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George Reid Andrews

AFRO-LATINOAMÉRICA
1800-2000

Traducción: Óscar de la Torre Cueva

I B E R O A M E R I C A N A - V E RV U E RT - 2 0 0 7
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Die Deutsche Nationalbibliothek lists this publication in the Deutsche
Nationalbibliografie; detailed bibliographic data are available on the Internet
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Copyright © 2003 by Oxford University Press, Inc.

Afro-Latin American 1800-2000 was originally published in English in 2003.


This traslation is published by arrangement with Oxford University Press.

Afro-Latinoamérica 1800-2000 fue originalmente publicado en inglés en 2003.


Esta traducción se publica con el permiso de Oxford University Press.

Derechos reservados

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ISBN 978-84-8489-309-7 (Iberoamericana)


ISBN 978-3-86527-346-8 (Vervuert)

Depósito Legal:

Ilustración de cubierta: Estandarte de carnaval del bloco afro Ilê Aiyê. Colección
de G. R. Andrews.
Diseño de cubierta: Carlos Zamora.

Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico sin cloro.


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Para Freddy, de L. A.,


alguien que quería saber más
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ÍNDICE

Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

Mapas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13

Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17

C A P Í T U L O 1: 1800 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29

C A P Í T U L O 2: «Un rayo exterminador». Las guerras por la libertad,


1810-1890 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95

C A P Í T U L O 3: «Los negros, nuevos ciudadanos». La política de la


libertad, 1810-1890 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 145

C A P Í T U L O 4: «Una transfusión de sangre mejor». Blanqueamiento,


1880-1930 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 195

C A P Í T U L O 5: Empardeciendo y ennegreciendo, 1930-2000 . . . . . 249

C A P Í T U L O 6: Hacia el siglo XXI. Año 2000 y más allá . . . . . . . . . . 309

A P É N D I C E : Registros de población, 1800-2000 . . . . . . . . . . . . . . . . 327

GLOSARIO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 335

BIBLIOGRAFÍA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 339
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A GRADECIMIENTOS

E
ste libro tiene su origen en mi curso de licenciatura sobre Afro-
Latinoamérica en la Universidad de Pittsburgh, el 0502 de His-
toria. Muchas gracias a los estudiantes que en estos años lo han
tomado, especialmente a Lillian Bertram, Jack Bishop, Sheriden Boo-
ker, Alicia Hall, Sidney Lewis, Shauna Morimoto y Ory Okolloh,
quienes me ayudaron a ver el camino.
Cuando me decidí a escribir el libro, necesitaba dinero para llevar
a cabo la investigación. Reconozco con agradecimiento el soporte
financiero de la Fundación John Simon Guggenheim, el National
Endowment for the Humanities y, en la Universidad de Pittsburgh, la
Faculty of Arts and Sciences, el University Center for International
Studies y el Center for Latin American Studies.
Al recibir el dinero, viajé a muchas bibliotecas. Mi sincero agrade-
cimiento para el personal de las bibliotecas nacionales de Costa Rica,
Panamá, Uruguay y Venezuela; las bibliotecas de la Universidad de
Tulane, la Universidad Central de Venezuela, la Universidad de Costa
Rica, la Universidad de los Andes (Bogotá), la Universidad de Pana-
má, el Centro de Estudios Afro-Orientais de la Universidade Federal
da Bahia y la Universidad Nacional de Costa Rica; el Schomburg
Center for Research in Black Culture (New York); la Biblioteca Luis
Ángel Arango (Bogotá); el Museo Afro-Antillano (Panamá); y Mun-
do Afro (Montevideo). Mi mayor deuda la tengo con el fallecido y
siempre recordado Eduardo Lozano, fundador y cuidador incansable
de la remarcable Colección Lozano, en la Biblioteca Hillman de la
Universidad de Pittsburgh.
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10 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

En mi trabajo conté con tres asistentes de investigación emprende-


dores y tecnológicamente habilidosos: Lena Andrews, James DeWeese
y Jorge Nállim.
Al terminar la investigación, acudí a otros especialistas para que me
ayudaran a unir las piezas y entender su significado. Jaime Arocha,
Avi Chomsky, Ana Frega, Dale Graden, Keila Grinberg, Aline Helg,
Franklin Knight, Marixa Lasso, el fallecido Robert Levine, Gary
Long, Peggy Lovell, Randy Matory, Jeffrey Needell, Lara Putnam,
Berta Pérez, João Reis, Doris Sommer, Ed Telles, Robert Farris
Thompson, Richard Turits, Ted Vincent, Peter Wade y Doug Yarring-
ton respondieron preguntas y generosamente compartieron su traba-
jo conmigo. Alejandro de la Fuente me ayudó a orientarme en el cam-
po de la historia cubana, recalcó los puntos clave y me brindó el regalo
de una lectura del manuscrito atenta, cuidadosa y repleta de camara-
dería. James Sanders y Rebecca Scott ofrecieron lecturas igualmente
atentas y cuidadosas, igual que dos lectores anónimos de Oxford Uni-
versity Press.
Susan Ferber alentó este proyecto desde sus inicios, y lo mejoró
tremendamente con su agudo ojo editorial. Le agradezco ambas cosas.
A lo largo de mis años de estudio de este tema me he sentido revi-
talizado e inspirado por los activistas y organizadores que he tenido el
privilegio de conocer. Mi respeto y admiración por los siguientes: en
Argentina, Carmen Platero; en Brasil, Nelson Arruda, Benedita da
Silva, Ivair Augusto Alves dos Santos, Carlos Antônio Medeiros,
Dulce Pereira, Hélio Santos, Maria de Lourdes Siqueira, Maria Apa-
recida Silva Bento Teixeira, y el fallecido Hamilton Cardoso; en
Colombia, Alexander Cifuentes; en Costa Rica, Mitzi Barley y Quin-
ce Duncan; y en Uruguay, Margarita Méndez, Tomás Olivera, Beatriz
Ramírez, Amanda Rorra, Romero Rodríguez y el fallecido y muy
añorado Rubén Galloza.
Tengo la gran fortuna de trabajar con colegas vitales y solidarios.
Agradezco calurosamente su amistad y apoyo a Bill Chase, Seymour
Drescher, Janelle Greenberg, Maurine Weiner Greenwald, Van Beck
Hall, Marcus Rediker, Rob Ruck, Hal Sims, Bruce Venarde, y el falle-
cido y llorado Michael Jiménez.
Mis amados hijos, Lena, Jesse y Eve, hicieron conmigo cada trecho
del camino, ayudándome a hacerlo realidad. ¡Quiero oír vuestro espí-
ritu de espartanos!
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GEORGE REID ANDREWS 11

Las palabras no pueden expresar mi deuda con Roye Werner, astu-


ta investigadora, brillante lectora y escritora, sagaz analista de las per-
sonas y su comportamiento y, a pesar de todo ello, una optimista infa-
tigable. La vida con ella es una bendición.
Finalmente, querido lector, nada de esto tendría sentido si no fue-
ra por ti. Bienvenido, por favor sigue leyendo, y muchas gracias por
venir.
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GEORGE REID ANDREWS 13

OCÉANO
ATLÁNTICO
MÉXICO La Habana
REPÚBLICA
Ciudad de CUBA DOMINICANA
México PUERTO RICO
Santo San Juan
HONDURAS
Domingo
NICARAGUA
GUATEMALA
San José Caracas
EL SALVADOR

COSTA RICA VENEZUELA


PANAMÁ Bogotá
Ciudad de
Panamá
COLOMBIA

Quito
ECUADOR

Recife
PERÚ
BRAZIL
BRASIL
Lima Salvador

La Paz
BOLIVIA

Rio de
Río de Janeiro
Janei
PARAGUAY
OCÉANO
São
Sao Paulo
PACÍFICO Asunción

CHILE ARGENTINA
Santiago URUGUAY
Buenos Montevideo
Aires
Porcentajes de negros y mulatos
0–4
5–14
15–29
30–49
50–74
75–100
Sin datos
No incluido

Mapa 1. Afro-Latinoamérica, 1800.


Crédito de todos los mapas: William Nelson.
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14 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

OCÉANO
ATLÁNTICO
MEXICO
MÉXICO La Habana
REPÚBLICA
Mexico
Ciudad de CUBA DOMINICANA
City
México PUERTO RICO
Santo San Juan
HONDURAS
Domingo
NICARAGUA
GUATEMALA
San José Caracas
EL SALVADOR

COSTA RICA VENEZUELA


PANAMÁ Bogotá
Ciudad de
Panamá
COLOMBIA

Quito
ECUADOR

Recife
PERÚ
BRAZIL
BRASIL
Lima Salvador

La Paz
BOLIVIA

Rio de
Río de Janeiro
Janeir
PARAGUAY
OCÉANO
Sao Paulo
São
PACÍFICO Asunción

CHILE ARGENTINA
Santiago URUGUAY
Buenos Montevideo
Aires
Porcentajes de negros y mulatos
0–4
5–14
15–29
30–49
50–74
75–100
Sin datos
No incluido

Mapa 2. Afro-Latinoamérica, 1900.


Crédito de todos los mapas: William Nelson.
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GEORGE REID ANDREWS 15

OCÉANO
ATLÁNTICO
MÉXICO La Habana
REPÚBLICA
Ciudad de CUBA DOMINICANA
México PUERTO RICO
Santo San Juan
HONDURAS
Domingo
NICARAGUA
GUATEMALA
San José Caracas
EL SALVADOR

COSTA RICA VENEZUELA


PANAMÁ Bogotá
Ciudad de
Panamá
COLOMBIA

Quito
ECUADOR

Recife
PERÚ
BRAZIL
BRASIL
Lima Salvador

La Paz Brasília
Brasilia

BOLIVIA

Rio de
Río de Janeiro
Janeir
OCÉANO PARAGUAY
São Paulo
PACÍFICO Asunción

CHILE ARGENTINA
Santiago URUGUAY
Buenos Montevideo
Aires
Porcentajes de negros y mulatos
0–4
5–14
15–29
30–49
50–74
75–100
Sin datos
No incluido

Mapa 3. Afro-Latinoamérica, 2000.


Crédito de todos los mapas: William Nelson.
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INTRODUCCIÓN

E
l lector tiene en sus manos una historia de la región que aquí
llamaremos «Afro-Latinoamérica». ¿Qué significa este con-
cepto?
Encontré por primera vez el término «Afro-Latinoamérica» a fina-
les de los setenta en los artículos de dos politólogos, Anani Dzidzien-
yo y Pierre-Michel Fontaine1. Me pareció una aportación brillante.
Escritores e intelectuales latinoamericanos se habían referido a sus
conciudadanos afrodescendientes desde hacía tiempo como afrobrasi-
leños, afrocubanos, afrovenezolanos, etc.2; a partir de este uso, el con-
cepto de una categoría mayor y transregional de afrolatinoamericanos
emergía naturalmente. Sin embargo, por lo que yo sé, nadie antes de
Dzidzienyo y Fontaine había pensado en transformar el plural de los
afrobrasileños o afrocubanos en un singular Afro-Brasil o Afro-
Cuba, mucho menos en un Afro-Latinoamérica común a todos ellos3.
Fontaine usaba el término para «designar todas las regiones de
América Latina donde se hallan grupos significativos de gente de
ascendencia africana conocida»4. Esto requiere un poco más de expli-
cación, empezando por «América Latina». Defino Latinoamérica

1. Dzidzienyo, «Activity and Inactivity»; Fontaine, «Political Economy».


2. Ver, por ejemplo Ortiz, Hampa afro-cubana; Estudos afro-brasileiros; Freyre et
al., Novos estudos afro-brasileiros; Bastide, Poesia afro-brasileira; Sojo, Temas y apun-
tes afro-venezolanos; Rama, Afro-uruguayos.
3. Para un uso más reciente, ver Pérez Sarduy y Stubbs, Afrocuba; García, Afrove-
nezuela.
4. Fontaine, «Political Economy», 133.
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18 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

como el grupo de países americanos gobernados desde el siglo XVI al


XIX por España o Portugal. Debemos notar que esta definición deja
fuera a los países anglófonos y francófonos del Caribe, como Jamaica,
Haití y Barbados. Estos países forman parte de la diáspora africana en
el Nuevo Mundo, y su proximidad a las islas del Caribe español
(Cuba, la República Dominicana y Puerto Rico), a Centroamérica y a
la Suramérica septentrional los implica directamente en la historia de
la región, pero para los propósitos de este estudio no formarán parte
de Afro-Latinoamérica.
El segundo término que requiere una definición es «significativo».
Fontaine utilizó el término claramente en sentido cuantitativo o
numérico, pero no especificó las cifras. En este libro he situado el
umbral para formar parte de Afro-Latinoamérica si los habitantes de
ascendencia africana constituyen al menos el 5% de la población total
de la región o país. Éste parece ser el nivel al que la «negritud» devie-
ne en un elemento visible de sistemas de estratificación social y des-
igualdad, y en el cual la cultura de origen africano —formas de socia-
bilidad y expresión grupal— se convierte en una parte manifiesta de la
vida nacional.
Las poblaciones afrodescendientes no son las únicas que viven en
Afro-Latinoamérica, por supuesto. Blancos, indígenas, asiáticos y
gentes racialmente mezcladas también viven allí, a menudo (y desde
1900, casi siempre) superando en número a la población negra. Fueran
mayoría o minoría, no obstante, la presencia negra denota una expe-
riencia histórica específica compartida por casi todas las sociedades de
Afro-Latinoamérica: la experiencia de la agricultura de plantación y
de la esclavitud africana. Cuando en el presente los ciudadanos de
Afro-Latinoamérica luchan para escapar de la herencia económica de
pobreza y dependencia que les legó la agricultura de plantación, lo
hacen bajo la sombra de la herencia social de desigualdad de raza y de
clase que dejó la esclavitud. Esto les exige definir su relación con la
«negritud», el indicador más obvio y visible de un estatus social bajo.
También deben decidir si desean —y en qué medida— participar en
unas formas de expresión cultural negra que han sido durante mucho
tiempo consideradas por las elites locales y nacionales como primiti-
vas y bárbaras, pero que han conformado de manera creciente las
bases de la cultura popular y de masas en la región. Todos estos ele-
mentos hacen que la herencia africana de las zonas de plantación, y las
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INTRODUCCIÓN 19

cuestiones de raza y «negritud», sean tan inevitables para los habitan-


tes blancos, mestizos e indígenas de Afro-Latinoamérica como para
los afrodescendientes.
La definición de Fontaine también implica movimiento y cambio
en los límites de Afro-Latinoamérica en el tiempo. Ésta no es una
entidad fija e inmutable; es más bien fluida, aunque la tendencia ha
sido claramente hacia la contracción con el paso de los años. Países
que en 1800 eran de mayoría negra y mulata —como Brasil, Cuba y
Puerto Rico— dejaron de serlo entre 1900 y 2000. Otros países que en
1800 habían formado parte de Afro-Latinoamérica —como Argenti-
na, México y Perú— durante el transcurso de los siglos XIX y XX deja-
ron de ser parte de ella, a medida que sus poblaciones negras y mula-
tas cayeron por debajo del umbral del 5%. Afirmar esto no significa
que los afrodescendientes desaparecieron de esos países, o que deja-
ron de existir. De hecho, en cifras absolutas, su número quizá sea
mayor hoy de lo que fue en 1800 (aunque la falta de datos raciales en
el censo de esos países hace imposible probar este punto). Y mientras,
por ejemplo, México y Perú en su totalidad ya no pueden ser inclui-
dos en Afro-Latinoamérica, algunas regiones específicas de estos paí-
ses en donde las poblaciones negras siguen particularmente concen-
tradas —como los estados costeros de Veracruz y Guerrero en
México, e Ica en Perú— todavía forman parte de ella5.
¿Por qué la representación proporcional de la población negra ten-
dió a disminuir en la región con el paso del tiempo? Parte de la expli-
cación se halla en causas materiales: mayores tasas de mortalidad y
expectativas de vida más bajas para negros que para blancos, inmigra-
ción europea en la región y otros factores. Pero la disminución en los
porcentajes de latinoamericanos que se identifican a sí mismos o son
considerados «negros» por otros tuvo también causas culturales, y
estas causas apuntan hacia el tercer término clave que Fontaine dejó
sin especificar: ¿qué constituye un grupo, o una persona «de ascen-
dencia africana conocida»? Incluso en Estados Unidos, responder a
esta cuestión se ha vuelto algo complejo y difícil en los últimos años.

5. Sobre la persistencia de poblaciones negras en esos y otros países, ver Minority


Rights Group, No Longer Invisible. Para Argentina, no incluida en ese volumen, ver
Picotti, Negro en la Argentina; Frigerio, Cultura negra; Otero Correa, «Afroargenti-
nos y caboverdeanos».
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20 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

En América Latina, donde las fronteras raciales han sido histórica-


mente mucho más fluidas y flexibles que en Estados Unidos, las com-
plejidades y ambigüedades de la identidad racial de una persona son
todavía mayores. Los marcadores raciales —color de piel, pelo, rasgos
faciales— no son necesariamente concluyentes en Latinoamérica,
donde el éxito económico y otras formas de movilidad social ascen-
dente pueden «blanquear» a la gente de piel oscura de maneras que en
Estados Unidos no se dan6.
¿Cómo «conocemos» en América Latina quién es de ascendencia
africana y quién no? Lo «conocemos» básicamente aceptando lo que
los nativos de la región nos dicen. Cualquier individuo descrito por sí
mismo o por otros como «negro» (o preto en Brasil), «pardo» o
«mulato» será considerado, para los propósitos de este estudio, «de
ascendencia africana conocida»7.
Este procedimiento posiblemente tenga algunos inconvenientes.
Se puede cuestionar si los pardos, racialmente mezclados, son real-
mente «de ascendencia africana conocida». El concepto de «pardo» o
mulato indica que los latinoamericanos trazan una distinción entre
personas de ascendencia africana mezclada y no mezclada, y que los
ven como grupos separados. Unirlos en una categoría única de
«negros» es, en efecto, imponer conceptos raciales norteamericanos
en una parte del mundo en donde las prácticas y categorías raciales son
bastante diferentes.
Aunque la condición de negro y la de pardo son distintas, ambas
categorías denotaban una ascendencia «impura», «sucia», socialmen-
te contaminada —el equivalente a la ascendencia africana—. Durante
el período colonial esto se daba en el ámbito de las directrices forma-
les del Estado y en la mentalidad popular, donde negros y pardos se
caracterizaban por imágenes y estereotipos algo diferentes, pero en
ambos casos indiscutiblemente negativos. Incluso después de que las
leyes raciales de la colonia fueran eliminadas en el siglo XIX, estas imá-
genes negativas de los afrodescendientes persistieron, independiente-
mente de que su condición como tales fuera mezclada o no mezclada.

6. Spickard, Mixed Blood; Davis, Who is Black? Acerca de similares complejidades


en Brasil, ver Harris, Patterns of Race, 54-64; Andrews, Blacks and Whites, 249-58;
Wood, «Categorias censitárias»; Harris et al., «Who Are the Whites?»; Telles, «Racial
Ambiguity»; y sobre Colombia, Wade, Blackness and Race Mixture.
7. Sobre estos y otros términos raciales y de color, ver Stephens, Dictionary.
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INTRODUCCIÓN 21

El estatus racial de pardo fue creado precisamente para excluir de


los beneficios de la condición de blanco a los individuos que pudieran
reclamar cualquier grado de ascendencia europea. Como la negritud,
la condición de pardo se diferenciaba así claramente de la de blanco e
imponía impedimentos sociales significativos sobre sus miembros. Es
más, a medida que la mezcla racial avanzó en la región con el paso del
tiempo, la condición de pardo más que la de negro se convirtió en el
principal indicador de ascendencia africana y estatus racial de no-
blanco8*. Además, como la investigación en el mayor país de Afro-
Latinoamérica ha mostrado, los pardos han sufrido unas barreras
raciales y una discriminación muy similares, en tipo e intensidad, a la
sufrida por los negros9.
Este libro no trata sobre «raza» como un hecho genético, científi-
co. Difícilmente podría hacerlo, ya que la raza no es un hecho cientí-
fico, sino una «construcción» social, cultural e ideológica —un con-
junto de ideas— a través de la cual las sociedades han buscado
organizarse, estructurarse y comprenderse a sí mismas10. Este libro
examina cómo las sociedades latinoamericanas han usado las ideas
sobre la raza para reservar la riqueza y el poder para sus miembros
definidos como «blancos» y para denegar esos bienes a sus miembros
definidos como «negros» y «pardos». Esto explica por qué en su defi-
nición de Afro-Latinoamérica Fontaine se refirió a la población de
ascendencia africana conocida, en lugar de simplemente a la población
de ascendencia africana. La sociedad tenía que reconocerlos como
tales, y señaló ese reconocimiento con el uso de los términos de color
«pardo» y «negro».

8. Ver capítulo 5.
* N. del T.: El término «no-blanco» es una traducción directa de la palabra inglesa
nonwhite. A pesar de no ser un término gramaticalmente correcto en español, nos
hemos tomado la licencia técnica de utilizarlo por ser más fiel al texto original y por
brindar una lectura más ágil.
9 Adamo, «Broken Promise»; Andrews, «Racial Inequality»; Lovell y Wood, «Skin
Color».
10. Montagu, Man’s Most Dangerous Myth y Concept of Race; Banton, Idea of Race
y Racial Theories; Hannaford, Race. Ver también los comentarios de uno de los equipos
científicos que «mapeó» el código genético humano. El equipo usó «los genomas de tres
mujeres y dos hombres que se identificaron a sí mismos como hispano, asiático, caucási-
co y afroamericano. […] En los cinco […] genomas no hay manera de distinguir una etni-
cidad de otra». «Remarks by the President...» (Washington, 26 de junio de 2000); «Do
Races Differ? Not Really, Genes Show», New York Times (22 de agosto de 2000).
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22 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

La cuestión de quién es de ascendencia africana conocida y quién no


suscita una segunda posible definición de Afro-Latinoamérica. Mientras
la definición de Fontaine se centraba en lugares o sociedades con pobla-
ciones significativas de ascendencia africana, una definición alternativa
de Afro-Latinoamérica se centraría no en una región geográfica, sino en
los grupos e individuos identificados por sí mismos o por la sociedad en
la que viven como de ascendencia africana. En algunos puntos, esta
segunda definición entra en contradicción directa con la primera. La pri-
mera es racialmente inclusiva —de nuevo, la mayoría de sus «afrolatino-
americanos» no son negros ni pardos— y «latinoamérico-céntrico» en
su énfasis en las condiciones sociales y demográficas locales. La segunda
definición no ignora estas condiciones locales; los usos locales, en defini-
tiva, determinan a quién se considera no-blanco. Pero esta segunda es
primariamente diaspórica, más que local, en su orientación; y es racial-
mente excluyente, más que inclusiva.
¿Sobre qué Afro-Latinoamérica trata este libro: Afro-Latinoamé-
rica como sociedad multirracial basada en la experiencia histórica de la
sociedad de plantación, o bien Afro-Latinoamérica como el mayor
componente de la diáspora africana en su conjunto? Inevitablemente
trata sobre ambas, lo cual, a su vez, requiere sumo cuidado y consis-
tencia en la terminología para evitar ambigüedades. Así, en este libro,
usaré «Afro-Latinoamérica» en el sentido racialmente inclusivo y
«latinoamérico-céntrico» para referirme a aquellas regiones o socieda-
des donde las personas de ascendencia africana constituyeron al
menos el 5% de la población total. Al mismo tiempo, uso el término
«afrolatinoamericanos» en el sentido racialmente exclusivo y diaspó-
rico para referirme a los individuos considerados «pardos» o «negros»
por ellos mismos o por otros, y por consiguiente «de ascendencia afri-
cana conocida».
Ambos significados y ambos fenómenos son igualmente impor-
tantes. Las antiguas zonas de plantación en América Latina fueron
poderosa e irremisiblemente influidas por la presencia de africanos y
sus descendientes. Si queremos entender cómo las sociedades, econo-
mías, sistemas políticos y culturas de esas regiones llegaron a ser lo
que son hoy día, debemos estudiar a uno de los grupos de gente que
contribuyó a darles forma: los miembros de la diáspora africana. Aho-
ra bien, esa diáspora no se formó ni se dio en el vacío. Desde los mis-
mos inicios de su presencia en el Nuevo Mundo, los africanos y sus
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INTRODUCCIÓN 23

descendientes vivieron bajo la más severa de las restricciones: la escla-


vitud, que persistió en América Latina hasta la segunda mitad del siglo
XIX. Incluso cuando los afrolatinoamericanos enfilaban el camino de
la libertad, primero individualmente y luego como pueblo, se hallaron
a sí mismos constreñidos por las leyes raciales españolas y portugue-
sas, por el racismo y por la pobreza.
Los intentos previos de sintetizar la historia afrolatinoamericana,
publicados todos en los años sesenta y setenta, enfatizaron las limitacio-
nes impuestas sobre las acciones negras por esas restricciones estructu-
rales11. Investigaciones más recientes publicadas en los años ochenta y
noventa no sólo han iluminado áreas previamente desconocidas del
pasado afrolatinoamericano, sino que también han sugerido nuevos
enfoques para la historia negra en la región, así como nuevas posibilida-
des de síntesis. Al tiempo que reconocía la importancia de las condicio-
nes estructurales —la economía, el sistema político, las condiciones de
desigualdad que venían de antiguo— el conocimiento académico de los
últimos veinte años ha tendido a centrarse mucho más en la «agencia»
de esclavos y negros libres, es decir, en su capacidad de reflexión y
actuación autónomas, y en su habilidad para emprender acciones contra
las fuerzas estructurales y humanas que los oprimían12.
En el caso de la esclavitud, tales acciones iban desde las obvias, vio-
lentas y agresivas —huida, rebelión, robo, asalto— a las más sutiles y
«cotidianas» formas de respuesta: negociación con los amos, acelera-
ción o ralentización de los ritmos de trabajo, apelación a los tribuna-
les y a los funcionarios del gobierno colonial, formación de unidades
familiares y desarrollo de prácticas culturales de origen africano13.
Ninguna de estas réplicas consiguió producir los cambios en las con-
diciones de vida y trabajo que los esclavos perseguían; en lugar de eso,
produjeron resultados complicados y contradictorios que llevaron a la

11. Ver especialmente Rout, African Experience, pero también Harris, Patterns of
Race; Mörner, Race Mixture; Degler, Neither Black nor White; Hoetink, Slavery and
Race; Mellafe, Esclavitud; Knight, African Dimension. Para una introducción a esa lite-
ratura y a la historia en general de la producción académica sobre raza en América Lati-
na, ver Wade, Race and Ethnicity.
12. Para bibliografías sobre este tema, ver Barcelos et al., Escravidão; Esquivel Tria-
na, Costa Pacífica; Fernández Robaina, Cultura afrocubana; Gallardo, Bibliografía
afroargentina; Scott et al., Societies after Slavery.
13. Ver capítulo 1.
01-intro 28/4/07 03:12 Página 24

24 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

esclavitud por senderos que ni amos ni esclavos habían previsto. Las


acciones de los esclavos tuvieron así efectos intensos en el curso de la
historia colonial y decimonónica latinoamericana, efectos que se pro-
longaron más allá de la emancipación y la abolición de la esclavitud. Y
los patrones de comportamiento que se originaron durante la esclavi-
tud —negociación con poderosos patrones, acciones laborales colecti-
vas, la lucha para formar familias, las formas culturales basadas en lo
africano— resultaron ser inesperadamente duraderas y continuaron
dando forma al transcurrir de la historia afrolatinoamericana, y por
consiguiente de la de América Latina, en los siglos XIX y XX.
Ambas historias son el producto de la interacción permanente
entre las condiciones estructurales y el pensamiento, voluntad y
acción humanas. Este libro es un esfuerzo para explorar las interaccio-
nes y la forma que tomó la relación entre las estructuras a nivel macro
y la micro-acción humana. Las condiciones estructurales, ¿cómo han
determinado, limitado o expandido las oportunidades disponibles
para los afrolatinoamericanos? ¿Cómo han respondido los afrolatino-
americanos a estas oportunidades? Y esas respuestas, a su vez, ¿cómo
modificaron las estructuras de la economía, el gobierno y la sociedad?
O dicho de otro modo: ¿cómo influyeron las sociedades latinoameri-
canas en la trayectoria histórica de la diáspora africana? Y en su deve-
nir histórico, ¿cómo transformó la diáspora a Latinoamérica, convir-
tiendo vastas áreas de ella en Afro-Latinoamérica?
Al proporcionar la respuesta a estas preguntas, este libro presta par-
ticular atención al amplio abanico de instituciones y prácticas colecti-
vas que los afrolatinoamericanos forjaron como parte de su lucha para
construir las vidas que ellos escogieron. Algunas de esas instituciones y
prácticas corresponden a la definición «latinoamérico-céntrico» y
racialmente inclusiva de Afro-Latinoamérica y representan instancias
en las que negros y mulatos se unieron con blancos, indígenas y mesti-
zos para crear movimientos multirraciales que tuvieron impactos pro-
fundos en la región. Éstos incluyen los ejércitos de las guerras de inde-
pendencia, los partidos liberales del siglo XIX y principios del XX, los
sindicatos del mismo período y los partidos y movimientos populistas
de mediados del XX.
Otras instituciones y prácticas construidas por los afrodescendien-
tes se corresponden más con la definición racialmente exclusiva y
diaspórica de Afro-Latinoamérica. Éstas incluyen, en los últimos años
01-intro 28/4/07 03:12 Página 25

INTRODUCCIÓN 25

de 1700 y primeros de 1800, comunidades de esclavos fugados, mili-


cias negras, sociedades de ayuda mutua y congregaciones religiosas de
base africana. Hacia el final del siglo XIX e inicios del XX, los afrolati-
noamericanos de clase media crearon una rica colección de clubes atlé-
ticos y sociales, organizaciones cívicas y culturales, periódicos y par-
tidos políticos, todos ellos de carácter racial. En las últimas décadas de
1900 surgieron nuevos movimientos negros por los derechos civiles
que recuerdan a los clubes y organizaciones de un siglo antes.
Otros movimientos fueron inicialmente de carácter diaspórico,
pero evolucionaron con el tiempo en el sentido de atraer públicos mul-
tirraciales. Las formas de música, danza y movimiento corporal basa-
das en lo africano —samba y capoeira en Brasil; rumba y son en Cuba;
candombe, milonga y tango en Argentina y Uruguay; merengue en la
República Dominicana— fueron rechazadas por las elites blancas y las
clases medias en el siglo XIX y tildadas de primitivas, bárbaras y cerca-
nas a lo criminal; en el XX, éstas mismas músicas y danzas fueron adop-
tadas como símbolos centrales de la identidad cultural nacional. Lo
mismo aconteció con las religiones de raíz africana —santería, can-
domblé, umbanda— que en el siglo XX crecieron con millones de nue-
vos practicantes, muchos de ellos blancos.
A través de estas organizaciones, instituciones y prácticas, los afro-
descendientes han jugado un papel crucial en la transformación de la
vida política, social y cultural de la región. No sólo han creado mucho
de lo que define a la cultura latinoamericana moderna, sino que también
han impulsado un proceso de reforma social y democratización que ha
definido el desarrollo político de América Latina durante los últimos
doscientos años. La historia de la diáspora africana en América Latina es
por ello inseparable de la historia de las sociedades regionales y nacio-
nales de las que forma parte. Del mismo modo que la historia afroame-
ricana puede ser leída como la lucha de los Estados Unidos por realizar
sus más altos ideales morales y cívicos, la historia afrolatinoamericana es
parte integral y perfecto reflejo de la lucha de América Latina durante
los dos últimos siglos para escapar de los límites impuestos sobre ella
por la pobreza, el racismo y la desigualdad extrema.

***
01-intro 28/4/07 03:12 Página 26

26 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

Este libro comienza con una extensa mirada a Afro-Latinoamérica


a finales del período colonial. Después de estudiar la economía políti-
ca de la esclavitud, el capítulo 1 examina los múltiples modos en que
los esclavos respondieron a su situación, empleando un repertorio de
tácticas y estrategias bastante similares entre las diferentes partes de la
región. Asimismo, los resultados fueron también sorprendentemente
parejos: hacia 1800 la resistencia esclava había generado una red de
comunidades de fugitivos que se extendía a través de Afro-Latinoa-
mérica, así como de poblaciones de negros y pardos libres que empe-
queñecían a las de la América británica, francesa y holandesa y que, en
la mayoría de la región, sobrepasaban en número incluso a la misma
población esclava.
Los negros y mulatos libres disfrutaban de una independencia
mucho mayor para organizarse colectivamente que los esclavos, y
usaron esa libertad para crear hermandades religiosas de confesión
católica, extensas redes familiares, sociedades de ayuda mutua y reli-
giones basadas en elementos africanos, así como milicias patrocinadas
por el Estado. Particularmente, el servicio en la milicia marcó la pauta
para una extensa participación negra en las guerras de independencia,
las cuales fueron en la mayoría de la América española combatidas y
ganadas en buena medida por soldados y oficiales de color. Esas gue-
rras, tratadas en los capítulos 2 y 3, y las luchas políticas entre libera-
les y conservadores que les siguieron, produjeron una ola masiva de
reforma social y política en la región. Los afrolatinoamericanos derro-
caron primero la esclavitud y las leyes raciales coloniales, y luego pre-
sionaron para alcanzar los beneficios completos de la ciudadanía y la
igualdad legal.
Las condiciones eran diferentes en Brasil y Puerto Rico, que no
experimentaron guerras de independencia, y en Cuba, en donde los
isleños no lucharon por la independencia hasta la segunda mitad del
siglo XIX. Así, mientras la esclavitud estaba siendo eliminada de la
América española continental, se expandía y alcanzaba mayores nive-
les que nunca en Brasil y el Caribe español. La importación continua-
da de esclavos africanos reforzó la presencia de instituciones cultura-
les de base africana en esos países, incluyendo asociaciones nacionales
africanas, congregaciones religiosas, bandas de capoeira y comunida-
des de esclavos huidos.
01-intro 28/4/07 03:12 Página 27

INTRODUCCIÓN 27

Hacia el final del siglo XIX, la esclavitud había sido abolida en


América Latina y las sociedades de la región intentaban escapar del
legado de la esclavitud «blanqueándose» y «europeizándose» a sí mis-
mas. Mientras que algunos países —Argentina, Brasil, Cuba, Uru-
guay— consiguieron el objetivo de atraer a millones de inmigrantes
europeos alterando así su composición racial, la mayoría no lo logró.
Al contrario, para Panamá, Costa Rica, República Dominicana y
otros países que recibieron cientos de miles de inmigrantes de las
Indias Occidentales británicas y francesas, éste no fue un período de
«blanqueamiento», sino de «ennegrecimiento». El capítulo 4 indaga
las consecuencias de ambas experiencias y del crecimiento económico
basado en la exportación que tuvo lugar durante esos años, tanto para
las sociedades locales como para sus ciudadanos de ascendencia afri-
cana.
Una de las principales réplicas negras al boom de las exportaciones
de finales de siglo fue unirse a la tarea de edificar movimientos obre-
ros de carácter multirracial. El capítulo 5 explica cómo estos movi-
mientos evolucionaron hasta formar la base social y electoral de los
regímenes populistas que, en las décadas de 1930 y 1940, accedieron al
poder en la mayoría de América Latina. El «blanqueamiento» en el
período a caballo entre los siglos XIX y XX fue desplazado ahora por
nuevos imaginarios en los que las naciones latinoamericanas devinie-
ron «democracias raciales» igualitarias. La ideología de la democracia
racial y la intensificación de la industrialización y la urbanización se
combinaron para crear oportunidades sin precedentes para el ascenso
social del negro en buena parte de la región. Pero el prejuicio racial y
la discriminación, ampliamente generalizados, continuaron impidien-
do el avance de los afrodescendientes, y llevaron en las décadas finales
del siglo a una nueva ola de movilización política negra de base racial
en Brasil, Colombia y otros países.
El capítulo 6, finalmente, toma en consideración el momento
actual de la historia afrolatinoamericana, examinando los impactos
combinados del neoliberalismo y la democratización en las poblacio-
nes negras de la región y especulando sobre posibles direcciones futu-
ras de cambio.
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02-primero 28/4/07 03:16 Página 29

CAPÍTULO 1
1800

C
uando el sacerdote británico Robert Walsh llegó a la capital bra-
sileña de Río de Janeiro en 1828, le impactó el tamaño de la
población negra de la ciudad y su asombrosa diversidad de con-
diciones. Paseando por el área de los muelles, se percató primeramente
de los mozos de carga y estibadores esclavos, medio desnudos y exhaus-
tos, «yaciendo en el mismo suelo entre suciedad y vísceras de animales,
enrollados sobre sí mismos como perros… mostrando un estado y una
situación tan inhumana que no sólo lo parecían, sino que realmente
estaban muy por debajo de los animales inferiores de su alrededor»1.
Sus sentimientos iniciales de horror y disgusto pronto fueron desplaza-
dos por admiración por una unidad de varios cientos de hombres de la
milicia desfilando: «Eran sólo un regimiento de la milicia, aunque esta-
ban tan bien formados y disciplinados como uno de nuestros regimien-
tos de línea… Limpios y ordenados en su persona, bien dispuestos en su
disciplina, expertos en sus ejercicios»; estos soldados negros eran en
todos los aspectos iguales a los regulares británicos, concluía Walsh.
Continuando su marcha por la ciudad, a continuación se encontró
con

hombres y mujeres negros cargando artículos variados para la venta; algu-


nos en canastas, otros en tablas y cajas que llevan sobre sus cabezas…
Estaban todos ellos muy ordenados y limpios en sus personas y había un

1. Ésta y las siguientes citas son de Conrad, Children of God’s Fire, 216-220.
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30 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

decoro y un sentido del respeto que los envolvía que era superior al de los
blancos de la misma clase y oficio. Todos sus artículos eran buenos dentro
de su clase y pulcramente ordenados, y los vendían con sencillez y con-
fianza, ni buscando aprovecharse de otros ni sospechando que alguien se
lo llevaría indebidamente. Compré algo de confitería a una de las hembras
y me sorprendió la modestia y el decoro de sus modales; era una madre
joven, y tenía con ella un niño pulcramente vestido, del cual parecía muy
orgullosa.

Por último, esa tarde, Walsh fue testigo de cómo un sacerdote cató-
lico negro, «un hombre grande e imponente, cuya tez negro azabache
producía un intenso y chocante contraste con sus blancas vestiduras»,
oficiaba un servicio de funeral en una de las iglesias de la ciudad.

Figura 1.1. Vendedoras ambulantes, Río de Janeiro, 1884. Crédito:


Photographs and Prints Division, Schomburg Center for Research in Black
Culture, The New York Public Library, Astor, Lenox and
Tilden Foundations.

En el espacio de un solo día, el reverendo Walsh había recibido una


lección fecunda que mostraba las complejidades de Afro-Latinoamé-
rica. Había visto esclavos trabajando en los estratos más bajos de la
economía urbana, esclavos y negros libres trabajando como vendedo-
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1800 31

res ambulantes independientes, hombres negros libres a los que se les


habían encomendado armas y vestían el uniforme del rey, y un hom-
bre negro oficiando como sacerdote católico. «No había estado sino
unas pocas horas en tierra por primera vez, y vi al negro africano en
cuatro facetas sociales diferentes; y me pareció que en cada una su
carácter dependía del estado en el que se le colocaba y de la estimación
en la que era tenido».
La sociedad colonial había intentado situar al «negro africano» en
un solo estado, el de esclavo como bien mueble, pero entre 1500 y
1800 el desarrollo de las economías y las sociedades coloniales y las
acciones e iniciativas de los esclavos y los negros libres alteraron ese
proyecto original. A medida que las economías coloniales crecían y se
diversificaban, a los esclavos se les asignaba una variedad de tareas
destacable, cada una de las cuales ofrecía diferentes combinaciones de
oportunidades para inclinar la balanza a su favor ante los amos. Los
esclavos se aferraron repetidamente a esas oportunidades para mejorar
su situación. Las consiguientes negociaciones entre amos y esclavos
revelan no solamente las tácticas y estrategias que los esclavos usaron,
sino también las cuestiones más inmediatas para ellos: el control sobre
sus cuerpos, su tiempo y sus familias, y el acceso a bienes materiales
(especialmente tierra y alimento) y espirituales (religión, música y
danza). Estas tácticas y objetivos definieron los elementos centrales de
la vida y la cultura esclava, y su legado ejerció una profunda influencia
en la vida y la cultura afrolatinoamericana en los siglos XIX y XX.
Las negociaciones entre esclavos y amos también produjeron
poblaciones negras y mulatas que en su mayoría eran libres hacia
1800. Emancipados de las limitaciones directas de la esclavitud,
negros y mulatos libres avanzaron en la creación de instituciones
sociales y culturales —hermandades religiosas católicas, congregacio-
nes religiosas africanas, milicias coloniales, gremios de artesanos,
familias extensas y nucleares— alrededor de las cuales se organizaba
la vida afrolatinoamericana. Algunos incluso consiguieron abrirse
camino en profesiones y esferas sociales que se les suponían vetadas
bajo las leyes coloniales.
Nada de esto había sido previsto en el siglo XVI, cuando los arqui-
tectos de los imperios español y portugués empezaron a llevar escla-
vos al nuevo mundo. Para comprender cómo sucedió, es necesario
examinar en primer lugar las condiciones en las que se desarrolló la
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32 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

esclavitud en la América Latina colonial y, posteriormente, las dife-


rentes maneras en que los esclavos respondieron a esas condiciones.
Después, este capítulo concluye con una exploración sobre la situa-
ción de la mayoría de afrolatinoamericanos que hacia 1800 vivían en
libertad.

LA E C O N O M Í A P O L Í T I C A D E L A E S C L AV I T U D

Los africanos no escogieron venir al Nuevo Mundo. Esta decisión


se tomó por ellos, primeramente por los gobernantes y comerciantes
africanos que los esclavizaron, compraron y vendieron; después por
los comerciantes y armadores europeos y americanos que los llevaron
al Nuevo Mundo; y finalmente por los esclavistas que los compraron.
Ningún africano hubiera escogido jamás la destinación a la que se
enviaba a la mayoría de ellos: las plantaciones de azúcar, café, tabaco,
cacao y algodón de las costas del Caribe, el Atlántico y el Pacífico.
Individuos africanos y afroespañoles habían acompañado a los pri-
meros exploradores hispanos al Caribe en la década de 1490 e inicios
de la de 1500. Su cifra se incrementó ostensiblemente en las décadas de
1510 y 1520, cuando empresarios españoles e italianos establecieron
las primeras plantaciones de azúcar del Nuevo Mundo en la isla de La
Hispaniola (hoy Haití y la República Dominicana). A medida que los
españoles se desplazaron a México, Nueva Granada (Colombia),
Venezuela y Perú en los años 1520 y 1530, llevaron también con ellos
azúcar y africanos2.
Pero hacia 1600 los centros más importantes de agricultura de
plantación latinoamericana no se encontraban en la América españo-
la, sino en Brasil. Durante el siglo XV los comerciantes y plantadores
portugueses e italianos habían desarrollado una importante industria
del azúcar en las islas atlánticas de la costa africana —Madeira, Cabo
Verde, Santo Tomé— usando mano de obra esclava importada del
África continental. En 1520 y 1530 empezaron a transplantar esta for-
ma de agricultura al Brasil; en 1600 las regiones costeras de Bahía y

2. Sobre la llegada de esclavos africanos a la América española, ver Deive, Esclavi-


tud del negro; Beltrán, Población negra; Palmer, Slaves of the White God; Bowser, Afri-
can Slave; Acosta Saignes, Vida de los esclavos.
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1800 33

Pernambuco generaban cerca de la mitad de la producción mundial de


azúcar3.
Los plantadores brasileños inicialmente emplearon a los trabajado-
res indios como mano de obra para las plantaciones. Pero los indios
del Brasil pronto padecieron el mismo holocausto que había tenido
lugar en las Antillas. Entre 1500 y 1550, las poblaciones indígenas de
La Hispaniola, Cuba, Jamaica y Puerto Rico fueron aniquiladas por la
esclavización, la excesiva demanda de trabajo y las nuevas enfermeda-
des europeas, para las que los indígenas no tenían defensas biológicas
—este último, el elemento más destructivo de todos—. En Brasil, un
tercio de los indígenas que vivían en las plantaciones jesuíticas de las
zonas azucareras murieron de viruela y sarampión durante la década
de 1560. Epidemias de estas y otras enfermedades se sucedieron
durante el resto del siglo; los indígenas que sobrevivieron huyeron tie-
rra adentro4.
En las décadas de 1560 y 1570 los portugueses empezaron a impor-
tar africanos para reemplazar a los indígenas. Hacia 1600 la fuerza de
trabajo en las plantaciones brasileñas era abrumadoramente africana,
y a medida que la industria azucarera creció y se expandió también lo
hizo el número de esclavos. Cerca de medio millón de africanos llegó
a la colonia portuguesa durante el siglo XVII, diez veces la cantidad de
la centuria anterior, y luego llegarían otros 1,7 millones durante el
XVIII. Para 1800 Brasil había recibido un total de dos millones y medio
de africanos, en contraste con el millón escaso llevado a la América
hispánica en su conjunto5.
La demanda de trabajo esclavo se intensificó en Brasil en el siglo
XVIII por causa de la minería. Durante el XVI y el XVII, los mayores cen-
tros mineros de América Latina habían sido las minas de plata de
México, Bolivia y Perú, donde los africanos no constituían la fuente
principal de mano de obra. En el Caribe y Centroamérica, en cambio,
el descubrimiento de depósitos de oro pequeños pero apreciables, la

3. Schwartz, Sugar Plantations, 3-72; Blackburn, Making of New World Slavery,


95-125, 166-177.
4. Cook, Born to Die, 148-154; Hemming, Red Gold, 139-146, 174, 215-216, 243,
245 y pássim.
5. Klein, Atlantic Slave Trade, 210-211. Sobre el tráfico esclavo hacia Brasil, ver
Klein, Middle Passage, 23-94; Conrad, World of Sorrow; Miller, Way of Death; Alen-
castro, Trato dos viventes.
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34 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

escasez de trabajadores indios y la familiaridad de muchos esclavos del


África occidental con las técnicas de minería aurífera llevaron al uso de
esclavos como mineros de oro en La Hispaniola, Cuba, Centroaméri-
ca, Colombia y Venezuela durante el siglo XVI.
Estas minas tempranas en la América española quedaron empe-
queñecidas por los mayores hallazgos de oro de las regiones interiores
brasileñas de Minas Gerais y Goiás entre 1690 y los primeros años de
1700. Durante el siglo XVIII Brasil fue el más importante productor
mundial de oro, extraído de las minas por una fuerza de trabajo mayo-
ritariamente africana y afrobrasileña. En 1800, la población de escla-
vos y negros libres de Minas Gerais era la mayor de todo Brasil6. La
fiebre del oro que se produjo también en la región costeña del Pacífi-
co colombiano empleó más intensamente todavía la mano de obra
esclava africana, importada a través del puerto caribeño de Cartagena
de Indias. Las condiciones de humedad y calor intenso del bosque tro-
pical hicieron la región intolerable para los trabajadores europeos e
indígenas serranos. Los propietarios mineros, en consecuencia, com-
praron cuadrillas de esclavos, a menudo comandadas por capataces
negros o mulatos7.
La mayoría de los africanos fueron traídos al Nuevo Mundo para
producir metales preciosos o productos agrícolas de plantación. Este
hecho se correspondía con la estructura de las economías coloniales,
basadas en la producción de materias primas para exportar a Europa.
A medida que estas economías se desarrollaron y maduraron, no obs-
tante, generaron actividades productivas variadas en casi todas las cua-
les participaron los esclavos, a menudo junto a trabajadores libres. Las
materias primas tenían poco valor, por ejemplo, sin transportes que las
llevaran a su destino final. Los esclavos trabajaron como arrieros en el
campo y como mozos de carga y estibadores en las ciudades, trans-
portando personas y bienes por las calles, cargando y descargando
mercancías de las naves en el puerto. Trabajaron también en el agua,
como marineros o pescadores en barcos de cabotaje en Brasil, o como
«bogas» (remeros) en Colombia, transportando pasajeros y carga por
el río Magdalena, usando grandes canoas8.

6. Russell-Wood, «Gold Cycle»; Alden, «Late Colonial Brazil», 290.


7. Sharp, Slavery on the Spanish Frontier.
8. Sobre los trabajadores esclavos en el sector del transporte, ver Conrad, Children of
God’s Fire, 121-126; Karasch, Slave Life, 188-194; Peñas Galindo, Bogas de Mompox.
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1800 35

En el ámbito urbano los esclavos tuvieron ocupaciones sumamen-


te variadas, desde las más degradantes y no-especializadas hasta las de
más alta calificación9. Eran predominantes en cualquier tarea que
requiriera grandes grupos de trabajadores reunidos en un solo lugar,
como la construcción y la manufactura. Los establecimientos de pro-
cesamiento alimenticio, como las panaderías o las plantas de salado y
secado de carne del Sur de Brasil y Argentina, hicieron abundante uso
del trabajo esclavo. Tanto es así, que en Lima y otras ciudades los
esclavos convictos por crimen eran condenados a trabajar en las pana-
derías. Los esclavos trabajaron en pequeñas fábricas de peines, mue-
bles y sombreros en Buenos Aires, y en astilleros, fundiciones y
vidrierías en Río de Janeiro. También trabajaron en talleres de artesa-
nos produciendo zapatos, ropa, trabajos en metal, productos de cuero
y otros objetos. Aunque la mayoría trabajó como aprendiz u oficial,
parte de ellos llegaron al nivel de maestro artesano, una cantidad sufi-
ciente como para constituir una presencia visible en las actividades
especializadas.
Además de la construcción y la manufactura, los esclavos trabaja-
ron en dos sectores más del trabajo urbano. El primero fue el servicio
doméstico. Aunque no hay disponibles cifras fiables, los sirvientes
esclavos probablemente sobrepasaron en número a los sirvientes
libres en los puertos mayores, como Bahía, Río de Janeiro, Buenos
Aires y La Habana, y eran comunes incluso en ciudades alejadas del
comercio esclavista, como La Paz y Quito. Los esclavos hicieron
todo tipo de trabajo doméstico, desde cocinar, limpiar y hacer la
compra a las funciones más íntimas de niñera para los bebés de los
amos y, en algunos casos, prestación de servicios sexuales a los amos
y a sus hijos adolescentes10. Una segunda área importante de trabajo
esclavo urbano fue la venta ambulante. Los esclavos vendían nume-
rosos artículos, especialmente comida, dulces, bebidas y otros refri-

9. Sobre los esclavos en la economía urbana, ver Algranti, Feitor ausente, 65-95;
Andrade, Mão de obra; Andrews, Afro-Argentines, 29-41; Bowser, African Slave, 100-
108, 125-146; Duharte Jiménez, Negro en la sociedad colonial, 11-30; Hünefeldt,
Paying the Price, 97-128; Karasch, Slave Life, 185-213; Reis, Slave Rebellion, 160-174;
Silva, Negro na rua.
10. Acerca de los sirvientes domésticos esclavos, además de las fuentes de la nota
anterior, ver Lauderdale Graham, House and Street.
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36 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

gerios, a menudo hechos por ellos mismos o por miembros de sus


familias. Hombres, mujeres y niños participaban en el comercio
callejero; sus reclamos comerciales a viva voz fueron un rasgo carac-
terístico del ámbito urbano.

Figura 1.2. Mujeres trabajadoras, Salvador, ca. 1880. La mujer de la


izquierda hacía dulces y los vendía en la calle; la mujer de la derecha era
probablemente una sirvienta. Sus collares y pulseras eran muy valorados
como ornamentos personales; la sombrilla de la vendedora ambulante era
tanto un símbolo de gentileza como una protección del sol. Crédito: Latin
American Library, Tulane University.

Finalmente, además del trabajo en la agricultura de plantación, la


minería y las ocupaciones urbanas, los esclavos también trabajaron en
otros tipos de agricultura, cultivando productos agrícolas para el con-
sumo local. Algunos esclavos trabajaron como vaqueros en estancias
ganaderas en Argentina, Uruguay, el Brasil meridional, las tierras inte-
riores del nordeste brasileño, los llanos de Venezuela y Santo Domin-
go (República Dominicana en el presente). A medida que la produc-
ción aurífera declinó en Minas Gerais en la segunda mitad del siglo
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1800 37

XVIII, la economía local se orientó de manera creciente hacia la pro-


ducción de productos lácteos, ganado, verduras y hortalizas para la
venta en pueblos y municipios locales y en la capital colonial, Río de
Janeiro. Las haciendas del exterior de Lima producían azúcar para
exportar a los mercados azucareros de Chile y Ecuador, pero también
productos alimenticios para la capital y los centros mineros. En todas
estas economías agrarias los esclavos constituían una gran parte de la
fuerza de trabajo, en algunos casos la mayoría11.
En resumen, las sociedades y las economías de América Latina
dependían enormemente del trabajo esclavo africano. No obstante, el
nivel de dependencia variaba en gran parte en relación a la época y la
región de la que hablemos. Esta variación se explicaba por dos facto-
res: el grado en el que las economías locales estaban integradas en la
economía internacional de exportación, y la disponibilidad (o escasez)
de mano de obra indígena. En las regiones que no participaban inten-
samente en el comercio de exportación con Europa y que tenían
poblaciones indígenas suficientes para satisfacer las demandas locales
de trabajo, como Chile, Centroamérica y Paraguay, había poca
demanda de esclavos africanos12.
Durante la mayor parte del período colonial, las islas caribeñas de
Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico fueron similarmente periféricas
al comercio de exportación hacia Europa. Pero después de la aniquila-
ción de sus poblaciones indígenas a principios del siglo XVI, estas islas
no tenían mano de obra suficiente para satisfacer siquiera sus limitadas
demandas de trabajo. En consecuencia, tanto Cuba como Santo
Domingo importaron cantidades de africanos que eran relativamente
bajas, pero mayores que las que se llevaron a Centroamérica o Chile:
unos 50.000 llegaron a Cuba en los 250 años anteriores a 1760, y qui-
zá la mitad de esa cifra a Santo Domingo13.
En México, conforme la población indígena cayó de entre 10 y 12
millones a menos de 1 millón durante la primera centuria de coloniza-

11. Sobre los esclavos en la agricultura, aunque no de plantación, ver Hünefeldt,


Paying the Price, 37-52; Martins Filho y Martins, «Slavery in a Nonexport Economy»;
Maestri Filho, Escravo no Rio Grande do Sul; Deive, Esclavitud del negro, 341-350.
12. Mellafe, Introducción; Sater, «Black Experience»; Lovell y Lutz, Demography
and Empire, 12-17; Bulgarelli y Alfaro, Esclavitud negra; Pla, Hermano negro.
13. Perez, Cuba, 60; Curtin, Atlantic Slave Trade, 35, 46.
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38 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

ción (1520-1620), los propietarios de esclavos importaron una cantidad


estimada de 86.000 africanos. Después, durante el siglo XVIII —mien-
tras la población indígena empezaba a recuperarse, llegando a unos 3
millones hacia 1800— las importaciones de esclavos cayeron a menos
de 20.000, a pesar del rápido crecimiento económico y la demanda cre-
ciente de trabajadores14.
Las colonias orientadas a la exportación en las que los indígenas (y
en el siglo XVIII, los mestizos euro-indígenas) formaban el grueso de la
fuerza de trabajo —México, Perú, Colombia, Ecuador, Argentina—
tendieron a mantener a sus poblaciones esclavas concentradas en sub-
regiones asociadas a formas específicas de trabajo: el cultivo de azúcar,
como en las costas caribeñas de México y Colombia, la costa pacífica
de Perú o partes del interior de Colombia y Argentina; la esclavitud
urbana, cuyos centros más importantes se hallaban en ciudades coste-
ñas como Buenos Aires, Cartagena de Indias, Lima y Montevideo,
aunque fue significativa incluso en ciudades serranas como Potosí
(Bolivia) y Quito; y la minería aurífera15.
Los centros más importantes de esclavos eran las colonias que
estaban orientadas a la exportación y no tenían suficiente mano de
obra indígena para satisfacer la demanda local. Éste era el caso de Bra-
sil desde finales del siglo XVI hasta el fin del período colonial. También
se aplica a Venezuela, que a principios del XVII empezó a exportar
cacao a México y Europa. Y en la segunda mitad del XVIII estas condi-
ciones se dieron en Cuba y Puerto Rico, las cuales, hacia 1800, pasa-
ron de ser zonas de limitada baja actividad económica a ser exporta-
dores importantes de azúcar. Estos centros altamente desarrollados de
producción exportadora basada en la plantación se convirtieron en los
mayores importadores de esclavos africanos, y devinieron así el cora-
zón de Afro-Latinoamérica.
Plantadores y propietarios importaron esclavos en altas cifras, tan-
to por la ausencia de fuentes alternativas de mano de obra como por la
permanente incapacidad por parte de la población esclava para repro-

14. Palmer, Slaves of the White God, 26-28; Curtin, Atlantic Slave Trade, 27.
15. Sobre la esclavitud en estas áreas, ver Andrews, Afro-Argentines, 23-58;
Carroll, Blacks in Colonial Veracruz; Romero, «Papel de los descendientes»; Tardieu,
Negro en el Cusco; Crespo, Esclavos negros; Isola, Esclavitud en el Uruguay; Jaramillo
Uribe, Ensayos, 5-87; Colmenares, Popayán.
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1800 39

ducirse. Para que pueda mantenerse a un nivel estable, el número de


nacimientos anuales de una población debe ser igual al número de
muertes por año. Para crecer, los nacimientos de dicha población
deben exceder a las defunciones. Pero año tras año, en plantaciones,
campamentos mineros, pueblos y ciudades de la América portuguesa
y española, el número de muertes de esclavos excedió al número de
nacimientos, a veces por estrechos márgenes, en otras ocasiones por
márgenes amplios. Éste era especialmente el caso de las zonas de plan-
tación, donde las duras y a menudo brutales condiciones de vida gol-
pearon con particular dureza a los recién nacidos y a los niños peque-
ños, llevando a muchos propietarios a concluir que invertir recursos
en criar un niño esclavo hasta que alcanzara su adolescencia era sim-
plemente malgastar el dinero. El senador brasileño Cristiano Ottoni
afirmaba en 1871 que sólo el 25-30% de los niños esclavos criados en
zonas rurales sobrevivían a la edad de ocho años, y que las condicio-
nes habían sido incluso peores en la primera mitad del siglo. Esto sue-
na a exageración, pero hemos de tomar en cuenta que la mortalidad
infantil durante el siglo XIX para todos los niños varones en Brasil,
incluyendo a hijos de esclavos, de libertos y de blancos, fue de un ter-
cio durante el primer año de vida, y de casi el 50% en los primeros cin-
co años de vida. Los infantes libres murieron en unas tasas menores
que esas cifras; los niños esclavos en porcentajes mayores16.
La tasa de reemplazo de la población esclava se agravaba además
por el desequilibrio sexual entre africanos importados al Nuevo Mun-
do. Como promedio, solamente un tercio de los esclavos llevados a
América eran mujeres17. A resultas de ello, la mano de obra de las
plantaciones era predominantemente masculina, igual que la pobla-
ción esclava en casi todos los pueblos y ciudades18. Aun cuando las
mujeres esclavas alumbraron tres o cuatro niños durante su vida, sus

16. Conrad, Children of God’s Fire, 100; Klein, African Slavery, 160; Kiple,
«Nutritional Link».
17. Klein, African Slavery, 147; Eltis, Economic Growth, 255-259. De 180.000 africa-
nos que llegaron a La Habana entre 1790 y 1820, 130.000 eran hombres. Klein, Middle
Passage, 223. De 3.270 africanos capturados en navíos negreros durante la década de 1830
y llevados a Río de Janeiro, 2.384 eran hombres. Y de 52.000 esclavos nacidos en el
extranjero que vivían en la ciudad en 1849, 34.000 eran hombres. Karasch, Slave Life, 34.
18. Andrews, Afro-Argentines, 50; Bergad, Cuban Rural Society, 69; Schwartz,
Sugar Plantations, 346-349; Karasch, Slave Life, 65-66.
02-primero 28/4/07 03:16 Página 40

40 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

números —de mujeres y de niños— fueron insuficientes para sostener


a la población esclava total19.
Los esclavos entraron así en un círculo vicioso demográfico. Sólo
cuando las poblaciones esclavas del Nuevo Mundo hubieron nacido
mayoritariamente en América y estuvieron equilibradas en la propor-
ción de sexos, pudieron empezar a reproducirse y crecer por su pro-
pio impulso. Esa transición podía darse solamente en períodos de ten-
dencia a la baja de la actividad económica, cuando los propietarios
tenían pocos incentivos para comprar e importar más esclavos20. En
períodos expansivos, por el contrario, los propietarios tenían que
importar grandes cantidades de africanos simplemente para mantener
su mano de obra a un nivel constante, y aun mayores cantidades de
ellos si querían incrementar la fuerza de trabajo. Pero introducir más
africanos reforzaba el desequilibrio de sexos de la población esclava,
lo cual reducía su capacidad de reproducirse a sí misma, lo que a su vez
incrementaba la necesidad de mayores importaciones de África y
reducía aún más la capacidad de la población para autorreproducirse;
y así seguía y seguía este macabro círculo de sufrimiento, derroche y
destrucción.
El punto de inicio de nuestra historia, 1800, era justamente un
momento de expansión económica e importación intensa de africanos.
En el transcurso del siglo XVIII, España y Portugal habían aplicado una
serie de políticas económicas y administrativas nuevas en las colonias.
Conocidas como Reformas Borbónicas en la América española y
Reformas Pombalinas en Brasil, su objetivo era la estimulación del
crecimiento económico y el incremento de la recaudación fiscal. Dado
que el crecimiento se basaba en buena medida en la producción azuca-
rera y otros rubros para la exportación a Europa, los administradores
españoles y portugueses prestaron particular atención a la promoción
de la agricultura de plantación en las colonias. Durante las décadas de
1730 y 1740, España creó compañías estatales monopolistas para des-
arrollar el comercio trasatlántico con Cuba y Venezuela. Portugal dio

19. Klein, Atlantic Slave Trade, 166-168.


20. Ver por ejemplo el caso de Minas Gerais, en donde el fin de la fiebre del oro a
finales del XVIII, y la simultánea recuperación del cultivo de azúcar en la costa, reduje-
ron mucho la importación de esclavos africanos. Hacia 1800, la población esclava de
Minas era mayoritariamente criolla (nacida en América) y tenía tasas positivas de creci-
miento natural. Bergad, Slavery and the Demographic, 123-144.
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1800 41

los mismos pasos en la década de 1750 con compañías dirigidas a pro-


mover el comercio con Pernambuco, donde la producción de azúcar
había caído durante la primera mitad del siglo, y con la región algodo-
nera de Maranhão. En los años sesenta y los setenta del mismo siglo,
ambas naciones adoptaron una política de «libre comercio» limitado,
eliminando gradualmente las restricciones al comercio entre los puer-
tos coloniales y la metrópoli. En 1789, España dio el paso todavía más
radical de abolir todas las restricciones al tráfico de esclavos en sus
colonias e instituir una liberalización genuina del comercio; naves con
pabellón de cualquier nación podían ahora introducir esclavos en los
puertos españoles.
El impacto de estas políticas en las zonas de plantación se intensi-
ficó por los acontecimientos en el Caribe, el nuevo centro de la pro-
ducción azucarera mundial. En un proceso iniciado a finales del siglo
XVII, las islas británicas de Barbados y Jamaica, y luego la colonia fran-
cesa de Saint Domingue, habían desplazado a Brasil como los mayo-
res productores de azúcar en las Américas. Desde 1776 hasta el fin de
siglo, sin embargo, las exportaciones azucareras caribeñas se inte-
rrumpían periódicamente por las guerras entre Francia e Inglaterra,
creando oportunidades para que Brasil y las colonias españolas expan-
dieran su producción. Estas oportunidades se incrementaron en la
década de 1790, cuando los esclavos de Saint Domingue se alzaron en
una revolución que en 1804 abolió la esclavitud —la primera nación
del Nuevo Mundo en hacerlo— y creó la república independiente de
Haití. Al acabar con la esclavitud, la revolución también puso fin a la
economía de plantación más rica del mundo. En 1791 Saint Domingue
exportó más de 80.000 toneladas de azúcar; en 1804, unas 24.000; en
1818, menos de mil, y en 1825, sólo una21.
La guerra y la revolución en el Caribe dejaron libre el camino para
los plantadores de Brasil, Cuba, Puerto Rico y otras colonias. La pro-
ducción azucarera en el Nordeste brasileño, que había caído en la pri-
mera mitad del siglo XVIII, se recobró y continuó su expansión duran-
te la segunda mitad del siglo. En 1759 había en Bahía 166 ingenios
azucareros en producción; en 1798, la cantidad se había más que

21. La producción de algodón cayó de unas 3.000 toneladas en 1791 a menos de 200
en 1818; el café, de 34.000 toneladas en 1791 a 10.000 en 1818. Leyburn, Haitian Peo-
ple, 320.
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42 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

doblado, hasta llegar a 400, para poco después alcanzar los 500 inge-
nios. El crecimiento fue aún más rápido en las zonas azucareras más
recientes de Río de Janeiro, en donde existían más de 600 ingenios en
1800, y de Cuba, en donde operaban más de 500 ingenios a inicios de
la década de 179022.
Más plantaciones significaban más esclavos, así que las importacio-
nes de africanos experimentaron su incremento correspondiente.
Entre 1750 y 1780, unos 16.000 o 17.000 africanos por año habían lle-
gado a Brasil. Este número se incrementó a 18.000 por año en la déca-
da de 1780, después a 23.000 anuales en la de 1790 y a 24.000 africanos
por año en los primeros años de 180023. Las tasas de incremento fue-
ron aún más pronunciadas en Cuba. Hasta 1760 la isla había recibido
importaciones anuales medias de menos de 1.000 esclavos por año.
Entre 1764 y 1790, esa cantidad subió a más del doble, a 2.000 esclavos
por año; y entre 1790 y 1810, momento en el que las autoridades espa-
ñolas habían abierto el tráfico de esclavos a los extranjeros, más de
7.000 africanos llegaban cada año24.
Otras partes de la América hispánica también experimentaron
incrementos pronunciados en el número de esclavos importados, aun-
que en términos absolutos se hallaban muy por debajo de Brasil y
Cuba. Las importaciones de esclavos en Venezuela aumentaron de
cerca de 600 por año durante la primera mitad del siglo a 1.000 por año
entre 1774 y 1807. Unos 15.000 africanos llegaron a Puerto Rico
durante el mismo período, el triple que durante los dos siglos y medio
anteriores. No hay cifras fiables disponibles para el número de escla-
vos que llegaron a Argentina y Uruguay, pero de 124 barcos esclavis-
tas registrados que atracaron en Montevideo o en Buenos Aires entre
1742 y 1806, un total de 109 lo hicieron después de 179025. Las únicas
regiones de la América hispánica que no recibieron cantidades signifi-
cativas de esclavos durante este período fueron aquellas en las que la
esclavitud africana nunca arraigó (Centroamérica, Chile, Bolivia) o en
donde ésta estaba en declive y fue desplazada por otras formas de tra-
bajo (México y Santo Domingo).

22. Schwartz, Sugar Plantations, 422-23; Alden, «Colonial Brazil», 312-314; Perez,
Cuba, 78-79; Moreno Fraginals, Ingenio, 39-102.
23. Klein, Atlantic Slave Trade, 211.
24. Perez, Cuba, 60; Eltis, Economic Growth, 247; Klein, Middle Passage, 209-27.
25. Curtin, Atlantic Slave Trade, 27-28, 33-34; Studer, Trata de negros, tabla 15.
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1800 43

En 1800 estaban llegando a la América española y Brasil más afri-


canos que nunca. Eran predominantemente hombres adultos, y relati-
vamente jóvenes. Como durante el siglo XVII, provenían principal-
mente del Congo, Angola y la costa Atlántica del África occidental.
Cuando la demanda de esclavos se intensificó, los comerciantes de la
costa extendieron sus redes comerciales más hacia el interior del con-
tinente. En el Congo y Angola, las rutas comerciales se expandieron
500 o 600 kilómetros hacia el interior del continente, un viaje de varios
meses. En el África occidental las fuentes de abastecimiento siguieron
cercanas a la costa. Sin embargo, incluso aquí los comerciantes de
esclavos hicieron avanzar sus redes hacia el norte en busca de nuevos
cautivos. Los comerciantes de las ciudades comerciales a lo largo del
golfo de Biafra, en la costa de la actual Nigeria, doblaron la cantidad
de esclavos importados entre 1710 y 1750, para doblarla de nuevo
hacia 1780, cuando mandaban más de 20.000 esclavos por año a Amé-
rica26. En Mozambique, una región que antes de 1800 no había parti-
cipado en el tráfico de esclavos atlántico, comerciantes africanos y
portugueses adquirieron gran cantidad de cautivos, tanto de la costa
como de tierra adentro, para embarcarlos hacia el Nuevo Mundo27.
El creciente alcance regional del tráfico de esclavos africano gene-
ró una gran diversidad entre los africanos que llegaban a América.
Aunque había ciertas tendencias de concentración de los esclavos de
determinadas regiones africanas en algunas zonas de las colonias, en
ningún lugar del Nuevo Mundo las poblaciones locales de africanos
fueron étnicamente homogéneas. En Río de Janeiro, directamente
conectada por las rutas del comercio trasatlántico al Congo y Angola,
y probablemente la mayor concentración urbana de esclavos de habla
bantú de toda América, una proporción considerable —aproximada-
mente un cuarto— de los africanos de la ciudad eran de Mozambique,
y otro 5 o 7% era del África occidental. La capital bahiana de Salvador,
ligada comercialmente al África occidental durante mucho tiempo,

26. Viáfara era un apellido común entre los esclavos en el valle del Cauca, en
Colombia, en la época de la abolición (1852). Hoy todavía se encuentra entre los cam-
pesinos negros de la región. Mina, Esclavitud y libertad, 52-54; Friedemann y Arocha,
De sol a sol, 221.
27. Curtin, Atlantic Slave Trade, 220-230; Manning, Slavery and African Life, 60-
86; Miller, Way of Death, 140-153, 207-244; Klein, Atlantic Slave Trade, 208-209.
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44 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

albergaba el porcentaje opuesto: tres cuartos de africanos occidentales


y un cuarto de congoleños y angoleños28. Buenos Aires, geográfica-
mente más cercana a Angola, registró no obstante llegadas de 4.800
esclavos de Mozambique, 4.000 de África occidental y 2.700 del Con-
go y Angola entre 1790 y 1806; el censo municipal de 1827 señalaba
que vivían allí el doble de africanos occidentales que de congoleños y
angoleños29. Las importaciones de esclavos en Cuba estaban particu-
larmente mezcladas: 45% de África occidental, 31% de África orien-
tal y 24% del Congo y Angola30.
Las preferencias de los propietarios de esclavos desempeñaron un
papel secundario en determinar la distribución de los grupos étnicos
africanos en el hemisferio. En su mayor parte, coinciden los historia-
dores, los compradores del Nuevo Mundo debían escoger entre lo que
el mercado les deparaba, y la disponibilidad del mercado de esclavos
estaba determinada en último extremo por las decisiones de los gober-
nantes y mercaderes africanos sobre si vender o no esclavos, y en qué
cantidad31.
Los efectos de estas decisiones eran catastróficos, tanto para los
individuos capturados como para las sociedades de las que ellos venían.
Lo que hizo el tráfico de esclavos posible en África fue una combina-
ción de fuertes incentivos económicos y la ausencia de cualquier senti-
miento de identidad compartida entre conquistador y víctima. En la
mayoría de los casos, los africanos no vendían gente a la que conside-
raran parientes o compatriotas, vendían personas a las que veían no
como «hermanos» sino como «otros» —miembros de otras aldeas,
otros grupos étnicos, otras naciones— a los que, en muchos casos, ellos
habían conquistado y hecho prisioneros precisamente para venderlos
como esclavos. Los europeos quizá pensaran que los africanos com-
partían una identidad racial común a todos ellos, pero la mayoría de los

28. Karasch, Slave Life, 13-15; Reis, Slave Rebellion, 148.


29. Andrews, Afro-Argentines, 27. El censo de Montevideo de 1812-1813, en con-
traste, registraba el doble de congoleños y angoleños que de africanos occidentales.
Montaño, Umkhonto, 61-64.
30. Curtin, Atlantic Slave Trade, 247; ver también Bergad et al., Cuban Slave Mar-
ket, 72-75. Sobre la distribución geográfica de los grupos étnicos africanos en las Amé-
ricas, ver Hall, Slavery and African Ethnicities.
31. Klein, Atlantic Slave Trade, 162, 163; Manning, Slavery and African Life, 86-
109; Eltis, Economic Growth, 73-77, 164-184.
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1800 45

africanos no conoció esa identidad hasta que llegaron al Nuevo Mun-


do y se les informó de que todos eran «negros»32.
Incluso en el Nuevo Mundo la etnicidad africana siguió siendo un
determinante fundamental de las identidades de los esclavos y una
fuente de diferencias, división y conflicto ocasional entre la población
esclava. Los propietarios de esclavos y los administradores coloniales
procuraron mantener esas divisiones, pues vieron en ellas una defensa
contra la resistencia esclava unificada. El conde de Arcos, gobernador
de Bahía durante la década de 1810, defendió su política de permitir a
los esclavos africanos celebrar danzas públicas en las calles argumen-
tando que tales danzas reforzaban las divisiones nacionales entre los
esclavos, y constituían «la mejor garantía de seguridad para las gran-
des ciudades del Brasil, pues si alguna vez las diferentes naciones del
África olvidaran totalmente la rabia con que la naturaleza las separó, y
si los Dahomey se volvieran hermanos de los Yoruba, los Ewe de los
Hausa, los Tapa de los Ashanti y así sucesivamente: grandísimo e
inevitable será el peligro que desde entonces oscurecerá y asolará el
Brasil»33. Su idea se confirmó algunos años después, cuando una
revuelta esclava yoruba en 1835 fracasó en buena medida por el recha-
zo de los esclavos congo, angola y criollos (nacidos en Brasil) a tomar
parte en ella. Incluso los africanos occidentales que no eran yoruba se
abstuvieron de participar, considerando la revuelta, en palabras de un
esclavo hausa interrogado después de los hechos, como «un disturbio
Nagô [yoruba]», en el que no quería tomar parte34.
No obstante, por cada caso en el que miembros de diferentes gru-
pos étnicos africanos se negaron a participar unidos, hubo muchos
otros casos en los que sí lo hicieron. Aunque los hausa y los yoruba
fallaron en aliarse en la revuelta de 1835 en Bahía, en realidad ya lo

32. Eltis, Rise of African Slavery, 150, 224-26.


33. Moura, Rebeliões de senzala, 17. En Perú en el siglo XVII, el virrey Montescla-
ros siguió una política similar y garantizó el permiso para los bailes de esclavos con dos
condiciones: que fueran celebrados bajo supervisión oficial en lugares públicos y que
«la separación de las naciones» se mantuviera. Lazo García y Tord Nicolini, Del negro
señorial, 43.
34. Reis, Slave Rebellion, 147, y 139-159. Ver también el caso de la rebelión (infruc-
tuosa) de 1795 en Coro, Venezuela, que se originó entre los negros loango (congo) de
la ciudad. Brito Figueroa, Problema tierra y esclavos, 225-30; Veracoechea, Documen-
tos, 312.
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46 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

habían hecho en anteriores ocasiones en 1809 y 1814, y habían sufrido


violentas represalias por parte de las autoridades —probablemente
una razón para la cautela hausa en 1835—. La cooperación multiétni-
ca podía desarrollarse, y de hecho lo hizo, como consecuencia del
estatus de propiedad humana sometida a explotación, compartido por
los esclavos. Como el conde de Arcos decía a continuación en su
argumento a favor de las danzas en la calle, las divisiones étnicas entre
los africanos «se van apagando poco a poco por su miseria en
común… Pues ¿quién puede dudar de que la desgracia hace confrater-
nizar a los desgraciados?». Y a medida que la desgracia creó herman-
dad, también creó las formas de resistencia y respuesta colectiva naci-
das de ella.

ACCIONES Y R E A C C I O N E S E S C L AVA S

El 19 de marzo de 1801 los 1.065 residentes de Santiago del Prado,


una aldea de la provincia cubana de Oriente, se reunieron en la plaza
del pueblo para recibir su libertad. Por decreto real, el rey Carlos IV
no sólo los liberaba de la esclavitud, sino que también les concedió la
propiedad colectiva de las tierras que rodeaban el municipio. Aunque
el decreto retrataba ambas concesiones como un regalo del monarca a
sus súbditos, éstas eran en realidad el resultado de un siglo y medio de
lucha y perseverancia por parte de los esclavos del lugar35.
Estos esclavos ya habían conquistado una especie de libertad de
facto a mediados del siglo XVII, cuando la mina de cobre en la que se
asentaba la economía del municipio cayó en bancarrota. Nunca libe-
rados formalmente, pero, en la práctica, abandonados por los dueños
de las minas, los «cobreros» crearon una comunidad rural basada en la
agricultura de subsistencia, la minería de aluvión y la caza. En 1670 las
minas y el municipio fueron expropiados por la Corona de España, y
los habitantes se convirtieron en «esclavos reales», propiedad directa
del rey. Cuando bastantes años después los funcionarios ordenaron a
los habitantes varones trasladarse a La Habana para servir como tra-
bajadores de la construcción en las fortificaciones de la ciudad, los

35. Franco, Minas de Santiago; Díaz, The Virgin, the King.


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1800 47

hombres rehusaron ir. Tal y como lo expusieron en una petición de


1677, todos «somos casados y tenemos mas familias que siempre
hemos sustentado quieta y pacíficamente», las cuales quedarían des-
protegidas y sin medios para subsistir36. Huyeron hacia los bosques
cercanos, y rechazaron volver hasta que las autoridades reales accedie-
ran a un sistema de reclutamiento de trabajo rotativo en el que cuadri-
llas de esclavos trabajarían para la Corona dos semanas de cada ocho,
y nunca en proyectos de construcción de fuera de la región.
Este acuerdo no acabó con el conflicto entre la Corona y sus escla-
vos. Las fricciones continuaron durante el siglo XVIII, tanto sobre los
términos del sistema de trabajo rotativo como sobre los derechos
sobre las tierras de cultivo que rodeaban el municipio. Al combatir
contra lo que ellos consideraban acciones erróneas ejecutadas por fun-
cionarios reales mal informados, los esclavos continuaron declarándo-
se en huelga, huyendo y haciendo uso de los tribunales, enviando
representantes a La Habana, a la isla vecina de Santo Domingo e inclu-
so a España, a defender su caso. Cansada finalmente de este caso, en
1780 la Corona decidió devolver la propiedad de la mina y sus escla-
vos a los herederos del propietario original. Éstos, en lugar de intentar
reabrir las minas, resolvieron vender los esclavos, lo cual desató una
huida masiva de la población y una rebelión armada.
En 1784 los aldeanos enviaron a España a uno de sus miembros,
Gregorio Cosme Osorio, para presentar sus reclamaciones al rey. No
fue hasta 1795 cuando Osorio pudo informar de que lo había hecho.
Sin embargo, después de sopesar la petición de los esclavos y los infor-
mes de la curia y los funcionarios locales, y teniendo en cuenta los
peligros de la revolución esclava de Haití (1791-1804), que podía
extenderse al oriente de Cuba, Carlos y sus consejeros decidieron
tomar la decisión extraordinaria de conceder a los aldeanos su libertad
y el título de las tierras que habían trabajado durante el siglo y medio
anterior.
Tanto el inicio como el final de esta historia hacen que sea un caso
muy inusual. La libertad informal conquistada desde temprano por
los esclavos, y la libertad (y la tierra) formal que finalmente les fue
concedida por la Corona, son difícilmente comunes en la esclavitud

36. Díaz, The Virgin, the King, 339.


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48 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

latinoamericana. Pero en su lucha para alcanzar esos resultados


extraordinarios, los cobreros actuaron de manera muy parecida a
como lo hicieron los esclavos del resto de la América portuguesa y
española. Tanto sus metas (autonomía respecto a sus propietarios,
condiciones de vida y trabajo aceptables para ellos y sus familias, y en
último extremo, libertad y tierra) como sus tácticas (regateo y nego-
ciación, huelgas, apelación a autoridades superiores, huida y rebelión)
fueron adoptadas por los esclavos en toda América Latina. Esas tácti-
cas no sólo alteraron los términos de la esclavitud como institución,
sino que también prepararon el escenario para la participación esclava
en las luchas por la independencia a partir de 1810 y 1820, y para la
abolición final de la esclavitud.
Dadas las condiciones en las que vivieron y trabajaron, la acción
colectiva por parte de los esclavos no debería sorprendernos. Junto a
las minas de plata de México y Perú, las plantaciones azucareras fue-
ron los primeros emplazamientos verdaderamente industriales en
América Latina: empresas de capital intensivo que empleaban grandes
cantidades de mano de obra en una compleja serie de actividades pro-
ductivas interdependientes y altamente integradas. En 1816, casi la
mitad de los esclavos de las zonas de plantación azucarera de Bahía
vivían en plantaciones que empleaban entre 60 y 100 esclavos, y otro
cuarto de ellos vivía en plantaciones que empleaban 100 o más. La
media de esclavos por explotación agrícola era de 65. En las zonas azu-
careras más nuevas de los alrededores de Río de Janeiro las plantacio-
nes eran más pequeñas, pero incluso allí la media de esclavos por plan-
tación era de 50, y algunas emplearon hasta 200. En la provincia de
Matanzas, en Cuba, que como Río de Janeiro estaba experimentando
los inicios del cultivo azucarero a gran escala, la cifra media de escla-
vos por plantación en 1820 era de 69; 14 años más tarde, en toda Cuba
occidental y central la mayoría de los esclavos de las plantaciones vivía
en propiedades que empleaban 100 o más esclavos. Incluso en centros
secundarios de cultivo de azúcar, que producían principalmente para
el consumo local, la fuerza de trabajo esclava no era pequeña. En la
periferia rural de Lima, la media de esclavos por propiedad en 1813 era
de 5637.

37. Sobre el carácter industrial de la producción azucarera, ver Schwartz, Sugar


Plantations, 98-159; Moreno Fraginals, Ingenio, Vol. 1, 167-255; Blackburn, Making of
02-primero 28/4/07 03:16 Página 49

1800 49

Las condiciones de vida y de trabajo en las plantaciones variaron


según los diferentes lugares y épocas. Tendían a ser algo menos duras
en las zonas secundarias de plantación o durante períodos de contrac-
ción económica, cuando los propietarios tenían menos incentivos para
exprimir a sus esclavos hasta obtener la máxima productividad. Sin
embargo, en ningún lugar las condiciones eran buenas, y en las zonas
principales de producción de azúcar —la costa brasileña, o Cuba des-
pués de 1800— y durante períodos de expansión económica, las con-
diciones fueron infernales. La subalimentación, la malnutrición y la
sobreexplotación provocaron altos niveles de enfermedades y acci-
dentes laborales. Éstos se dieron especialmente durante el período de
la cosecha, cuando las jornadas de 16, 18 y hasta 20 horas no eran
infrecuentes. «El trabajo es grande, y muchos mueren», apreciaba
lacónicamente un observador de la industria azucarera bahiana a prin-
cipios del siglo XVII. Unos 100 años después, el sacerdote jesuita João
Antônio Andreoni describió las zonas de plantación de Bahía como
un «infierno para negros»; y a finales del XVIII, aun otro observador de
la industria expresaba su disgusto por «el cruel, bárbaro y grotesco
modo en que la mayoría de los amos trata a sus desgraciados escla-
vos»38.
Las condiciones eran algo mejores, si bien todavía difíciles, en las
minas de oro. La exposición prolongada al agua fría en las minas de
aluvión en Minas Gerais producía enfermedades e invalidez entre los
esclavos, los mismos efectos que producía el agreste entorno natural y
la escasez de comida en los bosques tropicales del Pacífico colombia-
no39. Del mismo modo que en las plantaciones, los esclavos trabajaban

New World Slavery, 332-344. Estadísticas de Schwartz, Sugar Plantations, 449-450;


Klein, African Slavery, 117; Bergad, Cuban Rural Society, 43; García Rodríguez, Escla-
vitud desde la esclavitud, 21; Hünefeldt, Paying the Price, 41-44. Klein menciona 30
esclavos por plantación en las áreas de Venezuela en que se cultivaba cacao. Klein, Afri-
can Slavery, 86.
38. Citas de Schwartz, Sugar Plantations, 364; Conrad, Children of God’s Fire, 56,
61, 62; ver también 53-100 pássim. Sobre las condiciones brutales en la industria azuca-
rera cubana, ver Moreno Fraginals, Ingenio, Vol. 2, 5-90; Bergad, Cuban Rural Society,
228-39; Castellanos y Castellanos, Negro en Cuba, 130-150.
39. Russell-Wood, «Gold Cycle», 224; Sharp, Slavery on the Spanish Frontier, 132-
136. Aun hoy, los descendientes de los esclavos del Chocó están «permanentemente
asediados por fuerzas mortales debilitantes, que les causan úlceras supurantes, expec-
toraciones infectadas, heces de aspecto maligno y dolores. Un ciclo de vida restringido
02-primero 28/4/07 03:16 Página 50

50 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

colectivamente en los campos de oro. En la región del Chocó, en


Colombia, el 90% de los esclavos mineros trabajaba en cuadrillas de
30 o más hombres. Las cuadrillas de entre 100 y 150 no eran raras, y
algunos propietarios crearon cuerpos de entre 300 y 500 esclavos para
trabajar en sus propiedades40. Las cuadrillas de trabajo eran más
pequeñas en Minas Gerais, y algunos esclavos trabajaron solos, vagan-
do por la región en busca de pequeños depósitos sin dueño que los
reclamara. La mayoría, no obstante, trabajó en grupos, bien en minas
de profundidad o en minas de aluvión41.

Figura 1.3. Esclavos secando los granos del café, São Paulo, 1882.
Crédito: Photographs and Prints Division, Schomburg Center for
Research in Black Culture, The New York Public Library, Astor,
Lenox and Tilden Foundations.

y una madurez tardía son una parte constituyente de la condición humana» (Whitten,
Black Frontiersmen, 28).
40. Sharp, Slavery on the Spanish Frontier, 122, 174-177; Zuluaga Ramírez, «Cua-
drillas mineras», 61-64.
41. Russell-Wood, Black Man, 104-127. Sobre el uso industrial del trabajo esclavo
en las minas británicas del siglo XIX en Minas Gerais, ver Libby, Trabalho escravo.
02-primero 28/4/07 03:16 Página 51

1800 51

La cuadrilla de trabajo era menos importante en la esclavitud urba-


na, pero los negocios que requerían grandes cantidades de trabajadores
a menudo recurrieron a los esclavos, especialmente durante el período
de incremento de las importaciones de esclavos, en los últimos años del
siglo XVIII. Habitualmente, como en una fábrica de ladrillos de Lima
que empleaba a 400 esclavos, o en una factoría de peines en Buenos
Aires en la que trabajaban 100 de ellos, estas cuadrillas eran compradas
por los propietarios42. Sin embargo, en algunos sectores de la economía
los esclavos individuales que fueron enviados a las calles para ganar su
propio sustento tomaron la iniciativa de organizarse en cuadrillas. Los
mozos de carga esclavos de las ciudades brasileñas, por ejemplo, crea-
ron un sistema de cantos (esquinas), en el que grupos de mozos lidera-
dos por un «capitán» electo intentaron monopolizar el comercio de
carga y descarga en sus propios vecindarios 43. Incluso esclavos que no
trabajaban en grupos mayores, como los sirvientes domésticos o los
vendedores ambulantes, se mantenían en contacto regular entre ellos y
se pasaban información a medida que circulaban por las calles y los
mercados de la ciudad.
Los emplazamientos protoindustriales, en los que muchos escla-
vos trabajaron, propiciaron un proceso de negociación y regateo entre
amos y esclavos que era en muchos aspectos análogo a la negociación
colectiva entre los trabajadores industriales y los empresarios44. Habi-
tualmente estas negociaciones eran informales, sutiles y, en buena
medida, implícitas; sin embargo, en ocasiones salían a la superficie en
forma de discusiones explícitas y abiertas entre amos y esclavos. En
Bahía, por ejemplo, el carácter altamente integrado y mecanizado de la
producción de azúcar dio a los esclavos la posibilidad de entorpecer la
producción (con demoras en la producción o sabotaje) y de facilitarla
(por el manejo de habilidades asociadas con la producción del azúcar

42. Romero, «Papel de los descendientes», 69; Andrews, Afro-Argentines, 37-38.


43. Karasch, Slave Life, 189-190; Conrad, Children of God’s Fire, 122; Reis, Slave
Rebellion, 164-165. El reverendo Walsh, citado al principio de este capítulo, menciona-
ba las evidencias de este sistema de cuadrillas en Río de Janeiro, pero no comprendió su
importancia. Los mozos de carga de las calles «desfilaban en línea, cargando pesados
bultos sobre sus cabezas, musitando una cadencia sombría e inarticulada a medida que
avanzaban» (Conrad, Children of God’s Fire, 237).
44. Ver por ejemplo Turner, From Chattel Slaves; Reis y Silva, Negociação e confli-
to, esp. 7-21; Díaz, The Virgin, the King, 15-16, 228.
02-primero 28/4/07 03:16 Página 52

52 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

y su aplicación al trabajo duro y concienzudo). Los esclavos usaron


ambas tácticas para extraer una variedad de concesiones de sus pro-
pietarios: raciones extra de comida, acceso a la tierra (en forma de
conucos, o parcelas de autoconsumo), tiempo libre ocasional, promo-
ción a puestos de mayor calificación, pagos en metálico e incluso, en
casos aislados, promesas de libertad45.
Aunque estas negociaciones normalmente tuvieron lugar entre
amos y esclavos individuales, ocasionalmente pasaron a ser algo pare-
cido a la negociación colectiva, y produjeron algunas de las primeras
huelgas de la historia latinoamericana. Las interrupciones del trabajo
por parte de los cobreros en los siglos XVII y XVIII se incluyen en esta
categoría. De manera similar, la huelga de los mozos de carga esclavos
y libertos de 1857 en Salvador de Bahía fue la primera movilización
laboral de ese tipo en la historia de la ciudad. A los esclavos de una
hacienda cercana a Ibarra, Ecuador, probablemente nunca se les
hubiera ocurrido llamar a sus acciones una huelga. Pero cuando infor-
maron a los funcionarios reales a finales de la década de 1780 de que no
estaban dispuestos a trabajar «ni poner los pies en la hacienda» hasta
que el nuevo propietario, que les había impuesto mayores demandas
de trabajo, fuera sustituido, esas tácticas efectivamente constituyeron
un paro laboral46.
Ni las leyes coloniales ni las prácticas tradicionales reconocían el
derecho de los esclavos a la huelga o la negociación colectiva. Para la
mayoría de los propietarios de esclavos, negociar individualmente con
esclavos era apenas tolerable. Las interrupciones colectivas del traba-
jo por parte de los esclavos eran completamente inaceptables, y desde
la perspectiva del propietario, equivalían a la rebelión. Aun así, la
mayoría de estas acciones se dirigían no a abolir o a escapar de la escla-
vitud, sino a hacer respetar los términos y las condiciones compartidas
de la esclavitud que ellos pensaban que habían sido violadas. La mayo-
ría de estas violaciones contractuales caían dentro de la categoría de
abuso y maltrato, habitualmente por parte de los capataces. Fue esto
lo que motivó que 20 esclavos de la hacienda Quebrada en Cañete,

45. Schwartz, Sugar Plantations, 152-159; ver también Hünefeldt, Paying the Price,
167-179; Gomes, Histórias de quilombolas, 358-370.
46. Córdova, Clase trabajadora, 29; Reis, «Revolution of the Ganhadores»; Luce-
na Salmoral, Sangre sobre piel, 76.
02-primero 28/4/07 03:16 Página 53

1800 53

Perú, fueran a Lima en 1809 y demandaran que los funcionarios reales


apartaran del cargo a su violento capataz. Igualmente, un grupo de 23
esclavos en Guayama, Puerto Rico, dejó sus herramientas y salió hacia
la ciudad para presentar quejas ante el corregidor47.
En alguna ocasión grupos de esclavos fueron un poco más allá para
intentar renegociar las condiciones de su cautiverio. Dos ejemplos de
ello tuvieron lugar en una hacienda cerca de Mompox, Colombia, en
1803, y en la plantación de Santana, en el sur de Bahía, en 1789. En
ambos casos, los esclavos rechazaron volver al trabajo hasta que sus
dueños hubieran respondido a una lista de peticiones que ellos mis-
mos habían preparado y entregado. Es instructivo comparar las dos
listas, porque presentan cuestiones centrales y recurrentes en las nego-
ciaciones entre amos y esclavos48. Encabezando ambas listas de reivin-
dicaciones estaba la cuestión del tiempo fuera del trabajo. Ambos gru-
pos pedían dos días libres a la semana «para nuestros propias labores»,
como decían los huelguistas de Mompox. Ese trabajo se realizaba para
ganar dinero para uso propio: los esclavos de Mompox también pedí-
an permiso para ir a los mercados locales a vender maíz que ellos mis-
mos habían cultivado, mientras que los esclavos de Santana pedían
«un barco grande para que cuando vayamos a Bahía podamos cargar
en él nuestra mercancía y no tener que pagar flete». Esa mercancía
incluía probablemente el arroz que los esclavos pedían poder plantar
«donde queramos, en cualquier pantano, sin que para ello pidamos
permiso».
Los productos cultivados por los esclavos para uso propio eran un
caballo de batalla frecuente entre amos y esclavos, y un ejemplo para-
digmático de las ambigüedades de sus relaciones. Muchos amos pro-
veyeron conucos para sus esclavos, en los que ellos cultivaban frutas y
verduras para el consumo propio y para la venta, bien al propietario,
bien a mercados cercanos. Los esclavos se beneficiaban así de dietas
más nutritivas y variadas, además de la oportunidad de ganar dinero;
los propietarios se beneficiaban al reducir los costos de alimentación

47. Hünefeldt, Paying the Price, 60-61; Nistal-Moret, Esclavos prófugos, 187-189;
para otros casos, ver Nistal-Moret, Esclavos prófugos, 183-187; Andrade González,
«Aprecio económico», 214-216; García Rodríguez, Esclavitud desde la esclavitud, 125-
130; Díaz, The Virgin, the King, 285-313, 317; Helg, «Fragmented Majority», 169.
48. Schwartz, «Resistance and Accommodation»; Tovar Pinzón, De una chispa, 22.
02-primero 28/4/07 03:16 Página 54

54 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

(que eran en este caso parcialmente cubiertos por los esclavos) y tam-
bién a través de lo que muchos percibían como un el efecto pacificador
del conuco sobre el esclavo. «Los esclavos que tienen [parcelas para el
auto-cultivo] ni huyen ni causan problemas», comentaban numerosos
plantadores de la provincia de Río de Janeiro. Sus parcelas de auto-
consumo «les distraen un poco de la esclavitud, y les hacen creer ilu-
samente que tienen un limitado derecho de propiedad»49. Este «dere-
cho» puede haber sido ilusorio, pero los esclavos reclamaron los
conucos como suyos y discutieron constantemente con los amos acer-
ca de la cantidad de tiempo que se les permitía trabajar en ellos. Estas
disputas sobre los conucos anticiparon las disputas de tierras que se
desencadenarían en las zonas de plantación de Afro-Latinoamérica
después de la Independencia50.
Después de su demanda inicial de tiempo libre, los esclavos de
Santana pasaron a hablar de las horas y condiciones de trabajo. Pro-
ponían fijar cuotas máximas de trabajo para la siembra y la cosecha,
cantidades mínimas de trabajadores para algunas tareas concretas («la
madera que es serrada con una sierra de mano debe hacerse con tres
hombres, y uno encima»; «en las mazas [rodillos de molienda] tiene
que haber cuatro mujeres para alimentarlas de caña»), y mencionaban
trabajos que no harían más («no nos obligarán más a pescar en las dár-
senas de marea, ni a pescar marisco»; «iremos a trabajar al cañaveral
de Jabirú esta vez y después ha de quedar para pasto, pues no pode-
mos cortar caña en un manglar»). También pedían el despido de los
capataces de la propiedad, y el derecho a aprobar a los nuevos que se
contrataran en su lugar.
Los esclavos de Mompox, en cambio, no tenían nada que decir en
la cuestión del trabajo. Sus demandas se centraban en necesidades
materiales: una nueva dotación de ropa para cada esclavo, atención
médica y medicinas y, lo más importante de todo, comida. La más
básica de las necesidades humanas era la más reiteradamente negada en
las plantaciones. En Bahía, «hay una evidencia consistente desde el

49. Conrad, Children of God’s Fire, 78; Reis, «Escravos e coiteiros», 364; ver tam-
bién Gomes, Histórias de quilombolas, 382.
50. Sobre las parcelas de autoconsumo, ver Cardoso, Escravo ou camponês?;
Barickman, «A Bit of Land»; Schwartz, Slaves, Peasants, and Rebels, 45-55; Tovar Pin-
zón, De una chispa, 40-47.
02-primero 28/4/07 03:16 Página 55

1800 55

inicio de la economía del azúcar hasta el fin del período colonial de


que los esclavos no recibían las raciones adecuadas». Incluso cuando el
total de comida era adecuado en cantidad, las deficiencias en vitaminas
y minerales reducían su valor nutricional. En consecuencia, un estu-
diante de medicina que estudiaba las enfermedades de los esclavos de
plantación en Río de Janeiro informaba que «hay plantaciones donde
los esclavos están como adormecidos por el hambre, para que su apa-
riencia provoque pena en nosotros»51.
La alimentación emerge como un tema central en una de los esca-
sos relatos en primera persona legados por un esclavo latinoamerica-
no, la autobiografía del afrocubano Juan Francisco Manzano (1797-
1854). La comida «era para mí la más sagrada y precisa atención» que
un ser humano podía brindar a otro. Aun teniendo la posición relati-
vamente privilegiada de esclavo doméstico, para Manzano fue imposi-
ble conseguir suficiente sustento: «Siempre flaco, débil y extenuado…
Siempre hambriento, me comiese cuanto hallaba… Comía a dos carri-
llos y me tragaba la comida casi entera, de lo que me resultaban fre-
cuentes indigestiones». Había aprendido a comer así cuando hurtaba
las sobras de sus amos. «Tuve que darme maña para engullírmelo todo
antes de que se quitara la mesa, ya que en cuanto se paraban había yo
de salir tras ellos» y abandonar el comedor»52.
En estas condiciones, no es nada sorprendente que la comida fuera
el objeto de robo más frecuente por parte de los esclavos, o que los
huelguistas de Mompox hicieran de la provisión de alimento una de
sus principales demandas. Inicialmente solicitaron a su amo una
ración diaria de bananas; cuando accedió a su petición, ellos añadieron
rápidamente raciones regulares de pan y carne.
Finalmente, los esclavos de Mompox pedían que su propietario les
proporcionara el derecho a recibir bautizos y celebrar ritos funerarios
católicos. Posiblemente fuera éste otro intento de conseguir tiempo
fuera del trabajo. La presencia de un cura en la hacienda también les
habría proporcionado una autoridad externa para mediar entre los
esclavos y su amo, y un posible garante de los acuerdos alcanzados
entre ellos. Sin embargo, es igualmente posible que la petición de los
esclavos de tener servicios religiosos reflejara una adhesión real al

51. Schwartz, Sugar Plantations, 137; Conrad, Children of God’s Fire, 92-93.
52. Manzano, Autobiography, 59, 61, 101.
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56 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

catolicismo y los beneficios espirituales que éste ofrecía. Esta adhe-


sión era visible en toda Afro-Latinoamérica. En Puerto Rico, esclavos
africanos al borde de la muerte insistieron en recibir el bautizo católi-
co y la extrema unción. Cuando los amos no proporcionaban estos
ritos, «son los propios esclavos los que están bautizando a sus compa-
ñeros en agonía»53. Incluso después de escapar del cautiverio y haber
huido a las montañas y los bosques para formar campamentos de fugi-
tivos, los esclavos continuaron adorando a los santos católicos, yendo
en busca de sacerdotes y llevándolos a sus poblaciones para oficiar ser-
vicios, practicar matrimonios y administrar los sacramentos54. Al
pedir los servicios religiosos, los esclavos de Mompox seguían la mis-
ma pauta de comportamiento que sus colegas huidos.
La aceptación del cristianismo por parte de los esclavos no signifi-
caba necesariamente el abandono de las religiones africanas. Mientras
que el catolicismo ibérico demandaba una ortodoxia rígida, el mono-
polio absoluto de los bienes y rituales, y el rechazo total de otras reli-
giones, las religiones africanas (excepto el islam) no requerían tal
exclusividad. Al contrario, la mayoría de las sectas africanas habían
evolucionado y se habían desarrollado con los siglos en un proceso de
intercambio de bienes y rituales entre ellas, habitualmente como
resultado de contacto comercial y conquista militar55. Este proceso de
expansión continuó en el Nuevo Mundo, a medida que los esclavos
añadieron santos y divinidades cristianas a los panteones africanos, e
incluso les otorgaron atribuciones de los dioses africanos. En Brasil,
por ejemplo, los esclavos yoruba del África occidental vieron en Jesús
cualidades similares a las de Oxalá —orisha (corporización) del sol y
del cielo— y reverenciaron ambas figuras como poderosos señores de
los cielos. También vincularon a la Virgen María con Yemayá y Ochún
(orishas del mar y el agua dulce, respectivamente), al Demonio con
Echú (el señor de los cruces de caminos, la elección y la incertidum-
bre), y a otros santos con otras deidades yorubas56.

