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TEMA 13: “LA DICTADURA DE PRIMO DE RIVERA”.

El golpe de estado.
En sept. de 1923 el gobierno de concentración liberal no parecía tener + probabilidades de supervivencia
que los que le habían precedido. No es que el golpe de estado militar fuese inevitable. Con seguridad, las
cosas hubieran podido ocurrir de manera distinta a como ocurrieron, pero no cabe duda de que las
circunstancias de aguda crisis nacional favorecían la opción de la dictadura militar que acabó imponiéndose. El
clima favorable a un intervencionismo militar en la vida pública era claramente perceptible, no sólo en el seno
del ejército, sino también en el seno de la extrema derecha antiparlamentaria, en concreto del maurismo radical
dirigido por Goicoechea y su vocero, el diario vespertino La Acción. En 1923 el maurismo sufrió un descalabro
electoral, a lo que, sin duda, contribuyó la definitiva escisión que se produjo en su seno cuando Ossorio decidió
sumarse a la iniciativa del nuevo Partido Social Popular. Pero, aunque divididas, las derechas hicieron una
eficaz campaña contra los intentos reformistas del gobierno.
Independientemente de que Alfonso XIII estuviera o no informado por los conspiradores de los preparativos
del golpe, lo que en cualquier caso resulta indudable es que su intervención, lejos de facilitar la labor del
gabinete, contribuyó al desprestigio del poder civil y a potenciar el clima de rebelión militar. El rey había
perdido por completo su confianza en el sist. constitucional de la Restauración, y no ocultó a quien quiso oírle
su actitud favorable a una solución autoritaria. Consultó incluso con Maura la posibilidad de patrocinarla él
personalmente, algo que el viejo político le desaconsejó.
En realidad, el golpe hubiera podido ocurrir antes de sept. de 1923 si no llega a ser por la desunión de la
familia militar y la inexistencia de un jefe que aglutinase el profundo malestar del ejército. El golpe sólo tomó
cuerpo cuando, en Barcelona, Miguel Primo de Rivera tomó la determinación de acaudillar e iniciar la
sublevación. Lo curioso es que el militar jerezano que acabó capitaneando el golpe había afirmado
públicamente unas opiniones abandonistas en Marruecos que en absoluto eran compartidas por el grueso del
ejército. Una vez decidido a ponerse al frente de la conspiración golpista, Primo de Rivera trató de matizar su
postura sobre Marruecos y, en cambio, insistió en el peligro de la subversión social, que era una cuestión que
aglutinaba a la totalidad del ejército.
El golpe militar se llevó a cabo con suma facilidad y sin derramamiento de sangre. El gobierno, y en
concreto su personaje + relevante, Alba, que estaba, al igual que el rey, de vacaciones en S. Sebastián, no
opuso resistencia alguna, y lo mismo puede decirse de la población en general, que asistió impasible al adve -
nimiento de la Dictadura. Hubo una significativa ausencia de protestas, tanto por parte de los socialistas como
de los republicanos. Sólo la CNT y el PCE hicieron llamamientos para resistir, pero no obtuvieron respuesta
popular. Todo el mundo admitió el hecho consumado. Primo de Rivera fue bien acogido de forma general. El
Manifiesto al País y al Ejército era lo suficientemente vago e impreciso como para atraer a amplios y muy
diversos sectores sociales. El régimen estaba tan desgastado que cualquier cambio con promesas de
saneamiento político era visto con esperanza.

Las primeras realizaciones del Directorio militar.


Primo de Rivera, aunque no tenía un programa preciso de actuación, se suponía que, una vez recuperado el
enfermo, los militares se retirarían para volver a la normalidad constitucional. De hecho, la Constitución de

