disciplina y su nombre (Caldo, 2009). A los efectos de unificar la denominación para este
capítulo utilizaremos la expresión Economía Doméstica para referirnos a esta disciplina en general
y respetaremos la forma literal utilizada en los documentos en el caso en que la denominación
difiera y se proceda a la cita textual.
6 Demandas típicas, como hemos visto en el capítulo III, de las viviendas adecuadas a los precep-
tos de la higiene. Según señala uno de los manuales trabajados “el congreso medico de Viena
encargó la difusión de los conocimientos de Economía doméstica para luchar a favor de la
vivienda sana y contra la tuberculosis” (Barrantes, 1923: 165).
7 Liernur (1997) da cuenta de los sesgos de clase de los manuales de Economía Doméstica según
se destinaran a las señoritas de alta sociedad o a las futuras empleadas del servicio doméstico.
Por su parte, Boltanski (1974), en su trabajo sobre la puericultura, detalla las diferencias de clase
en la enseñanza doméstica destinada a las clases trabajadoras.
8 Algunos de los que pudimos identificar: desintegración social, desorden, pauperismo, locura,
crimen, delito, disolución familiar, niñez abandonada, caída en la prostitución, “mala vida”.
212 Paula Lucía Aguilar / El hogar como problema y como solución
diante el trabajo industrial o doméstico. Corresponde a una lectura evolucionista que propone
la ley del más fuerte adaptada al medio social. Así, sin la preparación suficiente, la mujer sería
un ser débil para la lucha por la vida. Para más detalles, véase Ingenieros (1903). Agradezco a
Susana Murillo la indicación de esta referencia. Para un panorama del desarrollo del positivis-
mo científico en el período aquí tratado, véase Terán (2008a, 2008b), Murillo (2001) y Vallejo y
Miranda (2004, 2005).
22 Liernur (1997) agrupa los manuales de economía Doméstica según se dirigían a las jóvenes de
la elite o a las jóvenes de sectores populares.
23 Recordamos en este punto la insistencia que en el debate por el trabajo a domicilio tenía el
resguardo de las pobres vergonzantes. Véase Capítulo II “Entre el hogar y el taller”.
24 “La madre debe utilizar los servicios de los hijos, y especialmente las niñas, en las pequeñas ocu-
paciones caseras; porque así los acostumbra casi sin sentirlo a trabajar desde la infancia, a que la
alivien en algo, a que puedan suplirla en ciertos momentos y a que lleguen hasta economizarle
sirvientes” (Bassi, 1920: 9). En este mismo sentido, el juego con pequeñas “baterías de cocina”
eran especialmente indicados por la educacionista Eccleston para el kindergarten. Este punto
fue discutido, según Patricia Aguirre (2007), por las anarquistas en la Voz de la mujer.
25 La contraposición de la esfera del hogar como “estrecha”. En contraste con el “vasto mundo”
que lo rodea, se repite en las afirmaciones de Palacios (1939) respecto del trabajo femenino.
Véase el Capítulo II.
26 Más adelante veremos cómo las formas de la administración racional de los ingresos propuestas
por la economía Doméstica tienen por horizonte sostener este conformismo sobre los ingresos.
27 Sobre la domesticidad como desactivadora de conflictos y pasiones (también del amor), véase
José Ingenieros “Tratado sobre el amor” (1970).
28 Este proceso de toma a cargo de las escuelas que comienzan como iniciativas particulares de
educación doméstica por parte del estado también se daba en nuestro país.
29 También surge de los informes sobre los talleres de Beneficencia de la Comisión Interparlamen-
taria del trabajo a domicilio.
30 La historiadora Inés Perez (2011), encuentra una de las primeras traducciones de los trabajos
que modernizan cocinas y circuitos recién en 1959.
31 “La señora burguesa disfruta en Buenos Aires de las comodidades que puede obtener, gracias
a las rentas que le vienen directa o indirectamente del campo. Gasta lo superfluo, haraganea la
mayor parte del día y se instruye lo menos posible en las cosas fundamentales. De ahí la frivo-
lidad y ligereza frecuente de sus juicios. Muy contadas son las que se ocupan de cuidar, con su
trabajo y sus recursos la gallina de los huevos de oro, a las familias de los obreros que trabajan
en el campo. Y después se lamentan de la llegada de las revoluciones y por los perjuicios consi-
guientes” (Amadeo, 1947 [1928]: foto 5046).
32 Este capítulo trata el modo en que el gobierno material del hogar se prescribe en la Economía
Doméstica. En este sentido se ciñe a las tematizaciones que en dicho corpus aparecen explícitas
sobre el hogar en lo que respecta a su administración económica. Para un desarrollo de la con-
sideración económica del espacio doméstico desde la Economía Política como ámbito sustraído
del mercado, véase Gardiner (1997).
33 Al argumento de la multiplicación de necesidades se suma durante la Primera Guerra Mundial
y en los primeros años tras su finalización el diagnóstico de la “carestía de la vida”, el encareci-
miento de productos básicos a partir de las dificultades de importación y producción. En el texto
de Bassi, podemos leer lo que sigue: “La conflagración europea y los trastornos sociales que le
han sobrevenido han empeorado de tal modo las condiciones económicas de los empleados y
trabajadores, que solo con extrema cordura en el manejo de los ingresos se puede vivir sin con-
traer deudas o sin sufrir el azote de la miseria” (Bassi, 1920: 5).
34 Recuperaremos algunos de estos argumentos en el capítulo V “Conocer para Gobernar” al
analizar la inteligibilidad estadística del hogar y las propuestas de medición del costo de vida.
214 Paula Lucía Aguilar / El hogar como problema y como solución
35 Esta satisfacción de los placeres e impulsos tiene contenidos claros que se reiteran a lo largo de
los diferentes textos:en el caso de las mujeres se centra en el derroche en teatro, moda y vestidos.
En los varones, el alcohol, las apuestas y el club.
36 Cabe destacar que las primeras mediciones regulares y oficiales del Costo de Vida (1918, 1933)
señalaban la imposibilidad de los hogares de sostenerse con un solo salario o jornal. Se recono-
ce, no sin rodeos, que existe el trabajo femenino que permite el sustento de las familias obreras
(grupo sobre el cual se efectuaba la medición).
37 Se refuerza la imagen del ingreso femenino como complementario al salario del varón. “Contri-
buye a aliviar el presupuesto de la familia obrera, el trabajo que hace la esposa: lavaditos, plan-
chados o costuras para afuera, y los obsequios de las relaciones o de los protectores, en forma de
ropa usada o vestiditos para los nenes, y además de las changuitas extras que a veces es capaz de
ganar el mismo operario” (Bassi, 1920: 23).
38 Para un análisis de la interpelación a las amas de casa en su rol de consumidoras a través de los
medios de prensa y la publicidad radiofónica, véase Traversa (1997) y Rocchi (2000a, 2000b).
Para el análisis de los modos en que la Economía Doméstica deviene en “Ciencias del consu-
mo”, véase Stage y Vicenti (1997). Recordamos sobre este punto los argumentos de Alejandro
Bunge (1928) bregando por la construcción del “sentido económico de la mujer”. En el que
incluía la toma de decisiones en las compras.
39 Podría relacionarse la importancia que se asigna a este registro minucioso de las entradas y
salidas del hogar con un diario en el que se refleja su intimidad. En este sentido, cabe recordar
los argumentos de Ariès en la introducción a la Historia de la vida privada (1991), que vincula la
confección de los diarios íntimos con el surgimiento de la reflexividad moderna. Volveremos
sobre esta idea de reflexividad sobre las prácticas del hogar en próximas páginas.
40 En general destinadas a las niñas alumnas de la enseñanza primaria.
41 “Un libro diario donde la dueña de casa apunte todas las noches lo que ha gastado y lo que tiene
para pagar, el debe y el haber es muy útil y metódico, así tendrá una verdadera contabilidad”
(Salzá, 1909: 32).
42 El porcentaje del ingreso obrero destinado al alquiler es uno de los tópicos más frecuentes en los
debates sobre vivienda y trabajo y una preocupación permanente en el análisis del costo de vida.
Véase Capítulo III “Topografías Domésticas” donde la encuesta realizada en 1937 por el Dr.
Escudero describe la diferencia que hace a las condiciones de vida, la cobertura de la vivienda
con algun tipo de protección. Asimismo el Capítulo V “Conocer para gobernar” donde se re-
cuperan los presupuestos confeccionados para el cálculo del costo de vida de la Familia Obrera.
43 El otorgamiento de un dinero registrado como “gastos menores del esposo” se propone como
solución ante la dificultad de lograr que el marido “anote” cada uno de sus gastos y entonces
perder control de ese dinero en la suma total.
44 “Cada vez que sienta la necesidad o el deseo de hacer un gasto, una compra, piénsese, medítese,
consúltese ¿es indispensable esto, es útil, es superfluo? Si lo primero, no vacilar en hacerla; si
lo segundo, tampoco, cuando se vea que la utilidad es rendidora y hay dinero sobrante; si lo
tercero, sólo cuando la situación pecuniaria sea desahogada” (Bassi, 1920: 32).
