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Orientación Lacaniana III, 13

Jacques-Alain Miller

Octava sesión del Curso 2011 / Miércoles 23 de marzo 2011

( VIII )

Desde la vez pasada me hicieron llegar algunos testimonios –demasiado numerosos


para que pueda darles respuesta, pido disculpas a quienes me los remitieron-, según los cuales
un obstáculo, al parecer, fue superado la última vez, a saber –por qué no decirlo-, el referido a
la comprensión de lo que está en juego en la enseñanza de Lacan, en tanto nos dirige y nos
orienta en la práctica. Esta dificultad habría quedado atrás, en especial, a partir de lo que
manifesté en términos de la desnivelación entre el ser y la existencia.
Me apoyé para hacerlo en referencias a la tradición filosófica, que no son familiares a
la mayoría de quienes se encuentran aquí. Creo haber logrado no exagerar en mi reenvío a
ellas, para que Uds. puedan percibir que buscaba de ese modo poner a disposición de Uds. un
aparato que les permita encuadrar aquello designable como la escucha psicoanalítica, en la
medida en que la mayor parte de Uds. cuenta con una práctica.
Este aparato complementa el neo-saussureano que les enseñó a distinguir entre
significante y significado. Lacan lo había simplificado para nuestro uso, bajo la forma de una
escritura memorable: S mayúscula para el significante, sobre s minúscula para el significado,
escritura que utiliza y luego hace variar y desarrolla, para construir las fórmulas simétricas de
la metáfora y la metonimia en su Escrito titulado “La instancia de la letra en el
inconsciente...”
Entiendo que este aparato, S /s, estuvo ampliamente en uso, mucho más allá de la
esfera lacaniana; creo que sus incidencias alcanzaron todo el psicoanálisis y que aquellos que
se decoran con el título de psicoterapeuta –título recientemente oficializado, es decir,
normativizado por un discurso del amo- no quedaron indemnes al respecto.

Para referirme a la cuestión, podría decir que EL SER del que les hablé se sitúa en el
nivel del SIGNIFICADO, en tanto la EXISTENCIA lo hace a nivel del SIGNIFICANTE. Por qué no
decirlo, por lo menos en el nivel de una primera aproximación, a condición de reservar así y
todo una inversión de posición. Escribo entonces el ser por encima de la barra donde ubico la
existencia:

Ser

Existencia
En efecto, en la escucha –como se dice- lo que se presenta en primer término son
significaciones; ellas los cautivan, los penetran, los impregnan y ya es mucho, en la práctica,
llegar a desprenderse de ellas lo suficiente como para aislar allí los significantes y, llegado el
caso, interpretar en ese nivel no a partir de la significación sino, por ejemplo, de la simple
homofonía; no a partir del sentido sino del sonido. En ocasiones, esta interpretación puede
limitarse a hacer resonar un sonido, sin más. Ya para esto –y para estar convencido de que
esto puede ser eficaz-, es necesaria una disciplina que se adquiere y eventualmente se
controla: a veces es necesario que alguien recuerde a quien escucha que no se deje deleitar por
el esplendor de las significaciones.

