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INTEGRACION LATINO AMERICANA

La integración latinoamericana es el conjunto de acciones de integración con


la finalidad de consolidar la integración de los países de América Latina y
el Caribe acorde a sus similitudes; éstas pueden ser políticas, sociales,
económicas, culturales, religiosas, lingüísticas, ideológicas, geográficas, entre
otros.

Finalizada la lucha de la independencia hubo varios intentos


de confederación entre las nuevas repúblicas, como la Gran Colombia,
las Provincias Unidas del Centro de América y la Confederación Perú-boliviana,
pero todas fracasaron por la propia naturaleza de la crisis de la independencia y
consecuentemente con las pugnas políticas, las guerras civiles, las intervenciones
extranjeras y el recelo de las clases gobernantes a perder el poder. Así, no se pudo
llevar a cabo el proyecto federativo que el Libertador Simón Bolívar promovió en
1826 en el Congreso de Panamá.

Los estados de América Latina comparten, en mayor o menor medida,


períodos históricos similares: conquista, colonización e independencia. Tras la
independencia la mayoría de los países tuvieron inestabilidad política que terminó
en gobiernos autoritarios de tendencia conservadora. Luego de luchas no siempre
pacíficas se impusieron gobiernos liberales durante gran parte del siglo XIX. El siglo
XX vio aparecer en todos los países las clases medias y las luchas sociales de los
marginados en contra de las oligarquías gobernantes. Tras la Primera Guerra
Mundial hubo dictaduras militares o gobiernos populistas. Durante los años 1960
surgieron grupos guerrilleros y nuevas dictaduras militares orientadas desde
la Escuela de las Américas y en los años 1990 un proceso inverso de surgimientos
de democracias. Estos y otros procesos comunes (como las migraciones) dejan a
los latinoamericanos la noción de pertenecer a la misma Patria Grande.

América Latina y el Caribe es una región que ha soportado mucha pobreza y


disociación desde el momento en que fue invadida por el colonizador europeo. Los
documentos de crónicas, investigaciones e interpretaciones recientes, plantean que
los pueblos originarios estaban organizados en estructuras sociales económicas,
sociales y políticas con un grado importante de relacionamiento e intercambio entre
los distintos pisos ecológicos. Queda pendiente determinar si las relaciones de
intercambio vigentes entre los pueblos originarios del continente corresponden a un
tipo de integración que fue destruida por el invasor.

La explotación de los recursos naturales existentes en el continente fue


conseguida por medio del etnocidio y la explotación inhumana que ejercieron los
invasores europeos a lo largo y ancho del continente. El carácter de propiedad
feudal, impresa en la cosmovisión de los invasores determinó la parcelación del
territorio y el estancamiento de las relaciones de intercambio posibles. El único
vínculo que fue fortalecido es el correspondiente de colonias a metrópoli, mediante
el saqueo de recursos naturales, principalmente metales preciosos.

En los primeros tiempos de la independencia se trabajó el gran proyecto de


integración de América Latina, bajo el sueño de la existencia de una misma
nacionalidad. El sueño del libertador Simón Bolívar, era parte de los proyectos de
integración más importantes de la época. Sin embargo, también existían los grupos
que pretendían tener el dominio político de territorios desmembrados.

Las iniciativas de integración latinoamericana tiene raíces profundas en la


historia poscolonial de este continente. A finales del Siglo XVIII y principios del XIX
se desarrolla la idea de la integración, bajo el carácter de los diversos intereses
económicos y de comercio, debido a la fuerte presión externa por parte de los
estados potencia de ese momento, principalmente Inglaterra y los EE.UU. Este
intento de integración se justificaba, también, por los nexos culturales y la vecindad
espacial. La identidad latinoamericana se fue construyendo a los largo del tiempo,
impulsada por las luchas contra la opresión de los invasores y la hegemonía
instalada desde el mundo anglosajón.

Consecuentemente, desde el nacimiento de las repúblicas “independientes”


a la fecha, los intentos y las iniciativas de integración se refirieron a una unión o
integración para lograr un solo sistema político y económico de los estados de este
espacio latinoamericano. Tal que se propuso un solo nombre, el de “Continente
Colombiano”, en el texto de la Constitución de la primera República de Venezuela,
aprobada en Caracas el 21 de diciembre de 1811. Este continente fue el horizonte
común en la mente y el discurso de los principales próceres de la independencia.

Si bien este proyecto de conformar una gran confederación continental de los


pueblos liberados del invasor español, fue un proyecto de élites criollas, mostraba
la necesidad de integrar estos pueblos contra el colonizador, posteriormente contra
las políticas expansionistas de los EE.UU. el escritor José Samper publicó su libro
“Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición social de las Repúblicas
Colombianas”, en cuyo texto desataca lo siguiente: “… Por tanto, nos permitimos
proponer (..) que en lo sucesivo se adopte lo siguiente: COLOMBIA, la parte del
Nuevo Mundo que se extiende desde el Cabo de Hornos hasta la frontera
septentrional de México. (..) lo demás del continente).

No cabe duda que fue el Libertador Bolívar el que planteó los planes
integracionistas de lo que se llamó América Meridional para sentar diferencia con
América del Norte. Estos planes están plenamente expuestos en documentos
elaborados por él como: Manifiesto de Cartagena de 1812; la Carta de Jamaica de
1815, correspondencia enviada a O’Higgins y San Martín, así como las enviadas a
los jefes de estado del Rio de la Planta, Chile y Perú, realizando propuestas de
asociación de cinco estados de América Hispana.

Frente a la arremetida agresiva de los EE UU, ocupación de territorio


mexicano y los intentos de anexar Cuba y Haití, fue José Martí, al final del Siglo XIX,
el que retomó el viejo ideal de la unidad hispanoamericana. Momento histórico en
el que este concepto estaba siendo desvirtuado por el concepto de
panamericanismo, categoría diseñada por el secretario norteamericano, James
Blaire.

El concepto Martiniano de Nuestra América adquirió aspectos novedosos en


relación al legado de la unión continental de la Gran Colombia, pues no se limitaba
solo a las antiguas colonias de España, común en todas la propuestas anteriores,
el De Martí incluía todos los países del sur del Rio Bravo salidos del colonialismo y
enfrentados a la voracidad de grandes potencias, en particular la de los EE.UU. La
idea de una comunidad latinoamericana comenzó a configurarse como la
integración continental.

