CULTURAL

CIENCIAS, ARTES Y LETRAS Año XXIV● N° 1235 ● Montevideo, viernes 23 de agosto de 2013

Perdidos en Venecia

El mundo desde una góndola

Cees Nooteboom

M
E COMPRÉ un mapa casi
inabarcable de la laguna
veneciana en un intento
por llevar a la ciudad a
sus correctas proporciones. Este es un
ejercicio peculiar. Yo sé que mañana
llegaré hasta allí desde el cielo, pero en
este momento me acerco a la ciudad,
que he visitado antes tantas veces, a
través del agua. En el mapa, la relación
proporcional entre agua y tierra es
como de mil a uno. La ciudad se ha
convertido en un poblado dentro del
azul infinito, un pequeño puño apreta-
do en la hoja desplegada, que lo hace
parecer como si, en un momento de fu-
ria, todo ese vacío diera a luz la ciudad
que la iba a gobernar. La escritora me-
xicana Valeria Luiselli vio ese puño
como una rótula quebrada, y cuando
miro de cerca, veo que está en lo cier-
to. Desde la altura del Google Earth
queda más claro aún: el Canal Grande
es la fractura en la rodilla, y el desmo-
ronado, destrozado laberinto alrededor

Simone Sassen
de la fractura es el hueso de la ciudad
donde mañana volveré a extraviarme,
al igual que todos los extranjeros que
allí siguen el mal camino. Es la única
forma de conocerla.
Tuve muchas direcciones en la ciu-
dad, a veces en viejos hoteles, casi cia la parte trasera de una casa que pare- de frutas y vegetales pasaba de largo to- mundo ha venido de visita. Si hay un
siempre en callejones oscuros, estre- cía deshabitada, y aún así en un desven- dos los días a la misma hora. Proust o un Thomas Mann, un Brodsky
chos, sectores de un palacio que nunca cijado tendedero colgaban inmóviles, en Ahora no es invierno, aunque sea se- o un Hippolyte Taine entre ellos, pasan
se parece a un palacio, escaleras en rui- el frío helado, un par de bragas. Y a ve- tiembre, y cualquier sueño de una ciu- desapercibidos. Es el avance de los ejér-
nas, pequeños dormitorios con algo que ces lograba ver el agua de algún canal dad vacía se evapora al llegar: Venecia citos a esta altura del año, el ejército
se asemeja a una ventana, que daba ha- lateral desconocido, donde un bote lleno pertenece a todo el mundo, y todo el chino, el ejército japonés, el ejército

E N E S T E N Ú M E R O

Héctor Abad Faciolince 12 I Gabriel Weiss 10 I Rubem Fonseca 10 I Philippe Bourgois 8

Antonio Muñoz Molina 6 I Chang Rae Lee 11 I Emmanuel Carrère 9 I Corriente del Golfo 5

ruso. Cualquiera que desee encontrar su
propia Venecia deberá ser obstinado y
determinado, ponerse una armadura in-
visible y recordar humildemente que
para todos los que te rodean eres solo
otra persona más que intenta meterse
entre sus pies empujándolos en forma
molesta en el sector central de cubierta
del vaporetto, donde no hay nada de
dónde agarrarse.
Pero no hemos llegado aún a este
punto. No había llegado cuando logré
combinar tres de los cuatro elementos
en mi travesía: viajé a través del aire y
caminé sobre la tierra hacia el agua ti-
tilante, junto a la cual me encuentro
ahora, en un muelle, esperando un taxi.
No me animo a incluir el cuarto ele-
mento, el fuego, aunque la luz del sol
esté allá, abrasando las aguas en movi-
miento. Hay, después de todo, límites
en el arte de la descripción de días
como éste, límites que se vinculan con
la paciencia del lector novato. Antes de
partir, adquirí un libro escrito por
Hippolyte Taine en 1858, y los pasajes
que señalé eran sobre el burbujeo ra-
diante del agua en movimiento. Tam-
bién eso es una lección de humildad,
porque en su descripción el agua bur-
bujea de verdad. Ahora que me en-
cuentro aquí parado, me doy cuenta de
lo difícil que es hacer aquello que el si-
glo diecinueve todavía hace con impu-
nidad: describir, al detalle, nuestras
propias impresiones de lo que se ve.
El taxi pone un alto en mis reflexio-
nes. Corta al medio el agua de la amplia
laguna, vuela más allá del eje geométri-
co a través de las amarras de lo que de-
bería ser el Canal di Tessera y se preci-
pita en la ciudad. Veo las siluetas de to-
rres familiares, y por un momento me
siento volviendo a casa. Pasamos rápido
Murano y San Michele, isla de los
muertos, y nos deslizamos junto al Arse-
nale, desacelerando mientras pasamos
los ladrillos del muro del elevado mue-
lle, y entonces vamos en diagonal a tra-
vés del Canal de San Marco hacia la pe-
queña isla de San Giorgio Maggiore,
donde me quedaré esta vez. No es para
mí que las gigantescas campanas de la
iglesia de San Giorgio comienzan de
pronto a doblar: son las seis de la tarde,
hora del Ángelus. Ahora puedo escuchar
las campanas de San Marco y del Re-
dentore también sonando sobre el agua.
Entre dos fuegos de sonido, me paro en
la gran plaza abierta frente a la iglesia y
observo cómo un hombre de rodillas uti-
liza un peine de alambre, demasiado pe-
queño, para quitar las algas que crecen
en los escalones justo debajo del nivel
del agua. Avanza centímetro a centíme-
tro, en una tarea de Sísifo que parece
más íntimamente vinculada a la eterni-
dad que al mundo al cual llegué hoy.
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Una hora más tarde, luego de llevar
la valija a mi celda monástica, ingreso a
la enorme iglesia. Es uno de esos espa-
cios donde uno instintivamente busca
refugio junto a los muros: el vacío en el
medio es peligroso. No sé si la gente
puede rezar en este lugar. No hay aquí
rastros de la intimidad de las iglesias ro-
mánicas: esto es una estación espacial
dirigida a Marte. Un Dios diferente rei-
na en esta casa que Palladio diseñó para
él, uno clásico, marcial. Incluso las
grandes extensiones de Tintorettos que
apenas se ven en la semipenumbra han
sido subsumidos por la red matemática
de líneas implacables. Yo sé que debería
haber magníficos espacios flamencos en
el coro detrás del enorme y poderoso al-
tar, pero cuando comienzo a caminar en
esa dirección, me detiene el sonido de
voces, el suave pero gimoteante mur-
mullo de los ancianos.
Este fue una vez un monasterio be-
nedictino. Más tarde, luego de sacar a
los monjes, cayó en declive. Ahora una
Fundación se instaló en la isla, y allí es
donde estaré los próximos días, pero los
monjes también retornaron a su encogi-
do monasterio. Ahora ellos ocupan sólo
cuatro recintos del coro. Me ubiqué en
la creciente oscuridad para poder verlos
durante sus vísperas. Sus voces, un
zumbido gregoriano, ahogado en las di-
mensiones del edificio. El contraste en-
tre la gloria clásica y los susurrados re-
zos indefensos no carecen de pathos; la
atmósfera es de despedida final, y a me-
dida que salgo en puntas de pie de la
estación espacial, escucho detrás el eco
desvaneciente de una era que se fue
para bien. Afuera, veo las luces de la
plaza y los botes sobre el agua que via-
jan de la Riva degli Schiavoni a Giu-
decca. He llegado.
II.Arroró, arroró. Arroró mi niño, arro-
ró, arroró. Al final me armé de coraje.
Esta es mi décima visita a Venecia y mi
primera vez en góndola. Mientras tomo
café temprano en la mañana en la es-
quina de la Procuratie Nuove, están pa-
rados detrás de mí: los gondoleros.
Grandes discusiones sobre el partido de
ayer en su impenetrable dialecto vene-
ciano. En el agua hace frío, y el capu-
chino caliente ayuda. Sus estilizados y
negros barcos-pájaro están ahí arriba
alineados, con la cabeza de sus pájaros
(son cabezas de pájaro —miren bien)
apuntando hacia la isla donde me estoy
quedando. ¿Por qué nunca quise hacerlo
antes? ¿Porque es el cliché veneciano
supremo?
Eso sería infantil. ¿Era por las caras
de la gente en las góndolas? ¿Qué hay
con esas caras? ¿La insoportable felici-
dad de haberlo conseguido al fin, la ini-
ciación veneciana más absoluta, lo que
significa que pertenecerás por siempre
al lugar? ¿En la góndola, junto a Tho-
mas Mann, Marcel Proust, Paul Mo-
rand, Henry James, Ezra Pound, y Louis
Couperus? “Ich bin auch ein Berliner?”
(*) ¿Algo en torno a esas líneas? Si
nuestros vecinos en Kansas, Bielefeld,
Wakayama, Novosibirsk, Barneveld,
donde sea, pudieran vernos ahora —¿es
esa la expresión? Es como si, allí abajo
en el agua, se envolvieran con la ciudad
entera en torno a ellos como si fuera
una capa, todavía en la vacilación de la
meta recién alcanzada, con el ondulan-
te, acuoso susurro todo alrededor en los
tranquilos canales, y un hombre invisi-
ble detrás de ti, el barquero con sus mo-
vimientos rítmicos, poderosos. La ma-
yoría de las personas no encuentran la
expresión facial correcta, aunque ponen
su mejor empeño. Esto sólo ocurre por-
que ellos saben que no van a ninguna
parte y que pronto estarán de vuelta en
el lugar de partida. Entonces ¿qué tipo
de expresión deberías poner cuando la
gente en el vaporetto, gente que de he-
cho tiene un destino, te mira?
Mi experiencia previa alcanzaba al
traghetto, que también es una góndola,
pero sólo desde un lado al otro del Ca-
nal Grande. Un abordaje tembloroso, la
mano firme del barquero tomando tu
brazo, luego tratando de estar firme para
no perder el equilibrio, o sentándose en
el estrecho tablón sin perder la compos-
tura. Equilibrio y compostura, de eso se
trata. No, nunca lo había hecho antes.
El año pasado, cuando nevó en Ve-
necia y estábamos en un pequeño apar-
tamento cerca de Campo San Samuele,
en un callejón detrás de lo que alguna
vez fue un grand palazzo (un lugar os-
curo, escondido detrás de rejas, con un
perro que ladraba cada vez que llegába-
mos, y casi sin vista del agua), vi japo-
neses embarcados pasando temprano en
la mañana, acurrucados debajo de para-
guas, con nieve en sus sombreros y bu-
fandas, irradiando alegría. El gondolero
le cantaba al sol mientras se limpiaba la

