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"/ Oh! ¡Los hombres deberían haber podido hacer niños por otros medios, sin la existencia de
una raza femenina; entonces los hombres ya no conocerían el dolor!". Tal es el lamento de Jasón en
la Medea de Eurípides (siglo V a. J.C.).
La capacidad maternal de las mujeres es, así, considerada la causa fundamental de los
pesares de los hombres.
Desde la publicación del libro Female Sexualfty: New Psychoanalytic Research (1964)1, que
apareció antes de la gran ola de feminismo, he estado comprometida en la exploración de la hipóte-
sis de que la condición de las mujeres ha estado marcada, a través de las épocas, por sentimientos
de envidia hacia su materialidad y por la necesidad de revertir la situación de completa dependencia
en la cual el infante indefenso se encuentra por relación a su madre, una reversión que está expre-
sada tan elocuentemente en el mito del nacimiento de Eva, que la retrata como siendo extraída de
una costilla de Adán.
Es sabido que el infante humano nace prematuramente. Freud (1926) evocó con precisión
en Inhibición, Síntoma y Angustia las consecuencias de este "factor biológico", que ocasiona
"... un largo período de tiempo durante el cual la cría de la especie humana esté en una con-
dición de indefensión y dependencia. Su existencia intrauterina parece ser corta en compa-
ración con la de la mayoría de los animales, y es enviado al mundo en un estado menos
terminado. Como resultado, la influencia sobre él del mundo extemo real se ve intensificada,
y se promueve una temprana diferenciación entre el yo y el ello. Mes aún, los peligros del
mundo extemo tienen para él una importancia mayor, de modo que el valor del objeto, único
que puede protegerlo contra ellos y tomar el lugar de su vida intrauterina previa, esté enor-
memente realzado. El factor biológico, por lo tanto, establece las mes tempranas situaciones
de peligro y crea la necesidad de ser amado, que ha de acompañar al niño a lo largo del re-
sto de su vida" (Pag, 154 -155).
Este párrafo, que no puede ser citado demasiado frecuentemente en tanto abre perspectivas
referidas a la diferencia entre el hombre y otros animales, al desarrollo humano comparado con el de
otras especies, y de aquí a la dimensión del tiempo, también toca un punto que es particularmente
relevante para el tema que he de considerar: los efectos del prolongado período de dependencia del
ser humano de su madre. Ahora bien: este último punto, capital para la comprensión de fa condición
de las mujeres, del significado del deseo de poseer los atributos de la virilidad, de la constitución de
ia ¡mago materna en ambos sexos, del rol del padre, el falocentrismo y la persistente presencia de la
homosexualidad latente en los hombres, nunca fue tomado en cuenta por Freud en su teoría de la
sexualidad humana, ya sea masculina o femenina.
Hay sin embargo una excepción: el artículo de Ruth Mack Brunswick, quien es conocida por
su tratamiento del Hombre de los Lobos después del de Freud. Titulado la fase pre-edípica del
desarrollo libidinal" (1940), se cree que la autora ha integrado en él anotaciones y comentarios mar-
' Conferencia dictada para ta Asociación Psicoanalitica Argentina (A.P.A.), Asociación Psicoanalitica de Buenos Aires
(A.P.de B.A.) y Sociedad Argentina de Psicoanálisis (SAP.). En A.P.de B.A., Buenos Aires, 30/V/2001.
1J. Chasseguet-Smirgel, La sexualidad femenina. Nuevas aportaciones psicoanaiíticas. Ed. Laia, Barcelona, 1973 (T.).
1
ginales de Freud. Ella enfatiza el rol y la necesidad, en ambos sexos, de una identificación, desde el
amanecer de la vida, con la madre activa, que es experimentada como omnipotente.
"... uno puede puntualizar que cada acto exitoso de identificación con la madre toma a la
madre menos necesaria para el niño. En tanto ella se vuelve menos necesaria, las restric-
ciones y demandas que ella esté obligada a hacer son tomadas a mal en medida creciente
(...). (La) posición fibidinal a la que recientemente ha arribado (es) celosamente resguardada
por el niño (...) (La madre) se toma, en el mejor de ios casos, superfiua. El niño reacciona
ante su mera presencia con una especie de agresión primitiva, defensiva...".
Uno no podría describir mejor el odio dirigido hacia la Madre que emana de los efectos de la depen-
dencia. Recientemente, en un artículo aún no publicado, Elisabeíh Young-Bruehl (2000) también ha
subrayado los efectos de esta dependencia primaria de la Madre.
Mack Brunswick acuerda gran importancia al deseo del niño de poseer los atributos de una
madre omnipotente, a la que se cree en posesión de todos ellos, y en primer lugar, de la capacidad
de tener niños. Ella llega incluso a decir: "Contrariamente a nuestras ideas más tempranas, el deseo
de pene no es intercambiado (por la niña) por el deseo de niño, el cual, como hemos visto, de hecho
lo ha precedido en mucho".
