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La Epístola a
TITO
J. Glenn Gould
Introducción
A. LAS “PASTORALES”
Estos escritos conocidos como las “Pastorales”, que incluyen la Primera y Segunda
Epístolas a Timoteo y la Epístola a Tito, difieren considerablemente de otros escritos
atribuidos a Pablo, debido a que fueron escritos a individuos y a su carácter
predominantemente pastoral. Todas las otras epístolas de San Pablo, con excepción de la
Epístola a Filemón, están dirigidas a iglesias y son obviamente, en la mayoría de los casos,
ejemplos del trabajo de un pastor-dirigente que aconseja, amonesta y disciplina el rebaño que
supervisa. En cambio las Epístolas Pastorales están dirigidas a pastores. Estas cartas
ejemplifican la tarea supervisora de un pastor dirigente que escribe a quienes hacen trabajo
pastoral bajo su cuidado. Esta distinción es un factor básico para determinar esas
características de las Epístolas Pastorales que han provocado mucha discusión entre los
eruditos, y que han resultado en la acusación de que estas cartas no fueron escritas por Pablo.
La designación “Pastoral”, a pesar de su validez obvia, no ha sido aplicada a estas cartas
desde el principio; su origen más bien es reciente. Cierto, tal designació n fue anticipada por
Santo Tomás de Aquino en el siglo XIII; pero no fue sino hasta principios del siglo XVIII
que comenzó a utilizarse la nomenclatura “las Pastorales”; y la designación no fue aceptada
sino hasta que fue adoptada por el famoso expositor bíblico Dean Alford, en 1849.
La designación “las Pastorales” es adecuada dentro de ciertos límites. El propósito
principal de estas cartas es lo que ha llegado a llamarse la “cura de almas”, tal como ese
ministerio era llevado a cabo en Efeso y Creta por Timoteo y Tito respectivamente. En estas
cartas Pablo aconseja y advierte, exhorta y anima a sus hijos espirituales, que ahora son sus
asistentes en el cuidado de las iglesias. Echando mano de su abundante conocimiento de la
fe, y de sus experiencias en el trato con hombres e iglesias de diversos tipos, él les da
amonestaciones y dirección a estos jóvenes ministros. Pero las Epístolas Pastorales están
limitadas por el hecho de que, usando las palabras de Donald Guthrie, no son “manuales de
teología pastoral”.1 La mayoría de los temas esenciales de tales manuales son omitidos en
estas cartas. Más bien, éstas tratan vigorosamente sólo con unos pocos de los asuntos que
confronta un pastor —asuntos que eran los más importantes en estas iglesias en particular, y
nada más. Lo que es más, probablemente la intención de estas cartas era nada más el de
suplementar la instrucción oral que el apóstol había dado a estos jóvenes ministros. Este es
un hecho que debe tenerse en cuenta al leer cualquiera de las cartas de Pablo, especialme nte
las que están dirigidas a las iglesias que él mismo estableció. Detrás de la instrucc ió n
teológica y religiosa de sus epístolas está la extensa predicación del apóstol; y en el fondo de
muchas discusiones aparentemente incompletas en las epístolas, debe asumirse que había una
estructura de enseñanzas coherentes impartidas oralmente por el apóstol.
Aunque las Epístolas Pastorales pueden estar limitadas en el área que tratan, persiste el
hecho de que su contenido yace completamente en el campo de la teología pastoral. La
designación “Pastoral”, es entonces muy apropiada.
B. PATERNIDAD LITERARIA
1. El punto de vista tradicional
El punto de vista que señala a San Pablo como el autor de estas Epístolas no debe
descartarse ligeramente. Las epístolas aducen la paternidad literaria paulina; esto es
claramente señalado en las salutaciones de cada carta. A pesar de la tendencia moderna de
hacer a un lado dicha evidencia, el peso de la prueba milita en contra de quienes pretenden
hacerlo. A favor de la autenticidad de estas epístolas, está el hecho que desde los tiempos
más remotos de la iglesia fueron consideradas obras de Pablo. Alfred Plummer lo indica
terminantemente con estas palabras: “La evidencia en cuanto a la aceptación general de ellas
como obras de San Pablo es completa y positiva, y se remonta a los tiempos más remotos de
la iglesia.”2 Es significativo que no fue sino hasta la primera parte del siglo XIX que comenzó
a ponerse en tela de duda la paternidad literaria paulina. Seguramente la opinión de Guthrie
es bien fundada cuando dice: “Si las razones para la objeción [de la paternidad literaria
paulina] son tan abrumamadoras como ellos [sus proponentes] afirman, se debe dar alguna
razón adecuada de la increíble falta de perspicacia, por tanto tiempo, de parte de los eruditos
cristianos.”3
1
New Testament Introduction: The Pauline Epistles (Chicago: Inter-Varsity Press, 1961), p. 198.
2
“The Pastoral Epistles”, The Expositor’s Bible, ed. W. Robertson Nicoll (Nueva York: Funk and
Wagnalls Co., 1900), p. 5.
3
Op. cit., p. 202.
cabo desde, por lo menos, cuatro frentes: (1) la dificultad de hacerlas coincidir con la carrera
de Pablo, según ésta es revelada en la literatura novotestamentaria; (2) la alegada
incompatibilidad de las cartas con la organización de las iglesias tal como se cree que existía
durante la vida del apóstol; (3) los énfasis doctrinales de las Pastorales de los que se afirma
que difieren radicalmente de las enseñanzas de Pablo en sus otras epístolas; y (4) las
diferencias en el vocabulario que se afirma que existe entre los Pastorales y las cartas que
Pablo dirigiera a las iglesias.
a. El primero de éstos es el problema histórico: ¿Cómo pueden acomodarse estas cartas
a lo que conocemos de la carrera de Pablo? El conocimiento que tenemos de su carrera
descansa en gran parte en Los Hechos de los Apóstoles, y en valioso material adicional
derivado de los escritos del mismo Pablo. Sin embargo, debe recordarse que Los Hechos de
los Apóstoles no pretende ser la biografía de Pablo. Lo que es más, Saulo de Tarso (como
primeramente se le conoce en Hch.) no es mencionado sino hasta Hechos 7:58. La narración
de su maravillosa conversión es relatada en el capítulo 9; y no leemos que fue aceptado
completamente como líder cristiano hasta los capítulos 11 y 13. No se hace ningún intento
de informar al lector acerca de la niñez y juventud de Pablo. Su conspicua presencia en el
resto del escenario de Los Hechos se debe únicamente al factor de que su ministerio fue el
más sobresaliente de todos los apóstoles, y a que Lucas, el autor de Los Hechos, participó en
muchas de las actividades de Pablo. Lucas termina su narración acerca de Pablo tan
abruptamente como la comenzó, dejando al apóstol al final de su primer encarcelamie nto
romano —una detención que aparentemente finalizó con su absolución. No hay evidencia en
Hechos de que la muerte de Pablo hubiera ocurrido inmediatamente después de los eventos
allí relatados.
Los que no aceptan que Pablo escribió las Pastorales arguyen que “es imposible acomodar
estas epístolas dentro del marco de la historia de Los Hechos”. 4 Si existe alguna evidencia de
que los eventos finales relatados en Los Hechos coinciden con los eventos finales de la vida
de Pablo, tal información sería, ciertamente, una objeción fatal. Sin embargo, no existe tal
evidencia. Discutir acerca de los últimos años de la vida del apóstol basándonos en el silencio
de Los Hechos, es elevar un argumento sobre un fundamento en la arena.
Es muy probable que el apóstol haya sido absuelto y liberado de su primer
encarcelamiento en Roma y disfrutado algunos años más de libertad y de liderismo cristiano.
Hay razón para creer que su renovada actividad pudo haber incluido el cumplimiento de su
acariciado sueño de visitar España (Ro. 15:28). W. J. Lowstuter resume así este asunto: “…
es imposible dar una razón valedera que niegue que Pablo fue puesto en libertad ni puede
mencionarse una prueba que en efecto la refute. Las Pastorales presuponen una liberació n.
