Você está na página 1de 123

UNA INTRODUCCIÓN GENERAL BÁSICA SOBRE LOS

EDIFICIOS DE GRAN ALTURA

“Tendremos que aceptar el rascacielos


como algo inevitable y pasar a estudiar cómo
puede hacerse saludable y bello”
(Pensadores y Teóricos de Manhattan –
1920).

1.1. Objeto del presente capítulo

El objetivo del presente capítulo es el de ofrecer una panorámica general distendida sobre los
edificios de gran altura, también llamados algo pretenciosamente por los ciudadanos de habla
hispana RASCACIELOS y por los ciudadanos de habla inglesa SKYSCRAPERS.

Dada la magnitud y complejidad que posee el tema elegido, necesariamente dicha panorámica
tendrá un carácter limitado y modesto, puesto que ya existen numerosos tratados sumamente
extensos y especializados que abordan el mundo de los rascacielos bajo prismas muy diversos.

Pero, dado que nuestra intención es el de abordarlos en su vertiente fundamentalmente estructural,


hemos considerado oportuno ofrecer en este primer capítulo una visión de los mismos algo más
amplia y genérica, que oferte otros aspectos complementarios a los puramente estructurales.

Estos aspectos no estructurales en los edificios de gran altura, al margen de los puramente
formales de su diseño arquitectónico, alcanzan una importancia que trasciende ampliamente a los
que podrían considerarse como rutinarios en los edificios convencionales.

Las relaciones de todo tipo con el entorno donde se ubican estos gigantescos edificios, las
fachadas que los envuelven, el tráfico vertical de las personas que los habitan o los usan
transitoriamente, las distribuciones internas de los espacios disponibles, etc, etc; son cuestiones tan
vitales en estos edificios, que exigen la intervención absolutamente imprescindible de profesionales
muy especializados, que permita abordarlos en sus fases de diseño y construcción con el rigor y la
solvencia necesaria, dada la magnitud de las inversiones económicas que llevan incorporadas las
promociones de estos edificios tan singulares.

No está demás advertir, aunque sea fácilmente deducible tras su lectura, que nuestra aproximación
general a los edificios de gran altura tiene un marcado carácter ingenieril, aunque sólo sea para servir
de pequeño contrapeso a las visiones un tanto parciales y de marcado carácter publicitario, con las
que nos bombardean masivamente sin misericordia de tipo alguno el mundo mediático de los
arquitectos.
Cliente Commerrzbank AG
Project Manager Nervus Generalübernehmer GMBH
Supervisión en obra BGS Ingenieursozietät HPP Gesellschaft
Arquitecto Foster and Partners
Consultor económico David Langdon t Everest
Ingeniería Estructural Ove Arup Et Partners Krebs und Kiefer
Consultor geotécnico Ingenieursozietät Katzenbach ud Quick
Ingeriría de pruebas König und Heunisch
Ingeniería Medioambiental Pettersson et Ahrens Roger Preston et Partners
Ingeniería Eléctrica Schad et Hölzel
Protección frente al fuego Profesor Klingsch
Ingeniería de fachadas Ingenieurbüro Schalm
Ingeniería de ascensores Jaspeen und Stangier
Ingeniería inspección del edificio Dr. Ing. Grandjean
Consultor energético Arnstenin und Walthert
Análisis de impacto Wörner et Partner
Pruebas de túnel de viento RWDI
Organización Quickborner Team
Consulta paisajística E.L. Sommerlad Landschafts-architkt
Contratista principal Hochtief AG
Demolición y excavación A. Jonitz
Muros de contención y pilotaje Grund-und Pfhlbau GmbH
Acero estructural DSD Dillinger Stahlbau GmbH
Andamiso y plataformas Gerüstbau Bensel
Encofrados Strip Schalungsbau GmbH
Acero en barras Ehresmann Baustahl GmbH
Hormigón armado HTS-Bau GmbH
Fábrica de ladrillo y hormigón Cande-Bau GmbH
Asfaltado Deutsche Asphalt GmbH
Juntas de expansión y sellado Zehnich
Especialista en impermeabilización Willy A. Löw KG
Hormigón ligero Hebel Alzenau GmbH t Co.
Fábrica de ladrillos Opex
Trabajos de Yeso ARGE Trockenbau Westphal GmbH t Co KG
Sistemas de aplacado Josef Gartner t Co Scheldebouw BV
Aire acondicionado y ventilación Krantz TKT
Sistemas de refrigeración R.O. Meyer
Calefacción y fontanería Werner Schöhl GmbH
Sistemas de sprinklers Minimax GmbH
Trabajos eléctricos K.Dörflinger
Trabajos eléctricos Siemens AG
Sistemas de eliminación de residuos Fredenhagen KG
Sistemas de eliminación de residuos húmedos Müller und Jessen GmbH
Puertas contraincendios y flaps giratorios Riexinger Türenwerke GmbH
Ascensores de pasajeros y servicios Thyssen Aufzüge GmbH
Sistema de almacenaje y recuperación Thyssen Telelift GmbH
Montacargas de fachada Wahlefeld GmbH
Escaleras de fachada Zarges Leichtbau GmbH
Nivelación y moquetas Häcker KG
Sistema de suelo técnico Esbotec
Particiones y paneles de techo Certra Hauserman GmbH
Enlucidos y Pintura Hans Leitner
Vidrios interiores Metallbau Joser Wenker
Techos suspendidos Schmidt Montage GmbH
Puertas especiales Magnus Müller GmbH t Co KG
Puertas de madera Lindner AG
Flaps giratorios Günther - Tore
Tabiquerías internas en baños Schäfer Ausstattungs-Systeme
Azulejos (torre) Gebrüder H+H Heil KG
Azulejos (edificios perimetrales) Amrhein GmbH
Cocinas E.Fuchs GmbH
Cámaras de refrigeración Kälte-Klima-Umwelttechnik GmbH
Mini-cocinas Holighaus
Sistemas de seguridad Erbacher t Kolb
Puertas de seguridad Bode Panzer
Torniquetes Kaba Gallenschütz GmbH
Trabajos en piedra natural LSI Luso Suica Internacional
Entarimados Thura Fu u bodentechnik GmbH
Jardines Wichmann GmbH t Co KG

Fig. 1.1. Ficha Técnica del Equipo Humano que realizó el COMMERZBANK (Frankfurt–Alemania 1994-1997).
Creemos importante en esta introducción, ceder la palabra y traer a colación las reflexiones que
nos ofrece el ingeniero de caminos José A. Fernández Gallard, responsable de la promotora que
gestionó y llevó a término la construcción de Torre Espacio en Madrid diseñada por Pei de 225 m de
altura, puesto que al margen de corroborar con ello nuestras primeras palabras, enriquece nuestra
introducción al ofrecernos una panorámica completa y precisa de todos los aspectos que deben
converger y tenerse presente en la aventura que supone levantar con éxito de la nada un rascacielos,
habiendo tenido que pasar por todos ellos de forma real (no teórica) para conseguirlo:

“Difícil es concentrar en apenas unas líneas todas las vicisitudes, peleas, reflexiones e ideas
que durante la aventura de promover un edificio de estas características pasan por el cerebro (y
obviamente por la cuenta de resultados) de un promotor inmobiliario, pero trataré de resumir la
experiencia de Espacio, sin que esto suponga un exhaustivo manual de práctica inmobiliaria, sino
sólo un conjunto de reflexiones y conclusiones.

La primera dificultad con la que se encuentra el promotor en este tipo de edificios, consiste
en la poca convergencia de los objetivos de los diferentes actores:

- Un diseño de edificio que necesariamente debe ser sugerente, vanguardista, en definitiva


casi más escultura que arquitectura, y que inevitablemente tiene que relacionarse y adecuarse al
entorno de la ciudad donde se sitúe (Arquitecto).

- Un edificio de esta magnitud supone una fortísima inversión, por lo que la compañía que lo
promueve no puede olvidar buscar la rentabilidad, y en definitiva la eficiencia entre superficie útil
(sea para el uso que sea) y superficie construida (Promotor).

- Unos planes generales que rara vez han tenido en cuenta la normativa urbanística adecuada
para regular las condiciones de diseño de este tipo de edificios dentro de la ciudad, y
habitualmente también una normativa de cómputo de edificabilidad, evacuación y diseño de
protección contra incendios, que no tiene en cuenta la tremenda penalización que suponen los
núcleos de comunicaciones de estos gigantes, y por tanto la ineficiencia del ratio S.útil/
S.construida. (Administrador).

La segunda dificultad es interna y radica en los órganos de gestión de la compañía que se


lanza a esta aventura, pues debe de ser capaz de medir adecuadamente el esfuerzo titánico que
supone el diseño, financiación, construcción y comercialización del rascacielos, así como de las
infraestructuras perimetrales que necesariamente llevan aparejados estas edificaciones para su
integración en la ciudad.

Esto no es una cuestión baladí, pues no existen muchos técnicos con experiencia en este tipo
de inmuebles (todavía más complicado si el promotor no pertenece al sector de la construcción),
estos técnicos tienen un trabajo limitado en el tiempo (3 o 4 años), y bajo su responsabilidad está la
de tomar decisiones trascendentales como son: tipo de estructura (metálica, hormigón, mixta…),
sistema de climatización, tipo de fachadas, sistemas de ahorro energético, diferentes alternativas
de transporte vertical (nº de ascensores, velocidad, cabinas dobles, etc…) y una lista interminable
de decisiones de las que dependerá el correcto funcionamiento del edificio.

Luego como conclusión en esta fase, mi recomendación es la de no subestimar el reto, y que


el promotor monte el equipo necesario para controlar en todo momento el proceso de diseño y
construcción.

Y el tercer desafío, la construcción. Esta fase crítica y determinante del proyecto enlaza
directamente con la decisión anterior del equipo de gobierno, pues tanto si se decide abordar la
construcción con un contratista principal como si se decide subcontratar las diferentes partidas de
la obra, la gestión es muy compleja. No olvidemos primero la tremenda trascendencia económica
que suponen retrasos, descoordinaciones, etc…, lo que obliga a unos contratos muy precisos y a
un rigurosísimo control del cronograma de la obra, siguiendo el ritmo de las actividades con
intervalos de 24 horas.
El siguiente y también importantísimo aspecto es el control de calidad, que exige contratos
con compañías especialistas interpuestas, y yo recomiendo a pesar de todo un control propio de la
promotora, que revise materiales, acabados, simulaciones de comportamientos futuros de
instalaciones, pruebas de las mismas, etc.

El control económico es otra cuestión fundamental que sin duda también debe estar en manos
de la promotora del edificio.

Y por último, a mi juicio, es determinante un proyecto de funcionamiento y explotación del edifico.


No debemos olvidar que un inmueble de estas características se asemeja a un trasatlántico que una
vez botado no puede dejar de navegar; en consecuencia, debemos definir un protocolo de revisiones
de instalaciones, un plan de evacuación, horarios de funcionamiento, estatutos de régimen interno,
coordinación de las obras de implantación de los diferentes arrendadores, control de accesos y
seguridad, y un largo etcétera, que supondrán el éxito de la inversión.

En definitiva, toda una aventura compleja pero apasionante, en la que aquel que tenga la suerte de
verse involucrado, se sentirá realizado, y lo agradecerá toda su vida”.

1.2. Edificios de gran altura (conceptos previos).

Si vamos a disertar sobre los edificios de gran altura, bien merece la pena que hagamos el
esfuerzo de tratar de definirlos, adjetivarlos y catalogarlos previamente, aunque sea de una forma
aproximada e imprecisa, con el objeto de asegurarnos en la medida de lo posible que, en nuestra
andadura particular, empleamos una misma terminología conceptual relacionada con este grupo de
edificios, los edificios de gran altura, imposibles de concebir sin el invento y la presencia del ascensor
de Otis dentro de los mismos.

Podríamos pues comenzar por decir, al hilo del último párrafo escrito, que los edificios de gran
altura nacieron al amparo y después de que naciese un artilugio mecánico capaz de transportar
verticalmente, con cierta rapidez, personas y enseres en todo tipo de construcciones y, lógicamente,
en las que nos ocupan, también.

Fig. 1.2. Otis haciendo una demostración de su invento en 1854.


Dado que dicho artilugio fue presentado oficialmente por Elisha Graves Otis en el año 1854; y
pasaron unos cuantos años antes de que pudiera, al electrificarse en 1887, incorporarse industrial y
comercialmente en los edificios con el nombre de “ascensor” (“elevator”, en inglés), podemos afirmar
sin temor a equivocarnos, que los edificios altos comenzaron a construirse a finales del siglo XIX y,
por tanto, pueden ser catalogados como construcciones muy recientes y modernas, si las situamos
en el contexto temporal histórico de la Arquitectura.

Tal vez Otis no fuese realmente consciente de que con su invento, con el ascensor, estaba
abriendo las puertas de una parcela emblemática y revolucionaria de la arquitectura moderna, que
como ninguna otra iba a resultar ser la más llamativa y espectacular de todas: la de los edificios de
gran altura, la de los rascacielos; unas construcciones que junto con los puentes de grandes luces,
constituyen las obras más admiradas por el gran público.

Por otra parte, resulta absolutamente inconcebible pensar en construir un edificio por encima de las
cuatro plantas, si la comunicación de personas, provisiones y materiales, tiene que hacerse
directamente a través de las escaleras, únicas piezas que existían en la construcción tradicional como
elementos de comunicación vertical entre sus pisos.

Solamente contando con la presencia del ascensor, como máquina capaz de comunicar y
transportar verticalmente a elevada velocidad personas y enseres, resulta posible diseñar y construir
edificios apilando planta sobre planta, sin más limitaciones, en principio, que aquellas que impongan
las leyes urbanísticas, la resistencia de materiales, la lógica constructiva y el sentido común.

Aunque no con excesiva frecuencia, pero sí de cuando en cuando, el atractivo sociólogico que
poseen los rascacielos y los inventos tecnológicos que los hicieron posible, invaden la literatura de los
best-sellers y se nos recuerda a través de la misma, con fortuna variable, que tras de todo aquello
que nos permite avanzar históricamente y mejorar nuestra calidad de vida, existe la visión y el espíritu
creativo de hombres que pusieron toda su vida y empeño en geniales ideas para conseguirlo como
Otis.

“- La verdad es que el ascensor es un gran invento. Otis era un tipo extraordinario.

- ¿Le conoció? ¿Usted conoció a Elisha Graves Otis?

Durante los meses que siguieron a la marcha de su padre, Esko [el arquitecto finlandés
protagonista] había reunido toda la información posible sobre el ascensor y no se puede decir que
dicha información fuera fácil de conseguir en la aldea. Kalliokoski le había traducido un artículo que
había encontrado en una enciclopedia inglesa. Al parecer, tras la instalación de estas máquinas en
algunos edificios de Chicago se habían sucedido una serie de desastres, no porque los propios
ascensores hubieran funcionado mal o se hubieran caído al fondo de sus huecos, sino porque los
corazones de algunas personas no habían sido lo bastante fuertes para soportar la impresión de
verse lanzados arriba y abajo en sus interiores. El mismo Otis había garantizado la seguridad del
invento con una prueba personal, permaneciendo en el interior de la cabina de un ascensor con un
huevo en cada mano y solicitando a los técnicos que cortaran el cable. El ascensor se había
precipitado seis pisos en caída libre antes de detenerse suavemente, sin que ni Otis ni las cáscaras
de los huevos sufrieran el menor desperfecto, protegidos por el cojín de aire del fondo del hueco.

- ¿Conoció a Otis?

- Le conocí cuando era un chico más o menos de tu edad. Ahora ya ha muerto, naturalmente,
pero en los últimos cuatro años he tenido el privilegio de instalar muchas de sus máquinas”

(Richard Raguer, El dibujante de nubes, Editorial Alfaguara, 2001).

Sin embargo, el que un edificio relegue la escalera como elemento de comunicación vertical a un
segundo plano sustituyéndola por uno o varios ascensores, y su diseño consista en apilar un número
de pisos superior a cuatro sobre la plataforma de un solar, en modo alguno lo convierte en un edificio
que podamos clasificar en la tipología de los edificios de gran altura. Parece evidente que si con la
altura de estos emblemáticos edificios queremos rascar el cielo, no nos quedará más remedio que
construirlos con un número de plantas bastante mayor que esas cuatro plantas en las que, como
límite, una persona podría vivir, aunque sea incómodamente, sin el ascensor. Pero, ¿cuántas plantas
debemos apilar en un edificio para poder decir que es alto? Lamentablemente, no existe una
respuesta única con la que todo el mundo esté de acuerdo; el lugar y el espacio que envuelven la
forma de vida de cada uno de nosotros influyen considerablemente en las apreciaciones que
poseemos sobre la altura de las construcciones haciendo que las veamos y sintamos de manera muy
diferente.

La posible respuesta al número de plantas que debe poseer un rascacielos podemos encontrarla
treinta años después de que Otis presentara su primer ascensor de pasajeros, cuando el ingeniero W.
Le Baron Jenney proyecta y construye en Chicago el Home Insurance Building en 1885: un edificio
ejemplar, desgraciadamente demolido, del que sólo conservamos de él su imagen fotográfica,
absolutamente histórica al estar considerado como el primer rascacielos propiamente dicho, resuelto
íntegramente con una estructura de pórticos semirrígida a base de vigas y pilares de hierro y acero,
sin contar para nada con las fachadas como elementos portantes.

Fig. 1.3. Home Insurance Building (Chicago, vida en servicio 1885-1931, William Le Baron Jenney).

Por tanto, podríamos decir, empleando un criterio esencialmente historicista, que un edificio alto,
un rascacielos, es aquel edificio que posee un número de plantas igual o superior a diez y emplea los
ascensores como piezas fundamentales en su funcionalidad.

Sin embargo, el criterio historicista para definir los rascacielos no acaba de satisfacernos
plenamente, dado que fija una frontera entre edificios altos y bajos (diez plantas), con excesiva
arbitrariedad y sin una base justificativa consistente.
Para un campesino que no sea adicto a la televisión y viva en una sencilla aldea, es muy posible
que cualquier edificio que supere las cuatro o cinco plantas pueda parecerle ya un edificio alto y, si
alcanza y supera las diez, tal vez incluso considere que se encuentra frente a un edificio descomunal,
un auténtico rascacielos de los grandes.

Fig. 1.4. Torre de Madrid y Torre España: Edificios construidos tras la guerra civil española para mayor gloria
del régimen franquista.

Sin embargo, para un neoyorquino de Manhattan un edificio que no alcance al menos los cuarenta
pisos puede parecerle un edificio modesto y bajo.

Todavía bastantes madrileños pueden recordar, el asombro y admiración que les causó ver
levantarse en la Plaza de España de su viejo Madrid, las estructuras de hormigón armado aporticadas
de los primeros edificios de cierta altura que se construían en nuestro País, a mayor gloria del
régimen franquista, allá por los años cincuenta; y que por supuesto si estuviesen en Manhattan, casi
con seguridad absoluta pasarían desapercibidos entre todos los que existen.

En Arquitectura Viva (junio, 1989), el arquitecto Tony Díaz se hace eco de estos conceptos y los
sitúa inteligentemente en el plano de las escalas y de la cultura cuando nos dice:

“En este sentido es importante tener claro cuál es la idea de escala que tiene la cultura urbana
norteamericana. Los rascacielos no son para ellos (como de alguna manera lo son para nosotros)
un hecho excepcional, un fenómeno particular a controlar socialmente. Los edificios de gran altura
forman parte natural de su cultura; y me refiero a la cultura de toda la gente y no sólo a la de los
arquitectos.

Como ejemplo vale la pena mencionar la experiencia que surge al enseñar en cualquier
escuela de arquitectura norteamericana. Impresiona, desde el punto de vista de la escala, las
alturas que manejan los estudiantes americanos en sus ejercicios. Generalizando, ésta es el doble
de las que se plantean nuestros estudiantes europeos para resolver el mismo tipo de problemas.
Lo que para nosotros está entre cuatro y diez plantas para ellos oscila por arriba de las veinte. Y
esta escala es, para todos, una cosa normal, de la que no se tiene una conciencia particular.

La concepción americana de la altura se desarrolla en una clave cultural tecnológica mientras


que la europea lo hace en una clave cultural mucho más tradicionalista; y es por ello que resulta
posible hablar del carácter que poseen los rascacielos.”
Fig. 1.5. Edificio en la playa de San Juan (Alicante) con 14 pisos y 5 m de base.

Para algunos ingenieros estructurales, un edificio de gran altura es aquel donde las fuerzas
horizontales condicionan y determinan el diseño de su estructura independientemente del número de
pisos que posea. Un edificio de catorce plantas y cinco metros en su base menor plantea ya una
problemática de proyecto específica de los rascacielos, que obliga casi necesariamente a tener que
resolver su estabilidad con pantallas transversales trabajando en ménsula.

El mismo edificio mencionado, aún teniendo una altura mayor, si hubiese tenido una base de 25 m,
podría haberse resuelto con un sistema de pórticos convencionales y luces de 5 m, solución muy
adecuada y razonable para un bloque de tipo residencial sin mayores complicaciones estructurales.

Sin embargo, un concepto tan puramente mecánico como el anterior tampoco refleja
verdaderamente la esencia de los edificios de altura; y, si bien puede ser generalmente válido para
los edificios de viviendas tradicionales, cuando se aplica a los grandes edificios comerciales y de
oficinas nos veríamos obligados a tener que aceptar todas las excepciones del mundo.
6
Dudamos mucho que la inmensa mole de Empire State Building de 3,65 x 10 kN de peso,
distribuida inicialmente en sus 85 pisos y 320 m de altura –posteriormente modificada en 102 pisos y
381 m de altura, una vez eliminada la pretenciosa e inservible torre de su cima destinada al amarre
de zepelines–, pudiera haber presentado en su diseño problemas de inestabilidad lateral debida al
viento que condicionasen su estructura de pórticos, si es que alguna vez se la llegaron a plantear
seriamente sus constructores en 1930, cuando no existía una reglamentación “tan burocratizada” en
la construcción y tampoco el método de los elementos finitos para calcularlo, debido
fundamentalmente a la enorme base de apoyo que posee (129 x 57 m) (Finalizada la construcción del
edificio, se publica y se acepta oficialmente el maravilloso método del ingeniero americano Hardy Cross (1885 –
1959), que permitiría abordar el cálculo de entramados de barras con cierto rigor y eficacia, hasta verse superado
por el cálculo matricial con la llegada de los ordenadores) .
Fig. 1.6. Vista aérea del Empire State Building.

Sin embargo, nadie en su sano juicio se atrevería a decir que el Empire State Building no es un
rascacielos; pero basta mirar con detenimiento el skyline de la isla de Manhattan desde Battery Park
City (oeste del Hudson River) y de su lado opuesto (Este del Hudson River), para intuir perfectamente
lo que pretendemos poner de manifiesto si observamos el conjunto construido con y sin la presencia
de las torres del Word Trade Center (Figs. 1.7 y 1.8).

.
Fig. 1.7. Panorámica de Manhattan (Oeste del East River) antes y después de 11 de septiembre de 2001, día
en el que unos aviones terroristas destruyeron las torres del Word Trade Center.

Fig. 1.8. Otra panorámica de Manhattan (Este del río Hudson) antes y después de 11 de septiembre de 2001,
día en el que unos aviones terroristas destruyeron las torres del Word Trade Center
La altura de un edificio no tiene por qué condicionar necesariamente su estructura, si la relación
altura/base, es decir, su esbeltez, no supera una determinada cota difícil de precisar. A una parte
considerable de los edificios que existen en Manhattan, aun siendo considerablemente altos, su base
y su masa (su peso) los hacen sencillamente estables por sí mismos sin excesivas complejidades
estructurales. El concepto de “esbeltez” es por tanto un parámetro de cierta importancia, que de una
forma u otra necesariamente tendremos que tener presente en el proyecto de los edificios, y puede
servirnos también como una referencia adicional que nos ayude a definir con mayor precisión a los
edificios en bajos y altos.

Así, por ello, podríamos también bautizar a un edificio como de gran altura, cuando supere las diez
plantas con una esbeltez en torno a cuatro o mayor que cuatro, que es cuando estimamos que las
fuerzas horizontales comienzan a condicionar de manera palpable el diseño de su estructura. Tal vez
a algunos les parezca excesivo aplicar el término de rascacielos a edificios que posean unas
características como las definidas, pero tal y como hemos recordado anteriormente, teniendo
presente la historia de la Arquitectura, así fueron ya bautizados los primeros edificios de oficina que
se construyeron a finales del siglo XIX en Chicago, sin que el número de sus plantas fuese mayor de
15 y sin que su esbeltez llegase ni siquiera al factor tres

Entrando en un territorio mucho más divertido a la cuantificación de las plantas y esbelteces de


estos edificios, los conceptos que se barajan para definir a los rascacielos puedan alcanzar cotas
sublimes.

En un diccionario arquitectónico para “la elite de los expertos elegidos”, Diccionario Metápolis de
arquitectura avanzada (VV. AA., Ediciones Actar, 2001) buscando la palabra “rascacielos”, se nos
remite a “brotes” y al irnos a “brotes”, se nos encamina finalmente a la palabra “despuntes” como
sinónimo vanguardista del vulgar término “rascacielos”, que acaba definiendo de la siguiente manera
el elitista diccionario:

“Llamamos despuntes (o brotes) a aquellos despliegues edificados en altura, desarrollados


libremente a partir del uso estratégico de la dimensión vertical.

Se trata de erupciones dinámicas de masa edificada: extrusiones arrítmicas destinadas a


fractalizar procesos densos de acumulación volumétrica local, propiciando movimientos de
segmentación y descompresión irregular. Dispositivos que valoran un tratamiento irregular de la
edificación ya no como masa tectónica unitaria -presencia edilicia compacta-, sino como vibración
picuda, es decir, como “secuencia entallada” de acontecimientos multiescalares (“entre lo pequeño
y lo grande”).

Esquemas concebidos, pues, como crecimientos discontinuos, pero también como


mutaciones funcionales, desiguales en altura, planteados desde una variación operativa y
virtualmente fortuita del gálibo, más que desde una determinada regularidad formal: estirones,
extrusiones, “medrajes” en definitiva, de la propia edificación -y de los usos que ésta articula-
llamados a estructurar masas perfiladas sobre zócalos más bajos; abscesos (emergencias) de
impulso vertical que recortan sus acciones en secciones complejas, compuestas a partir de
estratos independientes, alturas variables y/o programas mixtos.

Desarrollos destinados a propiciar procesos evolutivos ajustados a movimientos de


crecimiento y recorte; quiebros e inflexiones entre lleno y vacío –entre construido y no-construidos–
producidos por medio de la combinación, en altura, de programas ya no rígidamente separados,
sino mezclados en organismos híbridos, en compleja convivencia”.

Afortunadamente, no todos los escritos sobre los edificios de gran altura son tan “avanzados” como
el citado anteriormente y resulta posible acudir a otros textos que también nos hablan de cómo son y
qué cualidades tienen.

Pero, independientemente de los parámetros técnicos mencionados con anterioridad, que pueden
darnos una idea de si un edificio es alto o bajo, existen en la literatura técnica definiciones sobre los
rascacielos bastante más atractivas y conceptualmente mucho más interesantes que la mera
cuantificación numérica de dichos parámetros.

“Los rascacielos constituyen una de las grandes aventuras técnicas del hombre. Este tipo de
construcción es el resultado de un esfuerzo titánico del hombre por alcanzar mayores alturas,
esfuerzo tan viejo como el hombre mismo, pleno de fracasos estrepitosos y de éxitos brillantes” (J.
Calavera, “La Gran Aventura de las Torres”, Cuadernos Intemac, nº 11, 1993).

“¿Qué entendemos por rascacielos? Pocas palabras son más imprecisas en el vocabulario
técnico de los arquitectos: Estructuras verticales que repiten plantas vacías alrededor de un núcleo
central decoradas para dotar de expresión escalar al conjunto” (I. Ábalos y J. Herreros, Arquitectura
Viva, junio 1989).

“Rascacielos y siglo XX son sinónimos; el edificio de gran altura es el sello de nuestra época.
Como maravilla estructural que rompe los límites tradicionales de la persistente ambición humana
de construir hasta los cielos, el rascacielos constituye el fenómeno arquitectónico más
sorprendente de nuestro siglo. Es, sin duda, su presencia arquitectónica más abrumadora.
Configurador de ciudades y fortunas, es el sueño, pretérito y presente, confeso o inconfeso, de casi
todos los arquitectos. El rascacielos es una celebración de la tecnología constructiva moderna.
Pero también es el producto de la calificación del suelo y de las leyes fiscales, del mercado
inmobiliario y del mercado del dinero, de las exigencias legales y de las de los clientes, de la
energía y de la estética, de la política y de la especulación. Sin olvidar el hecho, de que se trata del
mayor juego de inversión urbana. Con todo ello, y a menudo a pesar de ello, el rascacielos sigue
siendo una forma artística” (Ada Louise Huxtable-Nerez, El Rascacielos. La búsqueda de un estilo,
1982).

“Los rascacielos se elevan majestuosamente sobre el bullicio de las grandes ciudades o se


alzan en solitario en plena naturaleza. Nos llaman la atención, hacen volar nuestra imaginación,
despiertan asombro o temor. Estas obras maestras, fruto de la creatividad artística y de la
genialidad arquitectónica, que aúnan el trabajo duro con sueños osados, constituyen uno de los
grandes logros del hombre y son, al mismo tiempo, la expresión de sus anhelos” (Judith Dupré,
Rascacielos, 1996).