nieve de sus ojos. O sole mio. No pude
más que admirarlo. El bote pasó despa-
cio y yo sabía que nunca iban a olvidar
este paseo. Tuve el deseo de conocer la
palabra japonesa que significa “nunca”.
Si tú nunca estuviste en una góndola,
nunca estuviste en Venecia. Todos to-
man fotos de todos: la prueba. Compras
las vacaciones en Japón, completo con
travesía en góndola. ¿Pero esa era una
razón para que yo no lo hiciera? ¿Chi-
nos empapados bajo la lluvia, norte-
americanos con una botella de pro-
secco? He buscado una respuesta racio-
nal a mi estupidez: una góndola no es
más que un medio de transporte, que
abordas cuando decides ir a un lugar,
como en los viejos tiempos antes de los
vaporettos. Seguro que estar un rato a la
deriva no es la intención, y eso que no
tengo problemas para andar a pie sin
destino fijo por la ciudad. Una góndola
más oscura que lo habitual, llevando un
ataúd cubierto por un paño bordado en
oro, en su camino a San Michele, la isla
de los muertos —eso sí es real, el trans-
porte en esencia. Todo lo demás es tu-
rismo, afectación, teatro, algo pensado
para otros.
¿Y ahora? Ahora nosotros somos las
otras personas y nos sentamos en una
góndola, esa subida temblorosa, uups,
demasiado pesado, el bote se inclina,
pero la mano experta asiste a los cuer-
pos torpes, los acomoda de manera có-
moda, para que el viaje pueda comenzar
y el mundo se transforma de manera
instantánea. Todo ocurre ahora encima
de ti, y no ves caras en los muelles, sí
zapatos, y mientras los edificios desapa-
recen descubres todo tipo de cosas de
las que nunca te habías percatado. Un
suave balanceo se instala sobre la ciu-
dad, y ves las paredes como piel viva,
lastimaduras, heridas, cicatrices, cura-
ción, antigüedad, historia, algas negras,
algas verdes, el misterioso lado oculto
de los puentes, mármol y albañilería,
otros botes, la vida sobre las olas de una
ciudad de piedra y agua. De forma tran-
quila, el gondolero nos trasmite los
nombres de las iglesias y los edificios
como un sacerdote anciano recitando
una letanía a la que no tienes por qué
escuchar. Hago algunos intentos por
ubicarme en el mapa pero pronto pierdo
la pista. A veces, cuando tomamos una
curva cerrada, lanza un sonoro “¡Oee!”
como si nos encontráramos en peligro
mortal, pero hace rato que me he rendi-
do y, como un bebé en el útero, escucho
el murmullo del líquido amniótico y
tengo deseos de no nacer jamás.
III. Un recuerdo. Un día de invierno.
Nevó en la piazza San Marco, pero se
derritió pronto. Estoy parado bajo una
de las arcadas, mirando hacia la húmeda
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Tiepolo
piazza, pensando que puedo ver la nieve tos que viene del Lethe, el río del olvi-
desapareciendo en gotas, pero como en do. Ayer me detuve y observé mientras
el “Awater” de Nijhoff la realidad es di- dragaban con una de esas garras que ca-
ferente: lo que veo no es lo que estoy van en las profundidades y luego derra-
viendo. Es como si existiera un manan- ma lodo negro como brea, junto con un
tial entre medio de los ladrillos de la surtido de objetos del reino de los muer-
plaza, y puedo ver el agua manando en tos, que tomaron el mismo color del
forma gradual en algunos lugares, como agua como en luto, una ciudad paralela
si la ciudad misma fuera porosa. No es- que yace debajo, esperando su hora.
cuché sirenas que advirtieran de una Cuando el agua se retira, los tablones
inundación grave, así que esto no debe permanecen como un recuerdo de que
ser serio, y aún así no puedo dejar de todo puede cambiar, de que la luna llena
mirar. Debería haber tierra debajo de de las pinturas románticas a veces, en
esos ladrillos, no agua. Una ciudad no un gesto de mal humor, se hace cargo
es un barco. ¿O lo es? Estoy parado so- de las aguas. Eso porque, desde la últi-
bre piedra. No soy Jesús. ¿Pero es pie- ma era glacial, en esta laguna hay diez
dra realmente? A la distancia, puedo ver veces más agua que tierra, y la gente so-
gente cargando unos extraños tablones. brevive lo mejor que puede en este
No se me ocurre palabra para describir- campo de batalla entre los ríos y el
los, esos objetos de madera elongados océano. La idea de Holanda y el mar
con cuatro patas metálicas, que te per- obviamente no está lejos. Los ramales
miten continuar tu trayecto caminando del delta del Río Po acarrean arena des-
sobre la superficie del agua, en lugar de de las montañas y el interior, y las co-
vadear. El agua puede subir hasta medio rrientes del mar contragolpean, forman-
metro, y cuando eso ocurre, los tablones do bancos de arena que tratan de ence-
son utilizados para armar senderos es- rrar la laguna, entonces los afluentes del
trechos, donde los peatones pugnan por río deben ser desviados para que el área
pasarse unos a otros. El lodo del fondo no quede colmada y llevar así agua fres-
de la laguna es negro, agua de los muer- ca hacia el mar a través de tres abertu-
ras. En una foto aérea tomada a gran al-
titud, la laguna parece un organismo
vivo, con las vías de agua como vasos
sanguíneos, los ríos redirigidos hacia el
norte y hacia el sur como arterias, y las
zonas industriales de Mestre y Porto
Marghera como grandes tumores, mien-
tras la propia Venecia es la joya que ha
sido descuidadamente descartada y per-
dida. Los pantanos circundantes tienen
el aire del traje real de un rey que se
sienta en el tambaleante trono de piedra
arenisca de Istria, esa heroica variedad
de piedras que puede soportar la voraci-
dad del agua de mar, como los pinos,
que también provienen de Istria y, como
en Ámsterdam, se clavan profundamen-
te en la arena y la arcilla para soportar
el peso de las casas y los palacios. Cual-
quiera que logre comprender todo esto
puede seguir y conquistar el mundo.
IV. TRES MINIATURAS.
Tiepolo en el Palacio Ducal. Tres esta-
tuas contra el azul del cielo. El tridente
te dice a qué Dios se invoca. Pero no
está sosteniendo ese emblema que es su
peculiar arma. Está medio recostado so-
bre su espalda y por detrás de la joven
mujer de cabello negro con un manto
verde oscuro que tiene la cabeza tan
cerca de la de él. La persona que sostie-
ne su arma no se puede ver. Es el retrato
más humano de él que conozco. Él es
grande y fuerte, está medio desnudo,
con pelo largo negro, la barba gris y sal-
vaje, su ojo derecho enamoradizo (el
otro no se ve pero uno es suficiente), su
piel joven es marrón y radiante, con al-
gunos pelos en el pecho, y sus manos de
trabajador son más oscuras, como es el
caso de los granjeros o los pescadores.
Con ellas sostiene el cuerno de la abun-
dancia mientras lo derrama delante de la
mujer con corona. Monedas, un trozo
de coral rojo brillante, collares de per-
las, y todo pintado de manera tan her-
mosa que imaginas que puedes ver los
retratos en las monedas, las figuras en el
oro y plata reluciente, la acumulación
que pasa de su temible rodilla hacia el
manto con brocado de oro. No hay nin-
guna duda sobre esto. Él no trae un tri-
buto obligatorio. Es una ofrenda de
amor y la mujer a quien él se brinda es
Venecia. Con una mano larga, liviana,
que emerge desde el armiño, ella lo se-
ñala, con una expresión de alguna for-
ma entre maravillada y atemorizada
quizá. Las connotaciones sexuales son
innegables. Ella es hermosa, y la mano
izquierda que sostiene levemente el ce-
tro se apoya en la cabeza de un perro gi-
gantesco con unas fauces monstruosas
y, apoyándose hacia atrás con todas sus
galas, ocupa casi dos tercios de la pintu-
ra, de tal forma que él parece una ola
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que avanza sobre ella. Vaya a saber que
sucederá después entre el dios del mar y
su ciudad favorita. Se ve en el Palacio
Ducal, en la sala de las cuatro puertas,
donde los embajadores debían esperar
para una audiencia.
Carpaccio en el Museo Correr. Dice
mucho de Ruskin el hecho de haberse
referido a las dos mujeres de Carpaccio
como las cortesanas. Mujeres livianas,
vinculadas a las altas esferas, me infor-
ma mi diccionario, en caso de que me
quedara alguna duda. ¿Por qué Ruskin
pensó que estas mujeres eran una suer-
te de prostitutas de clase alta? Su vesti-
menta es veneciana, lujosa, con arre-
glos sofisticados de cabello, y un des-
pliegue de joyas nada excesivo, pero
presente. Una de las mujeres tiene un
generoso escote, pero eso no era poco
común. ¿Qué poseyó a Ruskin? ¿Su
propia mojigatería? Se dice que pasó
tanto tiempo observando los desnudos
en mármol lustrado que se agarró el
susto de su vida cuando vio el bello pú-
bico de su esposa en la noche de bodas.
Dicho esto, yo pienso que eso estaba
más conectado con otros dos factores
que están presentes en esta maravillosa
pintura. Las dos mujeres están mirando
directamente hacia adelante, ofreciendo
sus perfiles al observador, ambas con la
mirada en blanco, mirando a la nada
aparentemente. Y si bien están ocu-
rriendo muchas cosas en la pintura, pa-
rece que nada se mueve, como si estu-
vieran esperando, esas prolongadas es-
peras que a los cortesanos no les resul-
tan desconocidas.
¿Qué vemos entonces en esta pintu-
ra? Dos palomas, dos perros, unas patas
que podrían pertenecer a alguno de esos
perros o a un tercero que no se puede
ver. La mujer del escote sostiene una
vara larga en su mano derecha, que el
perro más grande muerde con sus afila-
dos dientes. Las leyes de la perspectiva
no revelan si las dos patas delanteras
que puedo ver abajo en la esquina iz-
quierda de la pintura, una de ellas apo-
yada en una nota sin abrir que no puedo
leer, forman parte del mismo perro: el
color de la piel me lleva a pensar que
éste es el caso. En su mano izquierda, la
mujer está sosteniendo la delgada pata
derecha de un pequeño perro faldero,
que a su vez está parado sobre sus patas
traseras y me mira de forma insolente.
La otra mujer parece haber metido sus
pies en dos grandes pantuflas verdes
adornadas con oro, pero podrían ser
sólo ondulaciones del dobladillo de su
vestido. Estos detalles son conocidos
para los historiadores del arte, y quizá
también saben el significado de esa es-
pecie de cuervo que se encuentra en el
piso bien enfrente de la mujer, levantan-
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Carpaccio
do su pata de tres dedos hacia ella. La
mujer tiene esa actitud, una mirada al
vacío que, de modo conveniente, yo ca-
lificaré de moderna. En su mano dere-
cha ella sostiene un pañuelo de lino o
seda, y su codo se apoya en la alta ba-
laustrada de mármol junto a un fruto de
granada, símbolo de amor y fertilidad
(es lo que puedo recordar). No queda
claro si el niño, cuya cabeza no llega to-
davía a la altura de la balaustrada, está
al tanto del significado del fruto. En
cualquier caso, toda su atención está di-
rigida al pavo real, a quien quiere como
mascota. Junto al pavo real hay dos de
esos zapatos que estaban entonces tan
de moda y que, a juzgar por sus altas
plataformas, debían ser difíciles para
caminar.
La pintura está en el Museo Correr y
si tienes la oportunidad de quedarte pa-
rado frente a ella por cierto tiempo, la
atmósfera de quietud en torno a esas
mujeres sólo crecerá. De acuerdo a teo-
rías posteriores, ellas esperan a sus
hombres que fueron de cacería, pero eso
no resuelve el misterio de semejante
quietud. La vestimenta y los objetos
ubican la pintura en una era específica,
pero el vacío de la mirada y la actitud
despectiva y arrogante del pequeño pe-
rro huelen a mi época. El perro sabe de-
masiado, y nos conocemos.
Guardi. La ciudad que dejé hace po-
cas semanas se ha convertido en papel.
Ahora que no estoy más allí, una gran
exhibición en el Correr sobre Guardi
se inauguró finalmente. Francesco
Guardi siempre tuvo que mantenerse a
un costado de Canaletto a lo largo de
su vida, mientras tenía claro que él era
mejor porque era capaz de darle vida a
la ciudad, porque era capaz de liberar
a los palazzi del estancamiento en el
que aquel otro pintor los capturó para
toda la eternidad, porque lograba que
el agua respirara, hacía audibles los
gritos de todos esos hombres en sus
botes y porque sus nubes son gente
que se mueve sobre agua y ciudad de
tal forma que sientes la necesidad de
darles nombres. Un amigo que sabe de
mis obsesiones me envió un ejemplar
de El País y una página del New York
Times sobre esta exhibición. Así que
parte de mí todavía está en Venecia,
después de todo.
El blanco y negro del papel poroso
del diario me lleva a ver las pinturas
como no se deberían ver. He sido gol-
peado por una incurable grisura pero
todavía puedo encontrar los colores en
base a memoria y nostalgia. El pintor
se encuentra allí en su único retrato co-
nocido, flaco y algo transparente, pin-
cel en mano, como si tuviera que de-
mostrar algo, el óleo en su paleta tiene
algo de blanco y oscuridad, manos fe-
meninas, ojos brillantes que conserva-
ban todo lo que veían. La ciudad, la
ciudad, y otra vez la ciudad, una ciudad
líquida de agua y barcos, una ciudad de
piedra con palacios, y de pronto todo lo
que ocurrió detrás de esos muros cerra-
dos, la ciudad en la ciudad, la feria de
vanidades en el Ridotto, el remolino de
lujuria y sofisticación alrededor de las
mesas de juego, un suave aroma de de-
caimiento como presagio de un final
gradual. Sus pinturas han vuelto a casa,
y sólo Dios sabe si sentían nostalgia de
la ciudad donde Guardi, siempre a la
sombra de Canaletto, trató de venderlas
en la piazza San Marcos. La gente llegó
al Correr desde todo el mundo, cuaren-
ta museos e instituciones prestaron sus
obras por algunos meses, y no puedo
esperar más para verlos en persona. En
el diario encanecido, observo el muelle
de Giudecca donde hace poco caminé,
y veo la pequeña isla donde me alojé,
capturada entre luces y sombras, un
distante crepúsculo donde yo podría
ser una de esas sombras que habitan
las obras de Guardi. La ciudad casi no
cambió desde sus días, y el tiempo
transcurrido parece haber sido anulado
en estas pinturas. No me encuentro
más allí y sin embargo estoy ahí. He
sido convertido en pintura y me en-
cuentro caminando allí, en el presente
de 1760, cuando él me pintó, un hom-
bre en ropajes extraños sentado en los
escalones al frente de la iglesia por la
que pasaré caminando dos siglos más
tarde, un holandés en la más serena de
las Repúblicas. ●
(*) “Soy berlinés”. Frase pronunciada
por J. F. Kennedy en Berlín, 1963.
(Este texto es el adelanto de un libro de
Cees Nooteboom sobre Venecia de pró-
xima publicación en inglés. La traduc-
ción es de László Erdélyi)