45 Los presupuestos y libros contables indicados en la figuras 1, 2 y 3 nos dan una pauta de cuáles
eran aquellos gastos y consumos “aceptables”. En teoría para los hogares. En el capítulo V
observaremos la composición de presupuestos utilizada para medir el costo de vida.
46 El trabajo con pago de salario diario es una verdadera preocupación en la formulación de estos
discursos. La base de administración ideal es el salario mensual, pagado en fecha, que permite
comprar en cantidad los alimentos y pagar en mensualidades.
47 Al mismo tiempo, relacionarse con individuos de sectores que no condicen con nuestros patro-
nes de consumo es condenado porque lleva al derroche. No hay que mezclarse con “relaciones
onerosas” ni juntarse con personas de una clase superior a la propia.
48 Si bien la distribución aquí reproducida es de 1902, su formato prácticamente no varía a lo largo
del período contemplado por esta investigación.
Capítulo IV El hogar como quehacer 215
49 Las citas a Benjamin Franklin se reiteran en las páginas iniciales de los manuales de Economía
Doméstica consultados.
50 Sobre todo se hace hincapié en los horarios destinados a las comidas, basados en los conoci-
mientos respecto de la nutrición y los alimentos.
51 “Y por último recomendaremos a la buena madre que sea inexorable en el sentido de que nadie
deje para mañana lo que pueda hacer en el día sin violencia, porque todo el trabajo postergado se acumula
el quehacer subsiguiente y corre el riesgo de normalizarse nunca” (Bassi,1920: 10).
52 El momento de llegada del esposo es un tópico habitual en los manuales de Economía Domés-
tica de mayor contenido moral como clave en la armonía del hogar, que pone a prueba la capa-
cidad del ama de casa para atraerlo y disuadirlo de la concurrencia a la taberna y otros sitios de
esparcimiento clave para la prevención del alcoholismo y la potencial organización política.
53 Dado que la perspectiva de la higiene en relación a la habitación o mejor dicho la vivienda en
el discurso fuera trabajada en el capítulo III, nos referiremos a esta tangencialmente en lo que
respecta al aseo y la limpieza como conjunto de prácticas regulares que, legitimadas en los avan-
ces científicos de la higiene y la bacteriología contribuyen a la definición discursiva de un orden
doméstico y el modo de alcanzarlo.
54 La escuela es hoy Escuela Técnica Nº 7 y lleva su nombre. Se toma al 18 de octubre de 1908
como fecha de inicio en tanto que ese día se presentó oficialmente la denominación de la insti-
tución como “Escuela Dolores Lavalle de Lavalle Profesional de Mujeres Nº 6”. Ahora bien, la
institución había sido fundada en 1894, formalizando el proyecto realizado por la Sociedad de
Beneficencia Santa Marta con la Señora Dolores Lavalle de Lavalle como su presidenta. De esta
manera, el 24 de Julio de 1894 se llevó a cabo la fundación de lo que fue la primera Escuela Pro-
fesional de Mujeres en la República Argentina, costeada con fiestas de caridad y colectas privadas.
55 Para una descripción de las entregas, véase Alayón (1978) y Lobato (2005).
56 “Artículo 6º- El mínimum de instrucción obligatoria, comprende las siguientes materias: Lectu-
ra y Escritura; Aritmética (las cuatro primeras reglas de los números enteros y el conocimiento
del sistema métrico decimal y la ley nacional de monedas, pesas y medidas); Geografía particu-
lar de la República y nociones de Geografía Universal; de Historia particular de la República
y nociones de Historia General; Idioma nacional, Moral y Urbanidad; nociones de Higiene:
nociones de Ciencias Matemáticas, Físicas y Naturales; nociones de Dibujo y Música vocal;
Gimnástica y conocimiento de la Constitución Nacional, para las niñas será obligatorio, además, los
conocimientos de labores de manos y nociones de economía Doméstica. Para los varones el conocimiento de
los ejercicios y evoluciones militares más sencillas, y en las campañas, nociones de agricultura
y ganadería” (Ley 1420).
57 Hemos recogido las reseñas de El hogar modelo y Palabras a mi hija, de Amelia Palma, El vademécum
del Hogar, de Aurora del Castaño (1903) y La economía Doméstica al alcance de las niñas, de Emilia
Salzá (1909). Esta última figura como parte del comité organizador del Encuentro Femenino
Internacional de 1910.
58 En su informe sobre la enseñanza técnica Zubiaur consigna que “al menos en las escuelas pri-
marias se da alguna enseñanza adecuada a las futuras e imprescindibles necesidades del hogar;
pero es tan limitada esta que casi se despreocupan las maestras normales de enseñarla”. Tam-
bién consigna que en la Capital, si bien considera que los programas son excelentes, “la falta de
preparación del personal enseñante, el poco tiempo que se le destina y el ambiente refractario en
el que se desarrolla” torna la enseñanza sumamente deficiente en cantidad y calidad. (Zubiaur
1900: 330). Considera la enseñanza hasta entonces brindada como teórica, anticuada y poco
práctica.
59 De acuerdo con la Memoria del Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, para 1920 las
Escuelas profesionales de Mujeres eran 16 en total. De acuerdo con la información que re-
produce Alejandro Bunge sobre escuelas medias y profesionales para 1938, seguían siendo 16
(Bunge, 1940).
60 El programa de Economía Doméstica consistía en: “Primer año: I. Del Gobierno de una casa; II.
216 Paula Lucía Aguilar / El hogar como problema y como solución
CAPÍTULO V
Conocer para gobernar
tamento Nacional del Trabajo (En delante DNT) a partir de 1913. En el caso de
los Censos Nacionales, consideramos brevemente la definición de las categorías
que permiten identificar rasgos de lo doméstico para el registro estatal en gene-
ral, es decir la descripción y cuantificación de viviendas, la composición familiar,
y la definición de las unidades de registro utilizadas. Luego nos concentrare-
mos en las formas que pueden considerarse antecedentes8 de procedimientos
de registro más recientes, como la Encuesta Nacional de Gastos de los hogares
(ENGH): los estudios sobre “Recursos, gastos y vivienda obrera” y “Condiciones
de vida de la familia obrera”. Describiremos la evolución de la encuesta como
modo privilegiado del sondeo y sus desarrollos locales, orientados por la inquie-
tud acerca del costo de vida y su cálculo, con particular énfasis en los sectores
obreros urbanos de menores ingresos (Mentz, 1991; Marshall, 1981).
Es necesario destacar que estas encuestas realizadas por el DNT para la
investigación de los ingresos y consumos populares no eran las únicas formas de
visibilización y registro de estos sectores. En el libro Servicio social compilado en
1952, que resume las clases y artículos del Dr. Germinal Rodríguez producidos
en su vasta trayectoria, este dedica dos capítulos completos a sistematizar las
recomendaciones sobre el examen adecuado de las condiciones de vida a ser
llevado a cabo por las asistentes sociales y visitadoras de higiene. El análisis de
sus prescripciones e indicaciones nos permite complejizar y complementar la
mirada que objetiva el hogar a partir de las necesidades, ingresos y consumos
de la familia obrera “tipo” delineada por el DNT. Así, en la tercera sección des-
cribimos las técnicas de observación y registro indicadas por este experto para
el Servicio Social de Casos (la Encuesta Social y la Encuesta económica) y sus
puntos de contacto con el modo en que la Estadística Social formulada por el
DNT despliega su grilla analítica sobre los hogares urbanos. La consideración
de las técnicas de encuesta social y económica, efectuadas en las visitas domici-
liarias permite dar cuenta de la sistematización de distintos modos de observar y
registrar aquello que sucedía en su interior, como insumo fundamental del diag-
nóstico de Visitadoras y Asistentes Sociales, y por tanto, su constitución como
un caso a ser asistido ya sea porque la familia no tenía forma alguna de sustento
o sus formas de vida no se adecuaban con las cualidades “propias” de un hogar
para el desarrollo de la familia obrera tal como las venimos analizando a lo largo
de nuestra investigación.
En las últimas dos secciones se desarrollan los aspectos fundamentales en
que se combinan en co-construcción de los hogares, y los usos posibles de esta
información, para finalmente dar cuenta de los aportes a la configuración de la
domesticidad que se desprenden de las técnicas y formas de registro del hogar
como unidad económica y locus de la acción reformadora. Una vez más, el ho-
gar se presenta como un espacio paradójico, ámbito privilegiado de las emocio-
nes y los afectos cuyas impresiones debían registrar con femenina sensibilidad
y profesionalismo las visitadoras, pero que también se esperaba fuera traducido
Capítulo V Conocer para gobernar 221
Para ello proponía la realización por parte de los obreros de una encuesta
obrera que mostrara en toda su contundencia los efectos de la vida proletaria12.
