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Las Epístolas Pastorales

La Primera y Segunda Epístolas a


TIMOTEO

La Epístola a
TITO
J. Glenn Gould

Introducción

A. LAS “PASTORALES”
Estos escritos conocidos como las “Pastorales”, que incluyen la Primera y Segunda
Epístolas a Timoteo y la Epístola a Tito, difieren considerablemente de otros escritos
atribuidos a Pablo, debido a que fueron escritos a individuos y a su carácter
predominantemente pastoral. Todas las otras epístolas de San Pablo, con excepción de la
Epístola a Filemón, están dirigidas a iglesias y son obviamente, en la mayoría de los casos,
ejemplos del trabajo de un pastor-dirigente que aconseja, amonesta y disciplina el rebaño que
supervisa. En cambio las Epístolas Pastorales están dirigidas a pastores. Estas cartas
ejemplifican la tarea supervisora de un pastor dirigente que escribe a quienes hacen trabajo
pastoral bajo su cuidado. Esta distinción es un factor básico para determinar esas
características de las Epístolas Pastorales que han provocado mucha discusión entre los
eruditos, y que han resultado en la acusación de que estas cartas no fueron escritas por Pablo.
La designación “Pastoral”, a pesar de su validez obvia, no ha sido aplicada a estas cartas
desde el principio; su origen más bien es reciente. Cierto, tal designació n fue anticipada por
Santo Tomás de Aquino en el siglo XIII; pero no fue sino hasta principios del siglo XVIII
que comenzó a utilizarse la nomenclatura “las Pastorales”; y la designación no fue aceptada
sino hasta que fue adoptada por el famoso expositor bíblico Dean Alford, en 1849.
La designación “las Pastorales” es adecuada dentro de ciertos límites. El propósito
principal de estas cartas es lo que ha llegado a llamarse la “cura de almas”, tal como ese
ministerio era llevado a cabo en Efeso y Creta por Timoteo y Tito respectivamente. En estas
cartas Pablo aconseja y advierte, exhorta y anima a sus hijos espirituales, que ahora son sus
asistentes en el cuidado de las iglesias. Echando mano de su abundante conocimiento de la
fe, y de sus experiencias en el trato con hombres e iglesias de diversos tipos, él les da
amonestaciones y dirección a estos jóvenes ministros. Pero las Epístolas Pastorales están
limitadas por el hecho de que, usando las palabras de Donald Guthrie, no son “manuales de
teología pastoral”.1 La mayoría de los temas esenciales de tales manuales son omitidos en
estas cartas. Más bien, éstas tratan vigorosamente sólo con unos pocos de los asuntos que
confronta un pastor —asuntos que eran los más importantes en estas iglesias en particular, y
nada más. Lo que es más, probablemente la intención de estas cartas era nada más el de
suplementar la instrucción oral que el apóstol había dado a estos jóvenes ministros. Este es
un hecho que debe tenerse en cuenta al leer cualquiera de las cartas de Pablo, especialme nte
las que están dirigidas a las iglesias que él mismo estableció. Detrás de la instrucc ió n
teológica y religiosa de sus epístolas está la extensa predicación del apóstol; y en el fondo de
muchas discusiones aparentemente incompletas en las epístolas, debe asumirse que había una
estructura de enseñanzas coherentes impartidas oralmente por el apóstol.
Aunque las Epístolas Pastorales pueden estar limitadas en el área que tratan, persiste el
hecho de que su contenido yace completamente en el campo de la teología pastoral. La
designación “Pastoral”, es entonces muy apropiada.

B. PATERNIDAD LITERARIA
1. El punto de vista tradicional
El punto de vista que señala a San Pablo como el autor de estas Epístolas no debe
descartarse ligeramente. Las epístolas aducen la paternidad literaria paulina; esto es
claramente señalado en las salutaciones de cada carta. A pesar de la tendencia moderna de
hacer a un lado dicha evidencia, el peso de la prueba milita en contra de quienes pretenden
hacerlo. A favor de la autenticidad de estas epístolas, está el hecho que desde los tiempos
más remotos de la iglesia fueron consideradas obras de Pablo. Alfred Plummer lo indica
terminantemente con estas palabras: “La evidencia en cuanto a la aceptación general de ellas
como obras de San Pablo es completa y positiva, y se remonta a los tiempos más remotos de
la iglesia.”2 Es significativo que no fue sino hasta la primera parte del siglo XIX que comenzó
a ponerse en tela de duda la paternidad literaria paulina. Seguramente la opinión de Guthrie
es bien fundada cuando dice: “Si las razones para la objeción [de la paternidad literaria
paulina] son tan abrumamadoras como ellos [sus proponentes] afirman, se debe dar alguna
razón adecuada de la increíble falta de perspicacia, por tanto tiempo, de parte de los eruditos
cristianos.”3

2. El ataque contra la paternidad literaria paulina


A pesar de la fuerza persuasiva de la evidencia que favorece a San Pablo como el autor
de estas cartas, algunos eruditos han tratado persistentemente de probar que esta evidencia
no es digna de confianza. El ataque contra la autenticidad de las Pastorales ha sido llevado a

1
New Testament Introduction: The Pauline Epistles (Chicago: Inter-Varsity Press, 1961), p. 198.
2
“The Pastoral Epistles”, The Expositor’s Bible, ed. W. Robertson Nicoll (Nueva York: Funk and
Wagnalls Co., 1900), p. 5.
3
Op. cit., p. 202.
cabo desde, por lo menos, cuatro frentes: (1) la dificultad de hacerlas coincidir con la carrera
de Pablo, según ésta es revelada en la literatura novotestamentaria; (2) la alegada
incompatibilidad de las cartas con la organización de las iglesias tal como se cree que existía
durante la vida del apóstol; (3) los énfasis doctrinales de las Pastorales de los que se afirma
que difieren radicalmente de las enseñanzas de Pablo en sus otras epístolas; y (4) las
diferencias en el vocabulario que se afirma que existe entre los Pastorales y las cartas que
Pablo dirigiera a las iglesias.
a. El primero de éstos es el problema histórico: ¿Cómo pueden acomodarse estas cartas
a lo que conocemos de la carrera de Pablo? El conocimiento que tenemos de su carrera
descansa en gran parte en Los Hechos de los Apóstoles, y en valioso material adicional
derivado de los escritos del mismo Pablo. Sin embargo, debe recordarse que Los Hechos de
los Apóstoles no pretende ser la biografía de Pablo. Lo que es más, Saulo de Tarso (como
primeramente se le conoce en Hch.) no es mencionado sino hasta Hechos 7:58. La narración
de su maravillosa conversión es relatada en el capítulo 9; y no leemos que fue aceptado
completamente como líder cristiano hasta los capítulos 11 y 13. No se hace ningún intento
de informar al lector acerca de la niñez y juventud de Pablo. Su conspicua presencia en el
resto del escenario de Los Hechos se debe únicamente al factor de que su ministerio fue el
más sobresaliente de todos los apóstoles, y a que Lucas, el autor de Los Hechos, participó en
muchas de las actividades de Pablo. Lucas termina su narración acerca de Pablo tan
abruptamente como la comenzó, dejando al apóstol al final de su primer encarcelamie nto
romano —una detención que aparentemente finalizó con su absolución. No hay evidencia en
Hechos de que la muerte de Pablo hubiera ocurrido inmediatamente después de los eventos
allí relatados.
Los que no aceptan que Pablo escribió las Pastorales arguyen que “es imposible acomodar
estas epístolas dentro del marco de la historia de Los Hechos”. 4 Si existe alguna evidencia de
que los eventos finales relatados en Los Hechos coinciden con los eventos finales de la vida
de Pablo, tal información sería, ciertamente, una objeción fatal. Sin embargo, no existe tal
evidencia. Discutir acerca de los últimos años de la vida del apóstol basándonos en el silencio
de Los Hechos, es elevar un argumento sobre un fundamento en la arena.
Es muy probable que el apóstol haya sido absuelto y liberado de su primer
encarcelamiento en Roma y disfrutado algunos años más de libertad y de liderismo cristiano.
Hay razón para creer que su renovada actividad pudo haber incluido el cumplimiento de su
acariciado sueño de visitar España (Ro. 15:28). W. J. Lowstuter resume así este asunto: “…
es imposible dar una razón valedera que niegue que Pablo fue puesto en libertad ni puede
mencionarse una prueba que en efecto la refute. Las Pastorales presuponen una liberació n.
Esto deja la puerta abierta muy razonablemente para las diversas referencias históricas que,
de otra manera, serían difíciles de manejar. Luego de su liberación, Pablo pudo volver a
visitar las iglesias que había fundado, renovar el contacto con su antiguo trabajo, comenzar
nuevas obras en Creta, Dalmacia, y Galacia, hacer planes para invernar en Nicópolis, dejar
una capa y los libros en Troas [véase el mapa 1] los cuales reclamaría poco tiempo después
cuando, nuevamente, había sido arrojado a la cárcel, y desde su segundo encarcelamie nto

4
Ibid., p. 203.
escribir que su carrera había terminado, pues su caso no tenía esperanza en las cortes del
imperio.”5
b. El segundo ataque contra la autenticidad de las Pastorales se basa en el problema
eclesiástico: la alegada incompatibilidad de estas epístolas con la organización eclesiástica
del primer siglo. Se afirma que las Pastorales reflejan un estado avanzado en la organizac ió n
de las iglesias que, por definición, no pudo haber existido sino hasta la mitad del segundo
siglo. Las direcciones de estas epístolas en relación con el nombramiento de obispos y
diáconos, y las cualidades especificadas para estos oficios, la autoridad que Timoteo y Tito
parecen tener en relación con el nombramiento de dichos oficiales, el énfasis en los ancianos
como custodios y portadores de las tradiciones —estos factores, se nos dice, apuntan a un
período considerablemente posterior al tiempo de Pablo. Más aún, las herejías contra las
cuales se dan notas de advertencia parecieran ser herejías gnósticas que primero llegaron a
ser una verdadera amenaza en el segundo siglo.
En contestación, es necesario señalar que desde el principio de su ministerio San Pablo
estuvo preocupado por la decencia y el orden de las iglesias que fundó. Lucas relata que en
el primer viaje misionero Pablo y Bernabé “constituyeron ancianos en cada iglesia” (Hch.
14:23). En su carta a los Filipenses, Pablo saluda “a todos los santos en Cristo Jesús que están
en Filipos, con los obispos y diáconos” (Fil. 1:1). Más aún, es evidente la preocupación de
Pablo por los diversos órdenes del ministerio en pasajes tales como Efesios 4:11–12.
Así es cómo el Nuevo Testamento aporta un testimonio impresionante al hecho que entre
los primeros oficiales de la iglesia primitiva había ancianos, obispos y diáconos. Edwin Hatch
señala que la organización de las primeras iglesias siguió modelos que habían llegado a ser
populares en la organización de sociedades seculares. El dice: “Cada una de las asociaciones
políticas o religiosas que abundaban en el imperio tenía su comité de oficiales. Por lo tanto
es históricamente probable… que cuando los gentiles que abrazaron el cristianismo llegaban
a ser suficientemente numerosos en la ciudad como para requerir cierta clase de organizac ió n,
esa organización tomara la forma popular. Seguramente ésta no era totalmente monárquica
ni totalmente democrática, aunque en esencia lo era; sino más bien sería un cuerpo ejecutivo
permanente que consistía de muchas personas.”6 Esta tendencia es evidente en el
nombramiento que Pablo hace de ancianos (presbíteros) en las iglesias que organizó. Es
evidente, además, que el director de este grupo de ancianos, la cabeza tanto de las finanzas
como de la parte espiritual de la iglesia local, era conocido en griego como episcopos, en
castellano “obispo”. Era su tarea, entre otras responsabilidades, mantener la integridad fiscal
de la iglesia local. Debido a que la iglesia cumplía funciones tanto caritativas, como religiosas
(pues muchos de los que militaban en sus filas padecían grandes necesidades), la custodia de
fondos de benevolencia de la iglesia era una responsabilidad muy importante; y la cumplía
el obispo.
Para repartir estos fondos entre los pobres, el obispo contaba con un grupo de oficia les
conocido en griego como diakonoi, o “diáconos” en castellano. El diaconato que se estableció
más tarde en la iglesia primitiva, fue anticipado claramente en los tiempos del Nuevo

5
“The Pastoral Epistles: First and Second Timothy and Titus”, The Abingdon Bible Commentary, ed.
por F. C. Eiselen, et al. (Nueva York: Abingdon-Cokesbury Press, 1929), p. 1275.
6
The Organization of the Early Christian Churches (Londres: Longmans, Green and Co., 1901), p.
63.
Testamento cuando los apóstoles nombraron, en Jerusalén, a “siete varones de buen
testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría”, cuya responsabilidad consistía en velar
por “la distribución diaria” para ayudar a los necesitados (Hch. 6:1–3). A la larga, la práctica
de la iglesia fue que la distribución de esta ayuda quedó en manos de los diáconos, mientras
que la responsabilidad final era del obispo, quien actuaba como presidente y representante
de la junta de ancianos de la iglesia. Es verdad que estos oficios experimentaron cambios
significativos cuando la iglesia cristiana entró al segundo y tercer siglos, pero prevalece el
hecho de que existieron en los tiempos del Nuevo Testamento y de que las responsabilidades
de esos oficios tal como funcionaron al principio eran básicamente las mismas que en tiempos
posteriores. Parece, entonces, que el tipo de organización eclesiástico reflejado en las
Pastorales no nos transporta necesariamente más allá del período de Pablo.
c. El tercer frente que ataca la paternidad literaria paulina es doctrinal: ¿Existen tales
diferencias radicales en las doctrinas de estas epístolas y en los primeros escritos de Pablo
como para hacer insostenible la opinión de que las Pastorales sean la obra de Pablo? Quienes
niegan la paternidad literaria de Pablo sobre esta base citan el hecho de que doctrinas
características del apóstol como la de “la paternidad de Dios”, y “la unión mística del creyente
con Cristo”, o la expresión única del apóstol “en Cristo”, no aparecen citadas en ninguna
ocasión en las Pastorales. También preguntan: ¿Y qué ha ocurrido con el concepto del apóstol
acerca del Espíritu Santo? Para contestar es necesario señalar que el propósito del apóstol al
escribir las Pastorales difiere del propósito que tuvo en sus otros escritos. En las primeras
Epístolas, Pablo escribe como evangelista, maestro y, también, como pastor del rebaño. Su
método, en algunas instancias, es teológico (como en Romanos), correctivo (como en las
Epístolas a los Corintios), preocupado por la necesidad de eliminar conceptos equivocados
(como en las Epístolas a los Tesalonicenses); pero siempre hortatorio. Pero en las Pastorales,
el apóstol se aleja más que antes de su responsabilidad pastoral. Hombres más jóvenes están
al frente, dirigiendo las tropas de combate de la fe, y la función de Pablo es más la de estratega
y director. Es verdad que está preocupado con la sana doctrina, como le correspondería a
“Pablo… el anciano” al escribirles a hombres más jóvenes. Es verdad que “la fe” ha llegado
a ser la característica del mensaje cristiano y que las declaraciones formales de fe son más
conspicuas que en las cartas anteriores. Pero todo esto no sólo refleja un cambio en la
situación de las iglesias y en toda la empresa cristiana, sino también de cambios psicológicos
que le ocurrieron a Pablo a medida que envejecía. A la luz de todas estas consideracio nes,
sería por supuesto una burla negar sobre estas bases la paternidad literaria de estas cartas
obviamente paulinas.
Pero es necesario hacer la pregunta acerca de las herejías contra las que advierten las
Pastorales: ¿Pertenecen estas falsas enseñanzas necesariamente, como algunos alegan, al
segundo siglo en lugar del primero? Alfred Plummer ha hecho un cuidadoso estudio de las
enseñazas que Pablo trata de refutar. El las analiza así:
“(1) La herejía es de carácter judío. Sus promotores ‘desean ser maestros de la ley’ (1 Ti.
1:7). Algunos de ellos son ‘de la circuncisión’ (Tit. 1:10). La herejía consiste de ‘fábulas
judaicas’ (Tit. 1:14). Las dudas que suscita son ‘discusiones acerca de la ley’ (Tit. 3:9).
“(2) También es indicado su carácter gnóstico. Se nos dice tanto en 1 Timoteo 1:3, 4,
como en Tito 1:14 y 3:9 que la herejía trata con ‘fábulas y genealogías’. Es ‘vana palabrería’
(1 Ti. 1:6), ‘y contiendas de palabras’ (1 Ti. 6:4), y ‘profanas pláticas’ (1 Ti. 6:20). Sus
enseñanzas promueven un ascetismo contrario a las Escrituras y es antinatural (1 Ti. 4:3, 8).
Es ‘la falsamente llamada gnosis’ [R-V.: ‘ciencia’] (1 Ti. 6:20).”7
Plummer cita además a Godet, quien encuentra tres distintas etapas entre el judaísmo y
el cristianismo del primer siglo. La primera fue el período cuando el judaísmo estaba fuera
de la iglesia y se oponía a ésta hasta el grado de la blasfemia. La segunda fue el período
cuando el judaísmo intentó invadir la iglesia tratando de imponerle la ley mosaica.
Finalmente llegó el período cuando el judaísmo llegó a ser una herejía dentro de la iglesia.
En este tercer período, dice Godet, “se dan declaraciones que pretenden ser revelacio nes
acerca de nombres y genealogías de ángeles; reglas ascéticas absurdas son impuestas como
normas de perfección, todo al mismo tiempo que la inmoralidad atrevida desfiguraba la vida
verdadera”.8 Es esta última etapa la que nos confronta en las Pastorales, una etapa que
obviamente transcurre durante la vida del apóstol. Sólo podemos concluir que, cualesquiera
hayan sido los cambios que la herejía gnóstica haya tenido en años subsecuentes, observamos
vestigios de esa herejía que claramente comienza a tomar forma en los últimos años de la
vida del apóstol y que son claramente desenmascarados por él en las epístolas Pastorales.
d. El cuarto y último frente en el cual la batalla ha sido librada se debe al lenguaje: ¿Son
suficientes las diferencias en el vocabulario que existe entre las Pastorales y las cartas de
Pablo a las iglesias como para debilitar la tesis que las Pastorales son de origen paulino? Aquí
el asunto es la aparición de unas 175 palabras en las epístolas Pastorales, conocidas como
“hapaxes” (palabras que aparecen por primera vez en la obra de un autor). Estas palabras, se
alega, corresponden al segundo siglo; argumento que, si fuera correcto, indicaría una
paternidad literaria posterior a Pablo.
Sin embargo, la investigación ha descubierto que el vocabulario de las Pastorales no
contiene palabras que no aparezcan en otros lugares de la literatura cristiana y secular de la
mitad del primer siglo; y aproximadamente la mitad de las supuestas “nuevas palabras”
aparecen en la Septuaginta (ca. 200 A .C.). Estos y otros argumentos parecidos están todos
basados en un criterio que le resta mérito a la capacidad mental de Pablo. El era una persona
vigorosa e imaginativa, perfectamente acoplado a los cambios que ocurrían debido a la
creciente influencia del cristianismo en su invasión del mundo gentil, y estaba completame nte
consciente de los peligros que corría la fe debido a esos cambios. En relación con este mismo
punto, N. J. D. White observa que “es casi seguro que semejante hombre sería dado a aceptar
cambios en su perspectiva mental, para llegar a poseer ideales y conceptos actualizados, en
tal grado que dejaría perplejas a mentes menos ágiles; y, por supuesto, nuevos pensamie ntos
requieren para su expresión palabras y frases que tal hombre no había usado anteriorme nte.
En el caso de San Pablo, ésta no es una suposición imaginaria. La diferencia entre el Pablo
de Filipenses y el Pablo de 1 Timoteo no es tan grande como la que existe entre el Pablo de
Tesalonicenses y el Pablo de Efesios y tal vez menor que ella”. 9
Esto no quiere decir que el apóstol fue personalmente responsable por cada palabra
empleada en estas epístolas o, ya que hablamos de esto, en cualquiera de sus epístolas. J. N.

7
Op. cit., p. 33.
8
Citado por Plummer, op. cit., p. 34.
9
“Introduction to the Pastoral Epistles”, The Expositor’s Greek Testament, ed. por W. Robertson
Nicoll (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans Publishing Co., s.f.), IV, 59.
D. Kelly10 ha sugerido recientemente que la dependencia de Pablo de los amanuenses bien
pudo haber sido considerablemente mayor en las circunstancias bajo las cuales fueron
producidas las Pastorales, y esto puede fácilmente explicar cualquiera de las variantes de
estilo y vocabulario que sus críticos creen haber detectado. Pero hacer esta concesión no pone
en tela de duda la paternidad literaria de estas epístolas en ninguna manera.
Esta revisión breve de la evidencia relacionada con la paternidad literaria de las Pastorales
apunta a la conclusión de que estas cartas son efectivamente la obra de Pablo. El autor es un
Pablo avanzado en años y ante la amenaza de la muerte, él mismo comprende completame nte
que su ministerio está a punto de acabar y que la antorcha debe ser pasada a manos más
jóvenes y vigorosas. Sin embargo, su percepción de la meta del cristianismo no ha menguado
en ninguna manera ni ha disminuido su consagración a la tarea cristiana.

C. DESTINATARIO Y PROPÓSITO
El hecho de que las Epístolas Pastorales sean dirigidas a individuos en lugar de a una
iglesia o grupo de iglesias, las separa de los otros escritos paulinos. Timoteo y Tito eran
hombres jóvenes que ocupaban un lugar íntimo y cariñoso en la confianza y el afecto del
apóstol. Pablo les había asignado la responsabilidad de dirigir las iglesias cristianas de Efeso
y Creta respectivamente (véase el mapa 1). En ambos casos la iglesia era una pequeña isla de
cristianos transformados, rodeados por un gran océano de paganismo y corrupción moral.
Era una tarea colosal mantener la integridad del movimiento cristiano en medio de semejante
ambiente. Pablo no podía desconectar su mente ni su corazón de los eventos que ocurrían en
estos dos frentes de batalla. El estaba planeando un viaje que le llevaría cerca a estos dos
pastores subordinados a él. Pablo necesitaba animarlos y aconsejarlos. Pero algunos asuntos
eran demasiado apabullantes para esperar hasta tener entrevistas personales, y acerca de estos
problemas Pablo envía sus consejos por escrito. Hay que nombrar obispos y diáconos, y éstos
debían ser hombres de integridad destacada. Circulaban enseñanzas falsas que amenazaban
la unidad de la fe, y el apóstol se siente obligado a hacer todo lo posible para mantener afinada
la visión de sus jóvenes discípulos. En la segunda carta a Timoteo el apóstol confronta el
hecho de que le queda poco tiempo. Le hace a Timoteo una confesión final de su confianza
firme en Cristo y su seguridad de que, aunque Roma pueda destruir su cuerpo, no puede
impedir su visión del glorioso futuro.

D. FECHA PROBABLE
Estas epístolas fueron escritas después de que Pablo terminó su primer encarcelamie nto
romano. Su liberación ocurrió posiblemente en el año 61 ó 62 D.C. La tradición señala que el
martirio del apóstol ocurrió durante los años 67 ó 68. Esto fija la fecha de este último período
de la vida de Pablo con cierto grado de exactitud. Durante este tiempo fueron escritas las
Pastorales y en este orden: 1 Timoteo, Tito y 2 Timoteo. Esta pareciera ser la secuencia
probable a pesar de cierto desacuerdo entre los expertos. Luego de ser liberado, Pablo
continuó sirviendo a Cristo, aunque sus idas y venidas sólo pueden ser conjeturadas. No hay
ninguna duda de que Timoteo y Tito fueron comisionados a servir como pastores, uno en

10
A Commentary on the Pastoral Epistles (“Harper’s New Testament Commentaries”; Nueva York:
Harper and Row, 1963), pp. 2 ss.
Efeso y el otro en Creta. Sus nuevas responsabilidades incluían escoger y nombrar oficia les
competentes en estas iglesias, desenmascarar y desarraigar las tendencias herejes, y dirigir y
disciplinar la fe y la conducta de los recién convertidos. Primera Timoteo y Tito fueron
escritas durante el intervalo de libertad que disfrutó Pablo entre sus dos encarcelamie ntos
romanos, quizá en los años 63 y 64 respectivamente. Segunda Timoteo fue escrita durante la
última prisión del apóstol, en momentos en que el resultado final de su juicio era cada vez
más evidente, aproximadamente en el año 66 ó 67. Aquí tenemos, entonces, lo que
propiamente podría llamarse la última voluntad y el testamento del gran apóstol, el hombre
a quien Deissman describió como “el primero después de Cristo” en el comienzo de la iglesia
cristiana.