Esto deja la puerta abierta muy razonablemente para las diversas referencias históricas que,
de otra manera, serían difíciles de manejar. Luego de su liberación, Pablo pudo volver a
visitar las iglesias que había fundado, renovar el contacto con su antiguo trabajo, comenzar
nuevas obras en Creta, Dalmacia, y Galacia, hacer planes para invernar en Nicópolis, dejar
una capa y los libros en Troas [véase el mapa 1] los cuales reclamaría poco tiempo después
cuando, nuevamente, había sido arrojado a la cárcel, y desde su segundo encarcelamie nto
4
Ibid., p. 203.
escribir que su carrera había terminado, pues su caso no tenía esperanza en las cortes del
imperio.”5
b. El segundo ataque contra la autenticidad de las Pastorales se basa en el problema
eclesiástico: la alegada incompatibilidad de estas epístolas con la organización eclesiástica
del primer siglo. Se afirma que las Pastorales reflejan un estado avanzado en la organizac ió n
de las iglesias que, por definición, no pudo haber existido sino hasta la mitad del segundo
siglo. Las direcciones de estas epístolas en relación con el nombramiento de obispos y
diáconos, y las cualidades especificadas para estos oficios, la autoridad que Timoteo y Tito
parecen tener en relación con el nombramiento de dichos oficiales, el énfasis en los ancianos
como custodios y portadores de las tradiciones —estos factores, se nos dice, apuntan a un
período considerablemente posterior al tiempo de Pablo. Más aún, las herejías contra las
cuales se dan notas de advertencia parecieran ser herejías gnósticas que primero llegaron a
ser una verdadera amenaza en el segundo siglo.
En contestación, es necesario señalar que desde el principio de su ministerio San Pablo
estuvo preocupado por la decencia y el orden de las iglesias que fundó. Lucas relata que en
el primer viaje misionero Pablo y Bernabé “constituyeron ancianos en cada iglesia” (Hch.
14:23). En su carta a los Filipenses, Pablo saluda “a todos los santos en Cristo Jesús que están
en Filipos, con los obispos y diáconos” (Fil. 1:1). Más aún, es evidente la preocupación de
Pablo por los diversos órdenes del ministerio en pasajes tales como Efesios 4:11–12.
Así es cómo el Nuevo Testamento aporta un testimonio impresionante al hecho que entre
los primeros oficiales de la iglesia primitiva había ancianos, obispos y diáconos. Edwin Hatch
señala que la organización de las primeras iglesias siguió modelos que habían llegado a ser
populares en la organización de sociedades seculares. El dice: “Cada una de las asociaciones
políticas o religiosas que abundaban en el imperio tenía su comité de oficiales. Por lo tanto
es históricamente probable… que cuando los gentiles que abrazaron el cristianismo llegaban
a ser suficientemente numerosos en la ciudad como para requerir cierta clase de organizac ió n,
esa organización tomara la forma popular. Seguramente ésta no era totalmente monárquica
ni totalmente democrática, aunque en esencia lo era; sino más bien sería un cuerpo ejecutivo
permanente que consistía de muchas personas.”6 Esta tendencia es evidente en el
nombramiento que Pablo hace de ancianos (presbíteros) en las iglesias que organizó. Es
evidente, además, que el director de este grupo de ancianos, la cabeza tanto de las finanzas
como de la parte espiritual de la iglesia local, era conocido en griego como episcopos, en
castellano “obispo”. Era su tarea, entre otras responsabilidades, mantener la integridad fiscal
de la iglesia local. Debido a que la iglesia cumplía funciones tanto caritativas, como religiosas
(pues muchos de los que militaban en sus filas padecían grandes necesidades), la custodia de
fondos de benevolencia de la iglesia era una responsabilidad muy importante; y la cumplía
el obispo.
Para repartir estos fondos entre los pobres, el obispo contaba con un grupo de oficia les
conocido en griego como diakonoi, o “diáconos” en castellano. El diaconato que se estableció
más tarde en la iglesia primitiva, fue anticipado claramente en los tiempos del Nuevo
5
“The Pastoral Epistles: First and Second Timothy and Titus”, The Abingdon Bible Commentary, ed.
por F. C. Eiselen, et al. (Nueva York: Abingdon-Cokesbury Press, 1929), p. 1275.
6
The Organization of the Early Christian Churches (Londres: Longmans, Green and Co., 1901), p.
63.
Testamento cuando los apóstoles nombraron, en Jerusalén, a “siete varones de buen
testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría”, cuya responsabilidad consistía en velar
por “la distribución diaria” para ayudar a los necesitados (Hch. 6:1–3). A la larga, la práctica
de la iglesia fue que la distribución de esta ayuda quedó en manos de los diáconos, mientras
que la responsabilidad final era del obispo, quien actuaba como presidente y representante
de la junta de ancianos de la iglesia. Es verdad que estos oficios experimentaron cambios
significativos cuando la iglesia cristiana entró al segundo y tercer siglos, pero prevalece el
hecho de que existieron en los tiempos del Nuevo Testamento y de que las responsabilidades
de esos oficios tal como funcionaron al principio eran básicamente las mismas que en tiempos
posteriores. Parece, entonces, que el tipo de organización eclesiástico reflejado en las
Pastorales no nos transporta necesariamente más allá del período de Pablo.
c. El tercer frente que ataca la paternidad literaria paulina es doctrinal: ¿Existen tales
diferencias radicales en las doctrinas de estas epístolas y en los primeros escritos de Pablo
como para hacer insostenible la opinión de que las Pastorales sean la obra de Pablo? Quienes
niegan la paternidad literaria de Pablo sobre esta base citan el hecho de que doctrinas
características del apóstol como la de “la paternidad de Dios”, y “la unión mística del creyente
con Cristo”, o la expresión única del apóstol “en Cristo”, no aparecen citadas en ninguna
ocasión en las Pastorales. También preguntan: ¿Y qué ha ocurrido con el concepto del apóstol
acerca del Espíritu Santo? Para contestar es necesario señalar que el propósito del apóstol al
escribir las Pastorales difiere del propósito que tuvo en sus otros escritos. En las primeras
Epístolas, Pablo escribe como evangelista, maestro y, también, como pastor del rebaño. Su
método, en algunas instancias, es teológico (como en Romanos), correctivo (como en las
Epístolas a los Corintios), preocupado por la necesidad de eliminar conceptos equivocados
(como en las Epístolas a los Tesalonicenses); pero siempre hortatorio. Pero en las Pastorales,
el apóstol se aleja más que antes de su responsabilidad pastoral. Hombres más jóvenes están
al frente, dirigiendo las tropas de combate de la fe, y la función de Pablo es más la de estratega
y director. Es verdad que está preocupado con la sana doctrina, como le correspondería a
“Pablo… el anciano” al escribirles a hombres más jóvenes. Es verdad que “la fe” ha llegado
a ser la característica del mensaje cristiano y que las declaraciones formales de fe son más
conspicuas que en las cartas anteriores. Pero todo esto no sólo refleja un cambio en la
situación de las iglesias y en toda la empresa cristiana, sino también de cambios psicológicos
que le ocurrieron a Pablo a medida que envejecía. A la luz de todas estas consideracio nes,
sería por supuesto una burla negar sobre estas bases la paternidad literaria de estas cartas
obviamente paulinas.
Pero es necesario hacer la pregunta acerca de las herejías contra las que advierten las
Pastorales: ¿Pertenecen estas falsas enseñanzas necesariamente, como algunos alegan, al
segundo siglo en lugar del primero? Alfred Plummer ha hecho un cuidadoso estudio de las
enseñazas que Pablo trata de refutar. El las analiza así:
“(1) La herejía es de carácter judío. Sus promotores ‘desean ser maestros de la ley’ (1 Ti.
1:7). Algunos de ellos son ‘de la circuncisión’ (Tit. 1:10). La herejía consiste de ‘fábulas
judaicas’ (Tit. 1:14). Las dudas que suscita son ‘discusiones acerca de la ley’ (Tit. 3:9).
“(2) También es indicado su carácter gnóstico. Se nos dice tanto en 1 Timoteo 1:3, 4,
como en Tito 1:14 y 3:9 que la herejía trata con ‘fábulas y genealogías’. Es ‘vana palabrería’
(1 Ti. 1:6), ‘y contiendas de palabras’ (1 Ti. 6:4), y ‘profanas pláticas’ (1 Ti. 6:20). Sus
enseñanzas promueven un ascetismo contrario a las Escrituras y es antinatural (1 Ti. 4:3, 8).
Es ‘la falsamente llamada gnosis’ [R-V.: ‘ciencia’] (1 Ti. 6:20).”7
Plummer cita además a Godet, quien encuentra tres distintas etapas entre el judaísmo y
el cristianismo del primer siglo. La primera fue el período cuando el judaísmo estaba fuera
de la iglesia y se oponía a ésta hasta el grado de la blasfemia. La segunda fue el período
cuando el judaísmo intentó invadir la iglesia tratando de imponerle la ley mosaica.
Finalmente llegó el período cuando el judaísmo llegó a ser una herejía dentro de la iglesia.
