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AFRO-LATINOAMÉRICA
1800-2000
I B E R O A M E R I C A N A - V E RV U E RT - 2 0 0 7
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Depósito Legal:
Ilustración de cubierta: Estandarte de carnaval del bloco afro Ilê Aiyê. Colección
de G. R. Andrews.
Diseño de cubierta: Carlos Zamora.
ÍNDICE
Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Mapas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
C A P Í T U L O 1: 1800 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29
GLOSARIO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 335
BIBLIOGRAFÍA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 339
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A GRADECIMIENTOS
E
ste libro tiene su origen en mi curso de licenciatura sobre Afro-
Latinoamérica en la Universidad de Pittsburgh, el 0502 de His-
toria. Muchas gracias a los estudiantes que en estos años lo han
tomado, especialmente a Lillian Bertram, Jack Bishop, Sheriden Boo-
ker, Alicia Hall, Sidney Lewis, Shauna Morimoto y Ory Okolloh,
quienes me ayudaron a ver el camino.
Cuando me decidí a escribir el libro, necesitaba dinero para llevar
a cabo la investigación. Reconozco con agradecimiento el soporte
financiero de la Fundación John Simon Guggenheim, el National
Endowment for the Humanities y, en la Universidad de Pittsburgh, la
Faculty of Arts and Sciences, el University Center for International
Studies y el Center for Latin American Studies.
Al recibir el dinero, viajé a muchas bibliotecas. Mi sincero agrade-
cimiento para el personal de las bibliotecas nacionales de Costa Rica,
Panamá, Uruguay y Venezuela; las bibliotecas de la Universidad de
Tulane, la Universidad Central de Venezuela, la Universidad de Costa
Rica, la Universidad de los Andes (Bogotá), la Universidad de Pana-
má, el Centro de Estudios Afro-Orientais de la Universidade Federal
da Bahia y la Universidad Nacional de Costa Rica; el Schomburg
Center for Research in Black Culture (New York); la Biblioteca Luis
Ángel Arango (Bogotá); el Museo Afro-Antillano (Panamá); y Mun-
do Afro (Montevideo). Mi mayor deuda la tengo con el fallecido y
siempre recordado Eduardo Lozano, fundador y cuidador incansable
de la remarcable Colección Lozano, en la Biblioteca Hillman de la
Universidad de Pittsburgh.
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OCÉANO
ATLÁNTICO
MÉXICO La Habana
REPÚBLICA
Ciudad de CUBA DOMINICANA
México PUERTO RICO
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HONDURAS
Domingo
NICARAGUA
GUATEMALA
San José Caracas
EL SALVADOR
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ECUADOR
Recife
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BRAZIL
BRASIL
Lima Salvador
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BOLIVIA
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CHILE ARGENTINA
Santiago URUGUAY
Buenos Montevideo
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Porcentajes de negros y mulatos
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Sin datos
No incluido
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ATLÁNTICO
MEXICO
MÉXICO La Habana
REPÚBLICA
Mexico
Ciudad de CUBA DOMINICANA
City
México PUERTO RICO
Santo San Juan
HONDURAS
Domingo
NICARAGUA
GUATEMALA
San José Caracas
EL SALVADOR
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ECUADOR
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PERÚ
BRAZIL
BRASIL
Lima Salvador
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BOLIVIA
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Río de Janeiro
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Sao Paulo
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PACÍFICO Asunción
CHILE ARGENTINA
Santiago URUGUAY
Buenos Montevideo
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Porcentajes de negros y mulatos
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Sin datos
No incluido
OCÉANO
ATLÁNTICO
MÉXICO La Habana
REPÚBLICA
Ciudad de CUBA DOMINICANA
México PUERTO RICO
Santo San Juan
HONDURAS
Domingo
NICARAGUA
GUATEMALA
San José Caracas
EL SALVADOR
Quito
ECUADOR
Recife
PERÚ
BRAZIL
BRASIL
Lima Salvador
La Paz Brasília
Brasilia
BOLIVIA
Rio de
Río de Janeiro
Janeir
OCÉANO PARAGUAY
São Paulo
PACÍFICO Asunción
CHILE ARGENTINA
Santiago URUGUAY
Buenos Montevideo
Aires
Porcentajes de negros y mulatos
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15–29
30–49
50–74
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Sin datos
No incluido
INTRODUCCIÓN
E
l lector tiene en sus manos una historia de la región que aquí
llamaremos «Afro-Latinoamérica». ¿Qué significa este con-
cepto?
Encontré por primera vez el término «Afro-Latinoamérica» a fina-
les de los setenta en los artículos de dos politólogos, Anani Dzidzien-
yo y Pierre-Michel Fontaine1. Me pareció una aportación brillante.
Escritores e intelectuales latinoamericanos se habían referido a sus
conciudadanos afrodescendientes desde hacía tiempo como afrobrasi-
leños, afrocubanos, afrovenezolanos, etc.2; a partir de este uso, el con-
cepto de una categoría mayor y transregional de afrolatinoamericanos
emergía naturalmente. Sin embargo, por lo que yo sé, nadie antes de
Dzidzienyo y Fontaine había pensado en transformar el plural de los
afrobrasileños o afrocubanos en un singular Afro-Brasil o Afro-
Cuba, mucho menos en un Afro-Latinoamérica común a todos ellos3.
Fontaine usaba el término para «designar todas las regiones de
América Latina donde se hallan grupos significativos de gente de
ascendencia africana conocida»4. Esto requiere un poco más de expli-
cación, empezando por «América Latina». Defino Latinoamérica
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INTRODUCCIÓN 19
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INTRODUCCIÓN 21
8. Ver capítulo 5.
* N. del T.: El término «no-blanco» es una traducción directa de la palabra inglesa
nonwhite. A pesar de no ser un término gramaticalmente correcto en español, nos
hemos tomado la licencia técnica de utilizarlo por ser más fiel al texto original y por
brindar una lectura más ágil.
9 Adamo, «Broken Promise»; Andrews, «Racial Inequality»; Lovell y Wood, «Skin
Color».
10. Montagu, Man’s Most Dangerous Myth y Concept of Race; Banton, Idea of Race
y Racial Theories; Hannaford, Race. Ver también los comentarios de uno de los equipos
científicos que «mapeó» el código genético humano. El equipo usó «los genomas de tres
mujeres y dos hombres que se identificaron a sí mismos como hispano, asiático, caucási-
co y afroamericano. […] En los cinco […] genomas no hay manera de distinguir una etni-
cidad de otra». «Remarks by the President...» (Washington, 26 de junio de 2000); «Do
Races Differ? Not Really, Genes Show», New York Times (22 de agosto de 2000).
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INTRODUCCIÓN 23
11. Ver especialmente Rout, African Experience, pero también Harris, Patterns of
Race; Mörner, Race Mixture; Degler, Neither Black nor White; Hoetink, Slavery and
Race; Mellafe, Esclavitud; Knight, African Dimension. Para una introducción a esa lite-
ratura y a la historia en general de la producción académica sobre raza en América Lati-
na, ver Wade, Race and Ethnicity.
12. Para bibliografías sobre este tema, ver Barcelos et al., Escravidão; Esquivel Tria-
na, Costa Pacífica; Fernández Robaina, Cultura afrocubana; Gallardo, Bibliografía
afroargentina; Scott et al., Societies after Slavery.
13. Ver capítulo 1.
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INTRODUCCIÓN 25
***
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INTRODUCCIÓN 27
CAPÍTULO 1
1800
C
uando el sacerdote británico Robert Walsh llegó a la capital bra-
sileña de Río de Janeiro en 1828, le impactó el tamaño de la
población negra de la ciudad y su asombrosa diversidad de con-
diciones. Paseando por el área de los muelles, se percató primeramente
de los mozos de carga y estibadores esclavos, medio desnudos y exhaus-
tos, «yaciendo en el mismo suelo entre suciedad y vísceras de animales,
enrollados sobre sí mismos como perros… mostrando un estado y una
situación tan inhumana que no sólo lo parecían, sino que realmente
estaban muy por debajo de los animales inferiores de su alrededor»1.
Sus sentimientos iniciales de horror y disgusto pronto fueron desplaza-
dos por admiración por una unidad de varios cientos de hombres de la
milicia desfilando: «Eran sólo un regimiento de la milicia, aunque esta-
ban tan bien formados y disciplinados como uno de nuestros regimien-
tos de línea… Limpios y ordenados en su persona, bien dispuestos en su
disciplina, expertos en sus ejercicios»; estos soldados negros eran en
todos los aspectos iguales a los regulares británicos, concluía Walsh.
Continuando su marcha por la ciudad, a continuación se encontró
con
1. Ésta y las siguientes citas son de Conrad, Children of God’s Fire, 216-220.
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decoro y un sentido del respeto que los envolvía que era superior al de los
blancos de la misma clase y oficio. Todos sus artículos eran buenos dentro
de su clase y pulcramente ordenados, y los vendían con sencillez y con-
fianza, ni buscando aprovecharse de otros ni sospechando que alguien se
lo llevaría indebidamente. Compré algo de confitería a una de las hembras
y me sorprendió la modestia y el decoro de sus modales; era una madre
joven, y tenía con ella un niño pulcramente vestido, del cual parecía muy
orgullosa.
Por último, esa tarde, Walsh fue testigo de cómo un sacerdote cató-
lico negro, «un hombre grande e imponente, cuya tez negro azabache
producía un intenso y chocante contraste con sus blancas vestiduras»,
oficiaba un servicio de funeral en una de las iglesias de la ciudad.
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LA E C O N O M Í A P O L Í T I C A D E L A E S C L AV I T U D
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9. Sobre los esclavos en la economía urbana, ver Algranti, Feitor ausente, 65-95;
Andrade, Mão de obra; Andrews, Afro-Argentines, 29-41; Bowser, African Slave, 100-
108, 125-146; Duharte Jiménez, Negro en la sociedad colonial, 11-30; Hünefeldt,
Paying the Price, 97-128; Karasch, Slave Life, 185-213; Reis, Slave Rebellion, 160-174;
Silva, Negro na rua.
10. Acerca de los sirvientes domésticos esclavos, además de las fuentes de la nota
anterior, ver Lauderdale Graham, House and Street.
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14. Palmer, Slaves of the White God, 26-28; Curtin, Atlantic Slave Trade, 27.
15. Sobre la esclavitud en estas áreas, ver Andrews, Afro-Argentines, 23-58;
Carroll, Blacks in Colonial Veracruz; Romero, «Papel de los descendientes»; Tardieu,
Negro en el Cusco; Crespo, Esclavos negros; Isola, Esclavitud en el Uruguay; Jaramillo
Uribe, Ensayos, 5-87; Colmenares, Popayán.
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16. Conrad, Children of God’s Fire, 100; Klein, African Slavery, 160; Kiple,
«Nutritional Link».
17. Klein, African Slavery, 147; Eltis, Economic Growth, 255-259. De 180.000 africa-
nos que llegaron a La Habana entre 1790 y 1820, 130.000 eran hombres. Klein, Middle
Passage, 223. De 3.270 africanos capturados en navíos negreros durante la década de 1830
y llevados a Río de Janeiro, 2.384 eran hombres. Y de 52.000 esclavos nacidos en el
extranjero que vivían en la ciudad en 1849, 34.000 eran hombres. Karasch, Slave Life, 34.
18. Andrews, Afro-Argentines, 50; Bergad, Cuban Rural Society, 69; Schwartz,
Sugar Plantations, 346-349; Karasch, Slave Life, 65-66.
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21. La producción de algodón cayó de unas 3.000 toneladas en 1791 a menos de 200
en 1818; el café, de 34.000 toneladas en 1791 a 10.000 en 1818. Leyburn, Haitian Peo-
ple, 320.
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doblado, hasta llegar a 400, para poco después alcanzar los 500 inge-
nios. El crecimiento fue aún más rápido en las zonas azucareras más
recientes de Río de Janeiro, en donde existían más de 600 ingenios en
1800, y de Cuba, en donde operaban más de 500 ingenios a inicios de
la década de 179022.
Más plantaciones significaban más esclavos, así que las importacio-
nes de africanos experimentaron su incremento correspondiente.
Entre 1750 y 1780, unos 16.000 o 17.000 africanos por año habían lle-
gado a Brasil. Este número se incrementó a 18.000 por año en la déca-
da de 1780, después a 23.000 anuales en la de 1790 y a 24.000 africanos
por año en los primeros años de 180023. Las tasas de incremento fue-
ron aún más pronunciadas en Cuba. Hasta 1760 la isla había recibido
importaciones anuales medias de menos de 1.000 esclavos por año.
Entre 1764 y 1790, esa cantidad subió a más del doble, a 2.000 esclavos
por año; y entre 1790 y 1810, momento en el que las autoridades espa-
ñolas habían abierto el tráfico de esclavos a los extranjeros, más de
7.000 africanos llegaban cada año24.
Otras partes de la América hispánica también experimentaron
incrementos pronunciados en el número de esclavos importados, aun-
que en términos absolutos se hallaban muy por debajo de Brasil y
Cuba. Las importaciones de esclavos en Venezuela aumentaron de
cerca de 600 por año durante la primera mitad del siglo a 1.000 por año
entre 1774 y 1807. Unos 15.000 africanos llegaron a Puerto Rico
durante el mismo período, el triple que durante los dos siglos y medio
anteriores. No hay cifras fiables disponibles para el número de escla-
vos que llegaron a Argentina y Uruguay, pero de 124 barcos esclavis-
tas registrados que atracaron en Montevideo o en Buenos Aires entre
1742 y 1806, un total de 109 lo hicieron después de 179025. Las únicas
regiones de la América hispánica que no recibieron cantidades signifi-
cativas de esclavos durante este período fueron aquellas en las que la
esclavitud africana nunca arraigó (Centroamérica, Chile, Bolivia) o en
donde ésta estaba en declive y fue desplazada por otras formas de tra-
bajo (México y Santo Domingo).
22. Schwartz, Sugar Plantations, 422-23; Alden, «Colonial Brazil», 312-314; Perez,
Cuba, 78-79; Moreno Fraginals, Ingenio, 39-102.
23. Klein, Atlantic Slave Trade, 211.
24. Perez, Cuba, 60; Eltis, Economic Growth, 247; Klein, Middle Passage, 209-27.
25. Curtin, Atlantic Slave Trade, 27-28, 33-34; Studer, Trata de negros, tabla 15.
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26. Viáfara era un apellido común entre los esclavos en el valle del Cauca, en
Colombia, en la época de la abolición (1852). Hoy todavía se encuentra entre los cam-
pesinos negros de la región. Mina, Esclavitud y libertad, 52-54; Friedemann y Arocha,
De sol a sol, 221.
27. Curtin, Atlantic Slave Trade, 220-230; Manning, Slavery and African Life, 60-
86; Miller, Way of Death, 140-153, 207-244; Klein, Atlantic Slave Trade, 208-209.
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Figura 1.3. Esclavos secando los granos del café, São Paulo, 1882.
Crédito: Photographs and Prints Division, Schomburg Center for
Research in Black Culture, The New York Public Library, Astor,
Lenox and Tilden Foundations.
y una madurez tardía son una parte constituyente de la condición humana» (Whitten,
Black Frontiersmen, 28).
40. Sharp, Slavery on the Spanish Frontier, 122, 174-177; Zuluaga Ramírez, «Cua-
drillas mineras», 61-64.
41. Russell-Wood, Black Man, 104-127. Sobre el uso industrial del trabajo esclavo
en las minas británicas del siglo XIX en Minas Gerais, ver Libby, Trabalho escravo.
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45. Schwartz, Sugar Plantations, 152-159; ver también Hünefeldt, Paying the Price,
167-179; Gomes, Histórias de quilombolas, 358-370.
46. Córdova, Clase trabajadora, 29; Reis, «Revolution of the Ganhadores»; Luce-
na Salmoral, Sangre sobre piel, 76.
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47. Hünefeldt, Paying the Price, 60-61; Nistal-Moret, Esclavos prófugos, 187-189;
para otros casos, ver Nistal-Moret, Esclavos prófugos, 183-187; Andrade González,
«Aprecio económico», 214-216; García Rodríguez, Esclavitud desde la esclavitud, 125-
130; Díaz, The Virgin, the King, 285-313, 317; Helg, «Fragmented Majority», 169.
48. Schwartz, «Resistance and Accommodation»; Tovar Pinzón, De una chispa, 22.
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(que eran en este caso parcialmente cubiertos por los esclavos) y tam-
bién a través de lo que muchos percibían como un el efecto pacificador
del conuco sobre el esclavo. «Los esclavos que tienen [parcelas para el
auto-cultivo] ni huyen ni causan problemas», comentaban numerosos
plantadores de la provincia de Río de Janeiro. Sus parcelas de auto-
consumo «les distraen un poco de la esclavitud, y les hacen creer ilu-
samente que tienen un limitado derecho de propiedad»49. Este «dere-
cho» puede haber sido ilusorio, pero los esclavos reclamaron los
conucos como suyos y discutieron constantemente con los amos acer-
ca de la cantidad de tiempo que se les permitía trabajar en ellos. Estas
disputas sobre los conucos anticiparon las disputas de tierras que se
desencadenarían en las zonas de plantación de Afro-Latinoamérica
después de la Independencia50.