“¿Cuál es la principal característica de un bloque de oficinas de gran altura? Sin duda, su


grandiosidad. Debe ser alto y expresar la fuerza y el poder de lo elevado, la gloria y la exaltación.
Cada centímetro debe ser un motivo de orgullo, alzándose con tal enaltecimiento que desde la
base hasta la cúspide forme una unidad sin una sola línea discordante” (Louis Sullivan, 1896).

“El impulso por construir tan alto como sea posible parece que sea un rasgo característico de
la cultura humana. Desde la gran pirámide de Cheops hasta la torre de Babel, muchas
civilizaciones intentaron levantar estructuras que se irguieran por encima de las de su entorno. Los
zigurats mesopotámicos, las pagodas chinas y los minaretes musulmanes se han convertido en
símbolos de las creencias religiosas, en torres que se alargan hasta el cielo.

El obelisco moderno es el rascacielos. Desde hace más de un siglo, arquitectos e ingenieros


han aplicado sus conocimientos prácticos y teóricos a las técnicas de construcción vertical para
transformar el aspecto de las ciudades. Los primitivos rascacielos tomaron prestados el modelo de
la columna griega y de las torres renacentistas.

El movimiento de modernidad que imperó después de la Segunda Guerra Mundial huyó de las
inclinaciones simbólicas: sus estructuras rectangulares de cubierta plana se denominaron, sin
embargo, edificios en altura y no rascacielos. Recientemente, los arquitectos han reavivado de
nuevo el interés por los edificios altos como emblema cultural, como las torres gemelas Petronas”
(Cesar Pelli, Investigación y Ciencia, 1998).
Fig. 1.9. Vista parcial de Manhattan desde el Empire State Building.

Frente a las definiciones un tanto laudatorias expuestas, también podríamos añadir algunas
opiniones sobre los rascacielos, cargadas con bastantes reservas sobre sus supuestas grandezas y
bondades. El arquitecto y profesor Antonio Fernández Alba, con un lenguaje poético algo gongorino,
opinaba así sobre los rascacielos en un artículo publicado en el diario El Mundo en 1996, que por su
interés reproducimos en su totalidad:

“¿En qué términos se puede definir este objeto insólito que surge como menhir urbano en la
segunda mitad del siglo XIX en el mundo productivo de Estados Unidos y que ahora en los finales
de siglo parece anunciar su decadencia? Nada más preciso que el título que utilizara Giorgio de
Chirico en su cuadro de 1915 para reflejar el espacio metafísico de la nueva ciudad, “La pureza de
un sueño”. El rascacielos surge entre las ciudades de Saint Louis y Chicago como un nuevo
monumento entre simbólico y mítico, expresión de las nuevas escalas de la ciudad que inaugura la
revolución industrial. Es el signo del moderno poder económico-administrativo construido como un
artefacto sublime que va narrando en estratificados elementos el acontecer del duro paisaje de la
ciudad moderna.

Ahora nos llegan en crónica anticipada las noticias de su decadencia y muerte ante el
asombro y la incertidumbre del espectador urbano, fascinado con unas arquitecturas clásicas y
grandiosas que le han convertido en prisionero enajenado de su propio canon racional. El
rascacielos es la arquitectura del poder de una civilización en la que sucumben los rasgos más
serenos de la realidad humana y el aire benéfico de la ciudad, de cuya existencia no nos queda
otro vínculo que su contemplación estética.

Su arquitectura nos presenta una visión sublime de paisajes cristalinos ordenados de acuerdo
con la traza de la “razón trascendente”, norma que concluye en esa secuencia de retablos
funcionales que disfrazan el drama de la vida urbana. Noticia del fin de unos tiempos que marca el
destino iconográfico de la arquitectura del hombre. Así aconteció con la pirámide, el zigurat o la
catedral, arquetipos referidos al culto de los astros, el enigma de la muerte o los credos
imaginarios.

El rascacielos, opus sublime del fin de siglo, lábil fortaleza que alberga los límites de una
cultura acotada entre la angustia solidaria y la injusticia renovada, ha venido a constituirse en
metáfora cristalina de la victoria del menhir burocrático contra el dolmen arcaico del suburbio.
Construidos en acero y cristal, el rascacielos representa la utopía cumplida de nuestro tiempo. Son
los signos inequívocos del orden racional y abstracto que inauguraban los espacios luminosos del
siglo, sin lugar a dudas, hito reverenciado del optimismo que marcó la civilización tecnológica pero
también la visión de la ciudad como “infierno secularizado” que con tanta precisión dejaron
encajadas las imágenes de Sedlmayr.

La decadencia del rascacielos se inicia en los albores de una civilización, la tecnocientífica,


una decadencia consagrada en la medida que su efigie ya se encuentra en los territorios de lo
mítico, pero los mitos según refleja la historia, no se anulan, se reproducen en espacios diversos a
veces en formas superfluas quizá para ocultar la culpa que anida en las conductas de la usura. Las
ruinas de los rascacielos las llegaremos a ver como los signos de la “pureza de un sueño” a través
de la conciencia urbana de nuestras miradas. La metrópoli como un caleidoscopio sin reflejos,
patria del desarraigo, donde el tiempo ha perdido su sentido unitario y la ciudad aceptó ser profecía
de sumisión”.

Y con la única intención de ofrecer una visión de los rascacielos lo más amplia posible, merece
la pena traer a colación un artículo de José Carlos Canalda, que más que Doctor en Ciencias
Químicas parece un Leonardo Da Vinci habida cuenta del amplio currículum con el que se publicita
en Internet, por considerar que representa sin duda alguna, una visión muy generalizada sobre los
rascacielos dentro del espectro de población que podríamos bautizarlas como a ellos les gusta ser
bautizados: “la izquierda progresista”. Leámoslo:

“Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras. Aconteció que cuando salieron
de oriente hallaron una llanura en la tierra de Sinar, y se establecieron allí. Un día se dijeron unos a otros:
Vamos, hagamos ladrillo y cozámoslo con fuego. Así el ladrillo les sirvió en lugar de piedra, y el asfalto en
lugar de mezcla. Después dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue al cielo;
y hagámonos un nombre, por si fuéramos esparcidos sobre la faz de toda la tierra.

Jehová descendió para ver la ciudad y la torre que edificaban los hijos de los hombres. Y dijo Jehová: El
pueblo es uno, y todos estos tienen un solo lenguaje; han comenzado la obra y nada los hará desistir ahora de
lo que han pensado hacer. Ahora, pues, descendamos y confundamos allí su lengua, para que ninguno
entienda el habla de su compañero. Así los esparció Jehová desde allí sobre la faz de toda la tierra, y dejaron
de edificar la ciudad.

Por eso se la llamó Babel, porque allí confundió Jehová el lenguaje de toda la tierra, y desde allí los
esparció sobre la faz de toda la tierra.” (Génesis, Capítulo 11, versículos del 1 al 9).

Nada más idóneo para encabezar este artículo que el conocido pasaje del Génesis (capítulo
11, versículos 1 a 9) en el que se describe el episodio de la Torre de Babel, donde la soberbia
humana fue aplastada sin contemplaciones por el implacable Dios del Antiguo Testamento.
Evidentemente, no es en modo alguno mi intención comparar de forma literal (de eso ya se
encargarán otros) este relato bíblico con episodios reales tales como los atentados de las Torres
Gemelas de Nueva York, o el reciente incendio (por fortuna sin víctimas) que calcinó el pasado día
12 de febrero un rascacielos madrileño; si Dios existe, seguro que tendrá cosas más importantes
que hacer que preocuparse por estas insignificantes estupideces humanas, eso lo tengo
meridianamente claro.

Lo que sí resulta perfectamente válido de esta historia, es la moraleja de cómo la soberbia


humana puede acabar creándonos problemas que hubieran podido ser evitados con un poco de
humildad o, siquiera, de sentido común, algo que por desgracia no suele ser tan habitual como
debiera a juzgar por los resultados. Y no es que nos falten advertencias, ya que a la dura
admonición bíblica se suman multitud de relatos clásicos que nos avisan sobre las posibles
consecuencias de un comportamiento irreflexivo e imprudente, tales como los mitos de Pandora,
Prometeo, Ícaro o Faetón tan sólo dentro de la mitología grecorromana.

Pero nos da igual, ya que no escarmentamos. Para empezar, lo reconozco, los rascacielos
me parecen algo espantoso en su doble vertiente, arquitectónica y urbanística. Qué se le va a
hacer, mis gustos estéticos no van en modo alguno por ese camino. Como es sabido, el origen de
los rascacielos no pudo ser más prosaico, se trataba de exprimir al máximo unos terrenos escasos
y caros, primero en Chicago y posteriormente en la neoyorquina isla de Manhattan; pero pronto
surgirían arquitectos que, como Le Courbusier, comenzaron a ensalzar las presuntas bondades de
este sistema constructivo, convirtiendo en iconos ciudadanos a lo que hasta entonces había sido
tan sólo una manera de aprovechar mejor el espacio. Tanto es así, que pronto todas las ciudades
importantes comenzaron una desenfrenada carrera por conseguir edificios singulares de gran
tamaño que, a ser posible, fueran incluso más altos que los de sus rivales.

Madrid, claro está, no quiso ser menos. Aunque los tiempos no eran buenos (corrían los años
de la posguerra), pronto el modesto edificio de la Telefónica se vio superado por dos flamantes
rascacielos, la Torre de Madrid y el Edificio España... aunque debieron pasar varias décadas para
que Madrid pudiera contar con su propio perfil (no sé a qué viene la estupidez anglófila del sky line)
de edificios con más de cien metros de altura, todavía muy lejos (por fortuna) de los monstruos
neoyorquinos y de colosos todavía mayores, como las Torres Petronas de Kuala Lumpur, la Torre
Sears de Chicago, el Jin Mao de Shangai o el Edificio Taipei, de más de medio kilómetro de altura
y, por ahora, el más alto del mundo... eso sin contar con un proyecto que anda rondando por ahí de
un rascacielos de ¡más de un kilómetro! y que, no se dude, tarde o temprano intentarán construirlo.

Bien, se podrá objetar que a lo largo de toda la historia siempre han existido edificios
singulares, desde las pirámides egipcias hasta las catedrales góticas... sí, pero menos.
Prescindiendo de consideraciones estéticas, que al fin y al cabo se trata de algo subjetivo y como
afirma el dicho sobre gustos no hay nada escrito, nos encontramos no obstante con otra cuestión
mucho más prosaica, el asunto de la habitabilidad y la seguridad de estos edificios. Porque, a
diferencia de los edificios singulares clásicos, reservados a funciones muy determinadas como
templos o mausoleos, en los rascacielos nos encontramos con una funcionalidad que no puede ser
ignorada; no es lo mismo visitar una catedral, pongo por caso, que habitar o trabajar de forma
cotidiana en un edificio de ese volumen.

A mí, lo reconozco, me causan angustia esos gigantes, y tengo serias dudas sobre si sería
capaz de trabajar o residir en ellos; llámese claustrofobia si se quiere, pero yo prefiero
considerarlos como algo inhumano y antinatural, sobre todo teniendo en cuenta la manía de los
arquitectos contemporáneos de convertir a los edificios (no sólo a los rascacielos, pero también a
éstos) en unos auténticos búnkeres blindados en los que ni siquiera se puede abrir una ventana.
Me aplastan, en definitiva, y los considero colmenas artificiales y alienantes para todos los que
tengan la desgracia de ser sus inquilinos.

Pero además está el tema de la verticalidad (o la oblicuidad en los casos más extravagantes,
como el de las conocidas torres KIO), todavía peor que el del gigantismo; y aquí no es ya la
cuestión subjetiva de una posible claustrofobia, sino algo mucho más grave a la par que
potencialmente peligroso, tal como demostraron los atentados de las Torres Gemelas y como se
volvió a comprobar en el incendio de Madrid: una vez que fallaron, por las razones que fueran, los
sistemas contraincendios del edificio, los bomberos madrileños se vieron impotentes para atajarlo
ya que, según sus propias palabras, los medios técnicos de que disponen sólo resultan viables
para edificios de hasta cincuenta metros de altura... la mitad de la del siniestrado y apenas una
octava parte de la de las desaparecidas Torres Gemelas. Claro está que allá por 1974, hace más
de treinta años, el jefe de bomberos (encarnado por Steve McQueen) de la película EL COLOSO
EN LLAMAS decía algo similar; puede que se tratara tan sólo de una ficción, pero por desgracia
resultó profética.

La experiencia demuestra que estos enormes edificios resultan ser extremadamente


vulnerables, ya sea un atentado terrorista como el que ocurrió en Nueva York (conviene no olvidar
que ETA pretendió hacer estallar una furgoneta cargada con varios cientos de kilos de explosivos
en los sótanos del complejo AZCA, al que pertenece el edificio incendiado), o un accidente fortuito,
como parece que ocurrió en Madrid. Las consecuencias, en la práctica, vienen a ser similares, y
aún tenemos que dar gracias de que el incendio ocurriera cuando el edificio Windsor y los
colindantes, entre ellos el complejo de El Corte Inglés, estaban vacíos. ¿Qué hubiera ocurrido de
desatarse el incendio con la zona comercial y de oficinas a pleno rendimiento y abarrotada de
personas? Mejor ni planteárselo siquiera, aunque conviene recordar que las víctimas de las Torres
Gemelas pasaron de tres mil. Y veremos ahora cuánto tarda en normalizarse la actividad en esa
zona clave de la capital española.

El problema es que el peligro sigue ahí, ya que son muchos los edificios similares, o todavía
más altos, existentes en Madrid y en multitud de grandes ciudades españolas o extranjeras.
¿Tendremos que esperar a que ocurra una catástrofe de mayor magnitud (al menos en número de
víctimas) para poder romper con esta demencial carrera?

Pero no escarmientan, y se siguen proyectando y construyendo rascacielos cada vez más


altos a despecho de que puedan verse convertidos en auténticas ratoneras. El edificio que
sustituirá a las desaparecidas Torres Gemelas neoyorquinas será todavía mayor que éstas, y en el
mismo Madrid está prevista la construcción de cuatro mamotretos de entre 230 y 250 metros en la
antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid.

Independientemente de la necesaria mejora de las medidas de seguridad los rascacielos


siempre tendrán su talón de Aquiles, por lo que la mejor prevención no sería otra que la renuncia a
seguir construyendo estos colosos, por lo demás innecesarios; algo, por cierto, que no va a ocurrir.
Ya nos acordaremos de santa Bárbara cuando truene.”

No resulta difícil deducir, después de leer las representativas referencias recogidas, que los
rascacielos son en sí mismos una de las tipologías arquitectónicas más apasionantes del mundo de la
arquitectura, puesto que nunca dejarán indiferente a nadie.

Los rascacielos suscitan sentimientos de todos los tipos, pero jamás suscitarán indiferencia; se les
odia o se les ama; y, muchos arquitectos e ingenieros venderían su alma al mismísimo diablo con tal
de poder proyectarlos aunque sólo sea una vez en su vida, y en este grupo también nos atrevemos a
incluir a sus detractores más cualificados sin temor a equivocarnos.

En una reciente entrevista realizada al arquitecto Carlos Lamela, empeñado loablemente en


transformar el español y tradicional Estudio de Arquitectura Lamela, heredado de su padre, en una
empresa de arquitectura al estilo anglosajón, le formularon la siguiente pregunta: “¿Cuál sería el
proyecto que más le ilusionaría ahora mismo?”. Sin dudarlo un instante respondió: “Sin duda alguna
un edificio en altura. Creo que puede ser un gran reto para el Estudio ahora mismo. Es un gran
desafío para nosotros”.

Las sensaciones que se pueden sentir, y casi con seguridad absoluta sienten, los arquitectos e
ingenieros responsables de estos edificios de gran altura que superan las treinta plantas, cuando ven
materializarse sus planos en líneas verticales que se elevan convergentes hacia el cielo si se miran
desde abajo, y las mismas líneas fundiéndose en un punto único de la tierra cuando se miran desde
la cima de sus desnudas estructuras desafiantes a la gravedad y los vientos, llegan a ser
indescriptibles, y por eso resulta humano y comprensible que se anule en ellos, en nosotros, cualquier
tipo de ecuanimidad en una valoración objetiva sobre los mismos.
Fig. 1.10. Una materialización visual de crear y sentir la altura.
Las sensaciones descritas trata de expresarlas Ayn Rand en su novela El manantial, llevada al cine
por Gary Cooper en el papel del arquitecto Howard Roark, cuando al final de la misma escribe:

“Ascendía sobre los amplios tableros de las ventanas. Los canales de las calles se hacían
cada vez más profundos, hundiéndose.

Las chimeneas humeantes eran montones de fábricas y los pequeños cuadrados grises que
se movían eran autos. La ciudad se extendía en filas angulares entre dos finos brazos de agua
negra.

Las azoteas descendían como pedales presionados sobre los edificios de abajo, fuera del
camino de su vuelo.

Dejó abajo las antenas de las estaciones de radio. La cabina osciló como un péndulo sobre la
ciudad. Se inclinó hacia un lado del edificio. Había pasado la línea donde terminaba la albañilería.
No había nada debajo, sino ligamentos de acero y espacio. Sintió que la altura hacía presión en
sus tímpanos. El sol le daba en los ojos. La línea del océano cortaba el cielo. El océano subía
conforme descendía la ciudad. Pasó los pináculos de los edificios de los bancos. Subió sobre las
torres de los templos. Después ya no hubo nada más que el océano, el cielo y la figura que lo
había creado”.

1.3. El skyline y el lenguaje de la arquitectura

El término anglosajón skyline resulta absolutamente imprescindible en el mundo de los rascacielos,


y dado que como sonido oral resulta bastante agradable al oído, atractivo y, además, puede
diferenciar claramente al que lo usa, es por lo que tal vez ha sido incorporado a ese vocabulario
minoritario y algo pedante de ciertos, pero abundantes escritos arquitectónicos, y que empleado con
cierta habilidad conduce a un lenguaje literario ambiguo, difícil de interpretar, y que sin duda alguna
requiere una considerable preparación hermenéutica si se desea estar presente en el circuito de los
“elegidos” y hacer como si todo se entendiera con diafanidad.

El interesante libro de J. Arnau, titulado “72 voces de un diccionario de arquitectura teórica”, resulta
ser una valiosa ayuda para los no iniciados, pero en nuestra opinión se queda sumamente corto si, en
sucesivas ediciones, no aumenta considerablemente el número de voces incorporando palabras tales
como: tectónica, exégesis, heteróclito, exordio, etc., que nos sean explicadas contextualmente, sin
excesivos ánimos de “cachifollar” para no tener complejos de “inane”.

Incluso reconocidos sacerdotes del círculo de los elegidos, comienzan a darse cuenta del peligro
que supone alejar la cultura de la arquitectura del gran público, cuando se emplea un lenguaje
barroco y difícil de comprender, con la manida excusa de hacernos creer que resulta el lenguaje culto
y apropiado, cuando la mayoría de las veces sólo intenta ocultar una vacuidad de contenidos total.

El arquitecto Alberto Campo Baeza, en su pequeño pero denso libro “La idea construida”, ha
escrito: “Conocí un arquitecto que publicaba mucho y para que no se entendieran sus escritos,
empleaba el ingenioso método de las tres columnas: La columna de los sustantivos estrafalarios, la
columna de los verbos estrambóticos y la columna de los adjetivos rimbombantes. Combinados
convenientemente daban pie a escritos obtusos que producían la admiración de los ignorantes. Todo
hecho con gran habilidad”.

Nuestra crítica y desahogo anterior, empleando también algunos términos cachifollantes del insigne
arquitecto ya fallecido Bassegoda, que fue director del Instituto Torroja, no invalida el hecho
incuestionable de que en el presente y todavía más en el futuro, merced al poderío visual y mediático
de los anglosajones, siempre que miramos el perfil de las obras construidas sobre el horizonte y las
siluetas que nos ofrecen los bordes de las ciudades desde los puntos de vista más insospechados, ya
estén originados desde sus plazas interiores o desde zonas lejanas a las mismas, surja en nuestra
mente la palabra skyline a poco que estemos introducidos en el mundo de las imágenes y la
arquitectura, en vez de las cervantinas palabras perfil o silueta: ¡Qué le vamos a hacer, si así están
las cosas!.

No obstante, el término skyline está adquiriendo en el lenguaje arquitectónico un contenido de


fondo que supera ampliamente su significado más simple: “imagen del perfil de los edificios
construidos sobre el horizonte de la ciudad”.

Fig. 1.11. Skylines generales de Chicago de noche y de día.

En la actualidad, los términos skyline y rascacielos llegan a fusionarse y convivir como conceptos, y
la palabra skyline empieza a englobar aspectos visuales más complejos que las simples siluetas
formales de las construcciones recortándose contra el cielo. Las texturas y el color también definen
los skylines de nuestras ciudades, aunque cuando vemos la espléndida imagen medieval que nos
ofrece Córdoba con su mezquita y sus palacios al mirarla desde la orilla izquierda del río
Guadalquivir, nadie debería decir que su skyline se convierte en oro, sino más bien, que su silueta de
piedras se dora cuando el sol de otoño se oculta o nace por la mañana.

Tal y como hemos dicho, el término skyline viene asociado a los edificios de gran altura, y ya se
viene aplicando ampliamente no sólo al perfil lejano de sus contornos, sino también a esas otras
imágenes más cercanas que nos ofrecen los mismos vistos de cerca, desde abajo y desde arriba, de
noche y de día.

Por lo anterior podemos hablar de un skyline del color y también, porqué no, de un skyline de las
texturas, de las pieles que envuelven a los rascacielos y que son, en definitiva, la razón de ser del
término, lo que hace que el mismo vaya ganando contenido y significado, y que puede servirnos de
una cierta justificación, aunque sea barata, cuando lo usemos hablando español.
Fig. 1.12. Skylines parciales con los colores de Chicago al atardecer.
Fig. 1.13. Skyline parcial de las texturas de Chicago, con el edificio del diario Tribune a su derecha, objeto en
1922 de un concurso internacional en el que participó la flor y nata de la arquitectura mundial: Adolf Loos, W.
Gropius, etc, dando pie a innumerables ríos de tinta.

El redibujar un skyline, el influir y modificarlo de manera visible y apreciable aunque sea


mínimamente, supone ya un reto de partida cada vez que se decide construir un nuevo rascacielos en
una ciudad. No existe concurso arquitectónico sobre rascacielos donde no sea valorado ampliamente
su influencia en el skyline de la ciudad que lo convoca.

Todo rascacielos es un hito, una especie de tótem de la tribu urbana, que como tal debe ser
valorado por sus miembros, y cuanto mayor impacto visual adquiera en sus vidas, mayor éxito y
relieve tendrán aquellos elegidos y osados de la tribu que decidieron edificarlo.
Fig. 1.14. Las Torres Petronas, del arquitecto Cesar Pelli, por derecho propio (452 m de altura) definen ya el
skyline de Kuala Lumpur (Malasia).
Fig. 1.15. Poderoso y original ha sido el ovoide mallado de N. Foster para la City de Londres (1998)
modificando su skyline.

Fig. 1.16. Un sereno y amplio skyline de Houston.


x Existe una notable diferencia entre los skylines norteamericanos y los que se dibujan en las
restantes ciudades del mundo. Las vastas e ilimitadas tramas urbanas rectangulares sobre las que se
asientan y desarrollan las ciudades americanas, permiten que los edificios surjan de forma aislada,
apenas sin contacto entre sí, y con bastante independencia los unos de los otros, planteándose unas
reglas del juego singularmente diferenciadas de las que permiten las viejas ciudades europeas, o las
constreñidas ciudades del lejano oriente, en las que excepcionalmente tenemos ya que incluir la isla
de Manhattan de New York.

En las ciudades europeas, las férreas normas urbanísticas que imperan en las mismas,
prácticamente condicionan biunívocamente la tipología de los edificios que pueden ser construidos en
las diferentes zonas en las que se dividen y clasifican sus espacios; tal vez por ello, la construcción
de un rascacielos en sus skylines siempre supone todo un acontecimiento rodeado de encarnizadas
polémicas en todos los niveles sociológicos de la ciudad donde se construya.

Fig. 1.17. El skyline de Frankfurt en 1997, modificado considerablemente por el Commerzbank de Norman
Foster y los edificios de gran altura del fondo.

Cuando los espacios disponibles se encuentran limitados, la construcción de los edificios en altura
pasa a ser una necesidad que supera cualquier planteamiento racionalista en el urbanismo de las
ciudades afectadas; por ello, intuir cómo serán formalmente los edificios que se construyan en los
escasos solares que el tiempo genera en las tramas urbanas de las mismas, cae en una pura
especulación arquitectónica y resulta imposible de adivinar para su futuro.
Fig. 1.18. Skyline parcial de Shanghai

Fig. 1.19. Amplio skyline de Hong Kong.

x Uno de los arquitectos más reconocidos y premiados como modificador de skylines en el


mundo, sin lugar a dudas ha sido Cesar Pelli y tal vez su obra más emblemática, como hacedor de
siluetas, haya sido el World Financial Center como basamento y contexto donde, junto a las
desaparecidas Torres Gemelas de Yamasaki, configuraban el potente y fotografiado hasta la
saciedad skyline del sur de Manhattan.

La idea de no tratar de competir con la grandiosidad y potencia que poseían las Torres Gemelas,
difuminando el volumen edificable permitido en un conjunto de rascacielos de menor altura,
sabiamente distribuidos en masas uniformes rematadas con formas geométricamente diferentes entre
sí, permitiendo la visión, ya imposible de las torres desde los espacios interiores libres, no cabe duda
de que fue justamente valorado por la A.I.A. (American Institute of Architects) cuando Cesar Pelli fue
premiado en 1989: Lástima que su esfuerzo haya quedado minimizado al desaparecer tras el 11 de
septiembre de 2001 las Torres bajo una acción terrorista sin precedentes.
Fig. 1.20. Vista histórica e irrepetible del skyline de Manhattan con las Torres Gemelas, antes y después de la
actuación de Cesar Pelli.

Los skylines de Manhattan ya nunca serán iguales, tras el atentado terrorista que dio al traste con
las Torres Gemelas y con la creencia de un pueblo que se creía inmune y a salvo de tragedias de
esta naturaleza, pensando que sólo tenían lugar fuera de sus fronteras; y porque además, los
neoyorquinos han decidido no reconstruir las torres tal cual, pese a los esfuerzos del magnate de los
rascacielos Donald Trump que pretendía su reproducción mimética, pero algo más altas.

Por lo que se refiere a la filosofía de los proyectos, el análisis de la ubicación de un nuevo


rascacielos en el contexto urbano y el impacto que puede producir en el mismo visualmente, resulta
bastante simple y sencillo de hacer hoy día, merced a los modernos programas de diseño y
animación virtual en 3D disponibles en los ordenadores de última generación.
Fig. 1.21. Extraordinaria e irrepetible imagen de las “Torres Gemelas” a través del puente de Brooklyn.

En la actualidad es posible simular un diseño de formas, de colores y texturas, y ubicar el edificio


resultante en el solar disponible como si estuviese ya construido, pudiéndose modificar todo aquello
susceptible de ser modificado con el objeto de conseguir visualmente los efectos más favorables y
llamativos, y de esta forma minimizar al máximo los riesgos inherentes a todo el proyecto de esta
naturaleza.

Los programas de diseño 3D disponibles en los ordenadores actuales permiten visionar el edificio y
su entorno desde todos los ángulos posibles con una realidad que Frank Yoyd Wright jamás pudo
sospechar, aunque a él, si tenemos en cuenta la “Casa de la Cascada” que proyectó directamente en
poco más de tres horas, no parece que le hiciera excesiva falta.

Basta consultar en Internet el circo organizado por los americanos en la Zona Cero de New York
para poder comprobar y constatar todo lo expuesto y toda la gama de skylines posibles que podrían
generarse en dicha zona con un realismo asombroso.
Fig. 1.22. Varias de las múltiples propuestas virtuales del circo montado por los americanos para la Zona Cero
de New York que demuestra lo fácil que resulta en el presente estudiar los skylines afectados por nuevos
edificios.

1.4. El downtown y los skylines

El downtown es otra palabra similar a skyline, asimilada también por el lenguaje arquitectónico
español. Parece ser que queda mucho más culto y elegante bautizar al centro de las ciudades donde
se ubican y concentran los grandes edificios comerciales y administrativos con el nombre americano
downtown, o también como city si nos movemos en la órbita británica, que llamarle simplemente
“centro”, “corazón”, “médula” o “núcleo” comercial de la ciudad.

Pues bien, llamemos como llamemos al centro de las grandes ciudades del mundo de cierta
importancia, es en ellos, en su downtown, donde se acumulan la mayoría de los grandes rascacielos
y edificios notables, que son los que acaban definiendo el skyline más representativo y emblemático
que sirve para distinguirlas y en cierto modo diferenciarlas, aunque no siempre resulta fácil hacerlo
dado los desesperantes plagios y vulgaridad en la que están desembocando muchos de ellos.

Los criterios de proyecto y la elección de unos ciertos materiales que se repiten machaconamente
en la construcción de los rascacielos, frecuentemente con escasa originalidad y bastante monotonía,
está propiciando que los modernos downtowns cada vez se parezcan más unos a otros, y empiecen a
ser difícilmente reconocibles entre sí por presentar escasas diferencias y perfiles excesivamente
monótonos.

Fig. 1.23. Vistas diversas de Benidorm que justifican el porqué puede ser bautizada como el Manhattan
español.