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1876 no fue abolida. La Dictadura se planteaba, pues, como un paréntesis, como una situación política
temporal y de transición, que no cuestionaba ni buscaba recambio al sist. liberal-parlamentario, sino que tan
sólo pretendía superar la crisis. Se trataba de implantar un gobierno fuerte, de autoridad y eficacia, que
resolviera los graves problemas nacionales pendientes: caciquismo, orden público, Marruecos, y nacionalismos.
El Directorio militar estaba formado por 8 generales y un almirante que no habían participado en la
conspiración ni tenían experiencia política previa. Procedentes de las diversas regiones militares del país, su
nombramiento obedecía al deseo de Primo de Rivera de aglutinar en torno a sí al ejército y restablecer la
unidad de la familia militar. Durante toda la Dictadura, Primo de Rivera intervino muy directamente en la
mayoría de los asuntos.
Depurar la administración y acabar con el caciquismo.-
Bienintencionado, intuitivo, su formación política no iba + allá de la aprendida en las tertulias de café.
Imbuido de un regeneracionismo político ingenuo, optimista y superficial, Primo de Rivera dedicó sus 1os. 6
meses en el poder a destruir la maquinaria política del régimen de la Restauración, creyendo que «la España
real» afloraría con toda su vitalidad. Se suspendieron ayuntamientos y diputaciones, y se detuvo y persiguió a
los antiguos funcionarios de la adminis. local y provincial acusados de corrupción. Esa labor depuradora, de
«descuaje del caciquismo», aunque febril durante esos 1os. meses, no sólo duró poco tiempo, sino que fue
poco efectiva. Los viejos caciques, con sus respectivas redes clientelares, siguieron por lo general controlando
la vida local y provincial, poniéndose ahora al servicio del nuevo régimen. Ni la avalancha de disposiciones
legales destinadas a moralizar la vida pública y las costumbres, ni la nueva fig. de los delega dos gubernativos,
enviados por el poder central a los pueblos para inspeccionar la gestión municipal, ni el Estatuto Municipal de
marzo de 1924, que modificaba la adm. local y que era el instrumento + claramente pensado para extirpar el
caciquismo, lograron modificar de forma sustancial la práctica política y los arraigados comportamientos
caciquiles. El Estatuto Municipal, impulsado por el brillante abogado gallego José Calvo Sotelo, debía sustituir el
centralismo administrativo por un régimen de amplia autonomía local. Lo cierto es que nunca se convocaron
elecciones municipales, y los alcaldes y concejales fueron nombrados sin elección. A lo largo de la Dictadura la
adm. no sólo siguió centralizada sino que lo estuvo mucho + fuertemente que antes. A través de los
gobernadores civiles, que asumieron un poder enorme, el gobierno controló totalmente las instituciones de la
adm. provincial y local.
Acabar con el terrorismo anarquista y recuperar la seguridad.-
La Dictadura nacía con el propósito de sofocar el terrorismo y recuperar la seguridad en las calles. Este
grave problema de orden público halló solución con sorprendente rapidez. El nº de aten tados descendió de
819, en 1923, a sólo 18 en el año siguiente. Ello se debió en parte a las contundentes medidas represivas, pero
también, en gran medida, a la profunda crisis de la CNT, que en el momento del golpe de estado, tras años de
duras querellas internas, se hallaba prácticamente descompuesta. Cuando finalmente la CNT fue disuelta,
muchos de sus afiliados prefirieron pasarse a las filas de los Sindicatos Libres en busca de representación
sindical. El PCE, en constante estado de quiebra en los años previos al golpe, fue también obligado a la
clandestinidad.
Si el orden público se impuso rápidamente, a ello poco contribuyó desde luego la extensión a toda España, 5
días después del golpe, del somatén, una milicia ciudadana que había existido tradicionalmente en Cataluña,
compuesta por gentes de la aristocracia y la alta burguesía, y destinada a ayudar a la fuerza pública en

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situaciones de especial conflictividad. En realidad, durante la Dictadura, el somatén fue una org. anémica, + o
menos ficticia, que no provocó ningún entusiasmo ni verdadera movilización.
Erradicar los nacionalismos. Política defensiva y represiva.-
Por lo que respecta al problema de los nacionalismos, Primo de Rivera adoptó una política represiva de toda
manifestación nacionalista, en consonancia con el principio de unidad de la patria tan característico de la
ideología castrense. El Estatuto Provincial promulgado en 1925, que no llegó en realidad a aplicarse, era
producto de una visión totalmente defensiva respecto a los mov. nacionalistas. Pocos días después del golpe
quedó prohibido el uso del catalán en actos públicos, y se prohibió asimismo otra bandera distinta de la
nacional. Ni centros de encuentro, ni reuniones, ni manifestaciones culturales, ni siquiera instituciones
folclóricas -orfeones- serían permitidos. Estas normas abrieron pronto en Cataluña un abismo entre la sociedad
y la Dictadura. El catalanismo conservador, que había recibido muy favorablemente al nuevo gobernante
confiando en su espíritu regionalista, sufrió una profunda decepción y se vio abocado a una actitud de creciente
oposición, aunque pacífica, al régimen. Por su parte, el nacionalismo radical optó por la vía de la insurrección
separatista.
La resolución del conflicto marroquí.-
Primo de Rivera llegó al poder con la promesa de una pronta y digna solución a la Guerra de Marruecos.
Contaba para ello con la notable ventaja de un régimen dictatorial, y con una rígida censura en asuntos
marroquíes, que facilitaba la aplicación de medidas que eran forzosamente impopulares.
Las reticencias de Primo de Rivera a combatir en suelo marroquí eran iguales o mayores que las del
gobierno liberal al que abruptamente había venido a sustituir, y sus convicciones abandonistas las mismas que
venía expresando públicamente desde hacía años. Los cada vez + duros y extendidos ataques rife ños contra
las posiciones españolas le reafirmaron en su idea. Pero los planes de retirada, conocidos por los rifeños,
elevaron aún + su espíritu de lucha ante lo que consideraron una claudicación de España, de modo que
generalizaron su ofensiva hasta el punto de crear una situación de peligro acuciante que obligó al dictador a
actuar con celeridad. El abandono, entre sept. y dic. de 1924, de + de 300 puestos en el sector occi., para
constituir, cercana y paralela a la costa, la línea fortificada conocida como «línea Primo de Rivera», fue
imprescindible para evitar un desastre semejante o mayor al de Annual. Pero pronto el dictador comprobó con
desánimo que aquélla no era una solución estable, ya que Abd-el-Krim, que había explotado el repliegue
español como una gran victoria, alcanzó en los meses siguientes el cenit de su poder y prestigio entre las
cabilas llegando a controlar un territorio que abarcaba, no sólo el Rif, sino también el Yebala y Gomara. A
principios de 1923 había proclamado la República del Rif, centralizando su autoridad política y encuadrando a
sus huestes en un ejército muy disciplinado, bien organizado y armado. Con un hábil manejo de la
propaganda, había persuadido por entonces a las tribus de que los españoles estaban ya vencidos.
El Directorio consideró el proyecto de efectuar un desembarco en la bahía de Alhucemas, en el Rif central.
Nada + lejos aún en la mente del dictador que la conquista y ocupación del territorio marroquí. Alhucemas se
proyectaba sólo como una operación de castigo. Pero, al tiempo que comenzaba a preparar esa operación,
Primo de Rivera hacía tanteos y gestiones en otras diversas direcciones.
El intento de negociar la paz con Abd-el-Krim fue una de las vías en las que el Directorio realizó mayores
esfuerzos. El dictador llegó a ofrecer a Abd-el-Krim un régimen de amplia autonomía sobre una extensa
superficie y con la promesa de imp. subvenciones españolas. Lo cierto es que los múltiples intentos