53. Picó, Al filo del poder, 25; ver también 99, 100.
54. Gutiérrez Azopardo, Historia del negro, 32-34, 48; Zuluaga Ramírez, Guerrilla
y sociedad, 35-36, 41-42; Reis, «Quilombos e revoltas», 19; Veracoechea, Documentos,
80; Metcalf, «Millenarian Slaves?», 1547.
55. Thornton, Africa and Africans, 235-271.
56. Bastide, African Religions, 240-284. Sobre los orishas yoruba, ver Thompson,
Flash of the Spirit, 1-97; Siqueira, Orixás.
02-primero 28/4/07 03:16 Página 57

1800 57

Al unir dioses y santos cristianos y africanos, los esclavos modifi-


caron y reformularon profundamente ambas tradiciones religiosas.
Transformaron aún más el cristianismo insistiendo en que el acceso a
sus dioses no sólo estuviera mediado por los sacerdotes y los rituales
católicos, sino también por sacerdotes y rituales de origen africano. El
poder espiritual de los sacramentos católicos era altamente valorado y
apreciado, pero igualmente poderoso era el sacramento africano del
trance y la posesión, a través del cual los dioses entran en los cuerpos
de sus devotos para «montarlos»57.
El rito de la posesión espiritual estaba a su vez relacionado con la
demanda final de los esclavos de Santana, de que pudieran «jugar, dis-
traerse y cantar sin que ello se nos impida y sin tener que pedir permi-
so». Con esto los esclavos de Santana articulaban una de las aspiracio-
nes más básicas de la vida y la cultura esclava: el deseo no sólo de
descansar del duro trabajo, sino de «re-crearse» a través de la música,
la canción y la danza de origen africano. La música y la danza eran
curativas a casi todos los niveles, un bálsamo para el cuerpo y para la
mente. Los gráciles movimientos del baile, movimientos destinados al
placer y el disfrute, eran la antítesis y la negación directa del dolor y el
cansancio extremo del pesado trabajo forzoso. Y cuando se practica-
ban colectivamente, como habitualmente se hacía, la música y la dan-
za de origen africano alejaban el degradado estatus social de esclavo, al
menos momentáneamente, además de crear un sentido de humanidad
personal y colectiva alternativo y profundamente curativo58.
En la celebración de la Navidad de 1827 en Montevideo, a un via-
jero francés le impactó cómo en un baile en los extramuros de la ciu-
dad «más de cien negros parecían haber conquistado por un momen-
to su nacionalidad, en el seno de esa patria imaginaria, cuyo recuerdo
solo… les hacían olvidar, en un solo día de placer, las privaciones y los
dolores de largos años de esclavitud». Un viajero británico dejó una
vívida descripción de un acontecimiento similar en Río de Janeiro en
1808. «Los grupos de las diversas naciones africanas se abrían paso…

57. La posesión espiritual «es una relación de intercambio, de mutualidad, de res-


ponsabilidad compartida, y sobre todo, de acompañamiento… La posesión es particu-
larmente significativa, porque la ocupación del cuerpo negro por un ser divino es un
rechazo contundente de la subalternidad» (Harding, Refuge in Thunder, 154, 156).
58. Harding, Refuge in Thunder, 132-135, 53.
02-primero 28/4/07 03:16 Página 58

58 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

Ahí estaban los nativos de Mozambique y Quilumana, de Cabinda,


Luanda, Benguela y Angola». El canto y el baile se intensificaron en el
transcurso de la tarde, «no sabía si la energía de los músicos o la de los
bailarines era más de admirar». Los presentes, vencidos por el ritmo,
«con un grito o una canción… corrían a unirse al baile. Los músicos
tocaban una música más ruidosa y discordante; los danzantes se reani-
maban;… los gritos de aprobación y las palmas redoblaban; todos los
que miraban participaban». Pocas dudas pueden quedar de que, como
el Cabildo de la ciudad de Buenos Aires notaba amargamente en 1788,
los esclavos «no piensan en otra cosa, sino en la hora de ir a bailar»59.
El ritmo era fundamental para producir estos efectos curativos y
revitalizantes. Uno de los mensajes centrales de la música de origen
africano es que el ritmo nos eleva de la lucha del día a día al transfor-
mar la conciencia, transformar el tiempo e intensificar nuestra expe-
riencia del momento60. Esa alteración de la conciencia es por comple-
to intencional: en África y su diáspora en el Nuevo Mundo, el ritmo y
la música eran una parte esencial en la observancia de los ritos religio-
sos, en especial al crear las condiciones emocionales y espirituales para
que se manifestaran los dioses al poseer y «montar» a sus adoradores.
Tocar el tambor y bailar eran elementos fundamentales del ritual reli-
gioso de origen africano, y a medida que los afrodescendientes adop-
taron el cristianismo y lo amoldaron a sus costumbres, el toque final
que le dieron al catolicismo ibérico fue insuflarle el poder de los tam-
bores africanos. A través de la América española y portuguesa los
domingos, las fiestas de santos y las festividades religiosas en general
devinieron oportunidades para la música y el baile africano. Algunos
propietarios de esclavos, curas y funcionarios permitieron que se cele-
braran estos eventos sin demasiado control, ya que vieron en ellos no
sólo una concesión necesaria para el bienestar espiritual de los escla-
vos, sino un medio útil para mantener dividido en diferentes grupos
étnicos africanos a un grupo social potencialmente peligroso. Aun así,
la mayoría de las autoridades se sentían profundamente inquietas, tan-

59. Citas de Pereda Valdés, Negro en el Uruguay, 98; Karasch, Slave Life, 242;
Andrews, Afro-Argentines, 158. Sobre los esfuerzos de los esclavos para celebrar bailes
públicos, ver también Nistal-Moret, Esclavos prófugos, 15, 35; Montaño, Umkhonto,
211-224.
60. Harding, Refuge in Thunder, 132-135; Thompson, Flash of the Spirit, xiii; Rose,
Black Noise, 64-80.
02-primero 28/4/07 03:16 Página 59

1800 59

to por lo ajeno y lo extraño de la música y la danza africanas como por


los peligros que percibían en esas grandes reuniones de esclavos y
negros libres. Como dijo un observador bahiano en la década de 1790,
«no parece ser muy acertado en política el permitir que por las calles y
plazas de la ciudad multitudes de negros de uno y otro sexo hagan sus
bailes bárbaros al ritmo de muchos y horrorosos tambores, danzando
lascivamente y cantando canciones paganas, hablando lenguas extra-
ñas y haciendo alaridos tan horrendos y disonantes que causan miedo
y confusión»61. El Cabildo de Buenos Aires expresaba similares rece-
los al respecto:

lo que en estos mismos bailes hacen los Negros, como ya se ha observado,


que ha sido el hacer recibir los Ritos de Gentilidad, en que nacieron con
ciertas ceremonias, y declamaciones que hacen en su Idioma… pudiéndose
con verdad decir que en estos bailes olvidan los sentimientos de la Sta. Reli-
gión Católica, que profesaron renuevan los ritos de la gentilidad, se pervier-
ten las buenas costumbres, que les han enseñado sus Amos no aprenden
sino vicios… y que con ellos esté la República muy mal servida62.

Cuando se añadió al resto de condiciones presentadas por los huel-


guistas de Santana, esta demanda final de que se les permitiera a los
esclavos cantar y danzar cuando ellos lo desearan puso un brusco final
a las negociaciones. Mientras que el dueño de la hacienda de Mompox
aceptó la mayoría de las reivindicaciones propuestas por sus esclavos,
el propietario de la plantación de Santana mandó llamar a la milicia
para aplastar el levantamiento esclavo y meterlos a todos en la cárcel.
A pesar de que obtuvieron diferentes resultados, en ambos casos
los esclavos huelguistas plantearon una serie de cuestiones fundamen-
tales sobre las que amos y esclavos negociaron a finales del período
colonial: control sobre el tiempo, sobre la tierra, sobre la comida,
sobre las condiciones de trabajo, sobre la religión y sobre la cultura.
Sin embargo, en ninguno de los dos casos los esclavos plantearon un
último tema que emergió constantemente es las disputas entre escla-
vos y amos: las relaciones familiares de los esclavos con sus esposas,
hijos y otros parientes.

61. Reis, Slave Rebellion, 41.


62. Andrews, Afro-Argentines, 162.
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60 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

Figura 1.4. Percusionistas africanos, Río de Janeiro, 1868. Crédito:


Photographs and Prints Division, Schomburg Center for Research in Black
Culture, The New York Public Library, Astor,
Lenox and Tilden Foundations.
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1800 61

Las leyes españolas y portuguesas garantizaban el derecho de los


esclavos a casarse y formar familias. Es más, este derecho estaba con-
firmado por las enseñanzas católicas acerca del sacramento del matri-
monio y el pecado de las relaciones extramaritales. Aunque lo cierto es
que si algún efecto tuvieron las leyes que prohibían a los amos el rom-
per las parejas y las familias esclavas vendiéndolas separadas, fue el de
convertir la indiferencia de muchos propietarios hacia el tema del
matrimonio esclavo en oposición rotunda. La obstrucción al matri-
monio y a la formación de la familia esclava se veía además acentuada
por el persistente desequilibrio de género entre los esclavos, lo que
condenó a muchos hombres africanos a una vida sin mujeres.
Por todas estas razones, los primeros historiadores de la esclavi-
tud latinoamericana asumieron en su mayoría que el matrimonio y la
familia eran fenómenos relativamente raros entre los esclavos. Éste
era especialmente el caso de las grandes plantaciones, pensaban
dichos historiadores, donde los esclavos vivían en condiciones de
«deprimente promiscuidad», en palabras de un observador. Reciente-
mente, sin embargo, los historiadores han coincidido en señalar que
al centralizar bajo un propietario cantidades relativamente grandes
(aunque desiguales) de hombres y mujeres, las plantaciones brinda-
ron mayores oportunidades para la formación familiar que las ciuda-
des, en donde la mayoría de los propietarios poseía esclavos en canti-
dades mucho menores. En Venezuela, a finales del período colonial,
las tasas de matrimonio entre esclavos rurales eran el doble de altas
que entre esclavos urbanos, eran casi las mismas que entre negros y
mulatos libres y estaban sólo ligeramente por debajo de la de los
blancos del ámbito rural. Quizá como resultado de ello, la propor-
ción hijos/mujer (cantidad media de niños por mujer en edad fértil)
era más de un 50% superior entre los esclavos del campo que entre
los de la ciudad63.
El número de matrimonios era aún más alto entre los esclavos de
las haciendas de las afueras de Lima, donde el 60% de los esclavos
adultos estaban casados en 179064. Es difícil obtener cifras totales para

63. El 42% de los esclavos rurales estaban casados, en comparación al 21% de los
esclavos urbanos, el 42% de negros y mulatos libres del campo y el 46% de blancos que
vivían en el ámbito rural. Lombardi, People and Places, 135-137.
64. Hünefeldt, Paying the Price, 45-46.
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62 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

Brasil, pero las investigaciones hechas en plantaciones individuales


sugieren que cuanto mayor era la fuerza de trabajo, más aumentaba la
incidencia del matrimonio esclavo. En 1801, en el distrito de Lorena,
provincia de São Paulo, el 18% de los esclavos de pequeña plantación
(granjas en las que había de 1 a 4 esclavos) estaban casados, cifra que
ascendía al 40% en las granjas con 10 o más esclavos. De los 186 escla-
vos que había en la plantación de Santana, Bahía, en 1752, al menos el
80% vivía en unidades familiares formadas por una pareja de hombre
y mujer, y otro 13% vivía en unidades familiares monoparentales.
Estudiando los registros de familias esclavas en las plantaciones de Río
de Janeiro, «sorprende el nivel de autonomía y estabilidad familiar que
[los esclavos] alcanzaron, extremadamente próximo al de los hombres
libres con los que convivían»65.
Como ocurrió en las grandes plantaciones, los campamentos mine-
ros reunieron a hombres y mujeres, muchos de los cuales formaron
familias. Como hemos visto, los mineros de cobre de Santiago del Pra-
do se describían a sí mismos «todos... casados y [con] familias que
siempre hemos sustentado». De los esclavos que trabajaban en las
minas de oro de la región del Chocó, en Colombia, un tercio estaban
casados en 1782, y muchos de los que no lo estaban eran niños que
vivían con sus padres. Como pasaba en las plantaciones, a mayor fuer-
za de trabajo, mayor índice de matrimonios. De los 550 esclavos que
pertenecían a un propietario minero, dos tercios de los adultos estaban
casados, y casi todos los esclavos (el 93%) vivían en unidades familia-
res, la mayoría de las cuales estaban formadas por parejas, y buena
parte de ellas incluía tres generaciones (abuelos, padres e hijos)66.
En su visita a Cuba a principios del siglo XIX, el naturalista alemán
Alexander von Humboldt reparaba no sólo en la existencia de unida-
des familiares entre los esclavos de las plantaciones, sino en los inmen-
sos beneficios sociales y psicológicos que aportaba el formar parte de
una familia: «el esclavo de ingenio azucarero que tiene esposa, que

65. Costa et al., «Familia escrava», 254; Schwartz, Sugar Plantations, 396; Castro,
Das cores do silêncio, 75.Ver también otros artículos en Estudos Econômicos 17, 2
(1987); Slenes, Na senzala uma flor; Graham, «Slave Families»; Florentino y Góes, Paz
das senzalas; Lauderdale Graham, Caetana Says No.
66. Sharp, Slavery on the Spanish Frontier, 124-125; Zuluaga, «Cuadrillas mineras»,
67-80.
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1800 63

vive en una casa aparte, aquél que con el afecto que caracteriza a la
mayoría de los africanos encuentra después de la jornada de trabajo a
alguien que cuide de él, en medio de esta familia de indigentes, tiene un
destino que no se puede comparar al de un esclavo aislado y perdido
en la multitud»67. Estos beneficios aparecen claramente en la autobio-
grafía de Juan Francisco Manzano, para quien su madre y sus herma-
nos eran el centro del mundo: «La amaba tanto que siempre pedía a
Dios me quitase primero la vida a mí que a ella. No me creía yo con
bastante fuerza para sobrevivirla». Cuando lo castigaban, su familia
iba a visitarlo y le llevaba comida o le brindaba conversación a través
de la puerta de su celda. En esas visitas su madre llamaba «de la sepul-
tura a su marido, pues cuando esto ya padre había muerto». En años
posteriores, en una de las contadas ocasiones en que la familia se reu-
nía, «Los tres abrazados de pie formábamos un grupo. Mis tres her-
manos más chicos nos rodeaban abrazándonos por los muslos. Mi
madre lloraba y nos tenía estrechados contra su pecho. Daba gracias a
Dios porque le concedía la gracia de volver a vernos»68.
Además de proporcionar apoyo emocional, las familias generaban
importantes beneficios económicos. En un momento dado, la madre
de Manzano le informó que había reunido suficiente dinero como
para comprar su libertad: «Juan, aquí llevo el dinero de tu libertad. Ya
tú ves que tu padre se ha muerto y tú vas a ser ahora el padre de tus
hermanos». Ésta era una estrategia frecuente entre las familias escla-
vas, que unían sus recursos para comprar la libertad de los miembros
de la familia uno por uno69. Los ahorros de la madre de Manzano, de
hecho, provenían en parte de un caballo que los abuelos de su hijo,
también esclavos, le habían dado cuando era joven. Tal y como su
madre daba a entender, de él se esperaba que, una vez libre y en con-
dición de cabeza de familia, asumiera la responsabilidad de rescatar a
sus hermanos de la esclavitud. Sin embargo, esta estrategia fracasó
cuando la madre de Manzano murió poco después y su dueña le con-
fiscó los ahorros. Manzano sólo pudo conservar un brazalete de oro
de su madre, que vendió para pagar las misas por su alma70.

67. Manzano, Autobiography, 5-6.


68. Manzano, Autobiography, 69-71, 79.
69. Para una serie de casos judiciales cubanos en los que los esclavos siguieron esta
estrategia, ver García Rodríguez, Esclavitud desde la esclavitud, 107-124.
70. Manzano, Autobiography, 93, 115-121.
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64 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

Las familias esclavas eran menos comunes en las ciudades, donde la


mayoría de los propietarios de esclavos los poseía en grupos de cuatro o
menos. En consecuencia, en Salvador, la capital de Bahía, «los esclavos
casi no tenían oportunidad de mantener relaciones amorosas, [ya fueran]
episódicas o duraderas». De los 186 esclavos arrestados en relación al
levantamiento de 1835 en esa ciudad, sólo 4 estaban registrados como
casados. Similares condiciones existían en Río de Janeiro, donde la tasa de
matrimonio entre los esclavos era una mera fracción —un séptimo o
menos— de la misma tasa entre la población libre. En la década de 1840,
los esclavos constituían solamente el 4% del total de matrimonios por año
de la ciudad, a pesar de representar el 40% del conjunto de la población71.
Esta disparidad entre el porcentaje urbano y rural de matrimonios
esclavos y formación de unidades familiares quizá explique por qué
los esclavos de Mompox y Santana no incluyeron cuestiones familia-
res en sus listas de demandas: en comparación con sus pares urbanos,
ellos posiblemente estuvieran en una mejor situación al respecto. Para
los esclavos urbanos, los obstáculos a la hora de formar unidades
familiares eran colosales, forzándolos a recurrir a funcionarios y tri-
bunales para garantizar el cumplimiento de su derecho a casarse72.
Estos recursos eran, a su vez, parte de un esfuerzo global de los
esclavos para usar las leyes que regulaban la esclavitud como fuente de
poder y punto de apoyo en sus negociaciones con los amos. Deman-
das, peticiones y quejas dirigidas a los funcionarios reales eran una
forma más de resistencia y respuesta por parte de los esclavos, así
como un mecanismo para intentar forzar concesiones por parte de los
amos más abusivos y recalcitrantes. En la América española, las accio-
nes legales esclavas parecen haberse incrementado notablemente
durante las décadas finales del gobierno colonial, en respuesta a dos
series de leyes dirigidas a incrementar la protección de los derechos
esclavos: el Código Negro de 1784 y la Instrucción de 1789. Al redac-
tar estas leyes, el objetivo de la Corona era reducir los abusos de los
propietarios y el maltrato a los esclavos, y a través de ello anular algu-
nas causas de la creciente cantidad de fugas y rebeliones esclavas73.

71. Reis, Slave Rebellion, 180; Karasch, Slave Life, 289.


72. Ver, por ejemplo, Cope, Limits of Racial Domination, 45-46; Hünefeldt, Paying
the Price, 167-179.
73. Malagón Barceló, Código Negro carolino; Lucena Salmoral, Sangre sobre piel,
23-47.
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1800 65

Los propietarios de esclavos rechazaron con disgusto estas leyes,


que consideraban una interferencia injustificada de la Corona en sus
asuntos privados. Protestaron hasta tal punto que el Código Negro
nunca fue implementado. La Instrucción tuvo efectos legales sólo
durante cinco años, antes de ser finalmente revocada por una orden
real en 179474. Aunque la Corona anulara estas leyes, instó a los fun-
cionarios coloniales a tener presentes sus disposiciones cuando admi-
nistraran disputas entre esclavos y amos, y tanto durante como des-
pués del breve período en el que la Instrucción tuvo vigencia legal, los
esclavos hicieron reiterados esfuerzos por aprovechar las protecciones
legales que se les concedieron. Los funcionarios españoles en Luisia-
na, por ejemplo, «descubrieron rápidamente que los esclavos eran
audaces y con criterio propio, muy conscientes de sus derechos, y que
estaban siempre preparados para viajar a Nueva Orleans a quejarse si
sus derechos eran violados»75. En Puerto Rico, los esclavos

se querellaron… de la carencia de ropa, falta de alimento adecuado, exce-


so en los trabajos; denunciaron la imposición de trabajo en los días feria-
dos y de guardar los castigos excesivos, los engaños perpetrados por los
propietarios, la usurpación de los derechos de coartación y compra de
libertad garantizados por ley. Fueron los primeros en exponer y denun-
ciar la explotación de la mujer esclava. Además, levantaron otros expe-
dientes sobre la falta de atención médica, la destrucción de la propiedad
del esclavo, la agresión verbal, la separación ‘familiar,’ las deudas no satis-
fechas por el propietario, y cuántas más razones76.

Una de las principales vías que los esclavos emplearon para escapar
del tratamiento abusivo fue aprovecharse de su derecho a cambiar de

74. Para una muestra representativa de la opinión de los plantadores, en forma de


petición al rey de los cultivadores de caña cubanos, ver García Rodríguez, Esclavitud
desde la esclavitud, 69-89.
75. Hall, Africans in Colonial Louisiana, 305. Para Hall, el sistema judicial español,
que estuvo vigente en Luisiana desde 1766 hasta 1803, «era, en muchos sentidos, supe-
rior al anterior [tribunales franceses] y posterior [tribunales estadounidenses]. Hubo
una expansión significativa de los derechos de los esclavos, excepto en el área vital de la
protección de la familia esclava», en la que la ley francesa era superior (p. 304). Sobre
pleitos esclavos en la Florida española, ver Landers, Black Society, 138-144; sobre
Cuba, ver De la Fuente, «La esclavitud, la ley».
76. Nistal-Moret, Esclavos prófugos, 22-23. Para ejemplos detallados de estas que-
jas, ver Chaves, María Chiquinquirá Díaz; Demasi, «Familia y esclavitud».
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66 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

propietario. Bajo jurisdicción hispánica, si los esclavos hallaban un


propietario potencial a quien preferían pertenecer y éste estaba dis-
puesto a pagar su precio en el mercado, se les daba el derecho de ser
adquiridos por ese comprador potencial. Los propietarios de esclavos
generalmente se opusieron a esta ley, ya que creaba un mecanismo por
el que los esclavos podían «escapar» de las manos de los amos más
duros para ir con otros menos abusivos. También lucharon para pre-
venir o retrasar estas transferencias de propiedad, habitualmente dis-
putando el valor monetario declarado del esclavo. Pero los esclavos
perseveraron en estos casos, viendo en ellos un medio para mejorar su
calidad de vida y sus condiciones de trabajo, y para evitar la ruptura de
matrimonios y familias77.
Pleitos de este tipo —y en general recursos legales de cualquier
tipo— eran mucho más comunes en las áreas urbanas que en el ámbi-
to rural. Los esclavos urbanos tenían mayor acceso a la información
acerca de sus derechos legales y a los funcionarios responsables de
hacerlos cumplir. Además, la mayoría de los propietarios de esclavos
urbanos eran individuos de recursos modestos, que poseían cantida-
des relativamente pequeñas de esclavos y que no tenían la influencia
sobre los funcionarios reales de la que gozaban los plantadores o los
dueños de minas. Así, en las disputas legales, los esclavos urbanos a
menudo se enfrentaban a sus amos desde una posición menos des-
aventajada que los rurales.
Para los esclavos que trabajaban en plantaciones del campo o en
explotaciones mineras en las profundidades de la jungla colombiana,
el conocimiento del ordenamiento legal era mucho más difícil, igual
que el acceso a funcionarios reales. Ésta es la razón por la que los
esclavos del campo eran más propensos a actuar en grupo y con el
soporte de sus compañeros cuando presentaban sus peticiones. Los
propietarios tildaron estas acciones de rebelión e insubordinación,
aunque en realidad estos esclavos no se rebelaban contra la autoridad
oficial, ni intentaban escaparse o acabar con la esclavitud. En lugar de
eso, apelaban a esa misma autoridad para solicitar el cumplimiento
debido de las leyes que ésta había instituido. En todo caso, lo que bus-

77. Acerca de tales demandas, ver Hünefeldt, Paying the Price, 167-179; Lanuza,
Morenada, 75-81, 105; Cope, Limits of Racial Domination, 46.
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1800 67

caban era alinearse con el estado colonial y aprovechar su protección


de la misma manera que los propietarios lo hacían.
Sobra decir que el aparato estatal no siempre, ni tampoco frecuen-
temente, fue favorable a las demandas de los esclavos. En un caso de
1801 en Guayama, por ejemplo, el corregidor halló que las quejas por
maltrato de los esclavos eran infundadas, y ordenó doce latigazos para
cada uno de los hombres implicados, diez para las mujeres. No obs-
tante, antes de tomar su decisión investigó el caso en profundidad,
interrogando detalladamente a cada uno de los esclavos, enviando a un
doctor para examinarlos buscando la evidencia del maltrato, y final-
mente viajando a la plantación para verificar las condiciones sobre el
terreno. Claramente, la queja de los esclavos fue tomada en serio, y
mientras este funcionario falló en su contra, otros resultaron ser más
receptivos a las alegaciones de los esclavos. Los esclavos tomaron nota
de qué oficiales reales eran más propensos a recibirlos, y se dirigieron
a ellos reiteradamente78. Cultivaron su relación con los responsables
de investigar las quejas y los derechos de los esclavos, los «defensores
de esclavos». De hecho, a medida que esos abogados públicos fueron
reiteradamente testigos de los abusos y las injusticias de la esclavitud,
algunos de ellos empezaron incluso a cuestionarla públicamente como
institución79. Otros despertaron la ira de los propietarios esclavistas
simplemente por ceñirse al pie de la letra a las disposiciones legales, lo
que llevó a los hacendados peruanos a denunciar uno a de estos defen-
sores como «el mayor enemigo de la agricultura y su más terrible obs-
táculo. El más ínfimo detalle de que cualquier esclavo le informa es
suficiente para dar crédito a juicios sobre su propietario notoriamente
injustos, y basta para desencadenar el desorden en el campo entre pro-
pietarios, esclavos y gentes libres»80.

78. Ver por ejemplo un caso de 1798 en Barbacoas (Colombia), en el que un grupo
de mineros esclavos que alegaban maltrato por parte de su propietario recurrió al
teniente de la zona, «porque ha atendido otras causas de esclavos». González, «Apre-
cio económico», 216.
79. Ver por ejemplo la declaración de 1807 de un defensor de esclavos de Colom-
bia, en donde afirmaba que la esclavitud va «contra razón de natura... una condición
violenta y odiosa que, en lugar de ampliarse y favorecerse, debe restringirse y angus-
tiarse». Lucena Salmoral, Sangre sobre piel, 77; ver también Meiklejohn, «Implementa-
tion of Slave Legislation»; Jaramillo Uribe, Ensayos, 35; Rama, Afro-uruguayos, 47-48;
Lavallé, «Aquella ignominiosa herida».
80. Hünefeldt, Paying the Price, 65.
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68 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

Las leyes de esclavos, y los oficiales encargados de hacerlas cumplir,


llegaron a ser poderosas armas para uso de los esclavos en sus confronta-
ciones con los propietarios. Proporcionaron además un lenguaje y una
retórica a través de las cuales los esclavos podían afirmar el concepto de
derechos básicos inherentes a ellos en tanto que seres humanos —aun-
que éste no fuera el propósito de tales leyes— y en tanto que súbditos de
la Corona. El gobernador de Popayán (Colombia), informando a la
Corona de lo que él consideró que eran las consecuencias negativas de la
Instrucción de 1789, mencionaba ambos aspectos: la protección legal
que brindaba a los esclavos y la retórica de los derechos. En 1792, infor-
maba que los esclavos tratan a sus señores «con cierta especie de desdén
y les prestan una obediencia muy de política, tomando ocasión para dis-
putar a cada paso las ocasiones que les corresponden hasta explicar con
osadía sus genios allaneros, y reducirse a una especie de libertinaje»81.
La ley española dejaba bien claro que ni los esclavos ni los negros
libres eran legalmente iguales a los blancos. Aun así, la subordinación
no significaba una ausencia completa de derechos, y los esclavos repeti-
damente invocaron el concepto e incluso la terminología de los dere-
chos en sus peticiones a los funcionarios de la Corona. En sus peticio-
nes y casos legales, los cobreros de Santiago del Prado afirmaban «el
derecho a la subsistencia… el derecho a la preservación del matrimonio
y la familia… a los derechos políticos colectivos… derecho a la tierra».
En Puerto Rico, el esclavo yoruba Francisco Castaño justificó su pro-
puesta de venderse a un nuevo propietario cubano argumentando que
«en Puerto Rico el negro no tiene ningún derecho». En realidad, los
derechos de los esclavos eran violados con la misma frecuencia en Cuba
que en Puerto Rico, pero Castaño buscó justificar su venta a otro pro-
pietario (un derecho garantizado a los esclavos bajo jurisdicción espa-
ñola) en términos de cómo esto le daría acceso a prerrogativas que la
habían sido denegadas en Puerto Rico. Otra esclava portorriqueña,
María Balbina, usó el mismo lenguaje cuando solicitó a las autoridades
que no permitieran a su dueño venderla separada de sus hijos (de nuevo,
un derecho que le concedía el ordenamiento jurídico español). Ella
había presentado la queja para «hacer valer mis derechos»82.

81. Lucena Salmoral, Sangre sobre piel, 84-85.


82. Díaz, The Virgin, the King, 317-119; Nistal-Moret, Esclavos prófugos, 74-75,
201-203.Ver también las referencias de Juan Francisco Manzano a «el derecho natural
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1800 69

Dado que las leyes portuguesas que regulaban la esclavitud com-


partían los mismos precedentes romanos que las leyes hispánicas, en
Brasil los esclavos disfrutaban en teoría de los mismos derechos que
en la América española. Un decreto real de 1710 encargaba a la fiscalía
de la colonia la función de actuar en casos y querellas presentados por
esclavos, pero como un delegado enviado a la Asamblea Constituyen-
te de 1823 comentaba cien años después, la orden había quedado sin
efecto porque «no le interesaba a nadie sino a esos miserables»83.
Como consecuencia de ello, el viajero inglés Henry Koster observaba
en 1816 que era «casi imposible para un esclavo el ser escuchado» en
instancias oficiales. El historiador João Reis coincide en que durante el
período colonial, «los esclavos tuvieron poco o ningún acceso a las
leyes del Estado»84.
Fue solamente después de la independencia cuando las solicitudes
de los esclavos brasileños a la justicia real empezaron a provocar una
respuesta oficial significativa85. Incluso en esa época (en la que la escla-
vitud estaba siendo abolida en casi toda la América española), el cor-
pus legal brasileño que regulaba la esclavitud era menos progresista
que las leyes coloniales españolas. Por ejemplo, mientras que la ley
española garantizaba el derecho de un esclavo a comprar su libertad, la
portuguesa y luego brasileña (después de la independencia, en 1822)
no reconocía tal derecho. Aunque la práctica de los esclavos compran-
do su libertad existió en Brasil —de hecho, la mayoría de las manumi-
siones (liberaciones individuales) eran compradas, y no concesiones
gratuitas—, a diferencia de la América española, estas liberaciones
podían tener lugar únicamente con el consentimiento del propietario.
Tal y como el Consejo de Estado afirmó en 1854, «no tenemos ningu-
na disposición legal de acuerdo a la cual el amo pueda ser obligado a

que todo esclavo tiene a su rescate», esto es, a comprar su propia libertad. Manzano,
Autobiography, 20. Para una discusión en profundidad de los derechos de los esclavos
bajo la ley española, ver Petit Muñoz et al., Condición jurídica, 181-269.
83. Rodrigues, «Liberdade, humanidade», 160.
84. Algranti, Feitor ausente, 112; Reis, «Quilombos e revoltas», 35.
85. De 380 peticiones halladas por Keila Grinberg en los archivos nacionales de
Brasil, casi todas datan del período posterior a 1831, y la gran mayoría de la segunda
mitad del siglo. Grinberg, Liberata, 22, 109.También sobre peticiones de esclavos, ver
Grinberg, «Freedom Suits»; Lauderdale Graham, Caetana Says No; Chalhoub, Visões
da liberdade.
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70 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

liberar a su esclavo». Otro caso de 1884, cuatro años antes de la aboli-


ción final de la esclavitud, fue incluso más allá, y concluyó que «priva-
dos de derechos civiles, los esclavos no tienen derecho a la propiedad,
a la libertad, al honor o a la reputación. Sus derechos se reducen a la
preservación y el mantenimiento de sus cuerpos», derechos que exis-
tían en beneficio del esclavo tanto como en el del amo86.
En consecuencia, la ley y la práctica portuguesas dieron como
resultado negociaciones entre amos y esclavos en las que los oficiales
coloniales intervinieron muy poco. Lo hicieron principalmente en
momentos de crisis, en los que las negociaciones se habían roto por
completo y los esclavos o bien habían huido o bien se habían alzado
contra sus propietarios. Tanto en la América española como en la por-
tuguesa, estos actos de rebelión constituyeron otra forma más de resis-
tencia y respuesta esclava. Aunque los alzamientos esclavos ocurrieron
durante todo el período colonial, tendieron a ser más frecuentes al ini-
cio de ese período (cuando el control europeo sobre esas nuevas socie-
dades en proceso de construcción era particularmente débil) y al final
de él (a finales del siglo XVIII e inicios del XIX). Los esclavos africanos
apenas habían empezado a trabajar en las plantaciones azucareras de
Santo Domingo cuando, en 1522, se rebelaron por primera vez. La
rebelión fue reprimida en algunos días, pero un puñado de supervi-
vientes y otros fugitivos huyeron a los bosques para unirse al líder indí-
gena Enriquillo, que se había alzado contra los españoles en 1519 y sos-
tuvo una lucha de guerrillas hasta principios de la década de 1530. La
ciudad colombiana de Santa Marta fue destruida completamente por
una revuelta esclava en 1530, y atacada de nuevo en 1550; La Habana
fue saqueada y sometida al pillaje por los esclavos en 1538, después de
un ataque de corsarios franceses a la ciudad. Un levantamiento de
esclavos en la Ciudad de México fue evitado por muy poco en 1537, y
en 1546 y 1570 estallaron revueltas rurales significativas. Esclavos que
trabajaban en las minas de oro en Cuba, Honduras, Colombia y Vene-
zuela se rebelaron repetidamente entre 1533 y 1552; en 1598 unos 4.000
esclavos destruyeron las explotaciones mineras cerca de Zaragoza, en
Colombia, y no fueron sometidos hasta el año siguiente87.

86. Conrad, Children of God’s Fire, 272, 281.


87. Guillot, Negros rebeldes; Rout, African Experience, 104-122.
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1800 71

La consolidación gradual del dominio hispánico y portugués redu-


jo la frecuencia de estas rebeliones durante el siglo XVII, pero varios
factores llevaron a su resurgimiento en el XVIII y XIX. Un factor fue el
aumento del malestar político entre la población libre, causado por la
política económica borbónica y pombalina. Ésta aumentó la carga tri-
butaria sobre las economías coloniales. Las turbulencias entre la
población libre también expandieron las oportunidades para la rebe-
lión esclava. En Venezuela, los rebeldes que se oponían a las políticas
fiscales y comerciales españolas reclutaron participantes esclavos para
sus alzamientos de 1732 y 1749. Durante la segunda rebelión, los
esclavos de las plantaciones del valle de Tuy, cerca de Caracas, conspi-
raron por su cuenta. Para tranquilidad de los funcionarios locales,
quienes temían que la población indígena se les hubiese unido, la
conspiración fue descubierta varias semanas antes del golpe que habí-
an planeado dar. La rebelión Comunera en Colombia (1781), contra el
sistema de impuestos, desencadenó también alzamientos esclavos a lo
largo del río Magdalena y en el valle del Cauca88.
Los procesos políticos internacionales en Europa y el Caribe tam-
bién estimularon las rebeliones esclavas en América Latina. Cuando los
revolucionarios en Francia y en Saint Domingue decretaron la igualdad
racial de los negros libres y los blancos (1791) y después la abolición de
la esclavitud (1793-1794), los esclavos y los negros libres de Latinoamé-
rica tomaron nota inmediatamente. Entre 1795 y 1799, una oleada de
revueltas esclavas tuvo lugar en las plantaciones azucareras de Cuba
(ésta era una de las razones para las concesiones de la Corona a los
cobreros en 1800). Los esclavos rebeldes de la ciudad de Coro, Vene-
zuela, pidieron públicamente en 1795 la «Ley de los Franceses» y la
abolición de la esclavitud; conjuras similares entre los esclavos de Lui-
siana (1795) y el puerto colombiano de Cartagena (1799) fueron descu-
biertas y desbaratadas por las autoridades poco antes de que pudieran
fructificar89. Conspiraciones revolucionarias en las que participaron
blancos y negros libres fueron frustradas en Buenos Aires (1795), Cara-

88. Brito Figueroa, Problema tierra y esclavos, 209-215; Veracoechea, Documentos,


352-353; ver también Kapsoli, Sublevaciones de esclavos.
89. Franco, Conspiración de Aponte, 11-12; Arcaya U., Insurrección de los negros;
Veracoechea, Documentos, 305-318, 323-328; Hall, Africans in Colonial Louisiana,
343-374; Geggus, «Slave Resistance».
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72 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

cas (1797) y Bahía (1798). No hubo participación esclava significativa en


estos últimos tres incidentes, pero teniendo en cuenta que los objetivos
de los conspiradores incluían la abolición de la esclavitud, si las conspi-
raciones se hubieran materializado sin duda habrían prendido también
la mecha de las sublevaciones esclavas en esas ciudades.
Probablemente, la causa más importante del incremento de suble-
vaciones esclavas estaba en el número creciente de hombres jóvenes
africanos que llegaban a la región. Muchos de estos jóvenes eran vete-
ranos de guerras africanas desencadenadas por el comercio de escla-
vos, y llegaron al Nuevo Mundo con una volátil mezcla de experien-
cia militar e inmensa ira y descontento por su situación. El resultado
fue un incremento agudo en la propensión a la rebelión y en la huida a
comunidades de esclavos fugitivos (quilombos o mocambos en Brasil,
palenques o cumbes en la América española)90. Estos asentamientos
habían aparecido por primera vez en la América hispana en los albo-
res del período colonial. Guerras de guerrillas prolongadas se sucedie-
ron entre fuerzas españolas y cimarrones (la palabra empleada para
designar al ganado que había escapado de sus propietarios y vagaba
«salvaje» se aplicaba también a los esclavos) en Santo Domingo duran-
te los decenios de 1530 y 1540, en Venezuela, Panamá y Ecuador
durante la década de 1550, y en Colombia y México a principios de
1600. Aunque la mayoría de los asentamientos de fugitivos fueron
finalmente derrotados y destruidos, algunos de ellos —San Basilio en
Colombia, Nirguá en Venezuela, San Lorenzo y Cuijla en México, los
de la región ecuatoriana de Esmeraldas— consiguieron resistir a las
fuerzas españolas y negociar tratados de paz que les garantizaban la
concesión del estatuto legal de municipio91.

90. Sobre comunidades de esclavos huidos ver Price, Maroon Societies; Gomes,
Histórias de quilombolas; Reis y Gomes, Liberdade por um fio; Acosta Saignes, Vida de
los esclavos, 178-210; Lazo García y Tord Nicolini, Del negro señorial; Friedemann, Ma
ngombe; Borrego Plá, Palenques de negros; La Rosa Corzo, Cimarrones de Cuba y
Palenques del oriente.
91. Guillot, Negros rebeldes; Rout, African Experience, 104-117; Zuluaga Ramírez,
Guerrilla y sociedad; Rueda Novoa, Zambaje y autonomía; Carroll, «Mandinga». Véa-
se también el caso de Curiepe, un asentamiento de negros libres en el valle de Tuy en
Venezuela que en el transcurso del siglo XVIII se convirtió en un centro de actividad
cimarrona. Ferry, Colonial Elite, 108-120.
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1800 73

Los fugitivos constituían un desafío todavía mayor a las autorida-


des reales en Brasil. Ya en una fecha tan temprana como 1597 un
observador portugués en Bahía observaba que «los peores enemigos
de los colonos son los Negros de Guinea insurgentes, quienes viven en
las montañas y bajan de ellas para llevar a cabo sus incursiones». En
1602, aquellos que se habían evadido de las plantaciones azucareras de
Bahía y Pernambuco se unieron para formar el famoso quilombo de
Palmares, una federación de aldeas en las montañas de Alagoas. Para
mediados de siglo, estas aldeas albergaban entre 10.000 y 15.000 habi-
tantes. En las décadas de 1670 y 1680 los portugueses enviaron una
serie de expediciones militares contra ellos, pero todas fracasaron. No
fue hasta el decenio de 1690, casi un siglo después de su fundación,
cuando las aldeas fueron finalmente invadidas y sus habitantes captu-
rados de nuevo. En todo Brasil se reconoció unánimemente la derrota
de Palmares como el acontecimiento histórico que era. Mientras los
propietarios de esclavos lo celebraban con desfiles, misas y otras cele-
braciones públicas, los esclavos y sus descendientes preservaron la
memoria del quilombo y su último y heroico monarca, Zumbí, a tra-
vés de leyendas, canciones y festivales comunitarios. Aun así, la des-
trucción de Palmares no significó su final. Como pasaba casi siempre
con las comunidades de esclavos fugados, pequeños grupos de super-
vivientes consiguieron escapar de las fuerzas portuguesas y establecer
nuevos campamentos cerca de los lugares de las aldeas palmarinas.
Otros tomaron rumbo norte para crear nuevos asentamientos en
Paraíba que sobrevivieron hasta la década de 173092.
Durante el siglo XVIII el centro de la economía, y con él el de la
esclavitud brasileña, se desplazó de las zonas azucareras del Nordeste
hacia la región de minería aurífera de Minas Gerais. A medida que los
esclavos llegaron en masa a las zonas mineras, los quilombos prolife-
raron hasta tal punto que los propietarios de esclavos locales empeza-
ron a temer que los evadidos formaran un nuevo Palmares. Sin embar-
go, ninguno de los quilombos de la región alcanzó su tamaño o su
longevidad; el mayor, el quilombo de Ambrósio, albergó entre 6.000 y
10.000 personas, y fue destruido en 1746. Pero al tiempo que se elimi-

92 Cita de Bastide, African Religions, 90. Sobre Palmares, ver Carneiro, Quilombo
dos Palmares; Freitas, Palmares; Reis y Gomes, Liberdade por um fio, 26-109; Ander-
son, «Quilombo of Palmares».
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74 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

naban los quilombos, otros brotaban para reemplazarlos. Documen-


tos de la Corona mencionan 160 asentamientos de prófugos en Minas
durante ese siglo. Sin duda debieron haber existido centenares de ellos
que nunca fueron recogidos en los registros oficiales93.
Como en toda América Latina, en Minas la mayoría de los asenta-
mientos de huidos eran pequeños y de corta duración. Cualquiera que
adquiriera proporciones significativas y se estabilizara atraía pronto la
atención de las autoridades locales. Éste fue el caso, por ejemplo, de
Buraco de Tatú (Agujero de Armadillo), un quilombo fundado en
1743 en las afueras de la ciudad de Salvador de Bahía. Cuando el asen-
tamiento alcanzó las 32 casas, 65 adultos y un número no registrado de
niños, las autoridades reales empezaron a preocuparse por los ataques
a los granjeros locales y a los viajeros (muchos de ellos, negros libres).
En 1763 el gobernador ordenó su destrucción. El palenque peruano
de Huachipa sufrió un similar destino en 1713, después de que sus
miembros se volvieran demasiado osados en sus ataques a las hacien-
das locales. Cuando el palenque fue finalmente apresado, las fuerzas
españolas encontraron las pieles de casi doscientas cabezas de ganado
robadas de ganaderos locales, cuya carne había sido usada por los
palenqueros para comprar comida, alcohol y otros bienes94.
Aun así, las fuerzas reales no eran omniscientes, y en cuanto los
campamentos de evadidos eran destruidos en un lugar se multiplica-
ban en otros, cual cabezas de la Hidra, en palabras de un oficial brasi-
leño95. Así sucedió todavía con más frecuencia a finales del siglo XVIII
y principios del XIX, cuando cientos de miles de africanos fueron
introducidos en la América española y Brasil. El historiador Jaime
Jaramillo Uribe describe un verdadero «movimiento de palenques» en
Colombia en las décadas de 1770 y 178096. El gobernador de Venezue-
la informaba en 1785 que los africanos recién llegados estaban esca-
pando desde la costa hacia monte adentro en cantidades mayores que
hasta entonces. Allí se unían a comunidades cimarronas que lanzaban

93. Guimarães, Negação da ordem; Reis and Gomes, Liberdade por um fio, 139-
192.
94. Schwartz, Slaves, Peasants, 112-118; Lazo García y Tord Nicolini, Del negro
señorial, 23-24.
95. Gomes, Histórias de quilombolas, 43.
96. Jaramillo Uribe, Ensayos, 64-70; para una perspectiva alternativa, ver McFarla-
ne, «Cimarrones and Palenques».
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1800 75

ataques periódicos a los municipios y las plantaciones de la zona.


Estos ataques alcanzaron un punto álgido en intensidad a principios
del decenio de 1770, y volverían a hacerlo en el de 1790. Las fuerzas
españolas contraatacaron con una campaña anti-palenque en 1794-
1795, en la que capturaron unos 500 fugitivos, muchos de los cuales
habían estado en libertad durante períodos de dos años o más97. En
1796 las autoridades de Cuba trazaron un plan para combatir fugitivos
y palenques que siguió en vigor hasta la década de 1840. Recomenda-
ba patrullar de forma sistemática el campo y la contratación de caza-
dores de esclavos profesionales (rancheadores) para que rastrearan a
los fugitivos a través de los bosques y los montes con la esperanza de
encontrar sus campamentos98. En Brasil, la monarquía reaccionó en
1799 a la creciente incidencia de huidas de esclavos ordenando un asal-
to a los quilombos a escala de toda la colonia, para que «asaltándolos
repentinamente se extingan tales agrupamientos, y de ellos no quede el
menor rastro»99.
Conforme la esclavitud latinoamericana aumentó de tamaño a
finales del siglo XVIII, también lo hizo el alcance y la intensidad de la
resistencia de los esclavos. Esta resistencia tomó varias formas: la
negociación individual y colectiva con los amos, las peticiones a auto-
ridades y cortes de justicia reales, y la rebelión, la violencia y la huida.
Todavía en 1800 no era evidente para ninguno de los participantes en
estos acontecimientos que tal resistencia hubiera desgastado el régi-
men esclavista o la economía de plantación en lo más mínimo. Pero en
realidad lo había hecho, tal y como los eventos acaecidos a partir de
1810 pondrían de manifiesto. Los esclavos habían demostrado repeti-
damente su capacidad para sacar partido de cualquier apertura u opor-
tunidad creada por los conflictos entre fuerzas políticas en pugna. En
consecuencia, cuando los administradores reales y las elites criollas
afrontaron las crisis política y militar en la década de 1810, resultó
imposible para ellos ignorar a la población esclava y sus demandas.

97. Brito Figueroa, Problema tierra y esclavos, 215-219, 238-242; Acosta Saignes,
Vida de los esclavos, 190-195; Blanco Sojo, Miguel Guacamaya, 36-42; Guerra, Escla-
vos negros.
98. Castellanos y Castellanos, Negro en Cuba, 200-211.
99. Reis, «Escravos e coiteiros», 333.
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76 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

Tabla 1.1. Población (arriba, cantidad absoluta; abajo, porcentaje)


de Afro-Latinoamérica, ca. 1800.

Afrolatinoamericanos

País Libres Esclavos Subtotal Blancos Mestizos Indígenas Total

Brasil 587.000 718.000 1.305.000 576.000 61.000 1.942.000


30 37 67 30 3 100

México 625.000 10.000 635.000 1.107.000 704.000 3.676.000 6.122.000


10 >1 10 18 12 60 100

Venezuela 440.000 112.000 552.000 185.000 161.000 898.000


49 12 61 21 18 100

Cuba 114.000 212.000 326.000 274.000 600.000


19 35 54 46 100

Colombia 245.000 61.000 306.000 203.000 122.000 156.000 787.000


31 8 39 26 16 20 100

Puerto Rico 65.000 25.000 90.000 72.000 162.000


40 15 56 44 100

Perú 41.000 40.000 81.000 136.000 244.000 771.000 1.232.000


3 3 6 11 20 63 100

Argentina 69.000 70.000 6.000 42.000 187.000


37 37 3 23 100

Santo Domingo 38.000 30.000 68.000 35.000 103.000


37 29 66 34 100

Panamá 37.000 4.000 41.000 9.000 12.000 62.000


60 6 66 15 19 100

Ecuador 28.000 5.000 33.000 108.000 288.000 429.000


7 1 8 25 67 100

Chile 31.000 281.000 34.000 37.000 383.000


8 73 9 10 100

Paraguay 7.000 4.000 11.000 56.000 30.000 97.000


7 4 11 58 31 100

Costa Rica 9.000 5.000 30.000 11.000 55.000


16 9 55 20 100

Uruguay 7.000 23.000 30.000


24 76 100

Nota: Los totales para Brasil están incompletos; dos capitanías (Mato Grosso y
Pará) no recogieron información racial. Los datos para Ecuador muestran blan-
cos y mestizos juntos. Los de Colombia en cursiva indican estimaciones del
autor. Las celdas vacías indican que no hay información. Fuentes: Ver Apéndice.
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1800 77

L I B E RTA D

Aparte de debilitar la institución esclava desde dentro, la resistencia


había transformado la esclavitud y la sociedad colonial de otro modo: cre-
ando poblaciones libres de negros y mulatos que hacia 1800 superaban en
número a los esclavos en la mayoría de Afro-Latinoamérica. Mientras
que negros y mulatos libres constituían el 5% o menos de la población en
las colonias inglesas y francesas100, en Brasil y gran parte de la América
hispánica éstos constituían entre el 20 y el 30% de la población o más
(tabla 1.1). En Panamá eran la mayoría de la población, en Venezuela casi
igualaban esa proporción, y en Puerto Rico eran el 40%. Sólo en Brasil y
Cuba, los dos centros principales de la agricultura de plantación en Amé-
rica Latina durante este período, la población esclava era mayor que la de
negros y mulatos libres. Éste no era el resultado de mayores índices de
crecimiento poblacional entre los esclavos, sino de las importaciones
masivas de africanos a esas dos colonias. Estas importaciones disminuye-
ron aún más las ya de por sí bajas tasas de reproducción de la población
esclava. Los negros y mulatos libres, en cambio, eran «probablemente el
elemento racial que más rápido crecía» en Brasil101.
Las poblaciones negras libres eran mayores en la América española y
portuguesa que en la América inglesa o francesa, simplemente porque los
esclavos eran liberados a un ritmo mayor en América Latina que en el res-
to del hemisferio. A primera vista, este ritmo no parece particularmente
alto: entre 1,2 y 1,3% cada año (o sea, de cada 1.000 esclavos, 12 o 13 eran
liberados cada año) en las ciudades de Buenos Aires y Lima a principios
del siglo XIX, y sobre el 1% por año en Bahía para el período colonial en
conjunto102. Pero cuando esa tasa se presenta agregada para los 300 años
del período colonial y se le añaden los descendientes de esos hombres y
mujeres liberados, nacidos en libertad y no en cautiverio, ésta constituye
la base para las mayores poblaciones negras libres del Nuevo Mundo.

100. En Estados Unidos, los negros y mulatos libres constituían el 2% de la pobla-


ción nacional en 1800, y el 11% de la población negra; en Saint Domingue (en 1789, jus-
to antes de la revolución), el 5% de la población total y el 6% de la población negra; en
Jamaica (en 1800) el 3%, tanto de la población total como de la población esclava. Ber-
lin, Slaves Without Masters, 47, 398; Cohen y Greene, Neither Slave nor Free, 188, 194.
101. Alden, «Late Colonial Brazil», 290-291.
102. Johnson, «Manumission»; Hünefeldt, Paying the Price, 211; Schwartz, Sugar
Plantations, 332.
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78 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

Las concesiones de libertad, aunque a menudo descritas por los


amos como regalos y actos de generosidad hacia sus esclavos, eran en
realidad producto —como tantas otras cosas en la vida esclava— de
negociaciones entre amos y esclavos103. La manumisión puede ser vis-
ta, de hecho, como la expresión última de esas negociaciones, ya que
era la mayor concesión que los esclavos podían arrancar de sus pro-
pietarios. Tal concesión raramente se hizo espontáneamente y por
propia voluntad del amo. Al contrario, casi todas las manumisiones
eran el resultado de prolongados esfuerzos de los esclavos para pre-
sionar y persuadir a sus propietarios de concederles la libertad; a
menudo una tarea que tomaba muchos años.
Ciertas categorías de esclavos tenían ventaja al afrontar estas nego-
ciaciones, y por ello conseguían su libertad más a menudo que otras.
Los esclavos urbanos obtenían la libertad en proporciones mayores
que los esclavos rurales; las mujeres, más a menudo que los hombres;
los criollos (nacidos en territorio americano), más que los africanos; y
los mulatos, en mayor medida que los negros.
Los esclavos urbanos tenían más probabilidades que los esclavos
rurales de obtener la libertad, ya que tenían mejor acceso a los sueldos
en metálico, los cuales podían usar para comprar su manumisión. Los
esclavos del campo no estaban exentos completamente de esas oportu-
nidades: podemos encontrar casos de esclavos rurales intentando com-
prar su libertad con dinero ganado en la venta de productos agrarios o
animales que ellos mismos criaban104. Pero en comparación con sus
contrapartes de las plantaciones, los esclavos de las urbes tenían acceso
a un mercado de trabajo mucho más activo y variado, en el que los escla-
vos fueron regularmente contratados para trabajos a corto o largo pla-
zo. Muchos esclavos sobrevivieron alquilándose a sí mismos, pagando a
sus amos una tasa diaria establecida por ley y quedándose el resto de sus
ganancias para sí mismos. Incluso los esclavos que trabajaban sin paga,
como los sirvientes domésticos, podían trabajar por dinero los domin-

103. Sobre la manumisión, ver Bowser, African Slave, 272-301; Hanger, Bounded
Lives, 17-51; Hünefeldt, Paying the Price, 167-179; Johnson, «Manumission»; Karasch,
Slave Life, 335-369; Bergad et al., Cuban Slave Market, 122-142; Kiernan, «Manumis-
sion of Slaves»; Mattoso, Ser escravo, 176-198; Schwartz, «Manumission of Slaves»;
Nishida, «Manumission and Ethnicity»; Higgins, «Licentious Liberty», 145-174.
104. Aguirre, Agentes, 191; Tovar Pinzón, De una chispa, 22; Veracoechea, Docu-
mentos, 276-277, 314-316.
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1800 79

gos y otras festividades. Por tanto, los esclavos de pueblos y ciudades se


hallaban en mejor posición para acumular los ahorros en metálico nece-
sarios para pagar su libertad. Además, por causa de su mayor proximi-
dad (en comparación con los esclavos de las plantaciones) y de su mayor
contacto con los propietarios, estaban también mejor posicionados para
conducir las negociaciones que debían conducirlos a la libertad.
Las mujeres obtenían la libertad más a menudo que los hombres por
dos razones. La primera era las estrategias de manumisión seguidas por las
familias. Lo que determinaba si los niños nacían esclavos o libres era el
estatus legal de la madre, no el del padre. Comprar la libertad para una chi-
ca o mujer, en consecuencia, garantizaba la libertad para cualquier futura
descendencia que ésta tuviera. Al negociar por la libertad de los miembros
de la familia, las familias esclavas mostraron una preferencia marcada por
la manumisión de las mujeres, especialmente cuando su libertad podía ser
adquirida a precios algo más bajos que en el caso de los hombres.
Una segunda razón para la mayor frecuencia de las manumisiones de
mujeres era la existencia de relaciones sexuales entre propietarios y escla-
vas. Estas relaciones casi nunca aparecen como tales en los documentos
de manumisión, pero a veces pueden leerse entre líneas. Ocasionalmen-
te emergen abiertamente, como en el caso antes mencionado, en el que la
esclava de Puerto Rico María Balbina intentó evitar que su amo la ven-
diera y la alejara así de sus hijos. En su queja, Balbina afirmaba que su
propietario era el padre de los niños, y que antes de cada nacimiento le
había prometido a ella su liberación final. El propietario nunca cumplió
su promesa, y buscaba ahora venderla a un nuevo propietario, lo que la
llevó finalmente a recurrir a las autoridades105. En un caso de 1811 con-
tra su amo, que la había estado explotando sexualmente desde los 14
años, la esclava de Lima María Isabel Rioja explicaba que «fui forzada a
ceder por dos razones: la primera por el estatus del amo; la segunda por-
que… era cierto que cuanto mayor el interés del amo, mejor el trata-
miento nuestro, de las mujeres»106. En estos dos casos la sumisión a la
voluntad del amo no produjo la libertad, pero en otros sí lo hizo107.

105. Nistal-Moret, Esclavos prófugos, 201-203.


106. Hünefeldt, Paying the Price, 130.
107. «Las relaciones sexuales con los hombres blancos fueron una importante vía
para salir de la esclavitud para las mujeres esclavas y sus hijos… era una estrategia que
a menudo funcionó» (Hall, Africans in Colonial Louisiana, 274); ver también Higgins,
«Licentious Liberty», 152-154; Grinberg, Liberata, 15-28.
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80 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

Las relaciones sexuales entre esclavos y amos ayudan además a


comprender el mayor éxito de los mulatos en alcanzar la manumisión,
cuando se los compara a los esclavos negros. Los esclavos racialmente
mezclados eran en no pocas ocasiones los hijos de sus propietarios.
No podemos saber con certeza qué proporción de ellos era liberada,
pero seguro que era significativa108.
Incluso en los casos en los que no había relación de sangre entre
propietario y esclavo, los mulatos, casi todos nacidos en América, se
beneficiaron de las ventajas relativas que correspondían a los esclavos
criollos. Los esclavos nacidos en América aprendían desde que nacían
cómo funcionaba la sociedad colonial y mediante qué maniobras se
podía buscar la libertad. Hablando la lengua de sus amos, creciendo en
la cultura de sus amos y conociendo las leyes de sus amos, los esclavos
nacidos en América estaban mucho mejor equipados que los africanos
recién llegados —muchos de los cuales nunca aprendieron español o
portugués— para cultivar los lazos con sus propietarios y efectuar las
negociaciones necesarias para obtener la libertad.
Así, mientras los esclavos eran durante este período más a menudo
africanos que afrolatinoamericanos, más negros que mezclados racial-
mente y más a menudo hombres que mujeres, la población libre afro-
descendiente era su opuesto: más americana que africana, más racial-
mente mezclada que negra y con igual cantidad de hombres que de
mujeres. Mientras la población esclava sufría un descenso demográfi-
co constante, las poblaciones de negros y mulatos libres se incremen-
taban rápidamente. Esto se daba en parte por el mayor número de
mujeres entre la población libre, siendo escasas entre los esclavos,
aunque también se daba —y puede que en mayor medida— gracias a
la libertad, que daba a las madres y a las familias mayores oportunida-
des de sustentar a su descendencia. Era menos probable que las
madres negras libres afrontaran demandas de trabajo excesivas, y más
fácil para ellas usar redes familiares de apoyo o acceder a rentas en
dinero de lo que lo era para las madres esclavas. Por ello, los niños
negros libres tenían mejores probabilidades de sobrevivir al crucial
primer año de vida y llegar a la vida adulta que los niños esclavos.

108. Ver por ejemplo Hanger, Bounded Lives, 35-38; Jaramillo Uribe, Ensayos, 50-
53; Hall, Africans in Colonial Louisiana, 274; Higgins, «Licentious Liberty», 159-162.
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Hacia 1800, por tanto, los negros y mulatos libres superaban en


número a los esclavos en toda Latinoamérica, excepto en Brasil y
Cuba. Las afirmaciones de relaciones raciales harmoniosas e igualita-
rias en Latinoamérica durante el siglo XX a menudo hallan los orígenes
de este igualitarismo en la preeminencia de negros y mulatos libres en
la sociedad colonial, así como en su mayor éxito (comparado con el de
sus contrapartes en las colonias francesas o británicas) en hallar vías de
ascenso social en esa época. Pero esto estaba lejos de las intenciones
originales de los arquitectos del Imperio Español y del Imperio Por-
tugués. Al contrario, los estados coloniales intentaron establecer por
ley una sociedad estratificada racialmente, que reservara para los blan-
cos todas las oportunidades de avance económico y social y que rele-
gara a los que no fueran blancos a un estatus social y legal inferior. De
hecho, existían precedentes de sistemas similares en las leyes españo-
las y portuguesas, leyes para gentes de «sangre impura» —árabes,
judíos, gitanos y africanos— en el Viejo Mundo. Durante el siglo XVII
este corpus de leyes raciales, el primero de su tipo en el Occidente
moderno, se extendió al Nuevo Mundo y fue sistematizado en el
Régimen de Castas, a cuyos dictados estuvieron sometidos negros y
mulatos libres, indios, mestizos, y otros grupos racialmente mezcla-
dos109.
Bajo las leyes del Régimen de Castas, sólo los blancos disfrutaron
del estatus pleno de súbditos reales. Los negros y mulatos libres
sufrieron numerosas restricciones e inhabilitaciones, tales como la
prohibición de vestir joyas o atuendos lujosos o acceder a ocupaciones
de carácter no manual, como el sacerdocio, la abogacía o la vida uni-
versitaria. En algunos lugares el acceso a las ocupaciones manuales
más prestigiosas, como la herrería en plata u oro, les estuvo también
restringido. Considerados amenazas potenciales para el orden públi-
co, se les prohibió llevar armas blancas o armas de fuego, y estaban
obligados a contar con un patrón blanco que respondiera por su situa-
ción legal y su buen comportamiento. Finalmente, la ley española los
hizo sujetos (como a los indios, y a diferencia de blancos y mestizos)

109. Sobre el Régimen de Castas, ver Rout, African Experience, 126-161; Russell-
Wood, Black Man, 50-82; Jaramillo Uribe, Ensayos, 163-233; Petit Muñoz et al., Con-
dición jurídica, 334-364.
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82 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

de un tributo personal que no era simplemente una carga financiera,


sino un signo inequívoco de su inferioridad racial y legal.
Las leyes de castas crearon un espacio social inferior y subordina-
do para mulatos y negros libres, y confinaron a estos grupos en él.
Junto a los límites en las oportunidades para el avance social ofrecidas
por las economías coloniales, las leyes fueron de hecho exitosas en
encapsular a la mayoría de los que no eran blancos dentro de los
estratos más bajos de la sociedad colonial. En las ciudades, los artesa-
nos, vendedores ambulantes, sirvientes y trabajadores negros y mula-
tos libres continuaron desempeñando esos oficios después de ganar
su libertad. Otros «esclavos libres», como eran llamados en Brasil,
optaron por permanecer en el campo, labrando pequeñas propieda-
des en áreas de frontera sin colonizar o trabajando como agregados
en plantaciones y haciendas, o también como granjeros en pequeños
terrenos y haciendo trabajo asalariado ocasional en las grandes pro-
piedades.
En los casos en que desempeñaron actividades manuales, la pobla-
ción negra y mulata libre compitió inevitablemente con los esclavos por
los mismos trabajos. Las consecuencias fueron salarios más bajos para
los trabajadores libres y una intensa asociación en la mentalidad colecti-
va de tres condiciones sociales profundamente degradantes: estatus
racial de no-blanco, condición legal cautiva y trabajo manual. En socie-
dades que sostuvieron que la condición de blanco y ajeno al trabajo
manual definía un estatus social alto, estas tres condiciones —negritud,
vinculación a la esclavitud y trabajo con las propias manos— represen-
taban la máxima degradación social. Estas imágenes y actitudes eran
además confirmadas por las leyes de castas, que afirmaban explícita-
mente la conexión entre la condición racial de no-blanco y el trabajo
manual. De esta manera, no había «nada más ignominioso que ser negro
o descender de uno de ellos», como notó un clérigo español en su des-
cripción de las relaciones raciales en Puerto Rico durante la década de
1780. Un oficial portugués en Brasil en la misma época coincidió con él:
negros y mulatos, observó, formaban «la clase más baja de gente en esta
tierra»110.

110. Kinsbruner, Not of Pure Blood, 19; Mota, Nordeste 1817, 105; para caracteri-
zaciones negativas similares de los racialmente mezclados pardos, ver Pellicer, Vivencia
del honor, 40-48.
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1800 83

Sin embargo, al confinar a los grupos no-blancos en las «ocupacio-


nes viles», las leyes de castas tuvieron la consecuencia imprevista de
reservar para ellos algunas vías estrechas pero significativas de movili-
dad social. A pesar de la presencia de esclavos en los oficios manuales
cualificados, y de la correspondiente condición de bajo prestigio aso-
ciada a estos oficios, algunos artesanos bien dotados fueron capaces de
generar rentas suficientes como para mantener a sus familias, dejando
pequeños excedentes para invertir en préstamos, bienes raíces, expan-
sión de sus negocios (a menudo adquiriendo esclavos y entrenándolos
como artesanos), la educación de sus hijos y los matrimonios ventajo-
sos para los mismos, u otras actividades productivas. Como resultado,
«hacia el siglo dieciocho, y quizás antes, verdaderas dinastías de arte-
sanos libres de color se habían desarrollado en la América Hispánica y
Brasil»111.
La población libre negra y mulata también persiguió oportunida-
des en el comercio minorista, un área de la economía que, a diferencia
de la mayoría de las actividades mercantiles, admitía la iniciativa tanto
femenina como masculina. Mientras la mayoría de las mujeres negras
libres del ámbito urbano tenían empleos con bajos ingresos en el ser-
vicio doméstico o como lavanderas, muchas trabajaron como vende-
doras en las calles o pusieron puestos en los mercados urbanos, ven-
diendo alimentos elaborados, encajes, cintas, peines, cepillos y una
infinita serie de productos variados. Casi todas estas empresas se man-
tuvieron pequeñas, aunque ocasionalmente mujeres y hombres negros
con un inusual espíritu emprendedor y acceso a fuentes de capital
experimentaron los mismos niveles de éxito material que los maestros
artesanos, y expandieron sus negocios hasta llegar a formar tiendas,
restaurantes, tabernas y posadas. Este empresariado negro y mulato
no era muy numeroso, pero sumado al grupo más amplio de artesa-
nos, constituía una pequeña aunque visible elite dentro de la pobla-
ción negra y mulata112.

111. Cita de Bowser, «Colonial Spanish America», 52. Sobre artesanos negros y
mulatos, ver Bowser, African Slave, 125-146; Deschamps Chapeaux, Negro en la eco-
nomía; Hanger, Bounded Places, 55-87; Harth-Terré y Márquez Abanto, «Artesano
negro»; Kinsbruner, Not of Pure Blood, 70-78, 131-136; Rosal, «Artesanos de color».
112. Sobre el empresariado negro libre, ver Cope, Limits of Racial Domination,
106-124; Deschamps Chapeaux, Negro en la economía; Hanger, Bounded Lives, 55-87;
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84 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

Excluidos por las leyes de castas de las instituciones sociales y cultu-


rales blancas, este grupo de no-blancos construyó sus propias institu-
ciones paralelas, empezando por las hermandades religiosas católicas o
cofradías. Quizá la forma más importante de organización comunitaria
en España y Portugal, las hermandades jugaron un papel igualmente
importante en la sociedad colonial. De acuerdo con los dictados del
Régimen de Castas, éstas eran organizaciones racialmente segregadas
(aunque se hicieron excepciones ocasionales con algunos miembros
blancos en hermandades negras). Su función primaria era generar recur-
sos para la construcción y el mantenimiento de iglesias, así como para la
organización de misas, festivales y otras actividades religiosas. La posi-
ción social y económica de los miembros de las cofradías se reflejaba en
el esplendor de estas festividades y en los edificios donde se celebraban,
por eso dichos miembros buscaban alcanzar el mayor grado posible de
ostentación. Al mismo tiempo, las cofradías patrocinaron actividades
filantrópicas variadas, como las cajas de socorro para muerte o invalidez
de los miembros y sus familias, y fondos de manumisión para comprar
la libertad de algunos esclavos113.
Otro indicador de la alta sociedad dentro de la comunidad negra y
mulata libre era el servicio como oficial en la milicia colonial. Las gue-
rras anglo-francesas de finales del siglo XVIII, las invasiones británicas
de Cuba en 1762, Puerto Rico en 1797 y Argentina en 1806-1807 lle-
varon a España y Portugal a desarrollar sus guarniciones de la milicia
durante las décadas finales del siglo. Negros y mulatos se presentaron
voluntarios para el servicio en la milicia en proporciones mayores que
los blancos. En 1778, un decreto español confirmaba el derecho de los
grupos no-blancos a comprar puestos de oficial en la milicia hasta el
grado de capitán. Para 1800 miles de negros y mulatos libres estaban
sirviendo en la milicia española, de la que constituían entre el 35 y el
40% en México y Venezuela, y más del 50% en Colombia y Cuba114.

Bowser, African Slave, 317-320; Russell-Wood, Black Man, 53-56; Kinsbruner, Petty
Capitalism, 123.
113. Mulvey, «Black Lay Brotherhoods»; Russell-Wood, Black Man, 128-160; Sca-
rano, Devoção e escravidão; Kiddy, Blacks of the Rosary; Andrews, Afro-Argentines,
138-142.
114. Voelz, Slave and Soldier, 120-121.
02-primero 28/4/07 03:16 Página 85

1800 85

Los hombres de color se presentaron voluntarios para el servicio


en la milicia en parte por razones materiales, como el derecho a recibir
una pensión, la exención tributaria y el acceso a los tribunales milita-
res, que tendían a ser más indulgentes que los tribunales civiles con
soldados y oficiales acusados de haber cometido crímenes. Pero estos
beneficios eran probablemente menos importantes que la oportuni-
dad de vestir el uniforme del rey, y ser así parte del aparato estatal
colonial. Comparado con la burocracia civil, la Iglesia y las universi-
dades, todas ellas cerradas a los grupos no-blancos, el ejército era la
institución colonial más abierta a la iniciativa y el avance negro. Ade-
más, en sociedades con fuertes tradiciones conquistadoras y de servi-
cio militar, adquirir el rango de oficial era una de las expresiones más
tangibles de las metas alcanzadas por los afrodescendientes. El servi-
cio negro en la milicia también sentó un precedente que adquiriría una
enorme importancia en las guerras de independencia de la década de
1810 y en las guerras civiles subsiguientes, que convulsionaron a la
mayoría de la América hispánica durante la primera mitad del siglo
XIX. El servicio militar expresó así, de manera simultánea, el ascenso
de una clase negra y mulata libre y la pauta futura de la implicación
afrolatinoamericana en las luchas políticas del siglo XIX por la cons-
trucción del Estado nacional115.
Finalmente, una institución básica de la elite negra y mulata libre
fue la familia. Tanto en la América española como en Brasil, los grupos
blancos y negros libres se estructuraban sobre la base de la familia
extensa. Ningún miembro de la sociedad colonial podía esperar acce-
der a las capas medias o altas de la sociedad sin el soporte y la asisten-
cia de las redes familiares. Los lazos y las conexiones familiares eran
aún más necesarios para los miembros de un grupo pequeño y des-
aventajado, en pugna constante para ganarse un lugar en esa sociedad.
Cimentar una buena posición para la familia, algo que se alcanzaba

115. El Cabildo de la ciudad de Caracas se opuso a la creación de nuevas milicias de


negros y mulatos libres hasta la década de 1790, basándose en que éstas podrían
«fomentar la soberbia de los Pardos dándoles organización, jefes y armas para facilitar-
les una revolución». Unos veinte años después, su predicción resultó ser cierta. Stoan,
Pablo Morillo, 18. Sobre milicias afrolatinoamericanas, ver Voelz, Slave and Soldier,
118-122; Deschamps Chapeaux, Batallones de pardos; Andrews, Afro-Argentines, 113-
138; Kuethe, «Status of the Free Pardo»; Hanger, Bounded Lives, 109-135; Vinson,
Bearing Arms; Kraay, Race, State, and Armed Forces.
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86 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

mediante la educación, un matrimonio ventajoso y una buena heren-


cia para los hijos propios, era incluso más importante que cimentar la
posición social y económica del individuo.
Los miembros de la elite negra y mulata tendían a casarse entre
ellos o con miembros de familias blancas de estatus más bajo. Esta
alternativa no ofrecía ventajas económicas, pero como hemos visto, la
movilidad social ascendente no dependía exclusivamente de la posi-
ción económica. Las barreras raciales a esta movilidad también habían
de ser vencidas, y «adelantando la raza» (una frase usada en Cuba y
otros países), casándose con blancos y produciendo descendientes de
color más claro, era una manera de hacerlo116.
Especialmente en la América española, las condiciones políticas y
económicas a finales del siglo XVIII favorecieron enormemente la
expansión y el avance de la clase media de afrolatinoamericanos. El
crecimiento económico estimulado por las reformas borbónicas abrió
mayores oportunidades para los artesanos y empresarios negros
libres, y las reformas políticas decretadas por los Borbones también
tendieron a favorecer el avance de los negros libres. El objetivo de
estas reformas era reducir el poder político de las elites criollas nativas,
quienes a pesar de que las leyes españolas lo prohibían, se habían
introducido en la administración colonial por medios legales (com-
prando cargos en la burocracia) e ilegales (a través de sobornos y ven-
ta de influencias). La política borbónica buscó eliminar la influencia
criolla en el gobierno colonial reduciendo el número de nacidos en
América que se designaban para posiciones oficiales, y actuando enér-
gicamente contra la corrupción. Estos esfuerzos fueron exitosos sólo
parcialmente, pero provocaron una fuerte reacción entre las elites
coloniales, quienes de manera creciente empezaron a ver a España
como su enemigo, más que como su protector117.
Al mismo tiempo que la Corona española buscaba limitar el poder
de los criollos, empezó cuidadosa y paulatinamente a reconocer y res-
ponder a las aspiraciones de las castas libres. Durante el siglo XVII y
principios del XVIII, la Corona en general había apoyado y había

116. Sobre estrategias de alianzas matrimoniales entre familias prósperas de color,


ver Martínez-Alier, Marriage, Class and Colour, 91-99; Deschamps Chapeaux, Bata-
llones de pardos, 56-59; Hanger, Bounded Lives, 89-108.
117. Sobre estas reformas y sus efectos, ver Brading, «Bourbon Spain»; Lynch, Spa-
nish American Revolutions, 1-24; Andrews, «Spanish American Independence».
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1800 87

hecho cumplir los esfuerzos de los artesanos y los comerciantes blan-


cos para mantener las barreras raciales en el comercio y los oficios118.
Durante la segunda mitad del siglo XVIII, sin embargo, empezó a cam-
biar de postura en estas cuestiones. En 1765 la Corona abolió las res-
tricciones raciales que habían excluido a los negros y mulatos libres de
tomar parte del comercio minorista en Panamá. En 1799 los funciona-
rios reales en Buenos Aires rechazaron los esfuerzos de los zapateros
españoles para establecer programas de entrenamiento para aprendi-
ces racialmente segregados, y para impedir que los afroargentinos sir-
vieran como oficiales en los gremios119. En 1795, la Monarquía insti-
tuyó el decreto de Gracias al Sacar, un conjunto de procedimientos
legales por el que los grupos no-blancos podían ser «perdonados» de
su estatus racial «impuro», solicitando o comprando de la Corona los
privilegios de la blancura. El decreto establecía un sistema de tasas por
el que los miembros de grupos no-blancos podían comprar una
renuncia legal a su estatus racial, consiguiendo así el acceso a oportu-
nidades profesionales y educativas hasta entonces reservadas en exclu-
siva para los blancos120.
Cada una de estas reformas y concesiones fue el producto de, y una
respuesta a, la presión desde abajo. Como la población esclava, pero
desde una posición económica mucho más fuerte, una clase media de
color en aumento y crecientemente segura de sí misma dirigió deman-
das, peticiones y recursos a la Corona y sus funcionarios, con la inten-
ción de vencer o al menos evitar las leyes raciales del Régimen de Cas-
tas121. En un momento en que la Corona se enfrentaba a enemigos y
oponentes tanto internos (las elites locales blancas) como externos
(Inglaterra y Francia), no podía permitirse el lujo de alienarse en apo-
yo de un grupo social en expansión, del cual obtenía apoyo militar y
político.

118. Bowser, African Slave, 141-142; Bowser, «Colonial Spanish America», 39;
Cope, Limits of Racial Domination, 21-22; Castillero Calvo, Régimen de castas, 26;
Kinsbruner, Petty Capitalism, 82.
119. Castillero Calvo, Régimen de castas, 27; Johnson, «Artisans of Buenos Aires», 50-
145. Sobre conflictos raciales similares en Río de Janeiro, ver Algranti, Feitor ausente, 91-92.
120. Rodulfo Cortés, Régimen de «Las Gracias al Sacar»; Twinam, Public Lives;
Rout, African Experience, 156-159.
121. Además de los ejemplos referidos en la nota anterior, ver los numerosos casos
presentados en Rodulfo Cortés, Régimen de «Las Gracias al Sacar», Vol. 2, Documen-
tos anexos; King, «José Ponciano de Ayarza»; Twinam, «Pedro de Ayarza».
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88 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

Un factor final que favoreció la ascensión de la clase media de color


fue la complejidad de las leyes raciales y la inmensa dificultad que
entrañaba el hacerlas cumplir. El mejor ejemplo de ello es México,
donde a finales del siglo XVIII las leyes de castas estaban «obsoletas
como mecanismo de definición del estatus», reemplazadas por catego-
rías basadas en la clase social, la riqueza y la propiedad122. Después de
muchas generaciones de mezcla racial, la ascendencia de la mayoría de
la gente era simplemente imposible de discernir. Los registros judicia-
les de Ciudad de México muestran a los testigos repetidamente en des-
acuerdo sobre el estatus racial de los individuos que eran juzgados. Un
fiscal del tribunal reparaba agriamente en 1770 en

la libertad con que a la plebe se le permite escoger la clase [racial] que ellos
prefieran… Muy a menudo se unen a una u otra según les convenga o les
venga de necesidad… Un Mulato, por ejemplo, cuyo color le ayuda en
algo a esconderse en otra casta, dice caprichosamente de sí mismo que es
indio, para disfrutar de los privilegios de los indios, y pagar así menos tri-
buto… o más frecuentemente, que es Español, Castizo o Mestizo, y
entonces no paga [tributo] ninguno123.

En los inicios del período colonial, las identidades de casta se basaban


en los tres grupos raciales asociados con sus diferentes continentes de
origen: indígenas del Nuevo Mundo, negros africanos y blancos euro-
peos. No obstante, ya en la primera generación colonial la mezcla de
razas creó tres nuevos grupos mezclados: mulatos afroeuropeos, mesti-
zos indoeuropeos y «zambos» afroindígenas. Con cada generación sub-
siguiente, la posibilidad y el hecho real de mezclas raciales cada vez más
complejas creció exponencialmente. Hacia el siglo XVIII, los funciona-
rios españoles reconocían no menos de 16 combinaciones de mezcla de
razas entre africanos, europeos e indígenas. Algunos compilaron listas
todavía más precisas, de hasta 52 mezclas diferentes, pero después de
doce generaciones o más de mezcla racial, incluso éstas representaban
una fracción infinitesimal de todas las combinaciones posibles124.

122. Cita de Chance, Race and Class, 194; ver también Valdes, «Decline of the
Sociedad de Castas»; Seed, «Social Dimensions of Race»; Anderson, «Race and Social
Stratification».
123. Cope, Limits of Racial Domination, 51-54; Mörner, Race Mixture, 69.
124. Rosenblat, Población indígena, Vol. 2, 173-178.
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1800 89

Frente a esta creciente complejidad, las identidades raciales devi-


nieron cada vez más difíciles de definir con algún grado de exactitud.
La fácil corrupción de los párrocos que mantenían los registros ecle-
siásticos de bautizos, bodas y óbitos debilitó todavía más este sistema
clasificatorio, como explicitaba la Corona en un decreto de 1778 sobre
el matrimonio interracial. Los miembros de grupos no-blancos racial-
mente mezclados para «encubrir su defecto, procuraban… hacer
escribir sus partidas de bautismo en los libros de españoles y substraer
de ellos las notas de sus ascendientes por reprobados medios, justifi-
cando después con facilidad y testigos estar tenidos por blancos»125.
La evidencia de esta práctica aparece con claridad en los registros de
nacimiento, muerte y matrimonio de oficiales negros y mulatos de la
milicia de Buenos Aires, en donde las disparidades entre la identifica-
ción racial de un mismo individuo en diferentes documentos son muy
comunes. Estas disparidades también emergen en dos censos de arte-
sanos de color en la misma ciudad, uno confeccionado en 1792 y el
otro en 1796: de los individuos que aparecen en ambos documentos, el
número de ellos cuya categoría racial es diferente en ambos recuentos
es mayor que el de aquellos que aparecen igualmente designados126.
En su decreto de 1778, la Corona afirmaba que estas alteraciones
en el estatus racial eran una práctica perniciosa que «resultaban el des-
consuelo de los vasallos verdaderamente blancos que no podían impe-
dir el enlace de sus familias con las de aquellos, que teniendo mezcla
de mulatos aparentaban lo contrario». Pero reforzar la eficacia de las
etiquetas raciales, respondía un demandante cubano cuya condición
de blanco se había puesto en duda, perjudicaría a aquellos que habían
luchado para ascender en el escalafón social: «La misma naturaleza
enseña que al que empezó a salir del pantano con fundamento y felici-
dad, se le proteja y deje ir hasta que logre ponerse en seco y limpieza».
Así, en ausencia de cualquier medida de la Corona para combatir las
alteraciones de la identidad racial, los párrocos continuaron acomo-
dando a aquellos que tuvieran el dinero o la influencia social necesa-
rios para argumentar a favor de su condición de blancos. El arzobispo
de México informaba a la Corona en 1815 de que al introducir la

125. Martínez-Alier, Marriage, Class and Colour, 71.


126. Andrews, Afro-Argentines, 132-133; Johnson, «Artisans of Buenos Aires»,
121; ver también Martínez-Alier, Marriage, Class and Colour, 74.
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90 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

información racial en los registros, los curas «confían en el testimonio


de las partes. Ellos no piden pruebas ni disputan lo que se les dice»127.
La metáfora de las tierras bajas y pantanosas de la negritud, y las
tierras altas, secas y limpias de la blancura expresa elocuentemente los
sentimientos de «esos castas indefinidos, tan comunes y embarazosos,
que ni quieren mezclarse con los pardos a quien menosprecian ni son
aceptados por los blancos, quienes a su vez los desprecian»128. Como
el fiscal de la Corona en México había observado con exasperación, la
indeterminación de las identidades raciales creó abundantes oportuni-
dades para aquellos «embarazosos castas» que intentaban escapar de
su posición en la jerarquía racial colonial; ahora, además, la estrategia
económica y política de la Corona se había inclinado a su favor para
expandir esas oportunidades. Las promociones que la Corona conce-
dió a negros y mulatos en la milicia (1778), sus nuevos códigos escla-
vos (1784, 1789), y la dispensa de categorías raciales para algunos no-
blancos (1795) parecieron señalar en conjunto que la Corona española
buscaba neutralizar el poder criollo construyendo nuevas alianzas con
sectores previamente excluidos. Las elites blancas respondieron con
ira, sorpresa e incredulidad ante estos cambios. «Solo ellos [los veci-
nos y naturales de América] conocen desde que nacen o por el trans-
curso de muchos años de trato en ella, la inmensa distancia que separa
a los Blancos y Pardos», protestaba el Cabildo de Caracas en 1795: «la
distancia y superioridad de aquellos, la bajeza y subordinación de
estos». De implementarse el decreto de Gracias al Sacar», «sólo pue-
den esperarse movimientos escandalosos y subversivos del orden esta-
blecido por las sabias leyes que hasta ahora nos han regido»129.
Los negros y mulatos libres, huelga decirlo, tenían una opinión
diferente de estas leyes. Admitiendo que muchos miembros de los
grupos no-blancos sufrían los vicios y los defectos morales que los
criollos alegaban, el Gremio de Pardos de Caracas sencillamente giró
las tornas y atribuyó esos defectos a las propias leyes de castas, las cua-
les convertían a la gente libre de color en «una clase la más abatida, y
despreciada». El honor y la integridad no surgen en respuesta al mal-

127. Martínez-Alier, Marriage, Class and Colour, 18, 71; Cope, Limits of Racial
Domination, 56; ver también King, «Colored Castes», 56.
128. Martínez-Alier, Marriage, Class and Colour, 18. Esta cita es de un funcionario
real en Cuba, con fecha desconocida.
129. Brito Figueroa, Estructura social y demográfica, 77-78.
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1800 91

trato, argumentaba el Gremio en una petición de 1797 al rey, sino en


respuesta a las recompensas, el estímulo y la posibilidad de progresar,
oportunidades que se les denegaban en virtud del Régimen de Castas.
«Póngase a los pardos en este estado, y se les verá obrar del mismo
modo, que los blancos, y desparecer enteramente las malas calidades,
que se le atribuyen: efecto natural de su abatimiento, y miseria»130.
Pero el progreso de los negros y mulatos libres era exactamente lo
que los criollos temían. Si a los pardos se les concedían los privilegios
reservados previamente para los blancos, protestó el Cabildo, «hormi-
guearán las clases de estudiantes Mulatos: pretenderán entrar en el
Seminario: remeterán y poseerán los oficios concejiles: servirán en las
oficinas públicas, y de Real Hacienda: tomarán conocimiento de
todos los negocios públicos, privados… Serán insufribles por su alta-
nería y a poco tiempo querrán dominar a los que en su principio han
sido sus señores»131.
Cuando el naturalista alemán Alexander von Humboldt viajó por
la América española en el primer decenio de 1800, halló la ideología y
la práctica de la supremacía blanca casi intacta: «en las colonias, el
color de la piel es la insignia real de la nobleza. En México como en
Perú, en Caracas como en la isla de Cuba… cualquier hombre blanco
es un caballero»132. Sin embargo, la movilidad ascendente en aumento
entre los grupos no-blancos estaba ensanchando los límites del Régi-
men de Castas y sometiendo a las leyes a una presión cada vez mayor.
Como reconocieron los cabildantes de Caracas, tratar a los pardos
como a los blancos era poner en cuestión el sentido mismo de la con-
dición de blanco y los privilegios raciales asociados a ella. Éste había
sido el efecto, pretendido o no, de la política económica y racial espa-
ñola en las décadas finales del siglo. La lucha por definir la condición
y el significado de ser blanco que se había articulado en esas décadas
continuaría a principios del siglo XIX, y se convertiría en una de las
cuestiones fundamentales de las guerras de independencia que estalla-
ron en ese siglo.
En Brasil, el crecimiento económico de finales del siglo XVIII tam-
bién generó mayores oportunidades para el avance negro, así como

130. Pellicer, Vivencia del honor, 60.


131. Pellicer, Vivencia del honor, 28; Rodríguez, Pardos libres, 14.
132. Humboldt, Personal Narrative, 414-415.
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92 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

algo de relajación en las leyes que restringían ese avance. Establecido


en Pernambuco en la década de 1810, el inglés Henry Koster contras-
taba el estatus de los afrobrasileños libres con «el estado de degrada-
ción de la gente de color en las colonias británicas… en Brasil, incluso
las insignificantes regulaciones que existen contra ellos son desobede-
cidas. Un mulato es ordenado sacerdote o nombrado magistrado, y
sus papeles afirman que él es un hombre blanco, aunque su apariencia
denote abiertamente lo contrario»133. Este acceso por parte de los
afrobrasileños libres a posiciones y cargos supuestamente vetados a
ellos por la ley tuvo lugar no por cambios visibles en la política del
Estado, como en la América española, sino por una práctica más dis-
creta e informal de incumplimiento de las leyes raciales existentes.
Tampoco se dio un avance de manera consistente en todo el Brasil. En
Minas Gerais, al fin del boom minero en 1770-1780 le siguió la partida
de muchos de los propietarios de esclavos e inmigrantes portugueses
que habían llegado en busca de fortuna. Esto dejó el camino libre para
que los negros y mulatos libres asumieran un desempeño más impor-
tante en el comercio y la agricultura local, e incluso para que accedie-
ran a empleos en los cabildos de las ciudades, o como funcionarios de
bajo nivel en otras administraciones. En el Nordeste y en Río de Janei-
ro, en cambio, el renovado auge azucarero durante el mismo período
reforzó las clases plantadoras y mercantiles, quienes continuaron apli-
cando las leyes y actitudes raciales que les garantizaban su posición de
privilegio134.
En ausencia de políticas de Estado que favorecieran abiertamente
a los negros libres, los temores de las elites en Brasil siguieron centra-
dos en donde siempre habían estado: no en los negros libres en ascen-
so social, sino en las masas de esclavos y negros libres pobres, a quie-
nes veían como una amenaza constante para la estabilidad social y
política de la colonia. Confrontando esa amenaza, las elites veían a la
clase media de afrobrasileños como un aliado potencial y una fuente
de apoyo. Y de hecho, los negros y mulatos que ascendían socialmen-
te se identificaban mucho más estrechamente con los amos de la socie-
dad brasileña que con sus esclavos. Pero incluso (o especialmente)
para los afrobrasileños que progresaron económicamente, las exclu-

133. Conrad, Children of God’s Fire, 211.


134. Russell-Wood, Black Man, 67-82; Graham, «Free African Brazilians», 41-42.
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1800 93

siones raciales del orden colonial eran una realidad lacerante, y se


convertirían en una cuestión central en las turbulencias políticas de las
décadas de 1810, 1820 y 1830.