La Primera Epístola a TIMOTEO

Bosquejo

LA PRIMERA EPÍSTOLA A TIMOTEO


I. Salutación, 1:1–2
A. La Autoridad del Apóstol, 1:1
B. Dios Nuestro Salvador… Jesucristo Nuestra Esperanza, 1:1
C. A Timoteo, 1:2
D. Gracia, Misericordia y Paz, 1:2

II. Pablo y Timoteo, 1:3–20


A. La Tarea de Timoteo en Efeso, 1:3–7
B. La Función de la Ley en la Vida Cristiana, 1:8–11
C. La Misericordia de Cristo en la Vida del Apóstol, 1:12–17
D. El Encargo de Pablo a Timoteo, 1:18–20

III. El Orden en el Culto, 2:1–15


A. Orden en la Adoración a Dios, 2:1–7
B. Reverencia en el Culto Público, 2:8–15

IV. Requisitos de los Ministros Cristianos, 3:1–13


A. El Carácter de los Obispos, 3:1–7
B. El Carácter de los Diáconos, 3:8–13

V. Pablo Define la Iglesia, 3:14–16


A. La Familia de Dios, 3:14–15
B. El Misterio de la Piedad, 3:16

VI. Amenazas Contra la Integridad de la Iglesia, 4:1–16


A. El Peligro del Ascetismo Extremo, 4:1–5
B. La Estatura de un Buen Ministro de Cristo, 4:6–10
C. El Ministro como Ejemplo, 4:11–16

VII. Administración de la Iglesia, 5:1–25


A. Los Jóvenes Deben Respetar a los Mayores, 5:1–2
B. Responsabilidad Hacia las Viudas Necesitadas, 5:3–16
C. La Honra que Merece un Anciano, 5:17–25

VIII. Instrucciones Diversas, 6:1–9


A. Esclavos y Amos Cristianos, 6:1–2
B. Consecuencias de las Falsas Enseñanzas, 6:3–5
C. Los Peligros de las Riquezas, 6:6–10
D. Propósitos y Recompensas de la Vida Piadosa, 6:11–16
E. La Mayordomía de las Riquezas, 6:17–19

IX. Apelación Final de Pablo, 6:20–21

Sección I Salutación
1 Timoteo 1:1–2

Esta Epístola comienza identificando al remitente —Pablo, apóstol de Jesucristo— y al


destinatario —Timoteo, verdadero hijo en la fe— tal como se acostumbraba hacer con las
cartas griegas del primer siglo. Aunque la correspondencia es un intercambio entre amigos
muy queridos, se adhiere a esta salutación formal y digna. Como Juan Wesley señaló
correctamente: “La familiaridad debe ser dejada a un lado cuando las cosas de Dios están de
por medio.”1

A. LA AUTORIDAD DEL APÓSTOL, 1:1


En la mayoría de sus cartas, Pablo se identifica a sí mismo como apóstol. (Las únicas
excepciones son 1 y 2 Ts., Fil., y Flm.). Este era un término griego común aplicado al
mensajero; aquel que había recibido la responsabilidad de trasmitir información importante.
Al ser adoptado por la iglesia cristiana primitiva, el término llegó a identificar un oficio de

1
Explanatory Notes upon the New Testament (Londres: Epworth Press, 1950), p. 771.
gran distinción e importancia en la dirección del movimiento. Cuando llegamos al período
de esta primera carta a Timoteo (ca. 63 D.C.), encontramos que el término apóstol ya tenía
“reconocida importancia; indicaba rango, una posición de autoridad sobresaliente en la
iglesia. Pablo, por ser apóstol, tenía el derecho de ordenar y ser obedecido. En sus propias
iglesias, bajo Dios, él es primero”.2
Pero éste no era un oficio en el que Pablo quisiera entrar aparte de la manifiesta dirección
de Dios. Al contrario, él declaró que tenía esta responsabilidad por mandato de Dios
nuestro Salvador, y del Señor Jesucristo nuestra esperanza. En otros pasajes Pablo
confiesa que es “por la voluntad de Dios” (2 Co. 1:1) que ha sido llamado para llevar esta
carga. Es cierto que cuando su apostolado estaba bajo el fuego de sus enemigos judaiza nt es
en la iglesia, él defendió con todas sus energías la autenticidad de su llamamiento divino; sin
embargo siempre desempeñó sus funciones en el espíritu de humildad que debe identificar al
siervo que está sujeto a Cristo. Se ha sostenido por mucho tiempo en la iglesia que los
ministros de la Palabra son reclutados como tales a través del llamamiento de Dios, y que
una seguridad inequívoca de esta separación divina es el sine qua non de quien se aventura a
predicar el evangelio. Es muy lamentable que aparentemente ya no creemos que es tan
indispensable tal llamamiento como en otros tiempos. En el grado que esto pase, debe
motivarnos profundamente que la iglesia recobre esta fe absolutamente importante en esa
vocación divina. Cada persona que abrace la tarea del ministerio cristiano —sea pastor,
evangelista, superintendente de distrito, u obispo— debe ser capaz de decir sinceramente con
Pablo: “¡Ay de mí si no anunciare el evangelio!” (1 Co. 9:16).

B. DIOS NUESTRO SALVADOR… JESUCRISTO NUESTRA ESPERANZA , 1:1


Dios nuestro Salvador es una variante notable a nuestra manera acostumbrada de hablar
de la salvación por medio de Cristo. Es la costumbre de los cristianos hablar de “Cristo
nuestro Salvador”. Sin embargo, existe autoridad suficiente en los escritos paulinos, y
particularmente en las Pastorales, para esta variación (cf. 2:3; 4:10; Tit. 1:3; 2:10; 3:4). Esto
no significa que Cristo no sea nuestro Salvador, sino que recalca la relación de las tres
Personas de la bendita Trinidad en la tarea de redimir a la humanidad. Tanto el Padre como
el Hijo, y en un sentido muy real el Espíritu Santo, estuvieron ocupados en la tarea que, desde
un punto de vista limitado, fue confiada principalmente al Hijo encarnado. Debemos recordar
que la divina Trinidad es también una Unidad santa, y que nuestra salvación es posible por
la voluntad y el sacrificio infinito de la Deidad.
N. J. D. White ha sugerido que “en el texto, existe una antítesis entre los oficios de Dios
nuestro Salvador y el de Jesucristo como nuestra esperanza”.3 La primera expresión apunta
al pasado, trayendo a la memoria la tarea acabada de Dios en Cristo, cuando nuestro Señor
se dio a Sí mismo en el Calvario por nosotros. Pablo dice de esa ocasión que “Dios estaba en
Cristo reconciliando consigo al mundo” (2 Co. 5:19). Pero la expresión Jesucristo nuestra
esperanza apunta al futuro, con su realización completa y la consumación de lo que ahora
sólo es parcial e incompleto. El apóstol había llegado a una etapa de su servicio a Cristo

2
Fred. D. Gealy, “1 Timothy” (Exegesis). The Interpreter’s Bible, ed. George A. Buttrick, et al., XI
(Nueva York: Abingdon-Cokesbury Press, 1955), 376.
3
Op. cit., IV, 90.
donde las fuerzas físicas comenzaban a faltarle. El había saboreado algo del alto costo de una
extrema lealtad a Cristo. Quizá había en su alma un anhelo creciente por la hora cuando su
carrera terminara y el laurel inmarcesible estuviera en sus sienes. La promesa futura, que
posee una expresión muy elocuente en 2 Timoteo 4:6–8, ya había comenzado a poseer su
espíritu. El Salvador era para él, y también puede ser para nosotros, Jesucristo nuestra
esperanza.

C. A TIMOTEO, 1:2
Timoteo, verdadero hijo en la fe —es como el apóstol concibe en su mente a este
hombre joven. Otras versiones traducen conmovedoramente esta frase como mi “verdadero
hijo de nacimiento en la fe”. La salutación en 2 Timoteo es aún más afectuosa: “Timoteo,
amado hijo.”
Timoteo aparece por primera vez en el Nuevo Testamento en Hechos 16:1. Este capítulo
se relaciona con la segunda visita de Pablo a las ciudades de Derbe y Listra durante su
segundo viaje misionero. El padre de Timoteo era griego y la madre era judía. Podemos
asumir que la madre (Eunice) y la abuela (Loida) (2 Ti. 1:5) de Timoteo habían creído en el
evangelio durante la primera visita de Pablo a esta región. Fue en Listra donde Pablo sufrió
una violenta persecución. Por lo tanto no es irrazonable suponer que durante su infortunio ,
Pablo hubiese recibido atención en la casa de Eunice. Es muy probable también que Timoteo
hubiese aceptado a Cristo durante la primera visita del apóstol. Plummer 4 calcula que la
conversión ocurrió en el año 45 D.C., mientras que la segunda visita del apóstol a la ciudad
de Listra ocurrió “seis o siete años” más tarde. El calcula además que Timoteo “aún no tenía
35 años de edad cuando Pablo le escribió la Primera Epístola”. Si tenía 35 años en el año 63
D.C., se convirtió a los 17 años, y tenía 23 ó 24 años cuando Pablo visitó la ciudad de Listra.
El apóstol persuadió a este prometedor joven a que “fuese con él” (Hch. 16:3) como su
compañero de viajes y labores. Pablo… también hizo que Timoteo se sometiera al rito de la
circuncisión, pero únicamente para prevenir e impedir cualquier obstáculo en el minister io
del joven en las sinagogas judías de la dispersión. Estas sinagogas eran “puertos de entrada”
de valor incalculable para que el evangelio llegara a las comunidades judías del mundo gentil.
Es probable que el apóstol luego apartara a Timoteo para la obra del ministerio mediante
algún procedimiento de ordenación que incluía la imposición de manos. Parece que 1
Timoteo 4:14 alude a esta ceremonia: “No descuides el don que hay en ti, que te fue dado
mediante profecía con la imposición de las manos del presbiterio.”
Pablo y su compañero de viaje Silas, acompañados ahora por Timoteo, continuaron su
itinerario llegando a Troas (véase el mapa 1), donde Lucas se unió a la compañía (Hch. 16:8–
10). El grupo continuó su viaje a Filipo, Tesalónica y Berea, proclamando el mensaje de que
“Jesús es Cristo”, y encontrando oposición organizada. Pablo fue a Atenas mientras que Silas
y Timoteo permanecieron en Berea para consolidar las ganancias obtenidas (Hch. 17:14–15).
Desde Atenas, Pablo siguió hasta Corinto, donde Silas y Timoteo se le unieron nuevame nte.
La preocupación por la obra que había comenzado con tanto éxito en Tesalónica hizo que el
apóstol enviara a Timoteo de regreso para “confirmar” y “exhortar” en su fe a los creyentes
de ese lugar. El gran aprecio que ya sentía el apóstol por la contribución de Timoteo es

4
Op. cit., pp. 21–22.
evidente cuando le elogia como “nuestro hermano, servidor de Dios y colaborador nuestro
en el evangelio de Cristo” (1 Ts. 3:2).
Las dos epístolas a los Tesalonicenses incluyen en sus salutaciones el nombre de Timoteo
junto con los de Pablo y Silas. Encontramos a Timoteo y a Silas en Corinto apoyando y
ayudando a Pablo en la tarea evangelística. En los pocos años siguientes las referencias acerca
de Timoteo son escasas, aunque indudablemente continuó siendo el ayudante fiel de Pablo.
En el año 55 ó 56 D.C., cuando probablemente fue escrita la Primera Epístola a los Corintios,
encontramos al apóstol enviando a Timoteo como su representante a la iglesia de Corinto,
con la tarea de lograr que esa problemática congregación renovara su lealtad a la verdad tal
como Pablo la había proclamado entre ellos. El apóstol recomienda efusivamente a Timoteo
como “mi hijo amado y fiel en el Señor, el cual os recordará mi proceder en Cristo” (1 Co.
4:17). Cuando la Segunda Epístola a los Corintios fue escrita, quizá un año más tarde,
Timoteo estaba nuevamente junto al apóstol quien lo incluye en su salutación. En el año 56
D.C., cuando Pablo escribió su carta a los Romanos, Timoteo se hallaba entre los que enviaban
saludos a los creyentes de Roma (Ro. 16:21). Y cuando el apóstol pasó por Macedonia, en
camino hacia Jerusalén donde le aguardaban “prisiones y tribulaciones”, Timoteo es
mencionado como un miembro de su grupo (Hch. 20:4).
Durante los dos años que Pablo pasó como prisionero en Cesarea (véase el mapa 2), el
nombre de Timoteo no se menciona en los escritos. Pero durante el primer encarcelamie nto
de Pablo en Roma, encontramos nuevamente a Timoteo a su lado e incluido en los saludos
que Pablo envía en su carta a los Filipenses, a los Colosenses, y a Filemón —todas ellas
epístolas enviadas desde la prisión. Por cierto, durante este período Timoteo viajó a Filipos
en representación de Pablo. Nuevamente aquí tenemos la más alta apreciación por los méritos
de este joven: “Espero en el Señor Jesús enviaros pronto a Timoteo, para que yo también esté
de buen ánimo al saber de vuestro estado; pues a ninguno tengo del mismo ánimo, y que tan
sinceramente se interese por vosotros. Porque todos buscan lo suyo propio, no lo que es de
Cristo Jesús. Pero ya conocéis los méritos de él, que como hijo a padre ha servido conmigo
en el evangelio” (Fil. 2:19–22).
Todo lo demás que sepamos de Timoteo en relación con Pablo tiene que derivarse de
estas dos epístolas del apóstol dirigidas a su estimado ayudante. La correspondencia en su
totalidad manifiesta una preocupación profunda y paternal de Pablo por su convertido más
distinguido y colaborador en la obra del evangelio. Estos también reflejan la devoción filia l
que caracterizó la lealtad desinteresada de Timoteo por el apóstol, quien era su padre
espiritual.

D. GRACIA , MISERICORDIA Y PAZ, 1:2


La bendición de Pablo a Timoteo es extraordinaria porque la misericordia es añadida a
la gracia y la paz. Wesley observa que “San Pablo desea la gracia y la paz en sus cartas a
las iglesias. A Timoteo le añade misericordia, la gracia más tierna hacia quienes tienen
necesidad de ésta”. Y, agrega Wesley, “esta experiencia prepara al hombre para ser ministro
del evangelio”.5 Es, en verdad, sumamente importante que los que han sido llamados a
administrar los misterios divinos sean hombres que están profundamente conscientes, no sólo
de la necesidad que tienen de la misericordia de Dios, sino del hecho de esa misericord ia.

5
Op. cit., p. 771.
Ningún hombre es merecedor de esta responsabilidad, por lo tanto debe estar constante y
vívidamente consciente de que sólo “por la gracia de Dios yo soy lo que soy”.

Sección II Pablo y Timoteo


1 Timoteo 1:3–20

A. LA TAREA DE TIMOTEO EN EFESO, 1:3–7


1. Quédate en Efeso (1:3)
“Quédate donde estás” —le ordenó Pablo a Timoteo, de acuerdo con la vigorosa
traducción inglesa de Moffatt, que en la Reina Valera se traduce: Como te rogué que te
quedases en Efeso. Los acontecimientos de los últimos años de Pablo se pueden deducir sólo
con dificultad de estas epístolas pastorales. Aparentemente Pablo sentía el urgente impulso
de ir a Macedonia, y Timoteo tenía el fuerte deseo de acompañarle. Hubiera sido fácil
argumentar en favor de que le acompañara, ya que Timoteo le había sido muy buen ayudante
en viajes semejantes. Pablo mismo, si hubiera estado en posición de hacer lo que prefería,
hubiera escogido la compañía de Timoteo en el viaje. Pero otros asuntos eran más urgentes.
En Efeso necesitaban la dirección de Timoteo, su función como líder, por lo que tal
responsabilidad tenía prioridad sobre las preferencias personales.
En muchas ocasiones nos es más fácil seguir adelante que permanecer en una situación
difícil. El instinto que nos lleva a evadir la responsabilidad onerosa, a “huir cuando la lucha
se vuelve más fiera”, el cual nos es común a todos, es una actitud que debemos resistir con
firme resolución. Buscar la “salida o solución fácil”, adoptar la línea de menor resistencia o
la tendencia de seguir la corriente en lugar de hacerle frente con valor y fortaleza —estas
posibles alternativas se convierten en fuertes tentaciones para nosotros. Escaparse de una
situación embarazosa, volver a empezar en alguna otra parte donde abundan mejores pastos
y la situación es más prometedora —representan un curso de acción del cual el tentador puede
aprovecharse para presentárnoslo como si fuera la voluntad de Dios. Pero cuando Dios dice:
“Quédate donde estás”, resulta tanto cobarde como pecaminoso abandonar uno sus
responsabilidades por irse tras algo que parece más fácil de vencer. En otras ocasiones Dios
nos dice: “Sigue adelante” en vez de: “Quédate.” Pero en cualquier caso, uno debe estar
seguro de que ha adoptado una actitud de obediencia instantánea.

2. La tarea de Timoteo (1:3–4)


La responsabilidad inmediata de Timoteo consiste en ordenarles a algunos que no
enseñen diferente doctrina (3). No se menciona en la epístola a quién se refería el apóstol
en esta advertencia; probablemente Timoteo sabía muy bien a quiénes se refería. Por lo
demás, se describe sólo vagamente la naturaleza de estas herejías como fábulas y
genealogías interminables, que acarrean disputas más bien que edificación de Dios que
es por fe (4).
Aun cuando es imposible llegar a una conclusión con plena seguridad sobre cuáles eran
estas enseñanzas que, según el apóstol, estaban trastornando la fe de los cristianos efesios,
era muy posible que se tratara de un incipiente gnosticismo. La herejía conocida como
gnosticismo, que se convirtió en seria amenaza para la integridad de la enseñanza cristiana
del siglo II, tenía raíces tanto judías como gentiles. La iglesia primitiva experimentó tres fases
sucesivas de influencia judía (véase la Introducción). La segunda, la de los judaizantes, la
combatió Pablo con efectividad en su Epístola a los Gálatas. En este pasaje el apóstol le
advierte a Timoteo sobre la tercera fase, en la cual “se pretende recibir revelaciones sobre
nombres y genealogías de ángeles”.
La falacia básica del gnosticismo consistía en la aceptación de un dualismo fundame nta l
entre el espíritu y la materia, entre lo bueno y lo malo. Se aceptaba que Dios era bueno, pero
que el mundo era esencialmente malo. Suponiendo que se aceptara como válida tal posición,
¿cómo se explicaría que el Dios bueno de la creación hubiera creado un mundo malo? Ellos
lo explicaban bajo el concepto de un Demiurgo —un tipo de “semidios” alejado lo suficie nte
del Dios santo para hacerlo responsable de la creación del mundo malo. De inmediato se
observa que Pablo consideraba tales especulaciones como fábulas, o “mitos…
interminables” (BA.), que podían referirse a genealogías interminables. Esta última
expresión quizá se refería a la exagerada importanc ia que se les daba a las genealogías en el
judaísmo.
Cualesquiera que fueran esas enseñanzas, no contenían nada que pudiera edificar al
pueblo de Dios y, por el contrario, de seguro socavarían la fe de los creyentes. Acarrean
disputas (4) se podría traducir: “provocan especulaciones” (VL.). Así se explica la
insistencia de Pablo de que tales enseñanzas especulativas no debían tolerarse. La dificultosa
última cláusula del versículo 4 podría traducirse: “No ayudan a aceptar con fe el plan de
Dios” (VP.).

3. Debe preservarse el amor fraternal (1:5–7)


Otro factor, igualmente grave que el primero, era el siguiente: si tales enseñanzas eran
toleradas en la iglesia, con toda seguridad destruirían el espíritu de amor cristiano que
identifica inequívocamente a los redimidos. Pues el propósito de este mandamiento es el
amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida (5). Esta
enseñanza sobre el amor como la esencia misma de la vida y la experiencia cristianas no es
nada nuevo en el pensamiento de Pablo. En todos sus escritos, pero en particular en Romanos
13:8–10, el apóstol presenta el amor como el resumen de la totalidad de la religión. El desafía
a los creyentes con estas palabras: “No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros.” El
amor es una deuda que jamás se puede pagar por completo. Pablo resume el aspecto social
de los Diez Mandamientos con la demanda, tan a menudo subrayada por el Maestro —
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” Caracteriza las actitudes de amor y compasión que
se derivan del mismo como “el cumplimiento de la ley”. Y en cada caso el término que se
traduce como amor es la palabra griega agape, o una de sus diversas formas. Este término
rara vez se usa en el griego secular, y nunca en el sentido con el que se emplea en el Nuevo

BA. Biblia de las Américas


Testamento. De acuerdo con los escritores inspirados, esta palabra destaca singularmente la
clase de amor con el que Dios ha colmado a un mundo perdido y pecaminoso. El apóstol
epitomiza este significado en su gran frase de Romanos 5:8: “Mas Dios muestra su amor
(agape) para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.”
Sin embargo, Pablo va más allá en esta parte usando este mismo término singular para,
describir la respuesta de amor que emana de los corazones de los redimidos, en respuesta al
amor que Dios tuvo antes o primero para nosotros. En otra parte, en 1 Juan 4:10–11, se
ilustran ambos usos del término: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos
amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por
nuestros pecados. Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amamos
unos a otros.” En cada caso en el que se usa la palabra “amor” en este pasaje de Timoteo, se
emplea alguna forma del término agape. Pero no asumamos que esta respuesta de agape que
parte de los corazones del pueblo de Dios se origina en sí misma. El milagro de la gracia es
tal que personas tales, que han experimentado codicia y lujuria, pueden ser transformadas
por el poder de Dios y así ser capacitadas divinamente para responder en agape.
El apóstol deplora los efectos de las actividades de estos falsos maestros realizados en
Efeso, porque han destruido este clima esencial de la iglesia cristiana —el del amor agape.
La verdadera atmósfera de la iglesia de Cristo es “el amor que dimana de corazón limpio,
buena conciencia y fe no fingida” (VL.).
Al principio del ministerio evangélico de Juan Wesley, el grupo que se reunía en Fetter
Lane, en Londres, fue perturbado por la enseñanza quietista del líder moravo Molther.
Wesley procuró valientemente restaurar la paz y la comprensión. Pero finalmente se
convenció de que los fomentadores de la discordia habían perjudicado tanto al grupo que ya
no había esperanza de restaurar el compañerismo genuino. Por tanto, sacó a sus seguidores
del grupo de Fetter Lane y estableció una nueva sociedad en la Foundry (fundición), un viejo
edificio que cobró fama durante 40 años como el centro del metodismo en Londres. Wesley
aclaró que la división no se debió a los puntos de vista peculiares de aquellos con quienes él
no estaba de acuerdo, sino porque insistían en que todos deberían asumir las opiniones de
ellos. Wesley era muy tolerante respecto a diferencias de opinión teológicas, siempre y
cuando sus autores las reservaran para ellos mismos. Si trataban de imponer tales opiniones
sobre los demás, se podría destruir el ambiente de amor esencial para una verdadera sociedad
cristiana. La regla cristiana siempre debe ser: “En lo esencial, unidad; en lo no esencial,
diversidad; en todas las cosas, amor.”

