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A veces nos llevamos la sorpresa de creer que comulgamos todos en la misma fe por
enunciar los artículos del Credo, pero resulta que si “rascamos” un poquito, vemos
que hay expresiones dogmáticas que ciertos fieles no saben muy bien qué significan.
De esta manera, algunos hacen uso y abuso de ellas confundiendo a otros, a quienes
la Catequesis recibida no les ha hecho profundizar suficientemente la fe como
hubiese sido de esperar, y de ello se siguen no sólo malos entendidos, sino también,
quizá, profundas frustraciones.
Una vez más, entonces, el p. Leonardo Castellani (*) nos sale al cruce. Hoy traemos
uno de sus Ensayos Religiosos (Cristo, ¿vuelve o no vuelve?, Dictio, Bs.As.II
Sección), de una gran actualidad y necesidad, y porque siempre es oportuno refrescar
la fe que profesamos, y guardar la paz de las almas. Sólo las negritas son nuestras.
“La Infalibilidad del Papa que Dios ha hecho, es una cosa milagrosa; pero no es tan
milagrosa como la infalibilidad del Papa que algunos protestantes han hecho. Ni
Dios mismo, con ser topoderoso, puede hacer la infalibilidad que hizo Mr. Charles
Kingsley (novelista y clérigo episcopaliano inglés del s.XIX, padre del “socialismo
cristiano”), por ejemplo, y que regaló gratuitamente al Sumo Pontífice. Por eso, para
decir lo que es, ayuda decir juntamente lo que no es la Infalibilidad Pontificia.
-1. Infalibilidad no es el poder de hacer del mal bien y del bien mal
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repetir sus palabras, siquiera por no ofender los píos oídos y por respeto al género
humano. Y sin embargo, las tengo que repetir, para que se vea hasta dónde puede
llevar el prejuicio a un hombre de estudios, Doctor Divinity (doctor en teología), que
dice creer en Jesucristo y tiene a todos los papistas por fanáticos: para que sirva de
ejemplo de lo que decía arriba acerca de la razón humana.
Dicen que en algunas lenguas estas dos ideas se expresan con una palabra común
(unfehlhar en alemán, nepogriechimosti en ruso), lo cual hizo gritar a los viejo-
católicos alemanes y a los cismáticos rusos cuando la definición Vaticana, que los
ultramontanos habían fabricado un Papa igual que Dios. Por lo cual, en el II
Congreso de Velehrad, en 1905, el obispo ortodoxo A. Maltzew propuso cambiar por
la palabra bezochibotchnosti (sin error), para quitar piedra de tropiezo a nuestros
hermanos orientales. Pero no es así en la lengua latina (falli = equivocarse) ni en la
nuestra. Nosotros sabemos hace mucho tiempo que no todo es trigo limpio en la
Iglesia Catolica, y que no sólo pueden pecar, sino que de hecho algunos Papas
pecaron. ¡Miren a qué hora se despierta el buen diputado socialista! Lo sabía yo al
hacer la primera comunión, que en el campo del Padre de familia el hombre enemigo
sembró en medio del trigo limpio, cizaña.
El Papa es pecador como hombre privado, y por eso tiene confesor y se arrodilla
ante él cada semana; pero es infalible cuando habla ex cathedra.
Esta expresión técnica de los teólogos (hablar desde lo alto de la cátedra de Pedro)
expresa las condiciones y límites de la promesa divina, que son tres:
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El montón de verdades supraterrenas que al Hijo de Dios plugo traernos están
todas contenidas en la Iglesia Católica de Pío XI, como lo estuvieron en la Iglesia
Católica de San Pedro; no precisamente en la cabeza de Pío X I, ni en el símbolo de
Pedro, ni en la Suma Teologica, ni en el Concilio de Trento; sino en la vida de la
Iglesia viva, a la cual pertenecen Pío X I y el símbolo y la Suma Teologica y el Concilio.
La inspiración personal de los protestantes agarrados a la Biblia es el extremo
contrario del estatismo autorital de los rusos agarrados a los ocho primeros
Concilios; y las dos exageraciones matan la verdad revelada, la primera por
desangramiento, la segunda por estrangulamiento.
Entre los dos extremos de la momificación del dogma y el continuo nacimiento del
dogma, hay un medio verdadero que es la vida del dogma. Y de esta vida del dogma
es la infalibilidad el órgano regulador y propulsor, como el corazón que en el medio
del pecho bate tranquilamente la medida.
Si no hay católicos tan sencillos, protestantes sí que los hay; y de esta gruesa
fantasía brota la objeción anglicana que arbola cándidamente Chillinworth, por
ejemplo: “Vamos a ver; si el Papa es infalible, ¿por qué no publica un comentario
infalible de todos los versículos de la Escritura?” (Murray, De Ecclesia, t. II, p.361) .
Como si dijeran: “Si el Papa es infalible, que resuelva el problema aeronáutico de
volar sin motor.”
De esta concepción nace también otra idea simplista, que ha cristalizado en el libro
de Augusto Sabatier, Religions d’Authorite et la Religion de l’ Esprit.
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esclavitud del espíritu a la carne y al orgullo. “La gente libre debajo de Dios” , llama
San Agustín al pueblo cristiano.
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institución divina; porque Cristo quiso que fuese monárquico-aristocrático el
gobierno de esta sociedad visible y cuerpo místico. Pero este poder de mandar, que
llaman de imperio, no es el poder de enseñar, que llaman de magisterio, al cual está
prometida la Infalibilidad. Lo cual no impedirá que el tigre Clemenceau vocifere en
el Senado en 1864, cuando se iba a definir: “Quieren hacer [los ultramontanos] al
Papa como en los tiempos en que los reyes eran sus tenientes”; porque ¿qué
obligación tienen Ellos (“What They don’t know” que dice Chesterton) de saber estas
cosas?
Sobre el poder temporal de los príncipes, los Papas no tienen ninguna jurisdicción
directa, como han enseñado casi unánimemente los Teólogos, Santos Padres,
Apóstoles y el mismo Cristo. Es conocido el ejemplo del jefe del Centro Alemán
Mallinckrodt negándose a seguir una insinuación meramente política de León XIII
(votar las leyes militares de Bismarck), por parecerle dañosa a la patria, conducta
que fue aprobada por el mismo Pontífice.
¿Cómo lo hará Dios, por revelación, por inspiración, por simple vigilancia, por su
eterna presciencia sola y habitual providencia?… El hecho es que si lo ha prometido,
lo hará.”
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