***

En 1800 las sociedades de Afro-Latinoamérica tenían casi tres


siglos de existencia e historias inextricablemente entrelazadas con las
de los imperios de España y Portugal. Los constructores de estos
imperios proyectaron que los africanos desempeñaran un papel de
subordinación completa en la construcción de este Nuevo Mundo,
trabajando y muriendo como esclavos. Ése fue, de hecho, el destino
que tuvieron la mayoría de los africanos llevados al Nuevo Mundo.
Pero a la vez que cumplían ese papel, los africanos y sus descendientes
pusieron en marcha una cadena de consecuencias imprevistas, conse-
cuencias que hacia 1800 habían generado un mundo colonial muy
diferente del que habían imaginado sus fundadores.
En la mayor parte de la América española, y en gran parte de Bra-
sil, al final del período colonial la mayoría de la población afrodescen-
diente no era esclava, sino libre. La mayor parte de ellos habían naci-
do libres. Otros, los que anteriormente fueron esclavos, habían
adquirido su libertad mediante una combinación de trabajo duro y
negociación con sus propietarios. Este tira y afloja, a su vez, formaba
parte de un proceso mayor de negociación, no sólo acerca de la adqui-
sición de la libertad, sino también acerca de las condiciones en las que
vivían y trabajaban los esclavos. Los amos tenían casi todos los naipes
de la baraja en su poder, pero ocasionalmente los esclavos jugaron sus
bazas y consiguieron mejoras en su situación. Y al hacerlo así, definie-
ron un conjunto de temas para la negociación que seguirían formando
el núcleo de las cuestiones a dirimir entre trabajadores y patrones aun
después de la independencia, en el siglo XIX.
Mientras tanto, negros y mulatos libres intentaban ganar un lugar
para sí mismos en una sociedad colonial que negaba el proyecto origi-
nal de los colonizadores en casi todos los sentidos. En una contradic-
ción flagrante y viviente de las leyes raciales que prohibían el matri-
monio y la mezcla interracial, la mayoría de los afrodescendientes
tenían también sangre europea o indígena. Desafiadas las leyes que
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94 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

prohibían la mezcla de razas, los negros y mulatos libres desafiaron


también las leyes que reservaban el ascenso social en exclusiva para los
blancos. Como hicieron sus antepasados esclavos, los afrolatinoame-
ricanos consiguieron, gracias a una combinación de negociación y tra-
bajo duro, abrirse camino en la clase media colonial e incluso llegar a
los escalones más bajos de la elite, supuestamente blanca.
Estos actos de resistencia y respuesta negra desgastaron las estruc-
turas raciales del colonialismo ibérico. El ejemplo más obvio de este
desgaste eran las leyes raciales del Régimen de Castas, que hacia 1800
se habían vuelto paulatinamente inaplicables. A primera vista, parece
que la resistencia esclava afectó menos a la esclavitud: a finales del
siglo XVIII y principios del XIX ésta se expandía a un ritmo incluso
mayor que antes, con cada vez mayores importaciones de esclavos lle-
gando a casi toda América Latina, y especialmente a Brasil y el Caribe
español. Pero como hemos visto, a finales del siglo XVIII los esclavos
habían desarrollado un amplio repertorio de tácticas para luchar con-
tra la esclavitud, así como una agenda de temas sobre los cuales pug-
naban con los amos. Estos temas seguirían definiendo el regateo polí-
tico entre la elite y los grupos subalternos en Afro-Latinoamérica
durante el transcurso del siglo XIX. En el ínterin, la expansión de fin de
siglo de la esclavitud intensificó las tensiones y las sobrecargas que
caracterizaban a las estructuras de esta institución. A medida que las
huidas y las rebeliones se incrementaban en cantidad, los propietarios
y los gobiernos coloniales no dudaron en responder con la fuerza.
Cada alzamiento esclavo era reprimido, y la policía y las milicias de la
región intensificaron sus campañas contra quilombos y palenques.
Pero en las décadas de 1810 y 1820, cuando los gobiernos coloniales ya
no podían, o no querían, defender a los propietarios contra sus escla-
vos, el impacto acumulado de 300 años de resistencia esclava se senti-
ría con una gran intensidad.
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CAPÍTULO 2
«U N R AY O E X T E R M I N A D O R »
Las guerras por la libertad, 1810-1890

E
n 1775, una oleada revolucionaria se extendió por el Atlántico.
Empezó en América del Norte, con la Revolución Americana
(1775-1783), se expandió por Europa, con la Revolución France-
sa (1789-1799) y volvió a las Américas con la revolución esclava de Hai-
tí (1791-1804). Cada uno de estos eventos históricos a nivel mundial se
sintió poderosamente en la América española y portuguesa, y cada uno
comunicó cosas diferentes a las gentes que habitaban la región. Los Esta-
dos Unidos mostraron cómo una sociedad del Nuevo Mundo podía
sacudirse el yugo de la dominación colonial y construir un sistema polí-
tico nuevo basado en los principios de la soberanía nacional y el republi-
canismo liberal. La Revolución Francesa ofreció a los latinoamericanos
una lección de cómo derrocar el Antiguo Régimen, basado en la monar-
quía absolutista. Las elites criollas se asustaron ante su asalto al privilegio
aristocrático, pero era precisamente ese asalto, y la invocación que hacía
la Revolución del igualitarismo democrático y los derechos del hombre,
lo que hacía a la experiencia francesa tan atractiva para los intereses de los
negros y mulatos libres y para los blancos de clase baja.
Las Revoluciones Atlánticas afectaron a América Latina no sólo
por la fuerza de su ejemplo, sino también por su impacto geopolítico.
Del mismo modo en que la Revolución Americana desencadenó indi-
rectamente a su contraparte francesa1, también la Revolución Francesa

1. La participación militar francesa en la Revolución Americana dejó al país galo


con enormes deudas de guerra. Cuando la monarquía propuso nuevos impuestos en
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96 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

contribuyó al inicio de las luchas de independencia en América Latina.


En 1807-1808 fuerzas francesas invadieron y ocuparon la Península
Ibérica, depusieron a la Monarquía española e impulsaron a la corte
portuguesa a huir al exilio de Río de Janeiro. Estos acontecimientos
enfrentaron inmediatamente a los latinoamericanos con una serie de
cuestiones candentes: ¿Aceptarían ellos la conquista francesa de la
madre patria? ¿Rechazarían el dominio francés y permanecerían leales
a la monarquía borbónica, recientemente depuesta? ¿O seguirían el
ejemplo de los Estados Unidos y lucharían por la independencia?
Mientras los hispanoamericanos lidiaban con estas cuestiones, la
revolución que más atraía su atención era la haitiana. Además de ser la
sociedad revolucionaria más cercana, Haití era también la sociedad
más directamente comparable a las de la América española y portu-
guesa: una colonia de plantación tropical gobernada por una monar-
quía borbónica absolutista, basada en la esclavitud de origen africano
y regida por leyes de castas modeladas en buena medida en base a las
de América Latina. De las tres revoluciones, sus resultados fueron de
lejos los más radicales: no sólo la independencia y la destrucción del
Antiguo Régimen, también la extinción completa de la esclavitud, la
destrucción de la economía de plantación más rica del mundo, la
implantación del dominio negro y mulato y la aniquilación de la
población blanca2.
Las noticias de la experiencia haitiana fueron ampliamente difun-
didas a través de América Latina, y entre miembros de la elite, el pue-
blo llano y los esclavos por igual3. Esa experiencia hizo patentes las
explosivas fuerzas latentes en las sociedades basadas en el trabajo for-
zado y demarcado racialmente, así como los enormes riesgos que
entrañaba tratar de derrocar a la autoridad central en tales sociedades.
La revolución había empezado cuando los diversos elementos de la
población libre de la colonia —«grandes blancos» de la elite de planta-
dores en busca de mayor autonomía respecto a Francia, «pequeños

1786 para pagar esas deudas, los Estados Generales acordaron protestar, lo que desen-
cadenó los eventos que llevaron a la revolución. Skocpol, States and Social Revolutions,
62-67.
2. Blackburn, Overthrow of Colonial Slavery, 161-264.
3. Córdova-Bello, Independencia de Haiti; Mott, «Revolução dos negros»; Scott,
«A Common Wind»; Gaspar y Geggus, Turbulent Time; Geggus, Impact of the Hai-
tian Revolution.
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LAS GUERRAS POR LA LIBERTA D, 1810-1890 97

blancos» artesanos y trabajadores en busca de más igualdad con los


plantadores, y negros y mulatos libres en busca de la igualdad racial
con los blancos— se alzaron en armas para luchar entre ellos y se
declararon la guerra. El desorden y la agitación resultantes, y la ruptu-
ra de los controles coercitivos de las plantaciones azucareras de la isla,
dieron a los esclavos —el 90% de la población de la colonia— la opor-
tunidad de rebelarse y hacer su propia guerra4.
Para las clases dominantes del continente, las lecciones que debían
extraerse de Haití eran obvias: allí en donde grandes poblaciones de
grupos no-blancos vivieran en condiciones de trabajo forzoso, una
revolución política podía llevar a una revolución social. Las elites de
las economías mineras y de plantación más ricas fueron por ello muy
cautas en cortar sus lazos con Europa. Las elites de Perú y México,
que gobernaban a millones de indígenas trabajando en condiciones de
semi-servidumbre en minas, obrajes y haciendas, permanecieron lea-
les a la Corona española durante la década de 1810. Los plantadores de
Cuba y Puerto Rico vieron en sus sociedades una serie de paralelismos
todavía más claros con Haití. Ambos grupos estaban importando
miles de esclavos africanos en un esfuerzo para reemplazar a Saint
Domingue como el mayor productor mundial de azúcar. Ninguno de
ellos optó por arriesgar sus inversiones en una apuesta por la indepen-
dencia; ambas islas permanecieron leales a España hasta la segunda
mitad del siglo XIX.
Los movimientos por la independencia americana no se originaron
en las zonas con predominio del trabajo compulsivo indígena y africa-
no, sino en las periferias, en donde los mestizos superaban a indígenas
y blancos, y los negros y mulatos libres superaban en número a los
esclavos. En Caracas, Buenos Aires, Santiago, Bogotá, Cartagena y
Cali, las juntas criollas arrebataron el poder a los funcionarios españo-
les en 1809 y 1810, dando los primeros pasos para crear nuevas nacio-
nes5. A medida que se aventuraban por esa senda, asumieron que,
igual que había pasado en América del Norte, sería la población libre

4. Acerca del levantamiento esclavo de Haití, ver James, Black Jacobins; Fick,
Making of Haiti; Dubois, Avengers of the New World.
5. Sobre las guerras de independencia, ver Graham, Independence in Latin Ameri-
ca; Kinsbruner, Independence in Spanish America; Lynch, Spanish American Revolu-
tions; Bethell, Independence of Latin America; Rodríguez O., Independence of Spanish
America.
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98 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

—blancos y si era necesario grupos no-blancos libres— la que ganaría


la independencia. Lo que no habían previsto es que esa población libre
estaba tan dividida internamente en la América española como lo
había estado en Haití, y que amargas guerras civiles que iban a durar
una década o más se desatarían en la región. Como en Haití, estas gue-
rras darían a los esclavos hispanoamericanos oportunidades para esca-
par de la esclavitud y luchar por su emancipación. En ningún lugar de
la región los esclavos representaban la abrumadora mayoría de la
población que constituían en Haití, lo que dio como resultado que en
ninguna parte las guerras de independencia produjeran resultados tan
radicales. Pero en toda la América española (incluyendo, 60 años des-
pués, Cuba y Puerto Rico), las guerras de independencia quebraron el
apoyo a la esclavitud colonial e infligieron a la institución heridas
mortales. Como en Haití, los encargados de infligirle tales heridas fue-
ron los propios esclavos. Al tomar las armas para luchar por su liber-
tad, los esclavos no sólo ganaron la independencia para las sociedades
en las que vivían, sino que ayudaron a impulsar la primera gran ola de
reforma social y política en la historia de América Latina.

GUERRA Y ABOLICIÓN

Para los esclavos de las Américas, la independencia nacional y la


esclavitud de las personas eran conceptos mutuamente excluyentes.
Para ellos era evidente que las naciones que habían luchado y sufrido
por la libertad no podían denegar ese derecho a sus esclavos. Como
observaba un visitante francés en Brasil en 1822, «libertad» es una
palabra «que tiene mucha más fuerza en un país de esclavos que en
cualquier otra parte»6. Así, cuando la independencia llegó a la Améri-
ca española y Brasil, muchos esclavos concluyeron que su propia
libertad no podía tardar en llegar. En 1818, mientras el virrey español
del Perú esperaba la invasión de la colonia por parte de las fuerzas
rebeldes que se reunían en Chile, informó a sus superiores de Madrid
que la población esclava local se había «decantado abiertamente por
los rebeldes, de cuya mano esperan la libertad». Cuando los invasores
victoriosos rehusaron declarar la emancipación inmediata, los escla-

6. Souza, Sabinada, 156.


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LAS GUERRAS POR LA LIBERTA D, 1810-1890 99

vos denunciaron la contradicción entre la libertad nacional y la persis-


tencia de la esclavitud. «Si [en] algo importan nuestras constituciones
liberales», argumentaba el abogado de la esclava limeña Juana Mónica
Murga en 1826, «es [en] la libertad que tiene todo hombre para no ser
siervo»7.
En Brasil, donde la esclavitud había echado raíces fuertes y profun-
das, los mismos líderes de la independencia cultivaron la conexión
retórica entre independencia y libertad, condenando el gobierno colo-
nial como una forma de esclavización nacional. Por ello, los esclavos
supusieron que cuando el gobierno colonial llegara a su fin, en 1822, lo
haría también la esclavitud. En Minas Gerais, miles de esclavos se reu-
nieron en las ciudades de Ouro Preto y São João do Morro para espe-
rar noticias de su liberación, igual que hicieron pequeños grupos de
ellos en Espírito Santo. En la capital bahiana de Salvador un visitante
francés informaba de que «no sólo los brasileños libres y criollos dese-
an la independencia política; incluso los esclavos nacidos en el país o
importados hace veinte años pretenden ser criollos brasileños y hablan
de sus derechos y de la libertad». Cuando vieron que esos derechos no
se materializaban, los esclavos de la ciudad bahiana de Cachoeira
enviaron en 1823 una petición a las Cortes de Portugal para conseguir
su libertad. Quizá no sabían que Portugal ya no tenía ninguna autori-
dad sobre Brasil, aunque es más probable que estuvieran mostrando su
descontento con el rechazo del nuevo gobierno brasileño a considerar
siquiera la cuestión de la abolición8.
Algunos líderes criollos reconocieron la contradicción entre la
independencia nacional y la persistencia de la esclavitud. José Bonifá-
cio de Andrada e Silva, uno de los arquitectos de la independencia bra-
sileña, fue un exponente temprano de la emancipación. Se preguntaba
por ejemplo cómo un pueblo libre podía reconocer el derecho de
alguien «a robar la libertad de otro hombre y, todavía peor, a robar la
libertad de sus hijos y de los hijos de sus hijos». Los dos grandes liber-
tadores hispanoamericanos, José de San Martín y Simón Bolívar, no
percibían inicialmente ningún conflicto entre independencia y esclavi-
tud, pero en el segundo lustro de la década de 1810 cambiaron sus pos-
turas al respecto. Bolívar consideraba «una locura [la idea de] que una

7. Blanchard, Slavery and Abolition, 11; Aguirre, Agentes, 193.


8. Costa, Brazilian Empire, 140; Reis y Silva, Negociação e conflito, 92-94.
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100 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

revolución por la libertad intentara mantener la esclavitud», y tanto él


como San Martín impusieron programas de emancipación gradual en
los territorios que conquistaron —en el caso de San Martín, Chile y
Perú; en el caso de Bolívar, Colombia, Ecuador y Venezuela— a pesar
de la oposición de los propietarios de esclavos locales9.
Pero las voces de los antiesclavistas, aun emanando de individuos
poderosos en posiciones de mando, eran pocas y aisladas. Aparte de las
rebeliones esclavas, en ningún país de América Latina hubo un movi-
miento abolicionista significativo en los inicios del siglo XIX. Las fuer-
zas pro-esclavistas estaban mucho mejor organizadas que los antiescla-
vistas, tanto en las redes sociales y de parentesco que constituían las
relaciones entre los miembros de la elite como en sus asociaciones
comerciales y cívicas. Plantadores y comerciantes concordaban sin pro-
blemas en que la esclavitud era una herencia lamentable y bárbara del
pasado colonial, una herencia que debería ser eliminada a medida que la
región continuara su marcha hacia la modernidad. Pero incluso las eli-
tes comprometidas con la independencia insistían en que las condicio-
nes económicas del momento —particularmente la supuesta falta de
fuentes alternativas de mano de obra— y los derechos de propiedad de
los amos hacían la abolición imposible en ese momento histórico.
A pesar de esta oposición, en 1825 casi todos los países de la Amé-
rica española habían prohibido las importaciones de esclavos de Áfri-
ca, estableciendo además programas de emancipación gradual o inme-
diata (tabla 2.1). Los propietarios de esclavos no habían flaqueado en
su oposición a tales medidas. La presión política para mantener la
esclavitud continuó en las décadas posteriores a la independencia,
haciendo de la emancipación una prolongada lucha que no se resolve-
ría hasta las décadas de 1850 y 1860. Los amos accedieron a liberar a
sus esclavos con reticencias, resistiéndose a cada paso del camino.
Pero los esclavos también se resistían hábilmente, y las turbulentas
condiciones del período independentista ofrecieron oportunidades
sin precedentes para los esclavos en su búsqueda de la libertad, tanto
por medios oficiales como extraoficiales.

9. Costa, Brazilian Empire, 41; Lynch, Spanish American Revolutions, 213. Véase
también la ley de emancipación gradual en Uruguay, de 1825, que observaba «la mons-
truosa inconsistencia que resultaría si, entre los mismos pueblos que proclaman y
defienden los derechos del hombre, los hijos de los esclavos permanecieran en tan bár-
bara condición…» (Rama, Afro-uruguayos, 50).
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LAS GUERRAS POR LA LIBERTA D, 1810-1890 101

Tabla 2.1. Abolición de la trata de esclavos y de la esclavitud,


1810-1888

Esclavitud
País Trata de esclavos Ley de Abolición
Vientre Libre final

República Dominicana 1822 1822


Chile 1811 1811 1823
Centroamérica 1824 1824
México 1824 1829
Uruguay 1825 (1838) 1825 1842
Ecuador 1821 1821 1851
Colombia 1821 1821 1852
Argentina 1813 (1838) 1813 1853
Perú 1821 1821 1854
Venezuela 1821 1821 1854
Bolivia 1840 1831 1861
Paraguay 1842 1842 1869
Puerto Rico 1820, 1835 (1842) 1870 1873
Cuba 1820, 1835 (1866) 1870 1886
Brasil 1830, 1850 (1852) 1871 1888

Nota: Los años se refieren a la fecha en la que la trata y la esclavitud fueron


abolidas legalmente. Las fechas entre paréntesis indican el final real de la tra-
ta, en caso de que éste se diera después de la abolición legal. España firmó tra-
tados con Gran Bretaña en 1817 (entró en efecto en 1820) y 1835 para abolir
el tráfico de esclavos con Cuba y Puerto Rico. Brasil firmó un tratado similar
con Gran Bretaña en 1826 (entró en efecto en 1830) y abolió formalmente la
trata en 1850. La República Dominicana, Centroamérica y México no pro-
mulgaron leyes de Vientre Libre.

Fuentes: Clementi, Abolición; Eltis, Economic Growth; King, «Latin-Ameri-


can Republics»; Rout, African Experience.
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102 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

La guerra fortaleció la posición de los esclavos en el regateo políti-


co con los amos y el Estado de tres maneras diferentes. En primer
lugar, como en Haití, la agitación de la guerra trajo con ella una reduc-
ción del control de los propietarios sobre sus esclavos, y simultánea-
mente incrementó las posibilidades de huida de éstos. Segundo, la
guerra dio a miles de hombres esclavos la oportunidad de obtener su
libertad gracias al servicio militar. Finalmente, el precio de la partici-
pación esclava en los ejércitos independentistas fue la implementación
en la América española de programas de emancipación gradual.
La esclavitud de plantación se basaba en el control y la supervisión
rigurosa de los esclavos, tanto en las plantaciones (con capataces y
guardias) como fuera de ellas (con la policía, la milicia y los ranchea-
dores o cazadores de esclavos huidos). A medida que las guerras llega-
ron a las zonas de plantación, los guardianes del orden se iban de ellas,
bien fuera porque quedaban atrapados en la violencia o bien porque
huían para escapar de ella. La consiguiente falta de supervisión creó
oportunidades para que los esclavos escaparan de la servidumbre, para
redefinir las condiciones de trabajo en las plantaciones e incluso para
declararle la guerra a los amos, todos ellos hechos que se dieron a un
nivel que hasta entonces era impensable.
En México, las hostilidades empezaron con la revuelta de Hidalgo
en 1810, un levantamiento masivo de campesinos y mineros indios y
mestizos de las zonas mineras al noroeste de Ciudad de México. Derro-
tados y dispersados por las tropas reales, los líderes rebeldes intentaron
mantener viva la llama de la insurrección buscando el apoyo de los
esclavos de plantación de la provincia de Veracruz, en la costa caribeña,
una de las pocas regiones de México donde los esclavos constituían una
parte significativa de la fuerza de trabajo. Recorriendo las haciendas de
la zona e informando a los esclavos de la declaración de abolir la escla-
vitud que habían hecho los insurrectos, los rebeldes consiguieron per-
suadir a centenares de ellos de huir de las plantaciones y unirse a las gue-
rrillas. Los esclavos «dominaban las filas» de la rebelión en Veracruz,
manteniendo una guerra de hostigamiento y fuga contra las ciudades y
pueblos locales durante cinco años. En 1817 los rebeldes de la provincia
finalmente se rindieron a las superiores fuerzas españolas, aceptaron
una amnistía y depusieron las armas. Sin embargo, la amnistía no inclu-
yó provisiones relativas a la liberación de esclavos. Pensando que si se
entregaban serían re-esclavizados y devueltos a sus amos, los esclavos
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LAS GUERRAS POR LA LIBERTA D, 1810-1890 103

rebeldes se retiraron a los bosques de las sierras y desde allí continuaron


los ataques contra las haciendas locales y el comercio. Incluso después
de la derrota de España y la conquista de la independencia mexicana en
1821, rechazaban bajar de las montañas, porque temían volver de nuevo
al cautiverio. No fue hasta que la esclavitud se abolió, en 1829, cuando
estos esclavos rebeldes finalmente pusieron fin a su guerra10.
La lucha entre rebeldes y realistas creó oportunidades similares
para la huida en Venezuela. Allí el movimiento independentista no era
liderado por grupos radicales de clase media-baja, como en México,
sino por elites de plantadores ricos que no tenían ninguna intención de
abolir la esclavitud. Al contrario: en 1811, alarmados por el número en
aumento de fugas de esclavos en las zonas de plantación, el Congreso
rebelde creó una Guardia Nacional «para la aprehensión de esclavos
fugitivos». «La esclavitud honrada y laboriosa nada debe temer de estas
medidas», declararon los rebeldes, pero los esclavos de la región de
Barlovento, al este de Caracas, estaban en plano desacuerdo. A finales
del siglo XVIII, Barlovento había sido escenario de frecuentes fugas e
insurrecciones esclavas11. Ahora, cuando la lucha entre rebeldes y rea-
listas se extendía por el medio rural, miles de esclavos huyeron de las
plantaciones para unirse a los cumbes y a las bandas de guerrilleros.
Estas pequeñas fuerzas se unían ocasionalmente para formar contin-
gentes mayores y más peligrosos. En 1811 cuatro mil esclavos huidos
marcharon hacia Caracas, pero fueron rechazados por tropas criollas.
Al año siguiente, los esclavos capturaron el pueblo de Curiepe y ataca-
ron el puerto de La Guaira, pero fueron derrotados de nuevo12.
Funcionarios y clérigos españoles animaban a los esclavos de Barlo-
vento a huir de sus amos para debilitar al bando rebelde; el mismo Bolí-
var pensaba que los alzamientos de esclavos eran de carácter realista.
Pero en Venezuela, como en México, los esclavos luchaban «autóno-
mamente y por su cuenta, eran independientes tanto de los españoles
como de los criollos»13. Era España, al fin y al cabo, la que había crea-

10. Carroll, Blacks in Colonial Veracruz, 99-101; cita en p. 100.


11. Ver capítulo 1, pp. 73-75.
12. Lombardi, Decline and Abolition, 46; Brito Figueroa, Problema tierra y escla-
vos, 325, 333-335.
13. Lynch, Spanish American Revolutions, 204. «Cualquiera que fuese la bandera
seguida por estos grupos [de esclavos], casi siempre hacían su guerra particular» (Anto-
nieta Camacho, citada por Brito Figueroa, Problema tierra y esclavos, 335).
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104 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

do y mantenido la esclavitud en la colonia, y aunque la Corona espa-


ñola ofrecía ahora la libertad a los individuos esclavos que se alistaran
en sus ejércitos, no tenía intenciones de acabar con la esclavitud como
institución. Tampoco los criollos, que ofrecían la libertad a los esclavos
alistados pero rechazaban cualquier plan que incluyera la emancipa-
ción general14.
En medio de los desórdenes de la guerra, los esclavos intentaban
forjar su propia emancipación. Mientras realistas y rebeldes avanza-
ban y retrocedían a lo largo de las regiones costeras de Venezuela, «la
disciplina en las plantaciones se colapsó, y recuperar a los esclavos
huidos se convirtió en algo casi imposible»15. Éste fue el caso que se
dio también en las regiones del Cauca y de Cartagena, en Colombia,
donde los esclavos de las plantaciones se fugaron a los palenques,
practicando el pillaje y el saqueo en las plantaciones antes de la huida.
Dado que la mayoría de los plantadores eran criollos, los funcionarios
y militares españoles alentaron estas acciones. Cuando las fuerzas rea-
listas retomaron Cartagena en 1815, intentaron restablecer el orden en
el campo y detener a los esclavos que merodeaban por él, pero fueron
incapaces de hacerlo. Para 1820, la economía de plantación en la costa
caribeña de Colombia había sido destruida casi por completo, y no iba
a revivir de nuevo hasta después de mediados de siglo16.
Los efectos de las luchas fueron igual de severos en el Cauca, don-
de, como en Cartagena y en Barlovento, los oficiales españoles espo-
learon a los esclavos a destruir las propiedades de sus amos criollos.
Cuando las fuerzas realistas fueron finalmente expulsadas de la región
en 1817, un oficial criollo informaba de que «las siguieron muchos de
estos esclavos; algunos se prestaron al servicio de sus amos, y otros se

14. Por el lado español, una ley que proponía abolir la esclavitud fue enviada a las
Cortes para su aprobación en 1811. Fue rechazada, y aparentemente el tema de la
emancipación no se discutió más en los círculos oficiales españoles en esa época (Fran-
co, Conspiración de Aponte, 27-29). En el bando criollo, ver la Orden de Reclutamien-
to Esclavo de 1816, que decretaba «la libertad absoluta de los esclavos que han gemido
bajo el yugo español en los tres siglos pasados», pero restringía esa libertad a los escla-
vos (y sus familias) que se unieran a las fuerzas rebeldes. Los que no lo hicieran (y tam-
bién sus familias) seguirían siendo esclavos (Brito Figueroa, Problema tierra y esclavos,
344).
15. Lombardi, Decline and Abolition, 46.
16. De la Vega, Cartagena de Indias; Bell Lemus, Cartagena de Indias, 87-95.
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LAS GUERRAS POR LA LIBERTA D, 1810-1890 105

han quedado vagantes en los bosques... recelándose del castigo que


merecen por los crímenes cometidos...»17.
En el valle del Patía, al suroeste de Popayán, comunidades de hui-
dos que llevaban establecidas allí largo tiempo se aprovecharon de la
conflagración para vengarse de sus anteriores propietarios. Fundadas
durante el siglo XVII y a principios del XVIII por esclavos que huían de
las plantaciones de azúcar del Cauca y de las minas de oro de Barbaco-
as, con el tiempo, estas comunidades fueron reconocidas por los fun-
cionarios locales españoles como asentamientos negros libres, a cam-
bio de su aceptación de la soberanía española. Los patianos habían
negociado así un modus vivendi aceptable con la Corona, pero conser-
vaban recuerdos claros y amargos de sus experiencias como esclavos.
En consecuencia, cuando la guerra estalló en 1809, los habitantes de
estas comunidades juraron lealtad a España y se unieron a sus fuerzas
en calidad de guerrilla montada. La lealtad política se confirmó en
1811, cuando las tropas rebeldes invadieron el valle y arrasaron los
asentamientos negros. Cuando las fuerzas españolas contraatacaron y
ocuparon brevemente el valle del Cauca cinco años después, sus
comandantes dieron vía libre a los patianos para quemar y saquear del
uno al otro confín del valle, devolviendo a sus anteriores dueños el mis-
mo sufrimiento y la misma destrucción que ellos les habían infligido
antes18.
En Uruguay, una compleja guerra multilateral entre las fuerzas
españolas, los ejércitos invasores de Argentina y Brasil y las milicias
locales aportó para los esclavos similares oportunidades de declarar la
guerra a sus anteriores amos y saquear las estancias. El líder rebelde
José Artigas ganó el apoyo de los esclavos, los negros libres y los blan-
cos pobres al decretar una reforma agraria en 1815 y prometer que bajo
su gobierno «los más infelices serán los más privilegiados». Un viajero
francés que se hallaba en Uruguay durante la guerra informaba de que
«los soldados patriotas entraban a las estancias, tomaban lo que les
convenía, principalmente armas; mataban los ganados, llevaban los
caballos... A menudo un negro, un mulato, un indio se hacía él mismo

17. Colmenares, Independencia, 56, 147.


18. Los patianos dejaron «un amargo recuerdo de crueldad y vandalismo que ha
sido recordado muchas veces por los historiadores de la región» (Zuluaga Ramírez,
Guerrilla y sociedad, 118-119); Colmenares, Independencia, 146.
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106 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

oficial y con su banda, robaba a los estancieros». Como en México,


Colombia y Venezuela, los esclavos «luchaban por su propia libertad»,
observaba. Los propietarios de tierras contraatacaron aliándose con un
ejército invasor portugués que venía de Brasil, y que en 1820 había
vencido a los rebeldes y restaurado el orden (y la esclavitud) en el
medio rural. Cuando Artigas estaba siendo derrotado sus tropas negras
formaron el núcleo leal de sus fuerzas, y lo siguieron a su exilio perma-
nente en Paraguay, donde se asentaron en dos aldeas afrouruguayas de
las afueras de Asunción que todavía existen hoy en día19.
Al elegir permanecer leales a la Corona de España durante la déca-
da de 1810, las elites peruanas evitaron el desastre de la guerra hasta
1820, cuando las fuerzas rebeldes de José de San Martín invadieron el
país viniendo de Chile. En ese punto, como sucedió en el resto de la
América hispánica, los esclavos desertaron de las haciendas costeñas
para unirse a los grupos de guerrilleros y bandoleros que brotaron en
el ámbito rural. Los hacendados y los dueños de las plantaciones,
temiendo por sus vidas, también huyeron de sus propiedades. Ante su
ausencia, los esclavos se quedaron y convirtieron los lugares en donde
vivían en un «territorio liberado, donde los esclavos empezaban a
ejercitar cierta medida de auto-determinación sobre sus vidas». Según
continuaba la violencia civil y el bandidaje en las décadas de 1830 y
1840, los esclavos alcanzaron en algunas propiedades un estado de
«virtual autogobierno», como lamentaba un terrateniente en 1838, en
el que mantenían en funcionamiento y administraban las posesiones
de sus dueños20.
A través de la América española, el desorden y la desestructuración
traídos por la guerra brindaron a los esclavos oportunidades sin pre-
cedentes para luchar por sus propias metas e intereses. La devastación
de buena parte del sector económico de plantación, el debilitamiento
y empobrecimiento de los plantadores como clase y la destrucción del
Estado colonial español contribuyeron a fortalecer el poder de nego-
ciación de los esclavos. En esta situación de balance cambiante de

19. Citas de Montaño, Umkhonto, 166, 167; Frega, «Caminos de libertad», 52.
Sobre las ciudades afrouruguayas en Paraguay, ver Montaño, Umkhonto, 201-210.
20. Aguirre, Agentes, 120-125, 245-254, 276-284; ver también Blanchard, Slavery
and Abolition, 95-125. Los esclavos también tomaron haciendas abandonadas en Car-
tagena (Bell Lemus, Cartagena de Indias, 89).
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LAS GUERRAS POR LA LIBERTA D, 1810-1890 107

fuerzas, no obstante, los esclavos seguían siendo esclavos. Una canti-


dad de ellos mayor que nunca antes buscó la libertad mediante la hui-
da, pero esa libertad era precaria e incierta, sujeta a revocación en cual-
quier momento. Más permanente y segura —aunque también más
difícil de obtener— era la libertad que podía conseguirse mediante una
segunda oportunidad creada por la guerra: la del servicio militar.
Todas y cada una de las colonias que ganaron la independencia a
través de la guerra se enfrentaron a la cuestión de si armar o no a los
esclavos. Los riesgos de hacerlo eran sustanciales: los soldados escla-
vos podían tan fácilmente volverse contra sus amos como contra los
enemigos de sus amos. Además los esclavos no iban a poner sus vidas
en peligro sin la promesa de la libertad, lo que hizo que su prestación
de servicio fuera mucho más cara, en términos puramente financieros,
que la de los blancos y los negros libres. Pero conforme las guerras
duraron más de lo previsto y los reclutamientos de negros libres y
blancos se volvieron más difíciles, tanto la Corona española como los
rebeldes se vieron en la necesidad de recurrir a los soldados esclavos.
Los gobiernos rebeldes de Argentina y Venezuela empezaron a reclu-
tar esclavos en 1813; un año más tarde, Chile hizo lo mismo. España
no recurrió inicialmente al reclutamiento, pero ofreció la libertad a los
esclavos que se presentaran voluntarios para el servicio militar. En
1821, ya derrotado en el resto del continente, el gobierno español en
Perú reclutó una leva de 1.500 esclavos en un intento desesperado (e
inútil) de rechazar al ejército rebelde de San Martín21.
Una vez que desapareció la primera oleada de fervor patriótico, el
reclutamiento dejó de ser una medida popular entre los dueños de
esclavos. En Argentina y Chile, éstos inundaron las oficinas del
gobierno con solicitudes de exención. Muchos fueron atrapados in
fraganti, intentando esconder sus esclavos de los reclutadores, a
menudo sacándolos de las ciudades para llevarlos a sus haciendas rura-
les22. La resistencia de los amos fue incluso más intensa en Colombia,
Venezuela y Perú, donde los esclavos componían el grueso de la mano

21. Andrews, Afro-Argentines, 116-117; Feliú Cruz, Abolición en Chile, 75-80;


Blanchard, Slavery and Abolition, 11.
22. Andrews, Afro-Argentines, 116; Feliú Cruz, Abolición en Chile, 77-79. Sobre la
resistencia de los propietarios a los decretos de leva en Uruguay, ver Carvalho-Neto,
Negro uruguayo, 267; Frega, «Caminos de libertad», 48-49.
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108 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

de obra de la plantación (y en Colombia, de la minería). Los hacenda-


dos peruanos protestaron amargamente contra la leva que Bolívar
decretó en 1820, a lo cual él planteó su pregunta, tantas veces citada:
«¿Será justo que mueran solamente los libres por emancipar a los
esclavos? ¿No será útil que estos adquieran sus derechos en el campo
de batalla y que se disminuya su peligroso número por un medio
poderoso y legítimo? Hemos visto en Venezuela morir la población
libre y quedar la cautiva, no sé si esto es política, pero sé que si en
[Colombia] no empleamos los esclavos sucederá otro tanto»23.
Pero los propietarios de esclavos no estaban tan convencidos de la
necesidad de esa medida. Los agentes de reclutamiento de la región del
Cauca informaron de que no podían cumplir sus cuotas porque los
hacendados escondían a sus esclavos en los bosques cercanos. En la
provincia vecina de Popayán, las autoridades locales reformularon el
decreto de leva, ofreciendo la libertad a los esclavos voluntarios pero
retirando cualquier mención de reclutamiento forzoso24. En Perú, la
resistencia de los plantadores al alistamiento esclavo estaba tan exten-
dida que San Martín declaró a la obstaculización del alistamiento una
ofensa criminal, punible con la confiscación de los bienes por el pri-
mer reclutamiento evadido, y con el exilio por el segundo. Sin embar-
go, después de que San Martín dejara el país en 1823 y volviera a
Argentina, el presidente De la Riva Agüero accedió a las demandas de
los propietarios de esclavos y devolvió a sus amos incluso a aquellos
que se habían presentado voluntarios25.
La oposición de los propietarios al reclutamiento de los esclavos
está muy clara, pero las actitudes de los esclavos son más ambiguas.
Algunos respondieron con entusiasmo. En Chile en 1811, bastante
antes del anuncio del reclutamiento esclavo, 300 esclavos de Santiago
contrataron a un abogado para pedir al gobierno el derecho de alista-
miento, y amenazaron con sublevarse si no se les admitía en el ejérci-
to. En Perú, a principios de la década de 1820, algunas madres esclavas
buscaron insistentemente a los agentes de reclutamiento rebeldes para
alistar a sus hijos y así hacerlos libres26. Por otro lado, hay también

23. Bohigas, Sobre esclavos, 93-94.


24. Colmenares, Independencia, 148-149; Castellanos, Abolición en Popayán, 29.
25. Blanchard, Slavery and Abolition, 8, 13.
26. Feliú Cruz, Abolición en Chile, 65-66; Bohigas, Sobre esclavos, 80; Blanchard,
Slavery and Abolition, 11; Blanchard, «Language of Liberation».
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LAS GUERRAS POR LA LIBERTA D, 1810-1890 109

amplia evidencia de la reluctancia de los esclavos a entrar en los cuer-


pos armados. Agentes de alistamiento rebeldes informaban de que en
el Cauca los esclavos se unieron a sus amos tratando de evadir la leva.
Reclutadores en Perú hallaron que mientras en algunas haciendas 15 o
20 esclavos se presentaban voluntarios e iban prestos a firmar, en otras
sólo uno o dos querían alistarse, el resto declaraban que «no pueden
abandonar a sus propietarios», según informaba un oficial27.
Bolívar se quejaba del rechazo de los esclavos a servir, imputándo-
les que «han perdido hasta el deseo de ser libres» y amenazándolos con
la pena capital si no se presentaban al reclutamiento28. Por supuesto,
los esclavos no habían perdido el deseo de ser libres. Más bien dudaban
de que el servicio militar representara el camino que con más probabi-
lidades los condujera a la libertad. Los reclutas esclavos se convertían
en libertos cuando entraban en el ejército, pero este estatus estaba con-
dicionado por el cumplimiento satisfactorio del servicio militar com-
pleto, que constaba de cinco años en Argentina y otros países, y de
incluso más tiempo si incurrían en infracciones de la disciplina u otros
castigos. Aunque todavía no se han hecho estudios exhaustivos de las
bajas esclavas durante la guerra, es claro que muchos esclavos murieron
antes de cumplir el período de alistamiento completo. Entre 2.000 y
3.000 libertos argentinos cruzaron los Andes hacia Chile en 1817 con
San Martín. De ellos, menos de 150 volvieron con él en 1823, después
de seis años de campaña a través de Chile, Perú y Ecuador. En un tea-
tro de operaciones diferente, los libertos argentinos sufrieron terribles
pérdidas a principios de la década de 1820, en las campañas contra los
indígenas del sur de la provincia de Buenos Aires. Durante el invierno
de 1824, las tropas de esclavos lucharon a temperaturas bajo cero sin
calzado y sin raciones adecuadas. Volvieron a la capital mutilados por
la gangrena y la necrosis por congelación. Muchos de ellos habían per-
dido dedos de los pies o de las manos, o partes de miembros. Entradas
las décadas de 1840 y 1850, veteranos negros lisiados mendigando en
las calles eran elementos comunes del paisaje urbano de Buenos Aires,
como lo eran en Lima, Caracas, Cali y otras ciudades29.

27. Colmenares, Independencia, 145; Hünefeldt, Paying the Price, 87.


28. Lynch, Spanish American Revolutions, 213; Colmenares, Independencia, 148.
29. Andrews, Afro-Argentines, 118; Lanuza, Morenada, 83-87; Blanchard, «Miguel
García.»
03-segundo 28/4/07 03:16 Página 110

110 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

Los censos de Buenos Aires y Montevideo hacen evidente el terri-


ble coste pagado por la población negra de esas ciudades en las gue-
rras. Entre 1810 y 1827 el índice de masculinidad (número de hombres
por cada 100 mujeres) entre la población blanca de Buenos Aires
declinó de 103 a 90. Entre la población negra, el índice cayó casi hasta
la mitad, de 108 a 59, un nivel de pérdida catastrófico. En Montevideo,
el índice de masculinidad entre esclavos cayó de 119 en 1805 a 78 en
181930. La falta de información estadística comparable en otros países
no permite fijar con claridad si sus poblaciones negras soportaron pér-
didas similares, pero si los esclavos hubieran muerto y quedado lisia-
dos con la mitad de frecuencia que se observa en Argentina y Uru-
guay, los efectos hubieran sido devastadores.
Dados estos números, y las condiciones de vida generalmente mise-
rables del ejército, lo sorprendente no es que los esclavos intentaran evi-
tar el servicio militar, sino que tal cantidad de ellos accediera a alistarse.
En Argentina, entre 4.000 y 5.000 esclavos se unieron a las fuerzas rebel-
des entre 1813 y 1818; cuando San Martín invadió Chile en 1817, la
mitad o más de su ejército lo componían tropas de libertos. En Colom-
bia, unos 5.000 esclavos se unieron a las fuerzas de Bolívar entre 1819 y
1821. En Ecuador, un tercio estimado de sus reclutas eran esclavos31.
Dada la voluntad férrea de los propietarios por retener a sus escla-
vos, el responder al decreto de reclutamiento requería una decisión
consciente. El testimonio de uno de los libertos que la tomó, Antonio
Rodríguez, de Montevideo, sugiere algunos de los motivos para
tomarla. Después de haber servido como soldado en el ejército rebel-
de, y de haber sido encarcelado tras haberse negado a pagar a su ante-
rior amo una porción de sus ganancias diarias como trabajador de una
granja, Rodríguez exigía saber cómo «contra toda justicia» su anterior
propietario podía «esclavizarme nuevamente, cuando la Patria me
hizo libre y me puso en el fuero de mis derechos»32. Aunque Rodrí-
guez responsabilizó a «la Patria» de haberle concedido la libertad, fue
él quien en realidad la conquistó mediante el servicio militar.

30. Andrews, Afro-Argentines, 70, 73-74; Frega, «Caminos de libertad», 54.


31. Andrews, Afro-Argentines, 116-117; Rout, African Experience, 176; Bohigas,
Sobre esclavos, 102.
32. Frega, «Caminos de libertad», 46-47. La posición legal de Rodríguez estaba
deteriorada por el hecho de que había desertado del ejército. El desenlace del caso es
desconocido.
03-segundo 28/4/07 03:16 Página 111

LAS GUERRAS POR LA LIBERTA D, 1810-1890 111

Figura 2.1. Sargento de Infantería,


Uruguay, década de 1860. Crédito:
SODRE (Servicio Oficial de Difu-
sión Radio Televisión y Espectácu-
los), Montevideo.

Luchando por su libertad los esclavos desempeñaron un papel fun-


damental en ganar la independencia para la Sudamérica española, y al
hacerlo impulsaron los programas de emancipación gradual imple-
mentados en esos años. Bajo las leyes de Vientre Libre, como se las lla-
maba, los hijos de madres esclavas nacían libres, como libertos o
manumisos. Mientras durara su condición de menores se requería que
sirvieran a los amos de sus madres, recibiendo un salario por su traba-
jo. Pero cuando alcanzaban la mayoría de edad (entre 18 y 21, depen-
diendo del país), pasaban a ser ciudadanos de la república.
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112 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

Las leyes de Vientre Libre fueron promulgadas al inicio de las gue-


rras, como pasó en Chile (1811), Argentina (1813) y Uruguay (1825),
o al final de ellas, como en Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela
(todos en 1821). En todos los casos estuvieron ligadas directamente a
la cuestión del servicio militar esclavo. Mientras que las primeras leyes
eran una concesión encaminada a ganar el apoyo esclavo para la revo-
lución, las últimas eran una recompensa por los servicios prestados en
tiempo de guerra33. Los que defendían la emancipación gradual prefi-
rieron presentar el proceso como el resultado natural de los principios
liberales en los que se asentaba la independencia. Sin embargo, Brasil
y Estados Unidos eran casos opuestos, que demostraban que era posi-
ble conseguir la independencia nacional basada en el liberalismo sin la
emancipación. Es más, si la ideología liberal era la fuerza que motiva-
ba las leyes de Vientre Libre, ¿por qué motivo esa ideología debía
detenerse antes de alcanzar su conclusión lógica, o sea, la emancipa-
ción total e inmediata?
Las leyes de Vientre Libre fueron el resultado controvertido y dis-
putado de las guerras de independencia, guerras dirigidas (en gran par-
te) por los amos, pero ganadas (en gran parte) por los esclavos, un com-
promiso entre los intereses de ambos grupos. Bajo las nuevas leyes, los
intereses inmediatos de los propietarios de esclavos se habían satisfe-
cho. Los esclavos seguían siendo esclavos, los libertos tenían que espe-
rar 18 años o más para reclamar su libertad, y los propietarios retenían
el trabajo de ambos grupos. Pero mientras los propietarios de esclavos
obtuvieron los beneficios inmediatos del compromiso, la emancipa-
ción gradual y la abolición del tráfico de esclavos significarían en con-
junto la desaparición definitiva de la esclavitud. Sin más esclavos afri-
canos importados, y sin más esclavos americanos que nacieran, el fin de
la esclavitud como institución estaba ahora bien a la vista.
A medida que el fin se acercaba, y en especial cuando los libertos
empezaron a alcanzar la mayoría de edad, los propietarios de esclavos
lanzaron una serie de acciones dilatorias dirigidas a extender la servi-
dumbre negra tanto como fuera posible. Las leyes de Vientre Libre
habían estipulado que los libertos sirvieran a sus patrones hasta las

33. Esto ayuda a entender por qué México nunca aprobó una ley similar. Aunque
los esclavos desempeñaron un papel activo en la insurrección de Veracruz, en el país en
su conjunto eran una parte insignificante de las fuerzas rebeldes.
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LAS GUERRAS POR LA LIBERTA D, 1810-1890 113

edades de entre 18 y 21 años (24 en el caso de los esclavos masculinos


en Perú). Entre 1837 y 1842, conforme los primeros libertos empeza-
ron a cruzar ese umbral, Colombia, Uruguay y Venezuela extendieron
los años de la mayoría de edad para libertos a 25. Perú fue aun más allá,
decretando en 1839 que los libertos no alcanzarían la edad adulta has-
ta cumplir 50 años34. Este país andino también reabrió el tráfico de
esclavos entre 1843 y 1847, importando unos 500 esclavos de Colom-
bia (con la aprobación del Congreso de aquel país). Argentina y Uru-
guay retomaron asimismo su comercio de esclavos, importando unos
600 africanos a Uruguay y varios millares a Buenos Aires a principios
de la década de 183035.
Pero estas tácticas dilatorias no pudieron prevenir el inevitable
desenlace final, reforzado por los esfuerzos continuados de los escla-
vos para escapar del cautiverio. Las leyes coloniales que garantizaban
el derecho de los esclavos a la manumisión seguían en vigor después de
la Independencia, y los esclavos continuaron buscando la libertad por
medio de la auto-compra y otros mecanismos. Como pasó durante el
período colonial, muchas de estas estrategias se centraron en esfuerzos
familiares colectivos para liberar a sus miembros. En Venezuela, en las
décadas de 1820 y 1830, «los amos estaban sorprendidos ante los sacri-
ficios que un esclavo podía realizar para reunir el dinero suficiente
para liberar a su esposa, con la intención de que sus hijos nacieran
libres de toda servidumbre»36. En las haciendas de las afueras de Lima,
los esclavos que eran padres buscaron oportunidades para vivir y tra-
bajar en la ciudad, intentando ganar suficiente dinero como para com-
prar la libertad propia o la de sus hijos. Entre 1850 y 1854, se registra-
ron en la provincia unas 1.300 manumisiones, la mayoría urbanas y la
mayoría pagadas37. Y en Colombia, cuando el presidente Mosquera
anunció en 1848 un nuevo programa para ayudar a los esclavos que
hubieran ahorrado alguna parte del dinero requerido para comprar su
libertad, los esclavos acudieron en masa a las oficinas del gobierno,
«consignándose su propio peculio el valor de su libertad o la de sus

34. Lombardi, Decline and Abolition, 52; Blanchard, Slavery and Abolition, 50-51;
Rama, Afro-uruguayos, 52.
35. Blanchard, Slavery and Abolition, 52-57; Andrews, Afro-Argentines, 56, 243.
36. Lombardi, Decline and Abolition, 127.
37. Hünefeldt, Paying the Price, 79-85; Aguirre, Agentes, 214-233.
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114 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

padres e hijos», advertía un funcionario en Barbacoas, «situación que


me hace creer en la pronta extinción de la esclavitud en esta provin-
cia»38.
La manumisión, la libertad mediante el servicio militar, las altas
tasas de mortalidad (tanto en la guerra como en la vida diaria), y el fin
de los nacimientos de niños esclavos se combinaron para reducir en
gran medida las cifras de esclavos en los años de la pos-Independencia.
La población esclava de Venezuela cayó de 64.000 en 1810 a 40.000 en
1830 y 15.000 en 1850; la de Perú, de 50.000 en 1820 a 20.000 en 1850;
y la de Colombia de 70.000 a finales del período colonial a 20.000 en
185039. Pero la esclavitud no podía extinguirse totalmente hasta que
los gobiernos no lo decidieran así, mediante la emancipación plena.
Las primeras naciones hispanoamericanas en dar ese paso fueron Chi-
le (1823), la Federación Centroamericana (1824) y México (1829)40.
No obstante, en todos estos países la población esclava sumaba sólo
unos pocos millares o menos, y era una parte insignificante del merca-
do de trabajo local. En países en donde los esclavos eran más numero-
sos, los propietarios siguieron violentamente opuestos a la emancipa-
ción. Del mismo modo que la guerra había iniciado el proceso de
abolición, la guerra iba a completarlo: en concreto, las guerras civiles
que se desataron en buena parte de la América hispana durante los pri-
meros 50 años después de la Independencia.
En Venezuela, las fuerzas rebeldes habían reclutado esclavos pro-
metiendo la libertad a los que se alistasen en sus filas. En las décadas
posteriores a la Independencia, los caudillos militares provinciales
siguieron una estrategia similar, también adoptada por los nuevos par-
tidos Liberal y Conservador de las décadas de 1840 y 1850. Varios
levantamientos reales o potenciales «parecieron espolear a todos los
gobiernos a hacer grandes esfuerzos a favor de los esclavos»; y en
1854, después de que los conservadores acusaran al gobierno liberal de
vender niños libertos para ser esclavizados en Puerto Rico y llamaran

38. Correa González, «Integración socio-económica», 31.


39. Lombardi, People and Places, 132; Lombardi, Decline and Abolition, 35, 62;
Blanchard, Slavery and Abolition, 14; McFarlane, Colombia before Independence, 34,
353; Bushnell, Making of Modern Colombia, 107.
40. La esclavitud fue también abolida en Santo Domingo (hoy República Domini-
cana) en 1822 por las fuerzas haitianas de ocupación. Esta emancipación liberó unos 10-
15.000 esclavos. Deive, Esclavitud del negro, 608-609.
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LAS GUERRAS POR LA LIBERTA D, 1810-1890 115

a los esclavos a rebelarse, los liberales decidieron cimentar el apoyo


esclavo para su causa decretando la emancipación final. Intentaban
mantener el respaldo de los dueños de esclavos, obligando al gobierno
a pagar la compensación plena por los esclavos liberados41.
En Perú, los líderes de las guerrillas liberales reclutaron esclavos
prófugos en grandes cantidades. En 1850, después de la elección del
hacendado conservador José Echenique para la presidencia, hubo una
rebelión de esclavos en el valle de Chicama. Unos 300 esclavos toma-
ron brevemente la ciudad de Trujillo para pedir su libertad, argumen-
tando que las duras condiciones en las que trabajaban violaban el
Reglamento de 1825 (un corpus de leyes relativamente progresistas
impuestas por Bolívar que regulaban la esclavitud). Cuando el ex-pre-
sidente liberal Ramón Castilla se alzó contra Echenique en 1853, ape-
ló al apoyo negro decretando la abolición final de la esclavitud. Des-
pués de su victoria y su llegada al poder al año siguiente, reafirmó el
decreto (de nuevo, como en Venezuela, con una compensación para
los dueños de esclavos), y así puso fin a la esclavitud en Perú42.
También en las guerras civiles argentinas los federalistas conserva-
dores y los unitarios liberales (que defendían un gobierno nacional
centralizado y «unitario») batallaron por la adhesión de los esclavos y
los negros libres. Mientras que los unitarios denunciaron al dictador
federalista Juan Manuel de Rosas por continuar la esclavitud y reem-
prender el tráfico de esclavos, Rosas cortejó asiduamente a las «nacio-
nes» africanas (asociaciones culturales y de socorro mutuo basadas en
identidades étnicas africanas), promovió a negros y mulatos libres y
ex-esclavos a posiciones de mando en el ejército, y se representó a sí
mismo como el protector paternal de la población afroargentina. Estas
tácticas, combinadas con una represión feroz de sus enemigos, pare-
cen haber sido efectivas en cimentar el soporte negro para el régimen
de Rosas. Africanos y afroargentinos sirvieron en sus ejércitos en
grandes cantidades, supuestamente usaron su condición de sirvientes
domésticos para informar acerca de sus oponentes y celebraron visi-
blemente sus victorias. Cuando Rosas fue finalmente derrotado por
las fuerzas unitarias en 1852 y enviado al exilio, uno de los mayores

41. Cita de Lombardi, Decline and Abolition, 63; sobre la abolición, ver 135-142; y
Wright, Café con Leche, 31, 34-35.
42. Blanchard, Slavery and Abolition, 189-207.
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116 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

desafíos que afrontaron los vencedores fue cómo romper la conexión


entre el dictador y sus seguidores negros y mulatos. Su respuesta fue
abolir la esclavitud en la Constitución de 185343.
La lucha contra Rosas también produjo la abolición en el vecino
Uruguay. En 1839, Uruguay declaró la guerra al régimen de Rosas,
iniciando no sólo un conflicto internacional, sino una guerra civil de
12 años entre aliados y oponentes locales del dictador argentino. En
1842, buscando efectivos para el ejército, el gobierno nacional emitió
un decreto que combinaba la abolición final de la esclavitud con la leva
forzosa de todos los hombres esclavos en edad de combatir. Las fuer-
zas que se oponían al gobierno promulgaron otro decreto en 1846 que
no contenía obligaciones de servicio militar, que fue el que seguiría en
vigor después del final de la guerra, en 185144.
En todos estos casos —así como en Colombia y Ecuador, que abo-
lieron la esclavitud en 1851— la esclavitud llegó a su fin como parte de
las disputas políticas y militares entre liberales y conservadores.
Ambas partes buscaron atraer el apoyo de esclavos y negros y mulatos
libres, o al menos sustraerlo de sus rivales. En cada caso, no obstante,
los conservadores evitaron dar el último paso en declarar la emancipa-
ción, dejando que los liberales lo hicieran. Este hecho ayudó a forjar
un vínculo entre el liberalismo como movimiento político y las pobla-
ciones afrolatinoamericanas que continuó durante la segunda mitad
del siglo XIX, y que tuvo consecuencias importantes para la política en
la región.

PA Z ( Y GUERRA)

¿Qué sucedía con los esclavos en esos pocos países —Brasil, Cuba,
Puerto Rico— que escaparon a la guerra constante durante la primera
mitad del siglo XIX? En ausencia de los efectos desestabilizadores de la
guerra, la esclavitud como institución no sólo persistió, sino que se
expandió hasta alcanzar niveles desconocidos anteriormente. A medi-
da que el tráfico de esclavos introdujo más africanos en esos países, las
bases africanas de las comunidades negras se fortalecieron. También lo

43. Andrews, Afro-Argentines, 96-101; Lynch, Argentine Caudillo, 53-56.


44. Pelfort, 150 años, 65-84; Borucki et al., Esclavitud y trabajo, 33-113.
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LAS GUERRAS POR LA LIBERTA D, 1810-1890 117

hicieron las formas de resistencia a la esclavitud, ahora más violentas y


conflictivas. Cuando la emancipación llegó finalmente a Cuba (1886),
lo hizo de la misma manera que en la América hispánica continental:
los esclavos sacaron partido de las oportunidades creadas por una gue-
rra de independencia que duró una década. En Brasil, en cambio, la
emancipación llegó en 1888 no a través de una guerra, sino mediante
una campaña masiva de desobediencia civil, llevada a cabo en parte
por los esclavos y en parte por un movimiento abolicionista multirra-
cial basado en la población libre.
La guerra fue evitada en Brasil, Cuba y Puerto Rico en buena
medida gracias a la determinación de las elites de no repetir los suce-
sos de Haití. En las décadas de 1790 y principios de la de 1800, los
gobiernos y los dueños de las plantaciones en cada una de estas colo-
nias habían aprovechado las oportunidades creadas por la destrucción
de la economía azucarera de Haití para incrementar sus propios nive-
les de producción de azúcar e importación de esclavos africanos. A
medida que tomaron esa senda, fueron conscientes de que si trataban
de reproducir los logros económicos de la colonia francesa, también
corrían el riesgo de reproducir sus logros políticos: específicamente, el
de haber sido la única revuelta esclava que triunfó en el Nuevo Mun-
do. Las elites de los tres países hacían referencia frecuentemente a sus
homólogos haitianos, arruinados y destruidos por la Revolución. En
1814, un grupo de comerciantes y plantadores de Salvador, la capital
de Bahía, escribió al rey para expresarle sus miedos sobre el creciente
estado de rebeldía entre la población esclava. Después de enumerar
algunos incidentes como asaltos, crímenes e «insolencia» por parte de
los esclavos, concluían que, a menos que fueran tomadas medidas
severas, «nadie de buen sentido puede dudar de que el destino de esta
capitanía será el mismo que el de la isla de Saint Domingue... [los
esclavos] conocen y discuten sobre lo que ocurrió en la isla de Saint
Domingue, y se oyen proclamas sediciosas que dicen que para el día
de San Juan no quedará ni un blanco ni un mulato vivo». Dos años
después, 180 comerciantes y plantadores de la ciudad bahiana de São
Francisco repetían la cuestión: «El espíritu de insurrección se ve entre
todo tipo de esclavos, y es fomentado principalmente por los esclavos
de la ciudad [de Salvador], donde las ideas de libertad han sido trans-
mitidas por marineros negros que venían de Saint Domingue». El
comandante de las fuerzas portuguesas en Pernambuco persuadió a
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118 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

los plantadores locales de abandonar el alzamiento republicano de


1817 al recordarles los peligros de una revolución esclava y citar «el
ejemplo de la Isla de Santo Domingo [que] es tan horroroso y está
todavía tan reciente...». Durante una segunda revuelta republicana en
Pernambuco siete años después, «el único tema de conversación [en
Recife, la capital] era Henri-Christophe y el levantamiento de Santo
Domingo»45.
El ejemplo de Haití proyectaba una sombra todavía más alargada
en Cuba y Puerto Rico, que habían albergado muchos de los refugia-
dos blancos, negros y mulatos libres y esclavos de la Revolución. En
1799, mientras la Revolución estaba todavía en marcha, el Consulado
Real de La Habana, una institución oficial que representaba a los plan-
tadores y comerciantes locales, envió al capitán general una serie de
propuestas para mantener «la tranquilidad y obediencia de los siervos
de esta colonia»: «La independencia sola de los negros de Santo
Domingo justifica en gran manera nuestro actual susto y cuidado...
Nada será más fácil que ver un nuestro país una irrupción de aquellos
bárbaros y por lo mismo es urgente que se tomen providencias que
eviten una catástrofe». Diez años después, el alcalde de San Juan, en
Puerto Rico, expresaba miedos similares. Los franceses habían usado
esclavos africanos para convertir a Saint Domingue en la colonia más
rica del mundo, advertía, y esos mismos esclavos los habían acabado
destruyendo. «Y siguiendo nosotros las máximas por donde nuestros
vecinos los franceses se hicieron poderosos, ¿no seremos también al
fin pobres miserables como ellos y víctimas del furor insaciable de los
bárbaros negros?... ¿No vendrá a formar una multitud, que si no fue-
ra en nuestros días, será un rayo exterminador en los de nuestras gene-
raciones futuras?»46.
En 1806 España prohibió la entrada en Cuba y Puerto Rico de
cualquier persona de color proveniente de Haití. El gobernador de
Puerto Rico añadió a esta medida la orden de censar a los esclavos en
todas las municipalidades de la isla y de informar «dónde se reunían».

45. Conrad, Children of God’s Fire, 405; Graden, «An Act “Even of Public Secu-
rity”», 256; Mota, Nordeste 1817, 59, 119; Reis y Silva, Negociação e conflito, 91, 94;
Freyre, Mansions and Shanties, 370. Ver también Mott, «Revolução dos negros»;
Karasch, Slave Life, 324; Schwartz, Sugar Plantations, 478-479.
46. Franco, Conspiración de Aponte, 12-13; Díaz Soler, Historia de la esclavitud,
212.
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LAS GUERRAS POR LA LIBERTA D, 1810-1890 119

A pesar de estas medidas, importantes conspiraciones esclavas fueron


descubiertas en ambas islas en 1812. Las noticias de los debates en las
Cortes españolas de aquel año acerca de la posibilidad de abolir la
esclavitud habían llegado a las islas, y provocaron entre los esclavos
rumores de que ellos eran en realidad libres, y los amos los retenían
ilegalmente. Las autoridades descubrieron los planes de los esclavos
antes de que fructificaran; en Cuba, los negros libres que conspiraban
(algunos de ellos veteranos afrodominicanos de la Revolución Haitia-
na) consiguieron coordinar los alzamientos de los esclavos de las plan-
taciones en las provincias de La Habana, Puerto Príncipe, Bayamo y
Holguín. El principal conspirador cubano, el carpintero y miliciano
José Antonio Aponte, negro libre, fue arrestado y condenado a muer-
te. Entre las pruebas que lo incriminaban y que se hallaron en su casa
estaban los retratos de los líderes de la independencia Toussaint L’Ou-
verture y Henri Christophe, presidiendo su sala de estar47.
Siendo plenamente conscientes de los riesgos de la revolución
esclava, y ante una presencia militar española numerosa en ambas
islas, las elites cubanas y portorriqueñas optaron por permanecer lea-
les a España, escapando así de la violencia que desangró al continente.
Brasil también la evitó, aunque por diferentes razones. Mientras que
las colonias españolas se habían visto obligadas a decidir en 1809-1810
si debían o no permanecer leales al soberano depuesto por Francia, los
brasileños se habían ahorrado ese dilema cuando el rey Juan VI y su
corte huyeron de los invasores franceses, cruzando el Atlántico y esta-
bleciendo su residencia en Río de Janeiro. El primer paso concreto
hacia la independencia —la elevación de Brasil al estatus de reino en
1815, el equivalente administrativo a Portugal— lo dio el mismo
monarca. La independencia de Brasil fue declarada en 1822 por el hijo
de Juan, el príncipe regente Don Pedro, que se había quedado en Bra-
sil para gobernarlo cuando su padre volvió a Portugal en 1820. Aun-
que las guarniciones portuguesas del Nordeste opusieron una breve
resistencia, pronto fueron reducidas y la paz fue restaurada. Las insti-
tuciones y la autoridad real siguieron intactas y capaces de mantener el
orden en el medio rural. Ninguna plantación fue destruida, ningún

47. Baralt, Esclavos rebeldes, 16-29; Franco, Conspiración de Aponte, 51 y pássim.


También sobre Aponte, ver Palmié, Wizards and Scientists, 79-144; Childs, 1812 Apon-
te Rebellion.
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120 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

esclavo fue reclutado para el servicio militar, ninguna ley de Vientre


Libre fue promulgada, y no se trató seriamente el tema de poner fin al
tráfico de esclavos africanos48.
En Brasil, como en Cuba y Puerto Rico, la esclavitud y la econo-
mía de plantación sobrevivieron intactas a través de la primera mitad
del siglo XIX, y entraron en la segunda inmersas en el mayor período
de crecimiento y expansión que jamás habían experimentado. Entre
1800 y 1850 las exportaciones azucareras de Cuba se multiplicaron
por diez (de 29.000 toneladas por año a 295.000), y las exportaciones
brasileñas por seis (de 20.000 toneladas en 1800 a 120.000 en 1850). La
producción de Puerto Rico era mucho más baja, pero el ritmo de
incremento fue más acelerado: de menos de 1.000 toneladas por año en
1810 a más de 50.000 en 185049. Las importaciones de esclavos se
incrementaron de acuerdo a esos ritmos. Entre 1800 y 1850 Brasil
recibió 1,7 millones de africanos, los mismos que en todo el siglo XVIII.
Cuba recibió 560.000 (y otros 150.000 entre 1850 y 1867) y Puerto
Rico, unos 50.00050.
Estas cifras de africanos llegados a esos países eran las mayores vis-
tas hasta la fecha, y el impacto de su llegada se sintió intensamente. En
los tres países, el carácter africano de la comunidad esclava fue enor-
memente reforzado, tal y como puso de manifiesto la proliferación de
instituciones y prácticas culturales de origen africano.
En Cuba las organizaciones étnicas africanas, los «cabildos de
nación», habían existido desde finales del siglo XVI. A mediados del
siglo XVIII, al menos 21 entidades de este tipo existían en La Habana.
Durante la primera mitad del XIX el número de cabildos en la ciudad
se multiplicó más de tres veces, reflejando un mayor tamaño y diver-
sidad de la población africana. Los cabildos cumplían un amplio aba-
nico de funciones económicas, políticas y culturales. La mayoría pro-
porcionaba ayuda económica cuando sus miembros enfermaban o
quedaban discapacitados, y todos brindaban algún tipo de socorro en
caso de muerte, ayudando a costear los funerales y dando asistencia

48. Sobre la independencia de Brasil, ver Bethell, «Independence of Brazil»; Russell-


Wood, From Colony to Nation.
49. Perez, Cuba, 77; Alden, «Late Colonial Brazil», 314; Eisenberg, Sugar
Industry, 9; Scarano, Sugar and Slavery, 7-8.
50. Eltis, Economic Growth, 249.
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LAS GUERRAS POR LA LIBERTA D, 1810-1890 121

económica para la familia del miembro del cabildo. Con el tiempo


algunos cabildos adquirieron edificios y otros bienes inmuebles, de
los que obtenían rentas. Esas rentas, combinadas con las cuotas y otras
contribuciones, se usaban para ayudar a los miembros a salir de la
esclavitud, o a montar negocios51.
El antropólogo cubano Fernando Ortiz, quien en las décadas a
caballo entre el siglo XIX y el XX estudió de primera mano algunos de
los últimos cabildos, enfatizó su papel de nexo político entre la pobla-
ción de esclavos y negros libres y el gobierno colonial. Cada cabildo
elegía un rey, que «era acreditado ante el Capitán General como emba-
jador de su colonia, mejor dicho, de la respectiva nación africana», y se
le daban poderes para negociar con las autoridades en cuestiones de
interés para la membresía. Estas negociaciones dieron pie a un cons-
tante tira y afloja entre los cabildos y el gobierno. La administración
colonial intentó usar a los cabildos como un medio para controlar a
los esclavos y los negros libres de la ciudad, quienes a su turno inten-
taron hacer valer sus intereses. Estos objetivos contradictorios eran
patentes en el nombre mismo del dirigente ejecutivo de los cabildos:
mientras los cabildantes se referían a él como rey, los funcionarios
españoles usaban el término capataz, y lo hacían responsable del
«buen comportamiento» de sus sujetos52.
Uno de los puntos de discordia frecuente entre las autoridades y
los cabildos eran los actos culturales africanos: la música, la danza y la
religión. Durante la segunda mitad del siglo XVIII, la Iglesia había
intentado convertir a los cabildos en hermandades religiosas católicas,
asignando a cada uno de ellos un santo patrón e instruyendo a sus
miembros en la doctrina y la liturgia católicas. Como en toda Améri-
ca Latina, los practicantes de las religiones africanas fueron receptivos
al cristianismo, pero insistieron en retener sus deidades y ritos africa-
nos. Los cabildos eran los lugares en donde esas deidades eran adora-
das y sus ritos preservados.

51. Ortiz, «Cabildos afrocubanos»; Deschamps Chapeaux, Negro en la economía,


31-46; Howard, Changing History; Brown, Santería Enthroned, 25-61. Sobre organi-
zaciones similares en otros países, ver Friedemann, Cabildos negros; Montaño,
Umkhonto, 65-88; Goldman, ¡Salve Baltasar!, 29-52; Chamosa, «To Honor the
Ashes».
52. Ortiz, «Cabildos afrocubanos», 12-13; Deschamps Chapeaux, Negro en la eco-
nomía, 32.
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122 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

Conforme el control de la iglesia sobre la sociedad cubana se debi-


litó durante el siglo XIX53, y más africanos que nunca llegaron a la isla,
la orientación cultural africana de los cabildos se vio fortalecida, dando
lugar a nuevas religiones afrocubanas: santería, abakuá y palo monte.
Cada una de éstas se originó en los cabildos de sus respectivas naciones:
santería en los cabildos yoruba (también conocidos como lucumí), de
los que existían 8 en La Habana durante las décadas de 1820 y 1830;
abakuá en los cabildos carabalí (de la costa de Calabar), con 25 de ellos;
y el palo monte en los cabildos congo, de los que había 15.
Estas religiones tenían mucho en común. Todas subrayaban la
poderosa influencia que los espíritus de los ancestros y de las fuerzas
sobrenaturales encarnadas en la naturaleza ejercían en la vida de las
personas. Todas invocaban misterios y conocimientos sagrados celo-
samente guardados. Sin embargo, estas religiones diferían entre ellas
en su filosofía y en su liturgia, un reflejo de sus orígenes africanos. El
ex-esclavo Esteban Montejo, por ejemplo, cuando describía las con-
diciones de vida de la plantación distinguía entre «dos religiones afri-
canas... la lucumí [yoruba] y la conga. La conga era la más importan-
te... porque los brujos se hacían dueños de la gente... La diferencia
entre el congo y el lucumí es que el congo resuelve, pero el lucumí
adivina»54.
La religión congo consideraba un único y todopoderoso Dios,
Nzambi Mpungu, quien creó el universo y gobierna sobre él, aunque
desde una inmensa distancia metafísica, invisible e inaccesible a la
mediación humana. En sus esfuerzos para mejorar la vida en la tierra,
en consecuencia, los sacerdotes congo apelaban a los numerosos espí-
ritus de los ancestros fallecidos y de las poderosas fuerzas naturales
que habitan el reino intermedio entre Nzambi y los seres humanos, y
que influyen directamente en los asuntos humanos. Se accedía a esos
espíritus mediante el uso de objetos rituales —tierra de los cemente-
rios, semillas, piedras, pieles de animales, raíces, bastones y ramas—
combinados en bolsas o calderos rituales. El oficiante congo «mete en
el caldero todos los espíritus: allí tiene al cementerio, al monte, al río,

53. Sobre el debilitamiento de la influencia de la Iglesia en Cuba, ver Moreno Fra-


ginals, Ingenio, Vol. 1, 112-26; Knight, Slave Society, 106-113.
54. Barnet, Autobiography, 33, 35.
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LAS GUERRAS POR LA LIBERTA D, 1810-1890 123

al mar, al rayo, al remolino, al sol, la luna y a los luceros. Una concen-


tración de fuerzas»55.
Los yorubas coincidían con los congo en la creencia de que estas
fuerzas espirituales ejercían una influencia directa sobre el destino
humano, pero mientras los congo situaban esas fuerzas en objetos
naturales, los yoruba les daban un carácter antropomórfico y los
incluían en un panteón de deidades, los orishas. Los sacerdotes congo
trabajaban con sus minkisi y sus prendas (objetos rituales), pero «a los
viejos lucumises les gustaba tener sus figuras de madera, sus dioses»,
recordaba Montejo. «La brujería tira más para los congos que para los
lucumises. Los lucumises están más ligados a los santos y a Dios»56.
Los yorubas llevaron sus deidades al Nuevo Mundo: Changó, oris-
ha del trueno y del rayo; Yemayá, orisha de los mares; Ogún, orisha del
hierro y la guerra; y otros. Algunas de estas deidades de habían origi-
nado entre otros pueblos africanos y fueron incorporados al panteón
yoruba, y a medida que los yoruba hallaron otro conjunto de poderes
sagrados —Dios Padre, Dios Hijo, el Espíritu Santo, la Virgen María y
los santos— tuvo lugar un proceso similar con las divinidades cristia-
nas. En parte como una táctica para esconder la adoración de los oris-
has, y en parte como un acto de apropiación, los esclavos y los negros
libres yoruba de Cuba incorporaron a los dioses cristianos a sus cere-
monias religiosas, y produjeron así una nueva religión americana de
origen africano: la santería, el camino de los santos57.
Los rituales de santería se centran en servir a los orishas a través de la
oración, la danza, y la «alimentación», esta última mediante el sacrificio
de animales y el uso de otros objetos. Los santeros también buscan leer
a través de la adivinación la naturaleza de la relación entre los practican-
tes individuales y los orishas que los gobiernan, así como resolver cual-
quier problema o dificultad en tal relación. Montejo interpretó estas
diferencias entre las religiones congo y yoruba como la diferencia entre

55. Lydia Cabrera, citada en Thompson, Flash of the Spirit, 123; ver también 101-
159; Castellanos y Castellanos, Religiones y lenguas, 127-202; Cabrera, Regla Kimbisa
y Reglas de Congo.
56. Barnet, Autobiography, 35.
57. Sobre la religión yoruba y la santería, ver Thompson, Flash of the Spirit, 1-100;
Castellanos y Castellanos, Religiones y lenguas, 9-125; Cabrera, El monte y Yemayá y
Ochún; Brandon, Santeria; Murphy, Santería; Brown, Santería Enthroned.
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124 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

la intervención activa en el mundo espiritual («resolver») y la «adivina-


ción», más pasiva. Pero al interpretar la relación entre los orishas y sus
devotos, los santeros también «resolvían». El propósito de la adivina-
ción era identificar las fuerzas espirituales que influían en el camino de
los individuos en la vida y ayudarlos a evitar el peligro y la desgracia
armonizando su relación con sus orishas. Al hacerlo, observaba Monte-
jo, «los viejos lucumises... le sacaban a uno hasta lo malo que uno
hacía»58. La santería era, y es, una fe basada en ayudar y sanar a los que
padecen, tanto como pueda serlo la magia congo.
De las tres ramas principales de la religión afrocubana, la abakuá
fue la única con la que el joven Montejo no tuvo contacto, probable-
mente porque ésta no penetró en el medio rural, en donde él pasó su
juventud. En Cuba, como en África, la religión abakuá estaba basada
en el ambiente urbano y muy relacionada con los puertos y el comer-
cio transoceánico. Conocida en África como el culto del leopardo, flo-
reció en el siglo XVIII y principios del XIX en los puertos esclavistas de
la costa de Calabar, en los deltas de los ríos Níger y Cross. La religión
abakuá compartía muchos elementos doctrinales y litúrgicos con la
religión yoruba: el panteón de divinidades, las formas de sacrificio
animal y de otros tipos y la devoción hacia los espíritus de los muer-
tos. Sin embargo, a esas características añadía una estructura institu-
cional muy diferente de la de la santería. El culto del leopardo era una
sociedad secreta organizada en logias o capítulos locales, basada en un
corpus de conocimiento ritual secreto que los miembros pagaban altas
contribuciones por aprender y prometían no divulgar nunca. La pri-
mera logia abakuá fue establecida en el suburbio de Regla, en La
Habana, en 1836. En diez años, 40 logias más —o potencias, como
eran llamadas— se habían establecido en la capital. Poco después, las
logias se extendieron por Guanabacoa y Marianao, en la provincia de
La Habana, y por los puertos de Matanzas y Cárdenas, en la provincia
vecina de Matanzas59.
En Cuba, como en África, el sistema de logias y el alto costo de la
iniciación dieron a los abakuá un carácter tan político y económico

58. Barnet, Autobiography, 35.


59. Sobre los abakuá, ver Castellanos y Castellanos, Religiones y lenguas, 203-262;
Thompson, Flash of the Spirit, 225-268; Cabrera, Sociedad secreta Abakuá y Anafo-
ruana; y Sosa, Ñáñigos y Carabalíes.
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LAS GUERRAS POR LA LIBERTA D, 1810-1890 125

como religioso. El propio nombre de las logias cubanas, potencias, es


significativo; y de hecho, las logias buscaron, y alcanzaron, un poder
político y económico considerable dentro de la comunidad afrocuba-
na. En sus procedimientos internos eran altamente jerárquicos y dis-
ciplinados. El aura de conocimiento místico secreto que rodeaba a sus
miembros les confería prestigio y autoridad, y las logias acumularon
asimismo recursos financieros y ganancias nada despreciables. En
cuanto fueron creadas, se movilizaron para adquirir el control de la
contratación de estibadores y trabajadores de los muelles del puerto
de La Habana. De hecho, pudo haber sucedido que las primeras logias
se fundaran en la década de 1830, en el punto álgido del primer boom
azucarero de la isla, precisamente para capitalizar las oportunidades
económicas que este momento brindaba60.
Dado que los trabajadores del puerto eran casi enteramente africa-
nos y afrocubanos, las logias dividieron el puerto en territorios espe-
cíficos, dentro de los cuales cada logia tenía el monopolio de la nego-
ciación con los dueños de los muelles y los almacenes portuarios en lo
tocante a contratos de trabajo y provisión de cuadrillas. Conforme la
economía del azúcar se desaceleró después de 1860, y el número de
potencias continuó creciendo, la competición entre ellas arreció hasta
convertirse en batallas campales nocturnas entre camorristas abakuá
armados con cuchillos y navajas. La entrada de miembros blancos en
el culto en la década de 1850, y la fundación de siete potencias blancas
en las décadas de 1860, 1870 y 1880, parecen haber exacerbado las ten-
siones. Frente a esta violencia, el gobierno español prohibió esta reli-
gión en 1876 y deportó a cientos de ñáñigos (como eran llamados los
miembros de las logias abakuá) a prisiones en las colonias españolas de
Ceuta y Fernando Po, en África, en donde pronto establecieron nue-
vas logias, de acuerdo a algunas fuentes61.
Los abakuá nunca aparecieron en ningún otro país latinoamerica-
no, y hasta hoy su presencia sigue limitada a Cuba. Sin embargo,
durante estos mismos años (1800-1850), Brasil experimentó un movi-
miento cultural de origen africano de tipo diferente, si bien compara-

60. López Valdés, «Sociedad secreta “abakuá”»; sobre el papel del culto del leopar-
do en regular la deuda y el crédito en África, ver Lovejoy y Richardson, «Trust, Pawns-
hip», 347-349.
61. Helg, Our Rightful Share, 30, 83.
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126 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

ble en algunos aspectos a los abakuá. Era el arte marcial de la capoeira,


una combinación de danza y lucha con pies y manos. De origen ango-
leño, la capoeira fue cultivada y desarrollada inicialmente por los
esclavos y negros libres. El nombre y el fenómeno aparecen por pri-
mera vez en documentos brasileños de la década de 1770. Hacia fina-
les del siglo XVIII e inicios del XIX, los capoeiristas se organizaron en
maltas o bandas, que devinieron parte de la vida urbana en Brasil del
mismo modo que lo habían hecho las potencias abakuá en Cuba
durante el siglo XIX62.
Como en el caso de los abakuá, las bandas de capoeira eran mascu-
linas por completo, y basadas en rigurosos códigos de secretismo y
lealtad al grupo. La traición al código significaba un duro castigo, que
podía llegar a incluir la muerte. También como los abakuá, la capoeira
estaba estrechamente ligada a los puertos y el mar:

Se sabe que muchos capoeiristas trabajaron en actividades portuarias:


como pescadores, propietarios de naves, estibadores y marinos mercantes.
Canciones de la bahía y el mar están entre los temas más populares en las
letras de las canciones de la capoeira. Incluso el movimiento básico de la
capoeira, la ginga, cuenta con un significado que es «remar», y el movi-
miento del cuerpo al hacer la ginga es parecido al de remar63.

Como en La Habana, aunque con mucho menos éxito, las bandas


de capoeira en Río de Janeiro intentaron tomar el control de la con-
tratación de trabajadores de los muelles del puerto. Frustrado este
intento, recurrieron a otras actividades delictivas, dividiendo la ciudad
en pequeños feudos y luchando en violentas escaramuzas entre ellas.
Las bandas de capoeiristas rehabilitaron en algo su imagen pública en
1828, cuando unieron fuerzas con el ejército para acabar con un motín
de mercenarios alemanes e irlandeses. Durante la segunda mitad del
siglo intentaron establecer relaciones clientelares con poderosos pro-
tectores, alquilándose como guardaespaldas y matones a sueldo de
importantes políticos y hombres de negocios. Pero igual que en Cuba,
la violencia de las luchas entre bandas provocó una intensificación de

62. Sobre la capoeira, ver Soares, Capoeira escrava y Negregada instituição; Lewis,
Ring of Liberation.
63. Lewis, Ring of Liberation, 54.
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LAS GUERRAS POR LA LIBERTA D, 1810-1890 127

la represión policial y la prohibición en 1890 de los «ejercicios de agi-


lidad y destreza corporal conocidos por la denominación de capoei-
ra»64.
La capoeira no tenía un contenido religioso específico, pero la
mayoría de los que la practicaban eran también practicantes de las
religiones de origen africano que cristalizaban en Brasil en esta época.
La contraparte brasileña a la santería era el candomblé, una religión
basada en tradiciones yoruba que incorporaba elementos de la liturgia
y el panteón católicos. Se desarrolló en Bahía, en una serie de quilom-
bos móviles y flotantes, en los bosques de los alrededores de Salvador.
A pesar de las redadas policiales periódicas, «estos quilombos eran
centros religiosos de mucha actividad, en donde miembros esclavos y
libres de la población negra de Salvador iban a buscar curas para enfer-
medades, guía espiritual de sacerdotes africanos y encuentros con dei-
dades ancestrales»65. En 1830, aprovechando las garantías de toleran-
cia religiosa de la Constitución de 1824, tres mujeres africanas libres
fundaron el primer templo de candomblé de la ciudad, Ilê Iyá Nassô,
que existe hasta hoy. Otras congregaciones fueron igualmente funda-
das, pero los servicios itinerantes en los bosques o en casa de los prac-
ticantes siguieron siendo el lugar más común para la mayoría de los
servicios relacionados con el candomblé66.
La cuestión de los orígenes de las religiones africanas es más compli-
cada en Río de Janeiro, donde los historiadores que buscaban evidencias
de ello han encontrado «solamente descripciones vagas de ‘extrañas’
prácticas —a ojos de observadores foráneos— los orígenes concretos de
las cuales con desconocidos». Los orígenes generales de estas prácticas,
sin embargo, son claramente congo. Los líderes religiosos de la ciudad
eran denominados con el término congo nganga o la palabra portuguesa
feiticeiro (hechicero o brujo), y ganaban seguidores en relación a los
poderes que demostraban sobre objetos rituales o formulando hechizos.
Los hechizos podían ser usados para el bien o para el mal; en el imagina-
rio popular de la época, «el estereotipo del líder religioso africano como
brujo diabólico» fue el que tendió a predominar67.

64. Holloway, «Healthy Terror», 671; Soares, Negregada instituição, 301.


65. Reis, Slave Rebellion, 42.
66. Harding, Refuge in Thunder, 68-103; Butler, Freedoms Given, 191-99.
67. Karasch, Slave Life, 262; ver 261-287. Éste fue también el caso en Cuba, donde
Esteban Montejo recordaba cómo «la gente le salía huyendo [de un líder religioso con-
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128 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

Esta imagen maléfica reflejaba no sólo el poder de la magia africa-


na, sino miedos más intensos, extendidos principalmente entre la
población blanca pero también entre los afrobrasileños criollos, basa-
dos en el aumento de población africana y su creciente resistencia a la
esclavitud. Conforme el número de africanos que llegaban a Brasil,
Cuba y Puerto Rico se incrementó en las últimas décadas del siglo
XVIII y las primeras décadas del siglo XIX, también lo hizo la frecuen-
cia de las huidas, los robos violentos y la rebelión. En Puerto Rico, los
africanos huyeron en grupos a las montañas y los bosques del interior.
Dado que muchos de ellos hablaban poco o nada de español, cuando
la policía los detenía era a menudo incapaz de determinar de dónde
venían o quiénes eran sus dueños. Los esclavos que dominaban más el
español se dirigieron a pueblos y ciudades cercanos para quejarse a los
funcionarios reales sobre las condiciones de tratamiento en las planta-
ciones. Algunos intentaron escapar por mar, robando pequeños botes
o barcas de pesca, o buscando trabajo de marineros en un esfuerzo por
cruzar el Pasaje de la Mona y alcanzar territorio libre en Haití o Santo
Domingo (donde la esclavitud fue abolida por las fuerzas de ocupa-
ción haitiana en 1822)68.
En Cuba, las comunidades de fugados se multiplicaron durante las
décadas de 1820, 1830 y 1840. En la provincia azucarera de Matanzas
se informaba de la existencia de campamentos de hasta 300 personas.
Los palenques aparecieron por toda la provincia más occidental de
Pinar del Río, donde los esclavos buscaron refugio en las montañas
rocosas de la sierra de los Órganos, y en la provincia más al este,
Oriente. Entre 1815 y 1838 las fuerzas españolas mantuvieron una
lucha sin cuartel contra las comunidades cimarronas de los alrededo-
res de la ciudad oriental de Santiago, y aunque destruyeron una buena
cantidad de ellas, nunca consiguieron reducir el mayor asentamiento,

go] porque decían que era el mismo Diablo y que estaba ligado con mayombe y con
muerto… Cuando tenían [los congo] algún problema con alguna persona, ellos seguían
a esa persona por un trillo cualquiera y recogían el polvo que ella pisaba. Lo guardaban
y lo ponían en… un rinconcito. Según el sol iba bajando, la vida de la persona se iba
yendo. Y a la puesta del sol la persona estaba muertecita. Yo digo esto porque da por
resultado que yo lo vide mucho en la esclavitud» (Barnet, Autobiography, 34). Sobre
formas de hechicería congo en Brasil durante el período colonial, ver Sweet, Recreating
Africa, 161-188.
68. Nistal-Moret, Esclavos prófugos.
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LAS GUERRAS POR LA LIBERTA D, 1810-1890 129

Muluala. Los rancheadores, muchos de ellos negros y mulatos libres,


rastrearon rutas a través de los bosques y las montañas de la isla. Oca-
sionalmente tenían éxito; más a menudo, los que vigilaban avisaban a
sus compañeros, y los rancheadores llegaban para encontrar cabañas,
plantíos, herramientas y, como notaba el diario de una de estas expe-
diciones en 1837, «bolsas de cuero llenas de brujerías»69, todos ellos
abandonados precipitadamente.
En la provincia brasileña de Bahía, la capital, Salvador, estaba rodea-
da de pequeños quilombos: «Eran comunidades móviles, destruidas aquí
para reaparecer allá, alimentadas por el flujo ininterrumpido de esclavos»
que llegaban de África70. Más al sur, los quilombos se esparcieron por las
colinas y las montañas de las afueras de Río de Janeiro, conforme los afri-
canos llegaron a la ciudad o pasaron por ella de camino a las plantaciones
de azúcar y café. En 1823, el gobernador ordenó «un ataque general
sobre todos los quilombos que consta que existen» en la provincia. Una
operación policial contra un solo campamento de fuera de la ciudad cap-
turó más de 200 prófugos. Un año después, las autoridades locales admi-
tieron que no habían podido parar «el incremento en el número de escla-
vos fugados que se unen a otros muchos en varios quilombos» alrededor
de la ciudad, o que tampoco podían controlar «el aumento permanente
del peligro para la seguridad pública»71.
A la luz de los recientes eventos en Haití, la plaga de rebeliones
esclavas que asoló las plantaciones era igual de preocupante. Las auto-
ridades portorriqueñas descubrieron conspiraciones esclavas en 1812,
1821 y 1825, todas ellas frustradas antes de estallar72. En Cuba, cons-
piraciones similares en 1812, 1825 y 1843 fructificaron, y produjeron
alzamientos coordinados en múltiples plantaciones en La Habana,
Matanzas y otras provincias. Numerosos levantamientos más peque-
ños tuvieron lugar en plantaciones concretas. La Comisión Militar

69. Cita de Castellanos y Castellanos, Negro en Cuba, 206. Sobre palenques y


comunidades de fugitivos, ver también 200-211; La Rosa Corzo, Palenques del oriente;
Paquette, Sugar Is Made, 73-74; Bergad, Cuban Rural Society, 83.
70. Reis, Slave Rebellion, 41; Schwartz, Sugar Plantations, 479.
71. Citas de Gomes, Histórias de quilombolas, 52; Conrad, Children of God’s Fire,
383; ver también Holloway, Policing Rio de Janeiro, 35; Karasch, Slave Life, 311. Sobre
la proliferación de quilombos en Brasil durante este período, ver Reis y Gomes, Liber-
dade por um fio, 263-498 pássim.
72. Baralt, Esclavos rebeldes, 21-67; Díaz Soler, Historia de la esclavitud, 213-215.
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130 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

Ejecutiva de la isla informó e investigó sobre 89 de estas rebeliones


entre 1825 y 1850; muchas otras revueltas ni siquiera fueron registra-
das73.
En Brasil, los esclavos africanos de Bahía hicieron su propia guerra
para acabar con la esclavitud74. Después de las revueltas iniciales en
1809, 1814 y 1816, llevaron a cabo alzamientos mayores entre 1822 y
1830, y en 1835 hicieron temblar los cimientos de Salvador con la
mayor rebelión de esclavos urbanos en la historia de Brasil75. Las
décadas de 1820 y 1830 fueron igualmente agitadas en las plantaciones
cafeteras y azucareras del Sudeste del país. Ya en la década de 1810, los
plantadores de la región de Campinas, en São Paulo, expresaban a los
funcionarios reales que vivían «temiendo cada día un asalto o una
invasión de nuestros esclavos». En las zonas de plantación de la pro-
vincia se descubrieron conspiraciones esclavas en 1825, 1830, 1831 y
1832. El malestar de los plantadores de São Paulo creció después de la
rebelión de 1835 en Bahía, y siguió haciéndolo en 1838 ante el alza-
miento de varios cientos de esclavos de plantación de la región de Vas-
souras, en Río de Janeiro. Ambos eventos combinados agravaron su
desasosiego: se hallaban «siempre sobresaltados y temerosos de que
de repente se dé una sublevación de esclavos», como observaba un
grupo de plantadores de azúcar de Campinas en 183876.
Simultáneamente a las rebeliones esclavas de la década de 1830 se dio
una oleada de revueltas provinciales en el Nordeste: la Guerra de los
Cabanos en Pernambuco y Alagoas (1832-1835), la revuelta de la Caba-
nagem en Pará (1835-1840), la Sabinada en Bahía (1837-1838), y la
Balaiada en Maranhão (1835-1840). En cada una de estas rebeliones las
elites provinciales, que buscaban una mayor autonomía del gobierno
central, lideraron alzamientos a los que se adhirieron casi inmediata-
mente líderes y combatientes de clases bajas o medias-bajas, muchos de
ellos afrobrasileños, para acabar liderándolas. En las cuatro provincias,
los esclavos aprovecharon la confusión reinante para alzarse contra la
esclavitud, ya fuera como parte de los propios alzamientos o —como en
la América española veinte años antes— luchando sus propias «guerras

73. Castellanos y Castellanos, Negro en Cuba, 186-187.


74. Schwartz, Sugar Plantations, 468-488.
75. Reis, Slave Rebellion.
76. Queiroz, Escravidão negro, 57-58, 162-165, 176-182, 207-232; Gomes, Histó-
rias de quilombolas.
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LAS GUERRAS POR LA LIBERTA D, 1810-1890 131

independientes». Y en todas las rebeliones, ellos fueron el elemento más


comprometido y más duradero de las fuerzas rebeldes.
En Maranhão, durante el año final de la rebelión de la Balaiada, el
núcleo del ejército rebelde era una columna de unos 3.000 esclavos
huidos provenientes de las plantaciones y los quilombos de la provin-
cia. Las tropas del gobierno recibieron la orden de capturar a estos
esclavos vivos para que pudieran ser devueltos a sus dueños, pero la
ferocidad de la resistencia esclava hizo esto imposible. Sólo pudieron
ser derrotados con grandes pérdidas para el gobierno y los rebeldes, y
muchos de los huidos consiguieron evitar que les capturaran. Unos
800 de ellos huyeron de la provincia hacia el oeste, a la provincia de
Goiás, en donde establecieron nuevos asentamientos. Otros se queda-
ron en Maranhão y formaron nuevos quilombos donde, en la década
de 1850, las fuerzas gubernamentales capturaron numerosos vetera-
nos de la Balaiada, que habían estado en libertad durante una década o
más77.
Los esclavos rebeldes también rechazaron rendirse en Pernambu-
co. Cuando los rebeldes indígenas y negros libres decidieron aceptar
una amnistía general del gobierno en 1835, los esclavos que había
entre ellos, sabiendo que serían enviados de nuevo a sus anteriores
plantaciones, se negaron a ello. En lugar de hacerlo huyeron al norte,
a Alagoas, el lugar en donde en el siglo XVII había estado el quilombo
de Palmares. Allí construyeron nuevos reductos desde los que conti-
nuaron la insurrección; en un momento dado incluso invadieron y
ocuparon brevemente la capital provincial de Maceió. No fue hasta
1850, unos 18 años después de que se desencadenara la rebelión origi-
nal, cuando las fuerzas del gobierno fueron finalmente capaces de ras-
trear y destruir los últimos remanentes del alzamiento78.
Estas rebeliones provinciales eran parecidas a las guerras civiles
que convulsionaron a la América hispánica en la misma época, y crea-
ron el mismo tipo de oportunidades para que los esclavos pudieran
escapar de las plantaciones y luchar por su libertad. Pero en Brasil esta
violencia civil no llevó a la emancipación por dos razones. En primer

77. Santos, Balaiada, 66-68.


78. Lindoso, Utópia armada, 422-426. Sobre las campañas del gobierno contra qui-
lombos igualmente longevos en Pará, algunos surgidos durante la Cabanagem de 1835-
1840, y otros hasta treinta o cuarenta años antes, ver Conrad, Children of God’s Fire,
389-391.
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132 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

lugar, en Brasil un gobierno central más fuerte y consolidado fue


capaz de derrotar a las fuerzas rebeldes y mantener el orden esclavis-
ta. En segundo lugar, los mismos rebeldes demostraron poco interés
en liberar a los esclavos; la mayoría, incluyendo el liderato de negros y
mulatos libres, se oponían activamente a esa idea. Los rebeldes de
Maranhão eximieron específicamente a los esclavos de su llamada a la
insurrección popular. Los rebeldes bahianos, temiendo una repetición
de los alzamientos esclavos de 1835, eran también reacios a admitir
esclavos en sus filas. Los insurgentes de Pará incluso reprimieron una
insurrección esclava en territorio bajo su control79. A medida que la
presión de las fuerzas gubernamentales atenazaba a las fuerzas rebel-
des, algunas aceptaron a los esclavos en sus filas. Pero sólo los rebeldes
bahianos incluyeron en su programa la abolición general, y lo hicieron
sólo durante los últimos y desesperados días de la rebelión. Un detalle
muy expresivo es que su decreto de emancipación sólo afectó a los
esclavos nacidos en Brasil, limitación que también estuvo presente en
su aceptación del alistamiento de esclavos. Los africanos seguirían
sometidos a las cadenas80.
En Brasil, la expansión continua de la importación de esclavos
durante los inicios del siglo XIX intensificó los conflictos y divisiones
de una sociedad esclavista: los conflictos entre esclavos y amos, ricos
y pobres, negros y blancos, y africanos y brasileños. Estas divisiones
contribuyeron en no poca medida al fracaso de todas las revueltas de
ese siglo. Las rebeliones esclavas casi no recibieron apoyo de las
poblaciones libres, ni siquiera de los esclavos criollos, quienes guarda-
ron clara distancia entre ellos y los africanos, más dispuestos al alza-
miento. Las revueltas regionales, por su parte, tropezaron invariable-
mente con las divisiones entre las elites terratenientes y los pobres
urbanos y rurales, así como con las divisiones, de nuevo, entre brasile-
ños pobres nacidos libres, tanto blancos como negros, y esclavos afri-
canos. La esclavitud de plantación generó en Brasil explosivas presio-
nes sociales y políticas que estallaron repetidamente entre 1800 y
1850, pero al mismo tiempo desarticuló esas presiones, al dividir a las
poblaciones libres y esclavas en grupos mutuamente antagonistas.