En este tercer período, dice Godet, “se dan declaraciones que pretenden ser revelacio nes
acerca de nombres y genealogías de ángeles; reglas ascéticas absurdas son impuestas como
normas de perfección, todo al mismo tiempo que la inmoralidad atrevida desfiguraba la vida
verdadera”.8 Es esta última etapa la que nos confronta en las Pastorales, una etapa que
obviamente transcurre durante la vida del apóstol. Sólo podemos concluir que, cualesquiera
hayan sido los cambios que la herejía gnóstica haya tenido en años subsecuentes, observamos
vestigios de esa herejía que claramente comienza a tomar forma en los últimos años de la
vida del apóstol y que son claramente desenmascarados por él en las epístolas Pastorales.
d. El cuarto y último frente en el cual la batalla ha sido librada se debe al lenguaje: ¿Son
suficientes las diferencias en el vocabulario que existe entre las Pastorales y las cartas de
Pablo a las iglesias como para debilitar la tesis que las Pastorales son de origen paulino? Aquí
el asunto es la aparición de unas 175 palabras en las epístolas Pastorales, conocidas como
“hapaxes” (palabras que aparecen por primera vez en la obra de un autor). Estas palabras, se
alega, corresponden al segundo siglo; argumento que, si fuera correcto, indicaría una
paternidad literaria posterior a Pablo.
Sin embargo, la investigación ha descubierto que el vocabulario de las Pastorales no
contiene palabras que no aparezcan en otros lugares de la literatura cristiana y secular de la
mitad del primer siglo; y aproximadamente la mitad de las supuestas “nuevas palabras”
aparecen en la Septuaginta (ca. 200 A .C.). Estos y otros argumentos parecidos están todos
basados en un criterio que le resta mérito a la capacidad mental de Pablo. El era una persona
vigorosa e imaginativa, perfectamente acoplado a los cambios que ocurrían debido a la
creciente influencia del cristianismo en su invasión del mundo gentil, y estaba completame nte
consciente de los peligros que corría la fe debido a esos cambios. En relación con este mismo
punto, N. J. D. White observa que “es casi seguro que semejante hombre sería dado a aceptar
cambios en su perspectiva mental, para llegar a poseer ideales y conceptos actualizados, en
tal grado que dejaría perplejas a mentes menos ágiles; y, por supuesto, nuevos pensamie ntos
requieren para su expresión palabras y frases que tal hombre no había usado anteriorme nte.
En el caso de San Pablo, ésta no es una suposición imaginaria. La diferencia entre el Pablo
de Filipenses y el Pablo de 1 Timoteo no es tan grande como la que existe entre el Pablo de
Tesalonicenses y el Pablo de Efesios y tal vez menor que ella”. 9
Esto no quiere decir que el apóstol fue personalmente responsable por cada palabra
empleada en estas epístolas o, ya que hablamos de esto, en cualquiera de sus epístolas. J. N.
7
Op. cit., p. 33.
8
Citado por Plummer, op. cit., p. 34.
9
“Introduction to the Pastoral Epistles”, The Expositor’s Greek Testament, ed. por W. Robertson
Nicoll (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans Publishing Co., s.f.), IV, 59.
D. Kelly10 ha sugerido recientemente que la dependencia de Pablo de los amanuenses bien
pudo haber sido considerablemente mayor en las circunstancias bajo las cuales fueron
producidas las Pastorales, y esto puede fácilmente explicar cualquiera de las variantes de
estilo y vocabulario que sus críticos creen haber detectado. Pero hacer esta concesión no pone
en tela de duda la paternidad literaria de estas epístolas en ninguna manera.
Esta revisión breve de la evidencia relacionada con la paternidad literaria de las Pastorales
apunta a la conclusión de que estas cartas son efectivamente la obra de Pablo. El autor es un
Pablo avanzado en años y ante la amenaza de la muerte, él mismo comprende completame nte
que su ministerio está a punto de acabar y que la antorcha debe ser pasada a manos más
jóvenes y vigorosas. Sin embargo, su percepción de la meta del cristianismo no ha menguado
en ninguna manera ni ha disminuido su consagración a la tarea cristiana.
C. DESTINATARIO Y PROPÓSITO
El hecho de que las Epístolas Pastorales sean dirigidas a individuos en lugar de a una
iglesia o grupo de iglesias, las separa de los otros escritos paulinos. Timoteo y Tito eran
hombres jóvenes que ocupaban un lugar íntimo y cariñoso en la confianza y el afecto del
apóstol. Pablo les había asignado la responsabilidad de dirigir las iglesias cristianas de Efeso
y Creta respectivamente (véase el mapa 1). En ambos casos la iglesia era una pequeña isla de
cristianos transformados, rodeados por un gran océano de paganismo y corrupción moral.
Era una tarea colosal mantener la integridad del movimiento cristiano en medio de semejante
ambiente. Pablo no podía desconectar su mente ni su corazón de los eventos que ocurrían en
estos dos frentes de batalla. El estaba planeando un viaje que le llevaría cerca a estos dos
pastores subordinados a él. Pablo necesitaba animarlos y aconsejarlos. Pero algunos asuntos
eran demasiado apabullantes para esperar hasta tener entrevistas personales, y acerca de estos
problemas Pablo envía sus consejos por escrito. Hay que nombrar obispos y diáconos, y éstos
debían ser hombres de integridad destacada. Circulaban enseñanzas falsas que amenazaban
la unidad de la fe, y el apóstol se siente obligado a hacer todo lo posible para mantener afinada
la visión de sus jóvenes discípulos. En la segunda carta a Timoteo el apóstol confronta el
hecho de que le queda poco tiempo. Le hace a Timoteo una confesión final de su confianza
firme en Cristo y su seguridad de que, aunque Roma pueda destruir su cuerpo, no puede
impedir su visión del glorioso futuro.
D. FECHA PROBABLE
Estas epístolas fueron escritas después de que Pablo terminó su primer encarcelamie nto
romano. Su liberación ocurrió posiblemente en el año 61 ó 62 D.C. La tradición señala que el
martirio del apóstol ocurrió durante los años 67 ó 68. Esto fija la fecha de este último período
de la vida de Pablo con cierto grado de exactitud. Durante este tiempo fueron escritas las
Pastorales y en este orden: 1 Timoteo, Tito y 2 Timoteo. Esta pareciera ser la secuencia
probable a pesar de cierto desacuerdo entre los expertos. Luego de ser liberado, Pablo
continuó sirviendo a Cristo, aunque sus idas y venidas sólo pueden ser conjeturadas. No hay
ninguna duda de que Timoteo y Tito fueron comisionados a servir como pastores, uno en
10
A Commentary on the Pastoral Epistles (“Harper’s New Testament Commentaries”; Nueva York:
Harper and Row, 1963), pp. 2 ss.
Efeso y el otro en Creta. Sus nuevas responsabilidades incluían escoger y nombrar oficia les
competentes en estas iglesias, desenmascarar y desarraigar las tendencias herejes, y dirigir y
disciplinar la fe y la conducta de los recién convertidos. Primera Timoteo y Tito fueron
escritas durante el intervalo de libertad que disfrutó Pablo entre sus dos encarcelamie ntos
romanos, quizá en los años 63 y 64 respectivamente. Segunda Timoteo fue escrita durante la
última prisión del apóstol, en momentos en que el resultado final de su juicio era cada vez
más evidente, aproximadamente en el año 66 ó 67. Aquí tenemos, entonces, lo que
propiamente podría llamarse la última voluntad y el testamento del gran apóstol, el hombre
a quien Deissman describió como “el primero después de Cristo” en el comienzo de la iglesia
cristiana.
Bosquejo
Sección I Salutación
1 Timoteo 1:1–2
1
Explanatory Notes upon the New Testament (Londres: Epworth Press, 1950), p. 771.
gran distinción e importancia en la dirección del movimiento. Cuando llegamos al período
de esta primera carta a Timoteo (ca. 63 D.C.), encontramos que el término apóstol ya tenía
“reconocida importancia; indicaba rango, una posición de autoridad sobresaliente en la
iglesia. Pablo, por ser apóstol, tenía el derecho de ordenar y ser obedecido. En sus propias
iglesias, bajo Dios, él es primero”.2
Pero éste no era un oficio en el que Pablo quisiera entrar aparte de la manifiesta dirección
de Dios. Al contrario, él declaró que tenía esta responsabilidad por mandato de Dios
nuestro Salvador, y del Señor Jesucristo nuestra esperanza. En otros pasajes Pablo
confiesa que es “por la voluntad de Dios” (2 Co. 1:1) que ha sido llamado para llevar esta
carga. Es cierto que cuando su apostolado estaba bajo el fuego de sus enemigos judaiza nt es
en la iglesia, él defendió con todas sus energías la autenticidad de su llamamiento divino; sin
embargo siempre desempeñó sus funciones en el espíritu de humildad que debe identificar al
siervo que está sujeto a Cristo. Se ha sostenido por mucho tiempo en la iglesia que los
ministros de la Palabra son reclutados como tales a través del llamamiento de Dios, y que
una seguridad inequívoca de esta separación divina es el sine qua non de quien se aventura a
predicar el evangelio. Es muy lamentable que aparentemente ya no creemos que es tan
indispensable tal llamamiento como en otros tiempos. En el grado que esto pase, debe
motivarnos profundamente que la iglesia recobre esta fe absolutamente importante en esa
vocación divina. Cada persona que abrace la tarea del ministerio cristiano —sea pastor,
evangelista, superintendente de distrito, u obispo— debe ser capaz de decir sinceramente con
Pablo: “¡Ay de mí si no anunciare el evangelio!” (1 Co. 9:16).