Unos años más tarde, en 1898 el socialista Adrián Patroni publica su informe
“Los Trabajadores en la Argentina. Datos acerca de salarios, horarios, habita-
ciones obreras, costo de la vida, etc., etc.”. En este trabajo, editado bajo la forma
de un pequeño libro, recopila presupuestos obreros para oponerlos a la informa-
ción hasta entonces disponible y difundida a través de la prensa escrita sobre los
ingresos y gastos obreros. En la segunda mitad de su trabajo, recupera y difunde
además, experiencias de vivienda popular y protecciones ante accidentes de tra-
bajo vigentes en países centrales así como algunas crónicas de la situación de los
trabajadores en las áreas rurales, particularmente el litoral y cuyo.
Entre los objetivos de este informe estaba el de advertir a los potenciales
migrantes a estas tierras sobre las reales condiciones de trabajo y salarios con las
que podrían encontrarse al llegar. De acuerdo con Patroni, la información brin-
dada a sus congéneres del viejo mundo (que reproduce transcribiendo los mate-
riales de incentivo a la inmigración distribuidos por el Departamento General
de Inmigración) constituía una falacia que la comparación concreta entre los
presupuestos y gastos de los trabajadores de distintos rubros y oficios era capaz
de dilucidar. Asimismo, la información disponible y publicada dejaría en claro
la existencia misma de la cuestión social y la necesidad de su urgente atención,
en contraposición con la afirmación de su carácter de “planta exótica” (Patroni,
1898: 156). En este sentido, sostenía que la contundencia brindada por la infor-
mación presentada reafirmaba el derecho de obreros y empleados a manifestar
su descontento por medio de huelgas13 y otras medidas de protesta:
Basta detenerse y examinar las partidas de los presupuestos obreros, para aperci-
birse, si el individuo que trabaja incesantemente y a pesar de todos sus esfuer-
zos, se ver forzado a vivir miserablemente, ahorrando sobre su propia ham-
bre, midiendo el alimento que debe devolverle las fuerzas físicas perdidas en
la constante labor; forzado a vivir en una promiscuidad denigrante; sin otras
perspectivas que las probabilidades de suspensiones periódicas: a ese obrero, re-
petimos como ¿se le quiere desconocer el derecho a unirse con sus compañeros
y reclamar mejorías? (Patroni, 1898: 136).
Patroni detalla las clasificaciones profesionales y los jornales para cada uno
de los oficios y tareas desarrolladas por los trabajadores urbanos, además de
comparar sus datos con aquellos disponibles a través del Departament of Labor
norteamericano, la francesa Office du travail o la Royal commission of Labor (ci-
tados profusamente en el texto) para actividades similares en distintos países.
También cita algunos boletines gremiales. La información sobre la situación lo-
cal se organiza en tablas donde se informa el horario y salario para cada taller
relevado y para cada oficio y tarea y un “término medio” de extensión de la
Capítulo V Conocer para gobernar 223
jornada y salario. Luego compara la relación entre las “entradas del obrero” y
“los gastos indispensables para la vida” evaluando que esta comparación brinda-
ría la constatación precisa de las condiciones de vida, en contraposición con los
presupuestos disponibles a partir del informe Buchanan14 y notas sobre el tema
ubicadas en la prensa (Patroni, 1898). Describe y compara varios presupuestos
confeccionados a partir de la consulta con “compañeros” de distintas compo-
siciones familiares, para constatar que la estrechez se verificaba en todos ellos.
Obtuve en las fábricas y talleres los datos pertinentes a las mujeres que trabajan
en ellos, cotejé salarios, horas de labor dadas por las gerencias con los datos ob-
tenidos, interrogando a las trabajadoras. Y para hacer más minuciosa la labor,
he visto los salarios en las libretas de pago, y de ellas los he extractado (…) No
quiero hacer de este estudio una página sentimental; he dejado a los Números
mostrar toda su fría elocuencia (Muzilli, 1916: 2).
Mi modo de proceder (…) ha sido el mismo que he empleado antes. Ver el tra-
bajo en la fábrica, en el taller o en el campo, tomar los datos sobre él y después
ir a buscar al obrero en su rancho o en el conventillo, sentir con él, ir a la fonda,
a la pulpería, a las reuniones obreras, oírle en sus quejas; pero también oír a
patrones y capataces (Bialet Massé, 1986 [1904]: 14).
hasta ese momento. Se suma a las voces que plantean la necesidad de desarro-
llar modos propios de conocer y legislar, por sobre la traslación automática de
experiencias extranjeras:
Las analogías perfectas, que podrían fundar leyes idénticas, son muy raras, y no
han sido objeto de investigación sobre los hechos concretos que permita definirlas.
Todo lo demás es divagar en un torbellino de errores de que la humanidad de-
biera sentirse escarmentada, sobre todo en materia social, en que se producen
tantas imágenes, al modo que en los espejos con rugosidades y abolladuras, y especialmen-
te en la República Argentina, que se encuentra ya en estado de hacer ciencia y legislación
propias, arrancando de sus mismas tradiciones; mucho más en la materia en que
las naciones y partidos socialistas no han hecho sino imitar malamente las leyes
que fueron la base de sus formación y del desarrollo de su personalidad (Bialet
Massé, 1986 [1904]: 16-17).
social local y las tareas relevantes de las Ciencias Sociales en su trabajo “La
cuestión obrera y su estudio universitario” conferencia brindada en 1907 en La
Plata y publicada en el primer número del Boletín del Departamento Nacional
del Trabajo, fundado ese mismo año.
Los materiales argentinos son escasos y deficientes: los elementos estadísticos, a pesar
de cierta aparente profusión, tienen vacíos lamentables; nuestros tratadistas, como
habremos de verlo, no han encarado aún estas cuestiones sino con cierto criterio
extranjero y de determinada escuela. Por lo mismo, será conveniente comparar
las fuentes de estudio y elementos de todo género, doctrinarios y estadísticos,
que ofrecen otras naciones, de modo que nuestras futuras indagaciones se en-
caminen en buena dirección (Quesada, 1907: 8).
La ciencia económica tiene ese objeto: desprender, del estudio de la vida eco-
nómica real, los principios generales que la explican, y que orientan su marcha
en el sentido del progreso científico y de la reforma social, a fin de que los
estadistas puedan, a su vez, inspirar mejor su obra legislativa, sea en el sentido
abstencionista o intervencionista (Quesada, 1907: 7).
2. Hogares en el papel
de los precios hizo ineludible contar con un análisis del mercado laboral y de la
estructura del consumo popular urbano. Así, entre 1913 y 1930 se realizaron
en total diez estudios por muestreos de barrios populares que abarcaron más
de 4600 familias (González Bollo, 1999a). De cada una de esas monografías de
familia, inspiradas en la encuesta monográfica de Le Play (aquella que García
señalaba como método adecuado para estudiar la familia), se deducía una media
llamada “presupuestos obreros promedio” a partir del cual se definía la propor-
ción que cada unidad asignada a alimentos, vivienda y vestido.
Sin embargo hacia fines de la década del 20 este modelo de indagación, con
sus variantes locales ya no seguía las normas de la Organización Internacional
del Trabajo y de la Sociedad de las Naciones, quienes “avalaban la novedosa
elaboración de presupuestos familiares discriminando ingresos, industrias y re-
giones mediante libretas repartidas entre las clases populares desarrollado por
Maurice Halbwachs” (González Bollo, 1999: 27). Este último sería el método
implementado en nuestro país a partir de la década del 30, como veremos más
adelante. La Organización Internacional del Trabajo, por su parte, promovía la
medición de los presupuestos familiares (Family living), interés cognoscitivo en
el que estimulaba con su financiamiento la Ford Motor Company, en un intento
por conocer los niveles salariales de subsistencia en distintos países y el poder de
compra del salario de sus trabajadores (Desrosieres, 2003).
Las mediciones realizadas por las oficinas públicas, como la Dirección de
Estadística del DNT eran consideradas parte de la “sociografía” estatal, necesa-
ria para la formulación de políticas, pero virtualmente desconectada de los desa-
rrollos teóricos de la sociología como disciplina académica. Sin embargo, pode-
mos afirmar que esos trabajos constituyen un punto fundamental en la historia
de la construcción de la inteligibilidad estatal de la población y de la objetivación
de los sectores obreros urbanos y de los hogares como unidad de registro e in-
tervención. En términos académicos, es posible considerar estos trabajos como
fundamentales para la institucionalización de la Economía como disciplina en
nuestro país y del desarrollo de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA
como usina de investigación. (Pantaleón, 2004). Además, la tarea de registro sis-
temático de los ingresos y consumos familiares iniciada por Bunge y continuada
por Francisco Figuerola32 implicó la construcción de indicadores claves para la
creciente función reguladora del estado hacia la década del 30.