Pero fue Métanle Klein (1957) quien, al elaborar su concepto de envidia, reconoció plena-
mente el lugar de los deseos, en ambos sexos, de tomar posesión - o, seguramente, de destruir,
cuando la avidez y el odio predominan - de la capacidad de la madre de traer niños al mundo, la
capacidad de dar y preservar la vida es sentida como el mes precioso don, y la creatividad se toma
asi en la más profunda causa de envidia11. De hecho, la creatividad de la madre, y la completa de-
pendencia de ella, están estrechamente interrelacionadas. Esta creatividad se expresa (en la reali-
dad y simbólicamente) por intermedio del pecho. "El pecho nutriente representa para el niño algo
que posee todo lo que él desea. Es una fuente inagotable de leche y amor que él, sin embargo,
reserva para su propia satisfacción". (En otros pasajes, Melante Klein agrega a esto el cuidado de la
madre por su bebe como siendo una parte integral del pecho materno). Es la falta de una
permanente y absoluta disponibilidad del pecho y de todo lo que él simboliza, unida al deseo de ser
y la imposibilidad de ser el pecho - y de aquí la completa dependencia a la cual el bebé está sujeto -
lo que incrementa la envidia, la codicia y el odio destructivo.
Parecería que numerosos aspectos de la teoría freudiana de la sexualidad humana podrían
ser considerados como una negación de esta dependencia primaría de la Madre, que influencia, sin
embargo, de una manera decisiva, la relación de hombres y mujeres con ella, asi como la relación
entre los sexos y su traducción a la esfera social.
En esta conferencia tendré ocasión de repetir ciertas hipótesis que formulé en trabajos ante-
riores, aunque viéndolos ahora bajo una luz algo diferente, provista por información y lecturas más
recientes. Se me ha ocurrido, en efecto, al familiarizarme con la literatura feminista americana de
estos últimos años, frecuentemente inspirada en forma abierta por el psicoanálisis y a la cual, en
ocasiones, psicoanalistas - generalmente mujeres - han contribuido, asi como con el número de
junio-julio-agosto 2000 de Temps Modernos (donde los autores han escrito contribuciones sobre los
tópicos de la "Diferencia sexual" y de "El orden simbólico", pero que no reconocen ninguna afiliación
con el pensamiento feminista americano), que estamos presenciando actualmente, en un sesgo
teórico muy reciente (¿debería uno decir "post-moderno"?)F un rechazo de lo femenino-maternal que
es mucho mas violento que el que le es legítimamente reprochado a Freud. Es con el fin de echar
cierta luz sobre estos nuevos desarrollos, en lo que debe ser llamado una lucha contra la Madre
1
(¿un eterno retorno?), que he de permitirme hacer referencia a algunos de mis trabajos previos.
Si hablo de lo femenino-maternal, ello no implica que las mujeres sólo pueden hallar satis-
facción en la maternidad - esto sería una posición llamada "naturalista". Esta posición ha buscado
restringir a las mujeres a su función reproductiva» como si el poder de la Madre fuese tan grande que
fuera necesario confinarlo a un dominio limitado y transformar una capacidad maternal exorbitante
en una obligación.
Las restricciones teórico-ideológicas aplicadas a lo femenino-maternal a fin de circunscribirlo
a una esfera supuestamente natural - en el pensamiento freudiano, a una anatomía considerada
como marcada por la castración - han sido frecuentemente denunciadas. Intentemos exponer el
nuevo aspecto de estas restricciones tal como se revela en ciertos escritos contemporáneos, que
sostienen que lo femenino-natural es en su totalidad una construcción, y está, por lo tanto, destinado
a ser destruido y abolido.
Propongo retornar aqui a la cuestión del monismo sexual féiico, que he tratado varías veces
en otros lugares. Me parece que este problema comprende, en una medida considerable, un cierto
número de puntos que he de considerar luego, que son esenciales para la comprensión de las eta-
pas que han llevado - de una concepción de las mujeres en tanto marcadas por una falta, que
fue refrendada por Freud y un cierto número de sus discípulos y fue provocada por una necesidad
de huida de la Madre - a una teoría de la sexualidad Infantil que lleva la marca, en Freud, de la
homosexualidad. En tanto el origen del mundo involucra la acción conjugada de lo masculino y lo
femenino, sea en mitos de la creación o en la propia procreación, ciertas concepciones teóricas ac-
tuales, que han infiltrado al psicoanálisis, llevan a una destrucción Ideológica de la diferencia
entre los sexos, vale decir, en última instancia, a una violencia aniquilación de capacidades que son
específicamente femeninas.
El monismo sexual fállco es un pilar central de la teoría freudiana de la sexualidad. Se piensa que
la niña no está enterada, tanto consciente como inconscientemente, de que ella posee una vagina.