B. FUNCIÓN DE LA LEY EN LA VIDA CRISTIANA , 1:8–11


En Efeso, desviándose algunos, se apartaron a vana palabrería (6; “inútiles
discusiones”, VP.). Deseaban ser doctores de la ley (7), pero ignoraban por completo su
interpretación cristiana. No se puede esperar que perdure por mucho tiempo el clima esencial
de amor ante tal situación.
El apóstol continúa su juicio del incipiente gnosticismo, que había surgido en Efeso, en
esta evaluación subsecuente de la función de la ley. Es verdad que quienes tergiversaban la
enseñanza sobre la vida cristiana, contra quienes él estaba advirtiendo, deseaban ser maestros
de la ley —cuyo significado distorsionaban para sus propios y malos propósitos. Sin
embargo, no justificamos nuestro repudio de la ley si lo hacemos sólo porque otro no la usa
legítimamente (8). Pablo, quien ante la controversia de “la ley contra la gracia” tomó
definitivamente el lado de la gracia, aclara que la ley cumple una función válida y continua,
particularmente la ley moral declarada en los Diez Mandamientos. En los versículos 9 y 10
se hace una referencia consciente y obvia a la “segunda tabla” del decálogo (cf. Ex. 20:12–
17).
¿Qué significan las palabras: la ley no fue dada para el justo? (9). Seguramente no
significan que el justo queda exento de la responsabilidad ante la ley moral enunciada clara
y oportunamente en el Decálogo. De otra manera uno caería en el antinomianismo. Esta ley
fue nuestro “ayo” para conducirnos a Cristo. Pero el conocer a Cristo como Salvador y Señor
consiste en poseer la ley inscrita en nuestros corazones. Refiriéndose a los días del nuevo
pacto, Jeremías dijo: “Después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la
escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo” (Jer. 31:33).
Mas para los transgresores y desobedientes, para los impíos y pecadores , y para todos
los demás transgresores incluidos en la lista de impíos que hizo el apóstol, la ley
enfáticamente dice: “No…” Phillips describe a los irreverentes y profanos como “aquellos
que no tienen escrúpulos ni son reverentes”.
Para éstos y todos aquellos que básicamente no tienen fundamentos morales, la ley
pronuncia su terrible palabra de juicio. El apóstol señala que este es el juicio que les espera
a quienes desean ser maestros de la ley, pero que no entienden su mensaje esencial “ni lo que
hablan ni lo que afirman” (7). Esta nota de juicio sobre el pecado, la cual W. M. Clow llama
“la línea obscura del rostro de Dios”, es un elemento negativo pero esencial del glorioso
evangelio del Dios bendito (11) el cual Pablo creyó en su generación, y nosotros creemos
en la nuestra, que se nos ha encargado.
Resulta difícil imaginarse que exista un mensaje más sorprendente que este glorioso
evangelio. El significado de estas dos palabras es sugerido vagamente en la traducción del
versículo 11 en la Biblia de Jerusalén: “El Evangelio de la gloria de Dios bienaventurado. ”
Pero no con ello se está sugiriendo que ahora, por fin, se ha encontrado una respuesta
afirmativa a las preguntas de Zofar el naamatita: “¿Descubrirás tú los secretos de Dios?
¿Llegarás tú a la perfección del Todopoderoso?” (Job 11:7). El Dios Todopoderoso jamás
podrá ser “capturado” dentro de nuestras definiciones. Pero si acaso el hombre mortal en
alguna ocasión vislumbrará “la gloria de Dios bienaventurado”, lo hará bajo el contexto de
su redención a través de Cristo. Le conoceremos, si acaso, en el ofrecimiento de su
misericordia salvadora que fluye de Cristo hacia los seres humanos por medio del Espíritu
que revela e interpreta. El solo pensamiento de que somos los depositarios responsables de
tal mensaje debe ser motivo suficiente como para asombrar o atemorizar al más terco de los
hombres.

C. LA MISERICORDIA DE CRISTO EN LA VIDA DEL APÓSTOL, 1:12–17


1. Un hombre llamado por Dios (1:12)
Ningún hombre en la historia del ministerio cristiano ha estado más claramente
consciente que Pablo de su designación divina para esa tarea. Al escribir a los gálatas sugirió
que desde su nacimiento, e incluso desde antes, de acuerdo con la voluntad de Dios, estaba
destinado a realizar la obra de apóstol (Gá. 1:15). Tal propósito divino difícilmente se
vislumbraba durante los días de su fiero ataque contra la iglesia; pero aun en ese tiempo, al
repasarlo ahora nosotros como historia y al notar los antecedentes y educación de Pablo,
vemos que estaba siendo preparado para esta solemne responsabilidad. Una vez que Cristo
ganara a Saulo, ya no habría demoras; y leemos en Hechos (9:20) que “en seguida predicaba
a Cristo en las sinagogas, diciendo que éste era el Hijo de Dios”. Si Horace Bushnell está en
lo correcto en su sermón “La vida de cada hombre está planificada por Dios” (y creo que está
en lo correcto), entonces estos eran los “planos” divinos para Saulo de Tarso. Y así lo declaró
ante Agripa: “No fui rebelde a la visión celestial.”
Pero su declaración de fidelidad es aún más rotunda, la cual mezcla con acción de gracias
en el pasaje que estamos considerando: Doy gracias al que me fortaleció, a Cristo Jesús
nuestro Señor, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio. Este es el
testimonio del siervo de Cristo que ha madurado en el servicio de su Señor. Y no se trata de
una jactancia ociosa —y tal vez no sea jactancia alguna. Es más bien la declaración de alguie n
que, como el salmista, declara: “En Jehová se gloriará mi alma” (Sal. 34:2); y sería muy
apropiado agregar, con el salmista: “Lo oirán los mansos, y se alegrarán.” Pablo realizó
hazañas maravillosas en su vida “en Cristo” a través de la gracia y la fortaleza de Cristo Jesús.

2. El pasado vergonzoso del apóstol (1:13–14)


Con todo, el apóstol estaba totalmente consciente de cuán indigno era él de recibir
siquiera lo más pequeño de la misericordia de Dios. Aun cuando desde hacía mucho tiempo
había obtenido el perdón de los pecados de los años cuando se estancó inútilmente en una
guerra contra Cristo y su iglesia, los recuerdos seguían atormentando su alma y
produciéndole una constante tristeza. Pablo no se excusó a sí mismo al referirse a su pasado
tan vergonzoso. Dirigiéndose al rey Agripa admitió francamente su abierta oposición a
Cristo, la persecución y el acoso contra los seguidores de Cristo; por cierto admitió
tácitamente que fue cómplice de la muerte de muchos de ellos. En 1 Corintios 15:9 confesó
con vergüenza: “Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser
llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios.” En Gálatas 1:13 le oímos su
reconocimiento de “que perseguía sobremanera a la iglesia de Dios, y la asolaba”. Pero en el
pasaje que estamos considerando, la confesión de sus continuos remordimientos va más allá
de cualquier declaración que se encuentre en alguna otra parte de sus escritos. Se describe a
sí mismo como blasfemo, perseguidor e injuriador (13). Plummer observa que “en la
iniquidad que el apóstol confiesa se nota una escala ascendente. No sólo blasfemó contra el
Nombre divino, sino que se dedicó a persuadir a otros a hacer lo mismo”. 1
La tercera fase de esta “escala ascendente de autocondenación” es la más violenta y
vergonzosa de todas. La palabra injuriador no trasmite la idea del original, aunque no es
fácil encontrar un sustituto adecuado. La Versión Popular usa el término “insultaba”; La
Biblia de las Américas usa “agresor”; y la Biblia de Jerusalén lo traduce como “perseguidor
insolente”. Ese es el pecado perdonado que el apóstol recuerda con vergüenza y
remordimiento. No alude a estos eventos para gloriarse en su pasado pecaminoso, sino para
magnificar la gracia de Dios, la cual es mayor que la abundancia de los pecados de su
juventud.
Pablo sugiere que la ignorancia con la cual sus ojos fueron cegados y su corazón llenado
de prejuicio, fue un factor en el milagro del perdón divino. En verdad, pareciera ser que la
ignorancia constituye un factor contribuyente en la mayoría de los casos de perdón de
pecados. Ningún hombre, si estuviera consciente plenamente de lo pecaminoso de sus actos,
de sus consecuencias inevitables y continuas, se atrevería a desafiar tonta y neciamente al

1
Op. cit., p. 54.
Dios todopoderoso. El tentador primero engaña a los humanos, y luego los persuade a
cometer tal necedad. Pero la alegre verdad consiste en que, a pesar de la magnitud de nuestro
pecado humano, la gracia de Dios es más que suficiente. Por lo tanto, todo aquel que se
vuelve a Cristo puede obtener misericordia. Como el apóstol testifica claramente, en verdad,
la gracia de nuestro Señor fue más abundante (14). La retórica que emplearon Reina y
Valera en la traducción de este pasaje quizá sea arcaica, pero la verdad de la que da testimonio
es una gloriosa realidad. Significa, en la vigorosa traducción de la Versión Popular que
“nuestro Señor derramó abundantemente su gracia sobre mí, y me dio la fe y el amor que
tenemos por nuestra unión con Cristo Jesús”.

3. Cristo vino a salvar (1:15)


Conmovido por tal sentido profundo de gratitud a Dios por su infinita misericordia, Pablo
se siente impulsado a expresar una de sus más conmovedoras declaraciones del propósito
salvador de Dios en el don redentor de su Hijo. La declaración en sí se encuentra en las
conocidas palabras: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores. Pero antes
emplea una breve expresión introductoria con el fin de destacar la importancia esencial del
mensaje cristiano: Palabra fiel y digna de ser recibida por todos. La mayoría de los
eruditos neotestamentarios observan en esta declaración, respecto al propósito de la venida
de Cristo, una cita de alguna fuente conocida en la iglesia en los días de Pablo con la cual
estaban familiarizados los creyentes a quienes Timoteo ministraba. La fuente bien pudo haber
sido una declaración de fe o fórmula bautismal, o un fragmento de algún himno popular de
la iglesia primitiva. Pero cualquiera que haya sido la fuente de la frase, y aunque era breve,
ésta es muy enfática y tan definitiva como para poseer valor duradero. El apóstol aclara que
esta declaración del lugar singular de nuestro Señor en la historia de la salvación es
plenamente fidedigna.
Cristo está interesado en la salvación de los pecadores. Y aquí evocamos la propia
declaración de Jesucristo: “He venido a llamar… a pecadores, al arrepentimiento” (Mt. 9:13).
Si se une esta declaración a otra que expresó la noche antes de su sacrificio: “El Hijo del
Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lc. 19:10), se obtiene de labios de
nuestro Señor una declaración casi idéntica a la de San Pablo.

4. De los pecadores, el primero (1:15–16)


El apóstol agrega un toque muy característico de él cuando después de la palabra
pecadores añade la frase de los cuales yo soy el primero. Pablo siempre expresó
remordimiento continuo por sus pecados pasados. ¿Qué quiere él decir al designarse el
principal de los pecadores? Resulta difícil creer que, por su pasado tan manchado y culpable
como Saulo de Tarso, se le deba considerar como el peor de todos los posibles pecadores. Lo
que dice en realidad es que su ofensa contra Dios fue tan grave y su sentido de culpa era tan
abrumador que se sentía como el pecador principal, el número uno, de todos los tiempos. ¿Y
quién de nosotros espera regresar a Dios adoptando un espíritu diferente? Sólo cuando somos
abrumados por un sentido de vergüenza por nuestros pecados al grado de que nos quedamos
sin pronunciar palabra alguna, sin argumentos ante el Dios a quien hemos ofendido, entonces
podemos esperar misericordia y perdón. Todos debemos unirnos, con todo nuestro corazón,
al grito del apóstol: “De los cuales yo soy el primero.” Por ello Carlos Wesley pudo cantar:
¡Su gran misericordia! ¿Acaso hay allí
Algo de misericordia incluso para mí?
¿Puede acaso mi Dios su ira aplacar?
¿Y de los pecadores, al primero, perdonar?
En el versículo 16 Pablo se esfuerza un poco más por comprender el milagro de la
misericordia que transformó su vida en forma grandiosa. Ya antes (en el 13) había citado el
hecho de su ignorancia como circunstancia atenuante o explicación de su pecaminosa
oposición a Cristo. Pero ahora sugiere que por esto fui recibido a misericordia, para que
Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia. Nada podría ser más elocuente
en la expresión de la bondad y la gracia de Dios que los ejemplos sobresalientes del poder de
la redención de Cristo. Y de seguro ningún otro milagro de la gracia en toda la historia
cristiana ha sido más convincente respecto al poder salvador y transformador de Cristo que
el cambio total de la vida de Saulo de Tarso. Refiriéndose a la forma en que las noticias de
su conversión a Cristo influyeron sobre las iglesias de Judea, dijo: “Solamente oían decir:
Aquel que en otro tiempo nos perseguía, ahora predica la fe que en otro tiempo asolaba. Y
glorificaban a Dios en mí” (Gá. 1:23–24).

5. A Dios sea la gloria (1:17)


Por tanto, no debe sorprendernos que el versículo 17 sea una doxología de alabanza a
Dios. Esta es una de las dos doxologías incluidas en la Primera Epístola a Timoteo. La
segunda se encuentra en 6:15–16. Esta primera doxología brota espontáneamente del corazón
del apóstol, conmovido por el recuerdo de su propia liberación maravillosa. Por tanto, al
Rey… al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Describe a Dios como Rey de los siglos (o Rey eterno), inmortal (o, como se describe en la
segunda doxología, “el único que tiene inmortalidad”), invisible (el Dios invisible, cuya
imagen se ve en Jesucristo, Col. 1:15), el único y sabio Dios (o, como traducen otras
versiones más recientes, el “único Dios”, VP.). Obviamente, este es el lenguaje de la litur gia,
un intento de describir el ser de Dios, cuya grandeza debe siempre desafiar nuestros esfuerzos
de describirle en alguna manera.
Por tanto, en los versículos 12–17 el gran apóstol testifica, en espíritu de adoración, de la
misericordia, la gracia y el poder regenerador de Dios que actuó en su vida. Si es cierto que
la predicación es esencialmente testificar, entonces estos versículos son una predicación del
orden más sublime.

D. EL ENCARGO DE PABLO A TIMOTEO, 1:18–20


1. La ordenación de Timoteo (1:18–19)
En esta sección el apóstol vuelve de nuevo al tema de la solemne comisión que le fue
encargada al joven Timoteo como resultado de su ordenación al ministerio cristiano. En el
versículo 3, Pablo emplea un vocabulario que anticipa esta comisión, mientras que en el
versículo 5 enuncia claramente una de sus metas. Aquí el apóstol repite la comisión,
dirigiéndose al joven en tonos caracterizados por la ternura: Este mandamiento, hijo
Timoteo, te encargo (18). En esta cláusula se implica todo el interés y amor de un padre por
su hijo. Después de repetir el encargo, Pablo pasa inmediatamente a explicar su significado
aludiendo a las circunstancias bajo las cuales fue iniciado el ministerio de Timoteo.
Conforme a las profecías que se hicieron antes en cuanto a ti. Se arroja algo de luz
respecto a esta alusión al llamar la atención a dos referencias subsecuentes a la ordenación
del joven. Una se encuentra en 1 Timoteo 4:14: “No descuides el don que hay en ti, que te
fue dado mediante profecía, con la imposición de las manos del presbiterio”; la segunda se
encuentra en 2 Timoteo 1:6: “Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que
está en ti por la imposición de mis manos.”
Aparentemente Timoteo había sido ordenado al ministerio en una solemne ceremonia que
el apóstol mismo había presidido, auxiliado por otros ministros de la iglesia. No es necesario,
como han intentado algunos intérpretes, tomar la referencia a profecías que se hicieron
antes en cuanto a ti como actividades especiales de algún orden de profetas en la iglesia
primitiva. Este tipo de ministerio tuvo su lugar. Pero el ser apartado para la obra del minister io
por la imposición de las manos de Pablo, y recibir el encargo de la ordenación de sus labios,
sería una situación que sólo podría describirse como “profética”. Incluso en la actualidad
ninguna otra experiencia puede compararse en solemnidad y grandeza profética con el
momento cuando siente uno el peso de las manos de los presbíteros en su cabeza y oye las
decisivas palabras: “Recibe tú autoridad como presbítero en la iglesia de Cristo.” Sólo quien
ha recibido tal encomienda puede apreciar el significado de esta experiencia esencialme nte
indescriptible. Ningún otro momento puede ser más profético que este.
El joven Timoteo había experimentado ese momento sagrado, y el apóstol quería que lo
considerara como su asignación a ser capitán en el ejército del rey Jesucristo. El apóstol
emplea a menudo una figura militar: Milites… la buena milicia, en particular en su trato
con Timoteo. El joven predicador es oficial de primera línea, que combate en el frente de
guerra en favor de Cristo y la verdad en Efeso. Pablo le sugiere que mantenga la fe y buena
conciencia (19) como armas perfectamente adecuadas para su propósito. La Versión Popular
traduce esta frase como sigue: “Que pelees la buena batalla con fe y buena conciencia.”

2. Fe y conciencia (1:19)
Sería difícil exagerar la importancia de este armamento espiritual, en particular el apoyo
que una buena conciencia le ofrece a la fe que uno deposita en Dios. Pablo piensa
inmediatamente en un ejemplo trágico de fracaso en este sentido: desechando la cual (buena
conciencia) naufragaron en cuanto a la fe algunos. En esta forma harto conocida el
versículo suena un poco arcaico. Pero la Versión Popular lo traduce más claramente en
español contemporáneo: “Algunos, por no haber hecho caso a su conciencia, han fracasado
en su fe.” He aquí una metáfora vívida que describe gráficamente el desastre espiritual que
les ocurre a quienes ignoran la conciencia. Sólo se puede retener la fe en Cristo si se mantiene
una buena conciencia.
La palabra naufragaron sugiere la magnitud de la tragedia moral contra la cual advierte
Pablo. Quienes cuestionan la autoridad paulina de esta Primera Epístola a Timoteo señalan
que en ninguna otra parte emplea Pablo esta metáfora. Pero, ¿acaso no corría el peligro de
que le ocurriera a él lo descrito en este cuadro? En su viaje a Roma experimentó el naufragio,
un horror que de seguro quedó bien grabado en su memoria. La tragedia espiritual se puede
evitar si se mantiene una buena y tierna conciencia. Esta enseñanza se aplica oportuname nte
a los creyentes en sus momentos cruciales. Necesitamos prestar atención a la sabia
advertencia que Susana Wesley le hizo en una carta a su hijo Juan durante sus días en Oxford:
“Adopta esta regla: Todo aquello que debilite tu razón, que deteriore lo tierno de tu
conciencia, que oscurezca tu sentido de Dios, o elimine tu gusto o inclinación por las cosas
espirituales; en breve, todo aquello que aumente la fuerza y la autoridad de tu cuerpo sobre
tu mente; todo ello es pecado para ti, por inocente que parezca en sí mismo.”2

3. Dos hombres que fracasaron (1:20)


En este versículo el apóstol menciona a dos personas —Himeneo y Alejandro —de
quienes dice que cayeron precisamente en aquello contra lo cual Pablo advierte a Timoteo.
Es virtualmente imposible establecer con exactitud la identidad de estos dos hombres. El
nombre Alejandro aparece en Hechos 19:33, en la historia de los primeros días de la iglesia
de Efeso. Se refería a un hombre que en ese tiempo ocupaba un lugar de honor en la
comunidad cristiana. Pero no podemos asegurar que el Alejandro mencionado aquí sea el de
Hechos. Era un nombre común y probablemente así se llamaban varios miembros de la iglesia
de Efeso. Aún más, ni siquiera podemos identificarlo con plena seguridad con “Alejandro el
calderero”, quien le causó al apóstol “muchos males” (2 Ti. 4:14). La otra persona a quien
Pablo enjuicia es Himeneo. También se menciona ese nombre en 2 Timoteo 2:17, donde se
vincula con Fileto como partidarios de la enseñanza errónea de que “la resurrección ya se
efectuó” —la cual producía un efecto perturbador en algunos creyentes. Posiblemente algo
de esas enseñanzas impulsó a Pablo a escribir esta censura tan severa aquí; por lo menos
alguna enseñanza que, a su juicio, representaba blasfemia.

4. Disciplina de la iglesia (1:20)


No estamos seguros respecto al castigo preciso que Pablo menciona haberles dado a los
ofensores. ¿Qué significa la frase: a quienes entregué a Satanás? Algunos creen que se
refería a la expulsión radical del compañerismo cristiano que se podría describir mejor como
excomunión, mientras que otros creen que se refería a una acción aún más drástica. Ya sea
que adoptemos un punto de vista u otro, queda bien claro que el castigo tenía el propósito de
ponerle remedio a la situación: para que aprendan a no blasfemar. Wesley creía que el
juicio del apóstol tenía el siguiente propósito: “Para que por sus sufrimientos en cierta medida
se restrinjan, si acaso no se arrepienten.”3
En este espectáculo del apóstol administrándole disciplina a la iglesia de Efeso se destaca
una enseñanza profundamente inquietante para nosotros. Parece que en nuestros días la
necesidad de disciplina en la comunidad de la fe ha desaparecido por completo de nuestro
pensamiento. Las normas cristianas de vida no han perdido nada de su rigor inicial, pero por
lo general las mencionamos más cuando alguien las viola, que al guiarnos por ellas. Y cuando
la conducta cristiana básica es pasada por alto, frecuentemente no es reprendida. La situación
se agrava porque se nos ha ordenado: “Redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y
doctrina” (2 Ti. 4:2). Se demanda poco valor para denunciar los pecados de nuestro pueblo
desde el púlpito; pero se necesita fortaleza verdadera para enfrentarse al pecador

2
John Whitehead, Lives of John and Charles Wesley (Nueva York: R. Worthington, 1881), p. 222.
3
Op. cit., p. 774.
personalmente y reprenderlo por su pecado con espíritu de mansedumbre y amor. Tal como
señala J. H. Jowett: “El temor a un hombre es mucho más sutil que el temor a los hombres.”4

Sección III El Orden en el Culto


1 Timoteo 2:1–15

A. ORDEN EN LA ADORACIÓN A DIOS, 2:1–7


1. Importancia del orden en la iglesia (2:1)
Al iniciar el segundo capítulo, el apóstol toca la razón que lo impulsó a escribirle a
Timoteo —su interés por el orden apropiado de los cultos en la iglesia de Efeso. La prioridad
que San Pablo le dio a este interés es evidente en la frase de su declaración introductor ia :
Exhorto ante todo. Cierta forma apropiada debe caracterizar la adoración de Dios en
público. El interesarse por la forma y la secuencia apropiada que deben observar los creyentes
cuando se reúnen para adorar no es, de ninguna manera, un formalismo objetable. Por ello el
apóstol exhorta a practicar el tipo de oración que debe formar parte de cada servicio tal.
Exhorto… a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por
todos los hombres. Ningún deber del creyente hacia sus prójimos se compara en importanc ia
con la responsabilidad de orar por ellos. S.D. Gordon observa que nadie puede hacer nada
para ayudar a otro si no ha orado antes por él. Después de orar por él, hay muchas cosas que
puede hacer; pero antes de ello, lo único que puede hacer es orar.
Aparentemente no tiene ningún significado particular el orden en que aparecen los
términos rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias. De estos cuatro términos,
el segundo es el más amplio y, en cierto sentido, incluye los otros tres. Aparentemente San
Pablo da a entender que la oración, en todas sus formas, debe ocupar un lugar central en el
culto de adoración de la iglesia. Además, no debe discriminar a nadie en cuanto a quién
incluye; debe ser ofrecida por todos los hombres. La oferta de misericordia que Dios hace
en Cristo se extiende a todos los humanos. No sólo unos cuantos favorecidos que tienen el
privilegio de ser los elegidos por Dios. El desea que todos sean salvos y ha hecho provisión
para la salvación de todos los que se acojan a su misericordia salvadora revelada en Cristo.
Por tanto, hemos de orar en un espíritu de intercesión para que el alcance redentor del
evangelio sea tan amplio como sea posible.