Después de su demanda inicial de tiempo libre, los esclavos de
Santana pasaron a hablar de las horas y condiciones de trabajo. Pro-
ponían fijar cuotas máximas de trabajo para la siembra y la cosecha,
cantidades mínimas de trabajadores para algunas tareas concretas («la
madera que es serrada con una sierra de mano debe hacerse con tres
hombres, y uno encima»; «en las mazas [rodillos de molienda] tiene
que haber cuatro mujeres para alimentarlas de caña»), y mencionaban
trabajos que no harían más («no nos obligarán más a pescar en las dár-
senas de marea, ni a pescar marisco»; «iremos a trabajar al cañaveral
de Jabirú esta vez y después ha de quedar para pasto, pues no pode-
mos cortar caña en un manglar»). También pedían el despido de los
capataces de la propiedad, y el derecho a aprobar a los nuevos que se
contrataran en su lugar.
Los esclavos de Mompox, en cambio, no tenían nada que decir en
la cuestión del trabajo. Sus demandas se centraban en necesidades
materiales: una nueva dotación de ropa para cada esclavo, atención
médica y medicinas y, lo más importante de todo, comida. La más
básica de las necesidades humanas era la más reiteradamente negada en
las plantaciones. En Bahía, «hay una evidencia consistente desde el
49. Conrad, Children of God’s Fire, 78; Reis, «Escravos e coiteiros», 364; ver tam-
bién Gomes, Histórias de quilombolas, 382.
50. Sobre las parcelas de autoconsumo, ver Cardoso, Escravo ou camponês?;
Barickman, «A Bit of Land»; Schwartz, Slaves, Peasants, and Rebels, 45-55; Tovar Pin-
zón, De una chispa, 40-47.
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51. Schwartz, Sugar Plantations, 137; Conrad, Children of God’s Fire, 92-93.
52. Manzano, Autobiography, 59, 61, 101.
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56 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000
53. Picó, Al filo del poder, 25; ver también 99, 100.
54. Gutiérrez Azopardo, Historia del negro, 32-34, 48; Zuluaga Ramírez, Guerrilla
y sociedad, 35-36, 41-42; Reis, «Quilombos e revoltas», 19; Veracoechea, Documentos,
80; Metcalf, «Millenarian Slaves?», 1547.
55. Thornton, Africa and Africans, 235-271.
56. Bastide, African Religions, 240-284. Sobre los orishas yoruba, ver Thompson,
Flash of the Spirit, 1-97; Siqueira, Orixás.
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58 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000
59. Citas de Pereda Valdés, Negro en el Uruguay, 98; Karasch, Slave Life, 242;
Andrews, Afro-Argentines, 158. Sobre los esfuerzos de los esclavos para celebrar bailes
públicos, ver también Nistal-Moret, Esclavos prófugos, 15, 35; Montaño, Umkhonto,
211-224.
60. Harding, Refuge in Thunder, 132-135; Thompson, Flash of the Spirit, xiii; Rose,
Black Noise, 64-80.
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63. El 42% de los esclavos rurales estaban casados, en comparación al 21% de los
esclavos urbanos, el 42% de negros y mulatos libres del campo y el 46% de blancos que
vivían en el ámbito rural. Lombardi, People and Places, 135-137.
64. Hünefeldt, Paying the Price, 45-46.
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65. Costa et al., «Familia escrava», 254; Schwartz, Sugar Plantations, 396; Castro,
Das cores do silêncio, 75.Ver también otros artículos en Estudos Econômicos 17, 2
(1987); Slenes, Na senzala uma flor; Graham, «Slave Families»; Florentino y Góes, Paz
das senzalas; Lauderdale Graham, Caetana Says No.
66. Sharp, Slavery on the Spanish Frontier, 124-125; Zuluaga, «Cuadrillas mineras»,
67-80.
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vive en una casa aparte, aquél que con el afecto que caracteriza a la
mayoría de los africanos encuentra después de la jornada de trabajo a
alguien que cuide de él, en medio de esta familia de indigentes, tiene un
destino que no se puede comparar al de un esclavo aislado y perdido
en la multitud»67. Estos beneficios aparecen claramente en la autobio-
grafía de Juan Francisco Manzano, para quien su madre y sus herma-
nos eran el centro del mundo: «La amaba tanto que siempre pedía a
Dios me quitase primero la vida a mí que a ella. No me creía yo con
bastante fuerza para sobrevivirla». Cuando lo castigaban, su familia
iba a visitarlo y le llevaba comida o le brindaba conversación a través
de la puerta de su celda. En esas visitas su madre llamaba «de la sepul-
tura a su marido, pues cuando esto ya padre había muerto». En años
posteriores, en una de las contadas ocasiones en que la familia se reu-
nía, «Los tres abrazados de pie formábamos un grupo. Mis tres her-
manos más chicos nos rodeaban abrazándonos por los muslos. Mi
madre lloraba y nos tenía estrechados contra su pecho. Daba gracias a
Dios porque le concedía la gracia de volver a vernos»68.
Además de proporcionar apoyo emocional, las familias generaban
importantes beneficios económicos. En un momento dado, la madre
de Manzano le informó que había reunido suficiente dinero como
para comprar su libertad: «Juan, aquí llevo el dinero de tu libertad. Ya
tú ves que tu padre se ha muerto y tú vas a ser ahora el padre de tus
hermanos». Ésta era una estrategia frecuente entre las familias escla-
vas, que unían sus recursos para comprar la libertad de los miembros
de la familia uno por uno69. Los ahorros de la madre de Manzano, de
hecho, provenían en parte de un caballo que los abuelos de su hijo,
también esclavos, le habían dado cuando era joven. Tal y como su
madre daba a entender, de él se esperaba que, una vez libre y en con-
dición de cabeza de familia, asumiera la responsabilidad de rescatar a
sus hermanos de la esclavitud. Sin embargo, esta estrategia fracasó
cuando la madre de Manzano murió poco después y su dueña le con-
fiscó los ahorros. Manzano sólo pudo conservar un brazalete de oro
de su madre, que vendió para pagar las misas por su alma70.
64 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000
1800 65
Una de las principales vías que los esclavos emplearon para escapar
del tratamiento abusivo fue aprovecharse de su derecho a cambiar de
66 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000
77. Acerca de tales demandas, ver Hünefeldt, Paying the Price, 167-179; Lanuza,
Morenada, 75-81, 105; Cope, Limits of Racial Domination, 46.
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1800 67
78. Ver por ejemplo un caso de 1798 en Barbacoas (Colombia), en el que un grupo
de mineros esclavos que alegaban maltrato por parte de su propietario recurrió al
teniente de la zona, «porque ha atendido otras causas de esclavos». González, «Apre-
cio económico», 216.
79. Ver por ejemplo la declaración de 1807 de un defensor de esclavos de Colom-
bia, en donde afirmaba que la esclavitud va «contra razón de natura... una condición
violenta y odiosa que, en lugar de ampliarse y favorecerse, debe restringirse y angus-
tiarse». Lucena Salmoral, Sangre sobre piel, 77; ver también Meiklejohn, «Implementa-
tion of Slave Legislation»; Jaramillo Uribe, Ensayos, 35; Rama, Afro-uruguayos, 47-48;
Lavallé, «Aquella ignominiosa herida».
80. Hünefeldt, Paying the Price, 65.
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68 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000
1800 69
que todo esclavo tiene a su rescate», esto es, a comprar su propia libertad. Manzano,
Autobiography, 20. Para una discusión en profundidad de los derechos de los esclavos
bajo la ley española, ver Petit Muñoz et al., Condición jurídica, 181-269.
83. Rodrigues, «Liberdade, humanidade», 160.
84. Algranti, Feitor ausente, 112; Reis, «Quilombos e revoltas», 35.
85. De 380 peticiones halladas por Keila Grinberg en los archivos nacionales de
Brasil, casi todas datan del período posterior a 1831, y la gran mayoría de la segunda
mitad del siglo. Grinberg, Liberata, 22, 109.También sobre peticiones de esclavos, ver
Grinberg, «Freedom Suits»; Lauderdale Graham, Caetana Says No; Chalhoub, Visões
da liberdade.
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90. Sobre comunidades de esclavos huidos ver Price, Maroon Societies; Gomes,
Histórias de quilombolas; Reis y Gomes, Liberdade por um fio; Acosta Saignes, Vida de
los esclavos, 178-210; Lazo García y Tord Nicolini, Del negro señorial; Friedemann, Ma
ngombe; Borrego Plá, Palenques de negros; La Rosa Corzo, Cimarrones de Cuba y
Palenques del oriente.
91. Guillot, Negros rebeldes; Rout, African Experience, 104-117; Zuluaga Ramírez,
Guerrilla y sociedad; Rueda Novoa, Zambaje y autonomía; Carroll, «Mandinga». Véa-
se también el caso de Curiepe, un asentamiento de negros libres en el valle de Tuy en
Venezuela que en el transcurso del siglo XVIII se convirtió en un centro de actividad
cimarrona. Ferry, Colonial Elite, 108-120.
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92 Cita de Bastide, African Religions, 90. Sobre Palmares, ver Carneiro, Quilombo
dos Palmares; Freitas, Palmares; Reis y Gomes, Liberdade por um fio, 26-109; Ander-
son, «Quilombo of Palmares».
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74 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000
93. Guimarães, Negação da ordem; Reis and Gomes, Liberdade por um fio, 139-
192.
94. Schwartz, Slaves, Peasants, 112-118; Lazo García y Tord Nicolini, Del negro
señorial, 23-24.
95. Gomes, Histórias de quilombolas, 43.
96. Jaramillo Uribe, Ensayos, 64-70; para una perspectiva alternativa, ver McFarla-
ne, «Cimarrones and Palenques».
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97. Brito Figueroa, Problema tierra y esclavos, 215-219, 238-242; Acosta Saignes,
Vida de los esclavos, 190-195; Blanco Sojo, Miguel Guacamaya, 36-42; Guerra, Escla-
vos negros.
98. Castellanos y Castellanos, Negro en Cuba, 200-211.
99. Reis, «Escravos e coiteiros», 333.
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76 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000
Afrolatinoamericanos
Nota: Los totales para Brasil están incompletos; dos capitanías (Mato Grosso y
Pará) no recogieron información racial. Los datos para Ecuador muestran blan-
cos y mestizos juntos. Los de Colombia en cursiva indican estimaciones del
autor. Las celdas vacías indican que no hay información. Fuentes: Ver Apéndice.
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L I B E RTA D
78 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000
103. Sobre la manumisión, ver Bowser, African Slave, 272-301; Hanger, Bounded
Lives, 17-51; Hünefeldt, Paying the Price, 167-179; Johnson, «Manumission»; Karasch,
Slave Life, 335-369; Bergad et al., Cuban Slave Market, 122-142; Kiernan, «Manumis-
sion of Slaves»; Mattoso, Ser escravo, 176-198; Schwartz, «Manumission of Slaves»;
Nishida, «Manumission and Ethnicity»; Higgins, «Licentious Liberty», 145-174.
104. Aguirre, Agentes, 191; Tovar Pinzón, De una chispa, 22; Veracoechea, Docu-
mentos, 276-277, 314-316.
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80 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000
108. Ver por ejemplo Hanger, Bounded Lives, 35-38; Jaramillo Uribe, Ensayos, 50-
53; Hall, Africans in Colonial Louisiana, 274; Higgins, «Licentious Liberty», 159-162.
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109. Sobre el Régimen de Castas, ver Rout, African Experience, 126-161; Russell-
Wood, Black Man, 50-82; Jaramillo Uribe, Ensayos, 163-233; Petit Muñoz et al., Con-
dición jurídica, 334-364.
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82 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000
110. Kinsbruner, Not of Pure Blood, 19; Mota, Nordeste 1817, 105; para caracteri-
zaciones negativas similares de los racialmente mezclados pardos, ver Pellicer, Vivencia
del honor, 40-48.
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111. Cita de Bowser, «Colonial Spanish America», 52. Sobre artesanos negros y
mulatos, ver Bowser, African Slave, 125-146; Deschamps Chapeaux, Negro en la eco-
nomía; Hanger, Bounded Places, 55-87; Harth-Terré y Márquez Abanto, «Artesano
negro»; Kinsbruner, Not of Pure Blood, 70-78, 131-136; Rosal, «Artesanos de color».
112. Sobre el empresariado negro libre, ver Cope, Limits of Racial Domination,
106-124; Deschamps Chapeaux, Negro en la economía; Hanger, Bounded Lives, 55-87;
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Bowser, African Slave, 317-320; Russell-Wood, Black Man, 53-56; Kinsbruner, Petty
Capitalism, 123.
113. Mulvey, «Black Lay Brotherhoods»; Russell-Wood, Black Man, 128-160; Sca-
rano, Devoção e escravidão; Kiddy, Blacks of the Rosary; Andrews, Afro-Argentines,
138-142.
114. Voelz, Slave and Soldier, 120-121.
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1800 87
118. Bowser, African Slave, 141-142; Bowser, «Colonial Spanish America», 39;
Cope, Limits of Racial Domination, 21-22; Castillero Calvo, Régimen de castas, 26;
Kinsbruner, Petty Capitalism, 82.
119. Castillero Calvo, Régimen de castas, 27; Johnson, «Artisans of Buenos Aires», 50-
145. Sobre conflictos raciales similares en Río de Janeiro, ver Algranti, Feitor ausente, 91-92.
120. Rodulfo Cortés, Régimen de «Las Gracias al Sacar»; Twinam, Public Lives;
Rout, African Experience, 156-159.
121. Además de los ejemplos referidos en la nota anterior, ver los numerosos casos
presentados en Rodulfo Cortés, Régimen de «Las Gracias al Sacar», Vol. 2, Documen-
tos anexos; King, «José Ponciano de Ayarza»; Twinam, «Pedro de Ayarza».
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88 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000
la libertad con que a la plebe se le permite escoger la clase [racial] que ellos
prefieran… Muy a menudo se unen a una u otra según les convenga o les
venga de necesidad… Un Mulato, por ejemplo, cuyo color le ayuda en
algo a esconderse en otra casta, dice caprichosamente de sí mismo que es
indio, para disfrutar de los privilegios de los indios, y pagar así menos tri-
buto… o más frecuentemente, que es Español, Castizo o Mestizo, y
entonces no paga [tributo] ninguno123.
122. Cita de Chance, Race and Class, 194; ver también Valdes, «Decline of the
Sociedad de Castas»; Seed, «Social Dimensions of Race»; Anderson, «Race and Social
Stratification».
123. Cope, Limits of Racial Domination, 51-54; Mörner, Race Mixture, 69.
124. Rosenblat, Población indígena, Vol. 2, 173-178.
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90 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000
127. Martínez-Alier, Marriage, Class and Colour, 18, 71; Cope, Limits of Racial
Domination, 56; ver también King, «Colored Castes», 56.
128. Martínez-Alier, Marriage, Class and Colour, 18. Esta cita es de un funcionario
real en Cuba, con fecha desconocida.
129. Brito Figueroa, Estructura social y demográfica, 77-78.
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92 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000
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***
94 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000
CAPÍTULO 2
«U N R AY O E X T E R M I N A D O R »
Las guerras por la libertad, 1810-1890
E
n 1775, una oleada revolucionaria se extendió por el Atlántico.
Empezó en América del Norte, con la Revolución Americana
(1775-1783), se expandió por Europa, con la Revolución France-
sa (1789-1799) y volvió a las Américas con la revolución esclava de Hai-
tí (1791-1804). Cada uno de estos eventos históricos a nivel mundial se
sintió poderosamente en la América española y portuguesa, y cada uno
comunicó cosas diferentes a las gentes que habitaban la región. Los Esta-
dos Unidos mostraron cómo una sociedad del Nuevo Mundo podía
sacudirse el yugo de la dominación colonial y construir un sistema polí-
tico nuevo basado en los principios de la soberanía nacional y el republi-
canismo liberal. La Revolución Francesa ofreció a los latinoamericanos
una lección de cómo derrocar el Antiguo Régimen, basado en la monar-
quía absolutista. Las elites criollas se asustaron ante su asalto al privilegio
aristocrático, pero era precisamente ese asalto, y la invocación que hacía
la Revolución del igualitarismo democrático y los derechos del hombre,
lo que hacía a la experiencia francesa tan atractiva para los intereses de los
negros y mulatos libres y para los blancos de clase baja.
Las Revoluciones Atlánticas afectaron a América Latina no sólo
por la fuerza de su ejemplo, sino también por su impacto geopolítico.
Del mismo modo en que la Revolución Americana desencadenó indi-
rectamente a su contraparte francesa1, también la Revolución Francesa
96 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000
1786 para pagar esas deudas, los Estados Generales acordaron protestar, lo que desen-
cadenó los eventos que llevaron a la revolución. Skocpol, States and Social Revolutions,
62-67.
