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TIEMPO ORDINARIO

OCTUBRE DE 2017

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VIERNES DE LA SEMANA XXVI
De la Feria. Salterio II

6 de octubre

LAUDES
(Oración de la mañana)

INVITATORIO
(Si Laudes no es la primera oración del día
se sigue el esquema del Invitatorio explicado en el Oficio de Lectura)

V. Señor abre mis labios


R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Ant. El Señor es bueno, bendecid su nombre.

Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA

Venid, aclamemos al Señor,


demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

Porque el Señor es un Dios grande,


soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

Venid, postrémonos por tierra,


bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

Ojalá escuchéis hoy su voz:


«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.
Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.


Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor es bueno, bendecid su nombre.

Himno: TE DOY GRACIAS SEÑOR.

Te doy gracias, Señor.


¡Tanto estabas enojado conmigo!
Tú eres un Dios de amor,
y ahora soy tu amigo,
te busco a cada instante y te persigo.

Eres tú mi consuelo,
tú eres el Dios que salva y da la vida;
eres todo el anhelo
de esta alma que va herida,
ansiándote sin tasa ni medida.

En mi tierra desierta,
tú de la salvación eres la fuente;
eres el agua cierta
que se vuelve torrente,
y el corazón arrasa dulcemente.

¡Quiero escuchar tu canto!


¡Que tu Palabra abrase mi basura
con alegría y llanto!
¡Que mi vida futura
espejo sea sin fin de tu hermosura! Amén.

SALMODIA

Ant 1. Un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias, Señor.

Salmo 50 - CONFESIÓN DEL PECADOR ARREPENTIDO

Misericordia, Dios mío, por tu bondad;


por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa,


tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.

En la sentencia tendrás razón,


en el juicio brillará tu rectitud.
Mira, que en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.

Te gusta un corazón sincero,


y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.

Hazme oír el gozo y la alegría,


que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.

¡Oh Dios!, crea en mí un corazón puro,


renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación,


afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.

Líbrame de la sangre, ¡oh Dios,


Dios, Salvador mío!,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.

Los sacrificios no te satisfacen;


si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado:
un corazón quebrantado y humillado
tú no lo desprecias.

Señor, por tu bondad, favorece a Sión,


reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.


Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias, Señor.

Ant 2. En Tu juicio, Señor, acuérdate de la misericordia.

Cántico: JUICIO DE DIOS - Ha 3, 2-4. 13a. 15-19

¡Señor, he oído tu fama,


me ha impresionado tu obra!
En medio de los años, realízala;
en medio de los años, manifiéstala;
en el terremoto acuérdate de la misericordia.
El Señor viene de Temán;
el Santo, del monte Farán:
su resplandor eclipsa el cielo,
la tierra se llena de su alabanza;
su brillo es como el día,
su mano destella velando su poder.

Sales a salvar a tu pueblo,


a salvar a tu ungido;
pisas el mar con tus caballos,
revolviendo las aguas del océano.

Lo escuché y temblaron mis entrañas,


al oírlo se estremecieron mis labios;
me entró un escalofrío por los huesos,
vacilaban mis piernas al andar.
Tranquilo espero el día de la angustia
que sobreviene al pueblo que nos oprime.

Aunque la higuera no echa yemas


y las viñas no tienen fruto,
aunque el olivo olvida su aceituna
y los campos no dan cosechas,
aunque se acaban las ovejas del redil
y no quedan vacas en el establo,
yo exultaré con el Señor,
me gloriaré en Dios mi salvador.

El Señor soberano es mi fuerza,


él me da piernas de gacela
y me hace caminar por las alturas.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.


Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. En Tu juicio, Señor, acuérdate de la misericordia.

Ant 3. Glorifica al Señor, Jerusalén.

Salmo 147 - RESTAURACIÓN DE JERUSALÉN.

Glorifica al Señor, Jerusalén;


alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti;
ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.

Él envía su mensaje a la tierra,


y su palabra corre veloz;
manda la nieve como lana,
esparce la escarcha como ceniza;

hace caer el hielo como migajas


y con el frío congela las aguas;
envía una orden, y se derriten;
sopla su aliento, y corren.

Anuncia su palabra a Jacob,


sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.


Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Glorifica al Señor, Jerusalén.

LECTURA BREVE Ef 2,13-16

Ahora estáis en Cristo Jesús. Ahora, por la sangre de Cristo, estáis cerca los que antes
estabais lejos. Él es nuestra paz. Él ha hecho de los dos pueblos, judíos y gentiles, una
sola cosa, derribando con su cuerpo el muro que los separaba: el odio. Él ha abolido la ley
con sus mandamientos y reglas, haciendo las paces, para crear en él un solo hombre
nuevo. Reconcilió con Dios a los dos pueblos, uniéndolos en un solo cuerpo mediante la
cruz, dando muerte en él al odio.

RESPONSORIO BREVE

V. Invoco al Dios Altísimo, al Dios que hace tanto por mí.


R. Invoco al Dios Altísimo, al Dios que hace tanto por mí.

V. Desde el cielo me enviará la salvación.


R. El Dios que hace tanto por mí.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo


R. Invoco al Dios Altísimo, al Dios que hace tanto por mí.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto.

Cántico de Zacarías. EL MESÍAS Y SU PRECURSOR Lc 1, 68-79

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,


porque ha visitado y redimido a su pueblo.
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas:

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos


y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.

Para concedernos que, libres de temor,


arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán Profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,


nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.


Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto.

PRECES

Adoremos a Cristo, que se ofreció a Dios como sacrificio sin mancha para purificar nuestras
conciencias de las obras muertas, y digámosle con fe:

En tu voluntad, Señor, encontramos nuestra paz.

Tú que nos has dado la luz del nuevo día,


concédenos también caminar durante sus horas por sendas de vida nueva.

Tú que todo lo has creado con tu poder y con tu providencia lo conservas,


ayúdanos a descubrirte presente en todas tus creaturas.

Tú que has sellado con tu sangre una alianza nueva y eterna,


haz que, obedeciendo siempre tus mandatos, permanezcamos fieles a esa alianza.

Tú que colgado en la cruz quisiste que de tu costado manara sangre y agua,


purifica con esta agua nuestros pecados y alegra con este manantial a la ciudad de Dios.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Ya que Dios nos ha adoptado como hijos, oremos al Padre como nos enseñó Jesucristo:

Padre nuestro...

ORACION

Señor, Dios todopoderoso, te pedimos nos concedas que del mismo modo que hemos
cantado tus alabanzas en esta celebración matutina así también las podamos cantar
plenamente en la asamblea de tus santos por toda la eternidad. Por nuestro Señor
Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por
los siglos de los siglos. Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.
TIEMPO PASCUAL
ABRIL DE 2017

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LA LITURGIA DE LAS HORAS
EN MANOS DE LOS FIELES

1. LA LITURGIA DE LAS HORAS, FUNCIÓN DE TODOS LOS BAUTIZADOS

La Liturgia de las Horas es la oración de la Iglesia que alabando a Dios e intercediendo por
los hombres, prolonga en la tierra la función sacerdotal de Cristo. Ahora bien, la Iglesia la
forman todos "aquellos hombres a los que Cristo ha hecho miembros de su Cuerpo, la
Iglesia, mediante el sacramento del bautismo", no únicamente una parte de ellos; por
consiguiente, la Liturgia de las Horas "pertenece a todo el cuerpo de la Iglesia", no sólo a
los sacerdotes y religiosos contemplativos, como se ha venido pensando durante los últimos
siglos. La capacitación para tomar parte en esta oración no es, por tanto, consecuencia del
sacramento del orden ni de la profesión monástica, sino del bautismo y de la confirmación.
La entrega del Padrenuestro a los catecúmenos, tal como se realiza en la iniciación cristiana
de adultos, viene a ser como el rito expresivo de que todo bautizado recibe la misión de
orar en nombre y como miembro de la Iglesia. Este libro que hoy ponemos en manos de los
fieles quiere, pues, devolver la oración eclesial a sus verdaderos destinatarios, es decir, a
todos los bautizados.

2. LOS LAICOS ABANDONAN PRONTO LA LITURGIA DE LAS HORAS

Por diversos avatares de la historia, sobre todo cuando, a raíz del nacimiento de las lenguas
vernáculas, el latín pasó a ser dominio exclusivo de los clérigos, los laicos fueran
abandonando l participación en la oración común de la Iglesia, y el Oficio divino quedó cada
vez más en manos de sólo los clérigos y los monjes; con ello, aunque el Breviario continuó
llamándose "oración de la Iglesia", en realidad, se convirtió en plegaria exclusivamente
monástica y clerical. Y lo que al principio fue sólo práctica decadente - los laicos, de hecho,
no participaban en la salmodia eclesial - se erigió después casi en principio doctrinal: rezar
el Oficio divino se presentó como competencia exclusiva de los sacerdotes y monjes. A
partir de esta visión, el rezo de la Liturgia de las Horas empezó a relacionarse, no con el
bautismo, que nos incorpora a la Iglesia, sino con la ordenación o con la profesión
monástica, que da únicamente una función determinada o consagra un carisma particular.
Esta visión, ciertamente inadecuada, debe corregirse, y el Oficio divino debe volver a
aparecer como la oración de todos los bautizados.