La corriente del Golfo
Un río en el océano
Hugo Fontana
E
N EL OCÉANO Atlántico hay
un río incesante, sin orillas,
que describe un amplísimo
círculo siguiendo el sentido de
las agujas del reloj: la corriente del
Golfo. El río nace prácticamente en el
mar Caribe, asciende siguiendo la cos-
ta este de Estados Unidos, atraviesa el
Atlántico Norte rodeando el Mar de los
Sargazos, llega hasta las costas británi-
cas, desciende por el borde occidental
del continente europeo, se acerca a
África y, tras cruzar nuevamente el
Atlántico, pero ahora de este a oeste,
retoma su camino ascendente alcan-
zando a Brasil y los países caribeños
de América del Sur. Repite su círculo
incansablemente desde hace millones
de años y si un día, como el viajero
que huye, detuviera su andar, provoca-
ría un cataclismo de dimensiones tales
que afectaría al mundo entero.
Se desconoce cuáles fueron los pri-
meros navegantes que advirtieron su
existencia: acaso los vikingos que an-
tes del año 1000 se aventuraron hasta
las costas de Norteamérica. Aunque sí
se sabe que, empezando por Cristóbal
Colón, los capitanes de las expedicio-
nes españolas, portuguesas y británi-
cas de fines del siglo XV y principios
del XVI supieron desde un principio
que aquéllos que se adueñaran de sus
secretos tendrían el éxito casi asegura-
do en su obstinada marcha para colo-
nizar el Nuevo Continente.
El geógrafo Matthew Fontaine
Maury lo describió de la mejor manera
en 1855: “Hay un río dentro del mar
que aun en las sequías más severas
nunca se seca y en las inundaciones
más poderosas nunca se desborda. Sus
orillas y lechos son de agua fría,
mientras que su corriente es cálida. Su
manantial es el golfo de México y su
desembocadura, el mar Ártico”.
FUERZA DIVINA. Provocada por una di-
ferencia de temperatura que supera en
más de 8º la de las aguas oceánicas,
por la diferencia en la densidad y por
los vientos que a partir de esta causa
se desatan en su recorrido, la corriente
del Golfo, de textura más límpida, de
un azul más intenso y ricamente po-
blada en especies marinas, transporta
56.000 metros cúbicos de agua por se-
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Winslow Homer, “GulfStream”, 1889
gundo. Es un caudal que, según el
oceanógrafo Stan Ulanski en su libro
La corriente del Golfo, equivale a
quinientas veces el del río Amazonas.
Pero su recorrido no es lineal: los pri-
meros y pocos avezados navegantes
solían tropezarse con meandros, giros,
bifurcaciones e imprevistos flujos que
necesitaron años en ser desentrañados.
Si bien Colón descubrió la ruta más
adecuada de arribo a América, fue An-
ton de Alaminos quien, en ancas del
poderoso río, descubrió la ruta de re-
greso más rápida a Europa.
Alaminos era un marino que había
participado en una de las expediciones
de Colón. También formó parte de la
tripulación de Juan Ponce de León, a
quien se le atribuye el descubrimiento
de la Florida, y poco tiempo después
Hernán Cortés, en su viaje en pos de la
conquista de México, lo nombró jefe
de su flota. A su retorno, se convirtió
en el primer hombre “en navegar por
el giro Atlántico norte en su totali-
dad”. Cuando llegó a España se había
transformado en el protagonista de una
verdadera hazaña que cambiaría para
siempre la historia de la navegación.
Desde aquel entonces, los viajes se
sucedieron sin descanso, aunque las
hipótesis buscando explicar existencia
y características de la corriente se mul-
tiplicaron sin cesar y sin demasiada
fortuna. En tanto se mantuvo la hege-
monía de la Iglesia, muchos fueron
quienes buscaron en el viejo concepto
aristotélico del primer motor (primum
mobile) o “fuerza divina” la razón de
la corriente. Durante el siglo XX y
gracias a los avances tecnológicos se
llegó a una comprensión más detallada
del fenómeno, pero sólo con el apoyo
de la ingeniería satelital se han deter-
minado singularidades que hasta poco
tiempo atrás quedaban en el terreno de
las suposiciones.
PIRATAS Y ATÚN ROJO. La corriente del
Golfo es rica en especies vegetales y
animales, y también lo fue en piratas,
bucaneros, filibusteros y otros bandi-
dos de inciertos apelativos y peores
calañas. A medida que españoles y
británicos fueron colonizando islas y
costas, primero en busca de oro y
otros metales preciosos, luego tras los
negocios de la caña de azúcar y otras
plantaciones de diversa índole, y más
tarde llevando y trayendo cargamen-
tos de esclavos procedentes del conti-
nente africano, se fue desarrollando la
fructífera industria del robo. Ésta
supo convertir a más de un pirata in-
glés en caballero de la Corona británi-
ca, y en acaudalados hombres de ne-
gocios a bandidos que supieron orga-
nizarse en flotas de decenas de em-
barcaciones y que asolaron las aguas
del incontenible río.
Sir Francis Drake, Sir Henry Mor-
gan, Jean-Francois de Roverbal, Barto-
lomeu Roberts —más conocido como
“Bart el Negro”—, fueron algunos de
los nombres de estos individuos acos-
tumbrados a quedarse con fastuosos
cargamentos cuyo destino era por lo
general la Corona española, y que po-
cas veces fueron sujetos de Justicia al-
guna. Si a la acción de estos verdade-
ros depredadores se le suma el infortu-
nio de los múltiples naufragios, gran
parte de ellos ocurridos en las engaño-
sas costas de la Florida o de la actual
Carolina del Norte, azotada por per-
manentes huracanes, las pérdidas fue-
ron incalculables. A modo de ejemplo,
Ulanski señala el naufragio en 1622
del galeón Nuestra Señora de Atocha,
cuyo cargamento de 47 toneladas de
oro y joyas fue encontrado recién en
1985 por el rescatista Mel Fisher.
La corriente del Golfo es el hábitat
por excelencia de una serie de organis-
mos llamados “errantes” (la palabra
plancton proviene de un término grie-
go que significa, justamente, “lo que
va errante”), que el agua arrastra en
su permanente decurso. Éstos, a su
vez, son el alimento primigenio de una
extendida cadena biológica que tiene
como cima algunos grandes peces, en-
tre ellos el marlín o pez espada o vela
(que supo inspirar a Hemingway para
su novela El viejo y el mar), el peto,
el dorado y el casi monárquico atún
rojo, una máquina aerodinámica capaz
de desarrollar las más altas velocida-
des en el mar y un depredador despia-
dado, con una longitud media de dos
metros y que puede pesar más de seis-
cientos kilos. Convertido en la actuali-
dad en una especie altamente valorada
para la elaboración de sushi, un com-
prador japonés pagó 68.500 dólares en
1991 por un solo ejemplar.
El libro de Ulanski, profesor de
geología en la Universidad James Ma-
dison de Virginia (Estados Unidos),
presenta, como en el caso de los que
llevan la firma del paleontólogo Brian
Fagan (La pequeña edad de hielo, El
gran calentamiento), un cuidado tra-
bajo de corrección editorial y, si bien
la primera parte puede resultar al lego
algo cargada de datos técnicos, se pue-
de leer con el mismo interés con que
se lee un libro de aventuras y descu-
brimientos. ●
LA CORRIENTE DEL GOLFO. La
increíble historia del río que cruza
el mar, de Stan Ulanski. Turner
2012. Madrid, 301 págs.
23 agosto 2013