Una conjunción de elementos se entrelazaba en el trabajo de Bunge: su
preocupación por la centralidad de la familia y su defensa como unidad de análi-
sis en el estudio de ingresos y consumos, la articulación entre los modos técnicos
más apropiados para su registro y la defensa de una concepción de la vida social
acorde a los preceptos del catolicismo social. Bunge expresaba reiteradamente
su preocupación por la baja de la natalidad y los efectos que la conducta eco-
nómica de los sectores obreros, sus costumbres y propensión al ahorro, tendrían
en la economía nacional, su mirada del espacio doméstico era integral, y se
Capítulo V Conocer para gobernar 237
rrespondientes a 120, 140, 175, 200, 230, 250, 300, 350, 400 y 500 m$n por
mes, estudiándose dentro de cada grado-tipo de retribución los sujetos casados,
sin hijos y con 1, 2, 3, 4, 5 o 6 hijos (DNT, 1933: 9).
Todo acto de gobierno debe aparecer fundado en elementos de juicio que jus-
tifiquen su razón de ser y legitimen su virtualidad, y nunca resultará extremado
el celo que ponga el poder público en la adopción de medidas encaminadas a obtener
el conocimiento real de los hechos en que está llamado a intervenir si se trata de
cuestiones que afectan en forma tan vital a la economía nacional como las relati-
vas a las condiciones de vida de las clases trabajadoras y a las relaciones entre
estas y sus empleadores (DNT, 1935: 3).
familiar brinda datos interesantes que el informe destaca: por un lado, que no
existía entre los datos recogidos por el estudio un “empleado” con 6 hijos. Y por
otra parte, que el presupuesto de todas las familias obreras con 3 hijos o más se
encontraba en “déficit”, es decir, la suma de sus gastos efectivos superaba sus
ingresos. El presupuesto teórico se construía a partir de los datos brindados por
los trabajadores, por medio de una operación estadística: el promedio de cuatro
casos en los que se “equilibran” los gastos, es decir, en los que no había déficit.
Este presupuesto teórico, sin embargo,
Se adoptaron estos límites de remuneración por entender, sin previo estudio y por
la mera observación del medioambiente que con menos de 120 pesos mensuales no
es posible satisfacer en la Capital Federal perentorias necesidades de una fami-
lia, y que más allá de 500 pesos ya no es apreciable una situación angustiosa
que deba ser urgentemente estudiada y puesta de manifiesto (DNT, 1937: 14).
Una vez más, el informe aclara la diferencia entre considerar a este presu-
puesto como un esquema de consumos ideal a alcanzar para la satisfacción de
las necesidades, y la situación real de los trabajadores
Para captar las oscilaciones en toda su complejidad, debía formarse una lis-
ta mínima de los “artículos que normalmente y en forma imperiosa debe adqui-
rir un hogar obrero” (DNT, 1937: 13). Se formulan entonces rangos de ingresos
que estratificaban el consumo posible y delimitaban a partir de ello las necesida-
des mínimas a ser satisfechas a partir de los consumos efectivamente realizados.
Sin embargo, aclaraba el informe del DNT, el presupuesto tipo sólo servía para
medir las fluctuaciones del costo de la vida y de cada uno de los rubros que
entraban en su determinación, pero no constituía ni un plan de nutrición ni el
único factor que pudiera intervenir en la regulación de las remuneraciones38.
Cabe destacar asimismo, que en varias oportunidades los informes relacionaban
los consumos con los hábitos y gustos particulares de los sujetos encuestados
242 Paula Lucía Aguilar / El hogar como problema y como solución
La lista tipo de los artículos de más perentoria necesidad contiene el mínimo indispen-
sable que aparece como absolutamente imprescindible según resulte de las declaracio-
nes de las familias consultadas que vivan estrictamente del salario más bajo entre los
comprendidos en la investigación. Ello no excluye, antes al contrario, aumenta,
el interés de estudiar en qué forma repercuten las variaciones de los precios en
cada grupo de presupuestos o en cada presupuesto individual, pero el reflejo más
elocuente será siempre el que provenga del presupuesto más sensible (DNT, 1937: 13).
¿Qué le importa al obrero que gana 120 pesos el precio de las ostras, de las
langostas de Chile, de la carne de primera calidad o de los sombreros de fieltro de categoría
registren una baja del 75 % o tripliquen su valor? Jamás con los 120 pesos,
podrá adquirirlos. En cambio, sí le interesa que el kilo de pan, de carne, de
manteca, etc., no sea aumentado un centavo porque la leve diferencia será para
él una carga apreciable (DNT, 1937).
El estudio del costo de la vida realizado por la división estadística del DNT no
es una mera especulación intelectual sino que, a pesar de su estructura rígida y
sistemática, está revestido de un profundo sentido humano. De la misma manera que
en Sociología la voluntad colectiva es la dominante cuando se está seguro de un
mínimum de coincidencias por parte de las voluntades particulares socialmente
relevantes, en Estadística Social se miden y cuentan los fenómenos cuando mues-
tran coincidencias que permitan agruparlos para establecer deducciones que re-
velen características de generalidad. Se apoya, pues, en hechos reales espontáneamente
expuestos por las personas consultadas y debidamente comprobados por contrastación de
diversos casos cuyas características se suceden con frecuencias reveladoras de una homoge-
neidad que se presta a establecer comparaciones y deducir consecuencias (DNT, 1937: 15).
rémora de una familia tradicional perdida que era necesario recuperar, eran
fruto de decisiones orientadas por un tradicionalismo ideológico “que a menudo
se encontraría en contraste con las presiones originadas por un tipo de estruc-
tura social no congruente con aquel” (Germani,1987:265[1955]), pero que no
es menos “voluntario o electivo” que las aspiraciones familiares de aquellos que
regulan el número de hijos por otras razones. A continuación, vemos cómo se
representaba gráficamente la evolución de la cantidad de hijos comparando las
mediciones de 1933 y 1943.
casos en que el único ingreso familiar es el sueldo del marido podrá efectuarse con garantías
de acierto el cálculo del salario real y la subsiguiente comparación con los niveles de otros
países. Los elementos básicos, han de ser concretos, claros y sencillos si se quieren
evitar perjudiciales confusiones o errores de interpretación (DES, 1946: 13-14).
Se toman las medidas necesarias para que sobresalga de modo indubitable has-
ta qué límite alcanza el salario obrero en el sostenimiento de su familia. Puede juzgarse
de la importancia decisiva de esta cuestión teniendo presente que ha de servir
para fijar el régimen de remuneraciones, desde los tipos de salario a los subsi-
dios familiares, y, en caso de emergencia, a las indemnizaciones por vida cara43
(DES, 1946).
Es preciso tener como base el salario obrero para evaluar y fijar regíme-
nes de remuneraciones con cierta exactitud. De acuerdo con el informe, re-
sultaba imperioso establecer un salario mínimo que cubriera las “necesidades
normales” y “placeres honestos” de los trabajadores. Es interesante, a diferen-
cia de los informes previos, el énfasis en la reflexión acerca de la estratificación
social y la afirmación de la necesidad de elevación del nivel de vida de los
trabajadores. Sin embargo, se considera que el nivel de vida real establecido
por la investigación no puede tener un carácter normativo y no se pretende
definir el “standard” al que se pretenda aspirar, sino sólo dar cuenta de lo que
efectivamente ocurre.
Así, sostiene que el nivel de vida varía según sea el grupo social al que se re-
fiera y la complejidad de vida del medio que se estudie. Aunque advierte sobre la
dificultad en la clasificación de grupos sociales y en establecer las “características
esenciales” que los distinguen, enumera, sin embargo, una lista de elementos a
tener en cuenta a la hora de agrupar o clasificar a los trabajadores y establecer
su nivel de vida.
250 Paula Lucía Aguilar / El hogar como problema y como solución
Los técnicos del DNT advertían que los datos sobre las condiciones de vida
dependían de la veracidad de las respuestas y la voluntad de participación de los
consultados. Las dificultades de la encuesta social también se plantean desde el
inicio: el sujeto puede ser incapaz de apreciar su condición, puede exponerla con
prevenciones y entonces mentir sobre su estado o la asistente social puede inter-
pretar el caso con un criterio personal que no sea adecuado a la situación. Estas
dificultades, sin embargo, pueden ser evitadas por una visitadora de buen criterio,
quien sabe hacer que el asistido sienta la necesidad de ganarse su buena voluntad.
Las condiciones del individuo son vencidas por el tacto y el ingenio de la visi-
tadora. La manera como esta se presenta, pregunta, interroga, la bondad que
pone en sus palabras y en sus gestos, son la clave de la pesquisa social. Por ello la
Visitadora Social debe ser siempre una mujer (…) ella tiene bien desarrollado el sen-
tido de la caridad y pone en sus actos familiares el corazón de madre. La Visita-
dora de Higiene es la hermana de la caridad civil (Rodríguez, 1952: 165-166).
higiénicos? ¿Se nota en la ropa de la familia detalles chocantes en lo sucio, rotura, zurci-
do, etc.? Estas preguntas, deben ser realizadas en el marco de una conversación.