2. Blackburn, Overthrow of Colonial Slavery, 161-264.
3. Córdova-Bello, Independencia de Haiti; Mott, «Revolução dos negros»; Scott,
«A Common Wind»; Gaspar y Geggus, Turbulent Time; Geggus, Impact of the Hai-
tian Revolution.
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4. Acerca del levantamiento esclavo de Haití, ver James, Black Jacobins; Fick,
Making of Haiti; Dubois, Avengers of the New World.
5. Sobre las guerras de independencia, ver Graham, Independence in Latin Ameri-
ca; Kinsbruner, Independence in Spanish America; Lynch, Spanish American Revolu-
tions; Bethell, Independence of Latin America; Rodríguez O., Independence of Spanish
America.
03-segundo 28/4/07 03:16 Página 98
98 AFRO-LATINOAMÉRICA, 1800-2000
GUERRA Y ABOLICIÓN
9. Costa, Brazilian Empire, 41; Lynch, Spanish American Revolutions, 213. Véase
también la ley de emancipación gradual en Uruguay, de 1825, que observaba «la mons-
truosa inconsistencia que resultaría si, entre los mismos pueblos que proclaman y
defienden los derechos del hombre, los hijos de los esclavos permanecieran en tan bár-
bara condición…» (Rama, Afro-uruguayos, 50).
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Esclavitud
País Trata de esclavos Ley de Abolición
Vientre Libre final
14. Por el lado español, una ley que proponía abolir la esclavitud fue enviada a las
Cortes para su aprobación en 1811. Fue rechazada, y aparentemente el tema de la
emancipación no se discutió más en los círculos oficiales españoles en esa época (Fran-
co, Conspiración de Aponte, 27-29). En el bando criollo, ver la Orden de Reclutamien-
to Esclavo de 1816, que decretaba «la libertad absoluta de los esclavos que han gemido
bajo el yugo español en los tres siglos pasados», pero restringía esa libertad a los escla-
vos (y sus familias) que se unieran a las fuerzas rebeldes. Los que no lo hicieran (y tam-
bién sus familias) seguirían siendo esclavos (Brito Figueroa, Problema tierra y esclavos,
344).
15. Lombardi, Decline and Abolition, 46.
16. De la Vega, Cartagena de Indias; Bell Lemus, Cartagena de Indias, 87-95.
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19. Citas de Montaño, Umkhonto, 166, 167; Frega, «Caminos de libertad», 52.
Sobre las ciudades afrouruguayas en Paraguay, ver Montaño, Umkhonto, 201-210.
20. Aguirre, Agentes, 120-125, 245-254, 276-284; ver también Blanchard, Slavery
and Abolition, 95-125. Los esclavos también tomaron haciendas abandonadas en Car-
tagena (Bell Lemus, Cartagena de Indias, 89).
03-segundo 28/4/07 03:16 Página 107
33. Esto ayuda a entender por qué México nunca aprobó una ley similar. Aunque
los esclavos desempeñaron un papel activo en la insurrección de Veracruz, en el país en
su conjunto eran una parte insignificante de las fuerzas rebeldes.
03-segundo 28/4/07 03:16 Página 113
34. Lombardi, Decline and Abolition, 52; Blanchard, Slavery and Abolition, 50-51;
Rama, Afro-uruguayos, 52.
35. Blanchard, Slavery and Abolition, 52-57; Andrews, Afro-Argentines, 56, 243.
36. Lombardi, Decline and Abolition, 127.
37. Hünefeldt, Paying the Price, 79-85; Aguirre, Agentes, 214-233.
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41. Cita de Lombardi, Decline and Abolition, 63; sobre la abolición, ver 135-142; y
Wright, Café con Leche, 31, 34-35.
42. Blanchard, Slavery and Abolition, 189-207.
03-segundo 28/4/07 03:16 Página 116
PA Z ( Y GUERRA)
¿Qué sucedía con los esclavos en esos pocos países —Brasil, Cuba,
Puerto Rico— que escaparon a la guerra constante durante la primera
mitad del siglo XIX? En ausencia de los efectos desestabilizadores de la
guerra, la esclavitud como institución no sólo persistió, sino que se
expandió hasta alcanzar niveles desconocidos anteriormente. A medi-
da que el tráfico de esclavos introdujo más africanos en esos países, las
bases africanas de las comunidades negras se fortalecieron. También lo
45. Conrad, Children of God’s Fire, 405; Graden, «An Act “Even of Public Secu-
rity”», 256; Mota, Nordeste 1817, 59, 119; Reis y Silva, Negociação e conflito, 91, 94;
Freyre, Mansions and Shanties, 370. Ver también Mott, «Revolução dos negros»;
Karasch, Slave Life, 324; Schwartz, Sugar Plantations, 478-479.
46. Franco, Conspiración de Aponte, 12-13; Díaz Soler, Historia de la esclavitud,
212.
03-segundo 28/4/07 03:16 Página 119
55. Lydia Cabrera, citada en Thompson, Flash of the Spirit, 123; ver también 101-
159; Castellanos y Castellanos, Religiones y lenguas, 127-202; Cabrera, Regla Kimbisa
y Reglas de Congo.
56. Barnet, Autobiography, 35.
57. Sobre la religión yoruba y la santería, ver Thompson, Flash of the Spirit, 1-100;
Castellanos y Castellanos, Religiones y lenguas, 9-125; Cabrera, El monte y Yemayá y
Ochún; Brandon, Santeria; Murphy, Santería; Brown, Santería Enthroned.
03-segundo 28/4/07 03:16 Página 124
60. López Valdés, «Sociedad secreta “abakuá”»; sobre el papel del culto del leopar-
do en regular la deuda y el crédito en África, ver Lovejoy y Richardson, «Trust, Pawns-
hip», 347-349.
61. Helg, Our Rightful Share, 30, 83.
03-segundo 28/4/07 03:16 Página 126
62. Sobre la capoeira, ver Soares, Capoeira escrava y Negregada instituição; Lewis,
Ring of Liberation.
63. Lewis, Ring of Liberation, 54.
03-segundo 28/4/07 03:16 Página 127
go] porque decían que era el mismo Diablo y que estaba ligado con mayombe y con
muerto… Cuando tenían [los congo] algún problema con alguna persona, ellos seguían
a esa persona por un trillo cualquiera y recogían el polvo que ella pisaba. Lo guardaban
y lo ponían en… un rinconcito. Según el sol iba bajando, la vida de la persona se iba
yendo. Y a la puesta del sol la persona estaba muertecita. Yo digo esto porque da por
resultado que yo lo vide mucho en la esclavitud» (Barnet, Autobiography, 34). Sobre
formas de hechicería congo en Brasil durante el período colonial, ver Sweet, Recreating
Africa, 161-188.
68. Nistal-Moret, Esclavos prófugos.
03-segundo 28/4/07 03:16 Página 129
79. Santos, Balaiada, 90-91; Souza, Sabinada, 144; Chiavenato, Cabanagem, 123-
133.
80. Kraay, «“As Terrifying as Unexpected”», 518; Souza, Sabinada, 146-151.
03-segundo 28/4/07 03:16 Página 133
Esos grupos resultaron ser incapaces de unirse para hacer frente a las
fuerzas que los oprimían. En consecuencia, la autoridad central preva-
leció en todos los desórdenes civiles de la época, la esclavitud se man-
tuvo vigente, y en la década de 1840 se importaron más esclavos a Bra-
sil que en cualquier década anterior de la historia del país (con la única
excepción de la de 1820).
Un mayor comercio de esclavos también incrementó las tensiones
y conflictos sociales en Cuba, incluyendo al nivel de la elite. Durante
la primera mitad del siglo, las elites cubanas permanecieron leales a
España, en buena medida por su miedo a la población esclava. Sin
embargo, no todos los plantadores prosperaron a partir de esta lealtad.
Mientras las plantaciones azucareras del occidente de la isla se expan-
dían y se multiplicaban, los pequeños productores de café, tabaco y
azúcar en la Cuba oriental quedaron más y más rezagados, y aparta-
dos de la competición por los mercados, el capital y los esclavos. En
1868, aguijoneados por la imposición de nuevos impuestos por parte
de España y por su rechazo a conceder a la isla mayores cuotas de
auto-gobierno, los representantes de estas elites orientales declararon
la independencia de Cuba y lanzaron una insurrección armada contra
el dominio español.
Desde el inicio de la Guerra de los Diez Años (1868-1878), la escla-
vitud, y el papel a desempeñar por los esclavos en la insurrección, fue
una cuestión central en la lucha por la independencia cubana, de la mis-
ma manera que lo había sido 60 años antes en la Sudamérica española.
De hecho, dada la presencia masiva de esclavos en la isla —370.000 en
1861, un cuarto de la población total— la esclavitud era un tema más
candente en Cuba de lo que lo había sido en cualquier lugar del conti-
nente. El gobierno rebelde intentó inicialmente retener el apoyo de los
propietarios de esclavos retrasando su decisión sobre la abolición has-
ta después de que se hubiera conquistado la independencia. Pero
durante el primer año, bajo la presión de los abolicionistas del movi-
miento rebelde (muchos de ellos negros y mulatos libres), y buscando
el apoyo de Estados Unidos, el gobierno rebelde decretó la emancipa-
ción total e inmediata. Sin ningún deseo de acabar con la esclavitud,
pero consciente de la necesidad de retener la obediencia de los esclavos
en la porción occidental de la isla, controlada por los españoles, Espa-
ña reaccionó en 1870 con un edicto de Vientre Libre, la ley Moret. Bajo
esta ley, los niños que nacieran de madre esclava después de septiembre
03-segundo 28/4/07 03:16 Página 134
81. La ley también liberaba a los esclavos de 60 o más años. Scott, Slave Emancipa-
tion, 45-83; Ferrer, Insurgent Cuba, 15-28.
82. Citas de Scott, Slave Emancipation, 55; Bergad, Cuban Rural Society, 185; ver
también Scott, Slave Emancipation, 45-62; Bergad, Cuban Rural Society, 183-189.
83. Ferrer, Insurgent Cuba, 47-67; Helg, Our Rightful Share, 49-51, 78-80.
03-segundo 28/4/07 03:16 Página 135
94. Chalhoub, Visões da liberdade, 43-79; Castro, Das cores do silêncio, 119-134.
95. Andrews, Blacks and Whites, 35.
96. Queiroz, Escravidão negro, 155-156.
03-segundo 28/4/07 03:16 Página 140
97. Citas de Conrad, Destruction of Brazilian Slavery, 185. Sobre asaltos de escla-
vos en las décadas de 1860 y 1870, y sus apelaciones a la policía y los magistrados, ver
Queiroz, Escravidão negra, 144-162; Azevedo, Onda negra, 180-199.
98. Slenes, «Demography and Economics», 550.
99. Dean, Rio Claro, 127.
03-segundo 28/4/07 03:16 Página 141
***
102. Andrews, Blacks and Whites, 40. La abolición fue «una victoria del pueblo y,
podríamos añadir, una conquista de los negros libres y los esclavos» (Costa, Abolição, 94).
03-segundo 28/4/07 03:16 Página 143
CAPÍTULO 3
«L OS NEGROS , NUEVOS CIUDADANOS »
La política de la libertad, 1810-1890
E
n marzo de 1888, mientras el último sistema esclavista de Amé-
rica se colapsaba en medio de la huida masiva de los esclavos
brasileños, un periódico de la provincia de Río de Janeiro
publicaba un poema satírico sobre los esfuerzos de un plantador para
contratar a libertos recién liberados para trabajar en su plantación.
INDEPENDENCIA
6. Lynch, Spanish American Revolutions, 197; Siso, Formación del pueblo, Vol. 2,
189-190, 449-450.
7. Siso, Formación del pueblo, Vol. 2, 444; Stoan, Pablo Morillo, 17; Arcaya U.,
Cabildo de Caracas, 111-112; Sucre Reyes, Capitanía General, 148.
8. Citas de Stoan, Pablo Morillo, 36. Sobre la oposición de los pardos a la república
rebelde, ver Brito Figueroa, Problema tierra y esclavos, 325-343; Rodríguez, Pardos
libres, 28-36; Carrera Damas, Boves.
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nos derechos legales y civiles, pero no les estaba permitido el ser elec-
tores o el servicio público). A diferencia de los países de la América
hispánica, Brasil había evitado la prolongada guerra por la indepen-
dencia y la movilización generalizada de sus poblaciones de esclavos y
negros libres. No obstante, los afrobrasileños habían puesto de mani-
fiesto su resentimiento por las leyes de castas: «iguales oportunidades
para todos [los grupos raciales] sin restricciones era el principal ideal
de los grupos no-blancos». Para los negros y mulatos libres, «la lucha
por la independencia aparecía como una lucha contra los blancos y sus
privilegios»13.
Esa lucha había empezado en Bahía en 1798, con la Revuelta de los
Sastres, durante la cual soldados y artesanos mulatos se reunieron para
urdir un levantamiento basado en los principios de las revoluciones
haitiana y francesa. Sus agravios más inmediatos eran acerca del trata-
miento diferenciado entre soldados negros y blancos en la guarnición
de la ciudad, así como la ausencia de oficiales afrobrasileños entre los
altos mandos. «Todos los soldados son ciudadanos», proclamaban
carteles colgados por toda la ciudad, «especialmente los hombres par-
dos y negros de los que abusa y a los que se abandona. Todos son igua-
les. No hay diferencias». Los conspiradores ampliaron su programa
más allá de cuestiones puramente militares para incluir la independen-
cia plena, la declaración de una república basada en la democracia elec-
toral, la abolición de la esclavitud y la igualdad plena entre negros y
blancos14.
La revuelta fue reprimida por la policía bahiana antes de dar
comienzo. Aun así, los deseos de los afrobrasileños libres de conseguir
la igualdad racial continuaron cocinándose a fuego lento bajo la super-
ficie de la vida política colonial, para explotar de nuevo en el levanta-
miento republicano de 1817 en Pernambuco. Liderada inicialmente
por plantadores y comerciantes blancos contrarios a los controles rea-
Colombia, en 1822. Los comerciantes locales, molestos por su esfuerzo en hacer cum-
plir las medidas anti-contrabando, lo acusaron de fomentar la guerra de razas y solici-
taron que fuera depuesto. El juicio subsiguiente lo absolvió de todos los cargos. Lasso,
«Race and Republicanism», 141-150. Sobre la oposición de la elite a los oficiales negros
en Ecuador, ver Rout, African Experience, 226.
13. Costa, Brazilian Empire, 10.
14. Burns, «Intellectuals as Agents», 245; Costa, «Political Emancipation of Bra-
zil», 69.
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les sobre el comercio local, la rebelión pronto dio rienda suelta a las
aspiraciones reprimidas de los negros y mulatos libres de Recife. Un
observador portugués atrapado en la ciudad durante la revuelta recor-
daba cómo «los mulatos y negros andaban tan atrevidos que decían
que éramos iguales». Bajo presión de la población negra libre y su
principal agitador, el sastre mulato José de Ó Barbosa, el fugaz gobier-
no revolucionario condenó las leyes de castas y se pronunció a favor
de la igualdad racial. «Nunca podremos creer», proclamaba, «que por
ser más o menos tostados los hombres degeneren de su condición ori-
ginal de igualdad». Después de la derrota de los rebeldes, el coman-
dante portugués puso particular empeño en restaurar el orden entre la
población negra libre, al ordenar «azotar sanguinolenta y pública-
mente», como mencionaba otro observador portugués «a mulatos
libres, padres de familia, negros, algunos blancos, etc.»15.
Las elites brasileñas eran perfectamente conscientes del deseo de
igualdad de los negros y mulatos libres. También lo eran de la necesi-
dad de su apoyo, no en las guerras de independencia, que nunca se
materializaron, sino en el «estado de guerra interna», tal y como lo
describía un consejero real en 1818, que existía entre amos y escla-
vos16. En la década de 1820, cuando fueron importados a Brasil más
esclavos que en cualquier otra, la experiencia haitiana empezó a pro-
yectar una alargada sombra sobre las mentes de los propietarios de
esclavos y los funcionarios del gobierno. El jurista del siglo XIX Perdi-
gão Malheiro describió la esclavitud como «un volcán... una bomba
lista para explotar con la primera chispa». La rebelión esclava era más
probable, observaba, durante períodos en los que la población libre
estaba dividida por disputas y conflictos internos17. Mantener a la
población esclava de Brasil bajo control requería que la población
libre se mantuviera en un frente unido contra ella. Tal unidad podía
mantenerse sólo si a los afrobrasileños se les concedía la igualdad legal
plena.
