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CENTRARSE EN DIOS
La oración, aliento de nuestra fe
BARCELONA
EDITORIAL HERDER
1982
Ver sión cast ellana de J. M. LÓ PEZ DE CAS TRO ,
de la obr a de BERNHARD HÁ RING, Gebet: Gewinn der Mitte,
publicada por Verlag Styr ia, de Gr ao
ISBN 84-254-1.054-1
GR A F ES A - N á po l e s, 2 49 - B a r c e l on a
INDICE
Introducción .......................................................................................................... 7
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índice
V. LA ORACIÓN DE LA FE . . . . . . . . . . . 145
La alegría de la fe 146 — Fe en unidad y solidaridad 150 — Fe
en la dignidad de cada hombre 153 — Fe en la libertad de
todos los hombres 156.
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INTRODUCCIÓN
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Introducción
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Capítulo primero
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Orar en el nombre de Jesús
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Orar en el nombre de Jesús
Nosotros los cristianos, que por otro lado tenemos muchas
otras cosas en común con los musulmanes, poseemos oraciones pa-
r e c id a s , po r e jem p lo la s l e ta n ía s d e l n om b r e d e J e sús .
En las reflexiones que siguen no es mí intención repetir una
por una todas las bellas invocaciones de dicha letanía. Únicamente
he escogido entre los nombres bíblicos del Señor aquellos que aún
tienen algo especial que transmitirnos a nosotros, hombres de hoy, y
que pueden ayudamos en el nombre o en los nombres de Jesús
a reconocer nuestro propio programa de vida.
Todas las seguridades están de nuestra parte si oramos en el
nombre de Jesús. Por ello es tan importante que lo conozcamos
y que nuestra oración sea un firme compromiso con este nombre.
Si conocemos el nombre de Jesús, por el mismo hecho conocemos
en amor y adoración al Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en
él se ha manifestado.
Dios y Padre nuestro, tú has revelado y glorificado tu nombre
en tu Hijo Jesucristo. Haz que nuestra vida entera no sea otra
cosa que alabanza de tu nombre, oración que constantemente repita:
«Santificado sea tu nombre.» Haz que todos tus hijos unidos en tu
Hijo amado y unidos entre sí por el Espíritu Santo conozcan y
amen tu nombre, y lo honren en la rectitud, el amor fraterno y la
paz. Te lo rogamos en el nombre de Jesús.
JESÚS
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Jesús
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Orar en el nombre de Jesús
C R IS T O, EL U NG ID O
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Cristo, el ungido
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Orar en el nombre de Jesús
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Jesús, el siervo de Dios
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Orar en el nombre de Jesús
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Jesús, el siervo de Dios
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Orar en el nombre de Jesús
ISRAEL, SU SIERVO
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Israel, su siervo
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Orar en el nombre de Jesús
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El camino, la verdad y la vida
E L C A MI NO, LA VER DA D Y LA V I DA
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Orar en el nombre de Jesús
Cristo es aquella verdad vital que nunca jamá s puede ser parte
en debates y discusiones. Sólo hace objeto de la revelación de sí
mismo y del Padre a quienes se hallan dispuestos a oír su Palabra,
conservarla en su corazón y llevarla a la práctica a fin de que fruc-
tifique en amor y justicia para la vida del mundo. Cristo es la
suprema verdad que se manifiesta como don gratuito y que por
ello sólo pueden recibir los hombres humildes. Los soberbios y
engreídos se cierran a esta verdad por completo.
Jesús es a la vez verdad y vida, puesto que revela la v erdad
de Dios mediante su vida entera y su muerte, fuente de vida.
Da a conocer el nombre de Dios mediante su ilimitado amor a
todos los hombres. En su sangre, derramada por todos, se halla la
última verdad de vida. Él nos hace a nosotros sus hermanos y her-
manas de sangre. Por ello nos habla de esa verdad: que Dios es
el Padre de todos los hombres. Con su palabra y su vida nos enseña
Cristo que nadie puede conocer al Dios invisible y a él, réplica
absoluta del Padre, si no es hallándose dispuesto a amar al pró-
jimo. Nuestro conocimiento de Jesús progresa en la medida en
que nosotros mismos progresamos en el amor a nuestros hermanos
junto con Jesús. Por la gracia y los sacramentos él nos hace par -
tícipes de su vida y de su gloria, para que así tambié n nosotros
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El camino, la verdad y la vida
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Orar en el nombre de Jesús
CRISTO, LA ALIANZA
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El camino, la verdad y la vida
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Orar en el nombre de Jesús
significa, por el contrario, participación en el amor de Cristo hacia
el Padre, participación también en su solidaridad con todos los
hombres. Dietrich Bonhoeffer anuncia a Jesús, alianza para todas
las naciones, con el nombre de «el hombre para todos los demás»
Jesús no vive para sí mismo; y todos aquellos que en él tienen
nueva vida se constituyen en incondicionales promotores de la
justicia, la paz, el respeto mutuo, la afabilidad, el amor, la solida-
ridad entre todos los hombres.
