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Tampoco se crean que les vamos a ofrecer argumentos ganadores: Istvan piensa, con Northrop Frye, que la ci fi
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deriva del tronco del romance, una forma literaria considerada inferior a la novela realista social o psicológica
hasta hace bien poco y, por lo tanto, si resulta que sus cuñados son elitistas culturales a lo Harold Bloom, todo
esto no les va a servir de nada. Claro que también se dan casos de críticos postmodernos como Brian McHale
que valoran esta filiación romancera en lo que vale (mucho) y este es uno de los pocos puntos en todo el libro en el
que Istvan va a hablar en su propio nombre, sin limitarse a presentar opiniones y teorías ajenas. Menos da una
piedra.
Space Opera.
El Cosmos actúa aquí como un cronotopo que permite a los autores movilizar la variedad ontológica propia del
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relato de aventuras premoderno, en el que el viaje lleva al héroe a distintas regiones (aquí planetas) gobernadas
por sus propias leyes éticas y físicas, sus propias líneas de causalidad alternativas y simultáneas, legitimadas en
este caso por el conocimiento científico disponible que debe prestar su apoyo o, cuanto menos, presentar su nihil
obstat cuando el tema es espinoso y de difícil justificación, pero absolutamente necesario en términos fictivos,
como, por ejemplo el viaje a velocidades superlumínicas.
Es obvio que la denostada Space Opera es terreno abonado para que las siete bellezas de la ciencia ficción brillen
es todo su esplendor: lenguajes alienígenas, espectaculares invenciones y descubrimientos, novums, todas las
evoluciones y dispersiones históricas imaginables, y ejemplos de lo sublime y lo grotesco solo limitados por los
tenues preceptos de la ciencia imaginaria. Todo esto puede introducirse en una Space Opera sin incurrir en
grandes explicaciones e info dumps; se puede dar por hecho, es lo que el público espera.
En su forma más pura, la Space Opera se limita a hacer saltar a sus protagonistas de una localización del espacio-
tiempo a otra. Estas localizaciones contienen o representan los obstáculos a los que se enfrenta el héroe en su viaje
y están sujetas a la norma de la variedad ontológica propia del relato aventurero, ya que cada escenario contará
con sus problemáticas propias, sus culturas alienígenas e incluso podríamos decir que su historicidad propia, pues
en el seno del cronotopo que es el Cosmos , los desplazamientos espaciales pueden equivaler a viajes en el tiempo
y los héroes pueden pasar de una situación caracterizada por la disponibilidad de tecnología de vanguardia a otra
fácilmente asimilable a situaciones históricas conocidas como el Imperio Romano o una sociedad ágrafa
sobrevenida en algún planeta por motivos apocalípticos.
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cuyos valores y tecnologías se presentan al lector como un desarrollo previsible o
cuanto menos asumible de los suyos propios. En los casos más simplistas, este
contraste puede verse reducido al tradicional combate entre el bien y el mal o, si hay
suerte, constituirse en un complejo sistema de oposiciones más sutiles como patriarcal-
matriarcal, colonialista-colonizado, libre-esclavo, etc.
Otro motivo frecuente es el de la guerra entre mundos, trasunto extendido de la guerra entre naciones que nos
recuerda que la Space Opera primitiva estuvo fuertemente ligada a los mitos nacionalistas y las guerras
interplanetarias se traducían sin dificultad en conflictos terrícolas como puedan ser la lucha del muy WASP Flash
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Gordon contra esa encarnación del peligro asiático que era el emperador Ming, o el conflicto entre los marcianos
comunistas y los terrícolas capitalistas en Red Star de Bogdanov. A medida que los límites del cronotopo se van
expandiendo, el conflicto entre planetas pasa a ser conflicto entre imperios. La Space Opera parece depender
siempre de un Imperio, una Fundación, una República o una Liga de Mundos, una institución que dote al espacio
cósmico de una unidad política más o menos disputada. Istvan señala e hecho curioso de que incluso en sus
versiones más resabiadas, en las que tanto los protagonistas como el autor se presentan a sí mismos como
garantes de unos valores democráticos, anarquistas o libertarios, el motivo imperial resulta tan inherente que la
Space Opera a duras penas logra librarse de él.
Esta fijación con lo imperial y la inmensidad, no quita que determinados autores opten astutamente por limitar el
escenario de sus space operas a un solo planeta o ciudad, en relaciones más o menos lejanas con el imperio en
cuestión. De esta forma se consigue una narración más cerrada e inmersiva. Embassytown sería un ejemplo obvio
de esta variedad de Space Opera ruritana o de provincias.