Con Antonio Muñoz Molina
/RIOL 2ODRÓGUEZ
(desde Barcelona)
L
OS ÚLTIMOS días
han sido intensos
para Antonio Muñoz
Molina (Úbeda, Es-
paña, 1956). Hace algunas se-
manas su obra se vio recono-
cida con el premio Príncipe
de Asturias de las Letras, uno
de los más prestigiosos galar-
dones de literatura y lingüísti-
ca otorgados en España. El
prosista y periodista andaluz
había ampliado esa obra po-
cos meses antes con la publi-
cación de Todo lo que era só-
lido, ensayo que, mirando ha-
cia un pasado cercano, catalo-
ga los motivos que han lleva-
do a su país a una agonizante
crisis que se dice económica
pero que esconde una aguda
recesión en valores. Necesita-
do de unas vacaciones, el
miembro de la Real Academia
se ha refugiado en la casa ma-
terna del Puerto de Santa Ma-
ría, luminosa localidad en el
sur de la península y destino
perfecto para la evasión.
Cuando en una de estas jorna-
das de sosiego termine la re-
lectura de La montaña mági-
ca, de Thomas Mann, decidi-
rá si regresa a su apartamento
de Nueva York o si se instala
en su piso de Madrid.
LUGARES DE INSPIRACIÓN.
—Soy un trotamundos rela-
tivo, porque siempre es el mis-
mo trote para los mismos si-
tios. Aunque lo pueda parecer,
por vivir entre Madrid y Nueva
York, no soy muy viajero. Me
gusta estar en un par de luga-
res, pero viajar mucho no me
seduce, menos si hay que pisar
un aeropuerto. En tren, he de
reconocer, la experiencia conti-
núa siendo más agradable.
—El tren es un medio más
literario.
—El defecto que les en-
cuentro es que ahora, con los
trenes de alta velocidad, los
viajes son demasiado cortos.
23 agosto 2013
6 / E L P A I S C U L T U R A L / N° 1235
Un viaje me inspira ganas de
contar lo que voy viendo. En
eso me siento próximo a gente
como Josep Pla o Stendhal,
que son los grandes maestros
de contar lo que va pasando.
Crear instantáneas con pala-
bras como si se tomaran fotos.
La escritura del transeúnte, por
llamarla así, me gusta mucho.
—¿La literatura es fruto del
entorno?
—Claro. La literatura es fru-
to del encuentro entre una sen-
sibilidad y un entorno. Hay es-
critores que son más imper-
meables a lo que tienen alrede-
dor, pero a mí me gusta res-
ponder instantáneamente a lo
que me envuelve: la luz, los lu-
gares, lo que pasa… Esa escri-
tura habitualmente la vuelco en
artículos que publico en mi pá-
gina web o en mis colaboracio-
nes en la prensa. Piezas, sin
embargo, que con el tiempo
también pueden ser material de
inspiración para un cuento o
una novela. El entorno, defini-
tivamente, es una fuente de
inspiración.
—Usted vive buena parte
del año en Nueva York, un en-
torno plagado de alicientes li-
terarios.
—No hay sitios más ricos
en alicientes que otros. Si uno
se fija con detenimiento, cual-
quier lugar puede ser fuente de
inspiración. Además, es impor-
tante tener en cuenta que se
puede estar en Nueva York y
vivir de una manera totalmente
neutra. Hay mucha gente en
Nueva York convencida de que
vive en el centro del mundo.
En mi caso, el atractivo que le
encuentro a Nueva York es la
relación personal que mi mujer
[la también escritora Elvira
Lindo] y yo hemos establecido
con esa ciudad.
—¿Qué relación ha estable-
cido con el Río de la Plata?
Buena parte de su novela corta
Carlota Feimberg se desarro-
llaba en Buenos Aires...
—La literatura latinoameri-
cana ha sido —y todavía es—
fundamental en mi educación.
Y el Río de la Plata, más con-
cretamente, tiene una connota-
ción especial porque es cuna
de una literatura muy distinta a
la de cualquier otro sitio. Antes
hablábamos de Nueva York, y
ésta tiene en común con Mon-
tevideo o Buenos Aires que
son ciudades de llegada. Desti-
nos de acogida en los que se
mezcla gente procedente de
muchos sitios y orígenes: ju-
díos, italianos, españoles…
Esa amalgama de culturas es
muy potente. Por otro lado, en
mi caso, el descubrimiento de
escritores como Borges u
Onetti fue primordial, pues,
más que escritores a los que
uno admira, representan cierto
tipo de sensibilidad.
ONETTI EN LA MIRA.
—Efectivamente, los escri-
tores del boom latinoamerica-
no han dejado gran impronta
en su obra.
—Su irrupción me sorpren-
dió en un momento en que es-
taba empezando a formarme,
ya no como escritor, sino como
aspirante a escritor. Descubrir
Cien años de soledad o leer
por primera vez los cuentos de
Cortázar o de Borges con 15 ó
16 años fue toda una revolu-
ción, más en una época en que
no pasaba gran cosa en la lite-
ratura europea, y la literatura
española aún estaba muy mar-
cada por el aislamiento y la
dictadura franquista. Para mu-
cha gente de mi generación,
ciertamente, aquél fue nuestro
gran descubrimiento literario.
Además, en muchos casos eran
escritores que ejercían de enla-
ce y te acercaban a otros escri-
tores: leyendo a Borges acaba-
bas yendo a G. K. Chesterton,
y a través de Onetti descubrías
a Faulkner.
—En una entrevista conce-
dida a El País Cultural en
2009, reveló estar trabajando
en una biografía sobre Onetti.
¿En qué estadio se encuentra
ese proyecto?
—Aún estoy trabajando en
él. Pero más que una biografía
Oficio de in
es un ensayo literario sobre
Onetti, su figura y su obra. Un
trabajo al que le tengo cariño y
voy haciendo poco a poco.
Siento un respeto muy grande
por Onetti, y la sensación que
experimento es que lo tengo
que hacer lo mejor que pueda:
crear algo que, con toda mo-
destia, no haya hecho nadie
antes. Intentar aportar un tra-
bajo que sea una mezcla de
declaración de amor e indaga-
ción narrativa.
—En aquella misma entre-
vista contó de su encuentro
con Vargas Llosa, donde usted
le anticipó la idea de publicar
un ensayo sobre Onetti. Poco
después él publicó El viaje a la
ficción, su estudio sobre el es-
critor uruguayo. ¿Sintió que le
había robado el proyecto?
—No, en absoluto, porque
el libro de Vargas Llosa es
completamente diferente al
mío. Cuando coincidimos en
una universidad en Estados
Unidos, empezamos a charlar
sobre algunos cuentos de
Onetti. En aquellos momentos
yo ya tenía en marcha mi libro
y tiempo después se publicó
El viaje a la ficción. Pero in-
sisto: no hay entre nosotros
ningún tipo de competencia, ni
mucho menos considero que
me robara la idea. El suyo es
una revisión más concreta y
académica de la obra de ción, ¿es un disfrute o un pro-
Onetti. En mi caso es casi una ceso doloroso?
confesión personal. —En la creación literaria
—En su página web escri- hay un esfuerzo que, en algu-
bió que el verano es el tiempo nos casos, puede ser doloroso.
perfecto para la literatura. Primero aparece la incertidum-
¿Está inmerso en la creación? bre sobre si aquello que se está
—Asocio los veranos a haciendo va a salir, y después
grandes lecturas y a momentos la incertidumbre sobre si aque-
de escritura. Es raro que en un llo que se ha hecho tiene algún
solo verano alguien pueda fina- valor. Finalmente, surge la in-
lizar una novela, pero estos me- certidumbre sobre si aquello
ses de estío son momentos de que ha salido, que presumible-
grandes inversiones literarias. mente tiene un valor, gustará a
Y sí, estos días ando buscando los lectores. Un oficio, el de
una forma. Pero hasta que no escritor, marcado por la incerti-
se tiene un primer capítulo, un dumbre más que por ninguna
comienzo indudable, no se tie- otra cosa.
ne nada. Yo me encuentro en —Con una trayectoria tan
esa primera fase de rondar. consolidada, ¿aún teme que
—Esa ronda, esa modela- sus libros no gusten?