El espíritu de integración estuvo también a lo largo del Siglo XX. A este


espíritu responde la convocatoria que hizo Augusto Cesar Sandino, bajo el lema de
“Plan de realización del supremo sueño de Bolívar”, el 20 de marzo de 1929,
concibiendo una propuesta de alianza continental.

En este Siglo XX, los principales líderes de los movimientos populares y


revoluciones del continente no dejaron de aludir a la necesidad de la unión
latinoamericana, obligada referencia ideológica contra el fracaso del modelo
capitalista, con la crisis de 1929, cuya hegemonía habría de pasar de Inglaterra a
los EE.UU. En este sentido, vale la pena recordar los intentos de Juan Domingo
Perón de la Argentina, quién expreso la famosa frase de: “el Siglo XXI nos
encontraría unidos o dominados”. También, Getulio Vargas del Brasil y Carlos
Ibañez de Chile. En estos casos la integración latinoamericana estaba asociado al
desarrollo de los movimientos nacionalistas burgueses de distinto matiz político; los
mismos que defendieron e impusieron políticas orientadas a promover el desarrollo
interno.

El propio modelo de Sustitución de Importaciones, propuesto por la CEPAL,


llegó a la conclusión de que el desarrollo pleno de la región necesitaba de constituir
un proceso de integración económica, para superar el tamaño relativamente
pequeño de los mercados nacionales y la necesidad de pasar de una fase de
sustitución de importaciones de industrias livianas hacia la sustitución de bienes
duraderos y bienes de capital. Proceso que fue frustrado, inicialmente por la
arremetida de capitales transnacionales y luego por el neoliberalismo que obligó a
desnacionalizar todo el avance que se había logrado hasta entonces.
MOMENTO PRECOLOMBINO

Antes de entrar a determinar el significado del término precolombino, se hace


necesario que conozcamos su origen etimológico. En este sentido, podemos decir
que deriva del latín, ya que está compuesto por elementos de dicha lengua:

-El prefijo “pre-”, que significa “antes”.

-”Colombus”, que es sinónimo de “Colón”.

-El sufijo “-ino”, que se utiliza para indicar “pertenencia” o bien “procedencia”.

El adjetivo precolombino se utiliza para nombrar a aquello que sucedió o que


existía en América antes de las expediciones de Cristóbal Colón. Puede
considerarse, por lo tanto, que el periodo precolombino se inicia con el desarrollo
de los primeros asentamientos humanos en el continente y se extiende hasta la
conquista europea.

La América precolombina, de este modo, existió durante miles de años, ya que


abarca desde el arribo de los primeros migrantes asiáticos hasta 1492,
cuando Colón y sus hombres desembarcaron en el continente para comenzar con
el proceso de conquista. Lo habitual es que se nombre como pueblos precolombinos
a aquellos que se encontraban en el suelo americano cuando arribaron los
europeos.

Los incas, por ejemplo, son considerados como una de las civilizaciones
precolombinas más importantes. Su imperio, con base en la actual ciudad peruana
de Cusco, se extendió por diversas regiones
de Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia, Chile y Argentina.

Entre los grandes legados de los incas que aún pueden observarse, se
destaca el Machu Picchu, una ciudadela construida en el siglo XV en las montañas
de la Cordillera Central del Perú.

Los mayas fueron otros de los grandes pueblos precolombinos. Asentados


en zonas de México, Guatemala, Honduras, Belice y El Salvador, los mayas
desarrollaron imponentes construcciones que todavía pueden apreciarse en
diversos países americanos, como la ciudad de Chichén Itzá.

Entre las civilizaciones precolombinas más relevantes también se pueden


mencionar a los aztecas o mexicas, que habitaron en México. Este pueblo es
reconocido por los historiadores por su tradición guerrera.

Precisamente es muy importante dentro de la historia del arte lo que se


conoce como arte precolombino que es, por tanto, aquel que se realizó en el
continente americano antes de la llegada de Cristóbal Colón. Entre las obras más
importantes de ese periodo, además del ya citado Machu Pichu, se encuentran las
cerámicas escultóricas de la cultura Moche, el Templo del Sol en Cuzco, las
Cabezas Colosales de la civilización Olmeca, el Templo de Quetzalcóatl o la Cueva
de las Manos en la Patagonia Argentina.

Uno de los mejores centros de arte para conocer el arte precolombino es el


Museo Chileno de Arte Precolombino, situado en Santiago de Chile, que tiene una
amplia colección de obras. Esta se encuentra dividida en Mesoamérica, Caribe,
Andes Centrales, Chile, Intermedia, Amazonas y Área Surandina.

Asimismo dentro de cada división existen, a su vez, distintos agrupamientos


en base a las culturas que llevaron a cabo unas u otras obras. Entre sus posesiones
más importantes se encuentran, por ejemplo, el bajorrelieve maya de “Guerrero-
Rey”, que está datado entre el 600 y el 900 d.C, o la llamada “Estatua de Culto”,
realizada por los aztecas.

América precolombina es el nombre que se da a la etapa histórica


del continente americano que comprende desde la llegada de los primeros seres
humanos hasta el establecimiento del dominio político y cultural de los europeos
sobre los pueblos indígenas americanos. Esta época comprende miles de años, y
sucesos tan relevantes como las primeras migraciones humanas desde Asia a
través de Beringia y la revolución neolítica.

El concepto refiere a la época anterior al arribo de Colón a América en 1492.


Sin embargo, se emplea usualmente para englobar la historia de todas aquellas
sociedades nativas antes de que se hiciera notable la influencia europea, a pesar
de que esto ocurrió décadas o siglos después del primer desembarco de Colón. En
español suele usarse como sinónimo de América prehispánica.

En la América precolombina se desarrollaron cientos de culturas y decenas


de civilizaciones originales a lo largo de todo el continente. Las consideradas altas
culturas precolombinas surgieron en Mesoamérica y los Andes.

Todas ellas elaboraron complejos sistemas de organización política y social


y son notables por sus tradiciones artísticas y sus religiones.