Fig. 1.24. Skyline de la entrada a Benidorm por la carretera N-332 desde el Levante.
En España, la única ciudad que puede presumir, o llorar según quién opine sobre el tema, de tener
una concentración de edificios de gran altura suficiente y capaz de generar unos skylines propios
reconocibles es Benidorm; el resto de las ciudades españolas posee un carácter tan sumamente
horizontal que tienen que ser los propios edificios como menhires singulares, tal y como los define A.
Fernández Alba, los que asuman la responsabilidad de identificar los espacios donde se ubican, dado
que se encuentran excesivamente dispersos entre sí como para definir un downtown reconocible del
tipo anglosajón.

Fig. 1.25. Vista parcial de Alicante como representación de la forma dispersa de ubicar los edificios altos en
las ciudades españolas, con fortuna muy variable y sumamente discutibles bajo todos los puntos de vista.
La zona Azca de Madrid podría ser una excepción a la regla, puesto que existe en ella un
downtown empresarial y financiero, dotado de edificios capaces de crear skyline singularizados
fácilmente identificables.

Fig. 1.26. Zona Azca de Madrid, tal vez el downtown más genuino y preciso que pueda ser definido entre
todas las ciudades españolas.

No abundan en España los edificios que superen las veinte plantas capaces de crear perfiles de
cierta entidad, sobre un downtown claramente diferenciado. Las ciudades españolas que poseen
edificios de notable altura, aunque a una distancia considerable en número de las alicantinas,
dispersan sus centros comerciales y administrativos de tal manera, que resulta imposible enmarcar
unos downtowns en las mismas claramente diferenciados de las restantes construcciones urbanas,
tal y como está sucediendo en Barcelona, aunque exista en ella una cierta concentración de edificios
de notable interés y entidad en su zona costera impulsados por su propio ayuntamiento.
Las imágenes de los dos rascacielos más emblemáticos de Barcelona, Mapfre y el Hotel Arts, junto
con la reproducción periodística que adjuntamos, clarifica las ideas expuestas y ponen de manifiesto
por qué resulta llamativo y noticiable arquitectónicamente que una ciudad como Barcelona decida
construir un conjunto de edificios entre 20 y 30 pisos y que el mismo hecho sea considerado una
rutina sin interés en Benidorm, que ostenta el record absoluto de poseer edificios de gran altura de
forma claramente diferenciada sobre las restantes ciudades españolas, incluso muy por encima de la
capital Madrid.

Fig. 1.27. Barcelona, con los edificios más altos y emblemáticos de la ciudad: Torre Mapfre y el Hotel Arts.

Fig. 1.28. Barcelona: Noticia arquitectónica aparecida en un diario local, cuando se decidió impulsar la
construcción de edificios altos al comienzo del nuevo milenio (La mayoría de los edificios que se mencionan ya
se encuentran construidos).
La zona norte de la Castellana de Madrid, tras las Torres Kio, supone también un singular
contrapunto y réplica a la zona Azca expuesta anteriormente, especialmente después de la
construcción de los cuatro grandes edificios levantados en lo que fue la Ciudad Deportiva del Real
Madrid, en una operación urbanística y financiera sin precedentes en España. Estos cuatro edificios
son los más altos de España, quitándole al Hotel Bali III (187 m) el record de altura que ostentó
durante bastantes años.

Fig. 1.29. Madrid y las Torres Kio al final del Paseo de la Castellana vistas desde el norte.

Fig. 1.30. Madrid y los esquemas de las cuatro torres de la ciudad Deportiva del Real Madrid, tal y como
fueron presentadas a la prensa antes de iniciar su construcción.
1.5. Por qué se construyen los edificios de gran altura

x Desde que nació la tipología de los edificios de altura allá en Chicago a finales del siglo XIX, se
han argumentado razones de toda índole tratando de justificar su presencia y su escala abrumadora
como solución a múltiples problemas urbanísticos dentro del paisaje edificatorio de nuestras
ciudades.

Indudablemente, los partidarios de los rascacielos encuentran mil y una razones a favor de los
mismos y sus detractores, que también existen en un número tal vez mayor que sus defensores,
argumentan de igual forma mil y una razones para que no se construyan más, y si fuese posible,
intentarían hacerlos desaparecer de la faz de la tierra sin mayores remordimientos, aunque, y
esperemos que así sea, lo hagan con métodos más sutiles y civilizados que los empleados por los
iluminados de Alá en las “Torres Gemelas” de Nueva York.

Trataremos de exponer en este apartado, sin ánimo alguno de agotar el tema, algunas de las
razones básicas de los que están a favor y de los que están en contra de esta tipología de edificios; y
lo haremos también sin intención alguna de ser objetivos, puesto que nosotros somos unos claros
partidarios de estas construcciones, puesto que en sí mismas nada tienen de malo.

Se cuenta en el mundo del montañismo que al preguntarle a un afamado montañero por qué se
jugaba la vida escalando montañas, él sencillamente se limitó a responder: “Porque están ahí”. Un
razonamiento similar podríamos argumentar a favor de la construcción de los rascacielos:
Simplemente, nos limitamos a construirlos porque están ahí, están a nuestro alcance y tenemos a
nuestra disposición la tecnología que los hace posibles. Tal y como se comporta y reacciona el ser
humano, la argumentación anterior bastaría por sí sola para justificar la aventura y el reto de construir
estructuras que rozan los límites de la gravedad y desafían las tormentas, elevándose majestuosas e
imponentes hasta perderse en el interior de las nubes.

El anhelo del hombre por la altura, por alcanzar el cielo con sus obras, resulta claramente evidente
en infinidad de antecedentes.

x Las construcciones de gran altura siempre estuvieron latentes a lo largo de la historia de la


Humanidad, reflejadas en la arquitectura de los más ambiciosos e imaginativos proyectos nunca
construidos, y en menor medida, pero en un volumen considerablemente elevado, también en la
arquitectura realmente construida.

Fig. 1.31. Representaciones tradicionales de la Torre de Babel. La primera, obtenida de un manuscrito francés
del siglo XV y la segunda, del pintor J.N. Brueghel (siglos XVI y XVII)
No existe un solo libro dedicado a los edificios de gran altura que no muestre como antecedente de
los mismos la mítica Torre de Babel, motivo del castigo divino a la presunción y soberbia del hombre
por pretender con la misma llegar al cielo y salvarse de otros posibles diluvios universales que
podrían acontecer en su futuro.

La legendaria Torre de Babel fue, probablemente, un zigurat, una torre escalonada cuya
construcción fracasó al tratar de erigirla en un territorio donde no existían canteras, pretendiendo
realizar su construcción con materiales prefabricados, ladrillos de barro cocido y de barro con paja,
bastante inapropiados ambos para una obra que requería sobre todo resistencia por su volumen.

Fig. 1.32. El coloso de Rodas, supuestamente desaparecido en el año 227 A.C. tras el terremoto.

Sin lugar a dudas el Coloso de Rodas, una de las grandes maravillas del mundo, si es que
realmente llegó a existir alguna vez, con su potencia y sus 35 metros de altura en bronce
representando al dios Helios (el Sol), refleja espléndidamente el deseo del hombre por construir en
altura. Según cuenta la leyenda, su presencia servía de faro y guía a las naves, hasta que se vino
abajo por un terremoto en el siglo III A.C. Sus despojos de bronce permanecieron abandonados hasta
que unos mercaderes los vendieron en el siglo VII de nuestra era, según cuentan las leyendas.

La naturaleza, en este caso puesta de relieve por sus montañas, siempre ha sido un filón de
referencias a imitar. Poco se diferencian las siluetas de un número elevado de rascacielos, de las
agujas de piedra que conforman con su desnuda grandeza y sus impresionantes alturas, las
cordilleras que pueblan nuestros continentes.
Fig. 1.33. Agujas montañosas: Claros antecedentes de los rascacielos postmodernistas y los obeliscos
egipcios.

La Edad Media y el Renacimiento fueron periodos especialmente proclives a la construcción de


grandes torres, propiciada por creencias religiosas de todos los signos. Especialmente las religiones
musulmana y cristiana sirvieron de base, justificación e inspiración, al diseño de infinidad de edificios
y torres, convirtiéndose incluso en modelos a imitar, principalmente y sobre todo por los rascacielos
del período ecléctico y modernista, que con su presencia construida, poblaron de encanto las calles
de Chicago y Nueva York con harto dolor de los padres de la Bahaus y sus discípulos.
Fig. 1.34. Obelisco egipcio (Luxor), claro Fig. 1.35. Minarete en Yemen
antecedente del perfil troncopiramidal del Hancok
Center de Chicago, uno de los rascacielos más
emblemáticos de los construidos hasta el presente.

Fig. 1.36. Campanile de Florencia Fig. 1.37. Campanile de San Marcos (Venecia) de
98 metros de altura reconstruido miméticamente a
partir del original, que sucumbió bruscamente tras una
sacudida de origen sísmico en 1902.
Fig. 1.38. Skyline medieval y renacentista. San Giminiano – La Toscana (Italia).

Todavía hoy nos sigue maravillando y sorprendiendo la enorme grandeza y altura de las torres de
las catedrales medievales, especialmente las góticas, construidas con un refinamiento y virtuosismo
más propio de orfebres que de constructores artesanos, y que con unos medios sumamente
precarios, fueron capaces de elevarlas hacia el cielo y hacerlas permanecer en el tiempo, incluso por
encima de las guerras. Estas construcciones de piedra alcanzaron su apogeo en la aguja calada de la
Catedral de Ulm, al sur de Alemania.

Fig. 1.39. Aguja de la Catedral de Ulm, de finales del siglo XIV al sur de Alemania. Es la torre de piedra más
alta jamás construida por el hombre.
El conjunto de faros que poblaron y todavía pueblan las costas del mundo entero y que sirvieron de
hitos de referencia a la navegación hasta que dejaron de ser escasamente útiles merced a los
modernos G.P.S. y demás artilugios modernos de navegación por satélite, configuran un conjunto
construido donde se han inspirado también más de uno de los diseños arquitectónicos de los
rascacielos historicistas después de su primera etapa funcional.

Fig. 1.40. Posible sección inventada del Faro de Alejandría y la Torre de Hércules (La Coruña, España)
construida inicialmente durante el mandato del emperador Trajano, aunque posteriormente experimentó reformas
y reconstrucciones a través de los tiempos.

x Aunque podríamos seguir buscando referencias y antecedentes de todo tipo buceando en el


pasado, tratando de explicar por qué se construyen los rascacielos dentro de un contexto
espiritualista del hombre, mucho nos tememos que los edificios de gran altura, sin negar en modo
alguno dicho contexto, se han construido, se están construyendo y se construirán, por razones
mucho más prosaicas y materialistas, tal y como fueron aquéllas con las que empezaron su andadura
en los Estados Unidos de América.

Los edificios de gran altura se construyen porque dentro de la industria inmobiliaria representan la
guinda emblemática de un puro pastel financiero. El rascacielos no nace de la mente creativa de los
arquitectos e ingenieros sino de la mente de empresarios y políticos que perciben la necesidad de la
sociedad demandando vorazmente nuevos y deslumbrantes espacios construidos, ya sea para
oficinas, locales comerciales o simples viviendas, y tratan de satisfacerla con edificios que produzcan
el máximo beneficio posible echando mano de todo aquello que posibilite el lograrlo.
Fig. 1.41. El edificio del Banco de Hong Kong (1979-1986), de Norman Foster, imagen corporativa de la
institución. Desconocemos si en el presente sigue ostentando el record de ser el edificio más costoso jamás
construido.

Si la máxima rentabilidad se consigue con un edificio de 80 pisos, el empresario tratará de


construirlo por todos los medios a su alcance; pero si la rentabilidad se alcanza construyendo hacia el
interior de la tierra, la estructura de su edificio en vez de rascar los cielos buscará los infiernos con el
mismo denuedo y afán, al margen de cualquier consideración que no sea la del máximo beneficio; y
sobre esto último téngase en cuenta que no siempre tiene que ser el puramente material a corto
plazo, puesto que existen otros valores intangibles sumamente importantes, como los fondos de
comercio y los de imagen, que el marketing más agresivo y visionario ha puesto de moda en la
desnortada y algo estrafalaria época que nos ha tocado vivir.

Para conseguir sus fines constructivos, empresarios y políticos irán frecuentemente de la mano,
bordeando incluso los límites del urbanismo legislado y, si así fuese necesario, modificándolo
puntualmente con tal de hacer posible la construcción de tal o cual edificio, la mayoría de las veces
amparándose también en rimbombantes y grandilocuentes conceptos sobre los beneficios sociales y
económicos que dicho edificio aportará para el bien de la ciudad; y a veces sorprendentemente,
hasta resulta que son ciertos y verdaderos, como pueden demostrar bastantes edificios construidos
que han logrado alcanzar el calificativo de “emblemáticos” (Empire State, Torre Eiffel, Museo
Guggenheim de Bilbao, etc).

Ya lo hemos dicho, pero no está de más repetirlo para tenerlo más claro: los beneficios materiales
que puede aportar un determinado edificio no siempre se miden en términos de dinero a corto plazo,
ya que si así se hiciera, un buen número de ellos jamás se habrían construido.

El poder de las imágenes corporativas dentro del mundo de los negocios globalizados hace fluctuar
los valores bursátiles más allá de los valores tangibles reales que posean. La mentira y el engaño,
adecuadamente envueltos en el ropaje adecuado (y qué mejor envoltura que la que pueda
proporcionar un bello edificio de una firma consagrada) pueden ser vendidos a unos niveles
claramente preocupantes para el bien del futuro de la Humanidad; aunque sobre esto último se puede
argumentar, con razón, que este tipo de cosas se ha estado haciendo siempre a lo largo de la historia
y el hombre, con mayor o menor dificultad, ha sido capaz de sobrevivir siempre dejándose jirones de
su espíritu y de su carne en el camino.
No obstante, los ingenieros y arquitectos, que normalmente no suelen pintar absolutamente nada y
son ignorados en los procesos y las decisiones previas trascendentales, que son las que realmente
dan pie al desarrollo urbanístico y constructivo del mundo, se prestan después con denodado y loable
empeño, incluso dándose dentelladas entre sí para conseguirlo, a materializar en acero, hormigón y
cristal, lo que desean construir sus clientes promotores con las formas más llamativas y brillantes
posibles, siempre y cuando sean compatibles con el beneficio esperado, ya sea éste de tipo material,
inmaterial o político.

Los intentos teóricos de establecer modelos urbanos donde los rascacielos tengan una razón de
estar y de ser han sido simplemente eso: meros intentos teóricos y puros teoremas especulativos que
solamente sirven a los retóricos del urbanismo y a la arquitectura teórica para rellenar algún que otro
capítulo en sus rimbombantes tratados, repletos de justificaciones y explicaciones a toro pasado.

Tomemos, por ejemplo, la figura arquitectónica de Le Corbusier, como el exponente más


representativo y brillante de la arquitectura teórica, injustamente vilipendiado por el polémico
periodista americano Tom Wolfe, al decir sobre el mismo en su libro Quién teme a la Bauhaus feroz:
“Enseñó a todo el mundo cómo ser un gran arquitecto, sin construir apenas nada”.

Sin embargo, y sin estar de acuerdo con lo expresado por Wolfe, no deja de ser cierto que las
elucubraciones teóricas de Le Corbusier de cómo debían de ser las ciudades y sus rascacielos, no
sólo han sido ignoradas olímpicamente por los políticos y promotores del urbanismo, sino también por
sus propios colegas, que pasaron de proyectar los modelos de rascacielos cruciformes y los restantes
edificios de gran altura por él propuestos, puesto que nosotros sepamos, jamás fueron construidos ni
en similares apariencias, salvo cuando se avino a proponer una planta simple y tradicionalista con su
modelo de rascacielos lenticular, fielmente materializado por el edificio Pirelli de L. Nervi y el edificio
Panam de Nueva York (Met Life en el presente), en el que intervino en 1963 el famoso maestro de la
rompedora Bauhaus, W. Gropius, colaborando en machacar con el mismo la visión y el horizonte de
Park Avenue porque así lo exigía el negocio de sus promotores.

Fig. 1.42. Los edificios Pirelli y Panam ejemplos representativos del rascacielos de planta lenticular. ¿Se
hubiesen diseñado igual si no hubiesen existido Le Corbusier y su modelo de rascacielos lenticular?: Que Le
Corbusier nos perdone, pero creemos que sí.
Le Corbusier realizó planos para construir todo lo divino y humano, como el propuesto para
levantar una “ciudad radiante” donde hileras de rascacielos idénticos se disponían en una cuadrícula
geométrica que, utópicos por su escala y propósito, jamás pasaron de ser una simple especulación
urbanística.

Fig. 1.43. La Ville Radieuse, una propuesta teórica de Le Corbusier (1985).

Con una forma expositiva más academicista y algo más oscura que la nuestra, si nosotros
acertamos a interpretarla correctamente (no siempre estamos seguros de hacerlo), los arquitectos I.
Ábalos y J. Herreros nos exponen la intencionalidad de Le Corbusier cuando, nada más empezar su
magnífico libro Técnica y Arquitectura (Nerea, 3ª edición, 2000), exponen:

“El centro de negocios de las principales ciudades americanas fue entendido por Le Corbusier
como un hecho que afectaba de forma radical al plano de la ciudad, producto y consecuencia
directa de los cambios impuestos por la industrialización sobre la sociedad y el territorio.
Rascacielos y centro de negocios se interpretan como acontecimientos aún no desarrollados en el
contexto europeo, pero fatalmente destinados a transformar el paisaje urbano de toda la sociedad
industrial. De ahí la urgencia, la necesidad de Le Corbusier por anticiparse al vértigo de los
movimientos del capital en su primeros proyectos urbanos. En ellos se expresará ante todo el
deseo de imponer un orden formal como expresión de su fe positivista en la historicidad, y el
carácter benéfico de tal proceso obliga a ensayar las potencias del rascacielos prescindiendo de
toda contingencia, de toda mediación pragmática en un método coincidente con la abstracción de
tantos proyectos académicos”.

Traducido a un lenguaje más coloquial y menos barroco, lo que Ábalos y Herreros creemos que
nos quieren transmitir es que Le Corbusier iba con la lengua fuera tratando de anticiparse y explicar lo
que el empresariado americano en ciudades como Chicago y Nueva York materializaba con
espléndidos edificios, sin que existiera una teoría arquitectónica academicista previamente definida
sobre los rascacielos y el urbanismo que tenía que soportarlos.
Sin esperar a Le Corbusier, los gestores americanos ya habían resuelto el problema con el sistema
urbano de grandes cuadrículas conformadas por amplias avenidas antes que lo hiciera el urbanismo
de Cerdá en Barcelona. Y este tipo de urbanismo, como bien manifestaba públicamente el arquitecto
Sáez de Oiza, es tan bueno, que es capaz de aguantarlo todo.

Fig. 1.44. Aspecto teórico de los rascacielos “cruciformes” de Le Corbusier, recogidos en su teórico Plan
Voisin, que tampoco llegó a ver la luz (1925).

Los arquitectos, y en menor medida pero a muy escasa distancia los ingenieros, siempre han
caminado detrás de los empresarios y políticos que señalaban el camino y el fin a conseguir, dejando
escasa autonomía a especulaciones de tipo alguno, salvo las meramente expresivas y formales que
pudieran vender de la mejor manera posible el producto ideado.

Pensar y creer lo contrario de lo expuesto, posiblemente sólo responda al lícito deseo de luchar
contra la depresión que semejante hecho suscita entre nosotros los técnicos, especialmente si no
formamos parte del reducido y selecto grupo de los “elegidos”, al que el poder establecido y los
medios de comunicación oficialistas permiten alguna que otra diablura, siempre que lo hagan con las
debidas cautelas y rindiendo las pleitesías correspondientes, ya que experiencias tan positivas como
la del museo Guggenheim de Frank O. Gehry en Bilbao, solamente resultan bien y brillantes una de
cada diez, siendo sumamente optimistas.

Cualquier construcción singular, y un edificio que se aproxime o supere las cincuenta plantas, por
su propia idiosincrasia y envergadura puede ser considerado también como una obra singular, exige
para su materialización constructiva la movilización de una cantidad de recursos impresionantes.

Estos recursos, que abarcan casi todas las áreas que puedan ser imaginables en la actividad y
humana de una ciudad, por su magnitud y coste, requieren ser planificados cuidadosamente por un
equipo multidisciplinar, una vez que los primeros estudios políticos y financieros deciden la
construcción de un edificio de esta naturaleza.

Un error serio en la construcción y planificación de un rascacielos, no sólo lo pagan los financieros


que lo promueven y los políticos que lo autorizan, sino toda la sociedad en su conjunto. La grandeza y
miseria de estas grandes operaciones urbanísticas constructivas es que tienen repercusiones de todo
tipo y en todos los campos: Ambientales, sociológicos, circulatorios, estéticos, económicos, etc, etc,
en la sociedad que tiene que soportarlas, mantenerlas y usarlas por unos periodos de tiempo muy
considerables, dado que salvo que el error cometido alcance un grado tal que exija su demolición,
como ha sucedido alguna que otra vez, su presencia puede torturar la trama urbana de una ciudad y
a sus habitantes por más de un siglo.

Recopilando el material que nos permitiera escribir esta sencilla introducción, topamos con un
artículo publicado en la R.O.P. por el ingeniero de caminos Domingo Mendizábal allá por los años
treinta del siglo pasado, que explica y confirma nuestra opinión básica de por qué y cuando se
construyen los rascacielos.

El ingeniero Domingo Mendizábal fue enviado a Nueva York nada más acabar de construirse el
Empire State, con el encargo por parte de un grupo financiero español de estudiar los edificios de
gran altura y de analizar su viabilidad económica trasplantados a una de las ciudades españolas, sin
que llegara a decir cuál en el artículo donde resume las conclusiones de su trabajo de la siguiente
forma:

“Veamos ahora si en Europa, y especialmente en España, existen todas las circunstancias, y


por ello estaría justificada la adopción de estos enormes edificios.

En primer lugar, en ninguna de las principales capitales europeas el terreno ha alcanzado


valores tan extraordinarios como los indicados en estas notas, principal motivo y motor de la
tendencia a la construcción de estos enormes edificios, en los que se busca, con elevación vertical
considerable, las posibilidades de obtener rendimiento al crecidísimo capital empleado, que de otro
modo se encontraría imposibilitado de alcanzar interés razonable; ya hemos visto que, en general,
se contentan con un 10 por 100 de interés, porcentaje no muy crecido dada la categoría de la
empresa.

En Londres es quizás donde esos valores alcanzan mayor importancia, pero existe todavía
gran diferencia si se comparan con Norteamérica.

La centralización de las actividades comerciales e industriales de cuantas personas se


ocupan de ellas y les interesan, ha de venir acompañada, como contrapartida, de la
descentralización de sus viviendas (puesto que en estos rascacielos no suelen establecerse), en
zonas de la población más bien alejadas del centro y en edificios si es posible, y ello en general
todavía es un ideal, utilizable por una sola familia.

¿Son éstas las condiciones existentes como precisas en las poblaciones europeas, y muy
especialmente en España, las que pudieran justificar la tendencia que examinamos?

Todavía no, y por ello la necesidad no se ha sentido, no digo como apremiante, ni siquiera
como aconsejable, y la realidad acompaña y confirma esta conclusión al ser tan pocos los edificios
que en Europa se han construido, no en realidad rascacielos, pero sí con alturas excepcionales,
dadas las que corrientemente se alcanzan.

Solamente pueden citarse dos importantes: en Madrid, el primero en altura y fecha, aquella de
88,90 metros, que aloja todas las oficinas de la Telefónica, y el segundo, en Amberes, con 85,50
metros de altura, como sede de «Algemeine Bank Vereiningen».

Mi opinión es terminante: No ha llegado todavía el momento de la erección de estos edificios, y en


este sentido, y fundamentándolo con todas estas notas, evacué la consulta que se me había hecho, a
la que aludo al principio de estas páginas, y ello en sentido negativo.

Doy a la publicidad todos estos datos y conclusiones, por si a alguien pudieran ser útiles al tener
que hacer algún estudio semejante, y del que tal vez pudiera deducir consecuencias contrapuestas”.

Tal vez debido a las razones expuestas, debieron pasar más de treinta años desde que el
ingeniero Mendizábal escribiera su artículo para que empezara a construirse en Madrid y en
Barcelona tímidamente algún que otro edificio que superase las veinte plantas, excepción hecha de la
singularidad que presentan en el panorama constructivo español la provincia de Alicante, donde la
construcción de estos edificios, esencialmente en su costa norte, constituye una realidad cotidiana.

1.6. El futuro de los edificios de gran altura

¿Quién lo sabe? Aceptando el hecho incuestionable de que la construcción de los edificios de gran
altura depende del mundo empresarial y que los movimientos de este mundo se encuentran
íntimamente ligados a los vaivenes de la economía, y teniendo presente que los ciclos de pujanza y
recesión de la economía no los entienden ni los pueden vaticinar ni los propios economistas, resulta
atrevido aventurarse a hacer de profeta y dibujar el futuro de los rascacielos en el mundo.

Si le hubiesen dicho a un norteamericano de Chicago hace escasamente 25 años que el orgullo de


su ciudad, la torre Sears (442 m), se iba a ver superada por las torres Petronas (452 m) en Kuala
Lumpur (Malasia) y, por si quedara alguna duda de esta realidad debido a las discusiones en el
establecimiento y medición de la altura de los edificios, que también se vería superada por la torre
que tiene un círculo en su parte superior, la Shanghai World Financial Center (459,9 m) en Shanghai
(China), y por el Tai Pei 101 de 509 m en Taiwán, y otros que vienen de camino, como la Torre Borj
que se construye en Dubai y que se especula tendrá 700 m de altura, probablemente nos hubiera
dicho que estábamos soñando y que eso no sucedería jamás y, sin embargo, ha sucedido.

Y si, además, le hubieran dicho al mismo ciudadano americano de Chicago que el liderato en la
construcción de los rascacielos en el mundo no lo iban a poseer los downtowns de sus ciudades más
cinéfilas y que el mismo se iba a desplazar a Hong Kong, Kuala Lumpur, Sanghai, Yakarta, etc,
hubiera añadido con seguridad que no sólo estábamos soñando sino que éramos unos
antiamericanos por decir algo que resultaba imposible que pudiera suceder y, sin embargo, ha
sucedido.

No obstante, a nuestro asombrado americano, una vez que se convenciera de que las cosas iban
a suceder como se las estábamos contando, siempre le hubiese quedado la satisfacción y el orgullo
(¿hasta cuándo?) de que pudiera respondernos: “De acuerdo, está sucediendo así, pero se están
diseñando y construyendo con tecnología americana, alguna que otra participación de los ingleses a
través de N. Foster y el equipo de ingeniería Ove Arup y la inevitable tecnología nipona, mitad
copiada y mitad de producción propia”.

La globalización de la economía y el desplazamiento de los procesos productivos fácilmente


transportables a países y regiones con mano de obra barata o etiquetados como “paraísos fiscales”,
han sido causa suficiente para propiciar rascacielos corporativos y crear una especie de espiral sin fin
con una imagen de riqueza y prosperidad que sirviera a su vez para atraer nuevos negocios y nuevos
rascacielos. Ciudades como las mencionadas anteriormente (Hong Kong, Sanghai, Kuala Lumpur,
etc.) son extraordinarios y claros ejemplos representativos del proceso mencionado.

La ciudad de lujo, fantasía y horterismo que se desarrolla en Dubai para cuando se acabe el
petróleo que la está haciendo posible, rompe todos los esquemas que una imaginación desbocada
del siglo pasado hubiese podido concebir.
Fig. 1.45. Dubai: Presente y Futuro (Oriente Medio).

Por otra parte, dentro del panorama actual de los edificios de gran altura, desaparecido ya el
monopolio que tenían los norteamericanos debido a la ya mencionada globalización de la economía y
la incorporación a la misma por la puerta grande del lejano oriente, cabe incluir en dicho panorama
con todos los honores al Japón y sus grandes edificios, y también resulta obligado contar con las
recientes y brillantes aportaciones que Europa ha hecho y está haciendo al mundo de los rascacielos
con proyectos interesantes, especialmente en las ciudades de Londres y Berlín, y a las que se ha
incorporado recientemente Madrid con sus torres en el norte de la Av. de la Castellana Norte de
Madrid.

Cuando comenzó a manejarse ampliamente el concepto de la globalización económica del mundo,


fechado aproximadamente en los comienzos de la década de los noventa –coincidiendo
prácticamente con el nacimiento y desarrollo de las comunicaciones telefónicas inalámbricas y de
Internet–, se creó una atmósfera algo paranoica que propició que muchos futurólogos enterraran
prematuramente a los rascacielos como contenedores de servicios unificados, creyendo que Internet
iba a convertirse en la solución de todos los problemas haciendo innecesario centralizar los servicios
en grandes edificios corporativos.

En línea con lo mencionado anteriormente, resulta sumamente interesante traer a colación algunas
de las ideas contenidas en algunos párrafos del artículo publicado en el diario El Mundo (12-05-96)
escrito por el arquitecto Carlos Fresneda, desde Nueva York, con el periodístico y llamativo título
“Requiem por el rascacielos”, que a la postre se ha demostrado bastante inexacto y equivocado:
“Durante años han reinado los rascacielos en los cielos de las ciudades americanas. Eran el
símbolo de la prepotencia de los EE.UU. y la confirmación del sueño más antiguo del hombre:
llegar más alto. Hoy son enormes moles desiertas, heridas de muerte por la informática que ha
llevado el trabajo a casa y ha descentralizado las empresas”.