certidumbre
—La inquietud e inseguri-
dad forman parte del ejercicio
literario, un trabajo que nadie
nos ha obligado a hacer. Por lo
tanto, el escritor no tiene dere-
cho a quejarse. Pero la incerti-
dumbre existe: ese pensar que
tal vez no eres capaz de escri-
bir otro libro, o el temor a tener
una buena idea pero ser inca-
paz de poderla desarrollar en
toda su capacidad. A veces las
buenas ideas se malogran por
el camino.
SOÑAR LITERATURA.
—¿El libro que uno sueña
siempre es mejor que el libro
que se acaba escribiendo?
—Exacto. Y, finalmente,
también aparece cierta vacila-
7 / E L P A I S C U L T U R A L / N° 1235
ción por cómo recibirá el lector
esa historia. Porque el escritor
debe ser honrado y, por mucho
éxito que tenga, no puede es-
cribir dos veces el mismo li-
bro. A lo largo de mi trayecto-
ria como autor he escrito libros
muy diferentes unos de otros,
pero ése es un riesgo que los
que nos dedicamos a esto de-
bemos asumir. Por otro lado,
hay veces que quisieras hacer
algo pero no alcanzas el arran-
que que requiere la aventura.
De hecho, mis proyectos litera-
rios tardan mucho en materiali-
zarse y, por momentos, me im-
paciento. Es inevitable.
—En el otro extremo, en el
momento en que un escritor
consigue crear el universo
para una historia, es un Dios
que puede hacer y deshacer a
su antojo.
—Eso no es verdad. Los li-
bros se escriben solos.
—¿No los escribe el autor?
—Uno no puede hacer lo
que quiere con sus libros. Al
menos no es así en el tipo de li-
teratura que yo practico. Como
escritor, no controlo el material
que rubrico. Sí que intento
averiguar por dónde va la his-
toria, pero sin forzarla, simple-
mente me dejo llevar. Un escri-
tor no es un Dios, de ninguna
manera.
—Entonces, ¿de qué están
hecho los libros?
—Sin ponernos metafísicos,
diría que de impulsos incons-
cientes. Es como un sueño:
uno no controla ni lo que va a
soñar ni la forma del sueño. Y
la invención de una historia
tiene mucho de sueño. Se pue-
den escribir libros como el que
aplica una fórmula matemática
o el que cocina siguiendo una
receta al pie de la letra; pero la
literatura, tal y como yo la en-
tiendo, es tratar de encontrar el
estímulo subconsciente que te
va a marcar el camino a seguir.
—¿Alguna de sus historias
es fruto de un sueño?
—Muchas historias se me
han ocurrido en noches de in-
somnio o en el momento entre
el sueño y el despertar. Este es
un fenómeno que sucede mu-
cho en música, como la famosa
historia de que Paul McCart-
ney soñó “Yesterday”. En lite-
ratura también hay fases mu-
cho más racionales, como las
de corrección y edición, pero
ese primer impulso que te lleva
a escribir es muy raro, casi
irracional. Uno no sabe de
dónde vienen las historias, ni
tiene control sobre ellas, pero
cuando ves que aquello que
aparece de manera impremedi-
tada va adquiriendo forma es
un momento extraordinario, un
instante incomparable que
hace de escribir algo mágico.
—¿Qué influencia cree que
están teniendo las nuevas tec-
nologías en el mundo litera-
rio?
—Cada medio favorece un
tipo de escritura. Si tienes afi-
ción, como es mi caso, por la
escritura de lo inmediato, a la
literatura sobre la marcha, el
hecho de tener un blog lo acen-
túa aún más. Por hacer un símil
musical, tener un blog puede
ser como tocar en directo. Hay
que buscar las mejores posibi-
lidades que te ofrece cada me-
dio y sumergirte en ellas.
—Contrariamente, parece
que el mundo tiende a lo breve.
Por ejemplo, la escritora Lydia
Davis anunció recientemente
su intención de escribir micro-
cuentos en Twitter.
—A lo largo de la historia,
el escritor, al igual que el músi-
co, ha tenido que adaptarse a
ciertas demandas tecnológicas.
En los años 30, en Estados
Unidos existían unos bailes en
los que pagabas unos centavos
y podías danzar durante un mi-
nuto con una chica. Conse-
cuentemente, los músicos se
tenían que acostumbrar a desa-
rrollar sus aptitudes en esos
pocos segundos. Poniendo otro
ejemplo, cuando yo inicié mi
carrera como periodista tenía
que escribir una cantidad fija
de palabras que debía entregar
un día concreto y a una hora
determinada. Con ello, lo que
quiero expresar es que la crea-
ción literaria o artística nunca
han estado separadas de las no-
vedades tecnológicas. Una re-
lación que, a mi entender, es
muy enriquecedora.
LOS PREMIOS.
—Los primeros versos del
poema “1936” de Luis Cernu-
da —“Recuérdalo tú y recuér-
dalo a otros”— han sido la ins-
piración de su última obra,
Todo lo que era sólido, un en-
sayo con la crisis económica
de fondo...
—Efectivamente, “1936” es
un poema de Cernuda dedica-
do a un veterano de aquellas
Brigadas Internacionales que
combatieron en el bando repu-
blicano durante la Guerra Civil
Española. Me parece que ese
verso resume bastante bien una
de las tareas que a veces cum-
ple la literatura: rememorar
aquello que ha pasado, y trans-
mitir esas memorias a otros.
Lo específico de la especie hu-
mana es el poder de transmi-
sión oral de la experiencia. A
través de la lengua una genera-
ción puede transmitir sus cono-
cimientos a la siguiente. Si uno
se limita a aquello que sabe su
generación, o aquello que ha
aprendido en el tiempo de su
vida, se perderá muchísimas
cosas que no aprenderá. Esa
transmisión de conocimiento
es muy importante.
—¿Envejecer acentúa la
voluntad, cuando no necesi-
dad, de recordar?
—Cuando leo novelas de
escritores jóvenes, en muchos
casos me llama la atención lo
obsesionados que están con
su propio pasado, cuando éste
carece de mucha experiencia
en el tiempo. Aun así, tengo
la impresión de que esto va
por caracteres. Hay personas
que tienen una mayor inclina-
ción a recordar, y otras que
son más propensas a dejar de
lado el pasado. No creo que
sea un tema que esté relacio-
nado con la edad, sino con la
personalidad.
—Y aun así, ¿olvidamos
rápido?
—La sensación de que todo
va muy deprisa no es exclusiva
de nuestro tiempo. Es una per-
cepción que ya han tenido mu-
chas otras generaciones. Es
muy curioso leer lo que hace
un siglo y medio decía y escri-
bía la gente respecto a innova-
ciones de la época como el fe-
rrocarril y el telégrafo. Hay
que tener cuidado con creer
que la nuestra es una era com-
pletamente distinta a cualquier
otra época.
—En esta revisión de artí-
culos que ha realizado en Todo
lo que era sólido, ¿le ha sor-
prendido algo de su propia
obra pretérita?
—He comprobado que
hubo algunos hechos que sí
percibí mientras ocurrían, y
otros que, tristemente, no fui
capaz de dilucidar. Por ejem-
plo, en su momento no me di
cuenta de que la corrupción
era mucho mayor de lo que
parecía. Pude advertir que la
desigualdad, no sólo en Espa-
ña o en Estados Unidos, sino
en muchos otros sitios, estaba
creciendo y que aquel estado
del bienestar social consegui-
do después de la Gran Depre-
sión o la II Guerra Mundial
está desapareciendo. Pero no
me percaté, y me lamento por
ello, de que la escala de co-
rrupción hubiera alcanzado
unos niveles tan altos.
—Acaba de ser reconocido
con el Premio Príncipe de As-
turias de las Letras. ¿Qué va-
lor tiene eso para usted?
—Es una gran satisfacción,
claro. Pero los premios hay
que verlos en su justa propor-
ción para no dejarse llevar por
la vanidad si te los dan, y la
amargura si no te los conce-
den. El primer premio urgente
que siempre necesita un escri-
tor es escribir un libro mejor
que el que ha escrito antes. Y
el otro premio fundamental es
poder tener lectores. Lo de-
más, si viene, se agradece, y si
no, te aguantas. ●
23 agosto 2013

