En un lugar de la selva peruana donde los árboles son tan grandes que vistos desde el
aire parecen montañas verdes, vivía Onkiro, un monito alegre, travieso y juguetón. Al nacer, Onkiro era tan pequeñito que parecía un ratón, sin embargo su cola era muy larga. Ya de grande, cuando tenía nueve años, la cola le había crecido bastante y le era muy fastidioso caminar. Además, cuando jugaba a las escondidas siempre lo encontraban primero porque, luego de esconderse, tenía que jalar toda su cola para ocultarla y a quien le tocara buscar solo le bastaba con seguir su cola para encontrarlo. Harto de las burlas de los demás animales, fue donde su amiga mariquita a pedirle un consejo, y esto fue lo que ella le dijo: «Cuando yo tenía tu edad me avergonzaba por ser tan chiquita, pero con el tiempo eso me ayudó a volverme muy observadora y a hacerme más sabia que el resto; ahora todos vienen a pedirme consejos.» Por consejo de la mariquita Onkiro se amarró la cola a la cintura y se dio cuenta de que así ya no le incomodaba, pero las burlas de los demás animales no pararon. Por esos días, llegó su primo junto con toda su familia a vivir con él. Se llamaba Kimoshiri; era muy alegre y le gustaba siempre hacer bromas. Su casa que quedaba al otro lado de la selva había sido destrozada por unos cazadores y no tenía dónde vivir. Ya que a Onkiro no le gustaba salir a jugar con los demás por miedo a las burlas, se alegró mucho de ahora tener alguien con quien jugar todo el tiempo. Pero la alegría le duró poco porque Kimoshiri empezó también a burlarse de su cola y además lo hacía todo el día. Cierto día Kimoshiri lo convenció para salir a jugar a las escondidas con los demás. Mientras jugaban, Kimoshiri tomó la cola de Onkiro enrollada a la cintura y la empezó a jalar muy fuerte mientras los demás se reían porque trataba de soltarse sin lograrlo. De tanto que le jalaron y jalaron la cola, Onkiri terminó desmayándose, entonces los demás monitos se asustaron y lo dejaron solo. Cuando recobró el conocimiento se puso triste porque nadie lo había ayudado. Se levantó y se fue cerca al río de la aldea. Ahí se desenredó la cola y se la amarró muy fuerte a un árbol. Todavía pasaban por su cabeza los recuerdos de los monitos burlándose de él. Así que sujetando bien su cola al árbol empezó a correr muy rápido para así arrancársela, pero su cola era muy fuerte y además le dolía mucho así que ya no siguió. Luego se acercó al río y ahí buscó la piedra más afilada que pudiera encontrar y quiso cortarse la cola, pero como le dolía bastante no pudo. Llorando volvió a su casa y encontró a su mamá. Ella lo vio y le preguntó qué le había sucedido. Onkiro, secándose las lágrimas, le preguntó por qué había nacido con una cola muy larga que solo servía para que se burlen de él. «¿Por qué no puedo ser tan fuerte como el oso o tan valiente como el tigre? Así todos me admirarían.» Su mamá le tomó de sus manitos y le dijo: «Onkiro, todos no podemos ser iguales. No puedo decirte por qué tienes esa cola, pero te aseguro que un día lo sabrás. Ya no llores, tranquilo.» Entonces se empezó a escuchar un alboroto en toda la aldea y Onkiro junto con su mamá salieron a ver qué sucedía. Los cazadores habían puesto una trampa y mientras los monitos jugaban Kimoshiri había caído en un pozo muy hondo. Así que siguiendo a los demás fueron hacia el lugar donde se encontraba su primo. Los papás de Kimoshiri estaban muy tristes, porque habían intentado de todo para sacarlo pero no pudieron. Le pidieron ayuda al oso pero era muy grande y no entraba en el pozo; también al tigre, pero sus garras eran muy afiladas. Los cazadores ya se estaban acercando y tenían que ocultarse, pero no podían dejar a Kimoshiri solo en el pozo. Onkiro recordó la broma pesada que le había hecho su primo y por un momento pensó que se merecía ese castigo, pero el ruido lejano de los cazadores le recordó que Kimoshiri había perdido su casa, que había sufrido mucho y que ahora su vida corría peligro, y al escuchar el llanto desesperado de su primo se conmovió. ¡Entonces se le ocurrió una idea! Le dijo al oso que le sujetara de su cola mientras que el tigre se fue a ahuyentar a los cazadores que se acercaban. Onkiro fue desenrollando su cola de su cintura y así bajó poco a poco al pozo hasta llegar donde estaba su primo. Lo tomó muy fuerte con sus manos y luego mirando hacia arriba le grito al oso: ¡Jala! Y así poco a poco pudieron salir de la trampa. Los cazadores ya estaban muy cerca pero con Kimoshiri a salvo pudieron correr a esconderse de ellos. A partir de ese día Onkiro y Kimoshiri fueron los mejores amigos de la selva, y todos admiraban a Onkiro por su gran cola.
Onkiro: ratón, Kimoshiri: alegre.
Escrito para una presentación a una comunidad Ashaninka en Perú.