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RECADO A LOS LADRONES

Ayer encontré tres pavos en el cuarto de baño. Con la fama que tiene

uno de no andar muy bien aceitado de la cabeza, eso de levantarse y

encontrar el baño lleno de animales no es precisamente una de las co-

sas más tranquilizadoras que puedan ocurrir. Y lo peor es que este des-

apacible encuentro con los pavos tenía un antecedente. Hace dos o tres

meses. me había ocurrido algo parecido sólo que en aquella ocasión no

fueron pavos sino tortugas lo que encontré en el baño. Una amorosa

pareja de tortugas en el ambiente húmedo y tibio de una pesadilla.

Aquello pasó, sin embargo, puesto que a nadie debe preocuparle seria-

mente el hecho de sufrir alucinaciones por primera vez, y menos con

animales como las tortugas tan pacíficos y desacreditados en la literatu-

ra fantástica. Pero con los pavos era distinto.

No sólo porque el pavo podría tener en determinadas circunstancias

mayor fuerza simbólica que la tortuga, sino porque era la segunda vez

que encontraba animales en el baño. Yo pensé que en la tercera oca-

sión encontraría un elefante, así que empecé a preocuparme seriamen-

te por mi salud mental. Tanto, que alguna de las personas que viven en

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la casa, al descubrirme cierto desgano en la mesa, me dijo que tenía

cara de estarme volviendo romántico. Entonces eché el cuento de los

pavos, como quien hace la dramática confesión de una dolencia secre-

ta, y todo mi aparato alusionatorio se vino al suelo. Ocurría, sencilla-

mente, que la señora de la casa había metido en el baño los pavos de la

Navidad, para evitar que se los llevaran los ladrones.


Pero el cuento es más largo. Parece que el episodio de los pavos no es

tan descomplicado como yo lo creí al principio, sino que los beneméritos

animales han llegado al baño después de recorrer todos los lugares

aparentemente seguros de la casa, porque ya los ladrones han intenta-

do asegurarse con varias semanas de anticipación su cena de Navidad.

Y parece que para facilitar tan suculentos proyectos no tuvieron ningún

inconveniente en envenenar al perro. Yo, que soy soltero hasta donde

puede serlo un hombre que no se ha casado, entiendo muy poco la téc-

nica de la defensa doméstica. No tengo aún ese abigarrado sentido del

heroísmo con que las señoras se empeñan en una sorda y trágica lucha

con los ladrones para evitar que éstos se lleven en los pavos, con hue-

sos y todo, la fiesta de la Nochebuena. Pero a pesar de eso soy capaz

de entender el punto de vista de las señoras, hasta el extremo de tole-

rar esta difícil situación de no poder bañarse solo, como lo manda la

moral cristiana, sino en la incómoda y un poco surrealista compañía de

tres ayos.

Todo esto, aparte de que por culpa de los ladrones ya la cena de Navi-

dad a resultándonos más costosa que si tuviéramos que invitar a todos

los ladrones de la ciudad a que nos honraran con su presencia. Me

cuentan que al principio fue necesario establecer alrededor del patio un

sólido cordón de seguridad.. Fue una precaución inútil, porque esa no-

che no sólo penetraron los ladrones al patio, sino que tuvieron tiempo

de envenenar al perro. Al día siguiente compraron un perro nuevo, que

como es natural no figuraba en el presupuesto de diciembre. Ahora han

acondicionado las ventanas, han hecho una instalación eléctrica para

que el patio esté iluminado durante toda la noche, y un montón de pre-

cauciones más. Con todo, los ladrones han estado a punto de cargar
con los pavos y de escamotearnos con ellos esos pasteles de Noche-

buena que ya nos están resultando casi tan difíciles como supongo que

les están resultando a los obstinados caballeros nocturnos que, se em-

peñan en robarse los pavos. Esta mañana la señora de la casa me ha

dicho: «Hazles saber por el periódico a los ladrones que estoy dispuesta

a hacerme matar antes que permitir queme roben los pavos». Yo no sé

si los ladrones leen periódicos. Pero de todos modos les agradecería ue

por esta vez modifiquen sus proyectos. No es justo que el simple y muy

normal deseo de comernos unos pasteles, vaya a terminar en una san-

grienta guerra civil.

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