¿Puedo llevar mi aparato del ser y de la existencia al mismo grado de uso que el del
aparato designado por mí como neo-saussureano ?
Consideremos sucesivamente esos dos términos, SER y EXISTENCIA. Entiendo que si la
vez pasada se abrió una brecha de comprensión, hoy puedo explotarla.
Vayamos al SER. Como lo hemos visto, el ser desborda ampliamente la existencia. No
fue necesario esperar la llegada del psicoanálisis para darse cuenta que es posible hablar de lo
que no existe, darse cuenta incluso que el hecho de hablar, hacer entrar algo en el lenguaje, es
algo que tiende en todo caso a hacer inexistir ese algo –eventualmente, lo mata. Al respecto,
ya en su Seminario I Lacan aporta el ejemplo de los elefantes: prósperos mientras no
encuentran al ser hablante, en dificultad a partir del momento en el que este ser hablante se
ocupa, con un calor humano un tanto excesivo, de recuperar para su comercio el marfil del
animal.
Y a partir de allí, la lista de las especies animales que tienen todos los motivos para
quejarse del ser hablante, no hizo sino crecer. Como no cuentan con la palabra salimos
favorizados, con la salvedad de que hay seres hablantes que tomaron la iniciativa de hablar de
hablar en nombre de ellos, alcanzando la fantasía de transformar los ejemplares de esas
especies animales en sujetos de derecho. Así, más allá de la Declaración Universal de los
Derechos del Hombre, se medita en nuestros días en torno a una Declaración de los Derechos
del Animal.
Algo que resulta perfectamente viable con la palabra: es perfectamente posible
acordarle ser a los derechos del animal. Después de todo, por qué habrían de ser sólo los
seres hablantes quienes tendrían esos derechos, también se los podría extender a los seres
hablados. Pero esto supondría también una cantidad bastante considerable de tribunales para
formular el derecho. Abogados nunca van a faltar ... (Hablo en nombre de las sardinas...)
Siguiendo esta misma veta, también los seres que sólo se instituyen a partir de la
literatura encuentran razones para litigar. Así, cuando uno quiere dar una continuidad a las
aventuras de personajes notorios, constata que se plantean problemas jurídicos y no se puede
hacer cualquier cosa con D’Artagnan ni con Mme. Bovary, al menos mientras haya herederos
que detentan el derecho moral, quienes pueden hacer intervenir a la justicia para someter a
prueba a las plumas demasiado activas y suspenderlas. De ahí los procesos que curiosamente
se multiplicaron estos últimos años ... y para los cuales no existen razones que les pongan fin.
Es entonces muy lógico plantear que la palabra no está forzada desde ningún punto de
vista por consideraciones de existencia y puede activarse a propósito de aquello que en el
ámbito de la existencia no es nada en absoluto.
Después de todo, es lo formulado por el título de Shakespeare, antaño citado por mí,
según creo, que tanto me gusta: Much ado about nothing, Mucho ruido y pocas nueces. Se
trata de una palabra que puede sostenerlos en la relación que guardan con la Biblioteca
Universal, la Biblioteca de Babel, reconfirmándolos en una posición calificada por Lacan de
pasión de la ignorancia.
Pero no todo el mundo está protegido por esto; hay otros que se sienten más
exactamente abrumados cuando saben que no podrán nunca tener acceso más que a un rincón
muy pequeño de este universo.
Como quiera que sea –y sea lo que sea-, se trata de algo que es de un cierto modo que
se distingue de la existencia. Al ser que detenta la palabra, lo llamamos ser de lenguaje; le
podemos dar el nombre que le asignó Bentham, al que se refiere Lacan siguiendo una
indicación de Jakobson: ficción.
Bentham se interesó antes que nada, precisamente, en el discurso jurídico, creador de
derechos y también de deberes. Allí reside el problema cuando se quiere transformar a los
animales en sujetos de derechos: ¿cómo transformarlos en sujetos de deberes?
Uno puede decir que se impone proteger la especie de los tigres: se los corrió mucho,
por consiguiente, Uds. bien pueden acordarles derechos. Intenten darles deberes: no comerás
al bípedo implume. Es precisamente porque uno tiene alguna idea del hecho que resultaría
muy fatigante querer instilarles el respeto a los Diez Mandamientos, que sólo se toma la
precaución de no presentarse ante ellos sin defensas. Es decir, sólo podemos asegurar la
supervivencia de ellos a condición de hambrearlos o, al menos, a condición de sustraerles eso
mismo que imaginamos constituye el objeto de su deleite.
Bajo la forma de esta gentileza de protegerlos se expresa, de hecho, el fantasma de
ejercer dominio sobre su goce desconocido. En definitiva, convertir los animales en sujetos
de derechos, es el sueño de una domesticación universal, en primer término, por lo demás, la
domesticación del célebre ser hablante, quien se revela siempre, para sorpresa de las almas
buenas, un poquitín más salvaje de lo que era esperable. ¿Cómo es posible tal cosa en el s.
XXI ? Y sí ...
Entonces, las ficciones son entidades que sólo fundan su ser en ser enunciadas,
podemos decir definidas cuando se trata del discurso jurídico, descritas cuando se trata de la
literatura –por lo demás, a veces basta con un nombre / sustantivo (nom). Siguiendo esta veta,
podemos decir que todo es literatura, lo cual significa que en la historia humana todo no hace
sino hablar de nada: Much ado about nothing. Y cuando Lacan nos decía que la verdad tiene
estructura de ficción, era para señalar que sólo funda su ser a partir del discurso. Sin discurso,
no hay verdad.
Las ficciones, ¿quién las hace nacer? Nacen del lenguaje cuando es trabajado por un
amo que enuncia lo que es. La ontología es una elaboración del ser, definida por Lacan como
la acentuación en el lenguaje del uso de la cópula, aislada como significante –los reenvío al
Seminario XX, “Aun”/ (3) La función del escrito. En el hilo del discurso, el empleo del verbo
ser / estar –algo por cierto muy común, cuando no hacemos filosofía al respecto-, sirve para
enlazar un nombre / sustantivo a una propiedad. Cuando uno dice: El rey de Francia es
calvo, el adjetivo designa el predicado. El punto de vista ontológico reside en considerar: el
rey de Francia es, dejando de lado la condición de calvo que se le asigna como propiedad.
Aquí tienen entonces la cuestión del ser en tanto surge muy exactamente a partir de lo
designado por Lacan como sección del predicado: retiran “calvo” y se encuentran ante el
esplendor del ser del rey de Francia. Uds. conocen el retrato de Luis XIV –hecho creo por
Rigaud-: el esplendor del rey de Francia cuyo único defecto es el de no existir en 1905. La
ontología opera la sección del predicado para aislar la cópula ser / estar como significante; se
trata de un significante que, por lo demás, no existe en todas las lenguas: tiene que ver con
una opción, opción fundadora de nuestra tradición de pensamiento. Si bien hablo de opción,
se trata más exactamente de una combinación de opciones sucesivas, combinación a priori
poco probable, contingente, parece ser, entre la ontología griega y lo que advino al discurso
por el lado del judaísmo.
El discurso del ser, en su fondo, es un discurso del amo. Lacan lo indica en estos
términos: “Toda dimensión del ser se produce en el transcurrir del discurso del amo.” La
creación de ficción pone de relieve ese predicado del significante en tanto ser imperativo.
Hay allí una tensión entre todo es literatura, que resalta el carácter, los efectos poéticos del
significante por un lado y por otro, el significante como imperativo. Desde esta perspectiva,
el discurso filosófico se inscribe como una simple variante, especialmente refinada,
sofisticada, del discurso del amo.