“El país que inventó y mitificó los colosos de acero ha decidido volver a poner los pies en la
tierra. Hoy por hoy, sólo se están construyendo en Estados Unidos diez edificios por encima de los
veinte pisos”.

“Los rascacielos quedarán como iconos de una época que ya pasó”.

“Son y seguirán siendo impresionantes: pero cumplieron su función y ya no sirven”.

“Según Birch, los rascacielos pasarán a la historia como las catedrales góticas del siglo XX,
colosales monumentos a la desmesura, símbolos anacrónicos de la edad de oro del capitalismo”.

“Tuvieron su razón de ser cuando las comunicaciones eran frágiles. Hoy con las autopistas de
la información en marcha, ya no hacen falta. Las compañías se están descentralizando y la gente
trabajará desde sus casas. En cierto modo, el ordenador está matando al rascacielos: construir otro
Empire State a estas alturas es un atentado contra la lógica”.

“La construcción ascendente de rascacielos en Asia constituyen ramalazos del capitalismo


tardío, y que tarde o temprano sus boyantes “downtowns” acabarán mirándose en el espejo
patético de Detroit, la ciudad fantasma”.

“Las grandes compañías prefieren ahora construir sedes de apenas dos plantas y cuyos
empleados trabajen con el ordenador desde casa (teletrabajo)”.

Fig. 1.46. Imagen de algunas de las siluetas de los rascacielos más emblemáticos del mundo, publicada por
C. Fresneda en el diario El Mundo (1996), que se encuentra en el presente ampliamente superada al no haberse
cumplido sus presagios agoreros.

Las opiniones sobre los rascacielos expresadas por uno de los arquitectos que más rascacielos ha
proyectado, Philip Johnson, en la entrevista que Judith Dupré le hace en su popular libro sobre estos
edificios, sin lugar a dudas también merecen nuestra atención:
“Creo que lo más interesante es preguntarse por qué el hombre quiere construir hasta el cielo,
por qué se erigieron en su día las pirámides y más recientemente torres de gran altura. Cómo se
relaciona eso con el afán de dominio, de acercarse a Dios o con el orgullo personal. Todas las
civilizaciones muestran la misma inquietud: los aztecas con sus grandes escalinatas, las pagodas
chinas, los templos del sur de la India, las catedrales góticas como Ulm. Todos se alzaron para
conseguir una altura dominante. El impulso ha podido ser diferente, pero hay un sentimiento común
en la mayoría de las culturas.

En el mundo comercial, el rascacielos empezó a existir porque no había ninguna religión que
expresar. Sin embargo, fue el deseo de alcanzar el cielo - no el resultado de una necesidad
económica - lo que originó su existencia, aunque, por ejemplo, el señor Rockefeller (centro
Rockefeller) o los arquitectos de Chicago no estaban muy interesados en los «esqueletos de
acero», a pesar del interés general. Fue un intento de ascender al cielo y su mejor exponente tal
vez sea la torre Sears.

Existen diferentes opiniones sobre el origen de los rascacielos, pero, en realidad, sólo existe
una razón - presente en todas las culturas - y es el afán por «llegar allá arriba» ya sea por una
creencia religiosa o por orgullo. Nuestros rascacielos comerciales son el resultado del empuje y la
iniciativa del competitivo mundo de los negocios. Todo empezó en Norteamérica, porque era allí
donde había la tecnología y los conocimientos necesarios, y más concretamente en Chicago y en
Nueva York, aunque esta última ciudad, que es tan importante como Chicago en el desarrollo de
los rascacielos, se suele infravalorar. El edificio Home Insurance no llega arriba realmente ...
[Louis] Sullivan es más interesante, aunque en realidad fue decorador y no perteneció a la escuela
arquitectónica de Chicago.

La albañilería brindó el mayor monumento de mi país, el monumento a Washington, un


importante símbolo de Estados Unidos que se halla en solitario. Precisamente éste es su éxito: su
ubicación. Todo en la historia se relaciona con la ubicación, excepto en el mundo de los negocios,
en el que domina la competitividad. La agrupación de torres representa una época cultural que
busca la fama y el reconocimiento. «Poseo algo más grande que tú». Este deseo de altura parece
un deseo natural, como el sexo o la lucha. Piense en el mito de la torre de Babel. Se relaciona con
el poder y la dominación, unos conceptos que aparecen en el alma humana sin encontrar su vía de
expresión.

Desde Nueva York y Chicago, los rascacielos fueron avanzando hacia el oeste. Ahora el
círculo del Pacífico es el nuevo mundo: el simbolismo del rascacielos se ha desplazado a Asia. En
Estados Unidos ya no se hacen rascacielos, ya que no son nada rentables debido a su elevado
coste. En Manhattan, por ejemplo, se alude al precio del suelo para justificar la construcción de
rascacielos. Si esto es así, ¿por qué se construyen en China?

No, las torres se levantan por el afán de poder. Quizás las construyan para competir con
Occidente. Personalmente, no comprendo la mentalidad asiática, y creo que ningún
norteamericano pueda hacerlo. Sin embargo, es interesante que sus edificios altos se inspiren en
los de Estados Unidos en lugar de hacerlo en su arquitectura religiosa indígena y tradicional. Asia
es un cheque en blanco. No hay nada que la detenga, pero eso no parece una buena razón. No
están emulando nuestro modelo económico sino nuestro orgullo. También es interesante observar
cómo se están imitando las formas norteamericanas, aunque no sé qué va a decir la historia sobre
esto. Es prácticamente imposible prever qué va a ocurrir con los rascacielos.

Creo sinceramente que la época de los rascacielos se ha acabado. ¿Por qué digo esto yo que
los he construido? Pues porque no son necesarios desde el punto de vista económico; es sólo una
cuestión de orgullo. Los rascacielos siempre serán un capricho, caros y superfluos. Hoy en día
podemos «celebrar» la cultura con las ilustraciones de rascacielos. Nuestra manera de entender la
vida se expresa mejor a través de ellos, y cuando digo rascacielos, quiero decir la cultura
norteamericana durante la gran época de estos edificios. En Estados Unidos se ha dejado de
construir edificios altos sin una razón aparente” (Philip Johnson, 1995).
Resulta evidente que los dos autores mencionados se han equivocado en sus apreciaciones sobre
el futuro de los rascacielos, al menos analizando el período que va desde que dichas manifestaciones
fueron hechas hasta el presente, puesto que ha resultado ser uno de los períodos más fecundos,
donde más y más altos rascacielos han sido construidos y han sido proyectados para ser construidos
en el futuro.

En un período de cierta atonía económica como fue el período comprendido entre 1990 y 1996, el
que esta tipología de edificios hiciera crisis entra dentro de lo esperable si aceptamos la tesis ya
expuesta de que su construcción se encuentra íntimamente ligada a la economía de los países. Basta
que se despierte la situación económica de cualquier país para que inmediatamente surjan
promotores que deseen construir grandes edificios y se revaloricen otros que se encuentran en
decadencia.

Por otra parte, posibilita que los nuevos rascacielos hayan abandonado su carácter funcional
exclusivo de oficinas y se diseñen ampliando su espectro de uso (hoteles, residencias, centros
comerciales, etc.), para que se haya producido un incremento en la demanda de los mismos en todo
el mundo, sin que ello suponga que se haya abandonado del todo el carácter corporativo de un cierto
número de los que se han proyectado y construido, estando ahí para demostrarlo el Commerzbank en
Frankfurt de Norman Foster o la Torre Agbar de Jean Nouvel en Barcelona.

Fig. 1.47. Edificio Commerzbank en Frankfurt (N. Foster) y Torre Agbar en Barcelona (J. Nouvel).

Y otra razón fundamental de por qué se han seguido construyendo edificios de gran altura,
contradiciéndose los augurios pesimistas sobre los mismos, tiene que ver con las expectativas
puestas en Internet como solución a todos los problemas, creyéndose además que la misma iba a
revolucionar los sistemas tradicionales del trabajo en las empresas, y que a la postre, dichas
expectativas se han demostrado evidentemente sobredimensionadas y de alguna manera falsas; y
las Bolsas de todo el mundo así lo hicieron patente, penalizando con sonoros batacazos la cotización
de muchos de los valores bursátiles tecnológicos sustentados en la red y las imágenes proyectadas
por la misma, mucho más virtuales que reales.

Las empresas siguen necesitando espacios donde concentrar y coordinar servicios y trabajo y no
acaban de fiarse de la disponibilidad y los rendimientos que su personal pueda tener fuera de su
control físico tradicional vía Internet; y por otra parte, las personas que trabajan necesitan espacios
donde alojarse y también de sitios donde disfrutar de los tiempos de ocio cada vez mayores que se
generan en los sistemas avanzados de producción, todo lo cual puede ser recogido funcionalmente
en los diseños de los modernos rascacielos respondiéndose con ellos a dichas demandas.

El todo uso (mixed-use), como una ya no tan nueva premisa de proyecto, está siendo la salvación y
una nueva razón de ser de muchos de estos grandes edificios, justificando su proyecto y
construcción.

En definitiva se trata de organizar y planificar en altura y en un solo edificio, lo que la ciudad puede
ofrecer (servicios, oficinas, comercios, viviendas, parkings, etc) en un conjunto de edificios dispersos
en su trama urbana, tratando de simplificar la movilidad y el transporte de los ciudadanos
relacionados con todo aquello que puede ofrecernos el edificio de gran altura construido.

Más acertado en sus previsiones sobre los rascacielos, y más optimista sobre el futuro de ésta
tipología de edificios, se muestra el profesor M. Salvadorí en su espléndido libro ¿Por qué las
estructuras se mantiene en pie?, publicado en 1980, cuando nos dice que la ciencia y la técnica
avanzan de forma imparable y que ambas son capaces de responder a todas las demandas sociales
que los hombres plantean, impulsados por nuevas necesidades y por el anhelo de constantes
cambios.

“Desde 1850 la población de la tierra ha sufrido un aumento considerable de su demografía y,


simultáneamente, la masiva industrialización de todos los sistemas productivos agrícolas ha
despoblado las zonas rurales, propiciando la creación de grandes aglomeraciones que obligaban a
conformar las ciudades modernas de manera mucho más imaginativa y avanzada. Los viejos
clichés de los urbanismos al uso, prácticamente se encuentran en una profunda crisis, si
escuchamos el constante lamento de los urbanistas más dinámicos. Son ya muchas las ciudades
del mundo en las que su población supera los cinco millones de personas y una veintena de ellas
alcanzan la escalofriante cifra de los veinte millones.

Las grandes poblaciones que el éxodo rural ha originado poseen un apetito voraz –nunca
suficientemente satisfecho– de suelo edificable para todo tipo de uso, lo cual ha disparado los
precios del mismo hasta unos niveles tan altos que hacen justificable la construcción de
rascacielos.”

Con la argumentación anterior el profesor M. Salvadorí no aporta nada original, pero une su voz a
los que de alguna manera piensan que los rascacielos están respondiendo técnica y económicamente
a una demanda social propiciada por la coyuntura de los tiempos en las grandes metrópolis, sobre
todo cuando en el presente prácticamente todos los problemas técnicos relacionados con las
construcciones de gran altura se encuentran resueltos; aunque nosotros nos atreveríamos a matizar
la afirmación anterior del profesor M. Salvadorí añadiendo que siempre y cuando las alturas no se
alejen excesivamente del rango de los 500 metros, al menos en los tiempos presentes.

Superar el perfil de los 500 metros supone penetrar en una galaxia inexplorada, donde los costes
constructivos y funcionales pueden alcanzar rangos desconocidos y absurdos.

Los perfiles de acero empleados en los elementos estructurales han pasado de tener un límite
elástico de 250 MPa a tenerlo de 350 MPa y la resistencia de los hormigones, gracias a la cada vez
más sofisticada química de los aditivos, especialmente con el uso masivo de los fluidificantes, cenizas
volantes y el humo de sílice, pueden alcanzar valores oscilando entorno a los 80 r 20 MPa sin
prácticamente problemas dignos de consideración.

En España, sin ir más lejos y pese a que la altura de los edificios parece encontrarse acotada en
las 50 plantas, podemos dar fe de la materialización práctica de las palabras de M. Salvadorí, ya que
se han construido una docena de Torres de viviendas con hormigones que alcanzan y superan la
resistencia de los 60 MPa en las provincias de Alicante, Murcia y Valencia.

Independientemente de los materiales, M. Salvadorí apuesta decididamente por los sistemas


mecánicos que dinámicamente colaboren con los sistemas estructurales para resistir las oscilaciones
de viento y sismo, posibilitando afinar los costes estructurales de los grandes edificios en altura. Nos
estamos refiriendo a los sistemas de feed-back de reacción mecánica opuesta a los movimientos,
también llamados TMD (Tuned Mass Damper Sistem); es decir, sistemas que amortiguan las
oscilaciones, de los cuales tendremos ocasión de hablar más adelante.

Resumiendo, lo que M.Salvadorí nos viene a decir en su libro es que no existe técnicamente nada,
sino todo lo contrario, que haga peligrar el futuro de los rascacielos por causas técnicas, al contar el
hombre con recursos de diseño, cálculo, materiales y elementos dinámicos cada vez mejores y más
sofisticados.

Sin embargo, y no obstante lo anterior, algunos técnicos y promotores, tras lo ocurrido con el
colapso terrorista de las Torres Gemelas, pueden opinar de forma contraria a M. Salvadorí,
considerando que los rascacielos son demasiado vulnerables para que el hombre siga empeñado en
construirlos (Véase la opinión de J. Carlos Canalda recogida en el punto 1.2). Nosotros discrepamos
radicalmente de toda opinión que pueda extraerse contra cualquier obra humana, fruto de romper las
reglas de juego más elementales de la convivencia social que nos hemos dado, y vulnerar los
derechos humanos con actos vandálicos basados en la destrucción y en la muerte. En nuestras
carreteras muere cada año 6.000 personas y salvo las breves reseñas de los telediarios, nadie
pestañea por ello: ¿Cinismo? ¿Hipocresía? ¿Distintas formas de apreciar los muertos?.

A título meramente de ejemplo, afirmamos con rotundidad, que ninguna conclusión válida puede
extraerse con relación a la resistencia al fuego de los edificios de altura tras el colapso bajo el mismo
de las Torres Gemelas, puesto que los edificios jamás pueden diseñarse teniendo presente que algún
terrorista vaya a colocar en cualquiera de sus plantas más de 500 kN de combustible para después
prenderles fuego o haga impactar unos aviones sobre los mismos.

En sentido contrario, basta que un edificio se encuentra razonablemente bien hecho, para que
pueda soportar los incendios, digamos “naturales”, con notable dignidad; y el incendio de la Torre
Winsor de Madrid lo demuestra claramente, habiendo resistido el edificio un incendio global sin
colapsar, tras soportarlo durante un periodo de tiempo que supera todos los ratios de las Normas de
Fuego vigentes, aunque después haya tenido que ser demolido.

No tener presente lo anterior, supondría aceptar el hecho de que las ciudades tendrían que ser
diseñadas y construidas pensando que pueden ser bombardeadas. Estaríamos locos si
condicionáramos la construcción y el urbanismo vital de una ciudad con parámetros de tipo bélico, en
vez de parámetros basados en una calidad de vida creciente.
Fig. 1.48. Inicio del colapso de las Torres Gemelas bajo la acción del fuego (11 de septiembre de 2001).

Sin dudas de tipo alguno, otras deberán ser las razones en las que deberemos basarnos si
queremos prescindir de los edificios de gran altura, puesto que si no, estaríamos subordinando
nuestra forma de vida, nuestras creaciones y nuestros pensamientos al terror, a los fascismos y a un
conjunto de fanáticos religiosos, dejando que sean ellos los que decidan y no nosotros, renunciando a
poder proclamar democráticamente lo que está bien y lo que está mal, lo que tenemos que construir y
lo que debemos ignorar para mejorar el contexto donde vivimos.

La postura final de M. Salvadorí con relación a los rascacielos creemos que es la adecuada cuando
la expresa acabando el capítulo de su libro dedicado a los rascacielos de la forma siguiente:

“Hay rascacielos que han emergido gracias a la presión demográfica de algunas de nuestras
más densamente pobladas áreas metropolitanas: ¿Son fruto de la deshumanización o de la
tecnología? ¿Son los rascacielos ejemplos de una economía emergente o de nuestras
aspiraciones espirituales que pretenden superar los obstáculos de la naturaleza? ¿Son una
expresión de una cultura puramente materialista o la realización de los sueños del hombre? ¿Son
éstas acondicionadas colmenas aéreas el ambiente ideal del hombre moderno, o representan lo
peor de nuestra individualidad y la negación de la naturaleza?

Ya sea que nosotros crezcamos en un rascacielos o no, dejadme recordaros que las
aspiraciones del hombre a lo largo de la historia, han tomado diferentes formas y que muy
posiblemente, los rascacielos desaparezcan cuando llegue la hora de su defunción. Lo efímero de
nuestras construcciones es la mejor esperanza para el futuro, ya sea en el espacio o bajo tierra”

Dejemos pues que sean las aspiraciones del hombre las que acaben con los rascacielos como dice
M. Salvadorí, pero no lo terrorista y, hoy por hoy, las aspiraciones de los hombres, social, técnica y
económicamente, no parece que tengan intención de acabar con los edificios de gran altura a tenor
de lo que la prensa cotidiana nos trasmite, incluso sin salir de España, nación escasamente proclive a
la construcción de rascacielos.
Fig. 1.49. Incendio y demolición posterior del edificio Winsor de Madrid, que se mantuvo en pie su estructura
tras largas horas de exposición al fuego.

1.7. El futuro de los rascacielos en España

España no es un país donde existan grandes rascacielos, ni existe en nuestros arquitectos una
cultura relacionada con esta tipología constructiva puesto que, en general, el urbanismo de nuestras
ciudades, salvo excepciones muy puntuales, apenas permite alcanzar las quince plantas. Por tanto no
es de extrañar que nuestros arquitectos, cada vez que se enfrentan a un edificio de cierta altura,
diseñen una distribución más o menos convencional y la apilen verticalmente sin plantearse siquiera
las singularidades que presentan o podrían presentar estos edificios.

Las manzanas básicas de nuestros pueblos y ciudades se encuentran construidas bajo un techo
que apenas supera los 30 metros de altura, teniendo las mismas un número de pisos generalizado
comprendido entre cinco y diez plantas.

Por lo anterior, y con un volumen construido de edificios de gran altura irrelevante dentro del
parque edificado, no parece que en nuestro país el futuro de los rascacielos sea un tema que
preocupe, salvo en aquellas ciudades con planteamientos singulares donde se esté negociando y
planificando la construcción de algunos edificios de esta naturaleza, dentro de operaciones
inmobiliarias puntuales que trascienden a las normas urbanísticas planificadas y por ello se exige de
los poderes públicos decisiones de tipo político que las alteren.
Fig. 1.50. El atentado de las Torres Gemelas y otros avisos de atentados, no parece que tenga una excesiva
repercusión sobre los compradores de viviendas, al menos en la Comunidad Valenciana.

Considerando pues el contexto anteriormente mencionado, tampoco creemos que la acción


terrorista que produjo el derrumbe de las Torres Gemelas, y de otras acciones de idéntica índole que
puedan llevarse a efecto bajo la euforia macabra del impensado éxito que obtuvo el fundamentalista
Osama Bin Laden en Nueva York, pueda influir mínimamente en la promoción de los escasos
edificios de gran altura que hipotéticamente puedan ser proyectados y construidos de forma aislada
en España, dejando siempre de lado su zona levantina, como una isla singular que destaca por tener
un comportamiento constructivo absoluta y claramente diferenciado del resto del país con relación a
los edificios de gran altura, y singularizándose en dicha zona la ciudad de Benidorm (Alicante),
conocida también con el sobrenombre del “Manhattan español”, y cuya filosofía urbana suscita
opiniones despreciativas (Ricardo Aroca) y moderadas alabanzas (Oscar Tusquets, Bohigas).
Sucede dentro de nuestras ciudades, que el deseo de tener periódicamente algún que otro edificio
relevante en su patrimonio construido, siempre propicia, como alternativa a tener presente, el diseño
y construcción de edificios de cierta altura; y el hecho mencionado, repetido de forma aislada y
distanciado en el tiempo, ha existido y seguirá existiendo siempre en nuestro país, especialmente en
sus ciudades más cosmopolitas: Barcelona y Madrid.

Fig. 1.51. Plaza de Colón de Barcelona vista desde el mar, con la silueta de uno de los grandes edificios de la
ciudad.

Al comienzo del nuevo siglo XXI se desarrolló en Barcelona una campaña inmobiliaria, instigada
institucionalmente, para dotar a la ciudad de un conjunto de modestos rascacielos firmados por
arquitectos de cierta relevancia, entre los que destacó el propuesto por el arquitecto francés Jean
Nouvel en la Plaza de las Glorias, como “un geiser de 142 metros de altura entre el magna
construido”, según dice el propio autor de su edificio. Dicha operación fue encubierta tras una fachada
denominada Forum 2000, una especie de olimpiada lúdico-cultural, muy deficitaria en todos sus
aspectos según los críticos.

Fig. 1.52. Edificio de Jean Nouvel en la Plaza de las Glorias (Barcelona, 2003). Arquitectura Viva-76, 2001.

De igual forma y con objeto de confirmar lo expuesto anteriormente, pero esta vez refiriéndonos a
la capital de España también, como ya se ha dicho, se ha materializado una gran promoción
inmobiliaria en los terrenos del Real Madrid, haciendo posible la construcción de altura de cuatro
edificios dentro del eje norte de la avenida de la Castellana en Madrid, y que fue recogida inicialmente
en la prensa como se indica en la Fig.1.53. Dicha operación, entre otras cosas, permitió salvar la
crónica y crítica situación financiera que arrastraba el Real Madrid, contando para ello con el
beneplácito político de la Comunidad madrileña.

Fig. 1.53. Proyecto inmobiliario sobre la Ciudad Deportiva del Real Madrid (Madrid, 2001), tal y como fue
presentada a la prensa.

Los cuatro edificios singulares reales construidos de la Av. de la Castellana en Madrid, han pasado
a ser de momento por derecho propio, los más altos de España superando con su altura los 220 m,
siempre y cuando S.Calatrava no consiga construir los tres rascacielos que tiene esbozados para
Valencia como remate final de su Ciudad de las Ciencias y las Artes: Todo se andará.

Fig.1.54. Datos y siluetas reales de las Cuatro Torres mayores de España construidas en la Av. de la
Castellana de Madrid.
Fig. 1.55. Torre Espacio, proyectada por Pei Cobb Freed & Partners (Madrid, 220 metros), tal y como se
diseñó inicialmente y que fue la solución elegida para su construcción, frente a las propuestas de Murphy/Jahn y
Richard Rogers que se adjuntan tras la misma.

Los ejemplos aportados tienen el valor de reflejar con suficiente nitidez la forma de cómo nacen y
se construyen los edificios de una cierta importancia en nuestro país, especialmente aquellos que
sobrepasan los niveles de altura considerados como ordinarios, que como ya se ha dicho, suelen
oscilar en torno a las diez plantas.

x Sin llegar a las alturas de los edificios que singularmente poseen Madrid y Barcelona, la
mayoría de las ciudades españolas también poseen algún que otro edificio que oscila en torno a las
veinte plantas, rompiendo la monotonía de la horizontalidad de sus manzanas con resultados
formales y estéticos muy diversos (Véase la Fig. 1.25 relativa a Alicante como ejemplo).

Si volvemos nuestra mirada hacia las zonas españolas donde se desarrolla un turismo de tipo
masivo, resulta obligado poner de manifiesto algunos aspectos de política urbanística, que tal vez
propicie en el futuro una mayor intensidad en la construcción de edificios que superen las veinte
plantas en estas zonas, albergando viviendas y apartamentos de superficie comprendida entre los 50
y 100 m², y torres destinadas a servir como contenedores de grandes hoteles asociados a cadenas
internacionales de la industria turística.

Hasta hace relativamente poco, aquel que defendía en España un urbanismo que permitiera una
construcción densificada en altura, pasaba sin remedio a ser víctima propicia de la inquisición
intelectualoide: se le apartaba del ansiado círculo de los selectos progresistas, era tachado de vulgar
capitalista inmobiliario, y quedaban sus huesos expuestos al fuego sagrado de la cultura que
propician los sumos sacerdotes de las teorías de salón, del collage y del autocad de colorines.

La ciudad de Benidorm, ejemplo sobresaliente donde los haya de un modelo urbano donde se
premia a los edificios de gran altura, ha sido considerada y todavía aún lo sigue siendo en
determinados círculos, como el mismísimo infierno, como el reducto de todos los males, la ciudad
líder de la anti-arquitectura y del anti-urbanismo; sus calles, plazas y hoteles, han sido vistos como un
aparcadero de la tercera edad y como un conjunto de playas y espacios destinados a las masas, esas
chusmas incultas de la Europa de escasos recursos, que desea pasar unas cortas pero intensas
vacaciones a un módico precio.
Fig. 1.56. Panorama de edificios de cierta altura construidos en España hasta el 2001, según el diario
Información de Alicante

Frente a lo que ofrece el modelo urbanístico de Benidorm, no parece que resuelva el problema el
urbanismo contrario; ese otro urbanismo que propicia las construcciones individualizadas y la grandes
superficies ocupadas por viviendas y apartamentos adosados, arrasando con todo ello las mejores
zonas de nuestro litoral, zonas dignas de ser conservadas como reserva de espacios ecológicos y de
uso generalizadamente público.

Este último urbanismo de tipo extensivo y plano, es incapaz de dar oferta alguna de tipo social y
cultural digna de consideración. Al estar sus destinatarios desperdigados en hectáreas y hectáreas
mal comunicadas entre sí, escasamente dotadas de una infraestructura de servicios que merezca la
pena, por los sobrecostos que suponen para los municipios de un nivel presupuestario reducido que
soporta este modelo urbanístico, desbordando claramente sus posibilidades financieras y sin que los
mismos sepan con certeza hasta cuando podrán soportarlo, sólo puede ofrecer el mayor y más
completo aburrimiento.
Fig. 1.57. Urbanismo plano (Alicante y EE.UU)¿Es sostenible este tipo de urbanismo?

Todo lo mencionado ha hecho reflexionar a los teóricos del urbanismo cada vez más; y ya algunos
de nuestros críticos urbanistas más progresistas, comienzan a considerar tímidamente, que tal vez el
urbanismo tipo Benidorm, adecuadamente planificado y gestionado no sea tan malo, tan hortera y tan
perverso, como en un principio parecía que era y, una vez más, se demuestra y se pone en
evidencia, que los sabios teóricos de la arquitectura y del urbanismo intervienen la mayoría de las
veces, con alguna que otra excepción, llegando tarde a los problemas, llegando cuando casi siempre
los mismos se encuentran fuera de su alcance y resulta imposible el que puedan ser planificados y
resueltos satisfactoriamente.

Cuando sucede todo lo anterior, y casi siempre sucede, es cuando nuestros teóricos urbanistas
patalean y oprimen sus neuronas aportando soluciones imposibles, parches parciales que sólo
ofrecen espejismos de eficacia frente a la realidad, materializándose de esta manera el gran fracaso
generalizado que existe en la gestión y planificación del suelo en nuestros pueblos, costas y
ciudades.

La gestión urbanística tendría que ser y debería haber sido, la base de una calidad de vida mejor
que la que tenemos, especialmente para todos aquellos ciudadanos que pretenden convivir en
armonía, y desean aportar su trabajo y sus impuestos para que ello sea posible.
No resulta extraño que la prensa cotidiana comience a reflejar y recoger un cambio de tendencia,
una nueva filosofía urbana, promovida también a veces por ciertos departamentos administrativos
públicos, con el objeto de preservar el escaso suelo disponible que va quedando en nuestras
ciudades y nuestras costas, concentrando el volumen edificado y los servicios en edificios de una
cierta altura, con el objeto de liberar con esta tipología de construcciones el mayor espacio posible.

Fig. 1.58. Recorte de prensa que diagnosticaba la situación urbanística en la Comunidad Valenciana en julio
de 2001.

No obstante, concentrar la construcción en espacios reducidos y con una tipología única de


edificios de gran altura, tampoco puede ni debe considerarse como una panacea en sí misma, hasta
el punto de que las Administraciones Públicas la presenten como la única alternativa posible frente al
apetito voraz y fuertemente especulativo de la industria promotora de la construcción que, lenta, pero
inexorablemente, absorbe los mejores espacios como una trituradora.

Fig. 1.59. Una propuesta de solución urbanística del siglo XXI en la Comunidad Valenciana, propiciada por la
Administración Pública.

El precio que se paga viviendo en una estructura urbana de edificios de gran altura, debe ser
cuidadosamente sopesada frente a las ventajas derivadas de la liberación del suelo que dicha política
conlleva, tratando de armonizar ambos aspectos cuidadosamente.
La liberación de suelo, la preservación de espacios naturales libres de construcciones, no cabe la
menor duda que es una bandera progresista sumamente atractiva y muy fácil de vender para
cualquier tendencia política, sea esta del signo que sea; pero no debemos olvidar que, dicha
liberización, casi siempre se hace a costa de las espaldas de los habitantes del lugar y en beneficio
de los visitantes (turistas), que se acercan cuando les viene bien y lo desean a disfrutar de dichos
espacios con un coste nulo o sumamente reducido para ellos.