3. VER LA ORACIÓN LITÚRGICA COMO FUNCIÓN PROPIA DE CLÉRIGOS Y MONJES HA


PERDURADO HASTA NUESTROS DÍAS

Ver la oración eclesial como función exclusiva de clérigos y monjes no ha sido simple
fenómeno pasajero, sino que ha perdurado prácticamente hasta nuestros días. Por ello, no
hay que extrañar demasiado las dificultades que se presentan al restituir su uso entre los
fieles; ni el mismo Vaticano II logró erradicar totalmente esta limitada e inexacta visión. En
efecto, casi en nuestros días (1947), Pío XII afirma aún en la encíclica Mediator Dei que "el
Oficio divino es la oración del cuerpo místico de Cristo... cuando lo rezan los sacerdotes, los
ministros de la Iglesia o los religiosos delegados por la misma Iglesia para esta función". Y
el Vaticano II, a pesar de su renovada eclesiología, repite de nuevo los mismos conceptos al
decir que "cuando los sacerdotes y todos aquellos que han sido destinados a esta función
por institución de la Iglesia cumplen debidamente ese admirable canto de alabanza. -
entonces es en verdad la voz de la misma Esposa que habla al Esposo". Es verdad que el
Vaticano II empieza a abrir la oración eclesial a los laicos al afirmar que "cuando los fieles
oran junto con el sacerdote" 5 también se realiza por medio de ellos la oración de la Iglesia;
pero esta apertura a los simples bautizados es aún muy tímida, ya que el Concilio, para que
se dé verdadera oración eclesial por parte de los laicos, pone como condición que éstos
recen el Oficio conjuntamente con los sacerdotes; en el fondo, por tanto, persevera la visión
de que la oración eclesial está más relacionada con la ordenación que con el bautismo, es
más clerical que cristiana.

4. PRIMEROS PASOS EN EL RETORNO DE LA ORACIÓN DE LA IGLESIA A TODOS LOS


FIELES

Un primer paso, que hoy puede parecer pequeño, pero que fue ya significativo, en la
progresiva apertura de la oración eclesial al Conjunto de todos los bautizados, fue el motu
proprio de Pablo VI Ecclesiae sanctae (1966). En este documento se recomienda a los
miembros de los Institutos religiosos que adopten por lo menos las Horas principales de la
Liturgia de las Horas y con ellas substituyan los antiguos Oficios parvos a los que estaban
habituados. Así, dice el Papa, "participarán más plenamente en la vida litúrgica de la
Iglesia". Estamos ciertamente aún muy lejos de que la oración litúrgica se abra a todos los
bautizados, pero su rezo empieza ya a sobrepasar la antigua frontera de sólo los clérigos y
monjes contemplativos.

5. LA CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA "LAUDIS CANTICUM" RESTITUYE A TODOS LOS


BAUTIZADOS LA ORACIÓN LITÚRGICA, QUE POR PROPIA NATURALEZA LES PERTENECE

Los progresivos pasos de apertura de la oración litúrgica a todos los bautizados, que
tímidamente se inician con Pío XII y van avanzando con una mayor pujanza, se manifiestan
en los documentos conciliares, y alcanzan finalmente su término definitivo en los dos
documentos preliminares de la nueva Liturgia de las Horas, la Constitución apostólica Laudis
canticum y los Principios y Normas generales de la Liturgia de las Horas. En ambos
documentos se afirma sin equívocos que el Oficio divino corresponde a todos los bautizados.
En efecto, la Constitución apostólica Laudis canticum afirma con toda claridad que la
plegaria de las Horas es propia de todo el pueblo y que, precisamente por ser oración de
todos los bautizados, "expresa la voz de la amada Esposa de Cristo, los deseos y votos de
todo el pueblo cristiano". Esta es la razón, añade el Papa, por la que el rezo de las Horas en
la reforma litúrgica "ha sido dispuesto y preparado de suerte que puedan participar en él no
solamente los clérigos, sino también los religiosos y los mismos laicos" y por la que también
su rezo se propone "a todos los fieles, incluso a aquellos que legalmente no están obligados
a él. "

6. LA PARTICIPACIÓN DE TODOS LOS BAUTIZADOS EN EL OFICIO, SEGÚN LOS PRINCIPIOS


Y NORMAS GENERALES DE LA LITURGIA DE LAS HORAS

El segundo documento al que nos hemos referido - los Principios y Normas generales de la
Liturgia de las Horas -, y que viene a ser como un tratado teológico-normativo sobre la
oración de la Iglesia, tiene un amplio capítulo referente al Sujeto de la oración eclesial. Pues
bien, en este capítulo, al tratar del sujeto de la oración litúrgica, afirma con claridad
meridiana que la Liturgia de las Horas es propia del conjunto de todos los fieles; se dice, en
efecto, que "la Liturgia de las Horas, como las demás acciones litúrgicas, no es una acción
privada, sino que pertenece a todo el cuerpo de la Iglesia, lo manifiesta e influye en él".
"Por tanto, cuando los fieles son convocados y se reúnen para la Liturgia de las Horas,
uniendo sus corazones y su voces, visibilizan a la Iglesia". Establecido este principio
general, se pasa a describir la participación de cada uno de los grupos y personas -
ministros, monjes, religiosos, asambleas de seglares -, sin olvidar ni siquiera la familia, de
la que se afirma que "conviene que... recite algunas partes de la Liturgia de las Horas...,
con lo que se sentirá más insertada en la Iglesia". También se alude a los que, no pudiendo
unirse a una asamblea local, rezan en solitario el Oficio y, con esta oración solitaria, aunque
físicamente dispersos por el mundo, logran, con todo, orar con "un solo corazón y una sola
alma" y participar así de la oración común, seguramente porque a ellos les sería difícil
acudir a la celebración comunitaria.

7. DIVERSIDAD DE FUNCIONES EN LA LITURGIA DE LAS HORAS

Hasta aquí hemos subrayado que la oración de la Iglesia pertenece no sólo a los clérigos y
monjes sino también a los seglares. Insistir hoy en esta realidad es necesario por una doble
razón: porque han sido muchos los siglos durante los cuales los laicos han vivido totalmente
al margen del Oficio divino, y porque la imagen de la Liturgia de las Horas como propia de
sacerdotes y religiosos es la que persevera aún actualmente en muchos de los fieles,
incluso en ambientes de laicos muy piadosos. Pero, establecido el principio de que la
Liturgia de las Horas "pertenece a todo el cuerpo de la Iglesia", debemos preguntarnos aún
si los laicos tienen, con respecto a la oración litúrgica, exactamente la misma función que
los sacerdotes y monjes contemplativos, e incluso si es razonable presentar una edición de
Liturgia de las Horas para los fieles cuando, en realidad, la Liturgia de las Horas es siempre
para los fieles.

Para dar respuesta a estos interrogantes y mostrar mejor la naturaleza de la participación


de los laicos en la Liturgia de las Horas, hay que empezar recordando que la Iglesia, primer
sujeto de la oración litúrgica, es un cuerpo con diversidad de miembros. Aunque todos los
fieles sean cuerpo de Cristo y lo sean con los mismos derechos y la misma dignidad, no
todos, en cambio, tienen idénticas funciones. Y lo que acontece con el cuerpo de la Iglesia
pasa también con la oración de la misma, que es como su respiración. Así como a la
respiración del cuerpo contribuyen diversos órganos - pulmones, boca, nariz, etc.-, pero
cada uno de ellos contribuye a la respiración común de forma propia y peculiar, así pasa
también con la oración de la Iglesia: esta plegaria es tarea común de todos los bautizados,
pero en ella algunos miembros participan de manera peculiar o con matices distintos.
Porque una cosa es la pertenencia de la oración eclesial a todos los bautizados, otra las
maneras o medios de que disponen cada uno de los fieles para participar en esta tarea
común, y una tercera aún los medios con que la Iglesia cuenta para que nunca falle en ella
la oración perseverante que le confió el Señor.

Son precisamente estos tres aspectos los que se exponen, con orden y claridad, en los
Principios y Normas generales de la Liturgia de las Horas. Se empieza por el problema
central: la oración eclesial como función propia de todos los bautizados; en segundo lugar
se trata de las funciones peculiares de algunos miembros de la comunidad; finalmente, se
alude a las maneras de las que se sirve la Iglesia para realizar el ideal de orar con
perseverancia.

8. EL PAPEL DE LOS MINISTROS, DE LOS MONJES Y DE LOS LAICOS EN LA LITURGIA DE


LAS HORAS

En el apartado anterior hemos visto ya que en la oración eclesial se da diversidad de


funciones. Veamos, pues, en concreto, cuáles sean éstas y a quiénes competa realizarlas.
Ello clarificará el papel de los laicos - seglares y religiosos - en la oración litúrgica, que es lo
que persigue principalmente esta Presentación.