Jesús es el monoteísta consumado, no sólo en el sentido de
que todo su amor y todas sus obras pertenecen a su Padre
celestial, sino también en el sentido de que su amor universal a
todos los hombres pone existencialmente de manifiesto que él da
gloria al nombre del único Padre de todos. Su muerte por la
salvación de toda la humanidad confirma y corrobora de modo
definitivo su reivindicación al título de Hijo unigénito del Padre,
ya que en su propia sangre, en la sangre de la alianza, ha puesto
los fundamentos de una hermandad de sangre entre los hombres.
El Padre le confirma como alianza para todas las naciones
mediante su resurrección por la fuerza del Espíritu Santo. El
Padre le glorifica y declara Señor de todos, porque se constituyó a
sí mismo en servidor y hermano de todos.
En la antigua alianza la circuncisión era la señal de pertenencia
al pueblo aliado; en la nueva alianza son el bautismo y la eucaristía
los signos eficaces de nuestra participación en Cristo, la alianza, y
de nuestra pertenencia al pueblo aliado de sus seguidores. Junto
con los demás sacramentos y con todos los signos en que Díos se
revela como Padre de todos, son también don y llamamiento a
una ilimitada solidaridad salvadora.
Cristo mismo se manifiesta al mundo como la quintaesencia
de la alianza en el acto de su bautismo. Así pues, recibe el
bautismo litúrgico de expectación de manos de Juan el Bautista al
tiempo que «se bautizaba todo el pueblo» (Le 3, 21). No es un
bautismo para sí, sino para todos aquellos que buscan la salvación.
De este modo. Jesús se manifiesta como el Cordero de Dios que
carga con el peso de los pecados de todos los hombres. Su
bautismo en aguas del Jordán es un compromiso solemne de
aquel que está sin pecado a entregarse a sí mismo para liberar a
todos los hombres de la
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El camino, la verdad y la vida
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JESÚS, EL DIÁLOGO
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Orar en el nombre de Jesús
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Jesús, el diálogo
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Orar en el nombre de Jesús
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Jesús, el diálogo
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Orar en el nombre de Jesús
CRISTO, EL PROFETA
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Cristo, el profeta
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Orar en el nombre de Jesús
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Cristo,el proffeta
o la palabra fustigante forman también parte de su mensaje de
paz y reconciliación, son promesa de retorno al Padre para aque-
llos que se convierten sinceramente.
Cristo ha venido a anunciar la buena nueva. Pero la obstina-
ción de los sacerdotes y fariseos le obliga a desenmascarar su hi-
pocresía y alienación. Y sin embargo, también a ellos va dirigida
cada una de sus palabras de amor.
Los profetas no buscan sólo la salvación del individuo. Su
tarea va marcada por el espíritu de la totalidad. Predican la con-
versión del pueblo entero. Aquellos que no dejan pasar en vano
la hora de gracia y se vuelven por entero a Dios, se pondrán al ser-
vicio del pueblo y ayudarán a construir un mundo más fraternal
y justo. Por ello no es posible seguir a Cristo, el profeta, y orar
en su nombre sin buscar una síntesis existencial entre la propia
conversión personal y el compromiso en pro de una renovación
social, cultural, política y eclesiástica.
Los profetas ayudan a los demás hombres a descubrir el ho-
rizonte de lo eterno, del futuro absoluto, pero de tal modo que la
gracia del momento presente sea tomada en serio. Aun aquí es
Cristo el Maestro supremo. Él, que procede del Padre y ha de
volver al Padre, aguarda la hora que el Padre le ha dispuesto. Sus
promesas relativas al reino eterno de Dios son una perentoria lla-
mada a agotar las posibilidades del momento presente en el servicio
de Dios y del prójimo.
Nadie ha profundizado jamás en las posibilidades salvíficas de
la hora presente como Cristo. Por eso precisamente es Jesús, su
vida y misterio pascual, promesa de vida eterna. Su vida terrena
y su muerte nos garantiza que ningún acto de verdadero amor y
justicia puede perderse en el reino del Padre. La manera en que
Cristo predice la comunión de los santos y la bienaventuranza eterna
no permite inhibición alguna; al contrario, el sentimiento de
gratitud por los hechos salutíferos pasados y la esperanza en la
vida prometido nos capacitan para un compromiso libre, paciente
y perseverante en el momento presente. La perspectiva de mi fu-
turo absoluto nos ayuda mejor que ninguna otra cosa a asumir
la responsabilidad del futuro inmediato.