2. Aquellos por quienes se debe orar (2:2–4)


El apóstol es más explícito ahora, al declarar expresamente que se haga oración por los
reyes y por todos los que están en eminencia (2). Aquí se refiere a los gobernantes civiles
4
The Preacher: His Life and Work (Nueva York: Harper and Bros., 1912); las cursivas son del
comentarista.
del mundo antiguo en todos los niveles de autoridad. Si se recuerda que en el tiempo cuando
San Pablo escribió esta epístola la mayoría de los gobernantes eran enemigos de la fe
cristiana, y que aproximadamente 10 años después el apóstol mismo perdería su vida a manos
de ellos, esta exhortación a la oración constituye un ejemplo hermoso de magnanimidad
cristiana. La primera razón de tal oración radica en que los reyes y todos los que están en
eminencia son también seres humanos —hombres por quienes Cristo murió —y por ello
pueden ser redimidos por el evangelio. Pero se sugiere vagamente una segunda razón en las
palabras: para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad. El orar
fervientemente por las personas que ejercían autoridad podría fácilmente poner en las manos
de Dios los medios para restringir los malos y mal dirigidos propósitos de esos hombres que
estaban en posición de causarle daño a la iglesia de Cristo.
Sería en realidad muy difícil exagerar el poder de la oración unida de la iglesia. E. K.
Simpson está en lo correcto cuando, al comentar este versículo, declara: “Ningún creyente
versado en la Biblia puede cuestionar la eficacia de la oración de fe en relación con eventos
de la vida pública y sus supervisores. A través de ella ocurren más cambios de los que el
mundo pueda soñar. La súplica de fieles intercesores por el bienestar común impone
restricciones invisibles sobre los poderes de las tinieblas y sus herramientas, y a la vez les da
fortaleza a los gobernadores honestos de parte del Regidor de las naciones (Sal. 22:28).”1
La extrema importancia de la primera de estas dos razones queda claramente establecida
en los versículos 3 y 4: Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro
Salvador, el cual quiere que todos los hombres, sean salvos y vengan al conocimiento de
la verdad. Aquí se declara con claridad el deseo universal de Dios para la humanidad, el cual
sólo puede ser impedido por la resistencia del hombre, en su libre albedrío, al propósito
salvador divino. El apóstol se atrevió a creer que el fiel Espíritu de Dios estaba obrando en
los corazones y las vidas de todos los hombres y que podía salvar tanto a los que estaban en
eminencia como a quienes no lo estaban. Tal verdad había sido comprobada a su total
satisfacción durante su primer encarcelamiento en Roma. En Filipenses 1:13, escribiendo
desde su cárcel romana, Pablo escribió: “Mis prisiones se han hecho patentes en Cristo en
todo el pretorio, y a todos los demás.” Aparentemente, su testimonio no fue en vano, ya que
en Filipenses 4:22, en sus saludos finales, dice: “Todos los santos os saludan, y especialme nte
los de la casa de César.” De ninguna manera resultó inútil, por tanto, hacer oración por los
reyes y por otros que sustentaban posiciones de autoridad.

3. Lo primero, primero (2:4)


Se ha de observar, además, que en el versículo 4 se da el orden de los dos propósitos de
la gracia salvadora de Dios. El primero consiste en que los hombres sean salvos, y el segundo
en que vengan al conocimiento de la verdad. Algunos favorecerían más bien un cambio en
este orden. Pero el orden de Pablo se ajusta perfectamente a la enseñanza del Señor Jesucristo
quien declaró en Juan 7:17: “Si alguno quisiere hacer la voluntad de Dios, conocerá si la
doctrina es de Dios, o si yo hablo de mi propia cuenta” (VL.). En lo que toca a conocer las
cosas de Dios, la obediencia siempre debe preceder al conocimiento subsecuente.

4. Una digresión magnífica (2:5–6)

1
The Pastoral Epistles (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans Publishing Co., 1954), p. 40.
Con frecuencia se ha observado que los versículos 3–7 forman una digresión del tema
principal de este segundo capítulo. Su enseñanza principal la constituye el lugar de la oración
en la adoración cristiana; y después de interrumpir ese tema con la digresión ya mencionada,
San Pablo regresa a su interés central en el versículo 8. Pero si acaso es una digresión, resultó
magnífica. En realidad, esta exploración de temas atractivos constituye una de las
características más deleitables del estilo literario del apóstol. Su noble visión sobre la iglesia
de Efesios 5:25–27 ejemplifica tal digresión, así como también el llamado pasaje Kenótico
de Filipenses 2:6–11.
La digresión bajo estudio nos da una joya perfecta de profundidad cristológica: Porque
hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre (5).
Difícilmente se podría exagerar la riqueza de significado de estas palabras. Su forma literaria
sugiere que formaban parte de una declaración primitiva de fe o fórmula bautismal, o quizá
formaban parte de un himno. Su insistencia en un solo Dios forma parte de la herencia que
el cristianismo recibió del judaísmo, enseñanza que el mismo Señor reafirmó con frecuencia.
La revelación neotestamentaria de pluralidad dentro del ser de Dios de ninguna manera hace
que disminuya esta comprensión fundamental de su unidad.
La posición de Cristo como solo mediador entre Dios y los hombres no se declara en
ninguna otra parte de los escritos paulinos en forma tal. Se sugiere esta idea en Gálatas 3:19–
20, aunque no se desarrolla como oficio de Cristo. Y, por supuesto, la Epístola a los Hebreos
trata con frecuencia este concepto. Una idea paralela se observa en 1 Juan 2:1, donde Cristo
es identificado como nuestro “abogado… para con el Padre”. En este pasaje bajo estudio se
enuncia clara y directamente este ministerio singular de nuestro Señor. Uno de los libros de
sermones de G. Campbell Morgan2 contiene un sermón sobre el tema: “El Grito de un
Arbitro.” El primero de los dos textos que emplea es Job 9:33: “No hay entre nosotros árbitro
que ponga su mano sobre nosotros dos.” El segundo texto es el pasaje que estamos
considerando: Hay… un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre . Un
árbitro es un juez, un intercesor, quien intercede a nuestro favor; en una palabra, un mediador.
Los servicios de un mediador cobran mucha importancia en muchas relaciones de la vida.
¡Cuán hermoso es saber que en la relación de mayor importancia para nuestra vida —entre
Dios y nosotros —tal Mediador ha sido provisto por medio de la gracia!

5. La humanidad esencial de Cristo (2:6)


El apóstol subraya un factor de supremo significado en esta relación mediatoria entre
Cristo y su pueblo —el de la humanidad esencial de Cristo Jesús nuestro Señor. Desde la
eternidad era uno con el Padre, pero por su encarnación de gracia también ha llegado a ser
uno con nuestra raza pecaminosa. Quizá nunca logremos aclarar el misterio de su
personalidad singular. Pero la realidad del Dios-hombre se enseña claramente en la Palabra
de Dios. Tenemos la tendencia de recordar sólo su Deidad y de olvidarnos o de no percibir
claramente su humanidad esencial. Necesitamos recobrar con urgencia la comprensión del
hecho de que Jesús era el Hijo del Hombre tan seguramente como El era Hijo de Dios. El es
Jesucristo hombre.
El versículo 6 agrega un comentario subsecuente de importancia: que su oficio presente
como Mediador resultó del hecho de que se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual

2
The Answers of Jesus to Job (Nueva York: Fleming H. Revell Co., 1935), c. II.
se dio testimonio a su debido tiempo. Existe clara continuidad entre su función como
nuestro Abogado en lo alto y su entrega de Sí mismo en la cruz; ambas son elementos de la
empresa redentora unificada dedicada a la tarea de “llevar muchos hijos a la gloria” (He.
2:10). D. M. Baillie declara persuasivamente el espectáculo de la misericordia de Dios
revelada en este evento de Cristo, cuando dice: “ ‘Todo proviene de Dios’: el deseo de
perdonar y reconciliar, la designación de medios, la provisión de la víctima como si fuera de
su propio seno a un costo infinito. Todo ocurre dentro de la vida misma de Dios: porque si
tomamos la cristología del Nuevo Testamento en su grado más alto sólo podemos decir que
‘Dios estaba en Cristo’ en ese gran sacrificio expiatorio, e incluso que tanto el Sacerdote
como la Víctima no fueron nadie más sino Dios mismo.”3 Se dio testimonio a su debido
tiempo significa “testimonio dado a su debido tiempo” (BA.).

6. La comisión de Pablo (2:7)


En seguida el apóstol declara que fue constituido predicador y apóstol para proclamar
este mensaje. La palabra griega traducida predicador es keryx, la cual, como la define C. H.
Dodd, puede significar “pregonero, subastador, heraldo, o cualquiera que en voz alta reclama
la atención pública hacia algo definido que debe anunciar”.4 Ese era el significado origina l
de la predicación. El otro oficio que San Pablo se adjudica —apóstol— tiene el significado
de mensajero, pero con autoridad para actuar sobre un asunto particular en nombre de aquel
que lo envió. San Pablo vincula estos términos, como una descripción subsecuente de la obra
a la que se sentía llamado por Dios, la de maestro de los gentiles en fe y verdad. La Versión
Popular traduce de la siguiente manera: “que enseñe acerca de la fe y de la verdad a los que
no son judíos.” La afirmación entre paréntesis —(digo verdad en Cristo, no miento)— es
característica de San Pablo. Emplea ese mismo estilo en Romanos 9:1; 2 Corintios 11:31; y
Gálatas 1:20. Jamás ha vivido otro hombre con un sentido de misión más profundo que el de
San Pablo.

B. REVERENCIA EN EL CULTO PÚBLICO, 2:8–15


1. Más acerca del orden en la iglesia (2:8)
Al concluir la digresión de los versículos 3–7, el apóstol regresa a su enseñanza respecto
al orden en la adoración de Dios. No cabe duda alguna de que estaba hablando con la
autoridad plena de su oficio apostólico. Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar,
levantando manos santas, sin ira ni contiendas. El verbo imperativo quiero no trasmite a
los lectores modernos el tono de mando con que se usaba en los tiempos de Reina y Valera.
La palabra griega de la cual se deriva (boulamai), según J. N. D. Keely, “era empleada en el
judaísmo helénico para trasmitir una nota de mando autoritativo”.5 “Les ordeno”, está
diciendo Pablo en realidad, “que los hombres oren en todo lugar”.

3
God Was in Christ (Nueva York: Charles Scribner’s Sons, 1948), p. 188.

BA. Biblia de las Américas


4
The Apostolic Preaching and Its Developments (Nueva York: Harper and Bros., s.f.), p. 7.
5
Op. cit., p. 65.
Toda esta exhortación debe comprenderse en el contexto de la adoración pública. El
apóstol establece el principio de que, en dondequiera que los creyentes se reúnan para la
adoración, los hombres de la congregación deben dirigir la oración pública. Esta exhortación
da testimonio de que aun en esos tiempos de la iglesia primitiva la dirección de la adoración
pública no estaba exclusivamente en manos de los clérigos. Había un ministerio designado,
y la mayor parte de esta epístola trata sobre el establecimiento de normas que deberían
caracterizarlo. Pero la dirección de la adoración pública no estaba delegada en forma
exclusiva a ese ministerio. Aquí se observa claramente que en la iglesia primitiva los laicos
participaban plenamente en la obra de Dios. Después Lutero le llamaría “el sacerdocio de
todos los creyentes”.
Queda igualmente claro, sin embargo, que la dirección de la oración pública era tarea de
los hombres, no de las mujeres. El versículo 12 aclara las restricciones que San Pablo impone
sobre las mujeres de la congregación. Pero aquí nos basta decir que los varones de la iglesia
debían dirigir la oración pública.
Se estipula además que deben levantar manos santas, sin ira ni contienda. Esta postura
para la adoración era costumbre muy popular entre los creyentes de aquellos días, así como
también lo era para los judíos y los paganos. Pero indudablemente la postura física era de
menor importancia que el espíritu de humildad y sinceridad en el que debían acercarse a Dios.
Por tanto, no se debe imponer sobre nadie cierta postura para la oración en particular por
sobre otras.
No obstante, es importante que comprendamos y tomemos con todo nuestro corazón la
exhortación del apóstol a levantar manos santas. San Pablo no hace hincapié en la postura
física, sino más bien en la condición de la mente y el corazón que simbolizan las manos
santas. La mano en sí misma no es ni santa ni impía. Pero tradicionalmente las manos son el
instrumento de nuestro espíritu. Son santas sólo si se usan para llevar a cabo propósitos
santos. Esta verdad queda claramente establecida con la estipulación subsecuente, sin ira ni
contienda. La intención de esta expresión se capta muy bien en la traducción de la Versión
Popular: “Con pureza de corazón y sin enojos ni discusiones.” El apóstol hace eco aquí de
una de las demandas básicas de nuestro Señor. Después del Padrenuestro, según la versión
de San Mateo, se registran estas palabras de Jesucristo: “Porque si perdonáis a los hombres
sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a
los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mt. 6:14–
15). Podrían citarse también muchos otros pasajes de los evangelios con un significado
similar. “La mala voluntad y el recelo mutuo”, dice Plummer, “son incompatibles con la
oración unida a un Padre común. La atmósfera de controversia no congenia con la devoción.
Cristo mismo nos exhortó a reconciliamos con nuestro prójimo antes de hacer el intento de
ofrecer nuestra ofrenda en el altar. En vena similar San Pablo instruye que quienes dirigen el
culto público en el santuario deben hacerlo sin sentimientos de ira ni de desconfianza
mutua”.6

2. El atavío del creyente (2:9–10)


Las enseñanzas del versículo 9 se vinculan gramaticalmente con las del versículo 8:
Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia. A primera

6
Op. cit., pp. 98–99.
vista, esta es una instrucción adicional dada en el contexto de la adoración pública. Al asistir
a la casa de Dios las mujeres debían vestirse modestamente. Guthrie sugiere que “el pudor y
la modestia bien pueden referirse a ‘modestia y temperancia o dominio propio’, los cuales
indican dignidad y seriedad de propósito en oposición a la ligereza y la frivolidad”. 7 Pero
sería un error restringir este consejo a la adoración pública. Indudablemente el apóstol
esperaba que esta misma modestia caracterizara el atavío y la conducta de las mujeres
creyentes incluso en otras circunstancias.
El apóstol no deja duda alguna sobre el tipo de atavío que la mujer creyente debería evitar:
No con peinado ostentoso (“peinados exagerados”, VP.; “refinados”, NVI), ni oro, ni
perlas, ni vestidos costosos (9). Estas eran prácticas convencionales entre las mujeres
inconversas, por lo que la abstinencia de tales prácticas debería caracterizar a quienes
profesaban la fe en Cristo. Esa era la opinión del apóstol. De seguro, cada generación tiene
sus propias marcas características de mundanalidad; probablemente si San Pablo viviera en
nuestros días, su lista de prohibiciones diferiría en algunos puntos de la que aparece aquí.
Pero su enseñanza no se basa totalmente en prohibiciones; pasa a sugerir positivamente que
las mujeres cristianas deberían ataviarse con buenas obras, como corresponde a mujere s
que profesan piedad (10). San Pedro señala una alternativa similar a la mundanalidad en su
famosa admonición: “Vuestra belleza no debe surgir de adornos exteriores, tales como un
trenzado de cabello y un enjoyarse de oro o ponerse suntuosos vestidos, sino que debería
brotar del interior de vuestra propia personalidad: la inmarcesible belleza de un carácter suave
y apacible, que es lo que tiene verdadero valor a los ojos de Dios” (1 P. 3:3–4, NVI). Los
creyentes deben llamar la atención, no por la manera en que se visten, sino por la calidad de
su espíritu.

3. El lugar de la mujer en la iglesia (2:11–14)


Pero el apóstol va más allá en sus sugerencias respecto a la conducta de las mujeres
miembros de la congregación. La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción (11). En 1
Corintios 14:34–35 Pablo presenta un punto similar: “Vuestras mujeres callen en las
congregaciones… Y si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos.” Se cree que
estas restricciones rigurosas fueron ocasionadas por el hecho de que muchos miembros de la
iglesia de Corinto eran convertidos recientes del paganismo, por lo que su nueva libertad de
que disfrutaban en Cristo los había conducido a ciertas extravagancias que obviamente eran
indecorosas e irreverentes. Posiblemente una razón similar ocasionó estas admoniciones para
Timoteo, quien pastoreaba una iglesia compuesta de personas que habían salido del
paganismo de Efeso.
No podemos aceptar la idea de que incluso en Corinto estas estipulaciones deberían
aplicarse en cada caso. En realidad, San Pablo les dice en otra parte: “Pero toda mujer que
ora o profetiza con la cabeza descubierta, afrenta su cabeza” (1 Co. 11:5). En este pasaje, por
lo menos, se reconoce que en Corinto las mujeres oraban en público y que en algunos casos

7
The Pastoral Epistles (“The Tyndale New Testament Commentaries”; Grand Rapids: Wm. B.
Eerdmans Publishing Co., 1957), p. 75.

NVI Nueva Versión Internacional

NVI Nueva Versión Internacional


ejercían el don de profecía; a la vez, esta práctica no era desaprobada por el apóstol, siempre
y cuando las mujeres se ataviaran apropiadamente.
Sería contraproducente para nosotros, por tanto, tratar de establecer, basados en las
palabras de San Pablo a Timoteo, la enseñanza de que las mujeres no deben ocupar lugares
de liderato dentro de la iglesia. Incluso el versículo 12, Porque no permito a la muje r
enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio, debe interpretarse
como una demanda impuesta sobre la iglesia de Efeso por razones que desconocemos
totalmente. No se puede establecer propiamente ninguna enseñanza universal basada en esa
frase, que tenga vigencia sobre la iglesia de todos los tiempos. Incluso las bases que el apóstol
cita en los versículos 13–14 con las que establece esta regla parecen insuficientes para darle
validez como una norma que debía ser observada por todas las futuras generaciones de
creyentes. El hecho de que San Pablo reconoce libre y públicamente su deuda a un gran
número de mujeres que le ayudaron en la obra de la iglesia de Cristo sugiere que él mismo
no se sujetó siempre a estipulaciones tan rígidas como las que le expresó a Timoteo.

4. La majestuosa gracia de la maternidad (2:15)


El apóstol agrega una nota final con el propósito de dirigir a las mujeres creyentes hacia
su área de servicio normal y apropiado: Pero se salvará engendrando hijos, si
permaneciere en fe, amor y santificación, con modestia (15). Kelly observa que
aparentemente esto nos dice que en relación con la mujer su “fe para salvación… consiste en
aceptar el papel que se establece para ella en Génesis 3:16 (‘Con dolor darás a luz los
hijos’)”.8 No obstante, no se salvará simplemente por aceptar la función de la maternidad;
esta es la parte que les toca a todas las mujeres, creyentes o inconversas. El apóstol aclara
que se refiere a la maternidad en el contexto de la fe cristiana. Una madre creyente que posee
las cualidades esenciales de “fe, amor y santificación, con modestia” puede hacer una
contribución inigualable a la obra de Cristo; y el matrimonio santificado por estas virtudes
sagradas le aporta un grado de fortaleza y salud a la iglesia, que es absolutamente esencial
para el bienestar de ésta.

Sección IV Requisitos de los Ministros Cristianos


1 Timoteo 3:1–13

A. EL CARÁCTER DE LOS OBISPOS, 3:1–7


1. El oficio de obispo (3:1)
Palabra fiel: Si alguno anhela obispado, buena obra desea. La declaración del apóstol
con la que abre esta sección de su carta —Palabra fiel— superficialmente es la misma que

8
Op. cit., p. 69.
usó en 1:15: “Palabra fiel y digna.” Pero en realidad no lo es. La anterior fue usada para
introducir una enseñanza de profundo significado respecto a la obra redentora de Cristo. En
este caso no se trata de ninguna solemne declaración de fe. Aun cuando los eruditos no están
totalmente de acuerdo en este punto, probablemente la Nueva Versión Internacional ofrece
la traducción correcta: “He aquí un dicho fidedigno: Si alguno aspira a ser supervisor, a noble
oficio aspira.”
La palabra obispado, en cierto sentido, no trasmite su verdadero significado a los lectores
modernos, ya que actualmente el oficio de obispo se relaciona con jerarquía eclesiástica.
Anhelar este oficio equivaldría a procurar trato preferencial en el ministerio cristiano. Nos
parece que estamos en lo correcto al creer que tal ambición no es digna del hombre que ha
dedicado su vida al servicio de Cristo. Como se ha señalado en la Introducción, el término
“obispo”, traducción de la palabra episkopos, se derivó originalmente de la organización de
sociedades seculares y tiene el significado básico de “supervisor” o “líder”. Sencillamente el
apóstol está diciendo que el desear un lugar de servicio responsable entre el pueblo de Dios
es una ambición noble. El dicho citado por San Pablo era un refrán popular que usó para
introducir el tema que se proponía tratar.

2. Requisitos de un obispo (3:2)


Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio,
prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar. En total el apóstol cita 15 requisitos,
7 de los cuales aparecen en el capítulo 2. Es muy significativo que el primero y el más
sobresaliente sea el de irreprensible. Es decir, como sugieren otras versiones, “irreprochab le ”,
“de conducta irreprensible”, “de conducta decorosa”. Desde cualquier punto de vista, esta es
la virtud más inclusiva de la lista. Significa que al líder en la iglesia de Cristo no deben
caracterizarle defectos obvios de carácter, en vez de lo cual debe ser persona de reputación
inmaculada. Difícilmente puede esperarse que no tenga faltas o errores, pero debe ser
intachable. En realidad, es muy apropiado que al ministro se le juzgue por una norma más
alta que a los laicos de la iglesia. A los laicos se les perdonan defectos y faltas que serían
fatales en un ministro. Hay algunas cosas que un Dios misericordioso le perdona a un hombre,
pero que la iglesia nunca les puede perdonar a sus ministros. Hemos de insistir hoy en este
requisito de ser irreprensible, como lo hizo San Pablo en el sigo I.
En particular en asuntos relacionados con el sexo, el líder de la iglesia debe ser ejemplar.
Esta verdad se señala en el segundo requisito: marido de una sola mujer. Esta es una
advertencia contra la poligamia, la cual constituía un problema serio para la iglesia cuyos
miembros provenían del paganismo, donde se toleraban los matrimonios polígamos. En
dondequiera que la iglesia, con sus altas normas éticas sobre el matrimonio, se enfrente al
paganismo de nuestros días en zonas incivilizadas y en otras partes, la insistencia cristiana
sobre pureza debe enunciarse con claridad y apegarse a la misma con todo rigor.
Pero hemos de preguntar: ¿Acaso San Pablo desaprueba aquí toda clase de segundas
nupcias? Algunos manuscritos antiguos aparentemente favorecen la traducción “casado una
sola vez”, que emplea la Versión Latinoamericana. Kelly observa: “En este asunto, como en
muchos otros, la actitud de los antiguos difería diametralmente de la que prevalece en la
mayoría de los círculos de hoy, y existe abundante evidencia, en la literatura y en
inscripciones fúnebres, tanto judías como paganas, de que se consideraba como mérito el
permanecer sin casarse después de la muerte del cónyuge o después del divorcio, mientras
que el casarse de nuevo se consideraba como señal de autoindulgencia.”1 Es evidente que en
algunas secciones de la iglesia primitiva este era el punto de vista prevaleciente, el cual se
llevó al extremo máximo al demandar el celibato de los ministros.
Sin embargo, esta no es la comprensión de las enseñanzas de San Pablo que prevalece
hoy. Es bien conocida su preferencia por la soltería en contraposición al matrimo nio; y en
algunos pasajes de sus escritos les recomienda este punto de vista a otros (p. ej., 1 Co. 7:39–
40). Quizá para nuestros días el mejor resumen de la intención del apóstol sea lo que declara
E. F. Scott: “Un obispo debe dar ejemplo de estricta moralidad.”2
Los siguientes tres requisitos —sobrio, prudente, decoroso— se relacionan
estrechamente y describen una vida cristiana ordenada. La Versión Moderna los traduce:
“templado, de buen sentido, modesto.” La temperancia en este contexto aparentemente
imparte la idea de dominio propio o disciplina propia.
La siguiente cualidad, según el apóstol, es la de hospedador. Esta misma característica
se detalla en mayor plenitud en Tito 1:8: “Hospedador, amante de lo bueno.” En aquellos
primeros días de la iglesia esta era una virtud de mucha importancia. Había muy pocos
hoteles o mesones en el mundo del siglo I, por lo que los apóstoles y evangelistas cristianos
que viajaban constantemente tenían que depender de la hospitalidad de los creyentes que
tenían un “aposento para el profeta”, con el fin específico de suplir esa necesidad. En nuestros
días en que abundan hoteles y moteles, con frecuencia expresamos nuestra hospitalidad
cristiana en forma diferente. Pero en aquellos primeros días de la iglesia este tipo de
hospitalidad era esencial, y el deber y el privilegio de administrarla naturalmente recaía sobre
el pastor o el obispo. El espíritu esencial de ese acto es tan importante hoy como lo ha sido
siempre.
La séptima cualidad que menciona San Pablo —apto para enseñar— es igualme nte
esencial y aún más importante. Aparentemente no todos los pastores se ocupaban en el
ministerio de la enseñanza. Lo anterior se deduce de 1 Timoteo 5:17: “Los ancianos que
gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en
predicar y enseñar.” Pero la capacidad de enseñar era una clara ventaja para un ministro
cristiano. Era importante en aquel entonces y lo sigue siendo hoy. Siempre habrá algunos
ministros con mayor aptitud que otros en esta área, pero es esencial la habilidad de enseñar
para un ministerio pleno y fructífero.