La respuesta a las preguntas sumada a la observación da “elementos de juicio a
la visitadora sobre la inteligencia del individuo y la sinceridad con que expone”
(Rodríguez, 1952: 166).
también a las familias “incompletas” es decir aquellas en las que “falta el ma-
rido o la mujer, pues esta ausencia del principal sostén puede ser precisamente
lo que ha obligado a la familia a recurrir a la Asistencia pública o privada”
(Rodríguez, 1952: 248).
Otro punto fundamental de la llamada encuesta económica es el registro
de la ocupación y situación profesional, en particular si cada uno de los miem-
bros de la familia tiene ocupación remunerada, empleo, y/o está desocupado
o en paro y hace cuánto tiempo. Las personas “sin ocupación remunerada”
son principalmente las esposas, los niños, y los ancianos que viven en la casa y
no ejercen actividad alguna fuera del hogar. Asimismo, se establece importante
tener en cuenta la “situación profesional” especialmente en aquellos cuyos ingre-
sos no provienen de salarios. Por otra parte la distinción entre trabajo manual o
no manual “reviste especial interés para determinar las variaciones del género
de vida de los distintos grupos de trabajadores sobre todo en lo que se refiere a
la alimentación”. Tal como señalaba Bialet Massé en su informe y refuerza el
Dr. Rodríguez, el desgaste físico del trabajador es un punto fundamental para
el cálculo de las necesidades de alimentos, las cuales habrán de variar “según se
trata de trabajadores manuales o no manuales, de obreros desocupados o de las
dueñas de casa”.
Los datos de la vivienda son importantes ya que, además de completar la
información sobre los gastos (cabe recordar que una gran parte del ingreso total
de los sectores considerados por la encuesta se destina al alquiler), se pueden
deducir a partir de esta información las condiciones en que están alojadas las
familias. En este sentido es muy importante conocer el número de habitaciones
y si la vivienda es alquilada o de propiedad de sus moradores. Otros detalles que
considera la encuesta económica es la producción propia de alimentos (a través
de las huertas o animales domésticos). El registro de los ingresos se constituye
en “Núcleo central de toda encuesta completa sobre las condiciones de vida de
las familias”. De acuerdo con las consideraciones de Rodríguez, los gastos del
consumo corriente “dan la mejor idea de lo que constituye el nivel concreto de vida
y, en ultimo análisis, el objeto principal de las encuestas es la determinación de
ese nivel” (Germinal, 1952: 251). El nivel de vida surge en la descripción de la
encuesta económica como una suma de consumos a obtenerse con un determi-
nado ingreso.
Los datos de los ingresos permiten la clasificación de las familias según el total
de ingresos de que dispone cada una de ellas o cada uno de sus miembros, o
bien cada unidad de consumo. Ello permite comparar la suma de que se dis-
pone para sostener un nivel de vida determinado con la suma realmente gastada.
De este modo, se puede distinguir las familias cuyo nivel normal de vida sea
superior al que correspondería a los ingresos de las familias cuyo nivel normal de
vida sea inferior al correspondiente a sus ingresos (Rodríguez, 1952: 251-52).
258 Paula Lucía Aguilar / El hogar como problema y como solución
Uno de los fines principales del estudio de las condiciones de vida de las familias
es el análisis de los diversos elementos de que se compone el consumo de las
mismas, de manera que se hagan resaltar las características de tales elementos
o las circunstancias que influyen o determinan dicho consumo. El análisis de
los niveles de vida permite observar cómo varía la composición del consumo de
las familias en los distintos niveles (Rodríguez, 1952: 263).
Una vez reunida la información, el autor expone métodos que pueden se-
guirse para analizar y utilizar los datos en pos de una asistencia más eficaz. Esta
enumeración de herramientas analíticas establece nuevas operaciones, además
de la descripción o diagnóstico de la situación del potencial asistido, a realizarse
con la información recogida.
En primer lugar, plantea la necesidad del análisis del monto de calorías
que una familia obrera debe consumir y la composición de sus alimentos (gra-
sas, hidratos de carbono, proteínas, aguas y sales minerales) y a partir de esta
evaluación, la cantidad mínima necesaria que un obrero y su familia debe dis-
poner para “subvenir a sus necesidades alimenticias” (Rodríguez, 1952: 264). Si
bien este punto había sido tratado por Bialet Massé en su informe (a partir de
sus cálculos fisiométricos de la fuerza y consumos obreros, basados en las teo-
rías de Atwater) se destaca en la argumentación de Rodríguez, la articulación
de esta información respecto de los consumos calóricos con la encuesta eco-
nómica, y la consideración de la brecha entre los productos que debe y puede
consumir la familia obrera.
El segundo punto a considerar como importante para el análisis de la in-
formación suministrada por la encuesta económica son los datos referidos a la
cuestión de la habitación. Desde su mirada médica, Germinal pone el foco en el
hacinamiento, la cantidad de habitaciones y el porcentaje del salario que es ero-
gado en concepto de alquiler46. Para ello retoma una encuesta de 1925 realizada
por el DNT donde se establece la proporción de gastos en los que se distribuye
el presupuesto obrero y entre ellos el destinado al alquiler.
Capítulo V Conocer para gobernar 259
Las encuestas, tanto las que describen los ingresos y consumos de la familia
obrera como las propuestas como método de sistematización de la información
recogida por las visitadoras y asistentes sociales permiten dar cuenta de la con-
figuración de un hogar para la mirada estatal. Entonces, ¿qué nos muestran las
encuestas acerca de los hogares? ¿Qué nos dice de sus formas de vida? ¿Qué
elementos nos brindan para pensar la configuración de la domesticidad en y por
las políticas sociales?
En primer lugar, obtenemos una descripción de la composición “tipo”. Las
familias consideradas por las mediciones del presupuesto obrero son de 5 miem-
bros, dos adultos (“matrimonio”) y tres menores de 14 años (la edad de trabajar).
En la determinación de los límites del hogar, dos circunstancias complejizan la si-
tuación: por un lado, la presencia de familiares y huéspedes, muy frecuente en los
sectores populares por el sub alquiler de piezas y el trabajo femenino domiciliario,
que como hemos visto en capítulos anteriores conlleva dificultades para su identi-
ficación y consideración estadística. Un cambio a esta conformación se evidencia
a partir del Censo Escolar de 194347 que plantea que la composición de las fami-
lias considerada como “tipo” es de 4 integrantes. Esta cifra es tomada en cuenta
por los análisis de las condiciones de vida y trabajo y fundamentalmente por el
censo de 1947 que pone especial énfasis en la composición familiar. También es
interpretada como un dato negativo por quienes abonan el diagnóstico de la des-
natalización y de la falta de fecundidad de los sectores medios y aumento de los
pobres. Es interesante considerar aquí como esta “familia tipo” surge como una
construcción estadística fruto de un determinado universo de medición (obreros
y empleados con familia) y se extiende en términos normativos48.
La línea entre trabajadores y dependientes es clara en términos jurídicos
(14 años) aunque difusa en términos concretos. Para la encuesta de 1943 se
toman como edad de los hijos los 10 años. Esto es un cambio. Si bien las me-
diciones se centran en los hogares asalariados y por tanto en el salario del jefe
de hogar, reconocen que el déficit mostrado es en muchos casos solventado por
el trabajo de otros integrantes de la familia. Surge aquí el trabajo de mujeres y
niños como una cuestión tematizada en términos ambivalentes, oscilante. Esta-
dísticamente, se considera que los ingresos del grupo familiar corresponden al
salario del padre, considerado como jefe de familia. Este punto corresponde por
un lado a la necesidad de “comparabilidad” de los datos, pero se contraponen
a partir de mediados de los años 20 con las normas de la OIT. Esta decisión
de criterio plantea tensiones en la argumentación de los resultados obtenidos a
partir de la medición, dado que sólo con el ingreso del varón adulto las familias
obreras se encuentran en déficit y esto no se compadece con los hechos a medir.
La “solución” parece ser achicar la unidad de observación; de ese modo, se
Capítulo V Conocer para gobernar 261
5. Hogares cifrados
Notas
1 Tal es el modo en que son nombrados en las diferentes mediciones.
2 Pueden mencionarse como antecedentes los trabajos de Ernest Engel en Bélgica (1886), Frede-
264 Paula Lucía Aguilar / El hogar como problema y como solución
ric Le Play en Francia (1855), Charles Booth (publicados entre 1892-1904), Seebohm Rowntree
(1905) y Bowley (1915) en Inglaterra, Carroll Wright en EE.UU.(Jahoda, Lazarsfeld y Zeizel,
1971 [1933]). Según consigna el historiador de las estadísticas, Alain Desrosières, el énfasis pues-
to en la medición de las condiciones de vida tiene características específicas. Si en Inglaterra el
objeto de estudio privilegiado fueron los pobres (a partir de las demandas producidas por las dis-
tintas reformas de las leyes de pobres vigentes desde el siglo XVII) en Francia el foco de análisis
eran las condiciones de vida de los trabajadores. (Desrosières, 2003 Topalov, 1992).