Esta perspectiva que Cristo, el profeta, pone ante nuestros
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Orar en el nombre de Jesús
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Cristo, nuestra esperanza
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Orar en el nombre de Jesús
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Cristo, el médico divino
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Orar en el nombre de Jesús
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Cristo, el médico divino
en la comunidad; y así permanecemos con Cristo, el médico divino,
y Cristo permanece con nosotros. Sólo entonces podemos orar en
su nombre. Debemos invocar con frecuencia su nombre para que
él, el médico divino, nos libere de la tendencia, profundamente
enraizada en nosotros, de juzgar a los demás con dureza y, más
aún, para que seamos capaces de amarnos los unos a los otros con
su amor salutífero.
Oramos y actuamos en el nombre de Cristo, el divino salvador,
cuando visitamos a los encarcelados. Más todavía, cuando aunamos
todas nuestras energías y nuestro ingenio para humanizar la jus-
ticia vengativa de los hombres. La gran multitud de enfermos y
encarcelados es para los discípulos de Cristo una llamada impe-
riosa a renovar la sociedad humana, a mejorar la calidad de la
opinión pública, a pensar más en una rehabilitación y educación
que en el simple castigo. No sólo los individuos, sino también
nuestra sociedad como tal está enferma y necesita de curación.
El médico es fuerza por su especial vocación y actitud de per-
manente disponibilidad para responder a la llamada de los enfer-
mos. Conocer a Cristo, el médico divino, implica operar en nos-
otros mismos una gran transformación y quedar a disposición de
los demás, volvernos clarividentes e imaginativos para sanar las
heridas de nuestros semejantes. Cuán grande sería la fuerza cura-
tiva de nuestros médicos y enfermos si todos nosotros, y en es-
pecial quienes tienen por oficio sanar y cuidar, conociéramos a
Cristo, el médico divino, y nos pusiéramos enteramente a su servi-
cio. Nuestra propia fe y nuestra confianza despertarían entonces en
otros esa fortaleza y alegría que son camino de curación interna y
a menudo también de salud corporal.
La visita a nuestros parientes y amigos enfermos tendría mu-
chísimo más significado si nos atreviéramos a volvernos todos jun-
tos en oración espontánea al médico divino. Él solo es fuente de
salud.
La corrección fraterna, que se ofrece en espíritu de humanidad
y cordial amistad y que nos une en la conciencia de que todos te-
nemos necesidad del médico divino, podría en gran manera con-
tribuir a la edificación del medio divino en el que llegamos a un
conocimiento más perfecto de ese médico.
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Orar en el nombre de Jesús
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Jesús, el buen Pastor
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Orar en el nombre de Jesús
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Jesús, el buen Pastor
La semana siguiente tuve una experiencia semejante. Un viejo
maestro de Silesia, muy buen hombre, me acompañaba en mis
pesquisas para tratar de encontrar a todos los prófugos católicos. Era
un hombre de estrictos principios morales. Finalmente me señaló
una casa: «Bien, dice usted que quiere conocer y visitar a todos. Ahí
vive una católica, madre de cinco hijos; sólo es buena para servir de
prostituta a los soldados americanos. Espero que, como hombre
decente, no hablará usted con ella.» A pesar de todo, logré por fin
convencer al buen hombre para que hiciera conmigo una visita a la
mujer. Llegamos empero en un momento poco oportuno.
Precisamente la había venido a ver una joven que se dedicaba a la
misma dudosa profesión, y fuimos recibidos con abierta hostilidad.
Mi amigo observó: «¿No se lo había dicho yo?» Al día siguiente volví
a visitar a la mujer, que se hallaba con sus cinco hijos. Olvidando las
palabras insultantes que me había dirigido, la saludé amablemente y la
invité con insistencia a que acudiera a oír la buena nueva. Finalmente
tomó una decisión: «Ya que ha sido usted tan atento, no veo manera
de rechazar su invitación. Iré una sola vez, pero ni una más.» Vino a
la tarde siguiente y siguió viniendo todas las tardes. Y, lo que es más,
la semana siguiente vino con sus hijos mayores a otra localidad,
teniendo para ello que recorrer todas las tardes cerca de diez
kilómetros. La pobre mujer, a quien la vista del hambre cruel que
acuciaba a sus hijos había movido a prostituir su cuerpo, recobró su
paz y confianza en Dios. Cuando al año siguiente regresé al mismo
lugar, me dijo mi viejo amigo: «La mujer de quien tan mal hablé y que
nos pagó con la misma moneda se ha vuelto otra persona. Aun sus
hijos están como cambiados.»
La tradición cristiana honra a sacerdotes, obispos y papas con el
nombre de pastores. Esto exige de ellos un conocimiento amoroso de
sus hermanos, una generosa solicitud por su bienestar espiritual y, sobre
todo, el esfuerzo por lograr todos juntos un mayor amor y un mejor
conocimiento de Dios; porque el buen pastor no nos llama esclavos,
sino amigos; nos ha revelado todo cuanto él recibió del Padre para que
sirvamos a Dios como hijos mayores de edad, sus hijos e hijas. El
compromiso con el nombre de Jesús como pastor de todos los
hombres exige ante todo una atención....