En el resto del continente el desarrollo cultural no fue menos importante,


desarrollándose avanzados sistemas de gestión ambiental como en el Amazonas,
en Beni e incluso en una de las primeras sociedades democráticas constitucionales
como Haudenosaunee.

En los asentamientos humanos no alcanzaron un nivel cultural tan elevado


como en las civilizaciones antes señaladas, en parte por su menor densidad de
población y, sobre todo, por sus actividades seminómadas (caza de varios
animales, etc.).

Las civilizaciones americanas descubrieron e inventaron elementos


culturales muy avanzados como calendarios, complejos sistemas de mejoramiento
genético como el que generó el maíz y la papa, sistemas de construcción
antisísmicos, así como un dominio en el trabajo de la piedra, sistemas de gestión
ambiental de amplias zonas geográficas, sistemas de riego, nuevos sistemas de
escritura, nuevos sistemas políticos y sociales, una
avanzada metalurgia y producción textil.

Las civilizaciones precolombinas también descubrieron la rueda, que no


resultó de utilidad productiva debido en parte a las cordilleras y selvas donde se
encontraban, pero fue utilizada para la fabricación de juguetes.

Los tiempos precolombinos corresponden a una etapa prehistórica en la que


se dieron distintos movimientos migratorios hacia el continente americano de grupos
de personas que comenzaron a poblar. Desde tiempos muy remotos su territorio y
cuyas culturas permanecieron inalteradas hasta el año 1498 DC y que se conoce
también como Época Prehispánica.

Se trata de una época anterior al uso de la escritura y por ello se sabe muy poco
de lo ocurrido en aquellos tiempos salvo por las evidencias que se han ido
encontrando a través de excavaciones arqueológicas que han permitido establecer
cuatro períodos prehistóricos bien diferenciados.

 Paleoindio
 Mesoindio
 Neoindio
 Indohispano

Estos cuatro períodos permiten explicar la diversidad de grados de desarrollo de las


sociedades indígenas en Venezuela hasta la llegada de los europeos y esta
periodización no es precisa ni rígida ya que el inicio de un nuevo período no significa
necesariamente la finalización de la anterior, ya que los grupos etnicos que
poblaban Venezuela experimentaron líneas diferentes de evolución y desarrollo.

TIEMPO COLONIAL

Época Colonial es el término que se le da al período de ocupación,


poblamiento y administración colonial del territorio venezolano que llevó a
cabo España desde mediados del siglo XVI hasta el comienzo de las Guerras de
Independencia. Para este artículo se fija aproximadamente entre 1600 y el inicio de
la época de la independencia en 1810.

La definición de qué período histórico abarca la era colonial sigue siendo


materia de debate. El período anterior a 1600 es cubierto en el artículo de
la Conquista de Venezuela.

Una periodización que tome en cuenta lo político prolongaría la época


colonial hasta 1821 en parte de Venezuela y hasta 1823 en las provincias
de Maracaibo y Coro así como en la ciudad de Puerto Cabello.
Durante la época colonial se forman las bases de lo que sería más adelante
la nación venezolana: la mezcla de las culturas española, indígena y africana; el uso
del español como idioma principal, la adopción del cristianismo, la delimitación de
la colonia y su organización territorial que culminaría en la creación de la Capitanía
General. Por eso mismo las colonias aceleraron el bien estar de todas las
poblaciones.

A comienzos del siglo diecisiete los españoles controlaban en realidad la


zona costera, los Andes y su extensión hacia Barquisimeto y algunos reducidos
enclaves, mientras que los Llanos y el sur seguían estando básicamente en poder
de los indígenas. Encuentros violentos entre colonizadores e indígenas se
prolongaron hasta el siglo XVIII, cuando aún se fundaron numerosas ciudades y
pueblos en la zona de los Llanos y Guayana.

A finales del siglo XVIII, la sociedad colonial entra en crisis y se producen los
primeros movimientos independentistas que preludian la emancipación de la
colonia a comienzos del siglo XIX.

PROCESO DE INDEPENDENCIA

José Francisco de San Martín [1778-1850] constituye, junto con Simón


Bolívar, uno de los principales líderes de las revoluciones de independencia de
Nuestra América. La historia oficial --al servicio, consciente o inconscientemente, de
las clases dominantes--suele enfrentar a los precursores de las luchas
emancipadoras apelando a relatos unilaterales y malintencionados ("Bolívar
dictador, bonapartista, ambicioso y autoritario", "San Martín monárquico, militarista
y aristocrático", etc.). Con una mirada miope y sesgada, habitualmente localista,
provinciana o regionalista, se defiende a un libertador a costa de insultar y denigrar
al otro.

En Argentina, el general liberal Bartolomé Mitre [1821-1906], por ejemplo,


creador de fábulas y mitos históricos de la burguesía, con el pretexto de cantar loas
hagiográficas a San Martín (reducido a general limitadamente argentino e ideólogo
de patrias chicas y separadas), no se cansa en sus libros de insultar y ensuciar al
fundador de la Gran Colombia, esforzándose por hacer rivalizar ambas figuras,
inventando un Bolívar codicioso y egoísta, que privilegia su prestigio personal y su
ombligo por sobre la lucha continental. (Su corriente historiográfica llegó al extremo
de aceptar como "pruebas documentales" cartas falsificadas y apócrifas para
impugnar a Bolívar). Aunque con matices, comparten esa perspectiva historiográfica
liberal el brillante Domingo Faustino Sarmiento [1811-1888], el más mediocre
Vicente Fidel López [1815-1903] y el más divulgador Ricardo Levene [1885-1959].
En Venezuela Vicente LecunaSalboch [1870-1954] y Rufino Blanco Fombona
[1874-1944]y en Colombia Indalecio Liévano Aguirre [1917-1982], hacen algo
sumamente similar... pero al revés. Reaccionan rechazando con justicia los mitos
de Mitre y defendiendo a Bolívar, pero para eso se inventan a su vez un San Martín
blanquito, europeo, aristocrático y oligarca (que si combate fuera de su país es...
para dominar pueblos, no para liberarlos). En ambos campos se condensa una
manera cristalizada y tradicional de (mal) comprender América Latina y a sus
libertadores.