Los Principios y Normas generales de la Liturgia de las Horas, después de haber afirmado
que la oración litúrgica corresponde a todos los bautizados, pasa a tratar del papel de los
ministros: a ellos, con respecto a la oración litúrgica, se les asignan tres funciones: la de
convocar a la comunidad, la de presidir la plegaria y la de educar a los fieles en vistas a la
oración. Como se comprende fácilmente, estas funciones son consecuencia de la
ordenación, es decir, de la situación de los ministros en la Iglesia como "signos de
Jesucristo". Porque Jesús es quien ha convocado a la Iglesia, comunidad orante -"iba a
morir... para reunir a los hilos de Dios dispersos" -, por ello su ministro convoca a los fieles
para la oración eclesial; porque es el mismo Señor quien preside la oración de su Iglesia -
"donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos"-, por ello el
ministro de Jesús preside la oración de los cristianos; porque, finalmente, los ministros de
la Iglesia son instrumentos de la presencia de Jesús, profeta y maestro de su pueblo, por
ello a los ordenados también les compete, como función ministerial propia, educar a los
fieles en la oración cristiana. Con esta presentación estamos, pues, muy lejos de aquella
visión de los sacerdotes "orando en nombre de la Iglesia", como si ésta se desentendiera de
la plegaria común. Obispos y presbíteros tienen, pues, una función muy propia con respecto
a la oración litúrgica; pero esta función no los separa de la comunidad orante, sino que los
injerta en la misma.

Junto a esta función ministerial de los obispos y presbíteros, aparece otra - de índole muy
diversa - que la Iglesia confía por una parte a los monjes y por otra a los ministros, pero a
estos últimos no en virtud de su ministerio, sino por una motivación externa: se trata de la
misión de asegurar la perseverancia de la Iglesia en la oración. No resulta difícil a quien lee
atentamente el nuevo Testamento advertir que la plegaria asidua es una de las
características más propias de las enseñanzas de Jesús: "orar siempre sin desanimarse",
"ofrecer continuamente a Dios un sacrificio de alabanza" y otras expresiones análogas se
repiten sin cesar, tanto en el evangelio como en las cartas apostólicas. Ahora bien, que
todos y cada uno de los fieles puedan dedicarse a la plegaria asidua resulta difícil; por ello,
para que la Iglesia no cese en la oración continuada que le encomendó el Señor, se encarga
a los monjes la plegaria insistente que al resto de los fieles les resultaría difícil. Se trata,
pues, de un papel de suplencia: las comunidades de monjes y monjas "representan de
modo especial a la Iglesia orante: reproducen más de lleno el modelo de la Iglesia, que
alaba incesantemente al Señor con armoniosa voz, y cumplen con el deber de trabajar,
principalmente con la oración, "en la edificación e incremento de todo el cuerpo místico de
Cristo y por el bien de las Iglesias particulares". Lo cual ha de decirse principalmente de los
que viven consagrados a la "vida contemplativa".

Una función parecida se encarga también a los obispos y presbíteros: "A los ministros
sagrados se les confía de tal modo la Liturgia de las Horas que cada uno de ellos habrá de
celebrarla incluso cuando no participe el pueblo..., pues la Iglesia los delega para la Liturgia
de las Horas de forma que al menos ellos aseguren de modo constante el desempeño de lo
que es función de toda la comunidad, y se mantenga en la Iglesia sin interrupción la oración
de Cristo." Este texto es importante y merece ser subrayado. Es verdad que en él, como en
la Mediator Dei y en la Constitución conciliar Sacrosantum Concilium, se habla de una
delegación para la oración eclesial; pero, mientras en los primeros documentos se trataba
de una delegación que capacitaba para "poder orar en nombre de la Iglesia", dando, por
decirlo así, una especial dignidad en vistas a ejercer esta función, aquí se trata de una
delegación para suplir a la comunidad y para asegurar que se mantendrá la oración eclesial,
por lo menos, a través de algunos de los miembros de la comunidad.

Digamos aún que, con respecto a la misión de suplencia de los obispos y presbíteros, hay
que subrayar que ésta no se deriva - como en el caso de convocar, presidir y educar en
vistas a la plegaria - de la ordenación, sino de un encargo extrínseco que les hace la Iglesia.
Por ello, a los diáconos casados, a pesar de haber recibido una verdadera función
ministerial, no se les obliga a la recitación íntegra de la Liturgia de las Horas, que podría
resultarles difícil por sus ocupaciones familiares.

Situado el papel de los monjes y de los ministros en el interior de una Iglesia toda ella
orante -y no como grupo separado que ora aisladamente "en nombre de la Iglesia"-, se
capta perfectamente el papel de los laicos con referencia a la oración litúrgica: los laicos,
que son la mayoría del cuerpo eclesial, son los principales destinatarios de la oración
litúrgica. Los ministros ordenados, en cambio, y los monjes rezan la Liturgia de las Horas en
función de todos los fieles: los ministros, ejerciendo el servicio de "signos del Señor", que
ora en la comunidad y preside la oración de los fieles; los monjes, como levadura de
oración asidua, para que la Iglesia entera - repitámoslo una vez más, formada
principalmente por laicos - fermente toda ella en oración y se convierta cada vez más en
comunidad orante.

9. LA IGLESIA RECOMIENDA INSISTENTEMENTE A LOS LAICOS EL REZO DE LA LITURGIA


DE LAS HORAS
Terminemos esta presentación de un libro destinado precisamente a la participación de los
laicos - religiosos y seglares - en la oración de la Iglesia, recordando las recomendaciones
concretas que hacen a los laicos los Principios y Normas generales de la Liturgia de las
Halas. Con ello se verá, una vez más, que la Iglesia está muy lejos de ver la Liturgia de las
Horas como función exclusiva de clérigos y monjes.

Más arriba hemos visto que ya en el lejano 1966 Pablo VI recomendaba en su motu propio
Ecclesiae sanctae el rezo de la Liturgia de las Horas a los miembros de los Institutos
laicales. En la Constitución apostólica Laudis canticum amplía el horizonte, recomendando el
rezo del Oficio a todos los fieles, como hemos visto también; en esta misma línea, en los
Principios y Normas generales de la Liturgia de las Horas se afirma que "cuando los fieles
son convocados y se reúnen para la Liturgia de las Horas, uniendo sus corazones y sus
voces, visibilizan a la Iglesia, que celebra el misterio de Cristo"; se recomienda a los laicos
que "dondequiera que se reúnan... reciten el Oficio de la Iglesia, celebrando algunas partes
de la Liturgia de las Horas"; se advierte la conveniencia de que "la familia, que es como un
santuario doméstico dentro de la Iglesia, no sólo ore en común, sino que además lo haga
recitando algunas partes de la Liturgia de las Horas"; finalmente, se exhorta a las
comunidades religiosas no obligadas a la Liturgia de las Horas, y a cada uno de sus
miembros, como también a los seglares, a que "celebren algunas partes de la Liturgia de
las 'Horas, que es la oración de la Iglesia y hace de todos los que andan dispersos por el
mundo un solo corazón y una sola alma".

II. NATURALEZA DE LA ORACIÓN LITÚRGICA

1. ORACIÓN PERSONAL Y ORACIÓN ECLESIAL

El hecho de que en nuestros días los laicos se hayan reincorporado de nuevo a la oración de
la Iglesia, como lo hacían los antiguos cristianos, y vuelvan a considerar la Liturgia de las
Horas como algo que les pertenece por su misma condición de bautizados es uno de los
aspectos más positivos de la actual renovación litúrgica. Pero este progreso, por importante
que sea, constituye sólo un primer paso al que debe seguir otro de no menor importancia:
el de una correcta comprensión e intensa vivencia espiritual de lo que constituye la
identidad propia de la oración eclesial. Dicho de otro modo: al logro que significa que los
fieles recen la Liturgia de las Horas, hay que añadir el de que entiendan que la oración de la
Iglesia - la Liturgia de las Horas - es una plegaria de naturaleza diversa, que no se limita a
ser una de tantas maneras posibles de orar, apenas distinta de lo que es la oración personal
a no ser porque se reza en común o usando unos formularios propuestos por la Iglesia, sino
que tiene una identidad propia y exclusiva.

Descubrir y vivir en qué consiste esta identidad propia de la oración eclesial es, sin duda,
más difícil que el simple logro de haber adoptado el rezo de la Liturgia de las Horas. Han
sido demasiados los siglos en que los fieles vivieron del todo ajenos a la oración litúrgica,
para pretender que ahora, en poco tiempo, se capte con facilidad que, para los cristianos,
"oración" no siempre es sinónimo de "trato íntimo con Dios", sino que en la Iglesia se da,
además de la oración personal, otro modo de orar, de naturaleza distinta, que es la oración
litúrgica. Si no se descubre esta realidad y si de ella no se hace vivencia espiritual, siempre
resultará difícil incorporarse al genuino sentido y al verdadero espíritu de la Liturgia de las
Horas. Quienes no sepan distinguir entre la naturaleza de la oración personal y la de la
oración de la Iglesia inevitablemente toparán con dificultades insuperables para vivir como
oración algunos de los textos - especialmente de los salmos - de la Liturgia de las Horas. Y
no sabrán tampoco justificar el porqué la normativa litúrgica no admita determinados
modos de orar - las preces espontáneas, por ejemplo - que, a primera vista, parecen ser
oración en su sentido más auténtico, pero que, en realidad, sólo responden a la naturaleza
de la oración personal, no a la de la plegaria litúrgica.