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Orar en el nombre de Jesús
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Orar en el nombre de Jesús
C RI S TO , N U ES TR A P A Z Y N U ES TRA R EC ON C I L I A C I ÓN
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Cristo, nuestra paz y nuestra reconciliación
que los que viven no vivan ya para sí mismos, sino para aquel que
por ellos murió y fue resucitado. Así que nosotros desde ahora,
a nadie conocemos por su condición puramente humana; y aunque de
esa manera hubiéramos conocido a Cristo, ahora ya no lo conocemos
así. De modo que, si alguno está en Cristo, nueva criatura es. Lo
viejo pasó. Ha empezado lo nuevo. Y todo proviene de Dios, que
nos ha reconciliado consigo mismo por medio de Cristo y nos
confirió el servicio de la reconciliación, como que Dilos es quien
en Cristo reconcilió consigo el mundo, sin tomar en cuenta a los
hombres sus faltas, y quien puso en nosotros el mensaje de la
reconciliación. Hacemos, pues, de embajadores en nombre de
Cristo, siendo Dios el que por medio de nosotros os exhorta.
En nombre de Cristo os lo pedimos: Reconciliaos con Dios» (2Cor
5, 14-20). El hecho de que Cristo haya confiado un especial mi-
nisterio de la reconciliación a los apóstoles y a sus sucesores el
papa, los obispos y sacerdotes, no ha de hacernos olvidar que
todos cuantos experimentan en sí mismos el don de su paz y recon-
ciliación son también llamados a colaborar en dicha tarea. Nuestra
fe en el común sacerdocio de los fieles se transforma en oración per-
petua en el nombre de Cristo para que la paz irrradie de nosotros
desbordándose, y para que todo nuestro pensar y actuar esté
orientado a traer al mundo la verdadera paz. En este espíritu acep-
tamos el sufrimiento por los conflictos y dificultades, que no dejan
de surgir en el camino de los mensajeros de la paz, para así dar
gloria al nombre de Jesús, nuestro reconciliador.
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Orar en el nombre de Jesús
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Emmanuel, Dios con nosotros
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Orar en el nombre de Jesús
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Emmanuel, Dios con nosotros
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Orar en el nombre de Jesús
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Alabanza al nombre de Dios
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Orar en el nombre de Jesús
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Alabanza al nombre de Dios
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Capítulo segundo
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Presencia de Dios en su creación
P RES EN CI A DE DI OS EN SU C REA CI ÓN
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Presencia de Dios en su creación
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Oración y presencia de Dios
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La presencia del Verbo hecho carne
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Oración y presencia de Dios
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Oración y presencia de Dios
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La presencia del resucitado
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Oración y presencia de Dios
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La presencia del resucitado
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Oración y presencia de Dios
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Señor, quédate con nosotros, que es tarde
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Oración y presencia de Dios
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Pedro y Juan en el camino hacia la fe
El amor de Juan es delicado. Sus pies son más rápidos que los
de Pedro, lo cual indica que su fe es también más fuerte. Pero
esto no es para él motivo de mirar a Pedro con desdén. Le espera
y le permite entrar primero en el sepulcro vacío. Por la amistad de
Juan vuelve Pedro a Jesús, a una fe total.
Cuando se aparece Jesús en el lago de Tiberíades, vemos a
Juan desempeñar el mismo papel. De nuevo deja que Pedro le
preceda, y él mismo le pone en camino: «El discípulo aquel a quien
amaba Jesús dícile entonces a Pedro: "Es el Señor"» (Jn 21, 7).
Es Jesús mismo quien manifiesta a Pedro el poder de su resu-
rrección. Pero no es menos verdad que, gracias a la ayuda del dis-
cípulo amado, llega Pedro finalmente a tener fe en el siervo de
Dios y a convertirse en un auténtico creyente, un discípulo humilde
que podrá fortalecer la fe de sus hermanos.
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Oración y presencia de Dios
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La permanencia de Jesús con su Iglesia
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Oración y presencia de Dios
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La presencia de Cristo en la eucaristía
presencia amante? Haz, Señor, que esto sea por siempre verdad.
Señor, te doy gracias porque una y otra vez en mi vida he
conocido comunidades eclesiales que me han ayudado, a mí y a otros
muchos, a experimentar el gozo de tu presencia, el consuelo de la
esperanza cristiana y la fuerza de la fe. Servir al Evangelio ha de ser mi
contento.
Señor, haz que todos los hombres se aclimaten e integren no sólo
en tradiciones humanas, sino en la comunidad de la fe, que es signo de
tu presencia vivificadora.
Da a tu Iglesia esa vigilancia que le permita distinguir los signos de
los tiempos y hacer de ellos parte de tu buena nueva.
Señor y Maestro, tú nos has llamado. Nuestra respuesta no puede
ser otra que «Señor, aquí estamos, envíanos».