¿Quién era realmente José Francisco de San Martín? Aunque la historia


oficial pretende lo contrario, su origen es plebeyo y popular. Como ha sugerido (y
en gran medida demostrado) Hugo Chumbita, en su libro El secreto de Yapeyú. El
origen mestizo de San Martín, éstenace cerca de Paraguay, en Yapeyú, ex misión
jesuítica donde los indígenas guaraníes apoyaron a Artigas contra los portugueses.
Niño de piel oscura y mestiza, su madre real fue Rosa Guarú, indígena guaraní que
lo engendra, amamanta y educa hasta los 3 años, trabajando como criada, nodriza
y sirvienta de Gregoria Matorras y Juan de San Martín (españoles blancos, que
luego adoptan y anotan al pequeño como hijo propio y lo llevan a España). Su padre
real fue el marino español Diego de Alvear y Ponce de León, de quien es hijo
"ilegítimo", extramatrimonial, pues Rosa --que lo engendra a los 17 y llega a vivir
112 años--, la mamá indígena del pequeño José, no era su esposa legal.

San Martín es hijo mestizo de esa doble tradición. Su padre Diego de Alvear
paga su carrera militar en Málaga junto con la de Carlos de Alvear (su hijo legal).
Ya adulto, José Francisco regresa a su pueblo y se dedica a luchar por la
independencia de América contra el mundo cultural al que pertenecía su padre (algo
que también le sucedió a Bolívar). Los dos libertadores tuvieron como madres y
educadoras a mujeres del pueblo. Al pequeño José Francisco lo crió Rosa, su mamá
indígena guaraní, al joven Simón lo amamantó y cuidó Hipólita, una mujer negra
afrodescendiente.

Ese origen plebeyo y su rostro mestizo lo marcan a fuego. En Chile, la


aristocracia blanca lo llama despectivamente "el mulato San Martín" y "el
paraguayo", según recuerda Benjamín Vicuña Mackenna. En Perú, las familias
patricias lo desprecian llamándolo "el cholo de Misiones". Según apunta Pastor
Obligado, los españoles lo llamaban con desprecio "el indio misionero". El general
francés Miguel Brayer, que estuvo bajo sus órdenes y luego fue destituido, lo tachó
de "el tape [indígena cristianizado] de Yapeyú".

A los 5 años, los padres adoptivos de José Francisco lo llevan a España, lo


anotan como propio y le dan su apellido. Su padre biológico no lo reconoció, pero
aportó a cambio la ayuda económica para su carrera militar en Málaga. Allí José
Francisco lucha en varias batallas (norte de África y España) y enfrenta las
invasiones napoleónicas. De formación militar en la guerra de guerrillas europea
pero de identidad mestiza e indoamericana, regresa a su patria en marzo de 1812
en plena efervescencia independentista, cuando la lucha democrática se trasladaba
de las metrópolis a las colonias.

Llega en el mismo barco que Carlos de Alvear, con quien comparte la Logia
Lautaro (fundada por Miranda como logia político-operativa, no sólo simbólica), pero
con quien entrará en contradicción al poco tiempo, a tal punto que Alvear intentó
separarlo del Ejército y destituirlo cuando San Martín estaba en Cuyo preparando el
cruce de los Andes (San Martín se resiste y finalmente le gana la disputa a Alvear).
En 1812 San Martín aún no era "el líder" sino un joven provinciano recién llegado
cuando los jacobinos de Mariano Moreno habían sido transitoriamente derrotados.
Para formar su Regimiento de Granaderos a Caballo San Martín solicita 300
muchachos guaraníes de las Misiones, a quienes arengó en guaraní antes de la
batalla de San Lorenzo (1813), clave de la independencia argentina. En 1814 asume
el mando patriota del Ejército del Norte --donde habían luchado Castelli y Belgrano-
- de las Provincias Unidas.

Estando en Tucumán al frente del ejército del norte advierte que para liberar
su país hay que encarar la emancipación continental y atacar el Perú, corazón de la
contrarrevolución. Eso sólo sería posible a través de Chile, pues desde Salta "la
patria no hará camino por este lado que no sea una guerra defensiva y nada más,
para eso bastan los valientes gauchos de Salta con dos escuadrones de buenos
veteranos [...] Ya le he dicho a usted mi secreto, un ejército pequeño y bien
disciplinado en Mendoza para pasar a Chile y acabar allí con los godos [...] Aliando
las fuerzas pasaremos por el mar a tomar Lima: ése es el camino y no éste" (San
Martín: Carta a Rodríguez Peña, 23/4/1814). Si San Martín simplemente estaba
ejecutando un plan preestablecido en 1800 por el militar escocés Sir Thomas
Maitland (como sostiene Rodolfo Terragno en Maitland& San Martín), ¿para qué se
tomó el trabajo de ir al norte a reorganizar el Ejército en Tucumán? No fue
respondiendo planes británicos que San Martín concibió --como Bolívar-- la lucha
continental. La historiografía eurocéntrica no puede aceptar que los
latinoamericanos puedan elaborar sus propias estrategias. "Bolívar gana la guerra...
por la ayuda británica. San Martín triunfa... siguiendo planes británicos".

En última instancia, si ambos logran triunfar, habría sido porque Europa se


los permitió. Simples peones sumisos y obedientes. Por su cuenta serían incapaces.
Una mentalidad típicamente colonial, domesticada y cipaya. Notorio complejo de
inferioridad que perdura hasta hoy. En realidad, San Martín tenía en mente marchar
fuera del Virreinato del Río de la Plata para liberar el continente porque el
colonialismo era continental. Para lograrlo, desde Tucumán pide el traslado a Cuyo
(llega a Mendoza en septiembre de 1814, 5 meses después de aquella carta), donde
aplica las doctrinas económicas no de la inteligencia británica sino... del Plan
revolucionario de operaciones de Moreno (propiedad estatal de las riquezas
naturales, concepción de la guerra como pueblo en armas, impulso a la industria
local y proteccionismo económico). Cruza la cordillera de los Andes en 1817 con un
ejército de 5.423 combatientes de varias naciones. Libera Chile (venciendo en
Chacabuco el 12/2/1817, declarando la independencia de Chile el 18/9/1818 y
triunfando en Maipú el 5/4//1818) y alcanza por mar el Perú, la reserva estratégica
del enemigo.