Philippe Bourgois: marginación y narcotráfico
Ampliando el foco
!NTONIO DI #ANDIA #UTINELLA
I
NTERESADO EN investigar
cómo se relacionan la pobreza y la
marginación étnicas, el joven an-
tropólogo Philippe Bourgois se
instaló en la primavera de 1985 en East
Harlem, Nueva York, junto a su esposa
y su hijo recién nacido.
Los datos oficiales indicaban que
“El Barrio”, como le llaman sus habi-
tantes, en su mayoría provenientes de
Puerto Rico, era uno de los lugares más
pobres y excluidos de Estados Unidos,
la nación industrializada más rica y po-
derosa del mundo. Además, apenas un
tercio de las familias recibía asistencia
pública. Pero en sus primeras recorridas
por el vecindario percibió en sus veci-
nos un aspecto menos pauperizado del
que esperaba.
De ese contraste inicial entre sus
prejuicios y la realidad, proceso inelu-
dible por el que pasan los etnógrafos,
emergieron las contradicciones. Cabía
preguntarse cómo esta gente lograba
pagar el alquiler, el gas, la vestimenta.
Es decir, cómo lograban sobrevivir con
prácticamente nada.
Siguió recorriendo las calles, obser-
vando lo que sucedía en las esquinas,
en los rincones oscuros. Se vinculó con
sus vecinos, y experimentó el lado más
sórdido y silencioso de la violencia. En
esas caminatas también fue testigo del
nacimiento de una “bestia” inmensa y
muy rentable, bautizada con un nombre
muy corto: crack.
Esta experiencia derivó en uno de
los libros más logrados de Bourgois,
En busca de respeto. Vendiendo
crack en Harlem, publicado en inglés
en 2003, pero traducido al castellano en
2010 —aún sin distribución en Uru-
guay—. El trabajo está centrado en la
cuestión del “apartheid” estadouniden-
se, el de los grupos étnicos segregados,
en este caso portorriqueños.
RUIDO DE PIEDRAS. En busca del respe-
to es un libro de historias personales:
“a la veintena de traficantes con quie-
nes entablé amistad, al igual que a sus
familias, no les interesaba mucho ha-
blar acerca de las drogas. Más bien,
querían que yo supiera y aprendiera
sobre la lucha diaria que libraban por
la dignidad y para mantenerse por so-
bre la línea de pobreza”.
23 agosto 2013
8 / E L P A I S C U L T U R A L / N° 1235
El nombre crack proviene del ruido
que hacen las piedras al romperse en el
mechero, siendo el vapor emanado de
la pasta de cocaína lo que se fuma. El
proceso para producir crack es muy
sencillo y de fácil acceso a cualquier
vecino o familia con ganas de prosperar
en East Harlem: se hierve clorhidrato
de cocaína en una solución de bicarbo-
nato de sodio o amoníaco, la pasta re-
sultante se endurece en forma de granos
o piedras, quedando entonces lista para
ser fumada o distribuida.
En El Barrio lo que importaba era la
supervivencia. Con las cartas echadas
hacía tiempo, los habitantes contaban
con pocas opciones legales para alcan-
zarla. Era un contexto vivo, conflictivo,
y contradictorio. Mientras circulaban
millones de dólares al alcance de los jó-
venes que crecían en los complejos ha-
bitacionales de East Harlem, no debería
extrañar que terminaran optando por el
narcotráfico en lugar de tomar el tren
todos los días, ir a trabajar al distrito fi-
nanciero, y ganar salarios mínimos.
A Bourgois le interesaba la lucha co-
tidiana por la dignidad y la auto-susten-
tación realizada a través de una econo-
mía subterránea. Pone el foco en la re-
lación entre la opresión social estructu-
ral y la acción individual. Da cuenta de
cómo, por medio de prácticas culturales
antagónicas, los individuos le dan for-
ma a la opresión impuesta.
El investigador, entonces, establece
estrechos lazos con sus vecinos, trafi-
cantes o no, para poder tener de primera
Bruce Davidson
mano sus percepciones e interpretacio-
nes de todo lo que sucedía. Así conoce
a Primo, líder y narcotraficante, con el
cual entabló una amistad que trascendió
los cuatro años que duró su residencia
en El Barrio. Fue en esas conversacio-
nes con Primo y su gente, de recorridas
nocturnas por centros clandestinos de
venta de drogas y fumaderos, donde se
convirtió en uno más. Pero al “blanqui-
to” recién llegado también le tocó sufrir
en carne propia la violencia. Por ejem-
plo, cuando la policía lo confundió con
un comprador de crack venido de afue-
ra, o cuando por error dejó en evidencia
el analfabetismo de Primo frente a sus
secuaces y tuvo que esconderse por
unos días por miedo a una represalia.
Esta última situación fue uno de los
tantos indicadores que lo llevaron a
pensar que, en este contexto, el respeto
es algo que se posee, se gana y se acu-
mula, pero también se arriesga y se
pierde. Esta es una innovadora interpre-
tación del concepto de “capital cultural”
de Bourdieu, otorgándole una nueva di-
mensión y adaptándolo al concepto de
respeto.
Para el autor, los individuos de El
Barrio deben apelar a la violencia para
subir de rango en la economía clandes-
tina. Así, los individuos acumulan cier-
to capital en forma de respeto, y cuanto
más se acumula, disminuyen las posibi-
lidades de ser engañados, robados o
asesinados. Por esa razón, ciertos com-
portamientos, que en otro contexto pue-
den parecer autodestructivos, en El Ba-
rrio son una estrategia, una inversión a
largo plazo. Es el desarrollo del capital
individual dentro de la lógica de la eco-
nomía clandestina. Porque la búsqueda
del respeto es, en definitiva, la búsque-
da del sueño americano.
VIOLENCIA FÍSICA Y SIMBÓLICA. Lo inte-
resante de la mirada de Bourgois es que
logra situar el problema como parte de
una interacción entre esta exclusión y
los habitantes de El Barrio, la cual ge-
nera violencia física pero también sim-
bólica. A partir de allí todo parece girar
en una espiral dialéctica en la cual el
crack es sólo un síntoma o derivado. El
narcotráfico está dentro de otro contex-
to, el del Barrio, y éste dentro de un Es-
tado y una economía. Todos ellos inte-
ractúan entre sí, propiciando un espacio
específico para establecer narrativas,
comportamientos, símbolos y contra-
dicciones. Uno de ellos es la reacción
negativa que se genera entre los veci-
nos, quienes rechazan a quienes se vin-
culan con el narcotráfico. Los trafican-
tes, al sentirse doblemente excluidos
por el Estado y por sus pares, recurren
a la violencia para ganarse el respeto.
La rebelión también es parte de la
supervivencia, del querer ser escucha-
dos desde lo más hondo. Por eso El Ba-
rrio de aquellos años explotaba en mi-
les de graffiti y rap furiosos, y el hip-
hop arremetía como un poderoso mani-
fiesto, a tan solo un chispazo desde la
cadena MTV para que ardiera el fuego.
Y ardió.
Para Bourgois, esta “cultura calleje-
ra” se origina en “una red compleja y
conflictiva de creencias, símbolos, for-
mas de interacción, valores e ideolo-
gías… un conjunto espontáneo de
prácticas rebeldes, cuya base material
estaría configurada por la búsqueda de
los medios necesarios para el comer-
cio, el uso y abuso de narcóticos”.
En esta investigación se intenta rom-
per con los clásicos discursos que vin-
culan al narcotráfico con el Estado, a la
violencia con la represión, o al dealer
con el adicto, para establecer un nuevo
lenguaje, un nuevo camino que permita
entender estos conflictos. Bourgois lo
logra ampliando el foco y escapando,
por ejemplo, de la siempre tentadora
trampa de la demonización de la droga.
Porque, como comprobó Bourgois al
conocerlos cara a cara, sólo se trata de
seres humanos tratando de sobrevivir. ●
 9 / E L P A I S C U L T U R A L / N° 1235

Limónov por Emmanuel Carrère

El adolescente eterno
Jorge Gutiérrez El resultado es corrosivo y quizá
injusto, algo que Carrère no oculta.
Pero igual deja claro que Limónov es

E
STE LIBRO es una biografía enemigo de Putin (como antes lo fue
del polémico y novelesco es- de Brodsky, de Evtushenko, de Sája-
critor y político ruso Eduard rov, de Solzhenitsyn y de muchos
Limónov (1943). Como escri- más) porque éste llegó adonde a él le
tor, Limónov ha escrito una treintena habría gustado llegar. Y, al mismo
de libros (muchos de ellos autobiográ- tiempo, también deja claro que esta-
ficos y crudamente sinceros), además mos ante un adolescente eterno que
de numerosos artículos de prensa. casi siempre se ha puesto en contra del
Como político, fundó en los 90 el Par- Poder y que, en consecuencia, ha sa-
tido Nacional Bolchevique, un partido boteado sus propias aspiraciones.
marginal, de ideología confusa y opo- Hacia el final del libro, en el modes-
sitor a Vladimir Putin desde que éste to y ascético apartamento de Limónov
se convirtió en presidente de Rusia en Moscú, éste le pregunta a Carrère
(postura que le valió a Limónov tres por qué quiere escribir un libro sobre
años de cárcel y varias detenciones). él. Carrère le explica que, a su juicio,
Hijo de un pequeño funcionario del Eduard Limónov ha tenido una vida apasionante y peli-
NKVD (luego KGB) y de una obrera grosa, la vida de alguien que ha partici-
que siempre tomó partido por los ad- pado en la historia. “Sí —responde Li-
versarios de su hijo para que éste no se mostrar la vida salvaje y por momen- cista al que la asesinada periodista mónov—, una vida de mierda”. ●
convirtiera en “una nenita”, Limónov tos dura de Limónov para poner orden Anna Politkóvskaia consideraba un
se propuso desde muy joven vivir he- en ella. No era fácil lograrlo cuando el héroe de la lucha por la democracia en LIMÓNOV, de Emmanuel Carrère.
roicamente y ser “alguien”, lo que biografiado es un arribista que siempre Rusia y un individuo por momentos Anagrama, 2013. Barcelona, 396
para él significaba adquirir poder y ser tomó partido por las minorías, un fas- brutal y por momentos abnegado. págs.
admirado, temido o envidiado. Nunca
lo logró, al menos en un grado que le
resultara satisfactorio.
Emmanuel Carrère (Francia 1957)
resume su vida exterior así: “fue un
gamberro en Ucrania; ídolo del un-
derground soviético; mendigo y después
ayuda de cámara de un multimillonario
de Manhattan; escritor de moda en Pa-
rís; soldado perdido en los Balcanes; y
ahora, en el inmenso desmadre del pos-
comunismo, viejo jefe carismático de un
partido de jóvenes desesperados”.
Carrère tiene una obra variada que
incluye novelas, reportajes, ensayos y
biografías. Representante de la clase
media europea culta, es un escritor sóli-
do que extrae de sus temas todo lo que
una persona inteligente, sensible y sen-
sata puede extraer. Al igual que El ad-
versario (2000), su largo reportaje so-
bre Jean-Claude Romand, quien duran-
te 20 años engañó a todo el mundo ha-
ciéndose pasar por médico investigador
y asesinó a su familia entera cuando
pensó que iba a ser descubierto, Limó-
nov es un intento de entender a alguien
muy diferente a él, alguien extremo que
lo repele y fascina al mismo tiempo. En
el fondo, todo el libro es una batalla
para superar esta ambigüedad y simpa-
tizar con el biografiado. Pero Carrère es
demasiado sensato para ganarla.
Para Carrère entender significa

