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EL HOGAR CONSAGRADO A DIOS

Contenido

1. Culto familiar A. W. Pink (1886-1952)

2. Una Palabra para los Padres Arthur W. Pink (1886-1952)

3. Los deberes de esposos y esposas Richard Steele (1629-1692)

4. Deberes familiares Juan Bunyan (1628-1688)

5. Las responsabilidades de los padres para con sus hijos Richard Baxter (1615 - 1691)

6. La sangre del rociamiento y los niños C. H. Spurgeon (1834-1892)

7. Eduque a los niños para Cristo (Autor desconocido)

8. El directorio para la adoración familiar por la asamblea general de la iglesia de escocia (1647)
CULTO FAMILIAR
A.W. Pink (1886-1952)

Existen algunas ordenanzas exteriores y medios de gracia exteriores claramente implícitos en la Palabra de
Dios, pero en la práctica tenemos pocos, si acaso algunos, preceptos claros y positivos; más bien nos limitamos
a recogerlos del ejemplo de hombres santos y de diversas circunstancias secundarias. Se logra un fin importante
por este medio; es así que se prueba el estado de nuestro corazón. Sirve para hacer evidente si los cristianos
descuidan un deber claramente implícito por el hecho de no poder cumplirlo. Así, se descubre más del
verdadero estado de nuestra mente, y se hace manifiesto si tenemos o no un amor ardiente por Dios y por
servirle. Esto se aplica tanto a la adoración pública como a la familiar. No obstante, no es difícil dar pruebas de
la obligación de ser devotos en el hogar.

Considere primero el ejemplo de Abraham, el padre de los fieles y el amigo de Dios. Fue por su devoción a
Dios en su hogar que recibió la bendición de: “Porque yo lo he conocido, sé que mandará a sus hijos y a su casa
después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio” (Gén. 18:19). El patriarca es
elogiado aquí por instruir a sus hijos y siervos en el más importante de los deberes, “el Camino del Señor” –la
verdad acerca de su gloriosa persona, su derecho indiscutible sobre nosotros, lo que requiere de nosotros. Note
bien las palabras “que mandará”, es decir que usaría la autoridad que Dios le había dado como padre y cabeza
de su hogar, para hacer cumplir en él los deberes relacionados con la devoción a Dios. Abraham también oraba a
la vez que enseñaba a su familia: dondequiera que levantaba su tienda, edificaba “allí un altar a Jehová” (Gén.
12:7; 13:4). Ahora bien, mis lectores, preguntémonos: ¿Somos “simiente de Abraham” (Gál. 3:29) si no “hacéis
las obras de Abraham” (Juan 8:39) y descuidamos el serio deber del culto familiar? El ejemplo de otros hombres
santos es similar al de Abraham. Considere la devoción que refleja la determinación de Josué quien declaró a
Israel: “Yo y mi casa serviremos a Jehová” (24:15). No dejó que la posición exaltada que ocupaba ni las
obligaciones públicas que lo presionaban, lo distrajeran de procurar el bienestar de su familia. También, cuando
David llevó el arca de Dios a Jerusalem con gozo y gratitud, después de cumplir sus obligaciones públicas
“volvió para bendecir su casa” (2 Sam. 6:20). Además de estos importantes ejemplos podemos citar los casos de
Job (1:5) y Daniel (6:9). Limitándonos a sólo uno en el Nuevo Testamento pensamos en la historia de Timoteo,
quien se crió en un hogar piadoso. Pablo le hizo recordar la “fe no fingida” que había en él, y agregó: “la cual
residió primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice”. ¡Con razón pudo decir enseguida: “desde la niñez
has sabido las Sagradas Escrituras” ! (2 Tim. 3:15)

Por otra parte, podemos observar las terribles amenazas pronunciadas contra los que descuidan este deber. Nos
preguntamos cuántos de nuestros lectores han reflexionado seriamente sobre estas palabras
impresionantes:“¡Derrama tu enojo sobre las gentes que no te conocen, y sobre las naciones que no invocan tu
Nombre!” (Jer. 10:25) Qué tremendamente serio es saber que las familias que no oran son consideradas aquí
iguales a los paganos que no conocen al Señor. ¿Esto nos sorprende? Pues, hay muchas familias paganas que se
juntan para adorar a sus dioses falsos. ¿Y no es esto causa de vergüenza para los cristianos profesos? Observe
también que Jeremías 10:25 registra imprecaciones terribles sobre ambas clases por igual: “Derrama tu enojo
sobre...” Con cuánta claridad nos hablan estas palabras.

No basta que oremos como individuos privadamente en nuestra cámara; se requiere que también honremos a
Dios.

Dos veces cada día como mínimo, –de mañana y de noche— toda la familia debe reunirse para arrodillarse ante
el Señor —padres e hijos, amo y siervo— para confesar sus pecados, para agradecer las misericordias de Dios,
para buscar su ayuda y su bendición.
No debemos dejar que nada interfiera con este deber: todos los demás quehaceres domésticos deben supeditarse
a él. La cabeza del hogar es el que debe dirigir el momento devocional, pero si está ausente, o gravemente
enfermo, o es inconverso, entonces la esposa tomará su lugar. Bajo ningún concepto ha de omitirse el culto
familiar. Si queremos disfrutar de las bendiciones de Dios sobre nuestra familia, entonces reúnanse sus
integrantes diariamente para alabar y orar al Señor. “Honraré a los que me honren” es su promesa.
Un antiguo escritor bien dijo: “Una familia sin oración es como una casa sin techo, abierta y expuesta a todas
las tormentas del Cielo.” Todas nuestras comodidades domésticas y las misericordias temporales que tenemos
proceden del amor y la bondad del Señor, y lo mejor que podemos hacer para corresponderle es reconocer con
agradecimiento, juntos, su bondad para con nosotros como familia. Las excusas para no cumplir este sagrado
deber son inútiles y carecen de valor. ¿De qué nos valdrá decir, cuando rindamos cuentas ante Dios por la
mayordomía de nuestra familia, que no teníamos tiempo ya que trabajábamos sin parar desde la mañana hasta la
noche? Cuanto más urgentes son nuestros deberes temporales, más grande es nuestra necesidad de buscar
socorro espiritual. Tampoco sirve que el cristiano alegue que no es competente para realizar semejante tarea: los
dones y talentos se desarrollan con el uso y no con descuidarlos.

El culto familiar debe realizarse reverente, sincera y sencillamente. Es entonces que los pequeños recibirán sus
primeras impresiones y formarán sus primeros conceptos del Señor Dios. Debe tenerse sumo cuidado a fin de
no darles una idea falsa de la Persona Divina. Con este fin debe mantenerse un equilibrio entre comunicar su
trascendencia y su inmanencia, su santidad y su misericordia, su poder y su ternura, su justicia y su gracia. La
adoración debe empezar con unas pocas palabras de oración invocando la presencia y bendición de Dios. Debe
seguirle un corto pasaje de su Palabra, con breves comentarios sobre el mismo. Pueden cantarse dos o tres
estrofas de un salmo y luego concluir con una oración en que se encomienda a la familia a las manos de Dios.
Aunque no podamos orar con elocuencia, hemos de hacerlo de todo corazón. Las oraciones que prevalecen son
generalmente breves. Cuídese de no cansar a los pequeñitos.

Los beneficios y las bendiciones del culto familiar son incalculables. Primero, el culto familiar evita muchos
pecados. Maravilla el alma, comunica un sentido de la majestad y autoridad de Dios, presenta verdades
solemnes a la mente, brinda beneficios de Dios sobre el hogar. La devoción personal en el hogar es un medio
muy influyente, bajo Dios, para comunicar devoción a los pequeños. Los niños son mayormente criaturas que
imitan, a quienes les encanta copiar lo que ven en los demás. “El estableció testimonio en Jacob, y puso ley en
Israel, la cual mandó a nuestros padres que la notificasen a sus hijos, para que lo sepa la generación venidera,
los hijos que nacerán, y los que se levantarán, lo cuenten a sus hijos. A fin de que pongan en Dios su confianza,
y no se olviden de las obras de Dios, y guarden sus mandamientos” (Sal. 78:5-7). ¿Cuánto de la terrible
condición moral y espiritual de las masas en la actualidad puede adjudicarse al descuido de este deber por parte
de los padres de familia? ¿Cómo pueden los que descuidan la adoración a Dios en su familia pretender hallar
paz y bienestar en el seno de su hogar? La oración cotidiana en el hogar es un medio bendito de gracia para
disipar esas pasiones dolorosas a las cuales está sujeta nuestra naturaleza común. Por último, la oración familiar
nos premia con la presencia y la bendición del Señor. Contamos con una promesa de su presencia que se aplica
muy apropiadamente a este deber: vea Mat. 18:19, 20. Muchos han descubierto en el culto familiar aquella
ayuda y comunión con Dios que anhelaban y que no habían logrado en la oración privada.
UNA PALABRA PARA LOS PADRES
Arthur W. Pink

Una de las características más tristes y trágicas de nuestra "civilización" del siglo XX es la terrible prevalencia
de la desobediencia por parte de los hijos a sus padres durante los días de la infancia y su falta de reverencia y
respeto cuando crecen. Esto se evidencia de muchas maneras, y es general, por desgracia, incluso en las familias
de los cristianos profesantes. En sus viajes extensos durante los últimos treinta años el escritor ha residido en
muchos hogares. La piedad y la belleza de algunos de ellos permanecen como recuerdos sagrados y fragantes,
pero otros de ellos han dejado las impresiones más dolorosas. Los niños que son obstinados o estropeados, no
sólo se llevan a la infelicidad perpetua, sino que también causan incomodidad a todos los que entran en contacto
con ellos por su conducta, cosas malas les vendran para los días venideros.

En la gran mayoría de los casos, los niños no son tan culpables como los padres. El fracaso para honrar al padre
y a la madre, dondequiera que se encuentre, es en gran parte debido a la salida de los padres del patrón bíblico.
Hoy en día el padre piensa que ha cumplido con sus obligaciones proporcionando alimentos y vestidos a sus
hijos, y actuando ocasionalmente como una especie de policía moral. Demasiado a menudo la madre se contenta
con ser una droga doméstica, haciéndose esclava de sus hijos en lugar de entrenarlos para que sean útiles. Ella
realiza muchas tareas que sus hijas deben hacer solo para permitirles libertad para conjunto vertiginoso de
frivolidades. La consecuencia ha sido que el hogar, que debe ser - por su orden, su santidad y su reino de amor -
un cielo en miniatura en la tierra, pero se ha degenerado en "una estación de servicio para el día y un lugar de
estacionamiento para el Noche ", como alguien lo ha expresado tersamente.

Antes de describir los deberes de los padres hacia sus hijos, se debe señalar que no pueden disciplinar
adecuadamente a sus hijos a menos que hayan aprendido a gobernarse ustedes mismos primero. ¿Cómo pueden
esperar someter a la voluntad propia en sus pequeños y comprobar el aumento de un enojo de ira si a sus
propias pasiones se les permite el libre reinado? El carácter de los padres se reproduce en gran medida en su
descendencia: "Y Adán vivió ciento treinta años y engendró un hijo a su semejanza, según su imagen" (Génesis
5: 3). El padre debe estar sometido a Dios si él legítimamente espera obediencia de sus pequeños. Este principio
se aplica en las Escrituras una y otra vez: "¿Por lo tanto, lo que enseñas a otro, no te enseñas a ti mismo?"
(Romanos 2:20). Del obispo, es decir, anciano o párroco, está escrito que debe ser "aquel que gobierna bien su
propia casa, teniendo a sus hijos en sujeción con toda gravedad, porque si un hombre no sabe gobernar su
propia casa, ¿Cuidará de la iglesia de Dios? " (I Timoteo 3: 5, 6). Y si un hombre o una mujer no sabe gobernar
su propio espíritu (Proverbios 25:28), ¿cómo tendra cuidado de su descendencia?.

Dios ha confiado a los padres un cargo muy solemne, y sin embargo es tambien un privilegio muy precioso. No
es demasiado decir que en sus manos se depositan la esperanza y bendición, o bien la maldición y la plaga, de la
próxima generación. Sus familias son las guarderías de la Iglesia y del Estado, y de acuerdo con el cultivo de
ellas ahora será su fecundidad en el futuro. ¡Oh, cuán devotos y cuidadosos deben ser ustedes que son los
padres. Ciertamente, Dios requerirá una cuenta de los hijos de vuestras manos, porque son Suyos, y sólo se
prestan a tu cuidado y custodia. La tarea asignada a usted no es fácil, especialmente en estos días
superlativamente malos. Sin embargo, si se busca fiel y fervientemente, la gracia de Dios se encontrará
suficiente en esta responsabilidad como en otras. Las Escrituras nos proporcionan reglas para seguir adelante,
con promesas de asimiento, y, podemos agregar, temerosas advertencias para que no tratemos el asunto a la
ligera.
Tenemos poco espacio para mencionarlas todas, pero mencionare cuatro de los principales deberes de los
padres.

Instruya a sus hijos


Primero, es su deber instruir a sus hijos. "Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán en tu corazón; y tú las
enseñarás diligentemente a tus hijos, y hablarás de ellas cuando te sientas en tu casa, y cuando andes por el
camino, Te acostarás y te levantarás "(Deuteronomio 6: 6, 7). Este trabajo es demasiado importante para asignar
a otros; Padres, y no maestros de la Escuela Sabática, son Divinamente requeridos para educar a sus pequeños.
Tampoco se trata de algo ocasional o esporádico, sino de una atención constante. El glorioso carácter de Dios,
las exigencias de su santa Ley, la suprema pecaminosidad del pecado, el maravilloso don de su Hijo y la terrible
muerte que es la parte segura de todos los que lo desprecian y rechazan, De sus pequeños. "Son demasiado
jóvenes para entender tales cosas" es el argumento del Diablo para disuadirle de cumplir con su deber.

"Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en el cuidado y admonición del Señor"
(Efesios 6: 4). Hay que señalar que los "padres" se tratan específicamente aquí, y esto por dos razones: (1)
porque son los jefes de sus familias y su gobierno está especialmente comprometido con ellos; Y (2) porque son
propensos a transferir este deber a sus esposas. Esta instrucción debe ser dada leyendo las Sagradas Escrituras y
agrandando las cosas más agradables a su edad. Esto debe ser seguido por catequizarlos. Un discurso continuo
hacia los jóvenes no es tan efectivo como cuando se diversifica mediante preguntas y respuestas. Si saben que
serán interrogados sobre lo que lee, escucharán más de cerca y la formulación de respuestas les enseñará a
pensar por sí mismos. Tal método también se encuentra para hacer la memoria más retentiva, para responder
preguntas definidas fija ideas más específicas en la mente. Observe la frecuencia con que Cristo hizo a sus
discípulos preguntas.

Sea un buen ejemplo


Segundo, la buena instrucción debe ir acompañada de un buen ejemplo. Esa enseñanza que sólo sale de los
labios no es en absoluto probable que hunda más profundo que los oídos. Los niños son particularmente rápidos
para detectar inconsistencias y despreciar la hipocresía. Es en este punto que los padres necesitan estar más
delante de Dios, buscando diariamente de Él la gracia que tanto necesitan y que Él solo puede proveer. ¡Qué
cuidado debes tomar, no sea que digas o hagas cualquier cosa ante tus hijos que tiendan a corromper sus mentes
o que sean de mala consecuencia para que los sigan! ¡Cómo necesitas estar constantemente en tu guardia contra
cualquier cosa que pueda hacerte mezquino y despreciable a los ojos de aquellos que deben respetarte y
reverenciarte! El padre no es sólo para instruir a sus hijos en los caminos de la santidad, sino que es él mismo a
caminar ante ellos de esa manera, y mostrar por su práctica y comportamiento qué cosa agradable y provechosa
que debe ser regulado por la Ley Divina.

En un hogar cristiano el objetivo supremo debe ser la piedad del hogar - el honor de Dios en todo momento.
Todo lo demás debe estar subordinado a este alto propósito. En materia de vida familiar, ni el marido ni la
esposa pueden arrojar sobre el otro toda la responsabilidad por el carácter religioso del hogar. La madre es,
ciertamente, necesaria para complementar los esfuerzos del padre, ya que los niños disfrutan mucho de su
compañía. Si hay una tendencia en los padres a ser demasiado estricta y severa, las madres tienden a ser
demasiado laxas e indulgentes; Y necesitan estar mucho en guardia contra cualquier cosa que debilitaría la
autoridad de su esposo. Cuando ha prohibido algo, no debe darle su consentimiento. Es sorprendente observar
que la exhortación de Efesios 6: 4 está precedida por la instrucción de "llenarse del Espíritu" (5:18), mientras
que la exhortación paralela en Colosenses 3:21 es precedida por la exhortación a "dejar que la Palabra De Cristo
habitan en vosotros "(versículo 16), mostrando que los padres no pueden cumplir sus deberes a menos que estén
llenos del Espíritu y de la Palabra.

Discipline a sus hijos


Tercero, la instrucción y el ejemplo deben aplicarse mediante la corrección y la disciplina. Esto significa, en
primer lugar, el ejercicio de la autoridad - el propio reinado de la Ley. De "padre de los fieles", Dios dijo:
"Porque yo le conozco, él mandará a sus hijos y a su casa después de él, y guardarán el camino del Señor para
hacer justicia y juicio, Abraham lo que habló de él "(Génesis 18:19). Reflexionen sobre esto con cuidado,
padres cristianos. Abraham hizo más que dar buenos consejos; Hizo cumplir la ley y el orden en su hogar. Las
reglas que él administraba tenían para su diseño la custodia del "camino del Señor" - lo que era correcto a Su
vista. Y este deber fue desempeñado por el patriarca para que la bendición de Dios pudiera descansar sobre su
familia. Ninguna familia puede ser apropiadamente llevada propina sin las leyes de la casa, que incluyen la
recompensa y el castigo, y estos son especialmente importantes en la primera infancia, cuando aún carácter
moral no está formado y las razones morales no se entienden o son poco apreciados.
Las reglas deben ser simples, claras, razonables e inflexibles como los Diez Mandamientos: unas cuantas reglas
morales, en lugar de una multitud de pequeñas restricciones. Una manera de provocar innecesariamente a los
niños a la ira es obstaculizarlos con miles de restricciones insignificantes y regulaciones minuciosas que son
caprichosas y se deben a un temperamento fastidioso en el padre. Es de vital importancia para el futuro bien del
niño que él o ella debe ser sometido a la sujeción a una edad temprana. Un niño no entrenado significa un adulto
sin ley. Nuestras cárceles están llenas de gente a la que se les permitió tener su propio camino durante su
minoría. La menor ofensa de un niño contra los gobernantes del hogar no debe pasar sin la corrección debida,
porque si encuentra clemencia en una dirección o hacia una ofensa, esperará lo mismo hacia los demás. Y
entonces la desobediencia se hará más frecuente hasta que el padre no tenga más control que el de la fuerza
bruta.

La enseñanza de la Escritura es muy clara en este punto. "La locura está atada en el corazón de un niño, pero la
vara de corrección lo alejará de él" (Proverbios 22:15 y 23:13, 14). Por eso Dios ha dicho: "El que escatima la
vara aborrece a su hijo; mas el que lo ama, lo castiga con rapidez" (Proverbios 13:24). Y otra vez, "castiguen a
vuestro hijo mientras haya esperanza, Pero no desee tu alma causarle la muerte." (Proverbios 19:18). No
permitas que una tonta inclinación te quede. Ciertamente, Dios ama a Sus hijos con un afecto paternal mucho
más profundo que ustedes pueden amar a los suyos, pero Él nos dice: "A todos los que amo, reprendo y castigo"
(Apocalipsis 3:19 y Hebreos 12: 6). "La vara y la reprensión da la sabiduría, pero el niño que se deja a sí mismo
trae a su madre la vergüenza" (Proverbios 29:15). Tal severidad debe ser usada en sus primeros años, antes de
que la edad y la obstinación hayan endurecido al niño contra el miedo y la inteligencia de la corrección. Obvia
la vara, y estropeas al niño; No lo use en él, y usted pone uno para su propia espalda.

No es necesario señalar que las Escrituras anteriores no están de ninguna manera enseñando que un reino de
terror es la marca de la vida hogareña. Los niños pueden ser gobernados y castigados de tal manera que no
pierdan su respeto y afecto por sus padres. Cuidado con agravar su temperamento por demandas irrazonables, o
provocando su ira al golpearles para que liberen su propia rabia. El padre debe castigar a un niño desobediente
no porque esté enojado, sino porque es correcto, porque Dios lo requiere y el bienestar del niño lo exige. Nunca
hagas una amenaza que no tengas intención de ejecutar, ni una promesa que no pretendas realizar. Recuerde que
para que sus hijos estén bien informados es bueno, pero para que estén bien controlados es mejor.

Preste mucha atención a las influencias inconscientes del entorno de un niño. Estudie cómo hacer que su hogar
sea atractivo, no introduciendo cosas carnales y mundanas, sino por nobles ideales, por la inculcación de un
espíritu de altruismo, por una amistad alegre y feliz. Separa a los pequeños de las malas juntas. Observe
cuidadosamente los periódicos y libros que entran en su casa, los invitados ocasionales que se sientan en su
mesa, y las compañerías que sus hijos forman. Los padres a menudo descuidan y dejan que otros tengan libre
acceso a sus hijos que socavan la autoridad paterna, derriban los ideales paternos y siembran semillas de
frivolidad e iniquidad antes de que sepan. Nunca deje que su hijo pase una noche entre extraños. Así entrenara a
sus hijos y serán útiles para sí mismos y útiles miembros de su generación e hijos trabajadores y auto-
sustentables.

Orar por sus hijos


Cuarto, el último y más importante deber, respetando tanto el bien temporal como el espiritual de vuestros hijos,
es ferviente súplica a Dios por ellos; Porque sin esto todo lo demás será ineficaz. Los medios son inútiles a
menos que el Señor los bendiga. El trono de la gracia debe ser implorado con seriedad que sus esfuerzos para
criar a sus hijos para Dios pueda ser coronado con éxito. Es cierto que debe haber una sumisión humilde a Su
voluntad soberana, una inclinación ante la verdad de la Elección. Por otra parte, es el privilegio de la fe
apoderarse de las Divinas promesas y recordar que la oración eficaz y ferviente de un justo puede mucho. De un
santo hombre se dice que por sus hijos "se levantó de madrugada y ofreció holocaustos según el número de
todos ellos" (Job 1: 5). Un ambiente de oración debe impregnar el hogar y ser respirado por todos los que lo
comparten.
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A. W. Pink (1886-1952): pastor y maestro itinerante, prolífico autor de Studies in the Scriptures (Estudios en las
Escrituras) y muchos libros, incluyendo el muy conocido The Sovereignty of God (La soberanía de Dios)

LOS DEBERES DE ESPOSOS Y ESPOSAS


Richard Steele (1629-1692)

Una versión moderna condensada y parafraseada por D. Scott Meadows

“Cada uno empero de vosotros por sí, ame también a su mujer como a sí mismo;
y la mujer reverencie a su marido.” (Efesios 5:33)

EL matrimonio es el fundamento de toda la sociedad; por lo tanto, este tema es muy importante. Explicar a
ustedes los deberes conyugales es mucho más fácil que persuadirlos a cumplirlos en la práctica. Ajusten su
voluntad a las Escrituras, no viceversa. Hagan suyo Efesios 5:33.

La conexión. “Empero” es una transición de la realidad de la relación de Cristo con la iglesia. Significa que a
pesar de ser un ideal inalcanzable, deben tratar de alcanzarlo, o que, por ser un noble ejemplo, deben imitarlo en
su relación con su cónyuge.

La directiva.

-A. La obligación universal de ella. “Cada uno... de vosotros”, no importa lo bueno que sean ustedes o lo malo
que sean sus cónyuges. Todos los maridos tienen derecho al respeto de sus esposas, sean ellos sabios o necios,
inteligentes o lentos, habilidosos o torpes. Todas las esposas tienen derecho al amor de sus esposos, sean
hermosas o feas, ricas o pobres, sumisas o rebeldes.

-B. La aplicación particular de ella. “De por sí”, cada uno, cada esposo y esposa debe aplicar esto a su propio
caso en particular.

3. Resumen de los deberes.

-A. El deber de cada esposo. Amar a su esposa. Éste no es el único deber pero incluye a todos los demás. Debe
amarla como a sí mismo. Esto es cómo (la Regla de Oro) y por qué ha de amarla (porque ambos son en realidad
uno, amarla dará como resultado bendiciones para él).

-B. El deber de cada esposa. Temer (griego) o reverenciar (RV 1909) o respetar (RV 1960) a su marido, por su
persona y por su posición. Esto incluye necesariamente amor, porque si ella lo ama, tratará de agradarle y evitar
ofenderlo.

Doctrina: cada esposo debe amar a su esposa como a sí mismo, y cada esposa debe respetar a su esposo.

Recuerden que éste es el consejo de su Creador, articulado claramente tanto en el Antiguo como en el Nuevo
Testamento, y tanto por Pablo, el apóstol a los gentiles (Ef. 5:23ss; Col. 3:18ss) como por Pedro, el apóstol a los
judíos (1 Ped. 3:1ss). Estos dos deberes (marido-amor, esposa-respeto) no son exhaustivos, pero se mencionan
particularmente ya sea porque son las fallas más comunes de cada uno o porque incluyen a todos los demás
deberes. Otra explicación es que respeto es lo que los maridos más necesitan y amor, lo que las esposas más
necesitan de sus cónyuges (Doug Wilson). Dios aconseja no sólo a fin de que tengamos vida eterna, sino para
que seamos confortados aquí y ahora. El matrimonio piadoso es un pedacito de cielo sobre la tierra. Repasar
estos deberes tiene que humillarnos por nuestros fracasos pasados y retarnos a mejorar en el futuro.

DEBERES QUE CORRESPONDEN A AMBOS POR IGUAL

Viviendo el uno con el otro. Él tiene que dejar “a su padre y a su madre, y allegarse a su mujer” (Gén. 2:24), y
ella tiene que olvidar su “pueblo, y la casa de [su] padre” (Sal. 45:10). Él tiene que “habitar con” su esposa (1
Ped. 3:7), y ella que “no se aparte del marido”, aunque éste sea inconverso (1 Cor. 7:10). Los otros deberes del
matrimonio requieren vivir juntos, teniendo relaciones sexuales regularmente, las cuales cada uno le debe al
otro (1 Cor. 7:3-5). El AT prohíbe que los esposos vayan a la guerra durante su primer año de matrimonio (Deut.
24:5). Esto muestra la importancia de vivir juntos.

Amándose el uno al otro. Este es un deber tanto del esposo (Col. 3:19) como de la esposa (Tito 2:4). El amor es
la gran razón y el consuelo del matrimonio. Este amor no es meramente romance, sino afecto y cuidado
auténtico y constante y “entrañablemente de corazón puro” (1 Ped. 1:22) el uno por el otro. El amor
matrimonial no puede basarse en belleza o riqueza, pues éstas son pasajeras, y ni siquiera en la piedad, pues ésta
puede menguar. Tiene que basarse en el mandato de Dios que nunca cambia. El voto matrimonial es “para bien
o para mal” y los casados deben considerar a sus cónyuges como lo mejor en este mundo para ellos. El amor
matrimonial tiene que ser duradero, perdurando aun después de que la muerte haya roto el vínculo (Prov.
31:12). Este amor de corazón puro produce el corolario de contentamiento y consuelo. Guarda contra el
adulterio y los celos. Previene o reduce los problemas familiares. Sin él, el matrimonio es como un hueso
dislocado. Duele hasta que vuelve a encajarse en su lugar.