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negociadores, contribuyeron a dar ánimos de lucha a las tribus. Abd-el-Krim siempre interpretó estos intentos
como una muestra de debilidad. Si la política civilista o pacifista en el Marruecos español era difícil antes de
que Abd-el-Krim asumiese el liderazgo en el Rif, se convirtió en una empresa prácticamente imposible a partir
de 1921. El jefe marroquí, con sus constantes dilaciones y estratagemas en sus tratos de paz con los
españoles no tenía otra finalidad que ganar tiempo para reorganizarse y recoger las cosechas.
Ni el semiabandono de 1924 ni las negociaciones de paz con los rifeños podían conseguir el objetivo de
pacificar el Rif. Afortunadamente para los españoles, se produjo un hecho novedoso: Abd-el-Krim, sintiéndose
eufórico tras la retirada española de 1924, decidió atacar también a los franceses, en la primavera de 1925, y
Francia, por 1ª vez desde la constitución del protectorado, propuso a España aunar esfuerzos para conseguir la
pacificación de Marruecos. Para acordar una estrategia común, se celebró una conferencia hispano-francesa en
Madrid en el verano de 1925. Pero la colaboración entre los 2 países no fue precisamente un camino de rosas.
Primo de Rivera insistió en no asumir ningún compromiso bélico con los franceses al margen del desembarco en
Alhucemas, operación que finalmente se llevó a cabo con éxito a principios de sept. de 1925.
El mariscal Pétain, a quien el gobierno francés confió la dirección de las operaciones, cifraba todas sus
esperanzas de acabar con el conflicto rifeño en que los españoles tomasen la decisión de emprender una
ofensiva a fondo en el interior de su zona. Le costó persuadir a Primo de Rivera, dada su persistente idea de
reducir la actuación española al «mínimo esfuerzo y al mínimo compromiso y gasto», pero lo consiguió
finalmente. La intransigencia de Ab-del-Krim se puso una vez + de manifiesto en las negociaciones de paz
hispano-franco-rifeñas celebradas en 1926. Era lógico que Primo de Rivera, presionado por Pétain, aceptara
hacer un nuevo esfuerzo militar en la primavera de 1926.
La política de conquista que finalmente se impuso no vino dictada, como habitualmente se cree, por los
militares africanistas, con los que Primo de Rivera supuestamente se sentía en deuda por la ayuda prestada en
el golpe de estado. El dictador estaba resuelto a imponer sus criterios por encima de cualquier resistencia, por
dura que fuera. Fueron los avatares acontecidos en Marruecos los que decidieron el rumbo de su actuación
marroquí. La campaña militar conjunta consiguió el objetivo que se había propuesto: en mayo de 1926 Abd-el-
Krim se rindió y fue enviado al destierro. La posterior tarea de sometimiento y desarme de tribus, que se
produjo con sorprendente rapidez, supuso ahondar en la penetración del territorio, reconquistar posiciones y
volver a la zona abandonada en 1924, lo que colocó a Primo de Rivera ante el hecho de tener que permanecer
en Marruecos. En 1930 seguían gastándose 300 mill. de pesetas, casi 3 veces + del límite que Primo se había
marcado. La guerra había acabado, pero su objetivo de poner fin a la sangría que el protectorado constituía
para la Hacienda pública no se había logrado. Aun así, la resolución del conflicto marroquí fue el triunfo +
espectacular de la Dictadura.

