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PA R T E
Logros y dilemas
de los estudios de género
en América latina
Magdalena León
Universidad Nacional de Colombia
INTRODUCCIÓN
E
ste trabajo1 se elaboró desde dos ópticas que
marcan mi devenir feminista: la academia y la
militancia. Por un lado está presente el compro-
miso académico de tres décadas para entender las relaciones de género,
y por otro, el imperativo de incluir a las mujeres en el desarrollo de
nuestras sociedades en una igualdad de condiciones y cambiar las rela-
ciones asimétricas de género. Hablo desde el difícil e inestable equilibrio
de ambas posturas.
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Esta ponencia es una versión revisada de “Reflexiones para un debate sobre
los estudios de género”, en Carmen Millán de Benavides y Ángela María Estrada,
Pensar (en) género: teoría y práctica para nuevas cartografías del cuerpo. Bogo-
tá: Instituto de Estudios Sociales y Culturales (Pensar), 2004.
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Entendemos por estudios de mujer/género la tarea de generación de co-
nocimiento sobre las mujeres y las relaciones de género. Feijóo, en la alborada
de estos estudios (1989), identificó cuatro circuitos diferentes de producción de
conocimiento, así: académicos, de acción, de los Estados y de las ONG.
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Para ello es necesario el uso de fuentes primarias sobre formación, periodi-
zación, desarrollo institucional, recursos, actividades, líneas de investigación y
currículo de los diferentes organismos (centros, escuelas, institutos, programas,
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Las problemáticas trabajados por Del Valle (2004) son la violencia ejercida
sobre las mujeres, el sexismo en las ciudades y la feminización del cuidado.
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TENSIONES PRESENTES
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Por otra parte, con el enfoque de mujer, los trabajos demostraron lo que
se sabía de antemano: la condición de subordinación de la mujer, o sea,
constatar “generalizaciones de situaciones de discriminación” (Tarrés,
2001: 124). Fue la etapa de visibilizar, que también tuvo un tono victimi-
zante. Respondió al interés emancipador del movimiento de mujeres,
concentrado en buscar la visibilidad y de construir la igualdad, como
imponía la modernidad. Al mismo tiempo, al aislar a la mujer de las re-
laciones sociales en que participa y vive, estos estudios escondieron, bo-
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Otras autoras que profundizaron sobre la categoría de género y fueron muy
leídas en su momento en la región fueron Molyneaux (1986), Moser (1994) y Young
(1997).
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Como categoría analítica que incluye pero trasciende la definición biológica
de sexo, y ubica hombres y mujeres como categorías de análisis socialmente
construidas.
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Para una hipótesis de su desarrollo en campos como las subjetividades, el
trabajo y la participación política y social, ver Tarrés (2001: 126-129).
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Con relación al uso de métodos cualitativos, hay que anotar que falta
mayor cuidado para enfrentar las dificultades del manejo de estas me-
todologías, al punto que se encuentran estudios con uso muy mecánico
y poco sistemático del método cualitativo8; ello ha llevado a la práctica
de un positivismo poco elaborado. Quizás la tensión resulta de usar los
métodos cualitativos de manera reduccionista o como un simple conjun-
to de técnicas, sin tener en cuenta el alto grado de discrecionalidad que
se debe tener en su uso. Esta tensión, que puede ser negativa, es posible
que se presente porque la base teórica que ayuda a evaluar el verdade-
ro alcance de lo cualitativo es débil o deficiente, y porque los procedi-
mientos de sistematización y control no se conocen o utilizan, dejando la
confiabilidad y validez a la deriva. También se advierte un rechazo a las
teorías y a los metarrelatos por influencia de los discursos posmodernos.
Como nos recuerda Tarrés:
La opción cualitativa involucra un gran conocimiento de la teoría, pues ahí se
encuentran las claves para desentrañar los significados de las observaciones
derivadas de las palabras, narraciones o comportamientos (…), pero al mis-
mo tiempo se exigen sistemas de control, que son sofisticados y a veces más
complejos que los utilizados por la tradición cuantitativa (2001: 12).
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Esto ocurre con frecuencia en los trabajos de grado de estudiantes y en inves-
tigadoras/res recién llegados a los diferentes circuitos de producción de conoci-
miento identificados en la nota 1 por Feijóo.