Siendo fieles el uno al otro. Cada varón debe tener (sexualmente) su propia esposa, y cada esposa su propio
marido (1 Cor. 7:2), y sólo los suyos propios. Imiten al primer Adán quien tuvo sólo una esposa y al segundo
Adán quien tiene una sola iglesia. El pacto matrimonial los enlaza a ustedes a sus propios cónyuges: los más
queridos, dulces y mejores del mundo. La infidelidad más pequeña, aun en el corazón, puede llevar a un
adulterio en toda la extensión de la palabra. Sin arrepentimiento, el adulterio destruye la felicidad terrenal al
igual que la expectativa razonable del cielo. Casi disuelve el matrimonio, y en el AT era un crimen sancionado
con la pena de muerte (Deut. 22:22). Cuídense para evitar las tentaciones de este pecado. El hombre que no se
satisface con una mujer nunca se satisfará con muchas, porque este pecado no tiene límites. La fidelidad
también incluye guardar el uno los secretos del otro. Estos no deben revelarse a menos que exista una
obligación mayor. Contar los secretos del cónyuge es malo cuando sucede por accidente, peor cuando es el
resultado de un enojo y peor todavía cuando es motivado por el odio.

Ayudándose el uno al otro. La esposa ha de ser “ayuda idónea” para su esposo (Gén. 2:18), lo cual implica que
ambos deben ayudarse mutuamente. Deben compartir estas cosas:

Su trabajo. Si ella trabaja en casa y él trabaja fuera, el trabajo de ambos será más fácil. Para motivación, preste
él atención a todo el libro de Proverbios, y ella especialmente al último capítulo.

Sus cruces. Aunque los recién casados esperan que el matrimonio sea sólo placer, las dificultades de seguro
llegarán (1 Cor. 7:28). Quizás tengan que enfrentar la pérdida de bienes mundanales, daño a sus hijos,
aflicciones causadas por amigos tanto como por enemigos. Cada cónyuge tiene que ser un amigo para el otro
venga lo que venga.

C. Su consagración a Cristo. Vivan como herederos “juntamente de la gracia de la vida” (1 Ped. 3:7). La meta
más alta del matrimonio es promover la felicidad eterna mutua. En esto, la cooperación es muy importante. Los
conocimientos de él deben ayudar a vencer la ignorancia de ella, y el fervor de ella el desaliento de él. Cuando
el esposo está en casa, debe instruir y orar con su familia y santificar el día de reposo pero, en su ausencia, ella
debe atender estas cuestiones.

Siendo pacientes el uno con el otro. Este deber es hacia todos, pero especialmente hacia nuestro cónyuge (Ef.
4:31, 32). ¡En el matrimonio hay muchas tentaciones para impacientarse! Perder los estribos causa guerras
civiles en casa, y nade bueno viene de ello. Ambos necesitan un espíritu humilde y quieto. Aprendan a estar en
paz consigo mismos para mantener la paz. Retírense hasta que la tormenta haya pasado. Ustedes no son dos
ángeles casados, sino dos hijos pecadores de Adán. Disimulen las faltas menores y tengan cuidado al confrontar
las mayores. Reconozcan mutuamente sus propios pecados y confiésenlos todos a Dios. Cedan el uno al otro en
lugar de ceder al diablo (Ef. 4:27).

Salvando el uno al otro. 1 Corintios 7:16 insinúa que nuestro gran deber es promover la salvación de nuestro
cónyuge. ¿De qué sirve disfrutar del matrimonio ahora y luego irse al infierno juntos? Si uno deja que su
cónyuge vaya a condenación ¿dónde está su amor? Ambos deben inquirir sobre el estado espiritual del otro, y
usar los medios debidos para mejorarlo. Crisóstomo dijo: “Vayan los dos a la iglesia y luego dialoguen juntos
sobre el sermón.” Si los dos ya son cristianos, entonces han de hacer lo que pueden para ayudarse mutuamente a
llegar a ser santos más perfectos. Hablen con frecuencia de Dios y de cosas espirituales. Sean compañeros
peregrinos a la Ciudad Celestial.

Manteniendo relaciones sexuales matrimoniales con regularidad pero moderadas. “Honroso es en todos el
matrimonio, y el lecho sin mancilla; mas a los fornicarios y a los adúlteros juzgará Dios” (Heb. 13:4). La
relación sexual en el ma-trimonio ha sido diseñada para remediar los afectos impuros, no excitarlos. No pueden
ustedes realizar con su cónyuge cada necedad sexual que se les ocurra, por el mero hecho de estar casados. Ser
dueños de un vino no les da permiso para emborracharse. Sean moderados y sensatos. Por ejemplo, pueden
abstenerse por un tiempo para dedicarse a la oración (1 Cor. 7:5). Aun en las relaciones matrimoniales tenemos
que demostrar reverencia a Dios y respeto mutuo. El amor auténtico no se comporta groseramente.

Cuidando el uno los intereses del otro en todas las cosas. Ayúdense a mantener una buena salud, y estén
enfermos juntos, por lo menos en espíritu. El uno no debe ser rico mientras el otro sufre necesidad. Promueva
cada uno la buena re-putación de su cónyuge. El esposo naturalmente y con razón se interesa por las cosas que
son del mundo, cómo puede agradar a su esposa, y la esposa hace lo mismo (1 Cor. 7:33, 34). Esto da honor a su
fe, consuelo a sus vidas y una bendición en todo lo que tienen. Deben ser amigos íntimos, riendo y llorando
juntos, siendo la muerte lo único que separa sus intereses.

Orando el uno por el otro. Pedro advierte qué hacer para que “vuestras oraciones no sean impedidas” (1 Ped.
3:7), lo que sugiere es que deben orar el uno por el otro y juntos. “Oró Isaac a Jehová por su mujer, que era
estéril” (Gén. 25:21). Tenemos que orar por todos, pero especialmente por nuestro cónyuge. El amor más puro
se expresa en la oración sincera, y la oración preserva el amor. Procuren tener momentos de oración juntos. El
Sr. Bolton oraba todos los días dos veces en privado, dos veces con su esposa y dos veces con su familia. La
oración eleva al matrimonio cristiano por encima de los matrimonios paganos y de la cohabitación de los
animales.

EL DEBER ESPECIAL DEL ESPOSO: AMAR

El amor es el fundamento de todos los demás deberes para con ella. Todo fluye de esto. Sin amor, cada
cumplimiento de un deber para con ella parece difícil. La ternura, el honor y la amabilidad son meros rayos del
sol del amor.

1. Las dimensiones del marido piadoso. El amor de un esposo por su esposa es particular a esta relación. Es
distinto del amor paternal y de la lascivia animal.

La razón de él. Usted está casado con ella y Dios ordena a los esposos que amen a sus esposas. Solamente esto
durará para siempre, ya que ella puede perder sus encantos de muchas maneras.

La extensión de él. Usted debe amar tanto su cuerpo como su alma. Por lo tanto debe escoger una esposa que le
es atractiva por su físico y por su personalidad y espiritualidad. De otra manera, no le hace justicia a ella.

El grado de él. Por sobre el amor hacia todos los demás, incluyendo a sus padres e hijos, y ciertamente sobre
cualquier persona fuera de la familia. “En su amor recréate siempre” (Prov. 5:19).

D. La duración de él. “Siempre” (Prov. 5:19, recién citado), no sólo en público sino también en privado, no por
una semana o un mes o un año, sino hasta la muerte. Su amor debe aumentar diariamente incluyendo en la
vejez. Tuvo usted su hermosura y su fuerza así que ¿por qué no sus arrugas y enfermedades? La hermosura
interior aumenta a medida que la hermosura exterior disminuye. Existen muchas razones bíblicas por las cuales
el amor del marido debe ser perpetuo.
2. El patrón para el amor del marido piadoso.

A. El amor de Jesucristo por su iglesia. “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia”
(Ef. 5:25). “La sustenta y regala, como también Cristo a la iglesia” (5:29). Aunque no podemos lograr ser
iguales a Cristo, esta cualidad de nuestro amor debe ser como la de él. Entonces, ¿cómo ama Jesucristo a su
iglesia?

Auténticamente, sin hipocresía. Su amor fue tan real e intenso que murió por la iglesia.

Libremente, incondicional antes y sin expectativas después. Se dio a sí mismo para limpiar su iglesia, lo cual
implica que antes ella no era ninguna belleza. El esposo, por su propio amor, debe generar amor en ella. El amor
verdadero se trata más de mejorar el objeto del amor que de enriquecer el tema.

Santamente, sin impureza. Cristo amó a la iglesia “para santificarla, limpiándola en el lavacro del agua por la
palabra” (5:26). Esto enseña al marido a obrar diligentemente para promover la santificación de su esposa.

Grandemente, sin comparación. “Nadie tiene mayor amor que este, que ponga alguno su vida por sus amigos”
(Juan 15:13). Esto es lo que Cristo hizo por su iglesia (Ef. 5:25).

Constantemente, sin cambiar. “Para presentársela gloriosa para sí, una iglesia que no tuviese mancha ni arruga”
(Ef. 5:27). Muchas veces ella ha hecho a un lado a Cristo, no obstante, él sigue amándola. Los esposos deben
copiar su ejemplo. Ninguna mala conducta de parte de ella justifica que la deje de amar.

Activamente, sin descuidarla. “La sustenta y regala” (5:29). Debe hacer lo máximo para llenar las necesidades
de ella, ya sea de sustento, o de su amistad constante o de su cuidado cuando está enferma.

B. El amor del esposo por él mismo. “Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos
cuerpos” (5:28). “Cada uno... de vosotros de por sí mismo, ame también a su mujer como a sí mismo” (5:33). Si
bien este modo de amar es menor que el amor de Cristo por su iglesia, es más fácil de entender.

Tiernamente. Tratamos nuestras propias heridas y angustias con más ternura que nadie. “Ninguno aborreció
jamás a su propia carne” (5:29). Las esposas son como vasos de cristal, que se rompen fácilmente si no se las
trata con ternura. Las mujeres son más propensas a los temores y las pasiones y los sufrimientos.

Alegremente. Nadie está tan listo para ayudarlo a uno como lo está uno mismo. Los mejores amigos a veces
fallan, pero usted se ayuda a sí mismo. Así que esté listo para ayudar a su esposa. Si una nube se cierne entre
ustedes, disípela con su amor. Usted no seguirá enojado consigo mismo por mucho tiempo. Ne deben necesitar
un mediador.

3. La demostración del amor del marido piadoso.

A. De palabra.

Le enseña. “Habitad con ellas según ciencia” (1 Ped. 3:7). Ellas deben preguntar “en casa a sus maridos” si
desean aprender algo, y no hablar en la congregación (1 Cor. 14:35). ¡Ay del esposo a quien le falta la voluntad
o la habilidad de enseñar a su esposa! En cualquiera de los dos casos, debe adquirirla. De no ser así, ¡ella
probablemente lo maldiga para siempre en el infierno!

La reprende. “La caridad cubrirá multitud de pecados” (1 Ped. 4:8), de manera que pase por alto muchas de sus
faltas. La espada pierde su filo por el uso constante, lo mismo sucede con la reprensión. No obstante, el amor
verdadero a veces requiere la reprensión, pero debe hacerse con la mayor sabiduría y ternura imaginable, no
delante de extraños, raramente ante la familia, principalmente por pecados, rara vez por otra cosa. Elogie
primero, y explique después. La reprensión debe ser corta, como una palmada rápida y leve (es claro que esto es
puramente una comparación; el marido jamás debe pegar a su esposa). Si la poción está demasiado caliente,
hace más daño que bien. Siga el ejemplo de Job cuando dijo simplemente: “como suele hablar cualquiera de las
mujeres fatuas, has hablado” (Job 2:10). La reprensión leve es la que más posiblemente le impulse a ella a
arrepentirse sinceramente (Prov. 25:15).

La alienta. Elógiela cuando hace algo bueno. Esto es importante porque le ayudará a ver la sinceridad de su
amor cuando tiene que reprenderla, y hará que las reprensiones sean más convincentes.

La conforta. Especialmente cuando está sufriendo emocional o físicamente. Por los tiernos razonamientos de
Elcana con Ana, ella volvió a comer (1 Sam. 1:8, 9). Las palabras gentiles de un esposo son como medicina para
su esposa. No las subestime.

B. De hecho.

Le provee el sustento. Es principalmente deber del esposo proveer sustento para su esposa (Exo. 21:10). Ella
debe ayudar hasta donde puede. El “honor” que debe darle el marido a su esposa como el vaso más frágil bien
puede referirse a su mantenimiento (1 Ped. 3:7; Mat. 15:6; 1 Tim. 5:3). Debe proporcionarle sustento no sólo en
vida de él sino también para cuando él haya partido, como lo hizo Cristo en relación con su iglesia. Si puede,
debe darle un monto para que maneje a su gusto a fin de que ella pueda hacer caridad y animar a los siervos e
hijos en el cumplimiento de sus obligaciones.

Le demuestra gran ternura. Esto se expresa especialmente en protegerla de peligros, tentaciones, daños,
reproches, desprecios y su comprensión en los momentos de dificultades.

Le es un buen ejemplo. Por lo general, las esposas siguen a sus maridos al infierno o al cielo. El ejemplo de él
es de más influencia de lo que él cree. Salomón lo llama “el príncipe [guía] de su mocedad [de ella]” (Prov.
2:17). Por lo tanto, establezca pautas de piedad, seriedad, caridad, sabiduría y bondad. Ella aprenderá a orar al
escuchar sus oraciones. Su vida será una regla o una ley para la de ella.

Le concede pedidos razonables. Recuerde que David le otorgó a Betsabé el pedido que le hizo de que su hijo
ocupara el trono (1 Rey. 1:15-31), Isaac le otorgó a Rebeca su pedido de una esposa piadosa para Jacob (Gén.
27:46; 28:1), y Jesucristo otorga pedidos razonables a su iglesia. El esposo debe estar anticipando los pedidos de
ella, y otorgárselos antes de que los pida. Él debe buscar su consejo, como lo hicieron Elcana y Abraham (1
Sam. 1:23; Gén. 21:12) y ceder cuando ella tiene razón.

Confía en ella en cuestiones domésticas. “El corazón de su marido está en ella confiado” (Prov. 31:11),
especialmente si tiene el criterio suficiente que necesita tener para manejar los asuntos del hogar. El esposo
tiene cosas más importantes que hacer que mandar a los sirvientes de la casa. Ella quizá le consulte
ocasionalmente a él a fin de que si las cosas no salen bien, ella no tenga la culpa. Pero, por lo general, él debe
moverse en una esfera fuera de la casa, y ella en la de ella, dentro del hogar. Él debe traer la miel, y ella debe
trabajarla en el panal.

Ejerce autoridad para con ella. El omnisciente Dios invistió al primer esposo con esa autoridad (Gén. 2:23), y
no se la quitó en su caída (Gén. 3:16). La luz de la naturaleza y del evangelio lo requieren (Est. 1:22; 1 Cor.
11:3). Sólo las mujeres orgullosas e ignorantes lo cuestionan. Pero el esposo debe usarla:

Sabiamente. Puede mantener su autoridad únicamente por medio de una conducta realmente espiritual, seria y
varonil. Le será difícil a ella reverenciarlo si él no reverencia a Dios. Si él es superficial o afeminado, la perderá.

Gentilmente. Recuerde que aunque su posición es superior, sus almas son iguales. Ella es su compañera, por lo
tanto no puede ejercer dominio sobre ella como un rey lo hace con sus vasallos, sino como la cabeza lo hace con
su cuerpo. Eva no fue formada de la cabeza ni del pie de Adán, sino de su costado, cerca de su corazón. Su
actitud debe ser amistosa, sus palabras dulces, sus comandos escasos y respetuosos y sus reprensiones gentiles
(Col. 3:16). No piense que el modo de mantener a una esposa bajo su autoridad es por intimidarla. Si la
mansedumbre de la sabiduría no prevalece con ella, entonces ha fracasado usted en este mundo y ella en el
mundo venidero.

EL DEBER ESPECIAL DE LA ESPOSA: RESPETAR

Esta es la cualidad especial de ella. Si tiene toda hermosura y todo conocimiento pero no respeta a su marido, no
es una buena esposa. La creación lo sugiere. Fue creada después del hombre (1 Tim. 2:13), tomada del hombre
(1 Cor. 11:8) y para el hombre (1 Cor. 11:9). Este orden no es del hombre, sino de Dios. Aun después de la
Caída, la orden divina sigue en pie: “Él se enseñoreará de ti” (Gén. 3:16). El Nuevo Testamento confirma todo
esto (Col. 3:18; 1 Ped. 3:1-6). Aun cuando ella sea la cosa más dulce y su marido el más malo, ella sigue
teniendo el deber de respetarlo. Primero, tiene que fijar en su corazón que su posición es inferior a la de él, y
entonces podrá cumplir con facilidad y alegría todo lo que el respeto implica. No es correcto colocar la costilla
sobre la cabeza, ni aun a su mismo nivel.

1. Descripción del respeto de la esposa piadosa.

Lo tiene en alta estima. “Todas las mujeres darán honra a sus maridos, desde el mayor hasta el menor” (Est.
1:20). Reflexione en la excelencia de su persona, y valórela como debe. Y si él no es un hombre realizado,
entonces debe ella considerar la excelencia de su lugar como “imagen y gloria de Dios” (1 Cor. 11:7). Lo estimó
usted cuando lo eligió como marido, y debe seguir haciéndolo. Recuerde la falta de respeto de Mical para con
David y el consecuente castigo de Dios (2 Sam. 6:16, 23). Su familia y sus vecinos la respetarán como ella
respeta a su marido así que, al honrarlo a él, se honra a ella misma.

Lo ama de verdad. Este respeto está compuesto de amor, que es también el deber de la esposa (Tito 2:4). Sara,
Rebeca y Raquel dejaron completamente a sus padres, amigos y patria por amor a sus maridos. Una joven
llamada Clara Cerventa estaba casada con Valdaura cuyo cuerpo estaba tan lleno de enfermedades que nadie
más se atrevía a tocarlo, pero ella curaba sus llagas con todo cuidado, y vendió sus propias ropas y joyas para
mantenerlo. Por último él murió, y cuando llegaron los que venían a consolarla, les dijo que, si pudiera, lo
compraría de vuelta aun si significara perder a sus cinco hijos. No hay manera mejor de generar el amor de su
esposo que reverenciándolo.

Lo complace con diligencia. La palabra “reverencie” en Efesios 5:33 es literalmente “tema”. Ella debe mantener
“casta conversación, que es en temor” (1 Ped. 3:2), porque el uno sin el otro es inadecuado. Este temor no es
servil, sino un sincero deseo de complacerle y negarse a ofenderlo. “Haré todo lo posible para complacerlo,
aunque no temo su mano, sino su ceño fruncido. Preferiría desagradar al mundo entero antes que a mi marido.”

2. El patrón para el respeto de la esposa piadosa.

A. El respeto de la iglesia por Cristo. “Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor” (Ef.
5:22). “Como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo” (5:24). Su
sumisión ha de ser como la sumisión ideal de la iglesia a Cristo.

En todo. En lo grande y en lo pequeño, en lo que le es agradable y lo que le es desagradable a ella. Sólo cuando
él requiere lo que Dios prohíbe o prohíbe lo que Dios requiere ha de negarle ella su sumisión. Ella puede
razonar con él en cuestiones que le son inconvenientes a ella, pero si no lo persuade, y no se trata de un pecado,
ella debe someterse a él.

Libre, con buena disposición y alegre. El servicio que el cristiano rinde al Señor es con buena voluntad (Ef.
6:7). Así que la esposa debe someterse a su marido como si hubiera una sola voluntad en el corazón de ambos.
Lea y Raquel seguían a Jacob como su sombra (Gén. 31:16). La reverencia de Sara era sincera, pues llamaba
“señor” a su marido (Gén. 18:12), y esto es un ejemplo para las esposas cristianas (1 Ped. 3:6). Por lo tanto, una
obediencia a regañadientes es inaceptable y, por lo general, brota del orgullo y engreimiento que ella no ha
mortificado. Aun si él es severo, es mejor que ella cumpla su deber, y deje que Dios sea quien juzgue.

B. El respeto del cuerpo por la cabeza. “Porque el marido es cabeza de la mujer” (Ef. 5:23). Todos los miembros
del cuerpo saben que la cabeza es útil para el bien de ellos. La mano aceptará una herida para proteger la
cabeza. Sea lo que fuere que la cabeza decide hacer, el cuerpo se levanta y la sigue todo el tiempo que puede.
Este es el modo como la esposa debe honrar a su marido, segundo sólo a Dios. Es ridículo pensar que la cabeza
puede ir en una dirección y la costilla por otra, que un soldado mande a su general o que la luna pretenda ser
superior al sol. Esto se altera únicamente si el marido es insano. “El hombre tiene autoridad en su casa a menos
que sea verbum anomalum; es decir, un necio” (Lutero).

3. La demostración de respeto de la esposa piadosa.

A. De palabra.

“De la abundancia del corazón habla la boca” (Mat. 12:34). Si ella realmente lo respeta, se notará en lo que
dice. “Y la ley de clemencia está en su boca” (Prov. 31:26; vea 15:4).

Habla respetuosamente de él en su ausencia. Ninguna esposa es demasiado grande ni buena como para no imitar
el ejemplo piadoso de Sara y darle un título de respeto como “señor” (1 Ped. 3:6). La mujer malvada se refiere a
su marido como “el hombre” (Prov. 7:19, literalmente en hebreo). ¡Oh que esto fuera lo peor que las esposas
llamaran a sus maridos a sus espaldas!

Le habla respetuosamente en su presencia. Cuídese de:

Interrumpirlo cuando habla o decir diez palabras por una de las de él. El silencio, más que el hablar, muestra la
sabiduría de la mujer. La mujer sabia usa las palabras con moderación.

Usar palabras o un tono irrespetuoso. Procure ser un “espíritu agradable y paciente” (1 Ped. 3:4). No tema que
esto empeorará a su marido, más bien confíe en la sabiduría de Dios (1 Ped. 3:1; Prov. 25:15). Recuerde que
Dios le escucha y le juzgará por cada palabra ociosa (Mat. 12:36). Idealmente, tanto el esposo como la esposa
deben ser lentos para apasionarse, no obstante esto, donde uno debe ceder, lo más razonable es que sea la
esposa. Ninguna mujer recibe honra por haber tenido la última palabra. Algunas mujeres argumentan que su
lengua es su única arma, pero el sabio sabe que a su lengua la enciende el infierno (Stg. 3:6). Note cómo Raquel
le habló impulsivamente a Jacob: “Dame hijos, o si no, me muero” (Gén. 30:1), y en cuanto tuvo dos, ¡murió!
(Gén. 35:18). Por otro lado, Abigail se comportó con prudencia y recibió honra. Si el respeto no prevalece con
él, el enojo tampoco. Por eso es que el marido y la esposa deberían acordar que nunca se levantarán la voz uno
al otro.

B. De hecho.

Ella obedece sus instrucciones y sus restricciones. Sara obedeció a Abraham, y ella es un ejemplo digno (1 Ped.
3:6). Él le dijo: “Toma presto tres medidas de flor de harina, amasa y haz panes” (Gén. 18:6), y ella lo hizo
inmedia-tamente. La esposa está obligada a obedecer a su marido con sinceridad en todo lo que no sea contrario
a la voluntad revelada de Dios y, aun en este caso, debe negarse respetuosamente. Por ejemplo, ella no puede
dar su consentimiento a omitir la lectura bíblica o la oración o a no santificar el Día del Señor, aunque él lo
mande enérgicamente. El hogar es el lugar apropiado para ella; ella es su hermosura; allí es donde se
desenvuelve y es su seguridad. Sólo una necesidad urgente debe impulsarla a salir. Los pies de la prostituta no
moraban en su casa (Prov. 7:11). La esposa debe vivir donde su marido lo juzga mejor. Las esposas deben “ser
prudentes, amar a sus maridos, amar a sus hijos, ser templadas, castas, tener cuidado de la casa [en griego,
oikouros, que significa cuidar la casa, trabajar en el hogar, quedándose en casa y atendiendo los asuntos de la
familia, Concordancia de Strong], buenas, sujetas a sus maridos” (Tito 2:4, 5).
Ella le pide su consejo y escucha sus reconvenciones. Rebeca no mandó a Jacob a su hermano Laban sin
consultarle a Isaac (Gén. 27:46). Sara no echó a la sierva Agar sin consultarle a Abraham (Gén. 21:10). La
mujer sunamita no iba a recibir al profeta en su casa sin decirle a su marido (2 Rey. 4:10). Su tarea más difícil es
escuchar la reconvención con cariño y gratitud, especialmente si tiene un espíritu orgulloso y contencioso. Pero
ella debe recordar que tiene sus faltas, y que nadie las ve mejor que su marido. Así que contestarle con dureza
por sus reconvenciones muestra una gran ingratitud. Si ella realmente lo respeta, esta será una píldora mucho
más fácil de tragar.

Ella mantiene una actitud respetuosa y alegre en todo momento. No debe ceder a la irritabilidad o la depresión
cuando él está contento, ni estar eufórica cuando él está triste. Debe hacer todo lo posible para que él se
complazca en ella. Exprese ella contentamiento con lo que tiene y con su posición, y un temperamento dulce a
fin de que él disfrute de estar en casa con ella. Estudie ella cómo le gustan a él sus comidas, sus ropas, su casa y
obre conforme a lo que le agrada, porque aun debido a estas pequeñeces surgen muchas agrias discusiones.
Nunca debe permitir que su exceso de confianza con él genere desdén. El amor de él no debe hacerle olvidar sus
deberes, sino aumentar sus esfuerzos. Su cari-ño no debe disminuir su respeto por él. Es mejor obedecer a un
hombre sabio que a uno necio. La mayoría de los maridos se reformarán si sus esposas los respetan
adecuadamente. De la misma manera, la sabiduría y el afecto de él se ganan el respeto de la esposa en la
mayoría de los casos.

Algunos harán caso omiso a estos consejos con la excusa de que nadie puede ponerlos por obra, pero esto es
una burla a Dios. Él castigará a los tales. Si su venganza no le llega en esta vida, como sucede con frecuencia
con los rebeldes, entonces le llegará en la próxima. El cristiano auténtico se caracteriza por un sometimiento
fundamental al consejo bíblico; sin estos, somos meros hipócritas.