El intento de institucionalización del régimen.


La Dictadura de Primo de Rivera era una dictadura personalista, que contaba con el apoyo del rey, del
ejército y de amplios sectores de la opinión pública, gracias a la resolución de los problemas + graves para los
que se había implantado, fundamentalmente orden público y Guerra de Marruecos. El dictador vio entonces
llegado el momento de institucionalizar la Dictadura. Un anticipo de esa decisión fue la creación de un órgano
de prensa completamente adicto, un diario oficial del régimen, La Nación, que apareció en oct. de 1925.

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Sustitución del Directorio militar por un Gabinete civil.-
Esta 2ª etapa de la Dictadura, que iba a estar dedicada a la tarea de construcción de un nuevo régimen, se
inauguró con la sustitución del Directorio militar por un gabinete civil, el 2-12-1925. El nuevo gobierno estaba
integrado por hombres de la total confianza de Primo de Rivera: militares amigos, como el duque de Tetuán y,
sobre todo, Severiano Martínez Anido, vicepresidente del gobierno, ministro de la Gobernación, y hombre clave
de la Dictadura; políticos procedentes del maurismo, como José Calvo Sotelo en Hacienda, o José Yanguas
Messía en Estado; y algún técnico prestigioso, como el conde de Guadalhorce, brillante ingeniero, que ocupó la
cartera de Fomento, o el joven abogado Eduardo Aunós, ministro de Trabajo. El Consejo de Ministros adquirió
un poder absoluto ya que no sólo tenía en sus manos un poder legislativo ilimitado sino que a él se sometió
totalmente el poder judicial.
Impulso a la Unión Patriótica, partido creado en 1924, antiliberal.-
Dispuesto a convertir el régimen de interregno en un régimen permanente, el dictador se propuso relanzar
el partido de la Unión Patriótica (UP), que se había creado oficialmente a escala nacional en abril de 1924 sobre
la base de los comités provinciales surgidos tras el golpe en apoyo de la Dictadura e impulsados por el cato-
licismo militante, en concreto, por la Asociación Católica Nacional de Propagandistas y otras org. católicas. La
idea de Primo de Rivera era integrar en la Unión Patriótica a toda la gran corriente de opinión favorable a la
Dictadura creando una moderna y eficaz org. de masas que fuera cantera de los futuros «nuevos políticos» del
régimen. Aunque en bastantes provincias los dirigentes de UP fueron los viejos políticos de siempre, en otros
lugares fueron, en cambio, miembros de la burguesía agraria, comercial o industrial que no habían participado
hasta entonces en política, y, sobre todo, personas procedentes del catolicismo social y político, o del
maurismo. En el seno de UP se produjo, pues, una cierta renovación del personal político y, , ajenos al sist.
oligárquico de la Restauración, con una mentalidad en muchos casos antiliberal. Sin embargo, Primo de Rivera
no consiguió hacer de la UP una org. potente. La mayoría de los afiliados eran empleados, funcionarios, o
gentes del mundo agrario -pequeños y medianos propietarios- con una mentalidad caciquil muy arraigada.
Desde luego, no existió ni una militancia activa y sincera, ni un funcionamiento regular. Tampoco tuvo un
programa ni una ideología clara. El partido estuvo siempre muy centralizado y dependiente del gobierno a
través de los gobernadores civiles.
La Asamblea Nacional consultiva.-
Otro pilar que Primo de Rivera concibió para asentar y consolidar el régimen. Tras una dilatada gestación de
todo un año, dado el poco entusiasmo que el proyecto suscitó en muchos de los colaboradores de la Dictadura,
por fin a finales de 1927 se reunió una Asamblea Nacional Consultiva, en la que se ponía en práctica un sist. de
representación política corporativa. Los 400 asambleístas, nombrados por el gobierno, eran representantes de
la adm. en sus 3 niveles (central, provincial y local), representantes del partido de UP, y representantes de las
distintas activ. y clases de la vida nacional (enseñanza, agricultura, comercio, industria, banca, asociaciones
patronales, sindicatos, prensa, etc.). La Asamblea, cuyo carácter era meramente consultivo, estaba
directamente controlada por el gobierno, tanto en su composición como en su funcionamiento. Sus miembros,
en su inmensa mayoría, se movían en la órbita de la derecha conservadora que colaboraba con la Dictadura y
representaban fundamentalmente a los sectores econó. dominantes de la sociedad. Sus debates se centraron
en problemas de orden econó. y técnico-jurídico, y no tuvieron apenas repercusión en la política dictatorial. El
cometido + imp. de la Asamblea, una vez que estuvo claro que no se volvería a la Constitución de 1876, fue