Para adentrarse en el espíritu de la oración litúrgica, para ahondar en el significado de


muchos de sus textos y para captar hasta qué punto algunas de las disposiciones litúrgicas,
lejos de ser meras arbitrariedades jurídicas que coartan la libertad, constituyen medios para
manifestar la identidad propia de la oración litúrgica, lo primero que se impone es delimitar
bien las fronteras que separan la oración personal de la oración litúrgica. Esta delimitación
resulta tanto más importante cuanto que la mayoría de los fieles han sido educados,
durante siglos y más siglos, sólo en el significado de la oración personal, desconociendo la
entidad propia y la finalidad específica de la oración eclesial.

La oración personal consiste en el trato íntimo con Dios. Por ello este modo de orar resulta
tanto más auténtico cuanto más espontáneamente brota del corazón. En el ámbito de esta
oración personal, las fórmulas preexistentes pueden ser útiles, sin duda, para orientar la
plegaria, pero nunca son elemento imprescindible ni mucho menos fundamental. Incluso -
teóricamente por lo menos -, si el que ora sabe prescindir de toda fórmula de plegaria, su
oración personal será más filial y ganará en autenticidad.

2. LA ORACIÓN DE LA IGLESIA, ORACIÓN DE TODO EL PUEBLO DE DIOS

La oración eclesial, en cambio, va por otros senderos. Su finalidad no es el coloquio


personal de los participantes con su Dios, sino el diálogo de la Iglesia con su Esposo, del
pueblo santo con el Padre que lo ha elegido, de la comunidad santificada por la sangre de
Cristo con su Salvador. Y esta comunidad orante es únicamente la Iglesia en su sentido más
pleno, es decir, la Iglesia universal, la única que merece el título de esposa "radiante, sin
mancha ni arruga, ni nada parecido, sino santa e inmaculada". La asamblea local es sólo
una presencia limitada de esta Iglesia de Jesús. Por ello la oración de la asamblea concreta
- o del bautizado que reza solo la Liturgia de las Horas - nunca se reduce ni a los
sentimientos personales de los participantes ni a la simple adición de los votos individuales
de los que participan en la oración de una asamblea concreta, sino que se trata siempre de
la voz de todo el cuerpo de Cristo, de las alabanzas y de los votos de la Iglesia universal
como tal. Porque, si bien es verdad que en toda asamblea cristiana - o incluso en el
bautizado que reza en solitario la Liturgia de las Horas - está presente y ora la Iglesia
universal, con todo esta oración, por ser la plegaria de la Iglesia como tal, sobrepasa los
sentimientos y deseos de quienes físicamente participan en una celebración concreta y
constituye la voz de todo el cuerpo de Cristo, de toda la Iglesia universal. Es por ello que la
naturaleza de esta oración quedaría desfigurada si en el interior de lo que es la oración
eclesial se introdujeran elementos que sólo responden a la oración personal, como serían
las preces espontáneas de los participantes.

El hecho de que la oración litúrgica sobrepase los sentimientos y votos de los participantes
concretos de una celebración logra, además, desvanecer una dificultad que surge con
frecuencia entre los fieles, cuando advierten que, a veces, los sentimientos del propio
corazón difieren de los que aparecen en los salmos, por ejemplo, cuando el que está triste
topa con un salmo de júbilo o, por el contrario, el que está alegre se ve obligado a rezar un
salmo de lamentación. Teniendo presente que los salmos, en el Oficio, se rezan, no a título
privado, sino en nombre de toda la Iglesia - incluso en el caso de que alguien rece solo la
Liturgia de las Horas -, siempre le resultará fácil al orante encontrar motivos de alegría o de
tristeza, recordando las diversas circunstancias en que viven otros miembros de la Iglesia,
realizando así en la oración el consejo del apóstol de "alegrarse con los que se alegran y
llorar con los que lloran".

3. LA ORACIÓN DE LA IGLESIA, ORACIÓN DE CRISTO

La oración litúrgica es la oración de toda la Iglesia. Ahora bien, a la Iglesia pertenecen no


sólo los bautizados sino también -y muy por encima de ellos - el mismo Cristo. Él es la
cabeza del cuerpo y su miembro más destacado. Por ello, cuando se habla de la oración de
la Iglesia, la referencia a la oración del mismo Cristo debe ocupar el lugar principal. Es
precisamente a esta oración de Cristo con su Iglesia, a la que, de modo singular, debe
aplicarse la afirmación del Señor: "Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí, en
medio de ellos, estoy yo." La oración de la Iglesia aúna la oración de Cristo con la de
aquellos hombres a los que él ha hecho miembros de su cuerpo mediante el bautismo. De
esta participación de Cristo en la oración de la Iglesia se derivan dos consecuencias
especialmente importantes para una mejor vivencia de la Liturgia de las Horas: el valor
supremo de esta oración por encima de todo otro tipo de plegaria y el rico significado de
algunas expresiones litúrgicas que, al margen de esta presencia de Cristo orante con la
comunidad, difícilmente serían admisibles y, por el contrario, teniendo en cuenta esta
presencia, resultan muy significativas.

En efecto, la oración eclesial tiene intrínsecamente un valor muy superior al que pudiera
tener cualquier otro tipo de oración personal - aunque se trate de la oración de personas
singularmente santas -, porque en esta oración, junto con las voces de los demás orantes
y, sin duda, muy por encima de ellas, resuena siempre ante el Padre la voz del Hijo amado:
Así lo recuerda la Constitución conciliar sobre la sagrada liturgia: "Cristo está presente en
su Iglesia... cuando ella suplica y canta salmos." No cabe, pues, la menor duda de que
ninguna plegaria tiene tanto valor ante Dios como aquella en la que unimos nuestras voces
a la del Hijo de Dios y hacemos que la oración del Hijo amado resuene por nuestros labios.
Esta Oración litúrgica que como cabeza de la Iglesia y junto con los fieles Cristo eleva al
Padre es siempre una plegaria infinitamente agradable a Dios. Y es precisamente a esta
plegaria a la que nos incorporamos cuando rezamos la Liturgia de las Horas.

Pasemos al segundo aspecto, el de las dificultades que puede encontrar el que reza la
Liturgia de las Horas ante determinadas expresiones litúrgicas, especialmente las que hacen
referencia a las perfecciones del que acude a Dios. La insistencia en la justicia, la rectitud y
la santidad del orante, que con tanta frecuencia hallamos en los salmos, aplicada a nuestra
oración personal la convertiría en aquella plegaria del fariseo hipócrita condenada por el
Señor, porque sólo sabía complacerse en sus cualidades". En cambio, teniendo presente la
participación de Cristo en la oración de la Iglesia, estas mismas expresiones se iluminan y
cobran gran sentido: nada, en efecto, resulta más oportuno en la oración que el que la voz
de Jesús recuerde ante el Padre su santidad inconmensurable, para que Dios, complacido
ante esta perfección de su Hijo, derrame sobre sus hermanos - la Iglesia, e incluso el
mundo - la abundancia de sus bendiciones. Es, pues, en este sentido que la Iglesia, como
voz de Cristo, hace ante el Padre memoria de las perfecciones del Hijo amado, para que
Dios, complacido en ellas, bendiga a todos sus hermanos. Es en este sentido que la Iglesia
dice, por ejemplo: "Camino en la inocencia; confiando en el Señor no me he desviado.
Examíname, Señor, ponme a prueba, sondea mis entrañas y mi corazón, porque tengo ante
los ojos tu bondad, y camino en tu verdad. No me siento con gente falsa, no me junto con
mentirosos; detesto las bandas de malhechores, no tomo asiento con los impíos. Lavo en la
inocencia mis manos. Y también: "Presta oído a mi súplica, que en mis labios no hay
engaño: emane de ti la sentencia, miren tus ojos la rectitud. Aunque sondees mi corazón,
visitándolo de noche, aunque me pruebes al fuego, no encontrarás malicia en mí. Mi boca
no ha faltado como suelen los hombres; según tus mandatos yo me he mantenido en la
senda establecida. Mis pies estuvieron firmes en tus caminos, y no vacilaron mis pasos."
Expresiones como éstas la Iglesia se complace en repetirlas unida siempre a Cristo. Y el
Padre del cielo las escucha, sin duda, como la mejor oración salida de la humanidad, en la
que ve incluido al Hijo de su amor. "El mayor don que Dios podía conceder a los hombres -
nos dice san Agustín - es hacer que aquel que es su Palabra se convirtiera en cabeza de los
hombres, de manera que el Hijo de Dios fuera también hijo de los hombres... para que así
el Hijo esté unido a nosotros de tal forma que, cuando ruega el cuerpo del Hijo - es decir, la
comunidad de los fieles - lo hace unido al que es su cabeza.. - de este modo Jesucristo, Hijo
de Dios, ora en nosotros como cabeza nuestra. Reconozcamos, pues, nuestra propia voz en
la suya y su propia voz en la nuestra."