CÓMO CUMPLIR ESTOS DEBERES

1. Manténganse puros antes del matrimonio. Esto les ayudará más adelante a cumplir los deberes matrimoniales.
Cada uno debe “tener su vaso en santificación y honor” (1 Tes. 4:4). El fornicario antes de casarse sigue con su
pecado dentro del matrimonio. Cuídense de la primera aparición de la lascivia, y huyan de ella como de un
veneno. Mantengan su corazón lleno de las cosas de Dios y su cuerpo ocupado en el cumplimiento de sus
obligaciones. Los más grandes incendios comienzan con una chispa. El placer momentáneo que precede al
tormento eterno es pura necedad. Si han pecado ustedes de esta manera, limpien su corazón y sus manos con la
sangre de Cristo por medio de la confesión a Dios, con ayuno y oración, pidiéndole perdón y fortaleza contra
tentaciones futuras. Gusten de las delicias más espléndidas del favor y las promesas de Dios, el perdón del
pecado y la seguridad de vida e inmortalidad. Una vez que hayan bebido de la fuente pura, nunca volverán a
preferir las aguas del arroyuelo turbio.

Elijan con cuidado a su cónyuge. Ahora que saben lo difícil que es el matrimonio piadoso, deben orar que el
Señor les guíe a dar ese paso. No amen primero, y consideren después. Primero consideren, y después amen. El
alma del otro sea su principal preocupación, no su apariencia o dinero. ¿Por qué cargar con una cruz perpetua
por una ganancia o un placer pasajero? Cásense sólo con un cristiano, cuanto más piadoso, mejor. Consideren
también su personalidad. Hablen honestamente el uno con el otro sobre sus propias faltas y problemas antes de
contraer matrimonio. Si alguien les vendiera un animal enfermo pretendiendo que era sano, se sentirían
defraudados. ¡Cuánto peor es cuando alguien pretende ser mejor de lo que realmente es para asegurar su
matrimonio al que dicen amar!

Estudien los deberes matrimoniales bíblicos antes de tenerlos. Ser un cónyuge piadoso es un reto tan grande que
tienen que prepararse bien con anterioridad. ¡Con razón tantos matrimonios fracasan! Sucede con demasiada
frecuencia que el esposo no sabe cómo gobernar, la esposa no sabe cómo obedecer. Ambos son ignorantes,
engreídos e infelices. Por lo tanto, los padres deben enseñar a sus hijos acerca de los deberes del matrimonio. En
caso contrario, las familias que deberían ser el semillero de la iglesia se convierten en caldo de cultivo del
desorden y la inmoralidad. Lean no sólo las Escrituras, sino también libros buenos sobre el tema. [El lector
moderno tiene muchas opciones en este aspecto.]
Resuelvan obedecer a Dios sin reservas. Hasta no haber nacido de nuevo y haber sido santificados en su
corazón, no pueden agradar a Dios ni ser una bendición total para su cónyuge. El marido que realmente teme a
Dios no puede guardarle rencor a su esposa. Una Biblia colocada entre ustedes eliminará muchas diferencias,
confortará en medio de dificultades y les guiará en muchas circunstancias confusas. Recuerden que la razón de
los mandatos de Dios es la más elevada de manera que la obediencia es la mayor dulzura. Guarden la Regla de
Oro en su matrimonio. Ser justos y rectos fuera de casa no excusa la maldad en casa. Cuando ambos se enfocan
en sus propios deberes, serán bendecidos.

Obtengan y mantengan un afecto auténtico para con su cónyuge. No den lugar a los celos. No escuchen a los
murmuradores ni a los chismosos. Con frecuencia, los celos se desarrollan donde faltaba un afecto sincero desde
el principio.

Oren pidiendo gracias espirituales.

Sabiduría. La falta de sabiduría causa muchos problemas en el matrimonio. Necesitamos mucha sabiduría para
gobernar como maridos y para someternos como esposas.

Humildad. Esto impide que el marido se convierta en un tirano y que la esposa no se sujete de buena voluntad a
su marido. “La soberbia parirá contienda” (Prov. 13:10). El orgulloso no puede llevarse bien ni siquiera con un
ángel; el humilde se lleva bien con cualquiera. La humildad también promueve contentamiento. El marido y la
esposa humildes dirán: “Mi cónyuge es demasiado bueno para un pecador como yo. No me merezco una pareja
tan maravillosa. Esa fue una dura reprensión, pero no fue nada en comparación con el infierno, que es lo que me
merezco.” La compañía de las personas realmente humildes es agradable.

Rectitud. Se necesita un corazón recto para guardar estos mandamientos de Dios. El corazón escogerá el camino
más seguro, aunque sea el más difícil. Sufrirá el peor agravio más bien que causar el más pequeño. Se guardará
contra los inicios del pecado, que en el matrimonio producen las peores dificultades. El esposo y la esposa
rectos se esforzarán por cumplir cada uno su propio deber, y serán los más estrictos con sus propios fracasos.

Disponible en forma de tratado. D. Scott Meadows es pastor de Calvary Baptist Church (Iglesia Bautista
calvario), una congregación Reformada Bautista en Exeter, New Hampshire.
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Richard Steele (1629-1692): predicador y escritor puritano; echado de su púlpito por el Acto de Uniformidad en
1662 y después por “The Five Mile Act Born”, nunca cesó de proclamar oralmente las riquezas de Cristo.
Recordado como “un hombre muy valioso y útil, un buen erudito, un estudioso y excelente predicador”. Nació
en Bartholmley, Cheshire, Inglaterra.

DEBERES FAMILIARES
Juan Bunyan (1628-1688)
EL DEBER DEL PADRE HACIA LA FAMILIA EN GENERAL.

El que es cabeza de una familia tiene, bajo esa relación, una obra que realizar para Dios: gobernar
correctamente a su propia familia. Y su obra es doble. Primero, tocante a su estado espiritual. Segundo, tocante
a su estado exterior.

Primero, tocante al estado espiritual de su familia, ha de ser muy diligente y circunspecto, haciendo lo máximo
para aumentar la fe donde ya la hay, y para iniciarla donde no la hay. Por esta razón, basándose en su Palabra,
debe con diligencia y frecuencia compartir con los de su casa las cosas de Dios que sean apropiadas para cada
caso. Y nadie cuestione esta práctica de gobernar de acuerdo con la Palabra de Dios; porque si la enseñanza en
sí es de buen nombre y honesta, se encuentra dentro de la esfera y los límites de la naturaleza misma, y debe
hacerse; con más razón muchas otras enseñanzas de una naturaleza más elevada; además, el apóstol nos
exhorta: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo
amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si alguna alabanza, en esto pensad” (Fil. 4:8).
Poner en práctica este piadoso ejercicio en nuestra familia es digno de elogio, y es muy apropiado para todos los
cristianos. Ésta es una de las cosas que Dios tanto encomendó a su siervo Abraham, que tanto afectó su corazón.
Conozco a Abraham, dice Dios, “conozco” que es de verás un buen hombre, porque “sé que mandará a sus hijos
y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová,” (Gén. 18:19). Esto fue algo que también el buen
Josué determinó que sería su práctica durante todo el tiempo que viviera sobre esta tierra. “Yo y mi casa
serviremos a Jehová” (Jos. 24:15).

Además, también encontramos en el Nuevo Testamento que los que no cumplían este deber eran considerados
de un rango inferior; sí, tan inferiores que no eran dignos de ser elegidos para ningún oficio en la iglesia de
Dios. El [obispo o] pastor tiene que ser alguien que gobierna bien su propia casa, que tiene a sus hijos sujetos
con toda seriedad, porque el hombre que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar la iglesia de
Dios? “Conviene, pues, que el obispo sea... marido de una mujer..., que gobierne bien su casa, que tenga sus
hijos en sujeción con toda honestidad” (1 Tim. 3:2, 4). Note que el apóstol parece determinar al menos esto: que
el hombre que gobierna bien su familia tiene una de las cualidades que debe tener el pastor o diácono en la casa
de Dios, porque el que no sabe gober-nar su propia casa, ¿cómo puede cuidar la iglesia de Dios? Considerar esto
nos aclara la obra de la cabeza de una familia, tocante al gobierno de su casa.

El pastor debe ser firme e incorrupto en su doctrina; y por cierto que también debe serlo la cabeza de una
familia (Tito 1:9; Ef. 6:5).

El pastor debe ser apto para enseñar, redargüir y exhortar; y así debe ser también la cabeza de una familia (1
Tim. 3:2; Deut. 6:7).

El pastor mismo tiene que ser ejemplo de fe y santidad; y así debe ser también la cabeza de una familia (1 Tim.
3:2-4; 4:12). “Entenderé,” dice David, “en el camino de la perfección... en integridad de mi corazón andaré en
medio de mi casa” (Sal. 101:2).

El pastor tiene la función de reunir a la iglesia; y cuando la haya reunido, orar juntos y predicar. Esto es
recomendable también para la cabeza de la familia cristiana.

Objeción: Pero mi familia es impía y rebelde tocante a todo lo que es bueno. ¿Qué debo hacer?

Respuesta: 1. Aunque esto sea así, igualmente debe usted gobernarlos, ¡y no ellos a usted!

Dios lo ha puesto sobre ellos, y usted debe usar la autoridad que Dios le ha dado, tanto para reprender sus
vilezas, como para mostrarles que la maldad de su rebelión es contra el Señor. Elí lo hizo, pero no lo suficiente;
igualmente David (1 Sam. 2:24, 25; 1 Crón. 28:9). También, debe contarles qué triste era su propio estado
cuando se encontraba en la condición de ellos, así que esfuércese en recobrarlos de la trampa del diablo (Mar.
5:19).

También debe esforzarse para que asistan a los cultos de adoración a Dios, por si acaso Dios convierta sus
almas. Jacob le dijo a su familia y a todos los que lo rodeaban “Y levantémonos, y subamos a Beth-el; y haré
allí altar al Dios que me respondió en el día de mi angustia” (Gén. 35:3). Ana llevó a Samuel a Silo, a fin de que
morara con Dios para siempre (1 Sam. 1:22). El alma tocada por el Espíritu se esforzará por llevar a Jesucristo
no sólo a su familia, sino a toda la ciudad (Juan 4:28-30).

Si son obstinados y no quieren acompañarlo, entonces traiga hombres piadosos y de convicciones firmes a su
casa, para que allí prediquen la Palabra de Dios cuando usted haya, como Cornelio, reunido a su familia y
amigos (Hechos 10).

Usted sabe que el carcelero, Lidia, Crispo, Gayo, Estéfanas y otros fueron salvos no sólo ellos mismos, sino que
también los de su familia por la palabra predicada, y algunos de ellos por la palabra predicada en sus casas
(Hech. 16:14-34; 18:7, 8; 1 Cor. 1:16). Y ésta puede haber sido una razón, entre muchas, por la cual los
apóstoles, en su época, enseñaban no sólo en público sino también de casa en casa. Posiblemente, creo yo, para
ganar a los miembros de la familia que todavía eran inconversos y vivían en sus pecados (Hech. 10:24; 20:20,
21). Algunos de ustedes saben qué común era invitar a Cristo a sus casas , especialmente si tenían algún
enfermo que no quería o no podía acudir a él (Luc. 7:2, 3; 8:41). Si es así con los que tienen enfermos físicos en
su familia, entonces cuanto más lo es donde hay almas que necesitan a Cristo, ¡necesitan ser salvas de la muerte
y la condenación eterna!

No descuide usted mismo los deberes familiares entre ellos; como es leer la Palabra y orar. Si tiene algún
familiar que es salvo, esté contento. Si está solo, no obstante sepa que tiene en ese momento tanto la libertad de
acercarse a Dios por medio de Cristo, como la capacidad de contar con el apoyo de la iglesia universal
uniéndose a usted en oración a favor de todos los que habrán de ser salvos.

No permita en su casa libros impíos, profanos o herejes, ni conversaciones del mismo tenor. “Las malas
conversaciones corrompen las buenas costumbres” (1 Cor. 15:33). Me refiero a libros, etc. profanos o herejes
que tienden a provocar una vida liviana o los que son contrarios a las enseñanzas fundamentales del evangelio.
Sé que se debe permitir que los cristianos tengan su libertad con respecto a cosas que no atañen a la fe, pero
esas cosas que atacan la fe o la santidad, deben ser abandonadas por todos los cristianos, especialmente por los
pastores de las iglesias y las cabezas de familias. Tal como sucedió con Jacob cuando ordenó a su familia y a
todos los que estaban con él que se libraran de los dioses extraños entre ellos y que se cambiaran sus vestidos
(Gén. 35:2). Dejaron un buen ejemplo o dos aquellos que, según el relato de Hechos, tomaron sus libros
mundanos y los quemaron delante de todos los hombres aunque valían cincuenta mil piezas de plata (Hech.
19:18, 19). El descuido de este cuarto asunto ha ocasionado la ruina de muchas familias, tanto entre los hijos
como los sirvientes. El que vanos charlatanes y sus obras engañosas desvíen a familias enteras es más fácil de lo
que muchos suponen (Tito 1:10, 11). Ya hemos considerado el estado espiritual de su familia. Ahora veamos su
estado exterior.

Segundo, tocante al estado exterior de su familia, usted debe considerar estas tres cosas.

Que es su obligación asegurarse de que cuenten con el sustento necesario. “Y si alguno no tiene cuidado de los
suyos, y mayormente de los de su casa, la fe negó, y es peor que un infiel” (1 Tim. 5:8). Observe que cuando la
Palabra dice que debe tener cuidado de los suyos, no le da licencia para descuidarlos, ni permite que el mundo
entre en su corazón, ni en su cuenta de banco, ni que se preocupe de los años o días venideros, sino que provea
el sustento a fin de que tengan comida y ropa; y si cualquiera de ustedes o usted mismo no se contentan con eso,
se salen de los límites del gobierno de Dios (1 Tim. 6:8; Mat. 6:34). De esto se trata trabajar a fin de contar con
los medios para “gobernarse en buenas obras para los usos necesarios” (Tito 3:14). Y nunca objete, que a menos
que logre tener más, no estará sa-tisfecho, porque eso es falta de fe. La Palabra dice que Dios da de comer a los
cuervos, cuida a los gorriones y viste a la hierba. ¿Qué más puede desear el corazón que ser alimentado, vestido
y cuidado? (Luc. 12:6-28).

Por lo tanto, aunque usted mantenga a su familia, haga que todo su trabajo sea con moderación: “Vuestra
modestia sea conocida de todos los hombres” (Fil. 4:5). Cuídese de ocuparse tan intensamente de las cosas de
este mundo al punto de obstaculizar el cumplimiento de sus deberes y los de su familia hacia Dios, los cuales,
por gracia, tiene que cumplir; como ser orar en privado, leer las Escrituras y reunirse con otros creyentes. Es
indigno que los hombres, junto con sus familias vayan detrás de este mundo al punto de apartar su corazón de la
adoración a Dios.

Cristianos, “El tiempo es corto; lo que resta es, que los que tienen mujeres sean como los que no la tienen; y los
que lloran, como los que no lloran; y los que se huelgan, como los que no se huelgan;... y los que usan de este
mundo, como los que no usan; porque la apariencia de este mundo se pasa” (1 Cor. 7:29-31). Muchos cristianos
viven y actúan en este mundo como si la religión fuera algo secundario, y como si este mundo fuera lo único
que realmente necesita, cuando en realidad todas las cosas de este mundo son transitorias, y la religión es lo
único verdaderamente necesario (Luc. 10:40-42).

3. Si quiere ser la cabeza de una familia digna de usted, debe ocuparse de que haya armonía cristiana entre los
que dependen de usted, como sucede en la familia donde gobierna alguien que teme a Dios.

(1.) Debe usted asegurarse de que sus hijos y sirvientes estén sujetos a la Palabra de Dios; porque aunque le
corresponde sólo a Dios gobernar el corazón, él espera que usted gobierne al hombre exterior; porque si no lo
hace, puede en poco tiempo cortar su descendencia [aun todos los varones] (1 Sam. 3:11-14). Ocúpese,
entonces, de que sean sobrios en todas las cosas, en sus vestidos, su lenguaje, que no sean glotones ni
borrachos; ni deje que sus hijos maltraten sin razón a sus sirvientes ni que se traten neciamente los unos a los
otros.

(2.) Aprenda a distinguir entre cualquier ofensa que su familia le haya hecho a usted y la que le haya hecho a
Dios; y aunque debe ser muy celoso del Señor y no tolerar nada que sea una transgresión abierta contra él; debe
aquí mostrar su discernimiento y pasar por alto y olvidar las ofensas personales: “El amor cubrirá multitud de
pecados.” No sea como los que se enfurecen, cuyas miradas parecen las de un loco cuando alguien los ofende;
pero, que se ríen o hacen caso omiso y no reprenden cuando alguien deshonra a Dios.

“Que gobierne bien su casa, que tenga sus hijos en sujeción con toda honestidad” (1 Tim. 3:4). Salomón a veces
era tan grandioso en este sentido que dejaba atónitos a los que lo visitaban (2 Crón. 9:3, 4). Pero pasemos de lo
general a lo particular.

¿Tiene usted una esposa? Debe considerar cómo se comporta en esa relación: y para hacerlo correctamente,
tiene que considerar la condición de su esposa: si realmente cree o no. Primero, si cree, entonces:

Tiene usted el compromiso de bendecir a Dios por ella; porque su estima sobrepasa a la de piedras preciosas, y
ella es la bendición de Dios para usted, y es para su gloria” (Prov. 12:4; 31:10; 1 Cor. 11:7). “Engañosa es la
gracia, y vana la hermosura: la mujer que tiene a Jehová, ésa será alabada” (Prov. 31:30).

Debe amarla por dos razones: (1.) Es su propia carne y hueso: “Porque ninguno aborreció jamás a su propia
carne” (Ef. 5:29). (2.) Es, junto con usted, heredera de la gracia de vida (1 Pedro 3:7). Esto, digo, debe
motivarlo a amarla con amor cristiano; amarla, creyendo que ambos son los muy amados de Dios y del Señor
Jesucristo y que estarán juntos cuando disfruten de la vida eterna con él.

Debe conducirse usted hacia ella y delante de ella, como lo hace Cristo hacia su iglesia y delante de ella; como
dice el apóstol: Los hombres deben amar a sus esposas “así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí
mismo por ella” (Ef. 5:25). Cuando los esposos se comportan como deben, entonces no serán sólo esposos, sino
el cumplimiento de una ordenanza de Dios para la esposa, que le predica a ella la conducta de Cristo hacia su
esposa. Una dulce fragancia envuelve las relaciones de los esposos y esposas que creen (Ef. 4:32); la esposa,
digo significando la iglesia, y el esposo su cabeza y salvador, “Porque el marido es cabeza de la mujer, así como
Cristo es cabeza de la iglesia” (Ef. 5:23) y él es el Salvador del cuerpo.

Éste es uno de los propósitos principales por el cual Dios instituyó el matrimonio, que Cristo y su iglesia,
figuradamente, estén dondequiera que haya una pareja que cree por gracia. Por lo tanto, el esposo que se
comporta indiscretamente hacia su esposa, no sólo se comporta contrariamente a la regla, sino que provoca que
su esposa pierda el beneficio de tal ordenanza, frustra el misterio de su relación.

Por lo tanto digo: “Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama
a su mujer, a sí mismo se ama. Porque ninguno aborreció jamás a su propia carne, antes la sustenta y regala,
como también Cristo a la iglesia” (Ef. 5:28, 29). Cristo dio su vida por su iglesia, cubre sus debilidades, le
transmite su sabiduría, la protege y la ayuda en sus asuntos en este mundo; y lo mismo debe hacer el esposo por
su esposa. Salomón y la hija de Faraón dominaban el arte de hacer esto, como pueden comprobarlo en el Cantar
de los Cantares. Por lo tanto cargue con las debilidades de ella, ayúdela en sus enfermedades, hónrela como al
vaso más débil y tenga en cuenta la fragilidad de su cuerpo (1 Pedro 3:7).

En resumen, sea tal esposo para su esposa creyente que ella pueda decir que Dios no sólo le ha dado marido,
sino un esposo que demuestra todos los días la conducta de Cristo hacia su iglesia.

Segundo, si su esposa es inconversa o carnal, también tiene un deber que cumplir, que está obligado a cumplir
por dos razones: 1. Porque corre el peligro continuo de la condenación eterna. 2. Porque es su esposa la que está
en esta condición impía.

¡Oh! ¡qué poco sentido del valor de las almas hay en el corazón de algunos maridos, que manifiestan una
conducta poco cristiana hacia sus esposas y delante de ellas! Ahora bien, si quiere tener las cualidades de una
conducta apropiada:

Piense seriamente en el estado desgraciado de ella, a fin de que su corazón anhele la salvación de su alma.

Cuídese de que debido a una conducta incorrecta suya, no tenga ella ocasión de justificar sus propias
impiedades. Y aquí necesita ser doblemente diligente, porque ella reposa en su seno y, por lo tanto, puede
percibir aun la falta más pequeña en usted.

Si ella se comporta indebida o incontrolablemente, como bien puede ser porque vive sin Cristo y sin su gracia,
entonces esfuércese por vencer la maldad de ella con su propia bondad, los infortunios de ella con su propia
paciencia y mansedumbre. Es una vergüenza para usted, que vive bajo otros principios, comportarse como ella.

Aproveche las oportunidades para convencerla. Observe su estado de ánimo, y cuando parece bien predispuesta,
háblele a su corazón.

Cuando hable, hágalo con propósito. No es necesario decir muchas palabras, sólo las pertinentes. Job en pocas
palabras responde a su esposa, y la desvía de sus palabras necias: “Y él le dijo: Como suele hablar cualquiera de
las mujeres fatuas, has hablado. También recibimos el bien de Dios, ¿y el mal no recibiremos?” (Job 2:10).

Haga todo sin amargura y sin la menor apariencia de enojo: “Que con mansedumbre corrija a los que se oponen:
si quizá Dios les dé que se arrepientan para conocer la verdad, y se zafen del lazo del diablo, en que están
cautivos a voluntad de él” (2 Tim. 2:25, 26). “Porque ¿de dónde sabes, oh mujer, si quizá harás salvo a tu
marido?” (1 Cor. 7:16).

EL DEBER DE LAS ESPOSAS.


Pasando del padre de familia como cabeza, diré una palabra o dos a los que están bajo su cuidado.

Y, primero, a la esposa: Por ley, la esposa está sujeta a su marido mientras viva el marido (Rom. 7:2). Por lo
tanto, ella también tiene su obra y lugar en la familia, al igual que los demás.

Ahora bien, hay que considerar las siguientes cosas con respecto a la conducta de una esposa hacia su marido,
las cuales ella debe cumplir conscientemente.

Primero, que lo considere a él como su cabeza y señor. “El varón es la cabeza de la mujer” (1 Cor. 11:3). Y Sara
llamó señor a Abraham (1 Pedro 3:6).

Segundo, en consecuencia, ella debe estar sujeta a él, como corresponde en el Señor. El apóstol dice: “Vosotras,
mujeres, sed sujetas a vuestros maridos” (1 Ped. 3:1; Col. 3:18; Ef. 5:22).Ya se los he dicho, que si el esposo se
conduce con su esposa como corresponde, será el cumplimiento de tal ordenanza de Dios a ella que, además de
su relación de esposo, le predicará a ella la conducta de Cristo hacia su iglesia. Y ahora digo también que la
esposa, si ella anda con su esposo como corresponde, estará predicando la obediencia de la iglesia a su marido.
“Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo” (Ef. 5:24).
Ahora bien, para llevar a cabo esta obra, primero tiene usted que evitar los siguientes males.

El mal de un espíritu errante y chismoso es malo en la iglesia, y es malo también en una esposa que es la figura
de la iglesia. A Cristo le encanta que su esposa esté en casa; es decir, que esté con él en la fe y práctica de sus
cosas, no andando por allí metiéndose con las cosas de Satanás; de la misma manera, las esposas no deben
andar fuera de su casa chismoseando. Usted sabe que Proverbios 7:11 dice: “Alborotadora y rencillosa, sus pies
no pueden estar en casa.” Las esposas deben estar atendiendo los negocios de sus propios maridos en casa;
como dice el apóstol, deben “ser templadas, castas, que tengan cuidado de la casa, buenas, sujetas a sus
maridos.” ¿Y por qué? Para que de otra manera “la palabra de Dios no sea blasfemada (Tito 2:5).

Cuídese de una lengua ociosa, charlatana o contenciosa. Es también odioso que sirvientas o esposas sean como
loros que no controlan su lengua; la esposa debe saber, como lo he dicho antes, que su esposo es su señor y que
está sobre ella, como Cristo está sobre la iglesia. ¿Le parece que es impropio que la iglesia parlotee contra su
esposo? ¿No debe guardar silencio ante él, y poner por obra sus leyes en lugar de sus propias ideas? ¿Por qué,
según el apóstol, debe conducirse así con su esposo? “La mujer aprenda,” dice Pablo, “en silencio, con toda
sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni tomar autoridad sobre el hombre, sino estar en silencio” (1
Tim. 2:11, 12). Es impropio ver a una mujer, aunque más no sea una sola vez en toda su vida, tratar de
sobrepasar a su marido; debe en todo estar sujeta a él y hacer todo lo que hace como si hubiera obtenido la
aprobación, la licencia y la autoridad de él. Y ciertamente, en esto radica su gloria, permanecer bajo él, tal como
la iglesia permanece bajo Cristo: Entonces, abrirá “su boca con sabiduría: y la ley de clemencia está en su
lengua” (Prov. 31:26).

3. No use ropa inmodesta ni camine de un modo seductivo; hacerlo es malo tanto fuera como dentro de casa;
afuera, no sólo será un mal ejemplo, sino que también provocará la tentación de la concupiscencia y la lascivia;
y en casa es ofensivo para el marido piadoso, y contagioso para los hijos impíos, etc. Por lo tanto, como dice el
apóstol, la ropa de las mujeres sea modesta, como conviene a mujeres que profesan piedad con buenas obras,
“no con cabellos encrespados, u oro, o perlas, o vestidos costosos” (1 Tim. 2:9, 10). Y tal como vuelve a decir:
“El adorno de las cuales no sea exterior con encrespamiento del cabello, y atavío de oro, ni en compostura de
ropas; sino el hombre del corazón que está encubierto, en incorruptible ornato de espíritu agradable y pacífico,
lo cual es de grande estima delante de Dios. Porque así también se ataviaban en el tiempo antiguo aquellas
santas mujeres que esperaban en Dios, siendo sujetas a sus maridos” (1 Pedro 3:3-5).

Pero no piense que por la sujeción que he mencionado, opino que las mujeres deben ser esclavas de sus
maridos. Las mujeres son socios de sus maridos, su carne y sus huesos; y no hay hombre que odie su propia
carne, o que la resienta (Ef. 5:29). Por lo tanto, todos los hombres amen “también a su mujer como a sí mismo;
y la mujer reverencie a su marido” (Ef. 5:33). La esposa es cabeza después de su marido, y debe mandar en su
ausencia; sí, en su presencia debe guiar la casa, criar sus hijos, siempre y cuando lo haga de manera que no dé al
adversario ocasión de reproche (1 Tim. 5:10, 13). “Mujer fuerte, ¿quién la hallará? Porque su estima sobrepuja
largamente a la de piedras preciosas. La mujer graciosa tendrá honra. y conduce sus asuntos con discreción”
(Prov. 31:10; 11:16; 12:4).