Paralelamente, se cree que el niño no está enterado de la existencia en la ñifla de un órgano desti-
nado a ser penetrado. La relación complementaría entre los sexos es, en consecuencia, similar-
mente desconocida, y no hay atracción "natural* entre los sexos. (Esta afirmación es contradicha dos
veces: la primera, cuando Freud postula un conocimiento instintivo innato "similar al de los animales'
(1909,1915,1918,1939), una idea que repitió varías veces; y la segunda, cuando él imagina los
lazos establecidos por Eros entre unidades que son inicialmente distintas, como si estuvieran mode-
ladas sobre la unión de las gametas (1920). La nina pequeña se cree castrada, dotada con un solo
órgano sexual, el clltoris, el equivalente de un pene atrofiado. El niño, ante la visión del genital feme-
nino desprovisto de un pene, se horroriza. Sin información acerca de los órganos internos femeni-
nos, él interpreta lo que ve como el resultado de una castración, y entonces imagina que un destino
similar puede sobrevenirle a él.
Es de destacar que toda esta construcción está, de manera bastante curiosa, basada sola-
mente en la visión de los órganos genitales femeninos y nunca en las sensaciones que ellos podrían
generar en la niña, ni tampoco en la existencia de sensaciones en el pene. Freud siempre negó la
existencia de excitación vaginal temprana, a pesar de la experiencia clínica y de las alegaciones
Insistentes de otros investigadores. Karí Abraham, en una carta a Freud (3 de diciembre de 1924)
escribió:
"... me he pescado preguntándome recientemente si no habría ya, en la época de la mas
temprana infancia, un comienzo vaginal de la libido femenina (notemos, al pasar, que Abra-
ham usa los términos "libido femenina", en tanto para Freud la libido es en esencia masculi-
na) que estaré destinado a sufrir represión, al cual sucederé el predominio del clítoris como
expresión de la fase félica".
Abraham concluye: "el cambio en las zonas directrices en la pubertad sería la renovación del estado
original11.
A esto Freud replicó (8 de diciembre de 1924):
"... el presunto rol de la vagina en el desarrollo primordial de la libido infantil despierta mi ma-
yor interés. No sé absolutamente nada de este tema. Igualmente, debo admitir libremente
que, en general, &l aspecto femenino del problema me resulta oscuro'.
El 26 de diciembre de 1924 Abraham prosiguió respetuosamente la cuestión.
Freud respondió tres días más tarde (29 de diciembre de 1924): "Sobre la cuestión de la
zona erógena directriz femenina, deseo mucho instruirme; quedo a la espera de todas sus innova-
ciones, con impaciencia y sin ninguna idea preconcebida'.
En 1938, en el Esquema del Psicoanélisis, Freud (pág. 154) reiteró su convicción, que nada
podía conmover decididamente:
la ocurrencia de sensaciones vaginales tempranas es afirmada frecuentemente. Pero lo
mes probable es ove lo que esté en cuestión sean excitaciones en el clítoris - es decir, un
órgano anélogo al pene. Esto no invalida nuestro derecho a describirla fase como félica".
Debe recordarse que, en ocasiones, Freud a veces reconoce - pero con lo que podría llamarse
cierta renuencia - fa existencia de excitaciones en la joven niña, que son de origen anal.
Evidentemente, puede plantearse la pregunta: ¿por qué esta obstinación, y por qué el
prolongado éxito de una concepción que ha encontrado en Francia una recepción particularmente
favorable? Intentaré formular algunas hipótesis al respecto más adelante. Entre los argumentos que
pueden aducirse para refutar a Freud está la experiencia dinica y, ante todo, la del propio Freud, en
particular la de Juanrto (1909) y el Hombre de los Lobos (1918), como traté de mostrar en un artículo
sobre "Freud y la Sexualidad Femenina: la consideración de algunos puntos ciegos en la exploración
del 'Continente Oscuro" (1976 en 1988), asi como en el trabajo Creatividad y Perversión (1984).
Pero dejemos de lado las numerosas objeciones que pueden hacerse y que han sido hechas
a la concepción freudiana de la ignorancia de la vagina hasta la adolescencia, y enfoquemos en
cambio una objeción que resulta del propio descubrimiento del inconsciente. ¿Por qué razón los
poderes del inconsciente serían detenidos, al menos en la niña, cuando se ven confrontados con el
descubrimiento de los órganos genitales? En la "Adición metapsicológica a la teoría de los sueños"
(1915), Freud describe la situación del dormir como siendo, desde el punto de vista somático, "una
reactivación de la existencia intrauterina, satisfaciendo como lo hace las condiciones de reposo,
calor y exclusión de estímulos. De hecho, al dormir, mucha gente recupera una postura fetal" (pág.