3. Hombres sobrios (3:3)


Este versículo contiene otras seis cualidades que deben caracterizar al líder cristiano: no
dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable,
apacible, no avaro. Todas son negativas, excepto dos, pero todas son importantes. La
primera nos toma por sorpresa, en particular cuando su significado preciso se comprende
claramente. La Nueva Versión Internacional reza: “Que no beba demasiado vino”, mientras
que la Versión Popular emplea las tajantes palabras: “No debe ser borracho.” Lo sorprendente
para el lector moderno es que tal requisito haya tenido que incluirse. Para la mayoría de los

1
Op. cit., p. 75.
2
The Pastoral Epistles (“The Moffatt New Testament Commentary”; Londres: Hodder and
Stoughton, 1936), p. 31.
evangélicos de hoy, es incuestionable la total abstinencia de bebidas intoxicantes para la vida
cristiana. Y no es difícil comprender que el juicio moral bajo el cual se dicta total abstinenc ia
para el creyente —laico o ministro— sea la consideración máxima de la ética cristiana. Pero
esta idea, como la del juicio moral contra la esclavitud, no se discernía con claridad en el
siglo I. Debemos tomar en cuenta esta circunstancia si deseamos comprender las referencias
del apóstol al uso del vino en este y en otros pasajes. Kelly subraya que “en nuestros días la
gente se sorprende en ocasiones de que San Pablo haya creído necesario establecer tal
requisito, pero con seguridad el peligro era real en aquella sociedad sin inhibiciones de las
congregaciones de Efeso y de Creta”. 3
La expresión no pendenciero, en este contexto, necesita explicarse. Literalme nte
significa “no dador de golpes”, y Kelly la ha traducido como “no dado a la violencia”. Al
hombre de Dios deben caracterizarle el amor cristiano y el dominio propio.
En cuanto a la siguiente cualidad que menciona San Pablo, no cabe duda alguna: no
codicioso de ganancias deshonestas. Esta es una advertencia contra el amor al dinero el cual
el apóstol, en esta misma epístola (6:10), define como “raíz de todos los males”. Tal
exhortación cobraba importancia inmediata, ya que el obispo tenía la responsabilidad de
cuidar los fondos económicos de la iglesia. Esta sería una fuente constante de tentación para
un hombre avaro. Sólo aquel que diera evidencia de libertad total de un espíritu de codicia
podía ser apartado con seguridad para la obra del ministerio.
Por supuesto, es muy posible tanto en el caso de ministros como en el de laicos que sean
atrapados por lo que nuestro Señor llama “el engaño de las riquezas” (Mt. 13:22). Lo sutil de
tal treta consiste en que no es necesario ser rico para ser engañado por las riquezas. El anhelo
de las riquezas, la adopción de actitudes calculadoras con la esperanza de acumular riquezas,
el preocuparse al extremo por las recompensas y emolumentos de este mundo presente, todo
esto sin duda alguna empobrece y finalmente destruye el valor del ministerio de quien lo
hace. Todo ello se implica en la advertencia de San Pablo contra el deseo dominante por el
dinero.
La primera virtud positiva del versículo 3 consiste en ser amable, la cual lleva la idea de
“paciencia”. No se refiere tanto a mantener uno bajo control su temperamento, sino a la
capacidad de soportarlo todo ante las presiones, con un espíritu inflaqueable de gentileza y
paciencia. San Pablo exalta esta virtud en 1 Corintios 13:4 donde nos asegura que el amor
“es sufrido, es benigno” —amable incluso al final del sufrimiento. Las otras cualidades o
requisitos —apacible, no avaro— en realidad son repeticiones para recalcar los puntos que
ya se mencionaron.

4. Un buen padre (3:4–5)


He aquí un punto de suma importancia: Que gobierne bien su casa, que tenga a sus
hijos en sujeción con toda honestidad (4). Como señala E. K. Simpson: “El ideal del
celibato sacerdotal era tan extraño al modelo primitivo que se suponía que el candidato al
ministerio debería ser un hombre casado y de edad madura. La disciplina paternal descuidada
le eliminaba de inmediato como apto para gobernar la iglesia.”4 La Versión Popular traduce:

3
Op. cit., p. 77.
4
Op. cit., p. 52.
“Debe saber gobernar bien su casa y hacer que sus hijos sean obedientes y respetuosos.”
Debe admitirse que esta es una de las normas de Pablo más difíciles de cumplir. ¡Pero es de
suma importancia! Muchos ministros han perdido su efectividad por no ejercer una disciplina
paternal adecuada. Es muy fácil ocuparse tanto en salvar a los hijos de otros hasta el grado
de perder el control de los propios. Por supuesto, llega el día cuando nuestros hijos crecen y
toman la dirección de sus propias vidas; en esos momentos, nadie puede obligarlos a hacer
decisiones que ellos no desean hacer. Pero la disciplina firme, de amor y oración administrada
durante los años formativos de nuestros hijos, de seguro constituirá un factor determina nte
cuando finalmente llegue el momento de que decidan el rumbo de su vida. Es oportuna,
entonces, la insistencia de San Pablo en el deber del ministro de gobernar bien su casa. Y no
se puede rechazar la verdad básica del paréntesis del versículo 5: (Pues el que no sabe
gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?).

5. Un hombre de madurez (3:6–7)


El versículo 6 nos ofrece un cuadro muy interesante de la situación de la iglesia de Efeso:
No un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. Esta es una
advertencia contra el ascenso demasiado apresurado hacia el liderato de “recién convertidos”,
o personas “bautizadas recientemente”. Aun cuando la iglesia de Efeso había sido establecida
desde varios años atrás, y de seguro no carecía de líderes maduros, aparentemente existía la
posibilidad de que candidatos inmaduros fueran alistados para el servicio. San Pablo creía en
la madurez y la experiencia de candidatos para este santo oficio, y con buenas y suficie ntes
razones. Existía el peligro de que, por falta de preparación, la tentación de ceder al orgullo
espiritual se volviera tan fuerte que no pudieran resistirla. En tal caso las consecuencias serían
trágicas, las cuales el apóstol describe como caer en la condenación del diablo. C. K. Barrett
señala que “el juicio no es invento del demonio, sino que Dios lo lleva a cabo en estricto
acuerdo con la verdad”.5 La traducción de la Versión Popular aparentemente nos ofrece el
significado que el apóstol deseaba transmitir: “No sea que se llene de orgullo y caiga bajo la
misma condenación en que cayó el diablo.”
Esta advertencia nos recuerda una situación semejante en las relaciones de nuestro Señor
con sus seguidores, narrada en Lucas 10:17–20. Los setenta seguidores acababan de regresar
de su misión y se gozaban porque “aun los demonios se nos sujetan en tu nombre”. Cristo no
reprendió de inmediato su incipiente orgullo espiritual, sino que les dijo misteriosame nte :
“Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo.” Y agregó: “He aquí os doy potestad… sobre
toda fuerza del enemigo… Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino
regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos.” El orgullo hizo que Lucifer
perdiera su lugar privilegiado en el cielo, y en ello consistía precisamente la condenación
del diablo. El ministro cristiano debe estar al tanto de que el orgullo puede llevarlo a
compartir tal condenación.
Resta otra cualidad para aquel que desea servir en el oficio de obispo o líder: Tambié n
es necesario que tenga buen testimonio de los de afuera, para que no caiga en descrédito
y en lazo del diablo (7). El ministro cristiano debe ganarse el respeto y la confianza de la
comunidad ajena a la iglesia si desea ganar para Cristo a quienes la componen. Es muy fácil
decir: “No me importa lo que la gente piense de mí”, y mientras tal concepto se exprese y se

5
Op. cit., p. 60.
comprenda con el espíritu apropiado, tiene cierta justificación. Pero nadie puede ser
indiferente hacia la reputación que tiene en su comunidad. Debe desear fervientemente que
los demás lo consideren sin reproche alguno. De otra manera, dice San Pablo, se expone a la
misma suerte que les espera a quienes han caído presas del orgullo espiritual.

B. EL CARÁCTER DE LOS DIÁCONOS, 3:8–13


1. El oficio de diácono (3:8)
Ahora San Pablo se dirige a los diáconos y les informa las cualidades que deben
caracterizarles. Al tratar de comprender el diaconado en la iglesia primitiva, por lo general
se hace alusión a sus principios en la congregación de Jerusalén. Como se registra en Hechos
6:1–6, la iglesia escogió a siete hombres “para servir a las mesas”, a fin de que los apóstoles
no dejaran “la palabra de Dios”. Aquí se hizo una clara división de responsabilidades entre
los apóstoles, los líderes espirituales de la iglesia, y los “siete varones” (en ninguna parte se
les llama diáconos) que tenían la responsabilidad de suplir las necesidades temporales de los
creyentes. No se puede probar con certeza que el orden de diáconos de las iglesias paulinas
(p. ej., Fil. 1:1) se haya derivado directamente de este incidente de la iglesia de Jerusalén. Sin
embargo, casi no hay duda de que este precedente establecido en Jerusalén ejerció profunda
influencia sobre el desarrollo del diaconado en la iglesia en años subsecuentes.
La función original de los diáconos consistió en supervisar y distribuir los fondos
económicos de la iglesia para fines caritativos. Como señala B. S. Easton: “Aun cuando el
sustantivo griego trasliterado como ‘diácono’ significa ‘siervo’ o ‘ayudante’, cualquiera de
las dos traducciones puede prestarse a mala interpretación, ya que los diáconos no eran
ayudantes de los líderes, sino quienes repartían los fondos de ayuda de la iglesia; ‘servían’ o
ministraban a los pobres y a los enfermos.”6 En su forma actual en la iglesia de hoy, el término
“diácono” ha perdido casi todo su significado original. En las iglesias Episcopal y Metodista
constituye el orden inicial del ministerio ordenado, el cual conduce por lo general al
sacerdocio o al presbiterio, mientras que en las iglesias Congregacional y Bautista es un
oficio de los laicos. Pero en la iglesia del siglo I, los diáconos ocupaban un lugar de dignidad
e influencia comparable con la de los obispos, y los requisitos para este oficio que San Pablo
estableció no eran menos demandantes que los de los obispos.

2. La disciplina requerida de los diáconos (3:8)


Los diáconos asimismo deben ser honestos, sin doblez, no dados a mucho vino, no
codiciosos de ganancias deshonestas. Aquí el apóstol repite algunas expresiones que
empleó al dictar sus normas para los obispos: el mismo requisito de que deben ser honestos,
“personas dignas de respeto” (NVI); la misma demanda de temperancia y disciplina propia;
la misma advertencia a no dejarse corromper por la codicia. Sin embargo, se incluye una
nueva advertencia, a ser sin doblez. Aun cuando esta expresión es muy arcaica, no por ello
pierde su significado. Kelly la traduce como “consistentes en lo que dicen”; y agrega además
que esta expresión se ha “tomado con el significado de ‘no llevar y traer cuentos’, el cual

6
The Pastoral Epistles (Nueva York: Charles Scribner’s Sons, 1947), p. 132.

NVI Nueva Versión Internacional


hace referencia a las oportunidades que se les presentan a los diáconos de chismear al
ocuparse en las visitas pastorales de casa en casa. La traducción literal, con todo, sería ‘sin
doblez en sus palabras’, que en tal caso el verdadero sentido sería ‘no decir una cosa cuando
en realidad se está pensando otra’, o, (con mayor probabilidad), ‘no decir una cosa a un
hombre y otra diferente a otro’ ”.7
No se puede exagerar el mal de “llevar y traer cuentos”, los cuales pueden convertirse
fácilmente en chisme malicioso. En su forma más extrema puede convertirse en la horrible
acción que en nuestros días recibe el nombre de “asesinato de la reputación”. Probablemente
ninguna persona que se crea seguidora de Cristo, consciente de que su conducta producirá
ese resultado, seguirá comportándose de esa manera. El tipo inconsistente de chisme que
conduce a tan fatales resultados parece inofensivo y hasta placentero. Empero, San Pablo lo
considera como lo que es, y nos advierte solemnemente contra el mismo. Todo creyente, en
particular el líder cristiano, que se deja llevar por este “inocente” pasatiempo mortal, se hace
un mal a sí mismo.

3. Hombres de integridad espiritual (3:9)


El apóstol menciona en seguida, como requisito para el oficio de diácono, un punto que
va más allá de sus requisitos para obispos: Que guarden el misterio de la fe con limpia
conciencia. En realidad, debe señalarse que en Tito 1:9 el apóstol incluye, en sus requisitos
para ancianos u obispos, una cualidad muy similar a la que estamos considerando en este
pasaje. ¿Qué significa el misterio de la fe? Guthrie dice: “El misterio constituye una
frecuente expresión paulina que denota, no tanto lo que está más allá del conocimiento, sino
la revelación de lo que antes estaba escondido a quienes tienen discernimiento espiritual. ” 8
Después, en ese mismo capítulo, el apóstol da un resumen muy interesante del “misterio de
la piedad” (véase el comentario sobre el v. 16). Esta es la verdad central de la enseñanza
cristiana, sin la cual no puede existir una fe cristiana distintiva. Todos aquellos a quienes se
les confiriera el oficio de diácono deberían mantener su fe con limpia conciencia. Es decir,
con toda sinceridad y sin ninguna reserva mental.

4. Hombres de mérito probado (3:10)


El versículo 10 presenta más evidencia de la tendencia de Pablo de creer que los
candidatos al oficio de diácono debían someterse a un escrutinio más estrecho que los
obispos: Y éstos también sean sometidos a prueba primero, y entonces ejerzan el
diaconado, si son irreprensibles. En nuestros días fácilmente podríamos exagerar los
diversos grados de rigor impuestos sobre los candidatos para estos oficios en la iglesia
primitiva. En realidad, las funciones de ambas categorías, ya se trate de obispos o diáconos,
están incorporadas en la obra del ministerio de la iglesia de hoy. Todo lo que dice San Pablo
en este sentido, ya se trate de obispos o diáconos, lo dirige en realidad a todo hombre que se
sienta dirigido por el Espíritu hacia la obra del ministerio. En la actualidad reconocemos la
necesidad de probar, por medios prácticos, a los candidatos a la ordenación. Insistimos en la

7
Op. cit., p. 81.
8
The Pastoral Epistles, p. 84.
madurez espiritual y en la capacitación académica; pero también en que el candidato
demuestre cierta medida promisoria de éxito en alguna fase práctica del oficio ministerial. Y
si se descubre que algún candidato no es hallado irreprensible, como dice el apóstol, por
ningún concepto deberá recibir las órdenes del ministerio.

5. La esposa de un diácono debe ser su ayuda idónea (3:11)


El versículo 11 presenta cierta dificultad para ser interpretado exactamente: Las mujere s
asimismo sean honestas, no calumniadoras, sino sobrias, fieles en todo. La palabra griega
que se traduce mujeres, y sin artículo, designa a todas las mujeres en general. ¿Acaso es esta
una exhortación dirigida generalmente a todas las mujeres de la congregación? Si así es, es
extraño que se haya incluido en un capítulo dedicado a los requisito s para un oficio especial
de la iglesia. ¿O acaso el apóstol se dirige aquí a las esposas de los diáconos? Entonces, ¿por
qué exhorta sólo a las esposas de los diáconos mientras que no les dice nada a las de los
obispos? ¿O bien acaso San Pablo se refería a la contraparte femenina de los diáconos, la
“diaconisa”? Quizá nunca encontremos la respuesta correcta a estas preguntas. La Biblia de
las Américas, en sus notas marginales, menciona las dos posibles interpretaciones, esposas
de los diáconos o diaconisas; la Nueva Versión Internacional se inclina por la traducción
referente a las diaconisas, más bien que a las esposas de los diáconos; y la Biblia al Día
emplea directamente la palabra “esposas” de los diáconos. Pero hemos de recalcar lo
siguiente: que las esposas tanto de obispos como de diáconos del siglo I y las de los minis tros
de hoy comparten la carga de la responsabilidad del éxito de sus esposos de la misma manera
que las esposas de otros profesionales lo hacen. En la mayoría de los casos resulta difíc il
considerar a una esposa de pastor como copastora. Pero las virtudes que menciona San Pablo
en el versículo 11 son indispensables para la esposa que no desea estorbar, sino más bien
ayudar a su esposo en sus tareas tan pesadas. Debe interesarse seriamente por la obra de la
iglesia de Dios, cuidar que su lengua nunca sea usada para el mal, ser templada y ejercer
dominio propio, ser fiel en todo.

6. Buen esposo y padre (3:12–13)


En el versículo 12 se repiten los requisitos para los diáconos que ya se les impusieron a
los obispos, que sean maridos de una sola mujer, y que gobiernen bien sus hijos y sus
casas. San Pablo creía que este tipo de virtudes mencionadas de seguro producirían
recompensa. De hecho, el versículo 13 sugiere aparentemente en parte en qué consistirá esa
recompensa: Porque los que ejerzan bien el diaconado, ganan para sí un grado honroso,
y mucha confianza en la fe que es en Cristo Jesús. Aquí no se promete que el diácono con
estas cualidades de seguro será ascendido a un oficio más alto. Tal interpretación caería por
tierra ante los principios que con tanta dificultad el apóstol ha tratado de establecer. Tampoco
significa que la fidelidad en estos detalles le acumulará méritos delante de Dios. El único
significado posible es que por ello ganará reputación de ser hombre bueno y fiel. Simpson
resume la enseñanza diciendo: “La influencia es un resultado secundario del carácter, y el
apóstol había estado pensando en los elementos que contribuyen a una hombría sólida basada
en la piedad.”9 Dijo el sabio: “De más estima es el buen nombre que las muchas riquezas, y

9
Op. cit., p. 57.
la buena fama más que la plata y el oro” (Pr. 22:1). Por tanto, no es una recompensa
insignificante que se diga de quien se ha propuesto a cualquier costo serle fiel a Cristo, lo
que se dijo de Bernabé: “Era varón bueno” (Hch. 11:24). La confianza en la fe (13) se
interpreta como “mayor confianza” con la que los diáconos “podrán hablar de su fe en Cristo
Jesús” (VP.).

Sección V Pablo Define la Iglesia


1 Timoteo 3:14–16

Este pasaje constituye el punto divisorio de la epístola, y forma un puente de transició n


de las enseñanzas del apóstol sobre la adoración pública y los requisitos para la obra del
ministerio, a las instrucciones y exhortaciones prácticas que siguen. Pero el pasaje en sí es de
profundo significado. San Pablo revela su esperanza de reunirse pronto con Timoteo, si no
en Efeso, de seguro en Mileto. Mas por si acaso no le era posible realizar sus planes, escribió
una epístola para estar seguro de que el joven recibiera sus instrucciones. Esto te escribo,
aunque tengo la esperanza de ir pronto a verte, para que si tardo, sepas cómo debes
conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de
la verdad (14–15).
Resulta difícil creer que al apóstol sólo le interesaba tratar aquí lo que generalme nte
conocemos como “portarse bien en la iglesia”. Aparentemente el contexto sugiere que más
bien pensaba en la seriedad y gravedad de la continua obra de la iglesia en todas sus fases. A
Pablo le interesaba el tipo de personas que serían ministros y líderes de la iglesia. Es de
importancia particular que los ministros de la iglesia sean hombres que conocen, aman y
reverencian profundamente los misterios de nuestra santa fe. La iglesia nació para preservar,
interpretar y perpetuar estos misterios. Por ello San Pablo ofrece una aguda definición triple
de la iglesia: la casa (familia) de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y
baluarte de la verdad. A quienes amamos la iglesia nos haría mucho bien meditar en esta
definición, descubrir su validez continua y preguntamos qué demanda de nosotros en el
presente.

A. LA FAMILIA DE DIOS, 3:14–15


La idea de la familia se implica en la frase la casa (familia) de Dios (15). La iglesia es la
familia de Dios. Los creyentes se convierten en hijos de Dios y por ello en “herederos de
Dios y coherederos con Cristo” (Ro. 8:17). El Nuevo Testamento emplea las metáforas del
nacimiento y la adopción para describir el milagro de la experiencia cristiana (Jn. 3:3; Gá.
4:5). La idea de una familia sugiere, además, que esta nueva relación con Dios a través de
Cristo, aun cuando es individual, también es colectiva. La iglesia es la sociedad de los
redimidos; la familia de Dios se compone de quienes han nacido dos veces y viven en
compañerismo cristiano.
San Pablo le llama a este compañerismo singular la iglesia del Dios viviente. El término
iglesia tiene muchos significados, todos ellos de importancia. Pero en su significado básico
incluye a todos aquellos que han oído y respondido a la divina vocación, a los “llamados de
Dios”. En este sentido se compone de todos los creyentes, de la iglesia tanto militante como
triunfante: todos los que corremos la carrera en el presente y la nube de testigos triunfa ntes
que nos rodea (He. 12:1). Es la iglesia del Dios viviente, y la presencia vivificante de Dios
le da vida al todo.
Finalmente el apóstol describe la iglesia como columna y baluarte (“soporte”, NVI) de
la verdad. ¿A qué se refiere San Pablo con la verdad? Seguramente se refiere al hecho de
que “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores”. Pero sin duda el apóstol
pensaba en especial en “el misterio de la piedad” que define en el versículo 16: “E
indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne,
justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo,
recibido arriba en gloria.”

B. EL MISTERIO DE LA PIEDAD, 3:16


La expresión misterio de la piedad (16) aparece sólo aquí en los escritos de San Pablo,
aun cuando él usa con mucha frecuencia la palabra “misterio”. ¿Por qué usa el apóstol esta
frase particular? Guthrie sugiere que “la respuesta puede encontrarse en la comparación
implicada entre la piedad práctica que impuso anteriormente sobre los oficiales de la iglesia
y el carácter interno de su secreto revelado descrito aquí”. 1
El versículo 16 sugiere lo que contiene este misterio de la piedad. Aquí, como en otras
ocasiones, el apóstol emplea lo que parece ser un fragmento de un himno cristiano primitivo
que, a su manera, bosqueja el drama de la pasión de Cristo. Barrett lo ha analizado en seis
proposiciones tersas que, juntas, componen la maravilla de la redención. El dice: “En general
parece sabio reconocer cierta progresión cronológica en el himno (si acaso lo es), y suponer
que se refiere a (1) la encamación, (2) la resurrección, (3) la ascensión, (4) la predicación del
evangelio, (5) la respuesta al mismo, y (6) la victoria final de Cristo.”2 La frase justificado
en el Espíritu se traduce más bien como “vindicado en el Espíritu” (BA.), es decir, resucitado
por el poder del Espíritu.
Este es, entonces, el misterio de la piedad, o como lo traducen otras versiones más
recientes, “el misterio de nuestra religión”. Es este mensaje del cual la iglesia, colectivame nte
y cada creyente en particular, constituye la “columna y baluarte”. Como creyentes
individuales, nuestro testimonio máximo a esta verdad debe ser la forma en que vivimos —
una vida transformada por el poder de Cristo. La recuperación de este testimonio claro por
parte de la iglesia constituye la más urgente necesidad de nuestros tiempos. La receta de
Lancelot Andrewes para la iglesia de su día bien puede ser adoptada como la meta de la lucha

NVI Nueva Versión Internacional


1
The Pastoral Epistles, p. 89.
2
Op. cit., p. 66.

BA. Biblia de las Américas


de la iglesia de hoy: “La restauración de las cosas que faltan; el fortalecimiento de las cosas
que restan.”