Con razón afirman, pues, los Principios y Normas generales de la Liturgia de las Horas que
"en Cristo radica la dignidad de la oración cristiana, al participar ésta de la misma piedad
para con el Padre y de la misma oración que el Unigénito expresó con palabras en su vida
terrena, y que es continuada ahora incesantemente por la Iglesia y por sus miembros en
representación de todo el género humano y para su salvación."

4. LA ORACIÓN PERSONAL DEL CRISTIANO, RELACIONADA E INCORPORADA A LA DE LA


IGLESIA

Oración de la Iglesia y oración personal, aunque no se identifiquen, como acabamos de ver,


tienen, con todo, una mutua e íntima relación. La oración privada del cristiano viene a ser,
por decirlo de alguna manera, el "camino hacia" y el "instrumento para" incorporarse mejor
a la oración litúrgica. En efecto, unirse a la oración de Cristo y hacer de los propios labios
instrumento de la plegaria del Hijo amado es un cometido que sobrepasa las posibilidades
naturales del hombre. Por ello precisamente, el cristiano, llamado a esta sublime oración,
debe hacerse digno de la misma a través de una oración personal asidua; sólo así logrará
tener, cuando participe en la oración de la Iglesia, "los mismos sentimientos que Cristo
Jesús", el principal Orante de la asamblea cristiana. Ya Pío XII recordaba en su encíclica
Mediator Dei esta íntima relación entre oración personal y Oración litúrgica, cuando
afirmaba que "en la vida espiritual no puede haber oposición o repugnancia entre la oración
privada y la oración pública". La oración eclesial es la cumbre a la que debe tender la
oración personal del cristiano, pues, como plegaria de la Esposa de Cristo, tiene siempre un
valor inconmensurablemente mayor, y no cabe para el cristiano oración más sublime que
ésta; por otra parte, la riqueza de la oración litúrgica es la mejor fuente en la que puede
beber la oración privada para que incluso ésta vaya adquiriendo progresivamente aquella
actitud filial propia del Hijo y que de él se deriva hacia los que somos también "hijos de
adopción".

III. DINAMISMO DE LA ORACIÓN LITÚRGICA

1. LAS DIFERENTES HORAS DE LA ORACIÓN LITÚRGICA

El Concilio Vaticano subrayó ya que la finalidad del Oficio divino es la santificación de los
diversos momentos de la jornada. La subsiguiente promulgación de la Liturgia de las Horas
no sólo ha vuelto a insistir en este importante matiz sino que, para recalcarlo con mayor
fuerza, ha adaptado con singular cuidado algunos de los antiguos formularios para que
correspondan mejor al momento en que se usan, ha introducido textos nuevos con claras
alusiones a las diversas Horas y ha modificado incluso algunas de las normas jurídicas -
supresión de la obligatoriedad de las tres Horas menores para los obligados al Oficio, por
ejemplo -, a fin de que cada parte corresponda mejor al momento en que se reza. Pero
estos pasos, por importantes que sean, no son suficientes; es necesario que, además, cada
uno de los que participan en la Liturgia de las Horas viva aquellas partes que reza como
auténtica santificación de las diversas horas. Recitar Laudes a hora distinta del comienzo de
la jornada, o Vísperas antes de finalizar el trabajo del día, equivaldría a privar de su
significado propio a la oración litúrgica.

Las diversas Horas del Oficio no tienen la misma importancia. Éste es un aspecto sobre el
que hay que insistir. Laudes y Vísperas - llamadas ya en la nomenclatura preconciliar
"Horas mayores"- son los dos momentos principales de oración eclesial y por ello deben
tener siempre el lugar más destacado. Para conseguirlo, a los ordenados, por ejemplo, se
les recuerda que no deben omitir estas dos partes a no ser por causa grave, y a aquellos
religiosos que no disponen más que de un tiempo limitado para la oración litúrgica, y a los
laicos, se les recomienda que escojan precisamente estas dos Horas, Horas que deberían
asumir con clara conciencia de que no sólo rezan "una parte del Oficio" sino que se
incorporan a la parte más importante del mismo. Para estas dos Horas, en efecto, la nueva
organización de la Liturgia de las Horas ha seleccionado los salmos más significativos y los
elementos más ricos. No sería, por tanto, equilibrado dar a otros rezos - privados o incluso
de carácter litúrgico, pero menos importantes - un lugar más privilegiado que el que se
reserva para Laudes y Vísperas. Éste sería el caso, por ejemplo, de quien diera más relieve
a unas tradicionales "oraciones de la mañana", anteponiéndolas a Laudes, o bien de la
comunidad que subrayara más las Completas que las Vísperas, organizando estas Horas de
tal forma que se rezaran Vísperas cuando muchos aún están ocupados en el trabajo de la
jornada, mientras que para las Completas se escogiera el momento en que pudiera
participar toda la comunidad. O también el caso de los laicos que, como oración de la
noche, prefirieran las Completas a las Vísperas. A este respecto conviene recordar que el
mismo origen histórico de Completas nos presenta este Oficio como una segunda
celebración, no tanto de la comunidad eclesial como de los monjes, rezado con frecuencia
en el mismo dormitorio. Precisamente la actual restauración litúrgica ha devuelto de nuevo
a las Completas este carácter casi privado, simplificando el esquema (es la única Hora que
tiene un solo salmo, o dos salmos muy breves) y dando incluso la posibilidad de usar a
diario los formularios dominicales para poder rezar Completas de memoria.

2. LOS DIVERSOS ELEMENTOS DEL OFICIO

Para captar todo el significado de la Liturgia de las Horas, hay otro punto que es necesario
cuidar: el del valor distinto de los diversos elementos que forman cada una de las Horas.
Así como hay diferencia entre la importancia de unas Horas y otras - Laudes y Vísperas
están muy por encima de las otras Horas -, así también, en el interior mismo de cada Hora,
existe una diferenciación entre los elementos que la componen. Unos son nucleares, otros,
en cambio, sólo ambientales o complementarios. Sin los primeros no se daría una
verdadera oración eclesial; los segundos, en cambio, se limitan a ser simple ayuda para
incorporarse mejor a lo que es la oración de la Iglesia. Veamos, pues, el valor de cada uno
de estos elementos y su significado en el interior de cada celebración.

a) Introducción a la oración

Cada una de las Horas del Oficio empieza por el versículo introductorio. En la primera
oración del día (que generalmente es Laudes, pero que en algunos casos puede ser también
las Vigilias nocturnas o el Oficio de lectura) este versículo introduce tanto en esta Hora
concreta como en el conjunto de la plegaria de la jornada. Se trata de un elemento
ambiental, de preparación a la plegaria, en el que se pide el auxilio divino para unirnos
debidamente a la oración de Cristo y de la Iglesia: que Dios abra los labios de los que van a
orar en nombre de la Iglesia; que Cristo, el Señor y cabeza de la Iglesia, venga en auxilio
de la comunidad orante, para que la asamblea profiera dignamente las alabanzas de Dios.

En la primera oración de la jornada, al versículo introductivo puede añadirse un salmo -


generalmente el 94 -, que es una invitación a la alabanza y a la escucha de la palabra de
Dios. Anteponer a la oración diaria un salmo de este contenido resulta apropiado, por
cuanto en él se pide que la oración de la Iglesia cumpla su verdadero cometido de diálogo
con Dios: que la asamblea, como quería 5. Agustín, hable a Dios en la alabanza y escuche a
Dios en las lecturas. Pero, por otra parte, colocar un salmo, que es palabra de Dios, como
simple elemento introductivo, antes incluso que el himno, de origen popular, no deja de ser
un pequeño contrasentido; ¡los salmos son algo más que una simple introducción!; ¡son
centro de la oración cristiana! Es en razón de esta ambigüedad, de estos valores y
contravalores del salmo colocado al inicio, por lo que éste se deja al arbitrio de cada
comunidad, cuando precede a las Laudes.

b) Himno

Es, sin duda alguna, el elemento más periférico de la celebración, el que menos es "oración
de la Iglesia" y el que más resulta "elemento popular". Es también la parte que más tardó
en ser admitida como parte del Oficio divino. Y la que más ha variado a través de los siglos.
Su finalidad es introducir en la celebración, pasar de lo simplemente popular a lo
propiamente eclesial y bíblico. El himno parte de las maneras de hablar de cada pueblo e
introduce en las maneras de hablar de Dios.