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Oración y presencia de Dios
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Oración y presencia de Dios
nombre de sus hermanos: «Creo poder decir con verdad que Jesucristo
está espiritualmente presente en la eucaristía; pero debemos borrar por
completo la palabra "solamente", porque el verdadero sentido sólo
puede ser: Jesús se halla presente en la fuerza del Espíritu Santo, y ésta
es la forma suprema y más acabada de la presencia en que el resucitado
se da y a la vez se reclama a sí mismo.» En esto consiste de hecho la fe
que puede llegar a unirnos.
Puesto que Cristo nos da en el poder del Espíritu Santo nada menos
que su propia vida, la sangre de la alianza, para convertirnos en su fiel
pueblo aliado, podemos confiar en que también nos dará eI Espíritu
Santo y, por su medio, el valor y fuerza para hacerle nosotros a él don
nada menos que de nosotros mismos.
Jesús nos hace experimentar su proximidad en el banquete
eucarístico. Ha escogido el ágape familiar como punto de partida y
símbolo de su presencia aliada. Ahí está él presente con ese amor que
nos transforma y nos hace miembros activos de su familia. Par ello,
sólo podemos sentirnos invitados a su mesa y recibir con eficacia la
sangre de la alianza, si estamos dispuestos a hacernos uno en él. La
presencia de Cristo en la eucaristía se convertirá entonces en
reciprocidad plena, en un cuidarse mutuamente, en un esperar a Cristo
y acoger gozosos su llegada, si los convidados a la mesa de Jesús están
allí también presentes los unos para los otros. Porque a fin de cuentas
Jesús derramó su sangre para establecer la alianza con el Padre en la
unidad de todos los hombres. La presencia de Cristo en la eucaristía es
dinámica, es presencia actuante; es el acontecer de la energía divina, el
poder del amor que resulta de la unión entre los discípulos de Cristo.
Recibir con fruto la sagrada comunión significa hallarse dispuesto a ser
miembro activo del cuerpo místico y a trabajar sin descanso por la
unidad de todos los hombres.
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La presencia de Cristo en la eucaristía
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Oración y presencia de Dios
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La venida de Jesús en el bautismo
visita al sacramento del altar es ocasión para que una vez más
consideremos y lleguemos a percibir lo que la eucaristía significa
para nosotros, a saber, que encontraremos nuestra dicha, nuestra
salvación, nuestro centro, en una constante actitud de alabanza
y acción de gracias. En la presencia de Jesús sometemos a juicio
nuestra vida, para ver si nuestros anhelos y aspiraciones, nuestras
palabras y decisiones, nuestras obras, pueden ser ofrecidas con
Jesús al Padre como acción de gracias por el don de la eucaristía.
Quien acude al sagrario huyendo de los hombres, porque su
sociedad le produce hastío, no encontrará allí a Jesús. El que
huye de los hombres huye también de Jesús. Si a veces empero nos
resulta difícil compartir la carga de los demás y caemos en la
cuenta de que no somos verdaderamente capaces de amar, haremos
bien en acudir a refugiarnos en Jesús, en persuadirnos de su amor,
en buscar en él la fuerza necesaria para poder estar con nuestros
hermanos y hermanas en su nombre.
En la experiencia eucarística del «tú y yo» nos abre el Señor
siempre de nuevo la dimensión «nosotros-tú-yo», pues Jesús está
en la eucaristía constantemente presente para reunirnos a su lla -
mada. Sólo en él hay comunión de los santos.
Te doy gracias, Señor y maestro mío, amigo y hermano, mi
salvador y médico, por tu silenciosa y a la vez elocuente presencia
en el santísimo sacramento. Tú siempre me esperas en ese signo
permanente de la nueva y eterna alianza. Señor, despierta en mí
el espíritu de gratitud, para que en este sentimiento responda a tu
invitación, encuentre paz y alegría en tu presencia, de modo que
mi corazón irradie amor allí donde yo esté. Señor, enséñame en
tu presencia a darte gracias también por las muchas señales de
amor que percibo de mis semejantes.
L A V ENI D A D E J ES Ú S EN EL BA U TI S M O
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Oración y presencia de Dios
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La venida de Jesús en el bautismo
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Oración y presencia de Dios
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PRESENCIA DEL SEÑOR
EN LOS SIGNOS EFICACES DE LA RECONCILIACIÓN
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Oración y presencia de Dios
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Presencia del Señor en los signos eficaces de la reconciliación
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La presencia de Jesús en la vida matrimonial
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La presencia de Jesús en la vida matrimonial
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Oración y presencia de Dios
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La presencia de Jesús con los enfermos
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Presencia de Cristo en la comunidad fraterna
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La venida de Jesús en el pobre
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Oración y presencia de Dios
L A P R E S EN C I A D E D I O S T R I N IT AR I O E N S U S A MI G O S
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La presencia de Dios trinitario en sus amigos
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Oración y presencia de Dios
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Capítulo tercero
ORACIÓN Y TEOLOGIA
cuanto hace nos revela su palabra. Por ello la teología sigue escu-
chando a Dios en la continuidad de la creación y en la historia
de la humanidad.