Sección VI Amenazas Contra la Integridad de la Iglesia


1 Timoteo 4:1–16

A. EL PELIGRO DEL ASCETISMO EXTREMO, 4:1–5


1. Surgirán falsas enseñanzas (4:1–2)
El apóstol enfoca su atención ahora sobre las falsas enseñanzas que plagaban la iglesia
de Efeso, dificultad a la cual alude en el capítulo 1. El error se opone siempre a la verdad del
evangelio, conflicto para el cual Dios siempre ha procurado preparar a su iglesia. Pero el
Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe (1).
San Pablo se refiere aquí al Espíritu Santo, el Espíritu de profecía. Es imposible determinar
a cuál profecía en particular se refiere el escritor. El apóstol mismo en ocasiones fue
impulsado por el Espíritu a profetizar. Una de las numerosas ocasiones de tal inspiración se
relacionó con esa iglesia de Efeso, donde Timoteo ministraba: “Porque yo sé que después de
mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de
vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los
discípulos” (Hch. 20:29–30). Ese acontecimiento, claramente previsto unos años antes,
estaba por ocurrir; en realidad, ya había comenzado. Guthrie sugiere que “la frase ‘en los
postreros tiempos’ sugiere un futuro más inminente que la frase ‘en los postreros días’ (usada
en 2 Ti. 3:1)… En realidad, como sucede con frecuencia en manifestaciones proféticas, lo
que se predice del futuro se concibe como que ya está operando en el presente, por lo que las
palabras tienen un significado contemporáneo específico”.1
No sólo mañana, sino que ya desde hoy esta levadura de error está operando. Algunos ya
han apostatado de la fe, seducidos por las “estratagemas de Satanás y sus aliados” (Kelly). A
tales fuerzas preternaturales el apóstol las describe como “principados… potestades…
gobernadores de las tinieblas de este mundo… huestes espirituales de maldad en las regiones
celestes” (Ef. 6:12). La palabra traducida como espíritus engañadores en realidad signif ica
un “charlatán ambulante” o “vagabundo” (Simpson), lo cual sugiere su poder para seducir y
engañar. Tales malos espíritus, a la vez, emplean a sus víctimas como agentes de sus nefastos
propósitos. El apóstol se refiere a estos agentes del error al mencionar la hipocresía de
mentirosos que, teniendo cauterizada la conciencia (2). El término hipocresía sugiere un
esfuerzo consciente y deliberado de engañar, un conocimiento moral de que por las
enseñanzas que propagan son mentirosos. Mas están tan ciegos por su incredulidad y tan
endurecidos de corazón que su conciencia ya no tiene la capacidad de llevar a cabo su tarea
designada. Está cauterizada (transliteración del griego que significa conciencias que “se han

1
The Pastoral Epistles., pp. 91–92.
endurecido como marcadas de infamia con un hierro ardiente”, [NVI]). En Efesios 4:19 el
apóstol dice que quienes están en tal condición moral ya “perdieron toda sensibilidad”.

2. Ascetismo sin significado (4:3–5)


Ahora San Pablo define dos detalles de la enseñanza contra la que está advirtie ndo :
Prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de alimentos que Dios creó para que con
acción de gracias participasen de ellos los creyentes y los que han conocido la verdad
(3). Esta prohibición del matrimonio y de ciertos alimentos apunta hacia un tipo primitivo de
gnosticismo como el error que se había establecido en la iglesia de Efeso. El impulso
principal del gnosticismo para lograr un lugar de influencia en la iglesia primitiva no ocurrió
sino hasta el siglo II. Pero una forma incipiente de esta herejía, más bien de carácter judío, ya
había cobrado dimensiones amenazantes. Todas las formas de gnosticismo tenían en común
la idea de un dualismo fundamental entre la materia y el espíritu. Para ellos, todo lo que
pertenecía al cuerpo era malo intrínsecamente. Estos maestros mal dirigidos abogaban por
un ascetismo estricto y esencialmente falso que demandaba que sus adeptos evitaran el
matrimonio y se abstuvieran de ingerir ciertos alimentos.
San Pablo condena la primera de estas enseñanzas, pero como Kelly señala, “no las refuta
con argumentos. Probablemente se explique esa actitud por el hecho de que ya había aclarado
sus puntos de vista sobre la naturalidad y lo apropiado del matrimonio en su tratado sobre los
requisitos de quienes sostenían algún oficio en la iglesia”. 2 Es verdad que el apóstol prefería
el celibato por sobre el matrimonio para sí mismo, y al escribir a los corintios (1 Co. 7)
sugiere que otros creyentes harían bien en seguir su ejemplo. Pero la razón de su proceder
distaba mucho de los erróneos puntos de vista que estaba atacando en Efeso. En 1 Corintios
7:26 hace alusión a la “necesidad que apremia”, y en el versículo 29 les recuerda a sus lectores
“que el tiempo es corto”. Estos dos pasajes parecen hacer alusión a la esperanza de San Pablo
de que Cristo retornará pronto. Ante la realidad de que “la apariencia de este mundo se pasa”
(1 Co. 7:31), muchas cosas que en sí mismas son buenas y apropiadas pasan a ser de menor
importancia, como los temas del celibato y el matrimonio. Pero no podía tolerar la
prohibición del matrimonio por la razón equivocada, como en el caso de Efeso.
Respecto a la segunda enseñanza falsa —abstenerse de ciertos alimentos— el apóstol
presenta en su contra un argumento bien razonado. Porque todo lo que Dios creó es bueno,
y nada es de desecharse, si se toma con acción de gracias (4). San Pablo sostiene aquí su
posición de libertad de las prohibiciones establecidas por el ritual de los judíos. Tales
prohibiciones habían sido abrogadas claramente en la visión que San Pedro experimentó en
la azotea de una casa en Jope (Hch. 10:9–16). El único requisito que San Pablo estableció
respecto al don de Dios de alimentos nutritivos consistía en que debía recibirse con acción
de gracias. Y se sugiere también la forma en que se debía expresar tal acción de gracias:
Porque por la palabra de Dios y por la oración es santificado (“sagrado”, NVI) (5). Es
evidente que la iglesia, desde tiempos primitivos, observaba la costumbre de ofrecer la
oración de gratitud por los alimentos. En realidad parece que, además de una oración de

NVI Nueva Versión Internacional


2
Op. cit., p. 95.

NVI Nueva Versión Internacional


acción de gracias, los primeros creyentes acostumbraban citar ciertos pasajes de la Biblia en
sus expresiones de gratitud a Dios. El creyente tiene la obligación mínima de ofrecer una
oración de acción de gracias antes de participar de los alimentos, sin importar cuán escasa
sea la ración de que participa. Y ninguna oración de acción de gracias es más acertada que la
ofrecida por Juan Wesley y sus predicadores:
Ven a esta mesa, Señor;
Recibe aquí y doquier nuestro loor;
Bendícenos, y concédenos que en tu gloria
Contigo demos un grito de victoria.

B. LA ESTATURA DE UN BUEN MINISTRO DE CRISTO, 4:6–10


1. Un buen ministro (4:6)
Ahora el apóstol se dirige personalmente a Timoteo y define su área de responsabilidad
como pastor: Si esto enseñas a los hermanos, serás buen ministro de Jesucristo, nutrido
con las palabras de la fe y de la buena doctrina que has seguido. San Pablo sabía muy
bien que la respuesta al error no debía consistir en una simple denuncia negativa, que se podía
refutar mejor con la proclamación positiva de la verdad cristiana. Por tanto, se les debían
enseñar a los hermanos las instrucciones del apóstol. La frase si esto enseñas a los hermanos
se ha traducido como “aconsejando estas cosas a los hermanos” (VL.). Esto o estas cosas se
refieren a las enseñanzas de los versículos 4–5 y 7–10. Los hermanos quizá eran los líderes
de la iglesia de Efeso o los feligreses responsables en lo espiritual de esa iglesia como un
todo. El apóstol no está tratando de hacer coerción sobre el pensamiento de ellos, sino que
pone su confianza en el carácter convincente de la respuesta cristiana a los errores
amenazantes.
El buen ministro de Jesucristo tiene el deber de presentar todas estas enseñanzas a la
iglesia. La palabra traducida como ministro (diakonos) es la misma que se traduce como
“diácono” en 3:8, aunque su significado preciso es “siervo” o “ministro”. Esta palabra estaba
“en proceso de convertirse en especializada”, aun cuando su significado más general se usa
con mayor frecuencia en el Nuevo Testamento que su significado especializado. 3
En una descripción subsecuente del buen ministro, en la cual esperaba que Timoteo
encajara, San Pablo añade la cláusula final de este versículo: “Nutrido continuamente de las
verdades de la fe y de las excelentes enseñanzas que has seguido” (NVI). La riqueza de la
herencia cristiana de Timoteo se sugiere en mayor detalle en 2 Timoteo 1:5: “A menudo
evoco el recuerdo de tu fe sincera, fe que arraigó primero en tu abuela Loida y en tu madre
Eunice, y ahora también en ti, como estoy persuadido de que así es” (NVI). Además, el joven
pastor contaba con la incomparable instrucción en las cosas espirituales recibida a los pies
de San Pablo. Además de estas influencias cristianas Timoteo también había pasado por
momentos decisivos en su experiencia interna, algunos “Ebenezeres” (1 S. 7:10–12) erigidos
como memoriales de la gracia transformadora de Dios en su vida. La fe puede heredarse en
3
Kelly, op. cit., p. 68.

NVI Nueva Versión Internacional

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cierto sentido; pero también debe convertirse en realidad genuina y articulada en la
experiencia propia si ha de poder sostenernos en medio de las presiones de la vida.
No nos basta con clamar, como lo hicieron los judíos en días de Juan el Bautista:
“Tenemos a Abraham por padre.” Por supuesto, somos hijos de nuestros padres; pero las
cualidades de vida y carácter que hicieron de estos padres hombres poderosos no pueden
trasmitirse de padres a hijos. Cada generación debe alcanzar y cultivar, por una experiencia
vital de la gracia de Dios, las cualidades que hicieron de nuestros padres hombres santos, que
amaban a Dios y la verdad, y que bajo Dios pudieron convertirse en fundadores y
edificadores.

2. Ejerce buen juicio (4:7–8)


Desecha las fábulas profanas y de viejas. Ejercítate para la piedad (7). El apóstol no
vacila al considerar las falsas enseñanzas de Efeso como despreciables. La frase fábulas…
de viejas se ha convertido en expresión tradicional con la que se describe el tipo de
supersticiones que caracterizaba a estos errores. La NVI los traduce como “mitos profanos”.
San Pablo aclara que tales mitos son profanos (“mundanos y tontos”, VP.). Desecha las
fábulas, dice el apóstol, y ejercítate para la piedad. Es decir, como traduce la paráfrasis la
Biblia al Día: “Emplea el tiempo y las energías en la tarea de ejercitarte espiritualmente.” El
pensamiento del apóstol pasa inmediatamente a contrastar la disciplina del cuerpo con la del
alma: porque el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo
aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera (8).
No se justifica la suposición de que aquí San Pablo rechaza la idea del bienestar corporal.
Por el contrario, de acuerdo con la evidencia, aparentemente el culto a la buena condición
física que prevalecía en el mundo helénico de aquellos años le desafió y despertó su interés
en un grado considerable. El apóstol alude a los deportes de ese siglo I con toda libertad al
tratar de establecer la necesidad de una vida espiritual disciplinada. Pero en su escala de
valores Pablo no le daba prioridad máxima al cultivo de la condición física como fin principal
del hombre. Se necesita un cuerpo vigoroso y saludable si se desea servir a Cristo con
efectividad —aunque algunas personas que han luchado sin cesar en su vida contra una salud
deficiente han logrado resultados maravillosos. La mayor preocupación en la vida debe ser
la salud del espíritu; y aquí la piedad es el factor de suma importancia. Al describir el valor
de la piedad, San Pablo produjo una gema de expresión retórica que le ha dado fama
justificada a sus escritos: pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera. No
hay mejor descripción del valor, en el tiempo y en la eternidad, del compañerismo con Dios
a través de Cristo. Aquí reside el único valor del que puede uno aprovecharse en este mundo
y en el venidero.

3. Sana enseñanza (4:9–10)


Palabra fiel es esta, y digna de ser recibida por todos (9). De nuevo aquí encontramos
la fórmula que emplea San Pablo para subrayar o recalcar una verdad, idéntica a la de 1:15.
Pero los eruditos no pueden decidir con certeza si el apóstol subraya el versículo 8 que lo
precede, o el 10 que lo sigue. La Versión Popular se inclina por la primera alternativa,

NVI Nueva Versión Internacional


mientras que la Nueva Versión Internacional por la segunda. Pero cualquiera de las dos
referencias es importante y bien merece la atención que recibe.
Que por esto mismo trabajamos y sufrimos oprobios, porque esperamos en el Dios
viviente, que es el Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen (10).
San Pablo continúa aquí la metáfora del versículo 8 con su enseñanza sobre la vida
disciplinada. Pero su pensamiento ha cambiado ahora al precio que ha sido llamado a pagar
por serle fiel a Dios: trabajamos y sufrimos oprobios. Mas en medio de todas las presiones
de su obra apostólica es sostenido porque esperamos en el Dios viviente.
La sección final del versículo 10 presenta algunas dificultades. La frase el Salvador de
todos los hombres sugiere superficialmente algún tipo de universalismo. ¿Pero de cuál tipo?
Barrett sugiere que, “debido a que Dios vive y es la fuente de vida, es el Salvador… de todos
los hombres, a quienes les preserva la vida, haciendo que el sol salga y llueva sobre justos e
injustos”.4 Si se entienden de esta manera, las palabras finales del versículo se aclaran:
mayormente de los que creen. Todos los hombres reciben la misericordia general de Dios,
y la mayoría de ellos no tienen ningún sentido de gratitud por ella. Pero la misericordia
salvadora de Dios la reciben sólo quienes después de ser despertados ofrecen una respuesta
total en rendición y fe en Cristo.

C. EL MINISTRO COMO EJEMPLO, 4:11–16


1. San Pablo exhorta a Timoteo (4:11–13)
En el párrafo final del capítulo 4 el apóstol se dirige a Timoteo en forma más directa y
personal. Esto manda y enseña (11). La palabra manda tiene “ciertos tonos militares”, y debe
haber impactado al joven pastor con fuerza autoritaria. Toda la evidencia señala hacia la
conclusión de que Timoteo era retraído y tímido, que necesitaba fortalecimiento constante de
su confianza en sí mismo. La mayor parte de este párrafo sugiere tal evaluación. Necesitaba
oír del apóstol estas palabras de autoridad para que le dieran seguridad renovada. Se implica
claramente que los ministros cristianos tienen la responsabilidad de predicar con autoridad
bien entendida. No tanto “como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado”, para
usar una expresión apropiada de San Pedro (1 P. 5:3). Es más bien una autoridad espiritua l
derivada de su diario caminar en comunión estrecha con Cristo, así como un ministerio de
predicación y enseñanza con las evidentes características de la unción del Espíritu Santo. La
recuperación de esta cualidad espiritual peculiar llamada unción constituye una de las
necesidades más apremiantes del ministerio de la iglesia de hoy.
Respecto a la frase: Ninguno tenga en poco tu juventud (12), Simpson subraya que
“ninguna otra máxima griega era más conocida que la de que los jóvenes se sujetaran a los
de mayor edad”.5 Probablemente entre los líderes o ancianos de la iglesia de Efeso alguno s
eran de mayor edad que Timoteo. Así que él fácilmente podía sentirse inferior en el desarrollo
de sus funciones como pastor ante tal situación. La juventud, por supuesto, es un término
relativo. N. J. D. White observa que “la edad de 40 años se considera como demasiado vieja
para llegar a capitán del ejército, joven para recibir la investidura de obispo, y muy joven

4
Op. cit., p. 70.
5
Op. cit., p. 70.
para llegar a ser primer ministro”. 6 Probablemente Timoteo tenía menos de 40 años de edad
y, según las normas del mundo helénico del siglo I, era muy joven. “No permitas que nadie
te menosprecie por ser joven”, exhorta San Pablo, “mas compórtate de manera que te ganes
el amor, el respeto y la confianza de tu pueblo”.
En la iglesia del mundo moderno se considera la juventud como una ventaja y no tanto
como un riesgo o estorbo. Por supuesto, si la juventud constituye la única ventaja
sobresaliente de un hombre, probablemente experimente una carrera muy breve. Pero en
nuestros días los menospreciados son más bien los de mayor edad que los jóvenes. Cuando
una iglesia busca un pastor y automáticamente elimina de su lista de candidatos a personas
que tienen más de 50 años de edad, se ha acercado peligrosamente a la actitud de
menospreciar la madurez. En nuestros días esta actitud hacia los hombres maduros es más
deplorable de lo que era el menosprecio de la juventud, contra la cual San Pablo amonesta en
este pasaje.
El apóstol sugiere un remedio: sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor,
espíritu, fe y pureza. Por medio de una conducta reverente y de semejanza a Cristo, el pastor
que no posee “diez talentos” puede servir con efectividad, de tal manera que se sobreponga
a muchas faltas u obstáculos que de otro modo producirían un efecto obstaculizante en su
ministerio.
Algunas versiones incluyen seis áreas en las que Timoteo debía ser ejemplo (como la R-
V. 1909, y la R-V. 1977). Pero en realidad son cinco, ya que la palabra espíritu no aparece
en los manuscritos más antiguos y fidedignos. Las primeras dos se relacionan con la vida
pública y el ministerio de Timoteo. Pero las otras tres son cualidades internas. “Amor”
traduce el término agape, el cual denota amor como el de Dios. La fe tiene el sentido de
fidelidad o lealtad. Pureza no sólo significa castidad, sino que también sugiere sinceridad e
irreprensibilidad.
Entre tanto que voy, ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza (13). La
expresión Entre tanto que voy le recuerda a Timoteo el propósito expreso de San Pablo de
visitarle pronto (3:14). Mientras tanto, el joven es exhortado: “Aplícate a la lectura pública
de la escritura, a la exhortación, a la enseñanza” (VL.). Esta exhortación nos recuerda que el
Antiguo Testamento en su traducción griega (la Septuaginta) era la Biblia de la iglesia
primitiva. Los cultos de la iglesia cristiana primitiva seguían el orden del culto de la sinagoga,
por lo menos en lo concerniente a la lectura de las Escrituras del Antiguo Testamento como
parte de la adoración a Dios. Kelly observa que “esta es, de hecho, la referencia más antigua
al uso de las Escrituras en la liturgia de la iglesia”. 7 Esta sería más y más aumentada por la
lectura de documentos cristianos como las cartas de San Pablo y de otros apóstoles.
Probablemente las iglesias ya comenzaban a formar sus propias bibliotecas con tales
documentos y a venerarlos como escritos inspirados por el Espíritu Santo. La exhortación
es un comentario y proclamación de la Palabra de Dios, como la predicación. La enseñanza
sugiere la instrucción catequística en la verdad cristiana. Esta era de particular importanc ia
para los recién convertidos, aunque es esencial para todos los creyentes cualquiera que sea
su grado de madurez en la fe.

6
“The First and Second Epistles to Timothy,” The Expositor’s Greek Testament (Grand Rapids: Wm.
B. Eerdmans Publishing Co., s.f.), IV, 126.
7
Op. cit., p. 105.
2. Cultiva los dones de Dios (4:14–16)
No descuides el don que hay en ti, que te fue dado mediante profecía con la
imposición de las manos del presbiterio (14). El apóstol reconoce en este pasaje que aquello
que puede ser llamado la preparación carismática para el ministerio es de suma importanc ia.
Sugiere que Timoteo había recibido este don mediante profecía, lo cual es una repetición de
su punto presentado en 1:18. El llamado de Dios a quienes se ocuparán en la obra del
ministerio es la consideración previa y principal. El Espíritu Santo debe impulsar a un hombre
a escoger esta santa vocación. Junto con su llamamiento Dios concede las cualidades de
“gracia, dones y utilidad”. Quizá haya casos excepcionales en los que algunas de estas
cualidades no sean evidentes, aun cuando para Dios sí existen; pero la regla consiste en lo
que ya se ha declarado. Esto significa que el hombre tiene mucho más que un simple “don
de expresión”, es más que un “extroverto consumado” o va más allá de “llevarse bien con la
gente”, o bien es más que “líder nato”. Algunas de estas cualidades suplementan muy bien la
capacitación espiritual esencial, pero ninguna la substituye.
Lo que es más, sería un error suponer que incluso la ordenación eclesiástica puede suplir
esta mística cualidad cuando no se cuenta con ella. El significado de la ordenación
eclesiástica y su relación con la actividad previa del Espíritu se establece claramente en
Hechos 13:2–3. Refiriéndose a la iglesia de Antioquía de Siria, San Lucas relata que “dijo el
Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado. Entonces,
habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron”. El simple “contacto
digital”, como alguien la ha llamado, o la imposición de las manos de los presbíteros, no tiene
ningún significado si no ha sido precedida por esta obra previa del Espíritu Santo. El
vocabulario de San Pablo indica con claridad que, respecto a la ordenación de Timoteo, la
acción del presbiterio (los ancianos) constituía el reconocimiento y la confirmación de la
obra previa del Espíritu.
Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas, para que tu aprovechamiento sea
manifiesto a todos (15). La palabra ocúpate se refiere a la práctica de estas cosas con una
diligencia comparable a la que demuestran los atletas bajo entrenamiento para una carrera.
“Pon interés en estas cosas; entrégate de lleno a ellas” (NVI). La práctica de los
procedimientos pastorales que recomienda el apóstol en este capítulo debe constituir la
preocupación principal de todo verdadero ministro de Cristo. No hay lugar para indecisio nes
ni devoción restringida. La frase para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos se
traduce como “de suerte que tu progreso sea patente a todos” (NTE).
Asuntos eternos están de por medio en la forma en que un ministro descarga estas
responsabilidades —tanto para la salvación de su alma como para la de aquellos a quienes
ministra. Por tanto, San Pablo exhorta: Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste
en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren (16). Para un
ministro del evangelio este es uno de los versículos de más solemnidad en el Nuevo
Testamento. Es posible que un hombre se llegue a interesar en forma desordenada por su
propio éxito en el ministerio. Si mide su éxito por el grado de preferencia de que disfruta, o
por su promoción a mayores responsabilidades con sus altos salarios, quizá al final no se
pueda salvar a sí mismo. San Pablo confiesa que ese temor invadía su corazón al escribir:

NVI Nueva Versión Internacional

NTE Nuevo Testamento Ecuménico


“Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros,
yo mismo venga a ser eliminado” (1 Co. 9:27). No olvidemos que, en nuestros esfuerzos por
realizar la obra de la iglesia de Cristo, la salvación de nuestra alma está de por medio, ni de
que debemos tener cuidado de nosotros mismos, así como de nuestra enseñanza y minister io.

Sección VII Administración de la Iglesia


1 Timoteo 5:1–25

A. LOS JÓVENES DEBEN RESPETAR A LOS MAYORES, 5:1–2


Principiando con el capítulo 5 San Pablo comienza una sección de instrucciones más
específicas dirigidas en particular a Timoteo como líder de toda la iglesia de Efeso. En
especial el apóstol se interesaba en que Timoteo estableciera una relación feliz y sin reproche
con personas de todas las edades bajo su responsabilidad. No reprendas al anciano, sino
exhórtale como a padre (1). La iglesia de aquel entonces, como la de hoy, se componía de
hombres y mujeres, tanto jóvenes como de mayor edad. El éxito del ministerio de Timoteo y
el bienestar de la iglesia descansaban en gran parte sobre la habilidad que demostrara para
tratar con esas personas. Esta habilidad era de importancia particular para un joven pastor
como Timoteo cuando surgían problemas relacionados con los miembros de mayor edad de
la congregación. La exhortación No reprendas al anciano no se refería a un ministro
ordenado de la iglesia, “ni a los ‘ancianos’ en el sentido eclesiástico, sino a los hombres de
mayor edad de la comunidad cristiana”. 1
Ningún ministro ordenado tiene el derecho de invocar estas palabras de San Pablo para
evadir una censura apropiada por alguna falta de su parte. Las instrucciones fueron dadas por
el apóstol con el único propósito de dirigir a un joven en su trato con personas mayores que
él. La palabra reprendas es más fuerte de lo que sugiere esta traducción. El Nuevo
Testamento Ecuménico dice: “Con el anciano no seas duro.” No se sugiere aquí que la
corrección y la disciplina no deben formar parte de la obra de un pastor. Más bien recalca la
importancia del tacto al tratar casos en los que se requiere corrección y enmienda. Nadie más
ha demostrado esta cualidad esencial con mayor esplendor que San Pablo mismo. Por
ejemplo, en esa gema perfecta que es la carta a Filemón, suplicando misericordia y perdón
para Onésimo, Pablo escribió: “Por eso, aunque como apóstol de Cristo tengo derecho a
ordenarte lo que debes hacer, prefiero rogártelo en nombre del amor” (Flm. 8–9, VP.). El
consejo que San Pablo le da a Timoteo lo respalda con su propia práctica. En lugar de
reprender a un anciano, le suplica: “dirígete a él como a un padre” (NTE).
El mismo verbo traducido como exhórtale o “suplícale”, regula las otras tres cláusulas
de los versículos 1 y 2: a los más jóvenes, como a hermanos; a las ancianas, como a

1
Scott, op. cit., p. 55.

NTE Nuevo Testamento Ecuménico


madres; a las jovencitas, como a hermanas, con toda pureza. La analogía de la familia
está presente incuestionablemente en el pensamiento del apóstol al definir estas relaciones
sociales tan delicadas. La iglesia es la familia de Dios, por lo cual el amor que los une en su
comunión es como el de padres e hijos, de hermanos y hermanas. Si todos los miembros de
la iglesia de Cristo pudieran recordar y ejemplificar ese tipo de relación, terminarían los
malentendidos y las contiendas que con frecuencia hacen pedazos la iglesia.
Al referirse a la relación de Timoteo con las jovencitas, el apóstol agrega la frase
significativa con toda pureza. Scott observa apropiadamente que “la más delicada de todas
las relaciones en la que… [Timoteo] había sido puesto, como consejero espiritual, se resume
en forma exquisita en una sola palabra, la cual lo dice todo”. 2 ¡Cuántos hombres a través de
los siglos han terminado su ministerio en vergüenza y remordimiento por no haber prestado
atención a esta palabra!