La última vez evoqué a Brentano y su obra acerca de las significaciones del ser. Lo
agregado por Lacan a esas consideraciones es que el ser es una significación y por eso mismo
se escurre, es incluso según Lacan aquello que en el lenguaje se oculta más. Aquello que
Freud llama lo reprimido –y que todavía nos sirve bien como aparato para la escucha-,
pertenece a este registro. Lo reprimido es un ser que surge en la sorpresa; un ser que, como lo
señala Lacan en su Seminario XI, es “no realizado”, puede venir al ser o no, por consiguiente
es un ser menor; puede venir al ser en la palabra: esto es de lo que se trata en la experiencia.
En ocasiones, uno se dice que faltaba poco, un poco más y ese reprimido iba a ser, iba a
manifestarse.
Es teniendo en cuenta esta perspectiva que ya en el uso hecho por nosotros de ese
término de reprimido –que ubico aquí, a nivel del equívoco del ser- es posible percibir la
conexión entre el ser y la falta (le manque), destacada en la expresión neo-sartreana de Lacan:
falta en ser. Juega a partir de ella con un ser que es falta en ser, hace del sujeto un ser que es
falta en ser.
En el registro del ser es posible hacerlo, es posible distinguir grados del ser. En
función de la importancia que eso tiene, ¿Mme. Bovary es más o menos importante que Uds.
mismos? Es algo que se discute. En todo caso, es mucho más conocida.
La afinidad entre el ser y la falta, así como esos grados del ser, son reconocibles
cuando se trata de la verdad, porque la verdad es variable, inestable. Como tal se recorta y
perfila en la experiencia analítica de la manera más cierta. Aquélla que aparece en un
momento dado, desaparece, se eclipsa un poco más tarde, a la vez siguiente y cuando uno
vuelve a considerar las verdades de las que se descargó, lo hace en ocasiones con un gran
asombro; la verdad, entonces, sigue el destino del ser.
Esto les permite a Uds. operar un cortocircuito para captar la paradoja que implica la
invención de un ser eterno. En su Seminario XXIII, “El sinthoma”, Lacan insiste todavía en la
necesidad de que el analista esté en guardia contra la eternidad, precisamente porque EL SER
VARÍA CON EL TIEMPO. Arrancarlo a la función del tiempo para proyectarlo en la eternidad no
es un crimen, pero es un error por parte del analista.
Los griegos, que dieron a luz nuestra tradición de pensamiento, eran más prudentes.
Lacan, que tenía su recorrido hecho de Aristóteles, subraya que el mismo Aristóteles hacía del
ser un uso más moderado que el registrado en lo sucesivo. Si el ser perdió los estribos al
punto de presumir de eternidad, podemos suponer con Lacan que esto ocurrió bajo la
influencia de la palabra bíblica, atribuida al Dios de la zarza ardiente: Yo soy el que yo soy.
Tenemos allí un uso inmoderado del ser, que les propone al respecto una versión absoluta.
Sin duda, es un ser sustentado en una sección del predicado, pero esto es así para colmar ese
agujero con un predicado donde el verbo ser viene a redoblarse ... Por cierto, allí están
maniatados, los arreglaron con astucia. Quedaron escritos. 1
La Metafísica de Aristóteles, sumada a la zarza ardiente de la Biblia, dio la increíble
exaltación del ser en la teología cristiana. ¿Cuál es, de hecho, el fundamento de esta ilusión
de eternidad –en lo que hace a la tierra, no a los Cielos- si nos consagramos a buscarle uno?
Es sin duda una sublimación de la rutina de todos los días la que determina que, como
dice Lacan, “el significado conserve al fin de cuentas siempre el mismo sentido.” Más o
menos el mismo sentido, es decir, una estabilidad de las significaciones aproximativa, de
rutina, a partir de la cual podemos imaginar que hacemos la eternidad.
De toda evidencia, cuando examinamos la cuestión con más detenimiento, nos damos
bien cuenta que los Antiguos no hacían en absoluto el mismo uso de los mismos términos, no
le acordaban la misma significación como puede parecer que es el caso cuando se la considera
desde una gran distancia. A partir del momento en que uno se acerca, se da cuenta de los
descalces, de los desajustes, descubre incluso que se trata de algo que no tiene nada que ver.
Y cuando miramos desde más cerca aún, advertimos que todo es idiosincrasia, que en su
intimidad las significaciones pertenecen a cada uno. En todo caso, la experiencia analítica
conduce a esto –o debería hacerlo-, a esta desconfianza respecto de la comprensión y de lo
abarcativo. Puede llevar exactamente a lo opuesto, a título de defensa, y abordar el discurso
al por mayor.