222). Este estado está acompañado por el completo retiro de fa libido del mundo externo y ef aban-
dono del interés en el mismo. Presenciamos el retorno de la libido al narcisismo, en tanto el yo re-
gresa a un estado de realización alucinatoria de deseo.
la capacidad diagnóstica de los sueños - un fenómeno generalmente reconocido pero con-
siderado enigmático - se toma igualmente también comprensible. En los sueños, la enfer-
medad física Incipiente es frecuentemente detectada mes temprano y mes claramente que
en la vida despierta, y todas las sensaciones corporales actuales asumen proporciones gi-
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ganfescas" (pág. 223).
¿Puede uno por lo tanto verdaderamente pensar que los órganos genitales internos de la pequeña
ñifla pueden pasar desapercibidos en el contexto de la regresión narcisística que ocurre durante el
dormir, una regresión que permite una precisa detección de fenómenos corporales? ¿Por qué la
enfermedad y no la vagina? Al respecto, todos nos hemos enfrentado más de una vez con delirios
que ocurren en mujeres en el contexto de una regresión narcislstica, con temores de una penetra*
ción vaginal que tenga lugar sin su conocimiento. En ciertos casos» este estado puede llegar a tal
extremo que las pacientes buscan sellar su vagina, en un caso observado, con cemento2. ¿Esto
implicarla terrores psicóticos que no tendrían relación con un prototipo infantil?
Como resultado de la obra de Jean Laplanche, se ha escrito en forma relativamente
reciente que la niña pequeña tiene conocimiento de su vagina: es el deseo inconsciente de su padre
hacia ella el que supuestamente la conducirla a esta revelación. Si este razonamiento, basado en la
teoría de la fuente objeta!, es aceptado, se derivaría lógicamente que el deseo de la madre llevarla al
niño a un descubrimiento de la vagina. Sin embargo, esta hipótesis no ha sido formulada. Es
especialmente al ocuparse de la femineidad que uno se encuentre en presencia de tales
proposiciones contradictorias o, como se dice en inglés, inconsistentes. La explicación más
convincente de esto parece residir en los afectos que la relación con las mujeres, y con la Madre,
induce en ambos sexos.
En efecto: una de las consecuencias esenciales del monismo sexual fálico es la envidia al
pene en las niñas, dado que la Madrastra Naturaleza las ha creado castradas. Esta envidia sólo
puede ser pacificada por el nacimiento de un niño, de preferencia masculino, un sustituto, un ersatz,
del pene.
La» mujefes definidas como marcadas por una falta: He clasificado previamente (1976) todos
aquellos aspectos de la teoría freudiana que conceptualizan a las mujeres en términos de una falta:
falta de una vagina, falta de un pene, falta de una libido especifica, falta de un objeto erótico ade-
cuado (la madre y no el padre, en tanto la madre, por su parte, prefiere a su hijo), la necesidad de
una falta" de un clítoris. A esto, como es sabido, es pertinente agregar la relativa falta de un super-
yo, de capacidades para la sublimación, de las que se deriva una contribución insignificante a la
cultura y la civilización. La sola invención de la que se decía que las mujeres eran capaces era el
tejer, cuyo modelo se creía era el entretejido del vello pubiano que servía "para ocuffar su inferiori-
dad sexual original' (1933). Es característico que Freud estuviera inspirado por el tema de las muje-
res para hacer esta grotesca aseveración.
Las mujeres analistas que permanecieron leales a Freud con relación al problema de la
sexualidad femenina se mostraron muy poco económicas cuando se trataba de enunciar proposicio-
nes ridiculas, y esto hasta el punto de que muchas son dignas de aparecer en una colección de
ideas imbéciles, tas buenas madres son madres que son frígidas" (Jeanne Lampl-de-Groot, 1933);
el clítoris, tanto como el timo, deben desaparecer (Marie Bonaparte, 1951).Y si el mismo se mostra-
ba recalcitrante, podría ser puesto en línea con la invención de una operación destinada a atraer
este órgano indócil más cerca de la vagina (ídem). Las mujeres no experimentan orgasmo, una ma-
nifestación cuya violencia es específica de los hombres. Las mujeres deben acomodarse a un placer
que es suave y moderado (Heten Deutsch. 1961)...
Sin embargo las mujeres, tal como son concebidas por Freud (y algunos de sus fíeles
discípulos) están en perfecta oposición a la Madre tal como ella existe en el inconsciente. Esto es
evidente en análisis en el nivel individual, como todos los analistas pueden observar en su práctica,
pero también en el nivel colectivo, en cuentos, mitos y leyendas. La Madre es el motivo centra! en los
mitos de todas las culturas. Todo Bien y todo Mal vienen de ella.