Objeción: Pero mi marido es inconverso, ¿qué puedo hacer?

Respuesta: En este caso, lo que he dicho antes se aplica con más razón. Porque, 1. Debido a esta condición, su
esposo estará atento para aprovechar sus deslices y debilidades con el fin de echárselo en cara a Dios y a su
Salvador. 2. Es probable que interprete de la peor manera cada una de sus palabras, acciones y gestos. 3. Y todo
esto tiende a endurecer más su corazón, sus prejuicios y su oposición a su propia salvación; por lo tanto, como
dice Pedro: “Vosotras, mujeres, sed sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra,
sean ganados sin palabra por la conversación de sus mujeres, considerando vuestra casta conversación, que es
en temor” (1 Pedro 3:1, 2). La salvación o la condenación de su marido depende mucho de su buena conducta
delante de él; por lo tanto, si teme a Dios, o si ama a su marido, procure, por medio de su comportamiento lleno
de mansedumbre, modestia, santidad y humildad delante de él, predisponerlo a querer su propia salvación; y
haciendo esto, “Porque ¿de dónde sabes, oh mujer, si quizá harás salvo a tu marido?” (1 Cor. 7:16).

Objeción: Pero mi marido no sólo es inconverso sino que es un contencioso, malhumorado y cascarrabias, sí,
tan contencioso, que no sé cómo hablarle ni cómo comportarme en su presencia.

Respuesta: Es cierto que algunas esposas viven en una verdadera esclavitud en razón de sus esposos impíos; y
como tales deben inspirar lástima y oraciones a su favor, de manera que sean tanto más cuidadosas y
circunspectas en todo lo que hacen.

Por lo tanto, sea muy fiel a él en todas las cosas de esta vida.

Sea paciente con su conducta desenfrenada e inconversa; usted está viva, él está muerto; usted está bajo la
gracia, él bajo el pecado. Ahora, entonces, teniendo en cuenta que la gracia es más fuerte que el pecado y la
virtud que lo vil, no se deje vencer por su vileza, en cambio, vénzala con sus virtudes (Rom. 12:12:21). Es una
vergüenza que los que viven bajo la gracia sean tan parleros, etc. como los que no la tienen: “El que tarde se
aira, es grande de entendimiento: mas el corto de espíritu engrandece el desatino” (Prov. 14:29).

Si en algún momento desea hablar a su esposo para convencerle acerca de algo, sea bueno o malo, sepa
discernir el momento propicio: Hay “tiempo de callar, y tiempo de hablar” (Ecl. 3:7). Ahora bien, con respecto a
encontrar el momento propicio:

(1.) Considere su estado de ánimo; y acérquese a él en el momento que más lejos esté de esas sucias pasiones
que la afligen. Abigail no quiso decirle ni una palabra a su esposo ebrio hasta que se le pasara el efecto del vino
y estuviera sobrio (1 Sam. 25:36, 37). No hacer caso de esta observación es la razón por la que se habla mucho
y se logra poco.

(2.) Háblele en esos momentos cuando el corazón de él se siente atraído a usted, y cuando da muestras de su
cariño y de lo complacido que se siente con usted. Esto es lo que hizo Ester con su marido el rey, y prevaleció
(Ester 5:3, 6; 7:1, 2).

(3.) Esté atenta para notar cuándo las convicciones despiertan su conciencia, y sígalas con dichos profundos y
certeros de las Escrituras. En forma parecida trató la esposa de Manoa a su esposo (Jue. 13:22, 23). Aun
entonces:

Sean pocas sus palabras.


Y ninguna de ellas disfrutando cuando puede echarle en cara algo; en cambio diríjase aun a él como su cabeza y
señor, con ruegos y súplicas.

Y todo en tal espíritu de comprensión y un corazón tan lleno de afecto por su bien, que su forma de hablar y su
conducta al hablarle le sea claro a él que habla por cariño, que es sensible a la desdicha de él y que su alma está
inflamada del anhelo de que sea salvo.

Y apoye sus palabras y su conducta con oraciones a Dios a favor de su alma.

Manteniendo usted una conducta santa, casta y modesta ante él.

Objeción: Pero mi esposo es estúpido, un necio que no tiene la inteligencia suficiente para desenvolverse en este
mundo.

Respuesta: 1. Aunque todo esto sea cierto, tiene que saber que él es su cabeza, su señor y su esposo.

Por lo tanto no quiera ejercer su autoridad sobre él. Él no fue hecho para usted, para que usted tenga dominio
sobre él, sino para ser su esposo y ejercer su autoridad sobre usted (1 Tim. 2:12; 1 Cor. 11:3, 8).

Por lo tanto, aunque en realidad tenga usted más discernimiento que él, debe saber que usted, y todo lo que es
de usted, debe ser usado bajo su esposo; “en todo” (Ef. 5:24).

Cuídese, entonces, de que lo que usted hace no aparezca bajo su nombre, sino bajo el de él; no para su propia
exaltación, sino para la de él; haciendo todo de modo que por su destreza y prudencia, nadie pueda ver ni una de
las debilidades de su esposo: “La mujer virtuosa corona es de su marido: mas la mala, como carcoma en sus
huesos.” Porque entonces, como dice el sabio, le dará “bien y no mal, todos los días de su vida” (Prov. 12:4;
31:12).

4. Por lo tanto actúe como si estuviera, y de hecho esté, bajo el poder y la autoridad de su marido.

Ahora tocante a su conducta con sus hijos y sirvientes. Usted es una madre y la señora de su casa, y debe
comportarse como tal. Y además, al considerar a la mujer creyente como una figura de la iglesia, debe, como la
iglesia, nutrir y enseñar a sus hijos, sus sirvientes y, como la iglesia, también dar razón de sus acciones; y
ciertamente, al estar la esposa siempre en casa, tiene una gran ventaja en ese sentido; por lo tanto, hágalo y el
Señor prosperará su quehacer.

DEBERES DE LOS PADRES HACIA LOS HIJOS.

Si usted es padre de familia, un padre o una madre, entonces debe considerar su llamado como tal.

Sus hijos tienen almas, y tienen que nacer de Dios al igual que usted, o de otra manera perecerán. Y sepa
también que, a menos de que sea usted muy circunspecto en su conducta hacia ellos y en la presencia de ellos,
pueden perecer por culpa de usted: lo cual debe impulsarle a instruirlos y también a corregirlos.

Primero, instruirlos como dice la Escritura y “criadlos en disciplina y amonestación del Señor,” y hacer esto
diligentemente “estando en tu casa,... y al acostarte, y cuando te levantes” (Ef. 6:4; Deut. 6:7).

A fin de hacer esto con propósito:

Hágalo usando términos y palabras fáciles de entender; evite expresiones elevadas, porque estas ahogaría a sus
hijos. De esta manera habló Dios a sus hijos (Ose. 12:10) y Pablo a los suyos (1 Cor. 3:2).
Tenga cuidado de no llenarles la cabeza de caprichos y nociones que de nada aprovechan, porque esto les
enseña a ser descarados y orgullosos en lugar de sobrios y humildes. Por lo tanto, explíqueles el estado natural
del hombre; converse con ellos acerca del pecado, la muerte y el infierno; de un Salvador crucificado, y la
promesa de vida a través de la fe: “Instruye al niño en su carrera: aun cuando fuere viejo no se apartará de ella”
(Prov. 22:6).

Tiene que ser muy suave y paciente siempre que les enseña, para que “no se hagan de poco ánimo” (Col. 3:21).

Y, Procure convencerlos por medio de una conversación responsable, que lo que usted les enseña no son fábulas
sino realidades; sí, y realidades tan superiores a las que disfrutamos aquí que, aun si todas las cosas fueran mil
veces mejor de lo que son, no podrían compararse con la gloria y el valor de estas cosas.

Isaac era tan santo ante sus hijos, que cuando Jacob recordaba a Dios, recordaba que era el “temor de Isaac su
padre” (Gén. 31:53).

¡Ah! Cuando los hijos pueden pensar en sus padres y bendecir a Dios por su enseñanza y el bien que de ellos
recibieron, esto no sólo es provechoso para los hijos, sino también honorable y reconfortante para los padres:
“Mucho se alegrará el padre del justo: y el que engendró sabio se gozará con él” (Prov. 23:24, 25).

Segundo, el deber de corregir.

Con sus palabras serenas, procure apartarlos del mal. Ese es el modo como Dios trata a sus hijos (Jer. 25:4, 5).

Cuando los reprenda, sean sus palabras sobrias, escasas y pertinentes, con el agregado de algunos versículos
bíblicos pertinentes; por ejemplo, si mienten, pasajes como Apocalipsis 21:8, 27. Si se niegan a escuchar la
palabra, pasajes como 2 Crónicas 25:14-16.

Vigílelos, que no se junten con compañeros groseros e impíos; muéstreles con sobriedad un constante desagrado
por su mal comportamiento; rogándoles tal como en la antigüedad Dios rogara a sus hijos: “No hagáis ahora
esta cosa abominable que yo aborrezco” (Jer. 44:4).

Mezcle todo esto con tanto amor, compasión y compunción de espíritu, de modo que, de ser posible, sepan que
a usted no le desagradan ellos mismos como personas, sino que le desagradan sus pecados. Así se conduce Dios
(Sal. 99:8).

Procure con frecuencia hacer que tomen conciencia del día de su muerte y del juicio que vendrá. Así también se
conduce Dios con sus hijos (Deut. 32:29).

Si tiene que hacer uso de la vara, hágalo cuando esté calmado, y muéstreles juiciosamente: (1.) su falta; (2.)
cuánto le duele tener que tratarlos de este modo; (3.) y que lo que hace, lo hace en obediencia a Dios y por amor
a sus almas; (4.) Y dígales que si otro medio mejor hubiera sido suficiente, nada de esta severidad hubiera
ocurrido. Esto, lo sé por experiencia, será la manera de afligir sus corazones tanto como sus cuerpos; y debido a
que es la manera como Dios corrige a los suyos, es muy probable que logre su fin.

Finalice todo esto con una oración a Dios a favor de ellos, y deje la cuestión en sus manos “La necedad está
ligada en el corazón del muchacho; mas la vara de la corrección la hará alejar de él” (Prov. 22:15).

Por último, tenga en cuenta estas advertencias:

Cuídese de que las faltas por las cuales disciplina a sus hijos no las hayan aprendido de usted. Muchos niños
aprenden de sus padres la maldad por las cuales los castigan corporalmente y disciplinan.

Cuídese de ponerles buena cara cuando cometen faltas pequeñas, porque dicha conducta hacia ellos será un
aliento para que cometan otras más grandes.
Cuídese de usar palabras desagradables e impropias cuando los castiga, como ser insultos, groserías y cosas
similares: esto es satánico.

Cuídese de acostumbrarlos a regaños y amenazas mezclados con liviandad y risas; esto endurece. No hable
mucho, ni con frecuencia, sino sólo lo que es apropiado para ellos con toda sobriedad.

DEBERES DE LOS HIJOS HACIA LOS PADRES.

Los hijos tienen un deber hacia sus padres que bajo la ley de Dios y la naturaleza deben cumplir a conciencia.
“Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres; porque esto es justo.” Y también “Hijos, obedeced a vuestros
padres en todo; porque esto agrada al Señor” (Ef. 6:1; Col. 3:20).

Estas son las cosas en las que los hijos deben dar a sus padres la honra que merecen.

Primero, deben siempre considerarlos a ellos mejores que a sí mismos. Observo un espíritu vil en algunos
hijos, que miran con desprecio a sus padres, y sus pensamientos con respecto a ellos son despectivos y
desdeñosos. Esto es peor que comportarse como un pagano; los que actúan de esta manera tienen el corazón de
un perro o una bestia que muerde a los que lo produjeron y a la que les dio vida.

Objeción: Pero mi padre, etc., es ahora pobre, y yo soy rico, y sería disminuirme, o por lo menos un obstáculo
para mí, mostrarle el respeto que le mostraría si las cosas fueran distintas.

Respuesta: Le digo que argumenta usted como un ateo o una bestia, y su posición en esto es totalmente opuesta
a la del Hijo de Dios (Mar. 7:9-13). Un talento y un poco de la gloria de una mariposa, ¿tienen que convertirlo
en un ser que no ayuda y no honra a su padre y a su madre? “El hijo sabio alegra al padre: Mas el hombre necio
menosprecia a su madre” (Prov. 15:20). Aunque sus padres se encuentren en la posición más baja y usted en la
más alta, él sigue siendo su padre y ella su madre y usted debe tenerlos en alta estima: “El ojo que escarnece a
su padre, y menosprecia la enseñanza de la madre, los cuervos lo saquen de la arroyada, y tráguenlo los hijos
del águila” (Prov. 30:17).

Segundo, debe demostrar que honra a sus padres con su disposición de ayudarles en lo que necesiten. “Pero si
alguna... tuviere hijos, o nietos, aprendan primero a gobernar su casa piadosamente, y a recompensar a sus
padres:” dice Pedro, “porque esto es lo honesto y agradable delante de Dios” (1 Tim. 5:4). José observó esta
regla con respecto a su pobre padre, aunque él mismo estaba casi a la altura del rey de Egipto (Gén. 47:12;
41:39-44).

Además, note que deben “recompensar a sus padres”. Hay tres cosas por las cuales, mientras viva, estará en
deuda con sus padres.

Por estar en este mundo. De ellos, directamente bajo Dios, recibió usted vida.

Por su cuidado para preservarlo cuando usted no podía hacer nada por sí mismo, no podía cuidarse ni encargarse
de sí mismo.

Por los esfuerzos que hicieron para criarlo. Hasta que no tenga usted hijos propios, no podrá comprender los
esfuerzos, desvelos, temores, tristezas y aflicciones que han sufrido para criarlo; y cuando lo comprenda, será
difícil sentir que ya los ha recompensado por todo lo que hicieron por usted. ¿Cuántas veces han saciado su
hambre y arropado su desnudez? ¿Qué esfuerzos han hecho a fin de que tuviera usted los medios para vivir y
triunfar aun cuando ya hayan muerto? Es posible que se hayan privado de alimento y vestido y que se hayan
empobrecido para que usted pudiera vivir como un hombre. Es su deber, como hombre, considerar estas cosas y
hacer su parte para recompensarlos. Las Escrituras así lo afirman, la razón así lo afirma y sólo los perros y las
bestias pueden negarlo. Es deber de los padres cuidar a sus hijos, y el deber de los hijos recompensar a sus
padres.
Tercero, por lo tanto, con una conducta humilde y filial demuestre que usted hasta este día, recuerda con todo
su corazón el amor de sus padres. Todo esto sobre la obediencia a los padres en general.

También, si sus padres son piadosos y usted es impío, como lo es si no ha pasado por la segunda obra o el
nacimiento de Dios, debe considerar que con más razón debe respetar y honrarlos, no sólo como padres en la
carne, sino como padres piadosos; su padre y madre han sido designados por Dios como sus maestros e
instructores en el camino de justicia. Por lo tanto, como dijera Salomón; “Guarda, hijo mío, el mandamiento de
tu padre, y no dejes la enseñanza de tu madre: Atalos siempre en tu corazón, enlázalos a tu cuello” (Prov. 6:20,
21).

Ahora, le insto que considere esto:

Que ésta ha sido siempre la práctica de los que son y han sido hijos obedientes; sí, de Cristo mismo para con
José y María, aun cuando él mismo era Dios bendito para siempre (Luc. 2:51).

Con el fin de dejarlo estupefacto, tiene usted también los juicios severos de Dios sobre los que han sido
desobedientes. Como, (1.) Ismael, por haberse burlado de un hecho bueno de su padre y madre se vio privado
tanto de la herencia de su padre como del reino de los cielos, y eso con la aprobación de Dios (Gén. 21:9-14;
Gál. 4:30). (2.) Ophni y Phinees, por rechazar el buen consejo de su padre, provocaron la ira del gran Dios y lo
convirtieron en su enemigo; “Mas ellos no oyeron la voz de su padre, porque Jehová los quería matar” (1 Sam.
2:23-25). (3.) Absalón fue linchado, por decirlo así, por Dios mismo, porque se había rebelado contra su padre
(2 Sam. 18:9).

Además, ¡qué poco sabe usted del dolor que significa para sus padres pensar que puede estar condenado!
¿Cuantos suspiros, oraciones y lágrimas habrán brotado en su corazón por esta razón? ¿Cuánto gimió Abraham
por Ismael? Le dijo a Dios: “Ojalá Ismael viva delante de ti” (Gén. 17:18). ¿Cuánto sufrieron Isaac y Rebeca
por el mal comportamiento de Esaú? (Gén. 26:34, 35). ¿Y con cuánta amargura lloró David a su hijo que había
muerto en su maldad? (2 Sam. 18:32, 33).

Por último, ¿es posible imaginar otra cosa que el hecho de que estos suspiros, oraciones, etc. de sus piadosos
padres sólo aumentarán sus tormentos en el infierno si muere en sus pecados?

Por otro lado, si sus padres y usted son piadosos, ¿no es esto una felicidad? ¿Cuánto debe regocijarse porque la
misma fe mora tanto en sus padres como en usted? Su conversión, posiblemente, sea el fruto de los gemidos y
oraciones de sus padres a favor de su alma; y no pueden menos que regocijarse; regocíjese con ellos. Así
sucedió en el caso de un hijo mencionado en la parábola: “Porque este mi hijo muerto era, y ha revivido:
habíase perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse” (Luc. 15:24). Sea el hecho de que sus padres viven
bajo la gracia, al igual que usted, motivo para proponerse más decididamente a honrarlos, reverenciarlos y
obedecerles.

Ahora está en mejores condiciones para considerar los desvelos y el cuidado que sus padres le han brindado,
tanto a su cuerpo como a su alma; por lo tanto esfuércese por recompensarlos. Usted tiene la fortaleza para
responder en cierta medida al mandamiento: por lo tanto, no lo descuide. Es doble pecado el que un hijo
creyente no recuerde el mandamiento, sí, el primer mandamiento con promesa (Ef. 6:1, 2). Cuídese de no
decirles a sus padres ni una palabra brusca, ni de comportarse indebidamente con ellos.

Nuevamente, si usted es piadoso y sus padres son impíos, como tristemente sucede con frecuencia, entonces:

Ansíe su salvación, ¡los que se van al infierno son sus padres!

Lo mismo que dije antes a la esposa, tocante a su esposo inconverso, le digo ahora a usted: Cuídese de un
lengua que habla ociosidades, hábleles con sabiduría, mansedumbre y humildad; atiéndalos fielmente sin
quejarse; y reciba, con la modestia de un niño, sus reproches, sus quejas y hablar impío. Esté atento a fin de
percibir las oportunidades para hacerles ver su condición. ¡Oh! ¡Qué felicidad sería si Dios usara a un hijo para
traer a su padre a la fe! Entonces el padre ciertamente podría decir: Con el fruto de mi cuerpo Dios ha
convertido mi alma. El Señor, si es su voluntad, convierta a nuestros pobres padres a fin de que, junto con
nosotros, sean hijos de Dios.

Tomado del folleto “Christian Behavior” [conducta cristiana].Este texto ha sido modernizado para facilitar su
lectura.

_______________________

John Bunyan (1628-1688): pastor y predicador inglés, y uno de los escritores más influyentes del siglo XVII.
Autor preciado de El Progreso del Peregrino, La Guerra Santa, El Sacrificio Aceptable y muchas otras obras.
Nacido en Elstow, cerca de Bedford, Inglaterra.

LAS RESPONSABILIDADES DE LOS PADRES


PARA CON SUS HIJOS
Richard Baxter
De: Las Obras Prácticas de Baxter, Vol. 1, Un Libro Cristiano de Instrucciones, acerca de Economía Cristiana,
Cap. X, pp. 449-454

Parcialmente les he contado a Uds. antes de cuán grande es la importancia de la educación sabia y santa de los
hijos para la salvación de sus almas, para el alivio de sus padres, para el bien de la iglesia y el estado, y para la
felicidad del mundo; sin embargo ningún hombre es totalmente capaz de expresar esto bien. Y ningún corazón
puede concebir cómo el mundo ha fallado en el abandono de esta responsabilidad y cuán grande es esta
calamidad; pero aquellos que piensan en el estado en que se encuentran las naciones paganas, infieles e impías,
y cuán escaso es el crecimiento de la verdadera piedad, y cuántos millones deben permanecer en el infierno para
siempre, sabrán mucho más acerca de esta inhumana negligencia como para llegar a aborrecerla.

Directriz I. Entended y lamentaos del estado corrompido y miserable de vuestros hijos, el cual han derivado de
Uds., y agradecidamente aceptad el ofrecimiento de un Salvador para Uds. mismos y para ellos, y entréguenlos
y dedíquenlos absolutamente a Dios en Cristo en el pacto sagrado, y solemnizad esta dedicación y pacto por
medio de su bautismo [1] Y para este fin entended el mandamiento de Dios para que entren vuestros hijos
solemnemente en pacto con Él, y las misericordias pactales que por tanto les pertenecen a ellos. Rom 5:12,16-
18; Efe 2:1,3; Gén 17:4, 13, 14; Deut 29:10-12; Rom 11:17, 20; Juan 3:3, 5; Mat 19:13, 14.

No podéis dedicaros vosotros mismos sinceramente a Dios, a menos que dediquéis a Él todo lo que es vuestro y
lo que se encuentra bajo vuestro poder; y por lo tanto, vuestros hijos, en tanto que ellos se encuentren bajo
vuestro poder. Y como la naturaleza os ha enseñado que vuestro poder y vuestra responsabilidad para hacerlos
entrar durante sus infancias en relaciones pactales con los hombres, lo cual es ciertamente para su propio bien;
(y si ellos rehusan las condiciones al llegar a la mayoría de edad, entonces también abandonan los beneficios;)
de la misma manera la naturaleza os ha enseñado mucho más a obligarles con respecto a Dios para su bien
mucho mayor, en caso que Él les admita entrar en pacto con Él. Y de que Él les admitirá en Su pacto (y de que
vosotros debiéseis introducirlos en el pacto), está fuera de duda por la evidencia que la Escritura nos da, que
desde el tiempo de Abraham hasta Cristo esto fue así con todos los hijos de Su pueblo; ningún hombre puede
probar que antes del tiempo de Abraham, o desde ese tiempo, Dios haya tenido alguna vez una iglesia sobre la
tierra de la cual los hijos infantes de sus siervos (si los tenían) no fueran miembros dedicados en pacto para con
Dios, hasta en estos tiempos en que unos pocos comenzaron a tener escrúpulos sobre la legalidad de esto. Y es
un confort para vosotros, si el Rey quisiese concederle a vuestros hijos infantes (quienes fueron manchados por
la traición de sus padres) no solamente una total liberación y limpieza de la mancha de la ofensa, sino también
los títulos y condiciones de señores, aunque ellos no entiendan nada de esto hasta que vengan a tener una mayor
edad; así es para vosotros un asunto de mayor confort, para bien de ellos, que Dios en Cristo les perdone de su
pecado original y los tome como Sus hijos y les de posesión de vida eterna; que son las bendiciones de Su
pacto.

Directriz II. Tan pronto como ellos sean capaces enseñádles en qué tipo de pacto han sido introducidos, y cuáles
son los beneficios, y cuáles son las condiciones, para que sus almas puedan alegremente consentir a ello cuando
lo entiendan; y vosotros podáis traerles seriamente a renovar su pacto con Dios en sus propias personas. Pero, la
orden completa de enseñar tanto a sus hijos como a vuestros siervos, os la daré personalmente.

Directriz III. Entrenadles en exacta obediencia a vosotros mismos, y entrenad la voluntad de ellos. Para tal fin,
no les toleres que se conduzcan de manera irreverente y contumaz para con vosotros; sino entrénales a que
guarden su distancia. Pues demasiada familiaridad produce desdén y estimula a la desobediencia. El curso
común de los padres es complacer a sus hijos por tanto tiempo, dejándoles tener lo que ansían y lo que quieren,
hasta que sus voluntades están tan acostumbradas a ser satisfechas que no pueden soportar que nada se les
niegue; de esta manera no pueden soportar tampoco el gobierno, debido a que no pueden soportar que nada se
cruce con sus voluntades. Ser obedientes es renunciar a sus propias voluntades, y ser regidos por las voluntades
de sus padres o gobernadores; por lo tanto, acostumbrarles a que hagan su propia voluntad es enseñarles
desobediencia, y a endurecerles y acostumbrarles a la imposibilidad de obedecer. Enseñádles a menudo, en un
contexto familiar y de manera amorosa acerca de la excelencia de la obediencia, de cómo esta complace a Dios
y sobre la necesidad que ellos tienen de ser gobernados, y cuán incapaces son ellos para gobernarse a sí mismos,
y cuán peligroso es para los niños el que establezcan su propia voluntad; habládles a menudo de la gran
desgracia de la obstinación y la terquedad, y contádles acerca de otros que se están convirtiendo en niños
obstinados y de voluntades endurecidas.

Directriz IV. Haz de ellos ni demasiado intrépidos para contigo, ni demasiado extraños o temerosos; y
gobiérnales no como a siervos sino como a niños, haciendo que perciban que les amas profundamente y que
todos tus mandamientos, restricciones y correcciones constantes son para su bienestar y no meramente por tu
propio gusto personal. Deben ser regidos como criaturas racionales que se aman a sí mismos y a aquellos que
les aman. Si ellos perciben que tú les amas profundamente te obedecerán con mayor disposición y será más fácil
el que sean traídos a arrepentimiento por sus desobediencias, y también te obedecerán tanto en el corazón como
en las acciones externas, detrás de tus espaldas y al frente de tu rostro. Y el amor de ellos hacia ti (que debe ser
causado por tu amor hacia ellos) debe ser uno de los medios principales para traerles al amor de todo lo bueno
que tú les encomiendas; y así, conformar sus voluntades sinceramente a la voluntad de Dios y hacerles santos.
Pues, si eres demasiado extraño a ellos, y demasiado terrible, ellos solamente te temerán, y no te amarán mucho;
y entonces no amarán los libros ni las prácticas que tú les recomiendas, sino que al igual que los hipócritas
buscarán complacerte en tu cara, y no les importará lo que son en secreto y a tus espaldas. En verdad esto les
tentará a aborrecer tu gobierno y todo aquel bien hacia el cual les persuades, y les harás como aves en una jaula
que buscan la oportunidad de escapar y obtener su libertad. Ellos se deleitarán en la compañía de gente común y
de niños holgazanes, porque tu terror y sentido de extrañeza les hicieron no deleitarse en lo que es tuyo. Y el
temor les convertirá en mentirosos, en tanto que una mentira les parezca necesaria para obtener su escape. Los
padres que muestran mucho amor a sus hijos pueden con seguridad mostrar severidad cuando ellos han
cometido una falta. Pues entonces ellos verán que es solamente la falta de ellos la que te desagradó y no sus
personas; y tu amor les reconcilia contigo cuando son corregidos; cuando los padres que son siempre como
extraños y severos aplican una menor corrección - y no les muestran tierno amor a sus hijos - esto los alienará y
no les hará ningún bien. Demasiada intrepidez y atrevimiento por parte de los niños les dirige, antes que te des
cuenta, hacia el desprecio por los padres y hacia toda desobediencia; y demasiado temor y distanciamiento les
priva de la mayoría de los beneficios de tu cuidado y gobierno: pero el tierno amor, con severidad solamente
cuando hacen lo incorrecto, y esto a una distancia conveniente y reverente, es la única manera de hacerles el
bien.