23 agosto 2013
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Cuentos de Rubem Fonseca

Inteligencia, sexo y violencia

De hecho, sólo el cuento que da tí- ria. Pero todos juegan su fortuna en
#ARLOS -A $OMÓNGUEZ tulo a este volumen es de naturaleza la presentación delirante de mundos
policial. Un operativo contra la banda reconocibles y cercanos, colmados
O ROMPÍ MIS grilletes, di- de una favela coloca a un inspector por el deseo y sus limitaciones, las

Y rás tal vez. También el perro, alejado de la corrupción y las prácti-

con gran esfuerzo, se arranca cas de tortura a la orilla de la ilegali-
de la atadura y huye. Pero, dad. Pero como en la mayoría de las
preso del collar, va arrastrando un historias, la trama es el soporte de iro-
buen pedazo de correa”. La cita es de nías, pasos de humor, percepciones
cadenas de una condición irredenta
que se impone sobre los propósitos
de los personajes, y muestran en su
camino un reguero de vacilaciones
disparatadas, piadosas y muy elo-
Persio, en las Satíricas, V, y es el epí- psicológicas de notable agudeza y efi- cuentes de la fragilidad humana.
grafe con que el escritor brasileño cacia narrativa. Los recursos literarios El sexo es uno de los temas cen-
Rubem Fonseca presentó los ocho forman la verdadera trama de sus re- trales y Fonseca lo aborda con una
cuentos de El collar del perro, un li- latos, le dan densidad y, finalmente, inteligencia que incluye el humor, el
bro de 1965 que acaba de ser recupe- justificación, con independencia de amor, la distancia cínica, la parodia,
rado por la editorial argentina El sus desenlaces abiertos. la gravedad, el erotismo, con fraseos
Cuenco de Plata. No sólo tienen más Hay en este libro varios cuentos sencillos, gruesos o sutiles; tiene una
de 40 años, son de una extraordinaria magistrales: “Informe de Carlos”, visión madura del sexo. Puede ser lí-
modernidad. basado en los problemas de un hom- rico sin ser meloso, puede ser llano,
Nacido en Minas Gerais en 1925, bre casado con su amante, y “Lo pero nunca simple. Es la voz del es-
Fonseca obtuvo el premio Camoes, el grande y lo pequeño”, breve historia critor la que gana la partida del rela-
más importante de la lengua portu- de un amor juvenil prohibido por las to, de modo que puede uno dejarse
guesa, también el Premio Juan Rulfo, convenciones sociales. “La fuerza llevar por las historias, no importa
y ha trascendido internacionalmente humana” se introduce en el mundo adónde lleven, con el goce de acom-
por sus excelentes novelas policiales, de los fisicoculturistas, sus ambicio- pañar su mirada sobre asuntos serios
abastecidas por el conocimiento pre- nes, sus tormentos, “Madona” acom- una amante joven, “La opción” es o triviales. El camino está colmado
ciso del crimen en Río de Janeiro que paña los devaneos sexuales de un una sátira sobre un equipo médico de gracia y de agudeza. ●
le dejaron sus años como policía y adolescente durante un fin de sema- dedicado a las operaciones de cam-
abogado. Pero es autor de una obra na en que sus padres salen de viaje, bio de sexo, y “El grabador”, un re- EL COLLAR DEL PERRO, de Ru-
muy extensa (18 libros de cuentos, 11 “Los grados” se introduce en los lato experimental de voces super- bem Fonseca. El Cuenco de Plata,
novelas, además de guiones de cine). juegos eróticos de un veterano con puestas que apenas esboza su histo- 2013. Buenos Aires, 221 págs.

Poesía Los poemas de este libro

EL CORAZÓN DISCURRE, de
Gabriel Weiss. Yaugurú,
2011. Montevideo, 64 págs.
SEGÚN PASCAL, el corazón
tiene razones que la razón no
entiende. Washington Benavi-
des, prologando este libro, re-
trocede hasta el Canto I de La
Ilíada donde, ofendido por
Agamenón, el corazón de
Aquiles discurre si matarlo o
reprimir su furor. Las mayoría
de las veces se piensa con el
corazón, de un modo inconexo
y contradictorio. A posteriori,
se racionaliza —al menos en
parte— ese caos.
historian el discurrir del cora-
zón de un hombre. De modo
caprichoso, en apariencia arbi-
trario, los textos enumeran vi-
vencias y lecturas, hechos ma-
yores y menores —a menudo
de una trascendencia crucial,
que no se explica—, glorias y
miserias, heroísmos e infamias
(el veterano de la Guerra Gran-
de, que carga con sus muertos
y sus viudas, y el pincel de
Gurvich, a pocos versos de
distancia, en el cuarto poema,
por ejemplo).
El referente obligado del
empleo poético de la enumera-
ción es Walt Whitman. Los
textos de Weiss recuerdan el
“Canto a mí mismo”, si bien
son más breves y menos enfáti-
cos, entre otras cosas porque,
aunque lo que refieren no le ha
ocurrido al lector, remiten a las
memorias de cada uno. Sin em-
bargo, el uso de la misma técni-
ca discursiva para todos los tex-
tos podría dar cierta impresión
de monotonía a quien abordase
la lectura “de un tirón”.
Las diferencias con el mo-
delo implican hallazgos. Para
empezar, porque en los prime-
ros poemas se acierta al men-
cionar un solo elemento, ga-
nando en extensión textual a
medida que se avanza en el li-
bro. En segundo lugar, el modo
en que Weiss refiere a su yo es
indirecto, asordinado, de una
humildad muy uruguaya: tal o
cual vivencia propia, la obsti-
nada referencia al abuelo inmi-
grante, judío húngaro (y ese
volver seña de identidad patria
la raíz extranjera también es
uruguayísimo).
Por otra parte, la manera en
que el autor adjetiva o compara
con otros los elementos que
enumera le permite enriquecer
su significado y, de paso, dibu-
jar el “paisaje espiritual” no
sólo de un hombre sino tam-
bién de su generación. Así, el
corazón es “un acorazado/
naufragando en el Mar del
Norte”, donde la precisión
geográfica remite —vía cine
bélico, y el libro abunda en
alusiones cinéfilas— al “Hood”
o al “Bismark”, en la Segunda
Guerra Mundial. O también,
“una barca que se mece/ como
mi alma al ritmo de la desola-
ción”, y no es ésta la única vez
que Weiss presenta al corazón
y al alma como cosas distintas.
En algunos casos el poeta

23 agosto 2013
 11 / E L P A I S C U L T U R A L / N° 1235

trabaja por contigüidad visual, lón de fondo del horror de la una June ya adolescente tra- la psiquis. A algunos les cos-
identificando al corazón con di- guerra y la aflicción de la su- tando de eliminar a su rival. tará terminarlo por largo y
versos elementos de una misma pervivencia. Por eso el lector Las confesiones de los per- tortuoso, a otros por lo crudo
escena, a poca distancia espa- también se rinde desde el ini- sonajes sobre sus actos de los hechos: algo así como
cial entre sí, pero separados por cio frente a una novela al es- monstruosos emergen más el cáncer de estómago de la
otro tipo de lejanías. El corazón tilo mainstream que quiere tarde, presentando un fresco protagonista, éste es un libro
puede ser a la vez “la litera que ser, y lo logra, literatura clá- histórico e íntimo sobre el que duele.
lleva a un noble griego” y sica pero con idas y vueltas heroísmo, el sacrificio y el
“cada uno de los esclavos que crono-espaciales constantes. efecto de la violencia sobre E. W.
cargan la litera”. Pese a la dife- Es curioso: cuanto más se
rencia estilística, hay un fondo conoce a los personajes, más
whitmaniano en esta capacidad les pierde simpatía el lector.
de identificarse con prójimos de Lee trabaja metódicamente
las más diversas condiciones.
Por último, cabe destacar
que la asunción de la muerte no
es jubilosa, como en Whitman,
para demostrar el poder co-
rrosivo de ser testigo del ho-
rror para así construir una
novela épica sobre los costos
I NVENTARIO

sino serena y melancólica: emocionales de la guerra.

“para mi corazón la tierra será
leve/ la tierra será leve la tierra
será leve”, concluye el libro.
Weiss es profesor de Litera-
tura, fue edil en Montevideo —
reelecto varias veces— hasta
hace pocos años. El poeta que
estaba debajo emerge, acaso
fortalecido también por esa ex-
periencia. El diseño gráfico del
volumen es otro ejemplo del
buen gusto de Maca y su sello
Yaugurú. Son de lamentar ape-
nas algunas erratas de tildes.
J. d. M.
Novela
RENDIDOS, de Chang Rae
Lee. Barcelona, 2012.
Anagrama, 470 págs.
EL COMIENZO de la novela
parece hecho para demostrar
que el ser humano puede
quedar en apnea más de lo
imaginado: June Han pierde
a toda su familia de las for-
mas más terribles. Resulta
casi insoportable seguir la
narración de cómo uno de
sus hermanos cae del tren y
June tiene que dejarlo desan-
grarse al costado de la vía
para tener ella una chance de
sobrevivir.
El libro de Chang Rae
Lee, escritor estadounidense
nacido en Seúl en 1965, no
siempre es fácil de leer: los
hechos de violencia son mu-
chos y muy realistas. Lo peor
es que algunos están basados
en acontecimientos reales,
más específicamente son
parte de la historia del padre
del autor. Rendidos, finalista
del premio Pulitzer en 2011,
tiene tres personajes cuyas
vidas se cruzan en un orfana-
to en los años 50, con el te-
June, la huérfana coreana
que escapó del norte hacia el
sur; Hector, el soldado ame-
ricano en Corea; y Sylvie, la
esposa de un misionero, se-
rán víctimas en distintas for-
mas, pero de la misma gue-
rra. También serán los prota-
gonistas de un triángulo
amoroso que da forma, a ve-
ces predecible, a la narra-
ción: June es rescatada por
Hector y llevada a un orfana-
to dirigido por Sylvie, que
tiene una relación prohibida
con el soldado, que en el pre-
sente es un handyman.
Pero Lee no termina ahí y
sigue enredando una trama
ya de por sí complicada. El
autor se arregla para que él y
June se encuentren en 1986
en Italia, para buscar al hijo
perdido de ambos, Thomas.
Hector no puede olvidar a
Sylvie, muerta por el incen-
dio en el orfanato que causó
Filosofía
FILOSOFÍA Y TEOLOGÍA
EN EL PENSAMIENTO
DE MARTIN HEI-
DEGGER, de Philippe
Capelle-Dumont. Fondo
de Cultura Económica,
2012. Buenos Aires, 336
págs.
EN LAS ÚLTIMAS DOS
décadas se han comenzado
a publicar textos que cola-
boran en revalorizar los
orígenes intelectuales del
alemán Martin Heidegger
(1889-1976), uno de los
pensadores más influyen-
tes del siglo XX. En este
caso, el profesor e investi-
gador francés Capelle-Du-
mont (París, 1954), espe-
cialista en Heidegger, se
ocupa de la influencia del
cristianismo en la forma-
ción del filósofo y conduce
su investigación apoyado
en dos premisas básicas,
que resume así: “1) el pen-
Historia
HISTORIA MÍNIMA DE
ESPAÑA, de Juan Pablo
Fusi. Turner/Colegio de
México, 2012. Madrid,
308 págs.
CUMPLE CON LO que
promete el título: un re-
cuento sintético y ágil de
los complejos, fragmenta-
rios y variados procesos
políticos y sociales que de-
sembocaron en la forma-
ción de España, una histo-
ria, según el autor, que “no
estuvo predeterminada, y
nada de lo que sucedió en
ella tuvo que ocurrir nece-
saria e inevitablemente”.
El enfoque es rigurosa-
mente cronológico, si-
guiendo una periodización
que se inicia en la prehis-
toria, continúa con la His-
pania romana y visigótica,
la conformación territorial
en la Edad Media, el desa-
rrollo imperial, y culmina