De este carácter popular del himno proviene que en el mismo se dé mayor cabida a las
diversas culturas; por ello la selección y aprobación del himnario se pone bajo el cuidado de
las Conferencias episcopales, no de la Santa Sede. En las celebraciones con el pueblo, en
las que con frecuencia se escogen cantos más libres, para que los fieles puedan cantar, hay
que velar para que el himno sea un canto verdaderamente introductivo al espíritu de la
Hora o del día: no basta cualquier cántico, sino que se ha de buscar uno que esté
plenamente de acorde con el espíritu de la celebración concreta. Ni puede usarse un canto
sin relación con los elementos que seguirán (más distraería que introduciría en la salmodia)
ni un texto que tenga demasiada calidad para ser simple introducción (no valdría, por
ejemplo, un canto bíblico, sobre todo del nuevo Testamento, para introducir en el espíritu
de los salmos del antiguo Testamento). Si se trata de los tiempos fuertes o de las grandes
fiestas, el himno debe introducir en el espíritu de estos días, debe dar al conjunto de la
salmodia el color propio del tiempo o de la fiesta; en cambio, si se trata del tiempo
ordinario, el himno debe ambientar el carácter propio de la Hora, debe ayudar, con modos
populares, a que el pueblo viva la salmodia como oración de la mañana o de la noche. Los
himnos castellanos que aparecen en esta edición consiguen bien su finalidad: en los
tiempos fuertes y solemnidades aluden siempre, de manera popular, al misterio del día; en
los viernes, introducen en el matiz propio de la salmodia de este día (por la mañana aluden
a la penitencia, por la noche a la pasión de Cristo); en los domingos, como la salmodia y las
lecturas breves de este día, aluden a la resurrección del Señor. En los restantes días feriales
del tiempo ordinario, el himno, como muchos de los salmos, tiene un marcado carácter
matutino o vespertino, tal como corresponde el espíritu de Laudes y de Vísperas.

Así, el conjunto de estos himnos resulta popular e introductorio al contenido más denso de
las otras partes del Oficio.

c) Salmodia

Bajo el nombre de salmodia entendemos aquí el conjunto de salmos y cánticos bíblicos,


tanto del antiguo como del nuevo Testamento, que figuran en la Liturgia de las Horas. Esta
salmodia es, sin duda, el núcleo central del Oficio y su parte más extensa, aunque no sea
ciertamente la de inteligencia más fácil. Hacer los posibles para que la salmodia se
convierta en oración es de suma importancia, pues si la salmodia se vive como oración, si
se entiende su significado - o sus diversos significados -, todo el Oficio cobra vida, llega a
ser verdadera oración.

Dos son los aspectos principales que hay que cuidar en torno a la salmodia: la correcta
interpretación de los salmos como plegaria y las diversas maneras concretas de rezarlos en
la celebración común. Con respecto a la interpretación de los salmos hay que tener
presente lo que más arriba queda dicho sobre la presencia de Cristo y la participación de
toda la Iglesia en el Oficio. Quien reza los salmos podrá incorporarse, sin duda,
personalmente a algunos de ellos, pero muchos otros los podrá rezar sólo como oración de
Cristo o de otros miembros de la Iglesia, recordando en este último caso que esta voz de
Cristo o de la Iglesia, aunque no sea posible hacerla individualmente propia, no por ello
deja de ser auténtica plegaria; es incluso, como se ha dicho, oración de mayor valor, por
ser la voz del Hijo y de la Iglesia, siempre santa. Para interpretar bien los salmos es
aconsejable, de cuando en cuando por lo menos, usar algún comentario que pueda servir
de meditación en la oración personal; también hay que prestar atención a las antífonas, que
subrayan el aspecto más importante de cada salmo, sobre todo las antífonas del Salterio y
las propias de la Cincuentena pascual. También es enriquecedor usar algunas veces - por
ejemplo en los días de retiro o ejercicios -, después de cada salmo, la correspondiente
oración sálmica de que hablan los Principios y Normas generales de la Liturgia de las Horas.

Además de velar por la debida comprensión de los salmos, hay que cuidar también las
maneras concretas de realizar la salmodia en la celebración comunitaria. Veamos al
respecto cinco modos distintos que pueden aplicarse según el género literario de cada
salmo en concreto:

1) Proclamación leída: Un lector proclama el salmo desde el ambón, mientras la asamblea


escucha y medita. Terminado el salmo, uno de los participantes puede añadir una colecta
sálmica conclusiva. Esta manera resulta especialmente apropiada para los salmos históricos
o sapienciales (v. gr., el salmo 100, de las Laudes del martes IV, o el 48, de las Vísperas
del martes II).

2) Forma responsorial: Un cantor o pequeño coro proclama los versículos, y la asamblea


responde intercalando de cuando en cuando una aclamación - que puede ser la misma
antífona del salmo -, a la manera como se hace con el salmo responsorial de la misa. Esta
forma resulta especialmente apropiada para aquellos salmos que incluyen en el mismo
texto aclamaciones, como el canto de los tres jóvenes en el horno (Laudes de los
domingos), o el salmo 135 (Vísperas del lunes IV), o el cántico de Ap 19 (II Vísperas de los
domingos).
3) A dos coros: Fue la forma habitual a partir de la Edad media hasta la reforma litúrgica de
nuestros días. Esta manera resulta especialmente oportuna en los salmos que contienen
una plegaria comunitaria. Esta forma puede realizarse de dos formas: el canto y la plegaria
rezada. En general, si el salmo es de alegría y de victoria resulta más expresivo cantarlo; si
es una lamentación puede resultar mejor rezarlo pausadamente.

4) Himno: Es la mejor manera de realizar los salmos entusiastas y cortos, como son
muchos de los terceros salmos de Laudes. Para esta forma es mejor que el texto tenga una
música propia en cada estrofa, no una melodía que se repite idéntica. El salmo 116 es uno
de los que mejor se adaptan a esta forma hímnica.

5) Diálogo entre solistas diversos y pueblo: Es la aplicación a la salmodia de lo que


tradicionalmente se hace en la liturgia para la lectura de la historia de la Pasión del Señor.
Uno o más solistas - según los personajes que intervienen en el salmo - representan cada
uno de los papeles; la asamblea interviene con las aclamaciones plurales. De esta manera
es conveniente realizar sobre todo el salmo 109 de las Vísperas dominicales: un solista hace
el papel de Dios, otro representa al profeta, el pueblo interviene aclamando al rey ungido
que, en la aplicación que hace la Iglesia de este salmo, es Cristo resucitado. Esta misma
forma debería aplicarse también a los salmos dominicales 117 (y al 2, empleado en el Oficio
de lectura).

Cuando la salmodia se reza en solitario, las posibilidades son menores; prácticamente se


reducen a la posibilidad de intercalar algunos silencios u oraciones sálmicas; pero, como
resulta evidente y lo recuerdan los Principios y Normas generales de la Liturgia de las Horas
~ en este caso hay más libertad de incluir silencios adaptados a las posibilidades de cada
participante en el Oficio.

Notemos, finalmente, que la salmodia del Oficio divino - la salmodia cristiana - no se limita
a los salmos del antiguo Testamento, sino que incluye también algunos cánticos del nuevo.
Unos pocos de estos cánticos - el de Zacarías, el de María y el de Simeón - ya se contenían
en el antiguo Breviario romano, pero la nueva Liturgia de las Horas ha introducido otros
cantos tomados de diversos lugares del nuevo Testamento. Y, con ello, la salmodia cristiana
ha ganado tanto en contenido como en dinamismo y, muy probablemente, ha seguido con
ello los usos de la Iglesia apostólica. En efecto, no pocos autores han visto en algunos
fragmentos de los escritos apostólicos los cantos de la antigua comunidad a los que alude
con frecuencia el Apóstol, los "himnos inspirados por el Espíritu". Son estos cantos los que
hoy vuelven, a cantarse, incorporados a la salmodia de Vísperas.

Con la incorporación de estos cánticos, la plegaria eclesial recobra el ritmo progresivo que
tiene también la liturgia de la palabra en la misa: se empieza por el antiguo Testamento
(salmos, en el Oficio; primera lectura, en la misa); vienen después los escritos apostólicos
(cántico de las cartas apostólicas o del Apocalipsis, en Vísperas; segunda lectura, en la
misa); finalmente, culminación a través del evangelio (cántico de Zacarías o de María y
Padrenuestro, en el Oficio; tercera lectura, en la misa).

Al hablar, pues, de salmodia hay que tener muy presente esta inclusión de los cantos del
nuevo Testamento. Los salmos del antiguo son ciertamente el elemento que más lugar
ocupan en el Oficio, pero no el más importante. Por los salmos del antiguo Testamento -
muy al nivel de los sentimientos humanos - se inicia la oración; en los cánticos del nuevo -
que se sitúan en un plano más sobrehumano, el de la revelación de Jesucristo - culmina
dicha oración, llegando a niveles muy elevados. Por ello rectamente dicen los Principios y
Normas generales de la Liturgia de las Horas que "los salmos (del antiguo Testamento) no
son más que una sombra de aquella plenitud de los tiempos que se reveló en Cristo Señor y
de la que recibe toda su fuerza la oración de la Iglesia".

d) Lectura bíblica

Éste es un elemento que se encuentra tanto en la Liturgia de las Horas como en la casi
totalidad de las celebraciones litúrgicas. Pero en el Oficio divino la lectura bíblica tiene, por
lo menos habitualmente, un carácter bastante distinto. "La Liturgia de las Horas, - se afirma
en los Principios y Normas generales de la Liturgia de las Horas - reúne de un modo
peculiar los diversos elementos que se dan en las demás celebraciones cristianas". Este
modo peculiar, según el cual se combinan en la Liturgia de las Horas los elementos
presentes también en las demás celebraciones, resplandece, sobre todo, con referencia al
binomio lectura bíblica-salmodia. En efecto, en la eucaristía primero aparecen las lecturas y
luego sigue el salmo; las lecturas tienen mucha relevancia, mientras que el salmo, único,
breve y a veces limitado a sólo unos pocos versículos, ocupa un lugar muy modesto. En la
Liturgia de las Horas, por el contrario, la salmodia ocupa el primer lugar, tanto
cronológicamente como en razón de su importancia, mientras que la lectura aparece como
elemento menos relevante, casi a manera de simple pieza para dar variedad al conjunto,
sumergida en la salmodia, entre los salmos y cánticos por una parte y el cántico evangélico
por otra. Este diferente tratamiento de unos mismos elementos evidencia hasta qué punto
la Liturgia de las Horas constituye una celebración laudativa de carácter muy propio y
diverso de lo que son las celebraciones de la palabra, sin que a ello obste que en el interior
de la misma pueda incluirse una verdadera celebración de la palabra, como acontece en el
Oficio de lectura, o cuando en Vísperas o Laudes la lectura breve queda substituida por una
perícopa larga.