Así, en 1825 las restricciones de castas formales de la América espa-
ñola y Brasil llegaron a su fin de un modo muy similar al que lo había
hecho la esclavitud, en una situación en la que los negros y mulatos
18. Flory, «Race and Social Control», 203; Holloway, Policing Rio de Janeiro, 48.
19. Reis, A morte é uma festa, 53-59; Conrad, Children of God’s Fire, 221.
20. Hudson, «Status of the Negro», 235-236.
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LIBERALISMO NEGRO
28. Lynch, Spanish American Revolutions, 256, 264; Lasso, «Race and Republica-
nism», 150-168; Figueroa Navarro, Dominio y sociedad, 245-246. Panamá formó parte
de Colombia hasta 1903, cuando declaró la independencia con el apoyo de Estados
Unidos.
29. Aguirre, Agentes, 289-291.
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30. Cita de Anna, Forging Mexico, 228. Sobre la administración de Guerrero, ver
Sims, Expulsion of Mexico’s Spaniards, 57-122; Anna, Forging Mexico, 210-228.
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31. Reis y Silva, Negociação e conflito, 85; Freyre, Mansions and Shanties, 370; Cos-
ta, Brazilian Empire, 10; Flory, «Race and Social Control», 206; Reis, Slave Rebellion,
23-28; Barman, Brazil, 112-120.
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tidarios plebeyos. «Los ciudadanos son los blancos y los ricos», procla-
maba un manifiesto rebelde, «y todo el pueblo de color, habitualmente
despreciado por ellos, sufre el pesado yugo del absolutismo y la esclavi-
tud». Los rebeldes acusaron al gobierno de haber continuado con las
prácticas discriminatorias del Régimen de Castas, con la esperanza de
mantener la jerarquía y la división racial. Las elites «quieren hacer ver-
ter la sangre de tres hombres, un Blanco, un Mulato y un Indio en un
solo vaso, y después mostrárnosla separada. Brasileños, mirad bien esta
división y desunión: sólo porque ellos tienen la piel clara quieren robar-
nos el derecho que a todos pertenece por Ley divina y humana»32.
En su composición racial y de clase, y en su orientación política,
estas revueltas brasileñas eran enormemente similares a las revueltas
liberales del mismo período en la América española, en las que cam-
pesinos y esclavos mayoritariamente no-blancos se enfrentaron a eli-
tes mayoritariamente blancas para reivindicar la igualdad racial y los
derechos plenos de ciudadanía. Sin embargo, sólo una de las rebelio-
nes de Brasil expresó sus objetivos explícitamente en el lenguaje del
liberalismo. Fue la revuelta de la Sabinada, en Bahía, nombrada así por
su principal líder, el médico afrobrasileño Francisco Sabino. De las
rebeliones de este período, ésta fue la única que tuvo lugar en el medio
urbano, y en Salvador, como en otras ciudades nordestinas, «los ele-
mentos más radicales, aquellos que vislumbraban un Brasil republica-
no, o por lo menos federalista, eran pardos provenientes de familias
pobres o de clase media»33. Fueron esos pardos los que transformaron
lo que era inicialmente una rebelión de oficiales militares desconten-
tos —muchos de los cuales, junto a virtualmente todos los hombres de
la guarnición, eran afrobrasileños— en un movimiento secesionista.
La retirada del Estado-nación estaba justificada, según argumenta-
ban los rebeldes, por la incapacidad del gobierno de extender los dere-
chos plenos de ciudadanía a negros y mulatos, o a promover a afro-
brasileños cualificados en la administración civil o militar34. El
32. Santos, Balaiada, 50-51, 76; ver también Janotti, Balaiada. Sobre la revuelta en Pará,
ver Chiavenato, Cabanagem; Paolo, Cabanagem. Sobre la Guerra de los Cabanos, Andra-
de, Guerra dos Cabanos; Freitas, Guerrilheiros do Imperador; Lindoso, Utópia armada.
33. Reis, A morte é uma festa, 44.
34. Ésta había sido también una de las quejas de la «prensa mulata» de Río de Janei-
ro a principios de la década de 1830. Flory, «Race and Social Control», 208-213; Lima,
Cores, marcas e falas, 31-87.
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35. Citas de Kraay, «As Terrifying as Unexpected», 516-517. Ver también Souza,
Sabinada; Holub, «Brazilian Sabinada».
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36. Sobre la política brasileña en este período, ver Graham, Patronage and Politics;
Graham, «1850-1870»; y Costa, «1870-1889».
37. Brito Figueroa, Problema tierra y esclavos, 355-402; Brito Figueroa, Ezequiel
Zamora; Matthews, Violencia rural.
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desafortunada. Son los negros contra los blancos: los viciosos y los
holgazanes contra los honestos y trabajadores, los ignorantes contra
los cultos». El presidente conservador José Antonio Páez, llevado al
exilio después de la guerra, describió estos acontecimientos como
«una revolución... entre la población de color; una clase que hasta
entonces había sido la más pacífica y sumisa, se pervirtió desde enton-
ces en una medida tal que requería todas las energías y los recursos de
la raza blanca para salvarse a sí misma de la ruina y la degradación
total»38.
En Perú, los montoneros (grupos armados montados) liberales y
las guerrillas que hostigaban a los hacendados conservadores en las
afueras de Lima fueron a menudo reclutados de entre las filas de los
esclavos fugados y los negros libres39. Los afroperuanos apoyaron el
levantamiento exitoso de Ramón Castilla en 1853 contra el presidente
conservador Echenique (durante el cual Castilla abolió finalmente la
esclavitud), así como el alzamiento del populista Nicolás Piérola de
1894 y su administración presidencial (1895-1899). De hecho, Piérola
inició su revuelta en la zona de plantación azucarera del valle de Chin-
cha, con apoyo de las guerrillas y los montoneros negros de la
región40.
En México, como hemos visto, las unidades de mulatos de la mili-
cia provenientes de las costas de Veracruz y Acapulco llevaron al
poder al populista liberal Vicente Guerrero en 1829. Después de la
muerte de Guerrero, en 1831, esas unidades transfirieron su lealtad a
su sucesor ideológico, el populista liberal Juan Álvarez, a quien ayu-
daron a alcanzar el poder nacional en 1855. La presidencia de Álvarez
inició el proceso de reforma liberal que culminó en la redacción de la
Constitución de 1857, y que inauguró la hegemonía liberal que duró
desde finales de la década de 1860 hasta la Revolución de 191041.
En Ecuador el presidente liberal José Urbina, después de decretar
la abolición en 1851, formó una guardia presidencial compuesta de
afroecuatorianos, los Tauras, que fue un pilar de su régimen hasta la
toma del poder por parte de los conservadores, en 1860. Después de
38. Wright, Café con Leche, 36-38. Sobre la Guerra Federal, ver Banko, Luchas
federalistas, 143-1201.
39. Walker, «Montoneros, bandoleros»; Aguirre, «Cimarronaje, bandolerismo».
40. Cuche, Poder blanco, 150.
41. Guardino, Peasants, Politics, esp. 137, 183.
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42. Carvalho-Neto, Estudios afros, 292, 301-02; Argentina Chiriboga, «Raíces africa-
nas», 137; Zendrón, Cultura negra, 58-62; Castro Chiriboga, «Revolución de Concha».
43. Citas de Pacheco, Fiesta liberal, 131, 133; Long, «Dragon Finally Came», 128.
44. Taussig, Devil and Commodity Fetishism, 63-64.
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48. Gootenburg, Between Silver and Guano, 49-51; Cuche, Poder blanco, 148-149.
Acerca del uso por parte de políticos conservadores de bandas de capoeira para alterar
los resultados de las elecciones en Brasil, ver Soares, Negregada instituição, 196-245.
49. Andrews, Afro-Argentines,180; sobre la represión de la oposición liberal por
parte de Rosas, ver Lynch, Argentine Caudillo, 95-119.
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50. Sobre estos presidentes negros, ver Andrews, Afro-Argentines, 82-83; Vincent,
Legacy of Vicente Guerrero; Jurado Noboa, «Presidentes del Ecuador»; Ewell, Vene-
zuela, 21-26; Hoetink, Dominican People, 112-138 pássim. La única excepción a esta
generalización fue el conservador Buenaventura Báez, cinco veces presidente de la
República Dominicana entre 1849 y 1878.
51. Sobre el ascenso al poder de los liberales en Argentina, México, Venezuela, y
otros países, ver Bushnell y Macaulay, Emergence of Latin America, 180-246. Sobre el
«liberalismo popular», ver Mallon, Peasant and Nation; Guardino, Peasants, Politics;
Sanders, Contentious Republicans; Thurner, Two Republics.
52. Ver capítulo 5.
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54. Sobre las celebraciones del 13 de Mayo ver Andrews, Blacks and Whites, 212-
218; acerca de la actual memoria de la esclavitud, Queiroz, Caipiras negros, 81; Taussig,
Devil and Commodity Fetishism, 67-68, 93; Long, «Dragon Finally Came», 24-25;
Bourgois, Ethnicity at Work, 84; «Former Slave Havens in Brazil Gaining Rights»,
New York Times (23 de enero de 2001), A1, A4. Hasta hoy, los afrobrasileños de clase
baja invocan como uno de sus principales valores el concepto de que «todo hombre
debería ser dueño de su propio cuerpo». Scheper-Hughes, Death Without Weeping,
231, 231-267 pássim; «On the Conga Line, Who Cares About the Crisis?», New York
Times (15 de febrero de 1999).
55. La reivindicación más importante, cabe recordar, de los esclavos de la planta-
ción de Santana en 1789. Ver el capítulo 1.
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58. Gootenburg, Between Silver and Guano, 49; Andrews, Afro-Argentines, 143-146.
59. Sobre el trabajo negro urbano en los años de la post-abolición, ver Stokes,
«Etnicidad y clase social», 197-199; Andrews, Afro-Argentines, 181-186.
60. Sobre la movilización de los artesanos en este período y la participación de los
negros en ella, ver Sowell, Early Colombian Labor Movement, 54-80; Pacheco, Fiesta
liberal; Guardino, Peasants, Politics, 118-127, 140-142; Gootenburg, Between Silver
and Guano, 49-51.
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61. «La aspiración fundamental del liberto no era un salario, era la tierra, base de su
independencia económica» (Correa González, «Integración socio-económica», 211).
Ver también, para Brasil, Machado, Plano e pânico, 21-66.
62. Correa González, «Integración socio-económica», 235; ver también Hudson,
«Status of the Negro», 231-232.
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71. Sobre formas populares de devoción religiosa, ver Freidemann y Arocha, De sol
a sol, 402-413; Whitten, Black Frontiersmen, 132-138; Chacón, Curiepe, 116-122; Prin-
ce, «Saints and Spirits», 189-203.
72. Chalá, «¿Cómo vivimos?», 158; Whitten, Black Frontiersmen, 137; Speiser,
Tradiciones afro-esmeraldeñas, 39-40; Zuluaga Ramírez, Guerrilla y sociedad, 135;
Carvalho-Negro, Estudios afros, 290-291. Sobre los angelitos en otros países, ver Hoe-
tink, Dominican People, 194; Scheper-Hughes, Death without Weeping, 268-339.
04-tercero 28/4/07 03:17 Página 178
más rapidez en América Latina durante este período. Hacia 1850 tenía
el segundo nivel más alto de exportaciones per capita de la región,
superada solamente por Uruguay; Puerto Rico era el tercer país en ese
ranking. El azúcar cubano y puertorriqueño compitió directamente
con la producción azucarera de Brasil. Como resultado de ello, des-
pués de incrementos sustanciales a principios del siglo XIX, las expor-
taciones azucareras brasileñas sólo doblaron su valor entre 1820 y
1870, un ritmo de crecimiento relativamente bajo. Sin embargo, las
exportaciones de café brasileño explotaron durante el mismo período,
aumentando su valor de 7 millones de libras esterlinas en la década de
1820 a 50 millones en la de 1850 y 113 millones en la de 1870. Esto fue
suficiente para producir un crecimiento «modesto pero estable» en la
economía nacional en conjunto, y algo bastante más que eso en el sud-
este cafetero (Río de Janeiro, Minas Gerais y São Paulo)75.
En los tres países, el grueso de los beneficios de la exportación fue
a parar a manos de las elites de hacendados y comerciantes y, a través
de los impuestos, a las del gobierno nacional (o colonial, en Cuba y
Puerto Rico). La riqueza tendió a concentrarse y ser gastada en las áre-
as urbanas, especialmente las ciudades portuarias y las capitales nacio-
nales y provinciales. A medida que se incrementó la riqueza basada en
la exportación, también lo hizo la demanda de bienes y servicios que
proporcionaban los artesanos y pequeños comerciantes, muchos de
ellos afrodescendientes. De los hombres negros y pardos libres regis-
trados en el censo de 1834 de Río de Janeiro, casi el 40% se registraron
como artesanos. En Salvador, los artesanos sustentaron las hermanda-
des religiosas afrocatólicas, y en 1832 crearon la que estaba destinada
a ser la sociedad de ayuda mutua más duradera de la ciudad, la Socie-
dade Protetora dos Desvalidos76.
En Cuba, los funcionarios españoles describían en 1843 cómo un
segmento sustancial de la población negra libre vivía acomodado, «y
que como se dice se ponen camisa limpia todos los días... Por lo regu-
lar saben leer y escribir, y que se hallan en posesión de las artes y los
oficios y entre los cuales hay muchos que son dueños de considerables
83. Citas de Paquette, Sugar Is Made, 177; ver también 177-179, 209-210; Bergad,
Cuban Rural Society, 240-241; Castellanos y Castellanos, Negro en Cuba, 329.
84. Paquette, Sugar Is Made, 220-229.
85. Ver por ejemplo Knight, Slave Society, 95.
86. Paquette, Sugar Is Made, 233-264; Castellanos y Castellanos, Negro en Cuba,
316-334; Hall, Social Control, 57-59.
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94. Costa, Brazilian Empire, 53-77; Graham, Patronage and Politics, 146-181. La
trayectoria del liberalismo popular queda bien ilustrada por la carrera de Francisco de
Sales Torres Homem, el político afrobrasileño más exitoso del siglo XIX. Después de
graduarse en las facultades de medicina y derecho, Torres Homem empezó su carrera
en la década de 1840 como liberal radical, pero se pasó al bando conservador en la
siguiente década. Ascendió hasta los niveles más altos del partido, y desempeñó las fun-
ciones de senador, ministro del gabinete y presidente del Banco de Brasil. El emperador
le concedió finalmente un título nobiliario, el de vizconde de Inhomerim. Magalhaes
Junior, Tres panfletários, 3-43.
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102. Citas de Soares, Negregada instituição, 231, 234. Sobre la Guardia Negra, ver
Soares, Negregada instituição, 225-237; Trochim, «Brazilian Black Guard».
103. Pedro II murió en París en 1891; Rebouças, en Madeira en 1898.
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***
107. Sobre el movimiento por los derechos civiles y el derrocamiento de esas leyes,
ver Helg, Our Rightful Share, 35-43; Havia Lanier, Directorio Central.
108. Kinsbruner, Not of Pure Blood, 35. Sobre la persistencia de los prejuicios racia-
les en el siglo XX, ver González, Puerto Rico.
109. Montejo Arrechea, Sociedades de Instrucción, 107-110. Sobre la prestación de
servicio de los afrocubanos en la guerra de independencia de 1895-1898, ver Helg, Our
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Rightful Share, 55-90; Ferrer, Insurgent Cuba, 141-169; Scott, «Reclaiming Gregoria’s
Mule»; García Martínez, «La Brigada de Cienfuegos»; Zeuske, «“Los negros hici-
mos”» Para testimonios en primera persona, ver Barnet, Biography, 159-200; Batrell
Oviedo, Para la historia.
110. Ver el argumento análogo de Philip Klinkner y Rogers Smith, que afirma que
en Estado Unidos «se ha dado un progreso sustancial hacia una mayor (aunque nunca
plena) igualdad racial cuando se han dado tres factores. Este progreso se ha dado sola-
mente:
1. a continuación de una guerra a gran escala que requería una movilización econó-
mica y militar extensiva de los afroamericanos para poder tener éxito;
2. cuando los líderes americanos [han justificado] esas guerras y los sacrificios de
los que iban a ellas con un énfasis en las tradiciones inclusivas, igualitarias y democrá-
ticas de la nación; y
3. cuando en la nación se han generado movimientos domésticos de protesta polí-
tica deseosos de presionar a los líderes nacionales para darle vida a esa retórica institu-
yendo reformas domésticas». Klinkner y Smith, Unsteady March, 3-4. Estas condicio-
nes se dieron en la América española durante y después de las guerras de
independencia, y creo que explican el progreso hacia la igualdad racial que se produjo
en esa época. Sobre la importancia de la guerra en determinar las trayectorias históricas
del siglo XIX en la región, ver también Centeno, Blood and Debt; Wasserman, Everyday
Life.
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CAPÍTULO 4
«U NA TRANSFUSIÓN DE SANGRE MEJOR »
Blanqueamiento, 1880-1930
E
ntre 1800 y 1900 los afrolatinoamericanos transformaron los
términos de su participación en la vida nacional, y al hacerlo
ayudaron a construir las naciones y las sociedades del siglo XIX.
