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Desde el siglo XVI hasta hace pocas décadas, la teología de los sacramentos en el
ámbito católico se apoyaba principalmente en las enseñanzas del Concilio de Trento.
En los manuales, los sacramentos más que acciones vivas de Jesucristo celebradas por
la Iglesia son presentados como cosas, como elementos que causan la gracia con precisión
y exactitud casi mecánicas.
La Iglesia católica era la iglesia de los sacramentos, mientras que las iglesias
reformadas eran iglesias de la Palabra.
El tratado De sacramentis in genere pudo así salir del punto muerto en el que se
encontraba y avanzar hacia una verdadera teología de los sacramentos, superando inútiles
polémicas de escuela y planteamientos claramente reduccionistas y distorsionadores de la
realidad sacramental.
Uno de los hechos más decisivos para la teología sacramental ha sido la recuperación de
la comprensión bíblica y patrística de la sacramentalidad, una realidad que desborda el
concepto restringido de sacramento de los teólogos medievales, pero dentro de la cual es
posible comprender adecuadamente el septenario sacramental y otras muchas dimensiones
de la vida cristiana. La categoría Mysterion-Sacramentum, que sirvió a los Padres para
articular la realidad sacramental, ha sido felizmente recuperada para la teología de los
sacramentos.
Lo sacramental no queda reducido a los siete sacramentos, sino que recorre como
una constante toda la historia salutis. Dios se revela sacramentalmente, y sacramentalmente
acoge el hombre la autodonación de Dios. La sacramentalidad ya no es atributo de algunos
gestos rituales, sino el modo propio de la autocomunicación de Dios, que alcanza su punto
culminante en Cristo.
c) Cristo y la Iglesia
d) Sacramentos y liberación
e) «Giro antropológico»
De ser considerados exclusivamente desde Dios, acentuando unilateralmente la eficacia
ex opere operato, los sacramentos pasan a ser contemplados también en su dimensión de
fenómeno humano y como espacios de encuentro interpersonal.
d) Liturgia y sacramentos
Los sacramentos son celebraciones eclesiales, y no realidades casi autónomas que causan,
de manera más o menos mecánica, la gracia. Por tanto, los sacramentos no pueden ser
considerados sólo in genere signi, sino también y principalmente in genere ritus es decir,
situados en el contexto litúrgico que les es connatural y sin el cual no pueden desplegar
toda su potencialidad.
- Modelo estetico- teologico: la belleza de la cruz de Cristo (la belleza del amor) se
hace epifania en la belleza de los signos sacramentales.
Que la historia de la salvación, tiene estructura dialógica significa que en esta estructura
pueden distinguirse unos «dialogantes», unos «personajes»y unos «constituyentes»2.
En este sentido, los «dialogantes» son Dios y el hombre. Corresponde a Dios la iniciativa,
comenzando libre y gratuitamente el diálogo salvífico, al que el hombre puede responder
porque ha sido creado capaz de dialogar, Estos «dialogantes» no se sitúan al mismo nivel,
sino que cada uno debe ser comprendido en su propia especificidad.
La carne del Verbo es vehículo de comunicación de la vida y de la luz que estaban en Dios
desde el principio. Jesús es sacramento en primer lugar por su ser. En él, la Palabra se hace
carne, asumiendo la naturaleza humana.
Que Jesús es el sacramento primordial o fundamental quiere decir que los demás
sacramentos cristianos tienen sentido únicamente comprendidos desde la sacramentalidad
de Cristo. La Iglesia es sacramento porque Cristo es sacramento; los ritos sacramentales lo
2
Seguimos, fundamentalmente, a D. BOROBIO, LCI, 375 ss. Aquí preferimos considerar la realidad
«mundo» sencillamente como escenario o condición de posibilidad del diálogo salvífico.
son porque son prolongación de la sacramentalidad original o fontal de la humanidad de
Cristo.
Pablo presenta la Iglesia como el ámbito donde Cristo realiza y manifiesta su plenitud,
como una prolongación y culminación de sí mismo, su signo y sacramento. La Iglesia es
presentada así como signo que manifiesta y hace efectiva la presencia de Dios.
La Iglesia también es sacramento por su obrar cotidiano, por su testimonio ante el mundo.
El ser sacramento debe aparecer, manifestarse, en la vida entera de la Iglesia, en la
visibilidad de sus obras, para que pueda ser eficazmente sacramento de salvación.
La Iglesia brilla no con luz propia, sino con la luz recibida de su Señor, reflejada más o
menos perfectamente en la fe, la esperanza y la caridad de Iglesia. La Iglesia es presentada
como mediación simbólica eficaz de la unión con Dios y de la unidad de todos los hombres.
Al hablar de la sacramentalidad de la Iglesia hoy se prefiere calificarla de «fundamental»,
porque esta sacramentalidad remite siempre a Cristo, el único sacramento en sentido pleno.
El cosmos se convierte así en símbolo del poder creador de Dios. En las cosas creadas, Dios
se está “diciendo” a sí mismo, son su expresión ad extra. Aquí encuentra su fundamento el
carácter simbólico, la fuerza sacramental, del cosmos: las cosas, la entera realidad creada,
habla de Dios.
Esta lectura teológica del cosmos encuentra un nuevo apoyo en los textos del Nuevo
Testamento en los que se vincula el acto creador de Dios a la persona del Verbo. «En el
principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Desde una
perspectiva cristiana, la acción creadora y recreadora de Dios en Jesucristo es el
fundamento de la sacramentalidad del mundo y del hombre.
Los sacramentos son parte integrante de la liturgia, de modo que entran plenamente en la
dimensión litúrgica, en todos los niveles, el primero de los cuales se refiere al fundamento
teológico de la misma liturgia
No puede haber acciones sacramentales si no son acciones que desplieguen todas las
virtualidades simbólico-rituales que son propias de la liturgia. Del mismo modo, tampoco
existirá liturgia verdadera sin densidad sacramental, porque la liturgia se compone
esencialmente de elementos sacramentales (los siete ritos sacramentales, la Palabra, la
Asamblea...), y su lenguaje propio es el de la sacramentalidad.