B. RESPONSABILDAD HACIA LAS VIUDAS NECESITADAS, 5:3–16


Estos versículos sugieren un serio problema que la iglesia se vio obligada a confrontar en
sus primeros siglos: la situación de las viudas en el mundo antiguo. Desde muy temprano en
la historia de la iglesia había surgido este problema en Jerusalén. Hechos 6:1 relata que “en
aquellos días, como creciera el número de los discípulos, hubo murmuración de los griegos
contra los hebreos, de que las viudas de aquéllos eran desatendidas en la distribución diaria”.
La situación de las viudas era particularmente patética porque existían muy pocas
oportunidades económicas para ellas en el mundo romano. Como dice Holmes Rolston: “Una
viuda tenía muy pocas probabilidades de pertenecer a la fuerza laboral para ganarse la vida.” 3
Era evidente que la iglesia de Efeso confrontaba este problema, por lo que San Pablo trata
aquí de ofrecerle a Timoteo instrucciones para enfrentarse a la situación. Parry señala que
esta porción sobre las viudas “se divide naturalmente en dos secciones: (1) 3–8; (2) 9–16. En
la primera toca el tema de la ayuda para las viudas que la necesitan; y el objetivo consiste en
insistir sobre el deber privado de las relaciones, y el carácter personal de la viuda, asuntos
que debían ser considerados antes de que la iglesia ofreciera ayuda. En la segunda sección se
considera a las viudas en su relación de trabajo dentro de la iglesia para ciertos propósitos.
Era necesario mantener una lista de las viudas, y se incluyen reglas para formar tal lista. Las
viudas serían sostenidas por la iglesia, a menos que se pudieran sostener de alguna otra
manera, con lo cual liberarían a la iglesia de esa responsabilidad”. 4

1. Deberes de la iglesia para con las viudas (5:3–8)


Honra a las viudas que en verdad lo son (3). Con la frase viudas que en verdad lo son
el apóstol se refiere a las “que están completamente solas” (NVI). Es decir, a quienes no sólo

2
Op. cit., p. 56.
3
1–2 Thessalonians, 1–2 Timothy, Titus, Philemon (“The Layman’s Bible Commentary”, ed., B. H.
Kelly, et al., Richmond: John Knox Press, 1963), p. 86.
4
The Pastoral Epistles (Londres: Cambridge University Press, 1920), p. 29.

NVI Nueva Versión Internacional


les falta el esposo, sino también hijos, nietos, u otros parientes que podrían sostenerlas. A
tales viudas se les “debe cuidar con esmero” (BD.). Wesley estaba en lo correcto al interpretar
cándidamente la palabra honra con el significado de “mantenerse de los fondos públicos”. 5
San Pablo se interesaba profundamente en que recibieran la ayuda apropiada quienes en
verdad sufrían necesidad y merecían la ayuda de la iglesia. Es interesante observar una
situación en la que la iglesia repartía sus propios fondos con fines caritativos. Antes, la
responsabilidad de tal distribución había recaído principalmente sobre el estado o diversas
agencias de ayuda, como en la actualidad.
De igual manera el apóstol estaba preocupado de que los familiares avaros de una viuda
necesitada no le impusieran a la iglesia la responsabilidad de sostenerla cuando ellos la
podían asumir. Contra tales casos San Pablo dice: Pero si alguna viuda tiene hijos, o nietos,
aprendan éstos primero a ser piadosos para con su propia familia, y a recompensar a
sus padres; porque esto es lo bueno y agradable delante de Dios (4). He aquí una norma
de responsabilidad familiar que en nuestros días se viola más de lo que se cumple. En
realidad, ¡con frecuencia observamos el triste espectáculo de padres y abuelos ancianos que
son obligados a vivir de la ayuda pública mientras que los hijos y los nietos emplean su dinero
en sus propios fines egoístas! Aparentemente el interés principal de muchos padres consiste
en proveer lo mejor para sus hijos, pero no piensan en las privaciones de sus padres ancianos.
Las personas que son principalmente responsables de ofrecer tal cuidado, dice San Pablo,
son los miembros de la familia de la viuda. Cuando hayan agotado esos recursos, entonces y
sólo entonces, tiene la iglesia la responsabilidad de sostener a tales viudas.
El apóstol reconoce que hay diferencias cualitativas entre una viuda y otra, las cuales
influyen también sobre la responsabilidad de la iglesia. Mas la que en verdad es viuda y ha
quedado sola (totalmente sola en el mundo), espera en Dios, y es diligente en súplicas y
oraciones noche y día (5). Aquí se describe a esa mujer que, por ser viuda y estar sola,
además de ser consistente y genuinamente devota a Cristo y a su iglesia, merece toda la
consideración que la iglesia pueda ofrecerle. Mas el apóstol reconoce que no todas las viudas
lo merecen. Está consciente de que algunas viudas de la iglesia, lejos de cifrar su esperanza
en Cristo, son egoístas y hasta sensuales en sus actitudes y conducta. Respecto a tales
personas dice: Pero la que se entrega a los placeres (“placeres disolutos”, BA.), viviendo
está muerta (6). Con ello implica que la iglesia no tiene la obligación de asumir el
sostenimiento de cualquier viuda mundana.
Estas son, pues, las normas que Timoteo debía seguir para determinar la regla de la iglesia
sobre la administración de benevolencia. Manda (“ordena”, BA.) también estas cosas, para
que sean irreprensibles (7). El verbo sean obviamente se refiere a las viudas sostenidas por
la iglesia. Es importante que el sostenimiento ofrecido por la iglesia se reserve para quienes
verdaderamente lo necesitan.
Antes de hacer a un lado el tema de la responsabilidad familiar, San Pablo añade una
observación subsecuente con el propósito de señalar a quienes descuidan este deber
fundamental. Porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su
casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo (8). El apóstol no está equiparando tal

5
Op. cit., p. 780.

BA. Biblia de las Américas

BA. Biblia de las Américas


conducta con la infidelidad, por reprensible que ésta sea. Aparentemente Pablo emplea estas
palabras “porque incluso los paganos, que no conocen los mandamientos o la ley de Cristo,
reconocen y observan las obligaciones de los hijos para con los padres”. 6

2. Deberes de las viudas para con la iglesia (5:9–16)


Entonces el apóstol pasa a una fase del tema de la relación de las viudas para con la iglesia
respecto a la cual casi no tenemos información: Sea puesta en la lista sólo la viuda no
menor de sesenta años, que haya sido esposa de un solo marido, que tenga testimonio
de buenas obras; si ha criado hijos; si ha practicado la hospitalidad; si ha lavado los
pies de los santos; si ha socorrido a los afligidos; si ha practicado toda buena obra (9–
10). La expresión sea puesta en la lista se traduce como “grupo de viudas” en el Nuevo
Testamento Ecuménico, y como “cuerpo especial de obreros de la iglesia” en la paráfrasis la
Biblia al Día. Aparentemente implica algo más que una simple “lista de beneficencia”, aun
cuando los eruditos no se han puesto de acuerdo sobre el particular. Probablemente Rolston
esté en lo correcto cuando dice: “Aparentemente había en la iglesia, cuando San Pablo
escribió, un orden vagamente organizado de viudas de mayor edad que ministraban a otros
en el nombre de Cristo y de su iglesia y que, por lo menos en parte, eran sostenidas por la
iglesia.”7
Aparentemente el orden de viudas que San Pablo describe se componía de diaconisas, o
por lo menos realizaban la obra de éstas. Wesley identifica a tales viudas como “diaconisas,
que atendían a mujeres enfermas o a predicadores viajeros”.8 Pero la mayoría de los
intérpretes no van tan lejos así. Es claro que estas viudas constituían un grupo muy selecto.
Su edad mínima de 60 años garantizaría su madurez. Para poder pertenecer a esa lista, la
viuda debería haber sido esposa de un solo marido. Es decir, como Wesley interpreta, “que
ha vivido en matrimonio legal, con una o más personas sucesivamente”. 9 Por lo menos
significa que tal viuda debe poseer un buen carácter moral. Sin embargo, ante los requisitos
impuestos sobre los obispos y los diáconos, quizá se justifique la observación de que aquí se
encuentra una expresión del prejuicio del siglo I contra las segundas nupcias, por legítimas
que éstas sean desde nuestro punto de vista. Scott nos recuerda que “antiguamente se le daba
crédito especial a la viuda que se abstenía de segundas nupcias”. 10
Otros requisitos para ser incluidas en la lista de las viudas que servían a la iglesia eran
los siguientes: una buena reputación de buenas obras de cualquier tipo. En ésta se incluía la
habilidad de cuidar y educar hijos; un espíritu de hospitalidad, el cual era vital para la vida
de la iglesia primitiva, en una época en la que los evangelistas, apóstoles, mensajeros y
creyentes en general iban y venían constantemente; la disposición a rebajarse para realizar
cualquier tarea, por indeseable que fuera, como por ejemplo, lavar los pies de los santos; y
una disposición para socorrer a los afligidos cualesquiera que fueran sus necesidades. Con

6
Kelly, op. cit., p. 115.
7
Op. cit., p. 87.
8
Op. cit., p. 781.
9
Ibid., p. 781.
10
Op. cit., p. 60.
toda seguridad estas eran tareas peculiares de las diaconisas, y se esperaba que estas viudas
“alistadas” las hicieran con diligencia.
Entonces el apóstol pasa a justificar su requisito de que las viudas alistadas tengan por lo
menos 60 años de edad. Pero viudas jóvenes no admitas; porque cuando, impulsadas por
sus deseos, se rebelan contra Cristo, quieren casarse, incurriendo así en condenación,
por haber quebrantado su primera fe (11–12). Aparentemente la afiliación en el grupo de
viudas incluía el voto de nunca volver a casarse, y el apóstol creía que a las viudas menores
de 60 años se les hacía más difícil cumplir ese voto. Si fracasaban en este punto quedarían
bajo condenación. La Versión Latinoamericana aclara estos versículos: “Pero a las viudas
jóvenes no las inscribas; porque cuando sus deseos las sublevan contra Cristo, quieren
casarse, e incurren así en condenación porque quebrantaron su primer voto.”
San Pablo presenta una razón más para apoyar su convicción de que sólo las viudas de
mayor edad podían servir en la iglesia en este ministerio. Y también aprenden a ser ociosas,
andando de casa en casa; y no solamente ociosas, sino también chismosas y
entremetidas, hablando lo que no debieran (13). He aquí una pauta tristemente conocida
de conducta. Casi cualquier pastor que tiene algunos años en el ministerio ha tenido que
confrontar en alguna u otra ocasión los trágicos resultados del chisme y de las habladurías.
En realidad, debemos admitir que en ocasiones las viudas de mayor edad también son tan
culpables de este tipo de conducta como las más jóvenes, y que tanto los hombres como las
mujeres pueden también practicar este pasatiempo tan malo. Aparentemente el apóstol
esperaba que las viudas de mayor edad ya hubieran aprendido por su madurez y experiencia
lo necio de tal comportamiento.
San Pablo está claramente convencido de que el campo de servicio apropiado para las
viudas más jóvenes no se encuentra en esta área tan sensible de contactos sociales.
Firmemente declara: Quiero, pues, que las viudas jóvenes se casen, críen hijos, gobierne n
su casa; que no den al adversario ninguna ocasión de maledicencia. Porque ya algunas
se han apartado en pos de Satanás (14–15). Sin importar cuál haya sido el ideal de San
Pablo respecto a las segundas nupcias para las viudas, reconoció acertadamente que el volver
a casarse, el gobierno de su casa y la crianza de los hijos constituirían un ambiente más
adecuado para satisfacer sus instintos. Su advertencia respecto a que ya algunas se han
apartado en pos de Satanás quizá se basó en el ejemplo de algunas más jóvenes que,
después de hacer votos, los violaron. Tal vez fueron algunas experiencias de esa clase lo que
impulsó a Pablo a adoptar la edad mínima de 60 años para las viudas empleadas por la iglesia.
Este pasaje concluye con el versículo 16: Si algún creyente o alguna creyente tiene
viudas (entre sus familiares), que las mantenga, y no sea gravada la iglesia, a fin de que
haya lo suficiente para las que en verdad son viudas. Esta es una recapitulación del
argumento presentado por San Pablo en los versículos 4–8, la cual hace hincapié adicional
en el hecho de que los recursos con que contaba la iglesia para ayudar, deberían emplearse
sólo para ministrar en los casos más urgentes y que de veras lo necesitaran.

C. LA HONRA Q UE MERECE UN ANCIANO, 5:17–25


1. La recompensa apropiada por el servicio fiel (5:17–18)
Es obvio que el término anciano es usado en esta epístola con dos significados, los cuales,
aunque son distintos, están relacionados. En 5:1 claramente se refiere a los miembros de
mayor edad de la congregación. Pero aquí evidentemente se refiere a quienes han sido
apartados para la obra del ministerio: Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por
dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar (17).
Algunos comentaristas ven en este versículo una anticipación de la distinción entre “ancianos
gobernantes” y “ancianos maestros” que se practica en algunas iglesias reformadas. Sin
embargo esto es improbable, ya que el apóstol declara específicamente en 3:2 que todos los
ancianos (u obispos) deben ser “aptos para enseñar”.
Aquí el apóstol le recuerda a Timoteo que el anciano en cuyo ministerio se combinan la
capacidad como líder de la iglesia con el servicio fiel y dotado como predicador y maestro,
debería recibir doble honor. Resulta difícil aceptar que esta frase signifique “doble
subvención” (NTE), o “doble remuneración” (notas marginales de la BJ.). Sin duda incluía
la consideración monetaria, como aclara San Pablo más adelante; pero se refería a la honra
junto con los honorarios. Aún no había llegado el día cuando los ministros de la iglesia
recibirían un salario completo y digno. Todavía se acostumbraba que los líderes de la iglesia
se sostuvieran ellos mismos, tal como lo hacía el apóstol. Con todo, él creía que los buenos
servicios merecían reconocimiento y recompensa. Quien dedicaba la mayor parte de su
tiempo al trabajo de la iglesia debería recibir mayor compensación.
San Pablo refuerza su consejo con un argumento que evoca 1 Corintios 9:9: Pues la
Escritura dice: No pondrás bozal al buey que trilla; y: Digno es el obrero de su salario
(18). El primer pasaje es un precepto del Antiguo Testamento que se encuentra en
Deuteronomio 15:4, y que en su contexto original es sencillamente un mandamie nto
humanitario. Mas San Pablo dice que tiene un significado más profundo: “¿Tiene Dios
cuidado de los bueyes, o lo dice enteramente por nosotros?” (1 Co. 9:9–10). El apóstol
también apela a otro pasaje al cual aparentemente le adscribe igual importancia: Digno es el
obrero de su salario. Este era un dicho de nuestro Señor que se registra en Lucas 10:7. Lo
sorprendente es que los eruditos del Nuevo Testamento no encuentan evidencia para probar
que el Evangelio según San Lucas estuviera ya en circulación general cuando fueron escritas
estas palabras. Por supuesto, algunos llegan de inmediato a la conclusión de que las Epístolas
Pastorales seguramente fueron escritas mucho tiempo después de las fechas que les hemos
asignado. Pero es más probable que San Pablo y Timoteo conocieran el Evangelio según San
Lucas. E. K. Simpson y B. B. Warfield toman la posición de que “tenemos aquí una cita
verbal tomada del Evangelio según San Lucas, tratada como parte integral de las Santas
Escrituras”.11 En este pasaje el apóstol presenta claramente su opinión de que el servicio fiel
y efectivo merece reconocimiento y recompensa apropiada. Resulta aparente que la iglesia
comenzaba a enfilarse rumbo a un ministerio asalariado.

2. La disciplina debe ser justa e imparcial (5:19–21)


De la recompensa apropiada de quienes han servido bien a la iglesia, San Pablo pasa al
tema de la censura de quienes han sido negligentes o descuidados. El versículo 19 es muy
significativo: Contra un anciano no admitas acusación sino con dos o tres testigos. Aquí
se invoca uno de los principios más básicos de jurisprudencia judía: “No se tomará en cuenta

NTE Nuevo Testamento Ecuménico

BJ. Biblia de Jerusalén


11
Op. cit., p. 78.
a un solo testigo contra ninguno en cualquier delito ni en cualquier pecado, en relación con
cualquiera ofensa cometida. Sólo por el testimonio de dos o tres testigos se mantendrá la
acusación” (Dt. 19:15). Nuestro Señor apela a este principio legal en Mateo 18:16, y San
Pablo hace lo mismo en 2 Corintios 13:1. Si la iglesia se apegaba fielmente a este principio,
se eliminaría el riesgo de que uno de sus miembros o ministros fuera víctima de alguna
persona vengativa. Todas las iglesias o denominaciones responsables han incorporado este
principio a sus procedimientos disciplinarios.
El apóstol va más allá en el versículo 20: A los que persisten en pecar, repréndelos
delante de todos, para que los demás también teman. Cuando la falta fuera comprobada
por dos o tres testigos independientes el uno del otro, el culpable debía sufrir la consecuencia
de su pecado, por dolorosa y humillante que fuera. El pecado no debe ser encubierto, sino ser
sacado a luz y castigado “delante de todos” (VP.). San Pablo creía que tal procedimie nto
indicaría con claridad que nadie, ni siquiera un ministro de la iglesia, podía pecar sin recibir
su castigo.
El versículo 21 contiene una nota de extraordinaria solemnidad: Te encarezco delante
de Dios y del Señor Jesucristo, y de sus ángeles escogidos (“elegidos”, NTE; “santos”,
BD.), que guardes estas cosas sin prejuicios, no haciendo nada con parcialidad. El tono
de este pasaje parece indicar que habían surgido escándalos en el pasado por tratar a los
ofensores con parcialidad o preferencia, por lo cual el apóstol desea erradicar de una vez para
siempre tal injusticia. La Nueva Versión Internacional traduce la última parte de este
versículo: “Que guardes estas instrucciones sin prejuicios, sin proceder jamás por
favoritismo.” E. F. Scott comenta: “La precaución es doble: ‘no te dejes llevar por el prejuicio
en un caso, aceptando cargos dudosos porque no te cae bien el acusado; pero tampoco seas
blando o indulgente por razones personales cuando quede comprobado un caso’.”12

3. Evita la prisa en la ordenación (5:22–25)


No impongas con ligereza las manos a ninguno, ni participes en pecados ajenos (22).
Con toda seguridad este consejo del apóstol se refería a la imposición de las manos en el
ritual de la ordenación para el ministerio cristiano. Existía una excelente razón de por qué el
ministro debería probarse a sí mismo durante varios años hasta que fuera aparente su
capacidad para el oficio de presbítero. Aun cuando se ejerce sumo cuidado sobre este
particular, se cometen errores en este punto en la administración de la iglesia. La demora en
tales asuntos quizá sea irritable y frustrante en muchas ocasiones para el candidato, pero es
importante. El hombre que traiciona la confianza que se depositó en él y que cae en pecado,
no sólo acarrea vergüenza para sí mismo, sino también para la iglesia cuya confianza ha
traicionado. San Pablo llega hasta el grado de sugerir que, en cierto sentido, quienes han
impuesto sus manos sobre un hombre indigno participan en pecados ajenos. No se refiere
aquí a que sean culpables de esos pecados, sino a que de ello resultará dolor y aflicción. San
Pablo presenta su exhortación con una demanda concisa: Consérvate puro. Rolston observa
en relación con esta frase que “el ministro debe ejercer mucho cuidado para no poner en

NTE Nuevo Testamento Ecuménico


12
Op. cit., p. 66.
peligro su posición respecto a la justicia apoyando a hombres que no merecen su
confianza”.13
El apóstol interrumpe su pensamiento insertando un consejo netamente personal: Ya no
bebas agua, sino usa de un poco de vino por causa de tu estómago y de tus frecuentes
enfermedades (23). La Nueva Versión Internacional traduce este versículo así: “Deja ya de
beber agua sola, y toma un poco de vino para tu mal de estómago y por tus frecuentes
enfermedades.” Admitimos que es difícil interpretar este versículo a la luz de nuestra
enseñanza cristiana moderna de total abstinencia. Todo lector bien versado en la Biblia
reconocerá que la actitud hacia el uso del vino tanto en el Antiguo como en el Nuevo
Testamento difiere diametralmente de la convicción cristiana presente. D. Miall Edwards
señala que “el asunto de las bebidas embriagantes es mucho más complejo y agudo hoy de
lo que era en tiempos bíblicos, y las condiciones del mundo moderno han producido
problemas que no confrontaban los escritores del Nuevo Testamento”. 14 Aun cuando la
práctica de la abstinencia total no es postulada formalmente en el Nuevo Testamento, los
principios amplios de responsabilidad cristiana ante las condiciones modernas demandan
seguramente la abstinencia total de bebidas intoxicantes (cf. Ro. 14:13–21; 1 Co. 8:13).
Como observa Barclay, el consejo de San Pablo a Timoteo “sencillamente aprueba el uso del
vino cuando éste puede ser medicinalmente útil”. 15
Después de aconsejar a Timoteo, San Pablo regresa al tema general que ha venido
tocando: Los pecados de algunos hombres se hacen patentes antes… mas a otros se les
descubren después (24). Estas arcaicas palabras hispanas sencillamente significan, en
lenguaje moderno, que los pecados de algunos hombres son tan conocidos y obvios que nadie
soñaría en que llegaran a ser presbíteros de la iglesia; respecto a otros hombres, sus pecados
son tan secretos y sutiles que sólo al conocerlos bien e íntimamente se les descubren esos
defectos secretos que les descalifican para ese oficio. En cualquier caso, se le aconseja a
Timoteo que, al aprobar a los hombres que han de dirigir a otros, lo haga con toda
deliberación.
En el versículo 25 el apóstol presenta la contraparte del versículo 24: Asimismo se hacen
manifiestas las buenas obras; y las que son de otra manera, no pueden permanece r
ocultas. Lo oscuro de este versículo se aclara con la traducción de la Nueva Versión
Internacional: “De la misma manera, las acciones nobles se evidencian de antemano; e
incluso las que no lo son, no pueden quedar siempre ocultas.” Tanto los pecados secretos
como las virtudes encubiertas saldrán a la luz tarde o temprano. Estas verdades le agregan un
tono impresionante al consejo del apóstol de ejercer precaución y deliberación en el asunto
tan importante de la selección de sus directores.