Sus luchas por la ciudadanía y por el avance económico y social conti-
nuaron y se proyectaron al siglo XX, pero en condiciones estructurales
nuevas y diferentes.
La primera de estas condiciones era económica: el «boom de las
exportaciones» del cambio de siglo. A medida que la Europa occiden-
tal y Estados Unidos entraban en la Segunda Revolución Industrial y
sus poblaciones vivían un proceso de creciente urbanización, sus
demandas de primeras materias y productos alimenticios latinoameri-
canos también crecieron. Carne y cereales de Argentina y Uruguay;
azúcar del Caribe; café de Brasil, Colombia y Centroamérica; caucho
de Brasil; petróleo de México y Venezuela... Estos y otros productos
se consumían en los países industrializados en cantidades mayores
que nunca antes. Entre 1870 y 1912, el valor anual de las exportaciones
latinoamericanas casi se quintuplicó, de 344 millones de dólares a 1,6
billones de dólares. En 1912, seis países latinoamericanos —Argenti-
na, Chile, Costa Rica, Cuba, Puerto Rico y Uruguay— exportaban
más bienes per cápita que Estados Unidos1.
2. En todo el mundo atlántico «“raza” fue una idea que penetró en la ideología del
período casi tanto como la de ‘progreso’». Hobsbawm, Age of Empire, 32. Sobre el
pensamiento racial en este período, ver Banton, Idea of Race and Racial Theories; y en
América Latina, Graham, Idea of Race; Stepan, Hour of Eugenics; Maio y Santos, Raça,
ciência.
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LA GUERRA A LA NEGRITUD
3. Sobre estos debates, ver Skidmore, Black into White; Graham, Idea of Race;
Wright, Café con Leche; Helg, «Intelectuales».
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zambo, con todos los defectos que [el filósofo británico Herbert]
Spencer reconoció en la hibridación; debemos transferir sangre rege-
neradora [blanca] a sus venas»4.
Las elites cubanas pensaban en términos casi idénticos. «Puede
advertirse el peligro que existe para la raza blanca si se interrumpe la
corriente [europea] inmigratoria», advertía el Diario de la Marina en
1900, «y la necesidad de impulsar ésta en escala mucho mayor que has-
ta ahora, a fin de descartar definitivamente el dicho peligro». El joven
intelectual Fernando Ortiz, que se distinguiría posteriormente por sus
investigaciones en historia y cultura afrocubana, empezó su carrera
con apasionados llamamientos a la inmigración blanca. «La raza es
acaso el aspecto más fundamental que debemos considerar en el inmi-
grante», afirmaba en 1906. Y dado que «la raza negra» había resultado
ser «más delincuente que la blanca colocada en idéntica posición
social... la inmigración blanca es la que debe favorecerse». Esta inmi-
gración inyectará «en la sangre de nuestro pueblo los glóbulos rojos
que nos roba la anemia tropical, y [sembrará] entre nosotros los gér-
menes de energía, de progreso, de vida, en fin, que aparecen ser hoy
patrimonio de los pueblos más fríos»5.
Los legisladores estatales de São Paulo también percibieron esta
cuestión en términos de sangre. En su exhortación a sus colegas para
usar fondos del Estado para subsidiar la inmigración europea, el legis-
lador (y plantador cafetero) Bento de Paula e Souza afirmaba que «es
preciso inocular sangre nueva en nuestras venas, porque la nuestra está
ya aguada», a lo que sus oyentes respondieron afirmativamente: «una
transfusión de sangre mejor». Incluso algunos intelectuales afrobrasi-
leños, como Raimundo Nina Rodrigues y Francisco José de Oliveira
Vianna, promovieron la nueva ortodoxia. Aun reconociendo que
«conocemos hombres negros o de color de indudable merecimiento y
acreedores de estima y de respeto», Rodrigues concluía que «ese
hecho no ha de entorpecer el reconocimiento de esta verdad: que has-
ta hoy no se pudieron los negros constituir en pueblos civilizados».
Éste era el motivo por el que el país tenía que ser reconstruido
mediante la inmigración europea, un proceso que Oliveira Vianna
11. Natale, Buenos Aires; Araníbar, Breve historia, 10-34; Rossi, Cosas de negros.
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12. Sobre la rumba y el son, ver Moore, Nationalizing Blackness, 87-113, 166-190;
Daniel, Rumba. Sobre la samba, Moura, Tia Ciata; Vianna, Mystery of Samba; Sodré,
Samba; Guillermoprieto, Samba; Browning, Samba. Para un estudio comparativo de
estas formas musicales, ver Chasteen, National Rhythms.
13. Montejo Arrechea, Sociedades de Instrucción, 43. Sobre los cabildos, ver capí-
tulo 2.
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domblé como «violenta, arbitraria e ilegal». A pesar de los aspectos negativos del can-
domblé, Rodrigues se refería a él como una expresión religiosa legítima, protegida por
la tolerancia religiosa de la Constitución de 1891. Rodrigues, Africanos no Brasil, 245-
252.
22. Fry et al., «Negros e brancos»; Puccia, Historia del Carnaval, 69-97; Alfaro,
Carnaval ‘heroico’; Morais, História do Carnaval.
23. Para un estudio de caso de estos procesos, ver Alfaro, Carnaval y moderniza-
ción.
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24. Fry et al., «Negros e brancos», 252-256; Butler, Freedoms Given, 171-185.
Sobre impresiones similares en Río de Janeiro, ver Needell, Tropical Belle Époque, 49;
Raphael, «Samba and Social Control», 71-76; sobre Uruguay, Alfaro, Carnaval y
modernización, 153.
25. Moore, Nationalizing Blackness, 253.
26. Moore, Nationalizing Blackness, 71-72. En Colombia podemos ver esfuerzos
similares en los primeros años de 1900 por parte de unos clérigos católicos que intenta-
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sica tanto de la alta cultura europea como del dilema existencial que los afrocubanos
confrontaban en una sociedad obsesionada con la blancura.
28. Helg, Our Rightful Share, 31; Andrews, Afro-Argentines, 164; Carvalho Neto,
Negro uruguayo, 316; ver también Moore, Nationalizing Blackness, 69.
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África es para quien la quiera, pero no para nosotros, para los negros
del Brasil, que en el Brasil nacieron, crecieron y se multiplicaron»29.
Pero aunque los afrolatinoamericanos que ascendieron socialmen-
te le dieron la espalda a África y se entregaron por completo a sus
sociedades nativas, esas sociedades no siempre les devolvieron su
entrega. El crecimiento económico provocado por el auge exportador,
las ideologías (y las praxis) raciales y el concepto de blanqueamiento
se combinaron para producir una situación tortuosa y contradictoria
para los negros y mulatos educados y ambiciosos. Una economía en
proceso de expansión ofrecía oportunidades significativas para el
avance económico y social, pero cuando intentaban aprovechar esas
oportunidades, los afrolatinoamericanos hallaban unas barreras racia-
les que tomaron varias formas: rechazo a la admisión en restaurantes,
teatros, barberías, hoteles y otros edificios públicos; rechazo de las
escuelas privadas (y en ocasiones de las públicas más prestigiosas) a
inscribir a sus hijos; negativa de los clubes sociales a admitirlos; y, lo
más perjudicial de todo, discriminación laboral abierta o velada30.
Ninguna de estas formas de discriminación se aplicaba con la férrea
determinación de la segregación estatal impuesta por Estados Unidos,
lo cual llevó a algunos visitantes afroamericanos (afrodescendientes
estadounidenses) de la época a concluir que América Latina estaba
libre de prejuicios y discriminación31. Pero fue precisamente por cul-
pa de esa discriminación y de esos prejuicios —además de por el sen-
tido que compartían los afrolatinoamericanos de ser un grupo dife-
rente tanto de la clase media blanca como del proletariado negro—
que este período fue testigo del florecimiento de las instituciones cul-
turales y sociales de la clase media negra. De La Habana a Buenos
Aires, los afrolatinoamericanos excluidos de las organizaciones socia-
les y cívicas blancas se unieron para formar un universo paralelo con
similares organizaciones. Éstas incluían clubes sociales de elite, como
29. Andrews, Blacks and Whites, 136; Ferrara, Imprensa negra, 190; Graden, «“So
Much Superstition”».
30. Sobre la discriminación en este período, ver Soler Cañas, «Pardos y morenos»;
Helg, Our Rightful Share, 25-26, 38-39, 42, 97, 99, 137-138, 188-189; De la Fuente,
Nation for All, capítulos 3-4 pássim; Stokes, «Etnicidad y clase», 209-214; Maciel, Dis-
criminações raciais; Andrews, Blacks and Whites, 90-139; Adamo, «Broken Promise».
31. Hellwig, African-American Reflections, 21-83; Hellwig, «New Frontier»;
Wright, Café con Leche, 70-71, 75.
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36. Citas de Andrews, Blacks and Whites, 151. Sobre el Frente Negra, ver Fernan-
des, Integração do negro, Vol. 2, 7-115; Butler, Freedoms Given, 113-128; Bacelar,
«Frente Negra»; Barbosa, Frente Negra.
37. Citas de Merino, Negro en la sociedad, 64; Porzecanski y Santos, Historias de
vida, 54. Sobre los resultados de las elecciones, ver Gascue, «Partido Autóctono
Negro», 9-11; Andrews, Blacks and Whites, 150; Bacelar, «Frente Negra», 83.
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41. Naranjo Orovio, «Trabajo libre»; De la Fuente, Nation for All, 46; Helg, Our
Rightful Share, 99-103, 142-144.
42. Sobre el PIC, ver Helg, Our Rightful Share, 141-226; Fernández Robaina,
Negro en Cuba, 46-109; Portuondo Linares, Independientes de color; Fermoselle, Polí-
tica y color; Orum, «Politics of Color», 125-257.
43. De la Fuente, Nation for All, 70.
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¿Por qué respondió el gobierno con una fuerza tan excesiva? Cier-
tamente, un motivo era el deseo del Partido Liberal, que gobernaba en
ese momento, de deshacerse de una fuente potencial de competición
electoral. Sin embargo, al reprimir al PIC de manera tan sangrienta, el
partido probablemente se hizo a sí mismo más mal que bien. Durante
el resto de la década de 1910 y la de 1920, los conservadores capitali-
zaron la masacre de manera considerable, y denunciaron al anterior
presidente liberal José Miguel Gómez como «el que ametralló a la raza
de color», al tiempo que exhortaban al votante negro: «acuérdate de la
gran matanza de mayo [de 1912]». Es imposible saber con certeza si
estos eslóganes surtieron efecto, pero los liberales perdieron el poder
en las elecciones del otoño de 1912, y no conseguirían la presidencia
de nuevo hasta 12 años más tarde44.
El espectáculo de un movimiento político armado negro reactivó
miedos profundamente anclados en la sociedad cubana, miedos de
«haitianización» y «africanización», ante la posibilidad de que las
fuerzas rebeldes pudieran tomar la isla y convertirla en una república
negra. Esos miedos tuvieron un peso específico en la masacre, igual
que en la ofensiva del gobierno contra la música y la religión de origen
africano. Pero debemos notar que las matanzas se limitaron casi exclu-
sivamente a la provincia de Oriente, el área principal en donde la rebe-
lión se materializó, pese a haber sido ideada originalmente para exten-
derse por toda la isla. Intentar explicar por qué la rebelión estalló
solamente en esa provincia, y por qué la represión gubernamental fue
tan extrema, hace que enfoquemos nuestra atención hacia otra fuente
de conflicto permanente durante los años de la exportación: las dispu-
tas por la tierra.
TIERRA
45. Ver por ejemplo el caso de los cultivadores de tabaco en la región de Cibao, de
la República Dominicana, o de los pequeños productores de banana de la costa caribe-
ña de Colombia. Baud, Peasants and Tobacco; San Miguel, Campesinos del Cibao;
LeGrand, «Living in Macondo».
46. Sobre la privatización de las tierras públicas, ver Knight, Mexican Revolution,
Vol. 1, 78-115; Tutino, Insurrection to Revolution, 277-325; LeGrand, Frontier Expan-
sion, 33-61; Yarrington, «Public Land Settlement».
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47. Scott, Slave Emancipation, 240-242; Bergad, Cuban Rural Society, 285. Los
arrendatarios negros, que habían cultivado el 12% de la superficie cultivable de la isla
en 1899, cultivaban solo el 4% de ella en 1931. Durante el mismo período, la propor-
ción de tierra cultivable trabajada por propietarios afrocubanos se mantuvo estable en
el 4%. De la Fuente, Nation for All, 106-107.
48. Perez, Lords of the Mountain, 75-151.
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51. Hoetink, Dominican People, 1-18; Moya Pons, «Land Question»; Turits, Foun-
dations of Despotism, 39-44, 60-67.
52. Citado en Hoetink, Dominican People, 11-12, 30.
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58. Castro, Das cores do silêncio, 327-342; Stein, Vassouras, 271-288. Muchos de los
trabajadores de las factorías textiles de Río de Janeiro a finales del siglo XIX y principios
del XX eran inmigrantes de las antiguas zonas cafeteras del valle del Paraíba, de las que
se fueron en busca de trabajo urbano. Keremetsis, «Early Industrial Worker», 62.
59. Holloway, Immigrants on the Land; Stolcke, Coffee Planters.
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INMIGRACIÓN
con la mano de obra esclava. Frente a las demandas reiteradas por par-
te de sus antiguos esclavos de acceso a nuevas condiciones laborales
—horarios más cortos y flexibles, fin del trabajo femenino e infantil,
mayor autonomía y libertad y menos supervisión directa— los due-
ños de empresas respondieron buscando fuentes alternativas de mano
de obra. Éstas podrían fácilmente haber venido de las mismas socie-
dades latinoamericanas, pero los dictados del racismo científico, com-
binados con la disponibilidad de millones de trabajadores europeos
preparados para dejar sus lugares de origen, llevaron a los gobiernos a
invertir dinero del Estado en inmigrantes europeos, en lugar de en
individuos no-blancos oriundos del lugar.
A pesar de esas inversiones, no fue fácil conseguir que los inmi-
grantes llegaran. La mayoría de los europeos prefirieron Estados Uni-
dos y Canadá, o Australia y Nueva Zelanda, a los países más pobres y
menos desarrollados de América Latina61. Evitaron países como
Venezuela, Colombia, Perú y México, y en su lugar se dirigieron a
Argentina, Brasil, Cuba y Uruguay, que recibieron más del 90% de los
entre 10 y 11 millones que llegaron a la región entre 1880 y 193062.
Dentro de Brasil, los inmigrantes europeos esquivaron el Nordeste,
económicamente deprimido, y llegaron en grandes números a los esta-
dos del sur y del sudeste. De entre esos estados, São Paulo, con su pro-
grama de subsidios públicos para inmigrantes (este estado pagó por el
transporte en barco desde Europa para las familias que cumplieran los
requisitos), sufragados con los abundantes ingresos del comercio cafe-
tero, fue el que tuvo un mayor tirón. De los 3,5 millones de europeos
que entraron al país, más de la mitad de ellos (2 millones) lo hizo a São
Paulo, una cantidad que excedía la población entera de este estado en
1890 (1,4 millones)63.
los países hispanoamericanos, así que estas cifras probablemente exageran los niveles
reales de inmigración. En Cuba, por ejemplo, éstos entraban a trabajar en la cosecha
azucarera anualmente, volvían a su hogar durante la «temporada muerta», y volvían de
nuevo a Cuba en los siguientes años. El número de inmigrantes de las Indias Occiden-
tales que vivía en Cuba en 1931 era de unos 100.000 y en Panamá, de unos 50.000 en los
mismos años. De la Fuente, Nation for All, 105; Conniff, Black Labor, 81.
66. Sobre las actitudes raciales de las empresas norteamericanas y sus ejecutivos en
esta época, Bourgois, Ethnicity at Work.
67. De la Fuente, Nation for All, 101-105.
68. McCullough, Path Between the Seas, 559.
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70. «¿Será ya el principio del fin?», Repertorio Americano (San José, 14 de mayo de
1923), 50-51; «¿Cómo se quiere que sea Costa Rica, blanca o negra?», Repertorio Ame-
ricano (San José, 13 de septiembre de 1930), 149-150; énfasis en el original.
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71. Purcell, Banana Fallout, 19; Palmer, «What Happen», 148, 247. Es posible que
los afrocostarricenses nativos hayan sufrido la misma ley. Ver Harpelle, «Social and
Political», 115.
05-cuarto 28/4/07 03:18 Página 231
72. Conniff, Black Labor, 64, 66, 84; Alfaro, Peligro antillano, 18.
73. Fiehrer, «Political Violence», 11.
05-cuarto 28/4/07 03:18 Página 232
74. «El negro tras la oreja», en Alix et al., Décimas dominicanas, 15-17.
75. Cita de Derby, «Haitians, Magic», 523.
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76. Sagás, Race and Politics, 51, 62. Sobre el anti-haitianismo dominicano, ver
Sagás, Race and Politics; Howard, Coloring the Nation; Winn, Americas, 279-294.
