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Breve Historia
El término griego kanon es de origen semítico y su sentido inicial fue el de «caña». Más tarde la
palabra tomó el significado de «vara larga» o listón para tomar medidas utilizado por albañiles y
carpinteros.
En primer lugar identifica y conserva la revelación, a fin de evitar que se confunda con las
reflexiones posteriores en torno a ella.
Impedir que la revelación escrita sufra cambios o alteraciones.
Brindar a los creyentes la oportunidad de estudiar la revelación y vivir de acuerdo a sus
principios y estipulaciones.
En el siglo IV la palabra «canon» se utilizó para referirse propiamente a las Escrituras. El «canon»
de la Biblia es el catálogo de libros que se consideran normativos para los creyentes y que, por lo
tanto, pertenecen con todo derecho a las colecciones incluidas en el Antiguo y el Nuevo
Testamento.
Con ese significado específico la palabra fue utilizada posiblemente por primera vez por Atanasio,
el obispo de Alejandría, en el año 367. A finales del siglo IV esa acepción de la palabra era común
tanto en las iglesias del Oriente como en las del Occidente, como puede constatarse en la lectura
de las obras de Gregorio, Prisciliano, Rufino, San Agustín y San Jerónimo.
La Biblia cristiana consta de dos grandes partes, llamadas Antiguo Testamento y Nuevo
Testamento.
El conjunto de los libros que componen el Antiguo Testamento fue escrito a lo largo de varias
centurias y concluidos siglos antes del tiempo de Jesús. La evidencia disponible indica que la
existencia de un cuerpo de Escrituras hebreas normativas, o canon del Antiguo Testamento, era
generalmente reconocida por los judíos en el tiempo de Jesús.
La Biblia que Jesucristo citó, y la de sus primeros discípulos, era precisamente lo que hoy llamamos
“Antiguo Testamento”. Conviene insistir en que tanto Jesús y sus discípulos, como sus
interlocutores hebreos, tenían una clara noción de cuáles eran los libros tenidos por Escritura
sagrada, sin necesidad de pronunciamientos oficiales sobre la extensión del canon del Antiguo
Testamento.
No obstante, para los cristianos el texto del Antiguo Testamento resultaba intrínsecamente
incompleto sin su culminación en la revelación de Dios en Cristo, su vida, obra y resurrección.
La enseñanza de Jesús fue, hasta donde sabemos, exclusivamente por vía de la palabra hablada y
el ejemplo. Durante 15 ó 20 años después de la muerte y resurrección de Jesucristo, sus discípulos
predicaron el evangelio de la misma forma. Diversas circunstancias llevaron a los apóstoles y
algunos de sus colaboradores a poner por escrito sus enseñanzas.
La necesidad de proveer registros de los hechos y dichos de Jesús llevó a la composición de los
Evangelios, comenzando por el de Marcos, cuyo contenido se vincula tradicionalmente con la
enseñanza oral del Apóstol Pedro.
De acuerdo a los diversos relatos evangélicos, Jesús utilizó las Escrituras hebreas para validar su
misión, sus palabras y sus obras (Marcos 1:14; Lucas 12:32).
Los primeros creyentes continuaron esa tradición hermenéutica y utilizaron los textos hebreos, y
sobre todo sus traducciones al griego, en sus discusiones teológicas y en el desarrollo de sus
doctrinas y enseñanzas. De esa forma la iglesia contó, desde su nacimiento, con una serie de
escritos de alto valor religioso.
Los libros de la Biblia hebrea son 24, divididos en tres grandes secciones.
La primera sección, conocida como La Torá ( ּת ָֹורהvocablo hebreo que por lo general se traduce
«ley», pero cuyo significado es más bien «instrucción» o «enseñanza») contiene los llamados
«cinco libros de Moisés»: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio.
La segunda división, conocida como Los Nevi'im (יאים ִ נְ ִבprofetas), se subdivide, a su vez, en dos
grupos: Los profetas anteriores en los que figuran Josué, Jueces, Reyes y Samuel; y Los profetas
posteriores: Isaías, Jeremías, Ezequiel y el Libro de los Doce (Oseas, Joel, Amos, Abdías, Jonás,
Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Hageo, Zacarías y Malaquías)
Los 24 libros de la Biblia hebrea son idénticos a los 39 que se incluyen en el Antiguo Testamento
de las Biblias protestantes. Es decir, no contienen los libros deuterocanónicos (El Antiguo
Testamento católico y ortodoxo si contienen estos siete libros no incluidos en el Tanaj)
La diferencia en número se basa en contar cada uno de los doce profetas menores y en la
separación, en dos libros cada uno, de Samuel, Reyes, Crónicas y Esdras-Nehemías.
El Nuevo Testamento fue escrito en un período muy breve en comparación al Antiguo Testamento,
pues sólo tomó medio siglo la escritura de todos sus libros. Los primeros libros datan por el año 45
d.C. que bien podrían ser algunas cartas paulinas como otros sostienen que es el libro de Santiago
para finalizar con el Apocalipsis escrito a final del siglo I, cerca del 96 al 100 d.C. Estas fechas
pueden variar dependiendo de la fuente consultada.
Los criterios de canonización de un libro del Nuevo Testamento fueron los siguientes:
- El autor debía ser un apóstol de entre los doce. Ejemplo: Pedro o Juan.
- De la autoría de Pablo, que aunque no era de los doce, se reconoce su apostolado a los gentiles.
- De no ser apóstol, podía ser un colaborador o cercano a ellos. Ejemplo: Juan Marcos o Lucas.
- Correcta doctrina en cuanto a la humanidad y divinidad de Jesucristo (No corrompida por la
influencia gnóstica de la época)
- Debía apegarse al kerygma (proclamación del evangelio).
- Uso y aceptación de comunidades cristianas del siglo I o de los Padres de la Iglesia.
Es importante destacar que los autores neo testamentarios no se pusieron de acuerdo en escribir
libros para formar un canon para la Iglesia naciente, ni tampoco al momento de escribir sabían o
pensaron que sus escritos o cartas serían canonizados posteriormente. Los escritos neo
testamentarios son ocasionales y variados dependiendo de las circunstancias: son cartas de
instrucción a una congregación, cartas personales, cartas de intercesión, exhortaciones, crónicas
históricas, visiones…
Es a finales del siglo IV que el canon se cierra. En el año 367 d.C. el obispo Atanasio de Alejandría
en su Carta Festiva, para la Pascua, que expone la necesidad de eliminar definitivamente el uso de
libros apócrifos y cerrar el canon definitivamente. Es el registro más temprano del planteamiento
de veintisiete libros. Finalmente, en los Concilios de Hippo (393 d.C.) y de Cartago (397 y 419 d.C.)
se catalogan los veintisiete libros y se decreta que “aparte de las Escrituras canónicas nada se
debe leer en la iglesia bajo el Nombre de Escrituras Divinas”. Con la publicación de la Vulgata
Latina se estandarizó su uso