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SEMILLERO HOMILÉTICO

Vanidad de vanidades, ¿todo es vanidad?


1: 1 - 11

Introducción:
Ante la complejidad de la vida y sus dificultades, muchas veces nosotros sentimos la misma
frustración que expresa el Predicador en esta, su primera reflexión (1:1–11). Sentimos que no vale
la pena luchar y esforzarnos, pues todo seguirá igual. No vale la pena que nos esforcemos, pues
nada cambiará (vv. 1–3).

Lo dice alguien que sabe de la vida. El Predicador forma parte de la sociedad al más alto rango pues
es descendiente de David y rey. Su posición le ha permitido gustar de todo y evaluar y, desde su
experiencia, declara que todo es efímero, pasajero, sin valor, (v. 2). De nada pues sirve el esfuerzo
(v. 3). No importa cuán duro trabajemos, nadie en todo el mundo podrá cambiar nada.
El Predicador extiende su experiencia personal y hace una declaración de valor universal.

La experiencia del Predicador y la nuestra. Al igual que el Predicador, nosotros hoy también nos
expresamos así en muchas ocasiones pues a pesar de nuestros esfuerzos por el amor, la paz y el
bienestar, sigue habiendo odio, guerra, miseria y marginación social. Esto nos frustra y estamos
tentados a decirnos ¡nada cambia! ¡No vale la pena esforzarse!

No vale la pena, pues como ocurre en la naturaleza, así ocurre en el hombre (vv. 4–8).
Para el Predicador, lo que observamos en la naturaleza simboliza la condición del hombre. El
mundo, el sol, el viento y las aguas sufren constante transformación en un ciclo que requiere gran
esfuerzo pero, a la vez, es monótono, sin ningún logro final.
Para el Predicador, lo que ocurre con el ciclo natural simboliza el fracaso del hombre a pesar de sus
esfuerzos de conseguir algo en la vida. Como ocurre en la naturaleza, los seres humanos
constantemente se repiten en las luchas y transformaciones de la vida, pero nadie es capaz de
explicarlas.

La experiencia del Predicador y la nuestra. Como le ocurría al Predicador en esta primera reflexión,
nosotros también podemos caer en el error de pensar que formamos parte de un ciclo repetitivo
imposible de romper y, por lo tanto, que estamos a merced del destino por lo que no vale la pena
esforzarse y luchar.

No vale la pena, pues se olvidarán de ti, y tu memoria no permanecerá (vv. 9–11).


Además, según el Predicador, aunque te esfuerces en hacer algo que merezca la pena, se olvidarán
de ello. Nadie te lo agradecerá ni se acordará de ti (v. 11).
En último extremo, no habrás hecho nada nuevo. Tu esfuerzo es en vano. A ti te parece nuevo, pero
eso ya antes lo hizo alguien, sólo que nos olvidamos de ello (vv. 9, 10).

El Predicador usa el resorte del orgullo personal, tocando la fibra más íntima: no habrá memoria de
ello. Si miramos a la historia, son contadas las personas y los hechos que se recogen si tenemos en
cuenta los miles y millones de personas que han pasado por este mundo y las circunstancias que lo
han ido forjando.
Evidentemente, quizás pasamos inadvertidos, pero esto no debe llevarnos a pensar que no vale la
pena trabajar duro y esforzarse en este mundo. Pero, cuando vemos que nuestros pequeños logros
de cada día no transforman la realidad circundante, como el Predicador, sentimos frustración.
Conclusión:
Ciertamente sería fácil hacer nuestra la frustración del Predicador si no fuera por la experiencia de
la vida en Cristo. Esta primera reflexión del Predicador es una muestra de lo que no debe ser la
actitud del cristiano frente a la vida.
Aún y a pesar de que a veces estamos tentados a decir "no vale la pena", no debemos ceder a
la tentación pues el mundo es la suma de pequeñas y grandes acciones y no importa cuán pequeño
sea nuestro esfuerzo en el contexto del mundo y del universo, todo aquello que hacemos tiene no
sólo consecuencias directas en nuestra realidad inmediata, sino consecuencias más allá de lo que
podemos objetivamente medir y pesar.
Como cristianos, nuestras acciones todas redundan en la presencia del Reino.

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