77. Fiehrer, «Political Violence»; Turits, Foundations of Despotism, 161-180. Son
impactantes las similitudes entre los acontecimientos en la República Dominicana y la
Alemania nazi en la misma época. En ambos países el vínculo entre racismo y naciona-
lismo, y la promoción de ambos como política oficial de Estado por un régimen auto-
ritario en un intento de centralizar el poder, resultó ser una combinación altamente des-
tructiva. Ambos países invocaron la necesidad de eliminar influencias raciales
corruptas y subversivas de su sociedad; en la cita del texto podríamos sustituir «haitia-
nizante» por «judaizante», y «dominicano» por «alemán», y obtendríamos una copia
bastante fidedigna de las declaraciones de los nazis durante ese período. Además,
ambos regímenes buscaron una «solución final» a sus «problemas» raciales mediante
asesinatos de masas ejecutados por el Estado, aunque en una escala incomparablemen-
te mayor en Alemania que en la República Dominicana.
En 1962 tropas dominicanas repitieron a escala más reducida la masacre de 1937.
Mataron a varios cientos de miembros, la mayoría negros, de una comunidad mesiáni-
ca, Palma Sola, cerca de la frontera con Haití. Sobre estos asesinatos, y sobre el anti-hai-
tianismo dominicano en general, ver Lundius y Lundahl, Peasants and Religion, 171-
252, 560-600.
05-cuarto 28/4/07 03:18 Página 234
TRABAJADORES Y S I N D I C AT O S
80. Adamo, «Broken Promise», 50-79; Keremetsis, «Early Industrial Worker», 62,
84, 116. En el momento de máximo auge migratorio, en 1920, los afrobrasileños supe-
raban en número a los inmigrantes en esta ciudad: 372.000 frente a 239.000 (Adamo,
«Broken Promise», 6, 15).
81. Sobre la industria del tabaco, ver Stubbs, Tobacco, 70, 79-80; Córdova, Clase
trabajadora, 69, 92; ver también Casanovas, Bread, or Bullets!
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altos. Es por ello que la columna «Ideales de una raza», escrita regu-
larmente por el periodista afrocubano Gustavo Urrutia en el Diario de
la Marina, se quejaba en 1929 de que los negros estaban atrapados
«entre dos grandes males: extranjeros en las ciudades, y extranjeros en
los campos»82.
¿Por qué podían los trabajadores europeos desplazar a los afrolati-
noamericanos de manera tan clara y consistente? Parte de la respuesta
podemos hallarla en las imágenes racistas que los empresarios tenían
de los trabajadores europeos y afrolatinoamericanos: los primeros tra-
bajadores, de fiar y responsables; los segundos vagos, recalcitrantes e
irresponsables. Ambas imágenes correspondían a las ideologías racis-
tas de la época. La imagen de los trabajadores negros se basaba en la
experiencia de los empresarios en general, y especialmente de los plan-
tadores, con la resistencia y la negociación de los trabajadores negros
en lo tocante a las condiciones de vida y trabajo, primero durante la
esclavitud y después durante los años de la post-emancipación. Los
ex-esclavos y sus descendientes tenían la firme determinación de evi-
tar regímenes de trabajo que violaran su idea de libertad. Para muchos
empresarios, esto los hacía muy problemáticos como empleados
potenciales83.
Una vez llegados a la región, los trabajadores europeos resultaron
ser no más sumisos que sus pares negros respecto a las formas locales
de disciplina laboral. En Argentina, Brasil, Cuba y el resto de la
región, ellos jugaron un papel prominente en las movilizaciones labo-
rales. La mitad de los europeos que llegaron a América Latina o bien
se volvieron a sus hogares o bien se fueron a Estados Unidos, en lugar
de someterse a las demandas de los empresarios84. No obstante, conti-
82. Citado en De la Fuente, Nation for All, 115; ver 105-128, y Maluquer de Motes,
Nación e inmigración, 141-145.
83. Todavía en los años setenta y los ochenta del siglo XX los trabajadores afrolati-
noamericanos mantenían intensos recuerdos de la esclavitud y de su firme determina-
ción de evitar cualquier cosa que se le pareciese. Los residentes de un pueblo negro en
el estado de São Paulo describían el trabajo asalariado en las plantaciones de las cerca-
nías como «la esclavitud que vuelve de nuevo. Usted no podrá creerlo, pero antigua-
mente los más viejos contaban que la esclavitud era obligatoria. Hoy en día no lo es. La
esclavitud ha vuelto, pero no para todos, sino para los que se entregan a ella». Queiroz,
Caipiras negros, 81; ver también Taussig, Devil and Commodity Fetishism, 67-68, 93;
Bourgois, Ethnicity at Work, 84; Long, «Dragon Finally Came», 24-25.
84. Mörner, Adventurers and Proletarians, 67-69.
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85. Rock, Argentina, 175; Beretta Curi y García Etcheverry, Burgueses inmigran-
tes; Dean, Industrialization, 49-66. En 1902 algunos trabajadores cubanos protestaron
en el Congreso por los «odiosos privilegios en el reparto del trabajo de que gozaban los
obreros españoles protegidos por patronos de su misma nacionalidad». Córdova, Cla-
se trabajadora, 93.
05-cuarto 28/4/07 03:18 Página 238
86. Gitahy, Ventos do mar, 79-91; Maram, Anarquistas, imigrantes, 32; Andrews,
Blacks and Whites, 282.
87. López Valdés, «Sociedad secreta “Abakuá”», 21-22.
05-cuarto 28/4/07 03:18 Página 239
91. Chalhoub, Trabalho, lar, 58-88, 101-111; Keremetsis, «Early Industrial Wor-
ker», 99-100; Fausto, Trabalho urbano, 33-36; Hahner, Poverty and Politics, 150.
92. Citas de Córdova, Clase trabajadora, 92; Stubbs, Tobacco, 115, énfasis en el ori-
ginal. Sobre la huelga de 1902, ver Córdova, Clase trabajadora, 92-95; Stubbs, Tobac-
co, 110-113.
05-cuarto 28/4/07 03:18 Página 241
93. Spalding, Organized Labor, 14-15; Godio, Historia del movimiento, Vol. 1, 92-
100; Bergquist, Labor, 11.
94. Ver por ejemplo Andrews, Blacks and Whites, 60-63; Gitahy, Ventos do mar, 85;
De la Fuente, «“With All and For All”», 338-342; Del Toro, Movimiento obrero, 118;
Findlay, Imposing Decency, 141-144; Nehru Tennassee, Venezuela, 218-221; Bergquist,
Labor, 223.
05-cuarto 28/4/07 03:18 Página 242
95. Citas de Hahner, Poverty and Politics, 272, 86; sobre el Partido Operário, ver
Ibíd., 98-103.
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96. Citas de Morel, Revolta da Chibata, 84, 90; ver también Silva, Contra a chibata.
97. Córdova, Clase trabajadora, 35-36; Casanovas, Bread, or Bullets!, 131, 195, 233.
98. Scott, «Fault Lines», 94-103.
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***
CAPÍTULO 5
E MPARDECIENDO Y ENNEGRECIENDO ,
1930-2000
P
ara las naciones de Afro-Latinoamérica, el período que va de
1930 hasta la actualidad no ha sido un período de blanquea-
miento, sino de empardecimiento. Hacia el final de la época del
boom de las exportaciones, los esfuerzos de la elite por transformar
América Latina en Europa habían fracasado visiblemente, igual que
las estructuras políticas y económicas en las que esos esfuerzos se sus-
tentaban. Estos fracasos abrieron el camino a nuevos experimentos en
la construcción del Estado nacional: experimentos en modernización
económica e industrial, en formas nuevas de participación política y
ciudadanía de las masas (el «empardecimiento» político), y en la cons-
trucción de nuevas identidades nacionales que, en lugar de negar o
intentar esconder la historia de mestizaje racial de la región, la adopta-
ron como esencia del ser latinoamericano («empardecimiento» cultu-
ral). Cada uno de estos tres experimentos reforzaba y estaba vincula-
do a los otros dos. Todos ellos estaban también relacionados con el
proceso continuo de amalgama racial y «empardecimiento» demográ-
fico que tenía lugar en la región desde 1930.
E M PA R D E C I M I E N T O DEMOGRÁFICO
Durante los años del boom de las exportaciones, todos los gobier-
nos latinoamericanos habían convertido la búsqueda de inmigrantes
europeos para blanquear a su población en un principio rector de la
política nacional. La mayoría de los países carecía de las condiciones
06-quinto 28/4/07 03:11 Página 250
constante. Sólo tenemos datos del censo para documentar este proce-
so en Brasil y Cuba, pero en ambos países la tendencia es clara (tabla
5.1). La inmigración europea realmente «blanqueó» la población
nacional entre 1890 y 1940, aunque con un impacto mayor en Brasil,
donde los inmigrantes llegaron más frecuentemente con sus familias
para acabar asentándose en el país. Los inmigrantes españoles en Cuba
tendían a ser hombres jóvenes solteros que venían a trabajar en la tem-
porada de cosecha de la caña de azúcar, y después retornaban a sus
hogares.
Desde 1940 en adelante, las poblaciones afrocubanas y afrobrasile-
ñas crecieron más rápidamente que la población blanca. Esta tenden-
cia fue consecuencia no sólo de la reducción de la inmigración euro-
pea, sino también de mayores tasas de crecimiento vegetativo entre los
grupos no-blancos. Desde 1930, la mayoría de América Latina ha
experimentado una «revolución demográfica» con agudas caídas de la
mortalidad y, décadas más tarde, similares caídas en las tasas de fertili-
dad. Históricamente, estas reducciones de la mortalidad y la fertilidad
han ocurrido primero entre clases altas y medias, y después entre
familias de campesinos y trabajadores. Dado que en Afro-Latinoamé-
rica esas clases medias y altas son desproporcionadamente blancas, y
los trabajadores y campesinos desproporcionadamente negros y
mulatos, las tasas de fertilidad blancas cayeron varias décadas antes de
lo que lo hizo la fertilidad negra3.
En Brasil, la tasa de fertilidad de negros y mulatos excedió ligera-
mente a la de los blancos entre 1940 y 1960. Después, entre 1960 y
1984, la fertilidad de los grupos blancos cayó a menos de la mitad, de
6,2 niños por mujer, a 3,0. La fertilidad de los afrobrasileños también
disminuyó, aunque más lentamente, de 6,6 niños por mujer a 4,4, con
el resultado de que en 1984 la fertilidad de los afrobrasileños era casi
un 50% más alta que la de los eurobrasileños. En Cuba, en las mismas
décadas, la fertilidad de negros y mulatos también excedió a la de los
blancos, aunque en una proporción mucho más pequeña: 4% más alta
entre negros y 16% más alta entre mulatos. El origen de esta igualdad
relativa ha de buscarse en los programas sociales y de salud pública
que la Revolución Cubana implementó a partir de 1959, y que hacia
Brasil
Cuba
Fuentes: Andrews, «Racial inequality», 233; IBGE, Censo demográfico 1991, 162-
64; <www.ibge.net/home/estatistica/populacao/censo2000/tabulacao_avancada/
tabela_brasil_1_1_1.shtm> (20 de junio de 2002); De la Fuente, «Race and Inequa-
lity», 135.
Afrolatinoamericanos
Datos censales
Estimaciones
República
Dominicana 6.129.000 924.000 7.053.000 1.343.000 8.396.000
73 11 84 16 100
8. Ver por ejemplo la discusión clásica de Carl Degler sobre la «válvula de escape
del mulato», en Neither Black nor White, 224-245.
9. Wood, «Categorias censitárias».
10. Wood, «Categorias censitárias», 100, 102. En ambos censos los individuos iden-
tificaron su propia raza.
06-quinto 28/4/07 03:11 Página 256
11. Sobre este período de la historia latinoamericana, ver Bergquist, Labor; Collier
y Collier, Shaping the Political Arena; Halperin-Donghi, Contemporary History, 208-
291.
12. Sobre Vargas, ver Levine, Father of the Poor?
06-quinto 28/4/07 03:11 Página 257
13. Farber, Revolution and Reaction, 78-108; Whitney, State and Revolution, 149-
176.
06-quinto 28/4/07 03:11 Página 258
16. Braun, Assassination of Gaitán, 82-83; Green, «Vibrations», 292. Sobre el libe-
ralismo de izquierdas en el Chocó, que durante los años treinta se constituyó como
partido separado (Acción Democrática) bajo el liderato del populista negro Diego Luis
Córdoba, ver Wade, Blackness and Race Mixture, 116-120.
17. Page, Perón, 64-65, 136-137, 240; Nállim, «Crisis of Liberalism», 215-17.
06-quinto 28/4/07 03:11 Página 260
22. Citado en Levine, Father of the Poor?, 102-103. Ver también Conselho Estadual
da Condição Feminina, Mulheres operárias, 59, 70.
23. Zeitlin, Revolutionary Politics, 52, 77; Pedraza, «Cuba’s Refugees», 274.
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24. Ver por ejemplo Freyre, «Escravidão, monarquia»; Duncan y Melénde, Negro
en Costa Rica, 136; Altez, Participación popular, 53-59.
25. Thorp, Progress, Poverty, 127-158; Cárdenas et al., Industrialization.
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26. IBGE, Brasil: Censo demográfico [1950], Vol. 1, 24; IBGE, Censo demográfico
1991, 209-210, 215-216.
27. Pereda Valdés, Negro en el Uruguay, 190; INE, Encuesta Continua, 1-5.
28. De la Fuente, A Nation for All, 310.
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35. Sobre Pelé, ver Nascimento, My Life; Harris, Pelé. Sobre Carolina Maria de
Jesus, ver su Child of the Dark y Bitita’s Diary; Levine y Meihy, Life and Death.
36. Graham y Hollanda, Migrações internas, 65-89.
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E M PA R D E C I M I E N T O C U LT U R A L Y D E M O C R A C I A R A C I A L
37. IBGE, Censo demográfico [1950], Vol. 1, 30; IBGE, PNAD 1987, Vol. 1, 16.
Sobre la entrada negra al empleo industrial, ver Andrews, Blacks and Whites, 90-121;
Telles, «Industrialization».
38. Datos de 1950 de Wood y Carvalho, Demography of Inequality, 145; cifras de
1991 proporcionadas generosamente por Peggy Lovell.
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39. Vasconcelos, Cosmic Race; Freyre, Masters and Slaves y Mansions and Shanties;
Ortiz, Cuban Counterpoint; Siso, Formación del pueblo. Sobre la emergencia del pen-
samiento de la democracia racial, ver Graham, Idea of Race; Wright, Café con Leche,
97-124; Andrews, «Brazilian Racial Democracy».
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40. Vasconcelos, Cosmic Race; Ortiz, Cuban Counterpoint, 99; Gilberto Freyre,
Mansions and Shanties, 431. Sobre las construcciones raciales de la identidad nacional
cubana, ver Kutzinski, Sugar’s Secrets; Bronfman, Measures of Equality.
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41. Sobre estos bailes, ver Romero, «Papel de los descendientes», 83-84; Cuche,
Poder blanco, 179-181; Rossi, Cosas de negros, 98-150 pássim; Natale, Buenos Aires;
Araníbar, Breve historia, 10-34. Especialmente en los noventa, el candombe ha hecho
una reaparición en Uruguay, y ahora es aclamado como «la única música folclórica ori-
ginal» del país y como su «danza universal». «Uruguay Is on Notice: Blacks Ask
Recognition», New York Times (7 de mayo de 1993), A4; Ferreira, Tambores del can-
dombe; Montevideo, Ciudad Abierta, 9 (mayo de 1998).
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42. Vianna, Mystery of Samba; Shaw, Social History; McCann, Hello, Hello Brazil;
Moore, Nationalizing Blackness; Roberts, Latin Tinge.
43. Austerlitz, Merengue, 62-77.
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ladas por una legislación muy restrictiva, en los años treinta, a las
comparsas de origen africano (reorganizadas en Brasil como escolas de
samba) se les concedió el reconocimiento oficial, se les otorgaron sub-
sidios provenientes del Estado, y se les permitió —de hecho, se les
impulsó a que lo hicieran— desfilar en el carnaval y en otras festivida-
des religiosas y nacionales44. Legitimadas y apoyadas por el Estado,
financiera y políticamente, las comparsas y las escuelas de samba
devolvieron el ritmo, el color, el movimiento y la alegría a las calles y
los barrios de Afro-Latinoamérica, aunque no sin pagar un precio. A
las comparsas se les requirió que aceptaran la supervisión y el control
del Estado, también sobre el contenido y forma de sus desfiles, músi-
ca y canciones. Las autoridades cubanas les permitieron desfilar sólo
bajo supervisión policial, e intentaron producir, en sus propias pala-
bras, espectáculos más «purificados», «elevados» y «perfeccionados»,
que pudieran atraer tanto a los cubanos como a los turistas de Estados
Unidos. Prácticamente el mismo proceso se dio en Brasil, donde a la
Comisión Nacional de Turismo se le otorgó autoridad sobre las escue-
las de samba en 1935, y empezó así un proceso que duraría décadas, en
el que el carnaval fue transformado en la importantísima atracción y
negocio turístico en que hoy se ha convertido45.