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elaborar un proyecto constitucional con el objeto de construir una nueva legalidad. El proyecto de crear un
nuevo modelo de representación política sólo puede entenderse dentro de ese contexto europeo de crisis
generalizada del sist. parlamentario liberal y de extensión de nuevas concepciones político-sociales de carácter
corporativista, organicista e intervencionista.
La política exterior.-
Eufórico tras los éxitos marroquíes, confiado en poder cosechar nuevos triunfos que elevasen el prestigio
internacional de España, Primo se decidió a plantear 2 reivindicaciones, que no eran nuevas, pero que él
presentó en 1926 como perentorias exigencias: la incorporación de Tánger al protectorado español y la
obtención de un puesto permanente en el Consejo de la Sociedad de Naciones. España formaba parte del
Consejo pero debía someterse anualmente a la reelección. El dictador aprovechó la discusión sobre el ingreso
de Alemania para reclamar en Ginebra el mismo status que se reconocía a las grandes potencias y amenazó con
retirarse de la Sociedad si su petición no era atendida. En cuanto a Tánger, que se regía por un estatuto
internacional en el que Francia tenía una clara supremacía, la ocasión se presentó cuando las potencias
tangerinas decidieron emprender negociaciones con el objeto de revisar dicho estatuto. Para presionar a
Francia y a G. Bretaña a favor de sus demandas, Primo jugó la baza de la aprox. a la Italia de Mussolini.
España e Italia se presentaban como 2 potencias insatisfechas, con ansias revisionistas, que aspiran a una
mayor influencia en el contexto internacional. No obstante, y a pesar de las nosas. muestras de la amistad
hispano-italiana, lo cierto es que Primo de Rivera nunca perdió de vista la necesidad de seguir mante niendo
buenas relaciones con las que consideraba sus aliadas «naturales», Francia y G. Bretaña. La política desafiante
de 1926 duró muy poco. La única acción consumada de aquel efímero desafío, la retirada española de la
Sociedad de Naciones, fue en realidad el inevitable resultado de una torpe diplomacia: sencillamente Primo de
Rivera se vio obligado a retirarse para no defraudar a la opinión pública. Lo cierto es que en 1928 acabó
regresando a Ginebra, sin puesto permanente, claro está, y ese mismo año finalizaron también las
negociaciones tangerinas sin que España hubiese conseguido + que una modestísima mejora de su posición en
un Tánger que siguió siendo internacional.

La política económica y social.


Política económica.-
En los terrenos econó. y social, la Dictadura cosechaba éxitos que lo dotaban de legitimidad. El
desarrollismo econó. y el reformismo social desplegados desde 1926 dieron, en efecto, un gran impulso al
régimen. España, como el resto de las econo. occ., se benefició de una coyuntura alcista. Aquéllos fueron
años de prosperidad econó., de auge y crecimiento de la produc. industrial, minera, de energía eléctrica... Uno
de los aspectos + característicos y permanentemente asociados a la época dictatorial fue el fomento de las
obras públicas, con gigantescos planes de construcción de carreteras, vías férreas, pantanos, canales, puertos...
Con la idea de proteger e impulsar la produc. nacional se impuso una política de fuerte dirigismo y tutela, de
intervencionismo estatal y nacionalismo econó. a ultranza, que se tradujo en la concesión de subsidios a las
grandes empresas, incentivos a la exportación, nacionalización de industrias (como la del petróleo, con la
creación de CAMPSA), alto grado de proteccionismo arancelario, etc.

