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“Una leve brisa (…) movió algunos periódicos en el suelo.

La basura habita los espacios vacíos”.

- Jorge Baradit

Cuando chico lo más mugriento que para mí existía era la zanja llena de basura que estaba en un
sitio eriazo al que llamábamos “pampa” donde íbamos a jugar y, claro, el cuello chuñento de mi
primo. Pero uno crece, y comprende que la mugre, la suciedad, lo asqueroso, al fin y al cabo, son
formas de referirnos a lo antihigiénico, lo impuro o lo que está en la categoría de contaminante. Y
miren lo que son las cosas, toda esa cosa cochina y contaminante cuando éramos niños se veía tan
distante, tan separado de nosotros que de pronto cuando crecimos nos damos cuenta que toda esa
inmundicia estaba en todo lo que nos rodeaba, en nuestro entorno, detrás de los muros, en el llanto
del que muere de hambre, en las cosas que tenemos en nuestras manos, en lo que respiramos y,
por supuesto, en nuestro interior. Porque queramos o no, el ser humano es el que más porquería
esparce a su alrededor mientras vive.

Cuando se es un brocacoshi es imposible entender que la contaminación es algo que los sociólogos
llaman patología social, es decir, las problemáticas sociales generadas por la desigualdad en la
distribución de los recursos, como la pobreza, marginación, injusticia y deshumanización la cual
genera efectos en el medio ambiente, uno cree que es la basurita, el humo, los arbolitos cortados,
la extinción de animalitos ¡Pero no, conchatumare! Somos nosotros mismos con nuestro egoísmo,
con ese eterno afán de asegurarnos a nosotros mismos en desmedro de los demás. Por ello le llaman
una patología social, la miseria de sociedad en que se vive a los más incautos los empuja a intentar
asegurarse de alguna manera y la moral se quiebra. Ejemplos son muchos, sacar mariscos en veda,
se asegura el bolsillo, más no a la especie del pobre marisco. Y allá va el otro a comprarlos sabiendo
que no se deben vender ni comprar, pero ¡Hay que delicioso son! El que vendía agua en las
catástrofes ocurridas en distintos lugares de Chile a un valor descomunal, se aseguraba de tener
dinero, daba lo mismo los que se deshidrataban por los cortes de agua y menos le importaba todo
lo perdido por familias en sus hogares, si querían agua había que gastar. Y allá iban los que podían
costearla, en una sociedad que te enseña a comprar si te alcanza el dinero es algo de lo más natural.

Que el agua, que el aire se ennegrezca, que el suelo quede estéril, asegúrate en esta competencia
de quién sobrevive más. Porque algo está claro, la contaminación, la inmundicia antes de proliferar
en los hábitats del mundo, germinó primero dentro de nosotros.

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