Incluso la capoeira, prohibida en 1890 y reprimida sin miramientos
a principios del siglo XX, fue rehabilitada y transformada en un vehícu-
lo de identidad nacional. La transición desde la marginalidad ilícita a la
aceptación nacional fue liderada por el legendario maestro Manoel dos
Reis Machado (Mestre Bimba), quien en 1927 abrió en Salvador la pri-
mera academia de todo Brasil que ofrecía instrucción formal en ese
arte. Él reclamó el haber desarrollado una forma nueva y más moderna
de capoeira, orientada a la actividad física y la danza y alejada del com-
bate real. Machado bautizó a esta nueva forma «capoeira regional» (o
sea, brasileña, por oposición a la africana), y empezó a vendérsela a los
blancos de clase media como un tipo de ejercicio y actividad física. Al
asistir a una demostración de los estudiantes de Machado en 1953, el
presidente Vargas declaró a la capoeira «el único deporte verdadera-
mente nacional» de Brasil. A medida que se expandió por todo el país,
46. Citas de Lewis, Ring of Liberation, 59-60; Santos, «Mixed-Race Nation», 126.
47. Matory, Black Atlantic Religion, 161-164, 173.
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Figura 5.1. Percusionistas del candomblé, Bahía, ca. 1941-1942. Crédito: Pho-
tographs and Prints Division, Schomburg Center for Research in Black Cultu-
re, The New York Public Library, Astor, Lenox and Tilden Foundations.
lejos, sin tomar parte directamente en los asuntos terrenales. Los cre-
yentes buscan asistencia divina no de las deidades yorubas, sino de los
espíritus de los caboclos (indígenas) nativos, los negros viejos y los
muertos, todos los cuales se comunican con los practicantes a través
de los médiums de esta religión48.
Hacia la década de los ochenta la umbanda tenía unos 20 millones
estimados de practicantes en Brasil, muchos más que el candomblé o
la macumba, y se había extendido al vecino Uruguay, a Argentina y
Venezuela49. La expansión transnacional también se dio con la sante-
ría cubana, en buena medida como resultado de la Revolución de
1959. Cuando la diáspora de los exiliados cubanos se fue de la isla, se
llevaron la santería con ellos. Durante los setenta y los ochenta esta
religión echó raíces en Nueva York, Nueva Jersey, Florida y Puerto
Rico. También lo hizo en Venezuela, donde ganó miles de adhesiones
y transformó el culto de María Lionza, una forma popular de espiri-
tismo que, como la umbanda brasileña, apareció durante la primera
mitad del siglo y adoró a espíritus y deidades firmemente asentados en
el lugar: la diosa indígena María Lionza, jefes indígenas del período
colonial, héroes nacionales como Simón Bolívar y varios santos cató-
licos. Durante los setenta y los ochenta estas deidades locales fueron
gradualmente reemplazadas en el culto por los orishas yoruba, adora-
dos mediante los ritos santeros del toque de tambor, el sacrificio ani-
mal y la adivinación50.
En un caso notable de influencia cultural recíproca, la popularidad
de la santería en Venezuela acabó fortaleciendo esta religión en la mis-
ma Cuba. A medida que la santería se expandió por las clases media y
alta de Venezuela, una cantidad creciente de fieles venezolanos viaja-
ron a Cuba a visitar templos y lugares sagrados, y a consultar directa-
mente con los sacerdotes santeros. Ansioso por recibir los dólares de
los turistas venezolanos, a finales de los ochenta el gobierno cubano
empezó a impulsar estas visitas y a hacer de los templos de la santería
parte de los itinerarios turísticos, tal y como los funcionarios brasile-
ños y cubanos habían hecho con el carnaval en la década de 1930. Los
53. Ver por ejemplo el caso de las celebraciones comunitarias en Barlovento, Vene-
zuela. Guss, «Selling of San Juan»; García, Afroamericano soy y Afrovenezuela. O el
resurgimiento del candombe en Uruguay; además de las fuentes de la nota 41, ver
Andrews, «Rhythm Nation».
54. Risério, Carnaval Ijexá; Prandi, Candomblés de São Paulo; Rego, Capoeira
angola.
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como en el sudeste urbano del país. Cuando Radio Favela, una peque-
ña emisora comunitaria de un suburbio de Belo Horizonte (capital de
Minas Gerais), empezó a emitir en 1979, la canción con la que abrió
sus emisiones fue «Say it loud: I’m black and I’m proud», de James
Brown55. En los setenta y los ochenta multitud de adolescentes y adul-
tos adoptaron estilos estadounidenses de baile, vestido y negritud, y se
congregaban en las salas de baile y los centros recreativos de los
barrios proletarios de las principales ciudades para los bailes »Black
Soul», «Black Rio» y «Black São Paulo» (nombrados en inglés). En los
noventa, el hip-hop y el rap se convirtieron en la música elegida en
estos eventos, mientras los jóvenes afrobrasileños continuaban inspi-
rándose en sus pares del extranjero56.
Los creyentes en la democracia racial brasileña condenaron al
movimiento Black Soul como evidencia de la alienación sin remedio
de los jóvenes negros urbanos de su cultura nacional y sus raíces his-
tóricas. Pero como otros observadores han notado, fue precisamente
la cooptación y conversión de la cultura afrobrasileña en una cultura
«nacional» desracializada lo que llevó a los jóvenes a adoptar modelos
foráneos de negritud. La samba, el carnaval y otras creaciones cultura-
les negras habían sido convertidas en símbolos de la identidad nacio-
nal y la «democracia racial» de un modo tan concienzudo y exitoso,
que aquellos que deseaban expresar su oposición al modelo predomi-
nante de relaciones raciales podían hacerlo solamente yendo a buscar
formas culturales alternativas en el repertorio cultural foráneo57.
En los setenta y los ochenta, miles de afrobrasileños y afro-hispa-
noamericanos buscaban modos de expresar su disidencia. A medida
que lo hacían, construyeron una crítica mayor y más atrayente, no
sólo de la democracia racial y otros símbolos de la cultura nacional,
55. «Central Bankers Come and Go; Radio Favela Delivers Another Brazil» (Wall
Street Journal, 3 de febrero de 1999, A1, A14). Tanto Antonio Carlos dos Santos, fun-
dador del bloco afro Ilê Aiyê, como Carlinhos Brown, un importante músico bahiano,
recuerdan que escuchar a James Brown les impactó profundamente en los setenta
(«Vovô, do Ilê Aiyê, é o novo coordenador do Carnaval», Correio da Bahia, 17 de
mayo de 1995; «A música franca do inventivo Carlinhos Brown», Bahia Hoje, 12 de
mayo de 1996, A5).
56. Vianna, Mundo funk carioca; Hanchard, Orpheus and Power, 110-119;
McCann, «Black Pau»; ver también las revistas de funk y hip-hop Pode Crê (São Pau-
lo, 1993-) y Agito Geral (Saõ Paulo, 1995-).
57. Para esta importante apreciación, ver Fry, Para inglês ver, 47-53.
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59. Como observaba uno de los periódicos afrobrasileños en 1924, «una criada es
siempre más infeliz que los obreros que trabajan ocho horas en determinados servi-
cios» y luego se van a sus casas (Andrews, Blacks and Whites, 70).
60. Oliveira y Conceição, «Domestic Workers», 364, 367.
61. Americas Watch, «Forced Labor» y «Forced Labor Re-Visited»; Sutton, Sla-
very in Brazil; «Brazilians Chained to Job, and Desperate», New York Times (10 de
agosto de 1995), A1, A6; «Brazil’s Prized Exports Rely on Slaves and Scorched Land»,
New York Times (25 de marzo de 2002), A1, A6.
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62. Datos sobre el salario de 1980 proporcionadas al autor por el IBGE; IBGE,
Censo demográfico 1991: Mão de obra, Vol. 1, 323-364.
63. Andrews, «Racial Inequality»; Silva, «Cor e pobreza».
64. Entre los trabajadores blancos, el 17% ganaba 20 US$ o menos, y el 10% entre
20 y 40 US$. IBGE, PNAD 1987, Vol. 1, 14, 16.
65. Sobre las favelas, ver Leeds y Leeds, Sociologia do Brasil urbano; Pino, Family
and Favela.
66. Scheper-Hughes, Death Without Weeping, 135. Sobre el hambre en Brasil, ver
Instituto de Pesquisa Econômica Aplicada, Mapa da fome.
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67. Jesus, Child of the Dark, 42, 45, 50; Dimenstein, Brazil, 6. Ver también los
comentarios del antropólogo afrobrasileño Edison Carneiro sobre la pobreza de los
practicantes del candomblé en Salvador. «¡Pobres! Nunca sabrás cuánto. ¿Ves qué arru-
gada está su piel, y qué decaídos sus dientes? No han tenido suficiente para comer duran-
te décadas». Landes, City of Women, 40. Para reflexiones similares por parte de la ex-
senadora y favelada Benedita da Silva, ver Benjamin y Mendonça, Benedita da Silva, 17.
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68. Scheper-Hughes, Death Without Weeping, 98-99; ver también Wade, Blackness
and Race Mixture, 159, 160; Norman Whitten, Black Frontiersmen, 146-150; Streicker,
«Policing Boundaries», 56-57; Purcell, Banana Fallout, 63-82.
69. Citas de Wade, Blackness and Race Mixture, 161; Mina, Esclavitud y libertad,
163-164; ver también Whitten, Black Frontiersmen, 86-87, 163-66; Purcell, Banana
Fallout, 63-82; Wilson, Crab Antics, 58-64.
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70. Lovell, «Race, Gender»; Lovell y Wood, «Skin Color»; Lovell, «Regional
Labor Market».
71. IBGE, PNAD 1987, Vol. 1, 16; Diagnóstico socioeconómico, 31 (ver también
INE, Encuesta Continua, 12); Wade, Blackness and Race Mixture, 187, 205.
72. Lovell, «Race, Gender», 21; Andrews, «Racial Inequality», 247-254. El área de
actividad económica donde la diferencia salarial hombre/mujer era menor del 70% era
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en el trabajo de oficina, en el que los hombres negros ganaban de media un 37% más
que las mujeres negras.
73. Benjamin y Mendonça, Benedita da Silva, 18, 72; ver otra descripción de un
hijo adolescente por parte de otra favelada como «sus “brazos y piernas”,… más
importante para ella que el hombre viejo con el que vivía» (Scheper-Hughes, Death
Without Weeping, 347).
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74. Benjamin y Mendonça, Benedita da Silva, 10, 18; Human Rights Watch, Final
Justice, 1-12; ver también Dimenstein, Brazil; Hecht, At Home in the Street, 118-148;
Márquez, Street Is My Home.
75. IBGE, Censo demográfico 1991, 183-198, 215-218. En comparación, los núme-
ros para los blancos eran: 7,8 millones de individuos con la escuela secundaria termina-
da, 3,4 millones de graduados en la universidad, y 7,1 millones con un año o menos de
escolarización.
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76. Wright, Café con Leche, 97-98; Conniff, Black Labor, 132; Duncan y Powell,
Teoría y práctica, 75. Un incidente similar en Uruguay en 1956 provocó un debate y la
cobertura informativa en la prensa nacional, pero ninguna acción legislativa. Carvalho-
Neto, Estudios afros, 208-215. En Cuba, el presidente Prío Socarrás promulgó un
decreto en 1951 que prohibía la discriminación racial en la contratación laboral. Los
esfuerzos por parte de las organizaciones afrocubanas en los cincuenta para aprobar
una ley similar en el congreso fracasaron. De la Fuente, Nation for All, 238-247.
77. Ruiz, Racismo; Duharte Jiménez y Santos García, Fantasma de la esclavitud;
América Negra 15 (1998), editada por Alejandro de la Fuente, especialmente Hernán-
dez, «Raza y prejuicio racial», Alvarado Ramos, «Estereotipos y prejuicios», y Duhar-
te Jiménez y Santos García, «Cuba y el fantasma»; Valcárcel C., Universitarios y pre-
juicio; Turra y Venturi, Racismo cordial; Carvalho-Neto, Estudios afros, 208-224; Britto
García, «Racismo, inmigración».
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yendo muchos negros y mulatos78. Y dado que son casi siempre los
blancos de clase alta y media quienes toman las decisiones sobre el
empleo que determinan el tipo de trabajo al que acceden los afrolati-
noamericanos, lo que cobran por él y si ascenderán en él o no, los pre-
juicios anti-negros a ese nivel de la sociedad tienen un impacto funda-
mental en las oportunidades de vida negras.
Los que creen en el igualitarismo racial de las sociedades latinoa-
mericanas sostienen que los empresarios no tienen prácticamente nin-
gún incentivo para practicar la selección racial, especialmente a nivel
de las clases trabajadoras. Su necesidad de mano de obra es suficiente-
mente grande, y la oferta de trabajadores blancos en la región sufi-
cientemente limitada, como para que insistir en la contratación de tra-
bajadores solamente blancos aumente significativamente los costes
laborales, máxime cuando el sindicalismo y los gobiernos nacionales
están formalmente comprometidos con la igualdad racial, y presumi-
blemente impondrían sanciones ante cualquier intento de practicar la
selección racial en la contratación.
Estas afirmaciones parecen estar respaldadas por los millones de
negros y mulatos incorporados al proletariado industrial latinoameri-
cano en los últimos 50 años, al menos hasta que se miran más de cerca
los progresos de esos trabajadores en sus empresas. Algunas investiga-
ciones llevadas a cabo entre trabajadores industriales hallaron que
tienden a estar desproporcionadamente representados en el nivel
laboral más bajo, en términos tanto de salario como de calificación,
son despedidos y disciplinados más a menudo que los blancos y sue-
len tener tasas de promoción y avance muy bajas79. Los empresarios
insisten en que esas diferencias raciales reflejan diferencias en los nive-
les educativos, la experiencia laboral y el rendimiento de los trabaja-
dores blancos y negros. Aun así, hay disparidades problemáticas que
persisten. En las industrias del papel, el caucho y el cemento, la educa-
ción media de los trabajadores negros y blancos es exactamente la mis-
ma, aunque los salarios blancos medios en esas industrias son casi un
78. Además de las fuentes citadas en la nota previa, ver Streicker, «Policing Boun-
daries»; Almeida, «Entre nós, os pobres»; Mijares, Racismo e endoracismo; Souza, Tor-
nar-se negro; Twine, Racism.
79. Andrews, Blacks and Whites, 90-121; Silva, Negros à luz; Hasenbalg, «Negro na
indústria»; Castro y Guimarães, «Racial Inequalities».
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50% más altos que los negros. En la industria textil, los trabajadores
negros tienen en promedio más años de educación que los blancos,
aunque los salarios de los trabajadores negros son más bajos que los de
los trabajadores blancos80.
Si el papel que desempeña la discriminación en los trabajos de cue-
llo azul sigue sin estar del todo claro, a nivel de la clase media es indis-
cutible. En todos los países, los análisis de los patrones de contrata-
ción arrojan como resultado que los empresarios son muy reticentes a
contratar a no-blancos para posiciones directivas, profesionales o téc-
nicas; para trabajos funcionariales; e incluso para empleos de bajo
nivel en el comercio minorista. En uno de estos análisis, realizado con
gerentes de recursos humanos de compañías venezolanas, todos los
entrevistados insistieron en que ellos no consideraban la categoría
racial cuando contrataban empleados. Sin embargo, al prestar aten-
ción a los requerimientos para el empleo de cuello blanco en esas
empresas, los mismos individuos especificaban siempre «buena pre-
sencia» como el requisito más importante, una expresión que en Vene-
zuela (como en casi toda Latinoamérica) se considera habitualmente
que significa «blanco», y que los mismos directivos definieron en tér-
minos de pelo y color de piel. Es más, los investigadores notaron que
«[los directivos] no pudieron disfrazar sus tendencias negativas y de
rechazo hacia las personas negras, al momento concreto de responder
las preguntas. Al parecer la carga afectiva del prejuicio se imponía a su
deseo de dar la imagen de sujeto desprejuiciado»81.
Al tratar con las agencias de empleo, muchas empresas latinoame-
ricanas indican explícitamente que no aceptarán aspirantes no-blancos
para las posiciones de cuello blanco. A pesar de que las leyes de
muchos países prohíben estas prácticas, no se sabe de ninguna agencia
de empleo de la región que alguna vez haya rechazado peticiones de
¿Habrá que imaginar que el cliente que no se deja cortar el pelo por un
negro le permitirá sin embargo que le practique una operación quirúrgi-
ca? ¿Qué si no admite que lo sirva a la mesa, que le cobre el boleto en los
ómnibus, que lo reconvenga como policía o le ofrezca telas como emple-
ado de tienda, lo admitirá después como gerente del hotel, gerente de ban-
co, general o diputado? Si los negros tienen cerradas las puertas de los
puestos subalternos, debe existir toda una larga cadena de prohibiciones
tácitas que les impedirá elevarse económicamente, prosperar, cultivarse,
educarse83.