En una conferencia sobre "El carácter de la Madre en los cuentos africanos", Geneviéve
Calame-Griaule (1982) enfatizó la ambivalencia de las representaciones de la Madre en África. En
una narrativa dogon, de los barrancos de Malí, un dios pide a una hiena que le traiga lo mejor que
hay en el mundo, y la hiena trae una mujer. Y el dios dice: Tienes razón, es claramente por la vía de
las mujeres que todo Bien viene al mundo". (Fecundidad, nacimientos, vida). Y entonces el dios dice
a la hiena: "Ahora, tréeme lo que hay que sea lo peor del mundo". Y la hiena nuevamente trae una
mujer. Y el dios dice: "Ciertamente tienes razón, también es por la vía de las mujeres que todo Mal
viene al mundo, todas las reyertas, la impureza e incluso la muerte". Las mujeres dan la vida, y la
dan nuevamente al criar a sus hijos, y al cocinar. (Un proverbio dogon dice: "Después de Dios esté el
pecho de la Madre").
(Puede observarse, al pasar, que en el viejo Testamento, el dios monoteísta es calificado
como "misericordioso" en la traducción francesa, en tanto en hebreo el término usado literalmente
significa "lleno de útero", lo que implica que Dios tiene atributos femenino-maternales y no sólo,
como uno podría verse llevado a creer, características paternales).
Si la omnipotencia es proyectada sobre la Madre, esto se debe sobre todo a un
desgarramiento en el narcisismo primario. Este último es proyectado sobre el objeto. Si el objeto es
constituido bajo condiciones de odio, como hipotetizara Freud, es más fácilmente comprensible que
el objeto primario sea tanto malevolente (como una bruja) como benevolente (como un hada madri-
na). La dependencia del objeto refuerza su naturaleza ambivalente, y este estado puede persistir
siempre, particularmente si los eventos de la vida y/o la actitud de la Madre otorgan credibilidad a
esta forma de experiencia objeta!. El niño debe entonces desarrollar y desplegar estratagemas para
escapar de la omnipotencia de la Madre.
Huida de la Madre: La necesidad, en ambos sexos, de liberarse de la esfera de acción de la madre
omnipotente puede encontrar un medio sostenedor en la posibilidad de investir otro objeto y otro
órgano todopoderoso. El padre y su pene pueden servir como un recurso disponible. En 1964 des*
cribí cómo esto puede resultar en la idealización, por parte de la niña, del padre, quien puede perso-
nificar una protección contra el dominio de la Madre. Esta idealización puede llevar a una inhibición
de las pulsiones sexuales, las cuales, se percibe, deben estar exentas de la agresividad que es ne-
cesaria en las mujeres, como lo es en los hombres para el coito. Puede también motivar una contra-
Identificación con la Madre, que es experimentada como peligrosa para el Padre en la escena prima-
ria, y a un rechazo de la maternidad y de la fecundidad en general. Finalmente, los logros personales
pueden verse dañados por la culpa, en la medida en que son inconscientemente experimentados
como una usurpación de las capacidades masculinas y como una castración del Padre.
El niño, por su parte, catectíza a su padre y a su pene mediante el reconocimiento en si
mismo de una identidad sexual compartida. Freud, en varías ocasiones, habla de "e/ desprecio
triunfante' del pequeño macho cuando se torna consciente de que posee un órgano que la Madre no
tiene. Sin embargo, curiosamente, en su teoría, él persiste en afirmar el susto experimentado ante el
genital femenino "castrado". En cuanto a la niña, considero su envidia al pene como inducida tanto
por el deseo de diferenciarse de la Madre como de triunfar sobre ella mediante la posesión de un
órgano que a ella le falta.
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La necesidad de liberarse de la madre arcaica omnipotente confiándose en el Padre,
levantando altares al falo-pene, denegando capacidades, órganos y valores específicamente feme-
ninos, es compartida por ambos sexos. Permítanme referirme a algunas observaciones que he
hecho previamente (1976), concernientes al pasaje de una sociedad matriarcal a una patriarcal. Aún
si la existencia de un sistema matriarcal es problemática, la idea de una matriarquia original está
basada en una profunda verdad psicológica. Todos hemos conocido una matriarquia, dado que es
una mujer quien nos ha portado en su seno y hemos dependido de ella para nuestra supervivencia.
Bachofen, quien creía en la existencia de una matriarquia, consideraba las Euménides de Esquilo
como la descripción del pasaje de la ley matriarcal a la patriarcal. Podrá recordarse que la obra gira
esencialmente alrededor del proceso de Oestes, que acaba de cometer matricidio. Él habla actuado
para vengar a su padre, Agamenón, asesinado por Cütemnestra. Las Erinias, que se tornarán en las
Euménides hacia el final de la obra, son divinidades atónicas subterráneas que habian reinado antes
de Zeus, tal como la Madre reina antes del Padre. Descriptas como "negras y absolutamente repug-
nantes", representan a la parte acusadora. Quien conduce la defensa es Apolo. Orestes apela a
Atenea, una diosa cuya concepción y nacimiento no deben nada a la participación materna. Es la
hija de Zeus, surgida directamente de su cerebro, completamente armada y cubierta con un casco;
de esta manera había conseguido escapar a la condición de indefensión infantil primaria. Ella crea
una corte, el Areópago, y de tal modo toma posesión de las prerrogativas judiciales de las Erinias.