Por lo que se refiere en concreto a la lectura bíblica de Laudes y Vísperas - las únicas horas
que figuran en este libro -, ésta puede presentar dos modalidades distintas: lectura breve y
lectura larga. Estas dos modalidades no sólo se diferencian por la extensión de la perícopa,
sino también por su significado en el interior de la celebración. La lectura breve tiene como
finalidad sobre todo "inculcar con intensidad algún pensamiento sagrado y ayudar a poner
de relieve determinadas palabras a las que posiblemente no se presta toda la atención en la
lectura continuada de la sagrada Escritura." Esta lectura breve aunque "debe leerse y
escucharse como una verdadera proclamación de la palabra de Dios" no persigue tanto
profundizar y descubrir nuevas facetas en el mensaje revelado como suscitar y recordar
pensamientos ya Conocidos, introducir un elemento de variedad y dialogo en la salmodia -
no sólo hablamos a Dios sino que también lo escuchamos -, gozar del misterio celebrado en
un día concreto o subrayar el significado salvífico de cada una de las Horas de oración. De
este carácter de simple inciso que tienen las lecturas breves se deriva que éstas no vayan
acompañadas ni del enunciado que las encabeza en las otras ocasiones (Lectura del libro
de...), ni de la conclusión: Palabra de Dios. Por la misma razón, tampoco parecería
oportuno - por lo menos habitualmente - acompañar estas lecturas breves de una homilía.

Cuando la lectura breve se substituye por una lectura más larga, ésta tiene en la Liturgia de
las Horas el mismo significado y finalidad que en las demás celebraciones litúrgicas. Incluso
puede decirse que transforma la Hora del Oficio, en la que se incluye este tipo de lectura,
en una verdadera celebración de la palabra.

En cuanto a estas lecturas largas incorporadas a Laudes o a Vísperas, si se quiere que


cobren su verdadero sentido hay que tener en cuenta ciertos criterios que podrían
resumirse en los siguientes puntos:

1. La lectura larga únicamente cabe en Laúdes o Vísperas (no en las Horas menores ni en
Completas); además, sólo resulta oportuna, por lo menos habitualmente, en el caso de que
los participantes no recen el Oficio de lectura.

2. Para que esta lectura conserve su verdadero sentido, hay que procurar que no se limite a
ser simplemente una lectura más larga para que se asemeje a las lecturas de las otras
celebraciones. Así, alargar simplemente la perícopa breve que figura en el Oficio no tendría
ningún significado, pues, por una parte la desproveería de su finalidad de "poner de relieve
determinadas palabras", pues éstas, colocadas entre otras expresiones, dejarían de
destacar, y por otra las lecturas presentarían un conjunto de textos poco relevantes, pues
la selección de estas perícopas se debe únicamente a la frase que se ha querido subrayar.

3. Para esta lectura prolongada puede usarse cualquier texto bíblico que se juzgue
oportuno; pero, si la lectura alargada se hace habitualmente, lo más recomendable es
tomarla del leccionario bienal.

4. La lectura larga tendrá todo su significado en los siguientes casos: 1) cuando se usa
habitualmente para profundizar el rico contenido de lectura continuada que presenta el
leccionario bienal; 2) cuando en las solemnidades y fiestas - que tienen una lectura larga
autónoma e independiente - se quiere subrayar el contenido del día; 3) cuando en los
tiempos fuertes - o en alguno de ellos - se quiere vivir con mayor intensidad el espíritu de
los mismos a través de un conjunto de lecturas organizadas especialmente para este fin; 4)
cuando los que participan en la eucaristía diaria han interrumpido, por alguna circunstancia
(fiesta, misa exequial, etc.), la lectura continuada de la misa y quieren, en un día
determinado, "recuperar" la lectura, para no interrumpir la secuencia de los libros
proclamados en la misa; 5) cuando tienen lugar celebraciones especiales, como el octavario
por la unión de las Iglesias, los ejercicios espirituales; en estos casos el leccionario de las
misas por diversas necesidades puede orientar la selección de lecturas.

5. En cambio, no tendría sentido usar la lectura larga del leccionario bienal solamente en
días aislados (v. gr., en los domingos o sólo en algunas ferias saltadas); el mismo carácter
de lectura continuada exige, o que se haga siempre, o que se prescinda siempre de ella.

Subrayemos aún que incorporar habitualmente la lectura larga, resulta especialmente


enriquecedor para la oración y la profundización de todo el mensaje revelado, pues este
ciclo bienal realiza el ideal de leer cada año el conjunto de toda la Escritura. En efecto,
combinando las lecturas de este leccionario con las de la misa ferial, en un primer año se
leerá en la misa, de manera abreviada, a base de sólo las perícopas más centrales, una
mitad de la Biblia, mientras que la otra mitad se lee, de manera moralmente íntegra, en el
Oficio. En el año siguiente, en cambio, las partes que se leyeron en la misa de manera
abreviada se leerán en el Oficio de manera íntegra y, viceversa, las que se leyeron de
manera extensa en el Oficio del año anterior en el siguiente se leen en la misa de manera
más resumida.

Otro aspecto de la riqueza de este leccionario, que vale la pena subrayar, es que las
perícopas del mismo presentan las grandes líneas de la historia de la salvación de manera
muy pedagógica y apta para introducir en la inteligencia de la Escritura y en la oración
contemplativa; esta historia, en efecto, se presenta dividida en tres grandes períodos: 1)
desde los orígenes hasta la llegada a Egipto (años pares, antes de Cuaresma); en estos
mismos años, durante la Cuaresma, se lee la salida de Egipto, con los demás relatos del
Éxodo); 2) los tiempos postexílicos (años pares, terminado el ciclo pascual); 3) desde los
Jueces hasta el exilio (años impares). Los profetas y los libros sapienciales se intercalan en
el interior de los períodos históricos en que hablaron los profetas o se escribieron los
referidos libros sapienciales; con ello éstos cobran un grado mayor de inteligibilidad y de
vida.

Por lo que se refiere a las cartas apostólicas, se presentan más o menos en el mismo orden
cronológico en que fueron escritas; con ello se facilita también la captación del progreso de
la revelación a través de los tiempos. Únicamente se establecen dos excepciones: la de
reservar algunas cartas especialmente significativas para determinados tiempos litúrgicos
(v. gr., Colosenses para Navidad, Hebreos para la última parte de Cuaresma) y la de
distanciar algunos escritos de contenido muy semejante (v. gr., Romanos y Gálatas) que,
leídos uno a continuación del otro, podrían resultar un tanto monótonos.

e) Responsorio breve

Éste es un elemento cuya finalidad en parte coincide y en parte difiere de la que tiene el
salmo responsorial de la misa. Coincide en cuanto que es una ayuda para que la palabra
proclamada en la lectura penetre más íntimamente en quienes la han escuchado y se
transforme en contemplación personal. Pero se distingue del mismo porque en la misa el
salmo responsorial es el único salmo de la celebración y por ello acostumbra a ser más
largo y más variado; en el Oficio, en cambio, a la lectura ha precedido una larga salmodia,
y por ello el responsorio es más breve y menos variado. Hay que añadir aún que este
responsorio es, como el himno, un elemento más bien ambiental; por ello puede omitirse o
bien substituirse por otro canto semejante, por la homilía, o incluso por un espacio de
silencio.

f) Preces

Tanto en Laudes como en Vísperas, terminada la salmodia - el último de los cánticos, el


evangélico - se añaden unas preces litánicas. Las de Vísperas tienen la misma finalidad que
las de la misa, son una oración universal. Con todo, literariamente difieren, pues mientras
que en la misa se dirigen a la asamblea, proponiéndole intenciones para orar, en el Oficio,
en cambio, se dirigen directamente a Dios, para que puedan usarse también cuando se reza
en solitario. Como oración universal que son, atienden, sobre todo, a las intenciones de
carácter más general y piden por la Iglesia y el mundo; a estas peticiones universales
pueden añadirse además algunas otras intenciones particulares, pidiendo por la asamblea
local, la diócesis, la familia religiosa u otras necesidades (particulares no significan, con
todo, en manera alguna preces espontáneas). Estas preces, con todo, como repetidamente
han recordado diversos documentos romanos deben ser previamente escritas para que
reflejen mejor su carácter comunitario y no simplemente personal.