Un análisis serio y riguroso del vínculo complejo de Simón Bolívar y San


Martín no deja lugar a dudas si se lo enfoca desde el siglo 21. Aunque ambos
libertadores tengan diversos orígenes familiares y de clase, perfiles psicológicos,
estilos personales y provengan de culturas nacionales distintas, los dos forman
parte de un mismo proyecto de independencia y revolución continental. Bolívar pudo
haber pensado en alguna instancia de su vida en un poder ejecutivo vitalicio (al
estilo de Pétion en Haití) y en un senado hereditario. Esa visión está condensada
en su proyecto de constitución para Bolivia. A su vez San Martín pudo haber
imaginado en algún momento, junto con Manuel Belgrano, que una monarquía
incaica constitucional (que reinstalara el reino de los incas aplastado por la
conquista española) podría llegar a ser posible o deseable. Ya desde el exilio, San
Martín confiesa "por inclinación y por principio amo el gobierno republicano y nadie,
nadie lo es más que yo", pero a continuación aclara que todavía no visualiza como
posible ese tipo de gobierno en América debido a sus luchas intestinas (San Martín:
Carta a Tomás Guido. Bruselas, 6/1/1827). No obstante, esos dos diagnósticos
políticos y esas dos elucubraciones institucionales completamente coyunturales
(ante la fragilidad de lo que Bolívar y San Martín consideraban aún como la "infancia
republicana") resultan realmente secundarias si se las analiza desde un ángulo
macro y global. Algo análogo sucede con las controvertidas y polémicas muertes de
Piar en Venezuela y de Manuel Rodríguez en Chile. Episodios, ambos, poco felices
que no opacan lo más importante del legado y la obra de los dos grandes
libertadores.

Lo que de fondo une a los dos libertadores (más allá de anécdotas puntuales
y a nivel estratégico y no sólo coyuntural), lo que tienen en común y lo que dejan
como legado histórico es la confrontación a muerte contra el colonialismo europeo
y el proyecto de unidad latinoamericana, el proyecto del pueblo en armas y la guerra
revolucionaria a nivel continental, la liberación de los esclavos negros, la abolición
de la servidumbre indígena, el fin de la humillación de los pueblos originarios y las
masas plebeyas. Es por ello que tanto Simón Bolívar como San Martín siguen
presentes en la lucha de nuestros días alimentando el fuego de la rebelión por la
segunda y definitiva independencia de Nuestra América.

San Martín buscaba en principio que el Perú se convirtiera en una monarquía


constitucional; el militar venezolano Bolívar, en cambio, planeaba un Estado
federativo de varias naciones, con él como una suerte de emperador.

Tras declarar la independencia el 28 de julio de 1821 en Lima, San Martín se


quedó en el país bajo el título de protector, es decir, como gobernante civil y líder
militar del Perú.

“La del 28 de julio es una celebración eminentemente limeña. Lo que se


conmemora es un acto protocolar luego de que las tropas realistas, con el virrey
José de La Serna a la cabeza, desocuparon la capital para trasladarse al Cusco.
Pero no marca un inicio ni un final del largo proceso de la independencia”, explica
el historiador Nelson Pereyra, profesor de la Universidad Nacional de San Cristóbal
de Huamanga.

Tras un año de Protectorado, San Martín renunció y convocó al Congreso.


Ese mismo año se dio la elección de nuestro primer presidente, José de la Riva
Agüero.

El Congreso invitó a Bolívar al Perú –estaba en Ecuador–, para expulsar de


manera definitiva a los españoles, a quienes derrotó en 1824 en las batallas de
Junín y Ayacucho. “No sé si la independencia hubiera sido imposible sin Bolívar,
pero sí puedo afirmar que el proceso habría sido más largo”, acota O’Phelan.

La mayoría de las antiguas colonias españolas celebra el primer grito de


independencia en su territorio como su día nacional. México, por ejemplo, considera
al año 1810 por el movimiento del sacerdote Miguel Hidalgo y Costilla, aunque su
independencia se dio en 1821.
Bolivia celebró el 2009 su bicentenario debido a la Junta de La Paz de 1809, pero
su independencia se hizo efectiva en 1825.

“El proceso peruano no termina en 1821, ni siquiera tras las batallas de Junín y
Ayacucho en 1824. Todo concluye en 1826 cuando los españoles atrincherados en
el Real Felipe (Callao) capitulan y entregan la fortaleza a los patriotas”, afirma
Pereyra.

PROCESO DE INTEGRACIÓN IMPUESTOS POR ESTADOS UNIDOS DE


AMÉRICA (DEA, CAN, MERCOSUR)

Las experiencias de integración de América Latina deben ser comprendidas


como propósitos de inserción, complementación y posicionamiento común de la
región hacia el mundo. Los acontecimientos históricos que han contextualizado
cada una de sus modalidades han respondido a estrategias formuladas desde
distintas concepciones y a las oportunidades o posibilidades que vislumbraron en
cada momento los países desde cada óptica nacional, así como en conjunto. . La
crisis internacional actual está generando tensiones y ajustes económicos y sociales
profundos que dan lugar al cuestionamiento de la concepción prevalente en las
últimas décadas favorable a relaciones internacionales regidas por libres
movimientos de mercaderías y dinero. En este contexto, América Latina vuelve a
evocar al regionalismo sustentando la idea de cooperación como una herramienta
de vital importancia para afrontar los desafíos históricos. Nuevas circunstancias que
llaman a repensar esta estrategia ya no sólo como una instancia para sostener y
complementar esfuerzos de crecimiento económico, sino como herramienta
esencial para encarar en forma común y complementaria los desafíos de un período
histórico de enormes cambios e incertidumbres.

La concepción de unidad regional se manifestó desde los inicios del proceso


emancipador de América Latina. Ella se vinculó inicialmente en forma concreta por
la necesidad de defender en común el proceso independentista de la contraofensiva
militar española, como por la fuerte referencia del modelo federal en el norte de los
Estados Unidos, primer proceso de ruptura colonial en el continente, a partir de
1776. Una significativa iniciativa de unión hemisférica fue impulsada por Simón
Bolívar con la convocatoria al Congreso Anfictiónico de Panamá en 1826
proponiendo la creación de una liga de las repúblicas americanas, un pacto de
defensa común y una asamblea parlamentaria 6 supranacional. La reunión contó
con representantes de la Gran Colombia (incluyendo el área de las actuales
Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela), Perú, las Provincias Unidas de Centro
América y México.