La Robinsoniada.
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explicar brevemente cada una de ellas.
El Mañoso es normalmente un hombre. Como su propio nombre indica, se distingue por su habilidad manual en
el uso de herramientas, su capacidad para solucionar problemas y, en general, su gran dominio de una
racionalidad técnica-instrumental, que se presenta en este tipo de relatos como la única magia que funciona. La
destreza es, precisamente, el objeto último de las acciones del Mañoso; incluso cuando es su vida la que está en
juego, el Mañoso dará con una solución que, al mismo tiempo, aumentará el poder de sus herramientas y su
propio dominio sobre ellas.
El Cuerpo Fértil es el escenario en el que se desarrolla la aventura, raramente adopta forma humana y, si lo
hiciera, sería una mujer. Lo normal es que sea un territorio feminizado por distintos dispositivos retóricos que
marcan su relación con la reproducción y lo femenino. Se dice que es una “tierra virgen”, por ejemplo, y no es raro
que su propio relieve y topografía se presente sutilmente al lector como análoga a la figura femenina. Sobre todo,
se celebra su fertilidad. Fertilidad que permanece desviada y, en cierto sentido estéril, hasta que el Mañoso decide
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ponerle las manos encima que es cuando empieza a rendir beneficios.
En realidad, el principio femenino ( siempre entendido desde el falocentrismo más estricto) está dividido en dos
en esta narrativa. Por un lado tenemos el principio femenino natural, una especie de energía o superpoder
asociado a la reproducción, y por otro el principio femenino social, encarnado en la Mujer en Casa, la pobre santa
que el héroe dejó cuidando del patrimonio y los hijos.
El dominio del Esclavo Sumiso sobre las técnicas propias del Mañoso nunca será completo y, en consecuencia
nunca conseguirá librarse de su carácter intermediario entre la Naturaleza y la Civilización. Su inteligencia se nos
presenta como muy limitada en el sentido de que puede realizar tareas repetitivas una vez aprendidas pero
siempre que surge un problema nuevo debe recurrir a la superior capacidad heurística de su amo.
El Mago Oscuro es el antagonista. Es mago porque moviliza potencias pre-racionales propias del mito y la
superstición que rivalizan con la técnica del héroe. A no ser que la ficción en cuestión tenga por compromiso la
divulgación de ideales tecno-científicos, lo normal es que a esta magia se le conceda cierta efectividad; estamos
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ante el reconocimiento de un poder basado en categorías de comprensión local, manifestación de una cosmovisión
más antigua y resistente a verse asimilada por los ideales tecno-racionalistas encarnados por el protagonista.
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que el protagonista no pierda su identidad social en la metrópoli. La Mujer
en Casa cuida el patrimonio y los hijos del Mañoso durante su ausencia, y
esto cuando no le toca, precisamente, financiar su expedición. Al contrario
que Penélope, la Mujer en Casa no suele ser objeto del deseo de otros hombres: se la representa como
prácticamente asexuada o, al menos, carente de atractivos en ese sentido, fiel reflejo de los sentimientos del
protagonista hacia ella y hacia la civilización que representa. El erotismo en estas historias, si es que lo hay, queda
reservado para las hechiceras y las nativas, encarnaciones más o menos humanas del Cuerpo Fértil o antagonistas
femeninas del héroe.
Las variaciones sobre este esquema básico son incontables, tanto que incluso otros géneros próximos a la
literatura popular son incapaces de resistir el tirón gravitatorio de la Robinsoniada. Incluso el relato gótico, con
todo lo que supone de crítica implícita y explícita a la ideología dominante y, con ella, al relato de aventuras que es
su puesta en escena, se limita a reordenar los ingredientes de la receta clásica.
Tomando el Drácula de Stoker como ejemplo rápido, resulta fácil demostrar que la
novela gótica no es más que la novela de aventuras contada desde el punto de vista
de los colonizados y las mujeres (o hombres severamente feminizados,
normalmente por heridas de arma blanca…). Según esta interpretación, el Conde
sería el Mañoso, que se exilia voluntariamente de su Rumanía natal para acceder a
la explotación de un Cuerpo Fértil, la Inglaterra victoriana, rebosante del recurso
natural más apreciado por su raza: la sangre de jovencitas virginales. Las estrategias
de Drácula, no obstante, difieren de las de un Robinsón cualquiera: aplica sus
propias artes, que derivan de un saber atávico (¡la sangre es vida!), mucho más
antiguo que la tecno-ciencia occidental. Por eso sabemos que es un malvado. Por lo
demás, en Renfield encontramos al Esclavo Sumiso y en Van Helsing al Mago
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Oscuro, el antagonista que intenta hacer valer su propia cosmovisión racionalista. La protagonista de este tipo de
historias no es otra que la Mujer en Casa, sólo que no está en su casa o, más bien, su hogar ha cambiado al ser
colonizada por la voluntad y la superior pericia del Mañoso.