Las preces litánicas de Laudes tienen un carácter muy distinto: no son oración universal o
de los fieles, sino preces para encomendar a Dios el nuevo día; éstas piden habitualmente
sólo por los propios orantes.

g) Padrenuestro

Es el elemento que concluye y culmina la plegaria de la Iglesia, el que corona toda la


celebración. Es la oración más propia de los hijos, para preparar la cual han precedido todas
las otras oraciones. De la misma forma que Dios ha inspirado los salmos y todas las otras
fórmulas de plegarias bíblicas para hacernos dignos de orar como nos enseñó su Hijo y
llamarle Padre. El Padrenuestro rezado tres veces al día - en Laudes, en la Eucaristía y en
Vísperas - es una práctica a la que aluden las más primitivas fuentes cristianas, y que ahora
ha sido restaurada. Todo esto aconseja dar a este Padrenuestro final todo su valor. En las
celebraciones comunitarias habría que procurar que fuera siempre cantado.

h) Oración final

Esta colecta viene a ser como la conclusión del Padrenuestro; para significar su carácter
particularmente doxológico conserva la conclusión larga en la que se alude a las tres divinas
personas, proclamando su reino: "Vive y reina contigo (Padre) en la unidad del Espíritu
Santo y es Dios, por los siglos de los siglos." Vale la pena también subrayar que esta
colecta, que se sitúa al final de la celebración, vuelve a tomar el mismo matiz del himno
inicial: subraya el carácter propio del día en los domingos, en las solemnidades y fiestas (e
incluso en algunos viernes), y de la Hora (mañana o noche) en las ferias del tiempo
ordinario. Es, sobre todo, a través del himno colocado al Comienzo y de esta colecta
colocada al final, que Laudes aparece como "oración de la mañana" y Vísperas como
"oración de la noche".

i) Conclusión del Oficio

Ésta se hace de dos formas, según que el Oficio sea comunitario y presidido por el obispo,
un presbítero o un diácono - ministros que tienen la misión de convocar la asamblea y por
ello también de despedirla y disolverla - o que se rece en solitario o comunitariamente, pero
sin la presidencia de un ministro ordenado; en este último caso, como el que preside no
tiene ni la misión de despedir la asamblea ni la representatividad de Cristo, se suprime
tanto la fórmula de despedida como la de bendición, y se limita a desear e implorar la
bendición de Dios.

IV. MODO DE UNIR LAS HORAS DEL OFICIO CON LA MISA


En casos particulares, cuando lo aconsejen las circunstancias, se puede llegar, en la
celebración pública

o en común, a una unión más estrecha entre la misa y una Hora del Oficio, según las
normas que siguen. Para que sea factible esta celebración unida, es condición indispensable
que tanto la misa como la Hora sean del mismo Oficio; según esto, habrá que tener en
cuenta que las primeras Vísperas de las solemnidades, domingos y fiestas del Señor que
coincidan en domingo no podrán celebrarse hasta que se haya celebrado la misa del día
precedente o del sábado.

La manera concreta de realizar la antedicha celebración es la siguiente:

1. Cuando la Hora del Oficio precede inmediatamente a la misa, la acción litúrgica puede
comenzar por la invocación inicial y el himno de la Hora correspondiente, especialmente los
días de feria, o por el canto de entrada de la misa con la procesión y saludo del celebrante,
especialmente los días festivos.

A continuación se prosigue con la salmodia de la Hora correspondiente, como de costumbre,


hasta la lectura breve, exclusive. Después de la salmodia, omitido el acto penitencial y,
según la oportunidad, el Señor, ten piedad, se dice, si lo prescriben las rúbricas, el Gloria, y
el celebrante reza la colecta de la misa. Después se continúa con la liturgia de la palabra,
como de costumbre.

La oración de los fieles se hace en su lugar y según la forma acostumbrada en la misa. Pero
los días de feria, en la misa de la mañana, en lugar de formulario corriente de la oración de
los fieles, se pueden decir las preces matutinas de las Laudes.

Después de la comunión se canta el cántico de Zacarías o el de María, según corresponda,


con su antífona. Seguidamente, se dice la oración para después de la comunión y lo demás,
como de costumbre.

2. Cuando las Vísperas siguen a la misa, ésta se celebra, como de costumbre, hasta la
oración para después de la comunión, inclusive.

Dicha esta oración, comienza inmediatamente la salmodia de Vísperas. Terminada la


salmodia y omitida la lectura breve, se continúa con el cántico de María, con su antífona, y,
omitidas las preces y el Padrenuestro, se dice la oración conclusiva y se despide al pueblo.

TABLA DE LOS DÍAS LITÚRGICOS

según las Normas universales sobre el año litúrgico y sobre el Calendario

La precedencia entre los días litúrgicos, en cuanto a su celebración, se rige únicamente por
la tabla siguiente:

1. El Triduo pascual de la Pasión y de la Resurrección del Señor.


2. Natividad del Señor, Epifanía, Ascensión, Pentecostés.
Los domingos de Adviento, Cuaresma y Pascua.
El Miércoles de Ceniza.
Las ferias de Semana Santa, desde el Lunes santo al Jueves santo, ambos inclusive. Los
días dentro de la octava de Pascua.
3. Las solemnidades del Señor, de la Santísima Virgen y de los santos inscritas en el
Calendario general.
La Conmemoración de todos los fieles difuntos.
4. Las solemnidades propias, o sea:
a) La solemnidad del patrono principal del lugar, del pueblo o de la ciudad.
b) La solemnidad de la dedicación y el aniversario de la dedicación de la iglesia propia.
c) La solemnidad del titulo de la iglesia propia.
d) La solemnidad del titulo, del fundador o del patrono principal de la orden o de la
congregación.

II
5. Las fiestas del Señor inscritas en el Calendario general.
6. Los domingos del tiempo de Navidad y los del tiempo ordinario.
7. Las fiestas de la Santísima Virgen y de los santos inscritas en el Calendario general.
8. Las fiestas propias, o sea:
a) La fiesta del patrono principal de la diócesis.
b) La fiesta del aniversario de la dedicación de la iglesia catedral.
c) La fiesta del patrono principal de la región o de la provincia, o de la nación o de un
territorio más extenso.
d) La fiesta del titulo, del fundador, del patrono principal de la orden o de la congregación y
de la provincia religiosa, salvo lo prescrito en el número 4.
e) Las otras fiestas propias de alguna iglesia.
f) Las otras fiestas inscritas en el Calendario de cada diócesis, orden o congregación.

9. Las ferias de Adviento desde el 17 al 24 de diciembre, ambas inclusive.


Los días dentro de la octava de Navidad.
Las ferias de Cuaresma.

III
10. Las memorias obligatorias inscritas en el Calendario general.
11. Las memorias obligatorias propias, es decir:
a) La memoria del patrono secundario del lugar, de la diócesis, de la región, de la nación,
del territorio más extenso, de la orden o de la congregación y de la provincia religiosa.
b) Las otras memorias obligatorias propias de alguna Iglesia.
c) Las otras memorias obligatorias inscritas en el Calendario de la diócesis, de la orden o de
la congregación.
12. Las memorias libres, las cuales pueden celebrarse también en los días mencionados en
el número 9, de acuerdo con las normas particulares descritas en los Principios y Normas
generales del Misal romano y de la Liturgia de las Horas.
En la misma forma, las memorias obligatorias que accidentalmente coincidan con las ferias
de Cuaresma pueden celebrarse como memorias libres.
13. Las ferias de Adviento hasta el día 16 de diciembre inclusive.
Las ferias del tiempo de Navidad desde el día 2 de enero hasta el sábado después de
Epifanía.
Las ferias del tiempo pascual, desde el lunes después de la octava de Pascua hasta el
sábado anterior a Pentecostés inclusive.
Las ferias del tiempo ordinario.

CONCURRENCIA DE VARIAS CELEBRACIONES

Cuando concurran varias celebraciones, se celebra aquella que en la Tabla de los días
litúrgicos ocupe el lugar superior. No obstante, la solemnidad impedida por un día litúrgico
de mayor precedencia se transfiere a la fecha más cercana en que no se tenga ninguna de
las celebraciones señaladas en los números del 1 al 8 de la Tabla de precedencia,
observando lo prescrito en el número 5 de las Normas universales sobre el año litúrgico y
sobre el Calendario. Las demás celebraciones se omiten aquel año.

En el caso de que hayan de celebrarse las Vísperas del Oficio del día y las primeras Vísperas
del día siguiente en un mismo día, tienen preferencia las Vísperas de la celebración que
ocupa un lugar superior en la Tabla de los días litúrgicos; en caso de paridad, prevalecen
las Vísperas del Oficio del día.

fuente: Liturgia de las horas para los fieles Edidión 2002.

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