79. Santos, Balaiada, 90-91; Souza, Sabinada, 144; Chiavenato, Cabanagem, 123-
133.
80. Kraay, «“As Terrifying as Unexpected”», 518; Souza, Sabinada, 146-151.
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LAS GUERRAS POR LA LIBERTA D, 1810-1890 133

Esos grupos resultaron ser incapaces de unirse para hacer frente a las
fuerzas que los oprimían. En consecuencia, la autoridad central preva-
leció en todos los desórdenes civiles de la época, la esclavitud se man-
tuvo vigente, y en la década de 1840 se importaron más esclavos a Bra-
sil que en cualquier década anterior de la historia del país (con la única
excepción de la de 1820).
Un mayor comercio de esclavos también incrementó las tensiones
y conflictos sociales en Cuba, incluyendo al nivel de la elite. Durante
la primera mitad del siglo, las elites cubanas permanecieron leales a
España, en buena medida por su miedo a la población esclava. Sin
embargo, no todos los plantadores prosperaron a partir de esta lealtad.
Mientras las plantaciones azucareras del occidente de la isla se expan-
dían y se multiplicaban, los pequeños productores de café, tabaco y
azúcar en la Cuba oriental quedaron más y más rezagados, y aparta-
dos de la competición por los mercados, el capital y los esclavos. En
1868, aguijoneados por la imposición de nuevos impuestos por parte
de España y por su rechazo a conceder a la isla mayores cuotas de
auto-gobierno, los representantes de estas elites orientales declararon
la independencia de Cuba y lanzaron una insurrección armada contra
el dominio español.
Desde el inicio de la Guerra de los Diez Años (1868-1878), la escla-
vitud, y el papel a desempeñar por los esclavos en la insurrección, fue
una cuestión central en la lucha por la independencia cubana, de la mis-
ma manera que lo había sido 60 años antes en la Sudamérica española.
De hecho, dada la presencia masiva de esclavos en la isla —370.000 en
1861, un cuarto de la población total— la esclavitud era un tema más
candente en Cuba de lo que lo había sido en cualquier lugar del conti-
nente. El gobierno rebelde intentó inicialmente retener el apoyo de los
propietarios de esclavos retrasando su decisión sobre la abolición has-
ta después de que se hubiera conquistado la independencia. Pero
durante el primer año, bajo la presión de los abolicionistas del movi-
miento rebelde (muchos de ellos negros y mulatos libres), y buscando
el apoyo de Estados Unidos, el gobierno rebelde decretó la emancipa-
ción total e inmediata. Sin ningún deseo de acabar con la esclavitud,
pero consciente de la necesidad de retener la obediencia de los esclavos
en la porción occidental de la isla, controlada por los españoles, Espa-
ña reaccionó en 1870 con un edicto de Vientre Libre, la ley Moret. Bajo
esta ley, los niños que nacieran de madre esclava después de septiembre
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134 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

de 1868 servirían a sus amos hasta la edad de 22 años, momento en el


que se convertirían en libres81.
Mientras tanto, los esclavos llevaban a cabo sus propias iniciativas.
En la parte oriental de Cuba, escenario de la mayoría de los enfrenta-
mientos armados, se aprovecharon del desorden creado por la guerra
para huir de las plantaciones. Al principio, el gobierno rebelde inten-
tó mantener a los libertos trabajando exigiéndoles la firma de contra-
tos laborales con empresarios locales. Pero la resistencia continuada a
cumplir estas leyes por parte de de los libertos, y la falta de interés de
los comandantes rebeldes, muchos de ellos afrocubanos, en aplicarlas,
llevó a su derogación a finales de 1870.
Igual que en la América española continental 60 años antes, las
condiciones de la guerra «llevaron a un colapso de los viejos mecanis-
mos de control en las plantaciones» y a la negociación de nuevos siste-
mas de trabajo. Esto no aconteció de igual manera en Matanzas y La
Habana, donde, como aconteció en la década de 1810, los plantadores
temían una posible rebelión esclava, y por ello permanecieron fieles a
España. Las fuerzas españolas mantuvieron el control del campo. Aun
así, en las plantaciones occidentales hubo «un cambio sustancial en la
disciplina en la plantación. Los esclavos se autoafirmaron», y cuando
las fuerzas rebeldes invadieron las provincias occidentales en 1875, las
huidas y la desobediencia se incrementaron cuantiosamente82.
Muchos esclavos huyeron de las zonas de guerra para crear comu-
nidades de fugitivos en las montañas y bosques de la provincia de
Oriente, miles se unieron a los ejércitos rebeldes. Al hacerlo, dieron
argumentos para los propagandistas españoles que presentaban la
lucha de independencia como un conflicto entre lealistas blancos
luchando por la civilización europea y rebeldes africanos promovien-
do el salvajismo y la barbarie. Esta propaganda dio en el blanco: cuan-
do la guerra estaba empantanada y sin vencedor a mediados de la déca-
da de 1870, los criollos blancos retiraron progresivamente su apoyo a
la insurrección, haciendo de las caracterizaciones españolas sobre el
ejército de independencia una profecía que se cumplió a sí misma83.

81. La ley también liberaba a los esclavos de 60 o más años. Scott, Slave Emancipa-
tion, 45-83; Ferrer, Insurgent Cuba, 15-28.
82. Citas de Scott, Slave Emancipation, 55; Bergad, Cuban Rural Society, 185; ver
también Scott, Slave Emancipation, 45-62; Bergad, Cuban Rural Society, 183-189.
83. Ferrer, Insurgent Cuba, 47-67; Helg, Our Rightful Share, 49-51, 78-80.
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LAS GUERRAS POR LA LIBERTA D, 1810-1890 135

Frente a una fuerza española netamente mayor y un apoyo en


declive entre la población blanca, los rebeldes depusieron las armas en
1878. A su vez, España accedió a conceder la libertad a todos los escla-
vos que habían servido en el ejército rebelde, reconociendo que, en
palabras de un comandante español, mandar de vuelta a las plantacio-
nes a soldados veteranos que habían luchado como hombres libres
sembraría «las semillas de la discordia y un mayor deseo de emanci-
parse» entre los que se quedaron en ellas. Para los demás libertos el
decreto rebelde de abolición fue derogado, y los que no habían lucha-
do en el ejército volvieron a la esclavitud. El afrocubano Antonio
Maceo, comandante en jefe de las fuerzas rebeldes, protestó amarga-
mente por esta medida, igual que muchos otros oficiales negros y
mulatos y, por supuesto, los libertos. El comandante español en
Oriente informaba de que los antiguos libertos se habían embarcado
en una «resistencia pasiva al trabajo» y rechazaban obedecer las órde-
nes o hacían caso omiso de los capataces. «Quieren su libertad, como
los convenidos», los que fueron liberados a través del servicio mili-
tar84.
Un año después, en 1879, las fuerzas rebeldes de la provincia de
Oriente se alzaron en una segunda rebelión por la independencia, la
Guerra Chiquita. Esas fuerzas y los que las lideraban eran aun más
afrocubanos en su composición que los rebeldes de 1868; la ira contra
la reinstitución de la esclavitud era uno de los principales motivos de
la rebelión85. Los esclavos de las provincias orientales huyeron de las
plantaciones en números incluso mayores que durante la Guerra de
los Diez Años, forzando a los plantadores a una concesión sin prece-
dentes: a cambio del compromiso por parte de los esclavos de volver
al trabajo, los dueños les prometieron liberarlos en el plazo de cuatro
años, y pagarles salarios en el ínterin. Una versión revisada de esta ini-
ciativa de los plantadores fue confirmada por el Parlamento español,
en forma de ley emitida en 1880 que prometía la emancipación final en
1888, con salarios y mejores condiciones de trabajo mientras ese
momento llegaba.
En acciones que recuerdan a la respuesta de los esclavos a la Ins-
trucción de 1789, cien años antes, los esclavos cubanos bombardearon

84. Scott, Slave Emancipation, 113, 115.


85. Ferrer, Insurgent Cuba, 70-89.
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136 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

a los funcionarios españoles con demandas legales, peticiones y pleitos


para garantizar el cumplimiento de los derechos y condiciones fijados
en la ley de 1880. A medida que la fecha final de la emancipación se
acercaba, y su valor en el mercado se desplomaba, muchos esclavos
aceleraron el proceso de emancipación adquiriendo su libertad a pre-
cios regateados. En otros casos, dueños a los que ya no les interesaba
el cumplimiento de unos derechos de propiedad que muy pronto no
tendrían ningún valor, desistieron en sus esfuerzos de intentar contro-
lar a los esclavos y simplemente renunciaron a ellos. Hacia 1886, el
número de esclavos que todavía seguían en poder de sus propietarios
había caído hasta alcanzar los 25.000, siendo 200.000 sólo diez años
antes. Frente a la rápida desintegración de la esclavitud, la Corona
española intervino en 1886 con un decreto de emancipación final86.
En Cuba la guerra, y la respuesta esclava a ella, pusieron fin a la
esclavitud de un modo muy similar al resto de colonias españolas.
Hubo dos principales diferencias, sin embargo, entre la experiencia
cubana y la del resto de la América española, dos diferencias que pue-
den ser atribuidas al mayor tamaño e importancia de la esclavitud en
Cuba. La primera diferencia fue el retraso de 60 años en la decisión de
luchar por la independencia, un retraso causado por el miedo que las
elites tenían a que se diera una revolución esclava como la de Haití.
Estos miedos son también parcialmente responsables de la segunda
diferencia entre Cuba y el continente: en el continente, los rebeldes
ganaron finalmente sus guerras, mientras que en Cuba las perdieron.
Los rebeldes cubanos perdieron la Guerra de los Diez Años y lue-
go la Guerra Chiquita en parte por la superioridad de las fuerzas espa-
ñolas. En la década de 1810 España había tenido que luchar a lo largo
y ancho de todo un continente, en múltiples frentes y contra oponen-
tes numerosos y muy dispersos. En la década de 1870 Cuba era el úni-
co oponente, en el que podía concentrar todas sus fuerzas. Los
comandantes rebeldes creyeron que había una manera de contrarres-
tar esas fuerzas: invadir la parte occidental de la isla, donde vivía el
grueso de la población esclava, liberarlos a todos y llevarlos a asaltar
los centros del poder español (las plantaciones azucareras y la capital,
La Habana). La comandancia rebelde, en la que se hallaban el revolu-
cionario dominicano Máximo Gómez y el afrocubano Antonio

86. Scott, Slave Emancipation, 111-197.


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LAS GUERRAS POR LA LIBERTA D, 1810-1890 137

Maceo, se decantó repetidamente por esta opción. El gobierno civil


provisional, compuesto casi enteramente por terratenientes, la recha-
zó reiteradamente. Éstos temían que liberar a los esclavos y destruir
las plantaciones transformaría a Cuba en otro Haití, una conclusión
de la que la propaganda española se apropió sin miramientos. Así,
excepto una pequeña incursión en la parte occidental de la isla en 1875,
el miedo hacia una insurrección esclava mantuvo a las fuerzas rebeldes
confinadas a la mitad oriental de la isla. Los centros del poder español
en el oeste siguieron intactos, y los rebeldes perdieron la guerra87.
A pesar de estas diferencias entre las guerras de independencia en
Cuba y en Sudamérica, en el tema de la esclavitud tuvieron práctica-
mente el mismo resultado: la apertura de nuevas oportunidades para
los esclavos en su búsqueda de la libertad, así como el desgaste de la
institución peculiar hasta el punto de que, ocho años después del fin
de la Guerra de los Diez Años, la esclavitud terminó88.
Únicamente en Brasil la guerra no desempeñó un rol prominente en
la liberación de los esclavos. El primer paso en el proceso fue el fin del
comercio de esclavos africanos, en 185089. La eliminación de la trata
puso en marcha una cadena de consecuencias. Sin nuevos contingentes
de africanos entrando en el país, la población esclava declinó a un rit-
mo de entre un 1 y un 2% por año entre 1850 y los últimos 188090. Su
cantidad todavía era sustancial —1,5 millones en 1872, el año del pri-
mer censo nacional— pero ya no eran suficientes para satisfacer la
demanda de trabajadores de las plantaciones, granjas y estancias, y de
los pueblos y ciudades del país. El resultado de este déficit fue el creci-

87. Ferrer, Insurgent Cuba, 58-59; Pérez, Cuba, 124.


88. La Guerra de Independencia de Cuba también puso fin a la esclavitud en Puer-
to Rico. El levantamiento independentista de Puerto Rico en 1868, programado para
coincidir con el de Cuba, fue inmediatamente sofocado por fuerzas españolas. No obs-
tante, la ley Moret de 1870 se aplicó en Puerto Rico, además de en Cuba. Respondien-
do a la presión de los abolicionistas españoles y portorriqueños, las Cortes españolas
abolieron la esclavitud en la isla en 1873. Los propietarios de esclavos fueron indemni-
zados con 200 pesos por cada esclavo liberado, y a los libertos se les requirió trabajar
durante tres años más para sus antiguos dueños (Díaz Soler, Historia de la esclavitud,
289-348; Schmidt-Nowara, Empire and Antislavery, 126-160).
89. El Parlamento brasileño aprobó esta medida bajo una intense presión diplomá-
tica y militar por parte de Gran Bretaña. Ver Bethell, Abolition, 327-350; Needell,
«Abolition».
90. Slenes, «Demography and Economics», 365.
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138 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

miento de un tráfico interno de esclavos en Brasil, en el que los escla-


vos eran transportados desde áreas de menor demanda de ellos a áreas
de mayor demanda. En la práctica, esto significó la transferencia de
esclavos de áreas urbanas a las zonas de plantación; y a medida que el
cultivo de café en las provincias del sureste continuó expandiéndose y
la producción azucarera nordestina siguió estancada, los esclavos eran
llevados hacia el sur en un vigoroso tráfico interprovincial91.
Este comercio interno se aceleró durante la década de 1860 y alcan-
zó su punto álgido durante la de 1870. Su destino principal eran las
zonas de plantación de São Paulo y Río de Janeiro, donde los planta-
dores y los funcionarios gubernamentales observaron un notable
incremento de la violencia esclava, tanto contra otros esclavos como
contra los propietarios y capataces. En 1878, en su informe anual al
emperador, el gobernador de São Paulo ponía de relieve «un hecho
gravísimo», «la frecuencia de los crímenes [de los esclavos] contra los
propietarios de tierras o sus subordinados». En Río de Janeiro, 800
plantadores enviaron a su gobernador una petición sobre el mismo
tema, observando que «la situación de los establecimientos rurales
está profundamente movida y alterada, rotos los lazos de la disciplina
y enteramente quebrados el prestigio y fuerza moral de los propieta-
rios de esclavos»92.
Los plantadores del sudeste atribuyeron el aumento de las tensio-
nes en las grandes propiedades a «negros malos venidos del Norte», y
acusaron a los dueños de esclavos norteños de haber hecho liquida-
ción de los trabajadores más difíciles y alienados93. Quizá haya algo de
verdad en esto, pero una explicación más plausible es la disrupción en
la vida de los esclavos causada por el comercio interno. Esclavos acos-
tumbrados a las condiciones de vida más abiertas y libres de la vida
urbana eran forzados ahora a incorporarse a las duras condiciones del
trabajo de plantación, y los esclavos que habían crecido en el norte y
el nordeste eran arrancados de sus entornos familiares y vendidos para
ser llevados lejos de sus familias y sus amigos. Es poco sorprendente,

91. Sobre el tráfico interprovincial, ver Slenes, «Demography and Economics»,


120-178, 594-686; Klein, Middle Passage, 95-120; Conrad, World of Sorrow, 171-192.
92. Queiroz, Escravidão negra, 146; Gomes, Histórias de quilombolas, 333. Sobre
el incremento de los crímenes entre esclavos en este período, ver Queiroz, Escravidão
negra, 144-162; Machado, Crime e escravidão.
93. Azevedo, Onda negra, 111-125.
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LAS GUERRAS POR LA LIBERTA D, 1810-1890 139

pues, que los esclavos respondieran a la violencia que estos cambios


entrañaban con su propia violencia94.
Al mismo tiempo, la resistencia esclava en las décadas de 1860 y
1870 presentaba diferencias claras con la que los esclavos habían lleva-
do a cabo en las primeras décadas del siglo. En 1872 la población
esclava era nacida en Brasil en más del 90%, e incluso los relativamen-
te pocos africanos que había en el país habían vivido en él durante
veinte años o más. Los esclavos estaban familiarizados con la ley, la
cultura, la política y las regulaciones y procedimientos oficiales que
reglamentaban la esclavitud en Brasil. Eran más propensos a apelar a
la ley en defensa de sus derechos, e incluso a obtener la libertad, como
hicieron cientos de ellos en São Paulo durante las décadas de 1860 y
1870, cuando probaron que habían sido traídos ilegalmente a Brasil
desde el continente africano algunas décadas antes (en violación de los
tratados antiesclavistas con Gran Bretaña)95.
Los cambios en la ley, y la mayor habilidad de los esclavos criollos
en sacar provecho de esos cambios, produjeron algunos fenómenos
nuevos y sorprendentes en la delincuencia esclava. En etapas anteriores
del siglo, cuando los esclavos atacaban a los amos o a los capataces,
invariablemente huían a los bosques en un esfuerzo para escapar. Aho-
ra, como observaba el gobernador de São Paulo en 1878, los esclavos
que habían atacado a sus amos «ni se esconden ni ocultan las pruebas
de su crimen; plácidos y tranquilos buscan a la autoridad y vienen a
ofrecerse a la venganza de la ley», convencidos, como uno de estos gru-
pos de esclavos argumentaban en un caso de asesinato en 1861, de «que
la justicia estaba de su lado»96. Los esclavos de buena gana se ponían en
manos de la policía, «explicando todos los hechos del caso con la más
admirable sangre fría», como un periódico de Río de Janeiro informa-
ba en 1882, después de una revuelta esclava cerca de Campinas, en la
provincia de São Paulo. En este caso, como en otros, los esclavos justi-
ficaron sus acciones violentas como el único medio de defenderse con-
tra los amos y los capataces violentos. Algunos incluso fueron más
lejos, afirmando que los abusos de los propietarios deberían traducirse
en la libertad de los esclavos, como compensación por su sufrimiento.

94. Chalhoub, Visões da liberdade, 43-79; Castro, Das cores do silêncio, 119-134.
95. Andrews, Blacks and Whites, 35.
96. Queiroz, Escravidão negro, 155-156.
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140 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

De hecho, esta disposición estaba presente en las leyes romanas, portu-


guesas y brasileñas que regulaban la esclavitud, pero siempre quedó
virtualmente sin efecto. ¿De dónde entonces, preguntaba otro diario de
Río en 1882, «han obtenido [los esclavos] estas ideas de emancipación
y gobierno? Y quizá no sea mala idea preguntarse cuán lejos se han
extendido estas ideas entre los esclavos»97.
Lo cierto es que se habían extendido mucho, concluyó un comité
de plantadores de São Paulo en 1871. Reunidos para considerar un
caso en el que un esclavo había asesinado a su amo y había intentado
luego justificar su acto alegando que «él no sabía por qué tenía que tra-
bajar toda su vida para el beneficio exclusivo de un hombre que era su
igual», los plantadores se centraron en el hecho de que los esclavos
eran ahora abrumadoramente autóctonos:

Estos [esclavos], nacidos entre nosotros y por consiguiente compartiendo


nuestra índole y costumbres, y dotados de una esfera intelectual mucho
más dilatada que de sus primitivos troncos, tienden a tener aspiraciones
compatibles con su desarrollo, y por tanto a liberarse de aquella submi-
sión pasiva de los [esclavos africanos]. Su comunión íntima con la pobla-
ción libre..., y su naturaleza racial mezclada, los volvió un tipo intermedio
entre las razas africana y latina, y los dotó con una capacidad de discutir el
derecho de propiedad que la ley impone sobre ellos y de cuestionar la legi-
timidad y el orden de ese derecho98.

Viviendo en un sistema parlamentario electoral, los esclavos crio-


llos «habían adoptado la retórica del igualitarismo y la ciudadanía», y
la usaban para fundamentar sus quejas y aspiraciones99. Esta retórica
llevó al cuestionamiento de la propia esclavitud, un cuestionamiento
promovido por el movimiento abolicionista brasileño, pequeño pero
activo. Bajo la presión de ese movimiento, del emperador Don Pedro
II, y de los acontecimientos recientes en Estados Unidos (la abolición
de la esclavitud en 1865) y Cuba (la ley Moret de 1870), el Parlamento
brasileño finalmente promulgó su propia ley de Vientre Libre en 1871.

97. Citas de Conrad, Destruction of Brazilian Slavery, 185. Sobre asaltos de escla-
vos en las décadas de 1860 y 1870, y sus apelaciones a la policía y los magistrados, ver
Queiroz, Escravidão negra, 144-162; Azevedo, Onda negra, 180-199.
98. Slenes, «Demography and Economics», 550.
99. Dean, Rio Claro, 127.
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LAS GUERRAS POR LA LIBERTA D, 1810-1890 141

Como en toda América Latina, esta ley propició la extinción final de


la esclavitud. Pero a diferencia del resto de Latinoamérica, la paz y la
estabilidad política siguieron reinando en Brasil, reduciendo conside-
rablemente las oportunidades para que los esclavos pudieran socavar
la institución peculiar por vía de la huida y unión a ejércitos rebeldes
o grupos de guerrilleros. En ausencia de tales presiones, quizá los bra-
sileños hubieran continuado teniendo esclavos en cantidades signifi-
cativas hasta 1920 o 1930, y puede que la esclavitud no hubiera des-
aparecido del país hasta las décadas de 1950 o 1960.
Las expectativas para la abolición final se redujeron aún más por la
Reforma Electoral de 1881, que reforzó el control de los terratenien-
tes sobre las elecciones al acortar el número de brasileños que podían
votar, de algo más de 1 millón a 150.000100. Frente a la imposibilidad
de alcanzar la emancipación final por medios parlamentarios, los abo-
licionistas se desplazaron hacia fuera del sistema político y legal, e ini-
ciaron campañas de desobediencia civil y rebeldía contra las leyes que
regulaban la esclavitud. En el estado nordestino de Ceará, los trabaja-
dores negros del puerto, bajo el liderato de los ex-esclavos Francisco
do Nascimento y José Napoleão, organizaron paros en el trabajo y
rechazaron cargar esclavos en naves destinadas a las zonas cafeteras
del sudeste. En respuesta a su campaña, la esclavitud fue abolida en la
provincia en 1884. Mientras, los abolicionistas radicales —liderados
en São Paulo por el aristócrata blanco Antônio Bento, en Río de Janei-
ro por el periodista afrobrasileño José do Patrocínio, y en Bahía por el
médico afrobrasileño Luis Anselmo da Fonseca— organizaron redes
de activistas y agitadores para recorrer el campo, animando a los
esclavos a huir de las plantaciones. Aquí se presentó finalmente la
oportunidad que los esclavos esperaban, e inmediatamente la aprove-
charon. A finales de 1887 unos 10.000 fugitivos habían recorrido el
camino que llevaba de las plantaciones de café de São Paulo al gigan-
tesco quilombo de Jabaquará, en las afueras de la ciudad portuaria de
Santos. Otros hallaron refugio en la capital del estado o en quilombos
más pequeños y diseminados por la provincia. Durante los primeros
meses de 1888, las fugas en masa se extendieron a Río de Janeiro,
Minas Gerais, Paraná y Bahía101.

100. Graham, Patronage and Politics, 183-206.


101. Conrad, Destruction of Brazilian Slavery, 245-257; Toplin, Abolition of Sla-
very, 203-224; Graden, «Emancipation in Brazil».
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142 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

El 13 de mayo de 1888, cuando el Parlamento aprobó y la princesa


regente Isabel firmó la Ley Áurea, que acababa finalmente con la
esclavitud brasileña, la institución ya se había colapsado en la mayor
parte del país. «La esclavitud acabó porque el esclavo ya no quiso más
ser esclavo, porque el esclavo se rebeló contra su señor y contra la ley
que lo esclavizaba», observaba el periódico de São Paulo Rebate diez
años después del acontecimiento, en 1898. «La ley del 13 de mayo no
fue más que la sanción legal —para que la autoridad pública no fuese
desautorizada— de un acto que ya estaba consumado por la revuelta
en masa de los esclavos»102.

***

Tal y como en la América española, la esclavitud brasileña fue abo-


lida en gran parte por los propios esclavos. Pero aunque apuntaba
correctamente hacia «la revuelta en masa de los esclavos» como causa
principal de la abolición, Rebate encubría el hecho de que tales revuel-
tas habían ocurrido regularmente durante la historia brasileña, y con
mucha mayor intensidad durante los inicios del siglo XIX, por ejem-
plo, que en la década de 1880. Sin embargo, ninguna de esas revueltas
anteriores produjo un debilitamiento de las cadenas de la esclavitud.
Al contrario: todas fueron sofocadas y habitualmente dieron como
resultado un reforzamiento de la vigilancia de los propietarios y del
Estado sobre la población esclava, sin mencionar el brutal castigo para
los líderes rebeldes.
Estrechamente vigiladas, militarmente dominadas y divididas inter-
namente por las diferencias entre los esclavos criollos y africanos, así
como por los diferentes grupos étnicos africanos, las poblaciones escla-
vas latinoamericanas no tenían esperanzas de derrocar a la esclavitud
por sí mismas. Sólo en Brasil y Cuba sus números eran lo suficiente-
mente grandes como para plantearse la posibilidad de una revuelta
esclava exitosa. Pero después de la experiencia de Haití, fue el tamaño de
esas poblaciones lo que reforzó la resolución de los gobiernos y los
amos de prevenir cualquier conato de inicio de una revuelta así.

102. Andrews, Blacks and Whites, 40. La abolición fue «una victoria del pueblo y,
podríamos añadir, una conquista de los negros libres y los esclavos» (Costa, Abolição, 94).
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LAS GUERRAS POR LA LIBERTA D, 1810-1890 143

Los esclavos no podían esperar vencer a la esclavitud hasta que algu-


na crisis política rompiera la unidad de las elites gobernantes y generara
oportunidades para que pudieran luchar por la libertad. En la América
española, esa crisis fue la de las guerras de independencia, las cuales
recortaron la capacidad de los amos para controlar a sus esclavos, a la vez
que forzaban a la Corona española y a los rebeldes a una puja por el apo-
yo político y militar de los esclavos (y de los negros y mulatos libres). Las
guerras se produjeron por cuestiones de soberanía nacional, y la con-
quista de esa soberanía fue ciertamente su consecuencia política más
importante. Pero a consecuencia del regateo político y la iniciativa escla-
va también tuvieron consecuencias sociales inesperadas y trascendenta-
les: el fin del tráfico de esclavos africanos y la emancipación final.
En Brasil, la cuestión de la soberanía nacional fue negociada exito-
samente y de un modo que reforzó la esclavitud, en lugar de debilitar-
la. La crisis política que permitió a los esclavos escapar del cautiverio
en este país fue así de un carácter bastante diferente, y centrada direc-
tamente en la propia esclavitud. Durante la primera mitad del siglo, los
blancos y los negros y mulatos libres de Brasil se habían mostrado
activamente contrarios a las rebeliones de los esclavos africanos, y
habían proporcionado poco o ningún apoyo a los esfuerzos emanci-
padores de los esclavos. Pero después de 1860, conforme la población
esclava pasó a ser menos africana y más brasileña, los abolicionistas
blancos y negros se mostraron más dispuestos a unirse a los esclavos
en su lucha común contra la esclavitud. Fue la alianza entre estos dos
grupos lo que hizo posible la «revuelta de masas» de 1887-1888.
Una alianza multirracial y multiclasista como ésta, que unía a negros
y blancos, y a gente libre y gente esclava, difícilmente podía preverse
teniendo en cuenta la historia centenaria de la esclavitud en Brasil. Y aun
así, sucedió. También lo hicieron algunos movimientos de independen-
cia multirraciales y multiclasistas en la América española, movimientos
que, después de una década o más de luchas, derrotaron finalmente al
colonialismo español. Al tomar parte en esos movimientos y alianzas,
los esclavos latinoamericanos no sólo ganaron su libertad, sino que tam-
bién se unieron a la tarea de construir nuevas repúblicas basadas en los
principios de la soberanía popular y el igualitarismo racial. Hacia esa
historia dirigimos ahora nuestra mirada.
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CAPÍTULO 3
«L OS NEGROS , NUEVOS CIUDADANOS »
La política de la libertad, 1810-1890

E
n marzo de 1888, mientras el último sistema esclavista de Amé-
rica se colapsaba en medio de la huida masiva de los esclavos
brasileños, un periódico de la provincia de Río de Janeiro
publicaba un poema satírico sobre los esfuerzos de un plantador para
contratar a libertos recién liberados para trabajar en su plantación.

Fui a buscar negros a la ciudad


Que se quisieran alquilar.
Hablé con esta humildad:
«—Negros, ¿quieren trabajar?»
Me miraron de soslayo,
Y uno de ellos, feo y lisiado,
Me respondió jadeando y sin resuello:
«Ya no hay negros, no:
Hoy todos somos ciudadanos.
Que vayan los blancos a trabajar en los campos»1.

Pese a ser ésta una visión de las negociaciones de la post-emancipa-


ción desde la perspectiva de los antiguos dueños de esclavos, expresa
las esperanzas de los afrodescendientes acerca de los cambios que tra-
jo la emancipación.
El que escribió el poema no deja dudas acerca del daño que la escla-
vitud hizo a los esclavos: menciona la condición de lisiado del liberto,

1. Citado en Castro, Das cores do silêncio, 275.


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146 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

su respiración difícil. El autor también remarca sus propios esfuerzos


para tener un comportamiento correcto y «humilde», pero después
contradice sus intenciones al denotar, en primer lugar, que él buscaba
trabajadores «que se quisieran alquilar», una expresión tomada direc-
tamente de la esclavitud y, en segundo lugar, que se dirigía a ellos como
«negros», un término que en el Brasil colonial y decimonónico era
sinónimo de esclavos. El plantador todavía actuaba con la mentalidad
y las nociones de la esclavitud, lo que significaba que sus esfuerzos para
contratar trabajadores para reemplazar a sus antiguos esclavos estaban
destinados a fracasar. La gente a la que se dirigía empleaba ahora un
nuevo conjunto de conceptos. «Ya no hay negros, no»; o sea, ya no hay
esclavos. «Hoy todos somos ciudadanos». ¿Quería decir que todos los
negros eran ciudadanos? O bien, una posibilidad todavía más intrigan-
te, ¿quería decir que todos ellos, todos los brasileños, tanto plantado-
res como ex-esclavos, eran ciudadanos, y por lo tanto iguales?

Figura 3.1. «Fui a buscar negros en la ciudad...» Bahía, ca. 1900.


Crédito: Photographs and Prints Division, Schomburg Center for Research
in Black Culture, The New York Public Library,
Astor, Lenox and Tilden Foundations.
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LA POLÍTICA DE LA LIBERTA D, 1810-1890 147

A través de Afro-Latinoamérica, las luchas por la independencia y


por la construcción del Estado-nación, que acabaron con la esclavitud,
también pusieron fin al Régimen de Castas. Al mismo tiempo que los
esclavos usaban las oportunidades creadas por las guerras de indepen-
dencia para luchar por la libertad y la emancipación, los negros y mula-
tos libres sacaron provecho de las condiciones en tiempo de guerra para
derribar las leyes raciales coloniales. De hecho, fue en parte gracias a la
erosión de esas leyes durante las décadas finales del período colonial, y
en parte gracias a su estatus legal relativamente ventajoso, que los negros
y mulatos libres pudieron hacer más presión que los esclavos. Durante
las décadas de 1810 y 1820 conquistaron tanto la abolición completa de
las leyes de castas como la promulgación de leyes y constituciones que,
por primera vez en la historia de la región, ofrecían a los afrodescen-
dientes una ciudadanía plena e igualitaria en sus respectivas naciones. El
resultado fueron dos siglos de lucha para definir los términos de esa ciu-
dadanía y para definir la posibilidad y el modo en que estas promesas de
igualdad podrían cumplirse en la práctica.

INDEPENDENCIA

Si los líderes españoles y rebeldes dudaban inicialmente acerca de


si los esclavos deberían servir en sus ejércitos, no tuvieron las mismas
dudas respecto a los negros y mulatos libres. España había reclutado a
estos grupos para la milicia colonial. Y particularmente en Colombia
y Venezuela, y quizá también en Argentina y México, la independen-
cia probablemente iba a ganarse o perderse en función del bando al
que las tropas de negros libres decidieran unirse. Después de haber
pasado los 200 años anteriores viviendo bajo los dictados del Régimen
de Castas, ellos apoyarían al bando que adquiriera el compromiso más
firme con la derogación de esas leyes y declarara una igualdad racial
completa.
La primera declaración que cumplió esas condiciones fue hecha en
México, donde en septiembre de 1810 el líder rebelde Miguel Hidalgo
proclamó la abolición de las distinciones de castas: a los mexicanos
«no se [les] nombrará[n] en calidad de indios, mulatos ni otras castas
sino todos generalmente americanos». Después de la derrota de
Hidalgo, y su ejecución a principios de 1811, José María Morelos, un
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148 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

individuo de ascendencia africana mezclada, tomó el mando de la


rebelión. Él confirmó el compromiso de la revolución con la igualdad
racial, que devino una de las piedras de toque del programa social de
los rebeldes, junto a la reforma agraria y la abolición de la esclavitud.
Pregonando estas reformas de manera coherente, Morelos reclutó y
entrenó un ejército regular disciplinado formado por el campesinado
libre negro de la Costa Grande, la región costera pacífica del oeste de
Acapulco. Entre 1812 y 1814 estas tropas lucharon con los españoles
hasta detenerlos. Poco después, en 1815, un ejército español reforza-
do consiguió arrinconar a los rebeldes en sus reductos costeros, y en el
proceso capturaron a Morelos y lo condenaron a muerte2.
El ejército de Morelos, aunque muy diezmado, continuó una gue-
rra de guerrillas bajo el mando de Vicente Guerrero, otro comandante
rebelde de ascendencia indígena y africana mezclada. Pese a no tener
esperanzas de ganar esta guerra, las tropas españolas resultaron igual-
mente incapaces de eliminar la resistencia y destruir a los rebeldes.
Finalmente, en 1821 el comandante en jefe de las fuerzas españolas,
nacido en México, propuso llevar a sus tropas, mayoritariamente tam-
bién de origen mexicano, a un cambio de bando por sorpresa, y apos-
tar por la independencia de España. Le ofreció así un compromiso a
Guerrero: ni la abolición de la esclavitud ni la reforma agraria serían
decretadas, pero se acabaría con el Régimen de Castas: «Todos los
habitantes de la Nueva España, sin distinción alguna de europeos, afri-
canos ni indios, son ciudadanos... con opción á todo empleo, según su
mérito y virtudes»3. Guerrero accedió, y las leyes de castas fueron
revocadas como parte del precio de la independencia y la paz.
En Argentina, los revolucionarios también se posicionaron desde
temprano contra el sistema de castas. Varias unidades de la milicia de
negros y mulatos libres habían jugado un papel prominente en la
defensa de Buenos Aires durante las invasiones británicas en 1806 y
1807. En su intento de enrolar a esas unidades en el recién formado
ejército rebelde, en 1811 la junta revolucionaria de Buenos Aires

2. Lynch, Spanish American Revolutions, 313-318; Vincent, «Blacks Who Freed


Mexico»; Guardino, Peasants, Politics, 48-70; Krauze, Mexico, 103-118. A Morelos se
lo describe a menudo como un mestizo, pero sus padres eran mulatos pardos, de ascen-
dencia indígena y africana mezclada. Aguirre Beltrán, Población negra, 167-168, 270-
271.
3. Lynch, Spanish American Revolutions, 321; Guardino, Peasants, Politics, 74-77.
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LA POLÍTICA DE LA LIBERTA D, 1810-1890 149

declaró a los oficiales y soldados indígenas y negros iguales en todos


los sentidos a sus contrapartes blancos, y repudió el Régimen de Cas-
tas: «El actual gobierno... debe dirigirse con preferencia hacia aquellos
perjuicios que... ha[n] condenado hasta ahora una parte tan numerosa
como capaz de cualquiera empresa grande de nuestra población». Dos
años después, en 1813, el gobierno rebelde recordaba a las autoridades
de la provincia de Córdoba, en el interior, la necesidad de hallar y pro-
mover oficiales y administradores con talento, «aunque su extracción
y descendencia genealógica no sea la más acreditada». Todos los
esfuerzos en nombre de la revolución serían en vano, advertían los ofi-
ciales rebeldes, «si los pueblos no experimentasen los buenos efectos
de tales promesas hechas bajo la sombra del Gobierno» para acabar
con la discriminación y el prejuicio4.
Los resentimientos y agravios presentes por largo tiempo entre
negros y mulatos libres en las ciudades costeñas de Colombia y Vene-
zuela, así como sus altos niveles de participación en la milicia colonial,
hicieron de la cuestión de la igualdad racial un punto absolutamente
fundamental en las luchas de independencia en esas regiones. En Car-
tagena, los milicianos mulatos, liderados por el artesano afrocubano
Pedro Romero, forzaron a las autoridades locales a declarar la inde-
pendencia de España en 1811. Romero y sus seguidores pidieron
«iguales derechos para todas las clases [raciales] de ciudadanos»; la
Constitución del año siguiente garantizaba explícitamente esos dere-
chos. Pero las tensiones raciales persistieron entre las fuerzas indepen-
dentistas, llevando a una lucha encarnizada entre unidades de la mili-
cia blancas y mulatas en 1815. Fatalmente debilitada por estos
conflictos internos, la ciudad, destruida y con su población diezmada,
cayó en manos de los españoles cuatro meses después, y permaneció
bajo ocupación española hasta 18205.
Aunque las elites venezolanas se habían opuesto con vehemencia a
la atenuación de las leyes de castas llevada a cabo por España a finales
del siglo XVIII, a medida que se preparaban para luchar por la libertad
y contra España quedaba claro que no tendrían esperanzas de vencer

4. Citas de Andrews, Afro-Argentines, 59; ver también Carracedo, «Régimen de


castas».
5. Helg, «Limits of Equality»; Munera, Fracaso de la nación, 173-216; Lasso, «Race
and Republicanism», 69-118.
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150 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

sin el soporte de los pardos. En consecuencia, en su Constitución de


1811 los revolucionarios abolieron todas las restricciones legales que
pesaban sobre los afrovenezolanos, e incluso prohibieron el uso del
término «pardo»6. Pero estas medidas no podían vencer por sí solas
los antagonismos entre los afrovenezolanos y las elites blancas. Las
leyes de castas habían dividido a la sociedad colonial en grupos racia-
les separados por la ira, el miedo, la envidia y el resentimiento, emo-
ciones que en los turbulentos tiempos de guerra salieron con fuerza a
la superficie. Además, cuando los pardos lucharon contra el racismo y
la intolerancia de las elites blancas en las décadas a caballo entre los
siglos XVIII y XIX, encontraron su principal punto de apoyo en las nue-
vas leyes y decretos provenientes de España, y garantizadas a nivel
local por la Audiencia Real establecida en Caracas en 17877. Cuando
se les dio a elegir entre jugarse la suerte con los criollos u optar por la
continuación del dominio español, y quizá obtener así la posibilidad
de vengarse de sus opresores, muchos pardos escogieron la segunda
opción. Poco después del anuncio de la nueva constitución, los negros
y los pardos de la ciudad de Valencia se rebelaron contra los criollos.
Entre 1812 y 1815, la caballería afrovenezolana de los llanos del sur
formó el grueso de las fuerzas realistas que bajo el mando de José
Tomás Boves derrotó a los ejércitos rebeldes, retomó Caracas y forzó
a Simón Bolívar y a los que lo apoyaban al exilio. Boves cimentó la
lealtad de sus tropas con gritos de «muerte a los blancos» y declara-
ciones de que «los bienes de los blancos pertenecen a los pardos». En
consecuencia, informaba un funcionario español en la colonia, es
«proverbial... que los pardos sean fieles [a España] y los criollos blan-
cos revolucionarios»8.
Durante la segunda mitad de la década de 1810, el apoyo pardo por
la causa realista empezó a flaquear. Respondiendo tanto a la invasión
francesa de 1807 como a las rebeliones de independencia del Nuevo
Mundo, en 1812 las Cortes españolas promulgaron la primera consti-

6. Lynch, Spanish American Revolutions, 197; Siso, Formación del pueblo, Vol. 2,
189-190, 449-450.
7. Siso, Formación del pueblo, Vol. 2, 444; Stoan, Pablo Morillo, 17; Arcaya U.,
Cabildo de Caracas, 111-112; Sucre Reyes, Capitanía General, 148.
8. Citas de Stoan, Pablo Morillo, 36. Sobre la oposición de los pardos a la república
rebelde, ver Brito Figueroa, Problema tierra y esclavos, 325-343; Rodríguez, Pardos
libres, 28-36; Carrera Damas, Boves.
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LA POLÍTICA DE LA LIBERTA D, 1810-1890 151

tución española. Esa constitución otorgaba la ciudadanía a los blancos


nacidos en América, a los indígenas y a los mestizos, pero explícita-
mente se la denegaba a los americanos «que por cualquier línea
[materna o paterna] son habidos y reputados por originarios del Áfri-
ca», y dejaba intactas las leyes de castas que gobernaban a negros y
mulatos9. La muerte de Boves en 1814, y la llegada de una fuerza
expedicionaria masiva desde España al año siguiente, llevaron a la des-
membración del ejército de Boves y a la degradación y sustitución de
muchos de sus oficiales pardos. En un contexto de miedo por la posi-
bilidad de que las tropas de pardos se constituyeran en fuerza inde-
pendiente, los oficiales españoles disgregaron las unidades de afrove-
nezolanos y reasignaron a sus miembros a los regimientos españoles
recién llegados. Los pardos respondieron desertando en masa y vol-
viendo a sus hogares en los llanos, desde donde siguieron luchando
como merodeadores independientes y bandoleros, ligados a la causa
realista ya de manera tenue o inexistente10.
Mientras tanto, los rebeldes continuaron buscando activamente el
apoyo de los pardos, y respondieron a las llamadas de Boves a la gue-
rra de razas contra los blancos con declaraciones de «guerra a muerte»
contra todos los españoles, tanto civiles como militares, que se nega-
ran a unirse a la causa rebelde. Pero esta llamada excluía explícitamen-
te a los pardos realistas: «Españoles y Canarios, contad con la muerte,
aun siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la
libertad de América. Americanos, contad con la vida, aun cuando seáis
culpables»11. Los rebeldes reiteraron continuamente el compromiso
de la revolución con la igualdad racial, y promovieron a pardos y
negros libres a posiciones de mando en las fuerzas rebeldes12.
Los cambios en las leyes de castas fueron igualmente dramáticos en
Brasil, donde la Constitución de 1824 declaró la igualdad legal de
todos los ciudadanos brasileños nacidos libres (los libertos tenían ple-

9. King, «Colored Castes».


10. Stoan, Pablo Morillo, 68, 72.
11. Lynch, Spanish American Revolutions, 203-204.
12. A principios de la década de 1820, a medida que las unidades venezolanas mar-
chaban hacia Colombia y Ecuador, el número de oficiales negros de alto rango en esas
fuerzas provocó un intenso desasosiego en las elites locales, desacostumbradas a ver
hombres negros en posiciones de autoridad. Ver por ejemplo el caso del coronel mula-
to Remigio Márquez, nombrado gobernador militar de la región del Magdalena,
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152 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

nos derechos legales y civiles, pero no les estaba permitido el ser elec-
tores o el servicio público). A diferencia de los países de la América
hispánica, Brasil había evitado la prolongada guerra por la indepen-
dencia y la movilización generalizada de sus poblaciones de esclavos y
negros libres. No obstante, los afrobrasileños habían puesto de mani-
fiesto su resentimiento por las leyes de castas: «iguales oportunidades
para todos [los grupos raciales] sin restricciones era el principal ideal
de los grupos no-blancos». Para los negros y mulatos libres, «la lucha
por la independencia aparecía como una lucha contra los blancos y sus
privilegios»13.
Esa lucha había empezado en Bahía en 1798, con la Revuelta de los
Sastres, durante la cual soldados y artesanos mulatos se reunieron para
urdir un levantamiento basado en los principios de las revoluciones
haitiana y francesa. Sus agravios más inmediatos eran acerca del trata-
miento diferenciado entre soldados negros y blancos en la guarnición
de la ciudad, así como la ausencia de oficiales afrobrasileños entre los
altos mandos. «Todos los soldados son ciudadanos», proclamaban
carteles colgados por toda la ciudad, «especialmente los hombres par-
dos y negros de los que abusa y a los que se abandona. Todos son igua-
les. No hay diferencias». Los conspiradores ampliaron su programa
más allá de cuestiones puramente militares para incluir la independen-
cia plena, la declaración de una república basada en la democracia elec-
toral, la abolición de la esclavitud y la igualdad plena entre negros y
blancos14.
La revuelta fue reprimida por la policía bahiana antes de dar
comienzo. Aun así, los deseos de los afrobrasileños libres de conseguir
la igualdad racial continuaron cocinándose a fuego lento bajo la super-
ficie de la vida política colonial, para explotar de nuevo en el levanta-
miento republicano de 1817 en Pernambuco. Liderada inicialmente
por plantadores y comerciantes blancos contrarios a los controles rea-

Colombia, en 1822. Los comerciantes locales, molestos por su esfuerzo en hacer cum-
plir las medidas anti-contrabando, lo acusaron de fomentar la guerra de razas y solici-
taron que fuera depuesto. El juicio subsiguiente lo absolvió de todos los cargos. Lasso,
«Race and Republicanism», 141-150. Sobre la oposición de la elite a los oficiales negros
en Ecuador, ver Rout, African Experience, 226.
13. Costa, Brazilian Empire, 10.
14. Burns, «Intellectuals as Agents», 245; Costa, «Political Emancipation of Bra-
zil», 69.
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LA POLÍTICA DE LA LIBERTA D, 1810-1890 153

les sobre el comercio local, la rebelión pronto dio rienda suelta a las
aspiraciones reprimidas de los negros y mulatos libres de Recife. Un
observador portugués atrapado en la ciudad durante la revuelta recor-
daba cómo «los mulatos y negros andaban tan atrevidos que decían
que éramos iguales». Bajo presión de la población negra libre y su
principal agitador, el sastre mulato José de Ó Barbosa, el fugaz gobier-
no revolucionario condenó las leyes de castas y se pronunció a favor
de la igualdad racial. «Nunca podremos creer», proclamaba, «que por
ser más o menos tostados los hombres degeneren de su condición ori-
ginal de igualdad». Después de la derrota de los rebeldes, el coman-
dante portugués puso particular empeño en restaurar el orden entre la
población negra libre, al ordenar «azotar sanguinolenta y pública-
mente», como mencionaba otro observador portugués «a mulatos
libres, padres de familia, negros, algunos blancos, etc.»15.
Las elites brasileñas eran perfectamente conscientes del deseo de
igualdad de los negros y mulatos libres. También lo eran de la necesi-
dad de su apoyo, no en las guerras de independencia, que nunca se
materializaron, sino en el «estado de guerra interna», tal y como lo
describía un consejero real en 1818, que existía entre amos y escla-
vos16. En la década de 1820, cuando fueron importados a Brasil más
esclavos que en cualquier otra, la experiencia haitiana empezó a pro-
yectar una alargada sombra sobre las mentes de los propietarios de
esclavos y los funcionarios del gobierno. El jurista del siglo XIX Perdi-
gão Malheiro describió la esclavitud como «un volcán... una bomba
lista para explotar con la primera chispa». La rebelión esclava era más
probable, observaba, durante períodos en los que la población libre
estaba dividida por disputas y conflictos internos17. Mantener a la
población esclava de Brasil bajo control requería que la población
libre se mantuviera en un frente unido contra ella. Tal unidad podía
mantenerse sólo si a los afrobrasileños se les concedía la igualdad legal
plena.
Así, en 1825 las restricciones de castas formales de la América espa-
ñola y Brasil llegaron a su fin de un modo muy similar al que lo había
hecho la esclavitud, en una situación en la que los negros y mulatos

15. Mota, Nordeste 1817, 85, 117, 154.


16. Conrad, Children of God’s Fire, 359.
17. Perdigão Malheiro, Escravidão no Brasil, Vol. 1, 51.
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154 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

libres explotaron momentos de crisis política e inestabilidad para


ganar mayores concesiones de los recién establecidos gobiernos
nacionales. Pero mientras esos gobiernos afirmaban haber adoptado el
principio de la igualdad racial, en la práctica resultó difícil vencer unas
actitudes, premisas, ideas y comportamientos que, después de tres
siglos de gobierno español y portugués, habían sido profundamente
inculcadas en la vida de la región. El mismo año que las elites brasile-
ñas aprobaron su nueva Constitución, el Ministerio de Justicia pro-
mulgó un decreto que ordenaba castigar a los «capoeiristas negros»
convictos por alteración del orden público. En respuesta a las críticas
que afirmaban que las nuevas leyes ponían en el mismo saco a esclavos
y negros libres (como pasaba frecuentemente en los decretos del perí-
odo colonial) y excluían totalmente a los blancos de sus disposiciones,
el Ministerio rápidamente enmendó la ley para distinguir entre escla-
vos y negros libres e incluir también a los blancos. Sea como fuere, al
año siguiente el Ministerio emitió una nueva ordenanza pública que
establecía dos toques de queda diferentes, uno para blancos y el otro
para negros y esclavos, y daba instrucciones a los jefes de policía loca-
les para reprimir cualquier reunión que amenazara el orden público,
«especialmente reuniones de negros, sean esclavos o libres»18.
A través de la América española y Brasil, los supuestos raciales
heredados del período colonial seguían muy vigentes. Los miembros
de las elites y las clases medias blancas intentaron mantener los privi-
legios de la condición de blanco, ignorando abiertamente los esfuer-
zos de los gobiernos para hacer cumplir la igualdad y la integración
racial. A pesar de los repetidos decretos del gobierno brasileño orde-
nando el fin de la segregación en las hermandades católicas, la separa-
ción racial continuó existiendo19. Los clubes sociales de la elite y las
organizaciones cívicas permanecieron casi exclusivamente blancas o
bien se esforzaron por hacerlo, como en el caso de la Sociedad de
Amigos del País de Caracas, que en 1834 propuso prohibir a los par-
dos ser miembros, e incluso se pronunció a favor de la restauración de
las leyes de castas20.

18. Flory, «Race and Social Control», 203; Holloway, Policing Rio de Janeiro, 48.
19. Reis, A morte é uma festa, 53-59; Conrad, Children of God’s Fire, 221.
20. Hudson, «Status of the Negro», 235-236.
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LA POLÍTICA DE LA LIBERTA D, 1810-1890 155

En todas las nuevas repúblicas la educación estaba en teoría abier-


ta a negros y mulatos, una promesa que se cumplió al menos parcial-
mente21. Pero los obstáculos raciales continuaron restringiendo el
acceso negro a las instituciones educativas. En Argentina, la Universi-
dad de Córdoba admitió solamente un puñado de pardos durante las
décadas de 1820 y 1830, y después les cerró las puertas en 1844; nin-
gún estudiante de color fue admitido en la Universidad de Buenos
Aires. Las escuelas de educación básica de Córdoba se abrieron a los
pardos en 1829, pero sólo a dos estudiantes de esa condición se les per-
mitió acceder a la institución de educación secundaria de la ciudad.
Buenos Aires y Montevideo mantuvieron la segregación en las escue-
las públicas, al crear instituciones separadas para niños blancos y no-
blancos22.
Durante dos siglos, negros y mulatos libres habían padecido las
consecuencias económicas, sociales y psicológicas de la ciudadanía de
segunda y tercera clase. Ahora que esa experiencia había terminado,
ellos insistían en acabar totalmente con ella. «La igualdad legal no es
bastante por el espíritu que tiene el pueblo», observaba Simón Bolívar
en 1825, «que quiere que haya igualdad absoluta, tanto en lo público
como en lo doméstico», igualdad en la práctica, así como en la teoría23.
Bolívar expresó asimismo el miedo a que, como parte de esa bús-
queda de igualdad, «[el pueblo] querrá la pardocracia... para extermi-
nio después de la clase privilegiada». Este miedo a la sed de venganza
y el ansia de poder negro era ampliamente compartido entre las eli-
tes24. Pero la venganza no era lo que la mayoría de los afrolatinoame-
ricanos buscaba. Bolívar había acertado en su primera apreciación: los
negros y mulatos libres pedían los derechos plenos de ciudadanía. Y a

21. Uribe-Uran, Honorable Lives, 77.


22. Endrek, Mestizaje en Córdoba, 67-68; Andrews, Afro-Argentines, 60; Pereda
Valdés, Negro en el Uruguay, 76.
23. Rout, African Experience, 176-177.
24. Halperin-Donghi, Aftermath of Revolution, 25-29; Wright, Café con Leche, 28-
38. Para una expresión muy gráfica de esos miedos, ver el cuento clásico «El matadero»,
escrito por el argentino Esteban Echeverría (1838), una visión casi alucinatoria de una
sangrienta carnicería en la Buenos Aires de la post-independencia. Un elemento central
en esta historia es la «multitud de negras rebusconas de achuras, como los caranchos de
presa, se desbandaron por la ciudad como otras tantas arpías prontas a devorar cuanto
hallaran comible». En González Echevarría, Latin American Short Stories, 59-72; cita
en p. 61.
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156 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

cambio de la promesa de esos derechos, ellos aceptaron de buena gana


las obligaciones de la ciudadanía, sirviendo en las fuerzas armadas
provinciales y nacionales, y tomando parte en los conflictos de la polí-
tica partidaria de los primeros años republicanos. Al hacerlo así, des-
empeñaron un papel fundamental: dar forma a las nuevas repúblicas y
definir los contornos de la política nacional.

LIBERALISMO NEGRO

En todos los países de Afro-Latinoamérica, la política nacional se


organizaba en torno a las luchas entre «conservadores» y «liberales»,
dos etiquetas que hacia las décadas de 1840 y 1850 habían empezado a
solidificarse en estructuras partidarias nacionales. Ambos partidos
tuvieron la adhesión de sectores de todo el espectro de la sociedad lati-
noamericana, desde los plantadores ricos a los campesinos más pobres,
y la lealtad de partido venía más a menudo dada por lazos de parentes-
co y amistad (¿a qué partido pertenecían la familia, los amigos y los
patrones de uno?) que por cuestiones de ideología o programa. Pero
especialmente en la América española, las elites tradicionales —pode-
rosos terratenientes y comerciantes que habían monopolizado la
riqueza y el privilegio en época colonial y se propusieron seguir
haciéndolo después de la independencia— tendieron a pertenecer al
Partido Conservador, el cual a su vez se posicionó a favor de la preser-
vación de buena parte de la herencia colonial (catolicismo, jerarquías
sociales y raciales, grandes propiedades de tierras) en la medida que
fuera posible.
Los partidos liberales también obtuvieron apoyo de las elites de
terratenientes y comerciantes. Pero su atractivo principal era para los
grupos sociales que habían sido excluidos de las posiciones de poder y
privilegio durante el período colonial, y que ahora intentaban ascen-
der socialmente en el nuevo mundo de la post-independencia. Por
ello, el liberalismo se dirigió a las elites económicas de las regiones
periféricas, alejadas de los centros de poder de las antiguas capitales
coloniales. También se dirigió a los grupos de clase media y baja, en
especial a los no-blancos de clase media y baja, los cuales habían sufri-
do una exclusión política y social basada en su estatus racial y de cla-
se. La retórica explícitamente igualitarista del liberalismo —que invo-
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LA POLÍTICA DE LA LIBERTA D, 1810-1890 157

caba los conceptos de igualdad civil, democracia política y los dere-


chos de ciudadanía— tocó una fibra especialmente sensible en estas
víctimas del absolutismo colonial y la jerarquía social durante largo
tiempo. El liberalismo ofrecía la promesa de acabar con ambos males
y de proporcionarles «la igualdad absoluta, tanto en lo público como
en lo doméstico», por la que negros y mulatos habían luchado en las
guerras de independencia y continuarían haciéndolo en el transcurso
del siglo XIX25.
Una y otra vez los afrolatinoamericanos explicaron y justificaron
su lucha en términos de derechos y ciudadanía. En Colombia, inme-
diatamente después de la declaración de independencia de 1811 en
Cartagena, los hombres y mujeres afrocolombianos de esa ciudad
empezaron a concederse a sí mismos el título de «ciudadano» cuando
se inscribían en los registros parroquiales de bautizo, matrimonio y
defunción. Empleando un lenguaje que derivaba en igual medida de la
retórica de época colonial de los derechos de los esclavos y de la retó-
rica post-independentista del liberalismo, un grupo de libertos que
escribió al gobernador del Cauca en 1852 se describía a sí mismos
como «habitantes en la hacienda de San Julián a que pertenecimos
antes como esclavos, ante U. [ahora] en uso de nuestros derechos
como ciudadanos». En una petición de 1878 dirigida al Gobierno, los
barqueros afrocolombianos solicitaban «que se nos trate como a ciu-
dadanos de una República, y no como a esclavos de un Sultán». Los
liberales afropanameños denunciaron el «lento e imperfecto» proceso
de integración de negros y mulatos a la vida nacional en la post-eman-
cipación, y llamaron a un «ensanche de la ciudadanía» para incluir a
los no-blancos en la participación política plena26.
La lucha por esa ampliación de la ciudadanía fue en parte llevada a
cabo mediante la política partidaria y electoral27. No obstante, en una
parte considerable de Afro-Latinoamérica también se realizó con con-
frontaciones armadas y guerra civil, con el resultado de que, país tras
país, negros y mulatos libres formaron la columna vertebral de las

25. Sobre el liberalismo y el conservadurismo, ver Safford, «Politics, Ideology»;


Costa, Brazilian Empire, 53-77; Uribe-Uran, Honorable Men, esp. 15-19, 146-154.
26. Helg, «Limits of Equality», 21; Sanders, Contentious Republicans, 46; Figueroa
Navarro, Dominio y sociedad, 98-99.
27. Graham, Patronage and Politics; Anino, Historia de las elecciones; Posada-Car-
bó, Elections Before Democracy.
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158 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

rebeliones liberales, los movimientos guerrilleros y los ejércitos. En


muchos casos fue difícil para los observadores determinar si un alza-
miento era una rebelión «negra», con motivaciones raciales, o el pro-
ducto de una coalición liberal más amplia. Dadas las preocupaciones e
inseguridades del momento, esa distinción era de una importancia
fundamental para las elites blancas. Las rebeliones y otros movimien-
tos que eran percibidos como demasiado «negros» en su carácter pro-
vocaron miedo a la «guerra de castas» (el término local para designar
una guerra de razas), otro Haití, y al posible «exterminio de la clase
privilegiada». Así, el apoyo inicial de la elite a la rebelión republicana
de Pernambuco, en Brasil, se enfrió rápidamente frente a la adhesión
masiva al levantamiento por parte de los negros y mulatos libres. Éste
fue también el caso en las rebeliones anti-monárquicas en Pernambu-
co, Bahía y otros estados del Nordeste brasileño siete años después.
En 1828, mientras Simón Bolívar se preparaba para suspender la cons-
titución liberal colombiana de 1822 e imponer una dictadura centra-
lista, el almirante pardo José Padilla lideró a la población negra de
Cartagena en una revuelta federalista (anti-centralista). Las declara-
ciones abiertamente raciales de Padilla y la hostilidad abierta de sus
seguidores contra los blancos locales tuvieron el «efecto de aglutinar a
toda la gente con propiedades e influencia en torno a la persona del
General Bolívar» y de suprimir el apoyo blanco al levantamiento, que
fue rápidamente sofocado. Esta secuencia de acontecimientos se repi-
tió en Panamá en 1830, cuando el general mulato José Domingo Espi-
nar lideró a los artesanos y trabajadores urbanos negros en un levan-
tamiento liberal y federalista contra el gobierno de Bogotá. Las elites
locales pronto arremetieron contra Espinar, quien fue finalmente
derrotado por un ejército reclutado por hacendados locales28.
En 1829, Lima fue brevemente sacudida por los rumores de una
conspiración liderada por el artesano negro Juan de Dios Algorta,
cuyos objetivos, de acuerdo a un periódico local, eran «derrocar el
gobierno [del presidente conservador Agustín Gamarra] y luego ase-
sinar a los blancos»29. Esa conspiración tuvo resultados nulos, pero

28. Lynch, Spanish American Revolutions, 256, 264; Lasso, «Race and Republica-
nism», 150-168; Figueroa Navarro, Dominio y sociedad, 245-246. Panamá formó parte
de Colombia hasta 1903, cuando declaró la independencia con el apoyo de Estados
Unidos.
29. Aguirre, Agentes, 289-291.
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LA POLÍTICA DE LA LIBERTA D, 1810-1890 159

ese año, en México, unidades de negros y mulatos libres de la milicia


de las costas de Veracruz y Acapulco marcharon sobre Ciudad de
México para instalar en la presidencia al antiguo líder independentista
Vicente Guerrero, un hombre de ascendencia africana e indígena, libe-
ral radical y federalista. Guerrero y sus partidarios compartían un
amargo recuerdo de las leyes de castas hispánicas, los recaudadores de
impuestos españoles, la dominación española del comercio (permitida
en buena medida por las leyes de castas), y la brutal represión españo-
la del levantamiento de Morelos, a principios de la década de 1810.
Una vez en el poder, Guerrero firmó decretos que expulsaban a todos
los españoles de México, abolían la esclavitud y bloqueaban la entrada
de bienes manufacturados que compitieran con los que producían los
artesanos locales. Asustados y horrorizados por el tono abiertamente
populista de su administración, los conservadores proclamaron su
voluntad de dar «muerte al negro Guerrero», lo derrocaron después
de menos de un año en el poder y lo condenaron a la ejecución por
fusilamiento30.
Tensiones similares se dieron en Brasil, donde los comerciantes y
los artesanos portugueses habían usado libremente las leyes coloniales
de castas contra sus competidores negros y mulatos. También celebra-
ron su superioridad racial refiriéndose de manera humillante a los
afrobrasileños como «cabras» (término peyorativo aplicado a los
mulatos) y «macacos». A su vez, negros y mulatos se burlaron de las
pretensiones raciales de los inmigrantes, ridiculizándolos al llamarlos
caiados (pintados de cal). Después de la independencia, en 1822, tur-
bas urbanas atacaron los comercios y almacenes de los portugueses y
pidieron su expulsión del país. Las multitudes de Recife y Salvador se
mofaban así de ellos:

Los marineros y los caiados


Todos ellos al infierno,
Porque sólo negros y pardos
Vivirán en este suelo.

30. Cita de Anna, Forging Mexico, 228. Sobre la administración de Guerrero, ver
Sims, Expulsion of Mexico’s Spaniards, 57-122; Anna, Forging Mexico, 210-228.
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160 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

En la capital nacional, Río de Janeiro, las masas pidieron la depor-


tación de los inmigrantes portugueses y el reemplazo del emperador
Pedro I, nacido en Portugal, por su hijo Pedro II, nacido en Brasil, «un
cabra como nosotros». El joven Pedro era en realidad blanco, no un
cabra, pero los pobres de la ciudad lo reclamaban como uno de los
suyos para distinguir su nacionalidad brasileña de los orígenes caiados
de su padre. Como en México, su agitación tuvo efecto: en parte en
respuesta a la presión popular, en parte para atender a la política dinás-
tica en Lisboa, Pedro I abdicó en 1831 y volvió a Portugal, dejando el
trono brasileño a su hijo de cinco años31.
La debilidad momentánea de la monarquía después de la abdicación
de Pedro abrió la puerta a una segunda ola (después de la de las décadas
de 1810 y 1820) de rebeliones anti-centralistas. Estos alzamientos —la
Guerra de los Cabanos en Pernambuco (1832-1835), la revuelta de la
Cabanagem en Pará (1835-1840), la Balaiada en Maranhão (1835-
1840), y la Sabinada en Bahía (1837-1838)— siguieron todos ellos una
trayectoria similar. Disgustados por las formas de intervención comer-
ciales, fiscales, y políticas en sus asuntos por parte del gobierno central,
las elites locales fomentaron insurrecciones dirigidas bien a la secesión,
bien a conquistar mayores niveles de autonomía local del gobierno de
Río de Janeiro. En medio del desorden provocado por estas rebeliones,
las poblaciones indígenas, negras libres y esclavas se alzaron para
luchar por sus propias reivindicaciones. Frente a estos levantamientos
populares, las elites locales pronto perdieron su opción preferencial
por la revuelta, y desertaron para unirse al bando gubernamental,
dejando el liderato de las revueltas a miembros de las clases medias y
bajas.
Así, las autoridades provinciales de Maranhão descartaron con des-
precio a los rebeldes de la Balaiada, a los que consideraban «gente de la
más baja clase», y a sus líderes, hombres «sin influencia política, de baja
extracción y de color», hombres «sin fortuna ni reputación, y de color».
Los rebeldes estaban por completo de acuerdo con esta caracterización.
De hecho, fue precisamente su falta de «honor», fortuna e influencia
política lo que los impulsó a rebelarse y a hablar en nombre de sus par-

31. Reis y Silva, Negociação e conflito, 85; Freyre, Mansions and Shanties, 370; Cos-
ta, Brazilian Empire, 10; Flory, «Race and Social Control», 206; Reis, Slave Rebellion,
23-28; Barman, Brazil, 112-120.
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tidarios plebeyos. «Los ciudadanos son los blancos y los ricos», procla-
maba un manifiesto rebelde, «y todo el pueblo de color, habitualmente
despreciado por ellos, sufre el pesado yugo del absolutismo y la esclavi-
tud». Los rebeldes acusaron al gobierno de haber continuado con las
prácticas discriminatorias del Régimen de Castas, con la esperanza de
mantener la jerarquía y la división racial. Las elites «quieren hacer ver-
ter la sangre de tres hombres, un Blanco, un Mulato y un Indio en un
solo vaso, y después mostrárnosla separada. Brasileños, mirad bien esta
división y desunión: sólo porque ellos tienen la piel clara quieren robar-
nos el derecho que a todos pertenece por Ley divina y humana»32.
En su composición racial y de clase, y en su orientación política,
estas revueltas brasileñas eran enormemente similares a las revueltas
liberales del mismo período en la América española, en las que cam-
pesinos y esclavos mayoritariamente no-blancos se enfrentaron a eli-
tes mayoritariamente blancas para reivindicar la igualdad racial y los
derechos plenos de ciudadanía. Sin embargo, sólo una de las rebelio-
nes de Brasil expresó sus objetivos explícitamente en el lenguaje del
liberalismo. Fue la revuelta de la Sabinada, en Bahía, nombrada así por
su principal líder, el médico afrobrasileño Francisco Sabino. De las
rebeliones de este período, ésta fue la única que tuvo lugar en el medio
urbano, y en Salvador, como en otras ciudades nordestinas, «los ele-
mentos más radicales, aquellos que vislumbraban un Brasil republica-
no, o por lo menos federalista, eran pardos provenientes de familias
pobres o de clase media»33. Fueron esos pardos los que transformaron
lo que era inicialmente una rebelión de oficiales militares desconten-
tos —muchos de los cuales, junto a virtualmente todos los hombres de
la guarnición, eran afrobrasileños— en un movimiento secesionista.
La retirada del Estado-nación estaba justificada, según argumenta-
ban los rebeldes, por la incapacidad del gobierno de extender los dere-
chos plenos de ciudadanía a negros y mulatos, o a promover a afro-
brasileños cualificados en la administración civil o militar34. El

32. Santos, Balaiada, 50-51, 76; ver también Janotti, Balaiada. Sobre la revuelta en Pará,
ver Chiavenato, Cabanagem; Paolo, Cabanagem. Sobre la Guerra de los Cabanos, Andra-
de, Guerra dos Cabanos; Freitas, Guerrilheiros do Imperador; Lindoso, Utópia armada.
33. Reis, A morte é uma festa, 44.
34. Ésta había sido también una de las quejas de la «prensa mulata» de Río de Janei-
ro a principios de la década de 1830. Flory, «Race and Social Control», 208-213; Lima,
Cores, marcas e falas, 31-87.
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162 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

gobierno «nos está haciendo la guerra porque ellos son blancos, y en


Bahía no puede haber negros ni mulatos, especialmente en cargos ofi-
ciales, a menos que sean muy ricos y cambien sus opiniones liberales».
Este lenguaje enajenó inmediatamente el apoyo blanco de la rebelión,
y llevó a la mayoría de los habitantes blancos a huir de la ciudad,
dejándola «enteramente de color», como la describía el cónsul británi-
co. «Turbas enfurecidas de negros y mulatos» atacaron a los inmi-
grantes portugueses y otros extranjeros, y prendieron fuego a las casas
de los blancos ricos. Las tropas del gobierno reprimieron la rebelión
con una ferocidad brutal, cazando a los soldados rebeldes uno por uno
y disparando a los prisioneros a sangre fría. Más de 1.000 rebeldes
murieron en el asalto final a la ciudad; las bajas del gobierno no pasa-
ron de 4035.
Las rebeliones provinciales habían sido estimuladas en parte por
una ola de reformas parlamentarias liberales de principios de la déca-
da de 1830, que redujeron la autoridad federal y debilitaron el poder
de la monarquía. Después de ver las consecuencias desestabilizadoras
de esa descentralización, el Parlamento brasileño se embarcó en un
retroceso conservador («o Regresso») que dio marcha atrás en las
reformas de la década de 1830 al reafirmar el control imperial sobre las
fuerzas armadas, la policía, los tribunales y los gobiernos provinciales.
Este fortalecimiento del gobierno central fortaleció a su vez la capaci-
dad de las elites provinciales de mantener el orden social y la jerarquía
en sus respectivas regiones. Liberales y conservadores continuaron
hostigándose duramente entre ellos, pero mediante un sistema políti-
co y electoral re-centralizado y controlado por las elites terratenien-
tes, y no a través de guerras civiles y levantamientos armados. La polí-
tica siguió siendo intensamente competitiva, y ocasionalmente
violenta. Pero la competición ya no se basaba en la clase y la ideología
(porque de hecho, en términos de programa, ambos partidos eran
indistinguibles), sino en la filiación partidaria de las clientelas de los
grandes terratenientes. Ninguno de los partidos era significativamen-
te más conservador o liberal, más oligárquico o «popular» en su orien-
tación, que el otro. Ambos reclutaron ampliamente de todo el espec-

35. Citas de Kraay, «As Terrifying as Unexpected», 516-517. Ver también Souza,
Sabinada; Holub, «Brazilian Sabinada».
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LA POLÍTICA DE LA LIBERTA D, 1810-1890 163

tro racial y de clase, y ninguno se identificó con una configuración


racial o de clase específica36.
Éste había sido precisamente el objetivo del «Regresso»: producir
un sistema político en el que ni la raza ni la clase formaran la base
sobre la que movilizar a las militancias políticas. A las elites terrate-
nientes de la América española les habría gustado alcanzar esta meta,
pero mientras que Brasil mantuvo intactos los instrumentos de la
autoridad central durante la independencia y la post-independencia,
en la América española esas instituciones habían sido hechas añicos
por las décadas de guerra y la movilización de decenas de miles de
hombres para tomar parte en ella. En la América española, la lucha
armada siguió siendo uno de los recursos más frecuentes en política,
un recurso que negros y mulatos libres emplearon a menudo. Primero
en las guerras de independencia, y después en las guerras civiles que las
siguieron, emplearon este recurso al invertir en los líderes y movi-
mientos que veían más cercanos a sus intereses. Y la mayoría de esos
líderes y movimientos eran de carácter liberal.
Más que ningún otro país de la América hispánica, Venezuela había
vivido durante las décadas de 1820 y 1830 instalada en el temor por la
guerra de razas entre negros y blancos. La violencia por parte de escla-
vos y negros libres se había desencadenado reiteradamente en esos
años, a menudo bajo la consigna de la independencia de «muerte a los
blancos». Después de la creación del Partido Liberal en 1840, los
rebeldes se expresaron en el lenguaje del liberalismo radical, reivindi-
cando «tierra libre y hombres libres» (reforma agraria y abolición),
elecciones abiertas y transparentes, y el fin de los abusos a los campe-
sinos y los peones de las haciendas37. Estas demandas alcanzaron su
clímax en la conflagración de la Guerra Federal (1858-1863), en la que
los ejércitos de campesinos negros y mulatos y de ex-esclavos final-
mente triunfaron contra las fuerzas gubernamentales, llevando a los
liberales al poder. Los conservadores denunciaron a los vencedores en
términos abiertamente raciales (y racistas): «Son tres cuartos de Vene-
zuela los que conspiran contra los pocos buenos que hay en esta tierra

36. Sobre la política brasileña en este período, ver Graham, Patronage and Politics;
Graham, «1850-1870»; y Costa, «1870-1889».
37. Brito Figueroa, Problema tierra y esclavos, 355-402; Brito Figueroa, Ezequiel
Zamora; Matthews, Violencia rural.
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164 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

desafortunada. Son los negros contra los blancos: los viciosos y los
holgazanes contra los honestos y trabajadores, los ignorantes contra
los cultos». El presidente conservador José Antonio Páez, llevado al
exilio después de la guerra, describió estos acontecimientos como
«una revolución... entre la población de color; una clase que hasta
entonces había sido la más pacífica y sumisa, se pervirtió desde enton-
ces en una medida tal que requería todas las energías y los recursos de
la raza blanca para salvarse a sí misma de la ruina y la degradación
total»38.
En Perú, los montoneros (grupos armados montados) liberales y
las guerrillas que hostigaban a los hacendados conservadores en las
afueras de Lima fueron a menudo reclutados de entre las filas de los
esclavos fugados y los negros libres39. Los afroperuanos apoyaron el
levantamiento exitoso de Ramón Castilla en 1853 contra el presidente
conservador Echenique (durante el cual Castilla abolió finalmente la
esclavitud), así como el alzamiento del populista Nicolás Piérola de
1894 y su administración presidencial (1895-1899). De hecho, Piérola
inició su revuelta en la zona de plantación azucarera del valle de Chin-
cha, con apoyo de las guerrillas y los montoneros negros de la
región40.
En México, como hemos visto, las unidades de mulatos de la mili-
cia provenientes de las costas de Veracruz y Acapulco llevaron al
poder al populista liberal Vicente Guerrero en 1829. Después de la
muerte de Guerrero, en 1831, esas unidades transfirieron su lealtad a
su sucesor ideológico, el populista liberal Juan Álvarez, a quien ayu-
daron a alcanzar el poder nacional en 1855. La presidencia de Álvarez
inició el proceso de reforma liberal que culminó en la redacción de la
Constitución de 1857, y que inauguró la hegemonía liberal que duró
desde finales de la década de 1860 hasta la Revolución de 191041.
En Ecuador el presidente liberal José Urbina, después de decretar
la abolición en 1851, formó una guardia presidencial compuesta de
afroecuatorianos, los Tauras, que fue un pilar de su régimen hasta la
toma del poder por parte de los conservadores, en 1860. Después de

38. Wright, Café con Leche, 36-38. Sobre la Guerra Federal, ver Banko, Luchas
federalistas, 143-1201.
39. Walker, «Montoneros, bandoleros»; Aguirre, «Cimarronaje, bandolerismo».
40. Cuche, Poder blanco, 150.
41. Guardino, Peasants, Politics, esp. 137, 183.
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LA POLÍTICA DE LA LIBERTA D, 1810-1890 165

35 años de dominio conservador, los liberales volvieron al poder en


1895 mediante una revuelta liderada por el caudillo Eloy Alfaro. Alfa-
ro obtuvo apoyo político y militar de las provincias de la costa pacífi-
ca, incluyendo la provincia de mayoría negra de Esmeraldas. Después
de la muerte de Alfaro en la violencia civil de Quito en 1912, tropas
negras leales a él se retiraron a Esmeraldas y continuaron con la resis-
tencia guerrillera contra el gobierno hasta 191642.
Los lazos liberales con la población negra, así como su identifica-
ción con el Partido Liberal, fueron más fuertes en Colombia que en
ningún otro lugar. En el valle del Cauca, los afrocolombianos libres y
los esclavos formaron el grueso de las fuerzas liberales en la guerra
civil de 1839-1842. Cuando una administración liberal accedió al
poder en 1849, abolió la esclavitud como recompensa por el apoyo
negro. Una rebelión de los hacendados conservadores protestando
por la emancipación confirmó la creencia de los afrocolombianos de
que, si alguna vez volvían al poder, los conservadores reinstituirían la
esclavitud. Ellos mismos atizaron esos temores al denunciar a los libe-
rales como «bandas de bárbaros... juntas donde se predica a las masas
ignorantes la insubordinación a las autoridades, la comunidad de
bienes, la impiedad en la religión y los odios de partido», y proclama-
ron que la única manera de manejar la «basura democrática» era con
un látigo, una referencia clara a la esclavitud43.
Los afrocolombianos respondieron con ira y reafirmando su com-
promiso con el partido. A medida que las tensiones entre conservado-
res y liberales se enconaron durante la década de 1870, el hacendado
Alfonso Arboleda escribió a su padre para contarle que «en la última
sesión de la Sociedad Democrática, se lo dijo a los que concurrieron a
ella (en su mayor parte compuesta de negros) que el objeto de los con-
servadores era hacer una revolución para volver a esclavizar negros;
que los conservadores decían: “O la esclavitud o el degüello de todos
los negros”». El joven Arboleda informaba de que «Yo oí a un negro
estas palabras: ‘...eso de echarle a uno rejo a pescuezo y después tirar-
lo para ahorcar’»44. Cuando la guerra civil estalló en 1876, las milicias

42. Carvalho-Neto, Estudios afros, 292, 301-02; Argentina Chiriboga, «Raíces africa-
nas», 137; Zendrón, Cultura negra, 58-62; Castro Chiriboga, «Revolución de Concha».
43. Citas de Pacheco, Fiesta liberal, 131, 133; Long, «Dragon Finally Came», 128.
44. Taussig, Devil and Commodity Fetishism, 63-64.
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166 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

afrocolombianas liberales saquearon la ciudad de Cali y arrasaron la


región del Cauca, repitiendo los hechos sangrientos de las guerras de
independencia. Hacia el final de la guerra, informaba un visitante ale-
mán en 1880, el valle estaba en ruinas, y la mayoría de los hacendados
en bancarrota: «les falta el capital para reconstruir lo destruido y la
mayoría de ellos, después de luchar durante muchos años contra el
fanatismo destructor de los negros, se han resignado y no quieren
empezar de nuevo». La culpa de la situación la atribuyó llanamente al
«partido liberal, o lo que era para el Cauca lo mismo, el populacho
negro»45.
Huelga decir que no todos los liberales estaban conformes con este
tipo de política racial. En el Cauca, y en toda Colombia, el partido se
dividía en grupos opuestos de liberales radicales estrechamente vincula-
dos a la población negra, e independientes centristas aliados a los con-
servadores46. El cónsul francés en Panamá percibió la presencia de no
uno, sino dos partidos liberales: una facción blanca compuesta de
comerciantes locales acomodados, y un «Partido Liberal negro» que
comprendía artesanos y trabajadores. Unos años más tarde, este último
consiguió ganar el control electoral de Colón, una de las dos principales
ciudades del istmo, creando una administración y una burocracia negra
municipal que los funcionarios estadounidenses encontraron algo más
que desconcertante cuando empezaron la construcción del canal, en
1904. Para los administradores de Estados Unidos, los funcionarios
negros eran apenas tolerables a nivel municipal, pero cuando el liberal
mulato Carlos Mendoza llegó a la presidencia del país en 1910, las auto-
ridades norteamericanas rehusaron ratificar un jefe afrodescendiente en
el ejecutivo de la nueva república, y lo forzaron a dimitir47.

45. Mina, Esclavitud y libertad, 62; Sanders, Contentious Republicans, 154-158.


Cien años después, en la década de 1970, los ancianos afrocolombianos aún tenían
recuerdos muy vívidos de las guerras del siglo XIX entre liberales y conservadores. «Los
conservadores deseaban conservar las leyes de los españoles... para agarrar a los escla-
vos negros y hacerlos trabajar día y noche... De ahí viene la palabra “conservador”. Los
conservadores querían esclavizarnos de nuevo. Esa es la razón por la que tuvimos tan-
tas guerras. La palabra “liberal” es la palabra “libre”... Es eso lo que quiere decir “libe-
ral”, un mundo de libertad y pensamiento... El negro no puede ser nunca conserva-
dor...» (Taussig, Devil and Commodity Fetishism, 67-68).
46. Sanders, Contentious Republicans, 161-183.
47. Figueroa Navarro, Dominio y sociedad, 98-99, 342-344; Conniff, Black Labor,
19, 41-42. Sobre el liberalismo negro de mediados de siglo (década de 1850) en Panamá,
ver McGuinness, «In the Path of Empire», 132-167 pássim.
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LA POLÍTICA DE LA LIBERTA D, 1810-1890 167

No toda la movilización de negros y mulatos libres durante este


período fue de carácter liberal. En las zonas de plantación, los hacen-
dados conservadores incluyeron a campesinos y peones afrodescen-
dientes en sus redes clientelares, y obtuvieron de ellos apoyo militar y
electoral. En Perú, los políticos conservadores cultivaron las relacio-
nes con los gremios de artesanos negros de Lima, prestándoles dinero,
apadrinando a los hijos de los miembros, pagando las fianzas para
sacarlos de la cárcel, y defendiendo aranceles proteccionistas sobre las
importaciones que competían con productos autóctonos. A cambio,
de los gremios se esperaba que llevaran a sus miembros a votar a los
conservadores en las elecciones y, según las acusaciones de los libera-
les, que usaran la violencia y la intimidación para evitar que otros
votantes llegaran a las urnas48.
El caso más conocido de un político conservador que tuvo éxito en
atraer el apoyo negro fue el del caudillo argentino Juan Manuel de
Rosas. La victoria de Rosas con la población negra le debió más al ase-
sinato sistemático y la represión de la oposición liberal que a las conce-
siones o beneficios que le ofreció a los afroargentinos. No sólo reabrió
el tráfico de esclavos entre 1831 y 1838, las demandas de participación
de la población negra en las guerras civiles, internacionales e indígenas
en las que estaba constantemente embarcado también trastornaron
intensamente la vida familiar y comunitaria negra. Después de la caída
del dictador en 1852, la prensa negra (que significativamente surgió
sólo después de su partida) denunció enérgicamente «esa bárbara y sal-
vaje tiranía de veinte años» que había mantenido a los afroargentinos
«en un estado de barbarie o absoluta ignorancia..., encerrándola [a la
clase de color] en los campamentos y haciendo de ella el principal e
inocente instrumento de su poder y dominio»49.
En el contexto de la América española, donde quiera que funciona-
ran sistemas bipartidistas los negros y mulatos más activos política-
mente se identificaron con el liberalismo, hecho que tuvo consecuen-
cias importantes para la historia política de la región. El apoyo negro

48. Gootenburg, Between Silver and Guano, 49-51; Cuche, Poder blanco, 148-149.
Acerca del uso por parte de políticos conservadores de bandas de capoeira para alterar
los resultados de las elecciones en Brasil, ver Soares, Negregada instituição, 196-245.
49. Andrews, Afro-Argentines,180; sobre la represión de la oposición liberal por
parte de Rosas, ver Lynch, Argentine Caudillo, 95-119.
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168 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

contribuyó materialmente al triunfo final del liberalismo en la Améri-


ca hispánica; a cambio, el liberalismo llevó al poder a casi todos los pre-
sidentes negros y mulatos del siglo XIX: Bernardino Rivadavia en
Argentina (1825-1827), Vicente Guerrero en México (1829), Vicente
Roca en Ecuador (1845-1849), Joaquín Crespo en Venezuela (1884-
1886 y 1892-1897) y Ulises Heureaux (1882-1899) en la República
Dominicana50. Pero cuando el liberalismo llegó al poder, lo hizo de una
forma que pocos liberales negros habrían previsto o aprobado. Como
sugieren los casos de Colombia y Panamá, en casi toda la región el libe-
ralismo como movimiento político tuvo dos corrientes que coexistie-
ron en una relación tensa y profundamente ambivalente. Una corrien-
te era conservadora y guiada por la elite, la otra era «popular» y
favorable a la reforma radical política y social. Fue ésta la que propor-
cionó el grueso de la base militar y electoral que apoyó a los partidos y
los gobiernos liberales. Pero cuando esos partidos y gobiernos toma-
ron el poder, en la segunda mitad del siglo XIX, no fue en la forma de
«liberalismo popular», sino en su versión conservadora dominada por
los intereses de las elites. Estos gobiernos procedieron a promulgar
políticas sociales y económicas que perjudicaron la situación de los
campesinos y trabajadores que los habían llevado al poder51.
A pesar de este resultado, no podemos decir que las luchas de los
liberales negros fueran en vano. Ellos crearon una tradición de movi-
lización política anti-oligárquica que ayudaría a crear más tarde el
movimiento político más importante de América Latina durante el
siglo XX: el populismo52. Además, a corto plazo el desafío a los intere-
ses de la elite que representaba el liberalismo popular mantuvo a los
terratenientes hispanoamericanos en una posición de vulnerabilidad y
debilidad durante buena parte de los primeros 50 años de indepen-
dencia. A su vez, esto dio lugar a posibilidades reales para que los

50. Sobre estos presidentes negros, ver Andrews, Afro-Argentines, 82-83; Vincent,
Legacy of Vicente Guerrero; Jurado Noboa, «Presidentes del Ecuador»; Ewell, Vene-
zuela, 21-26; Hoetink, Dominican People, 112-138 pássim. La única excepción a esta
generalización fue el conservador Buenaventura Báez, cinco veces presidente de la
República Dominicana entre 1849 y 1878.
51. Sobre el ascenso al poder de los liberales en Argentina, México, Venezuela, y
otros países, ver Bushnell y Macaulay, Emergence of Latin America, 180-246. Sobre el
«liberalismo popular», ver Mallon, Peasant and Nation; Guardino, Peasants, Politics;
Sanders, Contentious Republicans; Thurner, Two Republics.
52. Ver capítulo 5.
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LA POLÍTICA DE LA LIBERTA D, 1810-1890 169

libertos recién liberados y los campesinos afrodescendientes pudieran


redefinir sus condiciones de vida y de trabajo en las zonas de planta-
ción de Colombia, Venezuela, México, etc.

CIUDADANOS, TRABAJADORES, CAMPESINOS

Volvamos al plantador brasileño y los libertos que encontramos al


principio del capítulo. Como vimos, el plantador relataba cómo

Fui a buscar negros a la ciudad


Que se quisieran alquilar
Hablé con esta humildad:
«—Negros, ¿quieren trabajar?»

A lo que los libertos respondían:

«Ya no hay negros, no:


Hoy todos somos ciudadanos.
Que vayan los blancos a trabajar en los campos».

Éste era un poema ficticio y semi-humorístico, podemos decir casi


con certeza que no lo escribió un esclavo. Sin embargo, su retrato de
las relaciones de trabajo en la post-emancipación es corroborado por
una abundante evidencia que sugiere que, una vez que llegó la eman-
cipación, los antiguos esclavos intentaron poner tanta distancia como
fuera posible entre ellos y su antiguo estatus de trabajadores cautivos,
y que sus esfuerzos para hacerlo tuvieron consecuencias formidables
para la agricultura de plantación en toda Afro-Latinoamérica. Su
determinación era tan absoluta que persistió durante años, décadas e
incluso un siglo o más, después del fin de la esclavitud. En una visita a
Perú durante 1880, el viajero francés Charles Wiener halló a los afro-
peruanos atormentados todavía por «este mal recuerdo, esta pesadilla,
la esclavitud, esclavitud que ya no existe desde hace un cuarto de siglo,
pero cuyo recuerdo no parece poder desaparecer... Dicen tan a menu-
do que son libres que uno siente en ellos la cólera contenida contra un
pasado que ha sido rescatado, pero que nada puede borrar»53. En Bra-

53. Cuche, Poder blanco, 43-44.


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170 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

sil, las organizaciones cívicas negras (muchas de ellas llamadas «13 de


Mayo», el día en que la esclavitud fue finalmente abolida) celebraron
la abolición con una regularidad absoluta durante la primera década
del siglo XX. Varios antropólogos que hacían trabajo de campo entre
poblaciones rurales afrolatinoamericanas en las décadas de 1970 y
1980 se dieron cuenta de que sus informantes todavía guardaban
poderosos recuerdos relativos a la esclavitud y la vehemente determi-
nación de evitar condiciones de trabajo similares a las de la servidum-
bre54.
El primer paso para escapar de la esclavitud de plantación fue, lógi-
camente, irse de la plantación. Mientras que la mayoría de los antiguos
esclavos se quedaron en el campo, otros optaron por dejar atrás la vida
rural y dirigirse a las ciudades y pueblos cercanos (es por ello que
cuando el plantador del poema necesitó trabajadores para su hacienda
los fue «a buscar a la ciudad»). Los esclavos siempre habían percibido
el empleo urbano como preferible a trabajar en una plantación, y
muchos aprovecharon ahora la oportunidad de la libertad para buscar
empleo en las urbes.
O para no buscarlo. Una vez en libertad y en la ciudad, los libertos
se unieron a los negros y mulatos libres, los blancos pobres, los indí-
genas y los mestizos en la construcción de una «cultura plebeya» que
era en muchos aspectos la antítesis de la esclavitud. Si la esclavitud
había forzado a los trabajadores a trabajar bajo una disciplina dura y a
menudo brutal, la «cultura plebeya» rechazaba la noción de disciplina
del trabajo, e insistía en el derecho de los trabajadores a rechazar el tra-
bajo donde y cuando quiera que lo desearan55. Si la esclavitud había
restringido severamente el tiempo libre de los trabajadores, la «cultu-
ra plebeya» valoraba las fiestas, las festividades y las celebraciones

54. Sobre las celebraciones del 13 de Mayo ver Andrews, Blacks and Whites, 212-
218; acerca de la actual memoria de la esclavitud, Queiroz, Caipiras negros, 81; Taussig,
Devil and Commodity Fetishism, 67-68, 93; Long, «Dragon Finally Came», 24-25;
Bourgois, Ethnicity at Work, 84; «Former Slave Havens in Brazil Gaining Rights»,
New York Times (23 de enero de 2001), A1, A4. Hasta hoy, los afrobrasileños de clase
baja invocan como uno de sus principales valores el concepto de que «todo hombre
debería ser dueño de su propio cuerpo». Scheper-Hughes, Death Without Weeping,
231, 231-267 pássim; «On the Conga Line, Who Cares About the Crisis?», New York
Times (15 de febrero de 1999).
55. La reivindicación más importante, cabe recordar, de los esclavos de la planta-
ción de Santana en 1789. Ver el capítulo 1.
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LA POLÍTICA DE LA LIBERTA D, 1810-1890 171

colectivas. Y si la esclavitud había limitado a los trabajadores el ali-


mento y el vestido, dado en cantidades inadecuadas y de mala calidad,
la «cultura plebeya» valoraba el consumo ilimitado de comida, licor y
ropa con estilo56.
No es sorprendente, pues, que estos valores y estas metas genera-
ran tensiones y conflictos entre las elites urbanas, las autoridades y las
clases medias, por un lado, y los plebeyos por el otro. En toda Afro-
Latinoamérica, esa tensión adoptó un tono marcadamente racial.
«¿Hasta cuándo sufriremos las lisuras, los insultos y tropelías de los
negros, nuevos ciudadanos: duerme la policía o cierra los ojos sobre
estas reuniones de borrachos, que es propio sólo para insultar y ame-
nazar a los ciudadanos blancos?», preguntaba una carta al diario El
Comercio de Lima en 1855, un año después de la emancipación. El
periódico conservador colombiano Ariete marcaba en 1850 una línea
racial incluso más acentuada, al comparar «el negro, el bribón, el vago,
el estúpido y el criminal» con «el blanco, el honrado, el trabajador, el
de talento y el virtuoso», y concluía que «nunca el color negro será
igual al blanco». Cuando unos comerciantes y hombres de negocios
franceses solicitaron a su cónsul en Ciudad de Panamá en 1859 que
incrementara la protección policial, describieron la delincuencia del
lugar como «la guerra de los negros contra los blancos, la guerra de
quienes no tienen nada y desean vivir sin trabajar contra quienes pose-
en algo y viven honorablemente de su trabajo»57.
Pueblos y ciudades promulgaron leyes de vagancia y estatutos de
«orden público», incluyendo fuertes restricciones sobre las danzas
negras en la calle y otras festividades públicas, pero unas fuerzas poli-
ciales débiles y sin efectivos suficientes hallaron estas ordenanzas difí-
ciles de hacer cumplir. Algunos municipios, reconociendo la imposi-
bilidad de mantener el orden solamente con la fuerza institucional,
intentaron reclutar instituciones plebeyas para sus esfuerzos. Las
autoridades peruanas recurrieron a los gremios artesanos para «disci-
plinar... y controlar a los turbulentos y temibles plebeyos de piel oscu-
ra». En Buenos Aires, a las naciones africanas se les requirió por ley
que informaran a la policía de cualquier actividad criminal entre sus

56. Sobre la «cultura plebeya», ver Aguirre, Agentes, 165-178.


57. Aguirre, Agentes, 318; Sanders, Contentious Republicans, 140; Figueroa Nava-
rro, Dominio y sociedad, 343; McGuiness, «In the Path of Empire», 123, 155.
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172 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

miembros. Las naciones, no obstante, hicieron caso omiso de la super-


visión policial, entregando a un único presunto criminal entre 1820 y
1870, y funcionaron en su mayor parte libres de la interferencia poli-
cial58.
Finalmente, fueron menos los controles y la represión oficial que la
imperiosa necesidad de supervivencia física lo que reimpuso la disci-
plina laboral sobre los libertos. El consumo no podía sostenerse sin
renta, y la renta no podía ganarse sin trabajo. En los pueblos y ciuda-
des este trabajo era principalmente trabajo asalariado: las mujeres tra-
bajando como sirvientes domésticas, lavanderas, cocineras y vendedo-
ras ambulantes; los hombres trabajando como peones jornaleros,
sirvientes o en la industria ligera59. Ninguna de estas ocupaciones hizo
posible la abundancia material que hubiera sido la antítesis de la escla-
vitud, especialmente en las condiciones de guerra continuada que
afectaban a buena parte de la América española a mediados de siglo.
Incluso los artesanos, históricamente el segmento más próspero y exi-
toso de la fuerza de trabajo negra, se vieron afectados por la situación
de movilización bélica. Muchos artesanos y hombres y mujeres de
negocios negros perdieron sus propiedades y sus ahorros en la inesta-
bilidad generada por las guerras civiles y de independencia; a todos les
resultó difícil operar en las condiciones de guerra. Los artesanos
afrontaron además una devastadora competición por parte de las
importaciones británicas, de las que habían estado protegidos durante
el período colonial. Su posición económica precaria a principios y
mediados del siglo XIX, y sus esfuerzos para defenderse a sí mismos de
las tendencias que intentaban socavarla, fueron otra razón para expli-
car el alto nivel de participación de los afrolatinoamericanos en la polí-
tica del período60.
Si bien la guerra y la inestabilidad política minaron la posición eco-
nómica de los asalariados urbanos, también tuvieron algunas conse-
cuencias diferentes y en algunos sentidos más positivas para los liber-

58. Gootenburg, Between Silver and Guano, 49; Andrews, Afro-Argentines, 143-146.
59. Sobre el trabajo negro urbano en los años de la post-abolición, ver Stokes,
«Etnicidad y clase social», 197-199; Andrews, Afro-Argentines, 181-186.
60. Sobre la movilización de los artesanos en este período y la participación de los
negros en ella, ver Sowell, Early Colombian Labor Movement, 54-80; Pacheco, Fiesta
liberal; Guardino, Peasants, Politics, 118-127, 140-142; Gootenburg, Between Silver
and Guano, 49-51.
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LA POLÍTICA DE LA LIBERTA D, 1810-1890 173

tos y los campesinos negros que permanecieron en el campo. Allí la


prioridad de los libertos fue también la de redefinir sus condiciones de
vida y trabajo de un modo que intentaba negar y eliminar la experien-
cia de la esclavitud. Allí, además, los libertos buscaron nuevas formas
de trabajo, placer, vida familiar y consumo. Pero al luchar por esos
objetivos, los libertos y los campesinos tuvieron acceso a un recurso
que estaba ausente en la ciudad, y que les dio más poder de negocia-
ción con los antiguos amos y los empresarios de esa época. Ese recur-
so era la tierra.
El acceso a la tierra en forma de conuco había sido una cuestión
conflictiva central y recurrente entre amos y esclavos antes de la
emancipación. La primera prioridad de los recién emancipados fue
adquirir pequeñas propiedades con las que pudieran subsistir ellos y
sus familias61. Y en cierta medida, el desorden y la inestabilidad de los
años de la post-independencia favorecieron su búsqueda. Al afrontar
la destrucción de buena parte de su capital físico y financiero durante
las guerras de independencia, la pérdida de muchos de sus esclavos, y
la amenaza de mayores pérdidas en las continuas guerras civiles,
muchos hacendados de Colombia, Venezuela, Perú y otros países
redujeron la tierra trabajada, dejando parte de su tierra sin cultivar.
Los negros y mulatos libres y los libertos recién emancipados rápida-
mente ocuparon esas tierras. Los hacendados y sus administradores
intentaron negociar el pago de alquileres con los ocupantes, pero en
una situación de abundancia de tierras y escasez de brazos, como
informaba un funcionario local en el valle colombiano del Cauca en la
década de 1850, los libertos optaron por asentarse en propiedades
«que les ofrecen más ventajas, por manera... que hoy puede decirse
que ellos [los libertos] son los árbitros en el precio de los arriendos de
tierras... aun cuando es cierto existen tendencias muy marcadas por
parte de algunos de los propietarios de esta provincia para hostilizar a
los libertos imponiéndoles fuertes derechos de terraje... se han visto en
la necesidad de acomodarse a las propuestas que sobre el particular les
han hecho sus antiguos esclavos»62.