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Política social.-
La Dictadura fue también un período de relativa paz social. La conflictividad laboral descendió
acusadamente en toda España, debido en parte a la política represiva, pero también gracias a una intensa
política social, cuyas máximas realizaciones fueron el nuevo Código de trabajo y la org. corporativa.
Aumentaron, además, los gastos sociales en educación, servicios sanitarios, viviendas baratas para los obreros,
protección de la emigración, etc.
Para dotar de mayor legitimidad al régimen y lograr una armonía entre los dif. sectores productivos que
garantizara el éxito de los planes de desarrollo, el dictador buscó un entendimiento con las clases obreras, para
lo cual hizo todo lo posible por recabar el apoyo de los socialistas. El retraimiento y la moderación del
socialismo en los años inmediatamente anteriores al golpe de estado fueron cruciales para que Primo de Rivera
considerase al PSOE y a la UGT como potenciales aliados en su intento de renovación de la política española.
Los socialistas, por su parte, se mostraron condescendientes con el nuevo régimen y, tras algunas vacilaciones
iniciales, adoptaron pronto una actitud de colaboración con la Dictadura. Según los historiadores, los socialistas
eran conscientes de que, si optaban por la oposición, la política represiva del Estado tendría consecuencias
fatales para la org. Así que optaron por ser pragmáticos. Lo prioritario, según Pablo Iglesias, ya muy enfermo
y que fallecería en dic. de 1925, era por encima de todo mantener el funcionamiento del partido y del sindicato
socialistas. El sucesor Julián Besteiro, era del mismo parecer. También lo eran, en general, las ejecutivas del
partido y la sindical. Todos ellos consideraban que, puesto que la rev. socialista sobrevendría a su debido
tiempo y de manera inevitable, como resultado de la evolución del capitalismo, lo mejor y lo + revolucionario
que podía hacerse para acelerar ese proceso era fortalecer la org. obrera. Con esta política colaboracionista,
aunque la influencia de los socialistas no creció, al menos sí consiguieron mantener estable la afiliación y, lo
que es mucho + imp., mantuvieron su cohesión organizativa. Fue así como, al producirse el advenimiento de la
2ª República, los socialistas eran la fuerza mejor organizada del panorama político español.
Los socialistas accedieron a participar en muchos organismos e instituciones oficiales del régimen dictatorial,
como el Consejo de Trabajo, o el Consejo de Estado, organismo consultivo encargado de ayudar al Directorio
militar, para el que fue designado Francisco Largo Caballero como representante del PSOE. Los socialistas
colaboraron también estrechamente en la org. corporativa creada por el ministro de Trabajo, Eduardo Aunós,
en nov. de 1926, para entender en conflictos laborales y legislación social. Era un sist. inspirado en el modelo
italiano y muy influido también por los diversos ensayos llevados a cabo en España en los años previos a la
Dictadura. El pilar básico de la org. corporativa española eran los «comités paritarios» o comités mixtos de
obreros y patronos, que funcionaron como un método eficaz de encauzar las relaciones de trabajo por la vía
pacífica y de la negociación, no obstante lo cual nunca fueron del agrado de la patronal. En cambio, los
socialistas se convirtieron en sus + ardientes defensores.
La alianza del socialismo con el régimen quedó sellada a través de los comités, en los que la UGT fue la
fuerza obrera dominante, lo que permitió a la sindical socialista una auténtica participación en los asuntos que
afectaban al proletariado urbano. Los veredictos de los comités solían ser favorables a los trabajadores y, de
hecho, en las provincias donde la org. corporativa llegó a tener una cierta implantación, mejoraron las
condiciones salariales y laborales de los mismos.

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Las conspiraciones contra la Dictadura.
Durante los 1os. años de la Dictadura, la activ. conspirativa contra el régimen se limitó a los grupos +
duramente reprimidos, esto es, anarquistas y nacionalistas radicales catala nes y vascos. En nov. de
1924, un grupo armado supuestamente compuesto por anarquistas y separatistas catalanes exiliados en Francia
atravesó la frontera, y, en Vera de Bidasoa, se produjo una escaramuza con algunos muertos. El gobierno
inculpó a Soriano, Ortega y Gasset, Blasco y Unamuno como inspiradores aunque no parecen haber tenido nada
que ver. Por su parte, el ex coronel Maciá, que había fundado la org. armada Estat Catalá, proyectó desde el
exilio una insurrección independentista con la colaboración de grupos anarquistas que se plasmó en la fallida
intentona de invasión del territorio catalán en Prats de Molló, en nov. de 1926. Estas intentonas no parecieron
preocupar en exceso al dictador. Es posible que la propia Dictadura tramase o conociese de antemano algunas
de ellas y las aprovechase para proceder a la represión indiscriminada de sus adversarios.
+ serias y coordinadas resultaron ser las iniciativas insurreccionales dirigidas y protagonizadas por algunos
viejos políticos dinásticos. 2 meses después del golpe, Melquíades Alvarez y Romanones, presidentes del
Congreso y del Senado respectivamente, visitaron al rey para recordarle su obligación de convocar las Cortes.
Alfonso XIII se limitó a darse por enterado mientras el Directorio destituía a ambos presidentes. Al asociarse y
apoyar de forma decidida y clara al nuevo régimen, la suerte del monarca quedó unida a él. Otros muchos
líderes de los viejos partidos, al sentirse maltratados y traicionados por el rey, fueron evolucionando hacia el
antialfonsinismo y el recurso a la conspiración como medio de desalojar del poder al dictador.
Para que la conspiración tuviera garantías de éxito, los políticos dinásticos necesitaban el apoyo de
prestigiosos jefes militares. Lo obtuvieron. Desde su acceso al poder, Primo había tratado de frenar la división
en el seno del ejército, pero no había podido evitar que el malestar en los medios castrenses fuera en aumento.
A ello contribuyó la difícil situación militar que durante los 2 1os. años del régimen se vivió en Marruecos, pero
el descontento se debió sobre todo a la política de nombramientos militares para ocupar cargos públicos. Los
enfrentamientos de carácter político fueron frecuentes, pero aún lo fueron + las rencillas entre los militares que
se dedicaron a hacer política y los que, por el contrario, permanecieron en tareas exclusivamente castrenses. El
hecho de que, por razón del cargo político, un militar tuviera que obedecer y ponerse a las órdenes de otro de
menor graduación, circunstancia que se dio constantemente durante la Dictadura, fue fuente de continuos
roces y enajenó a muchos militares del régimen.
La 1ª intentona para poner fin al régimen de excepción y volver a la normalidad constitucional mediante un
pronunciamiento cívico-militar pacífico estuvo encabezada por Romanones y Melquíades Álvarez, que lograron
atraer a los generales Aguilera y Weyler. Esta acción, a la que se sumaron republicanos y cenetistas, se
conoció como «la sanjuanada», ya que tuvo lugar en la noche de S. Juan, el 24-6-1926. En realidad, no pasó
de ser un conato que no hizo peligrar en absoluto al régimen. El dictador impuso multas a los sublevados y
algunas modestas penas de cárcel. La relativa moderación de la represión contribuyó a generalizar en aquellos
años la activ. conspirativa y clandestina.
La Dictadura parecía estar en pleno apogeo en aquel año de 1926, pero fue entonces cuando el dictador
comenzó a perder paulatinamente apoyos, en gran parte por sus propias vacilaciones y errores. Uno de esos
errores fue la forma en que llevo a cabo la necesaria reforma del ejército. Lo que acometió fue tan sólo una
reorg. superficial y parcial, que no iba al núcleo del problema -el gigantesco excedente de oficiales- y que, en
cambio, le granjeó la enemistad y el resentimiento de los cuerpos facultativos, y en concreto del cuerpo de