3 Para un análisis del modo en que se conformó una “protopolítica” científica orientando la ac-
ción pública en el sentido de la medicalización, véase Murillo (2001).
4 Y, como hemos visto en los capítulos II y III, de los “extraños”.
5 Para un análisis de la relación entre los instrumentos de la política y el modo en que conforman
sus objetos, véase el interesante análisis de Lascoumes y Le Galès (2005), especialmente la no-
ción de co-construcción.
6 Para un detalle de las mediciones realizadas por parte de otras reparticiones estatales y oficinas
estadísticas, véase Otero (2006); Gonzalez Bollo (1999a, 1999b, 2002, 2004a, 2004b, 2007);
Daniel (2009a).
7 Los límites entre la academia y la política son difusos. Para un estudio detallado del complejo
vínculo entre expertise y función estatal, véanse los trabajos de Pereyra (1999, 2007, 2008a,
2008b), Zimmerman (1994), Plotkin (2007), Haidar (2005, 2008) y Grondona (2011).
8 Adriana Marshall (1981), analiza los estudios de Costo de vida de la familia obrera como antece-
dentes de mediciones posteriores y sistematiza el valor de los datos, considerando sus dificultades
de comparabilidad para el trabajo con series históricas de largo plazo. Aquí sólo se consideran
aquellos datos que permiten delimitar categorías sociales, sin tener en cuenta las variaciones de
los precios de los productos consignadas en los distintos informes.
9 La historiadora Joan Scott desarrolla, para el caso francés, una dinámica similar en el debate
por las condiciones de vida y trabajo de las poblaciones obreras. Sostiene que “los análisis de
los problemas sociales y de los programas para la reforma (sobre todo los referidos a la situa-
ción de los trabajadores en las ciudades y en los nuevos centros industriales) se basaban en la
preferida veracidad científica que exponían y categorizaban las tablas numéricas para alcanzar
legitimidad en el debate entre “administradores burgueses y sus críticos aristocráticos y obreros”
durante todo el siglo XIX (Scott, 2008: 148-149).
10 De acuerdo con Claudia Daniel, “El interés cognoscitivo (por la cuestión obrera) quedaba
reflejado en los repetidos informes requeridos por el poder ejecutivo a estudiosos del tema que,
desde el reconocimiento oficial, terminaron por suturar este dominio como objeto válido de
conocimiento, paso previo a sancionarlo como campo legítimo de acción” (Daniel, 2009: 3).
11 Periódico semanal dirigido por Germán Ave Lallemant (1835-1894), científico alemán de des-
tacada actuación como ingeniero de minas, geógrafo y agrimensor, especialmente en la zona de
Cuyo. El periódico se publicó entre 1890-1893 y se considera antecesor inmediato del periódico
Socialista La Vanguardia. En sus páginas se publicó la presentación al Congreso realizada por
la Federación Obrera en 1890 conteniendo las primeras demandas por la protección del trabajo
de mujeres y niños, extensión de la jornada laboral y las condiciones de higiene y salubridad de
talleres. Contaba con un diálogo permanente con las organizaciones obreras miembros de la II
Internacional (García Costa, 1985).
12 El cuestionario sugerido es de unas 16 preguntas que versaban sobre la extensión de la jornada,
las condiciones de higiene de los talleres, el tipo de trabajo y sus consecuencias para la salud, así
como también la existencia de reglamento interno y sanciones en los lugares de trabajo. Otro
grupo de preguntas daba cuenta de la continuidad de las tareas a lo largo del año. Las preguntas
relativas a las condiciones de vida se detallan a continuación: “15. ¿Cuáles son las condiciones
de su existencia de usted? ¿Cuánto alquiler paga? ¿De qué clase es la habitación? ¿A qué dis-
tancia se halla del taller? ¿Tiene agua suficiente? ¿Ventilación? ¿Cuáles son las condiciones de
higiene? 16. ¿Qué precio es el actual de pan en el lugar donde vive usted? ¿Cuánto gasta un
adulto allí para vivir por día en pan, carne, vegetales, leche, queso, fideos, pasta, etc.? ¿Cuánto
Capítulo V Conocer para gobernar 265
gasta al mes en lavado, calzado, ropas exteriores e interiores? ¿Para fumar? ¿Para diversiones?
¿Cuánto gasta una familia de 5 miembros?” (El obrero, enero de 1892, García Costa, 1985).
Nótese la consideración de la familia de 5 miembros como pauta que más tarde se reitera en las
mediciones realizadas por las agencias estatales.
13 Años más tarde, una de las primeras tareas asignadas al DNT sería justamente registrar la
estadística de huelgas (Isuani, 1985; Zimmerman, 1994).
14 “La moneda y la vida en la República Argentina” primer informe sobre salarios y precios del
período 1886-1896 realizado por el enviado y Ministro Plenipotenciario de EE.UU. para la
República Argentina William I. Buchanan y traducido al español en 1898. Para un análisis
detallado del informe y su contexto de producción y circulación, véase Panettieri (1998).
15 Patroni cita un análisis del Informe Buchanan publicado en la revista La Agricultura donde se
afirma: “El Sr Buchanan nada acuerda al obrero para el lavado y demasiado poco para ropa,
calzado, alumbrado, medicinas, etc.” y continúa “Que el Sr Buchanan no acuerde nada al
obrero para tabaco, diversiones, lectura, etc. en que el burgués gasta 150$ no nos parece justo”
(Patroni, 1898: 119).
16 Los informes de Carolina Muzilli fueron la inspiración de Manuel Gálvez para la escritura de su
novela Nacha Regules (2010 [1919]) sobre el trabajo femenino, sus condiciones y moralidad.
17 Ley Nº 5291 Mujeres y Niños. Proyecto de Gabriela Laperrière de Coni, presentado para el
Código González, presentado nuevamente por Alfredo Palacios, tal como hemos descripto en
el Capítulo II.
18 De acuerdo con el decreto oficial, el informe debía contemplar los siguientes rubros: “1. For-
ma del contrato del trabajo, salarios, accidentes, habitaciones, seguros 2. Higiene seguridad y
régimen interno de las casas de trabajo 3. Papel que desempeñan entre ellos las agencias de
colocaciones y otros intermediarios 4. Descanso hebdomadario y jornada de trabajo 5. Trabajo
de mujeres y niños 6. Asociaciones obreras, sus diversas formas y estatutos.
19 Las carreras tradicionales, Medicina y Derecho concentraban las mayores consideraciones y
matrícula. Entre 1890 y 1920 se crearon cinco cátedras en diferentes universidades. La primera
en 1898 en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. En 1908 se creó
una cátedra en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la misma Universidad. En 1906
se inicia una cátedra de Sociología en la Universidad de La Plata y en Córdoba en 1907. En
1914 una cátedra de esta disciplina es establecida en la Universidad del Litoral. (Devoto, 2002;
Pereyra 2007, 2008) Para una descripción del campo intelectual reformista y sus vínculos con la
Universidad, véase Zimmerman (1995).
20 Frederic Le Play fue activo participante en la política de su tiempo, fue senador, consejero de
estado del Segundo Imperio en temas sociales y director de los pabellones franceses en las ex-
posiciones universales de 1852, 1855 y 1867. Asimismo fue fundador de la Société d´economie
sociale (S.E.S.) en 1856, de la Unions de la paix sociale (U.P.S) en funcionamiento partir de
1874 y de la publicación de la Reforme Sociale, creada en 1881 y que reflejaba bimestralmente la
actividad de ambas formas de agrupación, heterogéneas en su composición y actividades desa-
rrolladas (Savoye, 1989). Sobre su recepción en nuestro país (Bollo, 1999; Aguilar, 2009).
21 Además de la tesis de Garrigos Moeris (2001), la traducción de Juan Agustín García es la única
versión de la grilla para el estudio de las familias que hemos podido rastrear en español. Según
señala el autor de la tesis antes mencionada, debió enviar a microfilmar la obra completa para
poder desarrollar su trabajo. Por nuestra parte, hemos consultado los originales facsimilares
directamente en el sitio web www.gallíca.fr, ya que en las principales bibliotecas consultadas las
ediciones de Le Play disponibles son francesas.
22 Seguimos en este apartado los trabajos del historiador Hernán Otero (2006, 2008).
23 En su trabajo sobre la renta de la familia obrera, Alejandro Bunge ya lamentaba el criterio
individual de los censos, que no permitían calcular la renta por familia o separar aquellos que
no la tenían, del promedio de la renta general (Bunge, 1917). Agradezco a Clara Bressano, esta
indicación.