Directriz V. Trabaja mucho para poseer sus corazones con el temor de Dios, y una reverencia a las santas
Escrituras; y luego, cualquier labor que les encomiendes, o cualquier pecado que les prohibas, muéstrales para
ello algunos textos urgentes y claros de las Escrituras; y hazles que los aprendan y que los repitan a menudo;
para que así puedan encontrar razón y autoridad divina en tus mandamientos; hasta que su obediencia comience
a ser racional y divina, de lo contrario será formal e hipócrita. Es la conciencia la que debe vigilarles en lo
privado, cuando tú no los mires; y la conciencia es el oficial de Dios y no nuestra; y no les dirá nada hasta que
les hable en el nombre de Dios. Este es el camino para traer el corazón mismo a sujeción; y también para
reconciliarles a todos tus mandamientos, cuando vean que son, primero, los mandamientos de Dios (de los
cuales se derivan).

Directriz VI. En todas tus palabras acerca de Dios y de Cristo Jesús, y de las santas Escrituras, o de la vida por
venir, o de cualquier aspecto santo, habla siempre con solemnidad, seriedad y reverencia, como de las cosas más
grandes y reverentes de lo Sagrado: pues antes de que los niños lleguen a tener un entendimiento distintivo de
puntos particulares, es un principio esperanzador tener sus corazones poseídos con una reverencia general y alta
estima por las cosas santas; pues eso continuará asombrando a sus conciencias, y les ayudará en sus juicios, y
les establecerá contra el prejuicio y el desprecio profanos, y será como una semilla de santidad en ellos. Pues el
temor de Dios es el principio de la sabiduría (Salmo 111:10; Prov. 9:10; 1.7). Y, la mera manera en que los
padres hablen y se conduzcan, expresando gran reverencia por las cosas de Dios, tiene un gran poder para dejar
una viva impresión en un niño: la mayoría de los hijos de padres piadosos que alguna vez vinieron a recibir el
bien, estoy persuadido, pueden contarte acerca de esto por su experiencia, (si sus padres hicieron su trabajo en
este punto) que el primer que bien que alguna vez sintieron sobre sus corazones, fue una reverencia por las
cosas santas, lo cual les fue enseñado por la forma de hablar y de conducirse de sus padres.
Directriz VII. Hablad siempre delante de ellos con gran honor y alabanza de los hombres y ministerios santos, y
con vergüenza y aversión de todo pecado y de los hombres impíos [2]. Pues esto también es una cosa que los
niños recibirán rápida y fácilmente de sus padres. Antes de que puedan entender doctrinas particulares, ellos
pueden aprender, en lo general, qué tipo de personas son los más felices o los más miserables, y son muy
capaces de recibir ya sea una aprobación o desaprobación de esas cosas a partir del juicio de sus padres, quienes
tienen una gran influencia en todo el seguimiento tanto del bien como del mal en sus vidas. Si tú les reflejas
buenos y honorables pensamientos sobre aquellos que temen a Dios, ellos, aún mucho después, estarán
inclinados a pensar lo mismo de ellos y a encontrar desagrado en aquellos que hablan el mal y a los que
predican ese mismo mensaje y desear para sí mismos ser el tipo de Cristianos que vosotros alabáis; así que en
este y en el punto subsiguiente es que las primeras sacudidas de la gracia son sentidas de manera ordinaria en
los niños. Y, por el contrario, es una de las cosas más perniciosas para los niños cuando escuchan a sus padres
hablar de manera despreciativa o superficial de las cosas y las personas santas y que de manera irreverente
hablan sobre Dios, la Escritura, la vida por venir, y hablan con desprecio o con burla de los ministros o la gente
piadosa, o que hacen bromas de las labores particulares de una vida religiosa: estos niños están propensos a
recibir ese prejuicio y desprecio profano en sus corazones a una edad muy temprana, lo que puede cerrar con
candado las puertas contra el amor de Dios y la santidad, y hacer de su salvación una obra de mucha mayor
dificultad, y de mucha menor esperanza. Y por lo tanto digo que los padres malos son los más notables siervos
del mal en todo el mundo, y los más encarnizados enemigos de las almas de sus hijos. Más almas son
maldecidas por padres impíos (los más cercanos a ellos son los ministros y los magistrados impíos) que por
cualquier otro instrumento además del mundo. Y de esta manera es que naciones enteras son extraviadas con
enemistad contra los caminos de Dios; las naciones paganas contra el Dios verdadero, y las naciones infieles
contra Cristo, y las naciones papistas contra la reforma y los adoradores espirituales: porque los padres hablan
maldad a sus niños transfiriéndoles sus propios desagrados; y así les hacen ser poseedores de los mismos
desagrados de generación en generación. "¡Ay de los que a lo malo dicen bueno y a lo bueno malo; que hacen
de la luz tinieblas y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!" (Isaías 5:20).

Directriz VIII. Que sea la parte principal de tus cuidados y labor en todo lo que se refiere a la educación de ellos
hacer que la santidad les parezca como el estado de la vida más necesario, honorable, que trae verdaderos
beneficios, delicioso y amable; y hacerles notar que prescindir de la santidad es entrar en inutilidad, falta de
honor, algo dañino o inconfortable. Especialmente dirígelos hacia el amor por la santidad representándola ante
ellos como llena de amor. Y por lo tanto comienza con aquello que es más fácil y más gratificante para ellos
(como la historia de la Escritura, y las vidas de los mártires, y de otros hombres piadosos y algunas lecciones
familiares cortas). Pues al restringirles del pecado debes ir al más alto paso de primero, y no pensar traerles al
punto más alto permitiéndoles comenzar por el punto más bajo; (pues cada peldaño capacita para más, y ningún
peldaño será menos importante, y una reforma general es la más fácil además de absolutamente necesaria); sin
embargo, al encargarles la práctica de hábitos religiosos debes irlos colocando por grados, y ponerles sobre ellos
no más de lo que sean capaces de llevar; ya se trate del aprendizaje de doctrinas demasiado elevadas y
espirituales para ellos, o cuando el énfasis se coloca en determinado hábito ya sea en su calidad o cantidad lo
que puede ser una sobrecarga para ellos; pues si tú por una vez vuelves sus corazones contra la religión, y la
haces parecer una especie de esclavitud o de vida tediosa para ellos, entonces has tomado el camino de
endurecerlos en contra de ella. Por lo tanto no todos los niños deben ser dirigidos igual; así como todos los
estómagos no deben ser forzados a comer lo mismo. Si fuerzas a algunos a tomar tanto que luego viene el
empacho llegarán a aborrecer esa clase de carne por el resto de sus vidas. Sé que la naturaleza misma, en tanto
que corrupta, ya tiene una enemistad con la santidad, y sé también que no por eso esta enemistad debe ser
dejada a su antojo en los niños; pero también se que las malas representaciones de la religión, y una imprudente
educación, es el camino para incrementarla y que la enemistad que mora en el corazón, será vencida por el
cambio de la mente y por el amor, y no por la coerción que tiende a no reconciliar la mente por el amor. La total
habilidad de los padres por la santa educación de sus hijos consiste en esto, a concebir la santidad como la vida
más afable y deseable; lo cual es hecho al representarla delante de ellos en palabras y en práctica, no solamente
como lo más necesario, sino también como lo de más provecho, honorable y delicioso. Proverbios 3:17, "Sus
caminos son caminos deleitosos; todas sus veredas, paz".
Directriz IX. Habladle a menudo de la bajeza y pecaminosidad de la sensualidad que busca solamente satisfacer
la carne, y de la excelencia mayor de los placeres de la mente que consisten en la sabiduría y en hacer el bien.
Pues tu cuidado principal debe ser salvarles de la complacencia de la carne; la cual es no solamente en lo
general la suma de cualquier iniquidad, sino tambien aquella que en especial los niños son proclives a caer. Pues
su carne y sensaciones son tan rápidas como las de otros; y requieren no solamente la fe, sino también una razón
clara para resistirla; y así (además de su inclinación natural) la costumbre de obedecer a los sentidos (para lo
cual se requiere fortaleza) sin la razón (la cual, encontrándose en un estado de infancia es casi totalmente inútil)
incrementa en mucho este pernicioso pecado. Por lo tanto continua laborando para imprimir en sus mentes un
odioso concepto de la vida dedicada a complacer a la carne; háblales amargamente contra la glotonería, la
borrachera y el exceso de deporte; y que escuchen con frecuencia - o que lean - la parábola del glotón y Lázaro
en el capítulo 16 de Lucas; y que memoricen textos como Romanos 8:1, 5-9, 13; 13:13, 14, y que los repitan a
menudo.

Directriz X. Para este fin, y también para la salud de sus cuerpos, mantén una vigilancia estricta sobre sus
apetitos (el cual no son ellos capaces de guardar por sí mismos): guárdales en cuanto puedas sujetos a las reglas
de la razón, tanto en lo relativo a la cantidad como a la calidad de sus alimentos. Sin embargo, díles la razón de
tus restricciones, de lo contrario secretamente lucharán para quebrantar esas fronteras. La mayoría de los padres
que he conocido, y que conocían de este punto, son culpables del gran dolor y peligro de la salud de sus hijos y
del estado de sus almas, por complacerles y permitirles ser glotones con la carne y la leche. Si pudiera llamarles
malvados y asesinos de sus propios hijos pensarían que hablé con demasiada agudeza, pero no les daría mayor
ocasión para ello, pues lo son al destruir (en tanto que ellos sean los responsables) las almas y los cuerpos de sus
hijos. Destruyen sus almas por acostumbrarlos a la glotonería, y a ser gobernados por sus apetitos; lo cual toda
la enseñanza del mundo apenas logrará algo sin la gracia especial de Dios. ¿Qué es todo el vicio y la villanía del
mundo sino la complacencia de los deseos de la carne? Y cuando están habituados a esto son enraizados en su
pecado y miseria. También destruyen sus cuerpos al permitirles complacer sus apetitos con frutas crudas y otras
cosas peligrosas; pero especialmente por inundar y abrumar la naturaleza con el exceso; y todo esto es por
medio de esa ignorancia, unida al auto-engaño, que les hace que ellos mismos produzcan su propio derrume.
Ellos piensan que su apetito es la medida de su comer y beber, y que si beben excepto cuando están sedientos
(como algunos bebedores están de manera continua) y comen solo cuando están hambrientos entonces esto no
es exceso; y porque no se encuentran enfermos actualmente, y no vomitan todo de nuevo, entonces piensan que
lo que han comido o bebido no les daña, sino que les hace bien. Les advierto, les oirás decir lo que dice la gente
demente, no les dañará comer y beber lo que han programado; más bien esto les hará fuertes y saludables; no
miro que aquellos que se han sometido a dietas de manera estricta sean más saludables que otros. Mientras
hacen todo esto están llenando de cargas lo que es natural y destruyendo la digestión, y viciando todos los
humores (N.T. fluidos vitales) del cuerpo, y convirtiéndolos en un botadero de flemas y suciedades; que es el
combustible que alimenta y aumenta la mayoría de todas las enfermedades que después les afectan cuando aún
están vivos; y que usualmente les traen a un último fin (como lo he dicho con anterioridad, en la parte I, en las
directrices contra la glotonería). Por lo tanto, si amas las almas y cuerpos de tus hijos, acostúmbrales a la
temperancia desde la infancia, y no dejes que sus apetitos o deseos desenfrenados, sino tu propia razón, sea el
árbitro y la medida de la dieta de ellos. Acostúmbrales a comer de manera reservada, de manera que
moderadamente satisfagan su apetito. Asegúrate que sus dietas sean medidas por ti mismo, y no hagas que los
sirvientes les den más, ni les permitas comer o beber entre comidas o fuera de momento; así les ayudarás a
vencer sus inclinaciones sensuales y le darás a la razón el dominio de sus vidas; y harás, con la ayuda del Señor,
tanto como puedas para ayudarles a atemperar saludablemente sus cuerpos, que será una gran bondad hacia
ellos, y les capacitará para sus responsabilidades toda su vida.

Directriz XI. En cuanto a los deportes y la recreación, que sean de tal tipo, y en tal cantidad, como puedan ser
necesarias para su salud y disfrute; pero no en exceso como para distraer sus mentes de las cosas mejores, y les
alejen de sus libros y otras responsabilidades, ni a otras cosas que puedan tentarles hacia la apuesta o la codicia.
Los niños deben practicar el deporte conveniente para la salud del cuerpo y la agilidad de la mente; de manera
que el buen ejercicio les hace bien a sus cuerpos, y el poco ejercicio más bien les adormila. Las cartas y los
dados, y otros deportes de ocio, son mayormente poco aptos y tienden a dañar tanto el cuerpo como la mente. El
tiempo que dediquen a los deportes también ha de ser limitado, de manera que su juego no llegue a ser su
trabajo; tan pronto como lleguen a tener uso de razón y del lenguaje entonces debiesen ser enseñados en cosas
mejores, y no ser dejados a "hacer nada" hasta los cinco o seis años, pues obtienen el hábito de malgastar su
tiempo en juegos. Los niños son capaces - aún en sus tempranas edades - de aprender algo que les pueda
preparar para más.

Directriz XII. Usa toda tu sabiduría y diligencia para sacar de raíz el pecado del orgullo. Y para tal fin, no te
complazcas (como es usual en algunos padres con poco entendimiento) en hacerles jovencitos demasiado
"finos" y luego decirles y repetirles cuán "finos" y delicados ellos son; más bien encomienda la humildad y la
sencillez y habla con desprecio del orgullo y de la fineza arrogante, para criar una aversión a estas cosas en sus
mentes. Ayúdales a aprender aquellos textos de la Escritura que hablan de cómo Dios resiste al orgulloso, y de
cómo ama y honra al humilde: cuando ellos vean a otros niños que están finísimamente vestidos habla con ellos
acerca de esto y muéstales como esto puede más bien ser su vergüenza para que no deseen llegar a ser como
ellos. Habla contra la presunción y cualquier otra forma de orgullo sobre las cuales son responsables: y sin
embargo, dales el mérito por todo lo que esté bien, pues eso eso es, en verdad, su debido reconocimiento y
estímulo.

Directriz XIII. Háblales con bastante desprecio de la gallardía, la pompa, las riquezas del mundo, del pecado del
egoísmo y la codicia, y diligentemente mantente vigilante con respecto a estas cosas. y todas aquellas que
puedan tentarles hacia ellas. Cuando ellos vean grandes casas, y la servidumbre, y la gallardía, diles que estas
cosas son la carnada del enemigo, para atraer a los pobres pecadores a amar este mundo, de que pueden perder
sus almas y el mundo por venir. Cuéntales de cuánto el cielo se encuentra por encima de todo esto; y que los
amantes de este mundo nunca llegan allá, sino el humilde, el sencillo y el pobre de espíritu. Cuéntales acerca del
rico glotón de Lucas 16, que se encontraba vestido de púrpura y de seda y disfrutaba de manjares cada día, pero
que cuando llegó al infierno no pubo obtener una gota de agua para refrescar su lengua cuando Lázaro se
encontraba en los goces del paraíso. No hagas como los malvados, que atraen a sus hijos hacia la mundanalidad
y la codicia, al darles dinero y permitirles que jueguen y apuesten por dinero, prometiéndoles que esto les hará
ricos o delicados, y hablando elevadamente de todos los que son ricos y grandes en el mundo; sino cuéntales de
cuánto más feliz es un creyente sencillo, y desecha todo lo que pueda tentar sus mentes hacia la codicia.
Cuéntales de cuán bueno es amar a sus hermanos como a ellos mismos, y dar parte de lo que ellos tienen, y
alabarles por esto; y desaprobarles cuando tienen avidez por guardar y amontonar todo para sí mismos: y todo
cuanto hagamos será demasiado poco para curar este pernicioso pecado. Enséñales textos como el Salmo 10:3,
"Porque el malo se jacta del deseo de su alma, Bendice al codicioso, y desprecia a Jehová".

Directriz XIV. Vigila de manera cercana sus lenguas, especialmente contra el mentir, el poner trampas con el
hablar, el lenguaje obceno, y el tomar el nombre de Dios en vano. Y perdónales faltas más livianas acerca de
asuntos más comunes mucho más pronto en comparación con estos anteriores pecados contra Dios. Cuéntales
de la odiosidad de todos estos pecados y enséñales textos de la Escritura que de manera expresa los condenan; y
nunca los dejes pasar de manera superficial o hagas de esto algo liviano cuando los encuentres culpables de
ellos.

Directriz XV. Manténles alejados tanto como se pueda de las compañías de mala fama, especialmente de
compañeros impíos de juego. Es uno de los peligros más grandes para la ruina de los niños en el mundo;
especialmente cuando son enviados a las escuelas comunes: pues apenas habrá alguna de estas escuelas que sea
buena, pero sí hay muchos chicos rudos y enseñados para la ruina impía; estos harán del hablar profano y sucio,
lo mismo que de su lenguaje obceno y tramposo un asunto de presunción; además del pelear, del juego con
apuesta y del hablar burlesco, además del descuido por sus lecciones y estudios; y harán escarnio de aquel que
no haga lo que ellos hacen, si es que no llegan a golpearlo y abusar de él. Y hay tal basura en la naturaleza
buscando a qué pegarse, que hay muy pocos niños que cuando escuchan a otros tomar el nombre de Dios en
vano, o cantar canciones insinuantes e impropias, o hablar palabras sucias, o llamarse los unos a los otros por
nombres reprochables, rápidamente les imitan: y cuando has vigilado sobre ellos en el hogar tan de cerca como
sea posible, te encuentras que han sido infectados en el exterior con tales vicios bestiales, de los cuales con
mucha dificultad son curados posteriormente. Por lo tanto que aquellos que sean capaces, eduquen a sus hijos la
mayor parte en casa, o en escuelas privadas y bien ordenadas; y aquellos que no puedan hacer esto, deben ser
los más vigilantes sobre ellos, y encargárles que se asocien con los mejores; y habladles de la odiosidad de estas
prácticas, y de la perversidad de aquellos que las usan; y hablad muy despreciativamente de tales niños impíos:
y cuando todo haya sido hecho, es una gran misericordia de Dios, si ellos no han sido arruinados por la fuerza
del contagio. Aquellos, por lo tanto que aventuran a sus hijos a ir a las escuelas más rudas y a las compañías
peligrosas, y después de esto a Roma, o a otros países profanos o papistas, para aprender las modas y
costumbres del mundo, pretendiendo que, de otra manera ellos serían ignorantes del curso del mundo, y mal
enseñados, y no como otros de su rango, pueden pensar de sí mismos y de sus propios razonamientos como bien
les parezca: por mi parte, preferiría hacer de mi hijo un limpiador de chimeneas, (si tuviera alguno) que ser
culpable de hacer tanto para defraudarle o venderle al diablo.

Pregunta. ¿Pero, no es lícito para un hombre enviar a su hijo a viajar?

Respuesta: Sí, en estos casos.

1. En caso que él sea un Cristiano maduro y confirmado, esto es, que no esté en peligro de ser pervertido, sino
capaz de resistir a los enemigos de la verdad, y de predicar el evangelio, o de hacer el bien a otros; y que
además esté lo suficientemente preparado como para invitarle.

2. O si él va en compañía de personas sabias y piadosas, y si tales son sus acompañantes, y la probabilidad de


que lo que gane sea mayor de lo que pudiera ser su pérdida o peligro.

3. O si él va solamente a países religiosos, entre hombres más sabios y más aprendidos que con los que ha
conversado en el hogar y que tenga suficientes motivos para su viaje.

Enviar personas jóvenes, inmaduras, sin experiencia entre personas papistas, profanas y licenciosas (aunque
quizás alguna persona moderada esté en compañía de ellos) y esto sólo para ver los cálculos y modas del
mundo, es una acción que debiese alamar a cualquier cristiano que conozca la depravación de la naturaleza
humana, y la mutabilidad del jóven, sus cabezas aún no entrenadas, y la sutilidad de los engañadores, de lo
contagioso que son el pecado y el error, y del valor de un alma, y no harán como hacen algunos conjuradores y
brujos, aún vender un alma al diablo con la condición de poder ver y conocer las modas del mundo; de lo cual,
ah! puedo saber lo suficiente como para apenar mi corazón, sin necesidad de viajar muy lejos para verlo. Si
algún otro país tiene más de Cristo y estuviese más cerca del cielo la invitación es grande; pero si tiene más del
pecado y del infierno, preferiría conocer el infierno, y también los suburbios del mismo, por el mapa de la
palabra de Dios, que por ir allá. Y si tales niños al regresar no se vuelven los hijos confirmados del diablo, y
comprueban que la rebelión es la calamidad de su país y de la iglesia, que agradezcan a la gracia especial, y no a
sus padres o a sí mismos. Ellos sobrevaloran esa vanidad que llaman educación, que arriesgará la sustancia (aún
la sabiduría, la santidad y la salvación celestiales) por ir tan lejos en pos de una sombra vana.

Directriz XVI. Enseñad a vuestros hijos a conocer lo precioso que es el tiempo, y no les toleres que malgasten
una hora. Manténte a menudo hablándoles de cuán preciosa cosa es el tiempo, y de cuán corta es la vida del
hombre, y cuán grande es su obra, y cómo nuestra vida duradera de gozo o de miseria dependen de esta pequeña
porción de tiempo: háblales duramente del pecado de aquellos que malgastan su tiempo en juegos sin sentido; y
mantén tu vigilancia en todas sus horas, y no les permitas que pierdan el tiempo por exceso de sueño, o exceso
de juego o en cualquier otra forma; sino involúcrales en alguna ocupación que sea digna del empleo de su
tiempo.

Entrena a tus hijos en una vida de diligencia y trabajo, y acostúmbrales no a la facilidad o a la holgazanería
cuando estén jóvenes [3]. Nuestros vagabundos mendigos, y muchos de entre la clase acomodada, arruinan
completamente a sus hijos por estos medios y especialmente el sexo femenino. A ellas usualmente no se les
entrena en su llamado, ni son ejercitadas en un empleo, sino solamente en lo necesario para ornamentar y para
la recreación, cuando mucho; y por lo tanto no debiesen tener sino solo horas de recreación, las cuales son solo
una pequeña proporción de su tiempo. Así que, por el pecado de sus padres muy temprano en sus vidas están
involucrados en una vida de holgazanería, la cual después es para ellos sumamente difícil de vencer; así son
enseñados a vivir como el cerdo o la lombriz solitaria que viven solamente para vivir, y hacen muy poco bien en
el mundo al vivir: levantarse, vestirse, adornarse, tomar un paseo, y luego al almuerzo, y después a las cartas o
los dados, o a las charlas y pláticas vacías, o a algo de juego, o de visita, o a la recreación, y después a la cena, y
a platicar otra vez, y a la cama. Esta es la lamentable vida de muchos que tienen grandes obligaciones para con
Dios, y muchos más grandes asuntos que hacer, si se les informara cuáles son. Y si presentan algunas palabras
de oración hipócritas y sin pasión piensan que han pasado el día piadosamente; sí, la salud de muchos está
completamente arruinada, por tal educación holgazana y carnal. Así tal desuso de la vida les incapacita para el
movimiento y el ejercicio, los cuales son necesarios para preservar su salud. Debiera mover nuestro corazón con
lástima el ver cómo las casas de muchos de la más alta alcurnia son parecidos a hospitales; y la educación ha
hecho, especialmente a las mujeres, como lisiadas, o enfermas o postradas en cama; de manera que una parte
del día que debiese ser invertida en algún empleo beneficioso es pasado en cama, y el resto en hacer nada, o
peor que nada; y la mayor parte de su vida se vuelve miserable por las enfermedades, de manera que si aún usan
sus piernas para moverse de un lugar a otro se quedan sin respiración, y son una carga para sí mismos, y pocos
de ellos viven poco más de la mitad de sus días. Además, pobres criaturas, si sus propios padres no les hubieran
traicionado entregándolos a los pecados de Sodoma, el orgullo, la hartura de pan, la abundancia de pereza, ellos
podrían haber estado llenos de salud, y vivido como personas Cristianas honestas, y sus piernas y brazos les
pudieran haber servido para el uso, lo mismo que para la integridad y el ornamento.

Directriz XVII. Que la corrección necesaria sea usada con discreción, de acuerdo a las siguientes normas:

1. Que no sea tan irregular (si es necesario) como para dejarles sin temor, y así hacer de la corrección algo sin
efecto; y que no sea tan frecuente como para desalentarlos, o producir en ellos un odio por sus padres.

2. Que sea diferenciado acorde con los diferentes temperamentos de vuestros hijos; algunos son tan tiernos y
apocados, y muy aptos para ser desalentados, que muy poca o ninguna corrección puede ser lo mejor; y algunos
son tan endurecidos y obstinados que debe haber mucha y bastante aguda que los aleje de la disolución y el
desacato.

3. Que sea más por razón del pecado contra Dios (como el mentir, engañar con las palabras, hablar sucio,
profanidad, etc.) que por faltas relacionadas con tus asuntos mundanos.

4. Corrígeles no con tus pasiones encendidas, pero permanece hasta que perciban que estás calmado; porque de
lo contrario pensarán que tu ira, más bien que tu razón, es la causa de la corrección.

5. Siempre muéstrales la ternura de tu amor, y cuán poco dispuesto estás a corregirles si es que se pudiera
reformarlos de una manera más fácil; y convénceles de que lo haces para su bien.

6. Haz que lean aquellos textos de la Escritura que condenan sus pecados, y luego aquellos que te ordenan a ti
que les corrijas. Como por ejemplo, si el mentir fuera el pecado, vuélvelos primero a Prov. 12:22, "Los labios
mentirosos son abominables para Jehová, pero le complacen quienes actúan con verdad". Y Prov. 13:5, "El justo
aborrece la palabra mentirosa". Juan 8:44, "Vosotros sois de vuestro padre el diablo... Cuando habla mentira, de
suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira". Apocalipsis 22:15, "Mas los perros estarán fuera... y todo
aquel que ama y hace mentira". Y luego dirígelo hacia Proverbios 13:24, "El que detiene el castigo, a su hijo
aborrece; Mas el que lo ama, desde temprano lo corrige". Prov. 29:15, "La vara y la corrección dan sabiduría;
Mas el muchacho consentido avergonzará a su madre". Prov. 22:15, "La necedad está ligada en el corazón del
muchacho; Mas la vara de la corrección la alejará de él". Prov. 23:13, 14, "No rehúses corregir al muchacho;
Porque si lo castigas con vara, no morirá. Lo castigarás con vara, Y librarás su alma del Seol". Prov. 19:18,
"Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza; Mas no se apresure tu alma para destruirlo". Pregúntale si
preferiría que le descuidaras y así él continuara desobedeciendo a Dios, o si preferiría que le odiaras y
destruyeras su alma. Y cuando su razón sea convencida de la sensatez de corregirle entonces ésta será mucho
más exitosa.
Directriz XVIII. Que tu propio ejemplo enseñe a tus hijos que la santidad y la vida centrada en lo celestial, y la
pureza e inocencia de la vida y de la lengua, es lo que tú deseas para ellos, tanto que lo aprendan como que lo
practiquen. El ejemlo de los padres es más poderoso con los niños, tanto para el bien como para el mal. Si ellos
te ven vivir en el temor de Dios esto hará mucho para persuadirlos de que este es el curso más necesario y
excelente para la vida, y que ellos también deben hacer lo mismo; y si ven que vives una vida carnal, de excesos
e impía, y te oyen maldecir o jurar, o hablar suciedades o con engaños, esto les estimulará tremendamente a
imitarte. Si nunca les habláis del bien, pronto llegarán a creer más en vuestras malas vidas que en vuestras
buenas obras.