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Artilleros. El dictador, cuyo propósito era establecer una norma general de ascensos para todo el ejército,
adoptó una postura de firmeza ante los incidentes provocados por los artilleros, en sept. de 1926, que culminó
en su decisión de disolver el cuerpo. Aunque al cabo de unos meses se llegó a un pacto, el conflicto artillero se
cerraba en falso y acabaría estallando de nuevo.
Militares y viejos políticos siguieron conspirando. La mayoría de estos últimos acabaron adoptando una
postura de oposición frontal al régimen cuando quedó claro, con el proceso constituyente abierto en 1927, que
se iba a una ruptura definitiva con la tradición liberal del Estado alfonsino. Fue el líder conserva dor Sánchez
Guerra quien, desde su exilio voluntario en París, dirigió a este sector defensor del régimen parlamentario y
abiertamente antiprimorriverista. Extinguidos los 2 grandes partidos de la Restauración, Sánchez Guerra no
actuaba ya como jefe del conservadurismo sino como cabeza de una plataforma «constitucionalista» que
consiguió atraer a viejos liberales, republicanos y reformistas. Su proyecto insurreccional, que pretendía la
convocatoria de unas Cortes constituyentes para llevar a cabo una reforma política democrática, contó con el
apoyo de un amplio espectro de fuerzas. La intentona, fallida una vez +, se materializó en el levantamiento de
Sánchez Guerra en Valencia y la sublevación de los artilleros en C. Real, en enero de 1929. Al septuagenario
Sánchez Guerra lo absolvió un tribunal militar poco después.
La oposición del mundo intelectual, periodístico y estudian til también fue en aumento. Al comienzo
del régimen, sólo una minoría de los intelectuales, entre la que destacaron Unamuno y A. Machado, o, en la
generación + joven, Ramón Pérez de Ayala y Manuel Azaña, se mostró radicalmente crítica. La mayoría lo
recibieron con una actitud de expectativa benévola. A Unamuno y al periodista republicano Rodrigo Soriano su
oposición les costó ser deportados en 1924 a la isla de Fuerteventura. A partir de 1926 arreciaron las protestas
de estos sectores y Primo de Rivera, plétorico tras sus triunfos marroquíes, se mostró decidido a enfrentarse a
ellos, como demostró el destierro del catedrático Luis Jiménez de Asúa a las islas Chafarinas, o la convocatoria
de actos de desagravio al monarca para responder a los folletos contra el régimen y contra Alfonso XIII
publicados por Vicente Blasco Ibáñez.
El declive de la popularidad de Primo de Rivera y su pretensión de convertir la Dictadura en un régimen
permanente provocaron, por otra parte, un paulatino distanciamiento de los socialistas. Para empezar, no
participaron en la Asamblea Nacional de 1927, a pesar de que finalmente Primo de Rivera accedió a la petición
socialista de que sus representantes fueran de libre elección. Los escasos representantes de los obreros y
campesinos en la Asamblea procedían de los sindicatos católicos y los Libres. La negativa socialista a
incorporarse a la Asamblea fue un duro golpe para Primo de Rivera, que se vio privado de una muy imp.
credencial de legitimidad.