2
Fred. D. Gealy, “1 Timothy” (Exegesis). The Interpreter’s Bible, ed. George A. Buttrick, et al., XI
(Nueva York: Abingdon-Cokesbury Press, 1955), 376.
3
Op. cit., IV, 90.
donde las fuerzas físicas comenzaban a faltarle. El había saboreado algo del alto costo de una
extrema lealtad a Cristo. Quizá había en su alma un anhelo creciente por la hora cuando su
carrera terminara y el laurel inmarcesible estuviera en sus sienes. La promesa futura, que
posee una expresión muy elocuente en 2 Timoteo 4:6–8, ya había comenzado a poseer su
espíritu. El Salvador era para él, y también puede ser para nosotros, Jesucristo nuestra
esperanza.
C. A TIMOTEO, 1:2
Timoteo, verdadero hijo en la fe —es como el apóstol concibe en su mente a este
hombre joven. Otras versiones traducen conmovedoramente esta frase como mi “verdadero
hijo de nacimiento en la fe”. La salutación en 2 Timoteo es aún más afectuosa: “Timoteo,
amado hijo.”
Timoteo aparece por primera vez en el Nuevo Testamento en Hechos 16:1. Este capítulo
se relaciona con la segunda visita de Pablo a las ciudades de Derbe y Listra durante su
segundo viaje misionero. El padre de Timoteo era griego y la madre era judía. Podemos
asumir que la madre (Eunice) y la abuela (Loida) (2 Ti. 1:5) de Timoteo habían creído en el
evangelio durante la primera visita de Pablo a esta región. Fue en Listra donde Pablo sufrió
una violenta persecución. Por lo tanto no es irrazonable suponer que durante su infortunio ,
Pablo hubiese recibido atención en la casa de Eunice. Es muy probable también que Timoteo
hubiese aceptado a Cristo durante la primera visita del apóstol. Plummer 4 calcula que la
conversión ocurrió en el año 45 D.C., mientras que la segunda visita del apóstol a la ciudad
de Listra ocurrió “seis o siete años” más tarde. El calcula además que Timoteo “aún no tenía
35 años de edad cuando Pablo le escribió la Primera Epístola”. Si tenía 35 años en el año 63
D.C., se convirtió a los 17 años, y tenía 23 ó 24 años cuando Pablo visitó la ciudad de Listra.
El apóstol persuadió a este prometedor joven a que “fuese con él” (Hch. 16:3) como su
compañero de viajes y labores. Pablo… también hizo que Timoteo se sometiera al rito de la
circuncisión, pero únicamente para prevenir e impedir cualquier obstáculo en el minister io
del joven en las sinagogas judías de la dispersión. Estas sinagogas eran “puertos de entrada”
de valor incalculable para que el evangelio llegara a las comunidades judías del mundo gentil.
Es probable que el apóstol luego apartara a Timoteo para la obra del ministerio mediante
algún procedimiento de ordenación que incluía la imposición de manos. Parece que 1
Timoteo 4:14 alude a esta ceremonia: “No descuides el don que hay en ti, que te fue dado
mediante profecía con la imposición de las manos del presbiterio.”
Pablo y su compañero de viaje Silas, acompañados ahora por Timoteo, continuaron su
itinerario llegando a Troas (véase el mapa 1), donde Lucas se unió a la compañía (Hch. 16:8–
10). El grupo continuó su viaje a Filipo, Tesalónica y Berea, proclamando el mensaje de que
“Jesús es Cristo”, y encontrando oposición organizada. Pablo fue a Atenas mientras que Silas
y Timoteo permanecieron en Berea para consolidar las ganancias obtenidas (Hch. 17:14–15).
Desde Atenas, Pablo siguió hasta Corinto, donde Silas y Timoteo se le unieron nuevame nte.
La preocupación por la obra que había comenzado con tanto éxito en Tesalónica hizo que el
apóstol enviara a Timoteo de regreso para “confirmar” y “exhortar” en su fe a los creyentes
de ese lugar. El gran aprecio que ya sentía el apóstol por la contribución de Timoteo es
4
Op. cit., pp. 21–22.
evidente cuando le elogia como “nuestro hermano, servidor de Dios y colaborador nuestro
en el evangelio de Cristo” (1 Ts. 3:2).
Las dos epístolas a los Tesalonicenses incluyen en sus salutaciones el nombre de Timoteo
junto con los de Pablo y Silas. Encontramos a Timoteo y a Silas en Corinto apoyando y
ayudando a Pablo en la tarea evangelística. En los pocos años siguientes las referencias acerca
de Timoteo son escasas, aunque indudablemente continuó siendo el ayudante fiel de Pablo.
En el año 55 ó 56 D.C., cuando probablemente fue escrita la Primera Epístola a los Corintios,
encontramos al apóstol enviando a Timoteo como su representante a la iglesia de Corinto,
con la tarea de lograr que esa problemática congregación renovara su lealtad a la verdad tal
como Pablo la había proclamado entre ellos. El apóstol recomienda efusivamente a Timoteo
como “mi hijo amado y fiel en el Señor, el cual os recordará mi proceder en Cristo” (1 Co.
4:17). Cuando la Segunda Epístola a los Corintios fue escrita, quizá un año más tarde,
Timoteo estaba nuevamente junto al apóstol quien lo incluye en su salutación. En el año 56
D.C., cuando Pablo escribió su carta a los Romanos, Timoteo se hallaba entre los que enviaban
saludos a los creyentes de Roma (Ro. 16:21). Y cuando el apóstol pasó por Macedonia, en
camino hacia Jerusalén donde le aguardaban “prisiones y tribulaciones”, Timoteo es
mencionado como un miembro de su grupo (Hch. 20:4).
Durante los dos años que Pablo pasó como prisionero en Cesarea (véase el mapa 2), el
nombre de Timoteo no se menciona en los escritos. Pero durante el primer encarcelamie nto
de Pablo en Roma, encontramos nuevamente a Timoteo a su lado e incluido en los saludos
que Pablo envía en su carta a los Filipenses, a los Colosenses, y a Filemón —todas ellas
epístolas enviadas desde la prisión. Por cierto, durante este período Timoteo viajó a Filipos
en representación de Pablo. Nuevamente aquí tenemos la más alta apreciación por los méritos
de este joven: “Espero en el Señor Jesús enviaros pronto a Timoteo, para que yo también esté
de buen ánimo al saber de vuestro estado; pues a ninguno tengo del mismo ánimo, y que tan
sinceramente se interese por vosotros. Porque todos buscan lo suyo propio, no lo que es de
Cristo Jesús. Pero ya conocéis los méritos de él, que como hijo a padre ha servido conmigo
en el evangelio” (Fil. 2:19–22).
Todo lo demás que sepamos de Timoteo en relación con Pablo tiene que derivarse de
estas dos epístolas del apóstol dirigidas a su estimado ayudante. La correspondencia en su
totalidad manifiesta una preocupación profunda y paternal de Pablo por su convertido más
distinguido y colaborador en la obra del evangelio. Estos también reflejan la devoción filia l
que caracterizó la lealtad desinteresada de Timoteo por el apóstol, quien era su padre
espiritual.
5
Op. cit., p. 771.
Ningún hombre es merecedor de esta responsabilidad, por lo tanto debe estar constante y
vívidamente consciente de que sólo “por la gracia de Dios yo soy lo que soy”.
1
Op. cit., p. 54.
Dios todopoderoso. El tentador primero engaña a los humanos, y luego los persuade a
cometer tal necedad. Pero la alegre verdad consiste en que, a pesar de la magnitud de nuestro
pecado humano, la gracia de Dios es más que suficiente. Por lo tanto, todo aquel que se
vuelve a Cristo puede obtener misericordia. Como el apóstol testifica claramente, en verdad,
la gracia de nuestro Señor fue más abundante (14). La retórica que emplearon Reina y
Valera en la traducción de este pasaje quizá sea arcaica, pero la verdad de la que da testimonio
es una gloriosa realidad. Significa, en la vigorosa traducción de la Versión Popular que
“nuestro Señor derramó abundantemente su gracia sobre mí, y me dio la fe y el amor que
tenemos por nuestra unión con Cristo Jesús”.