266 Paula Lucía Aguilar / El hogar como problema y como solución
24 De acuerdo con un informe del Departamento de Agricultura de EE.UU. de 1935 sobre las
mediciones del costo de vida (Studies of Family Living) en distintos países existieron dos informes
sobre la relación entre salarios y precios, por fuera de los confeccionados por el DNT: “La mo-
neda y la vida en la República Argentina”, de William Buchanan publicado en 1898 (y con el
que discutía Adrián Patroni en su informe de 1898) y “Estudio sobre la carestía de la vida en la
República Argentina especialmente en la ciudad de Rosario”, publicado en 1914 por el Boletín
del Museo Social Argentino (Zimmerman, 1935: 217). Esta referencia da cuenta además del fluido
intercambio de información entre agencias estatales, especialmente entre las oficinas dedicadas
al trabajo.
25 “Recoger, coordinar y publicar todos los datos relativos al trabajo de la República, especialmen-
te en lo que concierne a las relaciones del trabajo y del capital y a las reformas legislativas y
administrativas capaces de mejorar la situación material, social, intelectual y moral de los traba-
jadores”, así como adquirir conocimientos de la realidad laboral sobre la que se debía actuar a
través de “estadísticas fieles y continuadas y por unas investigaciones metódicas e imparciales”.
Para un detallado análisis del DNT como institución, véase Lobato (2007), Zimmerman (1995),
Haidar (2008).
26 Seguimos en este punto el criterio expositivo y de periodización histórica propuesto por Gonza-
lez Bollo (1999).
27 “Recursos gastos y vivienda obrera”, son los estudios de 1913 y 1914 y en 1915 publica el primer
informe sobre el paro forzoso, ambos (Bunge, 1917: 115).
28 Carne (vacuna, ovina y porcina), pan, aceite, arroz, azúcar, carbón, café, leña, te, tabaco y yer-
ba, papas, vino, grasa, harina y leche. Vestido, luz eléctrica, y “otros gastos” (Bunge, 1919).
29 El cálculo de los primeros números indicadores del costo de la vida en el país fue realizados con
la activa participación de los docentes y alumnos de la Facultad de Ciencias Económicas (UBA)
Su divulgación fue posible gracias a la REA (Revista de Economía Argentina) como artículos
en la prensa (Bollo, 1999). Para un analisis específico de la trayectoria de la REA, Véase Pan-
taleón (2004).
30 Oficina francesa en 1891 y EE.UU. en 1884.
31 A lo largo de la revisión documental y bibliográfica realizada hemos encontrado numerosas
referencias a las reuniones internacionales, congresos y circulación de publicaciones que per-
mitían intercambiar herramientas teóricas y prácticas para la investigación social. Reuniones
periódicas de estadísticos (Otero, 2006), el Congreso Mundial sobre Desempleo realizado en
1910 (Topalov, 1994; Grondona, 2011); los informes preparados por el departamento de Agri-
cultura de EE.UU. “Studies of family living”, los informes del Bureau of Labor y la Oficina del
Censo de EE.UU. disponibles en la Biblioteca de la UNLP (Quesada, 1907), la participación
de Unsain en 1926 en la reunión de la OIT. Tal como señala Gonzalez Bollo, “Los trabajos de
cuantificación fueron posibles gracias al empleo de técnicas y metodologías avaladas por un uso
ya extendido en la oficinas dedicadas a la misma problemática entre los países europeos, desde
fines del siglo XIX” (Gonzalez Bollo, 1999: 1).
32 Para un exhaustivo recorrido de la figura de Figuerola por el arco institucional de las regulacio-
nes laborales locales, véase Gonzalez Bollo (2008) y Grondona (2011).
33 “La Dirección de Estadística fue responsable de siete síntesis anuales contenidas en Investi-
gaciones Sociales (1936-1942) –algunas de ellas varias veces reditadas–, nueve investigaciones
oficiales sobre salarios, ramas industriales, precios, desocupación, huelgas, organización sindical
y accidentes laborales; y otras tres investigaciones especiales” (González Bollo, 2008: 8).
34 En el texto de presentación de la metodología utilizada, se aclara que la validez del presupuesto
básico es un dato fijo de referencia que puede llegar a servir por un periodo de unos 5 años ya
que “no varían muy frecuentemente los hábitos de un país para influenciar en la estructura de
su presupuesto en cuanto refiere a la alimentación” (DNT, 1935: 10).
35 Esta capacidad de consumo se fija de modo ponderado, considerando al obrero como 100, su
esposa 80, una hija de 13 años 70, un hijo de 8 años 50 y uno de 5 años 35. El total de capacidad
Capítulo V Conocer para gobernar 267
de consumo es de 335 para un matrimonio y tres hijos. El cálculo varía a partir de la edad de los
hijos (DNT, 1935: 12).
36 Recordemos que la confección del presupuesto tipo con los datos de octubre de 1933 contempló
tanto la categoría de “personal obrero” como la de “personal empleado”.
37 Los datos contenidos en la encuesta sobre vivienda obrera fueron contemplados en el capitulo III.
38 Este aspecto de la relación de los precios y la actualización de las remuneraciones aparece con
mayor fuerza en 1946.
39 Nos preguntamos ¿y si el obrero comprara 120 pesos de ostras? , no sería una acción prudente
o frugal, dos cualidades esperables de las clases trabajadoras.
40 Si bien la fecha de publicación del informe excede el periodo aquí estudiado consideramos
que por su contenido, las categorías desplegadas y el análisis de la información que contiene su
inclusión es fundamental para comprender el modo en que se configura el hogar para el registro
estatal.
41 Es interesante poner en relación esta lectura de Germani, con el diagnóstico de Tomás Amadeo
respecto de la necesidad de arraigo en el campo y formación del “hogar rural”.
42 En los textos de Bunge sobre la desnatalización se sugiere premiar a las familas con 8 hijos o más
(Bunge, 1940).
43 Lamentablemente, no hemos logrado ubicar antecedentes o referencias a este punto de “indem-
nizaciones por vida cara”. Solo está nombrado al pasar en el informe.
44 Conferencias de San Vicente de Paul, entre otras (véase Coni y Oliva). Se calcula que esta socie-
dad en los primeros 25 años de existencia había realizado unas 2.009.127 visitas domiciliarias,
siendo 120.351 el Nº total de familias asistidas (Ciafardeo, 1990 citado en Oliva 2007: 41). Para
un detalle de la acción católica, véase Auza (1984) y Recalde (1985). La conformación de estas
primeras escuelas de Asistencia Social se vincula con una concepción paramédica o parajurídi-
ca, buscando ampliar el panorama de esas disciplinas desde una idea de personal auxiliar que
interviene pero que media y trasmite su saber a las disciplinas de origen (Derecho y Medicina)
Carballeda (1994).
45 En los programas de estudio de Visitadoras de Higiene Social, fechados en 1942, cada una de
las formas de encuesta aquí descriptas posee sus propias unidades.
46 Tematización que ya vimos en el capítulo III.
47 El censo escolar de 1943 cobra una inusitada importancia ante la ausencia de Censo de Pobla-
ción entre 1914 y 1947.
48 Podríamos pensar que aún hoy, a pesar de todas las transformaciones sociales pasadas y pre-
sentes, la categoría de “familia tipo” es un modo de nombrar que remite automáticamente al
matrimonio con dos hijos.
49 Y al mismo tiempo sugiriendo la necesidad de mecanismos de adecuación de los salarios a los
precios reales.
50 Este lugar de la vivienda propia como modo de previsión es una tematización clave también en
la Ciencia Doméstica. (Ver Capítulo V).
51 O dicho de otro modo, no es la pobreza lo que aparece como objeto de intervención sino la
regulación del trabajo.
269
CAPÍTULO VI1
Conclusiones
En primer lugar, se busca escindir el hogar del mercado de trabajo; con ello
se traza la inestable frontera entre el mundo íntimo de lo doméstico y el espacio
en el que se labora para sostener la vida que en el hogar transcurre. Es posible
dar cuenta de este proceso a través del debate de la primera legislación laboral
(especialmente aquella relacionada con malas condiciones de trabajo y el efecto
sobre la salud de mujeres y niños) y, sobre todo, la insistencia sobre la escisión
entre hogar y taller planteada en la discusión y regulación del trabajo a domi-
cilio por cuenta ajena. Las iniciativas respecto del salario mínimo y más tarde
aquellas propuestas que reivindican el salario familiar, tenían por uno de sus
objetivos principales la distribución de los miembros de la familia obrera y sus
responsabilidades de un lado y otro de la frontera. Mujeres y niños en el hogar,
varón en el taller o la fábrica.