Estas se lamentan más tarde: "nuevas leyes no van a destronar a las anteriores, si la causa / el
crimen de este matricida deben triunfar". Ellas consideran que el crimen de Clitemnestra era una
ofensa menor que el de Orestes, dado que "ella no llevaba la misma sangre que el hombre al que
mató".
Orestes replica con esta frase asombrosa: "¿Y yo? ¿Soy yo de la misma sangre que mi ma-
dre?". Apolo Ifega incluso más lejos: "No es la madre quien engendra a aquél que seré llamado su
hijo. Ella es sólo la niñera del retoño que ha concebido. Aquel que engendra es el macho. Ella, como
un forastero, salvaguarda la ¡oven planta, si un dios no le causa daño",
Puede observarse que la idea de que la madre es sólo una madre subrogada, meramente un
horno en el cual el panadero (el padre) simplemente deposita el pan que ha producido, se extiende
sobre los siglos. Puede encontrarse, entre otros, en Sade. Permítanme agregar que esta teoría de la
procreación constituye, en sí misma, un matricidio simbólico. M. L. Roux, en una conferencia recien-
te, ha considerado al matricidio como la realización, en el mundo real, de una separación de la Ma-
dre que de otro modo sería imposible.
Permítanme citar aquí un fragmento del discurso de Brissac a Justine (extraído de Sade),
precisamente antes de que él sacrifique a su propia madre:
"Pero la criatura que yo destruyo es mi madre; es porb tanto en este aspecto que vamos a
examinar el asesinato (...). Sin embargo, el niño nace; la madre lo alimenta (...). Si la madre
brinda este servicio al niño, apenas si dudamos de que sera atraída a hacer esto por el sen-
timiento natural que la lleva a separarse de una secreción que, sin esto, podría hacerse peli-
grosa para ella (...). Asi, apenas si es un servicio el que la madre presta al niño cuando lo
alimenta: es, por el contrario, éste último quien provee un servicio muy grande a la madre
(...). Yo les pregunto ahora: si la madre continúa dando cuidado al niño que ya no lo nece-
sita, un cuidado que sólo es ventajoso para ella, ¿debe este niño sentirse obligado a estar
agradecido? {...). Es por lo tanto claro que, en todas aquellas ocasiones de la vida en las
cuales el niño es un amo que puede disponer de la vida de su madre como le parezca ade-
cuado, debe hacerlo sin el menor escrúpulo; en verdad, debe decididamente hacerlo, porque
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él sólo puede detestar a una mujer tal, ya que la venganza es el fruto del odio, y el asesinato
es el medio de la venganza. Puede entonces sacrificar sin piedad a este individuo hacia el
cual él erróneamente se imagina tan obligado; puede partir sin el menor escrúpulo este pe-
cho que lo ha alimentado" (Nouvelle Justine, 1788, pág. 208).
Uno no podría ilustrar mejor los argumentos de Envidia y Gratitud. El pecho es, en Sade, un
objeto de desprecio. Es llamado una "gran teta". Y, en cualquier caso, se dice que los hombres están
igualmente dolados psíquicamente que las mujeres: "No puedo adivinar qué es lo que esas dos bo-
las, ubicadas tan desmañadamente sobre el pecho, pueden tener de tan seductor. Considerando el
conjunto, yo soto tengo ojos para esto, agregué, acariciando el trasero, como verdaderamente mere-
cedor de homenaje, y, dado que tenemos tanto como las mujeres3, no comprendo por qué es
necesario escogerlas con tanto cuidado", detalla el monje, Jéróme, en la misma obra (La Nouvelle
Justine, pág. 427).
Los genitales femeninos son designados en Sade como "esa parte indigna", "esa repugnante
parte que la naturaleza formó sólo por insensatez (y que) es la que mes nos repugna", "esa maldita
hendidura". Es comparada con "el otro templo' (el ano), siempre en beneficio de éste último. La ca-
pacidad de dar a luz niños es atacada de manera directa en toda la obra de Sade, a través de abor-
tos impuestos o de la destrucción de la matriz (Rodin y Rambaud, los dos cirujanos). Se dice que
Jack el Destrípador extraía el útero de sus víctimas.