2. Fe y conciencia (1:19)
Sería difícil exagerar la importancia de este armamento espiritual, en particular el apoyo
que una buena conciencia le ofrece a la fe que uno deposita en Dios. Pablo piensa
inmediatamente en un ejemplo trágico de fracaso en este sentido: desechando la cual (buena
conciencia) naufragaron en cuanto a la fe algunos. En esta forma harto conocida el
versículo suena un poco arcaico. Pero la Versión Popular lo traduce más claramente en
español contemporáneo: “Algunos, por no haber hecho caso a su conciencia, han fracasado
en su fe.” He aquí una metáfora vívida que describe gráficamente el desastre espiritual que
les ocurre a quienes ignoran la conciencia. Sólo se puede retener la fe en Cristo si se mantiene
una buena conciencia.
La palabra naufragaron sugiere la magnitud de la tragedia moral contra la cual advierte
Pablo. Quienes cuestionan la autoridad paulina de esta Primera Epístola a Timoteo señalan
que en ninguna otra parte emplea Pablo esta metáfora. Pero, ¿acaso no corría el peligro de
que le ocurriera a él lo descrito en este cuadro? En su viaje a Roma experimentó el naufragio,
un horror que de seguro quedó bien grabado en su memoria. La tragedia espiritual se puede
evitar si se mantiene una buena y tierna conciencia. Esta enseñanza se aplica oportuname nte
a los creyentes en sus momentos cruciales. Necesitamos prestar atención a la sabia
advertencia que Susana Wesley le hizo en una carta a su hijo Juan durante sus días en Oxford:
“Adopta esta regla: Todo aquello que debilite tu razón, que deteriore lo tierno de tu
conciencia, que oscurezca tu sentido de Dios, o elimine tu gusto o inclinación por las cosas
espirituales; en breve, todo aquello que aumente la fuerza y la autoridad de tu cuerpo sobre
tu mente; todo ello es pecado para ti, por inocente que parezca en sí mismo.”2
2
John Whitehead, Lives of John and Charles Wesley (Nueva York: R. Worthington, 1881), p. 222.
3
Op. cit., p. 774.
personalmente y reprenderlo por su pecado con espíritu de mansedumbre y amor. Tal como
señala J. H. Jowett: “El temor a un hombre es mucho más sutil que el temor a los hombres.”4
1
The Pastoral Epistles (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans Publishing Co., 1954), p. 40.
Con frecuencia se ha observado que los versículos 3–7 forman una digresión del tema
principal de este segundo capítulo. Su enseñanza principal la constituye el lugar de la oración
en la adoración cristiana; y después de interrumpir ese tema con la digresión ya mencionada,
San Pablo regresa a su interés central en el versículo 8. Pero si acaso es una digresión, resultó
magnífica. En realidad, esta exploración de temas atractivos constituye una de las
características más deleitables del estilo literario del apóstol. Su noble visión sobre la iglesia
de Efesios 5:25–27 ejemplifica tal digresión, así como también el llamado pasaje Kenótico
de Filipenses 2:6–11.
La digresión bajo estudio nos da una joya perfecta de profundidad cristológica: Porque
hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre (5).
Difícilmente se podría exagerar la riqueza de significado de estas palabras. Su forma literaria
sugiere que formaban parte de una declaración primitiva de fe o fórmula bautismal, o quizá
formaban parte de un himno. Su insistencia en un solo Dios forma parte de la herencia que
el cristianismo recibió del judaísmo, enseñanza que el mismo Señor reafirmó con frecuencia.
La revelación neotestamentaria de pluralidad dentro del ser de Dios de ninguna manera hace
que disminuya esta comprensión fundamental de su unidad.
La posición de Cristo como solo mediador entre Dios y los hombres no se declara en
ninguna otra parte de los escritos paulinos en forma tal. Se sugiere esta idea en Gálatas 3:19–
20, aunque no se desarrolla como oficio de Cristo. Y, por supuesto, la Epístola a los Hebreos
trata con frecuencia este concepto. Una idea paralela se observa en 1 Juan 2:1, donde Cristo
es identificado como nuestro “abogado… para con el Padre”. En este pasaje bajo estudio se
enuncia clara y directamente este ministerio singular de nuestro Señor. Uno de los libros de
sermones de G. Campbell Morgan2 contiene un sermón sobre el tema: “El Grito de un
Arbitro.” El primero de los dos textos que emplea es Job 9:33: “No hay entre nosotros árbitro
que ponga su mano sobre nosotros dos.” El segundo texto es el pasaje que estamos
considerando: Hay… un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre . Un
árbitro es un juez, un intercesor, quien intercede a nuestro favor; en una palabra, un mediador.
Los servicios de un mediador cobran mucha importancia en muchas relaciones de la vida.
¡Cuán hermoso es saber que en la relación de mayor importancia para nuestra vida —entre
Dios y nosotros —tal Mediador ha sido provisto por medio de la gracia!
2
The Answers of Jesus to Job (Nueva York: Fleming H. Revell Co., 1935), c. II.
se dio testimonio a su debido tiempo. Existe clara continuidad entre su función como
nuestro Abogado en lo alto y su entrega de Sí mismo en la cruz; ambas son elementos de la
empresa redentora unificada dedicada a la tarea de “llevar muchos hijos a la gloria” (He.
2:10). D. M. Baillie declara persuasivamente el espectáculo de la misericordia de Dios
revelada en este evento de Cristo, cuando dice: “ ‘Todo proviene de Dios’: el deseo de
perdonar y reconciliar, la designación de medios, la provisión de la víctima como si fuera de
su propio seno a un costo infinito. Todo ocurre dentro de la vida misma de Dios: porque si
tomamos la cristología del Nuevo Testamento en su grado más alto sólo podemos decir que
‘Dios estaba en Cristo’ en ese gran sacrificio expiatorio, e incluso que tanto el Sacerdote
como la Víctima no fueron nadie más sino Dios mismo.”3 Se dio testimonio a su debido
tiempo significa “testimonio dado a su debido tiempo” (BA.).
3
God Was in Christ (Nueva York: Charles Scribner’s Sons, 1948), p. 188.
6
Op. cit., pp. 98–99.
vista, esta es una instrucción adicional dada en el contexto de la adoración pública. Al asistir
a la casa de Dios las mujeres debían vestirse modestamente. Guthrie sugiere que “el pudor y
la modestia bien pueden referirse a ‘modestia y temperancia o dominio propio’, los cuales
indican dignidad y seriedad de propósito en oposición a la ligereza y la frivolidad”. 7 Pero
sería un error restringir este consejo a la adoración pública. Indudablemente el apóstol
esperaba que esta misma modestia caracterizara el atavío y la conducta de las mujeres
creyentes incluso en otras circunstancias.
El apóstol no deja duda alguna sobre el tipo de atavío que la mujer creyente debería evitar:
No con peinado ostentoso (“peinados exagerados”, VP.; “refinados”, NVI), ni oro, ni
perlas, ni vestidos costosos (9). Estas eran prácticas convencionales entre las mujeres
inconversas, por lo que la abstinencia de tales prácticas debería caracterizar a quienes
profesaban la fe en Cristo. Esa era la opinión del apóstol. De seguro, cada generación tiene
sus propias marcas características de mundanalidad; probablemente si San Pablo viviera en
nuestros días, su lista de prohibiciones diferiría en algunos puntos de la que aparece aquí.
Pero su enseñanza no se basa totalmente en prohibiciones; pasa a sugerir positivamente que
las mujeres cristianas deberían ataviarse con buenas obras, como corresponde a mujere s
que profesan piedad (10). San Pedro señala una alternativa similar a la mundanalidad en su
famosa admonición: “Vuestra belleza no debe surgir de adornos exteriores, tales como un
trenzado de cabello y un enjoyarse de oro o ponerse suntuosos vestidos, sino que debería
brotar del interior de vuestra propia personalidad: la inmarcesible belleza de un carácter suave
y apacible, que es lo que tiene verdadero valor a los ojos de Dios” (1 P. 3:3–4, NVI). Los
creyentes deben llamar la atención, no por la manera en que se visten, sino por la calidad de
su espíritu.
7
The Pastoral Epistles (“The Tyndale New Testament Commentaries”; Grand Rapids: Wm. B.
Eerdmans Publishing Co., 1957), p. 75.
8
Op. cit., p. 69.
usó en 1:15: “Palabra fiel y digna.” Pero en realidad no lo es. La anterior fue usada para
introducir una enseñanza de profundo significado respecto a la obra redentora de Cristo. En
este caso no se trata de ninguna solemne declaración de fe. Aun cuando los eruditos no están
totalmente de acuerdo en este punto, probablemente la Nueva Versión Internacional ofrece
la traducción correcta: “He aquí un dicho fidedigno: Si alguno aspira a ser supervisor, a noble
oficio aspira.”