La idea del ser eterno se articula en toda una cosmología imaginaria, porque soporta
también la noción de un mundo que persistiría, que duraría y en el cual habría alguien, una
parte de ese mundo que podría llegar a conocerlo. Esta cosmología imaginaria no es
desmentida, sino por el contrario aislada, delimitada, cuando Heidegger califica aquello
aislado por él en términos de ser en el mundo, Dasein in-der-Welt-sein.
El psicoanálisis rehúsa aceptar la noción de un ser eterno, para volcarse a favor del ser
discursivo, inexorablemente ligado a la función del tiempo. Uds. pueden imaginar que basta
con ser ateo para situarse a esa distancia, pero no es en absoluto eso lo que está en juego. De
lo que se trata –en todo caso, en los términos de la invitación que nos formula Lacan- es de

1 - “Vous êtes ficelés” : Consignamos aquí algunas de las diversas significaciones a las que reenvía esta
expresión calificativa del francés coloquial. (N. de la T.).
abandonar la noción de la persistencia de un mundo y del ser hablante como ser en el mundo.
Pensarlo como SER EN EL DISCURSO prohíbe transferirle las propiedades que se le atribuían a
su ser en el mundo.
Acceder a esto requiere una disciplina espinosa; supone pensar contrariando la rutina
de aquello que constituye el entorno más próximo, el pequeño mundo –el que es, por otra
parte, también el más grande. Disciplina que demanda entrenarse en lo que trae consigo, si es
seria, la práctica del psicoanálisis.
La existencia no nos hace salir del lenguaje, sólo que para acceder a él –tal es la
lección de Lacan- es preciso considerarlo a otro nivel que el del ser: en el de la escritura.
Ocurre que el escrito puede autonomizarse en el lenguaje. En particular, el escrito
funciona como autónomo en las matemáticas, lo cual no quita que sea necesario hablar
alrededor, acordar sentido para introducir esta escritura. No obstante, este escrito funciona
como un isolat 2en el lenguaje.
Me esfuerzo en formularlo con simplicidad para que esto quede y deje huella. Por
supuesto, la palabra, esta palabra respecto de la cual señalaba sus afinidades con el ser, puede
ser escrita. En este caso, designemos el escrito reseñado por la palabra, del que la palabra
toma nota, escrito de palabra. Existe la estenografía, que requiere además ser descifrada para
volcarla luego al lenguaje común, pero esta palabra también puede ser grabada, comunicada
gracias a pulsaciones electrónicas: son otros tantos modos de captura de la palabra por
instrumentos puestos a su servicio.
Lo que evoco es otra cosa: se trata de una escritura que llamaré de existencia y no es
escritura de la palabra. A ese título, se la puede llamar ESCRITURA PURA, TRABAJO DE LA
LETRA, DE LA HUELLA. Porque no se trata de pensar que sólo existen las letras del alfabeto;
desde este punto de vista, las cifras también son letras. Aquí, EL SIGNIFICANTE OPERA
CORTADO DE LA SIGNIFICACIÓN y es en este nivel donde es posible captar una existencia sin
mundo.
Se trata de la escritura de la que se sostiene el discurso científico, al menos en su parte
matemática. Y la ciencia arruina el mundo; quiero decir que a nivel del discurso científico, el
mundo donde chapotea el Dasein, ese mundo que creemos conocer, el mundo con el cual co-
nacemos, nacemos al mismo tiempo que él, se descompone a nivel del discurso científico. En
la ciencia, aun cuando los científicos no lo adviertan, no hay mundo. 3
Los reenvío a lo enunciado al respecto por Lacan, siempre en el Seminario XX / (3) La
función del escrito, unos párrafos más adelante: “A partir del momento en el que Uds. pueden
agregar a los átomos ese asunto que se da en llamar el quark (el descubrimiento era por

2 - isolat : No ubicamos el equivalente para este término en castellano. En francés designa, en el


marco de la sociología, al grupo étnico restringido cuyos miembros se encuentran obligados
(por el aislamiento geográfico o bajo la presión de interdicciones religiosas, raciales, etc.) a
elegir su cónyuge únicamente dentro del grupo (Cf. endogamia). (Dic. Hachette de la Langue
Française).
Otra posib.: errata en el original. Si el término fuese isolant, en ese caso encontraría su
equivalente en aislante, aislador, calificación aplicada a las lenguas monosilábicas como el
chino. (N. de la T.).
3 - “Il n’y a pas de monde” : No hay mundo / No hay gente. (N. de la T.).
entonces relativamente más reciente) 4, tienen que darse cuenta así y todo que se trata de otra
cosa que de un mundo.” Ya no tenemos relaciones con una totalidad armoniosa, no se trata
más de un macrocosmos que vendría a reflejarse en un microcosmos, pero tampoco de un
espectáculo del mundo que se desplegaría para beneficio del sujeto de la representación.
Aquí, la existencia se reduce a:

