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Extracto de capítulo 1
En la actualidad sabemos lo que ocurre todos los días a lo largo y ancho del
mundo..., las descripciones que ofrecen los periodistas de los diarios son como si
colocaran a los agonizantes de los campos de batalla ante la vista del lector [de
periódicos] y los gritos resonaran en sus oídos...
En las primeras guerras importantes de las que los fotógrafos dieron cuenta,
la de Crimea y la guerra de Secesión de Estados Unidos, y en cada una
hasta la Primera Guerra Mundial, el combate mismo estaba fuera del alcance
de la cámara. Respecto de las fotografías bélicas, casi todas anónimas,
publicadas entre 1914y 1918, su tono en general —en tanto que
transmitieron, en efecto, parte del terror y la devastación— era épico, y casi
siempre presentaban una secuela: el paisaje lunar o de cadáveres esparcidos
que deja la guerra de trincheras; los destripados pueblos franceses por los
que había pasado el conflicto. La observación fotográfica de la guerra tal
como la conocemos tuvo que esperar unos cuantos años más para que
mejorara radicalmente el equipo fotográfico profesional: cámaras ligeras,
como la Leica, las cuales usaban una película de treinta y cinco milímetros
que podía exponerse treinta y seis veces antes de que hiciera falta
recargarlas. Ya se podían hacer fotografías en el fragor de la batalla, si lo
permitía la censura militar, y se podía estudiar de cerca a las víctimas civiles
y a los tiznados y exhaustos soldados. La Guerra Civil española (1936-1939)
fue la primera guerra atestiguada («cubierta») en sentido moderno: por un
cuerpo de fotógrafos profesionales en la línea de las acciones militares y en
los pueblos bombardeados, cuya labor fue de inmediato vista en periódicos y
revistas de España y el extranjero. La guerra que Estados Unidos libró en
Vietnam, la primera que atestiguaron día tras día las cámaras de televisión,
introdujo la teleintimidad de la muerte y la destrucción en el frente interno.
Desde entonces, las batallas y las masacres rodadas al tiempo que se
desarrollan han sido componente rutinario del incesante caudal de
entretenimiento doméstico de la pequeña pantalla. Crear en la conciencia de
los espectadores, expuestos a dramas de todas partes, un mirador para un
conflicto determinado, precisa de la diaria transmisión y retransmisión de
retazos de las secuencias sobre ese conflicto. El conocimiento de la guerra
entre la gente que nunca la ha vivido es en la actualidad producto sobre todo
del impacto de estas imágenes.
Algo se vuelve real —para los que están en otros lugares siguiéndolo como
«noticia»— al ser fotografiado. Pero una catástrofe vivida se parecerá, a
menudo y de un modo fantástico, a su representación. El atentado al World
Trade Center del 11 de septiembre de 2001 se calificó muchas veces de
«irreal», «surrealista», «como una película» en las primeras crónicas de los
que habían escapado de las torres o lo habían visto desde las inmediaciones.
(Tras cuatro décadas de cintas hollywoodienses de desastres y elevados
presupuestos, «Fue como una película» parece haber desplazado el modo
como los supervivientes de una catástrofe solían expresar su nula asimilación
a corto plazo de lo que acababan de sufrir: «Fue como un sueño».)
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