Podemos acabar, resumiendo, que el urbanista debe tener presente la construcción en altura como
un instrumento más en la planificación del territorio, y no puede descartarla a priori sin analizar
cuidadosamente las indudables ventajas que pueden derivarse de la misma bajo todos los puntos de
vista: económicos, de los servicios que pueden ser de mayor calidad al poderse concentrar, de
liberalizar con la altura mayor cantidad de suelo, de poder diseñar transportes más cómodos y
concentrados, de tener infraestructuras menos sobredimensionadas y, finalmente, costes generales
de mantenimientos mucho menores que los que exige el urbanismo de tipo extensivo difícilmente
sostenible.

Si el urbanista del siglo XXI se despojase de su raída chaqueta, impregnada de viejos prejuicios
que, sin quererlo o queriéndolo, rezuman un progresismo urbanístico trasnochado, posiblemente
podamos ver un incremento mayor en la construcción de los edificios de gran altura en todo el
territorio nacional, sin que necesariamente tenga que concentrarse en ciudades como la de Benidorm.

x Creemos que resulta de sumo interés la visión que sobre los rascacielos expresa con gran
lucidez el arquitecto catalán Oriol Bohigas, uno de los padres de la nueva Barcelona, en su libro
“Contra la incontinencia urbana (Reconsideración moral de la arquitectura y la ciudad)”
publicado por la editorial Electa-2004.

“…Por lo tanto, a la hora de elaborar un proyecto urbano, los tipos son más importantes que
los propios contenidos, dado que trabajamos con un modelo de ciudad en el cual la imposición y
zonificación funcional es secundaria y está sometida a los conflictos y la promiscuidad. Muchos de
los tipos formales (de edificios) que circulan con vida propia en la arquitectura contemporánea,
provienen de una tradición bastante consolidada y solo han sufrido las variaciones de las nuevas
técnicas o de la lenta evolución de sus funciones especializadas. Sin embargo, hay un tipo que no
tiene referencias anteriores y que, además, se ha impuesto como un signo sobresaliente de la
ciudad moderna. Me refiero a los rascacielos o –si se quiere decir con los sucedáneos habituales-
las torres altas, la morfología generalizada de la high-rise, en contraposición –o en combinación-
con la slow-rise.

No nos engañemos: el rascacielos no es la consecuencia ni de una falta de territorio ni de las


necesidades de unas nuevas funciones. El rascacielos es la consecuencia de unos nuevos
preceptos estéticos –tan contaminados como se quiera por los valores comerciales de la imagen-
en la definición del skyline de las ciudades modernas, unos preceptos que se han podido
desarrollar cuando los avances de la técnica de la construcción lo han permitido. Que no son
solamente una consecuencia directa de la necesidad de elevar las densidades resulta evidente al
analizar muchos de los nuevos barrios que se construyen en todo el mundo. Si dejamos aparte los
casos manifiestos de descontrol, de recalificaciones compradas a precios políticos –con las
derivaciones corruptas de toda clase-, y, sobre todo, no incluimos las grandes aglomeraciones que
provienen de la transformación capitalista del Tercer Mundo, hay que aceptar que el viejo prejuicio
de que los rascacielos equivales a una operación especulativa o a un aprovechamiento territorial
excesivo, que quizás había explicado algunas implantaciones iniciales, ha quedado fuera de uso en
las ciudades que mantienen un mínimo control. Ello se debe a distintas razones, pero sobre todo a
dos. La primera es que, en muchos casos, hay unas limitaciones previas de densidad que deben
aplicarse a cualquier tipología y en las cuales, por lo tanto, no se admite una sobreocupación
territorial. La segunda es que el sobrecoste de la construcción de un rascacielos –y la reducción de
espacios útiles a causa de las necesidades circulatorias, las ordenanzas de seguridad, la
autonomía estructural, etc- casi siempre es equivalente o superior a los beneficios obtenidos del
mayor aprovechamiento del suelo. Pese a ello, los promotores y sus arquitectos –y no sólo los
acomodaticios o los corruptos- se empeñan en proponer la construcción de rascacielos como un
signo de modernidad y, por ello, como elemento más fácilmente comercializable.

Tal vez sea cierto que, durante una breve etapa, las nuevas funciones indujeron a una nueva
forma: la serie de oficinas compactadas en un solo edificio. Sin embargo, hoy el rascacielos es ya
un contenedor afuncional en el que, cada vez más, se incluyen distintos usos muy superpuestos: la
serie de oficinas compactadas en un solo edifico. Sin embargo, hoy el rascacielos es ya un
contenedor afuncional en el que, cada vez más, se incluyen distintos usos muy superpuestos:
oficinas, hoteles, apartamentos, centros lúdicos y comerciales. El rascacielos es una macrociudad
que parece recoger de manera realista las utopías –y algunas experiencias atrevidas- de los
maestros del movimiento moderno, de los constructivistas a Le Corbusier, de los héroes de
Chicago a los pragmáticos de Nueva York. Podemos, además, referirnos a un episodio significativo
en cuanto a la indiferencia funcional. El modelo de rascacielos de oficinas en forma de prisma de
cristal que ha marcado buena parte del siglo XX nació con otra función en obras tan sobresalientes
como los apartamentos de Lake Shore Drive de Chicago de Mies van der Rohe, que estaban
destinados a residencia. Entre aquellas torres y el rascacielos Seagram de Nueva York del mismo
autor proyectado como un contenedor de oficinas, la forma, la estructura y la piel prácticamente no
varían, y, en cambio, se aclimata a ellas otra función, demostrando que el tipo es claramente
afuncional.

En algunas ciudades europeas –aunque ya bien pocas, y entre ellas Barcelona- se crea de
vez en cuando un ambiente contrario a la aceptación de los rascacielos, con unos argumentos en
que se mezclan la acusación de aprovechamiento especulativo del suelo y la nostalgia de una
hipotética y mal definida ciudad mediterránea horizontal. El primer aspecto se puede refutar
analizando y cuantificando cada caso. El segundo encubre el auténtico argumento subterráneo: un
espíritu conservador que teme cualquier novedad, el mismo que se opone a la rehabilitación radical
del casco antiguo o a la reutilización y la restitución de los monumentos históricos todavía útiles. Lo
cierto es que no hay ninguna teoría solvente que pueda generalizar una oposición a la construcción
de rascacielos. Sólo son válidas las consideraciones particulares sobre la ubicación, la relación con
al red urbana y las posibles congestiones concretas, y, sobre todo, la calidad arquitectónica en
relación con el entorno inmediato y con la imposición de un nuevo skykline. Es un nuevo tipo
arquitectónico que, como tal, resulta culturalmente indiscutible.

Añado una anécdota personal que explica las complejas bases de la oposición a los edificios
altos. En los primeros proyectos para la Vila Olímpica de Barcelona, habíamos previsto seis torres
a lo largo de la línea de costa, unos rascacielos modestos y ciertamente tímidos que resolvían bien
la llegada a las playas de la estructura quizá demasiado isomórfica del Eixample. El Ministerio de
Madrid organizó una exposición en que se mostraba el curso de los proyectos para los Juegos
Olímpicos y a la cual fue a parar una maqueta de la Vila con las sis torres. La víspera de la
inauguración, pasó por allí un director general muy progresista que, sin encomendarse a Dios ni al
diablo, arrancó con sus propias manos las seis torres, horrorizado por el mal ejemplo que daban en
un momento en que se proponía limpiar las costas de las construcciones abusivas que las echaban
a perder. Un orden urbano de torres plenamente justificado le parecía tan negativo como los
abusos incontrolados y la basura acumulada. Hechos como ese se repiten todavía en Barcelona:
algún político preocupado no por el urbanismo sino pro la opinión pública que tiene que votarlo
decapita rascacielos en los proyectos urbanos que los técnicos van presentando y consigue
desequilibrar todo un sistema que se suponía bien proyectado. No hay nada peor que convertir un
rascacielos en un rasca-mediocridades, como si fuera un enano rechoncho, porque el propio tipo
lleva como garantía de sí mismo la altura predominante, que es la que le proporciona incluso las
facilidades compositivas: cuanto más alto y delgado, mejor. Por eso es muy importante no
confundir una torre con un bloque laminar de gran altura, tipología que elimina todas las ventajas
formales y funcionales de la torre, ya que interrumpe las vistas y las líneas de soleamiento,
fracciona la continuidad del espacio urbano y, sobre todo, hace más difícil conseguir
composiciones que eviten la repetición inexpresiva de la sucesión horizontal de las funciones.
Un problema que puede derivarse de una mala planificación de rascacielos es la desertización
urbana y, por tanto, la pérdida de continuidad y de aquella compacidad que considero
indispensables en una ciudad. Efectivamente, la edificación en altura ha de comportar la liberación
de una buena parte del suelo si queremos que se mantengan las cuotas de densidad establecidas
en el proyecto global del área. Ese problema solo tiene dos soluciones: la primera es aceptar un
aumento de densidad en puntos concretos, de acuerdo con un proyecto urbano que compense los
excesos concentrando zonas no edificadas –pero definidas y urbanizadas- en un sector próximo; la
segunda es organizar la volumetría de manera que entre las torres se mantengan una continuidad
a menor altura, con unas actividades que definan la forma y la vida del espacio público.

El caso más conocido de la primera solución –y seguramente el más logrado, pese a sus
problemas evidentes- es una buena parte de Manhattan. El Central Park viene a compensar
aproximadamente las elevadísimas densidades edificatorias de las calles y las avenidas, las
cuales, gracias a la yuxtaposición de los rascacielos, siguen leyéndose –por lo menos en los
sectores más afortunados- según la tradición de la continuidad y la compacidad. Así, la parte
central de Manhattan no presenta ninguna tendencia a la desertización, sino todo lo contrario: el
viandante la lee como una continuidad alineada, casi como una calle-corredor tradicional. Se trata,
no obstante, de un caso muy especial y seguramente extremo, difícil de proclamar como modelo;
algunas operaciones europeas más contenidas y proyectualmente controladas serían quizá
modelos más reales. De la segunda solución hay ejemplos abundantes en los barrios centrales
modernizados de casi todas las ciudades centroeuropeas e incluso en los escasos barrios
residenciales que han tratado de huir de la suburbialización.

Sin embargo –desengañémonos y aprovechemos la ocasión para denunciarlo-, si nos


referimos a todo el panorama internacional, la fórmula más frecuente no es la juiciosa limitación
formal y funcional, sino la brutal desprogramación urbana: ciudades en pleno libertinaje, que
admiten la improvisación de la iniciativa privada y aceptan un aumento escándalos de densidad
edificatoria sin ninguna compensación, es decir, utilizando –esta vez sí- los rascacielos como
instrumento de especulación territorial. Las grandes ciudades asiáticas son un ejemplo
paradigmático de ello, y muestran también de modo bien manifiesto los graves problemas
secundarios de esa densificación. Resulta así que una nueva tipología arquitectónica que tiene
muchos valores puede convertirse, sin un control eficiente, en enemiga de la ciudad.”

1.9. Breve introducción a los estilos arquitectónicos de los rascacielos


internacionales.

En cualquier libro divulgativo que tenga que ver con los rascacielos puede encontrarse con un
despliegue de imágenes asombrosas por su belleza, la evolución formal de estos grandes edificios.

De entre todos ellos, por su sencillez y claridad expositiva, destaca el ensayo publicado por la
crítica estadounidense de arquitectura Ada Louise Huxtable con el título: “Rascacielos – La búsqueda
de un estilo”. Su labor fue premiada con los premios Pulitzer y McArthur.

Por su indudable interés y porque creemos que esta introducción genérica también quedaría
incompleta si no contemplase, aunque sea resumidamente una aproximación a los estilos formales
que se han empleado y se emplean en el diseño de los rascacielos, es por lo que acometemos en
este apartado una visión formal de los mismos apropiándonos de las ideas que Ada Louise vierte en
su ensayo.

Antes de empezar conviene advertir que la mayoría de los autores, entre los que se encuentra la
propia Ada Louise, desarrollan su visión arquitectónica sobre los rascacielos dejando de lado
totalmente la infinidad de edificios de gran altura destinados con exclusividad a viviendas, que son
ignorados olímpicamente tal vez porque, en general, los críticos y los propios arquitectos piensen que
sus cualidades proyectuales sean más bien vulgares y escasas. Sin embargo nosotros creemos
firmemente que no siempre es así, y existen ejemplos de notable interés arquitectónico, o al menos
de un interés igual o parecido, al conjunto de edificios que inundan hasta el tedio más absoluto con
idénticas filosofías de diseño, la infinidad de revistas y libros que un día sí y otro también, aparecen
en las librerías ocupándose de los edificios de altura.

Fig.1.60. Esta imagen de Sao Paulo, tomada por el fotógrafo brasileño Sebastiao Salgado, expone por un lado
el mundo real de los edificios de gran altura olvidados por la crítica arquitectónica y, por otro lado, hasta donde
puede llegarse con el urbanismo que los permite.

En España, donde parece no existir tampoco mediáticamente la arquitectura de Benidorm, de igual


forma han sido sistemáticamente ignorados en los escritos de arquitectura los edificios altos
residenciales que pueblan nuestra geografía, exceptuando el edificio Torres Blancas del arquitecto
F.J. Sainz de Oiza + C.F. Casado, S.L., exponente claro de un estilo organicista y expresionista que
no tuvo continuidad alguna, salvo en el homenaje que del mismo se ha hecho en Benidorm con el
Neguri Gane, de esbeltez y altura mayor, proyectado por el arquitecto Roberto Pérez Guerras + Cype
Ingenieros, Estudios y Proyectos,S.A.

Fig.1.61. Edificios de gran altura completamente residenciales: Torres Blancas (Madrid) del arquitecto F.J.
Sainz de Oiza + C.F. Casado, S.L., y el Neguri Gane (Benidorm), de Roberto Pérez Guerras + Cype Ing.
Estudios y Proyectos, S.A. Ambos edificios de carácter organicista y expresionista.
No sabemos con certeza cuales son las razones de este sistemático olvido, aunque sospechamos
con algo de maldad, que posiblemente sea debido a que los arquitectos que proyectan y construyen
edificios altos residenciales en nuestro País, no tengan el tiempo y los medios suficientes para
promocionarlos mediáticamente, mientras que las firmas arquitectónicas que aparecen con asiduidad
en los concursos, revistas y libros de arquitectura, provenientes en un número elevado de las
Cátedras de Proyecto de nuestras Universidades, parece ser que el tiempo, los medios y la mano de
obra necesaria, les sobra en abundancia para poder hacerlo.

Sirvan nuestras palabras únicamente como un toque de atención a este injusto olvido para aquellos
que pueden remediarlo, y que de ser subsanado dicho olvido con la ecuanimidad adecuada, sin lugar
a dudas mejoraría considerablemente la arquitectura con la que se resuelven estos edificios en
España, beneficiándonos todos de que así sea.

1.9.1. El periodo funcional.

Prácticamente todos los autores coinciden en señalar que los edificios de altura se inician con unas
características propias en la ciudad de Chicago, seguida muy de cerca por New York; rivalizando
ambas ciudades por liderar la arquitectura de estas construcciones.

El desarrollo espectacular que tuvo Chicago tras su incendio, coincidiendo con el nacimiento y
pujanza de la economía norteamericana, propició el nacimiento de grande compañías y el desarrollo
de los servicios terciarios a todos los niveles, sustentando una demanda creciente de espacios donde
poder ubicar las empresas, sus oficinas y despachos.

Para satisfacer esta demanda de oficinas, contando ya con los grandes avances tecnológicos que
la ingeniería proveniente de la Revolución Industrial estaba poniendo a un ritmo imparable al servicio
de la arquitectura, nacieron los primeros edificios de gran altura, que fueron bautizados con el nombre
de rascacielos.

Este primer periodo de los rascacielos es conocido como el PERIODO FUNCIONAL, donde no
existía un estilo definido que pudiera seguirse como referencia indiscutible en el proyecto de los
mismos y abarca los años finales del siglo XIX y principios del siglo XX. El ingeniero David Bennet se
atreve a enmarcarlo entre los años 1880 y 1900.

El rascacielos funcional, característico de este periodo, fue un fenómeno esencialmente económico


que respondía a las necesidades reales de la sociedad, a las necesidades de una actividad
empresarial que era el motor que impulsaba todo tipo de innovaciones.

Ada Louise define y resume este periodo espléndidamente:

“El banquero inversor era el mecenas, y la eficacia, desde el punto de vista del coste, era la
musa; la arquitectura estaba al servicio de la ingeniería, y el diseño era algo muy secundario. Son
edificios tan hermosos como útiles. Poseen una claridad y una fuerza que les confiere un notable
vigor expresivo.”
Fig.1.62.a. Edificios característicos del periodo funcional proyectados por: W. Baron Jenney, J.W.Root, D
Burnham, L. H. Sullivan, W. Holabird, M. Roche, etc..
Fig.1.62.b. Edificios característicos del periodo funcional.
Los nombres más citados que han pasado a la historia de la arquitectura, como pioneros en el
diseño de los primeros rascacielos, los encabeza el ingeniero William Le Baron Jenny, formado en la
Escuela Politécnica de París, que en 1885 construyó el Home Insurance, primer edificio soportado
íntegramente por una estructura metálica. Bajo los auspicios de Jenney, se formaron Louis Sullivan,
Daniel Burnham, William Holabird y Martin Roche, que constituyeron el núcleo de lo que resultó
conocido posteriormente como “escuela o estilo de Chicago”.

En estos primeros edificios de cierta altura (de diez a quince plantas), los muros de carga portantes
tradicionales fueron sustituidos en sus estructuras por piezas metálicas, primero de fundición, luego
de hierro y finalmente por el acero, mucho más fiable, dúctil y resistente. Tan sólo en las fachadas y
en los núcleos de comunicación verticales, los muros de carga se mantuvieron inicialmente como
elementos de estabilidad horizontal, pero a medida que las estructuras verticales se fueron
rigidizando con nudos más sólidos y celosías planas ocultas en sus divisiones, pasaron al olvido por
la enorme y costosa superficie de espacio útil que en planta ocupaban los mismos.

La apariencia masiva que pese a todo ofrecen estos edificios, al margen de su tamaño y escasa
esbeltez, se debe a los aplacados de piedra, terracota y ladrillos que conforman sus fachadas y
envuelven las livianas estructuras metálicas que realmente los soportan.

No obstante, fueron las amplias ventanas de sus fachadas y los salientes volados de estos
edificios, también perforados por las mismas en todas sus caras, las características más definitorias
de la Escuela de Chicago, obviando justificaciones y consideraciones formales arquitectónicas, pues
lo único que se pretendía con ello era captar la luz natural y hacerla penetrar al máximo en su interior,
dado el escaso e insatisfactorio desarrollo de la iluminación artificial existente en la época.

En definitiva, casi nada de lo que formalmente configuraban exterior e interiormente estos


primeros rascacielos era gratuito en este periodo, guiados por la tesis de Sullivan: “La forma debe
seguir a la función”; resumen lapidario de un ideario que existía en un ambiente, donde se suprimían
los aleros de los edificios porque en ellos no anidaran las palomas y así evitar que sus excrementos
ensuciaran sus fachadas.

Más extensamente, también Root, arquitecto responsable de los diseños de la firma “Burnham &
Root”, dejó escrito en 1890:

“Era peor que inútil prodigar en ellos (los modernos edificios de muchos pisos) adornos
delicados…..Por el contrario, debían con su masa y sus proporciones, inspirar un vasto sentimiento
elemental de la idea de las grandes, estables, conservadoras fuerzas de la civilización moderna.
Un resultado de los métodos, tal como he indicado, será la descomposición de nuestros proyectos
arquitectónicos en sus elementos esenciales. La estructura interna de estos edificios ha llegado a
ser tan vital, que debe imponer de forma absoluta el carácter general de las formas exteriores; y las
necesidades comerciales y constructivas han llegado a ser tan imperativas, que todos los detalles
arquitectónicos empleados en expresarlas, deben ser modificados consecuentemente. Bajo estas
condiciones estamos obligados a trabajar, de forma precisa, con objetivos precisos,
empapándonos totalmente en el espíritu de la época de modo que podamos dar a su arquitectura
la forma de arte”.

Si a lo expresado por Root, le añadimos lo que Sullivan no paraba de predicar, que un edificio de
gran altura, tan solo debía de ser y además, parecer alto, ya tenemos toda la filosofía que inspiró la
construcción de los primeros rascacielos, justificándose así toda la primera época de los mismos, el
Periodo Funcional; periodo que ha pasado a la historia con el reconocimiento y el beneplácito de
todos los críticos de la arquitectura por su indudable vigor y belleza.

Y no podemos por menos que enfatizar jocosamente, que un periodo que consideró a la hoy en día
tan denostada, vilipendiada y masacrada funcionalidad, como la razón de ser de sus proyectos, haya
tenido tanto éxito de crítica; y porque no deja de ser sumamente curioso y llamativo en los tiempos
que corren, que tan sólo muy tímida y respetuosamente el arquitecto Oscar Tusquets se haya
atrevido a decirle a su colega A. Siza, que es funcionalmente adecuado dotar de cornisas vierteaguas
protectoras a las fachadas de los edificios que diseñe en Galicia, si no quiere que las aguas que
escurren por sus planos las conviertan en una basura y duren algo más, habida cuenta de lo que
suelen costar estas fachadas de autor.

1.9.2. El periodo ecléctico (Período historicista).

Tras el periodo funcional tiene lugar un segundo periodo en la evolución de los edificios de altura
caracterizado por un marcado carácter historicista en los aspectos formales, abarcando
temporalmente desde comienzos del siglo XX hasta que tiene lugar la Gran Depresión,
magníficamente retratada en las “Las uvas de la ira” por J. Dos Passos.

Resulta curioso constatar que fuese precisamente Burnham, uno de los principales arquitectos de
la etapa funcional, el que diese pie a la entrada del nuevo diseño arquitectónico historicista de los
rascacielos a raíz de la famosa Exposición Mundial de Chicago de 1893, permitiendo como Director
Técnico de la misma que los arquitectos que diseñaron sus pabellones lo hicieran bajo cánones
historicistas.

Fig. 1.63. Flat Iron Building de Burnham, principal responsable de la Exposición Mundial de Chicago y padre
del primer edificio historicista que construye en New York abandonando sus principios funcionalistas.

Desde aquí recomendamos la lectura de la novela: “El diablo en la ciudad blanca” de Eric Larson,
para aquellos que deseen introducirse en los entresijos y el espíritu que hicieron posible el desarrollo
y construcción de dicha Exposición.
Fig.1.64. Diseño propuesto por Adolf Loos para el concurso del Edificio Chicago Tribune–1922 que
representa, si es que iba en serio, la materialización de todos los exponentes formales de este periodo. Al lado,
el edificio que ganó el concurso y que finalmente fue construido.

Sucumbiendo a las enormes influencias y los cánones estilísticos del pasado que emanaban de la
Academia francesa de “Las Bellas Artes”, visceralmente opuestos al estilo mucho más simplificado y
funcional de los ingenieros impuesto por los nuevos materiales, los arquitectos se lanzaron a tumba
abierta recuperar del pasado todos los estilos y formas clásicas, medievales y renacentistas,
acoplándolas a los edificios con un alarde imaginativo impresionante.

El rascacielos pasó a ser el exponente de la académica columna griega, dividiendo formalmente su


desarrollo en altura en una amplia base que ocupaba todo el solar, un fuste más esbelto
retranqueando de las alineaciones de las calles para cumplir las ordenanzas edificatorias vigentes
que trataban de no convertir las calles en unos desfiladeros sin luz, y un remate exuberante en su
coronación como capitel.
Fig. 1.65. Edificios característicos del Periodo Historicista.
Ada Louise, citándola una vez más, nos define en su libro este periodo con precisión admirable:

“La fase ecléctica produjo algunos de los monumentos más notables de la historia del
rascacielos. Las incursiones en el pasado abarcaron desde lo banal hasta lo brillante: el gótico
llegó a unas alturas como no lo había hecho nunca; se alzaron una y otra vez esbeltos templos
griegos y campaniles italianos. Aparecieron palacios renacentistas a gran escala, castillos
verticales y distintas versiones del Mausoleo de Halicarnaso. El tamaño y estilo de estos edificios
los convertía en monumentos espectaculares y reconocibles, pero es en su sofisticada erudición y
soberbia calidad del detalle lo que les confiere su carácter único e irreproducible. Los mejores
ejemplos son hábiles ejercicios académicos, adaptados con gran ingenio, dramatismo y, en
ocasiones, auténtica belleza a las aspiraciones y necesidades más nuevas de la ciudad del siglo
XX. A pesar de que la postura elitista los ha considerado, en el mejor de los casos, como
excentricidades perdonables o, en el peor, como inmensos borrones sobre el paisaje de las alturas,
estos edificios pasaron inmediatamente a tener un sitio en la historia de la arquitectura.

Para los modernos, la victoria académica siempre ha representado una derrota arquitectónica.
En su opinión, el pecado capital de la fase ecléctica no fue tanto que no buscara formas nuevas, lo
cual ya era suficientemente malo, como que hiciera tanto hincapié en la tradición romántica y en lo
ornamental.

No obstante, tras una larga y austera dieta racionalista, (predicada hasta la saciedad por las
figuras sagrada de la Bahaus y el divinizado e inevitable Le Corbusier, añadimos nosotros) los
arquitectos jóvenes vuelven a deleitarse hoy con este exuberante y exótico exceso, e incluso los
componentes de la generación anterior miran estos edificios con nuevos ojos”.

Los rascacielos de este periodo historicista, como nos dice Ada Louise, tuvieron que soportar una
crítica adversa terrorífica, y una incomprensión total especialmente cuando aterriza Mies Van Der
Rohe en los EE.UU.; y triunfa con su elogiada frase “menos es más” el Estilo Moderno, también
llamado Estilo Internacional y Estilo Racionalista.

Uno de los detractores más inmisericorde con el Estilo Ecléctico, ha sido sin duda alguna el famoso
historiador y crítico de Arquitectura S. Giedión, que al hablar de este periodo en su admirado libro
“Espacio, tiempo y arquitectura”, lo más suave que dice de él es: “Los arquitectos entonces en boga
presentaron típicos ejemplos del ahora dominante “Gótico Woolworth”, y todos los proyectos
muestran una rebuscada fantasía en lugar de un verdadero sentido de la medida y de la proporción”.

Incluso la literatura intervino en machacar a estos edificios, si se recuerda como son tratados los
mismos en novelas tan famosas como la ya citada anteriormente: El Manantial de Ayn Rand.

Sin embargo, probablemente sean los rascacielos de estos dos primeros periodos los más
admirados y queridos por el público que mira la arquitectura, y se deleita con ella o la rechaza de
plano, dejándose guiar por unas sensaciones estéticas primarias.

Cuando irrumpe en la escena arquitectónica la Exposición Internacional de las Artes Decorativas e


Industriales Modernas que se celebró en París en 1925, dando origen a lo que fue llamado EL ART
DECO, nacen bajo él mismo como cantos de cisnes, los últimos grandes rascacielos de este periodo
y que han llegado a ser por derecho propio, los más brillantes y famosos rascacielos que jamás
hayan sido construidos nunca: El edificio Chrysler (1930), el Empire State (1931) y el Rockefeller
Center 1932 – 1940.

El Art Deco fue una mezcla maravillosa de diversos estilos, incluyendo modas europeas del pasado
y exponentes representativos de las culturas maya, azteca y china junto con influencias modernas del
cubismo, futurismo y expresionismo. En los proyectos de arquitectura, exponentes de todos los estilos
mencionados y algunos más que no nombramos, se mezclaron sin rubor alguno intensificando con
ello una puesta en escena dramática y la expresividad de los edificios de altura, como demuestran los
tres edificios que más veces hemos podido ver en el cine y que se adjuntan aquí.
Fig.1.66. El canto del cisne del Periodo Ecléctico (Art Deco) de los rascacielos: El Empire State (1931), el
Chrysler (1930) y el Rockefeller Center (1932 – 1940).
1.9.3. El Tercer periodo (El Estilo Internacional).

El movimiento moderno llegó a la arquitectura con cierta lentitud y nace en Europa, bajo los
auspicios de la BAHAUS y todas las teorías arquitectónicas predicadas por el sumo sacerdote del
racionalismo mecanicista Le Corbusier.

El “menos es más” de Mies, magníficamente expresado por los cuadros de Mondrian, se convirtió
en el evangelio sagrado de las vanguardias arquitectónicas.

Fig.1.67. Edificio Seagran y su autor Mies Van de Rohe.

Los planos rectos, simples y austeros, el acero y el cristal, y una ausencia total de adornos, fueron
las premisas básicas que Mies Van de Rohe transportó a los Estados Unidos cuando huyendo del
nazismo, sentó sus reales en Chicago y New York, introducido a bombo y platillo en la escena
arquitectónica local por el arquitecto más camaleónico que jamás haya existido en la historia de la
arquitectura americana, el genial y controvertido Philip Johnson, recientemente fallecido con casi cien
años de edad.

Fig.1.68. Edificios representativos del Tercer Periodo de los Rascacielos resueltos bajo el Estilo Internacional
La reducción de costes implícita en su fase proyectual y constructiva de los rascacielos modernos
frente a los rascacielos historicistas, propició el triunfo rotundo del Estilo Internacional, convirtiéndose
en el estilo favorito de los promotores inmobiliarios, aún a costa de prostituir la grandeza profunda de
la sencillez y simplicidad de las formas que inspiraron su nacimiento por auténticas vulgaridades sin
valor alguno, bautizadas despectivamente por el público benigno como cajas de cristal y por el
público maligno como cajas de cerillas.