La Tecno-Robinsoniada.
Las primeras novelas de ci fi reconocidas estaban protagonizadas por mañosos bona fide. Los todopoderosos
ingenieros de Verne no eran otra cosa, como tampoco lo era Thomas Edison que, por si no lo sabían,
protagonizó varias obras seminales de la ciencia ficción yanqui, de entre las que destacamos Edison’s Conquest of
Mars (1898), en la que el genio tecnológico americano ajustaba las cuentas simbólicamente a la War of the
Worlds de Wells, y es que Wells resultaba un bicho raro en todo este panorama de optimismo científico técnico,
con sus mañosos chapuceros que son en realidad mad doctors y aprendices de brujo de clara filiación gótica.
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positivista (Victor Frankenstein no vale; sería un anti-héroe gótico), sus
habilidades pueden ser muchas o pocas, pero siempre son excelentes y están a la
par con sus cualidades morales. Esto último es cierto incluso en casos de ciencia
ficción que podríamos calificar de crítica: piensen en los protagonistas proletarios
de Philip K. Dick, reparadores de electrodomésticos y fontaneros espaciales de
habilidades modestas pero decisivas. Teniendo en cuenta todo esto, hay que
señalar que al Mañoso le pasaron dos cosas en el transcurso de los últimos ciento y
pico años:
La segunda, fue feminizandose, bien simplemente por abandonar la ética machorra del “dominio de la
naturaleza”, bien por encarnarse en la piel de un homosexual como en Ring of Swords de Nick Sanders (este
ejemplo es de Istvan, vive Dios que es la primera vez que oigo hablar de esta novela), o, más directa y
decisivamente, de una mujer como es el caso de Ripley en las pelis de Alien. Aquí vemos a una tía que sobresale en
el manejo de la maquinaria y en la solución de problemas, virtudes cardinales de la mañosidad, pero sin dejarse
asimilar por la ideología falócrata, como ponen de manifiesto la enorme cantidad de estudios feministas que
existen sobre la sobre la saga. Paralelamente a este fenómeno, vemos como el Mañoso se va marginalizando así en
general (la juventud, ya saben, está perdida), de diversas maneras, sobre todo a partir de los años sesenta y sobre
todo en la cifi más crítica y/o literaria. Puede ser un hombre de color (negro, se entiende) o un esquizofrénico
como el prota del Dhalgreen de Samuel Delany (que, ahora que lo pienso, creo que también es negro, el prota,
digo, de que Delany es negro estoy seguro), o un toxicómano sin perder un ápice de mañosidad.
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La función de Cuerpo Fértil en la ci fi suele ser ocupada por esos planetas rebosantes de
recursos y esperando ser explotados que, al parecer, flotan alegremente por la Galaxia. La
transformación más llamativa, en este sentido, y también la más antigua y ubicua, es que
muchos de estos cuerpos están desfeminizados por ser absolutamente inertes, asperos y en
absoluto fértiles.
Otras mutaciones bien conocidas son aquellas en las que el Mañoso “traiciona” a su propia
cultura y renuncia a la explotación de la fertilidad del Cuerpo Fértil cuando ésta existe,
como es el caso de Paul Atreides en Dune, que incluso llega al extremo de tratar de sacar
de su “pasividad” al planeta Arrakis convirtiéndolo en un vergel y arruinando con esto su
rendimiento económico (esto es, casi, casi, transformar el objeto en un sujeto). Similares
dilemas se dan en la trilogía de Marte de Kim Stanley Robinson entre las distintas facciones enfrentadas en
torno a la terraformación de Marte. En todo esto pesa mucho la conciencia ecológica sobre nuestro propio planeta
que se fue ganando a lo largo del siglo XX, como es obvio.
Más interesante aún es el caso del cyberpunk, donde el texto/instrumento (para entendernos: la internet) acaba
transformándose él mismo en Cuerpo Fértil y, en casos extremos como el de Matrix, en antagonista. Si se paran
un momento a pensar en el argumento de Matrix (para lo cual no se requiere haber disfrutado con la película),
verán que aquí se produce una especie de inversión y nosotros mismos, los humanos, pasamos a ser el Cuerpo
Fértil pasivo explotado por nuestras propias máquinas… ¿acojona, eh?