61. «La aspiración fundamental del liberto no era un salario, era la tierra, base de su
independencia económica» (Correa González, «Integración socio-económica», 211).
Ver también, para Brasil, Machado, Plano e pânico, 21-66.
62. Correa González, «Integración socio-económica», 235; ver también Hudson,
«Status of the Negro», 231-232.
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174 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

La disponibilidad de vastas cantidades de tierras públicas desocu-


padas debilitaba aún más la posición de los hacendados en la negocia-
ción. Estas tierras baldías habían permanecido antes a la Corona, y
después de la independencia pasaron a pertenecer a las nuevas repú-
blicas independientes. Durante la segunda mitad del siglo XIX, a medi-
da que las economías nacionales se recuperaban y la agricultura de
plantación empezaba a expandirse, estas tierras públicas serían toma-
das por los hacendados para incrementar sus propiedades. Pero
durante la primera mitad del siglo, los plantadores no tenían ni el capi-
tal ni los incentivos —ni tampoco la mano de obra— para adquirir y
desarrollar esas tierras. Por lo tanto, las tierras baldías yacían desocu-
padas, abiertas y casi sin vigilancia63.
Estas tierras públicas atrajeron a los campesinos y a los libertos
como un imán. En la región venezolana de Barlovento, libertos y
negros libres desmataron tierras para construir sus conucos. Sembra-
ron cacao, bananas, mandioca, maíz y otros productos para el consu-
mo propio y para la venta en mercados cercanos64. En Colombia, cam-
pesinos negros y familias libertas se mudaron a tierras públicas en las
que, no contentos con ocuparlas, muchos solicitaron al gobierno los
títulos de propiedad65. Muy pocas de estas solicitudes fueron concedi-
das, pero en ausencia de un esfuerzo coordinado para expulsarlos de
las tierras, las pequeñas propiedades proliferaron, tomando diferentes
formas en diferentes partes del país. En la zona azucarera del valle del
Cauca, las familias campesinas se asentaron en aldeas y pequeñas
poblaciones, en donde practicaron la agricultura de subsistencia y
sembraron otros productos en pequeñas cantidades para vender en los
mercados urbanos. En una región en la que predominaba durante el
período colonial la agricultura de plantación y hacienda, estas comu-
nidades autónomas de campesinos negros «formaron una nueva clase
social que se mantuvo fuera de la sociedad [de plantación]»66.
En las selvas del Pacífico, insectos y otras plagas hicieron más difí-
cil cultivar productos de subsistencia y almacenar comida para su ven-

63. LeGrand, Frontier Expansion, 10-13.


64. Cunill Grau, Geografía del poblamiento, 1745-1758.
65. Correa González, «Integración socio-económica», 142-152. Libertos y campe-
sinos quizá dirigieran solicitudes también a las autoridades venezolanas para conseguir
títulos de propiedad, pero si existen investigaciones en el tema no las conozco.
66. Taussig, Devil and Commodity Fetishism, 59.
04-tercero 28/4/07 03:17 Página 175

LA POLÍTICA DE LA LIBERTA D, 1810-1890 175

ta o consumo futuro. La selva ofrecía no obstante otros recursos,


incluyendo abundante pesca y caza, otros productos silvícolas y oro
de los ríos de la región. En consecuencia, los libertos y los negros
libres se diseminaron más espaciadamente, asentándose en pequeños
campamentos familiares en los bancos de los ríos. Estas familias exten-
sas, o «troncos», reclamaron pequeñas propiedades de propiedad
colectiva, en las que todos los miembros tenían derecho a cultivar,
cazar, recolectar productos silvícolas y buscar oro67.
Las estructuras familiares no sólo determinaron la propiedad de la
tierra, también la organización del trabajo. Las familias de libertos en
Colombia rehusaron enviar a las mujeres y los niños a hacer trabajo
asalariado en las plantaciones. Sólo los hombres lo practicaron, y sólo
durante períodos limitados de tiempo. Fue el acceso a la tierra y al tra-
bajo familiar lo que hizo posible esa resistencia al trabajo asalariado,
como notaba un visitante en la región del Chocó a finales del siglo XIX:
«Cada negro tiene su trabajadero o minita donde trabaja algunos días
de la semana (cuando necesita urgentemente) con su familia, y prefie-
re ganar poco pero ser libre y trabajar por su cuenta, rara vez aguanta
una ocupación permanente». La importancia del trabajo familiar en
estas minas de propiedad comunitaria emerge claramente de los datos
del censo colombiano de 1867, en el que casi la mitad de los mineros
de la región eran mujeres68.
El trabajo familiar se restringió al ámbito de la propiedad familiar.
Aunque el trabajo en el campo continuó siendo duro y exigente, se
llevaba a cabo de una manera mucho más humana que bajo la esclavi-
tud, ya que era supervisado por los padres y otros miembros de la
familia. Las familias esclavas podían ralentizar su ritmo de trabajo, en
parte porque el producto de su trabajo ya no era expropiado por los
amos, y en parte porque la agricultura de subsistencia altamente diver-
sificada que practicaban requería menos trabajo que el monocultivo
de plantación. En la década de 1970, cuando visitaban a unos campesi-
nos afrocolombianos que todavía cultivaba sus pequeñas propiedades
con métodos tradicionales, los antropólogos Nina de Friedemann y
Jaime Arocha descubrieron que sembraban bananas, cacao, café, hier-
bas medicinales y otros productos «en lo que parecía ser el más abso-

67. Friedemann, «“Troncos” among Black Miners».


68. Correa González, «Integración socio-económica», 119, 126.
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176 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

luto desorden. Sin embargo, el conjunto funcionaba muy bien». Los


cafetos y los bananos proporcionaban sombra y abrigo para las plan-
tas más bajas, y sus hojas caídas formaban un manto que ayudaba a
controlar las malas hierbas y proporcionaba nutrientes. La diversidad
de los productos sembrados redujo asimismo la incidencia de enfer-
medades y plagas de insectos que infestaron las haciendas vecinas que
trabajaban el monocultivo de azúcar (y ya en las décadas de 1960 y
1970 de soja), y también diseminó la demanda de trabajo de la siembra
y la cosecha más regularmente durante el año, en lugar de concentrar-
la en una sola estación69.
Menores demandas de trabajo significaron mayor tiempo libre, que
podía ser empleado descansando o en las muchas actividades rituales
que vertebraban la vida cultural y espiritual de las aldeas negras. La sín-
tesis de religiones africanas y europeas que había comenzado durante
la esclavitud estaba ahora completa, produciendo formas populares de
catolicismo que, aunque seguían el calendario religioso católico y reco-
nocían la autoridad de la Iglesia, eran poderosamente africanas en su
contenido. Esta dualidad se daba en una medida tal que el conflicto y la
tensión acerca de las formas apropiadas de la liturgia católica continua-
ron entre sacerdotes y parroquianos. El toque del tambor, la danza y la
música tocados con instrumentos africanos eran partes necesarias de
esa liturgia para los fieles negros, y con el tiempo la Iglesia aceptó a
regañadientes esos aspectos de la religiosidad negra70.
Lo que la Iglesia no podía aceptar era la práctica africana de «bajar»
a los santos con el trance y la posesión ritual. Esta práctica sobrepasa-
ba la autoridad de los curas, al dar a los seglares acceso directo a las
divinidades y los santos. Es más, estos actos conferían una profunda
autoridad religiosa a las mujeres, ya que eran principalmente ellas las
que servían de conductos o canales para los espíritus sagrados. Al con-
siderar la práctica de la posesión espiritual una adoración demoníaca,
la Iglesia intentó erradicarla activa aunque infructuosamente. En lugar

69. Friedemann y Arocha también compararon las bajas necesidades de trabajo y


capital que requerían las técnicas agrícolas afrocolombianas con el gasto masivo en
maquinaria, fertilizantes y pesticidas requerido para sostener el monocultivo de
hacienda. Friedemann y Arocha, De sol a sol, 208-218; ver también Caufield, In the
Rainforest, 125.
70. Pollak-Eltz, Negritud en Venezuela, 44-63; Chacón, Curiepe; Price, «Saints and
Spirits»; Lundius y Lundahl, Peasants and Religion, 348-381.
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LA POLÍTICA DE LA LIBERTA D, 1810-1890 177

de ello, los campesinos celebraron sus actos de devoción en sus hoga-


res, en donde los parroquianos se reunían para adorar a la Virgen, San
Juan, San Antonio y otros santos populares71.
Las mujeres también llevaban la voz cantante en otras celebracio-
nes rituales muy frecuentes en las comunidades negras: los funerales
de bebés y niños pequeños. Estando en libertad, tanto las tasas de
nacimiento entre los negros como el tamaño de las familias negras
parece haberse incrementado durante el primer cuarto del siglo XIX.
Pero la mortalidad infantil siguió siendo extremadamente alta, y los
enterramientos de «angelitos» eran un hecho frecuente en la vida de
los pueblos. En las comunidades negras del valle del Chota, en Ecua-
dor, por ejemplo, las madres tenían la costumbre de descansar 44 días
después de dar a luz, durante los cuales se alimentaban con una dieta
especialmente nutritiva, no trabajaban y no dejaban el hogar. Enton-
ces se celebraba una fiesta para conmemorar la recuperación de la
madre después del nacimiento, en la que el bebé era a menudo bauti-
zado. A pesar de estas precauciones para proteger la salud de la madre
y del bebé, muchos niños morían durante su primer año de vida, tan-
to en el Chota como en otras regiones. Los funerales de niños eran tan
comunes en las selvas de Esmeraldas que hasta hoy en día las rezande-
ras negras celebran un servicio anual el 24 de diciembre, día en el que
al Niño Jesús difunto se le acompaña con canciones en su viaje al cie-
lo, en memoria de todos los angelitos que se han ido allí para vivir con
Él72.
Los funerales de los angelitos son ejemplos de los cambios traídos
por la libertad. A diferencia de las plantaciones coloniales, donde las
muertes de los niños esclavos parecen haber pasado desapercibidas
(por lo menos en los registros oficiales), los libertos y los campesinos
eran ahora libres de celebrar colectivamente el recuerdo de la muerte
de un infante y de celebrar la entrada del angelito en el paraíso con una
celebración que incluía abundante comida y bebida. También eran

71. Sobre formas populares de devoción religiosa, ver Freidemann y Arocha, De sol
a sol, 402-413; Whitten, Black Frontiersmen, 132-138; Chacón, Curiepe, 116-122; Prin-
ce, «Saints and Spirits», 189-203.
72. Chalá, «¿Cómo vivimos?», 158; Whitten, Black Frontiersmen, 137; Speiser,
Tradiciones afro-esmeraldeñas, 39-40; Zuluaga Ramírez, Guerrilla y sociedad, 135;
Carvalho-Negro, Estudios afros, 290-291. Sobre los angelitos en otros países, ver Hoe-
tink, Dominican People, 194; Scheper-Hughes, Death without Weeping, 268-339.
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178 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

libres de construir las redes de familia, amigos y vecinos del pueblo,


dentro de las cuales la muerte de un niño no era un acto aislado, sino
una ocasión para la expresión comunal de alegría y pena.
En las zonas de plantación de la América española continental,
libertos y campesinos negros y mulatos lograron transformar las
estructuras de su vida cotidiana, materializando hasta cierto punto la
amenaza de la destrucción de la economía de plantación. Sin llegar a
los extremos de la revolución haitiana, la combinación de la abolición,
las rupturas económicas y políticas provocadas por las guerras civiles,
y el contenido anti-oligárquico del liberalismo radical, produjo un
cambio dramático en la correlación de poder entre hacendados, escla-
vos, libertos y campesinos. Esa reestructuración hizo posible que los
afrohispanoamericanos pudieran negociar ventajas y obligaciones con
sus antiguos amos, sus empresarios presentes y los funcionarios del
Estado desde una posición más fuerte de la que jamás tuvieron, y que
no volverían a tener. En consecuencia, entre 1820 y 1870 ellos pudie-
ron redefinir sus condiciones de vida y trabajo en las zonas de planta-
ción, y pudieron construir las vidas que les habían sido denegadas
durante la esclavitud73.

CLASES MEDIAS NEGRAS

Mientras la guerra y la violencia civil azotaban las sociedades y las


economías de la América española continental, la paz y la estabilidad
crearon las condiciones para la expansión continua de las economías
de plantación en Brasil, Cuba y Puerto Rico. Basadas en la opresión de
entre 2 y 3 millones de esclavos74, esas economías generaron paradóji-
camente oportunidades significativas para la movilidad ascendente de
los negros y mulatos libres y el crecimiento de las clases medias
negras.
Impulsada por el crecimiento sin freno de las exportaciones de
azúcar, Cuba puede muy bien haber sido la economía que creció con

73. Sobre procesos similares entre los indígenas en el México post-independiente,


ver Tutino, Insurrection to Revolution, 215-241.
74. Hacia 1850, eran aproximadamente entre 2 y 2,5 millones en Brasil, 320.000 en
Cuba y 50.000 en Puerto Rico. Graham, «1850-1870», 113; Kiple, Blacks in Colonial
Cuba, 6, 79; Schmidt-Nowara, Empire and Antislavery, 38.
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LA POLÍTICA DE LA LIBERTA D, 1810-1890 179

más rapidez en América Latina durante este período. Hacia 1850 tenía
el segundo nivel más alto de exportaciones per capita de la región,
superada solamente por Uruguay; Puerto Rico era el tercer país en ese
ranking. El azúcar cubano y puertorriqueño compitió directamente
con la producción azucarera de Brasil. Como resultado de ello, des-
pués de incrementos sustanciales a principios del siglo XIX, las expor-
taciones azucareras brasileñas sólo doblaron su valor entre 1820 y
1870, un ritmo de crecimiento relativamente bajo. Sin embargo, las
exportaciones de café brasileño explotaron durante el mismo período,
aumentando su valor de 7 millones de libras esterlinas en la década de
1820 a 50 millones en la de 1850 y 113 millones en la de 1870. Esto fue
suficiente para producir un crecimiento «modesto pero estable» en la
economía nacional en conjunto, y algo bastante más que eso en el sud-
este cafetero (Río de Janeiro, Minas Gerais y São Paulo)75.
En los tres países, el grueso de los beneficios de la exportación fue
a parar a manos de las elites de hacendados y comerciantes y, a través
de los impuestos, a las del gobierno nacional (o colonial, en Cuba y
Puerto Rico). La riqueza tendió a concentrarse y ser gastada en las áre-
as urbanas, especialmente las ciudades portuarias y las capitales nacio-
nales y provinciales. A medida que se incrementó la riqueza basada en
la exportación, también lo hizo la demanda de bienes y servicios que
proporcionaban los artesanos y pequeños comerciantes, muchos de
ellos afrodescendientes. De los hombres negros y pardos libres regis-
trados en el censo de 1834 de Río de Janeiro, casi el 40% se registraron
como artesanos. En Salvador, los artesanos sustentaron las hermanda-
des religiosas afrocatólicas, y en 1832 crearon la que estaba destinada
a ser la sociedad de ayuda mutua más duradera de la ciudad, la Socie-
dade Protetora dos Desvalidos76.
En Cuba, los funcionarios españoles describían en 1843 cómo un
segmento sustancial de la población negra libre vivía acomodado, «y
que como se dice se ponen camisa limpia todos los días... Por lo regu-
lar saben leer y escribir, y que se hallan en posesión de las artes y los
oficios y entre los cuales hay muchos que son dueños de considerables

75. Estadísticas y cita de Bulmer-Thomas, Economic History, 38; Bethell y Carvalho,


«1822-1850», 84, 86-87; Graham, «1850-1870», 115.
76. Karasch, Slave Life, 69; Braga, Sociedade Protetora. La Sociedad existe todavía
hoy en día.
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180 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

capitales...»77. Un manifiesto de 1828 que firmaron los oficiales negros


de la milicia transmite el sentido colectivo de estos afrocubanos en
proceso de ascenso social. Al describirse a sí mismos como «pardos y
morenos españoles de La Habana», los oficiales trazaban una línea
clara entre ellos y los africanos de la ciudad, y reclamaban un lugar en
la esfera «española» de la sociedad colonial. A continuación especifi-
caban los logros en los que se basaba su reivindicación:

Pardos y morenos, somos los que desempeñamos las artes mecánicas en el


mayor grado de perfección, con admiración de los profesores de otras
naciones ilustradas. Tenemos posesiones para vivir con nuestras familias,
para nuestros talleres y para dar en arrendamiento indistintamente a los
que carecen de ellas. Tenemos fincas rurales y siervos en los mismos tér-
minos que poseen estas propiedades los que componen la población ente-
ra del pueblo habano78.

Estos hombres de la milicia y otros artesanos y hombres de nego-


cios exitosos se medían a sí mismos por los estándares de la sociedad
blanca, y pedían su reconocimiento y aceptación. Pero las elites cuba-
nas y los funcionarios españoles rechazaron concederles su acepta-
ción. Mientras que las leyes de castas que restringían la movilidad
negra ascendente estaban siendo derogadas en Brasil y la América
española, éstas seguían vigentes en las colonias españolas de Cuba y
Puerto Rico. Las elites cubanas, en particular, siguieron el desastroso
sendero que marcaron sus contrapartes venezolanos (y haitianos) a
finales del período colonial, al insistir en el cumplimiento permanente
del privilegio racial de los blancos. En consecuencia, «los límites entre
blancos y negros libres se volvieron mucho más rígidos» en las déca-
das de 1820 y 1830, conforme los afrocubanos se chocaban con «nue-
vas barreras discriminatorias... [y] un prejuicio de color más virulento
de lo que antes hubieran conocido»79.
El aumento de los prejuicios y el reforzamiento continuo de las
leyes de castas llevaron a pequeños grupos de conspiradores afrocu-

77. Deschamps Chapeaux, Negro en la economía, 44. Deschamps Chapeaux descri-


be esta clase en La Habana; sobre su equivalente en la ciudad oriental de Santiago, ver
Duharte Jiménez, Negro en la sociedad colonial, 91-115.
78. Deschamps Chapeaux, Negro en la economía, 62.
79. Paquette, Sugar Is Made, 105, 113; ver también Hall, Social Control, 127-132.
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LA POLÍTICA DE LA LIBERTA D, 1810-1890 181

banos libres a unirse a la población esclava para planear rebeliones


dirigidas a derrocar la esclavitud y el Régimen de Castas. Los negros y
mulatos libres ayudaron a planear y a llevar a cabo importantes alza-
mientos esclavos en 1812, 1825 y 1835. También intentaron hallar alia-
dos internacionales, incluyendo abolicionistas británicos que opera-
ban en la isla durante la década de 1830 y principios de la de 1840, y
fuerzas anti-esclavistas de Haití80.
Conforme el ritmo de las insurrecciones esclavas se aceleraba en la
década de 183081, los funcionarios españoles empezaron a mostrarse
más preocupados ante la posibilidad de que los afrocubanos libres
pudieran ejercer de vínculo entre los enemigos internos y externos del
Estado colonial. En un esfuerzo para prevenir que hicieran contacto
con esos enemigos, los funcionarios impusieron nuevas restricciones
sobre ellos. En 1837, la prohibición de entrada de haitianos a Cuba se
extendió a los negros y mulatos libres provenientes de cualquier otro
país, así como a los marineros de color, a quienes se les obligaba a que-
darse en sus barcos mientras estuvieran en puerto so pena de ser arres-
tados y retenidos en la cárcel hasta que sus naves zarparan. En 1839,
después del arresto de varios oficiales y reclutas negros de la milicia
por su participación en una conspiración antigubernamental, la Coro-
na ordenó «la más activa vigilancia de las milicias de pardos y more-
nos», y la disgregación de cualquier unidad que «se desviara del sen-
dero de la lealtad». En 1841 el gobernador abolió el Cabildo de
Santiago del Prado, «un cabildo municipal de gente de color, el único
de su tipo y el escándalo de la isla». En 1842, para limitar su contacto
con la población esclava, a los negros y mulatos libres se les prohibió
llevar armas blancas o de fuego, y trabajar como capataces o contables
en las plantaciones82.
Pero aun así las rebeliones esclavas continuaron, y alcanzaron su
clímax en la primavera y el otoño de 1843. En marzo de ese año, 1.000
esclavos escaparon de las plantaciones y los campos de construcción

80. Franco, Conspiración de Aponte; Paquette, Sugar Is Made, 139-182, 233-264.


81. Las rebeliones se incrementaron en número tanto por la llegada de más africanos
a la isla durante la década de 1830 que en cualquier época anterior, como por las noticias
de la emancipación en las islas británicas. Ver Hall, Social Control, 56; Paquette, Sugar Is
Made, 71-72.
82. Knight, Slave Society, 96-97; Paquette, Sugar Is Made, 120; Díaz, The Virgin,
the King, 262; Deschamps Chapeaux, Batallones de pardos, 83-88.
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182 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

del ferrocarril en la región de Cárdenas, en Matanzas. Marchando por


el campo en «orden militar, ataviados con sus ropas de festivo, sus
banderas ondeando al viento, y llevando escudos de cuero», fueron
atacados y dispersados por tropas españolas, con un alto coste en
vidas. Muchos esclavos se suicidaron colgándose en los bosques para
evitar ser capturados, otros escaparon a asentamientos de cimarrones.
Una segunda ola de alzamientos se extendió por varias plantaciones de
Matanzas en noviembre. De nuevo, fueron derrotados83.
Convencidos de que esas rebeliones eran el producto de una cons-
piración de negros libres extendida por toda la isla, a principios de
1844 el gobierno colonial desató una campaña masiva de terror y
represión contra los africanos y los afrocubanos. Todas las unidades
negras de la milicia fueron disgregadas, a los negros y mulatos libres se
les prohibió entrar a las plantaciones sin autorización escrita, y a los
propietarios de las plantaciones se les concedieron mayores poderes
de castigo sobre sus esclavos. Al menos 2.000 africanos y afrocubanos
libres y 800 esclavos fueron arrestados e interrogados, la mayoría bajo
tortura (este sangriento episodio de la historia cubana se conoce como
La Escalera, por el dispositivo en forma de escalera en el que los reos
eran amarrados antes de ser torturados). Cientos de ellos —no sabe-
mos cuantos— murieron durante el cautiverio; 600 negros y mulatos
libres y 550 esclavos condenados con penas de cárcel, 430 negros y
mulatos libres fueron desterrados de la isla, y 38 africanos y afrocuba-
nos libres y 39 esclavos fueron condenados a muerte. Más de 700 afro-
cubanos huyeron de la isla, temiendo por sus vidas84.
Algunos historiadores han afirmado que no hubo ninguna conspi-
ración entre la población de negros libres o de esclavos en ese momen-
to, y que las acciones del gobierno fueron producto de una histeria
infundada85. Investigaciones más recientes sugieren la presencia de
múltiples grupos de conspiradores tanto entre la población de negros
y mulatos libres como entre los esclavos, aunque la naturaleza especí-
fica de los contactos entre estos grupos sigue sin estar clara86. De lo

83. Citas de Paquette, Sugar Is Made, 177; ver también 177-179, 209-210; Bergad,
Cuban Rural Society, 240-241; Castellanos y Castellanos, Negro en Cuba, 329.
84. Paquette, Sugar Is Made, 220-229.
85. Ver por ejemplo Knight, Slave Society, 95.
86. Paquette, Sugar Is Made, 233-264; Castellanos y Castellanos, Negro en Cuba,
316-334; Hall, Social Control, 57-59.
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LA POLÍTICA DE LA LIBERTA D, 1810-1890 183

que sí tenemos certeza es de la salvaje brutalidad de la respuesta espa-


ñola y su efectividad en reprimir la resistencia de esclavos y negros
libres a partir de entonces. Las rebeliones esclavas a gran escala sim-
plemente dejaron de darse después de 1844. Un visitante español en la
isla a finales de la década de 1840 halló que incluso los prósperos afro-
cubanos libres se habían retraído a un estado de sumisión bastante cer-
cano, de algún modo, al de los esclavos: «siempre el negro, sea libre o
esclavo, está obligado a respetar el blanco, concediendo la ley a éste
una superioridad, que tiene por objeto conservar la fuerza moral, a fin
de tener sometidos a los de la raza negra»87.
Esa «fuerza moral» era difícil de mantener frente al avance econó-
mico sostenido de los negros y mulatos libres. A pesar de la aniquila-
ción de la elite afrocubana en 1844 y de la confiscación de la propiedad
que mucha gente de color acomodada sufrió, las clases negras media y
alta pronto se reconstruyeron a sí mismas. Al visitante español que
mencionaba el estado de sumisión de los negros libres le impactó la
disparidad entre su bajo estatus social y sus innegables avances econó-
micos. «Pueden tener propiedades y hasta esclavos, y muchos viven de
esta granjería». El gobernador de La Habana observaba en 1854 las
permanentes «pretensiones ambiciosas» de los negros libres y «la pro-
pensión que tiene esta raza de superar a la blanca» en sus logros eco-
nómicos y profesionales. El resultado, continuaba, era un «desagra-
do» y un «descontento» muy extendidos entre los blancos, que
produjeron continuas peticiones para que el gobierno hiciera cumplir
«el dominio que sobre la raza negra tiene la blanca» y prevenir el «des-
pertar en una clase inferior y degradada, la idea de igualdad». Los
gobernadores españoles continuaron invocando «la indispensable
subordinación y respeto conque la [raza] de color debe mirar a la
blanca» y la necesidad imperativa de prevenir «la relajación de los vín-
culos de obediencia y respeto debidos por la raza de color a la blanca,
y sobre los cuales descansa en gran parte la tranquilidad del territo-
rio». En 1864, la administración española incluso empezó a velar por
el cumplimiento de la desfasada legislación que prohibía el matrimo-
nio interracial88.

87. Castellanos y Castellanos, Negro en Cuba, 152.


88. Citas de Martínez-Alier, Marriage, Class and Colour, 30-33, 39. Las ambicio-
nes de la clase media negra fueron brutalmente satirizadas en la obra teatral de Fran-
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184 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

Los afrobrasileños que ascendían socialmente también tuvieron


sus quejas y agravios durante este período, quejas y agravios que
hallarían su expresión en los alzamientos republicanos de las décadas
de 1820 y 1830 y en las reivindicaciones de la «prensa mulata» de Río
de Janeiro para aumentar la representación negra en los niveles más
altos del gobierno89. El gobierno pudo haber respondido a estos actos
con renovados controles y restricciones sobre la población negra,
como en Cuba. En lugar de ello, después de aplastar las rebeliones
provinciales y restablecer la autoridad central, la monarquía reafirmó
su compromiso con la igualdad racial, y en 1850 dio el primer paso
hacia la abolición final de la esclavitud, al prohibir finalmente el tráfi-
co de esclavos.
Este compromiso con el igualitarismo racial, combinado con el
crecimiento económico continuado y el fin del tráfico de esclavos,
creó oportunidades significativas para el avance económico negro.
Los plantadores empezaron satisfaciendo la demanda de mano de
obra comprando esclavos urbanos y llevándolos al campo, lo cual dio
como resultado una mejora en las condiciones de la negociación y del
mercado laboral para los negros libres urbanos. En el agro, la crecien-
te demanda urbana de productos alimenticios creó oportunidades
para que los pequeños propietarios negros pudieran producir maíz,
frijoles, mandioca, ganado y otros productos para la venta en los pue-
blos y ciudades cercanos.
Las oportunidades no se limitaron a las ocupaciones manuales.
Aunque no hay disponibles estadísticas sobre la entrada de estudian-
tes afrobrasileños a la universidad, el intelectual decimonónico Silvio
Romero estimaba que «cientos» de mulatos se habían graduado de las
facultades de derecho y medicina, recién establecidas a mitad del siglo
XIX. «Los médicos, abogados y profesores mulatos eran muchos»,
coincide con él el historiador João Reis90. El acceso negro a profesio-

cisco Fernández Los negros catedráticos. La obra fue «enormemente exitosa» en La


Habana durante la década de 1860; retrataba a los afrocubanos que ascendían social-
mente como incultos pretenciosos que hablaban un español absurdamente adornado y
barroco, cometiendo numerosos fallos en el habla para darle un efecto cómico. Kut-
zinski, Sugar’s Secrets, 43.
89. Flory, «Race and Social Control», 208-213; Lima, Cores, marcas e falas, 31-87.
90. Freyre, Mansions and Shanties, 354-399, Romero citado en 368; Reis, A morte
é uma festa, 40. «Los hombres de color libres avanzaron rápidamente en las artes, las
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LA POLÍTICA DE LA LIBERTA D, 1810-1890 185

nes que no requerían título universitario (enseñanza, periodismo y


artes) fue incluso más rápido. Hacia las décadas de 1870 y 1880 la
mayoría de los profesores de escuela elemental en Salvador y sus alre-
dedores eran afrobrasileños. Los escritores negros y mulatos eran
comunes, incluyendo a los mejores del país: Antônio Gonçalves Dias,
Tobias y Lima Barreto, João da Cruz e Sousa, y el mejor autor brasi-
leño de todos los tiempos, Joaquim Maria Machado de Assis, funda-
dor y primer presidente de la Academia Brasileña de las Letras91.
Especialmente impactante para los visitantes extranjeros fue la
habilidad de los no-blancos para tomar parte en la política nacional.
«Pueden encontrarse hombres de color en todas las ramas de la admi-
nistración, en el sacerdocio, en el ejército, y hay muchos que son de
excelente familia», informaba el viajero francés Maurice Rugendas en
1835. «Si un hombre tiene libertad, dinero y méritos, no importa lo
negra que sea su piel, ningún lugar en la sociedad se le negará», coinci-
día un observador americano en 185792. Dos de los más prominentes
políticos conservadores del siglo XIX, Francisco de Sales Torres
Homem, vizconde de Inhomerim, y João Mauricio Wanderley, barón
de Cotegipe, eran hombres de color, y los afrobrasileños podían
encontrarse en el Parlamento nacional, los legislativos de los estados y
también en altos cargos. En Brasil, el naturalista francés Louis Couty,
que vivió en el país desde 1878 hasta 1884, observaba entusiasmado
que «los prejuicios de raza no existen... No es sólo en la mesa, en el
teatro, en las salas de fiestas, en todos los lugares públicos; es también
en el ejército, en el gobierno, en las escuelas, en las asambleas legislati-
vas, que uno encuentra todos los colores mezclados sobre las bases de
la igualdad y la más completa familiaridad»93.
Brasil había tenido más éxito en distender las tensiones raciales de
los años de la post-independencia y en poner las bases para su futura

letras y las profesiones liberales en el Imperio». Klein, «Nineteenth-Century Brazil»,


328.
91. Querino, Raça africana, 161; sobre autores negros, ver Haberly, Three Sad
Races; Brookshaw, Race and Color.
92. Degler, Neither Black nor White, 219.
93. Azevedo, Onda negra, 78. También un diplomático informaba al Departamen-
to de Estado en 1862: «El negro es socialmente igual que el hombre blanco en Brasil.
Entre los más altos dignatarios de la Iglesia, en los salones parlamentarios, en los tribu-
nales, en todas las profesiones con titulación e incluso en el Consejo del Emperador el
negro ocupa un lugar notable». Graden, «Origins, Evolution», 186.
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186 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

«democracia racial» que cualquier otro país latinoamericano. ¿Qué es


lo que lo hizo posible? Una razón fue ciertamente la extensión de la
igualdad legal y civil a los negros y mulatos libres. Pero esto se había
llevado a cabo también en la América española, y no había sido sufi-
ciente, por sí mismo, como para traer la paz a la región. La habilidad
del gobierno para reprimir los alzamientos republicanos de la década
de 1830 y con ellos el ala «popular» del liberalismo radical había sido
indispensable para alcanzar la paz política y racial. Esas rebeliones fra-
casaron precisamente por su «negritud». En una sociedad obsesiona-
da con los peligros de la «haitianización», la composición mayorita-
riamente negra de esos movimientos radicales fue un factor clave para
enajenar el apoyo de los blancos y debilitar a los republicanos en sus
enfrentamientos con el Estado central. Así, mientras que el «liberalis-
mo popular» y anti-oligárquico continuó agitando la política nacional
en buena parte de la América hispánica, hacia 1840 su equivalente bra-
sileño había sido bastante reprimido y desacreditado. En ausencia de
ese ala radical, el liberalismo brasileño se volvió un partido y un movi-
miento copado por hacendados e indistinguible, en términos de ideo-
logía y praxis, del conservadurismo94. La remoción resultante de las
tensiones raciales y de clase de la política brasileña hizo posible no
sólo el funcionamiento de la democracia política (hacia 1870 el sufra-
gio alcanzaba en Brasil a una proporción estimada del 50% de la
población masculina libre, una proporción relativamente alta para los
estándares europeos de la época), sino también el de la democracia
racial.
O al menos en la opinión de los visitantes extranjeros. Los mismos
brasileños entendieron mejor las complejidades raciales de su socie-
dad. Incluso el sociólogo Gilberto Freyre, el formulador original y
exponente más notable del concepto de Brasil como democracia

94. Costa, Brazilian Empire, 53-77; Graham, Patronage and Politics, 146-181. La
trayectoria del liberalismo popular queda bien ilustrada por la carrera de Francisco de
Sales Torres Homem, el político afrobrasileño más exitoso del siglo XIX. Después de
graduarse en las facultades de medicina y derecho, Torres Homem empezó su carrera
en la década de 1840 como liberal radical, pero se pasó al bando conservador en la
siguiente década. Ascendió hasta los niveles más altos del partido, y desempeñó las fun-
ciones de senador, ministro del gabinete y presidente del Banco de Brasil. El emperador
le concedió finalmente un título nobiliario, el de vizconde de Inhomerim. Magalhaes
Junior, Tres panfletários, 3-43.
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LA POLÍTICA DE LA LIBERTA D, 1810-1890 187

racial, concedió sin dudarlo que existía una «insatisfacción» en «mula-


tos que después de haber obtenido el título de bachiller en Coimbra o
en las Academias del Imperio... nunca se sintieron totalmente adapta-
dos a la sociedad de la época: con sus prejuicios raciales, más suaves
que en otros países, pero no del todo inofensivos»95. Esos prejuicios
aparecen fielmente retratados en una novela clásica del período, O
mulato, de Aluísio Azevedo (1881). El personaje central del libro, Rai-
mundo da Silva, es un joven mulato graduado en Coimbra. A pesar de
su educación y sus logros, choca con el desprecio y el rechazo de las
elites locales cuando vuelve a casa, e intenta empezar su carrera profe-
sional en el mundo del derecho. Quizá su mayor ofensa contra la
sociedad es la de perseguir los favores de una mujer blanca joven y
bella, hija de un comerciante portugués. «¡Sin duda, llevan la cuestión
de la sangre a puntos extremos!», reflexionaba este protagonista antes
de ser asesinado por un celoso rival de amor96.
Aunque ya no existían las leyes de castas, su espíritu persistía en los
obstáculos impuestos por la discriminación y los prejuicios, que con-
tinuaban impidiendo el avance negro97. Para vencer esas barreras, los
negros y mulatos en proceso de ascenso social dependían de la figura
arquetípica de la vida brasileña, el patrón poderoso, y lo hacían inclu-
so más que sus contrapartes blancos. Todo en la sociedad brasileña se
organizaba en base a lazos de patronazgo y clientelismo: «Los políti-
cos no tenían éxito en sus carreras, los escritores no se hacían famosos,
los generales no ascendían en el escalafón, los obispos no eran nom-
brados, los emprendedores no tenían éxito sin la ayuda de un
patrón»98. Si incluso estos personajes prominentes requerían la asis-
tencia de poderosos protectores, ¿cuán grande fue la dependencia de
negros y mulatos, cuyo estatus racial era una fuente permanente de
vulnerabilidad y debilidad?
La respuesta puede hallarse en las novelas de Machado de Assis, él
mismo una persona con parte de ascendencia africana. Como su cole-

95. Freyre, Mansions and Shanties, 370.


96. Azevedo, Mulatto, 282. Ver también el poema «Quem Sou Eu?», escrito por el
abogado abolicionista mulato Luis Gama. Conrad, Children of God’s Fire, 229-231.
97. «El grueso de negros y mulatos eran discriminados a cada momento, y esto
incluso se dio más una vez que la esclavitud fue finalmente abolida, en 1888». Graham,
«Free African Brazilians», 47.
98. Costa, Brazilian Empire, 190; ver también Graham, Politics and Patronage.
04-tercero 28/4/07 03:17 Página 188

188 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

ga, el autor afrobrasileño Tobias Barreto, Machado casi nunca men-


cionó en sus novelas asuntos raciales. En lugar de ello, sus libros son
meditaciones irónicas de las sutilidades, ambigüedades, recompensas
y traiciones entre los poderosos y los débiles. Desde los más altos
estratos de la población afrobrasileña hasta los más bajos, el avance
negro dependió de esos lazos, que resultaron ser incluso más efectivos
que la fuerza militar en mantener el orden político y racial en Brasil.
Al establecer lazos entre negros y mulatos notables, y patrones blan-
cos, y reprimir simultáneamente las alternativas políticas radicales, las
elites brasileñas se aseguraron tanto la cooperación de la clase media
de color como el mantenimiento de la estructura de desigualdades
sociales y raciales que mantenía el poder en sus manos. Éste fue el ver-
dadero sentido de la democracia racial y de la democracia política bra-
sileña99.
Las complejidades y contradicciones de estos dos sistemas y de los
lazos clientelares que los mantuvieron se expresaban nítidamente en la
figura del emperador de Brasil, Pedro II. Considerado, como dijimos,
«un cabra como nosotros», Pedro disfrutaba de una popularidad entre
la población afrobrasileña que creció paulatinamente en el transcurso
de su largo reinado (1840-1889). Comprometido con la abolición de la
esclavitud, tuvo una actuación de importancia capital en poner fin al
tráfico de esclavos en 1850, y luego en conseguir que el Parlamento
aprobara la ley de Vientre Libre en 1871100. Fue a la justicia del empe-
rador a la que los esclavos apelaron cuando solicitaron su libertad o
buscaron protegerse de amos abusivos. Pedro, un demócrata racial
convencido, no trazaba distinciones entre sus súbditos, mezclándose
sin ningún problema con políticos e intelectuales afrobrasileños.
Incluso llegó a recibir al indigente Príncipe Obá II, autoproclamado
monarca de la población africana de Río de Janeiro, con el mismo res-
peto y cortesía que mostraba con los embajadores europeos101.

99. Sobre el carácter paternalista de la democracia electoral brasileña durante el


Imperio, ver Graham, Patronage and Politics, especialmente 101-145; Carvalho, Teatro
de sombras, 139-170. Sobre el análisis de Machado de Assis de las relaciones clientela-
res, ver Schwarz, Master on the Periphery, 40-100; Chalhoub, «Dependents Play
Chess».
100. Conrad, Destruction of Brazilian Slavery, 72-80; Barman, Citizen Emperor,
124-125, 195, 208, 210, 214-215, 231-233, 238-239.
101. Barman, Citizen Emperor, 185, 278; Silva, Prince of the People, 71-74.
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LA POLÍTICA DE LA LIBERTA D, 1810-1890 189

La posición abolicionista del emperador Pedro, y especialmente su


apoyo a la ley de Vientre Libre, provocaron un creciente sentimiento
anti-monárquico entre los plantadores de café del sudeste, que se
unieron en 1871 para crear un Partido Republicano que llamaba a
poner fin a la monarquía. Para estos esclavócratas de línea dura, la
abolición final de la esclavitud en 1888 —y la postura favorable del
emperador al programa de reforma agraria para beneficiar a los liber-
tos recién emancipados— fue la gota que colmó el vaso. Las manifes-
taciones republicanas y la agitación política se intensificaron en 1888 y
1889. En respuesta a ella, libertos, capoeiristas y otros afrobrasileños
bajo el liderato del periodista y abolicionista mulato José do Patrocí-
nio formaron la Guardia Negra, una milicia ciudadana con el objetivo
manifiesto de «oponer resistencia a cualquier movimiento revolucio-
nario que sea hostil a la institución que acaba de liberar al país [o sea,
la monarquía]». «Nuestra meta no es alzar al hombre de color contra
el blanco, sino restituir al hombre de color el derecho que le fue roba-
do de intervenir en los asuntos públicos», casi con seguridad una refe-
rencia a la Reforma Electoral de 1881, que se había dirigido específi-
camente a la población liberta y había reducido drásticamente el
sufragio nacional102. Los asaltos violentos de la Guardia a los mítines
y los desfiles republicanos desacreditaron todavía más a la monarquía
a ojos de los plantadores, y ayudaron a precipitar su derrocamiento en
noviembre de 1889. Acompañando al emperador al exilio estaba su
íntimo amigo y consejero, así como miembro arquetípico de la clase
media negra, el ingeniero y abolicionista André Rebouças. Ninguno
de estos hombres volvería jamás a poner un pie en Brasil103.
Con la caída del emperador, los afrobrasileños perdieron a su patrón
más poderoso y a su protección más efectiva contra el poder de los plan-
tadores. La República que se instituyó en 1891 sería un sistema político
en el que los intereses de los plantadores reinarían con poderes supre-
mos, incluso mayores que durante el Imperio. El sufragio se limitaba a
los hombres alfabetizados, un sistema federal descentralizado daba a las
elites de hacendados el control pleno sobre la política local y estatal (de
cada estado), y el Partido Republicano, dominado por los hacendados,

102. Citas de Soares, Negregada instituição, 231, 234. Sobre la Guardia Negra, ver
Soares, Negregada instituição, 225-237; Trochim, «Brazilian Black Guard».
103. Pedro II murió en París en 1891; Rebouças, en Madeira en 1898.
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190 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

gobernaba con poca o ninguna oposición. En estas condiciones, las


esperanzas y la euforia de 1888, cuando los esclavos habían corrido a
reclamar su ciudadanía, pronto se esfumaron. Como observaba un dia-
rio de Bahía en 1890, en un contrapunto al poema del principio de este
capítulo involuntario pero profundamente irónico, «en el 88 se decía:
todos somos ciudadanos, ya no hay esclavos entre nosotros. Hoy, en
voz baja y temblando de miedo cada uno se repite a sí mismo, o al de al
lado: en Brasil ya no hay ciudadanos, ¡somos todos esclavos!»104.
Cuba también se vio sacudida por las luchas entre la monarquía y
el republicanismo, aunque en este caso esas luchas se presentaban en
forma de colonialismo e independentismo. Como en Brasil en esa
época, y en la América española continental 60 años antes, la esclavi-
tud y la raza eran cuestiones centrales en esos conflictos. La negativa
de España a conceder la igualdad racial para los afrocubanos creó el
contexto perfecto para que los rebeldes cubanos reclutaran el apoyo
negro. Cuando comenzó la Guerra de los Diez Años en 1868, uno de
los primeros decretos del gobierno rebelde fue la declaración de la
igualdad racial plena y el fin de las leyes de castas. Los afrocubanos
libres marcharon a unirse a las fuerzas rebeldes, que pronto fueron de
mayoría negra, y aunque los oficiales blancos predominaban en los
niveles más altos del ejército, los afrocubanos estaban bien representa-
dos en los estratos bajo y medio de la oficialidad. El comandante en
jefe de las fuerzas rebeldes, Antonio Maceo, era afrocubano, como lo
eran muchos de sus subordinados105.
Durante los años de la guerra, España intentó dividir a los cubanos
según líneas raciales, al retratarse a sí misma como la defensora de la
«civilización» blanca, y a los rebeldes como negros salvajes en busca de
una Cuba africanizada y haitianizada106. Una vez que los rebeldes fue-
ron derrotados, la política española cambió de dirección, apostando
abiertamente por el apoyo de los afrocubanos a través del repudio gra-
dual a las leyes de castas. Los funcionarios españoles no actuaron
espontáneamente, sino bajo la presión de un movimiento por los dere-
chos civiles bien organizado, y basado en los clubes sociales, las socie-

104. «A festa de ontem», Pequeno Jornal (Salvador, 14 de mayo de 1890), 1. Mis


agradecimientos a Dale Graden por esta cita.
105. Ferrer, Insurgent Cuba, 15-89.
106. Ferrer, Insurgent Cuba, 49-51, 77-80; Helg, Our Rightful Share, 49-51, 78-82.
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LA POLÍTICA DE LA LIBERTA D, 1810-1890 191

dades de ayuda mutua y las organizaciones cívicas de la clase media


negra. Bajo el liderato de periodista y activista político Juan Gualberto
Gómez, en 1887 estas organizaciones formaron un Directorio Central
de las Sociedades de la Raza de Color a nivel de toda la isla para coor-
dinar la lucha por los derechos civiles. Entre 1878 y 1893 los activistas
afrocubanos obtuvieron decretos del gobierno que derogaban las res-
tricciones al matrimonio interracial, la segregación en la educación y
los servicios públicos, y el mantenimiento de los registros de nacimien-
to, defunción y matrimonio en volúmenes separados por raza107.
Sin embargo, ya era demasiado tarde para intentar cambiar las
reglas del juego. En las últimas décadas del siglo XIX la legislación de
castas había durado 70 u 80 años más en Cuba y Puerto Rico que en el
resto de la América española, y había dejado un poderoso legado que
no podía ser vencido fácilmente. Los prejuicios raciales «se habían
convertido en normativos» en Puerto Rico108, y a juzgar por las reac-
ciones de los cubanos blancos a los decretos antidiscriminatorios de
las décadas de 1880 y 1890, lo mismo había sucedido en Cuba. Las
escuelas privadas simplemente ignoraron la legislación que fijaba la
igualdad en la educación. Pueblos y ciudades evitaron la integración
racial de sus parques y plazas dividiéndolos en áreas separadas para
blancos y negros. Y mientras que muchos hoteles, restaurantes y tea-
tros aceptaron las nuevas leyes, otros continuaron excluyendo a los
clientes de color. En consecuencia, la mayoría de los afrocubanos polí-
ticamente activos siguieron comprometidos con la independencia. El
Directorio Central sirvió como medio de comunicación entre activis-
tas rebeldes exiliados en Estados Unidos y agitadores en la isla. Cuan-
do una tercera guerra por la independencia estalló en 1895, la mayoría
de sociedades que constituían el Directorio cerró sus puertas, y sus
miembros marcharon a unirse a las fuerzas rebeldes. Como en las dos
ocasiones previas, estas fuerzas eran de mayoría negra y mulata109.

***

107. Sobre el movimiento por los derechos civiles y el derrocamiento de esas leyes,
ver Helg, Our Rightful Share, 35-43; Havia Lanier, Directorio Central.
108. Kinsbruner, Not of Pure Blood, 35. Sobre la persistencia de los prejuicios racia-
les en el siglo XX, ver González, Puerto Rico.
109. Montejo Arrechea, Sociedades de Instrucción, 107-110. Sobre la prestación de
servicio de los afrocubanos en la guerra de independencia de 1895-1898, ver Helg, Our
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192 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

Las guerras de independencia contra España y después, las guerras


civiles entre fuerzas políticas enfrentadas entre sí, crearon las condi-
ciones para que la emancipación negra pudiera darse en la América
española110. En el contexto de la guerra, los esclavos y los negros y
mulatos libres fueron capaces de vencer las restricciones coloniales
sobre su libertad, y de producir la primera gran ola de reforma social
y política en la historia de América Latina. La guerra también redujo
la capacidad de los hacendados y de los gobiernos de controlar a tra-
bajadores y campesinos negros, que eran ahora legalmente libres. Los
afrohispanoamericanos aprovecharon esta oportunidad uniéndose a
otros grupos de clase media y baja para forjar una alternativa a la polí-
tica conservadora y oligárquica, el «liberalismo popular», basado en
doctrinas radicales de la democracia política y la igualdad social y
racial. En el medio rural, libertos y campesinos afrohispanoamerica-
nos obtuvieron tierras, redefinieron sus condiciones de trabajo, crea-
ron familias y construyeron una rica vida social y cultural.
Los afrobrasileños también lucharon por crear un «liberalismo
popular» y por ampliar los términos de su participación en la vida de
la nación. Sin embargo, en Brasil un Estado nacional más fuerte y con-
solidado fue capaz de derrotar las rebeliones de las décadas de 1830 y

Rightful Share, 55-90; Ferrer, Insurgent Cuba, 141-169; Scott, «Reclaiming Gregoria’s
Mule»; García Martínez, «La Brigada de Cienfuegos»; Zeuske, «“Los negros hici-
mos”» Para testimonios en primera persona, ver Barnet, Biography, 159-200; Batrell
Oviedo, Para la historia.
110. Ver el argumento análogo de Philip Klinkner y Rogers Smith, que afirma que
en Estado Unidos «se ha dado un progreso sustancial hacia una mayor (aunque nunca
plena) igualdad racial cuando se han dado tres factores. Este progreso se ha dado sola-
mente:
1. a continuación de una guerra a gran escala que requería una movilización econó-
mica y militar extensiva de los afroamericanos para poder tener éxito;
2. cuando los líderes americanos [han justificado] esas guerras y los sacrificios de
los que iban a ellas con un énfasis en las tradiciones inclusivas, igualitarias y democrá-
ticas de la nación; y
3. cuando en la nación se han generado movimientos domésticos de protesta polí-
tica deseosos de presionar a los líderes nacionales para darle vida a esa retórica institu-
yendo reformas domésticas». Klinkner y Smith, Unsteady March, 3-4. Estas condicio-
nes se dieron en la América española durante y después de las guerras de
independencia, y creo que explican el progreso hacia la igualdad racial que se produjo
en esa época. Sobre la importancia de la guerra en determinar las trayectorias históricas
del siglo XIX en la región, ver también Centeno, Blood and Debt; Wasserman, Everyday
Life.
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LA POLÍTICA DE LA LIBERTA D, 1810-1890 193

1840, y de reprimir los movimientos políticos radicales. Ese Estado


también aplicó políticas raciales bastante diferentes de las que se
seguían en la América española. En toda ella —en la primera mitad del
siglo XIX en el continente, y en la segunda en Cuba y Puerto Rico—
esclavos y negros y mulatos libres hicieron la transición a la libertad
formando más o menos un tándem. En Brasil, por el contrario, en el
transcurso del siglo XIX los negros libres conquistaron la igualdad
legal, mientras que los esclavos permanecían tan oprimidos como
siempre, y en mayores números que nunca, por la esclavitud. Éste fue
también un período de africanización creciente de la población escla-
va, separando aún más a los esclavos de los negros y mulatos libres. La
africanización también tuvo lugar en Cuba, y contribuye a explicar
por qué esos dos países fueron los últimos del hemisferio occidental
en abolir la esclavitud.
Aunque en diferentes momentos y por diferentes caminos, hacia el
fin de siglo todas las sociedades de Afro-Latinoamérica habían abolido
las estructuras legales del racismo colonial: la esclavitud, el tráfico de
esclavos y las leyes de castas. Los grupos no-blancos habían conquista-
do la libertad y la igualdad legal con los blancos. Esos avances ofrecían
la promesa de que, en palabras del líder de la independencia cubana
José Martí, el siglo XX sería en Afro-Latinoamérica «no... el siglo de la
lucha de razas, sino el siglo de afirmación de los derechos»111. Su pre-
dicción resultó ser excesivamente optimista. La lucha de razas conti-
nuó en Afro-Latinoamérica, influida en parte por el legado histórico
del período colonial y en parte por las nuevas condiciones de la moder-
nidad del siglo XX. Sociedades que durante el siglo XIX habían aceptado
y reconocido, aunque con desasosiego, que tenían un carácter mestizo,
intentaron ahora rehacerse y reformularse a sí mismas. Una nueva épo-
ca estaba empezando: la época del «blanqueamiento».

111. Citado (de 1882) en Ferrer, Insurgent Cuba, 202.


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05-cuarto 28/4/07 03:18 Página 195

CAPÍTULO 4
«U NA TRANSFUSIÓN DE SANGRE MEJOR »
Blanqueamiento, 1880-1930

E
ntre 1800 y 1900 los afrolatinoamericanos transformaron los
términos de su participación en la vida nacional, y al hacerlo
ayudaron a construir las naciones y las sociedades del siglo XIX.
Sus luchas por la ciudadanía y por el avance económico y social conti-
nuaron y se proyectaron al siglo XX, pero en condiciones estructurales
nuevas y diferentes.
La primera de estas condiciones era económica: el «boom de las
exportaciones» del cambio de siglo. A medida que la Europa occiden-
tal y Estados Unidos entraban en la Segunda Revolución Industrial y
sus poblaciones vivían un proceso de creciente urbanización, sus
demandas de primeras materias y productos alimenticios latinoameri-
canos también crecieron. Carne y cereales de Argentina y Uruguay;
azúcar del Caribe; café de Brasil, Colombia y Centroamérica; caucho
de Brasil; petróleo de México y Venezuela... Estos y otros productos
se consumían en los países industrializados en cantidades mayores
que nunca antes. Entre 1870 y 1912, el valor anual de las exportaciones
latinoamericanas casi se quintuplicó, de 344 millones de dólares a 1,6
billones de dólares. En 1912, seis países latinoamericanos —Argenti-
na, Chile, Costa Rica, Cuba, Puerto Rico y Uruguay— exportaban
más bienes per cápita que Estados Unidos1.

1. Bulmer-Thomas, Economic History, 69, 433. Sobre el boom de las exportaciones,


ver 45-154; Cortés-Conde y Hunt, Latin American Economies; Topik y Wells, Second
Conquest; Cárdenas et al., Export Age.
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196 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

Un segundo cambio importante fue político, y aconteció a conse-


cuencia del boom exportador. Reforzados por los ingresos provenien-
tes de los impuestos que gravaban el comercio de exportación, los
gobiernos nacionales fueron ahora capaces de poner fin a las guerras
civiles y de imponer la autoridad central sobre sus sociedades. Aunque
estos gobiernos ejercieran el poder mediante elecciones fraudulentas y
controladas (como en Argentina y Colombia), con dictaduras (Vene-
zuela), o mediante una combinación de ambas (en México), goberna-
ron normalmente en nombre de unas elites nacionales enriquecidas y
fortalecidas en el poder por el comercio exportador. Incluso en Brasil,
donde el régimen monárquico había proporcionado orden y estabili-
dad desde 1840, los plantadores de café quedaron descontentos con la
abolición. Buscando una mayor presencia en la política nacional, en
1889 se aliaron con algunos oficiales militares para derrocar a la
monarquía y reemplazarla con un nuevo régimen republicano, domi-
nado por los intereses de los hacendados.
Apoyándose financieramente en la riqueza generada por la expor-
tación, estos regímenes oligárquicos ya no necesitaban hacer conce-
siones a los ex-esclavos y negros libres que pedían libertad, tierra y
derechos de ciudadanía. No rescindieron las leyes anti-castas y de
emancipación del período independentista, y algunos continuaron
incluso invocando la igualdad racial como una de las virtudes cardina-
les de la vida republicana. Pero a medida que el poder se desplazó de
los movimientos «populares» de mediados de siglo a las elites expor-
tadoras, los compromisos oficiales con el igualitarismo racial también
perdieron fuerza, socavados en sus bases por el tercer cambio impor-
tante de la época del boom exportador: la llegada de un nuevo corpus
de pensamiento racial legitimado por el prestigio y el poder de la cien-
cia europea y norteamericana.
Éstos fueron los años del racismo científico y del darwinismo social
en Europa y Norteamérica, de la segregación Jim Crow en el sur de
Estados Unidos, y de los inicios del Apartheid en Sudáfrica2. En una
época en que el floreciente comercio de exportación estrechaba las rela-

2. En todo el mundo atlántico «“raza” fue una idea que penetró en la ideología del
período casi tanto como la de ‘progreso’». Hobsbawm, Age of Empire, 32. Sobre el
pensamiento racial en este período, ver Banton, Idea of Race and Racial Theories; y en
América Latina, Graham, Idea of Race; Stepan, Hour of Eugenics; Maio y Santos, Raça,
ciência.
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BLANQUEAMIENTO, 1880-1930 197

ciones de América Latina con Europa y Estados Unidos, estas corrien-


tes internacionales de pensamiento y práctica racista no podían pasar
desapercibidas en Latinoamérica. El racismo científico fue rápidamen-
te adoptado por las elites de finales del siglo XIX e inicios del XX, inmer-
sas en afrontar el desafío de cómo transformar sus naciones «atrasadas»
y subdesarrolladas en repúblicas modernas y «civilizadas». Esta trans-
formación, concluyeron, debería ser más que simplemente política o
económica, tenía que ser también racial. Para ser civilizada, América
Latina debía volverse blanca.

LA GUERRA A LA NEGRITUD

En todos los países de la región los intelectuales, los políticos y las


elites del Estado lucharon con el problema de la herencia racial latino-
americana. Como creyentes convencidos del determinismo racial, no
tenían dudas de que la trayectoria histórica de los individuos, de las
naciones y los pueblos estaba irremisiblemente determinada por sus
orígenes raciales. Los hallazgos de la ciencia europea no podían ser
rebatidos, máxime cuando esos hallazgos se solapaban con las inamo-
vibles creencias de las elites latinoamericanas. Después de 300 años de
esclavitud colonial y Régimen de Castas, creían firmemente en la infe-
rioridad innata de sus compatriotas negros, indígenas, mestizos y
mulatos. ¿Cómo podía vencerse esa herencia, y cómo crear las condi-
ciones sociales y culturales necesarias para entrar en el concierto de las
naciones «civilizadas» con un futuro de progreso3?
La respuesta latinoamericana a este dilema fue un esfuerzo intenso,
visionario y finalmente quijotesco para transformarse a sí mismas,
partiendo de unas sociedades racialmente mixtas y predominante-
mente no-blancas hasta ser «repúblicas blancas», pobladas por euro-
peos y sus descendientes. «Venezuela no tiene salvación a menos que
resuelva cómo alcanzar la condición de país blanco. Ésa es la clave del
futuro», proclamaba el intelectual venezolano Rufino Blanco Fombo-
na en 1912. «Estamos a dos pasos de la selva por causa de nuestros
negros e indios... una gran parte de nuestro país es mulato, mestizo y

3. Sobre estos debates, ver Skidmore, Black into White; Graham, Idea of Race;
Wright, Café con Leche; Helg, «Intelectuales».
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198 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

zambo, con todos los defectos que [el filósofo británico Herbert]
Spencer reconoció en la hibridación; debemos transferir sangre rege-
neradora [blanca] a sus venas»4.
Las elites cubanas pensaban en términos casi idénticos. «Puede
advertirse el peligro que existe para la raza blanca si se interrumpe la
corriente [europea] inmigratoria», advertía el Diario de la Marina en
1900, «y la necesidad de impulsar ésta en escala mucho mayor que has-
ta ahora, a fin de descartar definitivamente el dicho peligro». El joven
intelectual Fernando Ortiz, que se distinguiría posteriormente por sus
investigaciones en historia y cultura afrocubana, empezó su carrera
con apasionados llamamientos a la inmigración blanca. «La raza es
acaso el aspecto más fundamental que debemos considerar en el inmi-
grante», afirmaba en 1906. Y dado que «la raza negra» había resultado
ser «más delincuente que la blanca colocada en idéntica posición
social... la inmigración blanca es la que debe favorecerse». Esta inmi-
gración inyectará «en la sangre de nuestro pueblo los glóbulos rojos
que nos roba la anemia tropical, y [sembrará] entre nosotros los gér-
menes de energía, de progreso, de vida, en fin, que aparecen ser hoy
patrimonio de los pueblos más fríos»5.
Los legisladores estatales de São Paulo también percibieron esta
cuestión en términos de sangre. En su exhortación a sus colegas para
usar fondos del Estado para subsidiar la inmigración europea, el legis-
lador (y plantador cafetero) Bento de Paula e Souza afirmaba que «es
preciso inocular sangre nueva en nuestras venas, porque la nuestra está
ya aguada», a lo que sus oyentes respondieron afirmativamente: «una
transfusión de sangre mejor». Incluso algunos intelectuales afrobrasi-
leños, como Raimundo Nina Rodrigues y Francisco José de Oliveira
Vianna, promovieron la nueva ortodoxia. Aun reconociendo que
«conocemos hombres negros o de color de indudable merecimiento y
acreedores de estima y de respeto», Rodrigues concluía que «ese
hecho no ha de entorpecer el reconocimiento de esta verdad: que has-
ta hoy no se pudieron los negros constituir en pueblos civilizados».
Éste era el motivo por el que el país tenía que ser reconstruido
mediante la inmigración europea, un proceso que Oliveira Vianna

4. Wright, Café con Leche, 72.


5. De la Fuente, «Negros y electores», 170; Chomsky, «“Barbados or Canada?”»,
426.
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BLANQUEAMIENTO, 1880-1930 199

documentó en un informe conocido e influyente en la época sobre «La


Evolución Racial», y que fue publicado como parte del censo nacional
de 19206.
Sin embargo, la inmigración era sólo el primer paso para blanquear
y europeizar las sociedades latinoamericanas. No sólo tenían que ser
blanqueadas racial y demográficamente, también tenían que ser blan-
queadas cultural y estéticamente. Una forma que tomó el blanquea-
miento fue la transformación física de las mayores ciudades de la
región, cuyos centros urbanos fueron derribados y reconstruidos al
estilo europeo moderno. Las estrechas callejuelas coloniales fueron
demolidas para construir enormes bulevares. Se instalaron infraes-
tructuras modernas, como alcantarillados y canalizaciones de agua
corriente, redes eléctricas y líneas de tranvía y metro. Los edificios
coloniales de uno y dos pisos fueron demolidos y reemplazados por
edificios de varios pisos con locales comerciales y apartamentos, al
estilo de los de París y Londres7.
Las «reformas urbanas» de este tipo no sólo se dirigían a moderni-
zar las infraestructuras de las ciudades, también a transformar su com-
posición racial y de clase. Durante el siglo XIX, los trabajadores se
habían hacinado en decadentes casas y mansiones de época colonial
divididas en compartimentos, conocidas con diferentes nombres en
los diferentes países: conventillos en Argentina y Uruguay, cortiços y
cabeças de porco en Brasil y solares en Cuba. Conforme el boom de las
exportaciones atrajo a números crecientes de migrantes a las ciudades
de la región, estos barrios pobres urbanos también crecieron. Su
sobrepoblación y las condiciones sanitarias infrahumanas generaron
unas altas tasas de mortalidad urbana, delincuencia y brotes epidémi-
cos ocasionales que amenazaron a toda la población de las ciudades. A
través de toda Latinoamérica, estos barrios fueron en su gran mayoría
poblados por negros y mulatos. En Cuba y Brasil, en donde miles de
libertos recién emancipados intentaron escapar de la reciente servi-
dumbre desplazándose a las ciudades, esta tendencia fue realmente
intensa. Varios estudios de los solares de La Habana establecieron que

6. Citas de Azevedo, Onda negra, 141, 144; Rodrigues, Africanos no Brasil, 4.


Sobre Oliveira Vianna, ver Needell, «History, Race».
7. Sobre las «reformas urbanas» de este período ver Meade, «Civilizing» Rio; Sco-
bie, Buenos Aires; Pineo y Baer, Cities of Hope.
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200 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

el 95% o más de sus habitantes eran negros y mulatos8. En Río de


Janeiro, los inmigrantes negros procedentes de Bahía se establecieron
en un vecindario del centro de la ciudad cercano a los muelles, que
pronto respondió al nombre de «Pequeña África». A medida que ese
vecindario se llenó, otros migrantes bahianos construyeron la prime-
ra favela de Río, una comunidad de cabañas y chabolas provisionales
en una colina situada detrás del Ministerio de Guerra. En el transcur-
so del siglo XX, las favelas se diseminaron por toda la ciudad, y devi-
nieron una forma común de hogar para los pobres, quienes, como en
la época del cambio de siglo, eran predominantemente afrobrasile-
ños9.
Fue en gran parte para apartar la pobreza y la negritud del centro
de la ciudad que el gobierno federal demolió y reconstruyó buena par-
te del centro urbano de Río a principios de la década de 1900, expul-
sando a los habitantes de los cortiços a remotos y escuálidos barrios
suburbanos alrededor de la línea de ferrocarril, al norte de la ciudad.
Los residentes del centro urbano contraatacaron con la Revuelta de la
Vacuna, una semana de disturbios urbanos en 1904. La causa inmedia-
ta de la rebelión fue una campaña gubernamental para vacunar a toda
la población contra la viruela, en la que los funcionarios del gobierno
entraban en los hogares de clase obrera, a menudo sin permiso, e ino-
culaban a todos los miembros de la familia. Las familias pobres reac-
cionaron con furia contra esta agresiva intrusión del estado en sus
casas, y protestaron también por la destrucción de los barrios del cas-
co urbano, que les habían proporcionado viviendas asequibles cerca
de sus lugares de trabajo. Muchas, quizá la mayoría de las personas
que intervinieron en los disturbios, eran afrobrasileños. Mientras se
llevaban a uno de los manifestantes a la cárcel, éste gritó a la multitud
que luchaba para «demostrar al gobierno que no puede pisotear al
pueblo con su bota... ¡de vez en cuando es bueno que la negrada
demuestre que sabe morir como un hombre!»10.

8. De la Fuente, Nation for All, 115.


9. Moura, Tia Ciata; Pino, Family and Favela. Ver también la novela clásica sobre
la vida de los barrios pobres en Río de Janeiro durante este período, Azevedo, O corti-
ço; y Chalhoub, Trabalho, lar, y Cidade febril.
10. Cita de Carvalho, Bestializados, 139; sobre la Revuelta de la Vacuna, ver 91-139;
Needell, «Revolta contra Vacina»; Meade, «Civilizing» Rio, 75-120.
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BLANQUEAMIENTO, 1880-1930 201

Las tropas federales y la policía enseguida reprimieron la Revuelta


de la Vacuna, y el gobierno siguió adelante con su programa de reno-
vación urbanística. No obstante, en último extremo la capacidad de los
gobiernos latinoamericanos de reconstruir sus centros urbanos estuvo
limitada. Aunque algunos barrios pobres fueron destruidos, la mayo-
ría siguió en pie, constituyendo el foco no sólo de los problemas de la
vida urbana, también de sus alegrías. En todas las ciudades de Afro-
Latinoamérica, una de estas alegrías fue la creación de una vibrante cul-
tura popular basada en lo africano, que había empezado a tomar forma
durante la esclavitud y que ahora —como resultado de la libertad, las
migraciones y la urbanización acelerada— floreció y dio a luz elemen-
tos nuevos y creativos. Este florecimiento era sobretodo visible (y
audible) en la música y la danza. Incluso en Buenos Aires y Montevi-
deo, donde la población negra era sobrepasada de largo por el flujo de
inmigrantes europeos, la música y los pasos del candombe —de raíz
africana— se incorporaron a los nuevos estilos musicales, la milonga y
el tango, que dominaban los bares y las salas de baile11. Y en Brasil y
Cuba, donde negros y mulatos formaban o bien la mayoría de la pobla-
ción (caso del primero) o bien la minoría más extensa (en la segunda,
ver tabla 5.1), y a donde los africanos habían continuado llegando en
números significativos hasta mediados del siglo XIX, la música y la dan-
za popular siguieron siendo claramente de base africana.
En Cuba, los dos géneros principales de esta música eran la rumba
y el son. Ambos fueron desarrollados por músicos afrocubanos
durante la primera mitad del siglo XIX, la rumba en las provincias occi-
dentales de La Habana y Matanzas, el son en la de Oriente. A finales
del siglo XIX y principios del XX los músicos de Oriente se desplaza-
ron a La Habana, donde el son encontró una audiencia grande y
receptiva en los barrios de trabajadores de la ciudad. Un proceso simi-
lar tenía lugar simultáneamente en Río de Janeiro, donde músicos y
percusionistas provenientes de Bahía se unieron a los músicos cariocas
(nacidos en Río) para crear un estilo de música y danza completamen-
te nuevo, la samba. La samba brasileña y la rumba cubana tienen orí-
genes comunes en las religiones de origen africano: la rumba derivaba
en parte de los ritmos y la música de la santería y los abakuá, y la sam-
ba del candomblé bahiano mezclado con la macumba carioca. El

11. Natale, Buenos Aires; Araníbar, Breve historia, 10-34; Rossi, Cosas de negros.
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202 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

resultado fue que ambos estilos tienen bastantes elementos comunes:


su insistente ritmo 2/4; su forma de cantar llamando y respondiendo
sobre una base de «baterías» de percusión; y la fluidez y la soltura de
los danzantes en las rodillas, caderas y parte superior del cuerpo, com-
binadas con un paso rápido e intrincado12.
También son similares en que las elites cubanas y brasileñas se opu-
sieron a estos estilos y los rechazaron, al ver en ellos la antítesis de la
civilización y el progreso europeos que intentaban imponer en sus
sociedades, tan difíciles de gobernar. La civilización y la modernidad
se basaban en el orden, la racionalidad, la disciplina y el control. Para
las elites finiseculares, estos bailes, y en general la cultura basada en lo
africano, representaban la negación de esos valores. Haciéndose eco
del racismo científico de la época, las elites y las autoridades del Esta-
do invocaron constantemente la supuesta dicotomía entre civilización
europea y barbarie africana, y se posicionaron a favor de la supresión
de la cultura popular de raigambre africana en todas sus manifestacio-
nes.
En Cuba, esa supresión se encaminó en un principio a los cabildos
afrocubanos, «cuyo objeto especial y característico», lamentaba el
gobierno en 1881, «consiste en recordar bailes, disfraces y costumbres
de las tribus salvajes africanas»13. Se ordenó a las organizaciones des-
pojarse de sus nombres, parafernalia y rituales africanos, y reconsti-
tuirse como asociaciones de socorro mutuo o clubes sociales. Incluso
sobre el papel, este esfuerzo de transformar e «hispanizar» a los cabil-
dos fue sólo parcialmente exitoso. Muchos retuvieron sus nombres,
sus miembros y su estructura africanos, añadiendo simplemente el
obligado «Sociedad Recreativa» o «Sociedad de Ayuda Mutua» a su
nombre. Las autoridades españolas, en consecuencia, presionaron más
con su campaña, prohibiendo primero que las sociedades negras
pudieran bailar, tocar el tambor o desfilar públicamente en las festivi-
dades religiosas (1884), e intentando después romper los vínculos que
durante largo tiempo habían mantenido los cabildos con las religiones

12. Sobre la rumba y el son, ver Moore, Nationalizing Blackness, 87-113, 166-190;
Daniel, Rumba. Sobre la samba, Moura, Tia Ciata; Vianna, Mystery of Samba; Sodré,
Samba; Guillermoprieto, Samba; Browning, Samba. Para un estudio comparativo de
estas formas musicales, ver Chasteen, National Rhythms.
13. Montejo Arrechea, Sociedades de Instrucción, 43. Sobre los cabildos, ver capí-
tulo 2.
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BLANQUEAMIENTO, 1880-1930 203

de origen africano (abakuá, santería y palo monte). Durante la guerra


de independencia de 1895-1898, más de 500 miembros de las logias
abakuá fueron arrestados y deportados a las cárceles de las colonias
españolas en África, donde muchos de ellos murieron14.
Las autoridades brasileñas emprendieron una guerra similar contra
la capoeira, que fue prohibida por el estatuto federal de 1890. En Río
de Janeiro, la policía arrestó a más de 600 capoeiristas sospechosos y
los envió a la colonia penal de la lejana isla de Fernando de Noronha.
Las bandas organizadas de capoeira fueron eliminadas de la capital y
de todas las ciudades brasileñas, excepto Salvador, donde la represión
policial continuó hasta los años veinte y treinta. De acuerdo al testi-
monio de algunos practicantes ancianos de este deporte, la policía ata-
ba a los capoeiristas que capturaba a sus caballos y los arrastraba a tra-
vés de las calles galopando hasta el cuartel de policía. En consecuencia,
recuerdan jocosamente, ellos practicaban cerca de las comisarías de
policía, para que si los arrestaban fueran arrastrados durante un trecho
menor15.
Las religiones de origen africano también fueron objeto de la
represión policial. Entre 1900 y 1920 los periódicos cubanos informa-
ban de una serie de incidentes, en los que mujeres y niños blancos fue-
ron supuestamente abducidos y asesinados por miembros de los cul-
tos afrocubanos, de quienes se decía que usaban su sangre para hacer
iniciaciones u otros rituales16. No obstante, lo que preocupaba más a
las autoridades y a las elites no eran las supuestas agresiones de las reli-
giones africanas contra los blancos —las cuales resultaron ser casi
enteramente ilusiones, una vez investigadas— sino la atracción que los
blancos sentían por ellas. Los sacerdotes y las sacerdotisas de la sante-
ría, el candomblé y la macumba siguieron siendo casi enteramente
negros y mulatos, pero sus seguidores incluían numerosos blancos
que buscaban consuelo espiritual y ayuda práctica en la vida cotidia-
na. Como en el caso análogo (para Fernando Ortiz) de los europeos
asentados en África, «las supersticiones negras los atraen, les produ-
cen una especie de vértigo y caen en ellas desde la altura de su civiliza-

14. Helg, Our Rightful Share, 83.


15. Lewis, Ring of Liberation, 42-56; Santos, «Mixed-Race Nation», 125.
16. Chávez Álvarez, Crimen de la niña; algunos de estos artículos están transcritos
en Ortiz, Negros brujos, 295-349. Ver también Bronfman, «“En Plena Libertad”».
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204 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

ción... y vuelven a la primitividad»17. Éste era especialmente el caso de


los miembros de la clase obrera, afirmaba Ortiz, por sus lazos a menu-
do tenues con la civilización europea y su «proximidad psíquica» al
primitivismo africano. Los escritores brasileños estaban de acuerdo en
que los blancos pobres eran vulnerables a la africanización, y que
incluso las clases medias y altas no eran inmunes a ella. El médico y
antropólogo bahiano Nina Rodrigues diagnosticaba el «fetichismo
animista» africano, y lo definía como «un estado psicológico conta-
gioso [que] podría llegar a los más débiles de entre las clases altas, que
están en peligro permanente de “volverse negros”»18. El periodista
Paulo Barreto informaba en 1906 de que la clase media de Río de
Janeiro

vivimos en un estado de dependencia de la Hechicería, de esa caterva de


negros y negras, de babaloxás y yauô [esto es, sacerdotes y sacerdotisas][;]
somos nosotros los que les aseguramos la existencia, con el cariño de un
comerciante por una amante actriz. La hechicería es nuestro vicio, nuestro
gozo, la degeneración. Si exige, se lo damos; si quiere explotarnos, nos
dejamos explotar, y sea el maestro extorsionista, asesino, ladrón, queda
siempre impune y fuerte por la vida que nuestro dinero le da19.

En su carácter alterado y febril, el lenguaje de Barreto transmite


intensamente los miedos que atenazaban a las elites finales del siglo XIX
y principios del XX. La negritud no era algo distante, ajeno y eliminado.
Al contrario, cuando las clases medias y altas salían de sus mansiones y
casas cada mañana para entrar en el mundo abarrotado de las calles,
«África empezaba en la puerta de casa»20. A medida que las elites moder-
nizadoras emprendieron las campañas sanitarias, de renovación urbana y
de salud pública diseñadas para erradicar la delincuencia y las enferme-
dades de sus sociedades, también lanzaron campañas de represión dirigi-
das a eliminar las religiones de origen africano de la vida nacional, y a lle-
var a sus naciones a la modernidad del siglo XX21.

17. Ortiz, Negros brujos, 285.


18. Citas de Borges, «Recognition», 63; ver también el resto del artículo, y Borges,
«Puffy, Ugly».
19. Rio, Religiões no Rio, 34, 35.
20. Palmié, Wizards and Scientists, 224.
21. A diferencia de casi todos los intelectuales que escribían sobre religiones de ori-
gen africano en esa época, Nina Rodrigues condenaba la represión policial del can-
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BLANQUEAMIENTO, 1880-1930 205

Además de atacar a las religiones africanas, las autoridades brasile-


ñas y cubanas intentaron eliminar el contenido africano del carnaval, el
«festival de la carne» anual que precede a la Cuaresma. En toda Afro-
Latinoamérica, estas festividades tenían profundas raíces africanas. En
la primera mitad del siglo XIX, esclavos y negros libres en Buenos Aires,
Montevideo, Río de Janeiro, Salvador, Cartagena, La Habana y otras
ciudades se reunían para celebrar bailes tumultuosos y competiciones
de toque de tambor, en los que las naciones africanas intentaban
demostrar su superioridad. El carnaval también era una ocasión en la
que los miembros de las clases bajas podían momentáneamente cam-
biar los papeles con los miembros de las clases altas, arrojándoles hue-
vos, globos y otros pequeños proyectiles rellenos de agua, harina, miel
o sustancias crudas22.
Los pobres y las clases trabajadoras celebraban esta ocasión de
invertir la jerarquía social con tanto entusiasmo, que hacia las décadas
de 1840 y 1850 muchos gobiernos municipales habían prohibido o
limitado con severidad la celebración del carnaval. Durante la segun-
da mitad del siglo, conforme las organizaciones nacionales africanas
desaparecían gradualmente, estos gobiernos, en alianza con los clubes
sociales y las organizaciones cívicas, proyectaron ahondar en el proce-
so «civilizador» del carnaval. A finales del siglo XIX y principios del
XX, los principales acontecimientos carnavalescos pasaron de las caó-
ticas fiestas callejeras a las ceremonias públicas y privadas organizadas
y patrocinadas por las elites locales: desfiles de coches y carrozas en
representación de los clubes de la elite y las comparsas, además de bai-
les que tenían lugar en los mejores hoteles y clubes sociales23.
Estas manifestaciones «civilizadas» del carnaval dominaban los
reportajes del evento en los diarios, pero la cobertura informativa
revelaba al mismo tiempo la presencia continua de celebraciones
negras en las calles. «Si alguien de fuera tuviera que juzgar a Bahía por

domblé como «violenta, arbitraria e ilegal». A pesar de los aspectos negativos del can-
domblé, Rodrigues se refería a él como una expresión religiosa legítima, protegida por
la tolerancia religiosa de la Constitución de 1891. Rodrigues, Africanos no Brasil, 245-
252.
22. Fry et al., «Negros e brancos»; Puccia, Historia del Carnaval, 69-97; Alfaro,
Carnaval ‘heroico’; Morais, História do Carnaval.
23. Para un estudio de caso de estos procesos, ver Alfaro, Carnaval y moderniza-
ción.
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206 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

su carnaval», lamentaba un diario bahiano en 1903, «no podría dejar


de colocarla a la par que África». El jefe de policía empezó en 1904 a
tomar duras medidas contra las comparsas negras, y acabó prohibién-
dolas al año siguiente. El alivio de la elite bahiana era palpable: «Aun-
que no haya desaparecido completamente la pésima exhibición del
baile y el toque de tambor africano, en todo caso ha disminuido
mucho... Que esos grupos hayan desistido de aparecer este año cons-
tituye un gran servicio a la civilización... Nadie tiene derecho a des-
acreditar el lugar en donde vive reviviendo costumbres africanas»24.
Las elites cubanas eran igualmente vehementes en su condena del
carnaval de origen africano:

Cada año, durante el carnaval, somos testigos de escenas que desacreditan


a nuestra cultura y que le hacen a uno suponer que nuestra población está
todavía impregnada de atavismos que están en conflicto con la civiliza-
ción. El espectáculo es... repugnante: hombres y mujeres, sin ningún sen-
tido de la vergüenza, desfilando tumultuosamente por las calles al son de
la música africana, cantando monótonos coros y reproduciendo con sus
movimientos gestos que quizá sean apropiados en el África salvaje, pero
que pierden todo el sentido en la Cuba civilizada25.

En 1913, el alcalde de La Habana declaró que a las comparsas sólo


se les permitiría desfilar en las calles si dejaban sus instrumentos «afri-
canos» en casa y accedían a no bailar danzas africanas. Las comparsas
negras intentaron evadir la legislación usando pequeños tambores y
otros instrumentos de percusión tomados prestados para la ocasión de
bandas musicales militares, pero en 1916 el Ayuntamiento de la ciudad
aumentó las restricciones, lo que hizo prácticamente imposible desfi-
lar para las comparsas. En 1925, el presidente Machado extendió a
todo el país la ordenanza de La Habana que prohibía los «tambores o
instrumentos análogos de la naturaleza africana» y las «contorsiones
corporales que ofendan a la moralidad»26.

24. Fry et al., «Negros e brancos», 252-256; Butler, Freedoms Given, 171-185.
Sobre impresiones similares en Río de Janeiro, ver Needell, Tropical Belle Époque, 49;
Raphael, «Samba and Social Control», 71-76; sobre Uruguay, Alfaro, Carnaval y
modernización, 153.
25. Moore, Nationalizing Blackness, 253.
26. Moore, Nationalizing Blackness, 71-72. En Colombia podemos ver esfuerzos
similares en los primeros años de 1900 por parte de unos clérigos católicos que intenta-
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BLANQUEAMIENTO, 1880-1930 207

CLASES MEDIAS NEGRAS

La guerra a la cultura basada en lo africano no sólo fue aplaudida


por los blancos, también lo fue por las clases medias negras. Los
negros y mulatos con perspectivas de ascenso social luchaban para
superar el abismo que separaba al mundo de la pobreza de la clase tra-
bajadora del de la respetabilidad de la clase media. La cultura de ori-
gen africano se identificaba intensamente con ese mundo de favelas y
barrios pobres en donde vivía la clase obrera, y de donde esta elite
afrolatinoamericana intentaba escapar. La admisión en el mundo de la
clase media, por consiguiente, requería el rechazo total de esa cultura,
así como la adhesión incondicional a los modelos europeos de civili-
zación y progreso.
Los miembros de las clases blancas media y alta temían permanen-
temente los efectos subversivos y «contaminantes» de la «africaniza-
ción» de sus sociedades, pero al defender el determinismo racial de la
época, siempre podían reclamar una especie de inmunidad heredada a
la amenaza de la negritud. Los afrolatinoamericanos en proceso de
ascensión social no podían afirmar lo mismo. En sociedades que con-
sideraban la raza un hecho biológico, su piel, su pelo y sus rasgos
faciales representaban un vínculo ancestral con la cultura africana.
Para cumplir los requisitos de la admisión en la sociedad civilizada y la
clase media nacional, su rechazo a esa cultura tenía que ser incluso más
enfático que el de sus pares blancos.
La tensa relación de la clase media negra con la cultura de origen
africano fue capturada vívidamente por el periodista afrocubano
Rafael Serra cuando formuló la ominosa metáfora del «africanismo»
como «enorme pulpo de incontables e inconmensurables tentáculos,
[que] se extiende por completo y cada vez más, en todo nuestro cuer-
po social». Luchando para escapar de esos tentáculos, Serra insistía en
que «nosotros, los que hemos nacido en [Cuba]... nada absolutamen-
te le debemos al África», y rechazaba «todo lo que desdiga de lo que
es cultura, de lo que es civismo, de lo que es amor a lo bueno y a lo
bello»27.

ron prohibir el uso de la marimba afrocolombiana, a la que veían como un instrumen-


to satánico. Friedemann y Arocha, De sol a sol, 415-422.
27. Citado en Helg, Our Rightful Share, 135. Significativamente, el título del edi-
torial de 1904 al cual pertenecen estas citas se titulaba «Ser o no ser», una expresión clá-
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208 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

Este rechazo se extendía a todo lo que evocara el pasado esclavista,


igualmente vergonzoso y contaminante. En su cobertura informativa
de las celebraciones del carnaval de 1893, el periódico afrocubano La
Igualdad atacaba a las comparsas negras cuyos miembros se vestían
como esclavos de plantación, representando «los hábitos y costum-
bres de los días afrentosos para nosotros... la época ominosa de la
esclavitud y el período de atraso en que vivió nuestra raza. Nos ape-
naba mucho este espectáculo». Estos sentimientos tampoco se cir-
cunscribían a Cuba. Poco después del carnaval de 1882 en Buenos
Aires, el diario afroargentino La Broma describía «la manera vergon-
zosa» en que los comediantes «se pintan la cara» y salen a la refinada
calle Florida a representar canciones y bailes africanos «que hemos
tenido la desgracia de tener que soportar este año». En Montevideo, el
periódico afrouruguayo La Conservación protestó en 1871 contra las
religiones de base africana, e hizo un llamamiento para «acabar de una
vez por todas con estas farsas que no son religiones, estas prácticas que
no obedecen a ningún principio lógico y sirven únicamente para indi-
car los lugares de reunión donde el elemento negro se encuentran»28.
Dejando de lado unas pocas excepciones, la prensa afrobrasileña
era unánime en su rechazo de lo africano y las prácticas culturales
basadas en ello, independientemente de que algunos escritores de
manera individual o algunas publicaciones estuvieran a favor o en
contra del objetivo del blanqueamiento nacional, más controvertido.
Los negros y los mulatos que lo defendían podían lógicamente recha-
zar cualquier conexión entre los afrolatinoamericanos y África. «No
pretendamos perpetuar nuestra raza», discurría el diario afrobrasileño
O Bandeirante en 1918, «sino infiltrarnos en el seno de la raza privile-
giada —la blanca— pues, repetimos, no somos africanos, sino pura-
mente brasileños». Hablando desde una postura opuesta, de orgullo y
autodeterminación negro, O Getulino (1924) enfatizaba igualmente
su rechazo de cualquier punto de contacto entre los afrobrasileños y
África: «África es para los africanos, compadre. Lo fue para tu bis-
abuelo, cuyos huesos ya han vuelto a la tierra y se han vuelto polvo...

sica tanto de la alta cultura europea como del dilema existencial que los afrocubanos
confrontaban en una sociedad obsesionada con la blancura.
28. Helg, Our Rightful Share, 31; Andrews, Afro-Argentines, 164; Carvalho Neto,
Negro uruguayo, 316; ver también Moore, Nationalizing Blackness, 69.
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BLANQUEAMIENTO, 1880-1930 209

África es para quien la quiera, pero no para nosotros, para los negros
del Brasil, que en el Brasil nacieron, crecieron y se multiplicaron»29.
Pero aunque los afrolatinoamericanos que ascendieron socialmen-
te le dieron la espalda a África y se entregaron por completo a sus
sociedades nativas, esas sociedades no siempre les devolvieron su
entrega. El crecimiento económico provocado por el auge exportador,
las ideologías (y las praxis) raciales y el concepto de blanqueamiento
se combinaron para producir una situación tortuosa y contradictoria
para los negros y mulatos educados y ambiciosos. Una economía en
proceso de expansión ofrecía oportunidades significativas para el
avance económico y social, pero cuando intentaban aprovechar esas
oportunidades, los afrolatinoamericanos hallaban unas barreras racia-
les que tomaron varias formas: rechazo a la admisión en restaurantes,
teatros, barberías, hoteles y otros edificios públicos; rechazo de las
escuelas privadas (y en ocasiones de las públicas más prestigiosas) a
inscribir a sus hijos; negativa de los clubes sociales a admitirlos; y, lo
más perjudicial de todo, discriminación laboral abierta o velada30.
Ninguna de estas formas de discriminación se aplicaba con la férrea
determinación de la segregación estatal impuesta por Estados Unidos,
lo cual llevó a algunos visitantes afroamericanos (afrodescendientes
estadounidenses) de la época a concluir que América Latina estaba
libre de prejuicios y discriminación31. Pero fue precisamente por cul-
pa de esa discriminación y de esos prejuicios —además de por el sen-
tido que compartían los afrolatinoamericanos de ser un grupo dife-
rente tanto de la clase media blanca como del proletariado negro—
que este período fue testigo del florecimiento de las instituciones cul-
turales y sociales de la clase media negra. De La Habana a Buenos
Aires, los afrolatinoamericanos excluidos de las organizaciones socia-
les y cívicas blancas se unieron para formar un universo paralelo con
similares organizaciones. Éstas incluían clubes sociales de elite, como

29. Andrews, Blacks and Whites, 136; Ferrara, Imprensa negra, 190; Graden, «“So
Much Superstition”».
30. Sobre la discriminación en este período, ver Soler Cañas, «Pardos y morenos»;
Helg, Our Rightful Share, 25-26, 38-39, 42, 97, 99, 137-138, 188-189; De la Fuente,
Nation for All, capítulos 3-4 pássim; Stokes, «Etnicidad y clase», 209-214; Maciel, Dis-
criminações raciais; Andrews, Blacks and Whites, 90-139; Adamo, «Broken Promise».
31. Hellwig, African-American Reflections, 21-83; Hellwig, «New Frontier»;
Wright, Café con Leche, 70-71, 75.
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210 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

El Progreso (Santiago, Cuba), el Club Atenas (La Habana), La Perla


Negra (Santo Domingo), Kosmos (São Paulo), y otros; menos presti-
giosas, pero más numerosas, eran las «sociedades recreativas» (Cuba,
Uruguay) y los «clubes de baile» (Brasil); las asociaciones atléticas
como Alianza Lima (Lima) y la Asociación Atlética São Geraldo (São
Paulo), que organizaban maratones y otros eventos, e incluso espon-
sorizaban clubes de fútbol; y organizaciones cívicas como la Federa-
ción de los Hombres de Color y el Centro Cívico Palmares en Brasil,
así como el Directorio Central de las Sociedades de Color en Cuba.
En la frontera entre los niveles más bajos de la clase media negra y los
niveles más altos del proletariado negro existían las sociedades de
ayuda mutua, como el Centro de Cocheros (La Habana), la Sociedad
Protectora de los Desvalidos (Salvador), y La Protectora y el Centro
Uruguay (Buenos Aires). Y en Argentina, Brasil, Cuba y Uruguay (y
quizá también en otros países, en donde quedan por hacer investiga-
ciones sobre las organizaciones negras de finales del siglo XIX y prin-
cipios del XX), una activa prensa negra hacía de cronista de las activi-
dades de estos grupos32.

Figura 4.1. La clase media negra: Buenos Aires, 1904.


Crédito: Archivo General de la Nación, Buenos Aires.

