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Teología desde el Infierno.

“…fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de
entre los muertos…”
Rubén B. Legidos

Cuando la Teología, en la persona concreta del teólogo, se dispone a fundamentar y


dar cuenta (1 Pedro 3,15) sobre lo que para ella se manifiesta como Ciencia Sublime (cuyo
origen nace de un Dios transcendente que quiere comunicarse con su creación), pronto se da

de pronto de bruces con cierta aporía: 《la del intento temeroso de procurar dar fundamento y

razón bajo las condiciones propias de la existencia humana a lo que en origen y a priori le es
ajeno a las mismas》. La “única” vía para hacer una teología acertada del Dios supremo, del

Dios que es el único, es como nos dice K. Barth, la que viene fundamentalmente acreditada
por la demostración del Espíritu y su poder (...) Es decir la teología evangélica.1


La fe evangélica (cuyo epicentro es Dios encarnándose desde su trancendencia), se nos


presenta como la respuesta, cura y salvación de las ambigüedades de la existencia en esta
dimensión temporal (Gesché) y también más allá de la propia bios humana. Pero, ¿Cómo
podríamos conjugar estos dos espacios que pueden parecer tan distintos a primera vista?


El ser humano se sabe como ser finito y abocado al abismo del no ser de la muerte. Su
propia limitaciones le son recordadas como condiciones de existencia que se manifiestan en la

1 Barth, K. Introducción a la teología evangélica. Ed. Sígueme. Salamanca, 2006. Pág. 23.

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forma de sufrimiento, fracasos, el tiempo, enfermedad, etc… Esta conciencia de finitud es la
pulsación constante en nuestro interior para llevarnos a la incesante búsqueda de sentido vital.
Esa búsqueda (a la cual no todos se aventuran a emprender) se da bajo la constante tensión
interior de no saber si realmente lo que hemos vivido y estamos viviendo tendrá finalmente
una “salvación” que le dote de sentido a todo, o si por el contrario, estaremos abocados a la
más absoluta “nausea vital” y nihilista del sin sentido más absoluto. Esta tensión humana (y
muy humana por otra parte) de nuestro espíritu no puede, ni debe, serle ajena al ejercicio de la
Teología, pues de poco o nada sirve, un Evangelio que no se solidariza con todos los “¡Ays!”
de la interioridad del ser humano. Por ello, la Teología no evita ni puede esquivar los
misterios que le son propios a todos los hombres, sino que vaciándose previamente de toda
sus razones de fe y conocimientos especulativos debe acoge en su haber, aquel dolor
existencial de aquellos que se saben heridos por la transcendencia o tal vez intoxicados por la
búsqueda de respuestas a su existencia. Dicho lo cual, la teología nunca debe ser presentada
como una fórmula de Teorías que intentan convencer a su auditor o lector, o como ciertos
conocimientos (en un plano meramente teórico), sino más bien que el quéhacer teológico debe
ser expresarse como acompañamiento mistagógico del hombre, a las “profundidades más
hondas de su ser” (viaje al centro de la tierra), al más puro estilo de las iniciaciones de las
antiguas prácticas de incubación griegas (en honor a Asclepio o Asclepios [en griego
Ἀσκληπιός] o incluso a Apolos), las cuales pretendían llevar al “iniciado” a morir antes de
morir. Este tránsito, cerca de ser agradable, era todo lo contrario, pues como nos muestra
simbólicamente el mito del Héroe Orfeo (al descender a los infiernos), el inframundo vistado
no sólo se presenta como un lugar de oscuridad y muerte, sino como el lugar supremo de la
paradoja y el espacio donde se encuentran todos los opuestos.2 Se trataba de atravesar la
oscuridad en dirección a lo que se encuentra “al otro lado”. No era agradable vivir con
semejante desafío, pero los griegos entendían que era imposible alcanzar la luz a costa de
rechazar la oscuridad. Así los primeros cristianos también hablaron de las “profundidades” de
lo divino y también los místicos judíos hablaban de “descender” a lo divino.3
En “El juicio final” pintado por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, según interpreta el
filósofo Andrés Ortíz-Osés:

2 Kingsley, P. En los oscuros lugares del saber. Ed. Atalanta. Girona, 2014. Pág. 68
3 Kingsley, P. Idem. Pág. 70

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“El Cristo mira a san Juan, no sería propiamente un juez, sino un “cómplice con el amor
humano, cuya complicidad salva nuestros amores demasiado humanos, entre los que Miguel
Ángel sitúa sus amores seculares”. Cristo no está como un pantocrátor sentado por encima (y
fuera) del mundo, contemplándolo de un modo estático, sino que tiene un carácter dinámico
(aunque obviamente detenido en la escena del cuadro) y se encontraría “ambivalentemente”
en medio del movimiento ascendente de los personajes-almas que van hacia el cielo y el
descendente de los que caen hacia el infierno”.4
Dicho esto, mi comprensión del ejercicio de la Teología se debe de comprender para el
cristiano, no como una “sana doctrina” o cualquiera formulación compleja del pensamiento,
sino como que en mi opinión debe ser entendida como ese acompañante que no teme
descender con el ser humano al inframundo oscuro de los fundamentos propios de su
existencia (cosa que no le es ajena en nada al evangelio, como hemos dicho), movida
únicamente por la fe. Una fe (que excede la propuesta luterana de confianza) que se expresa
como autentico amor hacía Dios y hacía su prójimo. Es desde ese amor, que el que hacer debe
hacerse solidaria con el ser humano en todas sus dimensiones (incluso las más oscuras), para
desde dentro de sí mismo, presentarse como vida interior y autentica salvación. No como un
discurso ajeno y externo, sino como vida nacida de la profundidad más profunda de la
existencia de cada uno de los que buscan desesperados una respuesta ante su dolor y herida
existencial. Pues sólo así, el Evangelio, como apunta Tillich, nos salvará de todas aquellas
formas que alienan la existencia humana y que nos deshumanizan. Y es desde ese amor que le
impulsa, que reconoce en su prójimo lo sagrado que lo habita (Levinás) y es capaz de en
medio de la desesperación más absoluta de carencia de sentido existencial que puede gritarle
al hombre: 

“En tu historia, en tu biografía, en tu vida o en el Valle de Sombra y de muerte...¡No temas,
pues Yo estaré contigo hasta el fin del mundo!” (Jesús).

4Sobre la solidez de la razón pura y el fundamento ‘líquido’ de Andrés Ortiz-Osés. Artículo Web disponible:
https://www.tendencias21.net/Sobre-la-solidez-de-la-razon-pura-y-el-fundamento-liquido-de-Andres-Ortiz-
Oses_a41085.html [Consultado 01·II·2018].

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