Ε x / ƒ x (existe x tal que función de x)

Por supuesto, hablo de la cuestión para introducir el tema, pero de lo que se trata es de
enlazar una escritura que se despliega según su propia necesidad.
Pero no estrujemos, no precipitemos ese momento. Se trata de algo que se lee, yo se
los leo. Precisamente, aquí se trata de lectura, no de escucha; lo que uno escucha, son
significaciones que evocan en Uds. la comprensión, porque siempre hay un goce que está
implicado. Como lo dije, es preciso esforzarse para separar de ellas el significante. En
efecto, cuando se trata de escucha, nuestro punto de partida son los significados, los s e
intentamos aislar de ellos el significante, S.
La lectura es otra cosa: su punto de partida es el significante y eventualmente, puede
dar lugar a significaciones; hay algo que aparta la lectura de la escritura, hay una distancia y
para pasar de una a otra no queda más recurso que el del escrito, es necesario resignarse a él.

Antes que detenernos en los deleites referidos a la escucha, ocupémonos de lo que


hace a la lectura de Uds. La interpretación es una lectura y sólo alcanza sus fines a condición
de ser una lectura. Es la razón por la cual Lacan puede decir que Uds. le suponen al sujeto del
inconsciente un saber leer.
Que esto resulte claro: hay dos estatutos del significante. En el uso que hace Lacan,
está en juego sin duda una anfibología de ese término. Por un lado, el significante anotado
por la palabra –ése ocupa un segundo lugar-; por el otro, el significante como tal, aquél que se
lee pura y simplemente y éste tiene primacía respecto del significado. Uno puede llamarlo la
letra –Lacan lo hace en ocasiones-, a condición, como dije, de no limitarse a las veintiséis
letras del alfabeto; los números naturales y los otros que no lo son y se inventan todos los
días, son de este orden y no toman nota de significaciones.
Es respecto de este significante primero que Lacan puede decir que es como una
sustancia. Exactamente, dice: “Hay una sustancia fundada por completo en que hay
significante.” Es preciso entenderlo, este término de sustancia no tendrá que ser
necesariamente conservado demasiado tiempo.
De esta manera se puede decir que las matemáticas se despliegan más allá del
lenguaje, en la medida que eso designado por nosotros como el lenguaje está hecho de la

4 - quark : Consignamos a continuación una síntesis acerca del término. En el campo de la física
nuclear designa la partícula elemental hipotética, de carga eléctrica fraccionaria, que entra en
la constitución de los bariones y los mesones. Su existencia fue postulada en 1963 por el físico
americano Gellmann, quien tomó como referencia para designarlas así una canción
introducida por J. Joyce en Finnegans Wake (“three more quarks for Mr. Mark”). Los quarks
son partículas que operan entre sí cuando se trata de interacciones fuertes y con otras
partículas elementales en las débiles y en las electromagnéticas. (Dictionnaire Hachette de la
Langue Française) (N. de la T.).
unión del significante y del significado. Lacan lo dice llegado el caso en esos términos. Es
allí donde el lenguaje nos impone el ser, eventualmente el ser eterno; el lenguaje da
nacimiento a seres variables, frágiles, cuya denotación –para hablar como Russell-, cuya
referencia, la Bedeutung –para emplear el término de Frege- les escapa.
Es precisamente porque el ser aparece como huidizo, incierto cuando uno habla, que
nos vemos conducidos a imaginar un ser más acá del lenguaje. Dicho de otro modo, ese halo
de ser que rodea el uso del lenguaje nos conduce a pensar que sólo tenemos acceso a las
apariencias y estamos separados por el muro del lenguaje de lo que sería el ser. Tal como lo
entiendo y lo leo, Lacan nos invita a renunciar a esto.
Se trata de un aparato, verdaderamente elemental en los términos en que lo formulo
reducido aquí, muy expresivo y dominante en nuestra tradición filosófica, con todas las
variaciones que se pueden introducir en él, por medio del cual es posible asimilar, decir que
de hecho la apariencia es el ser verdadero, etc. La subversión nietzscheana conduciría a esto.
El psicoanálisis conduce a otra cosa.
El psicoanálisis no conduce a plantear un ser más acá, sino, en los términos de Lacan,
un ser al lado, junto a, derivado de, un ser para, que es precisamente el que nos aporta el
lenguaje. Entonces, lo que se sustituye al esquema apariencia / ser –respeto provisoriamente
el dibujo del muro del lenguaje-, es un para-ser, un ser que está siempre a un costado de,
junto a y detrás, el muro del lenguaje:

para-ser ( par-être ) / existencia

Es necesario agregar a esto que para nosotros no hay muro del lenguaje, pero sólo si
llegamos a concebir que LA ESCRITURA ALCANZA Y CONSTITUYE LA EXISTENCIA. Dicho de
otro modo, hay una conjunción del para-ser y de la palabra que encuentra su punto culminante
cuando uno se expresa en términos de ser hablante y hay otra conjunción esencial entre
existencia y escritura: esa escritura que califiqué de primera.