Los clubes sociales de elite eran probablemente las organizaciones


más visibles, porque eran las que más podían atraer la atención favora-

32. Sobre estas organizaciones, ver Andrews, Afro-Argentines, 151-154, 179-180;


Andrews, Blacks and Whites, 139-143; Butler, Freedoms Given; Ferrara, Imprensa
negra; Montejo Arrechea, Sociedades de Instrucción; De la Fuente, Nation for All, 161-
171; Rodríguez, «Historia de los afrouruguayos».
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BLANQUEAMIENTO, 1880-1930 211

ble de las elites blancas y la gran prensa. La revista ilustrada Caras y


Caretas, de Buenos Aires, informaba de varios de estos clubes en 1905,
«donde en vez del grotesco candombe o de la zemba... se danza en tra-
je moderno a la manera de Luis XV»33. Éste era el elogio supremo: los
afrolatinoamericanos habían demostrado ser tan exitosos como los
euro-latinoamericanos en producir un simulacro de cultura europea en
el Nuevo Mundo. Y de hecho, éste era precisamente su objetivo, tal y
como el más prestigioso de todos los clubes sociales afrocubanos reco-
noció implícitamente al escoger su nombre, Club Atenas. «Somos una
institución», declaraban sus socios fundadores en 1917, «que refleja el
grado de cultura, de elevación espiritual, de inteligencia de los elemen-
tos que representamos, así como sus aspiraciones, en constante y pro-
gresivo avance». Para estos individuos —comerciantes, abogados,
periodistas, estudiantes, propietarios en general—el símbolo más
potente de la cultura y el progreso basados en lo europeo que ellos per-
seguían era la Grecia clásica34.
Algunos clubes sociales negros intentaron ignorar la realidad de la
discriminación y los prejuicios, construyendo (en palabras de Kos-
mos, un club de São Paulo) «una nación en miniatura, de la cual somos
bravos y ardientes patriotas», «cual barco en el océano inmenso desli-
zándose por aguas seguras»35. Sin embargo, sus miembros a menudo
consideraron que la discriminación era imposible de ignorar, y las
denuncias y protestas de discriminación racial en teatros, restaurantes,
escuelas, parques y otros espacios públicos aparecían frecuentemente
en las actividades y el discurso de los clubes sociales. Esto sucedía más
a menudo en las asociaciones cívicas negras, explícitamente dedicadas
a la mejora del grupo racial. En Brasil, Cuba y Uruguay, tres de los
países más afectados por la inmigración europea, estas organizaciones
generaron finalmente partidos políticos negros.
Por supuesto, la inmigración —y los problemas que había creado
para la población negra— fue una de las principales cuestiones con las
que lidiaron los tres partidos. Poco después de su fundación en São
Paulo en 1931, el Frente Negra Brasileira anunciaba «una dura campa-
ña nacionalista contra la inmundicia extranjera o semi-extranjera» que

33. Andrews, Afro-Argentines, 196.


34. De la Fuente, Nation for All, 168-170.
35. Andrews, Blacks and Whites, 141.
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212 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

había entrado en el país durante los últimos 40 años, y exhortaba al


gobierno federal a «cerrar las puertas de Brasil [a los extranjeros]
durante veinte o más años» para dar a los afrobrasileños la oportuni-
dad de recuperarse del daño que la inmigración europea le había infli-
gido36.
El fin de la república y del gobierno monopartidista en 1930 dejó el
camino libre para la competición partidaria electoral, y el objetivo del
Frente fue crear un vehículo para representar los intereses de los afro-
brasileños en esa competición. Se formaron agrupaciones locales en
todo São Paulo, en el estado vecino de Minas Gerais, y en Espírito
Santo, Bahía y Río Grande do Sul. El ejemplo del Frente incluso viajó
más allá de las fronteras del país, propiciando la creación del Partido
Autóctono Negro en Uruguay en 1937. El Frente y el Partido Autóc-
tono llevaron a cabo intensas campañas por sus candidatos, pero en
ambos casos el voto negro no se materializó. O mejor dicho, cuando
lo hizo, no fue a parar a los partidos negros, sino a los partidos esta-
blecidos. A pesar de la acusación del Partido Autóctono de que esos
partidos «nunca podrán interpretar el problema [racial] en la verdade-
ra realidad», cuando llegó el momento de votar, recuerda un antiguo
militante, «la raza [negra] era ser [sic] blanco o colorado y no les inte-
resaba otra cosa. Y eso que nuestra raza hizo una propaganda masiva
desde el interior a Montevideo, pero no hubo caso». De los 375.000
votos emitidos en las elecciones nacionales de 1938, sólo 87 fueron
para el Partido Autóctono. Los resultados fueron igualmente decep-
cionantes en Brasil, donde los candidatos del Frente Negra en São
Paulo, Salvador y otros pueblos y ciudades recibieron sólo un puñado
de votos, y ninguno de ellos salió elegido37.
Éste fue también el caso que se dio con el otro partido político
negro de esta época, el Partido Independiente de Color (PIC) de
Cuba. El PIC fue el producto de medio siglo de movilización política
entre afrocubanos: como soldados y oficiales en las tres guerras de
independencia, como miembros de los partidos políticos mayoritarios

36. Citas de Andrews, Blacks and Whites, 151. Sobre el Frente Negra, ver Fernan-
des, Integração do negro, Vol. 2, 7-115; Butler, Freedoms Given, 113-128; Bacelar,
«Frente Negra»; Barbosa, Frente Negra.
37. Citas de Merino, Negro en la sociedad, 64; Porzecanski y Santos, Historias de
vida, 54. Sobre los resultados de las elecciones, ver Gascue, «Partido Autóctono
Negro», 9-11; Andrews, Blacks and Whites, 150; Bacelar, «Frente Negra», 83.
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BLANQUEAMIENTO, 1880-1930 213

(moderados y autonomistas bajo el dominio español, y liberales y


conservadores después de la independencia), y en las «sociedades de
color» que se unieron para formar el Directorio Central. Aunque el
Directorio cerró sus puertas en 1894, las sociedades locales continua-
ron existiendo, y otras organizaciones se les unieron a principios del
siglo XX, a medida que la clase media negra continuaba su expansión38.
Este nivel de organización, el tamaño relativamente grande de la
clase media afrocubana, y la promulgación de un sufragio masculino
realmente universal en la Cuba post-independentista hicieron de la
población afrocubana una fuerza política que era necesario tener en
cuenta. Prominentes políticos, incluyendo presidentes nacionales,
cultivaron relaciones con las sociedades negras, y aparecieron regular-
mente en sus actos. La prensa generalista, incluyendo la voz del con-
servadurismo cubano, el Diario de la Marina de La Habana, publica-
ba columnas semanales en las que periodistas y colaboradores negros
discutían cuestiones que afectaban a los afrocubanos39.
Pero los resentimientos y los agravios seguían presentes. Los par-
ticipantes negros en el movimiento independentista habían creído que
estaban forjando, en palabras del líder independentista José Martí, una
república racialmente igualitaria, «con todos y para el bien de todos»,
ofreciendo la participación plena a blancos y negros40. En lugar de
ello, el nuevo orden político parecía canalizar la mayoría de los bene-
ficios de la independencia hacia los cubanos blancos, e incluso hacia
los inmigrantes españoles, más que hacia los negros. Como parte de su
campaña para «blanquear» a la población racialmente mestiza de la
isla, el gobierno republicano de los primeros años de 1900 promovió
activamente la inmigración española. Una vez llegados a Cuba, los
españoles recibieron un trato abiertamente preferente en la contrata-
ción laboral, tanto en el sector público (el gobierno) como en el priva-

38. Hacia 1931, el 4% de los afrocubanos económicamente activos trabajaban


como profesionales, cuatro veces más que en 1899. De la Fuente, Nation for All, 150.
Sobre las organizaciones de clase media creadas en los primeros años de 1900, 161-171.
39. Fernández Robaina, Negro en Cuba, 113, 124-133; Schwartz, «Displaced and
Disappointed», 197-244 pássim.
40. Gustavo Urrutia, el editor de la columna «Ideales de una raza» en el Diario de
la Marina, recordaba cómo la idea de la columna le vino a la cabeza por primera vez en
una conversación con amigos. «Como siempre, cuando dos o tres hombres negros se
reunían, la charla acababa tocando el tema de los afrocubanos y el fracaso de la doctri-
na de Martí...» (Schwartz, «Displaced and Disappointed», 197).
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214 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

do. Los veteranos afrocubanos, incluyendo oficiales con distinguidas


hojas de servicios en la causa independentista, se encontraron con que
se quedaban fuera de los mejores puestos de trabajo en la administra-
ción del Estado, mientras que españoles y cubanos blancos que no
habían desempeñado ningún papel en la lucha, o que incluso se opu-
sieron a ella, recibieron lucrativas posiciones y nombramientos41.
Como en otros países hispanoamericanos, los afrocubanos políti-
camente activos tendieron a identificarse con el Partido Liberal. Los
veteranos y los políticos negros presionaron al partido a través del
Comité de Acción de los Veteranos de Color, formado en 1902, y se
unieron a la fallida rebelión liberal de 1906. Pero hacia el fin de la déca-
da, una parte de veteranos y activistas hicieron un llamamiento para
crear un partido político nuevo y definido racialmente. Después de
una serie de mítines públicos en pueblos y ciudades de toda la isla, el
Partido Independiente de Color fue creado en La Habana, en 190842.
El partido sólo llegó a presentarse a unas elecciones, las de 1908, y
sus resultados fueron marginales. En las contiendas electorales para el
Congreso, en las que los candidatos conservadores y liberales recauda-
ron entre 20.000 y 50.000 votos, ningún candidato del PIC recibió más
de 11643. A pesar de estos pobres resultados, los liberales veían al adve-
nedizo partido como una amenaza potencial para su control sobre el
voto negro. Ya en 1910, el Congreso Cubano aprobó una enmienda a la
ley electoral introducida por el senador afrocubano Martín Morúa
Delgado para desautorizar los partidos compuestos por miembros de
una sola raza. Los líderes del PIC presionaron al Congreso (y recono-
ciéndole su considerable poder en la política cubana, al Departamento
de Estado de Estados Unidos) para derogar la enmienda declarándola
anticonstitucional. Pero ninguna institución cedió. Más de 200 miem-
bros del partido fueron arrestados durante la primavera y el verano,
hasta que las elecciones de ese otoño hubieron pasado.
Frente a esta represión, cientos de miembros y activistas se retira-
ron del partido. Los que se quedaron decidieron con determinación

41. Naranjo Orovio, «Trabajo libre»; De la Fuente, Nation for All, 46; Helg, Our
Rightful Share, 99-103, 142-144.
42. Sobre el PIC, ver Helg, Our Rightful Share, 141-226; Fernández Robaina,
Negro en Cuba, 46-109; Portuondo Linares, Independientes de color; Fermoselle, Polí-
tica y color; Orum, «Politics of Color», 125-257.
43. De la Fuente, Nation for All, 70.
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BLANQUEAMIENTO, 1880-1930 215

Figura 4.2. La clase media negra: el senador Martín Morúa Delgado y su


familia, La Habana, 1909. Crédito: Colección de Alejandro de la Fuente,
Pittsburgh, Penn.

que no serían excluidos de las elecciones de 1912, y planearon una


«manifestación armada» para mayo, para reclamar la derogación de la
Ley Morúa. Tal y como sucedía en otros países latinoamericanos en
los primeros años de la independencia, en Cuba las acciones armadas
de este tipo eran un rasgo común de la competición política, pero en
este caso la respuesta del gobierno fue más que atípica. En lugar de
arrestar y encarcelar a los miembros del partido, el gobierno lanzó una
campaña exterminadora, en la que se mató a la mayoría de sus líderes,
a buena parte de la militancia de base y a varios miles de afrocubanos
que no tenían conexión de ningún tipo con el partido.
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216 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

¿Por qué respondió el gobierno con una fuerza tan excesiva? Cier-
tamente, un motivo era el deseo del Partido Liberal, que gobernaba en
ese momento, de deshacerse de una fuente potencial de competición
electoral. Sin embargo, al reprimir al PIC de manera tan sangrienta, el
partido probablemente se hizo a sí mismo más mal que bien. Durante
el resto de la década de 1910 y la de 1920, los conservadores capitali-
zaron la masacre de manera considerable, y denunciaron al anterior
presidente liberal José Miguel Gómez como «el que ametralló a la raza
de color», al tiempo que exhortaban al votante negro: «acuérdate de la
gran matanza de mayo [de 1912]». Es imposible saber con certeza si
estos eslóganes surtieron efecto, pero los liberales perdieron el poder
en las elecciones del otoño de 1912, y no conseguirían la presidencia
de nuevo hasta 12 años más tarde44.
El espectáculo de un movimiento político armado negro reactivó
miedos profundamente anclados en la sociedad cubana, miedos de
«haitianización» y «africanización», ante la posibilidad de que las
fuerzas rebeldes pudieran tomar la isla y convertirla en una república
negra. Esos miedos tuvieron un peso específico en la masacre, igual
que en la ofensiva del gobierno contra la música y la religión de origen
africano. Pero debemos notar que las matanzas se limitaron casi exclu-
sivamente a la provincia de Oriente, el área principal en donde la rebe-
lión se materializó, pese a haber sido ideada originalmente para exten-
derse por toda la isla. Intentar explicar por qué la rebelión estalló
solamente en esa provincia, y por qué la represión gubernamental fue
tan extrema, hace que enfoquemos nuestra atención hacia otra fuente
de conflicto permanente durante los años de la exportación: las dispu-
tas por la tierra.

TIERRA

A medida que los europeos consumían cantidades cada vez mayo-


res de azúcar, café, bananas, cacao y otros productos de plantación, los
ingresos provenientes del comercio de exportación fluyeron hacia
Afro-Latinoamérica, proporcionando a los terratenientes el capital y
los incentivos necesarios para expandir y desarrollar sus propiedades

44. Citas en De la Fuente, Nation for All, 84.


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BLANQUEAMIENTO, 1880-1930 217

agrarias. Los campesinos negros con títulos legales de tenencia de sus


tierras tuvieron alguna oportunidad de resistir las usurpaciones de los
hacendados, e incluso de aprovechar el incremento en la demanda de
sus productos45. Pero los que habían ocupado tierras públicas o tierras
privadas abandonadas eran vulnerables.
Las ganancias provenientes de la exportación también enriquecie-
ron a los gobiernos nacionales, y les permitieron crear las fuerzas
armadas necesarias para restaurar el «orden» en el campo y poner fin
a las guerras civiles del siglo XIX. Esta penetración de la autoridad esta-
tal en las áreas rurales dio a los hacendados los medios para reestable-
cer el control sobre tierras que en anteriores etapas del siglo habían
tenido que abandonar en beneficio de ocupantes espontáneos y de
arrendatarios. También permitió a los gobiernos nacionales reafirmar
su control sobre las tierras de propiedad pública, de las que vastas por-
ciones se habían entregado a inversores privados mediante concesión
o venta. En México, la distribución de las tierras de titularidad estatal
durante este período golpeó directamente a los campesinos indígenas
y mestizos, dando lugar a las desposesiones masivas que prepararon el
terreno para la Revolución Mexicana. En los países de Afro-Latinoa-
mérica, la privatización de las tierras de propiedad pública o comunal
tuvo similares efectos negativos sobre un campesinado que de pronto
se halló a sí mismo expulsado de las propiedades agrarias que emplea-
ba para subsistir, y perdiendo las inversiones que había hecho en cons-
trucciones, arbustos cafeteros, árboles frutales y otros cultivos46.
Este proceso de cercado y privatización fue mayor y más intenso
en Cuba. La isla ya era el centro de la producción mundial azucarera
durante el siglo XIX, pero ahora, entre 1890 y 1920, experimentó una
inyección masiva de capitales estadounidenses que dio como resulta-
do la reorganización, modernización y expansión de la industria del
azúcar. Parte de esa reorganización consistía en la subcontratación de
la producción de caña a colonos con propiedades pequeñas y media-

45. Ver por ejemplo el caso de los cultivadores de tabaco en la región de Cibao, de
la República Dominicana, o de los pequeños productores de banana de la costa caribe-
ña de Colombia. Baud, Peasants and Tobacco; San Miguel, Campesinos del Cibao;
LeGrand, «Living in Macondo».
46. Sobre la privatización de las tierras públicas, ver Knight, Mexican Revolution,
Vol. 1, 78-115; Tutino, Insurrection to Revolution, 277-325; LeGrand, Frontier Expan-
sion, 33-61; Yarrington, «Public Land Settlement».
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218 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

nas, quienes cultivaban la caña en sus propias tierras o en tierras arren-


dadas de las plantaciones. Algunos campesinos negros, particular-
mente los que habían adquirido tierras en décadas anteriores del siglo
XIX, tomaron parte en la producción como colonos. No obstante, ya
en 1900 la composición del colonato era mayoritariamente blanca, y lo
fue más a medida que pasaron los años47.
Repelidos por el avance de las plantaciones, muchos afrocubanos
—especialmente los ex-esclavos recién liberados que no podían pro-
clamar la propiedad de la tierra— emigraron de las zonas occidentales
de producción azucarera de La Habana y Matanzas a Oriente, donde
grandes zonas boscosas seguían estando sin cultivar y disponibles
para quien quisiera ocuparlas. Pero las tierras baldías no sólo atrajeron
a los campesinos, también a las compañías azucareras. A principios del
siglo XX varias empresas de capital norteamericano empezaron a ope-
rar en la provincia, expulsando de nuevo a los pequeños propietarios
de sus tierras. La consecuencia fue un estado de permanente tensión,
violencia y pequeño bandolerismo en el medio rural de Oriente. Poco
puede sorprender, teniendo en cuenta este hecho, que cuando el PIC
llamó en 1912 a la acción armada para protestar por su prohibición de
participar en las elecciones de ese año, la provincia se alzara en una
revuelta48.
Tampoco era del todo sorprendente, si tenemos en cuenta estos
procesos en la provincia de Oriente, que el gobierno recurriera a una
represión tan salvaje para acabar con la revuelta. Desde las comunida-
des cimarronas de principios del siglo XIX hasta las tres guerras de
independencia, la provincia había sido un centro nacional de resisten-
cia negra, primero a la esclavitud y el dominio español, ahora a la usur-
pación de tierras. Con la llegada de las compañías azucareras nortea-
mericanas, lo que estaba en juego en esas rebeliones era algo mayor
que nunca antes. Durante los años del boom de las exportaciones,
Estados Unidos envió repetidamente tropas a las naciones caribeñas,

47. Scott, Slave Emancipation, 240-242; Bergad, Cuban Rural Society, 285. Los
arrendatarios negros, que habían cultivado el 12% de la superficie cultivable de la isla
en 1899, cultivaban solo el 4% de ella en 1931. Durante el mismo período, la propor-
ción de tierra cultivable trabajada por propietarios afrocubanos se mantuvo estable en
el 4%. De la Fuente, Nation for All, 106-107.
48. Perez, Lords of the Mountain, 75-151.
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BLANQUEAMIENTO, 1880-1930 219

incluyendo Cuba49. La justificación más frecuente para esas interven-


ciones era la protección de intereses económicos norteamericanos, y
una rebelión campesina contra las compañías azucareras de propiedad
norteamericana amenazaba obviamente esos intereses. La administra-
ción Gómez, en consecuencia, tuvo que reprimir la revuelta de inme-
diato y eliminar la amenaza de futuros levantamientos.
Sin embargo, si la represión de 1912 fracasó en mantener a los libe-
rales en el poder, tampoco consiguió evitar que Estados Unidos inter-
viniera en los asuntos cubanos. Las compañías norteamericanas temían
por la destrucción de sus propiedades, y recurrieron a Washington para
obtener su protección. Los marines estadounidenses desembarcaron
en la provincia a la semana siguiente. La represión tampoco previno
posteriores episodios: cinco años después, la revuelta liberal de 1917
desencadenó una nueva ola de saqueos, incendios y bandidaje por par-
te de rebeldes campesinos en la provincia de Oriente. Esta vez, tanto el
número de rebeldes implicados (10.000, de acuerdo con el cónsul esta-
dounidense en la zona) como el nivel de destrucción provocada
(100.000 toneladas de caña de azúcar incendiadas en la parte norte de la
provincia, y decenas de miles más en otras áreas) fueron mucho mayo-
res que en 1912. En 1912 los marines se quedaron sólo un mes; en 1917
lo harían durante cinco años. Aun así, los campesinos rebeldes nunca
fueron del todo reprimidos, y continuaron operando en las montañas
y bosques de la Sierra Maestra. Fue entre los descendientes de esos
rebeldes, viviendo todavía en sus reductos de las montañas, donde
Fidel Castro y Che Guevara reclutaron sus primeros efectivos cuando
llegaron a Oriente, en 195650.
Un proceso similar de expropiación tuvo lugar en la República
Dominicana. Allí la mayor parte de la tierra cultivable no era propie-
dad de individuos concretos, sino de terrenos comuneros, grandes
parcelas de titularidad colectiva de ganaderos o granjeros. Los miem-
bros del grupo tenían derecho a cultivar o a hacer pastar su ganado en

49. Estas ocupaciones e intervenciones armadas incluyeron: Cuba, 1898-1902,


1906-1909, 1912, 1917-1922; Panamá, 1903, y la ocupación de la Zona del Canal hasta
2000; Nicaragua, 1912-1925, 1927-1933; Haití, 1915-1934; República Dominicana,
1905, 1916-1924; México, 1914, 1917; Puerto Rico, 1898-presente. Para un resumen de
este período, ver Langley, Banana Wars.
50. Pérez, Lords of the Mountain, 152-195; sobre el alzamiento de 1917, ver
Dumoulin, Azúcar y lucha.
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220 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

ellas, pero no poseían derechos formales de propiedad sobre ninguna


parcela concreta51. Con la llegada de las compañías azucareras extran-
jeras (americanas, alemanas y cubanas) en las décadas de 1880 y 1890,
este sistema de propiedad agraria empezó a cambiar. Comprando los
derechos individuales en los terrenos comuneros, o pagando a los téc-
nicos agrícolas y a los funcionarios para anular los títulos de propie-
dad locales, las compañías adquirieron grandes propiedades en la par-
te oriental de la isla, expulsando a los campesinos de sus tierras y
convirtiéndolos en trabajadores asalariados. En 1880, el escritor e
intelectual dominicano Pedro Bonó observaba que cuanto más capital
extranjero entraba en las zonas azucareras, «más pobre veo el negro de
Sabana Grande y Monte Adentro, y si sigue ello, no está lejos el día en
que todos los pequeños propietarios que hasta hoy han sido ciudada-
nos vendrán a ser peones o, por mejor decir, siervos, y Santo Domin-
go, una pequeña Cuba, o Puerto Rico, o Luisiana». Cuatro años des-
pués, declaraba que el proceso de expolio estaba virtualmente
completo:

He hecho ver la transformación del este; la traslación a título casi gratuito


de su propiedad a manos de nuevos ocupantes encubiertos bajo el disfraz
del Progreso. Progreso sería, puesto que se trata de progreso de los domi-
nicanos, si los viejos labriegos de la común de Santo Domingo... fueran en
partes los amos de fincas y centrales... Aunque pobres y rudos, eran pro-
pietarios, y hoy, más pobres y embrutecidos, han venido a parar en prole-
tarios. ¿Qué Progreso acusa eso?52

Bajo presión permanente de las compañías azucareras, en 1911 el


gobierno abolió por completo el sistema de propiedad comunal de la
tierra, y obligó a que los terrenos comuneros fueran medidos y dividi-
dos en propiedades individuales que pudieran ser vendidas y compra-
das libremente en el mercado. Esta medida fue luego confirmada por
la Ley de Registro de Tierras de 1920, aprobada durante la ocupación
norteamericana del país (1916-1924). Bajo esta ley, las tierras campesi-
nas eran todavía más vulnerables a la compra o la expropiación por

51. Hoetink, Dominican People, 1-18; Moya Pons, «Land Question»; Turits, Foun-
dations of Despotism, 39-44, 60-67.
52. Citado en Hoetink, Dominican People, 11-12, 30.
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BLANQUEAMIENTO, 1880-1930 221

parte de las compañías azucareras, y el proceso de despojo siguió su


curso53.
El crecimiento de las exportaciones azucareras se experimentó más
intensamente en Cuba, la República Dominicana y Puerto Rico, pero
incluso en zonas secundarias en producción de azúcar, como el valle
del Cauca en Colombia, la desposesión del campesinado negro fue
rápida. Durante los primeros 50 años de independencia la guerra, la
desestructuración económica y la abolición se combinaron para situar
a los terratenientes del Cauca en una posición de inusual debilidad
frente a los que previamente fueron sus esclavos. Al negociar contra-
tos de arriendo y condiciones laborales, los libertos circularon libre-
mente por las haciendas y confrontaron las diferentes posiciones de
los terratenientes al respecto. Muchos afrocolombianos abandonaron
el trabajo asalariado casi por completo, haciéndose pequeños propie-
tarios en tierras pertenecientes al Estado, o en tierras de hacienda
abandonadas.
La toma del poder del Partido Conservador a nivel nacional en la
década de 1880, y el incremento de capacidad de gobierno gracias al
aumento de las ganancias del sector cafetero, provocaron un cambio
gradual en la correlación de poderes entre propietarios de tierras y
campesinos. Los hacendados comenzaron a reafirmar el control sobre
sus tierras, expulsando a los ocupantes ilegales y forzando al resto a
aceptar nuevos contratos de trabajo. El caudillo liberal negro Cenecio
Mina lideró la resistencia guerrillera contra las reocupaciones de tie-
rras, pero la victoria conservadora en la última de las guerras civiles del
siglo XIX, la Guerra de los Mil Días (1900-1903), acabó con la resis-
tencia armada Liberal. A medida que el proceso de desposesión se ace-
leraba, las comunidades campesinas eran forzadas a abandonar la tie-
rra que habían cultivado durante décadas54. La ola de cercados de

53. Calder, Impact of Intervention, 102-110; Turits, Foundations of Despotism, 71-79.


54. Hoy en día, los campesinos negros del Cauca mantienen amargos recuerdos de los
desalojos de finales del siglo XIX, y recuerdan que los hacendados liberales tomaron parte
en este proceso junto a los conservadores. Un informante recordaba en la década de 1970
que «otro hacendado [de los años de finales del siglo XIX y principios del XX] era Benjamín
Mera... Era negro y liberal, mientras que Jaime Gómez era blanco y conservador. Pero los
dos eran lo mismo. Muchos liberales hicieron los mismo que los conservadores». Taussig,
Devil and Commodity Fetishism, 72; ver también 72-77; Correa González, «Integración
socio-económica», 393-395; Friedemann y Arocha, De sol a sol, 198-205.
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222 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

tierras se intensificó después de 1914, momento en que la finalización


de la línea de ferrocarril que unía Cali y la costa Pacífica, unida a la
inauguración del Canal de Panamá, abrió nuevas oportunidades para
la exportación. En la década de 1930 las haciendas avanzaron hacia el
Sur, desde el Cauca hacia el valle del Patía, a medida que la carretera
Pan-Americana unía esa región de pueblos negros y palenques al sis-
tema nacional de comunicaciones55.
En Brasil, antaño el centro del cultivo mundial azucarero y ahora
superado por la producción más capitalizada de caña de azúcar del
Caribe, la desposesión procedió a un ritmo más lento. En ausencia de
los recursos para invertir en formas productivas de mayor mecaniza-
ción, y ante la pérdida de la fuerza de trabajo esclavo en la abolición
(1888), los sacarócratas brasileños alentaron a los ex-esclavos a perma-
necer en las propiedades como aparceros, con la posibilidad de culti-
var sus parcelas y subsistir o comerciar con sus productos. En Río de
Janeiro, los aparceros que producían maíz, frijoles y mandioca para la
venta en la capital disfrutaban de «un alto grado de autonomía en rela-
ción a los administradores de la plantación», y podían construir vidas
y comunidades controladas en buena parte por ellos mismos56. Las
condiciones eran más complicadas en las plantaciones azucareras del
Nordeste, donde los mercados urbanos eran más pequeños y más
pobres, y la región era azotada por sequías periódicas que duraban
años. Sin embargo, incluso (o especialmente) en estas condiciones, la
aparcería representaba un medio de escapar de la desposesión a gran
escala, que no tuvo lugar en el Nordeste hasta la segunda mitad del
siglo XX57.
El crecimiento lento, o incluso el estancamiento económico, prote-
gió hasta cierto punto a los campesinos negros de las zonas azucareras
de los rigores del mercado. La situación era completamente diferente
en las zonas de plantación cafetera del sudeste, por entonces en pleno
boom. Las zonas cafeteras de São Paulo eran una de las áreas más diná-
micas de la producción exportadora de América Latina. A medida que

55. Zuluaga Ramírez, Guerrilla y sociedad, 141-143.


56. Castro, Das cores do silêncio, 348, y 343-350 pássim; ver también Rios, «Minha
mãe».
57. Scott, «Defining the Boundaries», 92-93, 96-98; Scheper-Hughes, Death
Without Weeping, 43-49.
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BLANQUEAMIENTO, 1880-1930 223

las plantaciones se expandieron por el estado, los ex-esclavos fueron


sistemáticamente expulsados de las zonas cultivables. Éste fue el caso
incluso en las zonas más antiguas de cultivo cafetero, donde algunos
hacendados intentaron hacer producir a viejos cafetos y tierras erosio-
nadas, y se vieron obligados a ceder contratos de aparcería compara-
bles a las concesiones a los trabajadores de las plantaciones azucareras.
En este contexto, el cultivo de café era a duras penas rentable, y a ini-
cios del siglo XX los hacendados paulatinamente convirtieron sus tie-
rras en pasto para el ganado, y despidieron a la mayoría de sus aparce-
ros. Éstos no tuvieron otro recurso que dirigirse a las poblaciones
cercanas en busca de trabajo, o bien a la capital, Río de Janeiro, donde
se unieron al creciente proletariado industrial58.
En las zonas más nuevas de cultivo cafetero, el centro y el este de
São Paulo, la desposesión de los trabajadores negros empezó casi
inmediatamente después de la emancipación. En esta zona, la forma de
relaciones laborales que reemplazó a la esclavitud fue el contrato de
colonato, según el cual los plantadores contrataban a familias enteras
(mujeres e hijos, además del hombre cabeza de familia, quedaban vin-
culados por los términos del contrato) para trabajar y tomar a su cui-
dado las parcelas de varios centenares de cafetos. Las familias recibían
salarios en efectivo, casa, y el derecho a plantar trigo, maíz y otros
productos en los surcos de los cafetales. El cultivo de sus propios pro-
ductos para el autoconsumo y la comercialización permitió a las fami-
lias de colonos escapar de la proletarización completa. Hacia las déca-
das de 1920 y 1930, muchos habían acumulado suficientes ahorros
como para adquirir sus propias pequeñas y medianas propiedades59.
El boom cafetero generó así una sustancial clase media rural en São
Paulo, pero muy pocos de estos nuevos pequeños propietarios eran
negros. Como en Cuba, los plantadores de café optaron por contratar
solamente colonos blancos, y denegar este trabajo a los antiguos escla-
vos. Esta decisión fue en parte una reacción a la insistencia de los ex-
esclavos en no someter a mujeres y niños a las sujeciones del trabajo
agrícola. Tanto plantadores como ex-esclavos veían el trabajo de las

58. Castro, Das cores do silêncio, 327-342; Stein, Vassouras, 271-288. Muchos de los
trabajadores de las factorías textiles de Río de Janeiro a finales del siglo XIX y principios
del XX eran inmigrantes de las antiguas zonas cafeteras del valle del Paraíba, de las que
se fueron en busca de trabajo urbano. Keremetsis, «Early Industrial Worker», 62.
59. Holloway, Immigrants on the Land; Stolcke, Coffee Planters.
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224 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

mujeres y los niños como parte integral de la recién abolida institución


de la esclavitud. Los plantadores estaban determinados a mantener
esta práctica, y los ex-esclavos estaban igualmente determinados a
acabar con ella. Los plantadores prevalecieron, básicamente impor-
tando trabajadores inmigrantes quienes, al no conocer la esclavitud de
plantación, estaban dispuestos a incluir a mujeres y niños en el con-
trato de colonato. Familias italianas, españolas y de otros países euro-
peos reemplazaron a los afrobrasileños en las grandes plantaciones,
con consecuencias devastadoras para la movilidad social negra a largo
plazo en São Paulo60.

INMIGRACIÓN

Además de perder el acceso a la tierra, la experiencia de los afro-


brasileños en São Paulo sugiere una segunda consecuencia negativa
del boom exportador: la inmigración laboral siguiendo patrones racia-
les. Lo cierto es que el blanqueamiento mediante la inmigración había
sido el sueño de los gobiernos latinoamericanos desde principios del
siglo XIX. En las décadas de 1840 y 1850, Brasil, Perú, Venezuela y
otros países usaron parte del presupuesto del Estado para ayudar a
pagar los pasajes transatlánticos de los europeos que decidían cruzar el
océano. Colombia ofrecía exenciones fiscales y una exención de 20
años del servicio militar para los inmigrantes y sus hijos. Sin embargo,
ninguno de estos programas produjo resultados significativos, y la
emigración europea a Latinoamérica siguió siendo mínima hasta 1880.
Esto cambió con el boom exportador. El crecimiento económico
que éste generó incrementó las oportunidades laborales y de nego-
cios, así como los ingresos fiscales que los gobiernos latinoamericanos
podían usar para reclutar y subsidiar la inmigración europea. Y hacia
1888 la esclavitud había finalmente desaparecido de América Latina,
para que los inmigrantes ya no tuvieran que competir laboralmente

60. De 36.000 propietarios de explotaciones agrícolas en São Paulo en 1940, sólo


2.000 eran afrobrasileños. IBGE, Recenseamento 1940. São Paulo, 24. Sobre la forma-
ción de la clase media rural, ver Holloway, Immigrants on the Land, 139-166; sobre las
preferencias raciales en el empleo de plantación, ver Dean, Rio Claro, 152-174 pássim;
Beiguelman, Formação do povo.
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BLANQUEAMIENTO, 1880-1930 225

con la mano de obra esclava. Frente a las demandas reiteradas por par-
te de sus antiguos esclavos de acceso a nuevas condiciones laborales
—horarios más cortos y flexibles, fin del trabajo femenino e infantil,
mayor autonomía y libertad y menos supervisión directa— los due-
ños de empresas respondieron buscando fuentes alternativas de mano
de obra. Éstas podrían fácilmente haber venido de las mismas socie-
dades latinoamericanas, pero los dictados del racismo científico, com-
binados con la disponibilidad de millones de trabajadores europeos
preparados para dejar sus lugares de origen, llevaron a los gobiernos a
invertir dinero del Estado en inmigrantes europeos, en lugar de en
individuos no-blancos oriundos del lugar.
A pesar de esas inversiones, no fue fácil conseguir que los inmi-
grantes llegaran. La mayoría de los europeos prefirieron Estados Uni-
dos y Canadá, o Australia y Nueva Zelanda, a los países más pobres y
menos desarrollados de América Latina61. Evitaron países como
Venezuela, Colombia, Perú y México, y en su lugar se dirigieron a
Argentina, Brasil, Cuba y Uruguay, que recibieron más del 90% de los
entre 10 y 11 millones que llegaron a la región entre 1880 y 193062.
Dentro de Brasil, los inmigrantes europeos esquivaron el Nordeste,
económicamente deprimido, y llegaron en grandes números a los esta-
dos del sur y del sudeste. De entre esos estados, São Paulo, con su pro-
grama de subsidios públicos para inmigrantes (este estado pagó por el
transporte en barco desde Europa para las familias que cumplieran los
requisitos), sufragados con los abundantes ingresos del comercio cafe-
tero, fue el que tuvo un mayor tirón. De los 3,5 millones de europeos
que entraron al país, más de la mitad de ellos (2 millones) lo hizo a São
Paulo, una cantidad que excedía la población entera de este estado en
1890 (1,4 millones)63.

61. Paralelamente, dentro de Estados Unidos la mayoría de los inmigrantes evita-


ron el sur, que además de ser económicamente menos desarrollado albergaba la mayo-
ría de la población negra del país, contra la cual los inmigrantes hubieran tenido que
competir por empleos de bajo salario. El grueso de la inmigración europea se asentó en
el nordeste y el Medio Oeste.
62. Mörner, Adventurers and Proletarians, 47-66; Sánchez-Albornoz, Population,
146-167; Nugent, Crossings, 112-135. Veintiocho millones de europeos llegaron a Esta-
dos Unidos en el mismo período.
63. Merrick and Graham, Population, 91-92.
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226 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

La mayoría de los países latinoamericanos fracasó en atraer a los


inmigrantes europeos en los números necesarios para blanquear su
población nacional, o para resolver su aparente escasez de mano de
obra. En estos países, la necesidad de brazos llevó finalmente a los
empresarios a soluciones que eran diametralmente opuestas al objeti-
vo del blanqueamiento nacional: la importación de trabajadores no-
blancos de Asia y el Caribe. La liberación de los pocos esclavos que
quedaban en el Perú en 1854 y el fin del comercio de esclavos con
Cuba en la década de 1860 llevó a estos dos países a contratar unos
200.000 trabajadores chinos entre 1850 y 1874, principalmente para
trabajar en las plantaciones azucareras y la construcción del ferroca-
rril. La presión británica sobre China para acabar con el «comercio
culí» redujo en buena parte la emigración laboral china a América
Latina después de 1874, y frustró los esfuerzos brasileños por obtener
trabajadores chinos para trabajar en las plantaciones cafeteras. Duran-
te la década de 1880 y con posterioridad, los plantadores brasileños
centraron su atención en Europa, pero en 1908 São Paulo empezó
también a reclutar inmigrantes japoneses. A medida que la inmigra-
ción europea se frenaba durante la Primera Guerra Mundial y en los
años que le siguieron, la inmigración japonesa se incrementó aguda-
mente. Para 1930, 125.000 japoneses habían llegado a Brasil. Cuando
en 1927 el gobierno estatal de São Paulo finalizó su programa de sub-
sidios para el transporte de inmigrantes europeos, mantuvo esos sub-
sidios para los japoneses64.
Todavía más problemática para el objetivo nacional del blanqueamien-
to era la inmigración negra. Entre 1900 y 1930, cientos de miles de trabaja-
dores negros de las Indias Occidentales francesas y británicas —Haití,
Jamaica, Barbados y otras islas—fueron a trabajar a los países hispanoa-
mericanos. Los mayores flujos migratorios fueron a Cuba, donde algo más
de 300.000 inmigrantes antillanos entraron al país en esos años, a Venezue-
la (200.000-300.000) y a Panamá (150.000-200.000)65.

64. Cifras de inmigración china y japonesa extraídas de Mörner, Adventurers and


Proletarians, 27-28; Lamounier, «Between Slavery», 188; Gonzales, «Resistance», 205;
Merrick y Graham, Population, 91. Veinte mil japoneses llegaron también a Perú a
principios del siglo XX. Gonzales, «Resistance», 201.
65. Sánchez-Albornoz, Population, 167; Wright, Café con Leche, 77; Conniff,
Black Labor, 29. Buena parte de estos inmigrantes antillanos entraron varias veces en
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BLANQUEAMIENTO, 1880-1930 227

Los tres países emprendieron en esos años inmensos proyectos de


construcción de infraestructuras que requerían enormes cantidades de
mano de obra. A Cuba, los inmigrantes de las Indias Occidentales fue-
ron a trabajar a la industria azucarera en expansión; a Venezuela, en la
nueva industria del petróleo; y a Panamá, en la construcción del Canal
de Panamá y las plantaciones bananeras de la costa caribeña. Todos
estos proyectos fueron emprendidos por empresas con sede principal
en Estados Unidos: en Cuba, por compañías azucareras de propiedad
estadounidense; en Venezuela, por la Standard Oil y otras empresas; y
en Panamá, por la Compañía del Canal de Panamá y la United Fruit
Company. Las elites y los gobiernos latinoamericanos, comprometi-
dos con el blanqueamiento de sus sociedades nacionales, se oponían a
la inmigración negra, pero las empresas norteamericanas no tenían
ningún interés en la «mejora» racial de los países en que operaban. De
hecho, desde el punto de vista de la mayoría de los empresarios esta-
dounidenses, los latinoamericanos y los negros antillanos ocupaban
posiciones igualmente bajas en la escala racial. Por otro lado, las islas
contaban con trabajadores baratos y abundantes, muchos de los cua-
les ofrecían la ventaja adicional de hablar inglés66.
Las compañías azucareras estadounidenses que abrían nuevas plan-
taciones en el este de Cuba empezaron a importar miles de trabajadores
haitianos y jamaicanos en la década de 1910. Varios nacionalistas cuba-
nos protestaron amargamente por esta «africanización» de la isla, pero
el gobierno no pudo resistir las peticiones de las compañías, y autorizó
la entrada de trabajadores negros67. Lo mismo aconteció en Venezuela y
Panamá, donde hacia 1913 y 1914 entre 45.000 y 50.000 hombres esta-
ban en la nómina de la Compañía del Canal de Panamá, en un país de
menos de medio millón de habitantes. De esos trabajadores, la gran
mayoría provenía de las Indias Occidentales68. También era éste el caso

los países hispanoamericanos, así que estas cifras probablemente exageran los niveles
reales de inmigración. En Cuba, por ejemplo, éstos entraban a trabajar en la cosecha
azucarera anualmente, volvían a su hogar durante la «temporada muerta», y volvían de
nuevo a Cuba en los siguientes años. El número de inmigrantes de las Indias Occiden-
tales que vivía en Cuba en 1931 era de unos 100.000 y en Panamá, de unos 50.000 en los
mismos años. De la Fuente, Nation for All, 105; Conniff, Black Labor, 81.
66. Sobre las actitudes raciales de las empresas norteamericanas y sus ejecutivos en
esta época, Bourgois, Ethnicity at Work.
67. De la Fuente, Nation for All, 101-105.
68. McCullough, Path Between the Seas, 559.
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228 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

de las plantaciones bananeras de la United Fruit Company, situadas a lo


largo de la poco poblada costa caribeña de Panamá, Costa Rica y Hon-
duras. Por ejemplo, la provincia costera de Limón, en Costa Rica, tenía
una población total de menos de 8.000 personas en 1892; entre 1900 y
1913, la United Fruit importó unos 20.000 trabajadores antillanos69.

Figura 4.3. Inmigración de las Indias Occidentales: el S. S. Ancon llega a Pana-


má con trabajadores procedentes de Barbados, 1909. Crédito: Photographs and
Prints Division, Schomburg Center for Research in Black Culture, The New
York Public Library, Astor, Lenox and Tilden Foundations.

69. Chomsky, West Indian Workers, 44-47.


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BLANQUEAMIENTO, 1880-1930 229

En países con poblaciones relativamente pequeñas, este volumen de


inmigración tuvo un impacto enorme, y más teniendo en cuenta que era
una consecuencia directa del masivo flujo de capitales norteamericanos a
la región. Las elites del Caribe y Centroamérica, deseosas de evitar el
riesgo de disgustar a las empresas y los funcionarios estadounidenses, de
quien dependían, y al mismo tiempo resentidas por hallarse en esa posi-
ción de dependencia, descargaron su ira hacia los inmigrantes antillanos
por ser la expresión más tangible de la «desnacionalización» de sus paí-
ses. «¿Será ya el principio del fin?», preguntaba la revista costarricense
Repertorio Americano en 1923. Informando de las intenciones de la
UFCO de llevar más trabajadores antillanos a sus plantaciones en Hon-
duras, la revista protestaba porque «quedará Honduras sepultada bajo
una república de Haití... En vez de setecientos mil hondureños claros,
tuviéramos ahí cerca de unos cuatro millones de antillanos oscuros... se
convertirá el litoral atlántico en una sola masa de hollín, y el Mar Caribe
en un Mar de Charol». En 1930 la revista era aún más tajante: «¿Cómo se
quiere que sea Costa Rica, blanca o negra?». Ya era suficientemente
malo, argumentaba el articulista, que la costa atlántica estuviera invadida
por antillanos. Ahora, cuando la UFCO proponía construir nuevas
plantaciones en la costa del Pacífico, Costa Rica afrontaba un movimien-
to de inmigrantes hacia la parte central del país, así como la pérdida de
una de las causas principales de la prosperidad y el progreso del país: «la
homogénea composición racial de sus habitantes... Nada tengo como
humano contra nadie, sea blanco, chino o negro... Este es un problema
en que no tiene nada que intervenir el sentimentalismo porque es de un
carácter biológico, o más concretamente, eugenésico. El derecho a
defendernos cuando un peligro nos amenaza es... fundamental...»70.
Los costarricenses hispánicos tomaron medidas para «defenderse».
Era ampliamente aceptada en el país la creencia de que la ley federal
prohibía el desplazamiento de antillanos desde la costa a las tierras altas
centrales. En realidad tal ley no existía, aunque era raro que los inmi-
grantes de las Indias Occidentales viajaran al interior desde Limón. Las
cuadrillas de trabajadores antillanos del ferrocarril Limón-San José tra-
bajaban sólo hasta medio camino de la capital del país, hasta Turrialba.

70. «¿Será ya el principio del fin?», Repertorio Americano (San José, 14 de mayo de
1923), 50-51; «¿Cómo se quiere que sea Costa Rica, blanca o negra?», Repertorio Ame-
ricano (San José, 13 de septiembre de 1930), 149-150; énfasis en el original.
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230 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

Desde allí continuaban las cuadrillas compuestas de trabajadores hispá-


nicos, y las de antillanos volvían a Limón. Y cuando los funcionarios
costarricenses negociaron las condiciones para las nuevas plantaciones
de la United Fruit en la costa pacífica en la década de 1930, insistieron
en una cláusula que previniera el uso de mano de obra negra en esas
plantaciones. A diferencia de las restricciones gubernamentales sobre la
mano de obra procedente de las Indias Occidentales en otros países, ésta
se implementó. Algunos antillanos entrevistados en la década de 1970
recuerdan haber viajado a las plantaciones del Pacífico en la década de
1930 y no haber hallado trabajo, porque «va contra la ley»71.
La aversión contra los inmigrantes de las Indias Occidentales fue
incluso más intensa en Panamá, donde el volumen de inmigración
negra fue mayor que en Costa Rica, tanto en términos absolutos como
en relación a la población nacional preexistente. Además, en lugar de
haberse concentrado en una parte del país remota y deshabitada, los
antillanos llegaron a las dos principales ciudades de Panamá (Ciudad
de Panamá y Colón), y consiguieron la mayor parte del empleo en la
construcción y en las operaciones de la instalación más importante y
que mayores beneficios proporcionaba al país, el Canal de Panamá.
El delegado de Panamá a la reunión de 1919 de la Organización
Internacional del Trabajo protestó amargamente por la presencia de
«decenas de miles de antillanos que son intelectual y racialmente infe-
riores a los panameños, cuya religión y costumbres difieren de las
nuestras, hablando una lengua diferente a la nuestra». Cinco años des-
pués, la obra de Orlando Alfaro El peligro antillano en la América
Central apelaba a las otras naciones latinoamericanas para ayudar a
Panamá a prevenir la formación «en el corazón de la América Latina»
de «un núcleo poderoso de una raza extraña, en casi todas sus mani-
festaciones». Dos años después, en 1926, el Congreso panameño pro-
hibió la inmigración de negros que no hablaran español, y requirió
que la fuerza de trabajo de todas las empresas panameñas fuera nativa
en un 75%, como mínimo. Como Panamá no tenía autoridad en la
Zona del Canal, estas restricciones no tenían efecto en las contratacio-
nes que allí se hicieran, y la UFCO consiguió fácilmente exenciones

71. Purcell, Banana Fallout, 19; Palmer, «What Happen», 148, 247. Es posible que
los afrocostarricenses nativos hayan sufrido la misma ley. Ver Harpelle, «Social and
Political», 115.
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BLANQUEAMIENTO, 1880-1930 231

para los trabajadores de sus plantaciones. Frente a estos desaires, el


sentimiento anti-antillano persistió. En 1933 se formó «Panamá para
los Panameños», una organización nacionalista cuyo fundador, el ex-
jefe de policía de Ciudad de Panamá Nicolás Ardito Barletta, citaba
con aprobación el antisemitismo nazi como un modelo para la forma
en que los panameños deberían tratar a los «odiados antillanos»72.
El sentimiento anti-inmigrante produjo su resultado más perverso
en la República Dominicana. A medida que la industria azucarera
dominicana empezaba a desarrollarse durante las décadas de 1880 y
1890, algunos campesinos haitianos sin tierras fueron a trabajar como
asalariados a las plantaciones de propiedad extranjera. Miles de ellos
también compraron u ocuparon pequeñas propiedades en las regiones
poco pobladas de la frontera con Haití, con el resultado de que hacia
1935, según denunciaba el gobierno dominicano, 400.000 haitianos
vivían en la República. La cifra real era probablemente más cercana a
200.000, pero ésta equivalía a más del 10% de la población nacional73.

Figura 4.4. Empleados de la Compañía del Canal de Panamá en el momen-


to de su jubilación, 1949. De izquierda a derecha: Ethelbert Corbin (Barbados),
John Brewster (Barbados), Charles Winner (Antigua), Donald Braithwaite
(Barbados), John Dunbar (Jamaica), Victor Emmanuel (Santa Lucía). Crédito:
Photographs and Prints Division, Schomburg Center for Research in Black
Culture, The New York Public Library, Astor, Lenox and Tilden Foundations.

72. Conniff, Black Labor, 64, 66, 84; Alfaro, Peligro antillano, 18.
73. Fiehrer, «Political Violence», 11.
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232 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

Como en Centroamérica, la emigración haitiana a la República


Dominicana significó la negación de cualquier sueño nacional de
blanqueamiento; sueños que, dado el carácter mulato de la población
nacional, y la incapacidad del país para atraer inmigración europea,
estaban ya predestinados al fracaso, pero que por estas mismas razo-
nes eran añorados como algo que sería ya imposible alcanzar. «El crio-
llo dominicano atribuía gran importancia al componente blanco de su
linaje», comentó un observador alemán; y esta actitud se volvió más
pronunciada durante los años del boom de las exportaciones, en que la
entrada de los capitales y de las ideas racistas del Atlántico intensifica-
ron la sensibilidad nacional hacia la cuestión racial. En un lenguaje que
recuerda a las leyes de castas coloniales, el poeta afrodominicano Juan
Antonio Alix se refería cáusticamente a esta tendencia en un popular
verso de 1883:

Todo aquel que es blanco fino


Jamás se fija en blancura
Y el que no es de sangre pura
Por ser blanco pierde el tino74.

Al mismo tiempo que la inmigración haitiana socavaba los sueños


de blanqueamiento de la elite, los haitianos representaban una compe-
tencia económica para los dominicanos de clase trabajadora, e incluso
para los pequeños empresarios del país. Especialmente en las áreas de
frontera, el éxito relativo de los pequeños propietarios, comerciantes
y dueños de negocios haitianos provocó resentimiento entre sus com-
petidores dominicanos. Muchos atribuyeron ese éxito a la relación de
los haitianos con los dioses africanos del vudú (una religión del Nue-
vo Mundo de origen africano, como la santería y el candomblé), y ale-
garon «una cierta magia con el dinero haitiano que los dominicanos no
podían tener»75.
En todos estos aspectos —racial, demográfico, económico, cultu-
ral, e incluso mágico— los haitianos representaban una supuesta ame-
naza para la República. Esta amenaza pareció intensificarse durante la
década de 1930, como resultado tanto de las dificultades económicas

74. «El negro tras la oreja», en Alix et al., Décimas dominicanas, 15-17.
75. Cita de Derby, «Haitians, Magic», 523.
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BLANQUEAMIENTO, 1880-1930 233

de la Gran Depresión como de la promoción del anti-haitianismo por


parte del dictador Rafael Trujillo. Buscando forjar un Estado fuerte
donde antes no había existido ninguno, Trujillo y su régimen compa-
raban a dominicanos y haitianos a «dos razas antagonistas, una de ori-
gen español y la otra de origen etíope». El vudú fue reiteradamente
denunciado como una amenaza al catolicismo dominicano, y se ins-
truyó a los funcionarios locales para que vigilaran permanentemente
las «influencias haitianizantes, cuyas consecuencias siempre serán
fatales para la sociedad dominicana»76.
El anti-haitianismo oficial alcanzó su clímax en octubre de 1937,
cuando unidades del ejército en la frontera con Haití, obedeciendo
órdenes del presidente Trujillo, asesinaron a unos 15.000 inmigrantes
haitianos y dominicanos de ascendencia haitiana. Los soldados rodea-
ron a sus víctimas, supuestamente para deportarlos de vuelta a Haití,
y los masacraron con machetes, garrotes y rifles. Los cuerpos fueron
transportados en camiones del ejército a fosas comunes, dejando ras-
tros de sangre por las calles y las carreteras. Varios meses más tarde,
después de las protestas haitianas, el régimen de Trujillo reconoció su
complicidad en las matanzas y accedió a pagar a Haití una indemniza-
ción de 750.000 dólares, después reducida a 525.000, unos 35 dólares
por víctima. No se sabe con certeza si la cantidad fue pagada en su
totalidad77.

76. Sagás, Race and Politics, 51, 62. Sobre el anti-haitianismo dominicano, ver
Sagás, Race and Politics; Howard, Coloring the Nation; Winn, Americas, 279-294.
77. Fiehrer, «Political Violence»; Turits, Foundations of Despotism, 161-180. Son
impactantes las similitudes entre los acontecimientos en la República Dominicana y la
Alemania nazi en la misma época. En ambos países el vínculo entre racismo y naciona-
lismo, y la promoción de ambos como política oficial de Estado por un régimen auto-
ritario en un intento de centralizar el poder, resultó ser una combinación altamente des-
tructiva. Ambos países invocaron la necesidad de eliminar influencias raciales
corruptas y subversivas de su sociedad; en la cita del texto podríamos sustituir «haitia-
nizante» por «judaizante», y «dominicano» por «alemán», y obtendríamos una copia
bastante fidedigna de las declaraciones de los nazis durante ese período. Además,
ambos regímenes buscaron una «solución final» a sus «problemas» raciales mediante
asesinatos de masas ejecutados por el Estado, aunque en una escala incomparablemen-
te mayor en Alemania que en la República Dominicana.
En 1962 tropas dominicanas repitieron a escala más reducida la masacre de 1937.
Mataron a varios cientos de miembros, la mayoría negros, de una comunidad mesiáni-
ca, Palma Sola, cerca de la frontera con Haití. Sobre estos asesinatos, y sobre el anti-hai-
tianismo dominicano en general, ver Lundius y Lundahl, Peasants and Religion, 171-
252, 560-600.
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234 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

TRABAJADORES Y S I N D I C AT O S

Ningún otro gobierno latinoamericano del siglo XX propuso o eje-


cutó políticas raciales tan sangrientas como las del régimen de Trujillo.
Pero las demandas laborales del boom de las exportaciones, los progra-
mas racializados de inmigración laboral que gobiernos y empresarios
intentaron aplicar, y la llegada a la región de millones de europeos, anti-
llanos y asiáticos, fueron factores que al combinarse produjeron situa-
ciones de una enorme tensión económica, social y política. Dadas las
ideologías raciales de la época, y el carácter explícitamente racial de los
programas públicos y privados encaminados a promover la inmigra-
ción, estas tensiones inevitablemente se configuraron según patrones
étnicos y raciales, y los trabajadores negros las sintieron con particular
intensidad.
A medida que los europeos llegaban a la región, desplazaban a los
trabajadores negros en una proporción casi directa a sus números rela-
tivos: cuantos más inmigrantes, más devastador el impacto sobre las
poblaciones negras locales. Así, en Buenos Aires, que en 1914 alberga-
ba 780.000 inmigrantes y algo menos de 10.000 afroargentinos, estos
últimos fueron virtualmente eliminados de los trabajos cualificados, el
empleo en las fábricas e incluso la venta ambulante, en la que habían
sido bastante visibles hasta la década de 1870. Para 1900, los trabaja-
dores de color estaban confinados casi por entero al servicio domésti-
co, el trabajo de peón jornalero ocasional y las posiciones de servicios
de bajo nivel en las oficinas gubernamentales78.
El desplazamiento de los trabajadores negros en el estado brasile-
ño de São Paulo, donde en 1920 la población inmigrante era de
830.000 personas y la de afrobrasileños de unas 650.000 personas, fue
casi tan extremo como en Buenos Aires. En la capital del estado, a
principios de la década de 1900 la mano de obra en la construcción y
en la industria era entre el 80 y el 90% extranjera. Algunos afrobrasi-
leños encontraron empleo en fábricas o en la construcción de la red
eléctrica y de tranvías, pero la mayoría fueron relegados al servicio
doméstico y al peonaje como jornaleros informales79.

78. Andrews, Afro-Argentines, 180-188.


79. Fernandes, Integração do negro, Vol. 1, 60-97; Andrews, Blacks and Whites, 66-
71.
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BLANQUEAMIENTO, 1880-1930 235

En Río de Janeiro la situación fue algo más equilibrada, ya que los


afrobrasileños continuaron siendo más que los europeos y consiguie-
ron retener un lugar en el mercado de trabajo como trabajadores del
transporte, estibadores y trabajadores fabriles. En el comercio y los
oficios, sin embargo, había una marcada preferencia por los europeos,
y dentro del sector industrial las disparidades entre ambos grupos
eran claras. Los afrobrasileños podían hallarse con más frecuencia en
la industria textil, el sector industrial con salarios más bajos. Los tra-
bajadores del textil europeos recibían mucho más frecuentemente el
salario pagado por hora, así que solían obtener mayores ingresos que
los afrobrasileños, a quienes generalmente se les pagaba por pieza pro-
ducida80.
Prácticamente lo mismo acontecía en Cuba, en donde los afrocu-
banos retuvieron oportunidades laborales en la construcción y la
industria, pero alegaban haber sido relegados a las posiciones menos
calificadas y peor pagadas. Un área de conflicto muy notoria era la
industria del tabaco, en la que los cubanos constituían la mayoría de
los trabajadores, pero los españoles eran favorecidos para acceder a las
mejores posiciones como torcedores (enrolladores de puros). La pre-
ferencia por los españoles era tan marcada que muchos torcedores
cubanos dejaron la isla para buscar trabajo en Estados Unidos, impul-
sando la industria del tabaco en Tampa y Key West. A los españoles
también se les dispensaba un trato de favor en el empleo en las fábri-
cas de cigarrillos, en donde los salarios eran aproximadamente un 30%
más altos que en las fábricas de puros81. Éstos dominaban completa-
mente el empleo en el comercio y las posiciones técnicas en la indus-
tria, incluyendo la fundamental industria azucarera. En el ámbito del
trabajo agrario, algunos braceros inmigrantes venían de España para el
trabajo de la cosecha azucarera en otoño, y volvían a casa en primave-
ra con sus ganancias; su presencia constituía un obstáculo formidable
para los cortadores de caña negros a la hora de negociar salarios más

80. Adamo, «Broken Promise», 50-79; Keremetsis, «Early Industrial Worker», 62,
84, 116. En el momento de máximo auge migratorio, en 1920, los afrobrasileños supe-
raban en número a los inmigrantes en esta ciudad: 372.000 frente a 239.000 (Adamo,
«Broken Promise», 6, 15).
81. Sobre la industria del tabaco, ver Stubbs, Tobacco, 70, 79-80; Córdova, Clase
trabajadora, 69, 92; ver también Casanovas, Bread, or Bullets!
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236 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

altos. Es por ello que la columna «Ideales de una raza», escrita regu-
larmente por el periodista afrocubano Gustavo Urrutia en el Diario de
la Marina, se quejaba en 1929 de que los negros estaban atrapados
«entre dos grandes males: extranjeros en las ciudades, y extranjeros en
los campos»82.
¿Por qué podían los trabajadores europeos desplazar a los afrolati-
noamericanos de manera tan clara y consistente? Parte de la respuesta
podemos hallarla en las imágenes racistas que los empresarios tenían
de los trabajadores europeos y afrolatinoamericanos: los primeros tra-
bajadores, de fiar y responsables; los segundos vagos, recalcitrantes e
irresponsables. Ambas imágenes correspondían a las ideologías racis-
tas de la época. La imagen de los trabajadores negros se basaba en la
experiencia de los empresarios en general, y especialmente de los plan-
tadores, con la resistencia y la negociación de los trabajadores negros
en lo tocante a las condiciones de vida y trabajo, primero durante la
esclavitud y después durante los años de la post-emancipación. Los
ex-esclavos y sus descendientes tenían la firme determinación de evi-
tar regímenes de trabajo que violaran su idea de libertad. Para muchos
empresarios, esto los hacía muy problemáticos como empleados
potenciales83.
Una vez llegados a la región, los trabajadores europeos resultaron
ser no más sumisos que sus pares negros respecto a las formas locales
de disciplina laboral. En Argentina, Brasil, Cuba y el resto de la
región, ellos jugaron un papel prominente en las movilizaciones labo-
rales. La mitad de los europeos que llegaron a América Latina o bien
se volvieron a sus hogares o bien se fueron a Estados Unidos, en lugar
de someterse a las demandas de los empresarios84. No obstante, conti-

82. Citado en De la Fuente, Nation for All, 115; ver 105-128, y Maluquer de Motes,
Nación e inmigración, 141-145.
83. Todavía en los años setenta y los ochenta del siglo XX los trabajadores afrolati-
noamericanos mantenían intensos recuerdos de la esclavitud y de su firme determina-
ción de evitar cualquier cosa que se le pareciese. Los residentes de un pueblo negro en
el estado de São Paulo describían el trabajo asalariado en las plantaciones de las cerca-
nías como «la esclavitud que vuelve de nuevo. Usted no podrá creerlo, pero antigua-
mente los más viejos contaban que la esclavitud era obligatoria. Hoy en día no lo es. La
esclavitud ha vuelto, pero no para todos, sino para los que se entregan a ella». Queiroz,
Caipiras negros, 81; ver también Taussig, Devil and Commodity Fetishism, 67-68, 93;
Bourgois, Ethnicity at Work, 84; Long, «Dragon Finally Came», 24-25.
84. Mörner, Adventurers and Proletarians, 67-69.
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BLANQUEAMIENTO, 1880-1930 237

nuaron siendo pretendidos como trabajadores y recibiendo preferen-


cia en los empleos durante el período del boom exportador. Las doc-
trinas raciales del momento eran parcialmente responsables por ello,
pero igualmente importantes eran los lazos étnicos y de parentesco
entre los trabajadores inmigrantes, y entre ellos y los dueños de los
negocios. Aunque la mayoría de los europeos trabajaron como peo-
nes, una parte de ellos tuvo éxito en establecerse como pequeños hom-
bres de negocios y dueños de comercios. En Buenos Aires, en 1914
cerca del 80% de los dueños de comercios y pequeños talleres eran
inmigrantes. Los europeos estaban igualmente sobre-representados
entre los dueños de negocios en Cuba, Uruguay y São Paulo. Los pro-
pietarios inmigrantes mostraron una intensa tendencia hacia la solida-
ridad étnica en sus prácticas de contratación, y los trabajadores inmi-
grantes capitalizaron esa tendencia llevando a sus parientes, amigos y
vecinos a solicitar empleo en las empresas en las que trabajaban85.
Campesinos y libertos negros estaban en cierto sentido doblemen-
te desposeídos por los desarrollos de los años de la exportación: pri-
mero fueron expulsados de la tierra que habían trabajado como escla-
vos, arrendatarios u ocupantes, y después, cuando buscaban empleo
en las plantaciones o en las ciudades, éste les fue denegado en base a
argumentos racistas. Pero las preferencias raciales en la contratación
podían —y lo hicieron— perjudicar también los intereses de los tra-
bajadores blancos. La presencia de una mano de obra negra crónica-
mente desempleada o subempleada mantuvo los salarios bajos para
todos los trabajadores, incluyendo a los blancos. Además, en momen-
tos de confrontación entre los trabajadores blancos y sus patrones,
estos últimos no dudaron en explotar las divisiones raciales dentro de
la fuerza de trabajo. En el puerto brasileño de Santos, el monopolio de
los muelles y los almacenes de la ciudad recurrió a algunos afrobrasi-
leños, muchos de ellos ex-esclavos, para romper las huelgas protago-
nizadas por inmigrantes durante las décadas de 1890 y principios de la
de 1900. Las empresas textiles de Río de Janeiro amenazaron con
reemplazar a los revoltosos trabajadores italianos y españoles con des-

85. Rock, Argentina, 175; Beretta Curi y García Etcheverry, Burgueses inmigran-
tes; Dean, Industrialization, 49-66. En 1902 algunos trabajadores cubanos protestaron
en el Congreso por los «odiosos privilegios en el reparto del trabajo de que gozaban los
obreros españoles protegidos por patronos de su misma nacionalidad». Córdova, Cla-
se trabajadora, 93.
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238 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

empleados portugueses y afrobrasileños. Y en 1919, la Compañía de


Tranvías de São Paulo rompió una huelga de revisores y conductores
blancos promoviendo a trabajadores negros que previamente habían
estado recluidos en la construcción de las líneas de tranvías86.
En todos esos casos, los esquiroles negros se usaban contra huel-
guistas blancos, aunque las divisiones raciales podían igualmente ser
usadas contra huelguistas negros. Durante las primeras décadas del
siglo XX la mayoría de los trabajadores del puerto de La Habana eran
afrocubanos organizados no en sindicatos, sino en logias abakuá, que
controlaban los muelles y negociaban los contratos con las compañías
portuarias y de almacenes que allí operaban. Cuando los trabajadores
del puerto se unieron a la huelga general de 1935, las compañías lleva-
ron 900 esquiroles, la mayoría de ellos campesinos blancos nativos de
la parte sur de la provincia de La Habana. Una vez que la huelga hubo
fracasado, estos trabajadores de reemplazo fueron retenidos en sus
puestos para crear una fuerza de trabajo mayormente blanca, y rom-
per así el control de las logias abakuás sobre la contratación87.
El cultivador y explotador más efectivo de las divisiones étnicas y
raciales entre sus trabajadores, sin lugar a dudas, fue la United Fruit
Company. La UFCO derrotó inicialmente algunas huelgas en sus
plantaciones costarricenses explotando habilidosamente los conflictos
entre grupos de trabajadores provenientes de diferentes islas del Cari-
be. Después de una segunda oleada de huelgas en 1918 y 1919, empe-
zó a diversificar más la fuerza de trabajo, contratando nativos hispa-
nos de las tierras altas del centro del país, lo que produjo una serie de
tensos enfrentamientos entre trabajadores «blancos» y negros. En
Honduras, algunos organizadores sindicales hispanos intentaron
movilizar a los trabajadores dividiéndolos según líneas raciales, al
identificar como su principal enemigo no a la UFCO, sino a la «rui-
nosa competición» que representaban los antillanos. Ésta era una
estrategia potencialmente explosiva: en 1924, más de mil inmigrantes
antillanos tuvieron que ser evacuados en barco de Puerto Trujillo,
cuando algunos trabajadores hispanos en rebelión amenazaron con
asesinarlos. Una confrontación similar en 1929 fue evitada por muy

86. Gitahy, Ventos do mar, 79-91; Maram, Anarquistas, imigrantes, 32; Andrews,
Blacks and Whites, 282.
87. López Valdés, «Sociedad secreta “Abakuá”», 21-22.
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BLANQUEAMIENTO, 1880-1930 239

poco porque la compañía cerró su vía férrea, y no permitió a los furio-


sos trabajadores hispanos de las plantaciones del interior llegar hasta
el puerto88.
En Costa Rica, 500 trabajadores nativos de Limón elevaron una
petición al Congreso costarricense en 1925 para que prohibiera a la
UFCO contratar antillanos como trabajadores de oficina, de vende-
dores, o en cualquier otra posición de supervisión o cuello blanco. En
1933, otro grupo de casi 600 trabajadores escribió de nuevo al Con-
greso para protestar por

el problema negro, que es de una importancia transcendental, porque en


la provincia de Limón constituye una situación de privilegio para esta raza
y de manifiesta inferioridad para la raza blanca, a la que pertenecemos. No
es posible convivir con ellos, porque sus malas costumbres no lo permi-
ten; para ellos la familia no existe, ni el honor de la mujer, así que viven en
un hacinamiento y una promiscuidad que son peligrosos para nuestros
hogares, fundados de acuerdo con los preceptos de la religión y las buenas
costumbres de los costarricenses... Rogamos al Congreso Constitucional
Soberano... que ponga remedio a esta humillante situación en nuestra
patria por una raza inferior a la nuestra, que no tiene derecho a invadir
nuestro campo, nuestras ciudades y nuestros hogares... La soberanía de
nuestra nación está en juego89.

Los organizadores sindicales hispanos lucharon duramente contra


estos prejuicios para intentar forjar un movimiento sindical multirra-
cial en las plantaciones bananeras, pero las divisiones entre trabajado-
res hispanos y antillanos resultaron ser demasiado fuertes. En conse-
cuencia, el principal enfrentamiento entre la United Fruit y sus
trabajadores, la huelga general de 1934, fue protagonizado casi entera-
mente por hispanos, y se fue a pique en buena medida por la falta de
participación de los inmigrantes de las Indias Occidentales90.
En Brasil, las tensiones étnicas y raciales eran visibles en los lugares
de trabajo, en los enfrentamientos en bares y en las esquinas de las calles,

88. Echeverri-Gent, «Forgotten Workers», 302-303.


89. Citado en Chomsky, West Indian Workers, 237; sobre la petición de 1925, ver
Duncan y Powell, Teoría y práctica, 69.
90. Bourgois, Ethnicity at Work, 55-65; Chomsky, West Indian Workers, 147-172,
209-251.
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240 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

y ocasionalmente en verdaderos disturbios. Las invasiones italianas de


Abisinia en 1895 y 1936 provocaron peleas entre negros e italianos en
São Paulo. La competición entre clubes carnavalescos negros e italianos
en los barrios de trabajadores de Río de Janeiro estalló con una «violen-
cia considerable», llevando a los italianos a pedir oficialmente protec-
ción a su cónsul. El 13 de mayo de 1908, vigésimo aniversario de la abo-
lición, se dio una pelea entre miembros negros y portugueses del
sindicato de trabajadores portuarios de Río cuando dos candidatos por-
tugueses fueron elegidos presidente y tesorero, siendo ése un sindicato
históricamente negro. En las semanas posteriores al altercado, la orga-
nización entró en colapso, y perdió casi todos sus 4.000 miembros91.
La Liga General de Trabajadores Cubanos fue fundada en 1899 en
La Habana, su programa se dirigía específicamente a defender a sus
miembros de la competencia española. La Liga pedía una legislación
que requiriera un mínimo del 75% de trabajadores nativos en todas las
empresas, y centró sus esfuerzos en la industria del tabaco, donde en
1902 los trabajadores cubanos fueron a la huelga para pedir igual acce-
so para los aprendices «sin excepción de raza». A pesar de la media-
ción de un comité de comandantes de la guerra de independencia blan-
cos y negros, la huelga fracasó, y la Liga dejó de existir poco después.
Al calor de ésta surgió una contra-organización de anarquistas espa-
ñoles, la Alianza de los Trabajadores, que acusó a la Liga de agravar las
tensiones étnicas y raciales en el movimiento obrero. El activista cuba-
no Carlos Baliño replicó con furibundas denuncias de la complicidad
de los anarquistas con las preferencias de contratación de los empresa-
rios. «Hay gremios donde el trabajo está tan monopolizado por los
obreros españoles, que sólo trabajan en él muy corto número de
cubanos blancos», observaba amargamente, «y ni un solo negro»92.
Para los trabajadores que los experimentaron, estos conflictos étnicos
y raciales se sentían intensamente. Lejos de ser el producto ilusorio de
una «falsa consciencia», correspondían a la experiencia vital de los traba-
jadores negros, blancos, nativos y extranjeros, y a su percepción concre-
ta y real de los otros y de sí mismos como seres diferentes. Estos conflic-

91. Chalhoub, Trabalho, lar, 58-88, 101-111; Keremetsis, «Early Industrial Wor-
ker», 99-100; Fausto, Trabalho urbano, 33-36; Hahner, Poverty and Politics, 150.
92. Citas de Córdova, Clase trabajadora, 92; Stubbs, Tobacco, 115, énfasis en el ori-
ginal. Sobre la huelga de 1902, ver Córdova, Clase trabajadora, 92-95; Stubbs, Tobac-
co, 110-113.
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BLANQUEAMIENTO, 1880-1930 241

tos se agravaban más aún por los programas racializados de inmigración


y las notorias preferencias raciales de los empresarios, que estructuraban
la intensa competitividad en el mercado de trabajo de esos años sobre
ejes raciales y étnicos. En estas condiciones, poco puede sorprendernos
que las divisiones étnicas y raciales fueran un obstáculo importante para
los trabajadores de la región en sus esfuerzos por organizarse93.
Lo sorprendente es que trabajadores y líderes sindicales persistie-
ran en sus intentos de superar ese obstáculo y acabar con las divisiones
étnicas y raciales para construir un movimiento obrero unificado y
multirracial. El hecho de que, por ejemplo, algunos trabajadores afro-
brasileños y portugueses entraran en conflicto en el sindicato de tra-
bajadores portuarios de Río en 1908 refleja sus intentos de unir fuer-
zas en una organización única y multirracial. Y aunque este esfuerzo
en concreto falló, otros fueron más exitosos.
¿Por qué razones los trabajadores latinoamericanos fueron capaces
de crear las alianzas multirraciales que resultaron tan difíciles de cons-
truir en Estados Unidos y otros países? Una razón fueron las leyes e
ideologías de igualitarismo racial que habían sido forjadas durante el
período independentista. Aunque su incumplimiento era tan común
como su cumplimiento, estos precedentes históricos hicieron de la
exclusión o la segregación racial algo legal y políticamente inacepta-
ble, incluso durante los años del «blanqueamiento». Pese a que tal
exclusión y segregación eran en realidad comunes en los círculos de la
clase media y de la elite, siempre fueron explicadas en términos de cla-
se, más que raciales. Dentro de la clase obrera tal explicación no era
posible, lo que hizo que, incluso en una época de la ideología supre-
macista blanca en el mundo atlántico, la tendencia predominante en
los movimientos obreros de Latinoamérica fuera la de rechazar las
preferencias raciales de cualquier tipo e intentar llevar a cabo una
movilización multirracial e inclusiva94.
En realidad éste era un asunto de practicidad. Excepto en Argenti-
na y Uruguay, ningún movimiento obrero latinoamericano podía

93. Spalding, Organized Labor, 14-15; Godio, Historia del movimiento, Vol. 1, 92-
100; Bergquist, Labor, 11.
94. Ver por ejemplo Andrews, Blacks and Whites, 60-63; Gitahy, Ventos do mar, 85;
De la Fuente, «“With All and For All”», 338-342; Del Toro, Movimiento obrero, 118;
Findlay, Imposing Decency, 141-144; Nehru Tennassee, Venezuela, 218-221; Bergquist,
Labor, 223.
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242 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

esperar ser exitoso a menos que incluyera a esa mayoría de la pobla-


ción (o, en Cuba, la mayor minoría) que era no-blanca y que desde
siempre había formado el grueso de la mano de obra de la región. La
inmigración europea masiva de los años del boom de las exportaciones
minaba esa superioridad numérica en algunas áreas de Afro-Latinoa-
mérica. Pero especialmente en Brasil y Cuba, los activistas inmigran-
tes pronto se dieron cuenta de que era un suicidio enfrentarse a
empresarios que podían apoyarse en grandes «ejércitos de reserva» de
negros y mulatos desempleados. Era mucho mejor enfrentarse a los
empresarios y al Estado como un movimiento unificado que como
grupos raciales separados y divididos.
Un factor final que promovió la movilización multirracial fue la
larga historia de organización obrera entre los mismos afrolatinoame-
ricanos. Esclavos y negros libres habían llevado a cabo algunas de las
huelgas más tempranas de la historia latinoamericana, y negros y
mulatos habían estado implicados estrechamente en los gremios arte-
sanos que jugaron un papel fundamental en la política del siglo XIX. La
implicación negra en la movilización obrera continuó siendo impor-
tante durante el boom de las exportaciones.
Aunque los activistas inmigrantes predominaron en São Paulo y
los estados sureños de Brasil, los afrobrasileños fueron una parte fun-
damental del movimiento obrero de Río de Janeiro y el Nordeste. Los
activistas mulatos Luis da França e Silva y Gustavo de Lacerda fueron
piezas claves en la creación en 1890 del primer partido político de base
obrera, el Partido Operário, y en la organización del primer congreso
obrero socialista del país dos años después. Una agrupación del parti-
do también fue creada en Salvador, donde consiguió elegir al periodis-
ta afrobrasileño Manuel Querino como concejal en el Ayuntamiento
de la ciudad. En una visita a la ciudad nordestina de Recife en la déca-
da de 1910, al activista de São Paulo Everardo Dias le sorprendió que,
a pesar de la ausencia del «elemento extranjero», «las organizaciones
obreras están bien establecidas y tienen instalaciones adecuadas... Esta
muy brasileña [léase «afrobrasileña»] clase obrera demuestra más con-
ciencia de clase y más entusiasmo que el proletariado extranjero de
São Paulo. Esto fue una revelación para mí»95.

95. Citas de Hahner, Poverty and Politics, 272, 86; sobre el Partido Operário, ver
Ibíd., 98-103.
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BLANQUEAMIENTO, 1880-1930 243

Figura 4.5. Encuentro sindical, Canal de Panamá, años cuarenta.


Crédito: Photographs and Prints Division, Schomburg Center for Research
in Black Culture, The New York Public Library, Astor, Lenox
and Tilden Foundations.

Los afrobrasileños fueron responsables de uno de los brotes más


dramáticos de conflictividad obrera durante la Primera República
Brasileña: el motín naval de 1910 en Río de Janeiro. En lo que acabó
conociéndose como Revuelta del Látigo, los marineros de cuatro
buques de guerra anclados en la bahía de Río tomaron sus naves y
depusieron a los oficiales. Esos oficiales eran todos blancos, pero alre-
dedor del 80% de las tripulaciones estaban formadas por afrobrasile-
ños, incluyendo a su líder, el veterano marino João Cándido. El motín
se desencadenó por una condena a latigazos particularmente brutal
(250 latigazos) para un marinero. En peticiones y declaraciones públi-
cas dirigidas a las autoridades brasileñas y la población en general, los
marineros solicitaban el fin del castigo corporal (que había sido aboli-
do recientemente en la marina británica) y la aplicación de sus dere-
chos como «marineros, ciudadanos brasileños y republicanos». Insis-
tieron en ser tratados como «una marina de ciudadanos, no una
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244 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

plantación de esclavos que no reciben nada de sus amos excepto el


derecho a recibir latigazos». Estas demandas fueron aplaudidas por la
población pobre de Río, que aclamó a Cándido llamándolo el Almi-
rante Negro. Aunque el motín fue sofocado en una semana, los líderes
y los militantes sindicales continuaron invocándolo años y décadas
más tarde como ejemplo heroico de las luchas de los trabajadores96.
En Cuba, a diferencia del resto de América Latina, las leyes colo-
niales de castas siguieron en vigor durante la mayor parte del siglo XIX,
lo que llevó a los artesanos españoles a intentar mantener la exclusivi-
dad racial en sus organizaciones. La mayoría de las sociedades de ayu-
da mutua de los artesanos que se formaron en La Habana durante la
primera mitad del siglo fueron exclusivamente blancas y mayoritaria-
mente españolas. Cuando los artesanos de varios oficios se unieron en
1857 para crear la primera sociedad que englobaba todos los gremios,
su carta fundacional prohibía explícitamente que los negros y mulatos
fueran miembros de ella. Como resultado de las luchas de indepen-
dencia, muchos de los gremios suspendieron las barreras raciales en las
décadas de 1870 y 1880, y admitieron a los afrocubanos entre sus
miembros. A principios del siglo XX, negros y mulatos ejercían impor-
tantes responsabilidades en varios sindicatos de La Habana, Matanzas
y Santiago97.
La tendencia hacia la organización multirracial fue todavía más
marcada en el agro de Cuba, donde las guerras de independencia y la
lucha contra la esclavitud habían significado el inicio de la moviliza-
ción entre los trabajadores del azúcar. En 1902 un grupo de anarquis-
tas españoles y veteranos de la independencia afrocubanos se unieron
para liderar una gran huelga de trabajadores azucareros en la provin-
cia de Santa Clara, huelga que coordinaron desde la sede del Centro
Africano local. A pesar de que esta huelga y otras no alcanzaron sus
objetivos, activistas españoles y cubanos (tanto negros como blancos)
continuaron trabajando juntos en las plantaciones, constituyendo una
amenaza tal que las compañías azucareras decidieron contratar traba-
jadores de las Indias Occidentales, en parte porque los no-hispanoha-
blantes serían más difíciles de reclutar para los sindicalistas98.

96. Citas de Morel, Revolta da Chibata, 84, 90; ver también Silva, Contra a chibata.
97. Córdova, Clase trabajadora, 35-36; Casanovas, Bread, or Bullets!, 131, 195, 233.
98. Scott, «Fault Lines», 94-103.
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BLANQUEAMIENTO, 1880-1930 245

La llegada de trabajadores de las Indias Occidentales complicó


bastante las condiciones de trabajo y organización laboral en Cuba,
produciendo probablemente el escenario más complejo de raza,
nacionalidad y etnicidad que pudiera hallarse en Afro-Latinoamérica.
Frente a estos obstáculos, el movimiento obrero podía fácilmente
haber zozobrado. Y de hecho, a medida que la economía azucarera
caía en una crisis más y más profunda en las décadas de 1920 y 1930,
muchos trabajadores de origen cubano, blancos y negros, pidieron
que acabara la inmigración española y de las Indias Occidentales y que
se reservaran los cada vez más escasos empleos en la industria azuca-
rera y otras para los cubanos nativos de la isla.
Los sindicatos de trabajadores azucareros de tendencia comunista
rechazaban esos llamamientos, y en 1932 se unieron en una federación
nacional que anunciaba sus intenciones de organizar a todos los traba-
jadores de los campos y las fábricas «sin distinción de raza, sexo u ori-
gen nacional». A juzgar por la prominente participación de los traba-
jadores del azúcar afrocubanos y antillanos en las huelgas y la
violencia civil que llevó a la caída de la dictadura de Machado en 1933,
este objetivo se alcanzó. Los sindicatos comunistas se opusieron a la
Ley de Nacionalización del Trabajo de 1934 y la consiguiente depor-
tación forzada de trabajadores antillanos de la isla, y demandaron cuo-
tas raciales en la contratación —«por cada dos trabajadores contrata-
dos, uno debería ser negro»— y acciones afirmativas de tipo racial.
También propusieron, durante un breve período de tiempo, que se le
otorgase a la provincia de Oriente autonomía administrativa y se
hiciera allí una república negra semi-independiente. En los años trein-
ta una generación de cuadros afrocubanos del mundo sindical y polí-
tico emergió de entre las filas del partido para alcanzar relevancia a
nivel nacional en las décadas de 1940 y 1950, incluyendo a Blas Roca,
secretario general del partido; Lázaro Peña, secretario general de la
Confederación Nacional Obrera de Cuba; Jesús Menéndez, presiden-
te nacional del sindicato de trabajadores azucareros; Aracelio Iglesias,
líder de los trabajadores portuarios; y otros99.

99. Carr, «Identity, Class»; Córdova, Clase trabajadora, 166-210 pássim; De la


Fuente, Nation for All, 189-198.
05-cuarto 28/4/07 03:18 Página 246

246 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

La implicación negra en el movimiento obrero de Colombia fue


también significativa. Como en Brasil y Cuba, los sindicatos de traba-
jadores de los muelles de Cartagena y otros puertos eran predominan-
temente negros y mulatos, igual que los sindicatos de los trabajadores
fluviales del río Magdalena100. Cuando la United Fruit Company des-
arrolló las plantaciones de bananas a lo largo de la costa caribeña de
Colombia a principios del siglo XX, contrató a numerosos campesinos
locales negros y mulatos. Para 1925, el contingente de 25.000 trabaja-
dores había empezado a organizar una red de comités de trabajadores
en cada plantación. Como en otras partes de Afro-Latinoamérica, este
movimiento era multirracial, e incluía no sólo a la mayoría negra, tam-
bién a los migrantes mestizos de la sierra que habían ido a trabajar a las
plantaciones, y a trabajadores indígenas de la cercana región de la
Guajira. Esta red también se identificaba intensamente con el ala
izquierda y «popular» del Partido Liberal, tal y como los organizado-
res comunistas provenientes de la sierra observaron al llegar a las
zonas bananeras en 1927101.
Hacia el final de 1928, los trabajadores bananeros estaban prepara-
dos para enfrentarse a la compañía en temas de salario, atención médi-
ca, vivienda y otras condiciones. Durante el mes de noviembre y prin-
cipios de diciembre, con el apoyo de algunos pequeños propietarios
locales y los artesanos y comerciantes liberales de los pueblos de las
zonas bananeras, pararon la actividad de las plantaciones en una huel-
ga general. La huelga terminó en la noche del 5 de diciembre, cuando
las tropas colombianas abrieron fuego contra varios miles de huel-
guistas reunidos en el pueblo de Ciénaga. Hasta hoy no se sabe cuan-
tos trabajadores murieron. El oficial a cargo de la represión informó
de 9 trabajadores muertos esa noche y 38 más en las semanas de repre-
sión que le sucedieron. Los testigos presentes insistieron en que
murieron cientos de ellos. El total es imposible de determinar porque,
como en la masacre haitiana de 1937, las tropas gubernamentales se

100. Los trabajadores fluviales eran los descendientes funcionales y en muchos


casos genealógicos de los bogas del período colonial y decimonónico que transporta-
ban pasajeros y carga por el río. Ver capítulo 1.
101. Sobre el crecimiento del sector bananero y la huelga de 1928, ver LeGrand,
«Conflicto»; Herrera Soto y Romero Castañeda, Zona bananera; Fonnegra, Banane-
ras; Posada-Carbó, «Fiction as History».
05-cuarto 28/4/07 03:18 Página 247

BLANQUEAMIENTO, 1880-1930 247

deshicieron de los cuerpos antes del amanecer y los enterraron en


fosas comunes, sin ninguna identificación102.

***

La masacre de los trabajadores bananeros constituye el epítome de


los múltiples dramas y conflictos de los años del boom de las exporta-
ciones. Algunos campesinos negros en busca de trabajo asalariado
abandonaron sus pequeñas propiedades para trabajar con una corpo-
ración de capital extranjero que cultivaba productos tropicales para
ser exportados a Estados Unidos. Una vez trabajando para la compa-
ñía, estos trabajadores combinaron antiguas tradiciones de negocia-
ción, regateo y resistencia con nuevos modelos de movilización obre-
ra para intentar conseguir mejoras en su situación. Los directivos de la
compañía respondieron llamando a las fuerzas armadas de un régimen
oligárquico que se apoyaba en los beneficios fiscales del comercio de
exportación y que estaba firmemente comprometido con los valores
del orden, el progreso, la civilización y el blanqueamiento. Y en nom-
bre de esos valores, las tropas del gobierno asesinaron un número des-
conocido de trabajadores en huelga.
Si la masacre fue emblemática de los años del boom de las exporta-
ciones en sus causas, también lo fue en sus consecuencias. Los trabaja-
dores colombianos de la banana formaban parte de una oleada de
movilizaciones obreras que recorrió Afro-Latinoamérica y que, junto
a las clases medias urbanas y las elites disidentes, formó una creciente
fuerza de oposición al dominio de los hacendados. A medida que las
economías de exportación entraron en un período de crisis en la déca-
da de 1920, y después del colapso de la crisis de 1929, las repúblicas
conservadoras fueron bruscamente derrocadas en un país tras otro,
para ser reemplazadas por nuevos regímenes basados en gran parte en
el apoyo del movimiento obrero. En Colombia, en particular, los líde-
res obreros rechazaron ignorar las muertes de los trabajadores bana-

102. Esta escena fue inmortalizada de una forma exagerada y fantasmagórica en


García Márquez, One Hundred Years, 278-290. García Márquez situó la cifra de muer-
tos en 3.000; para estimaciones más bajas, ver Herrera Soto y Romero Castañeda, Zona
bananera, 71-77, 79; Fonnegra, Bananeras, 183-84; LeGrand, «Conflicto», 216.
05-cuarto 28/4/07 03:18 Página 248

248 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

neros, y exigieron una investigación del Congreso que condujo en


1929 a la dimisión forzada del ministro de la Guerra. Al año siguiente,
el Partido Conservador perdió las elecciones, y un presidente liberal
fue electo. Este primer presidente liberal desde la década de 1880 era
del ala derecha del partido, pero a medida que la depresión se agravó,
el siguiente presidente liberal —Alfonso López, elegido en 1934—
salió del ala izquierda del partido, y disfrutó del apoyo total del movi-
miento obrero nacional.
La Gran Depresión de los años 30 puso fin al boom de las exporta-
ciones, y con él, a las repúblicas oligárquicas y sus proyectos de blan-
queamiento. En toda Afro-Latinoamérica las diferentes naciones se
sumergieron en la tarea de construir nuevas economías, nuevos siste-
mas de gobierno y nuevas imágenes de la identidad y las metas nacio-
nales. Al hacerlo, buscaron inspiración no en las civilizaciones y cul-
turas de Europa, sino en los movimientos políticos y culturales
multirraciales creados durante la época del boom exportador. Estos
movimientos eran a la vez profundamente modernos y enraizados en
el pasado afrolatinoamericano. Y del mismo modo que durante las
guerras de independencia, 100 años antes, ahora conducirían a una
segunda gran ola de reforma política y social.
06-quinto 28/4/07 03:11 Página 249

CAPÍTULO 5
E MPARDECIENDO Y ENNEGRECIENDO ,
1930-2000

P
ara las naciones de Afro-Latinoamérica, el período que va de
1930 hasta la actualidad no ha sido un período de blanquea-
miento, sino de empardecimiento. Hacia el final de la época del
boom de las exportaciones, los esfuerzos de la elite por transformar
América Latina en Europa habían fracasado visiblemente, igual que
las estructuras políticas y económicas en las que esos esfuerzos se sus-
tentaban. Estos fracasos abrieron el camino a nuevos experimentos en
la construcción del Estado nacional: experimentos en modernización
económica e industrial, en formas nuevas de participación política y
ciudadanía de las masas (el «empardecimiento» político), y en la cons-
trucción de nuevas identidades nacionales que, en lugar de negar o
intentar esconder la historia de mestizaje racial de la región, la adopta-
ron como esencia del ser latinoamericano («empardecimiento» cultu-
ral). Cada uno de estos tres experimentos reforzaba y estaba vincula-
do a los otros dos. Todos ellos estaban también relacionados con el
proceso continuo de amalgama racial y «empardecimiento» demográ-
fico que tenía lugar en la región desde 1930.

E M PA R D E C I M I E N T O DEMOGRÁFICO

Durante los años del boom de las exportaciones, todos los gobier-
nos latinoamericanos habían convertido la búsqueda de inmigrantes
europeos para blanquear a su población en un principio rector de la
política nacional. La mayoría de los países carecía de las condiciones
06-quinto 28/4/07 03:11 Página 250

250 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

necesarias para atraer a los trabajadores europeos y sus familias. Y en


el puñado de países que recibieron grandes cantidades de inmigrantes,
el blanqueamiento trajo consigo una serie de nuevas tensiones y pro-
blemas. Los inmigrantes compitieron por los empleos y el ascenso
social no sólo con los trabajadores nativos, sino también con los
miembros de las clases medias locales. En una fecha tan temprana
como 1890, en Brasil surgieron movimientos «jacobinos» nativistas
para protestar contra la presencia inmigrante en los oficios y el comer-
cio minorista. En las décadas de 1920 y 1930, «ligas nacionalistas» y
«patrióticas» y partidos de derechas basados en el fascismo europeo se
habían formado en Argentina, Brasil, Chile y otros países, adoptando
un discurso de xenofobia anti-inmigrante como parte de su progra-
ma1. Los empresarios y los terratenientes tampoco estaban contentos
con los inmigrantes, que resultaron rechazar las condiciones locales en
la misma medida que sus pares latinoamericanos, y que lucharon con-
tra esas condiciones mediante el movimiento obrero y las huelgas.
Claramente, la inmigración europea no era la respuesta a los pro-
blemas de la región. En consecuencia, durante las décadas de 1920 y
1930 la mayoría de los países abandonaron el esfuerzo de «europei-
zar» a sus poblaciones nacionales. Cuba y el estado brasileño de São
Paulo eliminaron sus subsidios para los inmigrantes europeos duran-
te la década de 1920, y cuando la depresión golpeó la región, Argenti-
na, Brasil, Cuba y Uruguay impusieron severas restricciones sobre la
inmigración en un esfuerzo por preservar el mercado de trabajo para
los obreros nativos. Brasil y Cuba adoptaron este objetivo explícita-
mente al aprobar leyes de nacionalización del trabajo, que requerían
que todas las empresas dieran trabajo a un mínimo de trabajadores
nativos, en un porcentaje del 50% (Cuba, en 1933) o de dos tercios
(Brasil, en 1931)2.
Aunque la inmigración se retomó en 1945, nunca volvió a alcanzar
los niveles de los años del boom exportador. En ausencia de un reem-
plazo continuo desde Europa, la población blanca de Afro-Latinoa-
mérica alcanzó su punto máximo como proporción del total en 1940,
y en las décadas siguientes empezó a declinar, de manera lenta pero

1. Topik, «Middle-Class Nationalism»; Magee, Las Derechas.


2. Mörner, Adventurers and Proletarians, 86-91; Andrews, Blacks and Whites, 87,
291; De la Fuente, Nation for All, 104.
06-quinto 28/4/07 03:11 Página 251

EMPARDECIENDO Y ENNEGRECIENDO, 1930-2000 251

constante. Sólo tenemos datos del censo para documentar este proce-
so en Brasil y Cuba, pero en ambos países la tendencia es clara (tabla
5.1). La inmigración europea realmente «blanqueó» la población
nacional entre 1890 y 1940, aunque con un impacto mayor en Brasil,
donde los inmigrantes llegaron más frecuentemente con sus familias
para acabar asentándose en el país. Los inmigrantes españoles en Cuba
tendían a ser hombres jóvenes solteros que venían a trabajar en la tem-
porada de cosecha de la caña de azúcar, y después retornaban a sus
hogares.
Desde 1940 en adelante, las poblaciones afrocubanas y afrobrasile-
ñas crecieron más rápidamente que la población blanca. Esta tenden-
cia fue consecuencia no sólo de la reducción de la inmigración euro-
pea, sino también de mayores tasas de crecimiento vegetativo entre los
grupos no-blancos. Desde 1930, la mayoría de América Latina ha
experimentado una «revolución demográfica» con agudas caídas de la
mortalidad y, décadas más tarde, similares caídas en las tasas de fertili-
dad. Históricamente, estas reducciones de la mortalidad y la fertilidad
han ocurrido primero entre clases altas y medias, y después entre
familias de campesinos y trabajadores. Dado que en Afro-Latinoamé-
rica esas clases medias y altas son desproporcionadamente blancas, y
los trabajadores y campesinos desproporcionadamente negros y
mulatos, las tasas de fertilidad blancas cayeron varias décadas antes de
lo que lo hizo la fertilidad negra3.
En Brasil, la tasa de fertilidad de negros y mulatos excedió ligera-
mente a la de los blancos entre 1940 y 1960. Después, entre 1960 y
1984, la fertilidad de los grupos blancos cayó a menos de la mitad, de
6,2 niños por mujer, a 3,0. La fertilidad de los afrobrasileños también
disminuyó, aunque más lentamente, de 6,6 niños por mujer a 4,4, con
el resultado de que en 1984 la fertilidad de los afrobrasileños era casi
un 50% más alta que la de los eurobrasileños. En Cuba, en las mismas
décadas, la fertilidad de negros y mulatos también excedió a la de los
blancos, aunque en una proporción mucho más pequeña: 4% más alta
entre negros y 16% más alta entre mulatos. El origen de esta igualdad
relativa ha de buscarse en los programas sociales y de salud pública
que la Revolución Cubana implementó a partir de 1959, y que hacia

3. Sobre la revolución demográfica, ver Frenk et al., «Epidemiological Transition»;


Díaz-Briquets, Health Revolution.
06-quinto 28/4/07 03:11 Página 252

252 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

los ochenta habían casi igualado los índices demográficos (incluyendo


el de esperanza de vida) entre negros, mulatos y blancos. Antes de que
esas políticas surtieran efecto, desde 1950 hasta finales de los sesenta la
fertilidad de negros y mulatos había excedido a la de los blancos entre
un 20 y un 35%4.

Tabla 5.1. Composición racial (en porcentaje)


de Brasil y Cuba, 1890-2000.

Mulatos Negros Blancos Otros Total (en millones)

Brasil

1890 32,4 14,6 44,0 9,0 14,3

1940 21,2 14,6 63,5 0,7 41,2

1950 26,5 11,0 61,7 0,8 51,9

1980 38,9 5,9 54,2 1,0 119,0

1991 42,4 5,0 51,6 1,0 146,8

2000 38,9 6,1 53,4 1,6 169,8

Cuba

1899 17,2 14,9 66,9 0,9 1,6

1931 16,2 11,0 72,1 0,6 4.0

1943 15,5 9,7 74,4 0,4 4,8

1953 14,5 12,4 72,8 0,3 5,8

1981 21,9 12,0 66,0 0,1 9,7

Fuentes: Andrews, «Racial inequality», 233; IBGE, Censo demográfico 1991, 162-
64; <www.ibge.net/home/estatistica/populacao/censo2000/tabulacao_avancada/
tabela_brasil_1_1_1.shtm> (20 de junio de 2002); De la Fuente, «Race and Inequa-
lity», 135.

4. Bercovich, «Considerações»; De la Fuente, «Race and Inequality,» 136-142.


06-quinto 28/4/07 03:11 Página 253

EMPARDECIENDO Y ENNEGRECIENDO, 1930-2000 253

La mortalidad negra era también mayor que la blanca en ambos


países, pero no lo suficiente como para superar los diferenciales racia-
les en fertilidad. Las tasas de crecimiento vegetativo entre la población
negra eran así mayores que entre los blancos, con el resultado que la
población afrobrasileña aumentó ligeramente, de algo más de un ter-
cio (35,8%) de la población nacional en 1940, a casi la mitad (47,4%)
en 1991. Los afrocubanos crecieron de un cuarto (25,2%) de la pobla-
ción nacional en 1943, a un tercio de ella (33,9%) en 1981.
La población afrobrasileña en términos relativos cayó después duran-
te los noventa, hasta el 45% de la población total en 2000. Las causas de
este declive todavía no están claras. La campaña de activistas y organiza-
ciones negras de 1991 «No dejes tu color en blanco», dirigida a persuadir
a los afrobrasileños a censarse como pardos o pretos en lugar de blancos,
pudo haber incrementado el número de pardos en ese año5. En ausencia
de una campaña similar en 2000, los porcentajes de pardos y pretos vol-
vieron a sus niveles de 1980. Los porcentajes de blancos, aunque se incre-
mentaron entre 1991 y 2000, siguieron siendo más bajos que en 19806.
Con la excepción de Puerto Rico, ningún otro país latinoamerica-
no ha recolectado información censal sobre raza con la misma consis-
tencia y regularidad en el tiempo que Brasil y Cuba. De hecho, la
mayoría de los países ha eliminado la categoría raza o color como
categoría informativa de sus censos nacionales; las tasas de crecimien-
to y las características demográficas de sus diversos grupos raciales
son, por ello, imposibles de determinar. La información oficial ocasio-
nal y las estimaciones hechas desde la academia dejan clara, no obs-
tante, la presencia permanente de grandes poblaciones (7 millones o
más) afrodescendientes en Colombia, República Dominicana y Vene-
zuela, así como de poblaciones más pequeñas (entre 0,2 y 1,3 millones)
en Ecuador, Nicaragua, Panamá, Puerto Rico y Uruguay7. Estos tota-
les nacionales producen un cómputo regional combinado estimado de
unos 110 millones de personas de ascendencia africana (tabla 5.2).

5. Nobles, Shades of Citizenship, 146-162.


6. La información del censo cubano de 2001 no estuvo disponible a tiempo antes de
finalizar este libro. Esa información cuantitativa nos permitirá saber más sobre el cre-
cimiento poblacional de los afrolatinoamericanos durante los noventa, y sobre la cues-
tión de cómo los afrodescendientes eligen identificarse a sí mismos a finales de siglo XX.
7. Poblaciones negras de este orden (1-2 millones) también existen probablemente
en México y Perú. Ver Minority Rights Group, No Longer Invisible, XII-XIII.
06-quinto 28/4/07 03:11 Página 254

254 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

Tabla 5.2. Población (arriba, cantidad absoluta; abajo, porcentaje)


de Afro-Latinoamérica, 2000.