De todas formas, el acuerdo propuesto con el llamativo título “Tratado


magnífico titulado de la Unión, de la Liga, y de la Confederación Perpetua” sólo fue
ratificado por la Gran Colombia. El sueño bolivariano fue pronto desarticulado por la
guerra civil en la Gran Colombia, la desintegración de América Central y la
prevalencia de perspectivas nacionalistas por sobre la concepción inicial de unidad
continental en las repúblicas americanas. Intentos posteriores, como los congresos
en Lima (1847/48), Santiago de Chile (1856/57) y Lima (1864) frustraron sus
expectativas en el marco de inestabilidad política y disputas intra-regionales. Ya en
un nuevo cuadro histórico, y con una perspectiva muy diferente, la idea de unidad
continental reapareció a fines de siglo XIX a través la concepción del
“panamericanismo”.

Tres fueron los elementos notorios distintivos de ésta: i) la inclusión de todos


los países del continente, jugando un rol principal EE.UU. ii) la significación de los
aspectos políticos y militares .y iii) el marco de la disputa que se desarrolló entre
Gran Bretaña y EE.UU. por la hegemonía económica en la región. Su primer impulso
lo dio la 1ª Conferencia Interamericana (1890) en Washington, en la cual se crea la
Unión Internacional de las Repúblicas Americanas y se pone en marcha la Oficina
Comercial de las Repúblicas Americanas iii) Ya en el siglo XX, el
“panamericanismo” fue invocado para dar lugar a recurrentes ocupaciones militares
de EE.UU., justificadas en la marcada extensión de la Doctrina Monroe5 al
"derecho" a intervenir en asuntos de otros países en defensa de los intereses de
ciudadanos estadounidenses en el corolario emitido por el Presidente Theodore
Roosevelt con su explícita política del “Gran Garrote”.
La estrategia de intervención militar norteamericana fue modificada por el
Presidente Franklin D. Roosevelt en 1933 con la política de “buena vecindad”. Su
posición fue inicialmente priorizar la solidaridad hemisférica en la “neutralidad” ante
la inestabilidad de la situación europea, para virar luego, al declararse la
participación norteamericana en la 2ª. Guerra en 1941, hacia la intervención –
incluyendo la exigencia de un bloqueo económico-comercial continental a los países
del Eje-.

El final de la guerra generó nuevas prioridades políticas para el


“panamericanismo”, en el marco de la consolidación de los EE.UU. como potencia
mundial de Occidente. La disputa de la Guerra Fría llevó el impulso a un nuevo
acuerdo de defensa con el compromiso de luchar contra el comunismo , y en 1948
en Bogotá a la firma del Tratado Americano de Soluciones Pacíficas (Pacto de
Bogotá), la creación de la Organización de Estados Americanos (OEA) que se
formalizó en 1951 como continuadora de la Unión Panamericana.

En el plano económicocomercial se destacó la aprobación de un convenio de


cooperación económica que significativamente, pese a las expectativas iniciales,
nunca entró en vigencia debido a la persistencia norteamericana en negar
relaciones compensadas . El eje de la política norteamericana se volcó hacia la
reconstrucción de Europa con el Plan Marshall. Creció el malestar en los países
latinoamericanos por verse relegados como aliados marginales y estar planteada,
de hecho, la reducción del sistema panamericano a un ámbito de colaboración
militar, sin un tratamiento adecuado de las relaciones económicas. Resultaban
reveladoras las declaraciones del Presidente de EE. UU. Harry Truman
reaccionando a esos requerimientos, al afirmar que “América Latina ya había tenido
un verdadero Plan Marshall por más de un siglo, denominado la Doctrina Monroe”.

Teniendo como fondo el clima de amarga decepción que caracterizó las


relaciones entre los gobiernos de América Latina y los Estados Unidos, se creó en
el seno de las Naciones Unidas (ONU) la Comisión Económica para América Latina
(CEPAL) con una perspectiva diferenciada que iba a marcar buena parte del debate
sobre la integración regional de las décadas siguientes. La CEPAL se transformó
en el ámbito más influyente y original de la nueva tendencia de pensamiento
estructuralista para el análisis de las condiciones y las tendencias económicas y
sociales regionales. Destacó la situación periférica de los países de América Latina
en la economía mundial, y planteó la necesidad de políticas activas y de
planificación pública para superar la distancia de desarrollo con los países centrales.

Se propuso, a través de una rápida industrialización basada en la sustitución


de importaciones, superar el subdesarrollo histórico al que condenaba la
especialización en la producción primaria hacia el mercado mundial por la tendencia
desventajosa en los términos de intercambio. Raúl Prebisch, que pasó a ser su
segundo Secretario General -mandato 1950-1963-, le imprimió ya desde sus inicios
esos rasgos fundamentales . A lo largo de la década del 50 se generaron
condiciones en América Latina para la puesta en marcha de una iniciativa de
integración regional original propia: la Asociación Latinoamericana de Libre
Comercio (ALALC).

Fue un paso esencialmente diferente a los intentos “panamericanistas”


anteriores por no incluir la participación de los países más desarrollados de América
del Norte (EE.UU. y Canadá). Fueron factores centrales incidentes circunstanciales
para este paso: a) La enorme repercusión alcanzada por la creación de la
Comunidad Económica Europea (CEE) b) El comienzo de un nuevo ciclo de
menores precios de los productos de exportación y mayor proteccionismo en
mercados compradores (Ej: la CEE priorizando su propia producción agropecuaria)
conllevando restricciones en las balanzas de pago por la mayor caída de los
términos de intercambio. c) La creciente atención que ganó la problemática de la
marginación social y la necesidad de crear empleo ante el masivo desplazamiento
de población rural hacia centros urbanos impulsado por profundos cambios
tecnológicos en la producción agropecuaria. d) La presencia en la región de
gobiernos civiles modernizadores, de carácter estructuralista, que, amén de avalar
las tesis centrales de la CEPAL a favor de la industrialización, dimensionaban las
ventajas de la integración regional. e) Los compromisos internacionales adquiridos
por los países de la región a través del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros
y Comercio (GATT). Ello implicaba avanzar hacia esquemas multilaterales por el
principio de no discriminación que objetaba entendimientos binacionales de
tratamiento preferencial. f) El cuerpo influyente de ideas y propuestas de la CEPAL
que generó documentos y auspició reuniones preliminares en 1958 y 1959 para la
elaboración de un proyecto de zona de libre comercio . Debe notarse que la
concepción inicial de integración comercial independiente no fue acompañada con
una perspectiva similar en relación a los aspectos financieros.