para-ser palabra
existencia escritura

Este es un aparato necesario para leer como conviene hacerlo la proposición formulada
por Lacan en términos de No hay relación sexual, relación acerca de la cual en ocasiones dice
que no puede ser escrita y que es inexistente. Lo dice en tanto LA ESCRITURA ES LA MEDIDA
DE LA EXISTENCIA.
Existen apariencias que compensan la relación sexual; hay para-seres que sólo fundan
su ser en el lenguaje y están provistos de ficciones instituidas a veces por el significante
imperativo y otras por la simple rutina de las significaciones, que en materia de sexualidad
son especialmente contradictorias. El significante imperativo es la ley, lo que se designa en
términos de religión, como si se tratase allí de un único terreno, cuando son entre sí muy
heterogéneas: se crean categorías como la de lo sagrado, para reunir todo eso en una gran
bolsa, pero a partir del momento en que se lo mira con más detenimiento, surgen las
diferencias. No entremos en la cuestión.
La ficción que por excelencia compensa, remedia, suplanta eso que no existe es el
amor. Yo decía al respecto algo que no me parecía absurdo: lo situaba como una constante
antropológica. Alguien avanzaba que todo hombre –en el sentido genérico: ejemplar de la
humanidad- sabe que es mortal y es / está enamorado.
El amor crea, hace ser un Uno imaginario, aísla un único ser, aquél que cuando les
falta todo está desierto, verso de Lamartine, el único que me gusta porque es un verso
lacaniano y apunta con mucha precisión a su objetivo; otro tanto ocurre, por lo demás, con el
título de una novela de Mauriac, “El desierto del amor”, que armoniza con el verso de
Lamartine.
El amor tiene esta propiedad de aislar un Uno ; de toda evidencia, es el sucedáneo de
un Uno verdaderamente interesante, el significante Uno. Pero de este último, Uds. no están
enamorados. Uds. no lo están, pero otros sí, como Plotino, por ejemplo, quien lo estuvo como
Uds. pueden llegar a estarlo de tal o cual Uno o Una imaginarios. Desde este punto de vista,
la transferencia analítica está hecha de la misma tela, tiene las mismas disposiciones que este
amor, el amor verdadero –para lo que vale la verdad. Es decir, está confeccionada con una
tela de para-ser.
El amor no les da acceso a la existencia; sólo les da acceso al ser y es la razón por la
cual se imagina que el ser eterno exige el amor de ustedes –donde se funda la sospecha que
quizá, si lo amasen un poco menos, sería un poco menos eterno.
El lugar del Otro, que designamos lugar de la verdad, es el lugar de los para-seres y el
analista en el lugar del Otro, según esta lógica, es preciso decir que es de la misma tela, que
tiene el mismo espesor de dios, ni más ni menos. Es, por otra parte, lo que daba fundamento a
Freud para considerar, apoyándose en el psicoanálisis, que la religión era una ilusión.
El Uno imaginario que despeja, que supone y crea el amor hace de ustedes su
correlato. Esto justifica que se atribuya al amor un estatuto narcisista.
El Uno del amor es por completo distinto del Uno de la existencia. EL UNO DE LA
EXISTENCIA SE FUNDA EN UN EFECTO DE ESCRITO Y NO EN UN EFECTO DE SIGNIFICACIÓN. Allí
reside el valor de la indicación aportada por Lacan cuando formula que es en el juego mismo
del escrito que nos toca encontrar el punto de orientación de nuestra práctica. Esto quiere
decir, en primer término, que es la lectura lo que cuenta en la escucha y al decir esto, apunta
al escrito primario, no al escrito que reseña, que toma nota de la palabra.
Ese escrito primario, intenté la última vez inscribirlo con un I, un uno en mayúscula,
en cifra latina, al que agregué esa forma circular que supuestamente indicaba una falta, la de
esa primera marca acerca de la cual les dije que valía como el conjunto vacío de la teoría: О
Lacan insistió, a lo largo de toda su enseñanza, en un punto clásico: la diferencia entre
la teoría de las clases y la teoría de los conjuntos. Es preciso ser claro al respecto. En la
teoría de las clases, sólo hay seres que son esto o aquello. En primer término, sólo hay seres.
Es en la teoría de los conjuntos que se llega a trabajar con la ausencia de los seres. En la
teoría de las clases, sólo hay seres que tienen predicados, en función de los cuales esos seres
vienen a quedar reunidos en una clase, siguiendo el gran principio lógico enunciable en
términos de tal para cual, dios los cría y ellos se juntan, todos los que se asemejan se reúnen.
Por el contrario, entre los elementos de un conjunto no hay semejanza. Lo que viene a
quedar reunido, su único punto en común, es lo que se cuenta como uno. Esto es así al menos
en la perspectiva llamada exponencial. Se integran en un mismo conjunto –y Lacan lo
subraya- cosas que no guardan entre sí estrictamente relación alguna. No se parecen por
ninguna propiedad, no tienen en común ninguna forma, ningún dato imaginario, ninguna
significación. Todo cuanto los elementos tienen en común es ser otros tantos unos y
pertenecer a un conjunto dado, marcado por una determinada letra. A partir de allí, se opera
con esto.
Sólo que, en la teoría de los conjuntos, además se cuenta al conjunto vacío. No
aparece cuando contamos los elementos, sino cuando contamos eso que designamos las
partes del conjunto, los subconjuntos. Surge, como si fuese por milagro, como Uno-en-más.