Afrolatinoamericanos

País Mulatos Negros Subtotal Blancos Mestizos Indígenas Otros Total

Datos censales

Brasil 66.017.000 10.402.000 76.419.000 90.647.000 701.000 2.032.000 169.799.000


39 6 45 53 >1 1 99

Cuba 2.464.000 1.344.000 3.808.000 7.391.000 11.199.000


22 12 34 66 100

Puerto Rico 416.000 3.065.000 13.000 315.000 3.809.000


11 81 >1 8 100

Uruguay 167.000 33.000 200.000 3.103.000 7.000 7.000 26.000 3.337.000


5 1 6 93 >1 >1 1 100

Estimaciones

Venezuela 8.097.000 2.417.000 10.514.000 5.075.000 8.097.000 483.000 24.169.000


34 10 44 21 34 2 101

Colombia 5.925.000 2.962.000 8.887.000 8.464.000 24.546.000 423.000 42.320.000


14 7 21 20 58 1 100

República
Dominicana 6.129.000 924.000 7.053.000 1.343.000 8.396.000
73 11 84 16 100

Panamá 914.000 400.000 1.314.000 286.000 914.000 228.000 114.000 2.856.000


32 14 46 10 32 8 4 100

Ecuador 632.000 632.000 1.897.000 5.058.000 5.058.000 12.645.000


5 5 15 40 40 100

Nicaragua 456.000 456.000 862.000 3.499.000 254.000 5.071.000


9 9 17 69 5 100

Nota: Las cifras en cursiva de Venezuela y Panamá indican estimaciones del


autor. Las celdas vacías indican falta de información.
Fuentes: Ver apéndice.
06-quinto 28/4/07 03:11 Página 255

EMPARDECIENDO Y ENNEGRECIENDO, 1930-2000 255

El 70% de todos los afrolatinoamericanos viven en un solo país,


Brasil. Y en Brasil, como en todos los países latinoamericanos, los
«pardos» superan claramente a los negros, por márgenes que van de 2
a 1 en Colombia, Cuba y Panamá, hasta 3-4 a 1 en Venezuela, 5 a 1 en
Uruguay y 6-7 a 1 en Brasil y la República Dominicana. Cada vez más,
ser una persona de ascendencia africana en América Latina significa
ser pardo o mulato, y no negro. «Pardo» es una categoría racial nacida
de la mezcla racial, y como categoría social intermedia entre las condi-
ciones de negro y blanco, puede ser un medio de escape de la negritud,
como muchos observadores han notado8. Algunas investigaciones
realizadas con la información de los censos de Brasil sugieren que de
los individuos que se identificaban a sí mismos como pretos en el cen-
so de 1950, el 38% se reclasificó como pardo en el de 1980, lo que ayu-
da a entender el notable incremento de la población parda durante
esos años, así como el declive relativo de la población preta9.
Esas investigaciones también sugieren que no sólo eran los negros
los que se reclasificaban a sí mismos como pardos; una parte significa-
tiva de los blancos también lo hizo: un 8% de los individuos que se
identificaron a sí mismos como blancos en el censo de 1950 cambiaron
su identificación racial a pardo en 198010. La posibilidad de que uno de
cada doce blancos quisiera cambiar la condición de blanco por la de
pardo sugiere que algunos cambios importantes en el pensamiento
racial latinoamericano tuvieron lugar durante la segunda mitad del
siglo XX. Como tantos otros procesos posteriores a 1950, estos cam-
bios empezaron en las décadas de 1930 y 1940.

E M PA R D E C I M I E N T O POLÍTICO: EL AUGE DEL POPULISMO

Desde la década de 1920 (e incluso con anterioridad en México), a


medida que las economías de exportación de la región entraban en cri-
sis, también lo hicieron los regímenes políticos que se sustentaban

8. Ver por ejemplo la discusión clásica de Carl Degler sobre la «válvula de escape
del mulato», en Neither Black nor White, 224-245.
9. Wood, «Categorias censitárias».
10. Wood, «Categorias censitárias», 100, 102. En ambos censos los individuos iden-
tificaron su propia raza.
06-quinto 28/4/07 03:11 Página 256

256 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

gracias a ellas. Este hecho inició un período de intensas luchas políti-


cas, en el que diversas fuerzas en pugna lucharon para determinar el
futuro social, político y económico de América Latina. La indepen-
dencia y las luchas que le siguieron en torno a la creación de nuevos
gobiernos nacionales había sido otro de estos momentos, en el cual la
necesidad de atraer el apoyo popular de los esclavos y los negros y
mulatos libres por parte de las diversas fuerzas en pugna las llevó a
realizar importantes reformas sociales y económicas. Aunque con-
quistadas con muchas dificultades y no siempre aplicadas adecuada-
mente, esas reformas del siglo XIX produjeron beneficios reales para
los afrolatinoamericanos. Las luchas de las décadas de 1930 y 1940
produjeron una segunda gran ola de reforma basada no en términos
raciales, como durante el período independentista, sino en términos
de clase11.
En Brasil, después del derrocamiento de la Primera República por
una revuelta militar en 1930, el presidente provisional Getúlio Vargas
no sólo buscó el apoyo del ejército y la clase media urbana, sino tam-
bién del movimiento obrero organizado. Gobernando como presi-
dente provisional entre 1930 y 1937 y como dictador entre 1937 y
1945, Vargas instituyó una serie de reformas sin precedentes en la his-
toria brasileña: la legalización de la negociación colectiva, el salario
mínimo, las vacaciones pagadas, la jornada laboral de ocho horas, la
seguridad social, la asistencia sanitaria pública y la implicación del
gobierno federal en la educación pública. Depuesto por los militares
en 1945, Vargas fundó el Partido Trabalhista Brasileiro, y como cabe-
za de lista de éste fue elegido presidente en 1950 con apoyo masivo de
las organizaciones sindicales12.
En Cuba el agravamiento de la depresión económica llevó a la
Revolución de 1933, el derrocamiento de la dictadura de Machado y la
subida al poder del militar Fulgencio Batista. Siendo un afrocubano de
clase baja de la provincia de Oriente (tenía diez años cuando estalló el
levantamiento del PIC en 1912), Batista fue el líder de la Revuelta de
los Sargentos de 1933, en la que un grupo de sargentos y oficiales de

11. Sobre este período de la historia latinoamericana, ver Bergquist, Labor; Collier
y Collier, Shaping the Political Arena; Halperin-Donghi, Contemporary History, 208-
291.
12. Sobre Vargas, ver Levine, Father of the Poor?
06-quinto 28/4/07 03:11 Página 257

EMPARDECIENDO Y ENNEGRECIENDO, 1930-2000 257

bajo rango, muchos de ellos afrocubanos, tomaron al poder y se pro-


movieron a sí mismos a posiciones de autoridad. El mismo Batista se
convirtió en jefe del Estado mayor, posición desde la que dominó la
política nacional durante los años treinta. Como gobernador de facto
de la isla, emprendió un programa de reforma económica y social que
incluyó la reforma agraria, el control de los arrendamientos urbanos,
la atención sanitaria estatal y, como parte de la Constitución de 1940,
un código de relaciones laborales inusualmente avanzado. Elegido
presidente ese año, Batista continuó y expandió estos programas
durante los años cuarenta13.
En Venezuela los gobiernos militares retuvieron el poder durante
los años treinta y continuaron reprimiendo los sindicatos de trabaja-
dores del petróleo, de forma muy notable en la huelga general de
1936. Algunos activistas del partido Acción Democrática (AD, fun-
dado en 1931) trabajaron para unir a trabajadores y miembros de la
clase media urbana en una alianza multiclasista de oposición al régi-
men militar. En 1945, con la ayuda de algunos jóvenes oficiales de las
fuerzas armadas, AD consiguió derrocar al gobierno y reemplazarlo
con una junta civil-militar que emprendió inmediatamente la reforma
agraria y la laboral, así como un amplio programa de servicios socia-
les pagado con los beneficios del petróleo. La rapidez de estos cam-
bios provocó una poderosa respuesta conservadora: después de arra-
sar en las elecciones municipales, parlamentarias y presidenciales de
1947-1948, Acción Democrática gobernó durante menos de un año
antes de ser derrocada y reemplazada por una dictadura militar que
duró hasta 1958. Cuando el país volvió a tener un gobierno civil, AD
volvió al poder con la elección de Rómulo Betancourt como presi-
dente.
Colombia fue uno de los pocos países de la región en los que las
luchas políticas de los años treinta y cuarenta se dieron mediante una
competición electoral dentro de los márgenes constitucionales. El ini-
cio de la depresión puso fin a casi 50 años de dominio del Partido
Conservador, con la elección en 1930 del primer presidente liberal
desde la década de 1880. Como hemos visto, los liberales se dividían
entre un ala «popular» y obrera de izquierdas, y un ala derechista más

13. Farber, Revolution and Reaction, 78-108; Whitney, State and Revolution, 149-
176.
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258 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

conservadora. A medida que la depresión se hizo más profunda, el ala


izquierda del partido consiguió que su candidato presidencial, Alfon-
so López, fuera elegido en 1934 y de nuevo en 1942. Durante su pri-
mer mandato López pudo promulgar un modesto programa de refor-
ma, incluyendo la restauración del sufragio universal masculino, los
inicios de la seguridad social y una reforma agraria limitada. Las
luchas permanentes entre el ala derecha y el ala izquierda del partido
minaron la capacidad de los liberales de impulsar mayores cambios, y
finalmente eso les costó las elecciones presidenciales de 1946. Al año
siguiente Jorge Gaitán, un antiguo socialista, abogado laboralista vete-
rano y durante largo tiempo líder de los liberales de izquierdas, fue
nombrado también líder del partido a nivel nacional, lo que marcaba
una renovada influencia para el ala izquierda del partido. Su asesinato
en Bogotá en 1948 desencadenó una oleada de disturbios urbanos y
una violencia política que escaló durante la década y se prolongó has-
ta la siguiente, la de 195014.
Estas luchas entre liberales del ala izquierda y derecha en Colom-
bia, y entre liberales y conservadores, se expresaron en términos de
clase y raza simultáneamente. De hecho, para muchos oponentes del
liberalismo de izquierdas era imposible separar ambos aspectos. Algu-
nos empresarios del puerto caribeño de Barranquilla se quejaban en
1937 de que los activistas sindicales fomentaban «odios africanos, tra-
bajadores contra propietarios». En Cali, un observador conservador
notaba que los líderes obreros avivaban «antagonismos de clase y
raciales... entre propietarios y trabajadores». Cuando una lista electo-
ral de sindicalistas liberales de izquierdas fue elegida para el consejo
municipal de Manizales en 1933, el líder local del Partido Liberal se
refería a ellos sarcásticamente como «el Consejo de los Negros». Los
concejales revertieron el sentido de este insulto contra el que lo for-
muló, al aceptar de lleno la expresión. Al describirse a sí mismos como
«el Consejo de los Negros» y los «Hijos de los Talleres y los Cam-
pos», reconocieron abiertamente las identidades de clase y de raza del
liberalismo de izquierdas15.

14. Sobre el liberalismo de izquierdas, Gaitán y la Violencia, ver Long, «Dragon


Finally Came»; Sharpless, Gaitán; Braun, Assassination of Gaitán; Bergquist et al., Vio-
lence in Colombia.
15. Long, «Dragon Finally Came», 229, 272.
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EMPARDECIENDO Y ENNEGRECIENDO, 1930-2000 259

Los epítetos raciales también se usaban a nivel nacional, donde los


conservadores llamaban a Jorge Gaitán, un mestizo de piel oscura, «el
negro Gaitán». Como los concejales de Manizales, Gaitán respondió
usando el término en sus discursos y su propaganda electoral, además
de emplear constantes invocaciones a «el pueblo» y su lucha contra «la
oligarquía». Tanto a nivel nacional como local, las identidades raciales
y de clase sirvieron para cimentar la identificación entre el liberalismo
de izquierdas y su base trabajadora16.
Esta identificación entre negritud y movimientos populistas vincu-
lados al movimiento obrero se dio a través de toda Afro-Latinoaméri-
ca. Incluso en Argentina, uno de los pocos países que tuvo éxito en su
proyecto blanqueador durante el cambio de siglo, los seguidores de
Juan y Evita Perón eran identificados tanto como los «descamisados»,
un término basado en la clase social, como con la expresión «cabecitas
negras», en referencia a los mestizos de piel oscura de las provincias
del interior que migraron a Buenos Aires y otras ciudades en busca de
trabajo. En términos abiertamente raciales, que recordaban a la aso-
ciación entre el dictador del siglo XIX Juan Manuel de Rosas y la
población negra, los anti-peronistas denunciaban las manifestaciones
y reuniones públicas de los peronistas como «un nuevo candombe
federal»17.
En Venezuela, Acción Democrática se presentaba a sí misma como
la representante tanto de los campesinos, trabajadores del petróleo y
trabajadores urbanos como de los negros y mulatos de clase media que
históricamente habían estado excluidos del acceso a la elite blanca del
país. Los afrovenezolanos eran prominentes en el liderato del partido:
el más exitoso de ellos, Rómulo Betancourt, fue presidente de la junta
civil-militar desde 1945 hasta 1947, y posteriormente presidente de
Venezuela de 1959 a 1964. Durante el breve primer período del parti-
do en el poder, éste nombró más funcionarios civiles negros y mulatos
que nunca antes en la historia del país, lo que permitió al presidente
Rómulo Gallegos anunciar en septiembre de 1948 que «ahora mandan

16. Braun, Assassination of Gaitán, 82-83; Green, «Vibrations», 292. Sobre el libe-
ralismo de izquierdas en el Chocó, que durante los años treinta se constituyó como
partido separado (Acción Democrática) bajo el liderato del populista negro Diego Luis
Córdoba, ver Wade, Blackness and Race Mixture, 116-120.
17. Page, Perón, 64-65, 136-137, 240; Nállim, «Crisis of Liberalism», 215-17.
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260 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

los negros». Los conservadores reaccionaron con furia, y denunciaron


a Gallegos por promover el «odio racial» y la división; su declaración
pudo muy bien haber contribuido al golpe militar que acabó con el
gobierno civil dos meses después. Pero la intensa identificación entre
Acción Democrática y la población negra continuó durante el perío-
do de la dictadura y posteriormente, mientras que la oposición cen-
trista, los Demócrata Cristianos, «nunca intentaron atraer a los negros
a sus filas», y en lugar de ello se aliaron con las clases medias y altas de
blancos18.
En Costa Rica, el presidente populista José Figueres hizo llama-
mientos igual de directos a la población negra. Amigo y protegido de
Rómulo Betancourt, Figueres llamó inicialmente a su movimiento
Acción Democrática en homenaje a la AD venezolana, pero después
lo rebautizó Partido de Liberación Nacional (PLN). Como la AD
venezolana, Figueres y su movimiento eran liberales, reformadores
sociales y anticomunistas confesos. Después de la huelga de trabaja-
dores bananeros de 1934 contra la United Fruit Company, que fraca-
só en buena medida por la incapacidad de los organizadores sindicales
comunistas de movilizar a los inmigrantes de las Indias Occidentales,
los comunistas costarricenses dieron finalmente la espalda a los anti-
llanos y centraron sus esfuerzos en organizar los hispanos nativos.
Esto dejó el camino libre para que el PLN apelara directamente a los
antillanos de primera y segunda generación, y a finales de los cuaren-
ta y principios de los cincuenta Figueres hizo numerosos viajes a la
provincia de Limón para reclutar adhesiones entre la población negra.
Ayudado por el político local Alex Curling, durante los cincuenta el
partido emprendió una campaña de registro de votantes que quintu-
plicó el número de ellos registrados en la provincia. Esos votantes
permanecieron fieles al PLN, y ayudaron a elegir a Figueres para la
presidencia en 1952 y 1970 y a colocar a Curling y otros políticos
negros en el Congreso. A cambio de su apoyo, Figueres derogó la
legislación de 1934 que prohibía que los negros trabajaran en las plan-
taciones bananeras de la costa pacífica, incluyó Limón en los progra-
mas sociales (expandidos) establecidos por el PLN, y dio empleo a
muchos costarricenses antillanos de segunda y tercera generación en

18. Citas de Wright, Café con Leche, 106, 122.


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EMPARDECIENDO Y ENNEGRECIENDO, 1930-2000 261

las (de nuevo, expandidas) burocracias estatales que administraban


esos programas19.
Getúlio Vargas, creador del Partido Trabalhista Brasileño (PTB),
era menos directo que AD o el PLN en su uso de la terminología y la
retórica racial, y prefería dirigir sus llamadas al «pueblo» o «los traba-
jadores», en lugar de a los afrobrasileños explícitamente. Pero el culti-
vo de la imagen de Vargas como «Padre de los Pobres», combinado
con la extensión a los brasileños de clase baja de los beneficios de las
políticas de desarrollo económico y previsión social de sus gobiernos,
resultaron ser particularmente efectivos con la población afrobrasile-
ña. Un estudio llevado a cabo en Río de Janeiro en 1960 descubrió que
la adhesión de los votantes al PTB era mucho más intensa entre negros
que entre blancos. Incluso los miembros de la clase media negra favo-
recieron al partido por márgenes sólo ligeramente más bajos que entre
los trabajadores negros, y significativamente mayores que entre los
trabajadores blancos20. El motivo de esto es que muchos de los votan-
tes negros de renta media habían salido de las filas de la clase obrera
sólo recientemente, y a consecuencia obvia y directa de las políticas de
Vargas. Como en Costa Rica en la misma época, grandes incrementos
en el empleo público entre 1930 y 1960 expandieron enormemente las
oportunidades para los afrobrasileños durante un período en el que,
como nota el historiador Robert Levine, «las prácticas de contratación
[en el sector privado] excluyeron abiertamente a los no-blancos». La
industrialización impulsada por el Estado y el crecimiento económico
crearon oportunidades adicionales para el avance negro. En conse-
cuencia, «muchos ciudadanos de color acabaron debiendo su estatus
social más alto a los cambios provocados por los programas de Var-
gas,... [y] él acabó siendo un héroe para muchos de ellos»21. E incluso
—o especialmente— para la gran mayoría de los afrobrasileños que
siguieron formando parte de la clase obrera, la escritora negra y anti-
gua favelada Carolina Maria de Jesús observaba que el trabalhismo de
Vargas «cambió las reglas del juego para los trabajadores. Los salarios

19. Fernández Esquivel y Méndez Ruiz, «Negro en la historia», 186-203.


20. El porcentaje de votantes que optaron por el PTB era: 70% entre los trabajado-
res negros, 61% entre los votantes de clase media negros, 55% entre trabajadores blan-
cos y 29% entre votantes de clase media blancos. De Souza, «Raça e política».
21. Levine, Father of the Poor?, 119.
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262 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

eran mejores, ahora podían abrir cuentas bancarias y otras ventajas


debidas a la legislación laboral. Un trabajador es capaz de jubilarse
cuando es viejo y mantener su sueldo íntegro... Su objetivo [el de Var-
gas] es beneficiar a los trabajadores»22.
Los afrocubanos se identificaban igualmente con el régimen de
Batista, tanto durante su período presidencial (1940-1944) como
durante la dictadura subsiguiente (1952-1958). Las dos fuentes princi-
pales de apoyo de Batista eran el movimiento obrero y las fuerzas
armadas, ambas con una militancia muy afrocubana, y en el caso del
sindicalismo, con una cúpula de igual composición. El movimiento
revolucionario que finalmente derrocaría a Batista, el Movimiento 26
de Julio de Fidel Castro, en cambio, estaba compuesto desproporcio-
nadamente por miembros de la clase media blanca. No obstante, al
desembarcar en la provincia de Oriente en 1956 y establecer su cam-
pamento guerrillero allí, Castro hizo un gran esfuerzo por obtener el
apoyo de los campesinos negros que vivían en la Sierra Maestra. Des-
pués de tomar el poder, en 1959, amplió esos esfuerzos a toda la isla, y
se dirigió a trabajadores y campesinos como primera fuente de apoyo
para su régimen. Como en el caso de Vargas en Brasil, sus llamamien-
tos a estos grupos se expresaban casi enteramente en términos de cla-
se, y no de raza. Pero el gobierno revolucionario también enfatizó su
compromiso con la erradicación de la discriminación y las desigualda-
des raciales en la isla, con el resultado de que algunos estudios de opi-
nión conducidos por el sociólogo norteamericano Maurice Zeitlin en
1962 hallaron que «los trabajadores negros tienden a favorecer a la
revolución más que los trabajadores blancos». Entre los 350.000 cuba-
nos que dejaron la isla durante los años sesenta, sólo el 13% eran
negros o mulatos, una proporción mucho más baja que la de la parte
de la población total de la isla que constituyen23.
Algunos observadores han afirmado que la identificación negra y
el soporte a los movimientos populistas basados en el movimiento
obrero era simplemente una continuación de la larga tradición de la
estrategia afrolatinoamericana de unirse a poderosos patrones, quie-
nes proporcionan favores y protección para sus clientes a cambio de

22. Citado en Levine, Father of the Poor?, 102-103. Ver también Conselho Estadual
da Condição Feminina, Mulheres operárias, 59, 70.
23. Zeitlin, Revolutionary Politics, 52, 77; Pedraza, «Cuba’s Refugees», 274.
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EMPARDECIENDO Y ENNEGRECIENDO, 1930-2000 263

su apoyo y obediencia24. Aunque este argumento tiene algo de cierto,


ignora o infravalora el grado en que los «favores» otorgados por el
populismo se materializaron y beneficiaron no sólo a una pequeña
clientela, sino a la población negra y de clase obrera en su conjunto. El
populismo representó una apertura de las puertas políticas, económi-
cas y sociales para la población negra en un grado que no se había dado
desde el período independentista y la emancipación. Políticamente, el
populismo adoptó la democracia basada en un sufragio amplio e
inclusivo, y expandió el papel de los trabajadores y los pobres en la
política nacional. Económicamente, propuso sacar a Latinoamérica de
su dependencia de los productos primarios para la exportación
mediante programas de industrialización y diversificación económica
dirigidos por el Estado, programas que beneficiarían directamente a la
base obrera del populismo. Propuso asimismo redistribuir la renta
nacional a través de programas de salud pública, educación y previsión
social también dirigidos por el Estado, y a través de la promoción per-
manente de la sindicalización y la movilización obrera. Finalmente, el
populismo no sólo significó la igualdad de clase, también la de raza, así
como el aumento de la participación social, económica y política de
minorías previamente excluidas de la vida nacional.
Ninguno de los regímenes populistas fue capaz de cumplir total-
mente estas promesas, pero la mayoría de ellos las materializó al
menos parcialmente. En consecuencia, para la mayoría de los países de
la región, el período que va desde los años cuarenta hasta los ochenta
fue una época de incrementos sustanciales en la industrialización, en el
tamaño de las clases urbanas obrera y media, y en los servicios socia-
les proporcionados por el Estado25. Al combinarse con el compromi-
so del populismo por la igualdad racial, todos estos procesos genera-
ron oportunidades significativas para que los afrolatinoamericanos
pudieran mejorar su posición económica y social, algo que muchos de
ellos persiguieron con ahínco.
El camino clásico hacia la movilidad social es la educación, parti-
cularmente la superior, y a medida que los sistemas universitarios se
expandieron durante este período en gran parte de Afro-Latinoaméri-

24. Ver por ejemplo Freyre, «Escravidão, monarquia»; Duncan y Melénde, Negro
en Costa Rica, 136; Altez, Participación popular, 53-59.
25. Thorp, Progress, Poverty, 127-158; Cárdenas et al., Industrialization.
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264 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

ca, también lo hizo el acceso a ella de los afrodescendientes. En Brasil,


Cuba y Uruguay el crecimiento del número de negros y mulatos que
accedieron y se graduaron en las instituciones de educación superior
fue dramático, aunque en Brasil y Uruguay ese crecimiento estaba
bastante condicionado por el tamaño extraordinariamente pequeño
de las conquistas educativas negras a mediados de siglo. Hacia 1950,
de una población afrobrasileña total de casi 20 millones, sólo 51.000
negros y mulatos se habían graduado en la escuela secundaria, y 4.000
en la universidad. En 1991, esa cantidad había explotado hasta llegar a
3,3 millones y 600.000 respectivamente, de un total de población afro-
brasileña de 70 millones. Otro millón y medio de afrobrasileños esta-
ban inscritos en la escuela secundaria y la universidad, lo que prome-
tía más graduados negros en un futuro próximo26.
Las cifras de graduación de los afrodescendientes en la escuela
secundaria y la universidad a mediados de siglo no están disponibles
para Uruguay, pero en esa época la mayor universidad del país, la Uni-
versidad de la República, había producido sólo cinco graduados
negros en toda su historia, y sólo un puñado de afrouruguayos traba-
jaba como profesionales con un título educativo superior. En 1996, el
7,5% de afrouruguayos había terminado los estudios en la escuela
secundaria, y un 2% en la universidad, tasas considerablemente más
altas que las registradas en Brasil27.
El avance educacional negro más impresionante se dio en Cuba,
donde los afrocubanos capitalizaron las oportunidades creadas por el
gobierno revolucionario después de 1959 a un nivel que hizo que las
disparidades raciales en educación casi desaparecieran. Para 1981 un
total del 11% de negros y 10% de mulatos se habían graduado en la
secundaria, comparados al 10% de blancos. Además, el 3,5% de los
negros y el 3,2% de los mulatos tenían títulos universitarios, compa-
rados al 4,4% de los blancos28.
Las estadísticas sobre matriculación y graduación no están dispo-
nibles para otros países latinoamericanos, pero algunas evidencias
anecdóticas hacen patentes un incremento sustancial en los logros

26. IBGE, Brasil: Censo demográfico [1950], Vol. 1, 24; IBGE, Censo demográfico
1991, 209-210, 215-216.
27. Pereda Valdés, Negro en el Uruguay, 190; INE, Encuesta Continua, 1-5.
28. De la Fuente, A Nation for All, 310.
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EMPARDECIENDO Y ENNEGRECIENDO, 1930-2000 265

educacionales negros durante este período. En Costa Rica, los hijos y


nietos de los inmigrantes antillanos empezaron a acceder a la Univer-
sidad de Costa Rica, en San José, durante los años cincuenta y sesenta.
En los setenta eran una presencia lo suficientemente importante como
para organizar una conferencia en 1978 sobre la «Situación del Negro
en Costa Rica»29. En Venezuela, algunos observadores describieron la
entrada masiva de estudiantes negros y pardos en las universidades del
Estado durante los setenta y los ochenta. La antropóloga Angelina
Polla-Eltz estimaba en 1993 que el cuerpo estudiantil en la mayor uni-
versidad del país, la Universidad Central de Venezuela, era mayorita-
riamente afrovenezolano30.
Después de obtener la educación requerida para ascender en la
sociedad latinoamericana, estos graduados de nuevo cuño con título
universitario o de secundaria intentaron acceder a las florecientes cla-
ses medias de la región31. El crecimiento económico posterior a la
Segunda Guerra Mundial generaba millones de nuevos empleos de
cuello blanco, profesionales y administrativos, y la retórica oficial, no
sólo del populismo sino de todos los partidos políticos durante este
período, prometía acabar con las preferencias y la discriminación
racial en estos empleos. Y de forma realmente sorprendente (en com-
paración con la exclusión racial de los años del boom de las exporta-
ciones), el sueño largamente aplazado de entrar en la clase media real-
mente se cumplió. Hacia 1987 cerca de un millón de afrobrasileños
trabajaba en empleos técnicos o profesionales de cuello blanco, y casi
dos millones tenían posiciones administrativas (una amplia categoría
censal que incluye ejecutivos, directivos y trabajadores de oficina).
Estos números eran considerablemente menores que los 3 millones de
blancos que trabajaban como profesionales o técnicos, o que los 6
millones de blancos que trabajaban en puestos administrativos. Sin
embargo, ellos constituían una proporción significativa tanto de la
mano de obra afrobrasileña como de la mano de obra de cuello blanco

29. Purcell, Banana Fallout, 96-97, 162.


30. Pollak-Eltz, «¿Hay o no hay?», 9-10; Wright, Café con Leche, 131. A juzgar
sobre la base de una semana pasada en esa universidad en 1994, soy escéptico acerca de
que el cuerpo estudiantil sea mayoritariamente negro y mulato, aunque los estudiantes
afrodescendientes constituyen por lo menos una minoría muy sustancial.
31. Sobre las crecientes clases medias durante este período, ver Johnson, Political
Change; Jiménez, «Elision».
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266 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

en su conjunto. Uno de cada nueve afrobrasileños (11,2%) asalariados


eran trabajadores de cuello blanco, y éstos constituían casi un cuarto
(23,5%) del total de la fuerza de trabajo de cuello blanco32.
En Cuba, las políticas igualitarias de la Revolución produjeron de
nuevo una enorme ola de ascenso social negro, y una situación muy
cercana a la paridad vocacional entre blancos y negros. En 1981, el
22% de blancos y negros y el 23% de mulatos trabajaban como profe-
sionales de cuello blanco. Incluso en el área del comercio minorista,
un área del mercado laboral notoriamente resistente a la entrada de los
afrodescendientes en toda América Latina, negros, blancos y mulatos
habían alcanzado la igualdad, con entre un 6 y un 7% de cada grupo
trabajando en tiendas y almacenes33.
En Uruguay, a finales de los noventa, un 9% de asalariados negros
trabajaban en posiciones profesionales, técnicas o administrativas, y
otro 9% eran administrativos de cuello blanco. Un análisis de 1973 de
la estructura racial y de clase de la ciudad de Cartagena, Colombia,
desveló que la mayoría de la clase media de la ciudad (que constituía
más de un cuarto de la población urbana) era negra y mulata. Y en
Costa Rica, algunos observadores notaron que en los años setenta
emergía una «nueva generación de profesionales negros» con base en
San José y Limón. A un nivel laboral algo más bajo, los hijos de los
campesinos y los pequeños propietarios negros de la provincia de
Limón se desplazaron en masa a la capital provincial y a la nacional a
buscar empleo de cuello blanco: «Típicamente, entre los afrocostarri-
censes casi cualquier ocupación de oficina es más valorada que una
ocupación manual, incluso si la remuneración es más baja»34.
Los afrolatinoamericanos que querían ascender en la escala social
habitualmente tenían que mudarse a los centros urbanos, primero
para obtener educación y después para competir por empleos urba-
nos de cuello blanco. Esto también se aplicaba a los campesinos y tra-

32. IBGE, PNAD 1987, Vol. 1, 18.


33. De la Fuente, Nation for All, 311.
34. INE, Encuesta Continua, 12; Solaún y Kronus, Discrimination Without Violen-
ce, 105-106; «Negros avanzan en su incorporación al país», La Nación (San José, 3 de
septiembre de 1977); Purcell, Banana Fallout, 64; ver también 57-58, 89. Sobre el
empleo de clase media entre los afrocolombianos, ver Wade, Blackness and Race Mix-
ture, 199-200; Constanza Martínez Buendía, «Negro, ni el Cadillac», Cromos (Bogotá,
9 de octubre de 1984), 38.
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EMPARDECIENDO Y ENNEGRECIENDO, 1930-2000 267

bajadores rurales afrolatinoamericanos que buscaban educarse a sí


mismos y a sus hijos, aprovechar otros servicios sociales del Estado y
entrar en la clase obrera industrial en expansión. El resultado fue la
migración, desde los años cuarenta y cincuenta hasta el presente, de
millones de campesinos negros del campo a la ciudad. El mayor de
estos movimientos fue el de los nordestinos y los mineiros (nativos de
Minas Gerais) brasileños hacia las zonas industriales de Río de Janei-
ro y São Paulo. Más de 2,6 millones de inmigrantes de esas dos regio-
nes vivían en São Paulo en 1970, la mayoría de ellos afrobrasileños.
(Entre esos millones de inmigrantes estaba la superestrella de fútbol
Pelé, Edson Arantes do Nascimento, cuyos padres lo llevaron a São
Paulo en 1946; y Carolina Maria de Jesus, cuyo diario de su vida en
una favela de São Paulo, Quarto de Despejo, se convirtió en un best-
seller internacional durante los años sesenta35.) Su llegada a esos esta-
dos provocó una ola de sentimiento anti-nordestino, pero la expan-
sión continua de la economía industrial de São Paulo dependía de la
llegada constante de nuevos trabajadores del Nordeste, y la inmigra-
ción continuó sin pausa36.
Flujos migratorios comparables, aunque más pequeños, se dieron
en toda Afro-Latinoamérica durante esos años. En Venezuela, los
campesinos dejaron las zonas de plantación de Barlovento para buscar
nuevas oportunidades en Caracas, la ciudad industrial de Valencia o
las explotaciones petrolíferas de Maracaibo. En la parte oriental del
país, inmigrantes de Cumaná y los llanos del sur se mudaron a la nue-
va ciudad industrial de Ciudad Guayana, en el río Orinoco. Los
pobladores afrocolombianos de los bosques del Chocó buscaron tra-
bajo en las fábricas de Medellín. En Puerto Rico, nuevas fábricas lle-
vadas a la isla por la Operación Manos a la Obra (Bootstrap) atrajeron
inmigrantes del medio rural a San Juan y Ponce. Y en los años setenta
y ochenta, a medida que el gobierno brasileño intentó reducir la con-
centración industrial en São Paulo desarrollando nuevos proyectos
industriales en el Nordeste —refinerías de gasohol, un complejo
petroquímico en Salvador, proyectos hidroeléctricos y mineros en

35. Sobre Pelé, ver Nascimento, My Life; Harris, Pelé. Sobre Carolina Maria de
Jesus, ver su Child of the Dark y Bitita’s Diary; Levine y Meihy, Life and Death.
36. Graham y Hollanda, Migrações internas, 65-89.
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268 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

Maranhão y Pará— la población afrodescendiente también fluyó


hacia esas zonas.
Una vez en la ciudad, los migrantes negros, que ya no tenían que
competir contra inmigrantes europeos, fueron rápidamente incorpo-
rados al proletariado industrial. Tanto en 1950 como en 1987, los tra-
bajadores industriales afrobrasileños representaron aproximadamente
la misma proporción en la fuerza laboral industrial que en el total de
la población en edad de trabajar. En el ínterin, sus números se habían
más que quintuplicado, de 1 millón en 1950 a 5,5 millones en 198737.
Esta entrada masiva de trabajadores negros y pardos en el proleta-
riado industrial representó una movilidad ascendente en varios senti-
dos: salarios más altos y más regulares que en la agricultura; acceso a
los servicios sociales vinculados al empleo y a la militancia sindical;
acceso también a la representación sindical en las disputas laborales; y
acceso a otros servicios sociales, especialmente la sanidad y la educa-
ción, concentradas en áreas urbanas. Todos estos cambios, combina-
dos con la entrada de los afrobrasileños al trabajo de cuello blanco, se
tradujeron en importantes mejoras en la medida más básica del bien-
estar de una población: la esperanza de vida. Entre 1950 y 1991 la
esperanza de vida negra en Brasil se incrementó en un 50%, de 47,5 a
70,8. La distancia entre la esperanza de vida blanca y la negra cayó de
7,4 años en 1950, cuando los blancos vivían de media un 18% más que
los negros, a 6,8 años en 1991, momento en el que los blancos vivían
un 11% más38.

E M PA R D E C I M I E N T O C U LT U R A L Y D E M O C R A C I A R A C I A L

Igual de importante que estos cambios sociales y económicos fue la


redefinición de las identidades nacionales y regionales que tuvo lugar
durante el populismo. Los proyectos de blanqueamiento habían
representado los esfuerzos más intensos por parte de las elites de eli-

37. IBGE, Censo demográfico [1950], Vol. 1, 30; IBGE, PNAD 1987, Vol. 1, 16.
Sobre la entrada negra al empleo industrial, ver Andrews, Blacks and Whites, 90-121;
Telles, «Industrialization».
38. Datos de 1950 de Wood y Carvalho, Demography of Inequality, 145; cifras de
1991 proporcionadas generosamente por Peggy Lovell.
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EMPARDECIENDO Y ENNEGRECIENDO, 1930-2000 269

minar sus identidades nacionales y recrear en ellas la imagen de Euro-


pa. Cuando tanto las economías exportadoras como los regímenes oli-
gárquicos se colapsaron en la crisis económica de la década de 1930,
los estadistas, los intelectuales y los ciudadanos de a pie respondieron
al fracaso del blanqueamiento con un cambio de rumbo. En lugar de
ignorar y rechazar la herencia indígena y africana y su historia de mes-
tizaje racial, los latinoamericanos reconocieron ambas, e incluso llega-
ron a proponerlas como fundamentos para construir nuevas identida-
des nacionales. Y esas identidades se basarían, además, en una nueva
ética del igualitarismo y la inclusión, reemplazando las repúblicas oli-
gárquicas de los años del boom de las exportaciones con la democracia
racial y política.
Desde sus inicios, la ideología de la democracia racial, como se dio
en llamar, estuvo estrechamente asociada con el surgimiento del popu-
lismo. La primera declaración importante del pensamiento de la
democracia racial, La raza cósmica de José Vasconcelos (1925), apare-
ció en México poco después de la revolución que derrocó la dictadura
de Díaz y la reemplazó con los inicios de un régimen electoral de
masas. Los manifiestos seminales de la democracia racial —Casa-
grande y senzala (1933) y Sobrados y mucambos (1936) de Gilberto
Freyre, y el Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar (1940) de Fer-
nando Ortiz— siguieron a las revoluciones de 1930 y 1933 en Brasil y
Cuba respectivamente; La formación del pueblo venezolano (1941) de
Carlos Siso apareció poco después del fin de la dictadura de Gómez,
en 193539.
A primera vista, la democracia racial representaba un rechazo de la
europeización y el blanqueamiento y una rehabilitación, aceptación y
adopción del pasado racial propio de América Latina. Latinoamérica
no era Europa ni tampoco era europea, afirmaban estos escritores, y
nunca lo sería. En lugar de eso, sus sociedades y civilizaciones eran algo
completamente nuevo en la historia del mundo. Aquí europeos, africa-
nos, amerindios y (en años recientes) asiáticos habían producido entre
todos unas sociedades genuinamente multirraciales y multiculturales.

39. Vasconcelos, Cosmic Race; Freyre, Masters and Slaves y Mansions and Shanties;
Ortiz, Cuban Counterpoint; Siso, Formación del pueblo. Sobre la emergencia del pen-
samiento de la democracia racial, ver Graham, Idea of Race; Wright, Café con Leche,
97-124; Andrews, «Brazilian Racial Democracy».
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270 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

Y debido a la experiencia histórica única de la región, lo habían hecho


en términos de inusual cordialidad, igualitarismo y convivencia entre
los diferentes grupos raciales. Algunos escritores atribuyeron este
resultado al carácter supuestamente benigno y amistoso de la esclavi-
tud latinoamericana. Otros enfatizaron los aspectos igualitarios de la
independencia y las guerras civiles del siglo XIX, en las que negros,
blancos y mulatos lucharon codo con codo para acabar con el orden
colonial. Fueran cuales fueran las razones, el resultado fueron unas
sociedades nuevas y «mestizas», basadas en la mezcla de sangre: en
México, de acuerdo a José Vasconcelos, una «raza cósmica» basada en
la extendida miscegenación; en Cuba, «ese inmenso amestizamiento de
razas y culturas» que produjo una cultura y un pueblo completamente
nuevo; en Brasil, una «meta-raza» en la que la figura arquetípica, «en el
sentido de correspondencia con el brasileño medio y... sus intereses,
sus gustos, sus necesidades» era «el mestizo, el mulato, o más delicada-
mente, el moreno»40.
En lugar de mantener la condición de blanco como el ideal nacio-
nal, el pensamiento de la democracia racial exaltó la condición de par-
do o mulato. Y éste fue el caso no sólo en conceptos de identidad racial
nacional, también de identidad cultural nacional. Durante los años del
boom de las exportaciones, las elites regionales intentaron esconder y
reprimir la música, la religión y la danza de origen africano, pero la
cultura popular basada en lo africano resultó ser imposible de borrar.
En los años veinte y treinta, los latinoamericanos empezaron a reeva-
luar esa cultura y a emprender una transformación cultural tan tras-
cendental, a su modo, como fue la transformación política del popu-
lismo. Partiendo de una posición previamente marginal y reprimida,
las formas culturales de origen africano devinieron símbolos y expre-
siones centrales de la identidad nacional.
El caso más claro de este proceso se dio con la música y la danza de
raíz africana, que ahora se tenían por las expresiones más «auténticas»
de la especificidad nacional. En Argentina y Perú, donde con el tiem-
po la población negra se había reducido a una proporción mínima del

40. Vasconcelos, Cosmic Race; Ortiz, Cuban Counterpoint, 99; Gilberto Freyre,
Mansions and Shanties, 431. Sobre las construcciones raciales de la identidad nacional
cubana, ver Kutzinski, Sugar’s Secrets; Bronfman, Measures of Equality.
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EMPARDECIENDO Y ENNEGRECIENDO, 1930-2000 271

total nacional, el contenido africano de esas danzas era parcial y con-


siderablemente atenuado por los añadidos indígenas y europeos, de
hecho, fue precisamente este proceso de mezcla y síntesis el que hizo
de estas formas musicales unas expresiones apropiadas para sus socie-
dades racialmente mixtas. Pero aun así, estas danzas seguían teniendo
sus orígenes en formas musicales tempranas africanas y afrolatinoa-
mericanas: en Perú, la marinera descendía directamente de la zama-
cueca afroperuana; y en Argentina y Uruguay, el tango y la milonga
descendían e incorporaban elementos del candombe del siglo XIX41.
La samba brasileña, la rumba y el son cubanos y el merengue domi-
nicano, todos ellos tenían claros antecedentes africanos, y eran por
ello más problemáticos para las elites y las clases medias locales. En
todos estos casos, sin embargo, una combinación de presiones comer-
ciales y apoyo público transformó estos géneros de música callejera
negra en iconos de la cultura nacional popular. La llegada a la región
de las tecnologías de la radio y las grabaciones sonoras en los primeros
años de 1900 permitió que se iniciara una industria y un mercado
musical de masas, así como la consiguiente búsqueda de artistas y
géneros que se usaría para atraer a ese mercado de masas. En cada país,
las formas musicales de origen africano resultaron ser la respuesta a
esa búsqueda (como pasó en Estados Unidos al mismo tiempo con el
Dixieland y el jazz). En Brasil, una de las primeras sambas que se gra-
baron, «Pelo telefone» (1917), fue el gran éxito de la década de 1910, lo
que abrió el camino para un aluvión de grabaciones (y éxitos) en los
veinte, los treinta y los cuarenta. El son siguió el mismo camino hacia
la respetabilidad en Cuba, conquistando buena parte de la parrilla
radiofónica y disfrutando de grandes ventas durante los años veinte.
La rumba, asociada todavía más estrechamente que el son con la vida
callejera y las tradiciones africanas, tuvo unos inicios más difíciles,
pero la «locura de la rumba» en los años veinte en Europa y Estados
Unidos persuadió finalmente a los oyentes cubanos del valor de esa

41. Sobre estos bailes, ver Romero, «Papel de los descendientes», 83-84; Cuche,
Poder blanco, 179-181; Rossi, Cosas de negros, 98-150 pássim; Natale, Buenos Aires;
Araníbar, Breve historia, 10-34. Especialmente en los noventa, el candombe ha hecho
una reaparición en Uruguay, y ahora es aclamado como «la única música folclórica ori-
ginal» del país y como su «danza universal». «Uruguay Is on Notice: Blacks Ask
Recognition», New York Times (7 de mayo de 1993), A4; Ferreira, Tambores del can-
dombe; Montevideo, Ciudad Abierta, 9 (mayo de 1998).
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272 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

música (igual que la «moda del tango» europea y norteamericana de la


década de 1910 había legitimado esta danza en Argentina). En las
décadas de 1920 y 1930, grupos afrocubanos como la Sonora Matan-
cera, el Septeto Nacional, el Septeto Habanero y muchos otros, a los
cuales antes no se les permitía tocar en los mejores hoteles, teatros y
restaurantes, desarrollaron ahora nuevas estilos de son y rumba que
conservaban las formas rítmicas y la energía en los acordes de esos
estilos, pero que suavizaban sus aspectos más ásperos. Esto inició a su
vez un proceso de crecimiento y evolución musical que ha continuado
en marcha hasta el presente, a medida que el son, en particular, daba
lugar a dos géneros derivados de él, el mambo y la salsa, que han con-
quistado audiencias de masas en América Latina, Europa, Estados
Unidos y Japón42.
Frente a la tesitura de necesitar nuevos símbolos y unidad nacional
durante un período de crisis económica y política y una cantidad cre-
ciente de conflictos de clase, los regímenes populistas buscaron activa-
mente adosarse estos símbolos de la cultura popular. Poco después de
su elección en 1925, el presidente cubano Gerardo Machado hizo una
declaración pública de apoyo al son, promocionó el primer festival
público de son, e invitó a la Sonora Matancera a tocar en su fiesta de
cumpleaños. Como parte de su propia campaña de construcción
nacional, el dictador Rafael Trujillo declaró al merengue la «música
nacional» de la República Dominicana. A todas las bandas de baile,
incluyendo las de los restaurantes, hoteles, y clubes sociales de elite, se
les exigía tocar merengue, y a los dominicanos de clase alta bailarlo,
para el regocijo de los espectadores de clase baja. Petán, el hermano de
Trujillo, lideraba la banda más conocida de la nación, así como la
mayor emisora de radio del país, que emitía doce horas diarias de
música de baile en directo, incluyendo más de 300 merengues com-
puestos en honor a Trujillo43.
En Brasil y Cuba, los regímenes populistas post-1930 expresaron
su conexión con la cultura afrolatinoamericana cambiando su postura
sobre una de los aspectos más controvertidos de esa cultura: las cele-
braciones del carnaval. Previamente prohibidas o severamente contro-

42. Vianna, Mystery of Samba; Shaw, Social History; McCann, Hello, Hello Brazil;
Moore, Nationalizing Blackness; Roberts, Latin Tinge.
43. Austerlitz, Merengue, 62-77.
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EMPARDECIENDO Y ENNEGRECIENDO, 1930-2000 273

ladas por una legislación muy restrictiva, en los años treinta, a las
comparsas de origen africano (reorganizadas en Brasil como escolas de
samba) se les concedió el reconocimiento oficial, se les otorgaron sub-
sidios provenientes del Estado, y se les permitió —de hecho, se les
impulsó a que lo hicieran— desfilar en el carnaval y en otras festivida-
des religiosas y nacionales44. Legitimadas y apoyadas por el Estado,
financiera y políticamente, las comparsas y las escuelas de samba
devolvieron el ritmo, el color, el movimiento y la alegría a las calles y
los barrios de Afro-Latinoamérica, aunque no sin pagar un precio. A
las comparsas se les requirió que aceptaran la supervisión y el control
del Estado, también sobre el contenido y forma de sus desfiles, músi-
ca y canciones. Las autoridades cubanas les permitieron desfilar sólo
bajo supervisión policial, e intentaron producir, en sus propias pala-
bras, espectáculos más «purificados», «elevados» y «perfeccionados»,
que pudieran atraer tanto a los cubanos como a los turistas de Estados
Unidos. Prácticamente el mismo proceso se dio en Brasil, donde a la
Comisión Nacional de Turismo se le otorgó autoridad sobre las escue-
las de samba en 1935, y empezó así un proceso que duraría décadas, en
el que el carnaval fue transformado en la importantísima atracción y
negocio turístico en que hoy se ha convertido45.
Incluso la capoeira, prohibida en 1890 y reprimida sin miramientos
a principios del siglo XX, fue rehabilitada y transformada en un vehícu-
lo de identidad nacional. La transición desde la marginalidad ilícita a la
aceptación nacional fue liderada por el legendario maestro Manoel dos
Reis Machado (Mestre Bimba), quien en 1927 abrió en Salvador la pri-
mera academia de todo Brasil que ofrecía instrucción formal en ese
arte. Él reclamó el haber desarrollado una forma nueva y más moderna
de capoeira, orientada a la actividad física y la danza y alejada del com-
bate real. Machado bautizó a esta nueva forma «capoeira regional» (o
sea, brasileña, por oposición a la africana), y empezó a vendérsela a los
blancos de clase media como un tipo de ejercicio y actividad física. Al
asistir a una demostración de los estudiantes de Machado en 1953, el
presidente Vargas declaró a la capoeira «el único deporte verdadera-
mente nacional» de Brasil. A medida que se expandió por todo el país,

44. Moore, Nationalizing Blackness, 80-86; Bronfman, Measures of Equality, 159-


171; Raphael, «Samba», 89-122.
45. Sobre este proceso, ver Rodrigues, Samba negra; Sheriff, «Theft of Carnaval».
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274 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

el Consejo Nacional de Deportes emitió leyes y regulaciones para «lle-


var a cabo la institucionalización definitiva [de la capoeira] como arte
marcial brasileño». En los años setenta, cuando el ejército brasileño
adoptó la capoeira como forma de entrenamiento físico, el deporte
había recorrido el círculo completo, pasando de ser el objetivo de la
represión militar a finales del siglo XIX, a ser un medio de adiestra-
miento un siglo después46.
Incluso las religiones de origen africano, en algunos aspectos las
formas culturales afrolatinoamericanas más subversivas e incómodas,
fueron integradas a la cultura nacional. Como pasó con la capoeira,
parte de la iniciativa para este proceso de integración vino de los mis-
mos sacerdotes y sacerdotisas afrobrasileños y afrocubanos. Como
parte de su estrategia para sobrevivir a la represión de los años de las
exportaciones, los líderes de las religiones basadas en lo africano
habían cultivado lazos clientelistas con patrones de clase media y alta
que pudieran protegerlos de la policía y otras formas de persecución
oficial. En las décadas de 1920 y 1930 las filas de estos patrones se
expandieron hasta incluir intelectuales brasileños y cubanos interesa-
dos en estas formas de religiosidad popular de origen local. Gilberto
Freyre y Edison Carneiro invitaron a sacerdotes y sacerdotisas a par-
ticipar en los Congresos Afrobrasileños que celebraron en 1934 y
1937. Carneiro colaboró en la creación de la Unión de Sectas Afro-
brasileñas en Salvador en 1937, una organización que era a la vez con-
federación y grupo de presión, y en octubre de ese año el alcalde de
Salvador ayudó a poner la primera piedra del nuevo templo de Axé de
Opô Afonjá, una de las congregaciones más antiguas e importantes
de la ciudad. Durante la populista Segunda República (1946-1964), e
incluso durante el período de gobierno militar (1964-1985), los polí-
ticos cultivaron sus relaciones con los sacerdotes y sacerdotisas más
poderosos, a los que ofrecieron empleo, favores y otras formas de
patronazgo oficial a cambio de los votos de los miembros de los
terreiros. Cuando Mãe Menininha, la más venerada de las sacerdoti-
sas del candomblé, murió en 1986, políticos e intelectuales viajaron
desde todo Brasil para asistir a su funeral47.

46. Citas de Lewis, Ring of Liberation, 59-60; Santos, «Mixed-Race Nation», 126.
47. Matory, Black Atlantic Religion, 161-164, 173.
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EMPARDECIENDO Y ENNEGRECIENDO, 1930-2000 275

Figura 5.1. Percusionistas del candomblé, Bahía, ca. 1941-1942. Crédito: Pho-
tographs and Prints Division, Schomburg Center for Research in Black Cultu-
re, The New York Public Library, Astor, Lenox and Tilden Foundations.

Incluso más popular que el candomblé era la umbanda. De la mis-


ma manera que la capoeira regional representaba una forma «moder-
nizada» de capoeira, la umbanda era una forma nueva y «brasileñiza-
da» del candomblé. Originada en Río de Janeiro en los años veinte y
después extendida al resto del país, la umbanda es una religión de
posesión espiritual en la que los orishas del candomblé continúan pre-
sidiendo el mundo de los espíritus. Pero los dioses gobiernan desde
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276 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

lejos, sin tomar parte directamente en los asuntos terrenales. Los cre-
yentes buscan asistencia divina no de las deidades yorubas, sino de los
espíritus de los caboclos (indígenas) nativos, los negros viejos y los
muertos, todos los cuales se comunican con los practicantes a través
de los médiums de esta religión48.
Hacia la década de los ochenta la umbanda tenía unos 20 millones
estimados de practicantes en Brasil, muchos más que el candomblé o
la macumba, y se había extendido al vecino Uruguay, a Argentina y
Venezuela49. La expansión transnacional también se dio con la sante-
ría cubana, en buena medida como resultado de la Revolución de
1959. Cuando la diáspora de los exiliados cubanos se fue de la isla, se
llevaron la santería con ellos. Durante los setenta y los ochenta esta
religión echó raíces en Nueva York, Nueva Jersey, Florida y Puerto
Rico. También lo hizo en Venezuela, donde ganó miles de adhesiones
y transformó el culto de María Lionza, una forma popular de espiri-
tismo que, como la umbanda brasileña, apareció durante la primera
mitad del siglo y adoró a espíritus y deidades firmemente asentados en
el lugar: la diosa indígena María Lionza, jefes indígenas del período
colonial, héroes nacionales como Simón Bolívar y varios santos cató-
licos. Durante los setenta y los ochenta estas deidades locales fueron
gradualmente reemplazadas en el culto por los orishas yoruba, adora-
dos mediante los ritos santeros del toque de tambor, el sacrificio ani-
mal y la adivinación50.
En un caso notable de influencia cultural recíproca, la popularidad
de la santería en Venezuela acabó fortaleciendo esta religión en la mis-
ma Cuba. A medida que la santería se expandió por las clases media y
alta de Venezuela, una cantidad creciente de fieles venezolanos viaja-
ron a Cuba a visitar templos y lugares sagrados, y a consultar directa-
mente con los sacerdotes santeros. Ansioso por recibir los dólares de
los turistas venezolanos, a finales de los ochenta el gobierno cubano
empezó a impulsar estas visitas y a hacer de los templos de la santería
parte de los itinerarios turísticos, tal y como los funcionarios brasile-
ños y cubanos habían hecho con el carnaval en la década de 1930. Los

48. Ortiz, Morte branca; Birman, O que é umbanda; Brown, Umbanda.


49. Pallavicinio, Umbanda; Pi Hugarte, Cultos de posesión; Segato, «Vocação de
minoria»; Pollak-Eltz, Umbanda.
50. Pollak-Eltz, María Lionza, 104-105.
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EMPARDECIENDO Y ENNEGRECIENDO, 1930-2000 277

controles y restricciones que mantuvieron a la santería semiclandesti-


na en los sesenta y los setenta fueron suspendidos, y tanto el gobierno
como los templos aprovecharon los ingresos que los fieles extranjeros
proporcionaron51.
En la perspicaz formulación del musicólogo Robin Moore, la cul-
tura negra fue «nacionalizada» por los gobiernos latinoamericanos,
del mismo modo que los pozos petroleros, las minas de cobre y esta-
ño y otros recursos estratégicos políticos y económicos lo fueron en la
misma época52. Tal y como pasó con las nacionalizaciones económi-
cas, la «nacionalización de la negritud» cultural trajo inmensos bene-
ficios a las sociedades que la practicaron. A medida que la religión, la
música y la danza afrolatinoamericanas fueron promovidas y difundi-
das, no sólo en América Latina sino a escala global, trajeron alegría,
liberación, iluminación y solaz a incontables millones de personas. La
promoción oficial y comercial de la cultura negra también proporcio-
nó un medio de vida, y en unos pocos casos fama y fortuna, para sacer-
dotes, músicos, bailarines, compositores, coreógrafos y otros artistas
que, antes de 1930, practicaban sus artes en la pobreza, la oscuridad y
casi la criminalidad.
La apropiación de la cultura negra por parte de los gobiernos
nacionales significaba una mejora tal sobre la casi prohibición previa
que la mayoría de los practicantes de formas culturales negras estaban
más que dispuestos a aceptar la «nacionalización», como una condi-
ción para emerger de las sombras y practicar sus artes abiertamente.
Sin embargo, cuando un recurso valioso se nacionaliza para el bien
público, los propietarios previos dejan de controlarlo. Conforme las
décadas pasaron y los límites y constricciones del control oficial se
hicieron más claros, una nueva generación de artistas, activistas e inte-
lectuales negros empezaron a culparlos de constreñir a la cultura afro-
latinoamericana. En los setenta y los ochenta, los descendientes de los
creadores originales de esa cultura hacían una llamada a la reapropia-
ción, la reimaginación y la remodelación de las formas culturales basa-
das en lo africano.
Para muchos de estos artistas y activistas más jóvenes, esta reapro-
piación significó un retorno a las raíces africanas de la música, la reli-

51. Oppenheimer, Castro’s Final Hour, 338-355.


52. Moore, Nationalizing Blackness.
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278 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

gión y el arte negro, y una reimposición de las formas y las identida-


des negras a esos medios culturales. La re-africanización fue visible en
toda la región53, pero probablemente se sintió con más intensidad en
Brasil. En Salvador, nuevas comparsas de carnaval conocidas como
blocos afros adoptaron nombres (Ilê Aiyê, Olodum, Muzenza), estilos
de vestido, percusión y temas narrativos africanos en sus canciones,
danzas y celebraciones anuales. La tradicional insistencia en la «pure-
za» africana del ritual y el dogma del candomblé bahiano se extendió
a los terreiros de São Paulo. Y en Salvador, Río de Janeiro y el resto del
país, los capoeiristas en busca de una forma más «tradicional» y menos
nacionalizada de ese deporte recurrieron a la capoeira Angola, como
alternativa a la capoeira regional54.
Estas formas culturales re-africanizadas conquistaron una amplia
participación en toda Afro-Latinoamérica. Sin embargo, no les llega-
ron plenamente a todos los consumidores de cultura negra, muchos de
los cuales consideraban que las afirmaciones de autenticidad africana
eran poco convincentes, o simplemente poco atractivas. Para algunos
de estos artistas y audiencias, la cultura negra podía ser mejor reapro-
piada experimentando con formas culturales negras de Estados Uni-
dos y el Caribe, en lugar de buscarla en las raíces africanas. Durante
los setenta y los ochenta la música soul y funk afroamericana, la salsa
hispanoamericana y el reggae jamaicano tuvieron un impacto tremen-
do en la música y la danza afrolatinoamericana. En Colombia y Vene-
zuela la salsa penetró con especial intensidad y propició la aparición
de numerosos artistas autóctonos, como el bajista y cantante afrove-
nezolano Óscar de León, probablemente el más famoso de ellos. El
soul, el funk y el reggae hallaron sus audiencias entre los antillanos de
tercera o cuarta generación en Costa Rica y Panamá y, curiosamente,
en Brasil. El reggae tuvo un éxito tremendo en Salvador y allí engen-
dró nuevas formas musicales, el afro-reggae y la samba-reggae, que
aún hoy siguen siendo fundamentales en la escena musical de la ciu-
dad. El soul y el funk fueron todavía más populares, tanto en Salvador

53. Ver por ejemplo el caso de las celebraciones comunitarias en Barlovento, Vene-
zuela. Guss, «Selling of San Juan»; García, Afroamericano soy y Afrovenezuela. O el
resurgimiento del candombe en Uruguay; además de las fuentes de la nota 41, ver
Andrews, «Rhythm Nation».
54. Risério, Carnaval Ijexá; Prandi, Candomblés de São Paulo; Rego, Capoeira
angola.
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EMPARDECIENDO Y ENNEGRECIENDO, 1930-2000 279

como en el sudeste urbano del país. Cuando Radio Favela, una peque-
ña emisora comunitaria de un suburbio de Belo Horizonte (capital de
Minas Gerais), empezó a emitir en 1979, la canción con la que abrió
sus emisiones fue «Say it loud: I’m black and I’m proud», de James
Brown55. En los setenta y los ochenta multitud de adolescentes y adul-
tos adoptaron estilos estadounidenses de baile, vestido y negritud, y se
congregaban en las salas de baile y los centros recreativos de los
barrios proletarios de las principales ciudades para los bailes »Black
Soul», «Black Rio» y «Black São Paulo» (nombrados en inglés). En los
noventa, el hip-hop y el rap se convirtieron en la música elegida en
estos eventos, mientras los jóvenes afrobrasileños continuaban inspi-
rándose en sus pares del extranjero56.
Los creyentes en la democracia racial brasileña condenaron al
movimiento Black Soul como evidencia de la alienación sin remedio
de los jóvenes negros urbanos de su cultura nacional y sus raíces his-
tóricas. Pero como otros observadores han notado, fue precisamente
la cooptación y conversión de la cultura afrobrasileña en una cultura
«nacional» desracializada lo que llevó a los jóvenes a adoptar modelos
foráneos de negritud. La samba, el carnaval y otras creaciones cultura-
les negras habían sido convertidas en símbolos de la identidad nacio-
nal y la «democracia racial» de un modo tan concienzudo y exitoso,
que aquellos que deseaban expresar su oposición al modelo predomi-
nante de relaciones raciales podían hacerlo solamente yendo a buscar
formas culturales alternativas en el repertorio cultural foráneo57.
En los setenta y los ochenta, miles de afrobrasileños y afro-hispa-
noamericanos buscaban modos de expresar su disidencia. A medida
que lo hacían, construyeron una crítica mayor y más atrayente, no
sólo de la democracia racial y otros símbolos de la cultura nacional,

55. «Central Bankers Come and Go; Radio Favela Delivers Another Brazil» (Wall
Street Journal, 3 de febrero de 1999, A1, A14). Tanto Antonio Carlos dos Santos, fun-
dador del bloco afro Ilê Aiyê, como Carlinhos Brown, un importante músico bahiano,
recuerdan que escuchar a James Brown les impactó profundamente en los setenta
(«Vovô, do Ilê Aiyê, é o novo coordenador do Carnaval», Correio da Bahia, 17 de
mayo de 1995; «A música franca do inventivo Carlinhos Brown», Bahia Hoje, 12 de
mayo de 1996, A5).
56. Vianna, Mundo funk carioca; Hanchard, Orpheus and Power, 110-119;
McCann, «Black Pau»; ver también las revistas de funk y hip-hop Pode Crê (São Pau-
lo, 1993-) y Agito Geral (Saõ Paulo, 1995-).
57. Para esta importante apreciación, ver Fry, Para inglês ver, 47-53.
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280 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

sino del movimiento político que había cultivado y promovido esos


símbolos: el populismo.

LOS LÍMITES DEL POPULISMO

Desde la década de 1930 en adelante, los afrolatinoamericanos for-


maban parte del núcleo de apoyo del partido venezolano Acción
Democrática, el trabalhismo brasileño, el liberalismo de izquierdas
colombiano, el PLN puertorriqueño, el torrijismo panameño y otros
movimientos populistas. Hacia la década de 1970, sin embargo, la fal-
ta de capacidad o de intenciones reales de esos movimientos para cum-
plir sus promesas con sus seguidores negros (y blancos) era cada vez
más notoria. Es más, el populismo latinoamericano resultó ser incapaz
de promover suficientemente el crecimiento y el desarrollo económi-
co como para satisfacer la inmensa demanda de la región de empleo
adecuadamente pagado, o de eliminar las barreras raciales tradiciona-
les a la movilidad social negra.
En toda América Latina, los movimientos populistas situaron en
primer lugar de su lista de prioridades la promoción del crecimiento
económico nacional, idealmente crecimiento basado en el sector
industrial, y la creación de empleo. Pero incluso en Brasil, uno de los
casos más exitosos de desarrollo económico de después de la Segunda
Guerra Mundial, y donde el crecimiento industrial alcanzó un 9% de
media anual entre 1946 y principios de los ochenta, la tasa de creación
de empleo cayó muy por debajo de su demanda. En 1987, 5,5 millones
de trabajadores afrobrasileños habían encontrado empleo en el sector
industrial, pero 12 millones de trabajadores negros y mulatos —la
mitad del total de la fuerza de trabajo afrobrasileña— continuaban
trabajando en las dos áreas de la economía nacional históricamente
asociadas con la negritud: la agricultura y el empleo en los servicios,
principalmente en el servicio doméstico58.
Los inconvenientes de trabajar en esas dos áreas de la economía
son inmensos. Ambas mantienen unas relaciones de trabajo y unas
relaciones raciales poderosamente moldeadas por la herencia de la

58. IBGE, PNAD 1987, Vol. 1, 16.


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EMPARDECIENDO Y ENNEGRECIENDO, 1930-2000 281

esclavitud. En comparación al sector industrial, los empresarios del


ámbito agrario y los empleadores domésticos retienen un nivel muy
alto de control personal directo sobre sus empleados. Los lugares de
trabajo tienden a ser relativamente aislados e impermeables a la intru-
sión de personas externas, y la mayoría de los trabajadores del servicio
doméstico y la agricultura tienen una educación muy elemental, ade-
más de no conocer sus derechos laborales. En estas condiciones, inclu-
so los empleadores benevolentes ejercen altos niveles de autoridad
paternalista sobre sus empleados, y los más explotadores imponen
condiciones de trabajo que recuerdan a las de la esclavitud. El sirvien-
te doméstico «no tiene derechos», explicaban Anazir Maria de Olivei-
ra y Odete Maria de Conceição, dos criadas que lucharon por organi-
zar un sindicato de trabajadoras domésticas en Río de Janeiro a
principios de los años ochenta. «Ella pertenece a la familia para la que
trabaja. No tiene ningún tipo de horario», y puede ser llamada para
trabajar en cualquier momento59. Las trabajadoras domésticas están
además completamente aisladas en casa de sus patrones, y aisladas de
las trabajadoras que hacen la misma tarea que ellas: «En una fábrica,
por ejemplo, cincuenta o cien personas trabajan juntas; la trabajadora
doméstica sólo se tiene a ella, y está bajo la influencia de su patrona»60.
La mano de obra es mucho mayor en las plantaciones y haciendas,
pero también más aislada de los organismos del Estado, que están más
presentes en el ámbito urbano. Especialmente en el norte y el nordes-
te, los terratenientes conservan una autoridad casi total sobre los tra-
bajadores de sus propiedades. Durante las décadas de 1980 y 1990
algunos hacendados se aprovecharon de esa autoridad para resucitar
una forma moderna de la esclavitud por deudas, en la que los trabaja-
dores y sus familias son mantenidos por el terrateniente y forzados a
trabajar para pagar «deudas» adulteradas61. Sólo una pequeña minoría
de trabajadores agrarios —a mediados de los noventa, las estimaciones

59. Como observaba uno de los periódicos afrobrasileños en 1924, «una criada es
siempre más infeliz que los obreros que trabajan ocho horas en determinados servi-
cios» y luego se van a sus casas (Andrews, Blacks and Whites, 70).
60. Oliveira y Conceição, «Domestic Workers», 364, 367.
61. Americas Watch, «Forced Labor» y «Forced Labor Re-Visited»; Sutton, Sla-
very in Brazil; «Brazilians Chained to Job, and Desperate», New York Times (10 de
agosto de 1995), A1, A6; «Brazil’s Prized Exports Rely on Slaves and Scorched Land»,
New York Times (25 de marzo de 2002), A1, A6.
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282 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

iban de 25.000 a 85.000— trabajaba en estas condiciones de explota-


ción extrema. Pero la mayoría de los empresarios agrarios, como la
mayoría de los empleadores del servicio doméstico, usan su control
sobre los trabajadores para pagarles salarios extremadamente bajos:
los sectores de servicios y de la agricultura son los únicos de la econo-
mía brasileña en los que el trabajador medio, blanco o negro, gana
menos del salario mínimo fijado a nivel nacional62.
Como resultado de que los afrobrasileños estén desproporciona-
damente representados en esos sectores de la economía, el índice de
pobreza de negros y mulatos durante la década de 1980 era aproxima-
damente el doble del de los blancos63. En 1987, un cuarto de los asala-
riados afrobrasileños tenían una renta mensual de 20 US$ o menos;
otro cuarto de ellos ganaba entre 20 y 40 US$64. Obviamente, las fami-
lias con rentas así de bajas no pueden satisfacer las necesidades vitales
más básicas, empezando por la comida y la vivienda. Éste es en espe-
cial el caso de la inmigración urbana reciente, cuyos miembros afron-
tan precios mayores para cubrir esas necesidades pero carecen del
poder adquisitivo necesario para pagarlos. Es por ello que un produc-
to del éxodo rural-urbano post-1945 ha sido el crecimiento explosivo
de las favelas y las periferias urbanas, asentamientos provisionales
construidos por sus mismos habitantes y que a menudo carecen de
infraestructuras tan básicas como agua corriente, sistemas de alcanta-
rillado y gestión de los residuos65.
En los asentamientos más pobres los residentes todavía han de
afrontar uno de los horrores de la esclavitud: la lucha cotidiana por la
alimentación. En sus años de investigación en una favela de mayoría
negra en el estado nordestino de Pernambuco, la antropóloga Nancy
Scheper-Hughes encontró a residentes que experimentaban una for-
ma de «inanición lenta», que se convierte en una «fuerza primaria de
motivación en la vida social»66. Esa fuerza toma una voz muy vívida

62. Datos sobre el salario de 1980 proporcionadas al autor por el IBGE; IBGE,
Censo demográfico 1991: Mão de obra, Vol. 1, 323-364.
63. Andrews, «Racial Inequality»; Silva, «Cor e pobreza».
64. Entre los trabajadores blancos, el 17% ganaba 20 US$ o menos, y el 10% entre
20 y 40 US$. IBGE, PNAD 1987, Vol. 1, 14, 16.
65. Sobre las favelas, ver Leeds y Leeds, Sociologia do Brasil urbano; Pino, Family
and Favela.
66. Scheper-Hughes, Death Without Weeping, 135. Sobre el hambre en Brasil, ver
Instituto de Pesquisa Econômica Aplicada, Mapa da fome.
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EMPARDECIENDO Y ENNEGRECIENDO, 1930-2000 283

en el famoso diario de Carolina Maria de Jesus sobre su vida en una


favela de São Paulo, donde casi cada página hace referencia a la impla-
cable e ineludible presión de encontrar lo suficiente como para comer.
«Parece que cuando nací el destino me marcó para pasar hambre... Mi
problema siempre es la comida», anotaba. «El ofuscamiento del ham-
bre es peor que el del alcohol. El ofuscamiento del alcohol nos impele
a cantar. Pero el del hambre nos hace temblar... ¡qué sorprendente
efecto tiene la comida en nuestro organismo! Yo que antes de comer
veía el cielo, los árboles, los pájaros, todo amarillo, después de comer
todo se normalizó ante mis ojos... ¿Habrá un espectáculo más lindo
que tener algo para comer?». El hambre, concluye Carolina, es «la
esclavitud actual», una afirmación penosamente confirmada cuando
su hija Vera le pide ser vendida a una vecina «porque allí tienen comi-
da deliciosa»67.

Figura 5.2. Carolina Maria de Jesus, visitando su antiguo hogar en la favela de


Canindé, São Paulo, 1960. Crédito: Colección de Audálio Dantas, São Paulo.

67. Jesus, Child of the Dark, 42, 45, 50; Dimenstein, Brazil, 6. Ver también los
comentarios del antropólogo afrobrasileño Edison Carneiro sobre la pobreza de los
practicantes del candomblé en Salvador. «¡Pobres! Nunca sabrás cuánto. ¿Ves qué arru-
gada está su piel, y qué decaídos sus dientes? No han tenido suficiente para comer duran-
te décadas». Landes, City of Women, 40. Para reflexiones similares por parte de la ex-
senadora y favelada Benedita da Silva, ver Benjamin y Mendonça, Benedita da Silva, 17.
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284 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

Los pobres afrobrasileños, como los pobres afrolatinoamericanos


de otros países, responden a la pobreza con varias estrategias, cada una
de las cuales se dirige a satisfacer las necesidades inmediatas, aunque
con altos costes a largo plazo. Una estrategia es emplear las redes
extendidas de parentesco y amistad, que pueden proporcionar sopor-
te material, psicológico y de otros tipos. Estas redes son absolutamen-
te esenciales para la supervivencia familiar, y la ayuda que sus miem-
bros se brindan entre ellos es en consecuencia altamente valorada en la
vida comunitaria. En la favela que Scheper-Hughes estudió, «no hay
hogar tan desdichado como para no dar su hospitalidad a parientes del
campo que emigran o van de visita, o para negar su ayuda a un vecino
cuya despensa esté totalmente vacía». En toda la región, los pobres
afrolatinoamericanos comparan agudamente su propio espíritu de
generosidad con el egoísmo y la avaricia de los que están mejor situa-
dos en la escala social68.
Sin embargo, el cariño y la solidaridad aparentes de estas redes
están surcados por tensiones y conflictos internos. Éstas son redes de
escasez, no de abundancia, en las que los recursos son transferidos
permanentemente de los miembros relativamente más exitosos de las
familias a los pobres, mucho más numerosos. Esos recursos nunca son
suficientes como para rescatar a las familias de la pobreza, pero redu-
cen los de por sí limitados recursos de los miembros más exitosos de
la red, con la consecuencia de que estas redes «actúan como un meca-
nismo de igualación sobre la movilidad social negra». Esta función de
igualación es abiertamente aplaudida por muchos de los pobres
negros, quienes «son muy reticentes a que uno de su clase ascienda
sobre sus compañeros. Tienen una cultura de IGUALDAD [sic] que
dice a uno de su clase que es malo para un individuo adquirir más que
los otros». Pero esa cultura de la igualdad puede ser otro obstáculo al
avance económico y social de la población negra en su conjunto69.
Del mismo modo que las familias pobres explotan los recursos de
las redes familiares extendidas, también han de explotar los de la fami-

68. Scheper-Hughes, Death Without Weeping, 98-99; ver también Wade, Blackness
and Race Mixture, 159, 160; Norman Whitten, Black Frontiersmen, 146-150; Streicker,
«Policing Boundaries», 56-57; Purcell, Banana Fallout, 63-82.
69. Citas de Wade, Blackness and Race Mixture, 161; Mina, Esclavitud y libertad,
163-164; ver también Whitten, Black Frontiersmen, 86-87, 163-66; Purcell, Banana
Fallout, 63-82; Wilson, Crab Antics, 58-64.
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EMPARDECIENDO Y ENNEGRECIENDO, 1930-2000 285

lia nuclear, incluso (o especialmente) cuando esos recursos son míni-


mos. Esta necesidad es particularmente acuciante para las familias
encabezadas por mujeres, cuyo poder adquisitivo es incluso más bajo
que el de los hombres. Las activistas afrolatinoamericanas denuncian
amargamente la «doble discriminación» que sufren, como negras y
como mujeres. Algunas investigaciones realizadas por la socióloga
Peggy Lovell, basadas en los datos del censo brasileño, demuestran que
los efectos de la discriminación de género sobre los ingresos son inclu-
so mayores que los efectos de la discriminación racial, y para las muje-
res negras, los efectos combinados son totalmente devastadores70.
Esos efectos empiezan por la relegación de las mujeres negras y
mulatas, a un nivel mayor que el de los hombres, a las actividades eco-
nómicas peor pagadas. A pesar del hecho de que el avance educativo es
ligeramente mayor entre las mujeres que entre los hombres afrobrasi-
leños, en 1987 casi el 60% de mujeres afrobrasileñas trabajaban en la
agricultura y el servicio doméstico, frente a sólo un 45% de hombres
afrobrasileños. Esta situación no se da únicamente en Brasil. Un estu-
dio nacional de 1.000 mujeres afrouruguayas realizado en 1997 con-
cluyó que la mitad de ellas trabajaban en el servicio doméstico. En la
ciudad colombiana de Medellín, el 60% de mujeres inmigrantes pro-
venientes del Chocó trabajaba como sirviente doméstica, una «impac-
tante concentración» marcadamente desproporcionada, tanto respec-
to al peso específico del trabajo doméstico en el mercado laboral de la
ciudad, como, igual que en el caso brasileño, respecto al nivel educati-
vo de las mujeres chocoanas, más alto que el de las sirvientes domésti-
cas blancas71.
La discriminación continúa dándose, con salarios diferentes recibi-
dos por el mismo trabajo, o por uno comparable. En Brasil, en casi
cada área de la economía, la renta de los hombres negros en 1980 exce-
día a la de las mujeres negras por cantidades del 70% o más. Los hom-
bres negros que trabajaban en la agricultura y el servicio doméstico
ganaban el doble que las mujeres72. Estas cifras significan en la prácti-

70. Lovell, «Race, Gender»; Lovell y Wood, «Skin Color»; Lovell, «Regional
Labor Market».
71. IBGE, PNAD 1987, Vol. 1, 16; Diagnóstico socioeconómico, 31 (ver también
INE, Encuesta Continua, 12); Wade, Blackness and Race Mixture, 187, 205.
72. Lovell, «Race, Gender», 21; Andrews, «Racial Inequality», 247-254. El área de
actividad económica donde la diferencia salarial hombre/mujer era menor del 70% era
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286 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

ca un desastre para los numerosos hogares liderados por mujeres de


entre los afrolatinoamericanos pobres, y tiempos realmente duros
incluso para aquellos en los que tanto el hombre como la mujer son
asalariados. «Si yo fuera hombre», lamentaba Carolina de Jesus, «no
dejaría que mis hijos vivieran en este agujero miserable», en referencia
a la favela en la que ella y sus tres hijos vivían. Pero incluso con la ren-
ta del marido, para la mayoría de las familias pobres es imposible lle-
gar a fin de mes, forzándolas a emplear el último recurso familiar: el
trabajo de sus hijos. Éste es un acto de verdadera desesperación. A
cambio de las ínfimas cantidades de dinero que sus hijos traen al
hogar, las familias sacrifican tanto el futuro de los niños a largo plazo
como, demasiado a menudo, su bienestar inmediato. Sin embargo, es
una práctica muy extendida entre las familias pobres. En 1990, una
cantidad estimada de 7,5 millones de niños y adolescentes, la mayoría
negros y mulatos, trabajaban en las calles de Brasil como vendedores
ambulantes, porteadores y limpiando coches, o en otras ocupaciones
informales. La ex-senadora Benedita da Silva, ella misma una antigua
favelada, recuerda haber ido a trabajar a la edad de siete años como
limpiabotas y vendedora ambulante. Años después envió a sus pro-
pios hijos a trabajar a la misma edad: «cuando [su hijo] Leleco cumplió
siete años ya repartía pan al amanecer, algunas veces bajo una lluvia
torrencial. Si no lo hacía hubiéramos pasado hambre... Siempre fue
muy responsable, usaba su dinero para comprar comida y otras cosas
para la familia»73.
Como veterana de las calles, Benedita era muy consciente de los
peligros que allí acechaban a los niños. Uno de los principales riesgos
son los abusos sexuales, de los cuales la misma Benedita fue víctima.
No obstante, «siempre me resistí a caer en la prostitución... no impor-
taba lo mal que estuvieran las cosas, yo nunca vendí mi cuerpo», aun-
que, como recuerda lacónicamente, «muchas mujeres lo hicieron». Y
también muchas niñas y niños, de las cuales se estima que medio
millón trabajaban como prostitutas en Brasil en 1990. Otros millares

en el trabajo de oficina, en el que los hombres negros ganaban de media un 37% más
que las mujeres negras.
73. Benjamin y Mendonça, Benedita da Silva, 18, 72; ver otra descripción de un
hijo adolescente por parte de otra favelada como «sus “brazos y piernas”,… más
importante para ella que el hombre viejo con el que vivía» (Scheper-Hughes, Death
Without Weeping, 347).
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EMPARDECIENDO Y ENNEGRECIENDO, 1930-2000 287

de niños trabajaban como ladrones y delincuentes a pequeña escala,


provocando una sangrienta respuesta de las fuerzas policiales, la vigi-
lancia privada y las bandas de crimen organizado. En la «guerra a los
niños» de Brasil, los niños negros son el principal objetivo: de los más
de 4.600 niños y adolescentes asesinados en Brasil entre 1988 y 1990,
muchos por fuerzas de seguridad públicas y privadas, el 82% eran
afrobrasileños74.
Retirar a los niños de la escuela y ponerlos a trabajar es otro «meca-
nismo de igualación», con un efecto particularmente vicioso. No sólo
los pone en un potencial peligro de abuso e incluso muerte, sino que
también los condena a la pobreza y la opresión en el futuro. Cuando
los niños van a trabajar habitualmente acaban dejando la escuela, con
resultados que pueden ser apreciados con claridad meridiana en el
censo nacional de 1991. Mientras que 3,9 millones de afrobrasileños
habían acabado sus estudios en la escuela secundaria o la universidad,
el número de afrobrasileños de 10 años o más sin ningún año de edu-
cación, o con menos de un año, se mantenía en 14,4 millones. La can-
tidad de afrobrasileños sin educación equivalía a casi cuatro veces el
número de afrobrasileños con diploma de la universidad o la escuela
secundaria. Difícilmente puede imaginarse una receta más efectiva
para mantener en la pobreza y la subordinación a la población negra75.
A pesar de estos inmensos obstáculos, las familias negras, incluso
las más pobres, perseveraron en sus sueños de ascensión social. Desde
los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, la clase media negra
ha crecido remarcablemente en toda Afro-Latinoamérica, en buena
medida a consecuencia de los programas de desarrollo económico y
las prestaciones sociales implementadas por los gobiernos populistas.
Esos programas no fueron suficientes para integrar a toda o incluso a
la mayoría de la población negra en la vida política y económica nacio-
nal, pero ayudaron a promover la creación de una clase media negra
estadísticamente significativa en la mayoría de los países de la región.

74. Benjamin y Mendonça, Benedita da Silva, 10, 18; Human Rights Watch, Final
Justice, 1-12; ver también Dimenstein, Brazil; Hecht, At Home in the Street, 118-148;
Márquez, Street Is My Home.
75. IBGE, Censo demográfico 1991, 183-198, 215-218. En comparación, los núme-
ros para los blancos eran: 7,8 millones de individuos con la escuela secundaria termina-
da, 3,4 millones de graduados en la universidad, y 7,1 millones con un año o menos de
escolarización.
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288 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

A medida que los miembros de esa clase media negra buscaban su


lugar en las sociedades, las economías y los sistemas políticos naciona-
les, sin embargo, se topaban con el segundo gran fracaso del populis-
mo: su incapacidad para eliminar, en el lugar de trabajo o en la socie-
dad en general, la herencia de siglos de discriminación y prejuicios
raciales.
Esto no quiere decir que los gobiernos populistas no hicieran un
esfuerzo para combatir esas lacras sociales. A finales de la década de
1940 y durante la de 1950, algunos incidentes muy publicitados de dis-
criminación racial provocaron discusiones nacionales sobre el proble-
ma del racismo, así como la aprobación de leyes federales anti-discri-
minatorias en Venezuela (1945), Brasil (1951), Panamá (1956) y Costa
Rica (1960, 1968)76. Sin embargo, ninguna de estas leyes fue aplicada
con rigurosidad. Lo que indicaban en realidad no era el fin de la dis-
criminación racial en esas sociedades, sino su intensificación a un nivel
social medio y alto, a medida que algunos afrolatinoamericanos ambi-
ciosos y educados luchaban para ser admitidos en la floreciente clase
media.
La supervivencia en la América Latina del presente de estereotipos
y prejuicios anti-negros que datan del período colonial y la esclavitud
ha sido ampliamente documentada en investigaciones por toda la
región77. A menudo se afirma que estos estereotipos tienden a limitar-
se a los blancos de clase media y alta, y que tienen por ello un impacto
limitado en los miembros de la clase obrera negra. Las investigaciones
ponen de relieve, no obstante, que los estereotipos anti-negros tam-
bién están muy extendidos entre miembros de la clase obrera, inclu-

76. Wright, Café con Leche, 97-98; Conniff, Black Labor, 132; Duncan y Powell,
Teoría y práctica, 75. Un incidente similar en Uruguay en 1956 provocó un debate y la
cobertura informativa en la prensa nacional, pero ninguna acción legislativa. Carvalho-
Neto, Estudios afros, 208-215. En Cuba, el presidente Prío Socarrás promulgó un
decreto en 1951 que prohibía la discriminación racial en la contratación laboral. Los
esfuerzos por parte de las organizaciones afrocubanas en los cincuenta para aprobar
una ley similar en el congreso fracasaron. De la Fuente, Nation for All, 238-247.
77. Ruiz, Racismo; Duharte Jiménez y Santos García, Fantasma de la esclavitud;
América Negra 15 (1998), editada por Alejandro de la Fuente, especialmente Hernán-
dez, «Raza y prejuicio racial», Alvarado Ramos, «Estereotipos y prejuicios», y Duhar-
te Jiménez y Santos García, «Cuba y el fantasma»; Valcárcel C., Universitarios y pre-
juicio; Turra y Venturi, Racismo cordial; Carvalho-Neto, Estudios afros, 208-224; Britto
García, «Racismo, inmigración».
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EMPARDECIENDO Y ENNEGRECIENDO, 1930-2000 289

yendo muchos negros y mulatos78. Y dado que son casi siempre los
blancos de clase alta y media quienes toman las decisiones sobre el
empleo que determinan el tipo de trabajo al que acceden los afrolati-
noamericanos, lo que cobran por él y si ascenderán en él o no, los pre-
juicios anti-negros a ese nivel de la sociedad tienen un impacto funda-
mental en las oportunidades de vida negras.
Los que creen en el igualitarismo racial de las sociedades latinoa-
mericanas sostienen que los empresarios no tienen prácticamente nin-
gún incentivo para practicar la selección racial, especialmente a nivel
de las clases trabajadoras. Su necesidad de mano de obra es suficiente-
mente grande, y la oferta de trabajadores blancos en la región sufi-
cientemente limitada, como para que insistir en la contratación de tra-
bajadores solamente blancos aumente significativamente los costes
laborales, máxime cuando el sindicalismo y los gobiernos nacionales
están formalmente comprometidos con la igualdad racial, y presumi-
blemente impondrían sanciones ante cualquier intento de practicar la
selección racial en la contratación.
Estas afirmaciones parecen estar respaldadas por los millones de
negros y mulatos incorporados al proletariado industrial latinoameri-
cano en los últimos 50 años, al menos hasta que se miran más de cerca
los progresos de esos trabajadores en sus empresas. Algunas investiga-
ciones llevadas a cabo entre trabajadores industriales hallaron que
tienden a estar desproporcionadamente representados en el nivel
laboral más bajo, en términos tanto de salario como de calificación,
son despedidos y disciplinados más a menudo que los blancos y sue-
len tener tasas de promoción y avance muy bajas79. Los empresarios
insisten en que esas diferencias raciales reflejan diferencias en los nive-
les educativos, la experiencia laboral y el rendimiento de los trabaja-
dores blancos y negros. Aun así, hay disparidades problemáticas que
persisten. En las industrias del papel, el caucho y el cemento, la educa-
ción media de los trabajadores negros y blancos es exactamente la mis-
ma, aunque los salarios blancos medios en esas industrias son casi un

78. Además de las fuentes citadas en la nota previa, ver Streicker, «Policing Boun-
daries»; Almeida, «Entre nós, os pobres»; Mijares, Racismo e endoracismo; Souza, Tor-
nar-se negro; Twine, Racism.
79. Andrews, Blacks and Whites, 90-121; Silva, Negros à luz; Hasenbalg, «Negro na
indústria»; Castro y Guimarães, «Racial Inequalities».
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290 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

50% más altos que los negros. En la industria textil, los trabajadores
negros tienen en promedio más años de educación que los blancos,
aunque los salarios de los trabajadores negros son más bajos que los de
los trabajadores blancos80.
Si el papel que desempeña la discriminación en los trabajos de cue-
llo azul sigue sin estar del todo claro, a nivel de la clase media es indis-
cutible. En todos los países, los análisis de los patrones de contrata-
ción arrojan como resultado que los empresarios son muy reticentes a
contratar a no-blancos para posiciones directivas, profesionales o téc-
nicas; para trabajos funcionariales; e incluso para empleos de bajo
nivel en el comercio minorista. En uno de estos análisis, realizado con
gerentes de recursos humanos de compañías venezolanas, todos los
entrevistados insistieron en que ellos no consideraban la categoría
racial cuando contrataban empleados. Sin embargo, al prestar aten-
ción a los requerimientos para el empleo de cuello blanco en esas
empresas, los mismos individuos especificaban siempre «buena pre-
sencia» como el requisito más importante, una expresión que en Vene-
zuela (como en casi toda Latinoamérica) se considera habitualmente
que significa «blanco», y que los mismos directivos definieron en tér-
minos de pelo y color de piel. Es más, los investigadores notaron que
«[los directivos] no pudieron disfrazar sus tendencias negativas y de
rechazo hacia las personas negras, al momento concreto de responder
las preguntas. Al parecer la carga afectiva del prejuicio se imponía a su
deseo de dar la imagen de sujeto desprejuiciado»81.
Al tratar con las agencias de empleo, muchas empresas latinoame-
ricanas indican explícitamente que no aceptarán aspirantes no-blancos
para las posiciones de cuello blanco. A pesar de que las leyes de
muchos países prohíben estas prácticas, no se sabe de ninguna agencia
de empleo de la región que alguna vez haya rechazado peticiones de

80. Hasenbalg, «Negro na indústria», 116.


81. Rodríguez D. y Viscuña L., «Discriminación racial», 136-137; ver también 78-
91. El significado racial de «buena presencia» aparece sugerido en un incidente de 1991,
en el que una agencia brasileña de empleo publicó un anuncio para encontrar un encar-
gado de taller. Cuando los activistas negros protestaron por la especificación del anun-
cio de que los aspirantes debían ser blancos, el director de la agencia respondió que
«hubo un error en el anuncio. Aparecía la exigencia de color blanco, cuando debería ser
buena apariencia» («Anúncio racista vira caso de polícia», Estado de S. Paulo, 2 de abril
de 1991).
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EMPARDECIENDO Y ENNEGRECIENDO, 1930-2000 291

este tipo, y algunas van incluso más allá, declinando simplemente el


considerar las solicitudes de los aspirantes negros, sin tener en cuenta
si las compañías solicitan estas prácticas excluyentes82.
Estas barreras nos ayudan a entender las conclusiones de una
periodista uruguaya, Alicia Behrens, quien en 1956 se propuso verifi-
car las cifras de los afrouruguayos en las ocupaciones de baja cualifi-
cación en Montevideo. En una ciudad con una población que era entre
el 5 y el 10% negra, y cuyos habitantes se enorgullecían de su igualita-
rismo y su amplitud de miras social, la periodista descubrió que los
negros estaban completamente ausentes del empleo comercial y de
servicios. De 2.000 camareros y 500 mujeres del servicio de limpieza
de hoteles que pertenecían al sindicato de camareros, ni uno sólo era
negro o mulato. De 4.000 conductores y revisores en las dos mayores
compañías de autobús de la ciudad, 10 eran negros. De los 1.600
empleados en las tres mayores tiendas de Montevideo, uno era negro.
Y de los 7.000 barberos y estilistas de la ciudad, ni uno era afrouru-
guayo. Un representante de la asociación profesional de peluqueros
explicó por qué: los aspirantes a peluqueros tenían que ser «jóvenes,
finos, delicados. Puede buscar: yo le aseguro que en ninguna peluque-
ría encontrará nunca un negro». Behrens concluía preguntándose
sobre cómo podría ascender socialmente la gente de color, si incluso
estas posiciones laborales no cualificadas les estaban vedadas:

¿Habrá que imaginar que el cliente que no se deja cortar el pelo por un
negro le permitirá sin embargo que le practique una operación quirúrgi-
ca? ¿Qué si no admite que lo sirva a la mesa, que le cobre el boleto en los
ómnibus, que lo reconvenga como policía o le ofrezca telas como emple-
ado de tienda, lo admitirá después como gerente del hotel, gerente de ban-
co, general o diputado? Si los negros tienen cerradas las puertas de los
puestos subalternos, debe existir toda una larga cadena de prohibiciones
tácitas que les impedirá elevarse económicamente, prosperar, cultivarse,
educarse83.

82. Ver por ejemplo Dawkings, «Condiciones laborales»; Andrews, Blacks and
Whites, 166-171; Graceras, «Informe preliminar», 23-25; Merino, Negro en la sociedad,
60-66.
83. Alicia Behrens, «La discriminación racial en el Uruguay», Marcha (15 de junio
de 1956, 9); ver también Alicia Behrens, «¿Cuál es la situación de los negros en el Uru-
guay?», Marcha (4 de mayo de 1956, 10).
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292 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

La información censal de Brasil sugiere que a pesar de la aproba-


ción de la ley federal anti-discriminación en 1951, la discriminación
laboral en realidad se incrementó durante los sesenta y los setenta. Los
investigadores que analizan esos datos determinan la diferencia entre
salarios pagados a negros y blancos que hacen una tarea similar, y des-
pués toman en cuenta qué parte de esa diferencia puede ser estadísti-
camente explicada por diferencias «de composición» en cuanto a edad,
experiencia laboral, educación, etc., entre ambos grupos. A continua-
ción, atribuyen a la discriminación el resto de disparidad salarial no
explicada por esos factores. De acuerdo a estos estudios, en 1960 la
discriminación determinaba entre el 16 y el 17% de la diferencia de
renta entre hombres trabajadores blancos y negros. Para 1980 la pro-
porción de la diferencia salarial atribuible a la discriminación se había
doblado, hasta llegar al 32%. Mientras que la diferencia salarial
negro/blanco había disminuido entre los trabajadores de cuello azul,
ésta se había incrementado en las ocupaciones funcionariales, directi-
vas y profesionales. En 1960 el trabajador blanco medio con un
empleo de cuello blanco ganaba un 70% más que su par negro o mula-
to; para 1980 esa diferencia se había incrementado al 80%. Lo mismo
sucedía con las mujeres que trabajaban: las mujeres blancas con un
empleo administrativo ganaban de media un 50% más que sus contra-
partes afrobrasileñas en 1960, y un 60% más en 198084.
En ausencia de datos comparables para otros países latinoamerica-
nos, es imposible saber si la discriminación y la desigualdad siguieron
trayectorias similares en otros lugares de la región. No obstante, bas-
tantes indicadores sugieren que las barreras raciales como mínimo
siguieron intactas en el período de posguerra, si no es que empeoraron
en sus efectos. Uno de tales indicadores es el conjunto de investiga-
ciones realizadas en prácticas de contratación discriminatorias, pre-
viamente discutidas. Otro es la alta concentración, en toda Afro-Lati-
noamérica, de los trabajadores de la clase media negra en el sector
público. Al denegárseles un acceso igualitario a los empleos del sector
privado, los afrolatinoamericanos en proceso de ascenso social han

84. Silva, «Updating the Cost»; Telles, «Industrialization»; Lovell y Wood, «Skin
Color». Datos del censo de 1991 indican que después de haberse doblado entre 1960 y
1980, los indicadores de discriminación se incrementaron todavía más entre 1980 y
1991. Lovell, «Regional Labor Market».
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EMPARDECIENDO Y ENNEGRECIENDO, 1930-2000 293

buscado refugio, históricamente, en el empleo proporcionado por el


estado. Incluso durante los años del boom exportador, el período de
más alta exclusión racial en la región, el empleo público fue uno de los
pilares de las clases media y trabajadora negras, cuyos miembros a
veces podían obtener empleos en el gobierno a cambio de votos y apo-
yo político85. Con la expansión de los servicios sociales durante el
populismo y la intervención del estado en la economía nacional, la
cantidad de esos trabajos creció exponencialmente en la segunda
mitad del siglo XX, y el compromiso del populismo con el igualitaris-
mo racial, combinado con la necesidad continua de cimentar el apoyo
electoral entre los votantes no-blancos, hizo del empleo público uno
de los puntales de la clase media negra. En la región colombiana del
Chocó, la burocracia estatal y las escuelas públicas proporcionaron
virtualmente las únicas posiciones de cuello blanco a las que podían
acceder los afrocolombianos. En la ciudad portuaria costarricense de
Limón, la compañía pública de los muelles JAPDEVA resultó ser tan
accesible para los aspirantes negros, que los costarricenses blancos
empezaron a referirse a ella sarcásticamente como BLACKDEVA
(aunque de hecho, sólo una minoría de los trabajadores de la empresa
eran afrocostarricenses). En Uruguay, un estudio de asalariados afrou-
ruguayos a finales de los setenta constató que todos y cada uno de los
trabajadores administrativos de cuello blanco entrevistados era un
empleado público. «Para los negros», afirmaba uno de ellos, «es tan
importante obtener un empleo público como para los blancos un títu-
lo universitario»86.
No obstante, los recursos del Estado por sí solos han sido insufi-
cientes para elevar el estatus social de la población negra. Y el fracaso
de los gobiernos populistas en eliminar de raíz las prácticas discrimina-
torias del sector privado significa que existen obstáculos formidables
para el avance de los afrolatinoamericanos que todavía están en plena
vigencia. Estos obstáculos, a su vez, producen un tercer indicador de la
discriminación racial: los sueños truncados y las ambiciones frustradas

85. Debemos notar que una cuestión básica para los tres partidos negros de princi-
pios del siglo XX —el Partido Independiente de Color, el Frente Negra Brasileira y el
Partido Autóctono Negro— fue el igual acceso al empleo público. Ver capítulo 4.
86. Ignacio Castillo, «El umbral de color», SIC (Caracas, febrero de 1982, 59); Fer-
nández Esquivel y Méndez Ruiz, «Negro en la historia», 239; Wade, Blackness and
Race Mixture, 118-122; Graceras, «Informe preliminar», 12, 18.
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294 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

de los afrolatinoamericanos, quienes mediante la educación y el traba-


jo se han preparado para avanzar socialmente, pero de nuevo hallan las
barreras de la discriminación racial. Este tema surge una y otra vez en
las entrevistas con afrolatinoamericanos con educación superior: cómo
casi tuvieron que resignarse frente a los obstáculos que hallaron, o bien
cómo algunos tuvieron que hacerlo. Un periodista afrobrasileño
recuerda cómo «mis hermanos, ya medio cansados y acomodados a la
situación, no entendían por qué yo trabajaba por la mañana en la feria
y después iba a estudiar. ¿Estudiar para qué, si no sirve para nada?, me
decían». Una mujer afrouruguaya entrevistada a mitad de los cincuen-
ta recuerda cómo «me creé un complejo de inferioridad entre los com-
pañeros de trabajo. Ellos sabían que estudiaba y decían: “Esa negra que
estudia se cree que va a llegar a algo”». Otra informante afrouruguaya
recuerda una amiga cuyos compañeros de clase la desanimaban cons-
tantemente en su objetivo de continuar en la escuela: «“Mirá, a vos no
te conviene seguir. Si te recibís vas a tener dificultades. ¿Cómo vas a
hacer para trabajar en tu profesión siendo de color?” Tanto se lo dije-
ron que se desmoralizó y dejó de estudiar»87.
Frente a estos obstáculos, los logros de los millones de afrolatino-
americanos que tuvieron éxito en dejar el mundo del empleo de cuello
azul para ingresar en el de cuello blanco impresionan bastante más. Sin
embargo, cuanto mayor fue el número de afrolatinoamericanos que
aspiraban a competir por un empleo de clase media, mayor era tam-
bién el número de aspirantes blancos amenazados por esa competi-
ción, y cuanto mayor era el nivel de resistencia blanco, como observa-
ba el sociólogo brasileño Florestan Fernandes a finales de los setenta:

Cuando los negros y los mulatos demuestran que no sólo son capaces de
competir, sino que están dispuestos a ello, la situación se redefine. Es en
ese momento cuando se da una proporción muy grande de blancos que se
comportan realmente de una forma democrática y aceptan la competencia
[con los negros]. Pero existe también otro tipo de blanco que, en esa con-
frontación, entra en estado de pánico, y pasa a verse a sí mismo y a la civi-
lización amenazados... No es un grupo tan pequeño como se cree, y crea
problemas muy graves para la competitividad de negros y mulatos, ya que
encuentra diversos modos de disimular esa resistencia88.