82. Ver por ejemplo Dawkings, «Condiciones laborales»; Andrews, Blacks and
Whites, 166-171; Graceras, «Informe preliminar», 23-25; Merino, Negro en la sociedad,
60-66.
83. Alicia Behrens, «La discriminación racial en el Uruguay», Marcha (15 de junio
de 1956, 9); ver también Alicia Behrens, «¿Cuál es la situación de los negros en el Uru-
guay?», Marcha (4 de mayo de 1956, 10).
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84. Silva, «Updating the Cost»; Telles, «Industrialization»; Lovell y Wood, «Skin
Color». Datos del censo de 1991 indican que después de haberse doblado entre 1960 y
1980, los indicadores de discriminación se incrementaron todavía más entre 1980 y
1991. Lovell, «Regional Labor Market».
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85. Debemos notar que una cuestión básica para los tres partidos negros de princi-
pios del siglo XX —el Partido Independiente de Color, el Frente Negra Brasileira y el
Partido Autóctono Negro— fue el igual acceso al empleo público. Ver capítulo 4.
86. Ignacio Castillo, «El umbral de color», SIC (Caracas, febrero de 1982, 59); Fer-
nández Esquivel y Méndez Ruiz, «Negro en la historia», 239; Wade, Blackness and
Race Mixture, 118-122; Graceras, «Informe preliminar», 12, 18.
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Cuando los negros y los mulatos demuestran que no sólo son capaces de
competir, sino que están dispuestos a ello, la situación se redefine. Es en
ese momento cuando se da una proporción muy grande de blancos que se
comportan realmente de una forma democrática y aceptan la competencia
[con los negros]. Pero existe también otro tipo de blanco que, en esa con-
frontación, entra en estado de pánico, y pasa a verse a sí mismo y a la civi-
lización amenazados... No es un grupo tan pequeño como se cree, y crea
problemas muy graves para la competitividad de negros y mulatos, ya que
encuentra diversos modos de disimular esa resistencia88.
ENNEGRECIENDO
91. Entrevista con Quince Duncan (Heredia, Costa Rica, 7 de julio de 1994);
Gerardo Maloney, «El movimiento negro en Panamá», La República (Panamá, 10 y 17
de agosto de 1980, 2-F); Conniff, Black Labor, 165; «Los 500 años y los negros pana-
meños», La Prensa (Panamá, 9 de octubre de 1992, 6A).
92. Wade, «Cultural Politics», 343; Hanchard, Orpheus and Power, 88-91.
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Figura 5.3. Estandarte de carnaval, bloco afro Ilê Aiyê, Bahía, 1995. Este
estandarte conmemora el 300 aniversario de la destrucción del quilombo de
Palmares (esquina superior izquierda), y la historia centenaria de las «organi-
zaciones de resistencia negra». El original es rojo, amarillo, negro y blanco, y
mide aproximadamente 1 X 1,30 m. Crédito: colección del autor.
apoyo negro tanto para Torrijos como para los tratados del Canal. Pos-
teriormente fueron víctimas de disputas y divisiones internas, y estaban
prácticamente acabadas cuando Torrijos murió, en 1981. Las nuevas
organizaciones creadas durante el régimen autoritario de Manuel Nor-
iega, en la década de 1980 —el Centro de Estudios Afro-Panameños, el
Museo Afro-Antillano y los tres Congresos Nacionales del Negro
Panameño— tendían a concentrar su acción en temas más culturales
que políticos. Con la vuelta a la democracia electoral en los noventa,
estas organizaciones pusieron de nuevo en el punto de mira las espino-
sas cuestiones de la discriminación racial y el papel de los antillanos (los
descendientes de tercera y cuarta generación de los inmigrantes de las
Indias Occidentales que vinieron a Panamá a principios del siglo XX a
construir el Canal) en la comunidad nacional96.
Incluso en países con comunidades negras relativamente pequeñas,
los setenta y los ochenta fueron un período de fermento y agitación
racial. En Perú, la Asociación Cultural de la Juventud Negra, el Insti-
tuto de Investigaciones Afro-Peruano y el Movimiento Negro Fran-
cisco Congo esponsorizaron investigaciones, conferencias, cursos y
debates públicos sobre la población negra del Perú. El trabajo conti-
nuó en los noventa, con la Agrupación Palenque y la Asociación Pro-
Derechos Humanos del Negro97. En Uruguay, la principal organiza-
ción negra de los años cuarenta y cincuenta, la Asociación Cultural y
Social Uruguay, siguió activa en los setenta y los ochenta. En 1989 un
grupo de miembros jóvenes se retiró de ACSU para formar una orga-
nización nueva, Mundo Afro, con una orientación más politizada98.
En Costa Rica, algunos profesionales y estudiantes universitarios de
San José crearon varios grupos de estudios negros a mediados de los
setenta, y en 1978 organizaron el Seminario Nacional sobre la Situa-
ción del Negro en Costa Rica, en donde académicos, políticos, inte-
lectuales e incluso el presidente Daniel Oduber se reunieron para
debatir acerca de las condiciones de la población negra del país. Varios
grupos de conciencia negra se formaron durante el evento, y el sindi-
cato de profesores de Costa Rica presionó exitosamente al Ministerio
99. «Centros educativos darán a conocer cultura del negro», La Nación (San José,
27 de octubre de 1980, 8ª); «Día del negro costarricense», La República (San José, 31 de
agosto de 1983); Purcell, Banana Fallout, 162. En el año 2000 Panamá estableció un Día
de la Etnia Negra similar, a celebrar el 31 de mayo. Corinealdi, «Black Organizing», 98-
102.
100. Davis, «Postscript», 362-369. La comunicación transnacional entre las organi-
zaciones negras fue enormemente facilitada por el surgimiento de Internet y el correo
electrónico en la década de 1990. Para una introducción a los recursos en Internet sobre
Afro-Latinoamérica, ver la página web de la diáspora africana en el Latin American
Network Information Center, <http://lanic.utexas.edu/la/region/african> (20 de junio
de 2002).
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101. «ONU denuncia discriminação racial no país», Correio da Bahia (30 de abril de
1996); «Comité de la ONU señala omisiones del gobierno uruguayo», Brecha (1 de octu-
bre de 1999); Organizaciones Mundo Afro, Racismo, 10; <http://www.mj.gov.br/
sedh/Cncd/index.htm> (16 de octubre de 2002); Corinealdi, «Black Organizing», 108, 112.
102. Para trabajos de activistas afrolatinoamericanos que señalan esta cuestión, ver
Santos, O que é o racismo; Nascimento, Genocídio do negro; Moura, O negro; Smith-
Córdoba, Cultura negra; Mosquera, Comunidades negras; Montañez, Racismo oculto;
Duncan y Powell, Teoría y práctica; Moore, Castro, the Blacks; Barrow, No me pidas;
Rodríguez, Historia de los afrouruguayos y Racismo y derechos humanos; Guimarães y
Huntley, Tirando a máscara.
06-quinto 28/4/07 03:11 Página 303
103. Andrews, Blacks and Whites, 218-233; Maggie, Catálogo; Contins, Visões da
abolição; Presidência da República, Programa Nacional, 29-31; Telles, Race in Another
America, 56-73; Htun, «From ‘Racial Democracy’».
104. «Racismo não vê a cor da condenação», Tribuna da Bahia (19 de octubre de 1995);
«A população negra precisa ser indenizada», Tribuna da Bahia (2 de agosto de 1995).
06-quinto 28/4/07 03:11 Página 304
CAPÍTULO 6
H ACIA EL SIGLO XXI
Año 2000 y más allá
E
ste libro ha intentado mostrar cómo los afrolatinoamericanos
han respondido a los desafíos, los dilemas y las oportunidades
que los procesos de desarrollo económico y político a gran esca-
la han creado. Al hacerlo, los afrodescendientes ayudaron a forjar una
historia de construcción de la nación y del Estado, de democratización
y de reforma social y política que transformó la vida en la región.
Cuando miramos al futuro, ¿qué nuevos desafíos afrontarán los afrola-
tinoamericanos? Y sobre la base de su experiencia en los dos siglos
pasados, ¿cuáles pueden ser las respuestas posibles a esos desafíos, tan-
to individuales como colectivas?
2. Cita de Scheper-Hughes, Death Without Weeping, 45; ver también Pereira, End
of the Peasantry, 39-55. Sobre el valle del Cauca, ver Mina, Esclavitud y libertad, 99-
154; Friedemann y Arocha, De sol a sol, 208-228. «Al menos la mitad de los hijos de los
corteros... mostraban signos de malnutrición», 227.
3. Whitten, Black Frontiersmen, 185-200; Escobar y Pedrosa, Pacífico; Arocha,
«Inclusion of Afro-Colombians».
07-sexto 28/4/07 03:18 Página 312
cubrió entre los blancos de clase media una creciente tendencia «de
expresar... sentimientos racistas que previamente no estaban permiti-
dos, al menos públicamente... Los chistes salvajemente racistas abun-
dan», hasta el punto de incluir «juguetonas» propuestas para la elimi-
nación masiva de la población negra del país. En Venezuela, el
antropólogo Alfredo Chacón observó que «el racismo... siempre ha
tenido amplia presencia... hoy en día [1998] la tiene en forma mucho
más general y normalizada: en los [últimos] quince años... las marcas
del racismo entre nosotros si han variado es para hacerse más acepta-
bles, inconscientes y normales»11.
La esencia del neoliberalismo, y del capitalismo en su forma
«pura», es la competición: competición por el capital, por los merca-
dos y por el empleo. A medida que las sociedades de Afro-Latinoa-
mérica se sumergen en las turbulentas corrientes del desarrollo capita-
lista en el siglo XXI, sus miembros se sorprenden a sí mismos luchando
desesperadamente por avanzar o simplemente por mantenerse a flote,
usando cualquier recurso que puedan movilizar. Como siempre la
raza es, para los blancos, uno de los más potentes de estos recursos.
Poco puede sorprender, pues, que su fuerza social y su importancia
sigan igual de intensas en un período de fluidez, inestabilidad y, en
muchos países, crisis, o que continúe obstruyendo el avance y la igual-
dad para los pueblos afrodescendientes de la región.
Este momento de conflicto racial sostenido parece augurar un
resurgimiento de los movimientos negros de los setenta y los ochenta.
De hecho, en la mayoría de países de la región el activismo racial
siguió en marcha durante los noventa. En Venezuela los representan-
tes de las comunidades campesinas negras se reunieron en Barlovento
en 1994 para el primer Congreso de los Pueblos Afro-Venezolanos.
En Ecuador y Colombia, algunas organizaciones comunitarias conti-
nuaron formándose y reivindicando la protección de las comunidades
negras. Incluso en Cuba, a pesar de las restricciones del gobierno
sobre las movilizaciones políticas fuera del Partido Comunista, una
nueva organización negra, la Cofradía de la Negritud, se formó en La
Habana en 199912.
11. Scheper-Hughes, Death Without Weeping, 92-93; Alfredo Chacón, «La Piel
que nos separa», El Universal (Caracas, 20 de septiembre de 1998).
12. Pérez, «Llamado entre los pueblos»; De la Fuente, Nation for All, 332-333.
07-sexto 28/4/07 03:18 Página 317
febrero 1997); «Among Glossy Blondes, a Showcase for Brazil’s Black Faces», New
York Times (18 de octubre de 1996). La cifra de un 10% de familias afrobrasileñas con
ingresos domésticos de 16.800 US$ o más deriva en apariencia del estudio de 1995 del
diario Folha de S. Paulo sobre actitudes raciales en Brasil. Turra y Venturi, Racismo cor-
dial, 92. Esta cifra exageraba dramáticamente el nivel de ingresos de la población negra.
De acuerdo a la encuesta nacional de hogares de 1987, sólo el 7% de familias negras y
mulatas ganaba 5.000 US$ o más por año. IBGE, PNAD 1987, Vol. 1, 103.
07-sexto 28/4/07 03:18 Página 320
Figura 6.1. La senadora Benedita da Silva, ca. 2000. Crédito: Agencia Brasil.
Luis Beltrán Prieto Figueroa, le fue denegada la nominación presidencial en 1968, tras
lo cual se marchó del partido. «AD membership spurns “cogollo” and picks “Black
Claudio” as candidate», Latin American Weekly Report (29 de abril de 1993, 181).
22. Gott, In the Shadow. Cuando los líderes empresariales intentaron sin éxito
derrocar a Chávez en un golpe de estado en 2002, sus bases obreras se manifestaron
solidariamente para apoyarlo, exponiendo «la profunda grieta racial y social en Vene-
zuela entre las clases medias y alta, que tienden a ser de piel clara, y la mayoría pobre [y
de piel oscura]». «Behind the Upheaval in Venezuela», New York Times (18 de abril de
2002, A8).
23. Como evidencia que indirectamente confirma este argumento, nótese el núme-
ro decreciente de altos cargos negros en el gobierno de Cuba durante el período en que
la proporción de candidatos y altos cargos electos negros se incrementaba en el resto de
la región. En 1986, el 28% del Comité Central del Partido Comunista era negro o
mulato; en 1991, el 16%, y en 1997, el 13%. De la Fuente, «Recreating Racism», 10.
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APÉNDICE
R EGISTROS DE POBLACIÓN , 1800-2000
L
a información estadística sobre la composición racial de los
países latinoamericanos es escasa, inconsistente y de una fiabi-
lidad y precisión cuestionables. Algunos países no confeccio-
naron censos durante el siglo XIX y en el XX, la mayoría de los censos
nacionales o bien no recogieron información racial, o bien lo hicieron
de un modo que hace imposible determinar el tamaño de la población
negra y mulata. Las cifras que aparecen en las tablas A.1, 1.1 y 5.2, así
como en los mapas 1 al 3, deberían, por lo tanto, ser tratadas a lo sumo
como aproximaciones inexactas a la composición racial de la región1.
Dados estos problemas, ¿por qué intentar trabajar entonces con
información estadística? Porque de no hacerlo, ni siquiera podemos
aventurar una mera hipótesis sobre el tamaño relativo y la distribución
de las poblaciones negras en la región, o bien responder a la cuestión de
qué países y sub-regiones han formado parte de Afro-Latinoamérica.
No es del todo sorprendente que la información estadística sobre
raza en la región sea mucho más abundante para el año 1800 que para
1900 o 2000. Como la raza era uno de los principios fundamentales
sobre los que se organizaba la sociedad colonial, los funcionarios colo-
niales recogían información sobre raza o «condición» para los censos, lo
que produjo las cifras compiladas en la tabla 1.1 y el mapa 12.
1. Para propósitos comparativos, todas las tablas y mapas usan las fronteras nacio-
nales de 2000.
2. Fuentes para cada país: Brasil (1810), Alden, «Late Colonial Brazil», 290; Méxi-
co (1810), Aguirre Beltrán, Población negra, 233; Venezuela (1800-1810), Brito Figue-
08-apendice 28/4/07 03:18 Página 328
roa, Estructura social, 57-58; ver también Lombardi, People and Places, 132; Cuba
(1810), Kiple, Blacks in Colonial Cuba, 32-33; Colombia (1778-1781), Tovar Pinzón et
al., Convocatoria, 68-72; Puerto Rico (1802), Kinsbruner, Not of Pure Blood, 28; Perú
(1791), Gootenburg, «Population and Ethnicity», 111; Argentina (1778), Comadrán
Ruiz, Evolución demográfica, 80-81; República Dominicana (1794), Deive, Esclavitud
del negro, 608; Ecuador (1778-1781), Hamerly, Historia social, 16, y Tovar Pinzón,
Convocatoria, 68-72; Panamá (1778-1781), Castillero Calvo, Régimen de castas, 11-14,
y Tovar Pinzón, Convocatoria, 68-72; Chile (1813), Sater, «Black Experience», 39;
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3. Hamerly, Historia social, 16; McFarlane, Colombia before Independence, 34; Lom-
bardi, People and Places, 122, 41-45; Castillero Calvo, Régimen de castas, 10-14; Jaén Suá-
rez, Población del Istmo, 328-339. Jaén Suárez encontró muy pocos mestizos —menos del
2%— en los registros de bautizos de Ciudad de Panamá, p. 445.
08-apendice 28/4/07 03:18 Página 329
APÉNDICE 329
APÉNDICE 331
12. Las fuentes para la tabla A.1 y el mapa 2 son: Brasil (1890), Directoria Geral de
Estatística, Synopse do Recenseamento, 2-3; Cuba (1899), De la Fuente, «Race and
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Vol., 22, 125; Panamá (1911), Welch, «Evolución»; Colombia (1912), Smith, «Racial
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08-apendice 28/4/07 03:18 Página 333
APÉNDICE 333
Afrolatinoamericanos
Datos censales
Estimaciones
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