13
Op. cit., p. 89.
14
“Drunkenness”, International Standard Bible Encyclopedia, ed., James Orr (Chicago: The
Howard-Severance Co., 1925), II, 881.
15
The Letters to Timothy, Titus and Philemon (“The Daily Study Bible”; Edimburgo: The Saint
Andrew Press, 1960), p. 139.
Sección VIII Instrucciones Diversas
1 Timoteo 6:1–19

A. ESCLAVOS Y AMOS CRISTIANOS, 6:1–2


1. Una norma de conducta (6:1)
La institución de la esclavitud era una de las maldiciones del mundo antiguo. Se ha dicho
que el Imperio Romano descansaba en las espaldas de los esclavos. Cuando la iglesia
cristiana invadió el mundo del siglo I, fue inevitable que la esclavitud produjera muchos
problemas. Entre los que aceptaron el evangelio y fervientemente abrazaron la nueva fe se
encontraban aquellos que estaban atados involuntariamente a las cadenas de esclavitud. Con
el tiempo, muchos dueños de esclavos abrazaron la fe, con lo cual se presentó una situación
en la que un amo y su esclavo, aun cuando estaban separados por niveles económicos y
sociales, se encontraban como hermanos en Cristo en el compañerismo de la iglesia. Varias
epístolas de San Pablo tratan este problema y sugieren los modelos de conducta que debían
observar tanto amos como esclavos. De hecho, el primer versículo de este capítulo resume
apropiadamente la norma de conducta que se detalla en otras partes. Todos los que están
bajo el yugo de esclavitud, tengan a sus amos por dignos de todo honor, para que no sea
blasfemado el nombre de Dios y la doctrina. C. K. Barrett sugiere que quizá San Pablo no
sólo estaba pensando aquí en los miembros de la iglesia que eran esclavos, sino también en
los ancianos o presbíteros que lo eran. 1 Por tanto, el lenguaje del apóstol aparentemente
sugiere que este pasaje quizá constituya un requisito subsecuente dentro del tema general del
presbiterio.
Era imposible que la iglesia cristiana atacara la institució n de la esclavitud abiertamente
de manera efectiva. Pero indirectamente la iglesia dictó la sentencia de muerte de esa
institución con el alto lugar que le daba a la dignidad del hombre y el valor supremo de la
personalidad. Mientras tanto, San Pablo aconsejaba que a los amos, aun cuando fueran
paganos, se les tuviera “por dignos de todo honor”.

2. Miembros de la misma iglesia (6:2)


Este versículo trata específicamente la situación bajo la cual amos y esclavos eran
miembros de la misma iglesia cristiana. Y los que tienen amos creyentes, no los tengan en
menos por ser hermanos, sino sírvanles mejor, por cuanto son creyentes y amados los
que se benefician de su buen servicio (2). La última frase, los que se benefician de su buen
servicio, significa: “porque los que reciben sus buenos servicios son creyentes y hermanos
amados” (VP.). El esclavo cristiano confrontaría la aguda tentación a abusar de su amo
cristiano sencillamente porque ellos dos eran hermanos en Cristo y sobre la base de igualdad
delante de Dios. De seguro ambos lados tuvieron que echar mano de mucha paciencia o
dominio propio para hacer que funcionara esta relación. La frecuente mención del asunto
sugiere que este era un serio problema que se experimentaba en toda la iglesia del siglo I. La
exhortación con la que concluye: Esto enseña y exhorta, sugiere lo delicado del asunto.

1
Op. cit., p. 82.
B. CONSECUENCIAS DE LAS FALSAS ENSEÑANZAS, 6:3–5
En estos versículos el apóstol regresa a su polémica contra quienes corrompían la fe de
la iglesia de Efeso. Si alguno enseña otra cosa, y no se conforma a las sanas palabras de
nuestro Señor Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad, está envanecido,
nada sabe, y delira acerca de cuestiones y contiendas de palabras (3–4). He aquí una
condena aplastante y casi amarga de las personas descritas en el primer capítulo, que se han
desviado de la posición cristiana. Las novedades doctrinales eran desviaciones de la sana
enseñanza que constituía la herencia del Señor para su iglesia, enseñanza que en sí misma
conduce a la gracia transformadora de Dios. La descripción de tales pervertidores de la fe es
pintoresca. La frase es traducida de diversas maneras: nada sabe (4); “es un engreído y no
entiende nada” (NVI); “es un orgulloso y un ignorante” (BD.); “es un ciego y no entiende
nada” (NBL); “una persona vanidosa, engreída” (J. N. D. Kelly). Este es el caso en que Pablo
se acerca más al lenguaje del vituperio en todas sus cartas.
San Pablo entonces agrega que de tales enseñanzas y actitudes nacen envidias, pleitos,
blasfemias, malas sospechas, disputas necias de hombres corruptos de entendimiento y
privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de ganancia; apártate de los
tales (4–5). Actitudes como las que el apóstol denuncia aquí indudablemente producen malos
resultados, como “envidias, discordias, insultos, desconfianzas y peleas sin fin” (VP.). Todo
ello destruye la unidad y el compañerismo de la iglesia, contrista al Espíritu Santo, y a la vez
nulifica la efectividad del evangelio. “Este un juicio muy triste, ejemplificado
abundantemente (¡Ay de nosotros!) en los anales de la iglesia visible, el cual nos recuerda el
dicho mordaz de que ‘la sucesión apostólica de los Judas nunca se ha interrumpido’.”2
Las palabras que toman la piedad como fuente de ganancia (5) sugieren que estos
traidores de la fe esperaban obtener ganancia monetaria por medio de sus falsas enseñanzas.
Parry divide su falta en tres encabezados: “Se implica (1) que estos maestros profesaban
enseñar el evangelio, (2) que sobre esa base reclamaban pago por su labor, (3) que su
motivación suprema era la idea de ganar dinero.”3
Timoteo debe saber que sólo hay una respuesta a tal invasión de error en la igles ia :
Apártate de los tales. No se podía tolerar tal falta de fidelidad a Cristo. Contra ese espíritu
no se puede razonar ni persuadir. San Pablo aconseja una acción radical contra todas esas
personas impías.

C. LOS PELIGROS DE LA RIQUEZAS, 6:6–10


1. La verdadera ganancia de la piedad (6:6–8)
El espectáculo de los falsos maestros que no sólo corrompían la fe cristiana sino que
también le ponían precio a sus distorsiones, impulsó al apóstol a ofrecer una palabra oportuna
de sabiduría: Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento (6). La fe

NVI Nueva Versión Internacional

NBL Nueva Biblia Latinoamericana


2
Simpson, op. cit., p. 84.
3
Op. cit., p. 39.
cristiana en realidad produce ricos dividendos para el que la abraza con humildad y
totalmente, y a la vez descubre para sí mismo la infinita satisfacción que se deriva de vivir
para Cristo. Servir a Dios y aceptar alegremente lo que El envía constituye la vida más feliz
que uno pueda imginarse. El contentamiento no es el resultado de la satisfacción de todos
nuestros deseos y anhelos, sino más bien de la reducción de nuestros deseos a lo esencial.
Con toda seguridad ninguna otra verdad se aplica más directamente a la condición de nuestra
saciada generación que esta. Cuando se le preguntó a Epicúreo cuál era el secreto del
contentamiento, respondió: “No consiste en el aumento de las posesiones del hombre, sino
en la reducción de sus deseos.” San Pablo mismo dio testimonio de este secreto cuando dijo:
“He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación” (Fil. 4:11). Precisamente esta
independencia de las circunstancias de la cual da testimonio el apóstol en su vida está
implicada en la palabra que se traduce contentamiento.
El versículo 7 contiene un dicho familiar que se encuentra en otras partes de la Biblia
(Job 1:21; Ecl. 5:15) y en la literatura antigua: porque nada hemos traído a este mundo, y
sin duda nada podremos sacar. Barrett comenta apropiadamente que “la desnudez final de
la muerte demuestra y subraya la desnudez inicial del nacimiento”. 4 Bien podemos acumular
muchos o pocos bienes entre estos dos eventos, pero en la hora final lo dejamos todo atrás.
Sólo los valores que uno haya acumulado en el espíritu puede llevárselos consigo a la
eternidad, y sólo éstos se le acreditarán a su cuenta en el día cuando tenga que rendir la cuenta
final al Creador.
Entonces el apóstol indica cuán “despojado” debe uno vivir si desea rendir un servicio
efectivo a Cristo: Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto (8). En
su sermón sobre “El Peligro de las Riquezas”, Juan Wesley pregunta: “¿En qué consiste ser
rico?”, y contesta: “En tener ‘sustento y abrigo’ (literalmente, con que vestirnos o cubrirnos;
porque la palabra incluye tanto techo como ropa), ‘estemos contentos con esto’. ‘Porque los
que quieren enriquecerse… [es decir, aquellos] quienes tienen más que eso; más que sustento
y abrigo. Se deduce claramente que, cualquier otra cosa, en el sentido en que lo dice el
apóstol, son riquezas; todo aquello que esté por sobre lo necesario, o las necesidades básicas
de la vida. Quien tiene suficiente para comer, ropa para abrigarse, un lugar donde poner su
cabeza, bajo un techo de cualquier clase, es rico.”5 Esta es una norma rigurosa y, de acuerdo
con ella, muchos de nosotros seríamos considerados ricos. Por supuesto, la vida es mucho
más compleja hoy de lo que lo era en el siglo XVIII, y una prudencia razonable demandaría
un punto de vista más amplio. Sin embargo, debemos ejercer mucho cuidado para que la
ganancia financiera no se convierta en el fin supremo de nuestra vida. Hemos de recordar
constantemente la advertencia de nuestro Señor contra el engaño de las riquezas (Mt. 13:22).

2. El peligro de la codicia (6:9–10)


El apóstol lleva aún más allá su advertencia en estos versículos. Porque los que quiere n
enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias (“deseos”, BA.) necias y
dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición. Indudablemente es cierto

4
Op. cit., p. 84.
5
Works, VII, 3.

BA. Biblia de las Américas


que nada asalta a un hombre con mayor violencia que el deseo de ganancia financiera,
después de darle lugar en su alma a este demonio de la codicia. Los hombres se ven atraídos
a irse alejando más y más de sus principios de honestidad y honor ante la posibilidad de
ganancias fáciles. Cuántos hombres de la vida pública se han sentido impotentes de resistir
la tentación de aprovecharse de ganancias ilícitas violando con ello sus escrúpulos de honor.
San Pablo no exagera los peligros que corre quien transita por este camino cuando dice que
tales codicias hunden a los hombres en destrucción y perdición, y los conducen a la ruina
total.
El versículo 10 también presenta en forma aguda esta misma verdad: Porque raíz de
todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe,
y fueron traspasados de muchos dolores. El significado que le dio el apóstol aparentemente
consistía en que el amor al dinero es la raíz de los males de toda clase. Por supuesto, no todos
los males se derivan de esta causa. Pero sí se justifica decir que esta es una de las fuentes más
prolíficas del mal. Este juicio sobre el amor al dinero no lo originó San Pablo; es más bien
el eco de gran parte de la literatura ética judía y pagana del siglo I. Pero en la advertencia del
apóstol se presenta claramente la amenaza particular a nuestra fe. Todo este tratado nos
recuerda la advertencia de Cristo: “No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Lc. 16:13).

D. PROPÓSITOS Y RECOMPENSAS DE LA VIDA PIADOSA , 6:11–16


1. Sigue (6:11)
Después de pintar los males de la codicia por ganancias con los colores más vívidos que
tenía a su disposición, el apóstol regresa al tema del bienestar espiritual de Timoteo. Mas tú,
oh hombre de Dios, huye de estas cosaś, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la
paciencia, la mansedumbre. San Pablo no pudo haber presentado una apelación más
elocuente a Timoteo que esta en la cual le llama hombre de Dios. En el Antiguo Testamento
así se les llamaba por lo general a los siervos de Dios. Al usar tal nombre el apóstol sugiere
la dignidad, la alta y solemne responsabilidad del oficio de Timoteo y de todo dirigente
cristiano. Le amonesta diciéndole: huye de estas cosas. Aparentemente su significado no
sólo se refería al engaño de las riquezas, sino a todas las malas actitudes que mencionó desde
el versículo 4 en adelante. Incluyó una antítesis muy interesante del mandamiento huye de
estas cosas, al ordenarle: sigue, en relación con las virtudes particulares que había
mencionado. Es una lista de virtudes muy impresionante. Comienza con la justicia, la más
inclusiva de todas; significa darle tanto a Dios como al hombre lo que cada quien merece.
Las siguientes tres forman un grupo, las cuales se dirigen a Dios. La piedad es la consciencia
reverente de que se vive en la presencia y bajo el ojo de Dios. La fe es la fidelidad que lo
sostiene firme a uno, demostrando lealtad a Dios en toda ocasión y bajo toda circunstanc ia.
El amor (agape) es la expresión de la gratitud y la alabanza del alma por la maravilla de la
gracia redentora. Finalmente, San Pablo incluye la paciencia y la mansedumbre, que en la
Nueva Versión Internacional se traducen como “constancia” y “dulzura de carácter”. Estas
son las características de la vida cristiana tal como se da en contacto y compañerismo con los
demás. El contraste entre estas virtudes y los males que San Pablo ha estado denunciando no
podía ser más sorprendente.

2. Pelea la buena batalla (6:12)


Al leer este versículo uno recuerda a un entrenador atlético que quiere inspirarle valor y
espíritu combativo a su equipo en la víspera de un juego decisivo. Pelea la buena batalla de
la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual asimismo fuiste llamado, habiendo hecho la
buena profesión delante de muchos testigos (12). La figura de lenguaje que empleó el
apóstol la tomó más bien de las competencias atléticas del siglo I que de la vida militar. El
verbo pelea se refiere a la lucha agonizante que se requiere para vencer en una competencia
de lucha olímpica. Por supuesto, San Pablo también usó la vida del soldado, así como la del
atleta, para presentar analogías gráficas. Todo creyente ha sido llamado a trabar combate
personal contra el mal en todas, sus formas. Y como observa Kelly, “el verbo imperativo se
empleó a propósito en el tiempo presente, para indicar que el combate es un proceso continuo.
Por otro lado”, continúa Kelly, “el aoristo imperativo ‘toma posesión’ [echa mano, R-V.]
sugiere que Timoteo puede echar mano de la vida eterna (que aquí se entiende como el premio
del evento atlético) inmediatamente, en un solo acto”. 6 De ahí que el atleta cristiano pueda
disfrutar del premio mientras que aún participa en la competencia.
Timoteo había sido llamado a esta campaña que duraría toda una vida. De hecho, su
llamamiento era doble: seguir a Cristo, llamamiento que había sido sellado en su confesión
de fe pública en el bautismo; y predicar el evangelio, para lo cual el apóstol lo había ordenado
con la ayuda de otros ministros. A la mayoría de los intérpretes se les dific ulta determinar a
cuál de estos llamamientos se hace referencia en la cláusula final del versículo. La Versión
Latinoamericana reza: “Cuando hiciste la buena profesión delante de muchos testigos.” Sería
más apropiado, no obstante, considerar esta como una alusión subsecuente del apóstol a la
ordenación, la cual menciona con frecuencia (p. ej., 4:14).

3. Un encargo sagrado (6:13–16)


Estos versículos contienen un alto grado de solemnidad: Te mando delante de Dios, que
da vida a todas las cosas, y de Jesucristo, que dio testimonio de la buena profesión
delante de Poncio Pilato, que guardes el mandamiento (“lo que El te ha mandado hacer”,
BD.) sin mácula ni reprensión, hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo (13–14).
San Pablo trata de grabar en la mente y la conciencia de Timoteo la importancia de la
fidelidad a la impresionante responsabilidad que descansa sobre sus hombros como hombre
de Dios y dirigente de su santa iglesia. Debía mantener inviolable tal obligación, esperando
en cualquier momento el retorno de Cristo en juicio y recompensa. El apóstol no había
perdido la esperanza de que él estaría vivo cuando ocurriera el glorioso día del Señor.
Infundió también en Timoteo la esperanza de estar vivo él también para presenciar esa
maravillosa consumación. San Pablo nunca dudó del regreso de Cristo; sólo su esperanza de
estar vivo para cuando ocurriera parecía ahora muy remota. Pero Timoteo quizá estaría vivo
para presenciar ese día. En efecto, el apóstol le dice: “Te encargo que vivas y trabajes ante la
perspectiva clara de ese día.”
El apóstol le agrégó un tono adicional de solemnidad a su encargo al recordarle a Timoteo
que toda su labor y servicio los lleva a cabo ante la presencia de Dios, “que da vida a todas
las cosas”, y de Cristo, quien no vaciló al dar testimonio delante de Pilato. La consciencia de
que Dios lo ve en todo momento y la inspiración del ejemplo firme de su Señor en la hora de
prueba suprema, deberían fortalecer el corazón y las manos del joven. Estos versículos

6
Op. cit.,.p. 141.
contienen cierto sonido litúrgico. La apelación del apóstol a la buena profesión de Cristo ante
Poncio Pilato se parece a la cláusula del Credo de los Apóstoles que dice: “Sufrió bajo el
poder de Poncio Pilato.” Este lenguaje sirve como introducción a la doxología que sigue
inmediatamente.
Esta doxología se registra en los versículos 15–16: la cual a su tiempo mostrará el
bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores, el único que tiene
inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni
puede ver, al cual sea la honra y el imperio sempiterno. Amén. La primera cláusula del
versículo 15, la cual a su tiempo, es arcaica, pero se refiere obviamente a la aparición de
nuestro Señor Jesucristo del 14. La Biblia de las Américas dice: “La cual El hará suceder
a su debido tiempo —El, quien es el bienaventurado y único Soberano.” Estos
acontecimientos grandiosos que ocurrirán en la consumación final, según declaró el Señor,
el Padre los puso bajo su sola potestad. Y allí deben permanecer.
La doxología que sigue, según Scott, “se acerca más a los himnos de alabanza de
Apocalipsis que a las doxologías de San Pablo. Probablemente fue sugerida por un himno
cristiano, al estilo de la liturgia observada en la sinagoga”. 7 Pero sea cual fuere su origen, su
magnificencia es indescriptible. Las expresiones Rey de reyes, y Señor de señores eran
quizá ataques sutiles al culto o adoración de los emperadores, el cual formaba parte del
creciente paganismo al que la iglesia se enfrentaba. El único que tiene inmortalidad
significa no que “ésta le sea negada a nadie más, sino que más bien resalta lo singular de la
inmortalidad divina, ya que sólo Dios la posee inherentemente, como la fuente de toda la
vida”.8 También se declaran aquí su trascendencia eterna y su invisibilidad —“que vive en
una luz a la que nadie puede acercarse” (VP.). Cuando estamos en la presencia de Dios,
¿cuáles palabras podemos pronunciar? San Pablo concluyó con la adscripción de la honra y
el imperio, en lugar de “honor y gloria” (1:17) que era empleada generalmente.

E. LA MAYORDOMÍA DE LAS RIQUEZAS, 6:17–19


1. El peligro de las riquezas (6:17)
A primera vista, estos versículos presentan un descenso repentino de lo sublime a lo
común. Después de la magnífica doxología, San Pablo vuelve de inmediato a los problemas
prácticos y terrenales. A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la
esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas
las cosas en abundancia para que las disfrutemos. Este abrupto descenso en el tono del
apóstol, esta aparente intrusión de las cosas terrenales, no es en efecto intrusión alguna. En
realidad, los versículos 11–16 son la intrusión. San Pablo había estado tratando en el 10 sobre
las riquezas de este mundo y sus peligros potenciales. Pero en los versículos 11–16, en su
estilo muy peculiar, el apóstol presenta una digresión espléndida. En el versículo 17 vuelve
al tema que había quedado relegado por el inspirado paréntesis.
Al tocar este tema en la primera parte del capítulo, el apóstol se refería a quienes aspiran
a las riquezas. Aquí se refiere a quienes ya son ricos. Se ofrece también un destello interesante
de la situación económica de algunos miembros de la iglesia de Efeso. No todos los creyentes

7
Op. cit., p. 79.
8
Guthrie, The Pastoral Epistles, p. 117.
de la iglesia primitiva eran esclavos y humildes artesanos. Evidentemente también había
feligreses ricos y encumbrados entre ellos —y siempre existe el peligro ante el aumento de
las riquezas. La templanza, la productividad y la prudencia que el evangelio introduce en la
vida del creyente inevitablemente deben conducir a una prosperidad creciente; y la
prosperidad quizá socave la fe cristiana que es subyacente de las nuevas disciplinas. Por ello
las riquezas con frecuencia se convierten en enemigas del alma. Según San Pablo, el peligro
principal consiste en que los que acumulan tales riquezas sean altivos (orgullosos). Las
riquezas pueden producir en uno cierto sentido falso de seguridad; resulta difícil contar con
muchas riquezas sin dejar de poner uno su confianza en ellas en alguna medida. San Pablo
se refiere a las riquezas como inciertas.
El apóstol sugiere otra razón por la que uno debe evitar el orgullo por las riquezas que
posea; nos recuerda que Dios… nos da todas las cosas en abundancia para que las
disfrutemos. Todo proviene de Dios, tanto las riquezas como la capacidad para ganarlas. De
hecho, todo lo que el hombre disfruta en las satisfacciones de su vida, cualesquiera que sean
las formas que tomen, provienen de la liberalidad de Dios.

2. La verdadera mayordomía de las riquezas (6:18–19)


Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos (“dispuestos
a dar y compartir”, VP.); atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que
echen mano de la vida eterna (18–19). He aquí una instrucción cristiana sobre el uso
apropiado de las riquezas. Recordamos el consejo triple que Wesley ofreció a los metodistas
que estaban prosperando: “Gana todo lo que puedas; ahorra todo lo que puedas; y da todo lo
que puedas.”9 El dinero nunca podrá comprar la salvación; pero el uso apropiado y cristiano
del dinero puede mejorar nuestro carácter cristiano y capacitamos para echar mano de la vida
eterna con mayor firmeza. La paráfrasis la Biblia al Día traduce el versículo 19 claramente :
“De esta forma estarán acumulando en el cielo un verdadero tesoro para sí mismos. ¡Es la
única inversión eternamente segura!”

Sección IX Apelación Final de Pablo


1 Timoteo 6:20–21

Oh Timoteo, guarda lo que se te ha encomendado, evitando las profanas pláticas


sobre cosas vanas, y los argumentos de la falsamente llamada ciencia, la cual profesando
algunos, se desviaron de la fe. La gracia sea contigo. Amén (20–21). Con estas palabras
el apóstol resume la grave preocupación que lo impulsó a escribir esta carta, mientras que a
la vez le da al joven pastor su exhortación final. Kelly sugiere que “el tono fuerteme nte

9
Sermón sobre “El uso del dinero”, Works, VI, 124 ss.
personal bien puede indicar que, como lo acostumbraba, San Pablo añadió estas últimas
líneas con su propia mano”.1
Al exhortar a Timoteo a guardar lo encomendado, el apóstol usó “un término legal que
significaba algo depositado o encomendado para que lo cuide o guarde otro hombre”. 2
Indudablemente se refiere a la fe cristiana, a “la forma de las sanas palabras” (2 Ti. 1:13) que
Timoteo había recibido de su padre en el evangelio, el apóstol. Se le exhorta a no prestar
atención a “los discursos vacíos y perniciosos, y las contradicciones de la pretendida ciencia”
(NTE). Aunque quizá la palabra ciencia se usaba en este sentido en tiempos de Reina y
Valera en España, en nuestros días la palabra ha tomado otro significado altamente
especializado que, en el contexto de la advertencia de San Pablo, se puede prestar a malas
interpretaciones. El apóstol hace alusión de nuevo a las falsas enseñanzas que ha estado
denunciando en toda esta epístola. Respecto a estas “contradicciones de la ciencia falsame nte
llamada así” (VM.), Scott sugiere que “aquí, quizá, tenemos la más clara indicación que se
nos da en las epístolas de que la falsa enseñanza era del tipo gnóstico. Sus adherentes
pretendían seguir a un ‘gnosis’, o conocimiento supremo, aunque, en opinión del escritor,
estaban empleando mal una gran palabra”. 3 Quienes sustentaban estos puntos de vista “le
habían errado al blanco en relación con la fe” (traducción de Kelly).
La carta termina con una palabra o fórmula de bendición final: La gracia sea contigo.
Amén. La palabra contigo, pronombre personal, en griego está en plural, por lo que la Nueva
Versión Internacional ha traducido correctamente: “La gracia sea con vosotros.” Aun cuando
el apóstol dirigió su carta a Timoteo, evidentemente pensaba en toda la iglesia de Efeso al
escribir esta bendición final.

1
Op. cit., p. 150.
2
Ibid.

NTE Nuevo Testamento Ecuménico

VM. Versión Moderna


3
Op. cit., p. 83

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