87. Costa, Fala, crioulo, 94; Carvalho-Neto, Estudios afros, 231-232.


88. Citado en Andrews, Blacks and Whites, 169.
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EMPARDECIENDO Y ENNEGRECIENDO, 1930-2000 295

Fueron los inicios de la movilidad social ascendente en los cincuenta


y los sesenta los que desencadenaron los incidentes que llevaron a las
leyes anti-discriminatorias de esos años, aunque dichas leyes tuvieron
poca efectividad en reducir la resistencia blanca al avance negro. Esto fue
en buena parte porque la resistencia era muy poco visible y abierta, lo
que la hacía muy difícil de detectar y castigar. De hecho, los efectos y las
consecuencias de la discriminación racial pueden ser tan esquivos y difí-
ciles de definir que muchos afrolatinoamericanos no saben con certeza si
esta discriminación existe, y si en realidad han sido víctimas de ella. Sin
embargo, en los setenta suficientes afrolatinoamericanos que ascendían
socialmente se toparon con las barreras de la resistencia blanca como
para llevarles a concluir que el populismo, basado en la clase social, tenía
pocas probabilidades de acabar por sí solo con las lacras de los prejuicios
y la discriminación, con siglos de historia a sus espaldas. En su lugar,
pensaron que lo que necesitaban era un cuarto y final indicador de la per-
manente discriminación en la región: nuevos movimientos «negros»
dirigidos a combatir los obstáculos raciales que impedían la plena inte-
gración de los afrodescendientes en la vida nacional.

ENNEGRECIENDO

«Ya somos muchos los profesionales negros», notaba el funciona-


rio público afrocostarricense Garret Britton en 1974, «que por nues-
tra capacidad y dedicación al trabajo comenzamos a competir por los
mejores puestos y comenzamos a sentir la oposición». Britton propu-
so crear una «asociación profesional afrocaribeña» que representara
los intereses de los graduados universitarios negros, y que les prote-
giera de los prejuicios y la discriminación89. Esta asociación costarri-
cense no se formó hasta 199190. Pero en otros países los estudiantes y
profesionales afrolatinoamericanos se unieron en los setenta y los
ochenta para crear organizaciones latinoamericanas análogas al movi-
miento por los derechos civiles de Estados Unidos.

89. «¿Gobierno contra negros?», La República (San José, 27 de junio de 1974).


90. El Grupo de Empresarios y Profesionales Afrocostarricenses, creado a iniciati-
va de la educadora negra Eulalia Bernard. «Los negros se organizan», Contrapunto
(San José, diciembre de 1991, 44-46).
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296 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

Este parecido no era accidental. En el transcurso del siglo XX, los


afrolatinoamericanos con educación y activos políticamente tendie-
ron a prestar mucha atención al estado de las relaciones raciales en
Estados Unidos. Cuando las organizaciones afroamericanas por los
derechos civiles empezaron a desmantelar la segregación en los cin-
cuenta y los sesenta, y después siguieron adelante hasta conseguir la
implementación de políticas de igualdad de oportunidades y acción
afirmativa en los setenta, los afrolatinoamericanos que intentaban
combatir la ardua oposición blanca a su avance social tomaron nota de
ello.
Éste fue particularmente el caso de los afrocostarricenses y afropa-
nameños anglófonos, algunos de los cuales, al estudiar o trabajar en
Estados Unidos durante los sesenta y los setenta, habían estado en
contacto directo con los movimientos por los derechos civiles y con el
Black Power en su momento de máxima influencia. En Panamá ese
contacto se reforzó todavía más por la presencia de soldados afro-
americanos en la Zona del Canal, quienes introdujeron a Martin
Luther King, Malcolm X y los Black Panthers a la cultura política
local91. Pero incluso en otros países donde los afrolatinoamericanos
tuvieron poco contacto directo con Estados Unidos, los movimientos
americanos se siguieron con gran interés por parte de los activistas
locales, y sirvieron como modelos para la creación de organizaciones
políticas negras durante los setenta92.
Las luchas de liberación negras en el África portuguesa y en Sud-
áfrica también inspiraron a los movimientos afrolatinoamericanos de
los setenta, igual que las condiciones políticas internas en América
Latina. En Brasil, la creciente oposición a la dictadura militar y el
retorno gradual al gobierno civil a finales de los setenta y principios de
los ochenta, crearon una «abertura» para la movilización de un amplio
abanico de movimientos de oposición, incluyendo un movimiento
negro por los derechos civiles. Lo mismo aconteció en Uruguay, don-
de la dictadura militar acabó en 1985, año en que se produjo el retor-

91. Entrevista con Quince Duncan (Heredia, Costa Rica, 7 de julio de 1994);
Gerardo Maloney, «El movimiento negro en Panamá», La República (Panamá, 10 y 17
de agosto de 1980, 2-F); Conniff, Black Labor, 165; «Los 500 años y los negros pana-
meños», La Prensa (Panamá, 9 de octubre de 1992, 6A).
92. Wade, «Cultural Politics», 343; Hanchard, Orpheus and Power, 88-91.
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EMPARDECIENDO Y ENNEGRECIENDO, 1930-2000 297

no al gobierno civil. En Panamá, el militar populista Omar Torrijos,


que tomó el poder en 1969 y negoció los Tratados del Canal de Pana-
má de 1977 con Estados Unidos, reclutó abiertamente el apoyo políti-
co de los panameños antillanos, y apoyó la movilización negra. Y en
Colombia, los esfuerzos para negociar la paz con las guerrillas del país
en los ochenta, y luego la reestructuración del sistema político expre-
sada en la Constitución de 1991, generaron oportunidades para que
los grupos de afrocolombianos pudieran acceder a las deliberaciones a
nivel nacional.
El resultado, en buena parte de Afro-Latinoamérica, fue una súbi-
ta escalada de las movilizaciones con contenidos raciales. Los casos
más conocidos se dieron en Brasil, donde numerosas organizaciones
surgieron en los setenta y ochenta. Un directorio preparado a finales
de los ochenta enumeraba 343 de estos grupos, la mayoría de ellos
localizados en los estados de São Paulo, Río de Janeiro, Minas Gerais
y Bahía. Muchos de ellos eran escuelas de samba, academias de capo-
eira y otras organizaciones culturales que decidieron adoptar una
identidad «negra» más politizada y unirse a la lucha por los derechos
civiles. Otras eran organizaciones nuevas, creadas en respuesta al fer-
mento de los setenta y los ochenta, y explícitamente raciales en su
orientación. Éstas incluían el Movimento Negro Unificado, un movi-
miento político a nivel nacional fundado en 1978; los «grupos negros»
o «comisiones negras» asociados a los partidos políticos; el Grupo de
União e Conciência Negra, una organización nacional asociada con el
ala izquierda de la Iglesia católica; instituciones culturales y educativas
como el Centro de Cultura e Arte Negra en São Paulo y el Instituto de
Pesquisa das Culturas Negras en Río de Janeiro; los blocos afros de
Salvador, nuevas organizaciones carnavalescas que combinaban la
música y la diversión con un mensaje de avance comunitario, autoes-
tima y una mayor dedicación a promover la cultura africana y afro-
brasileña93.
Ningún otro país latinoamericano produjo un torrente de movili-
zación negra tan impresionante como el de Brasil. Aunque eso no es
muy sorprendente, dado el hecho de que ningún otro país latinoame-
ricano tiene una población negra o mulata de un tamaño siquiera cer-

93. Damasceno et al., Catálogo de entidades; ver también Lindsey, Afro-Brazilian


Organization Directory.
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298 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

cano a la de Brasil. Además, el país latinoamericano con la tradición


más fuerte de movilización política negra, Cuba, era gobernado
durante este período por un partido comunista que no permitía nin-
gún tipo de organización política fuera de la estructura oficial del par-
tido, especialmente ninguna que pudiera dividir a la sociedad cubana
con criterios raciales. No obstante, incluso en Cuba se formaron gru-
pos de estudios negros en 1974 y 1975 para dialogar sobre la literatu-
ra producida por escritores, académicos y activistas africanos y afroa-
mericanos. Estos grupos fueron reprimidos por la policía, y no
volverían a surgir94. En otros países latinoamericanos, donde la liber-
tad para la movilización era mucho mayor, los afrolatinoamericanos
se unieron para formar organizaciones similares a las de Brasil, aunque
menores en número.
Después de Brasil, en términos tanto de cantidad como de impacto
político, está la movilización negra en Colombia. En este caso, las
organizaciones negras también se formaron durante los setenta: el
Centro para la Investigación y el Desarrollo de la Cultura Negra, en
Bogotá; el Centro de Estudios e Investigaciones Frantz Fanon, tam-
bién en Bogotá; Cimarrón, que empezó como un grupo de estudian-
tes negros de la costa del Pacífico que cursaban estudios universitarios
en la ciudad de Pereira; y otras. Durante los ochenta, a estas entidades
del ámbito urbano se les unieron asociaciones regionales y comunita-
rias que representaban a los campesinos y silvícolas afrocolombianos
de la costa del Pacífico. Si los movimientos urbanos se orientaban pri-
mariamente hacia cuestiones de discriminación y desigualdad, los
afrocolombianos del ámbito rural intentaron establecer sus derechos
de propiedad sobre la tierra tropical que históricamente habían poseí-
do comunitariamente, en lugar de individualmente, y sobre la cual no
solían tener un título formal de propiedad. A consecuencia de la pre-
sión política de estas organizaciones, la Constitución colombiana de
1991 incluyó varios artículos que reconocían y protegían los derechos
a la tierra, y la integridad territorial y cultural de las comunidades de
campesinos negros95.

94. Moore, Castro, the Blacks, 313-316.


95. Wade, «Cultural Politics»; Arocha, «Negros y la nueva constitución». Para ver
una lista de casi 90 organizaciones afrocolombianas, ver Wade, «Lista de organizacio-
nes». Sobre los aspectos raciales y étnicos de las reformas constitucionales recientes en
América Latina, ver Van Cott, Friendly Liquidation.
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EMPARDECIENDO Y ENNEGRECIENDO, 1930-2000 299

Figura 5.3. Estandarte de carnaval, bloco afro Ilê Aiyê, Bahía, 1995. Este
estandarte conmemora el 300 aniversario de la destrucción del quilombo de
Palmares (esquina superior izquierda), y la historia centenaria de las «organi-
zaciones de resistencia negra». El original es rojo, amarillo, negro y blanco, y
mide aproximadamente 1 X 1,30 m. Crédito: colección del autor.

En buena medida como resultado de los lazos de Panamá con Esta-


dos Unidos, la movilización negra empezó en ese país algo anterior-
mente que en Colombia. A mediados de los sesenta un activista de
ascendencia antillana, Walter Smith, creó el Movimiento Afro-Paname-
ño, modelado explícitamente sobre la base del movimiento por los dere-
chos civiles de Estados Unidos. En 1968, algunos profesionales afropa-
nameños crearon dos organizaciones de clase media en Colón y Ciudad
de Panamá: la Unión Afro-Panameña y la Asociación Afro-Panameña,
respectivamente. A principios de los setenta las tres organizaciones
habían desaparecido para ser reemplazadas por la Asociación Reivindi-
cadora del Negro Panameño (ARENEP) y la Asociación de Profesio-
nales, Obreros y Dirigentes de Ascendencia Negra (APODAN).
Ambas entidades estaban respaldadas e impulsadas por el régimen de
Torrijos, y desempeñaron un papel importante en la movilización del
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300 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

apoyo negro tanto para Torrijos como para los tratados del Canal. Pos-
teriormente fueron víctimas de disputas y divisiones internas, y estaban
prácticamente acabadas cuando Torrijos murió, en 1981. Las nuevas
organizaciones creadas durante el régimen autoritario de Manuel Nor-
iega, en la década de 1980 —el Centro de Estudios Afro-Panameños, el
Museo Afro-Antillano y los tres Congresos Nacionales del Negro
Panameño— tendían a concentrar su acción en temas más culturales
que políticos. Con la vuelta a la democracia electoral en los noventa,
estas organizaciones pusieron de nuevo en el punto de mira las espino-
sas cuestiones de la discriminación racial y el papel de los antillanos (los
descendientes de tercera y cuarta generación de los inmigrantes de las
Indias Occidentales que vinieron a Panamá a principios del siglo XX a
construir el Canal) en la comunidad nacional96.
Incluso en países con comunidades negras relativamente pequeñas,
los setenta y los ochenta fueron un período de fermento y agitación
racial. En Perú, la Asociación Cultural de la Juventud Negra, el Insti-
tuto de Investigaciones Afro-Peruano y el Movimiento Negro Fran-
cisco Congo esponsorizaron investigaciones, conferencias, cursos y
debates públicos sobre la población negra del Perú. El trabajo conti-
nuó en los noventa, con la Agrupación Palenque y la Asociación Pro-
Derechos Humanos del Negro97. En Uruguay, la principal organiza-
ción negra de los años cuarenta y cincuenta, la Asociación Cultural y
Social Uruguay, siguió activa en los setenta y los ochenta. En 1989 un
grupo de miembros jóvenes se retiró de ACSU para formar una orga-
nización nueva, Mundo Afro, con una orientación más politizada98.
En Costa Rica, algunos profesionales y estudiantes universitarios de
San José crearon varios grupos de estudios negros a mediados de los
setenta, y en 1978 organizaron el Seminario Nacional sobre la Situa-
ción del Negro en Costa Rica, en donde académicos, políticos, inte-
lectuales e incluso el presidente Daniel Oduber se reunieron para
debatir acerca de las condiciones de la población negra del país. Varios
grupos de conciencia negra se formaron durante el evento, y el sindi-
cato de profesores de Costa Rica presionó exitosamente al Ministerio

96. Corinealdi, «Black Organizing»; Maloney, «Movimento negro en Panamá»;


Conniff, Black Labor, 165-169; Primer Congreso, «500 años».
97. Luciano y Rodríguez Pastor, «Peru», 281-282.
98. Organizaciones Mundo Afro, Informe, 7-9; Ferreira, Movimiento negro en
Uruguay.
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EMPARDECIENDO Y ENNEGRECIENDO, 1930-2000 301

de Educación para crear un Día del Negro Costarricense anual,


durante el cual se enseñan en las escuelas del país la cultura y la histo-
ria negras99.
En el impulso y el desarrollo de estos movimientos, los activistas
negros no sólo se dirigieron a un público local, también actuaron a
nivel internacional. Desde 1977, los activistas y organizadores negros
celebraron una serie de encuentros y congresos internacionales —en
Colombia en 1977, Panamá en 1980, Brasil en 1982 y 1995, Ecuador en
1984 y Uruguay en 1994— en los que exploraron los obstáculos
comunes que encontraban, así como las tácticas y estrategias necesa-
rias para vencerlos100. A partir de estos encuentros se cayó en la cuen-
ta de que algunas instituciones de fuera de la región podían ser una
importante fuente de apoyo político y financiero. Algunas fundacio-
nes norteamericanas y europeas dedicadas a la promoción de la justi-
cia social y racial, así como el Banco Interamericano de Desarrollo,
como parte de su misión de impulsar la «inclusión social», proporcio-
naron becas y préstamos para la defensa de los derechos negros y las
organizaciones de desarrollo cultural y comunitario. Al buscar lazos
más estrechos con sus miembros negros y mulatos, y en respuesta a la
presión interna de su ala política izquierda (la de la Teología de la
Liberación), la Iglesia católica creó Pastorales Negras por toda la
región, las cuales trabajaron codo con codo con las organizaciones
negras locales. Finalmente, algunos movimientos negros se alinearon
con las políticas antirracistas de Naciones Unidas, y las usaron para
presionar a sus gobiernos. Un informe de 1996 sobre discriminación y
desigualdades raciales en Brasil de la Comisión de Derechos Huma-
nos de la ONU fue una herramienta importante para convencer al
presidente Fernando Henrique Cardoso de añadir propuestas de

99. «Centros educativos darán a conocer cultura del negro», La Nación (San José,
27 de octubre de 1980, 8ª); «Día del negro costarricense», La República (San José, 31 de
agosto de 1983); Purcell, Banana Fallout, 162. En el año 2000 Panamá estableció un Día
de la Etnia Negra similar, a celebrar el 31 de mayo. Corinealdi, «Black Organizing», 98-
102.
100. Davis, «Postscript», 362-369. La comunicación transnacional entre las organi-
zaciones negras fue enormemente facilitada por el surgimiento de Internet y el correo
electrónico en la década de 1990. Para una introducción a los recursos en Internet sobre
Afro-Latinoamérica, ver la página web de la diáspora africana en el Latin American
Network Information Center, <http://lanic.utexas.edu/la/region/african> (20 de junio
de 2002).
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302 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

acción afirmativa al Programa Nacional de Derechos Humanos. Un


informe similar de la ONU para Uruguay en 1999 llevó a la adminis-
tración del presidente Jorge Batlle a reconocer oficialmente la existen-
cia de discriminación racial en ese país y, como en Brasil, a proponer
medidas de acción afirmativa para combatirla. En 2001 la Conferencia
Mundial contra el Racismo de Durban (Sudáfrica), renovó las fuerzas
de las organizaciones negras de la región, y colocó más presión sobre
sus gobiernos nacionales. En Brasil, la administración de Cardoso
creó el Consejo Nacional para Combatir la Discriminación, e imple-
mentó programas de acción afirmativa en los Ministerios de Desarro-
llo Agrario, Justicia y Relaciones Exteriores. En Panamá, el Congreso
aprobó un estatuto federal antidiscriminatorio101.
Estas propuestas y concesiones gubernamentales denotan el inicio
de un auténtico «cambio de paradigma» en cómo los latinoamericanos
piensan los temas raciales. Los intelectuales de la democracia racial en
las décadas de 1930 y 1940 aseguraron a sus conciudadanos que Amé-
rica Latina era racialmente igualitaria, y que estaba libre de los prejui-
cios y la discriminación que desfiguraban la vida social en Estados
Unidos. Durante muchas décadas los latinoamericanos, incluyendo a
muchos latinoamericanos negros y mulatos, habían creído y aceptado
este mensaje. Pero a medida que la evidencia que lo refutaba se acu-
mulaba en la vida de los afrolatinoamericanos, estos finalmente exigie-
ron que las sociedades de la región reconocieran que la democracia
racial era en realidad un mito102.
En Brasil, Colombia, Costa Rica y Panamá, los activistas negros
tuvieron éxito en obligar a sus sociedades a reconocer la existencia de
racismo y discriminación anti-negros, y a empezar al menos a actuar
contra estos problemas sociales. Donde este proceso está más avanza-
do es en Brasil, como se pudo ver durante las conmemoraciones por el

101. «ONU denuncia discriminação racial no país», Correio da Bahia (30 de abril de
1996); «Comité de la ONU señala omisiones del gobierno uruguayo», Brecha (1 de octu-
bre de 1999); Organizaciones Mundo Afro, Racismo, 10; <http://www.mj.gov.br/
sedh/Cncd/index.htm> (16 de octubre de 2002); Corinealdi, «Black Organizing», 108, 112.
102. Para trabajos de activistas afrolatinoamericanos que señalan esta cuestión, ver
Santos, O que é o racismo; Nascimento, Genocídio do negro; Moura, O negro; Smith-
Córdoba, Cultura negra; Mosquera, Comunidades negras; Montañez, Racismo oculto;
Duncan y Powell, Teoría y práctica; Moore, Castro, the Blacks; Barrow, No me pidas;
Rodríguez, Historia de los afrouruguayos y Racismo y derechos humanos; Guimarães y
Huntley, Tirando a máscara.
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EMPARDECIENDO Y ENNEGRECIENDO, 1930-2000 303

centenario de la abolición, en 1988. A un nivel sin precedentes en la


historia de América Latina, funcionarios del Estado, universidades, la
prensa nacional y la Iglesia católica reconocieron la existencia de des-
igualdades raciales en la sociedad brasileña, y se posicionaron a favor
de adoptar medidas que pusieran a la población afrobrasileña al mis-
mo nivel socioeconómico que la población blanca. Una ley antidiscri-
minatoria bastante reforzada fue añadida a la Constitución de 1988, y
se aprobaron leyes locales en Río de Janeiro, São Paulo, Salvador y
otros estados. Una nueva agencia federal, la Fundación Palmares, fue
creada para canalizar recursos federales hacia la población negra, e ins-
tituciones similares emergieron en muchos estados y municipios. En
1996, como parte de su Programa Nacional de Derechos Humanos, el
presidente Cardoso propuso la implementación de «políticas com-
pensatorias para la promoción social y económica de la comunidad
negra», incluyendo «discriminación positiva» y «acciones afirmati-
vas» dirigidas a incrementar el acceso negro a la educación y el
empleo. Aunque estas propuestas nunca fueron aprobadas por el
Congreso, en 2001 algunas agencias gubernamentales, universidades y
empresas privadas empezaron a instituir sus propios programas de
acción afirmativa al reservar posiciones para estudiantes y empleados
negros103.
Pero lo cierto es que si bien Brasil constituye el caso más notable de
intento de reparación de los problemas raciales, también muestra a la
vez las limitaciones de estos esfuerzos. La ley anti-discriminación de
1988 generó una ola de casos en los tribunales, pero hasta 1995 las sen-
tencias que la aplicaban podían «contarse con los dedos de una sola
mano»104. Los presupuestos y el personal con que contaba la Funda-
ción Palmares y otras agencias estatales y municipales dedicadas a
temas negros han resultado inadecuados para llevar a cabo sus objeti-
vos de manera eficiente, y aunque las propuestas del presidente Car-
doso de llevar a cabo «políticas compensatorias» fueron ampliamente
debatidas en la sociedad brasileña, e incluso adoptadas fragmentaria y

103. Andrews, Blacks and Whites, 218-233; Maggie, Catálogo; Contins, Visões da
abolição; Presidência da República, Programa Nacional, 29-31; Telles, Race in Another
America, 56-73; Htun, «From ‘Racial Democracy’».
104. «Racismo não vê a cor da condenação», Tribuna da Bahia (19 de octubre de 1995);
«A população negra precisa ser indenizada», Tribuna da Bahia (2 de agosto de 1995).
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304 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

puntualmente, la opinión pública siguió muy dividida en esta cues-


tión, tanto entre blancos como entre negros105.
Si éste fue el caso en Brasil, sede del más importante y mayor movi-
miento de Afro-Latinoamérica, ¿qué pasó en otros países en donde los
movimientos negros eran menores y menos exitosos? Como muchos
afrocostarricenses se han preguntado, ¿para qué sirve un Día del
Negro Costarricense si la cultura y la historia negras se ignoran los
otros 364 días del año? En Colombia, los activistas negros se enorgu-
llecen de la conquista de la protección institucional de las tierras ocu-
padas por comunidades negras (así como del impulso de la investiga-
ción y la enseñanza en historia y cultura negras a nivel federal), pero
temen que a medida que el desarrollo económico llegue a las tierras
costeras del Pacífico las leyes no se cumplan adecuadamente, y que las
familias negras pierdan así las tierras en las que han cazado y llevado a
cabo actividades agrarias y mineras durante varias generaciones106.
Además, en Venezuela, Ecuador, Perú y otros países, los activistas ni
siquiera pueden reclamar leyes o programas comparables a los insti-
tuidos en Brasil y Colombia.
Aunque los movimientos por los derechos civiles negros tuvieron
éxito en reformular los términos del pensamiento y el debate racial en
la región, en su mayor parte no alcanzaron los resultados, en términos
de políticas públicas, que buscaban obtener. Tampoco fueron capaces
de reducir significativamente las desigualdades, el prejuicio y la discri-
minación que pretendían eliminar. Estas derrotas pueden, a su vez,
vincularse a la incapacidad de los movimientos para movilizar a los
potenciales militantes negros y mulatos que decían representar, y esa
incapacidad es a su turno vinculable a las divisiones de género, raza y
—quizá la más importante de ellas— clase que dividen a esta potencial
militancia.
Aunque los movimientos negros incluyeron y recibieron con agrado
a las mujeres en sus filas, su liderato fue siempre avasalladoramente mas-
culino. Las mujeres eran apenas admitidas en posiciones de autoridad o
influencia y, como afirmaron muchas mujeres activistas, no se trataban
cuestiones que para las mujeres negras eran de una importancia funda-
mental: las desigualdades de género y las relaciones de poder en el seno

105. Telles y Bailey, «Políticas».


106. Escobar and Pedrosa, Pacífico.
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EMPARDECIENDO Y ENNEGRECIENDO, 1930-2000 305

de las familias negras; cuestiones de salud femenina; y, lo más importan-


te, la devastadora «triple discriminación» —clase, género y raza— que
casi todas las mujeres negras o mulatas afrontan. Crecientemente frus-
tradas por la falta de interés de las organizaciones de mayoría masculina
en afrontar estas cuestiones, en los ochenta y los noventa muchas muje-
res o se retiraron de los movimientos negros o crearon sus propias orga-
nizaciones a parte: Geledés, Casa Dandara, Nzinga y Criola en Brasil; la
Unión de Mujeres Negras de Venezuela; la Fundación Socio-Cultural
Afro-costarricense en Costa Rica; el Encuentro de Mujeres Negras en
Panamá; y otros. En paralelo a los congresos regionales de organizacio-
nes negras dominadas por hombres, estas organizaciones celebraron sus
propios Encuentros de la Mujer Negra a nivel internacional, en la Repú-
blica Dominicana en 1992 y Venezuela en 1993107.
La propia cuestión racial ha sido un segundo obstáculo que ha
impedido que los movimientos negros alcanzaran la audiencia que
buscaban. A finales del siglo XX la mayoría de los afrolatinoamerica-
nos se identificaban a sí mismos como personas de raza mixta, o inclu-
so como blancos, más que como negros. Los activistas afrolatinoame-
ricanos han insistido en que este escape de la negritud es algo
puramente ilusorio, y en que los pardos están tan sujetos al prejuicio
y la discriminación racial como los negros. En el caso de Brasil, esta
conclusión emergió de investigaciones estadísticas, que mostraron
que los mulatos eran sólo ligeramente menos vulnerables que los
negros a las desigualdades raciales en ingresos, éxito vocacional, espe-
ranza de vida y otros indicadores sociales108. Los activistas, en conse-
cuencia, reclamaron a la gente de color que rechazara las tentaciones
de la condición de mulato (y de blanco) y «asumiera», usando el tér-
mino brasileño, su identidad de negro.
Miles de afrodescendientes optaron por dar el gran paso de unirse
a los movimientos negros, pero decenas de millones no lo hicieron.
Unirse a ellos requería la decisión de aceptar la condición de ser negro,
a menudo algo doloroso. Además, movilizarse por los derechos civi-

107. Carneiro, «Black Women’s Identity»; Casa Dandara, Triunfo da ideologia;


Ugueto, «Identidad cultural»; «En busca de identidad cultural», Panorama Internacio-
nal (Panamá, 3 de agosto de 1992, 32-33); Rojas, «Mujeres en movimiento»; Diagnosti-
co socioeconómico.
108. Ver por ejemplo Silva, «Black-White Income Differentials»; Silva, «Updating
the Cost»; Andrews, «Racial Inequality»; Lovell y Wood, «Skin Color».
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306 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

les y la igualdad racial requería confrontar y cuestionar la todavía


poderosa ideología de la democracia racial, que insistía en que tal
igualdad ya existía. De hecho, los críticos del movimiento negro argu-
mentaban que no eran los empresarios y las elites blancas los culpables
de racismo. En lugar de ello, al insistir en la primacía de las identida-
des raciales e incitar al antagonismo y el resentimiento entre negros y
blancos, eran los mismos activistas negros los verdaderos racistas.
El obstáculo final que ha obstruido el trabajo de los movimientos
negros han sido las divisiones de clase entre los activistas y aquellos a
quienes pretendían movilizar. En toda Afro-Latinoamérica, los acti-
vistas negros han tendido a ser o bien de un entorno social de clase
media o bien individuos exitosos socialmente que han adquirido edu-
cación superior, en algunos casos universitaria. La militancia que han
buscado movilizar, sin embargo, ha sido mayoritariamente pobre y de
clase obrera. Los prejuicios y la discriminación que los activistas de
clase media han sentido casi a diario eran mucho menos relevantes en
las vidas de los negros y mulatos de clase baja, para los que las cues-
tiones inmediatas de la supervivencia —alimentación, trabajo, asisten-
cia sanitaria, delincuencia, transporte, vivienda, agua y electricidad—
eran mucho más acuciantes. Un discurso abstracto acerca de la necesi-
dad de combatir el racismo y aceptar su identidad negra era poco útil
o interesante para los negros pobres. Lo que ellos necesitan es asisten-
cia con los problemas acuciantes de su vida diaria, y con el tiempo han
aprendido que las fuentes más viables para obtener tal asistencia no
son los débiles movimientos contra hegemónicos, sino las potentes
autoridades establecidas —las elites locales, los partidos y los políti-
cos, la Iglesia católica, los sindicatos—quienes pueden proporcionar
los beneficios concretos del patronaje, a cambio de lealtad y apoyo109.
Los movimientos negros no podían proporcionar protección o bene-
ficios comparables a los de las instituciones o los individuos podero-
sos. En cualquier caso, al poner en riesgo sus vínculos con patrones
poderosos, unirse o apoyar a los movimientos negros tenía el poten-
cial de empeorar en la práctica la situación de los afrodescendientes de
clase baja, más que de mejorarla.

109. Sobre la importancia de las relaciones de clientelismo y patronaje para los


pobres y la clase trabajadora negra, ver Scheper-Hughes, Death Without Weeping, 108-
127; Whitten, Black Frontiersmen, 163-166; Altez, Participación popular, 51-59.
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EMPARDECIENDO Y ENNEGRECIENDO, 1930-2000 307

Por todas estas razones, el público de negros y mulatos pobres y


trabajadores al que las organizaciones negras se han dirigido declinó
mayoritariamente unirse o apoyar a los movimientos negros. En su
lugar, los afrodescendientes han continuado utilizando estrategias de
supervivencia y ascenso social basadas en la familia o el individuo,
como en los siglos pasados. Cuando han actuado colectivamente en
movimientos o asociaciones, éstas se han basado más a menudo en
categorías de clase (sindicatos, partidos políticos), de lugar de residen-
cia (asociaciones barriales o comunitarias) o de credo (organizaciones
y movimientos religiosos) que en categorías raciales.
Lejos de haber sido un proceso negativo, esta preferencia por for-
mas de organización no racial o multirracial es perfectamente cohe-
rente con la larga experiencia histórica de los afrolatinoamericanos y
con las condiciones políticas y económicas actuales. Los afrodescen-
dientes han conseguido impactos más importantes en la política, la
economía y la sociedad de la región, y han conquistado más en térmi-
nos de reformas sociales, políticas y económicas cuando han actuado
colectivamente, mediante coaliciones multirraciales, que cuando lo
han hecho con movimientos racialmente excluyentes. Los desafíos
actuales que los afrolatinoamericanos afrontan exigen estas coalicio-
nes en mayor medida que nunca, y las actuales condiciones políticas
ofrecen un marco inusualmente prometedor para crearlas.
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CAPÍTULO 6
H ACIA EL SIGLO XXI
Año 2000 y más allá

E
ste libro ha intentado mostrar cómo los afrolatinoamericanos
han respondido a los desafíos, los dilemas y las oportunidades
que los procesos de desarrollo económico y político a gran esca-
la han creado. Al hacerlo, los afrodescendientes ayudaron a forjar una
historia de construcción de la nación y del Estado, de democratización
y de reforma social y política que transformó la vida en la región.
Cuando miramos al futuro, ¿qué nuevos desafíos afrontarán los afrola-
tinoamericanos? Y sobre la base de su experiencia en los dos siglos
pasados, ¿cuáles pueden ser las respuestas posibles a esos desafíos, tan-
to individuales como colectivas?

EL DESAFÍO ECONÓMICO: NEOLIBERALISMO

Desde la década de 1930 hasta la de 1980, los gobiernos latinoameri-


canos ejecutaron políticas y programas que otorgaban a las administra-
ciones del Estado un papel fundamental en el planeamiento y la gestión
del crecimiento económico. En los ochenta, esas políticas y programas
entraron en un período de descomposición y crisis. El crecimiento guia-
do por el Estado había alcanzado sus límites, afirmaba una nueva gene-
ración de economistas y administradores públicos. Había endosado a
las sociedades de la región una deuda pública y privada enorme, hiper-
trofiado a las burocracias estatales y hecho crecer a empresas ineficien-
tes subsidiadas o de propiedad estatal, lo que produjo un estancamiento
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310 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

económico. La única esperanza de la región, de acuerdo a estos críticos,


yacía en una drástica reducción del papel del Estado en la economía, y
en la imposición de reformas neoliberales de libre mercado promovidas
por el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y otros gran-
des organismos de crédito. Durante los ochenta y los noventa estas
reformas se implementaron en todos los países de la región en mayor o
menor medida, incluyendo a la Cuba socialista. Produjeron el creci-
miento de la inversión extranjera y el re-emprendimiento de un creci-
miento económico moderado en los noventa, después de la «década
perdida» de los ochenta. Asumiendo, como hacen estos inversores, que
el crecimiento continuará en el siglo actual, ¿cuál es su impacto proba-
ble sobre los pueblos de Afro-Latinoamérica1?
Como hemos visto en el transcurso de este libro, el impacto varia-
rá según el segmento de la población negra del que hablemos. Las con-
secuencias del crecimiento serán más bien duras para los campesinos y
pequeños propietarios negros quienes, en una repetición de la expe-
riencia del boom exportador, afronten la pérdida de sus tierras frente a
grandes empresas, altamente capitalizadas y más «eficientes». Los
campesinos que retienen sus tierras tienen la opción de combinar las
actividades de subsistencia con estrategias «proletarias» de supervi-
vencia. Una vez perdidas sus tierras, las familias campesinas pierden
esa flexibilidad, a menudo con resultados desastrosos: el trabajo asala-
riado se convierte en la única fuente de ingresos y debe ser aceptado,
sin importar lo bajo que sea el salario.
Especialmente en regiones en donde un gran número de campesi-
nos han sido despojados de sus tierras y lanzados al mercado de tra-
bajo, los salarios pueden ser realmente bajos. Éste ha sido el caso, por
ejemplo, del Nordeste brasileño, donde la renovada expansión de la
industria azucarera en los setenta y los ochenta «significó el fin de un
campesinado semiautónomo que vivía en los intersticios de la socie-
dad de plantación», o el del valle del Cauca, en Colombia, donde las
plantaciones azucareras se expandieron en los sesenta y setenta a
expensas de los campesinos y los pequeños propietarios negros. La
presión del gobierno y las agencias de la ayuda internacional para

1. Sobre la «revolución neoliberal», ver Thorp, Progress, Poverty, 241-273. Sobre el


crecimiento producido por esas reformas, ver Stallings y Peres, Growth, Employment,
72-109.
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AÑO 2000 Y MÁS ALLÁ 311

hacer un uso más productivo de la tierra y transformar la agricultura


de subsistencia en producción comercial de soja produjo un perjuicio
todavía mayor para los pequeños propietarios del Cauca. Los granje-
ros que siguieron sus consejos tuvieron que pedir grandes sumas de
dinero en forma de crédito para comprar las semillas, la maquinaria,
los fertilizantes y los pesticidas requeridos para sembrar el nuevo cul-
tivo. Intensamente endeudados, y desconocedores de las técnicas del
cultivo de la soja, muchos perdieron sus propiedades y se unieron a la
población flotante de trabajadores sin tierras que viven en los peque-
ños pueblos de las zonas azucareras. Como en el Nordeste brasileño,
el hambre, la malnutrición y el alcoholismo son epidémicos2.
La agricultura capitalista no es la única fuerza que amenaza la posi-
ción del campesinado negro. En la costa pacífica de Colombia y Ecua-
dor las compañías madereras y mineras han tomado tierras de selva
que han sido el sustento de algunas familias negras durante generacio-
nes. Este proceso está muy avanzado en la provincia ecuatoriana de
Esmeraldas, en donde las compañías madereras entraron por primera
vez en la región en los sesenta. Las tierras que desmataron fueron
transformadas en granjas y plantaciones por los «colonos» blancos y
mestizos de la sierra. Los comerciantes y hombres de negocios blan-
cos con un mejor acceso al crédito y al capital que también vinieron de
la sierra para montar negocios y comercios pronto desplazaron a sus
competidores negros locales. En la región colombiana del Chocó, las
compañías mineras y madereras no han penetrado aún tan profunda-
mente en las selvas. Sin embargo, en años recientes el gobierno colom-
biano ha propuesto una serie de proyectos infraestructurales para
abrir la región al desarrollo que incluyen nuevas autopistas, instala-
ciones portuarias, y el ensanche y canalización de uno de los ríos de la
región para crear una vía fluvial de comunicación entre el océano Pací-
fico y el mar Caribe. Estos planes, de llevarse a la práctica, allanarán el
camino para una entrada masiva de nuevas actividades económicas al
Chocó, y una probable repetición de los eventos de Esmeraldas3.

2. Cita de Scheper-Hughes, Death Without Weeping, 45; ver también Pereira, End
of the Peasantry, 39-55. Sobre el valle del Cauca, ver Mina, Esclavitud y libertad, 99-
154; Friedemann y Arocha, De sol a sol, 208-228. «Al menos la mitad de los hijos de los
corteros... mostraban signos de malnutrición», 227.
3. Whitten, Black Frontiersmen, 185-200; Escobar y Pedrosa, Pacífico; Arocha,
«Inclusion of Afro-Colombians».
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312 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

En las costas caribeñas de Colombia, Venezuela y Costa Rica, la


industria turística es la principal fuerza económica en la expulsión de
los campesinos de sus tierras. A primera vista, el turismo puede ser un
regalo divino para las regiones rurales deprimidas, porque permite a
los campesinos vender sus tierras a precios relativamente altos para
luego trabajar en los hoteles, restaurantes y otras actividades del sec-
tor terciario destinadas al turismo. Pero como pronto se pone de
manifiesto, el turismo exige un precio muy alto a las localidades que
dependen de él. La sobre construcción y la construcción deficiente-
mente planeada han provocado serios daños medioambientales en
algunas partes de la costa de Colombia y Venezuela. Los empleos
generados por el turismo son en su mayor parte de baja cualificación
y nivel salarial, y no son suficientes para cubrir el alto coste de la vida
en las zonas turísticas. Pueden obtenerse mayores ingresos mediante
la prostitución o el tráfico de drogas, pero con consecuencias desas-
trosas para la familia y la vida comunitaria negra4.
En la larga historia del capitalismo, el proceso de transición de la
economía de subsistencia a la economía de mercado ha sido una expe-
riencia dura y dolorosa. La mayoría de los afrolatinoamericanos ya la
han completado, pero muchos permanecen en el sector de la subsis-
tencia y están a punto de ser catapultados al mercado de mano de obra
asalariada. Una vez en él, es probable que estén en los niveles más
bajos y que permanezcan allí, debido tanto a su propia falta de prepa-
ración y educación, como a las constricciones raciales que mantienen
a los trabajadores negros en los trabajos más simples y peor pagados.
De hecho, como observaba el antropólogo Norman Whitten después
de habar visto el proceso de despojo de las familias negras en las tierras
tropicales de Ecuador y Colombia, «me di cuenta con claridad de que
cuanto más próspera es un área, mayor la concentración de los negros
en las zonas de pobreza». «La desposesión de los negros», concluía,
no tuvo lugar a pesar del crecimiento y el desarrollo económico, sino
por causa de él5.

4. Sobre los impactos del turismo en las comunidades afrolatinoamericanas, ver


Palmer, «Wa’apin man», 309-350; Gallardo, «Colonización educativa»; Wright, Café
con Leche, 129; Pérez, «Llamado entre los pueblos».
5. Whitten, Black Frontiersmen, xiii, 191.
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AÑO 2000 Y MÁS ALLÁ 313

En un esfuerzo por parar o ralentizar esas transformaciones, los


activistas negros de Brasil, Colombia, Costa Rica, Ecuador y Vene-
zuela han reclamado la protección por parte del Estado de las comu-
nidades campesinas negras. Esta protección se incluyó en la Constitu-
ción colombiana de 1991, y en Brasil la Fundación Cultural Palmares
ha ayudado a un buen número de comunidades campesinas descen-
dientes de quilombos a obtener títulos colectivos de propiedad de sus
tierras. Pero incluso contando con una legislación protectora y un
título legal en sus manos, esas comunidades sufren invasiones periódi-
cas por parte de ocupantes, terratenientes en busca de pasto para sus
ganados, compañías madereras y mineras y, en el caso de Colombia,
fuerzas guerrilleras y paramilitares. En comunidades sin tales protec-
ciones, como es el caso de la mayoría de ellas, sus perspectivas de futu-
ro son todavía más sombrías6.
¿Qué hay del impacto del neoliberalismo en los afrolatinoamerica-
nos que ya son parte del mercado de mano de obra? Esos individuos
necesitan exactamente lo que el neoliberalismo proclama que ofrece:
crecimiento y desarrollo económico sostenido, con más empleo,
ingresos y bienestar material para todos. El crecimiento económico
guiado por el estado en Latinoamérica después de la Segunda Guerra
Mundial expandió considerablemente el tamaño de la mano de obra
negra de cuello azul y de cuello blanco; presumiblemente, el creci-
miento continuado en el siglo presente seguirá impulsando el proceso
de expansión e integración plena de la población afrodescendiente en
la economía capitalista. No obstante, aunque el crecimiento anticipa-
do por los expertos neoliberales tenga lugar, es probable que negros y
mulatos no se beneficien de él en la misma medida que los blancos. En
ninguna parte del mundo la política económica liberal ha tenido éxito
hasta ahora en reducir los niveles de desigualdad de clase, si la medi-

6. Arocha, «Inclusion of Afro-Colombians», 83-84; Carvalho, Quilombo do Rio das


Rãs, 185-190; «Exploração de bauxita ameaça negro do Pará», Jornal do Brasil (11 de agos-
to de 1991); «Invasor ameaça antigo quilombo em Goiás», Folha de S. Paulo (27 de agosto
de 1995, 17); «Former Slave Havens in Brazil Gaining Rights», New York Times (23 de ene-
ro de 2001, A1, A4). El 2 de mayo de 2002, en la población negra de Bojayá, en el Chocó,
guerrillas de izquierdas y paramilitares de derechas perpetraron la peor masacre de civiles
que se ha producido en Colombia en sus cuarenta años de guerra civil. «More than 100
killed by FARC», Latin American Weekly Report (7 de mayo de 2002, 205); «Colombian
War Brings Carnage to Village Altar», New York Times (9 de mayo de 2002, A1, A15).
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314 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

mos como riqueza e ingresos. En Estados Unidos, por ejemplo, estas


desigualdades son mayores hoy, después de dos décadas de políticas
neoliberales, de lo que eran en 19807. Y lo mismo pasa en América
Latina, donde las desigualdades de riqueza e ingresos son las mayores
del mundo8.
Esta distribución tan agudamente deficiente de la riqueza en la
región limita severamente las oportunidades para los afrodescendien-
tes, desproporcionadamente concentrados entre los pobres y la clase
trabajadora. Las tradicionales barreras raciales que contribuyen a
mantener a los trabajadores negros en los sectores económicos de más
baja remuneración reducen todavía más su capacidad para beneficiar-
se del crecimiento económico. Estas barreras son visibles en todos los
países, incluyendo Cuba. Después de la Revolución de 1959, el
gobierno cubano impuso un control total sobre la contratación, y al
hacerlo eliminó casi completamente las diferencias raciales en la con-
tratación y la promoción. Con el colapso de la Unión Soviética en
1991 y el fin de la ayuda que este país proporcionaba, el gobierno
cubano se vio forzado a abrir la isla a la inversión privada extranjera y
a permitir el funcionamiento de un mercado libre de bienes y servicios
semi-legal y semi-clandestino. Las áreas más lucrativas de ese merca-
do libre son de lejos las más conectadas al turismo, tanto por la fuerte
demanda de servicios de los turistas como por las oportunidades de
ganar dólares americanos (el peso cubano es una moneda casi sin valor
de cambio). Los afrocubanos se han visto sistemáticamente excluidos
del empleo en el creciente sector turístico. La misma «buena presen-
cia» que se cita habitualmente en el resto de Afro-Latinoamérica
como prerrequisito para empleos que implican contacto directo con el
público también se invoca ahora en Cuba. Un ejecutivo blanco de la
industria turística informa de que «no existe una política expresa que
plantee que hay que ser blanco para trabajar en el turismo, pero sí está
establecido que hay que tener un porte y un aspecto agradable y los
negros no lo tienen». Un informante negro coincide con él. «Las

7. Wolff, Top Heavy; Hacker, Money; Galbraith, Created Unequal; Phillips,


Wealth and Democracy.
8 Inter-American Development Bank, Facing Up to Inequality, 11-29; Portes y
Hoffman, «Latin American Class Structures»; Hoffman y Centeno, «Lopsided Conti-
nent».
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AÑO 2000 Y MÁS ALLÁ 315

empresas de turismo parecen empresas de África del Sur en los tiem-


pos de Peter Bota [Apartheid]; tú vas allí y todos son blancos y yo me
digo: ¿dónde estoy, en Holanda?». En un estudio realizado en Cuba
en 1994, un 40% de blancos y un 41% de negros estaban de acuerdo
con la afirmación de que los negros no tienen las mismas oportunida-
des que los blancos para trabajar en el sector turístico. Además, el
71% de blancos y el 79% de negros estaban de acuerdo en que «los
prejuicios son rampantes» en la isla9.
Entre 1959 y 1991, las políticas económicas y sociales en Cuba casi
acabaron con las desigualdades de clase, y al hacerlo estuvieron muy
cerca de eliminar también las desigualdades raciales. Hoy en día, en el
«período especial» que siguió al colapso del bloque soviético, el régi-
men de Castro se ha visto obligado a renunciar parcialmente a su com-
promiso con la igualdad social y permitir el funcionamiento abierto de
una economía de mercado. En la competición resultante para acceder
a las oportunidades creadas por esa economía emergente, la solidari-
dad racial blanca y las barreras excluyentes mediante las que los blan-
cos mantienen su posición preferente han resurgido en Cuba.
El resurgimiento no se limita a Cuba. Durante los noventa, algunos
periodistas informaron sobre la formación de bandas de skinheads en
Brasil, Colombia, Uruguay y Venezuela. Compuestas por jóvenes
blancos de clase media y media-alta, estas bandas han atacado y oca-
sionalmente asesinado negros y otros no-blancos que se aventuraron
a ir a barrios, restaurantes y clubes de noche de gente pudiente, donde
dichos jóvenes pensaban que los no-blancos estaban fuera de lugar10.
En el Nordeste de Brasil, la antropóloga Nancy Scheper-Hughes des-

9. Duharte Jiménez y Santos García, «Cuba y el fantasma», 211; De la Fuente y


Glasco, «‘Are Blacks ‘Getting Out of Control’?», 62; de la Fuente, «Recreating
Racism», 6-9.
10. «Violencia está preocupando os negros de SP», Correio da Bahia (5 de abril de
1993); Maio, «Negros e judeus»; «Defensor del Pueblo pide vigilar a ‘banda de rapa-
dos’», El Tiempo (Bogotá, 25 de junio de 1993, 5D); «Orden a cualquier costo», Lectu-
ras Dominicales (Bogotá, 25 de julio de 1993, 6-7); «Los nazis están aquí», La Repúbli-
ca (Montevideo, 22 de junio de 1998, 3); «La ola: Apartheid en Mercedes», Dominical
(Caracas, 15 de mayo de 1994, 6-8); «Congreso investigará discriminación racial en
locales nocturnos», El Universal (Caracas, 4 de junio de 1994, 13). En São Paulo, estos
ataques llevaron a la creación de una jefatura y una unidad especial de policía dedicadas
a investigar crímenes motivados por problemas raciales. «SP já tem delegacia contra cri-
mes raciais», Correio da Bahia (8 de junio de 1993).
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316 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

cubrió entre los blancos de clase media una creciente tendencia «de
expresar... sentimientos racistas que previamente no estaban permiti-
dos, al menos públicamente... Los chistes salvajemente racistas abun-
dan», hasta el punto de incluir «juguetonas» propuestas para la elimi-
nación masiva de la población negra del país. En Venezuela, el
antropólogo Alfredo Chacón observó que «el racismo... siempre ha
tenido amplia presencia... hoy en día [1998] la tiene en forma mucho
más general y normalizada: en los [últimos] quince años... las marcas
del racismo entre nosotros si han variado es para hacerse más acepta-
bles, inconscientes y normales»11.
La esencia del neoliberalismo, y del capitalismo en su forma
«pura», es la competición: competición por el capital, por los merca-
dos y por el empleo. A medida que las sociedades de Afro-Latinoa-
mérica se sumergen en las turbulentas corrientes del desarrollo capita-
lista en el siglo XXI, sus miembros se sorprenden a sí mismos luchando
desesperadamente por avanzar o simplemente por mantenerse a flote,
usando cualquier recurso que puedan movilizar. Como siempre la
raza es, para los blancos, uno de los más potentes de estos recursos.
Poco puede sorprender, pues, que su fuerza social y su importancia
sigan igual de intensas en un período de fluidez, inestabilidad y, en
muchos países, crisis, o que continúe obstruyendo el avance y la igual-
dad para los pueblos afrodescendientes de la región.
Este momento de conflicto racial sostenido parece augurar un
resurgimiento de los movimientos negros de los setenta y los ochenta.
De hecho, en la mayoría de países de la región el activismo racial
siguió en marcha durante los noventa. En Venezuela los representan-
tes de las comunidades campesinas negras se reunieron en Barlovento
en 1994 para el primer Congreso de los Pueblos Afro-Venezolanos.
En Ecuador y Colombia, algunas organizaciones comunitarias conti-
nuaron formándose y reivindicando la protección de las comunidades
negras. Incluso en Cuba, a pesar de las restricciones del gobierno
sobre las movilizaciones políticas fuera del Partido Comunista, una
nueva organización negra, la Cofradía de la Negritud, se formó en La
Habana en 199912.

11. Scheper-Hughes, Death Without Weeping, 92-93; Alfredo Chacón, «La Piel
que nos separa», El Universal (Caracas, 20 de septiembre de 1998).
12. Pérez, «Llamado entre los pueblos»; De la Fuente, Nation for All, 332-333.
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AÑO 2000 Y MÁS ALLÁ 317

En Brasil múltiples organizaciones, tanto viejas (de los setenta)


como nuevas (de los ochenta y noventa) exploraron nuevas estrategias
y enfoques para mejorar la posición de la población negra y reducir las
desigualdades raciales. En uno de los límites del espectro social, orga-
nizaciones como el Centro de Articulação de Populações Marginali-
zadas (CEAP) de Río de Janeiro y los blocos afros de Salvador adopta-
ron la causa de los niños de la calle negros (y blancos), trabajando para
proporcionarles comida, cobijo y oportunidades educacionales. En el
otro límite, el de la clase media, los estudiantes universitarios de Sal-
vador crearon un programa para ayudar a los aspirantes negros a lle-
gar a la universidad mediante los exámenes de acceso; en São Paulo,
los estudiantes se movilizaron para demandar medidas de acción afir-
mativa en el acceso de los afrobrasileños a la universidad. En noviem-
bre de 1995, en el 300 aniversario de la destrucción del quilombo de
Palmares, las organizaciones negras congregaron a miles de militantes
para marchar sobre Brasilia, a reivindicar mejores programas sociales
y educativos para los pobres, el cumplimiento real de la legislación
federal anti-discriminación y programas de acción afirmativa en la
educación y el empleo. Unos meses después, el Presidente Cardoso
nombró un grupo de representantes negros de varios ministerios y de
organizaciones negras para diseñar las propuestas de acción afirmati-
va que su administración incorporaría a su Programa Nacional de
Derechos Humanos13. En Panamá, las organizaciones negras alcanza-
ron conquistas similares con la aprobación por parte del congreso de
un Día de la Etnia Negra (2000), la creación de una oficina municipal
anti-discriminación en Ciudad de Panamá (2001) y la aprobación de
una ley nacional anti-discriminación (2002)14.
A pesar de estas conquistas, hasta los setenta y los ochenta sólo una
minoría de afrolatinoamericanos había optado por participar en los
movimientos de base racial. Y la cantidad de participantes puede haber
declinado en los noventa, por varios motivos. Primero, las limitacio-
nes claras y la debilidad manifiesta de los movimientos de base racial,
ampliamente probadas en los ochenta, ofrecen pocos incentivos para

13. «Igualdade desigual», Veja (11 de mayo de 1996); «A Racial “Democracy”


Begins Painful Debate on Affirmative Action», Wall Street Journal (6 de agosto de
1996); Marcha Zumbi.
14. Corinealdi, «Black Organizing», 94-108.
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318 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

unirse a estos movimientos. Segundo, a pesar de la continuación y la


posible intensificación de las barreras raciales para la ascensión social
negra, millones de afrolatinoamericanos han tenido algo de éxito,
mediante un tremendo esfuerzo, en superar esas barreras y acceder a
la clase media. Su ejemplo sugiere a otros millones de negros y mula-
tos que el camino más factible para avanzar socialmente no es la movi-
lización colectiva, sino la perseverancia y el esfuerzo individual.
Más que participar en movimientos raciales, sugiere un hombre de
negocios afrobrasileño, «la mejor forma de militar como negro es tener
éxito» en los negocios o la profesión de cada uno15. Como en cualquier
grupo en ascenso social, los afrolatinoamericanos que consiguen sus
metas quieren disfrutar de ellas. A medida que la clase media negra se
expande, los miembros de ella que quieren expresar su negritud han ten-
dido a hacerlo no a través de la acción política, sino mediante los place-
res del consumo: más específicamente, el consumo de ropa, música, esti-
los de peinado y arte black (especialmente en Brasil, la palabra en inglés
es frecuentemente utilizada)16. Este énfasis en los logros y el consumo
individual, perfectamente compatible con el cariz neoliberal de los
tiempos que corren, halló su máxima expresión con el lanzamiento del
magacín Raça Brasil en 1996. Además de ser la primera publicación de
amplia difusión creada exclusivamente para un público afrobrasileño, el
magacín fue concebido en respuesta a algunos estudios de mercado que
mostraban que un 10% de familias afrobrasileñas debían de tener unos
ingresos domésticos de 16.800 US$ anuales o más, y que, en palabras de
Roberto Melo, el editor en jefe del magacín, «el negro es un consumidor
voraz. Gasta, por ejemplo, más dinero en ropa que los blancos, porque
necesita manifestar su condición social... El negro quiere verse a sí mis-
mo como alguien chic, exitoso, rico». El magacín intentó proporcionar
esta imagen, con reportajes y fotos de ropa, estilo de vida, música y per-
sonajes negros famosos. Esta fórmula encontró su mercado y alcanzó
rápidamente el cuarto de millón de copias vendidas por número, un
indicador claro para las empresas publicitarias y editoriales del país de
que allí existe una nueva audiencia en potencia17.

15. «Visivelmente negros», O Globo (Río de Janeiro, 1 de febrero de 1997).


16. «Negros trocam militância por nova identidade», O Estado de S. Paulo (São
Paulo, 12 de noviembre de 1991).
17. Citas de «“O negro é um consumidor voraz”», Jornal da Tarde (São Paulo, 13
de octubre de 1996). Sobre el impacto del magacín, ver Questões de Raça 7 (enero-
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AÑO 2000 Y MÁS ALLÁ 319

Para los negros, tanto como para los blancos, el consumo, y no la


movilización, es el rasgo definitorio de la era neoliberal. A medida que
los problemas sociales y económicos del neoliberalismo se hacen más
visibles es improbable, pienso yo, que se produzca un resurgimiento
de la movilización política negra definida racialmente en la región, si
bien esto podría cambiar en el futuro. Y esto es porque, mientras que
las condiciones económicas y sociales del neoliberalismo pueden
representar un desafío muy difícil para los afrolatinoamericanos, sus
condiciones políticas ofrecen oportunidades excepcionalmente pro-
metedoras para que ellos puedan forjar coaliciones multirraciales
como las que, en los últimos doscientos años, han hecho avanzar la
evolución política de la región.

EL DESAFÍO POLÍTICO: DEMOCRACIA

Junto al surgimiento de la política económica neoliberal, no sólo en


Afro-Latinoamérica sino por todo el mundo, se ha dado una expan-
sión y una profundización de la democracia electoral. Históricamen-
te, en Afro-Latinoamérica, la democracia multipartidista ha resultado
ser el sistema político más abierto a la participación y la iniciativa
negra. Esto fue lo que sucedió con los primeros regímenes republica-
nos del siglo XIX y con las democracias populistas del XX. Conforme la
democracia electoral continuó extendiendo su predominio en la
región en las décadas de 1980 y 1990, los partidos y movimientos se
han abierto progresivamente más a la participación negra, no sólo en
la base sino también en la cúpula.
En Brasil, que volvió a tener un gobierno civil en 1985, después de
una dictadura militar de 21 años, se ha dado un flujo constante de
«hechos sin precedentes», en palabras de la mayor revista de actualidad
del país, a medida que algunos candidatos afrobrasileños accedieron a

febrero 1997); «Among Glossy Blondes, a Showcase for Brazil’s Black Faces», New
York Times (18 de octubre de 1996). La cifra de un 10% de familias afrobrasileñas con
ingresos domésticos de 16.800 US$ o más deriva en apariencia del estudio de 1995 del
diario Folha de S. Paulo sobre actitudes raciales en Brasil. Turra y Venturi, Racismo cor-
dial, 92. Esta cifra exageraba dramáticamente el nivel de ingresos de la población negra.
De acuerdo a la encuesta nacional de hogares de 1987, sólo el 7% de familias negras y
mulatas ganaba 5.000 US$ o más por año. IBGE, PNAD 1987, Vol. 1, 103.
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320 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

altos puestos administrativos. En 1990, por primera vez en la historia de


Brasil, 3 (de un total de 27) gobernadores estatales elegidos ese año eran
negros (João Alves, Albuino Azeredo y Alceu Collares); en 1994, dos
senadoras también lo eran (Benedita da Silva y Marina Silva); en 1996
salió elegido el primer alcalde negro (Celso Pitta) de la mayor ciudad del
país, São Paulo; y también en 1996, el durante largo tiempo activista
negro Abdias do Nascimento se unió a Benedita da Silva como segundo
senador negro en Río de Janeiro, haciendo que la representación de ese
estado en el senado fuera mayoritariamente afrobrasileña (cada estado
elige tres senadores). Los afrobrasileños siguieron pésimamente repre-
sentados en el congreso en su conjunto: en 1999, sólo el 3% de los legis-
ladores eran negros o mulatos, en un país donde casi la mitad de la
población es afrobrasileña. Sin embargo, incluso ese porcentaje tan
mínimo representaba un incremento de casi cuatro veces sobre el de
1987, cuando el congreso tenía sólo cinco miembros afrobrasileños18.

Figura 6.1. La senadora Benedita da Silva, ca. 2000. Crédito: Agencia Brasil.

18. «Negros no governo», Veja (5 de diciembre de 1990, 40-41); «Histórias exem-


plares», Veja (19 de octubre de 1994, 40-42); Questões de Raça 8 (marzo-abril de 1997);
Johnson, «Racial Representation».
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AÑO 2000 Y MÁS ALLÁ 321

Los políticos afrobrasileños han avanzado también a nivel local.


En la ciudad de Salvador, considerada por muchos como la capital de
Afro-Brasil, y donde el 80% de la población es de ascendencia africa-
na, los afrobrasileños nunca pasaron de ser más del 10 o el 11% de los
concejales de la ciudad durante los setenta y los ochenta. En 1992, los
candidatos negros y mulatos ganaron 15 de los 35 escaños del consejo
municipal, todavía por debajo de la mayoría, pero cuatro veces más
que su representación anterior19.
Estos avances en el liderato político negro tampoco se han limitado a
Brasil. Después de haber sido alcalde de Santo Domingo, la capital de la
República Dominicana y su mayor ciudad, José Francisco Peña Gómez
fue nominado por su partido para la presidencia del país en 1990, 1994 y
1996. Es ampliamente aceptada la idea de que ganó las elecciones de
1994, los resultados de la cual fueron anulados e invalidados por el presi-
dente en el cargo, Joaquín Balaguer. Posteriormente, Peña Gómez per-
dió por muy poco las elecciones de 1996, debido en buena parte a una
serie de anuncios de la campaña electoral que no recalcaban su negritud,
sino su ascendencia haitiana. Aun así, el hecho de que un negro haitiano-
dominicano pudiera vencer el anti-haitianismo persistente hasta el pun-
to de llegar a ser un serio contendiente por la presidencia sugiere una sig-
nificativa «abertura» racial en la política dominicana20.
En Venezuela, la crisis económica permanente durante los noventa
erosionó intensamente el apoyo para los dos partidos políticos tradi-
cionales, Acción Democrática y COPEI. Este hecho abrió el camino
para el surgimiento de nuevas caras en la escena política, algunas de las
cuales eran afrovenezolanas. En Caracas, a principios de los noventa
Aristóbulo Istúriz (de la izquierdista Causa Radical) y Claudio Fer-
mín (AD) se disputaron la alcaldía en las primeras elecciones de la his-
toria de la ciudad en las que ambos contendientes eran negros. Des-
pués de la victoria de Istúriz, AD nominó en 1994 al «negro Claudio»
para ser el primer candidato presidencial negro21. Este intento por

19. Oliveira, Luta por um lugar.


20. Sagás, Race and Politics, 105-115, 138-140; Howard, Coloring the Nation, 161-
167, 175-180. Peña Gómez murió de cáncer en 1998, mientras se preparaba para pre-
sentarse de nuevo a la alcaldía de Santo Domingo. Las elecciones municipales fueron en
ese año ganadas por el cantante y político afrodominicano Johnny Ventura.
21. El líder de AD Rómulo Betancourt, presidente entre 1959 y 1964, era un mula-
to de piel clara. A uno de los fundadores y figura principal de AD, el también mulato
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322 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

recuperar la tradicional base electoral del partido no alcanzó su come-


tido, porque tanto Fermín como su rival de COPEI perdieron contra
un candidato independiente. Los dos partidos mayoritarios perdieron
de nuevo en 1998; esta vez el independiente ganador y nuevo presi-
dente fue el oficial militar populista y pardo Hugo Chávez, otra cara
decididamente nueva en la política venezolana22.
La democracia abierta y plena es de lejos el contexto más propicio
para la participación política negra23. También es el contexto más pro-
picio para la construcción de coaliciones multirraciales —movimien-
tos de independencia, partidos liberales, sindicatos, populismo—
mediante las que los afrolatinoamericanos han conseguido el mayor
impacto en la historia de la región. Asumiendo que la democracia elec-
toral seguirá siendo la norma en la región, sospecho que los afrolati-
noamericanos tenderán a movilizarse no mediante movimientos
racialmente definidos, sino a través de partidos, sindicatos y otras
organizaciones multirraciales de coalición. Al tomar parte en estas
coaliciones, continuarán contribuyendo a llevar a los países de la
región hacia la próxima etapa (o etapas) de aquello en lo que resulten
sus variadas trayectorias políticas.
Afirmar esto no significa decir que los movimientos basados en lo
racial dejarán de existir, o que deberían dejar de existir. Estos movi-
mientos han surgido en diferentes épocas en respuesta a condiciones
históricas específicas y necesidades sociales, políticas, culturales y
económicas. Los movimientos culturales negros —religiones, estilos
de música y danza, el carnaval y la capoeira— surgieron para propor-
cionar sistemas de sentido, solaz, ritmo y belleza que los africanos y

Luis Beltrán Prieto Figueroa, le fue denegada la nominación presidencial en 1968, tras
lo cual se marchó del partido. «AD membership spurns “cogollo” and picks “Black
Claudio” as candidate», Latin American Weekly Report (29 de abril de 1993, 181).
22. Gott, In the Shadow. Cuando los líderes empresariales intentaron sin éxito
derrocar a Chávez en un golpe de estado en 2002, sus bases obreras se manifestaron
solidariamente para apoyarlo, exponiendo «la profunda grieta racial y social en Vene-
zuela entre las clases medias y alta, que tienden a ser de piel clara, y la mayoría pobre [y
de piel oscura]». «Behind the Upheaval in Venezuela», New York Times (18 de abril de
2002, A8).
23. Como evidencia que indirectamente confirma este argumento, nótese el núme-
ro decreciente de altos cargos negros en el gobierno de Cuba durante el período en que
la proporción de candidatos y altos cargos electos negros se incrementaba en el resto de
la región. En 1986, el 28% del Comité Central del Partido Comunista era negro o
mulato; en 1991, el 16%, y en 1997, el 13%. De la Fuente, «Recreating Racism», 10.
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AÑO 2000 Y MÁS ALLÁ 323

sus descendientes no podían hallar, o no podían hacerlo de la misma


manera, en los códigos culturales importados de Europa. Y los movi-
mientos políticos negros emergieron en respuesta a formas abiertas de
opresión racial: los quilombos y palenques en respuesta a la esclavi-
tud, los partidos negros de las décadas de 1910 y 1930 en respuesta a la
exclusión racial de los años del boom de las exportaciones, y los movi-
mientos negros de los setenta y los ochenta en respuesta a las barreras
a las que la clase media negra se enfrentaba.
Aunque ninguno de esos movimientos de base racial alcanzó los
objetivos que se proponía, fueron una pieza fundamental en la crea-
ción de las condiciones de avance social y político documentadas en
este libro. Los quilombos no acabaron con la esclavitud, pero en
ausencia de las presiones creadas por esas comunidades de esclavos
fugados, y de su condición de claro indicador de las aspiraciones
negras, ¿habrían consentido los líderes de la independencia en eman-
cipar a los esclavos? Ni el Partido Independiente de Color, ni el Fren-
te Negra Brasileira ni el Partido Autóctono Negro llegaron a lograr
que un sólo candidato de sus formaciones accediera a algún cargo,
pero ¿cómo habrían sido las doctrinas del populismo y la democracia
racial en ausencia de sus denuncias del «blanqueamiento» y la euro-
peización, y en ausencia de las demandas de esos partidos para la
inclusión de la población negra en la vida nacional? Los movimientos
negros de los setenta y ochenta tampoco consiguieron que sus candi-
datos salieran elegidos e instituyeran los cambios políticos que pre-
tendían. Pero en su ausencia, ¿las sociedades latinoamericanas habrían
siquiera comenzado a cuestionar el mito de la democracia racial, o a
reconocer las duraderas desigualdades raciales de la región? Si no
hubieran existido movimientos negros presionando a los partidos en
los setenta y ochenta, ¿habría existido la nueva generación de políticos
negros lista para ejercer cargos públicos en los noventa?
Los movimientos raciales surgen en respuesta a formas de opresión
específicamente raciales, y uno espera que la necesidad de esos movi-
mientos desaparezca en los años y décadas del futuro. Los avances de
los dos últimos siglos proporcionan al menos algunas razones para
este optimismo. Debemos notar que, con el tiempo, los movimientos
basados en lo racial han pasado de ser un fenómeno de masas y de las
clases bajas —quilombos y palenques— a ser un fenómeno predomi-
nantemente de clase media. La opresión de la esclavitud tenía un
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324 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

carácter abiertamente racial, y como tal demandaba una respuesta


racial; pero los afrolatinoamericanos pobres y de clase trabajadora en
el presente ya no ven los problemas que confrontan como una cues-
tión primordialmente racial. La conciencia de la opresión racial se arti-
cula principalmente en la clase media negra, un grupo relativamente
pequeño dentro de la mayoría de población negra.
¿Es esto progreso? En algunos aspectos, sí. Refleja tanto el sentido
como, de manera significativa, la realidad de la igualdad y el igualitaris-
mo racial en las clases trabajadoras multirraciales de América Latina.
Refleja también el crecimiento sustancial de la clase media negra duran-
te los últimos 50 años, y la creciente habilidad de sus miembros para
competir por avanzar y hacerse una posición en las sociedades latinoa-
mericanas. Pero por otro lado, la relativa indiferencia de los trabajado-
res negros por la cuestión racial refleja no tanto el igualitarismo racial
en sus vidas, sino el peso inmenso de los problemas diarios que afron-
tan, problemas que son en apariencia de carácter «estructural» o «eco-
nómico», pero que son también el resultado de la sobre representación
de la población negra en los niveles más bajos de la sociedad latinoa-
mericana. Es a esos niveles a los que los movimientos basados en la
categoría de clase social prestan una ayuda más efectiva, lo que explica
que el populismo o el socialismo o cualquier otro movimiento refor-
mista, sean un vehículo más propicio para la participación política de la
clase trabajadora negra que los movimientos negros de clase media.
Sin embargo, en el momento en que los miembros de la clase obre-
ra negra empiezan a ascender en la sociedad y a competir por avanzar,
la raza hace su aparición. «Si vives entre tu gente, no vas a sentir los
prejuicios [raciales], porque estás en tu ambiente», observa un hombre
de negocios afrobrasileño. «Pero cuando entras en un mundo compe-
titivo, ahí la cosa se pone brava, vas a chocar de frente... ahí entran los
prejuicios [raciales]»24. Los movimientos negros han forzado a las
sociedades latinoamericanas a reconocer, afrontar, y empezar a com-
batir esos prejuicios, pero en la mayoría de los países de la región este
proceso de cuestionar y repensar el pasado y el presente racial está
apenas comenzando25. Conforme los afrolatinoamericanos continúan

24. Costa, Fala, crioulo, 81.


25. Nótese, por ejemplo, el tono cuidadoso y tentativo de titulares como «¿Racis-
mo en Venezuela?», El Nacional (Caracas, 20 de septiembre de 1998); «¿Hay racismo
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AÑO 2000 Y MÁS ALLÁ 325

accediendo a las clases medias de la región, los movimientos raciales


serán un actor necesario en los años que vendrán. La historia centena-
ria de las hermandades religiosas, los clubes sociales, los partidos polí-
ticos y las organizaciones cívicas está lejos de haberse acabado. La
política racial, esa parte tan intrínseca a los siglos XIX y XX, seguirá con
nosotros hasta entrado el siglo XXI, y quizá más allá. Ojalá que no
tuviera que ser así.

en Colombia?», El Espectador (Bogotá, 17 de octubre de 1997); «¿Racismo en Colom-


bia?», El Espectador (Bogotá, 23 de diciembre de 1998); «¿Racismo por omisión?», La
Nación (San José, 5 de enero de 1998). Más afirmativo en sus conclusiones es «Discri-
minación en Uruguay», El País (Montevideo, 11 de octubre de 1998).
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APÉNDICE
R EGISTROS DE POBLACIÓN , 1800-2000

L
a información estadística sobre la composición racial de los
países latinoamericanos es escasa, inconsistente y de una fiabi-
lidad y precisión cuestionables. Algunos países no confeccio-
naron censos durante el siglo XIX y en el XX, la mayoría de los censos
nacionales o bien no recogieron información racial, o bien lo hicieron
de un modo que hace imposible determinar el tamaño de la población
negra y mulata. Las cifras que aparecen en las tablas A.1, 1.1 y 5.2, así
como en los mapas 1 al 3, deberían, por lo tanto, ser tratadas a lo sumo
como aproximaciones inexactas a la composición racial de la región1.
Dados estos problemas, ¿por qué intentar trabajar entonces con
información estadística? Porque de no hacerlo, ni siquiera podemos
aventurar una mera hipótesis sobre el tamaño relativo y la distribución
de las poblaciones negras en la región, o bien responder a la cuestión de
qué países y sub-regiones han formado parte de Afro-Latinoamérica.
No es del todo sorprendente que la información estadística sobre
raza en la región sea mucho más abundante para el año 1800 que para
1900 o 2000. Como la raza era uno de los principios fundamentales
sobre los que se organizaba la sociedad colonial, los funcionarios colo-
niales recogían información sobre raza o «condición» para los censos, lo
que produjo las cifras compiladas en la tabla 1.1 y el mapa 12.

1. Para propósitos comparativos, todas las tablas y mapas usan las fronteras nacio-
nales de 2000.
2. Fuentes para cada país: Brasil (1810), Alden, «Late Colonial Brazil», 290; Méxi-
co (1810), Aguirre Beltrán, Población negra, 233; Venezuela (1800-1810), Brito Figue-
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328 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

Uno de esos censos, el registro de población de 1778-1781 en el


virreinato español de Nueva Granada (los actuales Colombia, Ecua-
dor, Panamá y Venezuela), presenta algunas complejidades, o mejor,
una aparente simplicidad que enmascara la complejidad. Los funcio-
narios españoles de este virreinato agruparon la información que
recogieron en cuatro categorías: blancos, indios, libres y esclavos.
¿Qué significaba exactamente «libres»? Tres historiadores que han
trabajado intensamente sobre los censos tardocoloniales en Nueva
Granada —Michael Hamerly sobre Ecuador, John Lombardi sobre
Venezuela, y Alfredo Castillero Calvo sobre Panamá— equiparan
«libres» con afrodescendientes: mulatos libres, negros y zambos afro-
indígenas. Hamerly trata la categoría racial «blanco» del censo como
una categoría que incluye tanto a blancos como a mestizos. También
lo hizo así un observador que se hallaba en Colombia en 1751, el cual
informaba de los diferentes grupos sociales de «estos llamados espa-
ñoles, lo que incluye a blancos, mestizos, mulatos de piel clara y cho-
los». En Venezuela, Lombardi halló que «mestizo» y «otros nombres
raciales menos comunes... aparecen muy poco» en los censos tardoco-
loniales, tanto como para no tomarlos en consideración. Y trabajando
en Panamá, Castillero Calvo (y también el historiador Omar Jaén Suá-
rez) trata el concepto «libres» como un equivalente de negros y mula-
tos libres3.
En su propia compilación del registro de 1778, el historiador colom-
biano Hermes Tovar Pinzón y sus colegas discuten en detalle las pobla-

roa, Estructura social, 57-58; ver también Lombardi, People and Places, 132; Cuba
(1810), Kiple, Blacks in Colonial Cuba, 32-33; Colombia (1778-1781), Tovar Pinzón et
al., Convocatoria, 68-72; Puerto Rico (1802), Kinsbruner, Not of Pure Blood, 28; Perú
(1791), Gootenburg, «Population and Ethnicity», 111; Argentina (1778), Comadrán
Ruiz, Evolución demográfica, 80-81; República Dominicana (1794), Deive, Esclavitud
del negro, 608; Ecuador (1778-1781), Hamerly, Historia social, 16, y Tovar Pinzón,
Convocatoria, 68-72; Panamá (1778-1781), Castillero Calvo, Régimen de castas, 11-14,
y Tovar Pinzón, Convocatoria, 68-72; Chile (1813), Sater, «Black Experience», 39;
Paraguay (1782), Kegler Krug, «Población del Paraguay»; Costa Rica (1801), Putnam,
Company They Kept, 25; Uruguay (1803), Nahum, Manual de historia, 35, y Florines
et al., «Bases», 100.
3. Hamerly, Historia social, 16; McFarlane, Colombia before Independence, 34; Lom-
bardi, People and Places, 122, 41-45; Castillero Calvo, Régimen de castas, 10-14; Jaén Suá-
rez, Población del Istmo, 328-339. Jaén Suárez encontró muy pocos mestizos —menos del
2%— en los registros de bautizos de Ciudad de Panamá, p. 445.
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APÉNDICE 329

ciones de blancos, indígenas y esclavos documentadas en el censo4.


Curiosamente, ellos no someten a los libres, con mucho la mayor cate-
goría del censo, al mismo análisis, ni tampoco consideran la cuestión de
quién pertenecía a ese grupo. Como en el caso del resto de los historia-
dores de Colombia, su premisa parece ser que los libres eran todas las
personas racialmente mezcladas —mestizos, mulatos, zambos, etc.— y
los negros libres. Sin embargo, parte de la información del mismo censo
pone en duda este punto, y sugiere que los libres eran entera o predomi-
nantemente afrocolombianos. Aunque la mayoría de distritos censales
colombianos recopilaba sus cifras usando las cuatro categorías solicita-
das, los funcionarios de cinco distritos (dos en Antioquia, y uno en
Popayán, Riohacha y Neiva), dividieron la categoría de libres en mesti-
zos, negros libres y mulatos cuando entregaron los datos para el censo,
en los últimos años del siglo XVIII y primeros del XIX. En estos cinco gru-
pos de documentos entregados, que representan a 28.485 personas, blan-
cos y mestizos combinados representan el 26% del registro total: exacta-
mente el mismo porcentaje que el registro de población «blanca» para el
total de Colombia. Negros y mulatos libres constituían el 59% de la
población de esos distritos, ligeramente más que la representación global
de libres en Colombia (47%). Castillero Calvo informa de un caso simi-
lar en el censo panameño de 1789, en el que un funcionario español cla-
sificó a la población libre de la provincia de Veraguas (unas 12.000 per-
sonas) bajo el rubro de «negros libres»5.
Es claro que el término «libre» es ambiguo. Los mestizos euro-
indígenas eran de hecho «libres», en el sentido de ser legalmente libres,
no esclavizados. Pero también lo eran los blancos, a los cuales, sin
embargo, el término no fue aplicado por una buena razón: «libre» se
aplicaba lógicamente no a gente cuyo estatus era automático e incues-
tionable, sino a aquellos cuya libertad podía ser muy bien cuestionada
y por lo tanto debía hacerse explícita. Personas éstas que o bien habían
nacido libres, o bien habían conquistado su libertad mediante la manu-
misión, pero cuya ascendencia africana visible continuaba ligándolos a
su pasado esclavo. Los que no podían ser esclavizados —blancos, mes-
tizos e indígenas— no tenían necesidad de insistir en su estatus de

4. Tovar Pinzón, Convocatoria, 21-31.


5. Tovar Pinzón, Convocatoria, 158, 224, 346, 533, 554-555; Castillero Calvo, Régi-
men de castas, 10.
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330 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

libres. Al contrario: identificarse a sí mismo como «libre» significaba


reconocer que la propia libertad se ponía potencialmente en duda.
Todo ello sugiere que, como en Ecuador, Panamá y Venezuela, la
categoría de «libres» en Colombia correspondía enteramente o en su
mayor parte a la población afrocolombiana libre, y que los mestizos
euroindígenas tendían a ser registrados como blancos, y no como
libres. Aun así, por lo que yo sé, ningún historiador colombiano ha
propuesto esta conclusión, o ha considerado siquiera que la población
libre pudiera ser afrocolombiana. Frente a esta contradictoria infor-
mación, he tomado la decisión —debo admitir que arbitraria— de
asignar dos tercios de la población libre a la categoría de afrocolom-
bianos libres y un tercio a la categoría de mestizo. En cualquier caso,
sospecho que esto probablemente subestima la población de negros y
mulatos libres, así que la cifra proporciona una cantidad mínima esti-
mada algo conservadora de su tamaño en 1800 (o, para ser más preci-
so, alrededor de 1780).
La información censal es mucho más escasa después de la indepen-
dencia, a principios del siglo XIX. Algunos países (República Domini-
cana, Ecuador) no hicieron censos en todo el siglo. Otros eliminaron
la variable raza de la información recogida (Argentina, Uruguay) o
reportaron poblaciones negras demasiado pequeñas como para for-
mar parte de Afro-Latinoamérica (por ejemplo Perú, con un 2% de
negros en 1876)6. En consecuencia, para 1900 tenemos datos censales
sobre raza para sólo cinco países: Brasil (1890), Colombia (1912),
Cuba (1899), Panamá (1909) y Puerto Rico (1899). Los censos colom-
biano y panameño tampoco permiten hacerse ideas concluyentes
sobre el tamaño de sus poblaciones afrolatinoamericanas, ya que
ambos usaron la categoría racial de mestizo, categoría que incluía a
todos los individuos racialmente mezclados: mestizos, mulatos, mez-
clas afro-indígenas y todas las combinaciones que siguen.
La situación es todavía más complicada en 2000, momento en el
que sólo cuatro naciones latinoamericanas todavía recogían informa-
ción censal sobre negritud: Brasil (1980, 1991, 2000), Cuba (1981,
2001), Puerto Rico (1980, 1990, 2000) y Uruguay (1996). En ausencia
de esta información, los académicos han ideado amplias, y a veces bas-
tante heterodoxas, estimaciones del tamaño de las poblaciones afro-

6. Romero, «Mestizaje negroide», 246.


08-apendice 28/4/07 03:18 Página 331

APÉNDICE 331

descendientes de la región. Las estimaciones de la población negra y


mulata de Cuba varían entre un mínimo de 34% de la población
nacional y un máximo de 62%; en Venezuela, del 9 al 70%; y en la
República Dominicana, el caso más extremo, del 11 al 90%7.
Al afrontar estas variaciones, así como una casi completa falta de
información fiable, uno está forzado a recurrir a medidas desespera-
das. Guiado por el interés de llegar a unas estimaciones de la población
negra y mulata de cada país razonablemente consistentes, usé el
siguiente procedimiento. Para la tabla 5.2 y el mapa 3, obtuve en pri-
mer lugar estimaciones de la población de cada país en 2000 (o, en el
caso de Brasil y Puerto Rico, los resultados reales de sus censos del
año 2000)8. Para Brasil, Cuba, Puerto Rico y Uruguay, apliqué des-
pués los porcentajes raciales derivados de sus censos más recientes a la
población real o calculada para el año 2000, lo que produjo las cifras
de la tabla 5.29.
Para países en los que no existía información del censo sobre raza,
usé las estimaciones nacionales de composición étnica y racial que se
hallan en el Britannica Book of the Year de 200210. En dos casos, Pana-
má y Venezuela, esas estimaciones emplean una amplia categoría de
«mestizo» (64% de la población en Panamá; 67% en Venezuela) que
incluye a mestizos, mulatos, zambos afro-indígenas, y todas las com-
binaciones a partir de ellas. El académico panameño Winston Welch
calcula que la mitad del grupo mestizo panameño es de ascendencia
africana11. La historia colonial y decimonónica de la población de
Venezuela, más mis propias visitas a ese país en varias ocasiones, me
han persuadido de que al menos la mitad del grupo mestizo venezola-

7. Minority Rights Group, No Longer Invisible, xii-xiii.


8. Las estimaciones de población del año 2000 están extraídas de Britannica Book
of the Year 2001 (Chicago, 2001).
9. Las cifras censales sobre raza proceden de Brasil (2000), [online] Disponible:
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avancada/tabela_brasil_1_1_1.shtm> (16 de junio de 2002); Cuba (1981), Comité Esta-
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INE, Encuesta Continua, 1.
10. Britannica Book of the Year 2002 (Chicago, 2002). Para estimaciones adiciona-
les, ver Minority Rights Group, No Longer Invisible, xii-xiii; Collier et al., Cambrid-
ge Encyclopedia, 161.
11. Winston Welch, «Evolución de la población negroide en Panamá», La Repúbli-
ca (Panamá, 17 de junio de 1979, 5-G, 8-G).
08-apendice 28/4/07 03:18 Página 332

332 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

no, como mínimo, es de ascendencia africana mezclada. ¿De qué otra


parte podrían si no venir todos esos estudiantes negros y mulatos de la
Universidad Central de Venezuela (ver capítulo 5)? En ambos países,
por tanto, he asignado la mitad de la población mestiza a la categoría
de mulato, dejando la otra mitad en la columna de mestizo.
He seguido el mismo procedimiento —dar prioridad a la informa-
ción censal, y después usar estimaciones plausibles para países sin esa
información— para 1900 (tabla A.1). Empecemos con los cinco cen-
sos disponibles: Brasil (1890), Colombia (1912), Cuba (1899), Panamá
(1911), y Puerto Rico (1899). Los censos de Colombia y Panamá
emplean de nuevo una categoría de mestizo muy grande —en ambos
censos es el mayor grupo racial—, que incluye a toda la población
racialmente mezclada. En el caso de Panamá, decidí seguir el mismo
procedimiento usado para las cifras de 2000, y asigné la mitad de mes-
tizos a la categoría de mulato y la otra mitad a la misma de mestizos.
En el caso de Colombia, usé las cifras del censo de 1912 en combina-
ción con varias estimaciones del siglo XIX, compiladas por T. Lynn
Smith. La estimación para Venezuela es de la edición de 1910 de la
Encyclopedia Britannica. No he incluido la tabla A.1 en el cuerpo
principal del texto, tanto por la poca fiabilidad de las cifras como por
la cantidad de países que no están contemplados. El mapa 2 está basa-
do en parte en la tabla A.1 y en parte en una extrapolación entre las
tablas 1.1 y 5.212.
El ejercicio de recoger, evaluar, e intentar extraer conclusiones ope-
rativas de esta información fue a ratos frustrante, a ratos humillante y
a ratos esclarecedor. Frente a las cordiales aseveraciones de los funcio-
narios e intelectuales «demócratas raciales» de la región de que la raza
no importa, y de que los latinoamericanos pertenecen a una misma
familia racial, integrada y orgánica, uno se siente brutalmente nortea-
mericano al insistir en que los países latinoamericanos documenten su
composición étnica y racial y recolecten información precisa sobre las
disparidades raciales en salud, educación, renta y otros bienes sociales.
Pero sin esa información, ¿cómo pueden los gobiernos y las socieda-

12. Las fuentes para la tabla A.1 y el mapa 2 son: Brasil (1890), Directoria Geral de
Estatística, Synopse do Recenseamento, 2-3; Cuba (1899), De la Fuente, «Race and
Inequality», 135; Puerto Rico, (1899), Encyclopedia Britannica (London, 1910, 11ª ed.),
Vol., 22, 125; Panamá (1911), Welch, «Evolución»; Colombia (1912), Smith, «Racial
Composition», 214-218; Venezuela (1904), Encyclopedia Britannica, Vol. 27, 990.
08-apendice 28/4/07 03:18 Página 333

APÉNDICE 333

Tabla A.1. Población (arriba, cantidad absoluta; abajo, porcentaje),


de algunos países latinoamericanos, c. 1900.

Afrolatinoamericanos

Países Mulatos Negros Subtotal Blancos Mestizos Indígenas Otros Total

Datos censales

Brasil 4.638.000 2.098.000 6.736.000 6.302.000 1.296.000 14.334.000


32 15 47 44 9 100

Cuba 271.000 236.000 507.000 1.052.000 14.000 1.573.000


17 15 32 67 1 100

304.000 59.000 363.000 590.000 953.000


32 6 38 62 100

Panamá 96.000 49.000 145.000 46.000 96.000 3.000 290.000


33 17 50 16 33 1 100

Estimaciones

Colombia 1.250.000 500.000 1.750.000 600.000 2.225.000 400.000 5.000.000


25 10 35 12 45 8 100

Venezuela 932.000 266.000 1.198.000 266.000 932.000 266.000 2.662.000


35 10 45 10 35 10 100

Nota: Las cifras de Brasil muestran a mestizos e indígenas combinados. Las


cifras en cursiva de Panamá y Venezuela son estimaciones del autor. Las celdas
vacías indican falta de información.
Fuentes: Ver nota 12.

des siquiera empezar a identificar las profundas desigualdades que


afectan a afrolatinoamericanos, indígenas, otras minorías raciales y, de
un modo muy real, a sus sociedades en conjunto?
Si la raza realmente no importara —si no desempeñara un papel
muy importante en determinar cuánta educación recibe uno, qué tipo
de trabajo tiene, qué salario gana, e incluso cuántos años vive— no
necesitaríamos esta información. Pero como este libro ha intentado
demostrar, la categoría de raza ha importado y continúa importando
enormemente en la vida de la región y de sus habitantes. Esto es por lo
que los activistas negros, ayudados por académicos e intelectuales
negros y blancos, han presionado intensamente para que se añadiera la
categoría racial a los censos recientes de Brasil, Costa Rica y Uruguay,
08-apendice 28/4/07 03:18 Página 334

334 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

y lo están haciendo actualmente para que se añada a los censos de


Colombia y Panamá. Sus esfuerzos han sido respaldados por Nacio-
nes Unidas y el Banco Interamericano de Desarrollo, que en el año
2000 realizó una conferencia internacional de académicos y adminis-
tradores públicos para discutir la necesidad de información racial en
los censos latinoamericanos13. Aquí quedo, con la esperanza de que
esas discusiones den fruto, y los futuros académicos, activistas y auto-
ridades públicas puedan apoyarse en una información mejor de la que
disponemos actualmente.

13. Cottrol, «Long Lingering Shadow», 37-38.


09-glosario 28/4/07 03:19 Página 335

GLOSARIO

abakuá (Am. Esp.) Religión cubana basada en el culto del


leopardo de la costa de Calabar.
agregado/a (Am. Esp., Br.) Trabajador libre vinculado a una hacien-
da o a una plantación por lazos de patro-
naje y dependencia.
angelito (Am. Esp., Br. anjinho) «Pequeño ángel»; muerto durante la niñez
o la lactancia.
boga (Am. Esp.) Remero.
cabecita negra (Am. Esp.) En Argentina, inmigrantes rurales de piel
oscura a Buenos Aires y otras ciudades.
cabildos afrocubanos (Am. Esp.) En Cuba, sociedades de ayuda mutua
basadas en la identidad étnica africana de
sus miembros.
candombe (Am. Esp.) Estilo de música y danza de origen africa-
no creado en Argentina y Uruguay.
candomblé (Br.) Religión brasileña que combina elemen-
tos de la religión yoruba y el catolicismo.
canto (Br.) Cuadrilla de porteadores que transporta-
ban carga o pasajeros.
capoeira (Br.) Arte marcial afro-brasileño.
carnaval (Am. Esp., Br.) “Fiesta de la carne” anual que precede a la
Cuaresma.
caudillo (Am. Esp.) Jefe militar, líder.
cimarrón (Am. Esp.) Esclavo huido.
cobrero (Am. Esp.) Minero del cobre; habitante del pueblo
cubano de Santiago del Prado.
09-glosario 28/4/07 03:19 Página 336

336 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

cofradía (Am. Esp., Br.) Hermandad católica para laicos.


colono/a (Am. Esp., Br.) En Cuba, propietario pequeño o media-
no de una granja de azúcar; en Brasil, tra-
bajador de plantación contratado.
comparsa (Am. Esp.) Grupo que desfila y presenta números
durante el carnaval.
conuco (Am. Esp.) Pequeña parcela agraria para la auto-sub-
sistencia.
conventillo (Am. Esp.) Edificio residencial multifamiliar, gene-
ralmente habitado por familias e indivi-
duos pobres.
corregidor (Am. Esp.) Funcionario español de nivel local.
cortiço (Br.) Edificio residencial multifamiliar, gene-
ralmente habitado por familias e indivi-
duos pobres.
cumbe (Am. Esp.) Asentamiento de esclavos huidos.
escola de samba (Br.) Lit. “escuela de samba”, grupo que desfi-
la y presenta números durante el carna-
val.
favela (Br.) Asentamiento urbano espontáneo e ile-
gal.
feiticeiro (Br.) Hechicero, brujo.
hacendado Dueño de una hacienda.
(Am. Esp., también
terrateniente)
hacienda (Am. Esp.) Gran propiedad agraria.
liberto/a (Am. Esp., Br.) Persona liberada de la esclavitud.
llanos (Am. Esp.) Llanuras del sur de Venezuela y el sudes-
te de Colombia.
malta (Br.) Banda de capoeira.
mambo (Am. Esp.) Estilo de música y baile creado en Cuba.
merengue (Am. Esp.) Estilo de música y baile creado en la
República Dominicana.
mestizo/a (Am. Esp.; Persona de raza mixta.
mestiço/a, Br.)
milonga (Am. Esp.) Estilo de música y baile creado en Argen-
tina y Uruguay.
mineiro/a (Br.) Nativo/a de Minas Gerais.
mocambo (Br.) Asentamiento de esclavos fugados.
09-glosario 28/4/07 03:19 Página 337

GLOSARIO 337

montonero/a (Am. Esp.) Guerrilla montada, o grupo de guerrillas


montadas.
mulato/a (Am. Esp., Br.) Persona de ascendencia europea y africa-
na mezcladas.
ñáñigo (Am. Esp.) Miembro de una logia abakuá.
nganga (Br.) Hechicero, brujo.
nordestino/a (Br.) Nativo de la región del Nordeste brasile-
ño.
orisha (Am. Esp.; Br. orixá) En la religión yoruba, corporización divi-
na de las fuerzas naturales adoradas en el
candomblé y la santería.
palenque (Am. Esp.) Asentamiento de esclavos fugados.
palo monte (Am. Esp.) Religión cubana basada en las prácticas
religiosas congo.
pardo/a (Am. Esp., Br.) Persona de ascendencia europea y africa-
na mezcladas.
periferia (Br.) Suburbios de clase trabajadora.
potencia (Am. Esp.) Congregación o logia abakuá.
preto/a (Br.) Persona negra, de ascendencia africana.
quilombo (Br.) Asentamiento de esclavos fugados.
rancheador (Am. Esp.) Cazador de esclavos huidos.
Régimen de Castas (Am. Esp.) Corpus de leyes y prácticas sociales que
intentaban estructurar la sociedad colo-
nial en una jerarquía de grupos raciales o
castas.
rumba (Am. Esp.) Estilo musical y de baile de origen africa-
no creado en Cuba.
salsa (Am. Esp.) Estilo musical y de baile basado en el son
cubano.
samba (Br.) Estilo musical y de baile de origen africa-
no creado en Brasil.
santería (Am. Esp.) Religión cubana que combina elementos
de la religión yoruba con el catolicismo.
solar (Am. Esp.) Mansión o edificio grande dividido en
apartamentos de clase trabajadora.
son (Am. Esp.) Estilo musical y de baile de origen africa-
no creado en Cuba.
tango (Am. Esp.) Estilo musical y de baile creado en
Argentina y Uruguay.
09-glosario 28/4/07 03:19 Página 338

338 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000

terreiro (Br.) Lugar o templo de adoración del can-


domblé.
terreno comunero (Am. Esp.) Tierra de propiedad colectiva.
tierras baldías (Am. Esp.) Tierras de propiedad estatal.
trabalhismo (Br.) Lit. “laborismo”; movimiento populista
basado en el sindicalismo.
tronco (Am. Esp.) Familia extendida.
umbanda (Br.) Religión brasileña que combina elemen-
tos del candomblé y el espiritismo.
zambo/a (Am. Esp.) Persona de ascendencia africana y ame-
rindia mezcladas.
10-bibliografia 28/4/07 03:19 Página 339

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