El estilo Moderno nos hizo creer demasiadas cosas buenas, que luego se demostraron ser
erróneas. Las predicadas bondades de la luz del sol que atravesaba higiénicamente las fachadas de
vídrio de los edificios, se convirtieron en un auténtico calvario para los usuarios que trabajaban en
ellos, hasta el punto de tener que colocar el mobiliario de las oficinas contra las mismas como
pantallas protectoras.

Los costes de mantenimiento en energía eléctrica para hacer habitable el ambiente que generan en
su interior las fachadas transparentes de acero, aluminio y cristal, alcanzan cifras astronómicas, sobre
todo en los primeros rascacielos, donde la tecnología de los muros cortinas y los vidrios especiales
que se requieren para aislar razonablemente bien estas inmensas construcciones expuestas por
todos sus lados, se encontraba en una fase embrionaria.

Por muy fan que se sea de Le Corbusier, y no queda más remedio que serlo por algunas de sus
aportaciones geniales al Arte de proyectar los edificios, resulta patético constatar sus propuestas
técnicas tratando de resolver el problema del soleamiento que recibían y filtraban las desnudas
fachadas de sus propios edificios, sin el rigor debido que justificase sus soluciones constructivas, sino
dejándose guiar simplemente por sus inspiraciones divinas a lo Leonardo da Vinci.

No obstante, como nos dice la comprensiva Ada Louise:

“Despreciar los logros del movimiento moderno, con sus fallos, sería como rechazar las obras
de Shakespeare por sus versiones expurgadas y sus malas representaciones. No se pueden
menospreciar ni el dinamismo exploratorio ni la expansión definitiva de los límites conceptuales y
estéticos que caracterizan este periodo. El movimiento moderno tendrá también sus historiadores
revisionistas.

Hoy es indiscutible que esta visión era trágicamente errónea; que, desafiando demasiadas
leyes naturales, la arquitectura moderna apuntó demasiado alto y prometió demasiadas cosas.
Como en tantos otros casos, el optimismo ingenuo y generoso y la fe en los poderes creativos y
terapéuticos del arte (y en los nuevos sistemas constructivos), dieron paso a un cinismo
desilusionado y a una reacción pragmática que, con el condicionante de los cambios cataclísmicos
que destruyeron otras cosas además de los ideales artísticos, han sido característicos del siglo XX.

Los rascacielos auténticos del primer estilo moderno, del llamado Estilo Internacional, no
fueron muchos; requerían clientes que tuvieran dinero, valor y un sentido altamente desarrollado de
la misión estética. En teoría, la combinación de forma y función encarnada en estos edificios
trascendía el estilo; de hecho, el estilo era su producto más duradero. Un ejemplo notable es el
edificio de la editorial McGraw-Hill de 1931, obra de Hood, Godley y Fonilhoux en pleno Manhattan,
mientras que el de la Philadelphia Saving Found Society, construido por Howe y Lescaze en 1930
– 1931, es una auténtica obra de arte.
Fig. 1.69. Edificio McGraw-Hill (1931) y el Philadelphia Saving Found Society (1930-31).

Descendientes suyos son las cajas de vidrio y las coronaciones planas, a veces tan criticadas,
que encarnan (aliviadas en alguna ocasión por una obra maestra moderna) lo que podríamos
llamar el “estilo moderno pleno de la arquitectura empresarial”. Este es el aspecto que ha
configurado la silueta de la ciudad del siglo XX.

El “menos es más”, fue ampliamente aprovechado por los promotores en su beneficio,


aplicándolo literalmente. El minimalismo de la estética moderna se presta al mismo tiempo a una
belleza sutil y ascética, y al atajo más barato; y como este segundo camino ha sido el más fácil y el
que más beneficios le ha aportado al constructor, un vocabulario elegante y reduccionista se
convirtió, rápidamente, en una mera banalidad que jamás pudieron imaginar sus creadores. Por
desgracia, lo que se perdió fue precisamente esa calidad del detalle, los materiales y la ejecución
en la que se apoya el estilo moderno”.

No obstante, se mire como se mire, el Estilo Moderno auténtico, el espíritu que subyace en los
rascacielos de Mies, representa por derecho propio el soberbio idioma vernáculo de la Arquitectura en
casi todo el siglo XX, y que empleado unas veces bien y otras mal (por desgracia la mayoría de las
veces), todavía pervive y subsiste por mucho que tratemos de ocultarlo con las “golosinas visuales”
tan de moda en el presente, en un post-modernismo, sin rumbo y fallero.

Y lo que se materializa y resulta digno de todas las alabanzas en este tercer periodo de los
rascacielos, es el impresionante avance que experimenta el diseño y análisis estructural,
superándose todo lo conocido y experimentado hasta el momento.

Como nos dicen Abalos y Herreros: “Desde el punto de vista técnico, la pertinencia de la estructura
reticular (los clásicos pórticos de los dos periodos anteriores), cuya vinculación con la idea de
rascacielos era objetiva para Le Corbusier, será puesta en cuestión teórica y prácticamente en la
misma década de los cincuenta (siglo XX), dando paso a nuevas conformaciones estructurales”.

Las pantallas de todos los tipos, los núcleos de rigidez y, singularmente, el concepto de la fachada
estructural a base de pórticos muy densos, unas veces ocultos tras la piel exterior del edificio, y otras
veces manifestándose claramente incluso con grandes triangulaciones de rigidización en las mismas,
fueron las grandes aportaciones estructurales que pusieron a punto los ingenieros del Periodo
Moderno.

Quizás el representante más digno de todo este periodo, sea la empresa de arquitectos e
ingenieros SOM (Skidmore, Owings & Merrill), especialmente por la brillantez de las soluciones que
pusieron a punto en algunos de los últimos rascacielos representativos del Estilo Moderno entre los
años 1960 y 1975, gracias a las concepciones estructurales tan extraordinarias que sus ingenieros
más conocidos Myron Goldsmith y, sobre todo, Fazlur Kahn, materializaron y pusieron a punto en el
John Hancock (1969) y la Torre Sears (1970 – 1975) de Chicago para mayor gloria del arquitecto
Bruce Graham.

Fig. 1.70. Edificios.

1.9.4. Cuarto Periodo: El Postmodernismo, el High-tech, el deconstructivismo y demás


ismos.

Superada la crisis mundial que tuvo su origen en el petróleo, con algo más de retraso en España al
superponerse la misma con todo el periodo político de la transición tras la muerte de Franco, la
economía mundial entró sin frenos en una etapa expansionista y globalizadora a partir de los años
ochenta del siglo pasado.

Europa con su Mercado Común, el imperio industrial del nuevo Japón y la incorporación explosiva
de todo el sur-este asiático (China, Malasia, Indonesia, Corea del Sur, etc) acaparando la fabricación
de productos de medio mundo, ha propiciado una extensa construcción de rascacielos sin
precedentes en la historia de los mismos, acabando con el monopolio que sobre ellos tenían las
ciudades americanas.

¿Cuál es el nuevo estilo de los rascacielos de esta última generación? Con sinceridad: no tenemos
respuesta; o tal vez sería más prudente decir, no existe una respuesta única a la cuestión, pues la
enorme variedad de estilos y formas con la que se diseñan y construyen es tan elevada como el
número de arquitectos que participan en sus proyectos.

En una reciente entrevista aparecida en prensa a Peter Eisenman, a propósito de los derroteros
por donde camina la nueva arquitectura, contestaba cosas como estas:
“Sí. Creo que estamos yendo cuesta abajo, porque no existe un consenso general. Para la
arquitectura moderna existía un consenso general acerca de lo que debía hacerse, que
desapareció. La deconstrucción desplazó a las arquitecturas modernas y postmodernas, aunque,
echando un vistazo a la última Bienal de Venecia, se comprueba que todo era Deconstrucción.
Pero por lo que creo que existe un problema hoy, es porque los arquitectos no saben qué hacer”

(Nota: Algo parecido está empezando a ocurrir en la ingeniería estructural desde que existe el
ordenador, el MEF y los nuevos materiales. El ingeniero de estructura parece aburrirse con el fluir
sereno de las fuerzas y busca desesperadamente el cómo contorsionarlas para justificar su presencia
y salir del ostracismo en el que tan injustificadamente se encuentra. Creemos que éste no es el
camino y se equivoca, pero hoy por hoy, su trayectoria formalista y barroca está resultando
imparable).

Fig. 1.71. Ejemplo emblemático de la tentación formalista en la que está cayendo la ingeniería estructural de
forma imparable jaleada por la arquitectura reinante.

“No hay líderes teóricos en la nueva arquitectura. Por eso el momento es difícil y confuso.
¿Qué puedes enseñar? Yo enseño a Brunelleschi, a Borronini, a Le Corbusier, a Mies Van der
Rohe… No sé que otra cosa enseñar. Yo no doy clases sobre Peter Eisenman”.

Volvamos de nuevo a la claridad de Ada Louise para caracterizar de algún modo la arquitectura
formal de los nuevos rascacielos.

“Los arquitectos postmodernos quieren recuperar con los nuevos rascacielos que proyectan,
todo aquello que sus antecesores del Estilo Moderno descartaron y, por ello, no se privan de
introducir en los mismos: historia, ornamentación, contexto, contraste, variedad, simbolismo,
imágenes y metáfora. Y todo ello se busca en todas las direcciones y al mismo tiempo”.

En el movimiento postmoderno se acabaron los frenos y las trabas: Todo está permitido con tal de
conseguir un edificio que llame la atención, que asombre y aparezca no sólo en las páginas de
couché de las revistas especializadas, tiene que aparecer también en la prensa y la televisión, donde
se vea a su arquitecto y al político que lo ha financiado con dinero público, o al banquero que lo hace
a costa de los accionistas del banco, buscando precisamente esos instantes de gloria que luego
parece ser que se transforman, aunque no estamos muy seguros que así sea, en votos políticos para
las urnas o en un incremento de las acciones de la compañía que representa, asegurando con ello el
estatus que ambos posean.

Así se encuentra definido el escenario donde se construyen los nuevos rascacielos.


Ada Louise nos dice que el hecho de que el estilo de los nuevos rascacielos sea el valor supremo,
por encima de todas las demás preocupaciones y aspiraciones explícitas, es el origen tanto de sus
virtudes como de sus defectos. Con la nueva filosofía, la funcionalidad, origen de la forma que tanto
predicaba Sullivan: R.I.P.

“La exploración del estilo puede ensanchar los límites del arte, y de hecho lo hace. Pero en la
arquitectura también da lugar a un peligro concreto: si se separa de las condiciones y
consideraciones en las que se basa el arte constructivo, el estilo puede reducir la arquitectura a
algo inferior a su función y definición apropiadas, incluyendo su mejor ejercicio y su necesaria
conexión con la realidad. Y no nos referimos sólo a la utilidad y el valor de la arquitectura para la
sociedad; en última instancia, y de forma trágica, la debilita también como arte”.

Fig.1.72. Edificios representativos del postmodernismo todos en Dubai.


Y si dentro del postmodernismo damos entrada al High-Tech y enlazamos con el
deconstructivismo, entramos en un territorio donde los límites de la racionalidad ya no existen y,
atención, al decirlo no pretendemos ser reaccionarios, puesto que exponentes brillantes de estos
estilos constructivos existir, existen, y cuando los encontramos resultan de una grandeza y brillantez
impresionante, pese a que sus costes constructivos sean absolutamente desmesurados y
desproporcionados. El Banco de Hong-Kong de Norman Foster y Ove Arup, el Banco de China de Pei
y el Hotel Dubai de superlujo, pueden ser tres exponentes emblemáticos de lo dicho.

Fig.1.73. Banco de Hong-Kong, Banco de China y el Hotel Dubai.

La complejidad que adquieren los rascacielos de este periodo, donde todo su diseño se encuentra
absolutamente supeditado a las formas, plantea unos problemas estructurales extraordinarios.

La verticalidad deja de ser una norma y las fachadas del edificio se diseñan en planos que pueden
entrar y salir sin recato alguno, los pilares pierden su continuidad y se apean donde el capricho
arquitectónico lo permita para mayor gloria y beneplácito de la ingeniería, puesto que así es más
difícil y compleja su resolución estructural y al final, medallas para todos.

La potencia de las magníficas triangulaciones a esfuerzos horizontales que posee el Banco de


China de Pei, como bien detecta Javier Manterola, se interrumpen donde más falta hacen; es decir,
antes de llegar a la base por un diseño caprichoso del arquitecto, y todo el cortante debe ser recogido
por unas piezas aporticadas de hormigón desmesuradas.

Pero todo ello es posible y construible por los avances extraordinarios que la tecnología de los
materiales y la ingeniería estructural es capaz de desarrollar en el presente, irónicamente puesta al
servicio de los diseños más antiestructurales de la historia de la arquitectura.
Fig.1.74. ¿Desconstructivismo o simple estupidez? No tenemos respuesta.

Las formas tan complejas de estos edificios prácticamente imponen una renuncia sistemática de
toda la lógica estructural que los grandes maestros de la ingeniería nos enseñaron y que F. Khan nos
esquematizó en las tipologías estructurales que deberían ser empleadas en las estructuras de estos
edificios.

Sin salir de España, las torres inclinadas de Madrid (Puerta de Europa), resumen la cierta
estupidez que puede dar de sí este periodo de los rascacielos en el que nos encontramos, obligando
a los ingenieros a tener que pretensarlas verticalmente contra el terreno para conseguir algo tan
elemental y primario como el equilibrio estático que cualquier edificio que como sólido rígido aspira a
tener, y sin lugar a dudas debería tener, dado que es una cualidad esencialmente gratuita.

Fig.1.75. Torres Inclinadas del Paseo de la Castellana. P. Jonson y Burgee.


Aunque tal vez el Oscar a la estupidez mayor lo ostente la propuesta de Torre Biónica, con la que
periódicamente sus autores, sin desánimo alguno, nos martirizan mediáticamente.

Fig.1.76. Torre Biónica

Y sólo en un periodo conceptualmente caótico y falto de ideales trascendentales, puede celebrarse


apoteósicamente el aterrizaje del arquitecto S. Calatrava en el campo de los rascacielos con un
nuevo e imaginativo invento formal para los mismos: Los rascacielos torsoniados; uno de los cuales
ya ha conseguido colocar en Malmö (Suecia) y pretende colocar otro en Chicago batiendo todos los
records de altura. El bosquejo del rascacielos torsoniado de Chicago, ha motivado el siguiente
comentario del megalómano Donald Trump: “Hay que estar loco para invertir un solo dólar en
semejante edificio”. Pero nada importa en esta loca carrera y posiblemente lo construirá
convenciendo a los promotores de la genialidad que supone construir un edificio girasol, orientado de
forma elástica a los cuatro vientos, a la vez que perfora las nubes con su rotación ascendente. Y si de
verdad es o no es torsionado, poco importa; porque lógicamente, la torsión del edificio será en
realidad una pura apariencia visual, como todo lo que suele proyectar S. Calatrava.

En el interior del edificio “Turning Torso” de Malmö, existe un núcleo cilíndrico absolutamente
vertical y recto de unas dimensiones extraordinarias, capaz de sostener vertical y horizontalmente el
edificio.

Pero así parece ser en gran medida el mundo de la arquitectura y de la ingeniería imperante y
triunfadora que nos ha tocado vivir en nuestra época.
Fig.1.77. Edificio “Turning Torso” de Malmö y el anillo circular de 3,50 m de espesor que lo sostiene.
1.10. Introducción a la arquitectura de los edificios altos en España

En un País como el nuestro, donde no existe una cultura propia y específica adecuadamente
desarrollada sobre los edificios de gran altura; y donde podría existir (Escuelas de Arquitectura e
Ingeniería), ni siquiera ha sido planteada a nivel teórico salvo en algún texto aislado y algún que otro
artículo de escasa trascendencia, no es de extrañar que los periodos arquitectónicos anteriormente
expuesto sobre los rascacielos nos afecten escasamente de refilón.

No tenemos constancia de que España pueda aportar ni un solo edificio que pudiera ser
catalogado como del Periodo Funcional, y algo similar también creemos que sucede en la mayoría de
los países europeos.

Europa entró tarde en el mundo de los rascacielos, y aunque pueda presumir de ser ella la
creadora de la mayor parte de los estilos arquitectónicos de la cultura occidental, la manera de cómo
fueron aplicados los mismos en los edificios de gran altura, creemos que no le pertenece.

Los rascacielos fueron un invento indiscutible de los EE.UU., que desarrollaron paralelamente a su
poderío económico hasta convertirse en líderes indiscutibles de los mismos bajo todos los puntos de
vista, exportando sus formas y la tecnología que los hace posible a todo el mundo, Europa incluida. El
que hayan perdido el monopolio de los mismos resulta puramente anecdótico, puesto que es el fruto
lógico de la globalización que ellos mismos han impuesto en el mundo. Siguen siendo en su mayor
parte los arquitectos y los ingenieros americanos (con oficinas en todo el mundo), los que siguen
liderando el proyecto de estos grandes edificios en todos los continentes y en España, también.

Todavía y aunque nos pueda doler, España carece de unas infraestructuras arquitectónicas
potentes y del Kno-How necesario, que permita desarrollar los programas y proyectos que demandan
los grandes rascacielos, con la versatilidad y agilidad suficiente que nos permita competir con las
grandes empresas de arquitectura que se encuentran detrás de las figuras como Foster, H. Jans, Pei,
S.O.M., etc.

Fig.1.78. Tres de los más singulares edificios españoles diseñados por arquitectos americanos: Torre Picasso
y Puerta de Europa en Madrid; y el Hotel Arts en Barcelona.

De la docena de edificios altos que tenemos en España con un cierto calificativo de sobresalientes,
la mitad de ellos han sido diseñados por arquitectos americanos, aunque su materialización
constructiva haya sido resuelta por ingenierías españolas.

Tan sólo el Levante Español ha sido capaz de desarrollar un sistema sencillo, tradicional y
autónomo, absolutamente de espaldas a toda influencia exterior. Los arquitectos levantinos han
estado y están diseñando y construyendo edificios residenciales por encima de las veinte plantas con
un lenguaje arquitectónico inclasificable de resultados variopintos, y con unos costes económicos tan
bajos que resultan todavía sorprendentes, intentando dar respuesta a un planteamiento urbanístico
de altura mucho mejor de lo que algunos pueden pensar y creer.

Y contra toda lógica, resulta sorprendente constatar, que ha sido el Levante Español con su
tecnología local, la primera región de todo el continente europeo en aplicar los hormigones de alta
resistencia (de 60, 70 y 80 MPa) en los proyectos estructurales de algunos de estos edificios
residenciales de mediana altura (entre 60 y 100 m).

Sin tratar de entrar en disquisiciones de segunda derivada, la mayoría de los edificios altos en
España destinados a oficinas son construidos en Madrid y Barcelona siguiendo las pautas del Estilo
Internacional más genuino. Estos edificios son básicamente rectangulares y fachadas resueltas con
muros cortina de cristal, donde en algunos de ellos se introducen elementos singulares horizontales y
sobre todo verticales, buscando una cierta originalidad con la clara intencionalidad de singularizarlos.

Fig.1.79. Panorámica de edificios madrileños.

No obstante, en los últimos tiempos, digamos a partir de los años noventa del siglo pasado, existe
el claro deseo de superar a Mies, aunque sin abandonarlo enteramente, y entrar de lleno en el Post-
Modernismo, o al menos eso parece deducirse para nosotros si miramos la mayoría de los edificios
de altura en la Ronda Litoral de Barcelona y en la zona norte de la Av. de la Castellana de Madrid.

De entre todos estos edificios, los viejos y los nuevos, destaca por derecho propio el edificio del
BBVA de Saez de Oiza por su original fachada de acero corten y sus barandillas filtradoras del sol, y
la brillante estructura proyectada por J. Manterola salvando el metro de Madrid que transcurre bajo el
mismo aplicando el pretensado como nunca se había hecho en un edificio en España. Y junto a la
brillantez del edificio de Oiza, la pureza de la Torre Castelar de Rafael de La Hoz (1975) con su
núcleo descentrado sujetando una parte del edificio volado sobre la zona de accesos, probablemente
constituyan los exponentes más originales y de estilo propio que se hayan construido en nuestro
País.
Fig.1.80. BBVA y Torre Castelar

La tan fotografiada Torre Picasso (157 m), tan sólo le cabe el mérito de haber sido el edificio más
alto de España hasta que fue desbancado por el Hotel Bali III (186 m) de Benidorm, el primero
resuelto con estructura básicamente metálica y núcleo de hormigón y el segundo íntegramente de
hormigón.

En Torre Picasso, Yamasaki aprovechó diseños previos que transportó a Madrid sin interés alguno.
Torre Picasso es un edificio frustrado, le falta bastante altura para alcanzar un aspecto formal más
digno, y su estructura fue resuelta por Robertson.

Dentro de los edificios residenciales madrileños, no se puede dejar de citar Torres Blancas (1969)
de Oiza, exponente representativo de la arquitectura organicista, con influencias varias (J. D.
Fullaondo próximo a Oiza, Saorin y Wright) a decir de los críticos en arquitectura después de su viaje
americano.

Torres Blancas es un edificio en nuestra opinión algo caprichoso, de los considerados claramente
de autor, donde la funcionalidad y la comodidad de sus moradores fue ignorada en demasía. Su
estructura está resuelta íntegramente de hormigón, y no creemos que le haya planteado a la oficina
de Carlos Fernández Casado, S.L. problemas dignos de consideración, salvo por sus voladizos.

Torres Blancas es un ejemplo donde la enorme masa del edificio y su escasa esbeltez, le hace
estable por sí mismo a los esfuerzos horizontales, aunque se hubiesen ignorado en su cálculo las
fuerzas del viento.
Fig.1.81. Torres Blancas de Saez de Oiza en Madrid.

Las Torres de Colón, proyecto de Lamela padre y su estructura de la oficina de Carlos Fernández
Casado, S.L., pasarán a la historia de la arquitectura española por ser los únicos edificios
suspendidos de su coronación volada desde su núcleo central de hormigón, pero creemos que por
nada más. Este tipo de solución constructiva no ha prosperado en la industria de la construcción,
como no podía ser de otra forma: Las casas no conviene empezarlas por el tejado.

Si los edificios modernistas catalanes de Gaudí, Muntaner, etc, hubiesen tenido quince plantas
más, sin lugar a dudas también habrían entrado en la historia de la arquitectura por partida doble,
relegando a los edificios del periodo historicista americano a un segundo plano, pero no fue así. No
obstante, cuando se acabe la Torre Principal de la Sagrada Familia, le cabrá el honor de ser la torre
más alta de Barcelona.

La ciudad de Barcelona ofrece un número muy escaso de edificios de cierta altura con anterioridad
a las Olimpiadas de 1992, quizás no lleguen ni a la media docena.

Entre ellos podemos destacar el conjunto de los edificios Trade de José A. Coderch, que recuerdan
claramente al Lake Point Tower (1968) de Chicago, con sus fachadas de cristal ondulado, y que
podríamos encuadrar dentro del Periodo Moderno.

Fig. 1.82. Edificio Trade de Joseph Antoni Cordech (Barcelona).


Dentro del mismo periodo, pero de estilo mucho más inconcreto y personal, cabe mencionar el
edificio de la CAIXA y el edificio Colón.

Fig.1.83. Edificio CAIXA y Edificio Colón.

Los dos edificios que por derecho propio rompieron para bien el Skyline de Barcelona recuperando
el mar para la ciudad, son la Torre Mapfre y el Hotel Les Arts. El primero claramente español y el
segundo americano, rondando alturas en torno a los 150 m.

Torre MAPFRE posee un estilo moderno, sencillo, sin pretensiones de tipo alguno. En cambio, el
Hotel Les Arts de B.Graham (SOM) emplea una estructura envolvente metálica, mucho más
formalista que estrictamente necesaria, impropia de un edificio de altura relativamente modesta, y que
para más inri se encuentra situada en un ambiente marino muy agresivo para la misma. La estructura
aporta la expresividad formal que no posee la anodina caja del edificio encerrada por la misma.

Tras estos edificios, construidos durante la espléndida transformación urbana que experimentó
Barcelona preparándose para las Olimpiadas del 92, hubo una cierta sequía constructiva de edificios
altos.

Esta sequía se rompió a raiz del impulso institucional que supuso para la ciudad EL FORUM, que
fue la excusa empleada para lanzar varias operaciones inmobiliarias que dieron luz a un conjunto de
edificios de cierta altura (d140 m), exigiendo a los promotores para los mismos firmas de arquitectos
con cierto renombre mediático: Tusquets, Ferrater, Miralles, Benedetta, Nouvel, Perrault, etc.

Estos arquitectos, sin abandonar del todo el Estilo Internacional, se adentran en el


Postmodernismo con su propio discurso y su personal visión de la arquitectura.

La imagen urbana que proyectan los nuevos y modestos rascacielos de Barcelona (casi todos por
debajo de los 100 metros de altura), es digna y respetable, sin grandes alardes y algarabías.
Fig.1.84. Edificios de Barcelona.
Mención aparte merece el fallido intento de Nouvel con su Torre Agbar, a diferencia del éxito
obtenido por Foster con el edificio de similares formas construido en Londres. En la Torre Agbar se
pone de manifiesto el poder de ciertas firmas de la Arquitectura, imponiendo costosos y caprichosos
formalismos, imposibles de apreciar por el ojo humano. Los huecos del edificio podrían haber tenido
racionalidad y el resultado formal visible hubiese sido idéntico. La escasa viveza de los colores y la
textura anodina que el edificio ofrece, denotan claramente que los instintos caprichosos, no siempre
conducen a los éxitos envidiables del Gugenheim bilbaino.

Fig.1.85. Torre Agbar (Nouvel - Barcelona.)

1.11. Benidorm (El Manhatan Español)

La provincia de Alicante, en general, empezando por su capital, introducida de lleno en un


expansionismo turístico desde sus inicios franquistas hasta el presente, siempre ha tenido una cierta
permisividad en al construcción de edificios de cierta altura, debido a la presión y demanda de los
promotores inmobiliarios y hoteleros.

Esta permisividad alcanza en Benidorm unas cotas únicas dentro del territorio español, que algún
que otro municipio envidiosos de la misma comienzan a imitar, como por ejemplo Calpe y, con mucha
timidez en la altura, Laredo en Santander, etc.

Tres han sido los arquitectos alicantinos pioneros en los viejos tiempos franquistas, cuando la
calidad y el conocimiento del hormigón en los años 60 y 70 en la edificación española dejaba mucho
que desear, los que se lanzaron a proyectar edificios con estructuras metálicas que superaban los
veinte pisos: Francisco Muñoz, Juan A. García Solera y quizás el mejor de ellos y el que más edificios
de altura ha construido en la provincia, Juan Guardiola. La arquitectura española no ha sabido
descubrir a este complejo arquitecto, recientemente fallecido, que ha manejado las fachadas de
ladrillo con una habilidad extraordinaria, y que con sus claros y oscuros, ha construido edificios de
una calidad notable y bastantes de ellos, capaces de soportar el paso del tiempo con una nobleza
envidiable.

Los numerosos edificios que proyectaron los tres arquitectos mencionados fueron residenciales y
hoteleros, siendo pioneros en abandonar la arquitectura vernácula tradicionalista adentrándose en los
postulados que predicaba y lideraba Le Corbusier, aplicándolos con fortuna variable en sus
proyectos.
Fig.1.86. Edificios de Juan A. García Solera y Francisco Muñoz.

Fig.1.87. Edificios de Juan Guardiola.


Creemos que por su valor e interés, merece la pena transcribir íntegramente la reflexión descriptiva
que sobre Benidorm realiza el polémico arquitecto catalán Oriol Bohigas, puesto que la misma, en
fondo y forma se aproxima bastante bien a la realidad, lejos de los exabruptos descalificadores y
despectivos sin valor alguno, como los vertidos en una breve entrevista periodística por el arquitecto
madrileño Ricardo Aroca creyendo que es lo que se espera de su progresista figura y su canosa
barba.

El ejemplo de Benidorm (Oriol Bohigas):

“Por lo tanto, el rascacielos, como tipo edificatorio, no es el culpable de los posibles


decaimientos urbanos; lo es, si acaso, el error en su programación urbanística y en la forma
arquitectónica. Incluso en ocasiones, por su propia forma, provoca buenas soluciones que con la
urbanización de otros tipos no habían sido posibles. Un ejemplo bien curioso de ese fenómeno es
Benidorm, en la costa valenciana. En treinta años, Benidorm ha pasado de no ser casi nada a
convertirse en uno de los centros turísticos más densos del Mediterráneo. Un alcalde con empuje
expansionista lanzó la operación y también estableció, sin pensarlo mucho, sin orden urbanístico
con una fórmula sencillísima que ha dado buenos resultados. A partir de una parcelación de
tamaño pequeño o medio, permitió que cada promotora ocupara un determinado porcentaje central
sobre el cual podía construir en altura, con escasas limitaciones – o con limitaciones un tanto
vagas-; confiando en que la economía de la construcción y el mercado las acabarían de
determinar. El resultado ha sido un enorme bosque de rascacielos esbeltísimos situados en una
faja paralela a la costa que no estropea el paisaje porque la artificialidad geométrica se contrapone
muy claramente al mismo y porque quedan espacios intersticiales con visión panorámica hacia el
mar. Los espacios sobrantes de las parcelas se han ido ocupando con actividades diversas -
tiendas y restaurantes con terraza- que aseguran la vitalidad de la calle. Es una lástima, sin
embargo, que esas plantas bajas no hayan sido más controladas arquitectónicamente. En cambio,
el relativo descontrol de los rascacielos no ha dado malos resultados, no hay ninguna obra
maestra, pero casi todos poseen cierta dignidad arquitectónica. Habrá que reconocer que es más
fácil componer un edificio vertical con elementos sobrepuestos que las masas horizontales en las
cuales la repetición se convierte en una impúdica referencia a las raquíticas funcionalidades
domésticas. Por eso he dicho antes que un rascacielos en forma de torre es de fácil composición
estética, y, en cambio, no lo son los bloques laminares muy altos.