La obra maestra de Dios creador y revelador es el hombre. Ello
hace que la teología mire con el máximo respeto la persona humana,
creada a imagen y semejanza de Dios. La alegría, la bondad, el
amor y la paz que se reflejan en el rostro de los hombres buenos
son para el teólogo piadoso palabra de Dios, un don, un motivo
de alabanza.
El teólogo que ora no pierde jamás de vista que, en la misma
medida en que está llamado a ser maestro de sus semejantes, puede
aprender de ellos. Sólo podrá convertirse en colaborador y co-
revelador del amor de Dios por los hombres, si él mismo es capaz
de encarnar para éstos el mensaje divino de paz y bondad.
Sin oración, y aun sin fe profunda, es posible, desde luego,
suscribir y declamar fórmulas de fe. Pero sólo al hombre que ora
es otorgado el conocimiento del Dios viviente y el estar alerta a
la llamada divina en la hora presente. Allí donde falta el espíritu
de oración es impensable todo contacto íntimo con Dios, contacto
sin el cual no es posible llegar a un conocimiento vital de la
presencia divina en la historia de la salvación.
Santo Tomás de Aquino insiste en la armonía íntima con lo
bueno y verdadero como presupuesto fundamental para la contem-
plación, la teología y la enseñanza de la doctrina evangélica. Si
amamos a Dios de todo corazón, y con Dios a nuestro prójimo, somos
aceptados en calidad de colaboradores de la revelación continua del
amor divino en la historia de la salvación. Dios nos toma en serio,
y nos hace de esta suerte participar en su plan salvífico. La fami-
liaridad íntima con el Padre de todos los hombres y la partici-
pación apasionada en el acontecer salvador dan a la teología y al
teólogo hondura y veracidad. La actitud vigilante del teólogo res-
pecto a la presencia de Dios en la vida humana le hace cada vez más
conscientes de que el Señor de la historia recorre con nosotros el
camino.
A la vocación del teólogo pertenece contribuir con su postura
interna, su espíritu de adoración y su amor apasionado por los
hombres, a la realización plena del amor de Dios y a la investiga-
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Oración y teología
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Teología es oración, oración es teología
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Oración y teología
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Oración y teología
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Conocimiento de Dios y de los hombres
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Oración y teología
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Cómo se convierte la teología en oración
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Oración y teología
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Cómo se convierte la teología en oración
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Capítulo cuarto
ORACIÓN Y VIGILANCIA
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Oración y vigilancia
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La historia de la salvación como venida del Señor
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Tú, que duermes, ¡despierta!
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Oración y vigilancia
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Tú, que duermes, ¡despierta!
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Oración y vigilancia
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Fidelidad creadora
FIDELIDAD CREADORA
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Oración y vigilancia
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Fidelidad creadora
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Oración y vigilancia
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Fidelidad creadora
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Oración y vigilancia
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Capítulo quinto
LA ORACIÓN DE LA FE
La fe es una aceptación agradecida y gozosa de la verdad sal-
vadora y una respuesta vital al Dios vivo. Fe es oración, y la
oración es expresión de fe. El símbolo de los apóstoles, transmi-
tido a nosotros y confiado a la custodia de la Iglesia, es anuncio,
diálogo y a la vez oración de fe. Como anuncio, habla generalmente
de Dios en tercera persona: Él, que es, que viene y que ha de venir.
Pero también el «tú a tú», el discurso de Dios en la comunidad,
es pregón, comunicación de la fe y acción común de gracias por
ella. El símbolo de la fe puede también considerarse como
respuesta a la Iglesia, aceptación de su mensaje, participación en su fe.
Como confesión y discurso de fe, el credo expresa nuestra hambre
y sed de conocer más profundamente a Dios. Expresar nuestra fe
y alegrarnos juntos en ella no es concebible sin una creciente con-
ciencia de la proximidad de aquel en quien creemos y a quien
nos confiamos en la fe.
Al ser el principal propósito de estas meditaciones llegar a
integrar en un todo fe y oración, ofrezco aquí algunas reflexiones
que podrán servir tanto dentro de la liturgia como en grupos de
oración o en la meditación individual. La fe ilumina con luz clara
los valores y anhelos más apremiantes de nuestro tiempo.
La fe se expresa sobre todo en forma de gozo, acción de gra-
cias y alabanza. La confesión comunitaria de fe, pero también la
fe que encierra el corazón de cada cristiano, habla del único D ios
y, al mismo tiempo, de la única familia de Dios, de la solidaridad
salvífica. La fe tiene mucho y decisivo que decir sobre los valores
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La oración de la fe
LA ALEGRÍA DE LA FE
Por nuestra salvación bajó del ciclo, y por obra del Espíritu
Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre:
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La oración de la fe
Señor, haz que nuestra fe sea viva, fecunda en frutos de justicia, paz y
amor. Entonces la venida de tu Hijo será nuestra mayor alegría, y
podremos regocijarnos y ser por siempre dichosos en tu reino.