La caída del dictador.


A partir de mediados de 1928, y de forma acelerada a lo largo de 1929, la mayoría de los sectores sociales
que al comienzo del régimen le dieron su apoyo se volvieron contra él al no haber visto satisfechas sus
expectativas. La crisis de la Dictadura pareció entonces evidente. No obstante, la razón fundamental de su
fracaso fue su incapacidad para articular y dar forma a un proyecto de recambio del régimen de la
Restauración. La Dictadura destruyó el viejo sist. político restauracionista pero fracasó en el intento de
construir un sist. nuevo. El proyecto político alternativo al parlamentarismo liberal fue difuso, nebuloso, lleno
de vaguedades e indefiniciones lo que, en última instancia, colocó al régimen en un callejón sin salida. La

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Asamblea elaboró, por fin, en 1929 un anteproyecto constitucional que sancionaba la creación de un nuevo
régimen de corte autoritario, corporativo, intervencionista y antidemocrático, pero no llegó a aprobarse porque
no convencía a la mayoría de los políticos de la Dictadura, empezando por el propio dictador. Entre la clase
política dictatorial cada vez resultaba + claro el rechazo del sist. liberal-parlalmentario, pero no había
coherencia ni unidad ideológica a la hora de diseñar uno nuevo. Las contradicciones ideológicas en el seno del
régimen influyeron decisivamente en su fracaso. No existía aún por entonces en España un corpus doctrinal
sólido y bien trabado que pudiese reemplazar a la doctrina liberal. No obstante, las ideas y teorías político-
sociales que se discutieron en aquellos años iban a influir decisivamente en la config. de las derechas espa ñolas
en las décadas siguientes (2ª República y franquismo).
La Dictadura primorriverista, al igual que las dictaduras que en los años 20 se instalaron en la mayor parte
de los países del E. europeo, fue un régimen autoritario pero no fascista. El somatén no resistía comparación
con las milicias fascistas italianas. No había, por lo demás, un partido político digno de tal nombre dada la
endeblez de la U. Patriótica. El nº de afiliados, que siempre fue reducido, cayó en picado a partir de 1928,
cuando se agudizó la crisis del régimen. El total «gubernamentalismo» del partido, cuya dirección personalista
ejercía el dictador, produjo su absoluto desmoronamiento en el momento en que su líder cayó.
Al fracaso político se sumó la crisis econó. y la multiplicación de los mov. de oposición: huelgas,
manifestaciones de estudiantes y profesores, recrudecimiento del conflicto artillero... El crec. econó. había sido
uno de los principales factores de legitimidad de la Dictadura, pero 1929 fue un año de graves dificultades
econó. A la mala cosecha se sumó el deterioro de la balanza comercial y la depreciación de la peseta. Eran
síntomas que anunciaban el inminente final de la ola de prosperidad que el mundo occ. había vivido en los años
20 y el comienzo de la depresión. Las exposiciones internacionales de Barcelona y Sevilla, que debían servir de
escaparate del régimen, no pudieron ocultar, a pesar de su brillantez, los serios problemas políticos y econó. a
los que se enfrentaba.
La agitación universitaria y, en general, el mov. estudiantil, al difundir ante la opinión pública su protesta
contra el régimen mediante amplias manifestaciones callejeras, contribuyó en una medida considerable al
desprestigio del mismo. Las discrepancias acabaron por convertirse en oposición global a la Dictadura cuando
Primo de Rivera, cuya ignorancia del mundo universitario le llevó a tratar de forma muy poco hábil el conflicto,
expulsó de la universidad al estudiante de Agrónomos Antonio Sbert, destacado representante de la oposición
estudiantil, lo que provocó un amplio mov. de solidaridad.
En una situación de aislamiento cada vez mayor, el dictador reaccionó intensificando las medidas
represivas. Pero Primo de Rivera imprimió al régimen su mentalidad paternalista y simplista, y su
temperamento impulsivo y ciclotímico, con alternancia de momentos de indignación -en los que podía ser
expeditivo y sin duda imprudente- y momentos de contemporización y moderación.
A finales de 1929 no sólo había sido abandonado por casi todos, sino que se sentía, además, cansado y
enfermo. Su quebrantada salud, unida a la marea opositora y al impasse institucional, le decidieron a hacer
algo muy inusual en un dictador: en enero de 1930 presentó su dimisión, poniendo fin a su régimen de forma
pacífica, sin que se produjera el mínimo derramamiento de sangre. Pocos meses después, falleció en París, en
el exilio. La Dictadura había acabado siendo un período de extraordinariamente fluido y cambiante, y en
absoluto un mero paréntesis. Prueba de ello fue la imposibilidad de volver en 1930 a la normalidad
constitucional anterior al golpe de estado.

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