¿Por dónde vino a nuestro mundo el Uno?


Llegó por el significante, porque hay lenguaje. Y una vez introducido en el mundo, lo
descompone.
Decir que hay una sustancia significante, decir que hay de lo Uno –y este Uno no se lo
puede deducir, es primero, llega al mundo con el lenguaje-, obliga a hacer de él una suerte de
sustancia, algo que aquí no equivale a génesis. Sustancia quiere decir: no hay génesis. Y es
en la medida que planteamos como un dato primigenio hay de lo Uno, que nos vemos
conducidos a aislar el goce como una sustancia diferente.
No han faltado las glosas –yo he sido el primero en formularlas- acerca de la sustancia
gozante que Lacan trae en su Seminario XX, pero esta sustancia gozante es el estricto
correlato de la noción, diría yo aproximativa, de la sustancia significante. La sustancia
gozante pertenece a un registro por completo diferente, puesto que viene a quedar asignada al
cuerpo, pero a condición –dice Lacan- de que se defina sólo a partir de lo que se goza (ce qui
se jouit). Esto quiere decir que el cuerpo del que se trata aquí, no se define por la imagen,
como el cuerpo del estadío del espejo, no se define por la forma, no se define siquiera por el
Uno, Un-cuerpo. Tampoco se define como ese que goza, sino como eso que se goza.
Acordémosle en primer lugar el valor que implica aquí su conexión con la sustancia:
se trata de un cuerpo que goza de sí mismo. No es el cuerpo que correspondería a la relación
sexual; el cuerpo puesto en la mira aquí, se sitúa en el nivel de la existencia. Encontramos
despejado un dualismo de la sustancia: la sustancia significante, la sustancia gozante, situado
en el polo opuesto de lo que ocurre con el monismo de Spinoza y la sustancia única: Dios o la
naturaleza.
Desde la perspectiva de Spinoza, podemos decir que la sustancia es puramente
significante; se deja matematizar por completo –ese era, en todo caso, el ideal-, lo cual quería
decir, para el propio Spinoza, geometrizar, euclidianizar. Se puede proceder por teorema y
demostración, porque sólo se trata de significantes. De seguir el itinerario por donde Spinoza
procura que pase el sujeto, éste tendría que encontrar, en su punto culminante, el amor
clasificado cuidadosamente: el amor intelectual de Dios. Es un amor de Dios que se supone
fundado en el nivel del significante, pero que no por eso dejaría de ser fuente de beatitud, es
decir, de goce infinito.
Una vez recorrido íntegramente el trayecto de la demostración, desplegado por
completo en el nivel del significante, ¿cómo encontrar aquí el goce sin plantear junto a la
sustancia significante, al costado de ella, una sustancia gozante?
En Lacan, vemos entrar en movimiento dos sustancias, la significante y la gozante,
exteriores una respecto de la otra, que de un cierto modo hacen resonar la diferencia freudiana
entre el inconsciente y el ello. Salvo que, cuando Lacan las plantea, implica de inmediato una
satisfacción a nivel del inconsciente. Y después de haber ligado en apariencia la sustancia y
el cuerpo de una manera indisoluble, trae contradictoriamente una satisfacción que requiere
del lenguaje para ser soportada: el goce del bla-bla-bla.
Se puede decir que aquí, corresponde captar el lenguaje en el nivel de lo que se
imprime en el cuerpo y es en esta medida que el lenguaje puede ser considerado un aparato
del goce. Es lo descubierto por Freud bajo la categoría de la castración; según lo formulara en
sus términos, con el lenguaje se introducía una pérdida de goce, a la que él le acordaba una
repercusión en términos de falta (faute), de culpabilidad. Pero allí tenemos, si puedo
expresarme así, demasiado sentido.
Lacan, siguiendo el surco de este descubrimiento, ya no habla de castración –o sólo lo
hace de vez en cuando, para recordar las raíces-, sino que dice simplemente desajuste,
perturbación. El Uno introduce un disturbio del goce.
Habíamos admitido que el goce del cuerpo como tal es homeostático. Es lo que nos
imaginamos, precisamente, respecto del goce del animal e incluso del de la planta: está
regulado. El lenguaje introduce en ese registro del goce –Freud decía: la castración; Lacan
dice otra cosa, que la engloba- LA REPETICIÓN DEL UNO QUE CONMEMORA UNA IRRUPCIÓN DE
GOCE INOLVIDABLE. A partir de ese momento, el sujeto se encuentra ligado a un ciclo de
repeticiones cuyas instancias no se suman y cuyas experiencias no le enseñan nada. Hoy,
para calificar esta repetición de goce hablamos de adicción. La llamamos así precisamente
porque no es una adición, porque las experiencias no se suman. Esta repetición de goce se
hace fuera del sentido y genera la queja.