Señor, creemos, ¡danos una fe alegre!
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La alegría de la fe
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La oración de la fe
FE EN UNIDAD Y SOLIDARIDAD
Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo,
y se hizo hombre:
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La oración de la fe
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Fe en unidad y solidaridad
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Fe en unidad y solidaridad
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La oración de la fe
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Fe en la libertad de todos los hombres
tica libertad interna y con esa misma libertad, los ponemos al servicio
de nuestros hermanos y hermanas.
Creemos en la libertad perfecta en Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo
del hombre:
Con plena libertad interna hízose Jesús siervo de Dios y de todos
los hombres, a fin de liberarlos para el amor a Dios y al prójimo.
Púsose enteramente al servicio del plan del Padre de liberar a todos los
hombres de la esclavitud del pecado y sacarlos del círculo infernal de la
ambición de poder.
Padre omnipotente, creemos en la libertad perfecta de tu Hijo, de
tu siervo Jesús. Creemos que, sí seguimos sus huellas, estaremos en el
camino hacia la verdadera libertad.
Señor, creemos en tu amor todopoderoso. Señor, haznos libres.
Creemos que en su infinita libertad el Hijo amadísimo del Padre
escogió la pobreza para hacernos ricos:
Su obediencia no tiene otro fin que hacer visible para nosotros el
amor liberador del Padre. Es el siervo más libre del Padre y hermano de
todos los hombres aun en el madero de la infamia. Su resurrección nos
garantiza el triunfo definitivo de una total liberación, con tal que
estemos dispuestos a recorrer el camino con él.
Señor, si de verdad creemos en ti, te seguiremos por el camino de
la cruz hacia la libertad.
Señor, creemos en tu amor todopoderoso. Señor, haznos libres.
Está sentado a la derecha del Padre, y su reino no tendrá fin:
El reino de la libertad, hacia el que Cristo abrió nuevas vías en la
historia, se halla sólidamente fundado. Pertenecemos a dicho reino si
recibimos agradecidos la libertad como una gracia y hacemos fructificar
en nosotros su germen. En el reino de Cristo la libertad de todos es la
libertad de cada uno, y la libertad de cada uno la de todos. Sólo
podemos ser internamente libres si sentimos como cosa nuestra la
libertad de todos para el bien.
Señor, creemos en el reino de tu amor. Creemos en la libertad;
Señor, haznos libres.
157
La oración de la fe
Donde está el Espíritu de Dios, allí está la libertad. Sabemos que nos
guía el Espíritu, cuando de todo corazón adoramos a Dios y nuestra
gratitud por sus dones determina todas nuestras decisiones. Adoramos
al Espíritu Santo cuando aceptamos por válidas las diferencias humanas
y tenemos la suficiente libertad interna para colaborar con todos los
hombres de buena voluntad.
Señor, creemos que en espíritu de adoración humilde podemos
distinguir la verdadera libertad de las mentiras que nos hablan de
libertad. Señor, creemos; haznos libres.
158
Fe en la libertad de todos los hombres
159
La oración de la fe
160
Capítulo sexto
EL DIÁLOGO DE LA FE Y LA ORACIÓN
161
El diálogo de la fe y la oración
La apertura artificial del propio espíritu a dicha experiencia por medio del
LSD y otras drogas no es sino una forma extraviada en que algunos
expresan su hambre de una experiencia más profunda de la realidad
religiosa. Millones de jóvenes en diversos países siguen al joven
Maharaj-Ji, que les promete el conocimiento, es decir, una experiencia
vital de la luz divina. En todas partes encontramos grupos de oración,
muchos de ellos desligados de toda institución eclesiástica, formados
por jóvenes que se han unido para orar de un modo espontáneo y
expresar sin trabajos sus opiniones y sentimientos sobre la realidad de
fe.
El modo insistente en que el concilio Vaticano II subrayó la
presencia y acción del Espíritu Santo dio un poderoso impulso a una
mayor espontaneidad y libertad creativa en la oración tanto comunitaria
como individual. «Todos los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios,
éstos son hijos de Dios. Y vosotros no recibisteis un Espíritu que os
haga esclavos..., sino que recibisteis un Espíritu que os hace hijos
adoptivos, en virtud del cual clamamos: Abba! , ¡Padre! El Espíritu
mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios»
(Rom 8, 14-16).