Se sostuvo que la región carecía de excedentes en sus balanzas de pagos y


capacidad de ahorro suficiente para encarar la necesidad de inversiones existentes.
La creación del BID en 1959, que incluyó la significativa la decisión de instalar su
sede en Washington, y el hecho de ser EE.UU el mayor suscriptor inicial de acciones
(41,7%), apuntaron a promover la inversión de capitales públicos y privados
internacionales para superar el subdesarrollo regional. Estas características se
ampliarían aún más con el ingreso de otros países accionistas extra-regionales . Ya
con una perspectiva “panamericanista” mucho más inmediata y limitada vinculada
a necesidades políticas, EE.UU impulsó en 1961 la creación de la Alianza para el
Progreso. Su propósito central fue contrarrestar la influencia de la revolución en
Cuba de 1959.

Sus ambiciosos objetivos económicos iniciales fueron acotados, ganando


preeminencia con posterioridad la cooperación, la influencia o la acción directa
estadounidense en el plano militar. Los primeros años de los 60 con la puesta en
marcha de ALALC y la iniciativa similar centroamericana, el Mercado Común
Centroamericano, fueron los de esplendor del impulso integrador latinoamericano.
Aun así, en la misma década comenzó a extenderse la disconformidad con la falta
de resultados por la imposibilidad de avanzar en acuerdos entre un número tan
grande de países. Se multiplicaron las tensiones por la introducción de frenos
proteccionistas y el ahondamiento de los desequilibrios económicos.

La aspiración de una zona de libre comercio agudizaba diferencias al


mantenerse políticas nacionales autónomas mientras se seguía pretendiendo la
eliminación de aranceles al comercio intra-regional . El surgimiento del Pacto Andino
en 1969 fue una respuesta directa de países de la región con menor desarrollo
relativo a la frustración por el proceso de ALALC. Su característica innovadora: en
el plano económico fue reconocer la necesidad de establecer paralelos entre los
avances de liberalización y la planificación industrial, y ponderar la necesidad de un
tratamiento diferencial para países con menor desarrollo relativo (Bolivia, Ecuador).
Asimismo, ya en el plano político, entendió la necesidad de brindar especial atención
a la institucionalidad para alcanzar entendimientos y dirimir diferencias.

El proceso andino si bien contó con un promisorio inicio, significó sólo un


intento valioso de superar con políticas públicas activas, y no sólo a través de los
mecanismos automáticos de mercado, el aletargamiento del proceso de integración.
La falta de una base productiva y de mercados complementarios se conjugó con la
no participación de las economías más industrializadas de la región en la CAN.
Además, la existencia de diferencias políticas y el ahondamiento de los problemas
económicos desde mediados de la década del 70 dieron lugar a un significativo
cambio de rumbo luego de un período de parálisis y transición. El letargo de ALALC
y el incumplimiento de su meta de completar la liberalización intra-regional llevaron
a la renegociación del Tratado de Montevideo (1980) y a la creación de una
organización continuadora, ALADI (Asociación Latinoamericana de Integración). Su
puesta en marcha simbolizó el reconocimiento del fracaso de ALALC. La ALADI
representó una perspectiva con horizontes y objetivos más limitados que los de su
antecesora. Las negociaciones pasaron a basarse en el bilateralismo, metas
acotadas y en la confianza en una perspectiva de liberalización no ceñida a la
unificación regional sino a mercados globales cada vez más interdependientes. En
un marco de recurrentes crisis, el cambio de ciclo fue justificado como un “nuevo”
regionalismo “abierto”.

Este se ubicó en línea con los paradigmas anti-intervencionistas de


desregulación, privatización y apertura económica y comercial impulsados por
organismos multilaterales y usinas de opinión. Su característica esencial fue
impulsar una amplia y rápida apertura comercial bajo el supuesto que la integración
abierta a la economía mundial sería el camino más corto y el único viable para la
modernización y la superación del atraso histórico regional .

En 1989 la CAN decidió abandonar el modelo de desarrollo cerrado. Dio paso


al modelo abierto con alternativas de negociación bilateral, puso punto final a la
política común de tratamiento al capital extranjero y abandonó el cronograma
original de integración económica. La puesta en marcha en 1991 del Mercado
Común del Sur (MERCOSUR) entre Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, planteó
una nueva perspectiva dual. Por un lado, avanzó sin demora en un proceso de
eliminación completa de aranceles para el comercio entre países miembros a través
de un cronograma rápido de desgravaciones mutuas. Por otra parte, en forma
simultánea, concedió una mayor apertura para el comercio con países
extraregionales a través de un descenso histórico de los aranceles de importación,
en línea con la aspiración de apertura a la competencia global de un “regionalismo
abierto” . En la década del 90 el enorme cambio geopolítico mundial que significó el
desmoronamiento de la URSS y las economías planificadas del Este de Europa
generó un marco ideológico propicio para justificar un proceso de globalización
indiferenciada Sur-Norte a través de tratados de libre comercio (TLCs) y acuerdos
de protección de inversiones. El signo más significativo inicial para América Latina
de esta una nueva etapa fue la firma por parte de México de un acuerdo de Canadá
y EE.UU. (TLCAN).