H ay que leer
samiento de Martin Hei-
degger ha sido elaborado
en la tensión permanente
entre filosofía y teología;
Margaret Bourke-White. 2) las relaciones entre filo-
sofía y teología en el pen-
samiento de Heidegger
Momentos de la historia obedecen a un triple tópi-
co”, siendo éstos los ejes
PORQUE hace un recorrido general sobre la obra de la gran filosofía/teología escrituta-
fotógrafa estadounidense. Bourke-White (1904-1971), incan- ria, filosofía/onto-teología,
sable reportera y fotógrafa de guerra, fue el único correspon- y pensamiento del ser/es-
sal extranjero presente en Moscú tras la invasión alemana de pera del dios. El volumen
1941. Además de la fotografía de guerra, destacan sus traba- se completa con una “Cro-
jos de las primeras épocas, vinculados con el mundo del tra- nología integral de los tex-
bajo. Bourke-White fue una pionera en su campo y referente tos, cursos y seminarios de
de la fotografía documental. (La Fábrica) ● Martin Heidegger”.
con la creación del estado
nacional en los siglos XIX
y XX. Los diversos perío-
dos se encuentran resumi-
dos en una Cronología fi-
nal, junto a un útil Índice
Onomástico. Fusi (San Se-
bastián, 1945) se formó
junto a Raymond Carr en
la Universidad de Oxford,
donde dirigió el Centro de
Estudios Ibéricos, fue di-
rector de la Biblioteca Na-
cional de Madrid y es cate-
drático de la Universidad
Complutense de esa mis-
ma ciudad. ●

23 agosto 2013

Un martes en Montevideo
Héctor Abad Faciolince
D
ESDE HACE muchos años quiero escribir
un cuento del que ya tengo el título, “Los
aplausos”. El cuento está basado en una
historia real que me contó en Montevideo
Daniel Corbo, el chofer de la que fuera durante mu-
chos años Embajadora de Colombia en Uruguay,
Claudia Turbay. Cuando lo escriba cambiaré los
nombres reales (no es conveniente que el apellido de
la embajadora rime con el país de su destino) y bus-
caré en la ficción las simetrías que no tiene lo real.
Pero mientras me decido a lidiar con mi esquiva fan-
tasía, les quiero contar la historia tal como pasó.
Cuando conocí a Daniel Corbo, este era un señor
mayor, de unos sesenta años, y en los últimos diez
había conducido el Mercedes negro de la Embajada
de Colombia. Daniel era un hombre de un aspecto
distinguido, con el pelo liso y cándido, siempre de
traje oscuro y de corbata. Estando al servicio de la
muy hospitalaria embajadora Turbay, en las recepcio-
nes, muchas personas llegaron a pensar que él era el
marido de la diplomática.
La historia es que antes de ser chofer de la Embaja-
da, el señor Corbo había sido taxista. Y una vez, mien-
tras pasaba por un barrio tranquilo de Montevideo, un
martes por la tarde, una señora pidió por teléfono un
servicio, que Daniel atendió. La señora parecía más
cerca de los 80 que de los 70 años. De aspecto austero
y recatado, vestido sastre de paño, cerrado en el cuello,
pelo gris anudado en una moña templada. La señora
tomó el taxi con su hijo, un muchacho mayor, de unos
30 años, pero que se portaba como un niño, y babeaba.
No era un muchacho normal. La señora, sin explicar
por qué, había exigido que su hijo se sentara en el
puesto de adelante. Y no había sido fácil acomodarlo
allí, pues el muchacho tenía dificultades para moverse.
Para el señor Corbo fue muy molesto que el mu-
chacho se sentara adelante pues no se estaba quieto y
hacía ruidos incomprensibles con la boca, como de
zoológico. Tenía movimientos espásticos, incontrola-
dos, le abría la guantera, emitía gruñidos guturales
que al parecer eran palabras, aunque solamente su
madre las entendiera. Tocaba la palanca, le cogía el
micrófono del radioteléfono. Daniel trataba de cal-
marlo, y la señora desde atrás, también, aunque era
difícil pues la parte delantera y la trasera del taxi de
Daniel estaban separadas por un vidrio de seguridad.
EN EL PRÓXIMO NÚMERO
EDITOR JEFE: SECRETARIA:
László Erdélyi Susana Yaquinta
CORRESPONSALES:
COORDINACIÓN:
Elvio E. Gandolfo Juana Libedinsky (Nueva York)
Álvaro Buela Ioram Melcer (Jerusalén)
María Sánchez Ingrid Tempel (París)
23 agosto 2013
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T E X T
Renzo Vayra
La señora, con una firmeza dulce, le indicó que se
dirigiera al Bulevar Artigas, donde al anochecer se
pasean y se paran, exhibiendo sus dotes, prostitutas
jóvenes y atractivas, con botas altas blancas y senos
prominentes. La señora las iba mirando bien hasta
que escogió una, y le pidió a Daniel que parara. Sin
bajarse del taxi, por la ventanilla, contrató con ella
un precio, sin regatear, y le explicó el servicio. La
prostituta aceptó y se subió en la silla de atrás, con la
madre. Ella le indicó al taxista que se dirigiera a un
“hotel de alta rotatividad”, bastante conocido en
Montevideo, el Bellavista. Este era una especie de
motel de paso, y el portero miró mal al extraño cuar-
teto que pedía un cuarto. La madre le pidió al chofer
que los esperara un rato y se bajaron los tres: el hijo
con problemas, la madre anciana y la prostituta. Su-
bieron a un cuarto y pasaron un rato allá. El señor
Corbo esperaba y mientras tanto componía en su
mente lo mismo que ustedes se imaginan ahora.
Antes de media hora habían bajado, y el mucha-
cho venía muy contento, mucho más tranquilo que
Yayoi Kusama ● Javier Marías ● Brad Mehldau ● Archivo Bolaño ● José Ovejero ●
DISEÑO: del Grupo Metro
DEPARTAMENTO DE DISEÑO:
CULTURAL
Ezequiel Pérez Medeiros (Editor)
Raquel Rodríguez (Jefa)
INFOGRAFIAS: Departamento
de Infografías de EL PAIS
FUNDADORES: Arq. Eduardo Scheck - Homero Alsina Thevenet
O
antes. Todo el tiempo aplaudía, feliz. La señora le
confesó que esa era la mejor manera de calmarlo. Y
como le dio la impresión, correcta, de que Daniel era
un tipo discreto le preguntó si no sería posible que
cada ocho días, los martes a las cinco, fuera por ellos
a la casa y los acompañara al mismo bulevar y al
mismo motel. Así lo hicieron durante años. El mu-
chacho, desde que se montaba atrás la puta de turno,
empezaba a aplaudir, dichoso con lo que sabía que
iba a pasar, y había que controlarlo para que no se
pasara de inmediato al puesto de atrás.
Ninguna prostituta se negó nunca a hacer el traba-
jo. Muy profesionales, subían, el muchacho aplaudía,
se metían al cuarto con la señora (viuda, angustiada de
morirse y dejar sin amparo a un hijo así). Era inteli-
gente y tolerante, la madre; a veces bajaba un momen-
to a fumar con el taxista para que su hijo consumara el
acto en la intimidad. El final de la historia Daniel no
lo sabe, porque empezó a trabajar en la Embajada, un
puesto de más prestigio en el que no se lleva a los mo-
teles muchachos discapacitados, sino a señores de más
alcurnia. Pero yo he imaginado que la señora se muere
y su hijo queda a cargo de una institución para enfer-
mos con problemas mentales. Allí —en vez del cal-
mante semanal que su madre le daba—, como el mu-
chacho vivía en permanente estado de excitación, aca-
baron poniéndole una camisa de fuerza, y atiborrándo-
lo de drogas psiquiátricas. Todavía debo imaginar o
inventar muchos detalles, pero el esqueleto del cuento
“Los aplausos” es el que les acabo de contar aquí. ●
El autor
HECTOR ABAD FACIOLINCE es uno de
los más prestigiosos escritores y periodistas
colombianos de la actualidad, nacido en Me-
dellín en 1958. Entre los numerosos premios
que ha recibido, destaca el Premio Casa de
América (2000). Ha sido traductor del italia-
no, y tiene publicada una extensa obra na-
rrativa traducida a varias lenguas. El texto
adjunto, con correcciones del autor, pertene-
ce a una serie que Abad viene publicado en
El País de Madrid. ●
Este es un suplemento del diario EL PAIS,
Plaza Cagancha 1168,
Montevideo, Teléfonos 29020115,
29023061, int. 281 al 285.
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