Con las verdades gloriosas que Cristo Jesús ha declarado a la Iglesia de
Filadelfia, podríamos pensar que Jesús ha terminado sus promesas, pero como si fuera poco, podemos asegurar que lo mejor está por venir. Jesucristo dice en Apocalipsis 3:12 “Al que salga vencedor lo haré columna del templo de mi Dios, y ya no saldrá jamás de allí. Sobre él grabaré el nombre de mi Dios y el nombre de la nueva Jerusalén, ciudad de mi Dios, la que baja del cielo de parte de mi Dios; y también grabaré sobre él mi nombre nuevo.” No podemos imaginar el alcance de estas palabras, sin duda alguna éstas sí que son promesas, promesas verdaderas y eternas. Jesucristo dice en primer lugar: “Al que salga vencedor lo haré columna del templo de mi Dios, y ya no saldrá jamás de allí.” Muchos de los templos de la antigüedad fueron destruidos por terremotos, por invasores, por el fuego y otros desastres más; pero hasta el día de hoy permanecen en pie algunas de las columnas de esos templos que los hombres construyeron. De hecho, si se derribaban las columnas de un templo todo se vendría abajo; esa fue la manera en que Sansón derrotó a los filisteos, mató más enemigos en el último día de su vida que en todas las otras ocasiones juntas, porque se apoyó en las columnas principales del templo y lo echó abajo. Pero si muchas de las columnas de los templos que edificaron los hombres a dioses falsos, aún permanecen en pie, ¿Qué se podría decir de un templo que construye Dios? ¿podrá alguien derribarlo? Es claro que no, mucho menos podrá alguien derribar una de sus columnas, literalmente es algo imposible. Y esta es una promesa que Cristo le da “Al que salga vencedor”. ¿Quién no quisiera recibir una promesa como esta? Claro que esto nos habla de una condición espiritual, pero esa condición es más fuerte que una edificación física. Éste es el verdadero templo que Dios está construyendo. El hombre podrá construir sus edificaciones y decir que Dios está allí; que su Palabra está allí; pero la verdad que nos enseña la Palabra de Dios es que el verdadero templo que Él está construyendo y donde debe morar la Palabra de Dios no es en un atril o una gran edificación, es en nuestras vidas, en nuestro corazón. El apóstol Pedro dice en su primera carta capítulo dos, versículo cinco, que cada creyente es una piedra viva en el templo de Dios, y Cristo dice que aquellos que viven para Él, que le aman, que se deleitan en su verdad, que defienden la verdad de la Palabra de Dios, no solo son piedras de su templo, sino que Él les hace “columna del templo de mi Dios”, contundentemente dice Cristo “ya no saldrá jamás de allí”. El ser humano en esta vida es pasajero y sin embargo nos aferramos a tantas cosas que solo son vanidad; pero cuando nos aferramos a Palabra de Dios, cuando Cristo es nuestra vida, cuando su verdad nos guía día tras día, estamos siendo edificados espiritualmente, somos parte de su iglesia, somos piedras pulidas por su Palabra, labradas por su Espíritu. Una piedra para una edificación debe ser bastante pulida, pero una columna mucho más. Esas columnas son los amantes de la verdad. Lo que moldea nuestras vidas para ser piedras y columnas vivas es el martillo de la Palabra que quebranta la piedra. Y podríamos decir muchísimo más de esta promesa maravillosa. Pero las palabras de Cristo son más abundantes aún, no solo Él promete hacernos columnas, sino que dice: “Sobre él grabaré el nombre de mi Dios y el nombre de la nueva Jerusalén, ciudad de mi Dios, la que baja del cielo de parte de mi Dios”. En la antigüedad el nombre escrito, grabado sobre algo, significaba de su propiedad; nadie lo podía arrebatar porque tenía la marca del dueño, eso mismo dice Cristo, el nombre de Dios mismo será grabado sobre nosotros, si hoy le pertenecemos, sin lugar a dudas en la eternidad le perteneceremos. Y no solo se dirá sobre nosotros: “es de Dios, le pertenece”, sino que además del nombre de Dios sobre nosotros, se declara sobre nosotros ciudadanos del cielo, de “la nueva Jerusalén”, la “ciudad de Dios”. ¿Quién podría quitarnos de tal posición? Columnas grabadas con el nombre de Dios y la ciudad de Dios. Pero aún hay más, Jesucristo dice: “y también grabaré sobre él mi nombre nuevo.” ¿Cuál es ese nombre podría preguntar alguien? Es claro que nadie lo sabe, y de eso se trata, porque, aunque Cristo nos da todo esto como promesa; también ya ha dejado claro que la Iglesia verdadera es aquella que desde esta tierra es una columna inamovible de la verdad de Dios dada en su Palabra, que levanta en el alto el Nombre de Cristo Jesús, que no se avergüenza de Él, por el contrario, retiene firme su verdad. Así que desde esta tierra somos columna y baluarte de la verdad, tal como dice el apóstol Pablo en 1 Timoteo 3:15. Desde ya el nombre de Cristo Jesús, su Palabra debe estar grabada en nuestros corazones, desde ya debemos reconocer que nuestra ciudadanía no es aquí en esta tierra, sino que pertenecemos al reino de los cielos; pero ese nombre nuevo que Cristo promete, lo conoceremos cuando estemos allí en el Templo eterno. Todo esto solo puede despertar en nosotros el deseo de decirle a Dios: “yo quiero ser parte de este templo, pedirle a Dios que nos haga columnas de su verdad, que podamos levantar su Nombre en alto y ser partícipes de tan grandes promesas”. Pero como siempre al final las palabras son las mismas y es que no pueden cambiar; el versículo 13 dice: “El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.” Es la verdad gloriosa de su Palabra, es el Espíritu Santo dándonos oídos y amor por esa verdad, porque es Dios mismo, no el hombre, quien habla a la Iglesia. Solo Dios, por su Espíritu y su Palabra, puede darnos tan grande privilegio inmerecido, concedido solo por gracia, de ser alumnas de la verdad, tener su nombre sobre nosotros, pertenecer al reino de los cielos, y como si fuera poco ser “COLUMNAS DE SU TEMPLO”.