Con la misma tónica, Chile avanzó en entendimientos con EE.UU, Europa y


Japón, los países centro-americanos y República Dominicana lo hicieron con EE.UU
(DR-CAFTA). En tanto, en forma individual Colombia, Panamá y Perú comenzaron
negociaciones para lograr tratados de libre comercio con EE.UU. y Europa. En la
década del 90 se desarrolló también el último intento en el siglo XX de regreso al
“panamericanismo”: la “Iniciativa de las Américas”. Ésta había sido lanzada por el
presidente George Bush – padre- en 1990 con el propósito de crear “una zona de
libre comercio desde Alaska a Tierra del Fuego” que incluyera a 34 países con la
única excepción de Cuba. Su sucesor, William Clinton, dio continuidad a este
propósito con la puesta en marcha en Miami en 1994 de negociaciones para
constituir el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Largas negociaciones
no prosperaron por divergencias en aspectos críticos, como ser la pretensión de
EE.UU. de mantener subsidios a exportaciones agrícolas norteamericanas y de
exigir al resto de los países la apertura acelerada de sus mercados en áreas y temas
clave (compras públicas, patentes, leyes antidumping, defensa de la competencia).

La Cumbre de Presidentes de Mar del Plata (2005) fue el ámbito de inflexión


en el que se manifestaron abiertamente diferencias. Un “no al ALCA” desarticuló el
proyecto panamericanista. El rechazó no se basó en una posición unificada de los
países latinoamericanos. Se evidenciaron diferencias remarcables entre aquellos
países ubicados al norte del continente (México, América Central y el Caribe) con
mayor vinculación y dependencia de EE.UU., respecto a los de América del Sur,
aunque no en forma absoluta, más independientes de los ciclos económicos y
comerciales de la economía norteamericana.

Es indispensable considerar la persistencia de posicionamientos políticos


muy diferenciados entre países con gobiernos más proclives a la continuidad de
estrategias de apertura y aspiración de vinculación abierta con países centrales
(Chile, Colombia, México, Perú), respecto a otros que apuntan a una perspectiva de
nueva arquitectura de integración política, económica y financiera. Un nuevo marco
de cambios políticos, económicos y culturales ha quedado abierto en los últimos
años caracterizado por:

i. Procesos políticos que han llevado al surgimiento de gobiernos que, aun


con diferencias, aspiran progresivamente a diferenciarse de la estrategia
neoliberal y priorizan retomar un camino independiente para la integración
regional.
ii. La existencia de países que siguen manteniendo un sesgo liberalizador
amplio, que fueron también proclives en su momento a la iniciativa del
ALCA y que han dado continuidad a una estrategia de acercamiento
prioritario a países centrales a través de tratados acuerdos comerciales y
económicos.
iii. El desarrollo de nuevas instancias de vinculación regional independiente
(UNASUR, CELAC, ALBA, iniciativa del Banco del Sur) que se suman a
las ya existentes (ALADI, MERCOSUR, CAN) y la pérdida de gravitación
de organismos e instancias con presencias extra-latinoamericanas (OEA;
Cumbres de las Américas, Cumbres Iberoamericanas).
iv. El marco enorme de modificaciones, oportunidades e incertidumbre que
ha introducido la crisis internacional a partir del 2008. Sus derivados
siguen siendo imprevisibles. v. La incidencia de un nuevo escenario
geopolítico e internacional desde el fin de la “guerra fría” que está llevando
a cambios de roles, peso hegemónico y prioridades tanto en la región
como en el mundo. vi. Un nuevo perfil del comercio exterior regional por
el desplazamiento relativo de la significación de mercados tradicionales
en crisis y la mayor importancia que van ganando nuevas plazas
emergentes, en particular en Asia, que han impulsado inicialmente un
cambio favorable de los términos de intercambio para las exportaciones
de materias primas y sus productos para los cuales los países
latinoamericanos cuentan con mayor competitividad internacional
(alimentos, minerales, energía).
v. La necesidad de reconocer que la crisis mundial ha puesto en cuestión el
paradigma neoliberal de “dejar que los mercados decidan” prevalente con
mayor o menor intensidad en toda América Latina en las décadas previas.

Nuevamente está planteada la enorme tarea prioritaria de brindar plataforma


y desarrollo al estudio y análisis de las condiciones y alternativas para la integración
regional. No alcanzará para ello sólo generar referencias críticas sobre “lo que no
hay”, sino que deben multiplicarse instancias para el análisis y el debate de
diagnósticos y, sobre todo, la elaboración de propuestas alternativas.

El debate ha vuelto a ganar relevancia. Se han producido en los últimos años


significativos pasos en la unidad latinoamericana con la ampliación y la creación de
nuevas instancias de diálogo político entre gobiernos que han derivado de
posiciones comunes independientes para la resolución pacífica de serios conflictos
potenciales. De todas formas, es necesario reconocer que este nuevo impulso de
prioridad regional no ha tenido una expresión similar de relevancia en cuanto
avances concretos, pujantes y novedosos en el plano de la integración económica
y comercial. Esta sigue estructurada básicamente en marcos normativos e
institucionales previos.

El desafío es encontrar un rumbo consistente y efectivo. Es preciso para ello


analizar particularmente el camino recorrido y evaluar avances y limitaciones de las
experiencias e instancias para la integración regional. Tomar enseñanzas de la
historia es esencial para que no se repitan en América Latina los abismos enormes
entre sueños y avances concretos.

La UNASUR “constituye una instancia subregional que engloba los 12 países


de Sudamérica con el objetivo de construir un espacio de integración y de unión,
utilizando el consenso, y enfocándose en los principales temas que hacen a la vida
política, social y económica de los doce países que lo integran, propiciando un
esquema de igualdad. La consideración de este proceso frente a las dificultades
que presenta la diversidad económica y 107 política interna, como así también la
complejidad que le impone al bloque la convivencia en su interior de procesos de
integración con niveles de aperturismo diversos, destaca la importancia y relevancia
de esta instancia de coordinación que surge entre sus miembros. La tendencia del
bloque hacia agendas que trascienden lo económico, refleja sus propias
capacidades de cooperación. La necesidad de afrontar la integración desde un
espacio menos conflictivo permite trabajar sobre aspectos concretos que den
validez al proceso de integración legitimando tanto las medidas aplicadas desde los
Estados hacia la región, las cuales se ven reflejadas en sus poblaciones, como
formulando un espacio diverso al nacional para que estas poblaciones procuren
respuestas a sus necesidades. Hasta el momento, ha quedado evidenciado que la
modalidad que deberá adquirir este proceso para lograr un avance sólido en su
implementación, será resultado de su propio andar.

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