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Esta discusión, nos dice Sagot (2002), lleva a pensar cómo nos situamos
cuando escribimos y cómo hacemos escuchar las voces de quienes in-
vestigamos sin distorsionarlas, o aún más grave, usándolas en aras del
privilegio y poder que nos da ser investigadoras. Hasta dónde los resul-
tados de la investigación se convierten en un punto más para engalanar
el currículo vital o ascender en la carrera académica, y se abandona o
descuida la lucha social que implican los resultados. O peor aún, cuando
desde el poder que da la posición de expertas, según Barraza (2004), se
negocia en nombre de todas las mujeres y del movimiento.
Institucionalización e interdisciplinariedad
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Para Colombia son importantes los resultados de la investigación de Luz Ga-
briela Arango en la que compara el comportamiento de estudiantes de sociología
e ingeniería. Ver Luz Gabriela Arango, Jóvenes en la universidad. Clase, género e
identidad profesional, Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2006.
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de mujeres, del feminismo y de sus prácticas” (Barraza, 2004: 4). Esta pe-
culiar composición en determinadas coyunturas y con especificidades por
países generó tensiones con militantes del movimiento que “se sintieron
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Como ejemplo menciono los trabajos de Benería y Roldán (1992) y Deere
y León (2000), ambos en economía y sociología, y la importancia de identificar
trabajos en otras disciplinas.
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Me parece un justo reconocimiento señalar el papel que ha desempeñado Vir-
ginia Vargas en el feminismo peruano y Florence Thomas en el colombiano. Hay, sin
duda, otro grupo de colegas, que se podrían mencionar, que han cumplido el papel de
puentes. Me abstengo de listarlas para evitar omisiones que resulten no gratas.
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Valdés apunta que para la producción del conocimiento se depende más de
las agendas de las financieras y menos de la libertad académica; hay menos apoyo
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Otra tensión que nos sitúa Valdés entre igualdad y diferencia es la crítica
a la universalización de la visión masculina. Se corre el peligro de hacer
simplificaciones, y utilizar la diferencia solamente para el análisis entre
hombres y mujeres y no para las diferencias dentro de cada género.
Estas diferencias entre hombres y entre mujeres pueden ser de clase,
raza, etnia, entre otras.
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identidades colectivas, como las étnicas o las raciales, pero ¿qué pasa
con las diferencias que no tienen identidades colectivas tan visibles?
Sin que se tome como una alarma, pienso que los centros académicos
tienen su cuarto de hora en marcha para avanzar en la crítica epistemo-
lógica sobre los paradigmas del conocimiento y para entender las rela-
ciones de género dentro de las complejidades de la sociedad latinoame-
ricana contemporánea. Aunque este desafío es una empresa intelectual
que probablemente tomará varias generaciones y tendrá vigencia por
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Entre los desafíos para los estudios de género en el siglo XXI, Valdés
(2000) hace referencia a los procesos de integración en la región en un
mundo globalizado y los estudios de masculinidad. Adicionalmente men-
cionamos los estudios sobre la memoria, que van de la mano con los te-
mas de guerra y paz. También son recurrentes los temas nuevos acerca
de la ciudadanía femenina, la violencia doméstica y los derechos huma-
nos de las mujeres.
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Cada vez más en América Latina tomamos una mayor conciencia de este
tremendo desafío filosófico. Una vez más lo sustantivo para los estudios
de género es llevar este desafío a la generación de conocimiento me-
diante investigación. En mi propio trabajo14 he propuesto el logro de los
derechos y el control sobre la propiedad, como una bisagra que apunta a
las interconexiones entre redistribución y reconocimiento, o sea, juntar
las bases materiales con las culturales y simbólicas que sustentan el em-
poderamiento de las mujeres.
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Los siete criterios de Fraser para el análisis de la equidad de género son:
antipobreza, antiexplotación, igualdades en el ingreso, igualdad en el tiempo libre,
igualdad de respeto, antimarginación y antiandrocentrismo.
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Trabajos en coautoría con Carmen Diana Deere (2000 y 2002).
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Un ejemplo de México muestra que de 19 programas, el 21% fue fundado
entre 1980 y 1984, 26,3% entre 1985 y 1994, y 52,6% después de 1995, o sea, en el
PosBeijing, y se orientan a fortalecer políticas de desarrollo en salud, educación,
población, violencia, mujeres pobres, entre otros (Tarrés, 2001: 131).
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Esta tendencia de pérdida del proyecto intelectual académico no es exclusivo
de los estudios de mujer/género; es más bien una propensión general del mundo
universitario imbricada en la crisis universitaria más general que afecta a los
centros de educación superior, que acusan falta de presupuesto y autonomía.
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