Sin conducir a la total obliteración de las capacidades femenino-maternales, lo que está
implicado es un intento de autopersuasión de que la Madre - y las mujeres - no poseen ningún atri-
buto específico que las hiciera deseables y que los hombres no tengan. La herida narcisistica del
niño pequeño queda de este modo borrada en ambas versiones del complejo de Edipo. Como ha
mostrado Bela Grunberger, la prohibición edlpica constituye un bálsamo para el narcisismo del niño,
dado que él es, de hecho, incapaz de consumar el acto sexual, debido a la prematuración del sujeto
humano. A esto yo agregarla que él es también incapaz de hacer un niño con su Madre, a diferencia
del Padre. La falta de conocimiento consciente de la vagina de la Madre y la supuesta ausencia de
deseos de penetrar constituyen, en el mismo lance, una defensa narcisistica: es preferible para la
propia autoestima renunciar a satisfacer un deseo por obediencia a una prohibición antes que admitir
una incapacidad. Sin embargo, la insistencia en Sade acerca del mayor valor del ano sobre la vagi-
na, acerca de la presencia en los hombres de órganos análogos o superiores a los femeninos ("efecto
que tenemos tanto como las mujeres"), puede ser considerada como teniendo el propósito de hacer
que uno crea que el niño está tan bien equipado como la Madre para satisfacer al Padre. Así, la
homosexualidad del pequeño macho se ve, por esta misma vfa, acrecentada. Ciertamente, la homo-
sexualidad tiene múltiples orígenes y está sobredeterminada. Aquf estoy considerando ante todo la
forma que es más frecuentemente latente que manifiesta, y que resulta de la necesidad del niño de
escapar de la Madre por medio de un investimiento erótico y narcisístico del Padre. Es intencional-
rnente, y no sin una pequeña malicia, que he aproximado aquí a Freud y Sade. Lo he hecho porque
considero que la teoría freudiana de la sexualidad infantil porta la marca de la homosexualidad.
La teoría de Freud de la sexualidad Infantil porta la marca de la homosexualidad:
"Es perturbador notar que la teoría freudiana da al padre un lugar central en el complejo de
Edipo del niño, pero reduce considerablemente ese rol en el de la niña (...) 'es sólo en niños
varones que ocurre la fatídica conjunción de amor por uno de los padres y odio por el otro en
tanto rival' (Freud, 1931) (...) Freud dice mes adelante en el mismo artículo: 'A excepción del
3 Destacado mío.
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cambio de su objeto de amor, la segunda fase apenas si agrega algún nuevo rasgo a su vida
erótica' (siendo esta segunda fase el complejo de Edipo positivo)''.
"Freud sostiene que no es a causa de su amor por su padre o a causa efe sus deseos feme-
ninos que el Edipo positivo se establece finalmente en la pequeña niña, sino a causa de sus
deseos masculinos y de su envidia por un pene que ella buscará obtener de su poseedor, su
padre. Cuando finalmente deviene establecida, la situación edípica tiende a autopepetuarse,
y constituye ante todo "una posición de completo reposo" (1933), "un refugio" (1924). En
tanto la niña pequeña no tiene temores de castración, no tiene razones para renunciar a la
situación edípica ñipara constituir un poderoso supe/yo (1924)'.
"Durante el período que precede al cambio de objeto - si éste finalmente ocurre - el padre
es 'apenas diferente de un fastidioso rival' (1931), pero, mas aún, la rivalidad con el padre en
la situación edípica negativa es apenas conspicua, y de ninguna manera simétrica con la ri-
validad edípica del niño que acompaña su deseo de poseer a su madre. La niña pequeña,
en su amor homosexual por su madre, no se identifica con su padre".
Si dejamos el dominio del desarrollo normal o neurótico para considerar el de las psicosis,
podemos constatar sin dificultad la importancia que Freud dio al rol de la homosexualidad en
su teoría de tos delirios11.
"Deseos de sumisión pasiva al padre, peligrosos para el yo, constituyen el núcleo de los deli-
rios masculinos. Entre estos deseos, el de tener el hijo del padre ocupa una posición central
(1911). Uno no puede dejar de impactarse, una vez más, por el hecho de que este mismo
deseo, cuando aparece en el curso del desarrollo normal de la niña, no es considerado por
Freud como un deseo primario que surge de su femineidad sino, por el contrario, un deseo
secundario, un sustituto de la envidia al pene".
"Paradójicamente, el padre parece ocupar un lugar mucho mes importante en la vida psico-
sexual del niño que de la niña, ya sea como objeto de amor o como rival. Incluso me vería
llevada a decir, extendiendo completamente la teoría de Freud hasta sus últimas implicado-
nes, que la importancia del padre es mucho mayor para el niño que para la niña".