Naturalmente, Benidorm ha tenido que resistir el ataque de todos los coservacionistas -del
paisaje, de las tradiciones locales, de la arquitectura sin ton ni son, etc.- , y hasta ahora no ha
quedado del todo claro que, al fin y al cabo, es un paisaje urbano mucho mejor que las absurdas
pequeñeces folklóricas de los suburbios de la Costa Brava y de las costas andaluzas más
turísticas, o de las aburridísimas playas italianas del Adriático -recordemos los más de sesenta
kilómetros que van de Ancona a Pesaro, prolongables hasta Rímini, un itinerario que habría podido
ser un paisaje de sucesivas integraciones urbanas- invadidas de chabolas balnearias superpuestas
a los peores suburbios. Hace diez o quince años, pronuncié en la Escola Eina de Barcelona una
conferencia de título provocador -“Benidorm, Andorra y El Corte Inglés”- que quería reivindicar
algunos buenos resultados urbanísticos y arquitectónicos en los despilfarros espaciales del turismo
y el comercio a gran escala, y, concretamente, el caso de Benidorm, que era, casi por casualidad y
sin programas teóricos, un buen ejemplo de implantación masiva. Era fácil, por ejemplo,
compararlo con las playas del Maresme cerca de Barcelona, un paisaje que prometía una estética
novecentista que ha sido aniquilada por las urbanizaciones incontroladas y al mismo tiempo
raquíticas y tímidas, sin soluciones radicales como la de Benidorm.

Es cierto que, últimamente, algunos arquitectos jóvenes se han interesado por el fenómeno de
Benidorm: lo ha hecho, por ejemplo, el grupo holandés MVRDV con un libro provocador titulado
“Costa Ibérica”, en el cual un texto de José Miguel Iribas explica muy bien las raíces sociales y
morfológicas de los distintos niveles de éxito y rentabilidad de Benidorm. Es una lástima, sin
embargo, que el libro termine con unos textos y unos gráficos de Winy Maas, que aprovecha la
ocasión para plantear una extraña utopía sobre las implantaciones turísticas ibéricas. Como es
habitual entre los arquitectos de su generación, no intenta resolver ningún problema real -ni
ninguna aplicación real de unas preocupaciones conceptuales-, y sólo sirve para presentar aquel
tipo de arquitectura del que hablábamos páginas atrás, destinada no a un consumo real sino a la
imaginería de un consumo inexistente, imprevisible y finalmente inútil, tan fuera de lugar como la
propuesta de conseguir barrios con densidades de más de dos mil quinientos habitantes por
hectárea. Esa tendencia errática de los últimos y penúltimos arquitectos adopta así un itinerario
perverso: se reconoce un caso de morfología eficaz -agrupamiento de cierto tipo de rascacielos- y
de un buen funcionamiento turístico asentado urbanamente, y, una vez reconocido, se lo quiere
transformar anulando precisamente todos los valores originales para someterlos a unas imágenes
sorprendentes -imposibles- que provienen de otras líneas de consumo y especulación o quizá de
una nueva artisticidad también consumista. Es uno de los síntomas que apuntan a la abstracción
autónoma y disciplinar de la arquitectura, con perdón de Eduard Bru, quien, en el libro
“Mutaciones”, escribe un breve texto atacando la “autonomía de la disciplina” para demostrar que
los nuevos caminos han superado esa autonomía y atienden a todas las realidades
multidisciplinares que la han de condicionar. Yo opino exactamente lo contrario. La arquitectura de
Bru ve como innovadora -empezando por la del propio Koolhaas- es una exacerbación de
autonomía y de apartamiento de las realidades sociales. Es decir, una arquitectura contra la
ciudad.

En resumen, hemos visto que un nuevo tipo edificatorio puede integrarse muy bien en las
condiciones urbanas, pero también hemos visto que puede ser un elemento de contradicción
cuando la baja densidad o los errores de ocupación en planta crean cierta desertización, cuando la
forma de torre se convierte en bloques lineales de gran altura o cuando el proyecto no se adecua a
las exigencias ambientales y formales del entorno urbano. Sin embargo, la contradicción más
poderosa la plantean los propios arquitectos-urbanistas cuando hacen del rascacielos una
abstracción casi escultórica, un manifiesto a favor de una arquitectura que no quiere serlo para
acabar de anular una ciudad que no puede serlo.

Con la única intencionalidad de hacer algo de justicia a los arquitectos que han diseñado sin
algaradas de tipo alguno los edificios que pueblan Benidorm y, también, con la intencionalidad de
motivar alguna tesis o estudio en profundidad sobre su arquitectura, adjuntamos un abanico
representativo de los mismos, sin que la selección elegida tenga significado alguno.

Fig.1.88. Edificios de Carlos Gilardi.


Fig.1.89. Edificios de Antonio Escario.

Fig.1.90. Edificios de Roberto Pérez Guerras.

Fig.1.91. Edificios de José A. Nombela.


Fig.1.92. Panorámicas de los nuevos edificios de Benidorm.
1.12. Una introducción general a las estructuras de los edificios de gran altura.

x Si bien todos los temas que tienen que ver con las acciones y las estructuras que soportan los
edificios de gran altura se desarrollan posteriormente, este primer capítulo de carácter general
introductorio quedaría incompleto, sino esbozará un marco general previo sobre los modelos básicos
estructurales que han permitido construir esta tipología de edificios a lo largo de su breve historia.
Con este marco esperamos poder situar al lector en una posición que le permita adentrarse más
fácilmente en los temas específicos y concretos de la problemática estructural de los rascacielos que
se exponen en los capítulos siguientes, teniendo de ellos previamente una visión general que le
permita hacerlo más cómodamente.

Las estructuras básicas verticales de los primeros edificios de cierta altura, al no disponerse de
nada alternativo mejor, fueron los tradicionales muros de carga que se construían ensanchando sus
espesores a medida que el número de pisos se iba incrementando, siguiendo reglas más o menos
empíricas que parecían proporcionar buenos resultados, aunque sumamente costosos,
especialmente por la superficie útil que ocupan en las plantas.

En la construcción histórica, tradicional y cotidiana, la solución de los muros de carga estructurales


era la más barata, simple y funcional, al mismo tiempo que la más sólida y durable.

La durabilidad y seguridad de los muros de carga tenían poco que ver con problemas de
resistencia y sí mucho que ver con aspectos relacionados con la estabilidad; es decir, con sus
esbelteces. Para que los muros portantes funcionaran correctamente en el tiempo, pudiéndose elevar
simultáneamente en altura, el Código de la Construcción de New-York en 1892 proponía unas reglas
de diseño para los muros de carga y los muros divisorios, previendo que pudieran servir para
construir edificios con la nada despreciable altura de unas 20 plantas.

Fig. 1.93. Reglas de diseño recomendadas para la construcción de muros de carga en Nueva York en 1892.
Fig. 1.94. Reglas de diseño recomendadas para los espesores de los muros divisorios de los edificios
propuestas por el Código de la Construcción de Nueva York en 1892.

Al industrializarse la fabricación de perfiles metálicos, primero de fundición, después de hierro y


finalmente de acero, al mismo tiempo que se introducía a finales del siglo XIX el uso del hormigón
armado en la edificación (tímidamente al principio y masivamente en el siglo XX), se comprende
fácilmente que los muros de carga fueran desapareciendo del mundo de los edificios. Pese a las
grandes cualidades técnicas y estéticas que poseen los muros de carga cuando se diseñan
formalmente de manera apropiada, como demuestran infinidad de las obras construidas con los
mismos a lo largo de la historia de la Arquitectura; sus limitaciones estructurales, su lentitud
constructiva, su coste y la gran superficie útil que ocupan en planta, supuso su ruina frente a los
nuevos materiales y sistemas tecnológicos que irrumpieron en el mundo de la construcción con la
Revolución Industrial.

El último mohicano de los rascacielos construidos con muros de carga fue el edificio Monadnock de
16 plantas construido en Chicago (1891) por el ingeniero J. Root. Los muros de carga construidos
para el Monadnock llegaron a tener el nada despreciable espesor de 1,8 metros.
Fig. 1.95. Edificio Monadnock en Chicago.

Sin embargo, no fue brusca ni repentina la desaparición de los muros de carga en el panorama de
los edificios, existió una etapa intermedia donde coexistieron muros de carga de piedra y ladrillos en
fachadas y núcleos verticales de escaleras, con pilares interiores sometidos exclusivamente a carga
gravitatoria. Los muros de fachadas y del núcleo de escaleras, se encargaban de dar rigidez y
estabilidad al edificio frente a las cargas horizontales, esencialmente las fuerzas de viento; y los
segundos, es decir, los pilares, liberaban funcionalmente los interiores aumentando
considerablemente los espacios útiles disponibles en las distribuciones y, por consiguiente, la utilidad
y versatilidad de las plantas.

La filosofía anteriormente descrita, transformada en un esquema estructural de referencia básico


resuelto con nuevas formas y nuevos materiales capaces de resistir tracciones y compresiones, sigue
aplicándose con profusión en la resolución de las estructuras de los rascacielos. El acero y el
hormigón de alta resistencia (t 50 MPa) reemplazan en la actualidad a las piedras y ladrillos,
conformándose con estos materiales las piezas sustitutivas de los tradicionales muros de carga que
bordeaban el perímetro y limitaban los núcleos de comunicación verticales en los edificios. Estas
nuevas piezas verticales o núcleos de rigidez –llamados también en la cultura anglosajona muros de
cortante puesto que tienen la ineludible obligación de resistirlo, al ser el mismo la resultante final de
las fuerzas horizontales– poco han cambiado y evolucionado funcional y conceptualmente en la
historia de la construcción de los edificios de gran altura.

Inicialmente, los primeros pilares y vigas que sustituían a los muros de carga en el interior de los
edificios poco tenían que ver con la configuración de los pórticos actuales y lo que se espera de ellos
como mecanismos resistentes a cargas verticales y horizontales. Básicamente el conjunto de estos
primeros pilares y vigas tenían un comportamiento muy parecido a los esquemas estructurales del
Partenón, muy lejos todavía de poder aportar la rigidez suficiente y necesaria que demandan los
empujes de viento y sismo a las estructuras de los edificios de una cierta altura.

Dentro del contexto histórico de la construcción, a medida que fue perfeccionándose los montajes y
las uniones de vigas y pilares, las estructuras basadas en los mecanismos del pórtico fueron
reemplazando paulatinamente a los muros portantes de piedras y ladrillos hasta hacerlos
desaparecer totalmente, en cuanto los edificios superaban las tres plantas o cuatro plantas.
Bien es verdad que, a título meramente anecdótico, resulta posible y viable en el presente construir
edificios de 20 plantas con muros de carga de 20 cm de espesor, como se ha hecho para satisfacer
en los EE.UU. a la industria de los fabricantes de bloques de hormigón. Estos bloques de hormigón
prensados y huecos se rellenan a su vez también de hormigón y armaduras cuando se convierten en
muros de cortante en los edificios altos, aunque en honor a la verdad, los muros de carga que llevan
estos edificios, nada o muy poco tienen que ver conceptualmente con los viejos muros de carga a los
que se refería el Código de la Construcción neoyorquino de 1892 citado anteriormente.

El libro sobre los rascacielos de David Bennett, de manera muy sencilla y didáctica, nos ilustra y
nos adentra espléndidamente sobre los esquemas estructurales empleados en la construcción de los
rascacielos, a partir de que el mecanismo pórtico fuese puesto a punto de manera práctica e
industrial, junto al ascensor de Otis en Nueva York y Chicago.

Los primeros pórticos estructurales de tipo metálico solían ser de nudos semirrígidos, por lo que
tan sólo podían ser empleados para edificios de escasa esbeltez y alturas limitadas. Además, estos
primeros pórticos necesitaban la rigidización indirecta, aunque no lo pretendieran, de las divisiones de
compartimentación construidas con fábricas de ladrillo en el interior de estos edificios pioneros en las
alturas.

Fig. 1.96. Los edificios entre 10-15 pisos, de escasa esbeltez, pueden ser resueltos con estructuras metálicas
de pórticos con nudos semirrígidos. Ejemplos: Reliance Building - Chicago USA , 1895 (Del libro de David
Bennett y a su lado izquierdo una estructura similar de un edificio del levante español de los años 1960-70.

x Si los pórticos son metálicos y los nudos se resuelven con detalles constructivos que les doten
de la rigidez necesaria para que vigas y pilares tengan un empotramiento eficaz, y siempre y cuando
estemos dispuestos a asumir el coste considerable de acero que de ello se deriva, resulta posible
aplicarlos diseñando las estructuras de edificios que podrían alcanzar las cuarenta plantas, tal y como
sucedió en la primera mitad del siglo XX.
Fig. 1.97. Estructuras metálicas de pórticos con nudos rígidos que, aunque sumamente costosas, podrían ser
empleadas en edificios de hasta cuarenta plantas. Ejemplo: Lever House - New York, 1952. (Del libro de David
Bennett).

x Si nos situamos en el ámbito español, donde las estructuras básicamente se proyectan y


construyen en hormigón armado con vigas planas, el mecanismo pórtico es el habitualmente
empleado en los edificios de viviendas, donde las luces hasta hace muy poco no superaban los seis
metros.

En la actualidad, dado que las luces de los edificios se han incrementado y seguimos empeñados
en emplear las vigas y los forjados planos incluso para luces que ya comienzan a superar los siete
metros, el mecanismo pórtico con estructuras de hormigón armado resulta adecuado para alturas que
no superen las quince plantas. Veinte plantas podría ser la cota superior, el rango máximo de este
sistema estructural de pórticos a un precio razonable, empleando ya en su configuración vigas
descolgadas en los forjados (vigas acusadas en los techos).

Fig. 1.98. Esquema estructural representativo de los empleados en los edificios alicantinos por debajo de las
20 plantas: Forjado reticular + Micropantallas de 1 a 1,5 m de canto.
No obstante, conviene señalar que el concepto de viga plana en el presente, comienza a ser un
término impreciso, puesto que al proyectarse forjados con luces elevadas, los cantos de estas vigas
alcanzan ya valores de cierta entidad (30-35 cm), aproximándose a los cantos de las antiguas vigas
de los inicios del hormigón armado en España. Más bien deberíamos quedarnos con el término de
vigas embebidas en el espesor del forjado sin más adjetivos. Esta cuestión debería matizarse y
resolverse a la hora de aplicar los criterios sísmicos que clasifican las vigas bajo el punto de vista de
su ductilidad. Una viga de 40 x 35 con un forjado de 25 cm de espesor según la actual Norma
Sísmica se considera dúctil, pero la misma viga si forma parte de un forjado de igual espesor, según
la misma Norma ya no lo es, lo cual como poco admite una mínima reflexión.

Refiriéndonos también a España, y para el rango de las alturas que estamos mencionando (10-20
plantas), los forjados planos de tipo reticular con cantos variables entre los 25 y 30 cm empotrados en
pilares ligeramente apantallados, han configurado un modelo estructural muy empleado en los
edificios de tipo residencial, especialmente en toda la zona mediterránea. En este modelo estructural,
el de los forjados reticulares, el mecanismo pórtico de vigas y pilares se encuentra reemplazado por
un mecanismo similar, ampliamente conocido con el nombre de pórticos virtuales; capaces de dar
respuesta a los empujes horizontales razonablemente bien en el rango de alturas inferiores a las 20
plantas.

En las estructuras de pórticos virtuales mencionadas, los pilares deben poseer unas dimensiones
suficientemente amplias y constantes en altura; por ejemplo, manteniendo un lado constante entre 30
y 40 cm y haciendo crecer el lado contrario hasta los 150 cm más o menos.

x Las estructuras esencialmente metálicas resueltas con pórticos construidos con nudos de
escasa rigidez corresponden sustancialmente al primer período de los rascacielos, al período de sus
inicios, el período que dio origen al tan citado estilo de la Escuela de Chicago.

x Los pórticos de nudos rígidos fueron empleados hasta la saciedad durante el desarrollo de los
rascacielos en su segundo período, el periodo historicista, sin analizar su idoneidad, aplicándolos en
unos rangos de alturas donde su rendimiento y eficacia dejaban mucho que desear.

Este segundo período de los rascacielos descrito anteriormente, en nuestra opinión, tal vez sea la
etapa más brillante y llamativa de la historia de los rascacielos, la etapa que dio pie a cimentar su
fama, la leyenda y el esplendor que poseen los mismos; estamos, como ya vimos, ante el período en
el que fueron construidos los míticos edificios WOOLWORTH de Cass Gilbert (1917), el CHRYSLER
proyectado por William Van Alen's (1930), el EMPIRE STATE de la oficina Shere, Lamb & Harmon y
el conjunto urbanístico más emblemático del mundo, el ROCKEFELLER CENTER (1932-1940), fruto
de muchos esfuerzos, pero atribuido formalmente al arquitecto Raymond Hood.

Fig. 1.99. Esquema típico de los nudos rígidos empleados en los pórticos primitivos de los grandes rascacielos
históricos.
x Es en el tercer período de la historia de los rascacielos, el definido por el Estilo Internacional o
Modernismo, cuando las estructuras de éstos comienzan a analizarse con un mayor rigor y en
profundidad. Los esquemas estructurales se racionalizan y se sistematizan situándolos en sus
contextos y en los rangos apropiados a las alturas de los edificios, gracias a los magníficos trabajos
de los ingenieros de SOM (Skidmore, Owings & Merril), sobresaliendo entre ellos la figura de Fazlur
Khan, responsable directo de la Torre Sear y el John Hancock Center en Chicago, y anteriormente M.
Goldsmith.

A F. Khan le debemos los rangos básicos, los esquemas estructurales en los que podemos
situarnos de manera racional en el proyecto de las estructuras de los edificios de gran altura. Estos
esquemas que adjuntamos, son ya un referente ampliamente difundidos y asumidos en las
estructuras de los rascacielos.

Fig. 1.100. Esquemas orientativos de proyectos propuestos por F. Khan.

Gracias a F. Khan podemos afirmar asumiendo errores tolerables, que los edificios con alturas
comprendidas entre las 15 y 40 plantas, pueden ser resueltos con estructuras en las que las acciones
horizontales sean asumidas casi en su totalidad por pantallas o núcleos de rigidez construidos en
hormigón armado, o con celosías metálicas tupidas a base de cruces de San Andrés.
Fig. 1.101. Esquema clásico de estructura resuelta con pantallas y/o núcleos de rigidez construidos casi
siempre en hormigón armado, encargados de absorber los empujes horizontales prácticamente en su totalidad
para edificios entre 15 y 40 pisos por efecto ménsula.

El concepto de la interacción pórtico-pantalla, fue otra de las grandes aportaciones de F.Khan en 1964.

El concepto de interacción pórtico-pantalla abrió nuevas posibilidades para el diseño económico y


eficiente de los edificios de gran altura, incrementando de manera drástica la rigidez al movimiento
horizontal con respecto a la típica estructura aporticada. Hasta que se pudo analizar con mayor
precisión este mecanismo, cuando la altura de los edificios hacía insuficiente el efecto pórtico, la
introducción de cerchas verticales, pantallas y núcleo de rigidez en los mismos, era la solución
adoptada frente a las cargas horizontales asignándoles toda la responsabilidad frente a las mismas,
sin considerar la posible interacción entre ambos sistemas.

Fig. 102. Interacción Pórtico-Pantalla.

En términos simples pude decirse que el pórtico y la pantalla tienden a actuar frente a las cargas
laterales de dos modos distintos: De un modo reticular el primero y en forma de ménsula el segundo.
Pero si los forjados actúan como diafragmas rígidos en su plano, y no cabe la menor duda de que así
parecen hacerlo lo tengamos en cuenta o no, se establece entonces una compatibilidad de
deformaciones, entrando en un mecanismo resistente de conjunto que plantea un problema de
rigideces relativas para averiguar la respuesta parcial del pórtico, de la pantalla y la respuesta global
de ambos sistemas trabajando solidariamente.

En 1964, F. Khan y Sbaronnis publican un artículo donde demostraban que la rigidez de los
edificios de altura aporticadas podría ser drásticamente incrementada introduciendo pantallas sin
apenas incremento de coste; aportando además un paso más, especialmente si las hacían trabajar
en conjunto con los pórticos y no de forma exclusivamente aislada de los mismos, tal y como se venía
haciendo a efectos prácticos de los proyectos, al no disponerse de los medios teóricos suficientes que
permitieran su aplicación conjunta de forma segura.

x Sin dejar de respetar y tener presente el enorme valor intrínseco y referencial que poseen las
aportaciones de los ingenieros americanos en el campo estructural de los edificios de gran altura:
Otto, Goldsmith, F.Khan, Roberson, T.Y.Lin, Le Messurier, etc, resulta obligado advertir que todas
ellas se encuentran inmersas en un contexto sociológico, tecnológico, urbanístico y arquitectónico
muy concreto, y su extrapolación directa a otros contextos, como puede ser el español, no siempre
resultarán ser las más apropiada y económicas, sobre todo si de edificios residenciales se trata.

Los costes económicos materiales, financieros y constructivos, incluso los relacionados con la
filosofía proyectual de los edificios son todavía lo suficientemente diferentes e importantes entre las
diversas partes del mundo, como para que tengan que ser necesariamente considerados en la
adopción de soluciones concretas y específicas en cada lugar y para cada edificios que sea
proyectado.

Fig. 1.103. Una variante estructural de rigidización frente al viento, que ya prácticamente ha sido desplazada
por los núcleos de rigidez de hormigón armado incluso dentro de las propias estructuras metálicas, eran las
pantallas metálicas construidas básicamente con barras formando cruces de San Andrés u otras tringulaciones
apropiadas. Ejemplo: Chicago Civic Center - Chicago - USA, 1965. (Del libro de David Bennett).

x Cuando los edificios sobrepasan los 200 m y se adentra en el territorio de los 400 r100 m de
altura, los esfuerzos que aparecen en los edificios son ya de tal magnitud, que requieren una
integración total entre la concepción arquitectónica de los mismos y la estructura portante que los
hace posible.

El diseño y la potencia que alcanzan las estructuras en los edificios que superan las cuarenta
plantas son de tal envergadura, que resulta físicamente imposible no contar con ella en el
planteamiento formal y arquitectónico de los mismos.
Las estructuras disponibles para estos grandes rascacielos, de las que hablaremos largo y tendido
en los capítulos siguientes, son conocidas en la literatura técnica con los nombres de: Estructuras
tubo, estructuras tubo dentro de tubo, haz de tubos acoplados, y finalmente no podemos olvidar, las
tan llamativas mega-estructuras espaciales, donde se mezclan los esquemas mencionados
anteriormente con rigidizaciones a base de grandes macro-celosías que se ocultan en el interior de
los edificios, o se exponen a la vista, en sus fachadas, con manifiesta intencionalidad arquitectónica.

Estas estructuras ya no tienen un rango de aplicación claramente definido, ni puede decirse a priori
cuál resulta mejor o peor, dado que se encuentran ligadas al planteamiento formal con el que se ha
concebido arquitectónicamente el edificio.

Fig. 1.104. Megaestructura de celosías espaciales propias de los grandes rascacielos, donde su diseño
formalista pretende emplear a la estructura como su exponente arquitectónico fundamental.

Las estructuras de celosías verticales espaciales resultan intuitivamente fáciles de comprender


como soporte estructural de un edificio, incluso para los no especialistas; sin embargo, la estructura
tubo, de la que se habla tan frecuentemente a raíz de lo sucedido con las “Torres Gemelas”, ya no
resulta una estructura tan evidente y clara, y la misma exige una mínima reflexión sobre su forma de
trabajar y el cómo hacer más eficaz el efecto Virendeel múltiple que desarrollan.

Más adelante se explican metódicamente todos los mecanismos que se mencionan en este
capítulo a modo de introducción genérica, pero también pueden encontrarse en el magnífico libro de
Bungale S. Taranath: Steel, Concrete & Composite Design of Tall Buildings publicado por Mc Graw-
Hill en 1998.

La idea fundamental, la clave en la concepción de un sistema estructural para un edificio de gran


altura, consiste en imaginarlo como una gran ménsula empotrada en el suelo sometida a fuerzas
laterales que la pueden mover en todas las direcciones.
Las fuerzas laterales que actúan de forma inevitable contra el edificio, contra la ménsula, son las
debidas a los vientos que soplarán contra él; y otras fuerzas laterales que podrían actuar, si se
encuentra en zona sísmica, serían sin duda alguna las fuerzas de inercia inducidas por las ondas
sísmicas que hacen temblar el suelo donde se apoya, produciéndole oscilaciones.

Fig. 1.105. Concepto estructural de un edificio alto sometido a la acción del viento.

En ambos casos, los edificios altos se ven sometidos a grandes esfuerzos de cortante y de flexión;
y dependiendo de sus diseños en planta, también pueden experimentar indirectamente incrementos
adicionales de dichos esfuerzos, motivados por las posibles torsiones generalizadas que se producen
en ellos cuando sus centros de respuesta (sus centros de inercia) no coinciden con las resultantes de
los empujes de viento o sismo actuando sobre los mismos.

Fig. 1.106. El edificio debe resistir el esfuerzo cortante; y no deformarse excesivamente frente al mismo (B.S.
Taranath).

Por consiguiente, todo edificio y más si es alto, debe poseer un sistema estructural eficaz para
resistir las fuerzas de cortante, que se ven incrementadas con su altura, variando las mismas
parabólicamente desde su coronación hasta los cimientos donde alcanzan su cenit. De forma
análoga, el sistema estructural del edificio debe enfrentarse a los esfuerzos de flexión generalizada
que sobre él producen las fuerzas antes mencionadas, que se incrementen cuadráticamente con la
altura, debiéndose satisfacer tres requisitos básicos:

a) El edificio no debe volcar considerándolo en su conjunto como un sólido rígido.

b) El edificio no debe deformarse más allá de su límite elástico, para que pueda recuperarse
plenamente de los desplazamientos que induzcan las fuerzas laterales que actúen sobre el mismo.

Los movimientos y oscilaciones que experimente el edificio deben ser tolerables para las
personas, sin que por ello sufra su funcionalidad y seguridad. Tradicionalmente lo anterior se viene
consiguiendo en la práctica, asumiendo que las deformaciones máximas en su coronación no
superen valores comprendidos entre H/500 y H/1000.

También por estas exigencias relacionadas con las oscilaciones de los edificios, se están
imponiendo en los edificios de gran altura las estructuras resueltas con hormigones de alta resistencia
(fck>50 MPa), dado que proporcionan a las mismas mayores rigideces, inercias y amortiguaciones
que las estructuras de acero tradicionalmente empleadas en los rascacielos históricos.

En la actualidad, de forma complementaria al proyecto tradicional pasivo de las estructuras, se está


desarrollando una actitud activa, introduciendo en las mismas sistemas de amortiguaciones
dinámicos y reductores de las oscilaciones, especialmente cuando las mismas alcanzan límites
intolerables para las personas y los edificios, como podría suceder en caso de vientos huracanados y
sismos de cierta intensidad. Los sistemas T.M.D. (Tuned Mass Damper) instalados en las cubiertas
de los edificios, que ponen en movimiento mediante controles mecánicos rígidos por unos sensores
especiales masas de cierta importancia (§ 400 Tm) de manera contraria a como se mueva el edificio,
consiguen retener y minimizar las oscilaciones del edificio a límites tolerables. No obstante la
experiencia real del comportamiento de los T.M.D. es situaciones extremas es muy limitada o
desconocida, empleándose exclusivamente como elementos de seguridad añadidos.

En el Citicorp Center de New York se encuentra instalado uno de ellos y en el John Hancock de
Boston se introdujo uno a posteriori, cuando se pensó equivocadamente que el problema de sus
fachadas era debido a las oscilaciones que inducía el viento en el mismo, cuando en realidad los
cristales saltaban por un problema con los materiales que los sujetaban que al solidarizarse con ellos
impedía totalmente sus movimientos.

Fig. 1.107. Viejo esquema sobre las percepciones de las oscilaciones de los edificios.
c) Los pilares del edificio deben permanecer intactos tras los fuertes incrementos de compresión
que experimentan los de un lado, y las posibles tracciones que pueden experimentar los del lado
opuesto por el efecto del vuelco, de la flexión generalizada que se produce en los edificios. (Nota:
Bajo la acción de terremotos severos, a los edificios, en general, sólo se les pide que se mantengan
en pie el tiempo suficiente para que no causen víctimas, aunque tengan que ser ampliamente
reparados o demolidos tras los mismos).

Fig. 1.108. Los edificios no deben volcar, romperse, ni experimentar deformaciones intolerables bajo la acción
de las fuerzas laterales. (B.S. Taranath).

De los tres requisitos mencionados, quizás el más sutil y delicado de cumplir sea el c), puesto que
los límites tolerables de las oscilaciones, de la percepción que se tiene de los movimientos y las
vibraciones de los edificios por las personas pueden ser, y de hecho lo son, muy diferentes entre sí.
Unos movimientos excesivos hacen desaparecer la comodidad de los usuarios en los edificios y,
también, pueden provocar serios daños en los elementos no estructurales, tales como fachadas y
compartimentos interiores.

x Para satisfacer las exigencias de funcionalidad y confort expuestas anteriormente con relación
a las oscilaciones, y para resistir los esfuerzos de flexión y cortante, la forma estructural más perfecta
con la que podemos dotar a un edificio de gran altura será aquella que posea una continuidad vertical
localizada idealmente en sus extremos, en los bordes más lejanos de su centro geométrico.