Directriz XIX. Escoged tal llamado y curso de vida para tus niños, como el que se ocupa diligentemente de la
salvación de sus almas, como el que es digno de su utilidad pública tanto para la iglesia como para el estado
(N.T.: la vida civil). No escojas un llamado que sea más inclinado a las tentaciones y a los obstáculos para su
salvación, aunque este llamado les haga ricos; sino un llamado que les permita algo de solaz para hacer
memoria de las cosas con consecuencias eternas, y obtengan oportunidades para mejorar y para hacer el bien. Si
tienen que laborar como aprendices, o como sirvientes, en cuanto sea posible, colócalos con hombres temerosos
de Dios; y no con el tipo de gentes que les endurezcan en sus pecados.

Directriz XX. Cuando tengan edad de casarse, y lo encuentres necesario, ocúpate en facilitar para ellos
amistades que les sean convenientes. Cuando los padres se quedan demasiado tiempo con ellos, y no realizan
sus ocupaciones en esta área, sus hijos a menudo escogen por ellos mismos para su propia ruina; pues escogen
no por juicio, sino por afectos ciegos.

Habiéndoles pues dicho las responsabilidades comunes de los padres para con sus hijos, paso ahora a decirles lo
que pertenece particularmente a cada padre; pero para evitar redundancia solamente desearía que recordárais
especialmente estas dos directrices:

1. Que la madre que aún esté presente cuando los hijos sean jóvenes que sea muy diligente en enseñarles e
inculcar en sus pensamientos cosas buenas. Cuando los padres se encuentran lejos de casa, las madres tienen
oportunidades más frecuentes para instruirles, y continuar hablándoles de aquello que es lo más necesario y de
vigilar sobre ellos. Este es el servicio más grande que la mayoría de mujeres pueden hacer para Dios en el
mundo: más de una iglesia que ha sido bendecida con un buen ministro puede agradecer la piadosa educación
de las madres; y muchas de las miles de almas en los cielos pueden agradecer el cuidado santo y diligente de las
madres, como el primer medio efectivo. De esta manera las buenas mujeres (por medio de la buena educación
de sus hijos) son de manera ordinaria grandes bendiciones tanto para la iglesia como para el estado. (Y así
algunos entienden I Timoteo 2:15, en la frase "engendrando hijos", significando educar hijos para Dios; pero yo
más bien pienso que se refiere a María dando a luz al Cristo, la simiente prometida).

2. Por todos los medios haced que los niños sean enseñados a leer, sea que seas demasiado pobre, estando
dispuestos a hacer cualquier ajuste; de lo contrario los privas de una ayuda singular para su instrucción y
salvación. Es sumamente lamentable que una Biblia pudiera llegar a significar algo más que una muesca a una
criatura racional, como para llegar a leerla por sí mismos: y que tantos libros excelentes que hay en el mundo
para ellos se encuentren como sellados o permanezcan totalmente insignificantes.

Pero si Dios no te concede hijos, y te ahorra todo este cuidado y labor, no te aflijas, sino muéstrate agradecido,
pensando que esto es lo mejor para ti. Recuerda de cuánta cantidad de trabajo, y de dolores, y de congojas del
corazón Él te ha liberado, y cuán pocos corren con éxito cuando los padres han hecho su mejor esfuerzo: qué
vida de miseria es ésta a través de la cual los niños deben de pasar, y de cuán triste el temor de su pecado y su
condenación hubiesen sido para ti.
Richard Baxter fue un célebre teólogo no conformista, poeta y escritor de himnos, escritor del famoso libro “El Pastor reformado” que
ha servido como una corta guía y explicación de las labores pastorales, se cuenta que Spurgeon le pedía a su esposa que se lo leyera
cada tarde de domingo antes del culto nocturno.

LA SANGRE DEL ROCIAMIENTO Y LOS NIÑOS


C. H. Spurgeon (1834-1892)
“Y Moisés convocó a todos los ancianos de Israel, y díjoles: Sacad y tomaos corderos por vuestras familias, y
sacrificad la pascua. Y tomad un manojo de hisopo, y mojadle en la sangre que estará en una jofaina, y untad el
dintel y los dos postes con la sangre que estará en la jofaina; y ninguno de vosotros salga de las puertas de su
casa hasta la mañana. Porque Jehová pasará hiriendo a los Egipcios; y como verá la sangre en el dintel y en los
dos postes, pasará Jehová aquella puerta, y no dejará entrar al heridor en vuestras casas para herir. Y guardaréis
esto por estatuto para vosotros y para vuestros hijos para siempre. Y será, cuando habréis entrado en la tierra
que Jehová os dará, como tiene hablado, que guardaréis este rito. Y cuando os dijeren vuestros hijos: ¿Qué rito
es este vuestro? Vosotros responderéis: Es la víctima de la Pascua de Jehová, el cual pasó las casas de los hijos
de Israel en Egipto, cuando hirió a los Egipcios, y libró nuestras casas. Entonces el pueblo se inclinó y adoró” –
Éxodo 12:21-27

EL cordero pascual era un prototipo especial de nuestro Señor Jesucristo. No deducimos esto por el hecho
general de que todos los sacrificios en la antigüedad eran una sombra de la sustancia única y verdadera; sino
que el Nuevo Testamento nos asegura que “nuestra pascua, que es Cristo, fue sacrificada por nosotros” (1

Cor. 5:7). Así como el cordero pascual no debía tener mancha, tampoco la tenía nuestro Señor, y la muerte y
asado al fuego de aquel cordero tipifica su muerte y sufrimiento. Aun con respecto al tiempo, nuestro Señor fue
el cumplimiento del prototipo, porque su crucifixión sucedió en la pascua. Así como el sello deja su impresión,
el sacrificio de nuestro Señor coincide con todos los elementos de la ceremonia pascual. Lo vemos “separado”
de entre los hombres, y llevado como un cordero al matadero; vemos su sangre derramada y rociada; lo vemos
ardiendo en el fuego de la angustia; por fe nos alimentamos de él y damos sabor al banquete con las hierbas
amargas de la penitencia. Vemos a Jesús y la salvación donde el ojo carnal sólo ve un cordero sacrificado y a un
pueblo salvado de la muerte.

El Espíritu de Dios en la ceremonia pascual enfatiza de manera especial el rociar la sangre. Aquello a lo que los
hombres tanto se oponen, él diligentemente presenta como la cabeza y el frente de la revelación. La sangre del
cordero escogido se recogía en un tazón y no se derramaba en el suelo desperdiciándola; porque la sangre de
Cristo es preciosísima. En este o tazón con sangre se mojaba un manojo de hisopo. Los ramilletes de ese
pequeño arbusto retenían las gotas carmesí de modo que pudieran ser rociadas con facilidad. Luego el padre de
familia iba afuera y golpeaba el dintel y los dos postes a los costados de la puerta con el hisopo, y de esta
manera la casa quedaba marcada con rayas carmesí. No se ponía sangre en el umbral. ¡Ay del hombre que
pisotea la sangre de Cristo y la trata como una cosa impura! ¡Ay! Me temo que muchos lo están haciendo en
esta hora, no sólo los que andan en el mundo, sino también los que profesan a Cristo y se llaman cristianos a sí
mismos.

Procuraré presentar dos cosas. Primero, la importancia que se adjudica a la sangre rociada, y, segundo, la
institución relacionada con ella, principalmente, que los niños deben recibir instrucción con respecto al
significado del sacrificio a fin de que ellos a su vez lo enseñen a sus hijos, y mantengan vivo el recuerdo de la
gran liberación que obró el Señor.

I. Primero, LA IMPORTANCIA QUE SE ADJUDICA A LA SANGRE ROCIADA resulta muy claro aquí. Se
nota un esfuerzo especial para que el sacrificio sea visto, sí, para obligar a toda la gente a verlo.

Observo, primero, que se convirtió en la marca nacional y la siguió siendo. Si hubiera usted recorrido las calles
de Menfis o Rameses la noche de Pascua, hubiera podido identificar quiénes eran los israelitas y quiénes los
egipcios por una marca conspicua. No hubiera tenido que esconderse debajo de la ventana a fin de escuchar lo
que se hablaba en la casa, ni esperar a que alguien saliera a la calle para poder observar su vestimenta. Esta
señal sola sería indicación suficiente –el israelita tenía la marca de sangre en su puerta, el egipcio no. Téngalo
por seguro, éste sigue siendo el gran punto de diferencia entre los hijos de Dios y los hijos del maligno. Existen,
en realidad, dos denominaciones sobre esta tierra –la iglesia y el mundo; aquellos que son justificados en Cristo
Jesús y aquellos que están condenados en sus pecados. Esto será la señal que nunca falla del “verdadero
israelita”; él ha acudido a la sangre rociada, que manifiesta cosas mejores que las de Abel. El que cree en el Hijo
de Dios, como el único sacrificio aceptado por el pecado, tiene salvación, y el que no cree en él morirá en sus
pecados. La verdadera Israel confía en el sacrificio ofrecido una vez por el pecado; es su descanso, su consuelo,
su esperanza. En cuanto a los que no confían en el sacrificio expiatorio, han rechazado el consejo de Dios en su
contra, declarando de esta manera su verdadero carácter y condición. Jesús dijo: “No creéis, porque no sois de
mis ovejas, como les he dicho”, y la falta de fe en el derramamiento de sangre, sin el cual no hay remisión de
pecado, es la marca de condenación de aquel que es un extraño para la congregación de Israel. No lo dudemos:
“Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios” (Vea 2 Juan 9, en la
Versión Revisada.) Aquel que no acepta la propiciación que Dios ha establecido tiene que cargar con su propia
iniquidad. No obstante, nada más justo, nada más terrible puede sucederle a tal hombre que el hecho de que su
iniquidad no sea purgada eternamente por ningún sacrificio ni ninguna ofrenda. Si rechaza a su Hijo, no importa
cuál sea su supuesta justicia, ni cómo piensa encomendarse a Dios, él lo rechazará a usted. Si acude ante Dios
sin la sangre expiatoria, y no está incluido en la herencia del pacto, entonces no se cuenta entre el pueblo de
Dios. El sacrificio es la marca nacional de la Israel espiritual, y el que no la tiene es un extraño; no tendrá
herencia entre los santificados, ni verá al Señor en gloria.

En segundo lugar, así como esto era una marca nacional, era también la señal salvadora. Aquella noche el Ángel
de la Muerte extendió estruendosamente sus alas y voló descendiendo sobre las calles de Egipto para herir a los
poderosos y a los humildes, a los príncipes primogénitos y a los primogénitos de las bestias, de modo que en
cada casa y en cada establo alguno moría. Donde veía la marca de la sangre, no entraba para herir; pero en los
demás lugares la venganza del Señor cayó sobre los rebeldes. Las palabras son extraordinarias: “Pasará Jehová
aquella puerta, y no dejará entrar al heridor en vuestras casas para herir.” ¿Qué frena la espada? Ninguna otra
cosa que la mancha de sangre en la puerta. No obstante, deseo hacerles notar de manera muy especial, las
palabras en el versículo 23: “Porque Jehová pasará hiriendo a los Egipcios; y como verá la sangre en el dintel y
en los dos postes, pasará Jehová aquella puerta.” ¡Qué expresión instructiva! “Como verá la sangre.” Es algo
muy reconfortante para usted y para mi contemplar la expiación; porque de esta manera obtenemos paz y
descansamos; pero, después de todo, la gran razón de nuestra salvación es que el Señor mismo mira la expiación
y, por su justicia, se siente muy complacido. En el versículo 13 escuchamos decir al Señor mismo: “Y veré la
sangre y pasaré de vosotros. ”

La base de nuestra salvación no es el que nosotros veamos la sangre rociada, sino que Dios la vea. La
aceptación de Cristo por parte de Dios es la garantía segura de la salvación de aquellos que aceptan su
sacrificio. Amado, cuando su mirada de fe es opaca, cuando de sus ojos fluyen copiosas lágrimas, cuando la
oscuridad del sufrimiento empaña su vista, entonces Jehová ve la sangre de su Hijo, y lo libra a usted. En la
densa oscuridad, cuando no puede ver nada, el Señor Dios nunca deja de ver en Jesús lo que mucho le complace
y aquello con lo cual la ley se cumple. Él no dejará que el destructor se le acerque y le dañe, porque él ve en
Cristo aquello que vindica su justicia y establece la regla de la ley. La sangre es la marca salvadora.

Oh mi oyente, culpable y autocondenado, si acude ahora y confía en Jesucristo, sus pecados, que son muchos,
serán perdonados, y amará usted tanto a cambio, que todas las inclinaciones y los prejuicios de su mente se
transformarán de pecado a una obediencia llena de gracia.

Note, a continuación, que la marca de la sangre se colocó de la manera más conspicua posible. Los israelitas,
aunque comieron el cordero pascual en la quie-tud de sus propias familias, el sacrificio no era ningún secreto.
No pusieron la marca indicadora en la pared de una habitación interior, ni en algún lugar donde la podían cubrir
con cuadros a fin de que nadie los viera; sino que golpearon la parte superior de la entrada y los dos postes a los
costados de la puerta, a fin de que todo el que pasaba frente a la casa podía ver que estaba marcada de un modo
peculiar; y marcada con sangre. El pueblo del Señor no se avergonzó de poner en esta forma la sangre en el
frente de cada vivienda: y los que son salvos por el gran sacrificio no deben tratar la doctrina de substitución
como una creencia que se guarda en un rincón, para tener en secreto, que no confiesa en público. No debemos
avergonzarnos de hablar en ninguna parte de la muerte de Jesús en nuestro lugar como nuestra redención. Está
pasada de moda y es anticuada, dicen nuestros críticos; pero no nos avergonzamos de anunciarla a los cuatro
vientos, y de confesar nuestra confianza en ella. El que se avergüenza de Cristo en esta generación, Cristo se
avergonzará cuando venga en la gloria de su Padre acompañado de todos sus santos ángeles. Cunde una teología
en el mundo que admite la muerte de Cristo en algún lugar indefinido de su sistema, pero ese lugar es una
posición muy inferior: Yo reclamo para la expiación el frente y el centro, el Cordero debe estar en medio del
trono.

El gran sacrificio es el lugar de reunión para la semilla escogida: nos reunimos ante la cruz, al igual como cada
familia israelita se reunió alrededor de la mesa donde se había colocado el cordero, y dentro de la casa marcada
con sangre. En lugar de considerar el sacrificio vicario como algo muy lejano, lo consideramos como el centro
de la iglesia. No, aún más, es de tal manera el centro vital, totalmente esencial, que quitarlo es arrancar el
corazón de la iglesia. La congregación que ha rechazado el sacrificio de Cristo no es una iglesia, sino una
asamblea de inconversos. Acerca de la iglesia puedo decir ciertamente: “La sangre es su vida”. Al igual que de
la doctrina de justificación por fe, de la doctrina de un sacrificio vicario dependerá el éxito o el fracaso a cada
iglesia: la expiación por el sacrificio sustituto de Cristo significa vida espiritual, y rechazarla es lo opuesto. Por
lo tanto, nunca debemos avergonzarnos de esta verdad tan importante, sino hacerla lo más conspicua posible.
“Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; mas a los que se salvan,... es potencia de Dios.”

Además, la sangre rociada no sólo era muy conspicua, sino que era muy preciada por el pueblo mismo debido al
hecho de que confiaban en ella de la manera más implícita. Después de que los postes de la puerta habían sido
marcados, las familias entraron a sus casas, cerraron la puerta, y no la volvieron a abrir hasta la mañana.
Adentro, se ocuparon de asar el cordero, preparar las hierbas amargas, ceñir sus lomos, aprontarse para la
marcha, etc. Pero hicieron todo esto sin temor al peligro, auque sabían que el destructor andaba suelto. El
mandato de Dios fue: “ninguno de vosotros salga de las puertas de su casa hasta la mañana.” ¿Qué estaría
sucediendo en la calle? No debían salir a ver. La medianoche había llegado. ¿Acaso no lo oyeron? ¡Escuchen
ese grito terrible! ¡Otra vez un chillido desgarrador! ¿Qué es? La madre ansiosa pregunta: “¿Qué será?” “Y
había un gran clamor en Egipto.” Los israelitas no debían hacer caso a ese clamor ni quebrantar la orden divina
que los encerró por un momentito, hasta que hubiera pasado la tormenta. Quizá las personas que dudaron
durante esa noche terrible habrán dicho: “Está sucediendo algo terrible. ¡Escuchen esos gritos! Escuchen el
pisoteo de la gente en las calles, en su apresurado ir y venir! Quizá esto sea una conspiración para matarnos en
la oscuridad de la noche.” “Ninguno de vosotros salga de las puertas de su casa hasta la mañana” fue suficiente
para todos los que realmente creían. Estaban a salvo y lo sabían, y, entonces, como los polluelos bajo las alas de
la gallina, descansaron a salvo de todo mal. Amados, hagamos lo mismo. Honremos la sangre preciosa de Cristo
no sólo hablando valientemente de ella a los demás, sino confiando tranquila y felizmente en ella. Descansemos
totalmente seguros. ¿Cree usted que Jesús murió por usted? Entonces, esté en paz.

Notemos a continuación, que el derramamiento de sangre pascual debía mantenerse como un recordatorio
eterno. “Y guardaréis esto por estatuto para vosotros y para vuestros hijos para siempre.” Mientras Israel
siguiera siendo un pueblo, debían observar la pascua: mientras hay un cristiano sobre la tierra, la muerte
sacrificial del Señor Jesús debe ser recordado. Ni el correr de los años ni el progreso de su pensamiento podía
quitarle a Israel el recuerdo del sacrificio pascual. Era verdaderamente una noche para recordar aquella en que
el Señor librara a su pueblo de la esclavitud en Egipto. Fue una liberación tan maravillosa, incluyendo las plagas
que la precedieron y el milagro en el Mar Rojo que la siguió, que ningún evento puede excederlo en interés y
gloria. Amados, debemos declarar y dar testimonio de la muerte de nuestro Señor Jesucristo hasta que él venga.
Nunca se podrá descubrir una verdad que le dé sombra a su muerte sacrificial. Ocurra lo que ocurra, aunque
venga en las nubes del cielo, nuestro canto será eternamente: “Al que nos amó y nos ha lavado de nuestros
pecados con su sangre.” En medio del esplendor de su reinado sin fin será “el Cordero que está en medio del
trono”. Cristo como el sacrificio por el pecado será siempre el tema de nuestros aleluyas: “Fuiste herido.” En
cuanto a nosotros, escuchamos que el Señor nos dice: “Y guardaréis esto por estatuto para vosotros y para
vuestros hijos para siempre” y así lo haremos. “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” es nuestro
orgullo y gloria. Dejemos que otros vayan por donde quieran, nosotros permaneceremos en él quien cargó con
nuestros pecados en su propio cuerpo en la cruz.

Noten ahora, queridos amigos, que cuando el pueblo entró en la tierra donde no había entrado jamás ningún
egipcio, siguieron recordando la pascua. “Y será, cuando habréis entrado en la tierra que Jehová os dará, como
tiene hablado, que guardaréis este rito.” En la tierra que fluía leche y miel se seguiría recordando la sangre
rociada. Nuestro Señor Jesús no es sólo para el primer día en que nos arrepentimos, sino para todos los días de
nuestra vida: lo recordamos tanto en medio de nuestros más grandes gozos espirituales como en nuestras más
profundas tristezas. El cordero pascual es para Canaán tanto como para Egipto, y el sacrificio por el pecado es
para nuestra seguridad total tanto como para nuestra temblorosa esperanza. Usted y yo nunca lograremos un
estado de gracia tal que podamos prescindir de la sangre que limpia el pecado.

Además, hermanos, quiero que noten bien que este rociamiento de la sangre debía ser un recuerdo que saturaba
todo.

Reflexione en este pensamiento: los hijos de Israel no podían salir de ni entrar a sus casas sin el recuerdo de la
sangre rociada. Estaba sobre sus cabezas; debían pasar por debajo de ella. Estaba a la derecha y a la izquierda:
estaban rodeados de ella. Casi podían decir también: “¿adónde nos esconderemos de tu presencia?” Ya sea que
miraran sus propias puertas, o las de sus vecinos, allí estaban las tres rayas. Y esto no era todo; cuando dos
israelitas se casaban, y se ponía el fundamento de la familia, había otro recordatorio. El joven esposo y su
esposa tenían el gozo de contemplar a su primogénito, y entonces recordaban lo que el Señor había dicho:
“Santíficame todo primogénito”. Como Israelita, le explicaba esto a su hijo, y decía: “Jehová nos sacó con mano
fuerte de Egipto, de casa de servidumbre; y endureciéndose Faraón en no dejarnos ir. Jehová mató en la tierra de
Egipto a todo primogénito, desde el primogénito humano hasta el primogénito de la bestia: y por esta causa yo
sacrifico a Jehová todo primogénito macho, y redimo todo primogénito de mis hijos. ” El inicio de cada familia
que conformaba la nación israelita era, de esta manera, un recordatorio especial del rociamiento de la sangre.

Hermanos, debemos ver todo en este mundo a la luz de la redención, y entonces veremos correctamente. Es un
cambio maravilloso, ya sea que usted considere la providencia desde el punto de vista de los méritos humanos o
desde el pie de la cruz. Todas las cosas se ven como realmente son cuando se miran a través del cristal, el cristal
carmesí del sacrificio expiatorio. Use este telescopio de la cruz, y verá lejos y claramente; mire a los pecadores
a través de la cruz; mire a los santos a través de la cruz; mire el pecado a través de la cruz; mire las alegrías y las
tristezas a través de la cruz; mire el cielo y el infierno a través de la cruz. Vea qué conspicua debía ser la sangre
de la pascua, y luego aprenda de todo esto a dar importancia al sacrificio de Jesús, sí, a darle la máxima
importancia, porque Cristo es todo.

Amados, ahora ven cómo se hizo todo lo posible por colocar la sangre del cordero pascual en una posición de
primera prioridad para el pueblo a quien el Señor sacó de Egipto. Ustedes y yo debemos hacer todo lo que se
nos ocurra para dar a conocer y mantener siempre ante la vista de los hombres la doctrina preciosa del sacrificio
expiatorio de Cristo. Él fue hecho pecado por nosotros aunque no conoció pecado, a fin de que fuéramos hechos
la justicia de Dios en él.

II. Y ahora dedicaré un momento a recordarles LA INSTITUCIÓN QUE SE RELACIONABA CON EL


RECORDATORIO DE LA PASCUA. “Y cuando os dijeren vuestros hijos: ¿Qué rito es este vuestro? Vosotros
responderéis: Es la víctima de la Pascua de Jehová.”

Tenemos que despertar lo curiosidad de nuestros hijos. ¡Oh, que pudiéramos conseguir que formularan
preguntas acerca de las cosas de Dios! Algunos preguntan a muy temprana edad, otros parecen enfermos de la
misma indiferencia que los mayores. Tenemos que encarar ambas posturas. Es bueno explicar a los niños la
ordenanza de la Cena del Señor, porque muestra simbólicamente la muerte de Cristo. Lamento que los niños no
ven esta ordenanza más a menudo. El bautismo y la Cena del Señor debería colocarse a la vista de la nueva
generación, a fin de que pudieran preguntarnos; “¿Qué rito es este vuestro?” Ahora bien, la Cena del Señor es
un sermón evangelístico perenne, y enfoca principalmente el sacrificio por el pecado. Uno puede eliminar del
púlpito la doctrina de la expiación, pero siempre vivirá en la iglesia a través de la Cena del Señor. No se puede
explicar el pan partido y la copa llena del jugo del fruto de la vid, sin hacer referencia a la muerte expiatoria de
nuestro Señor. No se puede explicar “la comunión del cuerpo de Cristo” sin incluir, de una forma u otra, la
muerte de Jesús en nuestro lugar. Deje, pues que sus pequeños vean la Cena del Señor, y explíqueles claramente
lo que representa. Y si no en la Cena del Señor –porque esa no es la cuestión en sí, sino sólo la sombra del
hecho glorioso— hable mucho y frecuentemente en la presencia de ellos acerca de los sufrimientos y la muerte
de nuestro Redentor. Déjelos pensar en Getsemaní, en Gabata y en el Gólgota, y déjelos aprender a cantar
canciones de Aquel que dio su vida por nosotros. Cuénteles quién fue el que sufrió y por qué. Sí, aunque no me
gustan algunas de las expresiones del himno, yo haría que los niños cantaran—

“Hay un cerro verde en la lejanía Sin el muro de la ciudad.”


Y les haría aprender líneas como éstas:

“Sabía Jesús lo impío que habíamos sido, Y que Dios el pecado debe castigar;

Así que por misericordia dijo,


Que el castigo nuestro él habría de cargar.”

Y cuando el mejor de los temas haya captado su atención, estemos preparados para explicar el gran pacto por
medio del cual aun siendo Dios justo, los pecadores reciben justificación. Los niños pueden comprender bien la
doctrina del sacrificio expiatorio; su intención fue que fuera el evangelio para los más jóvenes. El evangelio de
la sustitución es una cosa simple, aunque es un misterio. No debemos descansar hasta que nuestros pequeños
conozcan y confíen en el sacrificio consumado. Este es un conocimiento esencial, y la clave a todas las demás
enseñanzas espirituales. Conozcan la cruz nuestros hijos queridos, y habrán comenzado bien. Entre todo lo que
aprenden, aprendan a adquirir conocimiento sobre esto, y habrán puesto bien el fundamento.

Esto requiere que usted le enseñe al niño su necesidad de un Salvador. No debe descuidar esta tarea necesaria.
No alabe al niño con palabrerías engañosas diciéndole que su naturaleza es buena y que necesita desarrollarla.
Dígale que debe nacer de nuevo. No lo aliente con la noción de su propia inocencia, sino muéstrele su pecado.
Mencione los pecados infantiles por los cuales tiene una inclinación, y ore que el Espíritu Santo obre una
convicción en su corazón y su conciencia. Trate a los niños de la misma manera como trata a los adultos. Sea
preciso y honesto con ellos. La religión superficial no es buena ni para el joven ni para el adulto. Estos niños y
estas niñas necesitan el perdón por medio de la sangre preciosa tanto como la necesita cualquiera de nosotros.
No vacile en explicarle al niño las consecuencias; de otra manera no deseará el remedio. Cuéntele también el
castigo del pecado, y adviértale de su terror. Sea tierno, pero sea veraz. No esconda la verdad del joven pecador,
no importa lo terrible que sea. Ahora que ha llegado a la edad en que es responsable de sus decisiones, si no cree
en Cristo, le irá mal en aquel gran día. Háblele del Día del Juicio y recuérdele que tendrá que rendir cuentas por
las cosas realizadas corporalmente. Trabaje para despertar la conciencia, y ore que Dios el Espíritu Santo obre
por intermedio suyo hasta que el corazón se ablande y la mente perciba la necesidad de la gran salvación.