La palabra obispado, en cierto sentido, no trasmite su verdadero significado a los lectores
modernos, ya que actualmente el oficio de obispo se relaciona con jerarquía eclesiástica.
Anhelar este oficio equivaldría a procurar trato preferencial en el ministerio cristiano. Nos
parece que estamos en lo correcto al creer que tal ambición no es digna del hombre que ha
dedicado su vida al servicio de Cristo. Como se ha señalado en la Introducción, el término
“obispo”, traducción de la palabra episkopos, se derivó originalmente de la organización de
sociedades seculares y tiene el significado básico de “supervisor” o “líder”. Sencillamente el
apóstol está diciendo que el desear un lugar de servicio responsable entre el pueblo de Dios
es una ambición noble. El dicho citado por San Pablo era un refrán popular que usó para
introducir el tema que se proponía tratar.
1
Op. cit., p. 75.
2
The Pastoral Epistles (“The Moffatt New Testament Commentary”; Londres: Hodder and
Stoughton, 1936), p. 31.
evangélicos de hoy, es incuestionable la total abstinencia de bebidas intoxicantes para la vida
cristiana. Y no es difícil comprender que el juicio moral bajo el cual se dicta total abstinenc ia
para el creyente —laico o ministro— sea la consideración máxima de la ética cristiana. Pero
esta idea, como la del juicio moral contra la esclavitud, no se discernía con claridad en el
siglo I. Debemos tomar en cuenta esta circunstancia si deseamos comprender las referencias
del apóstol al uso del vino en este y en otros pasajes. Kelly subraya que “en nuestros días la
gente se sorprende en ocasiones de que San Pablo haya creído necesario establecer tal
requisito, pero con seguridad el peligro era real en aquella sociedad sin inhibiciones de las
congregaciones de Efeso y de Creta”. 3
La expresión no pendenciero, en este contexto, necesita explicarse. Literalme nte
significa “no dador de golpes”, y Kelly la ha traducido como “no dado a la violencia”. Al
hombre de Dios deben caracterizarle el amor cristiano y el dominio propio.
En cuanto a la siguiente cualidad que menciona San Pablo, no cabe duda alguna: no
codicioso de ganancias deshonestas. Esta es una advertencia contra el amor al dinero el cual
el apóstol, en esta misma epístola (6:10), define como “raíz de todos los males”. Tal
exhortación cobraba importancia inmediata, ya que el obispo tenía la responsabilidad de
cuidar los fondos económicos de la iglesia. Esta sería una fuente constante de tentación para
un hombre avaro. Sólo aquel que diera evidencia de libertad total de un espíritu de codicia
podía ser apartado con seguridad para la obra del ministerio.
Por supuesto, es muy posible tanto en el caso de ministros como en el de laicos que sean
atrapados por lo que nuestro Señor llama “el engaño de las riquezas” (Mt. 13:22). Lo sutil de
tal treta consiste en que no es necesario ser rico para ser engañado por las riquezas. El anhelo
de las riquezas, la adopción de actitudes calculadoras con la esperanza de acumular riquezas,
el preocuparse al extremo por las recompensas y emolumentos de este mundo presente, todo
esto sin duda alguna empobrece y finalmente destruye el valor del ministerio de quien lo
hace. Todo ello se implica en la advertencia de San Pablo contra el deseo dominante por el
dinero.
La primera virtud positiva del versículo 3 consiste en ser amable, la cual lleva la idea de
“paciencia”. No se refiere tanto a mantener uno bajo control su temperamento, sino a la
capacidad de soportarlo todo ante las presiones, con un espíritu inflaqueable de gentileza y
paciencia. San Pablo exalta esta virtud en 1 Corintios 13:4 donde nos asegura que el amor
“es sufrido, es benigno” —amable incluso al final del sufrimiento. Las otras cualidades o
requisitos —apacible, no avaro— en realidad son repeticiones para recalcar los puntos que
ya se mencionaron.
3
Op. cit., p. 77.
4
Op. cit., p. 52.
“Debe saber gobernar bien su casa y hacer que sus hijos sean obedientes y respetuosos.”
Debe admitirse que esta es una de las normas de Pablo más difíciles de cumplir. ¡Pero es de
suma importancia! Muchos ministros han perdido su efectividad por no ejercer una disciplina
paternal adecuada. Es muy fácil ocuparse tanto en salvar a los hijos de otros hasta el grado
de perder el control de los propios. Por supuesto, llega el día cuando nuestros hijos crecen y
toman la dirección de sus propias vidas; en esos momentos, nadie puede obligarlos a hacer
decisiones que ellos no desean hacer. Pero la disciplina firme, de amor y oración administrada
durante los años formativos de nuestros hijos, de seguro constituirá un factor determina nte
cuando finalmente llegue el momento de que decidan el rumbo de su vida. Es oportuna,
entonces, la insistencia de San Pablo en el deber del ministro de gobernar bien su casa. Y no
se puede rechazar la verdad básica del paréntesis del versículo 5: (Pues el que no sabe
gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?).
5
Op. cit., p. 60.
comprenda con el espíritu apropiado, tiene cierta justificación. Pero nadie puede ser
indiferente hacia la reputación que tiene en su comunidad. Debe desear fervientemente que
los demás lo consideren sin reproche alguno. De otra manera, dice San Pablo, se expone a la
misma suerte que les espera a quienes han caído presas del orgullo espiritual.
6
The Pastoral Epistles (Nueva York: Charles Scribner’s Sons, 1947), p. 132.
7
Op. cit., p. 81.
8
The Pastoral Epistles, p. 84.
madurez espiritual y en la capacitación académica; pero también en que el candidato
demuestre cierta medida promisoria de éxito en alguna fase práctica del oficio ministerial. Y
si se descubre que algún candidato no es hallado irreprensible, como dice el apóstol, por
ningún concepto deberá recibir las órdenes del ministerio.
9
Op. cit., p. 57.
la buena fama más que la plata y el oro” (Pr. 22:1). Por tanto, no es una recompensa
insignificante que se diga de quien se ha propuesto a cualquier costo serle fiel a Cristo, lo
que se dijo de Bernabé: “Era varón bueno” (Hch. 11:24). La confianza en la fe (13) se
interpreta como “mayor confianza” con la que los diáconos “podrán hablar de su fe en Cristo
Jesús” (VP.).
1
The Pastoral Epistles., pp. 91–92.
endurecido como marcadas de infamia con un hierro ardiente”, [NVI]). En Efesios 4:19 el
apóstol dice que quienes están en tal condición moral ya “perdieron toda sensibilidad”.
4
Op. cit., p. 70.
5
Op. cit., p. 70.
para llegar a ser primer ministro”. 6 Probablemente Timoteo tenía menos de 40 años de edad
y, según las normas del mundo helénico del siglo I, era muy joven. “No permitas que nadie
te menosprecie por ser joven”, exhorta San Pablo, “mas compórtate de manera que te ganes
el amor, el respeto y la confianza de tu pueblo”.
En la iglesia del mundo moderno se considera la juventud como una ventaja y no tanto
como un riesgo o estorbo. Por supuesto, si la juventud constituye la única ventaja
sobresaliente de un hombre, probablemente experimente una carrera muy breve. Pero en
nuestros días los menospreciados son más bien los de mayor edad que los jóvenes. Cuando
una iglesia busca un pastor y automáticamente elimina de su lista de candidatos a personas
que tienen más de 50 años de edad, se ha acercado peligrosamente a la actitud de
menospreciar la madurez. En nuestros días esta actitud hacia los hombres maduros es más
deplorable de lo que era el menosprecio de la juventud, contra la cual San Pablo amonesta en
este pasaje.
El apóstol sugiere un remedio: sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor,
espíritu, fe y pureza. Por medio de una conducta reverente y de semejanza a Cristo, el pastor
que no posee “diez talentos” puede servir con efectividad, de tal manera que se sobreponga
a muchas faltas u obstáculos que de otro modo producirían un efecto obstaculizante en su
ministerio.
Algunas versiones incluyen seis áreas en las que Timoteo debía ser ejemplo (como la R-
V. 1909, y la R-V. 1977). Pero en realidad son cinco, ya que la palabra espíritu no aparece
en los manuscritos más antiguos y fidedignos. Las primeras dos se relacionan con la vida
pública y el ministerio de Timoteo. Pero las otras tres son cualidades internas. “Amor”
traduce el término agape, el cual denota amor como el de Dios. La fe tiene el sentido de
fidelidad o lealtad. Pureza no sólo significa castidad, sino que también sugiere sinceridad e
irreprensibilidad.