Una especie de chimenea vertical, de torre en hormigón armado con sección circular, cuadrada o
rectangular que contenga en su interior al edificio, podría ser el modelo, la respuesta estructural que
más se aproxime a la perfección ideal de concentrar la materia resistente de la estructura
perimetralmente, lejos del centro geométrico de las plantas de los pisos que, apilados unos sobre
otros, configuren la forma del rascacielos.

Por tanto, la búsqueda de la mejor solución estructural para el edificio requiere tantear esquemas,
sistemas que se aproximen lo más posible al modelo antes mencionado. Teniendo presente lo ya
dicho acerca de que un edificio de gran altura es como una ménsula vertical empotrada en el suelo, el
modelo de su estructura ideal resulta evidente que será aquel en la que todos los pilares del mismo
se encuentran situados en el perímetro de las plantas.

Fig. 1.109. Situación distribuida (a) de pilares y concentrada en los perímetros de la planta (b) de un edificio; y
claramente deberemos decantarnos por la (b).
Así pues, resulta preferible, para soportar empujes laterales en los edificios, la solución (b) de la
Fig. 1.109. a la solución (a) que distribuye los pilares en su planta.

Sin embargo, casi nunca resulta posible resolver plenamente la estructura de un rascacielos con la
solución ideal del tipo (b), y es preciso acudir a soluciones intermedias de compromiso que teniendo
presente la necesaria resistencia a cortante y flexión que debe poseer el mismo, permitan situar los
pilares de modo que sea posible un mayor desarrollo funcional y estético, al mismo tiempo que se
soporten de forma eficaz las cargas gravitatorias interiores que existen en las plantas, para no
castigar los forjados con luces muy elevadas que requieran vigas de un canto excesivo,
penalizándose las alturas libres de los pisos entre sí más de lo debido incordiando el trazado de las
instalaciones que transcurren por los techos.

Para valorar y cuantificar de forma relativa la eficacia mecánica de los sistemas estructurales de los
rascacielos se suelen manejar dos parámetros, el IRF (Índice de Rigidez a la Flexión) y el IRC (Índice
de Rigidez al Cortante). B. S. Taranath nos resume espléndidamente estos conceptos en su libro, y
los explica asignándoles una valoración cuantitativa en los esquemas estructurales básicos más
empleados en los rascacielos se encuentran en la Fig. 110.

Fig. 1.110. Plantas estructurales básicas.

La mayor eficacia posible a flexión la conseguiríamos con una planta cuadrada que concentre la
estructura vertical del edificio en cuatro robustos pilares situados en sus esquinas; es por ello que a
este sistema estructural podríamos asignarle el Índice de Rigidez a Flexión máximo (IRF= 100).
Conceptualmente, el IRF se define como el momento total de inercia de las secciones resistentes de
los soportes verticales con respecto a los ejes centrales de inercia del edificio, considerándolo como
un sistema rígidamente integrado.

Los primeros edificios de gran altura, los grandes e históricos rascacielos como el Empire State
Building, resolvían sus estructuras situando todos sus pilares uniformemente distribuidos en sus
plantas (véase la Fig. 1.109.a. o la Fig. 1.110.b.) perdiendo eficacia en su IRF, que frente al máximo
de 100 bajaba considerablemente y se situaba en torno al valor 33.
Un edificio alto moderno, con plantas libres destinado a servir como contenedor de oficinas, sitúa
casi siempre sus pilares, como ya hemos visto anterirormente en el perímetro de sus plantas, muy
próximos entre sí, a distancias que podrían oscilar entre los 2 y 4 metros, configurando el modelo
estructural conocido con el nombre de ESTRUCTURA TUBO (recuérdese que en las históricas y
desaparecidas Torres Gemelas, edificios emblemáticos de este modelo estructural, los pilares
perimetrales se encontraban separados escasamente un metro entre sí).

Este tipo de solución, al llegar a las plantas bajas del edificio exigen plantear vigas puentes de gran
rigidez, para dar permeabilidades puntuales en las fachadas, a costa de incrementar
considerablemente el tamaño de los soportes de dichas vigas.

Fig. 1.111. Estructura tubo perimetral de hormigón con núcleo de rigidez interior de las Torres Petronas en
Kuala Lampur (Malasia)

Para que estos pilares perimetrales doten de la adecuada rigidez a la estructura, y por tanto al
edificio, deben unirse entre sí a nivel de cada planta mediante vigas de gran canto, con nudos lo más
rígidos posible; de esta forma, es como si intentáramos dotar al edificio de una estructura ideal tipo
cajón o tubular, perforada por los huecos que dejan los pilares y las vigas de gran canto entre sí,
permitiendo la entrada de luz y las comunicaciones del edificio con el exterior, sean éstas de la
naturaleza que sean. No obstante, la tipología de estructura que se consigue de esta forma, siendo
notable y eficaz, está relativamente lejos de comportarse como una sección maciza tubular perfecta,
por culpa del cortante que deforma y distorsiona el mecanismo resistente puro de la flexión como
ménsula vertical.
Fig. 1.112. Torre Sears (Chicago proyectada con una estructura de tubos múltiples (9).

La emblemática Torre Sears de Chicago, uno de los rascacielos más altos del mundo, usa todos
sus pilares como parte de un sistema resistente a las fuerzas laterales en una configuración llamada
HAZ DE TUBOS (Fig. 1.108.d y Fig. 1.112), con un IRF global igual a 33. La Torre Sears llega a
albergar en su base nueve tubos cuyos lados superan los veinte metros.

La Torre Citicorp de Nueva York, que no pudo colocar los pilares en sus esquinas, o al menos es lo
que nos cuentan sus proyectistas para justificar su original diseño (Fig. 1.108.e), tuvo que
conformarse con un índice IRF igual a 31. Si se hubiesen colocado en las esquinas el IRF se hubiese
elevado a 56, lejos del ideal IRF = 100 debido a la presencia de otros pilares en su zona central
necesario para soportar las cargas gravitatorias del interior.

El proyecto de la Torre de Bank of Southwest (Houston-Texas), se aproxima bastante al índice


ideal con un IRF = 63 (Fig. 1.108.g). Los pilares de las esquinas se dividen en dos en este edificio,
bajando su IRF, con el objeto de dotar al edificio de una mayor visibilidad espacial desde el interior de
sus oficinas.

x Si deseásemos mejorar la eficiencia del tubo aporticado intentando hacer trabajar los pilares
como un sistema integrado, con la rigidez plena necesaria cuando su separación se aleja de la
estructura tubo ideal, no basta con las vigas transversales de atado que existen a nivel de cada
planta, puesto que por mucho tamaño que tengan carecen de la rigidez necesaria para lograrlo, y el
mecanismo resistente resulta estar más próximo al pórtico que a la ménsula vertical tipo cajón y, por
ello, su eficiencia mejora notablemente interconectándolos con un sistema efectivo frente al cortante,
como pueden ser las triangulaciones resistente al mismo.

Esto fue lo que motivó a F. Khan el triangular las fachadas cruzando los pilares verticales en el
espléndido edificio John Hancock de Chicago, buscando el conseguir un trabajo más eficaz de los
mismos sin tener que renunciar a la eficiencia de los pilares centrales de las caras de tracción y
compresión, cuando el viento actúa perpendicularmente a las mismas.
Pese a la brillantez formal y estructural de la solución adoptada por F. Khan, conviene advertir de
los graves inconvenientes que pueden producirse por culpa de las dilataciones térmicas en dicha
solución, cuando las piezas resistentes que la configuran se exponen exteriormente a la intemperie
por fuera de las fachadas del edificio.

Las dilataciones térmicas diferenciales que pueden llegar a tener estas piezas exteriores frente a
las que se encuentran en el interior del edificio, básicamente expuestas a una temperatura constante
todo el tiempo, pueden llegar a ser inadmisibles bajo un punto de vista resistente y funcional.

Así por ejemplo en el Bali III de Benidorm hubo que sobrearmar los forjados de los vanos extremos
debido a las dilataciones verticales que presentan las pantallas laterales expuestas a la intemperie,
con relación a las pantallas adyacentes del interior.

En el J. Hancock existe una circulación de agua en el interior de los tubos estructurales de la


fachada, no sólo de cara a protegerlos de un posible incendio, sino también para tener controladas su
dilataciones térmicas diferenciales en unos límites tolerables.

Fig. 1.113. Sistemas resistentes al cortante en los edificios altos: (a) Pantallas macizas, (b) Pantallas de
piezas metálicas trianguladas, (c) Pantallas de piezas metálicas tipo K.

x El sistema ideal frente al cortante es una pantalla o muro sin huecos de tipo alguno, que tenga
un IRC=100 (Fig. 1.113.a). El segundo sistema en eficacia frente al cortante (IRC=62,5, Fig. 1.113.b),
es una pantalla formada a base de piezas diagonales a 45º formando una red, que cuanto más tupida
mejor. Un tercer sistema, menos eficaz que los anteriores porque consume más material, se muestra
en al Fig. 1.113.c. El índice IRC de esta tercera alternativa, depende de la pendiente de las
diagonales y tiene un valor de 31,3 para el ángulo más usual de 45º.
Fig. 1.114. Pórticos básicos y pórticos densos de los sistemas estructurales tipo tubo.

Volviendo al sistema de tubo aligerado, basado en el mecanismo pórtico de gran rigidez sustitutivo
de la sección cajón, el mismo también resulta un buen sistema resistente frente al cortante, con un
IRC dependiendo de los espacios vacíos; es decir, de las proporciones entre la longitud/canto de sus
piezas (pilares y vigas).

Los pórticos de los sistemas estructurales tipo TUBO, con pilares muy próximos, como los
mostrados en la Fig. 1.114.f. y g. usados en las cuatro fachadas de un edificio de planta cuadrada, sin
lugar a dudas tienen una alta rigidez al cortante, y dicha rigidez puede ser del doble, si se trata de
evaluar su eficacia frente a la flexión.

Fig. 1.115. Estructura tubo en Chicago, con viga de gran canto liberando la planta baja de la densidad de
pilares de sus fachadas y esquema típico de las estructuras tubo de estos edificios.
Fig. 1.116. Distribución cualitativa de esfuerzos y desplazamientos en las estructuras aporticadas tubulares.

x Esquemas estructurales similares a los expuestos, más cualitativos que cuantitativos por
mucho que los adornemos de los valores numéricos que los acompañan, ya fueron publicados en
España por el Instituto Eduardo Torroja allá por el año 1977 en su monografía nº 342, firmada por
Luis Daniel Martorano y Fernando Aguirre (fig.1.117).

A poco que elevemos en altura los edificios se constata inevitablemente, que los clásicos pórticos
que había servido para liberar a las plantas de la servidumbre de los muros de carga y de sus
fachadas portantes, volvían a necesitar piezas especiales de un tamaño apropiado que les ayudasen
o los sustituyeran a resistir los empujes laterales de los vientos y los sismos.

Si resulta evidente constatar que son las pantallas las piezas más sencillas y fáciles de añadir a los
esquemas estructurales a base de pórticos para resistir las fuerzas laterales, pudiéndose resolver con
ellas los edificios de altura habitualmente construidos en España, el poder disponer de unos índices
cualitativos sobre la rigidez que poseen las mismas, no cabe duda que puede ser de una valiosa
ayuda para los proyectistas de estos edificios, y es esta la única razón que nos mueve a presentarlos.

Tomando como referencia al Pórtico Tradicional que se le asigna como Rigidez Lateral la unidad, la
monografía citada nos ofrece cuales serían las rigideces que se conseguirían sustituyendo el pórtico
por un conjunto de pantalla de morfologías diversas.

El cuadro de figuras que se adjunta resume las conclusiones obtenidas, asignando los valores de
las rigideces relativas al pórtico a cada uno de los posibles esquemas constructivos con los que
pueden materializarse las pantallas de los edificios.
Fig. 1.117. Rigideces relativas de pantallas con relación a un pórtico de referencia de rigidez unidad (Figura
copiada manualmente de la Monografía 342 del I.E.T.C.C.).
x La mayoría de los edificios construidos en Benidorm se encuentran resueltos con pantallas, y
un escaso número de pilare en aquellas zonas donde las plantas exigen funcionalmente una
permeabilidad circulatoria transversal, que las pantallas opacas limitarían considerablemente.

En el desarrollo constructivo inicial de las ciudades turísticas en los años 60-70 del siglo pasado, lo
que se dio en llamar el boom turístico español, tal vez influenciados por la cultura americana que
resolvía las estructuras de los edificios de altura en acero, propició que fuese éste en vez del
hormigón el material empleado por los arquitectos y constructores locales en los primeros edificios de
altura españoles y el levante español no fue una excepción. Bastó la aparición de la EH-73 y que un
pequeño grupo de ingenieros pusieran a punto los esquemas estructurales de micro-pantallas unidas
con forjados reticulares, auxiliándose de unas pantallas de mayor amplitud para los edificios que
superaban las quince plantas, junto con unos constructores locales que eran capaces de confeccionar
hormigones por encima de los 20 MPa, para que se desterrara hasta la flecha presente de las
estructuras de los edificios residenciales de una cierta altura, el acero.

Las cuantías de acero con la que se resolvían los edificios de 20 r 5 plantas con estas estructuras
de hormigón, respondían sensiblemente al número de plantas que poseían los mismos expresadas
en Kgs por m².

Un valor orientativo y representativo de las cuantías podríamos estimarlo en torno a los 25 Kg/m².
En las pantallas se consumía una cuantía de hormigón variando entre los 60 – 100 litros/m², con
cuantías de acero variable entre los 6 y 10 Kg/m².

Un ligero aumento de las alturas de los edificios y las luces, junto a la aparición de la EHE.98 y una
aplicación reaccionaria y prepotente de la LOE por parte de las Compañías de Seguro, han
encarecido las estructuras de los edificios de altura residenciales con unas cuantías de acero que
oscilan ya entre los 30 y 40 Kg/m², pese a no haberse detectado daños en estos edificios por causas
atribuibles a un mal comportamiento de sus estructuras frente a las acciones horizontales.

Tal y como se dice, resulta claramente llamativo y sorprendente la ausencia de patologías


estructurales debidas a la acción del viento en estos edificios del levante español, pese a que muchos
de ellos presentan algunas que otras deficiencias notables en el cálculo de sus estructuras, unas
veces por no haber tenido disponibles las herramientas de cálculo necesarias y otras veces por un
claro desconocimiento de sus proyectistas.

Creemos que son dos las razones que justifican la ausencia de daños debidas al viento en los
edificios de altura levantinos.

En primer lugar es muy probable, por no decir casi seguro, que las presiones reales de los vientos
que actúan sobre estos edificios se encuentre muy por debajo de las presiones teóricas que
prescriben las Normas de Viento y que pueden estar sobrevaloradas, cosa que sucede claramente
con las presiones del viento que se deducen de EC-1 cuando se aplican en España.

En segundo lugar, la presencia masiva de los cerramientos y distribuciones interiores a base de


tabiquerías de ladrillo, sin lugar a dudas proporcionan a estos edificios residenciales una rigidez y
seguridad gratuita que lógicamente, no ha sido tenida en cuenta en los cálculos, pero que existir,
existe; se tenga en cuenta o no se tenga en cuenta, distorsionando todos los resultados que pueden
esperarse de un análisis simplista de las estructuras desnudas de las mismas.

Un sencillo tabique del siete introducido mediante unas simples bielas que trabajen exclusivamente
a compresión entre los nudos de un pórtico, reduce sus traslaciones laterales a una tercera parte de
las que resultan cuando se ignora su presencia.

Y finalmente, no está de más decir, que las penalizaciones sísmicas que introducen sobre los
edificios la Norma Sísmica Española, en nuestra opinión, se encuentran absolutamente
desproporcionadas a la actividad sísmica real sumamente moderada que realmente existe en nuestro
país.
1.13. Complementos (Fachadas, Instalaciones, Ascensores, etc)

x No podría acabarse una introducción general sobre rascacielos sin mencionar, aunque sea
superficialmente, algunos aspectos constructivos de los mismos de considerable trascendencia para
su funcionalidad operativa. Los problemas que plantean y los criterios de diseño a considerar en los
acabados y las instalaciones en los edificios de gran altura son múltiples y suplementarios con las
estructuras que los hace posible, aunque puedan considerarse a estas últimas como trascendentales
en la escala de valores en las que pueden ser catalogados dichos problemas.

La superficie útil de estos edificios que de algún modo se desperdicia para alojar las instalaciones y
las vías de comunicación horizontal y vertical que requieren los rascacielos puede variar entre un
15% y un 30%.

Los valores anteriores que, lógicamente se incrementan con la altura, suponen ya de por sí, un
inevitable handicap a la altura de los edificios y serán ellos los que probablemente limiten el techo de
los mismos bajo un prisma puramente de viabilidad económica, al margen de otras consideraciones
más o menos tecnológicas, como podrían ser las estructuras.

Si la superficie realmente útil disponible para los usuarios del edificio no permite financiar
comercialmente a precios razonables los metros cuadrados que necesariamente se desperdician en
los servicios complementarios y los costes constructivos del proyecto, la operación inmobiliaria no
será viable. Posiblemente sean estas y no otras consideraciones de tipo técnico como hemos dicho
anteriormente, las razones últimas por las que los edificios de gran altura no se atreven a superar la
frontera de los 500 metros descaradamente.

x El importante volumen de las instalaciones de todos los tipos y en ritmo creciente que
demandan los edificios para las comunicaciones, los trazados eléctricos y sanitarios, para la
climatización, la seguridad, etc, etc; no sólo necesitan para su ubicación un considerable número de
espacios útiles de las plantas para su alojamiento, sino también una sobrealtura entre las mismas
para que por los suelos y techos puedan distribuirse las redes que las soportan.

Aceptar plantas técnicas específicas para alojar los grupos eléctricos de bombeo, los depósitos de
emergencia, las salas de control de los centros operativos absolutamente imprescindibles en edificios
de esta naturaleza, resultan prácticamente de obligada consideración en los proyectos de los edificios
de altura.

A título meramente de ejemplo, el Hotel Bali III de Benidorm dispone de una planta técnica para los
servicios e instalaciones por cada diez de sus pisos; lo cual permite en la explotación del Hotel,
compartimentar su uso verticalmente reduciendo drásticamente los costes de funcionamiento y
mantenimiento del edificio, para aquellas situaciones en las que el Hotel no consiga llenar sus
habitaciones disponibles.

x Todo lo relacionado con la seguridad de un edificio de gran altura frente al fuego requiere
estudios especiales. Un edificio de gran altura debe poderse enfrentar a un posible incendio de
manera absolutamente autónoma, sin contar con que los mismos puedan ser apagados desde el
exterior por los servicios de Bomberos, puesto que por encima de las 20 plantas más o menos,
resulta imposible hacerlo.

Tiene que ser el propio edificio el que desarrolle y contenga en su interior, todo lo relacionado con
la detección y la contención del fuego en sectorizaciones estancas, para que sea el edificio de forma
autónoma con el personal del servicio, el que consiga apagar el fuego o tenerlo controlado el tiempo
suficiente para que sin riesgos para su estabilidad y las personas, permita a los bomberos apagarlo
desde su interior con los recursos propios del mismo.

Un estudio exhaustivo de las vías de evacuación para estas y otras emergencias debe
establecerse de forma visible en los rascacielos para que puedan utilizarse fácil y cómodamente por
sus usuarios.
Sin embargo, la paranoia generada por los incendios provocados al margen de los que pueden
considerarse accidentales, en modo alguno pueden ser contemplados en el diseño de estos u otros
edificios, o al menos así le creemos nosotros, obviando entrar en una espiral que no tendría final y,
por otra parte, absolutamente ineficaz, puesto que si alguien pretende causar daños materiales y
humanos lo hará de una forma u otra, ya que intentar proteger todos y cada uno de los caminos
donde dichos daños pueden llevarse a efecto resulta imposible, algo así como tratar de ponerles
puertas al campo o intentar secar el mar, sería una tarea inútil, costosa y frustrante.

Fig. 1.118. Esquema básico del transporte vertical colocado en las Petronas Towers (Kuala Lumpur)

x Otro de los aspectos vitales de los edificios de gran altura lo constituye el dimensionamiento
requerido para las comunicaciones verticales de las personas que trabajan y viven en los mismos.
Acertar con un correcto análisis del flujo de las personas que van a utilizar el edificio, especialmente
en los rascacielos multiusos actuales en los que se desarrollan actividades múltiples: residenciales,
comerciales, hoteleras, de oficinas, etc; no es una tarea que pueda resolverse fácilmente. Los
tiempos de espera de los usuarios de los rascacielos en las horas punta para tomar los ascensores
pueden llegar a alcanzar tiempos desesperantes, sobre todo si se encuentran mal dimensionados. El
uso de cabinas dobles, el diseño de plantas o estaciones intercambiadoras (sky lobby), la asignación
de plantas específicas para cada grupo de ascensores junto con sus adecuadas velocidades son los
recursos que habitualmente se usan en la planificación de los ascensores de los grandes rascacielos.
Fig. 1.119. Esquema simplificado de la batería de ascensores de la Millennium Tower (Frankfurt).
La solución al problema de los ascensores pasa inicialmente por situarlos geométrica y
funcionalmente en las plantas tipo de los edificios, teniendo muy presente que su ubicación y las
paredes que los bordean constituyen un espacio ideal para ubicar unos posibles núcleos verticales
resistentes que pueden dotar a los mismos de la necesaria rigidez transversal a los vientos y sismos.

Como la mayoría del rompecabezas que supone la construcción de los grandes rascacielos, todo el
estudio del transporte vertical de personas y servicios ha de plantearse en colaboración directa, como
no podría ser de otra manera, con las casas comerciales especializadas: OTIS, KOME, SCHINDLER,
THYSSEN, etc, que disponen de los conocimientos y la experiencia necesaria en la elaboración de
los planes y de la estrategia necesaria que permita un correcto funcionamiento de los
desplazamientos verticales de las miles de personas que pululan por el interior de estos edificios
singulares. Existen en la actualidad programas de ordenador que ayudan a planificar la batería de
ascensores necesaria, simulando la mayoría de las situaciones posibles y probables que pueden
presentarse en el funcionamiento del rascacielos.

Veamos algunos conceptos básicos habitualmente empleados en el análisis de los ascensores:

Tiempo medio de espera o tiempo medio de intervalo

En Alemania el tiempo medio de espera se utiliza comúnmente para determinar la eficiencia del
ascensor, mientras que en los EE.UU. se utiliza el tiempo medio de intervalo.

El tiempo medio de espera se define como la mitad del tiempo medio de intervalo, mientras que
éste último se define como el periodo medio que transcurre entre dos paradas de ascensor en el
vestíbulo principal durante una “mañana agitada”.

Ambos dos son usados para determinar la calidad del sistema de ascensores. En la literatura
especializada, se dan los siguientes tiempos de intervalo:

- Edificios de oficinas con prestigio: 20-25 segundos.

- Otros edificios: 25-30 segundos.

- Residenciales y Hoteles: 40-100 segundos.

Por otra parte, los tiempos de intervalo en edificios de oficinas se catalogan como:

- 20-25 segundos: Muy bueno.

- 25-30 segundos: Bueno.

- 30-35 segundos: Correcto.

- 35-40 segundos: Adecuado.

- Más de 40 segundos: Insatisfactorio.

Cabe decir con respecto al usuario, que ambos tiempos son percibidos de manera subjetiva.

Lógicamente, un usuario es capaz de tolerar mayores tiempos de espera (o de intervalo) si el


recinto de espera (vestíbulos, por ejemplo) se encuentra diseñado de manera agradable.

Tiempo perdido en la parada

Se define como la diferencia de tiempo entre un viaje entre dos plantas sin paradas, y otro viaje
entre las mismas plantas con una parada de por medio, incluyendo el tiempo de apertura de puertas
(que suele estar estandarizado en 2 segundos). Este parámetro es de fácil comprobación mediante
un simple cronómetro y resulta un método eficaz basándose en el mismo, de controlar la calidad en
un sistema de ascensores.
En los edificios de altura, es posible alcanzar tiempos perdidos en parada de entre 8 y 10
segundos, dependiendo lógicamente de la velocidad del ascensor.

Velocidad

La velocidad del ascensor se calcula, lógicamente, teniendo en cuenta la altura y el tráfico previsto.
La tabla 1.1 muestra de manera simplificada el efecto de la velocidad en tiempos de viaje para una
aceleración media de 1 m/seg. Como puede verse, usar velocidades altas sólo tiene sentido cuando
la distancia entre paradas es grande, con lo cual puede alcanzarse el pico de velocidad.

Tabla 1. 1.

En Alemania, el ascensor más rápido en edificio de oficinas se encuentra en el Berlín Potsdamer


Platz, con un pico de velocidad de 8,5 m/seg (que se alcanza durante un único segundo en un viaje
de subida). En bajada, la máxima velocidad es 7 m/seg.

Sin embargo, en Japón, las velocidades en algunos ascensores alcanzan los 12,5 seg. Y en el
Taipei Financial Center, están proyectados ascensores de hasta 16,7 m/seg en subida y 10 m/seg en
bajada, siendo la distancia entre paradas en esos ascensores de 370 metros.

Los límites de aceleración y velocidad son impuestos no por la tecnología, sino por los propios
pasajeros, ya que altas aceleraciones (o deceleraciones) son desagradables para el usuario.
Además, velocidades por encima de los 7 m/seg, sobre todo en bajada, pueden conducir a molestos
dolores de oídos debidos al rápido cambio de presión del aire.

En los edificios residenciales de alturas medias, velocidades en torno a los 4 m/seg suelen ser las
normales.

x Para acabar, hemos dejado para el final unos comentarios relativos sobre las pieles
envolventes de los rascacielos, de sus fachadas.

El grado de sofisticación e integración estructural que los cerramientos envolventes de los edificios
de gran altura han alcanzado en la actualidad es de tal nivel, que todo un manual específico ellos
mismos se quedaría corto, simplemente rellenándolos con una descripción superficial de los mismos.

Lejos quedan ya los tiempos de los cerramientos pétreos y de los primitivos acristalamientos
simples malamente protegidos por los brisesoleil de Le Corbusier configurando la piel envolvente de
los viejos rascacielos, dando pie a un sin fin de problemas y a unos costes energéticos sumamente
elevados en su climatización al tratar de mantener un ambiente de confort asumible para sus
inquilinos.
Fig. 1.120. Ventana tipo de un rascacielos en Potsdamer Platz (Berlín) y el montaje de un módulo de fachada
de la Business Tower de Nuremberg.

Hoy día las fachadas de los grandes rascacielos se conciben como un filtro activo más que como
una barrera pasiva frente al exterior.

Los muros cortinas actuales alcanzan unos niveles de complejidad en sus prestaciones, aún los
más simples, que nada o muy poco tienen que ver con las viejas mamparas de cristal empleadas por
Mies en su emblemático edificio Seagram, amargándoseles la vida con ellas a sus usuarios al permitir
un filtrado nulo de los rayos solares a través de las mismas.

Los sistemas modulares y de paneles prefabricados con cámaras de aislamiento acristaladas que
cambian de color térmicamente en función de los rayos solares que inciden sobre los mismos,
teniendo además la posibilidad de ser ensayados estática y dinámicamente a los empujes y
succiones del viento, así como también climáticamente frente a las transferencias térmicas,
radiaciones y condensaciones, no cabe la menor duda que han abierto un campo increíble y de una
tecnología tan sofisticada en su fabricación y montaje, que supone un campo de especialización muy
específico y concreto dentro de los edificios actuales de un cierto nivel, que trasciende a la propia
arquitectura que los concibe y diseña.

Una vez más tienen que ser las casas comerciales las que resuelvan técnicamente los
cerramientos y fachadas de los rascacielos, siguiendo las especificaciones que el Promotor y el
Arquitecto establezcan funcional y estéticamente para las mismas, sin olvidar los requisitos
estructurales que tienen que soportar complementariamente, debido a las solicitaciones inducidas por
el viento y todo el cúmulo de movimientos que a lo largo de su vida experimentarán las mismas:
desde los acortamientos verticales constructivos, a todas las dilataciones y contracciones de origen
térmico.

Los últimos aspectos mencionados deben ser conocidos y asumidos tanto por el arquitecto del
edificio como por los constructores de las fachadas, ya que no todos los cerramientos que pueden
configurarlas son adecuados para soportar los movimientos que pueden llegar a tener las estructuras
que tienen que soportarlos.

Otro de los aspectos a tener en cuenta, en la concepción de las fachadas, son las filtraciones de
aire a través de las mismas inducidas por los fuertes vientos, que pueden perturbar el confort e
imponer unas pérdidas irregulares del aire acondicionado o de calefacción.

El grado de las filtraciones del aire se eleva cuando la fachada está compuesta por módulos con
ventanas practicables; de aquí, que la mayoría de los grandes rascacielos carezcan de las mismas.

También se percibe que los muros cortinas bien ejecutados desde el punto de vista de los ensayos
de filtraciones de aire tienen, lógicamente, una excelente resistencia a la entrada de agua; no
obstante, lo contrario, no es necesariamente cierto.

La filtración de aire a través del muro puede ocasionar otros efectos secundarios en la edificación,
tales como entradas de ruidos o basuras. Incluso se pueden producir efectos sonoros debidos al
viento.

Você também pode gostar