Pensando en estas consideraciones es que cito este pasaje de mí articulo acerca del
complejo de Edipo femenino publicado en el libro de 1964. Permítanme afirmar de manera inequí-
voca: esta es una teoría que porta la marca de la homosexualidad. De hecho, es asf de otras nume-
rosas formas; por ejemplo, cuando Freud sostiene en tantas ocasiones que la sexualidad femenina
es para él un área sombría, un continente oscuro, que quizá mujeres que hayan sido analizadas
podrán comprender mejor la femineidad (mujeres con mujeres...).
En su conferencia sobre la femineidad, Freud (1933) habla del enigma de su naturaleza. Su
famoso comentario, '¿Qué quieren las mujeres?" es bien conocido. El énfasis puesto sobre la natu-
raleza enigmática de las mujeres es tanto una manifestación de homosexualidad f Yo no tengo nada
en común con estas criaturas"} como una defensa contra la homosexualidad ("no hay nada femenino
en mí que me permita comprender a tas mujeres". Los remito al libro de Jacqueline Schaeffer (1998),
Le Reíus du Féminiri). En la misma conferencia Freud prosigue: tampoco habrán ustedes dejado
de preocuparse por este problema - aquellos de ustedes que son hombres; a aquellos de ustedes
que son mujeres esto no se aplica - ustedes mismas son el problema". Luce Irigaray (1974), en
Speculum de l'Autre Femme, objetó a esto, observando: "B misterio que es la mujer consiste en el
fin, el objeto y las apuestas de un discurso masculino, de un debate entre hombres...".
.
Sin embargo Freud fue, en su prédica profeswna/ y en su conducta, bastante generoso y
tolerante y, de tal modo, no estableció al psicoanálisis como un club masculino de fumadores de
cigarros. Esto no ha sido siempre el caso en los movimientos psicoanalíticos ulteriores. ¿Acaso no
oímos a veces hoy en día proclamaciones del genio de Bion que buscan, al mismo tiempo, disminuir
la importancia de Métanle Klein? Como si Bion (un hombre), a pesar de la originalidad de su contri-
bución, no debiera nada a Klein, quien descubrió la identificación proyectiva, las posiciones esquizo-
paranoide y depresiva, y quien recalcó la importancia de la relación con el pecho, de las pulsiones
destructivas, etc.
Una observación de naturaleza general se impone aquí. Si Freud tendió a dar aprobación a
prejuicios misóginos, el descubrimiento del inconsciente que nos ha dejado constituye un instru-
mento inigualable para ayudarnos a liberarnos de ellos, aprehendiendo sus más secretos manantia-
les.
El titulo de mi libro, Les Deux Arbres du Jardín4 (1984-1988), una colección de artículos
sobre mascutinidad y femineidad y la necesaria conjunción de estas dos dimensiones para el proce-
so de concebir (niños, pensamientos), intencionalmente buscaba tomar en cuenta el rol de cada
uno de nuestros padres, sin negar el lugar que ellos ocupan respectivamente en nuestras mentes.
(El libro fue infortunadamente publicado en inglés bajo el titulo Soxuaiity and Mind).
El origen del mundo: Todas las cosmogonías son representaciones fantásticas de estos roles. Sólo
puedo mencionar dos: El primero es descripto por Denise Paulme (1976) en un libro, The Devouríng
Mother5. Contiene un capitulo, "The devouñng motter or the myth of the calabash and the ram in the
southem Sahara of África*,que incluye narraciones de la creación del mundo. La autora resume el
mito al comienzo del capítulo, antes de describir algunas variaciones. Involucra una enorme calaba-
za que rueda de un extremo al otro y absorbe todo lo que encuentra en su camino: rebaños, seres
humanos y viviendas, etc.. Sin embargo, aparece un carnero, con su cabeza gacha presta a em-
bestir, y confronta al monstruo, partiéndolo en dos con una arremetida de sus cuernos. Entonces
aparecieron los humanos, los animales y los continentes, las aguas se separaron de la tierra, etc...
Como en todos los mitos de la creación, está implicada una totalidad primordial que subsi-
guientemente se fragmenta. La calabaza tiene, en esa región de África, un evidente significado fe-
menino-maternal. Es un receptáculo culinario, y ciertas mujeres que dan a luz en la selva depositan
a su recién nacido en una media calabaza. Se dice de una muchacha que ha perdido su virginidad
que ella ha "roto su calabaza", la acción del camero puede ser vista como una segunda creación",
escribe la autora, quien ve en ello un gesto liberador, un dar nacimiento, y concluye: te intervención
de tos hombres no era menos esencial que la presencia de las mujeres en la creación del mundo'
(pág. 288).
Parece haber poco lugar para dudar de que mitos similares han de revelar un temor de una
madre englobante y un recurso al Padre.
El mito del Génesis en el primer libro de la Biblia hace desaparecer a la figura materna en
tanto tal. Antes de la creación el mundo era tohou oubohou, caos primordial. Es este caos el que
Dios va a dividir, separar:
1. En el comienzo, Dios creó los cielos y la tierra.
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