Entre tanto que voy, ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza (13). La
expresión Entre tanto que voy le recuerda a Timoteo el propósito expreso de San Pablo de
visitarle pronto (3:14). Mientras tanto, el joven es exhortado: “Aplícate a la lectura pública
de la escritura, a la exhortación, a la enseñanza” (VL.). Esta exhortación nos recuerda que el
Antiguo Testamento en su traducción griega (la Septuaginta) era la Biblia de la iglesia
primitiva. Los cultos de la iglesia cristiana primitiva seguían el orden del culto de la sinagoga,
por lo menos en lo concerniente a la lectura de las Escrituras del Antiguo Testamento como
parte de la adoración a Dios. Kelly observa que “esta es, de hecho, la referencia más antigua
al uso de las Escrituras en la liturgia de la iglesia”. 7 Esta sería más y más aumentada por la
lectura de documentos cristianos como las cartas de San Pablo y de otros apóstoles.
Probablemente las iglesias ya comenzaban a formar sus propias bibliotecas con tales
documentos y a venerarlos como escritos inspirados por el Espíritu Santo. La exhortación
es un comentario y proclamación de la Palabra de Dios, como la predicación. La enseñanza
sugiere la instrucción catequística en la verdad cristiana. Esta era de particular importanc ia
para los recién convertidos, aunque es esencial para todos los creyentes cualquiera que sea
su grado de madurez en la fe.
6
“The First and Second Epistles to Timothy,” The Expositor’s Greek Testament (Grand Rapids: Wm.
B. Eerdmans Publishing Co., s.f.), IV, 126.
7
Op. cit., p. 105.
2. Cultiva los dones de Dios (4:14–16)
No descuides el don que hay en ti, que te fue dado mediante profecía con la
imposición de las manos del presbiterio (14). El apóstol reconoce en este pasaje que aquello
que puede ser llamado la preparación carismática para el ministerio es de suma importanc ia.
Sugiere que Timoteo había recibido este don mediante profecía, lo cual es una repetición de
su punto presentado en 1:18. El llamado de Dios a quienes se ocuparán en la obra del
ministerio es la consideración previa y principal. El Espíritu Santo debe impulsar a un hombre
a escoger esta santa vocación. Junto con su llamamiento Dios concede las cualidades de
“gracia, dones y utilidad”. Quizá haya casos excepcionales en los que algunas de estas
cualidades no sean evidentes, aun cuando para Dios sí existen; pero la regla consiste en lo
que ya se ha declarado. Esto significa que el hombre tiene mucho más que un simple “don
de expresión”, es más que un “extroverto consumado” o va más allá de “llevarse bien con la
gente”, o bien es más que “líder nato”. Algunas de estas cualidades suplementan muy bien la
capacitación espiritual esencial, pero ninguna la substituye.
Lo que es más, sería un error suponer que incluso la ordenación eclesiástica puede suplir
esta mística cualidad cuando no se cuenta con ella. El significado de la ordenación
eclesiástica y su relación con la actividad previa del Espíritu se establece claramente en
Hechos 13:2–3. Refiriéndose a la iglesia de Antioquía de Siria, San Lucas relata que “dijo el
Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado. Entonces,
habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron”. El simple “contacto
digital”, como alguien la ha llamado, o la imposición de las manos de los presbíteros, no tiene
ningún significado si no ha sido precedida por esta obra previa del Espíritu Santo. El
vocabulario de San Pablo indica con claridad que, respecto a la ordenación de Timoteo, la
acción del presbiterio (los ancianos) constituía el reconocimiento y la confirmación de la
obra previa del Espíritu.
Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas, para que tu aprovechamiento sea
manifiesto a todos (15). La palabra ocúpate se refiere a la práctica de estas cosas con una
diligencia comparable a la que demuestran los atletas bajo entrenamiento para una carrera.
“Pon interés en estas cosas; entrégate de lleno a ellas” (NVI). La práctica de los
procedimientos pastorales que recomienda el apóstol en este capítulo debe constituir la
preocupación principal de todo verdadero ministro de Cristo. No hay lugar para indecisio nes
ni devoción restringida. La frase para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos se
traduce como “de suerte que tu progreso sea patente a todos” (NTE).
Asuntos eternos están de por medio en la forma en que un ministro descarga estas
responsabilidades —tanto para la salvación de su alma como para la de aquellos a quienes
ministra. Por tanto, San Pablo exhorta: Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste
en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren (16). Para un
ministro del evangelio este es uno de los versículos de más solemnidad en el Nuevo
Testamento. Es posible que un hombre se llegue a interesar en forma desordenada por su
propio éxito en el ministerio. Si mide su éxito por el grado de preferencia de que disfruta, o
por su promoción a mayores responsabilidades con sus altos salarios, quizá al final no se
pueda salvar a sí mismo. San Pablo confiesa que ese temor invadía su corazón al escribir:
1
Scott, op. cit., p. 55.
2
Op. cit., p. 56.
3
1–2 Thessalonians, 1–2 Timothy, Titus, Philemon (“The Layman’s Bible Commentary”, ed., B. H.
Kelly, et al., Richmond: John Knox Press, 1963), p. 86.
4
The Pastoral Epistles (Londres: Cambridge University Press, 1920), p. 29.
5
Op. cit., p. 780.
6
Kelly, op. cit., p. 115.
7
Op. cit., p. 87.
8
Op. cit., p. 781.
9
Ibid., p. 781.
10
Op. cit., p. 60.
toda seguridad estas eran tareas peculiares de las diaconisas, y se esperaba que estas viudas
“alistadas” las hicieran con diligencia.
Entonces el apóstol pasa a justificar su requisito de que las viudas alistadas tengan por lo
menos 60 años de edad. Pero viudas jóvenes no admitas; porque cuando, impulsadas por
sus deseos, se rebelan contra Cristo, quieren casarse, incurriendo así en condenación,
por haber quebrantado su primera fe (11–12). Aparentemente la afiliación en el grupo de
viudas incluía el voto de nunca volver a casarse, y el apóstol creía que a las viudas menores
de 60 años se les hacía más difícil cumplir ese voto. Si fracasaban en este punto quedarían
bajo condenación. La Versión Latinoamericana aclara estos versículos: “Pero a las viudas
jóvenes no las inscribas; porque cuando sus deseos las sublevan contra Cristo, quieren
casarse, e incurren así en condenación porque quebrantaron su primer voto.”
San Pablo presenta una razón más para apoyar su convicción de que sólo las viudas de
mayor edad podían servir en la iglesia en este ministerio. Y también aprenden a ser ociosas,
andando de casa en casa; y no solamente ociosas, sino también chismosas y
entremetidas, hablando lo que no debieran (13). He aquí una pauta tristemente conocida
de conducta. Casi cualquier pastor que tiene algunos años en el ministerio ha tenido que
confrontar en alguna u otra ocasión los trágicos resultados del chisme y de las habladurías.
En realidad, debemos admitir que en ocasiones las viudas de mayor edad también son tan
culpables de este tipo de conducta como las más jóvenes, y que tanto los hombres como las
mujeres pueden también practicar este pasatiempo tan malo. Aparentemente el apóstol
esperaba que las viudas de mayor edad ya hubieran aprendido por su madurez y experiencia
lo necio de tal comportamiento.
San Pablo está claramente convencido de que el campo de servicio apropiado para las
viudas más jóvenes no se encuentra en esta área tan sensible de contactos sociales.
Firmemente declara: Quiero, pues, que las viudas jóvenes se casen, críen hijos, gobierne n
su casa; que no den al adversario ninguna ocasión de maledicencia. Porque ya algunas
se han apartado en pos de Satanás (14–15). Sin importar cuál haya sido el ideal de San
Pablo respecto a las segundas nupcias para las viudas, reconoció acertadamente que el volver
a casarse, el gobierno de su casa y la crianza de los hijos constituirían un ambiente más
adecuado para satisfacer sus instintos. Su advertencia respecto a que ya algunas se han
apartado en pos de Satanás quizá se basó en el ejemplo de algunas más jóvenes que,
después de hacer votos, los violaron. Tal vez fueron algunas experiencias de esa clase lo que
impulsó a Pablo a adoptar la edad mínima de 60 años para las viudas empleadas por la iglesia.
Este pasaje concluye con el versículo 16: Si algún creyente o alguna creyente tiene
viudas (entre sus familiares), que las mantenga, y no sea gravada la iglesia, a fin de que
haya lo suficiente para las que en verdad son viudas. Esta es una recapitulación del
argumento presentado por San Pablo en los versículos 4–8, la cual hace hincapié adicional
en el hecho de que los recursos con que contaba la iglesia para ayudar, deberían emplearse
sólo para ministrar en los casos más urgentes y que de veras lo necesitaran.