Los niños necesitan aprender la doctrina de la cruz a fin de encontrar una salvación inmediata. Doy gracias a
Dios porque en nuestra escuela dominical se cree en la salvación de los niños como niños. ¡Cuántas veces he
tenido el gozo de ver a niños y niñas pasar adelante para confesar su fe en Cristo! Y quiero decir nuevamente
que los mejores convertidos, los convertidos más sinceros, los convertidos más inteligentes que jamás hemos
tenido han sido los pequeños; y, en lugar de carecer de conocimiento de la Palabra de Dios y de las doctrinas de
gracia, por lo general hemos descubierto que conocen bien las verdades cardinales de Cristo. Muchos de estos
queridos niños han contado con la capacidad de hablar acerca de las cosas de Dios con gran gozo en el corazón
y con la fuerza que da la comprensión. Sigan adelante, queridos maestros, y crean que Dios salvará a sus niños.
No se contenten con sembrar principios en sus mentes que posiblemente puedan desarrollar en años venideros;
pero trabajen para lograr una conversión inmediata. Esperen frutos en sus hijos mientras son niños. Oren por
ellos a fin de que no se vayan al mundo y caigan en los males del pecado, para luego volver con huesos rotos al
Buen Pastor; pero que puedan, por la abundante gracia de Dios, evitar las sendas del destructor y criarse en el
redil de Cristo, primero como corderos de su manada y luego como ovejas de su mano.

De una cosa estoy seguro, y esta es que si enseñamos a los niños la doctrina de la expiación en los términos más
explícitos, nos estaremos haciendo un favor. A veces tengo la esperanza de que Dios avive su iglesia y la
restaure a su fe de antaño por medio de su obra de gracia entre los niños. Si pudiéramos atraer a nuestras iglesia
una gran cantidad de jóvenes, ¡cómo aceleraría la sangre perezosa de los letárgicos y soñolientos! Los niños
cristianos tienden a mantener viva la casa. ¡Oh, que tuviéramos más de ellos! Si el Señor nos enseñara a enseñar
a los niños nos estaríamos enseñando a nosotros mismos. No hay mejor manera de aprender que enseñando, y
no sabe usted alguna cosa hasta poder enseñarla a otro. No sabe totalmente ninguna verdad hasta que no se la
haya presentado a un niño de manera que la pueda ver. Cuando procura que un niño pequeño comprenda la
doctrina de la expiación usted mismo obtiene conceptos más claros y, por lo tanto, le recomiendo este ejercicio
santo.

¡Qué bendición sería si nuestros hijos estuvieran firmemente cimentados en la doctrina de la redención por
medio de Cristo! Si reciben advertencias contra los evangelios falsos de esta edad maligna, y se les enseña a
confiar en la roca eterna de la obra consumada por Cristo, podemos esperar contar con una próxima generación
que mantendrá la fe y que será mejor que sus padres. Las escuelas dominicales son admirables, pero ¿cuál es su
propósito si en ellas no se enseña el evangelio? Se junta a los niños y se los mantiene quietos por una hora y
media, y luego se les envía a casa, pero ¿de qué sirve? Quizá represente un poco de quietud para sus papás y
mamás, y esa es, quizá la razón por la cual los mandan a la escuela dominical; pero el verdadero bien radica en
lo que se les enseña a los niños. Lo más prominente debe ser la verdad más fundamental, ¿y cuál es sino la
cruz? Algunos les hablan a los niños diciéndoles que deben ser buenos, etc.; es decir, ¡les predican la ley a los
niños aunque predicarían el evangelio a los adultos! ¿Es honesto esto? ¿Es sabio? Los niños necesitan el
evangelio, todo el evangelio, el evangelio no adulterado; deben tenerlo, y si son enseñados por el Espíritu de
Dios tienen la capacidad de recibirlo como las personas de edad madura. Enseñe a los pequeños que Jesús
murió, el justo por los injustos, para acercarnos a Dios. Con mucha, mucha confianza dejo esta obra en las
manos de los maestros de esta escuela. No he conocido nunca un grupo de hombres y mujeres cristianos más
nobles porque son tan sinceros en su apoyo al evangelio de antaño como ansiosos por ganar almas. Ánimo, mis
hermanos y hermanas: el Dios que ha salvado a tantos de su niños salvará a muchos más de ellos, y sentiremos
gran gozo en este Tabernáculo al ver a cientos que acuden a Cristo. ¡Concédelo, Dios, en nombre de Cristo!
Amén.

_______________________

Charles H. Spurgeon (1834-1892): influyente pastor bautista inglés que predicaba a 6.000 personas cada Día del
Señor en el Tabernáculo Metropolitano en Londres. El predicador más leído de la historia (aparte de los que se
encuentran en las Escrituras). En la actualidad, hay en circulación más material escrito por Spurgeon que por
ningún otro autor cristiano del pasado y del presente. Nació en Kelvedon, Essex.

EDUQUE A LOS NIÑOS PARA CRISTO


(Autor desconocido)
LA Iglesia del Señor Jesucristo fue instituida en este mundo pecador para procurar su conversión. Hace mil
ochocientos años recibió el mandato: “Predicad el evangelio a toda criatura.” Debe su tiempo, talentos y
recursos a su Señor, para cumplir su propósito. No obstante, “todo el mundo está puesto en maldad.” Pocos,
comparativamente hablando, han oído “el nombre de Jesús”; “que hay un Espíritu Santo” o que existe un Dios
que gobierna en la tierra.

En esta condición moral que afecta a este mundo, los amigos de Cristo han de considerar seriamente las
preguntas: “¿No tenemos algo más que hacer? ¿No hay algún gran deber que hemos pasado por alto; algún
pacto que hemos hecho con nuestro Señor, que no hemos cumplido?” Encontramos la respuesta si observamos a
los hijos de padres cristianos, quienes han profesado dedicar todo a Dios pero que, mayormente, han descuidado
educar a sus hijos con el propósito expreso de servir a Cristo en la extensión de su reino. Dijo cierta madre
cristiana, cuyo corazón está profundamente interesado en este tema: “Me temo que muchos de nosotros
pensamos que nuestro deber parental se limita a labores en pro de la salvación de nuestros hijos; que hemos
orado por ellos sólo que sean salvos; los hemos instruido sólo para que sean salvos.” Pero si ardiera en nuestro
corazón como una flama inextinguible el anhelo ferviente por la gloria de nuestro Redentor y por la salvación
de las almas, las oraciones más sinceras desde su nacimiento serían que no sólo ellos mismos sean salvos, sino
que fueran instrumentos usados para salvar a otros.

En lo que respecta al servicio de Cristo, parece ser que consiste en llegar a ser creyente, profesar la religión,
cuidar el alma de uno mismo, mantener una buena reputación en la iglesia, querer lo mejor para la causa de
Cristo, ofrendar cuanto sea conveniente para su extensión y, al final, dejar piadosamente este mundo y ser feliz
en el cielo. De este modo, “pasa una generación y viene otra” para vivir y morir de la misma manera. Y
realmente la tierra “permanece para siempre”, y la masa de su población sigue en ruinas si los cristianos siguen
viviendo así.

Existe, pues, la necesidad de apelar a los PADRES DE FAMILIA CRISTIANOS, en vista de la actual condición
del mundo. Usted da sus oraciones y una porción de su dinero. Pero, como dijera la creyente ya citada: “¿Qué
padre cariñoso no ama a sus hijos más que a su dinero? ¿Y por qué no han de darse a Cristo estos tesoros
vivientes?” Este “procurar lo nuestro, no las cosas que son de Cristo” debe terminar, si es que alguna vez el
mundo se convertirá. Debemos poner manos a la obra y enseñar a nuestros hijos a conducirse con fidelidad, de
acuerdo con ese versículo: “Y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, mas para aquel que
murió y resucitó por ellos.”

Entiéndanos. No decimos que dedique sus hijos a la causa de la obra misionera exclusivamente, o a alguna obra
de beneficencia. Debe dejar su designación al “Señor de la mies”. Él les asignará sus posiciones, sean públicas o
privadas; o esferas de extensa o limitada influencia, según “le parezca bien.” Su deber es realizar todo lo que
incluye el requerimiento “instruye a tus hijos en la ley de Jehová” con la seguridad de que llegará el momento
cuando la voz del Señor diga, con respecto a cada uno “el Señor tiene necesidad de él ”; y será guiado hacia esa
posición en que al Señor le placerá bendecirlo. Y si es retirada y humilde o pública y eminente, esté seguro de
esto: encontrará suficiente trabajo asignado a él y suficientes obligaciones designadas a él, como para
mantenerlo de rodillas, buscando gracia para fortalecerlo y para pedir el empleo intenso y diligente de todos sus
poderes mientras viva.

Por lo tanto, padres de familia cristianos, una pregunta interesante es: “¿Qué CUALIDADES prepararán mejor
a nuestros hijos para ser siervos eficaces de Cristo?” Hay muchas –relacionadas con el CORAZÓN, la MENTE
y la CONSTITUCIÓN FÍSICA.

Ante todo, piedad. Deben amar fervientemente a Cristo y su reino; consagrarse de corazón a su obra y estar
listos para negarse a sí mismos, y sacrificarse en la obra a la cual él puede llamarlos. Debe ser una piedad
sobresaliente, “Pero las cosas que para mí eran ganancias, helas reputado pérdidas por amor de Cristo”.

Dijo una mujer, actualmente esposa de un misionero americano: “Hacer y recibir visitas, intercambiar saludos
cordiales, ocuparse de la ropa, cultivar un jardín, leer libros buenos y entretenidos y aun asistir a reuniones
religiosas para complacerme a mí misma –nada de esto me satisface. Quiero estar donde cada detalle se
relacione, constantemente y sin reservas, con la eternidad. En el campo misionero espero encontrar pruebas y
obstáculos nuevos e inesperados; aun así, escojo estar allí y, en lugar de pensar que es difícil sacrificar mi hogar
y mi patria, siento que debo volar como un pájaro hacia aquella montaña.”

Una piedad tal que brilla y anhela vivir, trabajar y sufrir para Cristo es la primera y gran cualidad para inculcar
en su hijo. Es necesario actuar eficazmente para Cristo en cualquier parte, en casa o afuera; en una esfera
elevada o en una humilde. El Señor Jesús no tiene trabajo adaptado a los cristianos que viven en “un pobre
estado moribundo” con el cual tantos se conforman. Es todo trabajo para aquellos que son “firmes en la gracia
que es en Cristo Jesús”, y están dispuestos y decididos a ser “fieles hasta la muerte”.

Cualidades intelectuales. Es error de algunos pensar que cualidades mediocres bastan para “la obra de Cristo”.
¿Han de contentarse los cristianos con éstas en los negocios del reino del Redentor, cuando los hombres del
mundo no las aceptan en sus negocios? Tenga cuidado en pervertir su dependencia de la ayuda divina,
confiando que la calidez de su corazón compense su falta de conocimiento. El mandato: “Amarás al Señor tu
Dios con toda tu mente” se aplica tanto a la obra del Señor como al amor a él. Su hijo necesita una mente bien
equilibrada y cultivada tanto como necesita un corazón piadoso. No permita que sus anhelos por hacer el bien se
vean frustrados debido a su negligencia en ofrecerle una educación intelectual. No estamos diciendo que envíe a
todos sus hijos a la universidad, y a todas sus hijas a academias para señoritas, sino que los prepare para hacer
frente a las mentalidades bajo el dominio del pecado en cualquier parte; provistos de cualidades intelectuales
nada despreciables.

Cualidades relacionadas con la constitución física. Los intereses de la religión han sufrido ya bastante por el
quebrantamiento físico y la muerte prematura de jóvenes que prometían mucho. No dedique un hijo débil,
enfermizo al ministerio porque no es lo suficientemente robusto como para tener un empleo o profesión secular.
Nadie necesita una salud de hierro más que los pastores y misioneros. “Si ofrecen los cojos y enfermos en
sacrificio, ¿no es esto perverso?” Usted tiene una hija a quien la Providencia puede llamar a los sacrificios de la
vida misionera. No la críe dándole todos los caprichos, ni la deje caer en hábitos y modas que dañan la salud, ni
que llegue a ser una mujer “sensible y delicada, que por su delicadeza y sensibilidad no se aventura a poner su
pie en el suelo”, que queda librada a una sensibilidad morbosa o a un temperamento nervioso lleno de altibajos.
¿Se contentaría con dar semejante ofrenda al Rey de Sión? ¿Sería una bondad para con ella, quien puede ser
llamada a sufrir mucho y a quien le faltará la capacidad de resistencia, al igual que de acción que puede ser
adquirida por medio de una buena educación física? No: dedique “a Cristo y la iglesia” sus “jóvenes que son
fuertes” y sus hijas preparadas para ser compañeras de los tales en las obras y los sufrimientos en nombre de
Cristo.

Hasta aquí las cualidades. Hablaremos ahora más particularmente de los DEBERES DE LOS PADRES en
educar a sus hijos e hijas para la obra de Cristo.

Ore mucho, con respecto a la gran obra que tiene entre manos. “¿Quién es suficiente para estas cosas?” se
pregunta usted. Pero Dios dice: “Bástate mi gracia”. Manténgase cerca del trono de gracia con el peso de este
importante asunto sobre su espíritu. La mitad de su trabajo ha de hacerlo en su cámara de oración. Si falla allí,
fallará en todo lo que hace fuera de ella. Tiene que contar con sabiduría de lo Alto para poder formar siervos
para el Altísimo. Esté en comunión con Dios respecto al caso particular de cada uno de sus hijos. Al hacerlo,
obtendrá perspectivas de su deber que nunca podría haber obtenido por medio de la sabiduría humana; y sentirá
motivos que en ninguna otra parte se apreciarían debidamente. Sin duda, en el día final se revelarán las
transacciones de padres de familia cristianos con Dios, con respecto a sus hijos, que explicarán gozosamente el
secreto de su devoción y de lo útiles que fueron. Se sabrá entonces más de lo que se puede saber ahora,
especialmente en cuanto a las oraciones de las madres. La madre de Mill realizaba algunos ejercicios peculiares
en su cámara de oración, respecto a él, lo cual ayuda a entender su vida tan útil. Uno de nuestros periódicos
religiosos consigna el dato interesante de que “de ciento veinte alumnos en unos de nuestros seminarios
teológicos, cien eran el fruto de las oraciones de una madre, y fueron guiados al Salvador por los consejos de
una madre.” Vea lo que puede lograr la oración. “Sea constante en la oración.”
Cultive una tierna sensibilidad hacia su responsabilidad como padre. Dios lo hace responsable por el carácter de
sus hijos con relación a su fidelidad en usar los dones que le ha dado. Usted ha de “rendir cuentas” en el día del
juicio por lo que hace, o no hace, para formar correctamente el carácter de sus hijos. Puede educarlos de tal
manera que, por la gracia santificadora de Dios, sean los instrumentos para salvación de cientos, sí, de miles; o
que por descuidarlos, cientos, miles se pierdan, y la sangre de ellos esté en sus manos. No puede usted
deslindarse de esta responsabilidad. Debe actuar bajo ella y encontrarse con ella “en el juicio”. Recuerde esto
con un temor piadoso, a la vez que “exhórtese en el nombre del Señor”. Si es fiel en su cámara de oración y en
hacer lo que allí reconoce como su deber, encontrará la gracia para sostenerlo. Y el pensamiento será delicioso
al igual que solemne: “Se me permite enseñar a estos inmortales a glorificar a Dios por medio de la salvación de
las almas.”

3. Tenga usted mismo un espíritu devoto. Su alma debe estar sana y debe prosperar; debe arder con amor a
Cristo y su reino, y todas sus enseñanzas tienen que ser avaladas por un ejemplo piadoso, si es que a de guiar a
sus hijos a vivir devotamente. Alguien le preguntó al padre de numerosos hijos, la mayoría de ellos consagrados
al Señor: ¿Qué medios ha usado con sus hijos?

He procurado vivir de tal manera, que les mostrara que mi propio gran propósito es ir al cielo, y llevármelos
conmigo.

Empiece la instrucción religiosa TEMPRANO. Esté atento para ver las oportunidades para esto en todas las
etapas de la niñez. Las impresiones tempranas duran toda la vida, aun cuando las posteriores desaparecen. Dijo
una misionera americana: “Recuerdo particularmente que cierta vez, estando yo sentada en la puerta, mi mamá
se acercó y se paró junto a mí y me habló tiernamente acerca de Dios y de asuntos relacionados con mi alma, y
sus lágrimas cayeron sobre mi cabeza. Eso me convirtió en una misionera.” Cecil dice: “Tuve una madre
piadosa, siempre me daba consejos. Nunca me podía librar de ellos. Yo era un inconverso profeso, pero en aquel
entonces prefería ser un inconverso con compañía que estar solo. Me sentía desdichado cuando estaba solo. La
influencia de los padres se afe-rra al hombre; lo acosa; se pone continuamente en su camino.” John Newton
nunca pudo quitarse las impresiones que dejaron en él las enseñanzas de su madre.

Procure la conversión temprana de sus hijos. Considere cada día que siguen sin Cristo como un aumento del
peligro en que están y la culpa que llevan. Cuenta una misionera: “Alguien le preguntó a cierta madre que había
criado a muchos hijos, todos de los cuales eran creyentes consagrados, qué medios había usado para lograr su
conversión. Ella respondió: ‘Sentía que si no se convertían antes de los siete u ocho años, probablemente se
perderían; y cuando llegaban a esa edad, yo me angustiaba ante la posibilidad de que pasaran impenitentes a la
eternidad; y me acercaba al Señor con mi angustia. Él no rechazó mis oraciones ni me negó su misericordia. Ore
por esto: “Levántate y da voces en la noche, en el comienzo de las vigilias. Derrama como agua tu corazón ante
la presencia del Señor. Levanta hacia él tus manos por la vida de tus pequeñitos.” Espere el don temprano de
gracia divina basado en promesas como ésta: “Mi espíritu derramaré sobre tu generación, y mi bendición sobre
tus renuevos: y brotarán entre hierba, como sauces junto a las riberas de las aguas. Este dirá: Yo soy de Jehová;
el otro se llamará del nombre de Jacob; y otro escribirá con su mano, a Jehová, y se apellidará con el nombre de
Israel” (Isa. 44:3-5). La historia de algunas familias es un deleitoso cumplimiento de esta promesa. Los
corazones jóvenes son los mejores en los cuales echar, profunda y ampliamente, los fundamentos de una vida
útil. No se puede esperar que su hijo haga nada para Cristo hasta no verlo al pie de la cruz, arrepentido,
creyendo y consagrándose al Señor.

Algunos suponen que la religión no puede penetrar la mente del niño: que se requiere haber llegado a una edad
madura para “arrepentirse y creer el evangelio”. Por lo tanto, el niño creyente es considerado muchas veces
como un prodigio; y que la gracia en un alma joven es una dispensación de la misericordia divina demasiado
inusual como para esperar que suceda normalmente. “Padres”, decía cierta madre, “trabajen y oren por la
conversión de sus hijos.” Hemos visto a padres llorando por la muerte de sus hijos de cuatro, cinco, seis, siete
años, quienes no parecían sentir ninguna inquietud si acaso habrían muerto en un estado espiritual seguro,
ningún auto reproche por haber sido negligentes en procurar su conversión. Es un hecho interesante, y uno
serio, en relación con la negligencia de los padres, que se ha sabido de niños menores de cuatro años que han
sentido convicciones profundas de haber pecado contra Dios, y de su estado perdido, se han arrepentido de sus
pecados, han creído en Cristo, han demostrado su amor por Dios y han dado todas las evidencias de la gracia
que se observan en personas adultas. El biógrafo de la que fuera en vida la Sra. Huntington, cuenta que,
escribiéndole ella a su hijo “habla de tener un recuerdo vívido de una solemne consulta en su mente a los tres
años de edad con respecto a que si en ese momento era mejor ser creyente o no, y que había llegado a la
decisión que no.” La biografía de Janeway y de muchos otros prohíben la idea de que la religión en el corazón
joven sea un milagro, y muestran que los padres tienen razón de preocuparse ante la posibilidad que sus hijos
pequeños mueran sin esperanza, a la vez que se les debe alentar a procurar su conversión.

Hemos de ser cautelosos en desconfiar sin razón de la aparente conversión de los niños. Cuide a los pequeños
discípulos cariñosa y fielmente. Sus tiernos años demandan una protección más cuidadosa y tierna. No les dé
razón para decir: “Fueron negligentes conmigo porque pensaban que era demasiado pequeño para ser creyente”.
Es cierto, muchas veces padres de familia y pastores se han decepcionado con niños que parecían haberse
entregado al Señor.

Pero el día del juicio posiblemente revele que han habido, entre los adultos, más casos de decepción e
hipocresía que no se han detectado, que desengaños con respecto a niños que se supone se han entregado al
Señor. La niñez es más cándida que la adultez; el niño es más propenso a quitarse la máscara de la religión, si de
hecho es la suya una máscara; y siendo sensible nuevamente a la convicción de pecado –quizá de veras se
convierta. El adulto, más cauteloso, engañador, atrevido en su falsa profesión de fe, usa la máscara, hace a un
lado la convicción, exclama: “Paz y seguridad” y sigue decente, solemne y formalmente su descenso al infierno.

Anhele la conversión temprana de sus hijos a fin de que tengan el mayor tiempo posible en este mundo para
servir a Cristo. Si “el rocío de nuestra juventud” se dedica a Dios, sin duda, con el transcurso de los años se
notará una madurez proporcional de su carácter cristiano y su capacidad para realizar obras más eficaces para
Cristo.

Mantenga una relación familiar cristiana con sus hijos. Converse con ellos tan libre y cariñosamente sobre
temas religiosos como conversa sobre otros. Si es usted un cristiano próspero y cariñoso, le resultará natural y
fácil hacerlo. Deje que la intimidad religiosa se entreteja con todas las costumbres de su familia. De esta manera
sabrá cómo aconsejar, advertir, reprender, alentar; sabrá también cómo van madurando; cuál es la “la razón de la
fe que hay en ellos”; particularmente para qué tipo de obra para Cristo tienen capacidad. Y si mueren jóvenes, o
antes de usted, tendrá usted el consuelo de haber observado y conocido el progreso de su preparación para
“partir y estar con Cristo”.

Mantenga siempre vivo en la mente de su hijo que el gran propósito para el cual debe vivir es la gloria de Dios
y la salvación de los hombres. Hacemos mucho para dar dirección a la mente y formar el carácter del hombre,
colocando delante de él un objetivo para la vida. Los hombres del mundo conocen y aplican este principio. Lo
mismo debe hacer el cristiano. El objetivo ya mencionado es el único digno de un alma inmortal y renovada, y
prepara el camino para la nobleza más alta en ella: la elevará por encima del vivir para sí misma y la constreñirá
a ser fiel en la obra de su Señor. Enséñele a su hijo a poner al pie de la cruz sus logros, su personalidad, sus
influencias, riquezas –todas las cosas y a vivir anhelando: “Padre, glorifica tu nombre.”

Elija con mucho cuidado los maestros de sus hijos. Sepa elegir la influencia a la cual entrega su hijo o hija.
Tiene usted un objetivo grande y sagrado que cumplir. Los maestros de sus hijos deben ser tales que les ayuden
a cumplir ese objetivo. Un carácter moral correcto en el maestro no basta. Esto muchas veces viene
acompañado de opiniones religiosas sumamente peligrosas. Su hijo debe ser puesto bajo el cuidado de un
maestro consagrado, quien en relación con su alumno debe sentir: “Tengo que ayudar a este padre a capacitar a
un siervo para Cristo”. En su elección de una escuela o academia, nunca se deje llevar meramente por su
reputación literaria, su lugar en la sociedad, su popularidad, sin considerar también la posibilidad de que su
ambiente no cuente con la vitalidad de una decidida influencia religiosa –y que hasta puede estar envenenada
por los conceptos religiosos erróneos de sus maestros. En cuanto a enviar a su hija a un convento católico para
que se eduque, un pastor sensato dijo a un feligrés: “Si no quiere que su hija se queme, no la ponga en el fuego.”
[Nota del editor: cuánto más se aplica esto al sistema de escuelas públicas con su educación sexual,
evolucionismo y burlas de Dios.] A cierta viuda le ofrecieron educar a uno de sus hijos donde prevalecía la
influencia del Unitarinismo. Ella rechazó la oferta, confiando que Dios la ayudaría a lograrlo en un ambiente
más seguro. Su firmeza y fe fueron recompensadas con el éxito. Un señorita fue puesta bajo el cuidado de una
maestra que no era piadosa. Cuando su mente se interesaba profunda y ansiosamente en temas religiosos, la idea
“qué pensará de mí mi maestra” y el temor a su indiferencia y aun desprecio, influenciaron sus decisiones, y
contristaron al Espíritu de Dios. Padre de familia cristiano, sus oraciones, sus mejores esfuerzos pueden verse
frustrados por un maestro que no tiene religión.

Cuídese de no echar por tierra sus propios esfuerzos por el bienestar espiritual de sus hijos. Ser negligente en
algún deber esencial, aunque realice otros, lo causará. La oración sin la instrucción no sirve; tampoco la
instrucción sin el ejemplo correcto; ni la oración en familia sin las serias batallas en la cámara de oración; ni
todos estos juntos, si no los esta vigilando para que no caigan en tentación. Tema consentirlos con
entretenimientos vanos. En cierta oportunidad una madre fue a la reunión de sus amigas, y les pidió que oraran
por su hija a quien aparentemente ella había permitido, en ese mismo momento, asistir a un baile, y justificaba
lo impulsivo e inconsistente de su permiso, en sus propios hábitos juveniles de buscar entretenimientos. Si los
padres permiten que sus hijos se arrojen directamente en “las trampas del diablo”, al menos que no se burlen de
Dios pidiendo a los creyentes que oren para que los cuide allí. Si lo hacen, no se sorprendan si sus hijos viven
como “siervos del pecado” y mueren como vasos de la ira.

Guárdese de ser un ejemplo de altibajos en la religión: ahora, puro fervor y actividad; luego, languidez, casi sin
hálito de vida espiritual. El hijo o hija perspicaz dirá: “ La religión de mi padre es de saltos y arranques, de
tiempos y temporadas. Es todo ahora, pero pronto no será nada, igual que antes.” Si usted anhela que sus hijos
sirvan a Cristo con constancia, sírvalo así usted. Tema esa religión periódica, que de pronto brota de en medio
de la mundanalidad e infidelidad, y en la cual los sentimientos afloran como “una corriente engañosa”; o, como
lo expresara un autor: “como un torrente de montaña, crecido por las inundaciones primaverales, encrespado,
rugiendo, que corre con bríos, pareciendo un río portentoso y permanente, pero que, después de unos días, baja,
se convierte en apenas un hilo de agua o desparece dejando un cauce seco, rocoso, silencioso como la muerte.”
La consagración más profunda es como un río profundo y lleno; silencioso, alimentado por fuentes vivas; que
nunca desencanta, siempre fluye, fertiliza, embellece. Sea así la humildad, la constancia, el sentimiento, la
laboriosidad del carácter cristiano activo, en el cual nuestros hijos vean que servir a Cristo es la gran ocupación
de la vida, y se sientan constreñidos a hacerlo “de todo corazón”.