Es también siguiendo esta línea que Lacan pudo generalizar la instancia de este goce
mudo que él descubría en la sexualidad femenina. En el fondo, más tarde la extendió también
al varón, para decir que es esa instancia la que acuerda el estatuto fundamental del goce como
opaco al sentido.
Por esta razón tuvo que inventar el regreso a la escritura del sinthoma, a distinguir del
síntoma. El síntoma freudiano, precisamente, produce sentido, en tanto el sinthoma pura y
simplemente se repite. El síntoma freudiano contiene una verdad que uno puede soñar con
revelar; el sinthoma no es correlativo de una revelación sino de una confirmación. Todo
cuanto uno puede decir, es que puede ponerse al desnudo, puede quitarse las ropas que le dan
para-seres. Y el famoso objeto a –es decir, aquello del goce que produce sentido-, también es
un para-ser.
El goce repetitivo, el que damos en llamar de la adicción –y precisamente lo designado
por Lacan como sinthoma se ubica en el nivel de la adicción-, sólo guarda relación con el
significante Uno, con el S1. Esto quiere decir que no tiene relación con el S 2, representante
del saber. Este goce repetitivo está fuera del saber, no es más que auto-goce del cuerpo
alcanzado por el hábil rodeo del S1 sin S2. Aquello que cumple la función de S2 en la materia,
que hace las veces de Otro de ese S1 , es el cuerpo mismo.
Es el estudio de la sexualidad femenina el que permitió a Lacan correr una punta del
velo que recubre este goce desconocido. Es lo que desarrolla en el Seminario “Aun”; pero a
partir de allí, más tarde lo encontró, por supuesto, también en el varón. Está presente en él –
aún más oculta, diría yo- bajo las fanfarronadas del goce fálico.
Se manifiesta de manera clara entre los hombres que eligen no pasar por el goce fálico.
Es el resultado de una ascesis en los hombres místicos, por ejemplo; se manifiesta también en
un caso como el de Joyce o el de quienes instalan en el lugar del Otro, otra cosa que el cuerpo
de la mujer, aquellos que instalan en ese lugar a Dios o a lalengua, como lo hace Joyce, y
toman la iniciativa de gozar de eso. Algo que constituye al menos la marca de que el goce
como tal no guarda la menor relación con la relación sexual.
Esto nos conduce, hay que admitirlo, a lo real ubicado en ese nivel donde la existencia
se conjuga con la escritura, fuera de sentido. Pero es esto mismo lo buscado por el propio
Freud, cuando intentaba fundar aquello que descubría en el análisis a nivel de las neuronas.
Es también lo que buscan las neurociencias: la investigación de un real fuera de sentido, sólo
que con la biología, el sentido vuelve a introducirse siempre. Y ese real, Lacan lo encuentra
despojado de todo sentido en las matemáticas.
Yo hablaba de dos sustancias: el significante y el goce. En definitiva, lo real es la
conjunción de las dos. Porque la conjunción del significante, del S1 y del goce es siempre
una conjunción contingente: es lo que viene a ser relatado en análisis, la contingencia del
encuentro entre el significante y el goce y las vías especiales, siempre tortuosas,
imprevisibles, que se manifiestan en el après-coup como necesarias, por las cuales esta
conjunción vino a operarse.
Es en ese nivel donde, por supuesto, uno puede formular LO REAL ES SIN LEY.
Lo real que es sin ley ES AQUÉL DE LA CONJUNCIÓN DEL SIGNIFICANTE Y DEL GOCE.
Es algo que podemos apreciar por el modo de entrada de la experiencia inolvidable de
goce, que será conmemorada por la repetición. Ese modo de entrada, en todos los casos a los
que se tiene acceso por el análisis, es siempre el de la efracción, es decir, algo que se
diferencia de la deducción, de la intención, de la evolución. Se trata de la ruptura, de la
disrupción respecto de un orden previo, ya hecho, de la rutina del discurso gracias al cual se
sostienen las significaciones o de aquélla que uno imagina propia del cuerpo animal.
Esta ruptura se traduce, en todos los casos, por un desarreglo, una perturbación,
desajuste captado por Freud en la significación de la castración, en el teatro de la interdicción
edípica. Ese teatro, es preciso decirlo, palideció porque el orden simbólico ya no es hoy, en el
s. XXI, lo que antes era. Nos toca entonces orientar nuestra práctica siguiendo el hilo de las
formulaciones avanzadas por Lacan.

Hasta la semana próxima.

FIN DE LA OCTAVA SESIÓN 2011 (23.03.11)


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