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de las novelas de Philip K. Dick, siempre tan resistente a los intentos de
dominio científico-técnico, o piensen (sí, lo han adivinado), en el planeta
Solaris de la novela homónima de Lem, un ejemplo meritorio de Cuerpo
Fértil crítico al que nadie le encuentra ni pies, ni cabeza, ni posibilidad alguna de beneficio.
Cualquiera diría que la transición del Esclavo Sumiso de la tradición aventurera (glups) a la ciencia ficción sería
poco problemática gracias al invento de los robots que son, por pura etimología, esclavos por naturaleza y, al
mismo tiempo, carentes de signos que los identifiquen con ningún grupo étnico ni clase social proletarizada. Nada
más lejos de la realidad. Todos sabemos que la historia contemporánea de los robots es la historia de su
progresiva liberación de la opresión humana y su elevación a amos de la creación de una manera en la que el
pobre Viernes no podría ni soñar o, incluso, pese a haber sido dotados de una naturaleza prácticamente angélica
por las leyes asimovianas, su asimilación con el Mago Oscuro al estilo HAL9000.
Así ocurre con El Hombre del Bicentenario de Asimov, que se vuelve más humano que los humanos sin dejar de
ser, al mismo tiempo y paradójica y sospechosamente, angélico, o, en un registro un poco menos optimista, con
los replicantes de Blade Runner (me vale la peli, no vaya a ser que tengan ustedes que leer). Más recientemente
nos encontramos con frecuencia a la Tierra y la Galaxia vacía de vida biológica, ya sea porque los humanos se han
pasado en masa a una forma digital e incorpórea de vida, ya porque se han extinguido o han sido extinguidos por
los robots, que ya ni se acuerdan de sus creadores, como en el excepcional relato Exhalation de Ted Chiang.
En cuanto al Mago Oscuro, el antagonista del héroe, por exigencias del género, que al
fin y al cabo trata sobre la tecno-ciencia, es cada vez menos mago o, lo que es lo
mismo, detenta cada vez menos ese conocimiento gótico y arcano que muchas veces se
le permitía mantener en la narración aventurera. Ejemplos muy tempranos como el
Ming de Flash Gordon ya disponían de recursos tecnológicos que igualaban o
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superaban a los del héroe. En estas condiciones, cada vez está más claro que el Mago
Oscuro no es más que la imagen especular del héroe, un arreglo mucho más adecuado
para nuestros tiempos de relativismo cultural. Si acaso se diferencian en algo es en que
el héroe retiene, al menos en parte, algo de sus cualidades morales originarias y,
aunque el antagonista también puede tenerlas o tener otras, resulta por lo general más
despiadado. La auténtica diferencia entre los héroes y los villanos reside en que estos
harían cosas que aquellos no harían… aunque también es cierto que nos podemos dar cuenta a mitad de la
narración de que el protagonista de nuestra novela es, precisamente, el Mago Oscuro (ver El Nombre del Mundo
es Bosque, de la LeGuin).
La Mujer en Casa tiene poco que hacer en la ci fi. No sólo porque suele retratar sociedades en las que los roles
sexuales están muy alterados en relación no sólo a los de la Inglaterra Victoriana, sino incluso a los de nuestra
época tan enrollada y liberal. Además, y esto ya es una apreciación totalmente istvaniana, la ci fi es la narrativa de
los hogares rotos, de los hogares abandonados para emprender viajes de los que no se vuelve. Istvan llega incluso
a afirmar que es muy raro que el protagonista de una novela de ciencia ficción mantenga una misma relación
sentimental a lo largo de toda su peripecia, este extremo no estoy en condiciones de confirmarlo ni de negarlo y,
francamente, no sé de dónde lo habrá sacado. Lo que sí que es verdad, es que el rol de Penéope es ocupado por la
propia Tierra en muchas ficciones de peregrinación espacial como podemos ver claramente en la serie Battlestar
Galactica.
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llega a ser visto como un código y nuestra relación con él como un proceso de decodificación. Istvan pone como
ejemplo de este auténtico giro lingüístico el relato de Clarke Los Nueve Billones de Nombres de Dios y yo, más
modesto en las cifras, no pierdo ocasión de recomendarles uno de mis favoritos, Setenta y Dos Letras, de Ted
Chiang.
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