Cuídese de aceptar que sus hijos vivan “según la costumbre del mundo”; buscando sus honores, involucrándose
en sus luchas ambiciosas, en sus costumbres y modas secularizadoras. Los hijos de padres consagrados no
deben encontrarse entre los adeptos a la moda; emulando sus alardes y logros inútiles. “¿Cómo le roban a Cristo
lo suyo?” dijo un padre de familia cristiano. “He observado muchos casos de padres ejemplares, fieles y
atinados con sus hijos hasta, quizá los quince años. Luego desean que se asocien con personas distinguidas y, el
temor de que sean distintos les ha llevado a dar un giro y vestirlos como gente mundana. Hasta les han escogido
sus amistades íntimas. Y los padres han sufrido severamente bajo la vara del castigo divino; sí, han sido
mortificados, sus corazones han sido quebrantados por tales pecados, debido a las desastrosas consecuencias en
lo que al carácter de sus hijos respecta.

Cuídese de los conceptos y sentimientos que promueve en sus hijos con respecto a los BIENES MATERIALES.
En las familias llamadas cristianas, el amor por los bienes materiales es uno de los mayores obstáculos para el
extendimiento del evangelio. Cada año, las instituciones cristianas de benevolencia sufren por esta causa. Los
padres enseñan a sus hijos a “apurarse a enriquecerse”, como si esto fuera lo único para lo cual Dios los hizo.
Dan una miseria a la causa de Cristo. Y los hijos e hijas siguen su ejemplo, aun después de haber profesado que
conocen el camino de santidad y han dicho “no somos nuestros”. Se podrían mencionar hechos que, pensando
en la iglesia de Dios, harían sonrojar a cualquier cristiano sincero. Enseñe a sus hijos a recordar lo que Dios ha
dicho: “tu plata y tu oro son míos”. Recuérdeles que usted y ellos son mayordomos que un día darán cuenta de
lo suyo. Considere la adquisición de bienes materiales de importancia sólo para poder hacer el bien y honrar a
Cristo. No deje que sus hijos esperen que los haga herederos de grandes posesiones. Deje que lo vean dar
anualmente “según Dios lo ha prosperado” a todas las grandes causas de benevolencia cristiana. Ellos seguirán
su ejemplo cuando usted haya partido. Dejar a sus hijos la herencia de su propio espíritu devoto y sus
costumbres benevolentes será infinitamente más deseable que dejarles “miles en oro y plata”. Hemos visto
ejemplos tales.

Para ayudar en esto, cada padre debe enseñar a su familia a ser económica, como un principio religioso. Influya
en ellos a temprana edad para que se decidan a practicar una economía altruista y entusiasta. Enséñeles que
“más bienaventurado es dar que recibir”: a escribir “santidad al Señor” en el dinero que tienen en el bolsillo, en
lugar de gastarlo en placeres dañinos; a procurar la sencillez y economía en el vestir, los muebles, su manera de
vivir y a considerar todo uso fútil del dinero como un pecado contra Dios.

Cuídese de no frustrar sus esfuerzos por lograr el bien espiritual de sus hijos, teniendo malos hábitos en su
familia. Las conversaciones livianas, una formalidad aburrida y apurada en el culto familiar; conversaciones
mundanas el día del Señor, o comentarios de censura provocan que todos los hijos de familias enteras descuiden
la religión. Guárdese contra ser pesimista, moralista, morboso. Algunos padres creyentes parecen tener apenas
la religión suficiente para hacerlos infelices y para tener toda la fealdad del temperamento y de los hábitos
religiosos que proviene naturalmente de una conciencia irritada por su infiel “manera de vivir”. Hay en algunos
cristianos una alegría y dulzura celestiales que declaran a sus familias que la religión es una realidad tanto
bendita como seria, dándoles influencia y poder para ganarlos para la obra de Cristo. Cultive esto. Deje que “el
amor de Dios [que] está derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo” pruebe constantemente a sus
hijos que la religión es el origen del placer más auténtico, de las bendiciones más ricas.

Si desea que sus hijos sean siervos obedientes de Cristo, debe gobernarlos bien. La subordinación es una gran
ley de su reino. La obediencia implícita a su autoridad es como la sumisión que su hijo debe rendir a Cristo.
¡Cómo aumenta las penurias de su cristianismo conflictivo el hábito de la insubordinación y terquedad! Muchas
veces lo hacen antipático e incómodo en sus relaciones sociales y domésticas, en la iglesia termina siendo un
miembro rebelde o un pastor antipático, o, si está en la obra misionera, resulta ser un problema constante y
amargo para todos sus colegas. Comentaba un pastor con respecto a un miembro de su iglesia que había partido
y para quien había hecho todo lo que podía: “Era uno de los robles más tercos que jamás haya crecido sobre el
Monte Sión.”

Cuando se convierte el niño bien gobernado, está listo para “servir al Señor Jesucristo, con toda humildad” en
cualquier obra a la cual lo llama, y trabajará amable, armoniosa y eficientemente con los demás. Entra al campo
del Señor diciendo: “Sí, sí, vengo para hacer tu voluntad, oh mi Dios”. Tendrá el espíritu celestial, “la humildad
y gentileza de Cristo” y al marchar hacia adelante de un deber a otro, podrá decir con David: “Como un niño
destetado está mi alma.” “El hacer tu voluntad, Dios mío, hame agradado.” Y con ese espíritu encontrará
preciosa satisfacción en una vida de exitosa labor para su Señor sobre la tierra y “en la esperanza de la gloria de
Dios”.

Si desea gobernarlos correctamente a fin de que sus hijos sean aptos para servir a Cristo, estudie la manera
como gobierna un Dios santo. El suyo es el gobierno de un Padre, persuasivo y sin debilidad; de amor y
misericordia, pero justo; paciente y tolerante, pero estricto en reprender y castigar las ofensas. Ama a sus hijos,
pero los disciplina para su bien; alienta para que lo obedezcan, pero en su determinación de ser obedecido es tan
firme como su trono eterno. Da a sus hijos razón para que teman ofenderlo; a la vez, les asegura que amarle y
servirle será para ellos el comienzo del cielo sobre la tierra.

Hemos mencionado casualmente el interés de las MADRES en este asunto. A la verdad, el deber y la influencia
maternal constituyen el fundamento de toda la obra de educar a los hijos para servir a Cristo. La madre cristiana
puede bendecir más ricamente al mundo a través de sus hijos, que muchos que se han sentado sobre un trono.
¡Madres! La Divina Providencia pone a sus hijos bajo su cuidado en un periodo de la vida cuando se forjan las
primeras y eternas impresiones.
Sea su influencia “santificada por la palabra de Dios y la oración” y consagrada al alto objetivo de educar a sus
hijos e hijas para “la obra de Cristo.”

HERMANOS EN EL SAGRADO OFICIO DEL MINISTERIO: ¿Hemos hecho todo lo posible, según
considerábamos nuestra responsabilidad, en cuanto a este asunto? Nuestras labores, ¿han sido realizadas con
suficiente atención a nuestros oyentes más jóvenes y su preparación para servir al “Señor de la mies”? El pastor
debe conocer a los niños bajo su cuidado, y saber lo que sus padres están haciendo para su bien y para
prepararlos con el fin de servir al Señor Jesucristo. Hemos de influir constante y eficazmente sobre la mente de
los padres, predicarles, conversar con ellos, sacudirles la conciencia con respecto a sus deberes. Debemos
sentarnos con ellos en la tranquilidad de sus hogares y hacerles preguntas como éstas: Según su opinión, ¿cuál
es su deber a Dios con respecto a sus hijos? ¿Qué expectativas tiene en cuanto a su futura contribución al reino
de Dios sobre la tierra? ¿Está cumpliendo su deber con sus ojos puestos en el tribunal de Cristo? ¿Qué medios
emplea a fin de que sus expectativas lleguen a ser una realidad? ¿Anhela ver la gloria de Dios y la conversión
de su mundo perdido, con la ayuda de “los hijos que Dios en su gracia le ha dado”? Tales preguntas, hechas con
la seriedad afectuosa de los guardias de almas, tocarán el corazón en el que hay gracia; despertará sus
pensamientos e impulsará a la acción. Hemos de ayudar a los padres de familia a ver cómo ellos y sus familias
se relacionan con Dios y este mundo rebelde. Y si promovemos su prosperidad personal en la vida divina, no
hay mejor manera que ésta, de estimularlos a cumplir sus altos y solemnes deberes.

PADRES CRISTIANOS –Nuestros hijos han sido educados durante demasiado tiempo sin ninguna referencia
directa a la gloria de Cristo y al bien de este mundo caído que nos rodea. Su dedicación a la obra de Cristo
también ha sido muy imperfecta. Por esta razón, entre otras, la obra de evangelizar el mundo ha sido tan lenta.
Usando las palabras de cierto padre de familia cristiano profundamente interesado en este tema, diremos: “Se
dice mucho, y con razón, acerca del deber del cristiano de considerar sus bienes materiales como algo
consagrado a Cristo; y se comenta con frecuencia que hasta que actúe basado en principios más elevados; el
mundo no podrá ser ganado para Cristo.” Es cierto; pero nuestro descuido en esto no es la base de nuestra
infidelidad. Me temo que muchos de los que sienten su obligación en cuanto a sus bienes materiales, olvidan
que deben responder por sus hijos ante Cristo, ante la iglesia y ante los paganos. Se necesitan millones en oro y
plata para llevar adelante la obra de evangelizar el mundo; pero mil mentes santificadas lograrán más que
millones de dinero. Y, cuando los hijos de padres consagrados se entreguen, con el espíritu de verdaderos
cristianos, a la salvación del mundo, ya no habrá “tenebrosidades de la tierra llenas... de habitaciones de
violencia”.

“¿Han tenido los hombres un deber más grande que el que los compromete a educar sus hijos para beneficio del
mundo? Si esto fuera nuestro anhelo constante, prominente, daría firmeza a nuestras enseñanzas y oraciones;
hemos de guardarnos de todo hábito o influencia que obstaculice el cumplimiento de nuestros anhelos.
Enseñaríamos a nuestros hijos a gobernarse a sí mismos, a negarse a sí mismos, a ser industriosos y esforzados.
No seríamos culpables de una vacilación tan triste entre Cristo y el mundo. Cada padre sabría para qué esta
enseñando a sus hijos. Cada hijo sabría para qué vive. Su conciencia sentiría la presión del deber. No podría ser
infiel al objetivo que tiene por delante sin violar su conciencia. Semejante educación, ¿no sería obra del Espíritu
de Dios y bendecida por él, y acaso no se convertirían temprano nuestros hijos? Entonces entregarían todos sus
poderes a Dios.”

Padres cristianos, “Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas”. El pupilaje de sus hijos
desaparece en las veloces alas del tiempo. Imitemos el espíritu de los primeros propagadores del cristianismo y
llevemos a nuestros hijos con nosotros en las labores de amor. Sea nuestra meta lograr una consagración más
alta. Los débiles deben llegar a ser como David; y David como el Hijo de Dios. El que sólo unos pocos hombres
y mujeres en todo un siglo aparezcan con el espíritu de Taylor, Brainerd, Martyn y Livingston debe terminar.
Debería haber cristianos como ellos en cada iglesia. Sí, por qué no ha de estar compuesta de los tales cada
iglesia a fin de que sus moradas sean demasiado “pequeñas para ellos” y ellos, con el Espíritu de Cristo que los
constriñe, salgan, en el espíritu infatigable de la empresa cristiana, a los confines del mundo. Con tales
columnas y “piedras labradas”, el templo del Señor sería ciertamente hermoso. Bendecida con los que apoyan la
causa de Cristo en su hogar, la iglesia será fuerte para la obra de su Señor. Bendecida con tales mensajeros de
salvación a los paganos, la obra de evangelizar las naciones avanzará con rapidez. Al marchar hacia adelante y
proclamar el amor del Salvador, saldrá de todas las “tenebrosidades” la exclamación; “¡Cuán hermosos son
sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que publica la paz, del que trae nuevas del bien, del
que publica salud, del que dice a Sión: Tu Dios reina!” (Isa. 52:7).

EL DIRECTORIO PARA LA ADORACIÓN FAMILIAR


Directorio para el culto familiar aprobado por la asamblea general de la iglesia de escocia, para la piedad y la
uniformidad del culto personal y familiar, y la edificación mutua, con una acta de la asamblea general de 1647,
para la observancia de la misma
[Nota: Este directorio para la adoración familiar es puesto aquí como una guía para la forma del culto familiar; debe aplicarse
a discreción y en conversación directa con su propio pastor para que haga las explicaciones o modificaciones del caso de ser
necesario]

La Asamblea General, tras madura deliberación, aprueba las anteriores Reglas e Instrucciones para perfeccionar
la piedad, y prevenir la división y cisma; e insta a los ministros y los ancianos gobernantes de cada
congregación a que duden especialmente de que estas Directivas sean observadas y seguidas; asimismo, a que
los presbiterios y los sínodos provinciales se informen y juzguen si, dentro de sus límites, las citadas
Instrucciones son debidamente observadas y reprueben o censuren (según el grado de la ofensa), a los que sean
hallados reprobables o censurables por ellas. Y, con el fin de que estas instrucciones no sean hechas ineficaces e
infructuosas entre algunos, por el usual descuido de la misma esencia del deber del culto familiar, la Asamblea
aún requiere de los ministros y ancianos gobernantes, y les insta a que hagan una diligente investigación en las
congregaciones que tengan a su cargo, por si existe entre ellos alguna familia o familias que tengan por
costumbre desatender este necesario deber; y si es hallada alguna familia, el cabeza de familia será, en privado,
primeramente amonestado para corregir su falta; y, en caso de continuar en ella, ha de ser grave y tristemente
reprobado por la sesión (de ancianos y ministros); después de la tal reprobación, si todavía es hallado
descuidando el culto familiar, que sea, por su obstinación en tal ofensa, suspendido y privado de la Cena del
Señor, por haber sido estimado indigno para tener comunión de ella, hasta que se corrija.

Instrucciones de la asamblea general, con respecto al culto privado y personal y la mutua edificación,
para perfeccionar la santidad, mantener la unidad y evitar la división y cisma

Además del culto público en las congregaciones, misericordiosamente establecidas en esta tierra en gran pureza,
es conveniente y necesario que se exija y establezca el culto secreto de cada persona individualmente, y el culto
privado de las familias; para que, mediante una reforma nacional, la profesión y eficacia de esta piedad, tanto
individual como familiar, se extienda.

I. Y primero, para el culto personal, lo más necesario es que cada uno se aparte, y por sí solo se
entregue a la oración y meditación, cuyos inefables beneficios lo conocen mejor aquellos que más se
ejercitan en ello; siendo éste el medio por el cual, en una manera especial, se nutre la comunión con
Dios, y por el que se obtiene la preparación adecuada para otros deberes; por consiguiente, conviene
no sólo a pastores, en su diferentes cargos, insistir a personas de toda clase a que cumplan con este
deber mañana y noche, y en otras ocasiones, sino también incumbe a la cabeza de cada familia
cuidar que, tanto ellos mismos como cada uno bajo su cuidado, sean a diario diligentes en ello.

II. Los deberes ordinarios comprendidos bajo el ejercicio de la piedad los cuales deben estar
presentes en las familias, cuando se reúnen con este fin, son estos: Primero, la oración y alabanzas
hechas con especial referencia, tanto a la condición pública de la iglesia de Dios y de este reino,
como a la situación presente de la familia, y de cada miembro de ella. Después, la lecturas de las
Escrituras, con un sencillo catecismo, para que el entendimiento de los más simples sea más
capacitado para entender las Escrituras cuando sean leídas; junto con conversaciones piadosas que
tiendan a la edificación de todos los miembros en la santísima fe: así como exhortaciones y censuras,
bajo razones justas, por parte de aquellos que tengan la autoridad en la familia.

III. Así como el cargo y oficio de interpretar las Sagradas Escrituras es parte de llamamiento
ministerial, el cual nadie, por más que esté cualificado, debe tomar para sí en ningún lugar, sino
aquel que ha sido debidamente llamado por Dios y su iglesia, así también en cada familia donde hay
alguien que pueda leer, las Sagradas Escrituras deben ser leídas regularmente a la familia; y es
recomendable que, después de esto, ellos conversen, y por medio de la conversación hagan un buen
uso de lo que ha sido leído y oído. Así, por ejemplo, si se condena algún pecado en la palabra leída,
se puede hacer uso de la misma para que la familia sea cuidadosa y vigilante en contra del mismo; o
si algún juicio es impuesto o amenazado en esta porción leída, se puede hacer uso de la palabra para
que toda la familia tema, no sea que un juicio igual o peor caiga sobre ellos; a menos que se guarden
del pecado que lo causó. Y finalmente, si se requiere algún deber, o se ofrece algún consuelo en una
promesa, se puede hacer uso para estimularlos a que acudan a Cristo para obtener fuerzas para hacer
el deber mandado, y aplicarse el consuelo ofrecido. En todo lo cual el jefe de familia ha de tener la
responsabilidad principal; y cualquier miembro de la familia puede hacer preguntas o exponer dudas,
para que sean resueltas.

IV. El cabeza de la familia debe cuidar de que nadie de la familia se retraiga de alguna parte del
culto familiar; y puesto que el desarrollo normal de todas las partes del culto familiar corresponde
propiamente al cabeza de la familia, el ministro ha de estimular a los (padres) perezosos, y capacitar
a los que son débiles, para que puedan llevar a cabo estos ejercicios; estando siempre libres las
personas de rango para invitar a alguien aprobado por el presbiterio para el cumplimiento de los
ejercicios familiares. Y en las demás familias, donde el cabeza de familia no sea apto, que otro que
resida habitualmente con la familia, aprobado por el ministro y la sesión, sea empleado en este
servicio, de lo cual el ministro y la sesión han de ser responsables ante el presbiterio. Y si un
ministro, por la Divina Providencia, es traído a una familia, es obligatorio que en ningún momento él
convoque a una parte de la familia para el culto, excluyendo al resto, excepto en casos particulares
que conciernen especialmente a estas partes, casos que, en cristiana prudencia, (el ministro)no
necesita, o no debe, divulgar a los demás.

V. Que a ningún holgazán, que no tiene un llamamiento particular, o una persona errática bajo
pretexto de haber sido llamada, se le permita cumplir el culto en las familias, y para las mismas; ya
que hay personas que, contaminadas con errores, o que procuran hacer divisiones, están preparadas
(de esta manera) para meterse en las casas, y llevar cautivas a almas necias e inestables.

VI. En el culto familiar, se ha de tener especial cuidado de que cada familia se mantenga en sus
propios límites; sin andar demandando, invitando, ni admitiendo a personas de otras familias, a no
ser que se alojen con ellas, o coman juntas, o que estén con ellos por alguna razón legítima.

VII. Cualesquiera que hayan sido los efectos y frutos de las reuniones entre personas de diferentes
familias en los tiempos de corrupción o tribulación (en los que son admisibles muchas cosas que, en
otras circunstancias, no lo serían), sin embargo, cuando Dios nos ha bendecido con paz y pureza del
evangelio, tales encuentros de personas de distintas familias (excepto en los casos mencionados en
estas Instrucciones) tienen que ser desautorizados, porque tienden a obstaculizar el ejercicio
religioso de cada familia por sí misma, al perjuicio del ministerio público, al desgarro de las
congregaciones y, con el paso del tiempo, de toda la iglesia. Además, muchas ofensas pueden venir
por ello, para el endurecimiento de los corazones de los hombres carnales y el dolor de los piadosos.

VIII. En el día del Señor, después de que cada miembro de la familia a solas, y toda la familia junta, haya
buscado al Señor (un cuyas manos está la preparación del corazón de los hombres) a fin de que Él
los haga aptos para el culto público, y para que Él los bendiga con las ordenanzas públicas, el jefe de
la familia debe cuidar de que todos los que estén a su cargo vayan al culto, a fin de que él y ellos
puedan unirse con el resto de la congregación. Y cuando el culto público haya acabado, después de
hacer oración, él ha de hacer preguntas acerca de lo que han oído; y, después de ello, emplear el resto
del tiempo que dispongan catequizando, y con conversaciones espirituales sobre la Palabra de Dios;
o también (recogiéndose aparte) ellos deberían aplicarse en la lectura, meditación, y oración privada,
con el fin de confirmar y aumentar su comunión con Dios; para que así el provecho que ellos
encuentren en las ordenanzas públicas sea alimentado y avivado, y que sean más edificados para
vida eterna.

IX. Todos aquellos que puedan hacer oración deben hacer uso de este don de Dios; sin embargo,
aquellos que son más simples y débiles, pueden comenzar con una forma prescrita de oración, pero
de manera tal que no se vuelvan perezosos para avivar en ellos mismos (de acuerdo con sus
necesidades diarias) un espíritu de oración, que es dado, en alguna medida, a todos los hijos de Dios.
Para este fin, ellos deben ser más fervientes en oración privada a Dios, y frecuentarla más, para que
Él capacite sus corazones para concebir, y sus lenguas para expresar, los deseos convenientes a Dios
a favor de sus familias. Y entre tanto, para su mayor ánimo, que estos temas de oración sean
meditados, y utilizados, de la siguiente manera. “Que confiesen a Dios cuán indignos son para venir
a su presencia, y cuán incapaces para adorar su Majestad; y por consiguiente, que rueguen
fervientemente a Dios el espíritu de oración.” “Han de confesar sus pecados, y los pecados de la
familia; acusándose, juzgándose y condenándose a sí mismos por tales pecados, hasta que lleven a
sus almas a cierta medida de verdadera humillación.” “Han de derramar sus almas a Dios, en el
nombre de Cristo, mediante el Espíritu, para el perdón de pecados; por la gracia para arrepentirse,
creer, y vivir sobria, justa y piadosamente; y que puedan servir a Dios con gozo y deleite, caminando
delante de Él.” “Han de dar gracias a Dios por sus muchas misericordias para con su pueblo, y para
con ellos mismos, y especialmente por su amor en Cristo, y por la luz del evangelio.” “Han de orar
por tales beneficios particulares, espirituales y temporales, conforme a la necesidad que tengan en tal
ocasión (ya sea en la mañana o a la noche) como de salud o de enfermedad, prosperidad o
adversidad.” “Han de orar por la iglesia de Cristo en general, por todas las iglesias, y por esta iglesia
en particular, y por todos los que sufren por el nombre de Cristo; por todos nuestros superiores, por
su Majestad el rey, la reina y sus hijos; por los magistrados, ministros, y todo el cuerpo de la
congregación de la cual son miembros, así como por sus vecinos ausentes en sus negocios lícitos, así
como por todos los que están en casa.” “La oración puede terminar con un ferviente deseo de que
Dios sea glorificado en la venida de su Hijo, en el cumplimiento de su voluntad, y con la seguridad
de que ellos mismos son aceptos, y que lo que han pedido conforme a su voluntad será concedido.”

X. Estos ejercicios deben ser cumplidos con gran sinceridad, sin demora alguna, dejando de lado
todas las actividades o estorbos del mundo, a pesar de las burlas de los hombres ateos y profanos;
considerando las grandes misericordias de Dios para con esta tierra, y los severos correctivos que ha
ejercido sobre nosotros últimamente. Y, con este fin, las personas de eminencia (y todos los ancianos
de la iglesia) no sólo deberían animarse a ellos y sus familias con diligencia en esto mismo, sino
también contribuir de manera eficaz, para que en todas las demás familias, sobre las que tienen
autoridad y están a su cargo, los citados ejercicios se cumplan de manera cabal.

XI. Viendo que la Palabra de Dios requiere que nos consideremos unos a otros, para incitarnos al
amor y las buenas obras; por consiguiente, en todas las épocas, y especialmente en ésta, en la que la
profanidad abunda, y los burladores, andando tras sus propias concupiscencias, les parece extraño
que los demás no corran con ellos hacia el mismo exceso de libertinaje; cada miembro de esta iglesia
debe incitarse a sí mismo, y a los demás, para los deberes de edificación mutua, por instrucción,
exhortación, censura; exhortándose unos a otros a manifestar la gracia de Dios negando la impiedad
y deseos mundanos, y viviendo de manera piadosa, sobria y justa en el mundo presente; consolando
a los de débiles, y orando unos por otros. Estos deberes han de ser cumplidos bajo ocasiones
especiales ofrecidas por la Divina Providencia; como, a saber, cuando en alguna calamidad, cruz o
gran dificultad, se busca consejo o consuelo, o cuando se llama la atención a un ofensor por
exhortación privada, y si no da resultado, añadiendo uno o dos en la exhortación, conforme a la regla
de Cristo, que en la boca de dos o tres testigos conste toda palabra.

XII. Y, porque no le es dado a cada uno hablar las palabras oportunas a una conciencia fatigada o
angustiada, es conveniente que una persona (en tal caso) que no encuentre alivio, tras el uso de todos
los medios ordinarios, privados y públicos, se dirija a su propio pastor, o a algún cristiano con
experiencia. Pero si la persona inquieta en su conciencia es de tal condición, o sexo, que la
discreción, modestia, o temor de escándalo, requiera la presencia durante su encuentro de un amigo
piadoso, serio e íntimo, es conveniente que este amigo esté presente.

XIII. Cuando personas de diversas familias sean reunidas por la Divina Providencia, estando fuera de casa
debido a sus empleos particulares, o cualquier otra ocasión necesaria; puesto que han de tener al
Señor su Dios con ellos dondequiera que vayan, deben andar con Dios, y no descuidar los deberes de
oración y acción de gracias, sino cuidar de que los mismos sean cumplidos por los que la compañía
considere más adecuados. Y que ellos igualmente cuiden de que ninguna conversación corrompida
salga de sus bocas, sino aquello que es bueno, para edificar, para que ministre gracia a los oyentes.
El sentido y alcance de estas Instrucciones no es sino éste. Por una parte, que la eficacia de la piedad,
entre todos los ministros y miembros de esta iglesia, conforme a sus distintos lugares y vocaciones,
pueda ser perfeccionado y avanzado, y toda impiedad y burla de los ejercicios religiosos suprimidos;
y, por otra parte, que, bajo el mismo nombre y pretexto de ejercicios religiosos, no se permita
ninguna reunión o actividad religiosa que tienda a engendrar errores, escándalos, cismas, descrédito,
o menosprecio de las ordenanzas públicas y los ministros, o el descuido de los trabajos particulares,
o males semejantes, que son las obras, no del Espíritu, sino las contrarias a la verdad y la paz.
SOLA SCRIPTURA – SOLUS CHRISTUS
SOLA GRATIA - SOLA FIDE
SOLI DEO GLORIA

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