13
Op. cit., p. 89.
14
“Drunkenness”, International Standard Bible Encyclopedia, ed., James Orr (Chicago: The
Howard-Severance Co., 1925), II, 881.
15
The Letters to Timothy, Titus and Philemon (“The Daily Study Bible”; Edimburgo: The Saint
Andrew Press, 1960), p. 139.
Sección VIII Instrucciones Diversas
1 Timoteo 6:1–19
1
Op. cit., p. 82.
B. CONSECUENCIAS DE LAS FALSAS ENSEÑANZAS, 6:3–5
En estos versículos el apóstol regresa a su polémica contra quienes corrompían la fe de
la iglesia de Efeso. Si alguno enseña otra cosa, y no se conforma a las sanas palabras de
nuestro Señor Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad, está envanecido,
nada sabe, y delira acerca de cuestiones y contiendas de palabras (3–4). He aquí una
condena aplastante y casi amarga de las personas descritas en el primer capítulo, que se han
desviado de la posición cristiana. Las novedades doctrinales eran desviaciones de la sana
enseñanza que constituía la herencia del Señor para su iglesia, enseñanza que en sí misma
conduce a la gracia transformadora de Dios. La descripción de tales pervertidores de la fe es
pintoresca. La frase es traducida de diversas maneras: nada sabe (4); “es un engreído y no
entiende nada” (NVI); “es un orgulloso y un ignorante” (BD.); “es un ciego y no entiende
nada” (NBL); “una persona vanidosa, engreída” (J. N. D. Kelly). Este es el caso en que Pablo
se acerca más al lenguaje del vituperio en todas sus cartas.
San Pablo entonces agrega que de tales enseñanzas y actitudes nacen envidias, pleitos,
blasfemias, malas sospechas, disputas necias de hombres corruptos de entendimiento y
privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de ganancia; apártate de los
tales (4–5). Actitudes como las que el apóstol denuncia aquí indudablemente producen malos
resultados, como “envidias, discordias, insultos, desconfianzas y peleas sin fin” (VP.). Todo
ello destruye la unidad y el compañerismo de la iglesia, contrista al Espíritu Santo, y a la vez
nulifica la efectividad del evangelio. “Este un juicio muy triste, ejemplificado
abundantemente (¡Ay de nosotros!) en los anales de la iglesia visible, el cual nos recuerda el
dicho mordaz de que ‘la sucesión apostólica de los Judas nunca se ha interrumpido’.”2
Las palabras que toman la piedad como fuente de ganancia (5) sugieren que estos
traidores de la fe esperaban obtener ganancia monetaria por medio de sus falsas enseñanzas.
Parry divide su falta en tres encabezados: “Se implica (1) que estos maestros profesaban
enseñar el evangelio, (2) que sobre esa base reclamaban pago por su labor, (3) que su
motivación suprema era la idea de ganar dinero.”3
Timoteo debe saber que sólo hay una respuesta a tal invasión de error en la igles ia :
Apártate de los tales. No se podía tolerar tal falta de fidelidad a Cristo. Contra ese espíritu
no se puede razonar ni persuadir. San Pablo aconseja una acción radical contra todas esas
personas impías.
4
Op. cit., p. 84.
5
Works, VII, 3.
6
Op. cit.,.p. 141.
contienen cierto sonido litúrgico. La apelación del apóstol a la buena profesión de Cristo ante
Poncio Pilato se parece a la cláusula del Credo de los Apóstoles que dice: “Sufrió bajo el
poder de Poncio Pilato.” Este lenguaje sirve como introducción a la doxología que sigue
inmediatamente.
Esta doxología se registra en los versículos 15–16: la cual a su tiempo mostrará el
bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores, el único que tiene
inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni
puede ver, al cual sea la honra y el imperio sempiterno. Amén. La primera cláusula del
versículo 15, la cual a su tiempo, es arcaica, pero se refiere obviamente a la aparición de
nuestro Señor Jesucristo del 14. La Biblia de las Américas dice: “La cual El hará suceder
a su debido tiempo —El, quien es el bienaventurado y único Soberano.” Estos
acontecimientos grandiosos que ocurrirán en la consumación final, según declaró el Señor,
el Padre los puso bajo su sola potestad. Y allí deben permanecer.
La doxología que sigue, según Scott, “se acerca más a los himnos de alabanza de
Apocalipsis que a las doxologías de San Pablo. Probablemente fue sugerida por un himno
cristiano, al estilo de la liturgia observada en la sinagoga”. 7 Pero sea cual fuere su origen, su
magnificencia es indescriptible. Las expresiones Rey de reyes, y Señor de señores eran
quizá ataques sutiles al culto o adoración de los emperadores, el cual formaba parte del
creciente paganismo al que la iglesia se enfrentaba. El único que tiene inmortalidad
significa no que “ésta le sea negada a nadie más, sino que más bien resalta lo singular de la
inmortalidad divina, ya que sólo Dios la posee inherentemente, como la fuente de toda la
vida”.8 También se declaran aquí su trascendencia eterna y su invisibilidad —“que vive en
una luz a la que nadie puede acercarse” (VP.). Cuando estamos en la presencia de Dios,
¿cuáles palabras podemos pronunciar? San Pablo concluyó con la adscripción de la honra y
el imperio, en lugar de “honor y gloria” (1:17) que era empleada generalmente.
7
Op. cit., p. 79.
8
Guthrie, The Pastoral Epistles, p. 117.
de la iglesia primitiva eran esclavos y humildes artesanos. Evidentemente también había
feligreses ricos y encumbrados entre ellos —y siempre existe el peligro ante el aumento de
las riquezas. La templanza, la productividad y la prudencia que el evangelio introduce en la
vida del creyente inevitablemente deben conducir a una prosperidad creciente; y la
prosperidad quizá socave la fe cristiana que es subyacente de las nuevas disciplinas. Por ello
las riquezas con frecuencia se convierten en enemigas del alma. Según San Pablo, el peligro
principal consiste en que los que acumulan tales riquezas sean altivos (orgullosos). Las
riquezas pueden producir en uno cierto sentido falso de seguridad; resulta difícil contar con
muchas riquezas sin dejar de poner uno su confianza en ellas en alguna medida. San Pablo
se refiere a las riquezas como inciertas.
El apóstol sugiere otra razón por la que uno debe evitar el orgullo por las riquezas que
posea; nos recuerda que Dios… nos da todas las cosas en abundancia para que las
disfrutemos. Todo proviene de Dios, tanto las riquezas como la capacidad para ganarlas. De
hecho, todo lo que el hombre disfruta en las satisfacciones de su vida, cualesquiera que sean
las formas que tomen, provienen de la liberalidad de Dios.
9
Sermón sobre “El uso del dinero”, Works, VI, 124 ss.
personal bien puede indicar que, como lo acostumbraba, San Pablo añadió estas últimas
líneas con su propia mano”.1
Al exhortar a Timoteo a guardar lo encomendado, el apóstol usó “un término legal que
significaba algo depositado o encomendado para que lo cuide o guarde otro hombre”. 2
Indudablemente se refiere a la fe cristiana, a “la forma de las sanas palabras” (2 Ti. 1:13) que
Timoteo había recibido de su padre en el evangelio, el apóstol. Se le exhorta a no prestar
atención a “los discursos vacíos y perniciosos, y las contradicciones de la pretendida ciencia”
(NTE). Aunque quizá la palabra ciencia se usaba en este sentido en tiempos de Reina y
Valera en España, en nuestros días la palabra ha tomado otro significado altamente
especializado que, en el contexto de la advertencia de San Pablo, se puede prestar a malas
interpretaciones. El apóstol hace alusión de nuevo a las falsas enseñanzas que ha estado
denunciando en toda esta epístola. Respecto a estas “contradicciones de la ciencia falsame nte
llamada así” (VM.), Scott sugiere que “aquí, quizá, tenemos la más clara indicación que se
nos da en las epístolas de que la falsa enseñanza era del tipo gnóstico. Sus adherentes
pretendían seguir a un ‘gnosis’, o conocimiento supremo, aunque, en opinión del escritor,
estaban empleando mal una gran palabra”. 3 Quienes sustentaban estos puntos de vista “le
habían errado al blanco en relación con la fe” (traducción de Kelly).
La carta termina con una palabra o fórmula de bendición final: La gracia sea contigo.
Amén. La palabra contigo, pronombre personal, en griego está en plural, por lo que la Nueva
Versión Internacional ha traducido correctamente: “La gracia sea con vosotros.” Aun cuando
el apóstol dirigió su carta a Timoteo, evidentemente pensaba en toda la iglesia de Efeso al
escribir esta bendición final.
1
Op. cit., p. 150.
2
Ibid.