El diálogo de la fe, que se traduce en expresión espontánea de
alabanza, acción de gracias, humildad y petición, es como un coro en el
que muchas voces se juntan para confesar una sola fe en un único
Padre, para fortificar su única esperanza en Cristo y para invitar a la
confianza en el Espíritu Santo. Muchas veces fui yo mismo testigo del
cántico de nutridos grupos pertenecientes al movimiento pentecostalista
o, como ahora se llaman, a movimientos de renovación carismática,
donde todos cantaban en diversas lenguas de tal modo que de sus voces
diferentes llegaba a brotar un solo coro armónico. Esto pudiera ser un
símbolo de lo que significan teológicamente el diálogo de la fe y la
espontánea oración comunitaria.
162
El diálogo de la fe como meditación comunitaria
163
El diálogo de la fe y la oración
165
El diálogo de la fe y la oración
166
La oración de los fieles
dote la palabra de Dios, los fieles participantes puedan también
comunicarse unos a otros el fruto de sus meditaciones. A lo largo de
mi vida he tenido ocasión de oír excelentes sermones y predicaciones.
Pero ninguno de ellos me ha hecho vibrar personalmente tanto como
el discurso de fe en este tipo de comunidades litúrgicas.
LA CONFESIÓN COMUNITARIA DE FE
En el capítulo anterior he presentado algunas formas en que
podemos, fuera y dentro de la celebración de la misa, expresar en
común nuestra fe y hacerla fructuosa para nuestra vida. Las fórmulas
de fe tradicionales son bellas y profundas, pero, a fuerza de repetirlas
siempre literalmente, acabamos por distraernos y no llegamos a
descubrir su hondura. Es bueno que aprovechemos las diversas
ocasiones que se nos ofrecen para aplicar la dinámica de la fe a las
tareas y posibilidades concretas de nuestra vida concreta. La confesión
de fe tiene mucho y maravilloso que decir sobre alegría, unidad,
dignidad de cada hombre, reconciliación, paz, misericordia,
compasión, humildad, generosidad, pureza de corazón, honradez y
lealtad, confianza mutua, etcétera. La invocación comunitaria después
de cada artículo de fe es una excelente ayuda para transformar la
confesión de fe en auténtica oración.
L A AC C IÓN DE GR AC IA S DE SP U É S DE L A C OM U N IÓN
169
Capítulo séptimo
ESCUELAS DE ORACIÓN
172
Escuelas de oración
los últimos tiempos. Buscan sobre todo una integración entre con-
templación y apostolado, tratan de dar testimonio radical sobre la
prioridad de la oración. Intentan encontrar una forma de
comunidad que exprese y fomente esa tendencia. En cierta ocasión
pregunté a una estudiante universitaria, una judía convertida que
acababa de pasar dos meses en una de estas casas de oración, qué es
lo que había aprendido allí. Su respuesta no deja de ser típica: «He
experimentado lo que es una auténticas comunidad de fe.» Los cris-
tianos, tanto religiosos como seglares, que se reúnen en las casas de
oración, no buscan sólo formar de alguna manera una comunidad,
sino una comunidad que viva en la presencia de Dios. El objetivo
principal de todos es renovarse en la oración.
Las casas de oración han hecho suyo el anhelo fundamental de
Mahatma Gandhi. Cuando inició, primero en Sudáfrica y luego en la
India, su espontánea cruzada por la liberación de todos los pueblos
y personas, comenzó por fundar sus famosas asrams, es decir, casas
de oración. Reconocía que sólo quienes han alcanzado una plena
conciencia de su propia unión con Dios pueden vivir la unidad de
todos los hombres y de la creación entera de un modo tal, que
lleguen a ser capaces de amar aun a aquellos a quienes han de
oponerse. Gandhi sabía también que no nos es posible llegar a esa
plena unión con Dios si no hacemos de la unidad, justicia y paz
entre todos los hombres el motivo fundamental de nuestras vidas.
173
Escuelas de oración
174
Diversos tipos de casas de oración
176
Experiencias y reflexiones
177
Escuelas de oración
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¿Una esperanza o un sueño?
179
Escuelas de oración
180
¿Una esperanza o un sueño?
181
Escuelas de oración
conocer y adorar dignamente tu nombre. Ayúdanos a reconocer en
oración humilde el don que constituye nuestra existencia y el mayor de
todos los dones, la venida del Espíritu Santo, y a alabarte y darte gracias
por ellos. Si tu Espíritu nos ilumina y fortalece, podemos entonces con
alegría y con toda verdad llamarte nuestro Padre. Con cuánta facilidad
olvidamos lo que nos enseña tu Evangelio, a saber, que tus
abundantísimos dones no son compatibles con nuestra desidia. Tú exiges
de nosotros que colaboremos en tu acción creadora, tus dones nos
obligan a manifestar activamente nuestra gratitud.
Señor, haznos agradecidos. Señor, haz que permanezcamos vigilantes,
que cada uno de nosotros, nuestras familias y comunidades se asocien en
común esfuerzo para crear unas condiciones de vida que nos ayuden a
superar la pérdida del centro y a retornar a él por la síntesis de fe y vida,
de oración y servicio a nuestros hermanos y hermanas.
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