En el debate por el trabajo de las mujeres y los niños se visibiliza la delimi-
tación del trabajo remunerado extradoméstico como exterior. Una exterioridad
necesaria a la constitución de la noción de “hogar”. Una distinción igualmente
necesaria pero más difícil de trazar y acordar se juega en la frontera entre el ho-
gar y el taller (o fábrica, claro está). El extendido trabajo a domicilio por cuenta
ajena emerge como núcleo del conflicto, en tanto muestra aquello que contra-
dice el orden doméstico supuesto y deseado, superponiendo y confundiendo lo
que se esperaba estuviese separado, por tratarse de esferas diferentes y de distin-
ta cualidad. Instala además una contradicción práctica: si las tareas esperadas
“del hogar” (cuidado, orden, limpieza) no se cumplen, es posible “abandonar”
el hogar aun estando (físicamente) en él. La condena e intentos de regulación
del trabajo a domicilio permiten captar aquello que sucede en el interior de los
domicilios y que, según informes e inspecciones, obtura la construcción del hogar
y constituye una amenaza para la existencia de la familia, base de la sociedad.
Pero la amenaza no está sólo en el interior del domicilio-taller, sino allí
donde y desde donde se emplean mujeres y niños para abaratar los costos del
trabajo (para hacer más redituables las industrias). La oposición a su regulación
no viene de la vida dispendiosa de los trabajadores y trabajadoras, sino de los
empleadores, aunque las estrategias domésticas para reproducir mínimamente
la vida sean incompatibles con el ideal propuesto. En esta tensión entre cuidado
del hogar y necesidades de la familia, entre hogar y taller, la mujer se enuncia,
es interpelada y se constituye como ama de casa (sujeto doméstico) y no como
trabajadora (fuerza de trabajo). Y la presencia femenina se construye como una
condición de existencia de un hogar que merezca definirse como tal.
No obstante, la presencia de la mujer en el hogar, situación muchas veces
idealizada en las manifestaciones de legisladores y reformadores, no siempre es
garantía de aquellas cualidades que convierten el lugar de habitación en lo que
272 Paula Lucía Aguilar / El hogar como problema y como solución
como un problema social que requiere urgente atención. Los debates se suce-
den a lo largo del período buscando definir la forma ideal de intervención sobre
este problema.
La controversia se desarrolla entre quienes sostienen la opción por la vi-
vienda colectiva y aquellos que presentan como preferible la vivienda individual.
La vivienda colectiva es asociada (como cualquier aglomeración) a la posibilidad
del desorden, del encuentro en los patios y la organización política, de aquello
que no debe mezclarse (edades y sexos). Aunque, según señalaban legisladores
socialistas, era preciso considerar la vivienda colectiva como adecuada para los
trabajadores sin familia, que además por la inestabilidad del mercado de trabajo
precisaban una pieza para alquilar a costo accesible. Si bien esta discusión tipo-
lógica no se clausuró, hacia fin del periodo aquí considerado la preeminencia
del discurso acerca de las ventajas de la casa individual era notoria. La vivienda
popular se concebía en las políticas específicas del sector como la vivienda para
una familia obrera cuyos criterios de merecimiento dan cuenta también de una
abstracta interpelación a la “moral y buenas costumbres”. Sin embargo, la limi-
tada oferta, el costo de las cuotas y la inestabilidad laboral deja fuera a los tra-
bajadores de menores ingresos y quienes acceden efectivamente a las iniciativas
son pequeños comerciantes, empleados públicos, incipientes sectores medios. Se
destaca la participación católica en todas las oportunidades del debate. Su posi-
ción es fundamental para la construcción de la asociación entre familia-orden-
vivienda y moral.
En las formas, el ideal de vivienda popular que se consolida es, entonces, la
casa unifamiliar, con suficientes cuartos para alojar a la familia y separar padres
de hijos (y hermanos por sexo) y evitando cuartos y espacios que pudieran ser
subalquilados a extraños. Respecto del régimen de adquisición, se plantea como
ideal la posibilidad de la vivienda en propiedad, que afianzaría el ahorro y la ca-
pitalización del trabajador, pero esta opción era muy difícil dadas las cualidades
inestables del mercado de trabajo y los bajos salarios en relación con las cuotas.
Una cuestión que se destaca en los diagnósticos es el importante impacto que el
alquiler tiene en la economía familiar. En este sentido, la posibilidad de acceder
a mejores condiciones de vida, a una habitación mejor, dependía de la obtención
de una mejora en los niveles de salario.
Para sentar las bases de un hogar con las virtudes económicas y morales que
a este se le atribuían, la vivienda debía ser sana, higiénica y no poner en riesgo la
salud del trabajador o su familia. Si bien existía una cierta idealización de las ca-
sas individuales de los suburbios, donde las condiciones de “aire y sol” eran más
adecuadas, algunos expertos advertían que no toda casa en las afueras era higié-
nica, ya que las obras de salubridad no llegaban hasta los barrios más alejados.
Hacia final del periodo se verifica una renovada inquietud por el hogar rural
que se expresa en las afirmaciones sobre la situación de los ranchos y las condi-
ciones de vida de los arrendatarios. Es posible pensar que esta preocupación por
Capítulo VI Conclusiones 275
doméstico). Y para aquellas de sectores altos, para que sean capaces de dar las
instrucciones correctas al personal a su cargo.
Entre las dotaciones naturales de las mujeres y su formación por la ciencia
doméstica hay una verdadera paradoja que converge en el surgimiento del “ama
de casa” como figura. También el sentido de las tareas domésticas contiene una
contradicción entre su calificación como conjunto de “nimiedades” en el que,
sin embargo, se juega la suerte del hogar y sobre el que descansa una enorme
responsabilidad: el sostenimiento del orden social. De acuerdo con el discurso
de la “Ciencia del Hogar” los buenos hijos, ciudadanos y trabajadores surgen
de los buenos hogares, y la responsable de su resultado es el ama de casa. Está
en su “sentido económico” la administración del salario, la correcta selección de
mercaderías y precios. En el contexto de conformación del mercado interno y la
noción de una “economía nacional”, la orientación de las prácticas cotidianas de
consumo cobra especial relevancia. Por ello, crece la inquietud por aquello que
sucede al interior de los hogares (ingresos, egresos, gastos, tipo de consumos).
Una de las formas en las que la reflexividad económica del hogar se plasma, es en
la confección de presupuestos del hogar. Esta técnica permite hacer inteligible el
flujo de fondos, ingresos y egresos del hogar en tanto unidad económica en tren
de racionalizar sus conductas. Se configura así paulatinamente el hogar del con-
sumo. Allí donde la legislación encuentra sus límites, la costumbre, la repetición
cotidiana de las prácticas, el ejercicio de lo doméstico, hace lo suyo para cons-
truir los ciudadanos del mañana. El hogar se propone como un ritual cotidiano.
Notas
1 Una versión de este capítulo ha sido publicada como artículo en la revista Debate Público. Reflexión
de Trabajo Social, año 2013 vol. 3, Buenos Aires, pp. 43-58.
2 Aunque también, en un sentido metafórico, de ideologías, actitudes, prácticas, costumbres.
3 Es dable pensar cuán tempranos son en el capitalismo las discusiones por la hibridación de lo
público y lo privado que habitualmente se tematizan como propias del neoliberalismo o asocia-
das a las nuevas tecnologías.
281
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Debates Parlamentarios
El hogar
domesticidad singular, moderna, en los diagnósticos y respuestas posibles a la cues-
expertos”– estamos expuestos
tión social en disputa entre 1890-1940. La problematización de los límites entre el
a discursos que predican y dis-
como problema
cuten sobre diversos objetos,
res técnicos prescriptos para la administración doméstica y los registros estadísticos
dados por sentados: El proble-
de las condiciones de vida de la familia obrera van delimitando lo doméstico como
ma de la pobreza, los límites
y como solución
espacio de reflexión y acción fundamental para las políticas sociales. El hogar emerge
así como núcleo –entre real y utópico– de las preocupaciones por las condiciones de del desarrollo y la dependen-
vida y trabajo de la población. Desde una mirada que busca desestabilizar evidencias, cia, la crisis del hogar, las ame-
se invita a revisar los arraigados sentidos acerca de lo doméstico, su organización y nazas a la lengua nacional, el
responsabilidades que aún resuenan en nuestros días y orientan el diseño e imple-
Una mirada genealógica de la domesticidad abordaje de la inseguridad, el
mentación de políticas concretas. a través de las políticas sociales. agotamiento de las vías revolu-
Argentina 1890-1940 cionarias. Esta circulación, sin
embargo, obtura las condicio-
nes históricas y políticas bajo
Paula Lucía Aguilar es Licenciada en Sociología y Doctora en Ciencias Sociales las que estos y otros objetos
por la Universidad de Buenos Aires. Es investigadora del CONICET/IIGG y del Centro se delimitan y son problemati-
Cultural de la Cooperación Floreal Gorini. Actualmente forma parte del Grupo de Estu- zados. Los textos que reúne la
dios en Historia y Discurso (GEHD). colección Historia del presente
se proponen, mediante la inda-
gación en el archivo, desnatu-
ralizar algunas de las verdades
Ediciones del CCC Ediciones del CCC y evidencias que se nos impo-
nen en tanto tales, para así dar
cuenta de la heterogeneidad
constitutiva de aquello que se
nos presenta tan homogéneo.