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Cuatro espacios sagrados

De elcaminodelelder.com

Crear grupos y proyectos sólidos, en los que la eficiencia se conjugue con un absoluto
cuidado por los procesos y por las personas, no es algo evidente, ni algo que se pueda
hacer sin una necesaria preparación. Crear comunidad es un arte que requiere conocer
ciertas técnicas y adquirir algunas habilidades. Si en un artículo anterior* hablaba de
la Tabla de Elementos Esenciales para crear comunidad, dividida en cuatro cuadrantes
(Intención, Comportamiento, Cultura y Estructuras) con sus correspondientes
requisitos, aquí me quiero centrar en el tema de las estructuras necesarias que todo
grupo debe crear para una buena organización y funcionamiento.

Al crear estas estructuras, y hacerlas visibles para todos, el grupo profundiza en su


práctica democrática y previene la aparición de insidiosas estructuras invisibles de
opresión que favorecen a ciertas personas en detrimento de otras. Su importancia es
tal que deberíamos plantearnos seriamente otorgarles un valor sagrado. Al menos en
el sentido de ser espacios que escapan a las relaciones cotidianas y se rigen por un
espíritu de servicio hacia un bien superior. De ahí la necesidad de establecer algún
ritual para su inicio y cierre que nos recuerde que estamos entrando en un espacio
colectivo y que podemos dejar los egos fuera.

A lo largo de varios años como facilitador de grupos he identificado cuatro grandes


espacios que deberían estar presente en todo grupo que aspire a convertirse en una
auténtica comunidad:

1. la Asamblea, o espacio para la toma de decisiones;

2. el Foro, o espacio para la gestión de emociones;

3. el Taller, o espacio para la indagación colectiva, creativa y artística;

4. el Círculo, o espacio de celebración y reconocimiento de los éxitos colectivos,

espacio que se expresa en el silencio de una meditación compartida, en el canto y el


baile de una danza de paz, en el ritual con el que acogemos la luna llena, en el banquete
con el que festejamos una fecha importante, o en la alegría de una fiesta o de un acto
lúdico. Si en la asamblea prima la mente y la razón, como principal facultad humana
para el análisis y el juicio, en el foro prima el corazón, la expresión emocional y el
descubrimiento de las fuerzas que actúan a través de nuestros actos inconscientes;
mientras que en el taller damos paso a la sabiduría del cuerpo y de la palabra que
emerge desde el profundo interior del grupo; y en el círculo compartimos desde la
unidad que subyace toda palabra, todo gesto.

Todos estos espacios o estructuras son necesarias para la completa expresión grupal
y, por tanto, para facilitar que un grupo alcance sus objetivos. En una cultura como la
nuestra, que favorece el discurso racional sobre otras formas de expresión, sólo la
asamblea ha alcanzado el reconocimiento necesario que le permite estar presente en
todos los grupos y proyectos como espacio para la toma de decisiones. Los otros
espacios apenas existen o lo hacen de una manera desvirtuada y ajena a su verdadero
propósito (como ocurre con el espacio de celebración, cuando recurrimos a cualquiera
de las muchas drogas en venta para ponernos a tono — en lugar de fomentar el
sentimiento de unidad e interconexión propios de este espacio, las drogas así tomadas
nos llevan a un estado de solipsismo y separación). De esta manera nuestra cultura
privilegia una forma de ser, la de la persona hábil en el uso de la palabra y el discurso
convincente, en detrimento de otras personas y formas expresivas igualmente valiosas
y necesarias. Sin embargo, un grupo que no deja espacio para la expresión emocional
está condenado a dejarse arrastrar por fuerzas que ninguna razón individual puede
comprender ni detener, generando insatisfacción y probables abusos de poder.
Igualmente, un grupo que no deja espacio a la creatividad y la expresión artística por
considerarlas una niñería o una pérdida de tiempo, bloquea de esta manera el acceso
a una información y conocimiento que sólo pueden surgir más allá de los estrechos
límites en los que se mueve el discurso racional. Por último, un grupo que no celebra
sus logros y su propia existencia como grupo, y que no reconoce las muchas maneras
en que sus miembros contribuyen al bienestar y objetivos grupales, está condenado a
la tristeza y a la perdida de cohesión grupal.

Priorizar la asamblea decisoria como único espacio de reunión y de expresión grupal


supone automáticamente la marginación de aquellas personas que pueden hacer una
gran contribución al grupo, aunque no sea a través de la palabra y el discurso bien
articulado. Supone la marginación y exclusión de personas con un gran corazón y
capacidad compasiva que podrían actuar como verdaderos élderes en caso de tensión
y conflicto. Supone la marginación y exclusión de personas muy creativas, tal vez con
ideas locas y para muchos incomprensibles, pero que pueden aportar un granito de
verdad que abra puertas en momentos de ofuscación y de falta de caminos. Supone
finalmente la marginación y exclusión de personas alegres, divertidas, o tal vez
silenciosas e introvertidas, que pueden poner un punto de humor, de diversión, de
alegría en nuestras vidas, o tal vez de silencio, de conexión con lo que existe, con la
naturaleza y con el ser profundo de las cosas, y traer paz y ecuanimidad cuando el
grupo más lo necesita.

En la actualidad conocemos bien los límites de la razón a la hora de tomar decisiones


personales. Afortunadamente mecanismos intuitivo-emocionales que actúan tras el
telón de la mente racional nos ayudan a tomar decisiones que la simple razón jamás
podría encontrar. Es hora de traspasar este conocimiento a los grupos y proyectos en
los que estamos inmersos. En un mundo que se revela cada vez más complejo y lleno
de incertidumbre, la capacidad de la razón humana para dar respuesta a los múltiples
desafíos que debemos enfrentar es bastante reducida, además de verse
negativamente afectada por un campo grupal recorrido por emociones tristes, por
fuerzas violentas llenas de frustración y rabia.

Si no se presta atención al campo emocional de un grupo, si no utilizamos el foro para


ganar conciencia de las fuerzas que nos atraviesan, de los bloqueos que nos impiden
avanzar, de nada sirve una asamblea. Nunca será la mejor decisión posible. E incluso,
con una buena gestión emocional, el destino del grupo se revelará incierto en muchas
ocasiones. Y de nuevo será necesario expandir los límites de la razón, ahora a través
de la creatividad, el arte o el juego. Por eso el taller, o espacio de indagación colectiva,
resulta un apoyo imprescindible en la toma de decisiones. Permite dar cabida a más
voces, especialmente las de aquellas personas que no se terminan de llevar bien con
el discurso coherente de la razón, pero que son capaces de ‘ver’ más allá, de conectar
con ideas que rompen el marco de razonamiento existente y dan lugar a nuevos
caminos o soluciones, aunque a veces estas ideas se expresen a través de una palabra
entrecortada que surge directamente del corazón, o de la mano de un pincel que
parece tener vida propia. Por último, en el círculo de celebración, en el silencio de la
mañana, en el canto y la danza del atardecer, en el ritual del crepúsculo o en la fiesta
nocturna, el grupo se reconoce como tal, se capta en su esencia y en su totalidad, y
desde ahí una información tan sutil como necesaria se posa suavemente en cada uno
de sus miembros.

Cuando en la asamblea siguiente, alguien diga tengo una idea, que sepa que
probablemente esa idea se gestó en un círculo de celebración, vio la luz en un taller
de descubrimiento, y limpió su carga negativa en un foro de gestión emocional.

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